Teódulo López Meléndez

Transcripción

Teódulo López Meléndez
Teódulo López Meléndez
Derecho
Hacerlo todo inteligible para el pueblo
Sociología, 23/07/2012
Estamos entrando en lo colectivo sin colectivo, esto es, vamos contra nosotros mismos. Ya no se conjugan en la población lo
general y lo particular, o lo que es lo mismo, la asunción del punto de vista del común desde un propio punto de vista. En lo que
ahora tenemos prevalece la disyunción: a cada uno se le hace valer supuestamente su particularidad mediante un “ejercicio
profesional de la política” basado en la demagogia del disfraz y de la construcción de callejones sin salida.
La política no puede funcionar sin ideas. En buena parte es una ciencia de las ideas. La organización social del hombre no
nació como la vida ni crece como las plantas. La política que carece de empuje proveedor de consistencia es una futilidad.
Dado que las formas políticas son invención del hombre no puede desgajarse de la política la capacidad renovadora. Bien se
dice que el pueblo no existe, lo crea la política. De esta manera hay que decir que la principal actividad de lo político es dar
sentido y toda democracia pasa a ser un proceso ininterrumpido de transformación.
De esta manera la política y la democracia, es decir, la acción y sus resultados, no pueden ser otra cosa que inserción
constante de nuevas opciones o, dicho en otras palabras, ampliación permanente de la libertad. Tenemos, pues, que volver a
leer lo político sacándolo del cansancio, del aburrimiento y, sobre todo, de un conservadurismo que brota ante las ideas y ante
la esencia misma de lo político y de la democracia, puesto que todo lo establecido siempre resiste las ideas innovadoras.
Es a través de la política que se constituye el vínculo social. Si no enfrentamos este proceso creativo la política pasa a ser
inepta para explicar las desigualdades que crecieron paralelas a la libertad y se convierte en algo deleznable para el común de
la gente que nunca podrá entender lo que es ejercicio de la ciudadanía. Continuar pensando que la democracia es como es,
que la justicia se administra como se administra, que las instituciones son como son y no pueden ser de otra manera, equivale
a un corsé al pensamiento y a la esencia misma de los conceptos política y democracia.
Otra cosa que debemos aceptar es la política como conflicto y los conflictos expresión del animus político. Y a la democracia
como capaz de administrar los conflictos mediante una renovación permanente. Una cosa son las instituciones básicas, aptas
para administrar el control de estabilización, y otra la permanente manifestación de ideas que amplían los espacios hasta una
libertad transformadora. Está claro que las llamadas instituciones y los intermediarios sociales ya no responden a las
exigencias de los tiempos y, por tanto, hay que buscar nuevos mecanismos.
La democracia no tiene nunca una última oportunidad
Esta es la realidad de un país a escasos días de unas elecciones que vuelven a ser llamadas “la última oportunidad”, otra
aberración, pues la democracia no tiene nunca una última oportunidad. Basta haberse paseado un poco por los procesos
históricos, basta no meter en una gaveta todos los papeles, basta no fusilar de antemano el juego (utilizada esta palabra con
seriedad) de las posibilidades políticas, para concluir que en este país se utilizan frases al voleo, se dicen impertinencias a
granel, se utiliza muy mal el lenguaje.
La verdadera revolución es la voz moral. El populismo es una asunción de un modo radical para lograr la homogeneidad sobre
lo imaginario. La posibilidad de un gobierno omnisciente no cabe en el siglo XXI. El verdadero político es el que hace el mundo
inteligible para el pueblo, esto es, el que le suministra las herramientas para actuar con eficacia sobre lo ya entendido. El
populismo no se combate con populismo. El populismo debe ser combatido con la siembra de la comprensión llevada al grado
de un estado de alerta.
La legitimidad electoral y la legitimidad social pueden contrastarse o encontrarse. La manera de encontrar la segunda excede al
simple hecho de buscar el voto en una campaña electoral plena de promesas, generalmente demagógicas. Buscando la
segunda suele encontrarse la primera. El planteamiento inteligible que produce efectos previos mejora notablemente la
capacidad de escogencia. Las campañas electorales son la culminación de un proceso en donde el individuo manifiesta una
preferencia. La masificada propaganda en nada podría modificar una asunción previa ganada en una democracia de cercanía
generada por los líderes verdaderos que en ese proceso electoral buscan la voluntad mayoritaria del pueblo.
No se puede combatir demagogia con demagogia. El proceso de crear lucidez y pertenencia es ajeno a las palabras
altisonantes y mentirosas. El proceso de repetición demagógica por parte de dos o más adversarios en una contienda por el
voto conduce a soliviantar un individualismo feroz que se traduce en apostar a la mayor oferta engañosa. El vencedor,
naturalmente, será el que ejerce el poder o, si se ha cumplido con la tarea pedagógica, el que ha hecho una obra previa de
configuración de cuerpo sobre el que limita su acción a la campaña electoral misma.
Mayoría electoral no es mayoría social por acto automático. Legitimidad forzada no es confianza. Así la legitimidad del poder y
la legitimidad del ejercicio democrático estarán afincadas sobre un barro extremadamente frágil y, lo más grave, la democracia
se derrumbará por efecto directo de todos, de los que ejercen el poder y de quienes pretenden sustituirlo, de los demagogos
multiplicados, obligando al poder al ejercicio de la fuerza para atender compulsivamente las exigencias sociales. Quienes no
entienden de la existencia de instituciones invisibles y de la necesidad de hacerle comprender el mundo al pueblo, de
hacérselo inteligible, bien podrían cerrar la brecha electoral, aún disminuida y extremadamente condicionada que en estos días
aún ocupa el horizonte.

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