Guillermo Quartucci - CEAA

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Guillermo Quartucci - CEAA
XI Congreso Internacional de ALADAA
Guillermo Quartucci
Orientalismo y género: Japón y sus mujeres en el discurso
literario hispanoamericano
Guillermo Quartucci
El Colegio de México
México, D.F.
1. Introducción
Es bien sabido que el modernismo literario en América Latina recibió una fuerte
influencia francesa: escritores como Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916), José
Juan Tablada (México 1871-1945), Efrén Rebolledo (México 1877-1929),
Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873-1927) y muchos otros, tomando como
modelo a los autores franceses de fin de siglo, produjeron una revolución
literaria en las letras del subcontinente.
¿Por qué mencionar estos nombre? ¿Poseen algo en común, aparte de su
amor por “la” Francia, con artículo, como se estilaba en ese momento? ¿Hay
algo que se repite en ellos, además de la constante mención a faunos, cisnes,
sirenas, silenos y habitantes del Olimpo griego, así como todo un conjunto de
elementos provenientes de la iconografía nouveau de moda entonces?
Se puede afirmar con seguridad que una presencia sutil, menos conspicua
quizá que las figuras antes mencionadas, pero no menos importante en la
conformación del canon estético de los modernistas, lo constituye la irrupción de
un país recién descubierto por Occidente, que lo observa maravillado y lo hace
suyo, aunque más no sea a través de la plástica y la literatura: Japón.
Con la Restauración Meiji, de 1868, el País del Sol Naciente, ubicado en el
mal llamado “extremo Oriente”, categoría eurocentrista que distorsiona
ideológicamente la geografía (en realidad, debería hablarse de “Este de Asia”),
Japón (o Nippón) se abre al mundo después de más de 200 años de encierro y
ofrece a los ojos asombrados de “Occidente”, en el cual se incluía a sí misma
América Latina, una galería de personajes que abrían de constituirse en la
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tipología de los habitantes de aquel “remoto y enigmático” país: geishas,
samuráis, daimios, bonzos... Escenas cotidianas, jardines diminutos, cerezos en
flor, paisajes en miniatura, biombos, estampas multicolores, crisantemos, cajas
de laca y abanicos, grullas, pagodas, puentes en forma de tambor y la
iconografía por excelencia, el Monte Fuji, habrán de ocupar desde entonces el
imaginario de los escritores. Japón se convierte así en un país “virtual” (por
oposición a “real”) habitado por gentes inventadas en medio de una
escenografía artificial, pero de alta eficacia funcional, como los videojuegos de
ahora. Las exposiciones universales, como la del Centenario de México, en el
Palacio de Cristal, contarán invariablemente entre sus atracciones con el
pabellón de Japón, montado en consonancia con el estereotipo, lo que le
asegura una gran afluencia de visitantes.
En América Latina son varios los viajeros que visitan el País del Sol Naciente
y dejan testimonio de esa visita: desde México, Francisco Díaz Covarrubias, en
1874 viaja a Japón al frente de una misión científica enviada por el presidente
Porfirio Díaz para observar un eclipse de sol. En la década de 1890, el médico
Carlos Glass, miembro de la Armada Mexicana, llega a Japón en la fragataescuela Zaragoza –la primera nave mexicana en dar la vuelta al mundo-, y
permanece allí un mes antes de continuar el viaje de circunvalación. Desde
Colombia, Nicolás Tanco Armero, en 1886 había viajado a Japón en calidad de
comerciante. En 1905, el almirante naval argentino Manuel Domecq García,
amigo de Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo, fue enviado a Japón como
observador de la guerra ruso-japonesa que se libraba. Estos personajes,
pioneros de la presencia latinoamericana en Japón, dejan registradas sus
impresiones, inestimables documentos para apreciar, si acaso la había, la
especificidad de un discurso latinoamericano sobre Japón, diferente del
euroamericano.
El japonismo se construye en Francia de donde pasa a América Latina de la
mano de escritores muy admirados por los modernistas: Jules y Edmond de
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Goncourt, Catulle Mendes, Robert de Montesquieu y, sobre todo, Pierre Loti,
cuyo Madama Crisantemo sentó las bases del arquetipo de mujer japonesa
todavía vigente en nuestros días. La representación en las más importantes
capitales de Latinoamérica de la ópera de Giaccomo Puccini Madame Butterfly
y su arrolladora popularidad vino a completar de manera definitiva esa imagen.
Atsuko Tanabe, en su libro El japonismo de José Juan Tablada, ha realizado
un exhaustivo estudio del lugar que ocupa Japón en los escritores modernistas. 1
2. Orientalismo
A partir de la publicación del libro de Edward W. Said Orientalism, 2 el estudio de
las representaciones elaboradas en Europa acerca del “otro” cobraron un nue vo
impulso, no sólo en el campo de la antropología cultural sino también en el de
otras ciencias sociales y las humanidades. Si bien el estudio de Said se restringe
a la representación del “otro” oriental, entendiendo como tal al habitante del
Oriente Medio y, especialmente, al de la esfera del Islam, la fertilidad de su
enfoque deja abierta la puerta para extender el campo de estudio a otras
representaciones del “otro” construidas desde Europa, como sería el caso que
nos interesa: Japón.
El orientalismo, en la definición de Said, es un discurso hegemónico, producto
del colonialismo europeo del siglo XIX -básicamente el de Europa y Francia- así
como, después de la Segunda Guerra Mundial, del imperialismo de los Estados
Unidos, que erige al observador “blanco, burgués, civilizado y cristiano” en
sujeto universal, en detrimento del
“otro”, que constituye lo particular y lo
acotado Se trata de una manera sutil, pero a veces no tanto, de marcar la
superioridad del hombre europeo, frente al “menos civilizado” habitante de la
amplia periferia constituida por Asia, África y América Latina, es decir, los que
1
Tanabe, Atsuko, El japonismo de José Juan Tablada, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 1981.
2
Said, Edward W., Orientalism, New York, Pantheon Books, 1978.
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están fuera de Occidente. La definición de orientalismo dada por Said es la
siguiente:
Orientalismo es un estilo de pensamiento basado en una distinción
ontológica y epistemológica
entre “el Oriente” y (la mayor parte del
tiempo) “el Occidente”. Así, una vasta masa de escritores, entre los que se
cuentan poetas, novelistas, filósofos, teóricos de la política, economistas
y administradores imperiales, han aceptado la básica distinción entre Este
y Oeste como el punto de partida para elaborar teorías, épicas, novelas,
descripciones sociales e informes políticos concernientes al Oriente, su
gente,
costumbres,
“mente”,
destino,
etcétera.
[...]
En
síntesis,
Orientalismo es [un discurso elaborado por Occidente] para dominar,
reestructurar y tener autoridad sobre el Oriente.
3
En el mundo de habla inglesa, en especial en Inglaterra y Estados Unidos, el
discurso orientalista abarca una amplia gama de cultores. En lo que se refiere a
Japón, el escritor greco-inglés Lafcadio Hearn, un interesante personaje que,
partiendo de su natal Grecia, y pasando por Inglaterra y Estados Unidos, terminó
sus días en Japón, donde adoptó un nombre japonés, formó una familia y, sobre
todo, produjo la parte más importante de su obra literaria, una interpretación de
Japón a veces original, pero no exenta de los prejuicios del hombre europeo. En
especial, son sus retratos femeninos los que muestran esa tendencia orientalista
de medir todo con el rasero pretendidamente universal de Europa. También
Rudyard Kipling, incansable viajero, dejó el testimonio literario de su paso por el
archipiélago nipón. Darío y Gómez Carrillo mencionan a Percival Lowel, hoy casi
olvidado. La lista es larga para citarla aquí.
En el discurso orientalista, Occidente no está adjetivado, ni tiene ninguna
marca de lo particular porque es universal, la medida de la civilización y el
progreso en todas las esferas del desarrollo humano. Oriente se adjetiva
3
Ibid. Pp. 2-3.
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normalmente como bárbaro y atrasado, pero también misterioso y enigmático,
como la cara de la mujer que se oculta bajo el velo islámico: Oriente constituye
una fuente de fascinación, pero también de temor. Occidente cree, en su
apreciación de la realidad, fundamentalista y trascendente, que el velo de la
mujer musulmana oculta la “esencia” de esa cultura y que, descubriendo ese
rostro oculto podrá controlarla, y así tranquilizarse. Lo mismo podría decirse de
la geisha, que tras su espeso maquillaje, a
l pesada peluca y varias capas de
kimonos, oculta la esencia de Japón. El orientalismo convierte en mujer a los
países
orientales, y como toda ideología emanada de una cosmovisión
masculina y patriarcal, además de colonial e imperialista, el objetivo es
conquistar conquistando a la mujer. En ese sentido, Madama Crisantemo de
Pierre Loti se constituye en paradigma.
Este corte de género que intersecta el orientalismo, no presente en Said, nos
permite deconstruir –según la acepción de este concepto en Jacques Derrida- la
psicología profunda oculta tras la construcción orientalista. El sujeto universal
europeo, de acuerdo con esta concepción, carece de cuerpo, lo que le permite
observar una realidad que le es ajena sin pasión, como el ojo de la cámara
fotográfica, supuestamente captador de la realidad “objetiva”.
Lo que no sabe este sujeto universal es que mientras observa se construye a
sí mismo y que el objeto observado es irrelevante durante este proceso. Se trata
de un proceso dialéctico. El sujeto universal se construye, así, a expensas del
objeto particular, se erige en autoridad, con lo que se le facilita su control y
manipulación. Oriente, como dice Said, ha sido, desde antiguo, la fuente de la
imaginería europea, de ahí las palabras “enigma” y “misterio” asociadas a él.
El orientalismo sirvió de ideología a Europa para conquistar y dominar política
y económicamente al resto del mundo, pero también puso en evidencia el
proceso de construcción del sujeto estudiado por el psicoanálisis de Lacan. El
sujeto universal, construido de la misma manera en que se construye la
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masculinidad en las culturas patriarcales, donde lo femenino es lo “otro”, lo que
presenta la marca del género, encuentra en la mujer -en este caso, la mujer
oriental- la oportunidad de definirse a sí mismo. En este mecanismo de
construcción de lo masculino-universal, de Occidente frente a Oriente, un factor
no por oculto menos importante: el deseo.
El sujeto universal así, además de estar movido por el deseo de lo “otro”,
aspira al conocimiento, porque ha aprendido que conocimiento es poder, como
lo expresa Michel Foucault. En el proceso de construir el conocimiento, la mirada
se constituye en el instrumento básico del hombre universal europeo a partir del
Renacimiento, proceso que culmina con el invento de la fotografía y el cine,
supuestos medios de captación objetiva de la realidad. Occidente siempre ha
privilegiado la mirada como medio de conocimiento por sobre los otros sentidos.
Observar, registrar y clasificar de acuerdo con una taxonomía pretendidamente
universal es el objetivo.
3.Género
Estas reflexiones nos llevan a pensar que a Said se le escapó –o no tuvo interés
en ello- desarrollar el problema de género, el cual, según la investigadora turca
Meyda Yegenoglu,4 forma parte de la construcción del discurso orientalista. Si
bien en su estudio esta autora se limita, como Said, al ámbito del Islam y, en
especial, al velo femenino, su afirmación de que para el discurso orientalista
Oriente equivale a mujer resulta aplicable a Japón: para conquistar ese Oriente
misterioso y exótico que quita el sueño a Europa, hay que conquistar a sus
mujeres, pero para ello es necesario rasgar primero el velo, pues sólo
descubriendo el rostro oculto se adquirirá el conocimiento necesario para
conquistarla (metáfora de la conquista del país). Lo que hacen los orientalistas
es elaborar una metafísica del velo.
4
Yegenoglu, Meyda, Colonial Fantasies, Cambridge, Cambridge University Press, 1998.
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No obstante, para rasgar el velo y conquistar a la mujer musulmana, sólo hay
dos caminos: la seducción o la fuerza. Son muchos los textos elaborados en
Europa que muestran este proceso, especialmente a partir de la expansión
colonialista del siglo XIX.
Otra característica del discurso orientalista es que, entre sus autores, en su
abrumadora mayoría hombres, hay algunos ejemplos femeninos. Yegenoglu
critica no sólo a las autoras del siglo XIX sino también a las feministas
contemporáneas por su obsesión en quitar el velo a la mujer musulmana, sin
pensar que ellas están sujetas a la tiranía de ese otro velo que es el maquillaje.
El velo en sí no es una forma de opresión y en ocasiones puede ser utilizado
como arma en contra del conquistador.
En el fondo de todas estas cuestiones yace asimismo el problema de la
creación de estereotipos, pues el estereotipo es lo que mejor se acomoda a la
manía de clasificar y ordenar del pensamiento positivista decimonónico.
4. Japón
En nuestro análisis del orientalismo hemos dejado de lado por un momento la
cuestión del japonismo, corriente estética que surgió en Francia en el Siglo XIX y
que alcanzó gran difusión entre los autores modernistas latinoamericanos, como
ya se ha mencionado. El japonismo, sin embargo, a pesar de su aparente
valoración positiva del “otro” constituido en este caso por Japón, no deja de
formar parte del discurso orientalista. En el japonismo, la expresión más
acabada del País del Sol Naciente lo constituyen sus mujeres, en especial la
geisha y su epígono barato, la prostituta (la mujer abnegada de raíces
confucianas que aparece después y también es convertida en arquetipo, sólo
sirve para afirmar a aquélla). Nada más natural, entonces, que las zonas rojas y
sus prostíbulos sean escenario dilecto del orientalismo, en el caso de Japón
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Yoshiwara, barrio galante de Tokio de visita
obligada en la imaginación
(cuando no en la realidad) por los escritores que aman lo exótico. Gómez Carrillo
nos deja por escrito un texto sumamente sintomático en ese sentido, texto
elogiado por Darío.
Pierre Loti, en Madame Crisantemo, seguramente sin imaginar el éxito que
su arquetipo femenino alcanzaría con el correr de los años y prácticamente
hasta la segunda mitad del siglo XX, elaboró un catálogo minucioso de
japonerías y retratos femeninos, que caben perfectamente en el discurso
orientalista, tal como lo definen Said y Yegenoglu.
En Crisantemo –la protagonista de Loti- el velo se vuelve maquillaje; la túnica
musulmana, kimono. La mujer objeto se transforma en
muñeca -pequeña,
sonriente, superficial t amanerada- en manos del seductor europeo –serio,
solemne, superior, dueño de la verdad-. La intención es poseerla, para así
poseer al país, y luego abandonarla para regresar a la Europa decimonónica
civilizada. Loti es, sin embargo, inteligente, y se da cuenta finalmente del fracaso
del intento: detrás del maquillaje y del kimono no se oculta ningún secreto,
ninguna esencia. El narrador regresa a su patria desilusionado. Sin embargo, es
la primera parte de Crisantemo, la que construye el estereotipo, la que
sobrevivió a los cambios y sirvió de modelo para la construcción del discurso
sobre la mujer japonesa presente en gran parte del siglo XX y no sólo en la
generación modernista.
5. Latinoamérica
El propósito de esta investigación es demostrar que, en lo que se refiere a la
mujer japonesa, los textos modernistas y los de autores latinoamericanos
posteriores no pudieron escapar al discurso orientalista hegemónico impuesto
desde Europa, a veces adquiriendo las características positivas del japonismo,
pero siempre con la carga ideológica que, frente a la diferencia, prefiere
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refugiarse en la comodidad del estereotipo. En otras palabras, América Latina
asume como propio el discurso orientalista. En ese sentido, es evidente el
colonialismo que ha marcado a un sector de la cultura del subcontinente.
He aquí algunos ejemplos que ilustran esta afirmaciones:
José Juan Tablada
Japón (fragmento)
¡Áureo espejismo, sueño de opio,
Fuente de todos mis ideales!
Jardín que un raro kaleidoscopio
Borda en mi mente con sus cristales!
Tus teogonías me han exaltado
Y amo ferviente tus glorias todas;
¡Yo soy el siervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!
Por ti mi dicha renace ahora
Y mi alma escéptica se derrama
Como los rayos de un sol de aurora
Sobre las nieves del Fusiyama.5
Rubén Darío
El rey burgués (fragmento)
¡Japonerías! ¡Chinerías!, por lujo y nada más. Bien podía darse el placer de un
salón digno del gusto de un Goncourt y de los millones de un Creso: quimeras
de bronce con las fauces abiertas y las colas enroscadas, en grupos fantásticos
y maravillosos; lacas de Kioto con incrustaciones de hojas y ramas de una flor
monstruosa.6
5
6
Tablada, José Juan, El Florilegio, México y París, Librería de la Vda. De Ch. Bouret, 1904, p. 121.
Darío, Rubén, Azul, México, Edit. Latino Americana, p.2.
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La muerte de la emperatriz de la China (fragmento)
Recaredo era en esto un original. No sé qué habría dado por hablar chino y
japonés. Conocía los mejores álbumes; había leído buenos exotistas, adoraba a
Loti y a Judith Gautier, y hacía sacrificios por adquirir trabajos legítimos de
Yokohama, de Nagasaki, de Kioto [...]7
Divagación
Ámame japonesa , japonesa
Antigua, que no sepa de naciones
occidentales; tal una princesa
con las pupilas llenas de visiones,
que aún ignorase en la sagrada Kioto,
en su labrado camarín de plata
ornado al par de crisantemo y loto,
la civilización de Yamato.8
Prólogo (fragmento)
Así que tuve un verdadero placer cuando leí lo que Gómez Carrillo me escribía
al cabo de un mes de vida japonesa: “He tenido una deliciosa desilusión. En vez
del país europeizado y americanizado de que hablan los publicistas, he
encontrado el delicioso pueblo de los abanicos. Entre los Leroy Beaulieu y los
Loti, los Loti tienen siempre razón. Es un país de muñecas y de sonrisas, el
Yamato. Fuera de Yokohama que es internacional, fuera de los métodos
industriales y de los sistemas guerreros que son europeos, todo sigue siendo lo
mismo que antes. Desde mi ventana veo pasar á Madame Crisantema envuelta
en su Kimono claro. [...] Lo demás –los paraguas de papel, los trajes de seda,
las sandalias de madera y las reverencias y las elegancias y los mimos y las
7
8
Ibid. P. 34
Darío, Rubén, Prosas profanas y otros poemas, México, Edit. Latino Americana, pp. 25-26.
10
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extravagancias –todo lo demás, persiste como en el más lejano antaño. [...] Es el
Japón de Loti, querido Rubén, el de Loti y Kipling, el de Lafcadio Hearn y el de
Percival Lowel [...]”
Yo voy con él, en las páginas que prologo, como en un junco de ensueño. Voy
hacia
ese
país
prodigioso
que
comprendí
más
que
nunca
en
las
representaciones de Sada Yacco... ¡Sada Yacco! En una luz extraña, al son del
samisén, me fué revelada como un número distinto, como una existencia
desconocida. [...] Esa sensación me renuevan ciertas páginas de Gómez Carrillo
sobre la tierra de los daimios y de a
l s gueshas. [...] Me siento en medio del
paisaje “color de azafrán y de perlas” y en las casas de papel, sin que me
presenten á la falsa Crisantema de los turistas, bebo el saké, como con los
hachi, tengo las corteses reverencias y amo, en los kimonos bordados, la
delicadeza de las sutiles marionetas de carne, que los portan como la libélula su
traje de pedrerías.9
Enrique Gómez Carrillo
Sada Yacco (fragmento)
En el occidente gracias á ellos –á ella [Sada Yacco] sobre todo_ hemos
comenzado á amar el verdadero Japón, viendo en las escenas que representan,
escaparse de los ideales de los abanicos, de las cajas de laca, de las cancelas
suntuosas, á la humanidad menuda y hierática del Extremo Oriente, entre vuelos
de Ibis y muecas de máscaras. Sí, en el teatro de la gran artista hemos
admirado á las ghesahas, á los caballeros y á los samurayes. Hemos temblado
ante las peleas en las cuales los minúsculos rivales demuestran que tienen
almas de tigres y miembros de gatos salvajes. Los hemos visto á ella, flor carnal,
cortesana sensitiva, loto blanco de jardín lejano, vivir, un instante, toda la
existencia de frívolos amores, y luego morir con sinceridad hasta hoy nunca vista
en el teatro.10
9
Darío, Rubén, Prólogo, en Enrique Gómez Carrillo, De Marsella á Tokio, París, Casa Editorial Garnier
Hermanos, s/f, pp.viii-xiii.
10
Gómez Carrillo, Enrique, DE Marsella á Tokio, op. cit., p. 237.
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El culto de la cortesana (fragmento)
Por fin me hallo en el Yosiwara. Los poetas dicen “la ciudad sin noche”. Pero
mejor harían en llamarla la ciudad sin día, puesto que es la cristalización de una
bella noche de placer. Todo, en efecto, es aquí nocturno. En los árboles, entre
las ramas obscuras, resplandecen como frutos de encanto las más variadas
linternas de color. [...] y cada una de esas casas de te que ocupan los ángulos
de las calles, parece, con sus músicas apagadas y sus iluminaciones
caprichosas, el palacio de algún hada amarilla.
Mas lo que mayor sorpresa nos causa á los que venimos por primera vez á
este parque de flores vivas, es la perpetua exhibición de mujeres que sonríen
dentro de sus jaulas. Yo ya había leído descripciones detalladas del
espectáculo. A través de las páginas de Loti y de Lowel, había visto á las
musmés colocadas en sus escaparates como juguetes de carne que todo el que
pasa puede comprar.. [...] Las cortesanas no parecen resignadas, sino contentas
de exponerse así, envueltas en magníficas sedas á las miradas del público. En
sus ojos negros, lejos de inclinarse como las de sus hermanas de occidente,
álzanse serenamente altaneras. Son divinidades populares, menudas diosas
vivas, ídolos tangibles. Y ellas que lo saben, gozan de su prestigio y se
complacen en su poder.
11
Nicolás Tanco Armero
Capítulo XIII
Las japonesas (fragmento)
El japonés es por naturaleza perezoso é indolente; esto se observa al
momento y lo indica su modo de ser y costumbres. A la inversa del chino, es
gastador, y con tal de ganar para la subsistencia está contento y satisfecho.
Escéptico por naturaleza, es hipócrita y falso, siempre está con la sonrisa en los
labios aun cuando esté enojado, y si se llega á enfurecer asesina á cualquiera al
son de una estrepitosa carcajada. Bajo la capa de suavidad y dulzura encubre
un mal fondo, y como el indio, es astuto, malicioso y vengativo. Así vésele con
11
Gómez Carrillo, Enrique, El alma japonesa, París, Casa Editorial Garnier Hermanos, s/f, pp. 251-2.
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frecuencia acariciar para mejor asestar sus golpes, y aprovechar la oportunidad
para ejercer sus venganzas.
[...]
Es la mujer japonesa de carácter suave y sumamente afectuosa con el marido,
jefe absoluto de la familia. Sometida y resignada con su suerte, obedece
ciegamente cuando le manda el marido, sin hacer la menor observación.
Cuando joven es poco recatada, y ya hemos visto que no tiene nociones de
pudor, ni aquellos principios que son la base de la buena educación y de la
virtud. Si debido á sus extravíos y mala conducta llega á tener familia, esto es
una recomendación en lugar de una tacha, un aliciente en ves de un obstáculo
para casarse, pues ha dado prueba de fecundidad, requisito muy importante
para que encuentre novios con facilidad.
12
Los anteriores constituyen diferentes tipos de discurso elaborados en América
Latina: poético, en el caso de Tablada y Darío; ensayo literario, en la caso de
Gómez Carrillo; crónica de viaje, en el caso de Tanco Armero. En ellos es
evidente la perspectiva orientalista, derivada del japonismo francés, en los tres
primeros, y del orientalismo liso y llano, en Tanco Armero.
En el japonismo latinoamericano, como ya se ha mencionado, el discurso
sobre Japón rescata los aspectos exóticos, el color local y el repertorio de
“japonerías” elaborado en Francia, dejando de lado, casi siempre, la valoración
ética a favor de lo estético. Estamos frente a un discurso
que, de manera
implícita, contrapone lo universal europeo a lo particular (léase exótico) japonés,
exaltando este último.
En el discurso orientalista, más amplio que el anterior, la supuesta
superioridad y universalidad de lo europeo (por más que quien produzca el
discurso sea un latinoamericano como Tanco Armero) se manifiesta claramente
12
Tanco Armero, Nicolás, Recuerdos de mis últimos viajes. Japón, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra,
1888, pp. 174-6.
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en apuntes de carácter racista, de descalificación moral y, en su grado extremo,
de denigración del “otro”, en este caso el japonés (amarillo, menudo, holgazán,
traicionero, violento, el hombre; pasiva, sumisa, insignificante, aunque inmoral y
depravada, la mujer).
Estos
ejemplos
son
útiles,
en
principio,
para
demostrar
que
en
Hispanoamérica, a partir del último tercio del siglo XIX, la adopción del discurso
orientalista es evidente. América Latina se visualiza a sí misma como parte
integrante de ese Occidente “blanco, burgués, positivista y cristiano”, depositario
de los valores universales de la civilización europea contrapuesta a la “barbarie”,
por lo que construye una imagen del “otro” (asiático o africano, pero también
latinoamericano, cuando no pertenece a la élite en el poder, como el indio, del
texto de Tanco Armero) muy acorde con las premisas de dicho discurso. Japón
y sus mujeres en el discurso latinoamericano constituyen un ejemplo muy útil
para poner en evidencia el colonialismo cultural del América Latina en los inicios
de la modernidad.
Las preguntas, entonces, a plantearse son, por lo menos dos: si, como
afirmamos, hubo “orientalismo” en América Latina, ¿en qué corriente de
pensamiento se inscribe ese orientalismo? ¿Sería lícito entonces hablar de
colonialismo cultural? Las respuestas se darán en un próximo trabajo.
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