Mi infancia armónica.

Transcripción

Mi infancia armónica.
MI INFANCIA ARMÓNICA Uno de los momentos más ricos en mi primera formación fueron los estudios de armonía que hice con Dante. En esos momentos era muy importante para mí descubrir los “secretos” de la construcción armónica, de cara al análisis y a su uso en trabajos propios. Todo aquello tenía un halo muy particular, porque cada clase me abría la cabeza, y a la vez, me hacía entender muchas de las cosas que ya tenía en la oreja de tantas obras escuchadas de los grandes compositores de siempre. Ese estudio era muy exhaustivo, Dante solía decir que “ya que lo hacemos, vamos a hacerlo bien…”. Así, la historia de la armonía iba desfilando delante nuestro, como muchos de sus intríngulis estéticos y técnicos. A veces por razones que ignoro, ciertos conocimientos “se borraban”, y al encarar un nuevo problema armónico, resultaba que yo había olvidado algo más o menos básico, a lo que ambos aludíamos como “mi infancia armónica”. “Sergio, ya te olvidaste? Pero esto pertenece a tu infancia armónica!” Bien, la historia de la armonía fue pasando hasta llegar a la armonía errante y todos esos contextos en los que cualquier cosa podía ser interpreatada como cualquier cosa (Sonata op.1 de Berg, por ej.). Ya Dante me había anunciado que estábamos sobre el final, y que los estudios de una disciplina para los objetivos que se habían planteado, alguna vez se tenían que acabar. Recuerdo que ya anunciadas las útlimas 2 o 3 clases, estábamos en uno de esos análisis “que cualquier cosa podía ser cualquier cosa”. “Ves?, por ej. este acorde puede ser interpretado como fundamental tal, y desde X# menor sería la Sub, pero pensando que este pedal etc. etc. etc…”. Esas “últimas explicaciones” a mi me sonaban como apocalípticas, porque si bien ya conocía bastante el atonalismo, no me acababa de cuadrar que todo condujera a esa especie de “tierra de nadie”, en donde virtualmente todo era válido (al contrario de lo que era mi iluso pensamiento: que acabada una importante parte de mi formación, yo sabría perfectamente cómo encajaba todo en cualquier contexto ‐me río de mí mismo!‐). Me le quedo mirando y le digo “Pero Dante, al final, para qué estudiar tanto, si al final todo lo que me enseñó se va a la mierda? Si cualquier cosa puede ser cualquier cosa, hubiéramos empezado por ahí y hubiera sido más corto!”. Él se rió bastante, y procuró “consolarme”, que la cosa no se acababa ahí, y que la armonía, como la música, era una cosa viva, y que por lo tanto, siempre era susceptible de muchas visiones, aunque de música del pasado se tratara… (o sea, que nunca se acababa de estudiar). No pude más que encogerme de hombros, y creo que le contesté: “Dante, esto es peor que la infancia armónica, esto es la muerte armónica!” Hoy que sé positivamente que “cualquier cosa puede ser cualquier cosa” (afortunadamente), todavía echo de menos la salvaguarda del saber, sea en la armonía o en cualquier aspecto de la composición, esa tabla de salvación que nos permite mitigar un poco el vértigo de no saber qué hacer o cómo organizar unas ideas. Puedo decir que en ese aspecto Dante nunca me engañó… 

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