ESTAMPAS DE SEMANA SANTA EN JINOTEGA Autor: Doctor
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ESTAMPAS DE SEMANA SANTA EN JINOTEGA Autor: Doctor
ESTAMPAS DE SEMANA SANTA EN JINOTEGA Autor: Doctor Simeón Rizo Castellón PRIMERA ESTAMPA Es difícil dilucidar si Jinotega ha existido o existe todavía. Desde que a Johana Mostega la situaron en el encuentro de dos ríos misteriosos y no se supo de qué ríos se trataba, nunca se dilucidó si era el Coco y el Poteca, el Bocay y el Cuá o simplemente los dos pequeños ríos que abrazaban el escondido valle de Jinotega. Nadie sabe el origen de ese pueblo cobijado de nieblas. Además sus habitantes han sido siempre misteriosos, altos, blancos, barbudos y peludos que envueltos en sus chamarras bajaban por las tardes a los valles de Matagalpa, Sébaco o Chagüitillo, acompañando a la niebla de la montaña y desaparecían cuando ésta se disipaba. Jinotega y los Jinoteganos siempre ha sido un misterio. Nunca se ha sabido a ciencia cierta si mueren o desaparecen, si se transforman o cambian de sitio, si hablan o trasmiten el pensamiento, si existen o son una ficción pero nunca dejan de estar presentes en cualquier acontecimiento. En Jinotega solo dejaba de llover para Semana Santa, periodo que se aprovechaba para secar todo, maíz, frijoles, chigüines, colchas, sábanas y sal que traían del pacífico; también se aprovechaba para bañarse, pues una ves al año no hace daño y naturalmente para las magnas celebraciones de la Semana Mayor. Como todos saben la Gran Semana comienza el domingo de ramos con la simulación de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén montado en un pollino. Cuando en 1750 Fray Agustín Morel de Santa Cruz visitó Jinotega les aclaró que un pollino era un burro joven pues hasta entonces hacían entrar al Jesús montado en un pavón grande que era lo que encontraban mas parecido a un pollo y se les hacía muy difícil arrendarlo dentro de la Iglesia. Desde aquel entonces una familia muy conocida en el pueblo se encargó de criar, mantener y alistar al burro que cargaba a Jesús del Triunfo todos los primeros domingos de Semana Santa. A partir de aquel tiempo a esa distinguida y católica familia se les llama Los Burros. SEGUNDA ESTAMPA En 1907 los Santos Varones como se apelaba una asociación de fieles cristianos y connotados ciudadanos encabezados por Don Eulogio Pastora, Matilde Blandón y Tomás Palacios y por miembros de la Comunidad Indígena de Sasle como Toribio Herrera, Pedro Pablo Hernández y Procopio Rizo, decidieron solicitar una imagen de bulto a España como desagravio a la persecución y tropelías que el gobierno del General Zelaya había perpetrado a la verdadera religión. Aconsejados por el Padre Mamerto Reyes hicieron su pedido a la casa de Imaginería y Objetos Religiosos, A. Roca y Hermanos, que funcionaba en el número 16 de la calle Saavedra y Fajardo en Aljezares, Murcia, según dice la placa que en la parte posterior de la imagen tiene adosada y según los papeles de importación que se guardan en los archivos de nuestra Santa Catedral de San Juan de Jinotega. Al Jesús de Jinotega lo hicieron de pelo largo como corresponde a un Nazareno, cara barbada, ojos tristes, cuerpo fino y en posición cabalgante como los Santiagos de España. En 1920 el Jefe Político del Católico Gobierno Conservador Don Salvador Machado, el Alcalde Municipal Don Bartolomé Moreira, el Juez de Distrito Don Benito Rosales todos miembros conspicuos de la Comisión Pro Celebración de una Semana Santa Digna decidieron que no era propio que la imagen de Jesús entrara triunfante en un burro, aunque le llamaran pollino, y fueron a solicitarle al Doctor Trinidad Castellón, que además de médico era criador y exportador de mulas finas, que les vendiera o donara una mula de calidad acorde a la dignidad del pollino cabalgante. El Doctor Castellón haciendo honor al lema de su farmacia ¨rebajar pero no regalar¨ les dijo que les podía dar un buen precio por una bella, briosa y elegante mula tordilla de 60 pulgadas de alzada. El Administrador de Rentas de la época, Don José María Venerio, dijo que tratándose que su señora padecía mucho de llanto y nostalgia por su natal Chinandega y que vestir esa bella imagen le ahuyentaría la pena él financiaría esa compra que se remató por 30 pesos oro. Sabido era que a Doña Inmaculada Montealegre, esposa de Don Chema, como era conocido, todos los días a las cuatro de la tarde, cuando se iniciaba la lluvia vespertina le entraba una angustia espantosa que explotaba en un llanto triste y silencioso cuando implacable e inevitable la niebla de las cinco, obscurecía, escondía y difuminaba a personas y cosas. El sábado previo al domingo de ramos trajeron de El Limón, la finca del Doctor Castellón, a la mula y la encerraron en el potrero de Don Inocente Rivera, que era aledaño al llamado Primer Paso del Río Viejo y junto al Calvario, donde desde siempre se iniciaba la entrada triunfal del domingo de las palmas benditas. A las seis de la mañana de ese domingo, Terencio el ordeñador de Don Inocente, llevó bien bañada y cabresteada la hermosa mula a la explanada del Calvario. A las siete llevaron los aperos de la mula; una montura de chorizo Estiliana, regalo de Don Fermín Zamora, un mantillón rojo donación de Don Pedro Lumbí, unas gualdrapas azules que se derramaban por las ancas adhesión de Zacarías Chavarría, el freno lo confeccionó el insigne herrero Carmelo Gonzáles; las riendas, cinchas y grupera fueron tejidas con crin de caballo, por el posteriormente famoso, debido a la guerra de Sandino, Pedro Altamirano. A las siete y media llevaron, sostenido en andas por cuatro fieles, el Jesús cabalgante vestido de rojo, sombrero de plumas del mismo color, capa y manto albo y espuelas de plata. Lo encaramaron sin dificultad a la mula y cabía tan bien que pensaron que no era necesario mayor amarre, solo le entrelazaron las manos en las riendas y metieron sus pies en los estribos, además iba a ser escoltado por personas serias y las más importantes del pueblo. Cinco minutos antes de las ocho se aparecieron las autoridades antes dichas vestidas de rigurosa etiqueta, como correspondía, con sombreros de copa, chaqué, zapatos de charol, guantes de cabritilla y las señoras a la última moda de Jinotega. Coincidiendo con la llegada de las autoridades y principales del pueblo entró a la explanada el Señor Presbítero Guillermo Frenzell, con bonete negro y roquete, cíngulo y estola blanca, precedido por cuatro monaguillos de sotana roja y capas blancas; rubiecitos, coloraditos, traídos de San Rafael del Norte muy al gusto del Padre. Se organizó la procesión encabezada por los Hosanadores; eran diez personas que tenían por trabajo gritar Hosanna constantemente, batir las palmas de pacaya y barrer el paso del pollino que cargaba al triunfante Jesús y debía desfilar por la calle real, cubierta de arcos, flores, hojas de guineos y banderas de papelillo, hasta su entrada triunfal al atrio de la iglesia del pueblo. Después venían los monaguillos; el delantero llevaba en alto el lignus crucis, lo escoltaban un poco atrás, dos inciensadores y cerrando el rombo y frente al cura se colocaba al que cargaba la vasija y el hisopo del agua bendita. El cura bendecía. El alcalde, como correspondía a la principal autoridad tiraba el mecate de cerda de la jáquima de la mula; de cada una de las argollas esquineras de la montura salían unas cintas verdes que sostenían con devoción las autoridades que escoltaban a la mula y custodiaban a Jesús. Agarrados a dos palos que sostenían una manta que decía Dios Orden Justicia, sendas autoridades de segundo orden, seguramente secretarios, cerraban el desfile. A las ocho en punto se inicia la procesión. La banda musical del Maestro Pastrana, colocada al lado derecho de los procesantes, inició el evento con la alegría, algaraza y fuerza de la Marcha Militar General Chamorro; los vientos, clarines, trombones, trompetas y tubas irrumpieron, como marcialmente corresponde, al unísono, con los tambores, bombos y redobles; la infaltable salva de cohetes, bombas, triquitraques, vivas y gritos de arriar ganado coreaban alrededor de la mula y su jinete. Con el estruendo la mula se suspende, se levanta sobre los cuartos traseros y salta de frente, se apoya en las patas delanteras donde mete su cabeza; con el corcovo lanza la imagen como a cinco metros; el sombrero y las plumas por un lado, la capa, túnica y traje en jirones por el otro y lo mas triste, las piernas se quebraron, saltó una para la derecha, la otra unida al tronco, para la izquierda y un brazo para el lado. La pintura de la cara se choyó pero gracia a Dios la nariz y los ojos quedaron indemnes. A pesar del estropicio se consideró un milagro que no se perdiera la totalidad de la imagen y que ningún devoto resultó herido solo con el tremendo susto, sombreros dañados, algún pantalón roto por el brinco y un tacón de zapato roto de una señora con ataque de nervios. Terencio saltó a controlar la bestia; con la izquierda sujetó el ronzal, con la derecha le acarició y palmeó el cuello a la mula que se tranquilizó, pero también es cierto que los músicos espantados se callaron y el silencio invadió la explanada. Cuando todo se calmó el alcalde y el cura llamaron a conciliábulo. Se plantearon los siguientes problemas ¿que pasaría con la mula y con la inmediata procesión de Jesús del Triunfo? Respecto a la mula se decidió que el problema no se tocaría en los días santos y se resolvería hasta el lunes de Pascua. El Doctor Joaquín Noguera, especialista en torceduras, aberturas de carnes, zafaduras y quebraduras, aseveró que era de todos conocido que por cualquier caída de caballo o mula se recomendaba por lo menos siete días de absoluto reposo en cama por tanto la opinión de la medicina era que se llevara en tapesco o parihuela al descalabrado Jesús a su lugar de descanso natural, la iglesia. La opinión fue considerada como sabia y prudente por los importantes participantes del conciliábulo y se decidió pedir prestada una tijera de lona a Don Erasmo Mendoza, vecino de la explanada, para llevar en andas a Jesús hasta la Iglesia. Rápidamente Doña Inmaculada, quien se le había nombrado encargada oficial de todo lo concerniente a la imagen del Jesús del Triunfo, acomodó la ropa y joyas con amor y devoción sobre las fracturadas partes que ya habían sido recogidas y reclinadas sobre las sábanas blancas que cubrían la tijera prestada. Cuando todos estaba aparentemente listos para reiniciar la procesión y en el mismo orden anterior, Doña Inmaculada se dió cuenta que la pierna izquierda no se había roto y estaba pegada al tronco pero como el Jesús había sido construido en posición cabalgante, la pierna quedaba en posición poco digna, o sea levantada en ángulo de 45 grados sobre el plano horizontal y hacía aparecer al fracturado acostado en posición ridícula. Rápidamente le colocó unas almohadas en la espalda dejándolo semisentado y eliminando la risible posición de ir con una pata medio levantada. Ese año la procesión de las palmas benditas se realizó con el Jesús quebrado y acostado, cargado por cuatro fieles en una tijera de lona sin burra, pollino o mula. Las Palmas de resurrección de ese año fueron de duelo pero en la procesión no faltaron las vivas y rezos, cohetes, hosannas, marchas militares y sones de toros, inclusive pasodobles. El anterior accidente fue interpretado como una premonición de que algo le pasaría al Partido Conservador gobernante y efectivamente el Presidente Diego Manuel Chamorro, que llevaba de Vicepresidente al Jinotegano Bartolomé Martínez, no terminaría su periodo y muy pronto el partido estaría como el Jesús de Jinotega, maltrecho y fracturado. La semana santa del año 20 transcurrió sin otros sobresaltos y con la dignidad y solemnidad de siempre. El lunes de pascua, en las oficinas del Alcalde Municipal se reunió lo más conspicuo de la sociedad Jinotegana para enfrentar y resolver los problemas presentados el domingo de ramos y se redactó la siguiente acta. ASAMBLEA AMPLIADA DE LA ILUSTRE MUNICIPALIDAD DE JINOTEGA PARA CONOCER EL CASO DE LA MULA EXCOMULGADA Siendo las ocho de la mañana y estando presente el Señor Jefe Político, el Alcalde Municipal, el Juez Letrado de lo Civil y Penal, el Jefe de la Policía, el Párroco de la Iglesia, Munícipes y representantes de los gremios profesionales y artesanales y demás fuerzas vivas de la ciudad que en acta aparte se nombran y firman se inició la sesión presidida y moderada por el Señor Alcalde quien sometió la agenda para su aprobación. Los temas a discutir fueron el sacrílego corcovo de la mula que botó al Jesús del Triunfo y como segundo tema que hacer con el fracturado. Tomó la palabra el Señor Alcalde para solicitar al Señor Pedro Pablo Avilez, apodado El Burro, que omitiera su sarcástica sonrisa, alusiones impropias y expresiones de alegría porque si es cierto que se había intentado suprimir el desfile en el pollino que siempre su familia había preparado para la magna procesión del Domingo de Ramos, la divina providencia había dado su veredicto y se restablecía la inveterada costumbre de usar el pollino de conocida procedencia familiar y criado en su finca. El aludido se levantó, se sacó el sombrero en señal de saludo, inclinó la cabeza y sonrió ampliamente pero no dijo ni gracias. Superada la participación ofreció la palabra a la concurrencia. El Jefe de Policía Don Pedro José Vílchez con voz fuerte y tajante pidió pena de muerte para la sacrílega mula y que el mismo se ofrecía para ultimarla con su arma de reglamento para evitar reclamos judiciales. El Padre Frenzell con voz dulce nos recordó a San Francisco de Asís y su amor por los animales y a San Antonio de Padua que se valió del habla de una mula para realizar un milagro que glorificaba el poder de nuestro señor. Opinando en contrario de la fuerza policial el pensaba que ese accidente fue una señal del Todo Poderoso y proponía a la distinguida concurrencia que a la fatídica explanada se le bautizara como Barrio San Antonio. El Señor Jefe Político opinó y propuso que si alguien quería quedarse con la mula podía ser vendida por el precio que se pagó por ella, palabras aplaudidas por el Señor Venerio que esperaba recuperar su dinero. Ninguno de los presentes opinó al respecto pues nadie quería ser dueño de una mula excomulgada. Como en esa reunión se encontraba presente el Doctor Castellón, vendedor de la mula, se le ofreció devolver la mula y que regresara el dinero recibido por ella. Airado respondió que el había vendido un semoviente de la mejor calidad y que llenaba las estipulaciones especificadas en la carta de venta por tanto le parecía insólita la oferta. Se discutió al respecto pero como no hubo postores para quedarse con la mula el Doctor Castellón ofreció una transacción, compraría la mula pero como la tal mula estaba estigmatizada solo ofrecía 10 pesos oro y la exportaría para su venta en Honduras. Del gato un pelo dijo el Señor Venerio y se cerró la vista del caso de la mula sacrílega. El segundo punto se resolvió fácilmente pues como también estaba presente en dicha asamblea Don Luis Lezama afamado y hábil ebanista local se le encargó la refacción del maltrecho Jesús del Triunfo, cosa que aceptó, y declaró que como fiel católico practicante no cobraría por el trabajo pero si solicitaba que a su amada esposa, Doña Ambrosia, se le nombrara oficialmente asistente de la encargada de cuido y arreglo de la procesión del Domingo de Ramos. No habiendo mas que tratar se aprobó lo siguiente. 1. No fusilar a la mula y devolverla a su antiguo dueño previo pago del Doctor Castellón al Señor Venerio de la cantidad convenida. 2 .Entregar, con inventario, para la refacción adecuada la imagen de bulto de Jesús del Triunfo a don Luis Lezama. 3. Nómbrese a Doña Ambrosia Rodríguez de Lezama como Asistente oficial de la encargada del cuido y arreglo de la procesión del Domingo de Ramos. 4. Llámese desde esta fecha al lugar donde acaecieron los aciagos hechos de la mula excomulgada Barrio San Antonio y póngase bajo su advocación. Dado en la ciudad de Jinotega a los 17 días del mes de Abril de 1920. Es copia fiel del libro de actas de esta Municipalidad y para que así conste firmo Candelario Rivera Secretario y Notario Oficial. Esta acta estuvo guardada en los archivos de la alcaldía hasta 1980 en que el ilustre representante de la triunfante Revolución sandinista Compañero Homero Guatemala quemó libros, actas y memorias de la municipalidad, convirtió en ceniza todo lo que recordara el pasado ominoso y tomando en cuenta, que le habían asegurado enManagua, que se estaba gestando el hombre nuevo decretó que en Jinotega la historia comenzaría el 19 de Julio de 1979. Consecuente con este principio científico se le cambiaría al Barrio San Antonio su burgués, religioso y retrógrado nombre por el del héroe, mártir y ejemplo a seguir Comandante Germán Pomares, de tan grata recordación por sus valores intelectuales. Don Luis Lezama cumplió y arregló la imagen pero desolado declaró que debido al estropicio en la madera de las piernas del Jesús no le pudo rehacer la posición de cabalgante pero que la solución la encontró haciéndolo desfilar montado sobre una montura galápago. El Padre Frenzell no puso obstáculos y aceptó dicha solución afirmando que cuando estuvo en Tierra Santa observó que los palestinos montaban a los burros sentados de lado y lo confirmó con unas estampitas alusivas al Domingo de Ramos que compró en la plaza de Roma por cinco liras y que solicitaba su reembolso. Los raspones y cholladuras las arregló Panchito Argueta, pintor insigne, aprovechando unos quince días que estuvo abstemio por haberlos pasado en la bartolina. Desde entonces nunca más hubo problemas con la procesión del Domingo de Ramos que inicia la Semana Santa en Jinotega. TERCERA ESTAMPA Hace un tiempo me encontré con un primo que se fue del pueblo en 1948; emigró a California y recordábamos con nostalgia la Semana Santa en Jinotega. Los afuerinos llegaban al pueblo a hospedarse en casa de parientes, compadres o amigos y además de comprar ropa para estrenarla en esos días traían en zurrones de cuero todas las vituallas necesarias para esos días junto a perros, gatos, alcaravanes, venaditos, loras y hasta alguna vaca negra para la leche y cuajada del día. Las damas se vestían con sus mejores galas y los caballeros con sus mejores prendas. Nadie faltaba a las procesiones que se aprovechaban para flirteos, coqueteos, jalencias y hasta pruebas de amor aprovechándose de las devociones y frondas del parque central. Todos los días eran solemnes pero las palmas se la llevaba la última misa del Jueves Santo en la que se leía la totalidad del evangelio según San Juan; se lavaba los pies a los apóstoles y se ponía en el suelo al Santísimo hasta que se cantara gloria a las doce de la noche del Sábado previo al Domingo de Resurrección. Ambas celebraciones se atestaban con fieles de todos los niveles sociales. La Iglesia en ese tiempo era pequeña y obscura; 16 enormes pilares de cedro real de una sola pieza sostenían las dos aguas del techo de tejas que cubría la nave central y laterales. Las paredes, sin ventanas, eran de una piedra blanca, de textura suave, calcárea, única en la región, que le llaman cantera, y la cortaban del tamaño de un adobe. La luz era tenue pues entraba cuando estaba abierta la enorme puerta de roble que separaba la nave central con el atrio y por las pequeñas ventanas posteriores de la sacristía. Los hachones de ocote colgados de los pilares, las velas y cirios que se quemaban a los pies de los santos trasmitían ondulaciones lumínicas tamizadas por las sombras de los santos que, hieráticos, cuidaban la casa del Señor. Para cualquier Jinotegano el olor a incienso, el perfume de pinos y candelas quemadas en la penumbra y silencio de aquella iglesia vacía evoca la niñez y nostalgia del tiempo pasado y confirma su pertenencia al terruño. El piso era de ladrillos de barro cocido, constantemente barrido y salpicado de agua por Doña Teodora Martínez, ayudante para todo, del sacristán don Hermenegildo Gutiérrez. El campanario era una torre lateral que sobrepasaba al techo. El altar era de maderas preciosas ensambladas, sin clavos, con un nicho para el copón del Santísimo, de guayacán negro con su base de guayacán blanco. La caoba, el canelo, el zorrillo y el granadillo con sus colores naturales conformaban el plano de fondo y todo lo torneado que limitaba los retablos era de cedro, maría y palo de rosa. El altar fue diseñado y construido por Don Luis Lezama en los años treinta pero en los años cincuenta, cuando se reformó la iglesia el altar fue cambiado por uno de piedra, blanco, pintado en rosado, azulino y dorado pero el ara era de mármol y traído de Italia. El cura y el pueblo entero estuvieron muy satisfechos con el nuevo altar pues al fin entraban a la modernidad a pesar de la oposición de Apolinar Gadea que siempre ha sido un Don me opongo; lo que se salvó de nuestro viejo y criollo altar, pues tuvo que ser rajado para desmontarlo, fue enviado a una ermita de las afueras. Don Gumersindo Monzón afirmó con sonrisa sardónica que la leña del altar dio buen fuego y oloroso a incienso, frase que rechazo por irreverente y sacrílega por tanto no le hacía ninguna gracia Don Carlos José Zamora. La gente se apretujaba en la Iglesia por orden de jerarquía social. Nadie invadía el lugar que no le correspondía no se sabe porque regla. Al lado izquierdo del altar se sentaban las autoridades municipales vestidas de café o azul oscuro, sin sombrero, una cinta negra les rodeaba los brazos derechos, siempre serios y cariacontecidos por la solemnidad del momento y saberse importantes. Los militares embutidos en sus uniformes de gala, con medallas, espadas y botas altas de tubo, brillantísimas. Frente a ellos las autoridades eclesiásticas con sus ropas talares y sus estolas brillantes, algunas bordadas de oro. En la nave central y a la izquierda estaban las hijas de María, de punta en blanco y cinta azul de donde pendía la medalla de plata de la Virgen de la Concepción. A su lado se sentaban las Matronas de la Virgen, entradas en años y grasas, con una cinta amarilla alrededor del cuello de la que pendía la infaltable medalla de plata. Al lado derecho de la misma nave, vestidos de saco, corbata negra y cinta del mismo color en la solapa, se sentaban los principales del pueblo; detrás de ellos, sus hermosas mujeres, compitiendo en elegancia, con sus trajes negros de mangas largas y cuellos de minardí cerrados por camafeos de marfil; sombreros o redecillas y finos pañuelos perfumados que se llevaban regularmente a la nariz. Detrás de las devotas Marianas se sentaban los artesanos sin levas, vestían blancas camisas de cuello cerrado por botón brillante y sus mujeres con chalinas cubriéndoles la cabeza. En el resto de la Iglesia y naves laterales el pueblo se mezclaba con devoción y silencio roto por algunas toses o esputos esquineros. El celeste o rosado del satín de los trajes de las campesinas contrastaba con el rojo, azul y morado de los vestidos de algodón, manta o sarasa que vestían al común de las mujeres del pueblo y ambas envueltas con mantones negros. Los cabellos negros brillantes con olor a heliotropo y jazmín se confundían con el pachulí, brillantina Para Mi y perfume agrio de sobaco mezclado con olor de ropa secada a la lumbre y sudor de pie embotado en hule compitiendo con el fuerte y oloroso incienso que inundaba la iglesia. El aire era pesado con el olor propio de la multitud y sobretodo acuérdense que en esos fríos lugares el agua y el jabón no son los mejores amigos de sus habitantes y que la alimentación de esos días estaba hecha a base de frijoles molidos, huevos cocidos y tamales pizques. Pero en Semana Santa todos los sacrificios son pocos en comparación con los sufridos por nuestro Salvador cuya muerte conmemoramos precisamente. La fe mueve montañas y tapona olfatos. Todo esto, que se había perdido en la bruma del tiempo, como todas las cosas, como todos los amores y odios, como las gotas de la lluvia o las chispas de la memoria, resucitaron en la conversación con mi primo. De aquella iglesia no existe nada y aquellas personas solo aparecen como brisas fantasmales en el recuerdo de los que un día los amamos. Todos los Jinoteganos caminamos al inevitable olvido, nos zambullimos en nuestra infaltable bruma para nostálgicos revivir nuestras infancias y llorar triste y suavemente la felicidad perdida. La bruma de Jinotega es la presencia y abrazo dulce de sus idos; cuando ésta desaparezca los Jinoteganos habremos dejado de existir para siempre jamás. CUARTA ESTAMPA Una de las imágenes mas bellas que atesora la iglesia de Jinotega es El Flagelado. Es un Cristo atado a una columna por el brazo derecho y la cintura; cayendo, apoyado en su mano izquierda y el brazo flexionado para impedir su desplome. Llama la atención la expresión de su rostro que no es de alguien sufriendo por los latigazos recibidos sino de alguien ya entregado a su destino y más bien con el fastidio del que quiere que todo se termine. La cara barbada muestra cierto rictus que permite observar la boca entreabierta y sus dientes pequeños; el color de la piel es blanco pálido y su mirada pacífica dirigida en lontananza; la fisonomía es totalmente española. Su cuerpo semidesnudo esta cubierto, en sus partes nobles, por la imitación en yeso de un lienzo blanco con pliegues ondulados, en las rodillas se nota los raspones, moretones y laceraciones pintadas, imitando sangre y los traumatismos que la produjeron. La imagen es de tamaño natural por tanto la peana donde descansa es grande y pesada, tiene a cada lado cuatro troneras por donde se introducen los palos de madera con un extremo cuadrado y el otro cilíndrico, relleno este último con algodón y forrada con una tela de lona, para dañar menos los hombros de los 16 fieles promesantes que deben cargarla. El Flagelado fue encargado por el Padre Ernesto Oyanguren a Valladolid, España a la afamada casa C. Alonso y cuya fábrica funcionaba en la Calle de los Santos No 124. Como la solicitud exigía que fuera construido siguiendo el boceto que el dibujante y artista Jinotegano Heriberto Blandón había diseñado, hasta después de siete años llegó la nota avisando que el Cristo Flagelado estaba listo para su embarque. Para ese tiempo ni el Padre Oyanguren ni Heriberto Blandón vivían en Jinotega por tanto nadie sabía del asunto del Cristo, pero el rico hacendado Don Bonifacio Rizo dijo que el sufragaría los gastos ocasionados y su transporte. Así llegó al pueblo este Cristo Flagelado aunque Don Bonifacio no vivió para ver y participar en las celebraciones por tan magno acontecimiento, pero su hija María fue designada, de por vida, para el cuido y arreglo del Flagelado, preparación y ejecución de la mas solemnes de las procesiones de la Semana Santa de Jinotega que era el Vía Crucis al medio día del Viernes Santo. Doña María Rizo Vda. de Rivera fue por derecho familiar y propio, dueña y señora del Cristo Flagelado hasta el día de su muerte, por tanto ella decidía todo lo concerniente a esa imagen; en relación a ese tema el cura tenía solamente voz y Doña María decidía, por tanto escogía, a los ayudantes, cargadores, soldados romanos y cirineos que participaban en la procesión. Ella guardaba las túnicas rojas y azules compradas en Barcelona para vestir al Cristo y los papeles tornasolados, enserados y pintados por Don Juan Rosales que ornamentaban la peana. Cuando con mi primo recordábamos estas historias me contó una anécdota que le pedí me dejara por escrito para salvaguardarla de la fragilidad de la memoria. Esto es lo que me entregó mi primo. SOLDADO ROMANO EN UN VIA CRUCIS DE JINOTEGA. Relato para mi primo Simeón por su primo Cipriano como regalo de Navidad. Glendale, California U SA. Diciembre de 1962. Tenía 8 años cuando mi tía María, dueña y señora del Vía Crucis, me escogió para salir de soldado romano el viernes santo del año 48. Quien se podía negar. Me mandaron hacer una faldita roja, hasta la rodilla, plisada, unida a una camiseta de manga corta del mismo color. La coraza del pecho y espalda era de cartón forrado con papel de aluminio brillante lo mismo que el casco con orejeras romboidales colgantes, coronado por un penacho de crin de caballo y plumas de lapas y loras. Un palo de escoba con su punta de lanza forrada con papel plateado lo tomaba con la derecha y el escudo de cartulina, de igual brillo, lo asía con la izquierda. El atuendo reproducía para mí, y para los diseñadores del pueblo, la aguerrida indumentaria del soldado romano. El jueves santo, antes que pusieran al Santísimo en el suelo, trasladaban al Flagelado desde la parte inferior del altar de la Iglesia, donde permanecía todo el año, hasta lo que se llamaba la Jefatura Política, amplia casa de anchos corredores, vecina a la casa conocida como de los Rizo, habitación de la tía María. Allí se prepararía todo lo concerniente a la procesión del medio día del Viernes Santo. Jueves, viernes y sábado santo eran días muy lúgubres en Jinotega. La enorme matraca instalada en la torre del campanario, con sonido anunciador de duelo, sustituía a las roncas, cantarinas y sonoras campanas del pueblo y grajaba cada hora su lúgubre aviso, de día y de noche. El ambiente se cortaba con cuchillo; solemnes la gente caminaba despacio, no se escupía al suelo, se hablaba en voz baja; ni perros, relinchos o gritos de niño quebraban el silencio. Solo los coyotes aullaban por la noche venerando al Señor de las tinieblas. Se sentía una sensación de duelo universal. El Señor estaba en el suelo. No había jefatura. Cristo visitaba por tres días el Infierno. Satanás y sus huestes eran los dueños del destino de los hombres; se aparecía en forma de sirenas a los bañistas, en apariciones y espantos a los impíos, y en demonios a los desobedientes o trasgresores de las reglas seculares. La humanidad jinotegana sentía la orfandad y el desamparo de un Dios ausente. Una ansiedad expectante invadía los corazones de aquellos sencillos cristianos. El negro era el color del cortinaje colgante en las naves y el morado cubría a los santos; el devoto costurero Lalo Hernández les ponía en el pecho una rosita roja a los santos varones y blanca a las mujeres, para distinguirlos. El viernes a las diez de la mañana estaba casi todo listo, el Flagelado aparecía bello y sobriamente arreglado con rosas rojas, claveles del mismo color y dalias moradas. A esa hora estaba listo con mi fiero traje romano pero como la jornada sería intensa y el sol pegaría fuerte, mi tía mandó a mi prima Ángela, que me diera un gran vaso de avena con leche que por su sabrosura pedí que me repitiera. En la parte posterior derecha de la peana, en un pequeño saliente de madera, como un balcón, estaba situado el lugar que me correspondería vigilar al Flagelado, atado a una regla vertical adosada al saliente para con seguridad cumplir con mi función de soldado romano. Justo debajo de mi, se situaba uno de los promesantes, que se turnarían cada media cuadra cargando al Flagelado. Ser cargador era un gran honor. Todos los primos inundábamos los corredores de la Jefatura. Los mayores, vestidos de domingo, ayudaban en lo que podían. Siempre recuerdo a la Ligia Fajardo tan bella y coqueta, mariposeando; la Merceditas siempre diligente y atenta, Tomás inquieto y nervioso, ¨ loocking for¨ como le decía el gringo Jerry LaRue, y en una esquina resentido, al primo Juan, amargado e incapaz de querer a nadie, ni a mi tía María que lo crió, pues fue moto; nadie se extrañó cuando unos años después fue encontrado, como a Judas, colgado de un árbol de chilamate, y que coincidencia un sábado santo. Los de en medio jugaban, corrían bajo regaño, peleaban o conversaban. Todos los familiares de la tía María participaban en las procesiones, los mas agraciados de ángeles los menos los ponían de espalda al público o detrás del altar con el incensario. Ese viernes que me tocó ser soldado romano me acompañaba arriba en la peana mi primo Mario López como Cirineo; su hermana Magda como Madre de Cristo y Lía Noguera como María Magdalena pero ellas irían a pie y solo aparecerían en la estación adecuada. Todos estábamos debidamente caracterizados. El Cireneo con un pañuelo atado a la cabeza y su túnica café recogida en la cintura por un cordel; la Madre con túnica blanca y rebozo negro que le cubría la cabeza, la Magdalena con traje de colores vivos y muy pintada. Antes de subirnos a la peana la prima Eleonora me llevó un tazón grande de cúsnaca que no solo no rechacé sino que pedí repetición. La jornada sería larga. El Cireneo y yo ocupamos respectivos puestos; el primero al frente presto para ayudar al flagelado y yo donde correspondía para cuidar al Cristo. Nos ataron por la cintura a la consabida regla de seguridad y dieron la orden de subir la peana, para arriba gritaron a unísono los cargadores, bamboleantes, nos levantaron. De pronto se oyeron voces alteradas. Recuerdo a Doña Leticia López con los brazos en alta y voz alarmada, que decía, bájenlo, bájenlo, el soldado romano va cañambuco. Cuando volvimos al suelo Doña Ticha diligentemente ordenó, quítenle el calzón a la Magdalena y pónganselo al soldado romano. Malos presagios. Así sucedió. Rápidamente me embutieron un calzón blanco de Lía, La Magdalena. Nunca me expliqué porque tanto escándalo, a esa edad no había mucho que enseñar. Mi prima Merceditas aprovechó la situación para darme un gran vaso de tamarindo helado porque el calor ya apretaba. Volvieron a repetir la operación de izamiento y lentamente fuimos saliendo de la penumbra de los corredores de la Jefatura a la asoleada calle que nos conduciría a la Iglesia. Con el sonido de la matraca que anunciaba el medio día en punto, y dos tambores redoblantes que marcaban el lento paso, atravesando la multitud, llegamos al atrio de la Iglesia. Nuestra condición excepcional nos permitía una observación privilegiada. El cura párroco, sacerdotes y monaguillos formaban frente a la puerta de la Iglesia listos para iniciar la procesión de catorce estaciones. Y así empezó mi Vía Crucis. Un clarín de órdenes llamó a silencio. El Padre Valencia, desde el atrio de la Iglesia, rodeado de las autoridades eclesiásticas y precedidas por monaguillos con incensarios, pebeteros, y lignus crucis, con fuerte voz y su acento colombiano, inició la procesión llamando a los participantes a persignarse. Desde mi privilegiada posición observaba como se ordenaban las personas para participar en el Vía Crucis, según la ley no escrita de la precedencia social; un mar de sombrillas negras defendían a los fieles del sol, de quemante justicia, que torturaba, implacablemente, a los jinoteganos huidores del sol; los hombres, como signo de hombría, duelo y respeto, no se amparaban en tan femenil escudo. El Padre Valencia comenzó. ¡Por mí, amorosísimo Jesús, por mí habéis recorrido este camino doloroso! ¡Que deuda inmensa de gratitud tengo con vos! Por vuestro amor quiero recorrerlo yo, deseando ganar las indulgencias concedidas en este santo ejercicio. Os amo, Dios mío y no volveré a seros ingrato. Amen cantaron a coro los participantes. Después de este ofrecimiento bajó del atrio y con toda su comitiva se puso al frente de la procesión. Rodeando a las autoridades eclesiásticas se colocaron las autoridades civiles y las naturales del pueblo. Detrás de nosotros marchaba la banda municipal y el resto de la población. La potente voz, a capella, del sacerdote anunció. Primera Estación. Jesús condenado a muerte. Te adoramos, OH Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo y a mí, pecador. Al unísono los feligreses contestaron Señor Ten piedad de nosotros. Vos ¡OH buen Jesús! Condenado a muerte para que yo viva eternamente. Lágrimas, sangre, torturas, afrentas, dolores de mi Dios….he ahí el fruto de mis pecados. Después el sacerdote inicio un Padre nuestro, una Ave María y un Gloria al Padre. Las personas que guiaban los rezos iniciaron el estribillo que cerraba las oraciones. Señor pequé, ten piedad y misericordia de nosotros, bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores y lágrimas de su Santísima Madre al pie de la cruz. Por tus sangrientos pasos Señor seguirte quiero y si contigo muero dichoso moriré, piedad perdón te pido, pequé mi Dios pequé. Terminada la oración se movió la procesión hacia la próxima estación que era frente la tienda de Agustín Chang esquina opuesta al parque. La banda municipal nos acompañaba con una solemne marcha fúnebre. Caminamos media cuadra mecidos al compás de la música, y se paró la procesión. El Padre Valencia anunció. Segunda Estación. Todos nos detuvimos. Jesús con la cruz a cuestas. Se repitieron las oraciones cambiando solamente la jaculatoria correspondiente a la cargada del leño. Lentamente, a paso solemne, guiados por el ritmo de la música, nos encaminamos hacia la tercera parada que sería frente a la Farmacia Castellón. Ciertos signos de alarma me aparecieron a nivel de intestino delgado. Borborigmos, ruidos estomacales nada propicios iniciaban su sinfonía. Caminábamos lentamente, a ritmo contrario a mis movimientos estomacales, que se hacían más activos y frecuentes. Tercera Estación, Jesús cae por primera vez. Todo me parecía lento, ya no entendía ni escuchaba las oraciones. Mi preocupación se centró en mis ruidos y contracciones musculares esfínterianas. La música me parecía lejana. Seguimos la marcha, yo la sentía eterna, y más cuando una sudoración helada comenzaba a recorrer mi espalda. Me sentía pálido. La frente perlada de sudor y la necesidad me ascendía de abajo y detrás hacia arriba. La situación llegó a ponerse crítica cuando cruzábamos frente a la casa de mi tío Ramón Gadea. Todo mi cuerpo y era un solo músculo contrayéndose y relajándose. Subía y bajaba las piernas. Apretaba. Marchaba sobre el mismo sitio La avena, cúsnaca y tamarindo hacían su efecto y cobraban en mi persona sus cualidades castigando mi gula. Ya no pude más. Casi desmayado me entregue a la laxitud que pedía mi cuerpo. Que alivio. Un liquido caliente, torrencial, sentí que corría por mis piernas desnudas de soldado romano. Antes de averiguar que había pasado agradecí la sensación de tranquilidad y paz que invadió mi cuerpo; después, tímidamente, con cuidado, volví la mirada hacia abajo para observar el líquido amarillento que bañaba la cabeza, orejas, y cara del cargador; nunca podré olvidar esos ojos incrédulos, atónitos, resignados, que con dificultad buscaban una explicación. Detuvieron la procesión. Me bajaron. En andas y con cuidado, para no embarrarse, me llevaron casi desmayado, a casa de mi tía Isolina, quien rápidamente me sacó el calzón sucio de la Magdalena, me subió por detrás la falda plisada de soldado romano, me doblaron boca abajo y me pusieron bajo la llave de agua del jardín de la casa. Mi tía me preguntó como me sentía, me dio una tizana de guásimo llamada tapaculo, y como no tenía hijos varones me puso un calzón de mi prima Olga. Quedé como nuevo, limpio, feliz y tranquilo. Por orden de mi tía María me cargaron de nuevo y en carrera me llevaron a subirme a la peana de la procesión. En ese momento la procesión del Flagelado estaba terminando el cuadro de la Cuarta Estación que es el encuentro de Jesús y María y participaba mi prima Magda, por tanto daba tiempo para mi subida y amarrada. Antes de mi percance estomacal alcancé oír los comentarios del padre Valencia a la tercera estación, decía siempre es penoso ver a un adulto caído; cuando me subieron de nuevo a la peana no pude quitarme la idea de la cabeza, que penoso es ser un soldado romano cagado. Terminó el Vía Crucis a las tres de la tarde en punto. Cuando el Flagelado entró al templo sonaban las matracas. La banda Municipal tocaba la Marcha Fúnebre más triste y solemne de su repertorio escrita por Daniel Pineda. El ambiente interpretaba fielmente los sentimientos de duelo de esa tarde jinotegana. La gente se retiró lentamente a sus hogares. Me soltaron y corrí a mi casa. No tenía muchas ganas de nada. Por la noche nos reunimos en el quiosco del parque amigos, parientes, conocidos, visitantes de otras ciudades y todos comentaban la diarrea, por no decir la cagada, del soldado romano. Cuando me comenzaron a decir, primero tímida y eventualmente, luego mas seguido y descarado para terminar casi a coro, Cipriano se te soltó el ano; no aguanté, me retiré como perro apaleado; al día siguiente le pedí a mi padre permiso para ir terminar las vacaciones a la finca. No regresé hasta Mayo que se iniciaban las clases. Gracias a Dios que para esa fecha emigramos a Estados Unidos y no regresé más que esporádicamente al pueblo. Todo está olvidado. Hasta aquí el relato de mi primo que trascribo fielmente. Doctor Simeón Rizo Castellón Jinotega, 30 de Marzo de 2010