LA VERDAD DE LAS VÍCTIMAS Por Joseba Arregi. Publicado en el
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LA VERDAD DE LAS VÍCTIMAS Por Joseba Arregi. Publicado en el
LA VERDAD DE LAS VÍCTIMAS Por Joseba Arregi. Publicado en el nº. 49 de la revista Bake Hitzak ( Palabras de paz ) de la Coordinadora Gesto por la Paz Si algo de cierto existe en la violencia y el terrorismo es que produce víctimas: los que sufren directamente el atentado, y los familiares que se quedan con el dolor, el sufrimiento, el vacío y el sinsentido. Las víctimas son reales, forman parte de la historia real. Su naturaleza de víctimas no es algo que hayan elegido. Lo dijo con claridad en cierta ocasión la viuda de Fernando Buesa: mi marido no ha dado la vida por la democracia, se la han arrebatado a la fuerza, con violencia. Produciendo víctimas, el terror, que tanto sabe de tácticas y de estrategias, de manejo del lenguaje para engañar a la sociedad y a los enemigos políticos, que son todos los que no son terroristas, produce, sin embargo, una contradicción que le resulta insalvable: la realidad histórica de la víctima hace, por su propia existencia, imposible la meta del terrorista. Si éste llegara a alcanzar su meta, ello significaría la segunda muerte de la víctima, la que dotaría de justificación a la primera. Pero para ello debiera contar con la aquiescencia de la propia víctima, que ya no está presente por culpa de una acción concreta del terrorismo. Y nadie más está legitimado para dar esa aquiescencia en nombre de la víctima. Uno de los efectos colaterales más perniciosos del terror radica en la división que provoca en la sociedad en la que actúa. En la política vasca y española lo vivimos en nuestras propias carnes. Todo lo que afecta al terrorismo y todo lo que está afectado por el terrorismo es escenario de división. Y el terror sonríe, sin querer hacerse presente su propia contradicción y su propia imposibilidad. También las víctimas, el trato que se les debe, la política que tiene que ver con ellas, se ha convertido en motivo de división. Lo peor de la división no es que exista, que se reconozca que no estamos de acuerdo en la política a seguir en todo lo que les afecta, sino que además su existencia es utilizada para denigrar al adversario político. Es algo que, probablemente, no tiene remedio en democracia. Esa situación no debiera, ser obstáculo, sin embargo, para reflexionar sobre el significado político de las víctimas. Porque lo tienen. Llama poderosamente la atención cómo se asume, y se reclama, la intención política de la violencia y del terror, y sin 1 embargo se oculta o se anula la significación política de la víctima. Desde el campo nacionalista y desde determinada izquierda se ha reclamado la necesidad de reconocer la intencionalidad política de la violencia, vinculando a ese reconocimiento la necesidad de una solución política para el problema de la violencia. Dejando de lado la posibilidad y la necesidad de poner en cuestión esa vinculación entre intencionalidad de la violencia y contenido de la solución -bastaría un simple juego de trasposición del argumento a otro tipo de actos violentos y de delitos para comprobar la debilidad del vínculo- es posible asumir sin reservas la afirmación de que el terrorismo de ETA posee intencionalidad política, y extraer consecuencias radicalmente distintas a la de la necesidad de satisfacer en algún grado las exigencias de los planteamientos de los terroristas. En primer lugar, es preciso subrayar que la adjetivación como política de la violencia terrorista de ETA no la hace más comprensible, más aceptable, más humana, menos crimen. Todo lo contrario: la hace mucho más grave. Es la violencia más gratuita de todas. La más fría. La más calculada. La más premeditada. La más alevosa. Y si cualquier crimen por motivos de codicia, de odio o de pasión debe ser castigado por la sociedad porque pone en peligro de alguna forma los lazos que construyen y mantienen en alguno de sus puntos la convivencia y la cohesión de la sociedad, la violencia terrorista pone en cuestión la existencia misma de la sociedad en su conjunto, en aquello que la constituye como tal y le da forma y sustento: la violencia política es la amenaza de desintegración de la sociedad, la puesta en cuestión de cualquier maarco de derecho y libertad. Pero hay más. En el caso del terrorismo de ETA es legítimo y posible, es incluso necesario buscar el significado de la acción terrorista en la intención del actor, de quien comete el asesinato, de la organización terrorista. Manteniendo el paralelismo trazado antes entre intención de la violencia y solución a la violencia, muchas veces creemos que para entender el significado de la víctima se puede utilizar la misma vía: la o las intenciones políticas del asesinado, lo que defendió en vida, lo que escribió o proclamó en su actividad profesional, en especial si todo ello se halla en referencia a la solución del problema terrorista. Y por esa razón para unos la necesidad del diálogo entre los partidos, e incluso la necesidad del diálogo con los terroristas, puede llegar a estar justificada precisamente por unas víctimas, mientras que para otros es precisamente lo contrario lo que está justificado por otras víctimas. Y así terminamos con que hay muertos de unos y muertos 2 de otros, víctimas para unos y víctimas para otros, quedando otras muchas como víctimas para el olvido. El significado político de las víctimas y la verdad de las víctimas, sin embargo, no hay que buscarlos en sus ideas, en sus intenciones. La verdad de las víctimas queda sellada en la intención del asesino. Esa es la consecuencia de tomar en serio la frase de que el terrorismo de ETA es una violencia de intencionalidad política. Con cada atentado mortal, con cada asesinato, con cada víctima que produce ETA está sellando de forma irrevocable el significado y la verdad de las víctimas. Y esa verdad se deduce del esfuerzo por contestar con la mayor claridad posible a la pregunta: ¿por qué matra ETA? ¿qué busca ETA a través de los asesinatos? ¿qué quiere conseguir ETA por medio de la violencia terrorista? Ahí está la verdad de las víctimas. No en lo que éstas pudieron pensar en algún momento en relación a la solución del problema del terrorismo, sino en la intencionalidad con la que ETA establece y produce su naturaleza de víctimas. Ésa es la verdad contenida en la frase de la viuda de Fernando Buesa: mi marido no dio la vida por la democracia, se la arrebataron con violencia. La víctima no ha tenido oportunidad de establecer intencionadamente el sentido de su ser víctima. No ha podido hacerlo. La condición de víctima conlleva el que le sea impuesta a la fuerza, con violencia. En ello radica la verdad de las víctimas. Y esa verdad dice algo muy sencillo. Las víctimas no caben en la sociedad que quieren los terroristas. Las víctimas son un obstáculo vivo para la meta que quiere conseguir ETA. Son víctimas porque ETA tiene que limpiar el camino a la meta y la meta misma. Pero precisamente como víctimas hacen imposible esa meta: no puede existir una sociedad vasca en la que no pudieran tener sitio las víctimas con todo su significado político, significado que está formulado en las razones por las cuales ETA las constituye precisamente en víctimas. La sociedad vasca tendrá que ser una sociedad, en sus elementos definitorios, en sus definiciones institucionales, en la que quienes han sido asesinados por ETA estén incorporados con su significación de obstáculo a la meta de ETA, a una sociedad homogénea en el sentimiento nacionalista. Además de la división que también en las cuestiones que afectan a las víctimas se produce en el ámbito político, la presencia del terrorismo conduce a argumentaciones que, por lo menos, pueden ser caracterizadas como curiosas en algunos casos. Quiero referirme a dos tipos de argumentos que se presentan en estrecha relación mutua. 3 Se discute incesantemente sobre la separación limpia entre fines políticos y medios que se utilizan para conseguirlos. Se plantea la posibilidad de compartir los medios con cualquiera, aunque sea una organización terrorista, si al mismo tiempo se condena la violencia y se proclama una voluntad clara de querer alcanzar esos fines por medios pacíficos. Y se argumenta sobre el derecho legítimo a defender cualquier idea, cualquier proyecto político, cualquier ideología siempre que esa defensa se haga por vías pacíficas. Ambos argumentos, vuelvo a repetirlo, están estrechamente ligados. En ambos casos se olvida, sin embargo, la exigencia marxiana de pensar en concreto, y se olvida sobre todo la verdad de las víctimas. Las verdades abstractas, según Marx, ocultan las relaciones de poder que existen en la realidad, se convierten así en fetiches que ocultan la realidad, la esclerotizan y terminan legitimándola, convirtiéndose en ideología. No se puede discutir en abstracto sobre la separación de medios y fines. No se puede discutir en abstracto sobre el derecho legítimo de cualquier proyecto político, de cualquier ideología. Es preciso tener en cuenta la realidad concreta. Es preciso tener en cuenta cuando se habla de estas cosas en relación a la política vasca y española de la realidad de poder y dominación que construye la violencia y el terror de ETA. Es preciso tener en cuenta cuando se utilizan esos argumentos la verdad concreta, muy concreta, real e histórica de las víctimas. Todos los políticos han aprendido a hablar de la necesaria cercanía que se debe tener con las víctimas, de la necesidad de arroparlas, de mostrarles cariño. Todo eso es necesario. Pero lo que de verdad importa es conocer y respetar la verdad de las víctimas y extraer las consecuencias obligadas para la acción política concreta. 4