Unidad dinámica del Cosmos en San Máximo el

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Unidad dinámica del Cosmos en San Máximo el
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La unidad dinámica del Cosmos en San Máximo el Confesor
Pablo Argárate
Presentación de Víctor J. Herrera para La Escalera
En el presente ensayo, Pablo Argárate explora los fundamentos metafísicos y cosmológicos de
una de las enseñanzas claves en la obra de San Máximo el Confesor, a quien algunos han
llamado "el más metafísico de los Padres de la Iglesia", la cual consiste en el ascenso espiritual
que se inicia con la theoría physiké, o contemplación natural, con sus dos movimientos, como
aquí se verá, para elevarse finalmente hacia la cumbre de la contemplación en la oscuridad
supraluminosa de la theologia mystica. Es un estudio profundo e interesante, cuya lectura
recomendamos, pero lo que lo hace verdaderamente valioso son los pasajes citados de
algunas obras de San Máximo que no han sido traducidas a nuestra lengua.
Sin embargo, no compartimos algunas de las interpretaciones que el autor hace sobre la
doctrina del Confesor y consideramos necesario hacer algunas observaciones previas.
Aprovechamos la oportunidad para desarrollar aspectos esenciales y complementarios de
dicha enseñanza y citaremos algunos pasajes adicionales de la obra del maestro de Crisópolis.
En primer lugar, es cierto que San Máximo subraya la trascendencia del Creador no sólo con el
mundo sensible sino también en relación al mundo inteligible, pues tanto la creación visible
como la creación invisible han comenzado a ser, es decir, no tienen el ser en sí, sino que
reciben el ser por participación, dependen de Otro y, por lo tanto, no pueden ser considerados
propiamente eternos ni consustanciales a Dios. Los logoi de la creación, llamados a veces
razones o esencias de los seres, son constitutivos del mundo inteligible y no se confunden con
pensamientos o emanaciones del Noûs, sino que son donaciones providenciales de la voluntad
divina que permanecen en su naturaleza creatural. Expresado en términos metafísicos,
podemos decir que los logoi, en cuanto arquetipos inteligibles de la manifestación formal,
pertenecen al orden de la manifestación informal, o mundo inteligible, pero no al del Ser puro.
De este modo se preserva la alteridad radical entre los diferentes órdenes de manifestación y
el Principio divino, que es infinito, eterno e inmutable.
Ahora bien, no nos parece adecuado concluir, como hace el autor, que esta separación
abismal, si cabe expresarse así, entre el Creador y su obra deba ser el fundamento de la
unidad entre ambos mundos al ponerlos en igualdad de condiciones en relación a la Causa
primera. En efecto, Argárate dice:
"Es tan abismal la fosa que los pone aparte del Creador, que ella supera cualquier
corte entre ellos. La alteridad del mundo respecto de Dios, de este modo, funda la
unidad del mundo mismo. "
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Si el Principio es igualmente trascendente con respecto a los mundos sensible e inteligible, eso
no significa que deban equipararse uno con otro, anulando así la jerarquía que los ordena y
que hace que el primero dependa ontológicamente del segundo para sostener su existencia.
Por otro lado, tampoco se aclara cómo puede superarse, lógica u ontológicamente, la distancia
infinita que separa a la manifestación del Principio inmanifestado ni cómo, a los efectos de una
realización espiritual, es posible elevarse desde la contemplación intelectual de los mundos
conjugados en su unicidad esencial hacia la inaprehensible eternidad y simplicidad del Logos.
El problema radica, evidentemente, en el modo en que se entiende la noción de logos o razón
de los seres, pues, de acuerdo a lo que hemos dicho hasta aquí, se está perdiendo de vista una
transposición sutil que hace San Máximo al pasar de un orden de realidad a otro, lo cual está
asociado, como veremos, a grados diferentes de conocimiento efectivo, de gnosis. Pues bien,
si las esencias que proporcionan a cada ser su identidad particular, sin las cuales dejarían de
ser ellos mismos, son creaturales (o manifestadas) no pueden coexistir eternamente en la
realidad divina, pues, como de hecho sugiere el Confesor, no puede haber una confusión
sustancialista entre el Creador y las criaturas, cualquiera sea el orden de realidad al que éstas
pertenezcan.
"Algunos dicen que desde la eternidad las criaturas coexisten con Dios, lo que es
imposible. ¿Cómo pueden coexistir desde la eternidad con Aquel que es absolutamente
infinito las cosas que son absolutamente finitas? (...) nosotros que hemos conocido al
Dios omnipotente, decimos que Él es el Creador no de cualidad, sino de esencias
dotadas de cualidad. Y si es así, las criaturas no son coexistentes con Dios desde la
eternidad." [1]
Sin embargo, de modo paradójico aunque sin contradecirse, en otros lugares afirma que los
logoi (o razones) de los seres están comprendidos en el Logos, en la Palabra divina:
"La Palabra de Dios, similar a un granito de mostaza, antes de ser cultivada parece
pequeñísima pero, luego de ser convenientemente cultivada, se vuelve tan grande que
las razones de las criaturas sensibles e inteligibles, como si fueran pájaros, se posan en
ella.
Las razones de todas las cosas, en efecto, se encuentran comprendidas en ella, mientas
que ella no está comprendida en ninguno de los seres." [2]
A esto podemos acotar, usando las palabras de San Agustín, que "nada puede haber en la
mente divina que no sea eterno e inmutable; y a estas razones principales de las cosas Platón
las llamó 'ideas': [diremos] no sólo [que] son ideas sino que ellas son verdaderas puesto que
son eternas y, de ese modo también permanecen inconmutables" [3]
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Por lo tanto, cambiando de perspectiva y situándonos en el punto de vista principial, vemos
que los logoi, comprendidos ahora como posibilidades de manifestación (y no como esencias
creadas), sí pueden ser asimilados a Arquetipos divinos o Pensamientos contenidos y
unificados en el Logos, es decir, al conocimiento eterno de los seres en el Intelecto divino; y
como el Conocer divino no es diferente de Su Ser, no podemos hablar aquí de virtualidades, de
algo que deba ser completado y realizado en condiciones determinadas, en el dominio del
devenir y la sucesión temporal, sino más bien de la raíz eterna y la verdad esencial de cada
cosa. Como señala Guénon, "no puede haber nada virtual en el Principio, sino, muy al
contrario, la permanente actualidad de todo en un “eterno presente”, y es esta misma
actualidad lo que constituye el único fundamento real de toda existencia." [4] La Palabra
contiene la suma de todas las posibilidades, las razones en su fundamento divino y eterno, las
palabras esenciales aún no pronunciadas: contemplándolas en el silencio del abismo secreto,
el Creador nombra y llama a los seres a la existencia.
"Al conocimiento de los seres, en Él preexistentes desde la eternidad, dio el Creador,
cuando quiso, esencia y los trajo a la existencia. Es absurdo dudar de que Dios
omnipotente no pueda formar una esencia cuando lo desea." [5]
Por consiguiente, vemos que el santo utiliza una misma palabra, pero transpuesta en niveles
diferentes, y esto es congruente, precisamente, por la función mediadora de Cristo, entendida
aquí en su dimensión macrocósmica. Cuando hablamos de los logoi creaturales, debemos
entenderlos como reflejo y participación de los Pensamientos o razones eternas e increadas
contenidas en el Logos y, del mismo modo en que Éste es "imagen del Dios invisible" y por
medio de Él puede ser conocido, los logoi son imágenes de la Imagen; son los Sellos divinos
impresos inteligiblemente en la creación, en el cuerpo de la Sabiduría creada. El Logos,
Sabiduría Originante e increada, reunifica en Sí el conjunto de los logoi creaturales, sin
absorberlos ni confundirlos sustancialmente, preservando las diferencias mutuas y su
alteridad con ellos, pues no lo hace como Intelecto puro, sino como Persona que une
hipostáticamente -sin confusión- la naturaleza creada con la naturaleza increada, las imágenes
con el Arquetipo de la Mente divina, uno y múltiple a la vez. En resumen: las razones de los
seres, consideradas en su doble aspecto, eterno y manifestado, son el sostén de la Existencia y
los agentes a través de los cuales la Palabra divina ejerce su acción formadora, mediadora y
unificante en la totalidad del Cosmos.
“El único Logos es al tiempo muchos logoi, y éstos son uno: en referencia a la procesión
creativa y sustancial del Uno, el Uno es muchos; mientras que en relación con el
retorno providente de los muchos al Uno… que reunirá todo, los muchos son Uno.” [6]
Notemos, de paso, que el punto de partida de San Máximo es siempre una meditación
profunda en el misterio de la Encarnación, contemplada en este caso en su sentido universal:
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"El Logos de Dios y Dios mismo desean siempre y en todo hacer realidad el misterio de
su corporeización." [7]
Todo lo que hemos comentado hasta aquí podría sintetizarse en esta sentencia de Cristo
recogida en los Evangelios:
"El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras (logoi) no pasarán" (Mateo 24: 35)
Es decir, el mundo inteligible y el mundo sensible son contingentes, en cuanto obtienen su ser
por una operación libre de la Voluntad divina y no por necesidad, pero los logoi de los seres,
en su doble aspecto, como posibilidad de ser y como esencia creada, permanecerán en la
realidad eterna, reunidos inconfusamente en el Logos.
En fin, llegados a este punto, no nos parece atinado afirmar, como hace Argárate, que San
Máximo "se está oponiendo a toda una tradición espiritualista, marcada por el platonismo",
dentro de la cual inscribe a algunos de los Padres griegos, aunque sí pueda decirse que se
expresa de un modo diferente, más completo y preciso, que sus predecesores. No sólo eso,
sino que también esta doctrina, de valor incontestablemente universal, puede ponerse en
perfecta correspondencia con enseñanzas análogas de otras formas tradicionales, tales como
la doctrina de la Unicidad de la Existencia (Wahdat al-wuyud) en el esoterismo islámico de Ibn
'Arabî y sus epígonos.
Pero como la meditación de San Máximo no se detiene aquí, trataremos de profundizar aún
más en las etapas finales de la vía interior que propone, pues su enseñanza no consiste
únicamente en una especulación teórica, sino que está asociada a un camino concreto de
ascensión espiritual.
En nuestra condición creatural y caída, no tenemos conciencia real de la preexistencia de todas
las cosas en el Principio, pues este modo de ser es concomitante con el modo de comprender
los distintos grados y niveles del ser. Por lo tanto:
"'Reino de los Cielos', es conseguir el conocimiento puro, preexistente en Dios, de los
seres conforme a sus razones propias." [8]
Más adelante, el Confesor especifica que esta expresión, "Reino de los Cielos", se corresponde
con diferentes niveles de realización espiritual:
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"Algunos dicen que el Reino de los Cielos es la vida en los Cielos de los que son dignos
de ello. Otros, en cambio, dicen que es el estado de los que se salvan, similar al de los
ángeles. Otros más dicen que es la forma misma de la belleza divina de quienes han
llevado la imagen del hombre celestial.
En mi parecer las tres opiniones corresponden a la verdad. A todos la gracia futura está
dada de acuerdo con la calidad y cantidad de la justicia que está en ellos." [9]
Pero el camino hacia el Reino, que está "dentro de nosotros", debe comenzar con la
contemplación natural en el ámbito exterior de la manifestación, donde los logoi se reflejan y
el mundo inteligible "se manifiesta figurado místicamente en todo el mundo sensible” por
medio de los tipoi o figuras simbólicas que constituyen el orden de la creación visible; de este
modo, el Cosmos exterior se revela, ante los ojos de aquel que ha purificado su corazón, como
una teofanía, es decir, como "imagen y aparición de la luz inaparente, espejo purísimo, límpido,
íntegro, inmaculado, transparente, recibiendo, si así está permitido decirlo, todo el esplendor
de la primera belleza". [10]
No se trata simplemente de una contemplación abstracta de las razones inteligibles, sino de un
movimiento doble, pues desde los tipoi o símbolos del mundo sensible se asciende hacia la
contemplación de los los logoi del mundo inteligible y desde allí se desciende nuevamente
hacia el mundo sensible para contemplar a los seres creados en su realidad espiritual.
"El fuego inefable y prodigioso escondido en la esencia de las cosas como en un
arbusto, es el fuego del amor divino y el estallido fulgurante de su belleza en el interior
de cada cosa". [11]
"Quien no se detiene en la percepción sensible en las imágenes de las cosas visibles,
sino que con el intelecto indaga sus razones como si fueran huellas de realidades
inteligibles, o las contempla como razones de criaturas sensibles, aprende que no hay
nada impuro en las realidades visibles. En efecto, todas, son por naturaleza muy
buenas." [12]
En un nivel más elevado, el conocimiento sintético y unitario, "relativo a Dios", que integra
todas las razones en la Unidad del Logos sin abolir la multiplicidad de lo manifestado, implica la
adquisición de un nuevo grado de realización interior que se expresa, utilizando un símbolo
universal, como el retorno hacia el Centro de la circunferencia cósmica:
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"Como en el centro se observa absolutamente indivisa la posición de las líneas rectas
que emanan de Él, así el que ha sido hecho digno de ser en Dios entenderá
preexistentes en Él todas las razones de las criaturas, con un conocimiento simple e
indiviso." [13]
En otro lugar, utilizando un simbolismo complementario a éste y que también se encuentra
presente en otras tradiciones, dirá:
"Como el Sol cuando surge ilumina el mundo y lo vemos a él mismo y a las cosas por él
iluminadas, así también el Sol de justicia, que surge en el intelecto puro, se nos muestra
a Él mismo y las razones de todas las cosas que han sido y serán hechas por Él." [14]
Pero así como el Logos es la Puerta y el Camino que conduce al Padre, este conocimiento
puramente intelectual del Sol de justicia, del Pantókrator en el Centro de la manifestación,
será la puerta para una realización trascendente en un no-conocimiento oscuro, directo e
inmediato que supera toda intelección:
“Es en verdad bienaventurado aquel intelecto que en forma loable ha muerto a todas
las cosas creadas: a las sensibles, con la remoción de la operación de los sentidos; a las
espirituales, con la cesación del movimiento intelectual. Nota bien que dice muerte
loable a la muerte de la voluntad de todas las cosas existentes, luego de la cual él
recibe la vida de la gracia divina y, en lugar de los seres, aferra, de manera
inconcebible, la Causa de los seres.” [15]
"El intelecto que, sin ligarse a nada, se dirige hacia la Causa de los seres, estará en un
estado de total falta de conocimiento, porque no contempla ninguna razón en Dios
que, respecto de cada causa, está por esencia más allá de toda razón. El intelecto que
se sustrae a todos los seres, ya no tiene conocimiento de ninguna razón de aquello de
lo que se ha alejado, porque solamente contempla, de manera inexpresable a Dios, en
el que se encuentra por gracia. Efectivamente, el intelecto, que extáticamente se ha
elevado hacia Dios, abandona incluso las razones de los seres incorpóreos, puesto que
no es posible contemplar simultáneamente a Dios y algo que viene después de Dios."
[16]
Llegado hasta el último término, inmerso en la oscuridad supraluminosa, el contemplativo
puede verlo todo con el “Ojo de Dios”, con la mirada divina: ha recuperado su dignidad
originaria y cumple la misión para la que ha sido creado, pues, desde el principio, está llamado
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a reunir, “por el amor, la naturaleza creada con la naturaleza increada, haciéndolas aparecer
en la unidad y en la identidad por la adquisición de la gracia”. [17] Superadas las intelecciones,
ya no ve las razones de los seres contenidas en Logos, sino a la entera Divinidad en cada cosa,
porque allí donde dirija su mirada, sólo verá a Dios.
“Es perfecto el intelecto que por medio de una fe verdadera conoce más allá del
conocimiento, en el supremo no conocer a Aquel es sumamente incognoscible,
contempla lo que es universal en las cosas por Él creadas, y ha recibido de Dios –en lo
que es posible a los hombres, entiendo- el conocimiento que comprende la providencia
y el juicio respecto de las criaturas.” [18]
Referencias:
[1] Máximo el Confesor, Sobre la Caridad. Filocalia II, ec. Lumen, 2003.
[2] Máximo el Confesor, Doscientos capítulos sobre la Teología y la Economía de la Encarnación
del Hijo de Dios. Ibídem.
[3] San Agustín de Hipona, Acerca de las Ideas. Todo y nada de todo. Selección de textos del
neoplatonismo latino medieval, ed. Winograd, 2007.
[4] René Guénon, Misceláneas. Utilizamos el texto disponible en la web.
[5] Máximo el Confesor, Sobre la Caridad. Filocalia II, ed. Lumen, 2003
[6] Máximo el Confesor, Amb. Citado por Ioannis D. Zizioulas en “Comunión y alteridad.
Persona e Iglesia”, ed. Sígueme, 2009.
[7] Máximo el Confesor, Ibídem.
[8] Máximo el Confesor, Doscientos capítulos sobre la Teología y la Economía de la Encarnación
del Hijo de Dios. Filocalia II, ed. Lumen, 2003.
[9] Ibídem.
[10] Máximo el Confesor, Mist. 23; P. G. 91,701 C. Citado por Paul Evdokimov en "El arte del
icono. Teología de la Belleza", ed. Publicaciones Claretianas, Madrid, 1991.
[11] Máximo el Confesor, Amb.; P. G. 91, 1.148 C. Citado por Paul Evdokimov, ibídem.
[12] Máximo el Confesor, Capítulos varios sobre la teología y la economía, la virtud y el vicio.
Filocalia II, ed. Lumen, 2003.
[13] Máximo el Confesor, Doscientos capítulos sobre la Teología y la Economía de la
Encarnación del Hijo de Dios. Ibídem.
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[14] Máximo el Confesor, Sobre la Caridad. Ibídem. Notemos la similitud con estas palabras del
sabio hindú Shankarâchârya: “Cuando el Sol del Conocimiento espiritual se levanta en el cielo
del corazón, expulsa las tinieblas, penetra todo, abarca todo e ilumina todo.”
[15] Máximo el Confesor, Capítulos varios sobre la teología y la economía, la virtud y el vicio.
Ibídem.
[16] Ibídem. Una vez más, este texto nos recuerda otra de las sentencias con las que
Shankarâchârya alude a la realización suprema: “Es Brahma, el que una vez visto, no deja otro
objeto que contemplar; habiéndose identificado con El, ya ningún nacimiento es
experimentado; habiéndolo percibido, no hay nada más que percibir.”
[17] Máximo el Confesor. Citado por Paul Evdokimov en “El conocimiento de Dios en la
tradición oriental”, ed. Paulinas, 1969.
[18] Máximo el Confesor, Sobre la Caridad. Filocalia II, ed. Lumen, 2003.

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