arquetipo que aparece tras la “sombra” el anima en el hombre, el

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arquetipo que aparece tras la “sombra” el anima en el hombre, el
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REVISTA
DE
PSIQ U IA T R ÍA ,
N EU R O LO G ÍA
Y
D O M IN IO S
A F IN E S
arquetipo que aparece tras la “ sombra” el anima en el hombre, el animus
en la mujer. Es un importante fragmento de la psique total que adquiere
una personificación independiente del ego. Tiene siempre características
opuestas a las de la “ persona” especialmente en el orden sexual. Anali­
zando su contextura descubrimos elementos de la propia bisexualidad, de
las experiencias del objeto sexual opuesto acumuladas por herencia, de las
disposiciones creadas en el sujeto para adaptarse al objeto sexual. Pero es
una imagen sintética que no quede agotada por estos predicados como lo
demuestra el hecho de que Jung establezca analogías con la concepción
del alma de las antiguas religiones: con el K a de los egipcios, el fravaschi
de los persas, la “ psique” de los griegos, el genius de los romanos. El
anima es uno de los aspectos de la psicología de Jung que todavía se
halla en curso de investigación (1).
Aparece una vez suspendida o atenuada la función del arquetipo de
la madre que predomina en la primera mitad de la vida. Uno de los ras­
gos que más individualizan al anima es la carencia de rasgos materiales.
Puede aparecer en los sueños incluso como prostituta pero no como figu­
ra maternal. Esto nos pone sobre la pista para comprender mejor, qué
es el anima. Es la mitad femenina de nuestra psique. Es el comple­
mento y el correctivo de la uniteralidad que el propio sexo imprime a nues­
tra personalidad. La concepción latente de Jung nos parece ser la de que la
psique es en su estructura fundamental (tal vez debiéramos decir meta­
física) idéntica en ambos sexos (2). Cada individuo sería, por esencia
un microcosmos de iodo lo humano y poseería, simultáneamente, la po­
tencialidad de lo masculino y de lo femenino. La influencia de la sexua­
lidad en la formación de la personalidad no sería básica como en Freud,
sino simplemente modificadora. La sexualidad imprimiría al alma totalita­
ria una deformación comparable a lo que determine la “ persona” que
obliga a la hipertrofia de unas cualidades y a la atrofia de otras. Nuestro
sexo como nuestra profesión deja sin empleo, una parte mayor o menor, a
veces la mejor de nuestro ser. Estas posibilidades a las que nuestra perso­
na “ masculina” impide “ realizarse” constituyen el anima.
El anima puede dormitar en el fondo del individuo o puede estar pro­
yectada. En ambos casos se comprende que el hombre se sienta extremecido hasta sus entrañas cuando vislumbra la posibilidad de unión con su
anima. Pues esta unión implica la recuperación de su ser totalitario.
Según esta interpretación, el amor, en tanto va dirigido primordial­
mente al anima, sería expresión de tendencia connatural al ser del hombre,
(1)
hom bre,
de una
(2)
N ovalis h a ex presad o el sigu ien te pen sam iento, “ E xisten dos form as de represen tar al
la m anera científica y la m anera poética” . Leyen do a Ju n g se piensa en la p osib ilid ad
form a interm edia.
V éase sobre este tem a H nm holdt, U b er die m dnnliche und ¡ceibliche Form , 1795.

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