De tigres, elefantes y tsunamis

Transcripción

De tigres, elefantes y tsunamis
POR FERNANDO AMERLINCK
NOSTALGIA DEL PORVENIR
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De tigres,
elefantes
y tsunamis
M
éxico se enfrenta a un tsunami que
pone a prueba su competitividad,
su perfil, su identidad y, de plano,
su relevancia ante el mundo.
No hablo del color de algún partido
político sumamente partido, desprestigiado
y poco relevante para abrir el futuro o nada
que valga la pena para desarrollar este país. El
tinte amarillo no viene de fuerzas internas. El
color amarillo distingue a la gente de Asia.
Asia es continente de tsunamis: grandes
olas nacidas del movimiento de profundísimas placas tectónicas que en tierra producen
terremotos y en agua generan maremotos,
cuya ferocidad vivieron los infelices que disfrutaban de la paradisíaca playa tailandesa de
Phuket durante la Navidad de 2004.
Las placas tectónicas de Asia —su profundidad cultural, que acabo de presenciar
en un largo viaje por aquellos lugares— anclan raíces en terreno profundo: heredan de
Confucio su visión de la vida; comparten con
los plantadores de arroz el hábito del trabajo duro, exacto y oportuno; y las ayudan
gobiernos sabios e inteligentes que han
entendido —a diferencia de lo han aprendido por nuestros tecnoeconomistas en el
económicamente decadente Estados Unidos— que bajar severamente los impuestos
y la intervención extralógica del gobierno en
la acción productiva estimula decisivamente
a una economía. Y se mejora radicalmente la
recaudación. Han sabido entender que para
13
junio
2010
que sus pueblos lleguen a ser
algo, necesitan un rumbo. Por
obvio, qué difícil de entender…
Las metáforas geofísicas son tan
útiles como las zoológicas: Asia produce tsunamis, pero también tigres, dragones y elefantes. En México hay jaguares (mejor dicho,
los había, cuando también abundaban los
árboles).
Tigres: en Asia, hace dos décadas se manifestó un fenómeno deslumbrante, cuatro
países pequeños con pocos recursos naturales que en sólo una generación pasaron del
tercer mundo al primero, con una envidiable prosperidad para sus pueblos: Singapur,
Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur.
A esa selecta lista de tigres se han agregado recientemente dos tremendas bestias:
un siempre antipático dragón, el chino. Y un
siempre agradable elefante, India.
Esos dos gigantes amenazan desde hace
rato a los países que no tienen decisión, ni
fuerza, ni aguante, ni talento ni lo que hay
que tener para ser relevante ante el mundo.
Según Robyn Meredith, China se convierte
rápidamente en la fábrica del mundo, mientras que India se convierte en su oficina tras
haber generado una poderosa economía de
servicios que pasó de la rueca a la fibra óptica, luego de que a principios de los años 90
decidió abandonar las dos ruedas de molino
seguidas desde su independencia y que en
más de cuatro décadas mantuvieron a su
pueblo en la pobreza: el antiindustrialismo
de Gandhi, y el socialismo de Nehru.
Lo ha dicho el editorialista indio Gurcharan Das sobre la democracia de libre mercado que más velozmente crece en el mundo:
“India nunca será un tigre. Es un elefante
que ha empezado a menearse y a avanzar…
Nunca tendrá velocidad, pero siempre tendrá aguante… China está ganando el sprint
de arranque, pero nosotros ganaremos el
maratón”.
Ante tales comparaciones … ¿con qué
animal puede compararse México?
En tiempos de Salinas fui optimista. Al
mirar esos cuatro tigres de Asia, imaginaba
yo que México habría de ser un jaguar. Ya no
pienso así. Dado nuestro desempeño reciente, otra zoología evoca mejor al México de
hoy, la de mediados del siglo XIX. La canción
más popular se llamaba Los Cangrejos: “Cangrejos al combate / Cangrejos al compás / Un
paso p’adelante / Doscientos para atrás”.
Pero los cangrejos playeros son rápidos
y ágiles, lo cual no evoca a un país que más
se parece a una tortuga (en portugués se
dice tartaruga, vocablo más evocador). Vive
muchísimos años sin lograr ni hacer gran
cosa; a veces es víctima de cazadores furtivos
que la matan a palos, o de plano comen sus
huevos antes de que puedan originar una
cría. Ese animal que a veces muere antes de
nacer es lento y con un gran caparazón sin el
que no puede vivir. Además es contradictorio:
o muere antes de nacer, o es tan longevo que
puede sentir legítimo orgullo por 200 años
de orgullosa soberanía bajo su sólidamente
protector carapacho.
Quién sabe si tan acorazado quelonio (de
por sí acosado por ratas, cucarachas, dinosaurios, mapaches y parásitos de toda facha) sea
suficiente para batirse con un tsunami amarillo que desde Asia le avienta dragones, tigres,
elefantes y una buena dosis de tiburones.
libertas.com.mx
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