Autobiografía de Francisco Valverde Vargas

Transcripción

Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
UN
NATURAL
TOREANDO
EN
UN
TENTADERO
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Manuscrita por Francisco Valverde Vargas
Transcrita por Susana Liñán Castillo
Revisada por Rafael Valverde García
© 2010 – Auto editada en Barcelona
Son las 22’30 horas del día 22-02-2007, comienzo a escribir esta
historia que si alguien tiene el gusto de leer le va a encantar, la
historia verídica de una persona anónima pero no por eso la
historia que aquí se cuenta deja de ser apasionada. No está contada
por un experto de la pluma pero tiene la ventaja de ser contada por
la persona que la ha vivido. Os invito a leerla hasta el final.
Paco Valverde
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
I
MI INFANCIA
Me llamo Francisco Antonio Valverde Vargas, nací el 5 de
septiembre de 1945, soy hijo de Francisco y Cristina, el menor de
tres hermanos. Yo soy mellizo, el otro mellizo fue niño y murió a las
24 horas de nacer. Creo que hoy no hubiera muerto, en aquellas
fechas los cuidados eran muy deficientes, las mujeres parían en los
domicilios, sin ayuda de ninguna persona experta en la materia.
Puedo asegurar que sin haber conocido a mi hermano lo presiento a
mi lado.
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Nací en una pedanía de Adra que se llama los Curros. Le decían
los Curros porque en todas las casas el cabeza de familia se llamaba
Francisco y en Andalucía a los Franciscos se les llama Curros.
Tengo conocimiento de mi existencia creo que desde que tenía
tres años. Con esa edad mi padre ya me tenía todo el día ocupado.
Me mandaba al campo a guardar dos cabras y a buscar leña.
Aunque parezca mentira esto es cierto: recuerdo un día que yo iba
montado en una de las cabras, la cabra echó a correr, me tiró y me
hice una gran herida en la rodilla. Todavía tengo la cicatriz.
Como iba creciendo, mi actividad en la faenas del campo se
multiplicaban. Mi hermano es nueve años mayor que yo, y yo le
acompañaba todo el día. Tendría yo unos cinco años, un día
estábamos cavando tomates y pasó un avión muy bajo. Para mí ver
un avión era como si ahora viéramos un OVNI, yo apenas había
visto un coche. Pues me quedé mirando el avión y se ve que estuve
mirando más tiempo del debido y mi hermano, con el mango de la
azada, me dio dos buenos garrotazos en la espalda que me quedé
doblado.
Así transcurría el tiempo, en la época de la recolección de la
cebada, trigo y garbanzo yo me tiraba todo el día en el campo, mi
padre había sido muy duro con mi hermano, mi hermano me exigía
a mí. Yo envidiaba a los niños de mi edad, mientras ellos jugaban,
yo trabajaba. Nunca tuve un juguete.
Un día mi hermano me mandó con una mula que teníamos,
cargada de leña, para que mi madre me ayudara a descargarla, yo
para aliviarme me agarraba a la cola de la mula, íbamos subiendo
una cuesta. La mula, que estaba furreada, me cagó todo encima, la
cabeza, la cara y todo el cuerpo. Cuando llegué a mi casa recuerdo
que al verme mi madre como iba, la pobre mujer reía y al mismo
tiempo lloraba. Al principio no me reconocía, iba hecho un
eccehomo.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Un día iba yo con mi madre y una prima suya. Encarna era más
joven que mi madre, recuerdo que se puso a orinar y le vi el
chocho. Yo creía que eran los huevos, y después le comentaba yo a
mi hermano que le había visto los huevos a Encarnilla de la Tía
Cristina. Mi hermano se reía de mí.
Un día estaba yo guardando unas cabras con Encarnilla y
estaba lloviendo y nos metimos en una cueva y ella se puso a orinar
y yo me quedé mirándola. Le digo… “Tú tienes pelos en los huevos?”
y se echó a reír. Me explicó que ella no tenía huevos, que lo que
tenía era para jugar a las casitas con los niños, y se tumbó en el
suelo y me puso a mí encima de ella. Poco pudo pasar, yo sólo tenía
unos cinco años.
Cuando yo tenía unos siete años, nos trasladamos a vivir a la
vega de Almería. Recuerdo que fue el 2 de noviembre de 1952.
Primero nos trasladamos mi padre, mi hermano y yo. Mi madre y
mi hermana se fueron dos meses después. El irnos nosotros antes
era para preparar las tierras y sembrar la cosecha. Mi vida siempre
ha sido dura pero los dos meses que nos tiramos antes de que mi
madre se fuera a vivir con nosotros… aquello era un verdadero
infierno.
Trabajábamos de día y de noche. Yo no recuerdo de pequeño
haberme meado en la cama, sin embargo en aquella época, me
meaba todas las noches. Yo dormía en un catre con mi hermano. El
catre parecía un pozo. Todas las noches mi hermano me echaba al
suelo porque lo ponía chorreando a orines. Me acostaba tan
cansado que apenas caía en el catre me dormía y cuando me
entraban ganas de orinar me lo hacía encima.
Nos levantábamos un rato antes de que fuera de día. Mi padre
y mi hermano se iban a trabajar y yo me quedaba haciendo el
desayuno. Siempre era lo mismo, patatas fritas. Un día iba yo tan
contento con mis patatas fritas muy doraditas, y se me había
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
olvidado echarle sal, y mi padre por poco me pega por no haberle
echado sal.
Otro día hice de comer al mediodía fideos, cuando mi padre se
dispone a comer, al echarse la cucharada en la boca, lo arrojó todo
al suelo, decía que aquello no se podía comer. Era que había una
garrafa de agua del mar y en vez de echarle agua buena, se la eché
de la del mar. Ese día no me escapé sin que mi padre me diera la
receta, dos morcillazos para que espabilara. Yo tenía siete años,
cuando mis hijos tenían esa edad y más años, yo no les dejaba que
tocaran una cerilla, sin embrago yo tenía que hacer la comida y
después me tiraba todo el día trabajando.
En Almería había un sistema de agricultura distinto al resto del
mundo, era el único sitio que por su clima cálido, era muy bueno
para el cultivo de las hortalizas, tomate, pepino, pimiento,
habichuelas… pero para que la cosecha fuera más temprana, se
arenaban las tierras, ya que la arena era más caliente y adelantaba el
desarrollo de las plantas. Entonces no había invernaderos. La arena
se acarreaba con burros desde la playa a los bancales. Nosotros
aparte de una burra, teníamos una yegua muy vieja. La pobrecita
no podría ni con el serón vacío. Un día iba yo con mi yegua, con el
serón lleno de arena, la yegua tropezó y se cayó con tan mala
fortuna que al caer me pisó con la herradura y me hizo unas heridas
tremendas. Como no me las curaba ni me lavaba los pies, se me
infectó y estuve a punto de perder la pierna. Me podía haber dado
el tétano, o gangrena…
Cuando mi madre se fue a vivir con nosotros y me vio las
heridas como las tenía, se asustó mucho. Yo no era consciente si
aquello era bueno o malo. Mi madre me lavó bien el pié e hizo una
pomada con aceite y polvos de talco, y con aquello se curó.
El tiempo iba pasando, para mi era muy lento, yo siempre fui
un chaval muy inquieto, era muy activo. Yo no sabía andar, iba
siempre corriendo. Como vivíamos pegados al mar y yo no sabía
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nadar, un día cojo una tabla, me subo en ella y empiezo a nadar.
Como estaba sólo, pues iba nadando para adentro, y cuando me di
cuenta, estaba tan adentro que no se veía la playa. Me dispongo a
dar la vuelta y la tabla se me escapó. Yo comencé a dar manotazos y
patadas y por fin pude coger de nuevo la tabla. Cuando llegué a la
playa, iba medio muerto, pero jamás he tenido que utilizar un
complemento para nadar, he sido buen nadador, un enamorado de
la playa. Sigo siendo buen nadador y enamorado del mar.
Recuerdo un día, tendría yo unos nueve años y me encontraba
con dos chavales de mi edad, comenzamos a nadar y cuando nos
encontramos muy adentro uno de ellos comenzó a gritar que se
hundía, yo, ni corto ni perezoso, me metí por debajo de él y lo subí
a flote, se agarró a mi cuello y por poco nos ahogamos los dos, si no
es por el otro chaval, aquel día nos ahogamos. Nunca más cometí el
error de meterme por debajo al salvar o socorrer a una persona en el
agua.
Voy a contar una cosa que me sucedió cuando tenía entre nueve
y diez años, se casó un vecino nuestro y estábamos jugando varios
niños y niñas, estaba mi hermana y varias amiguillas suyas, yo
siempre fui un poco pícaro y les preguntaba a las chavalas qué era
casarse y ellas comenzaban a reírse de mi, a decir que no yo no
sabía qué era casarse. Había una de ellas que tendría unos cuatro
años más que yo que me dijo "Tu no sabes lo que es casarse? Yo te voy
a enseñar lo que es casarse”, nos perdimos de los demás niños y me
dijo “Vamos a casarnos”, se quita las bragas, ella tenía el pubis con
vello, yo me quité los pantalones y estuvimos haciendo el amor,
dentro de lo que cabía arreglo a nuestra capacidad, aquello era
casarse y en mis referencias amorosas aquel fue el punto de partida,
aquella niña y yo repetimos infinidad de veces la misma acción,
hasta que un día una hermana suya nos vio y se lo dijo a su madre
y así se acabó la aventura amorosa.
Un día estábamos trabajando y uno de los trabajadores inicia
una conversación que a mi me fascinaba, decía que Luís Miguel
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Dominguín tenía treinta años y treinta millones de pesetas, treinta
millones en aquella época eran más que ahora cien mil millones de
las equivalente pesetas y decía
que Luís Miguel fue el causante
de la muerte de Manolete, el torero más importante de toda la
historia del toreo, me impactó escuchar el nombre de Manolete, yo
no sabía nada del toreo, no había visto nunca ni una corrida, ni
siquiera una fotografía de un torero, lo ignoraba todo, pero me
gustaba escuchar hablar de toros, desde aquel momento decía que
tenía que ser torero, tenía que ser como Manolete, pero no sabía que
era lo que hacían los toreros.
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II
MI PRIMERA ESCAPADA TAURINA
En la feria de Almería del año 1954 mi hermano me llevó a ver
una novillada sin picadores, entre los toreros actuantes toreaba un
novillero de Almería que le decían Pepe Puertos. No tengo
conocimiento literario para poder describir la sensación que sentí al
ver los toreros con aquella vestimenta, esos capotes tan grandes,
por que a mi me habían dicho que los toreros citaban a los toros con
un trapo, yo creía que un trapo sería como un pañuelo, cuando vi
aquello, me fascinó, desde entonces solo pensaba en ser torero.
Continuaba trabajando en las faenas del campo, a la escuela iba
de noche, dos o tres meses de invierno, que era cuando menos
trabajo había en el campo, continuaba viendo alguna novillada,
cuando mi hermano me llevaba, pero mi hermano no era muy
aficionado a los toros. Mi padre, al que sí le gustaban los toros, para
estimularme en las faenas camperas me decía que teníamos que
hacer tanto, que voy a sacar un abono a los toros de la feria, yo
continuaba revolucionado con querer ser torero.
Cuando aparece el Cordobés, Manuel Benítez Pérez, si alguien
lee este libro y escucha hablar del Cordobés, no tiene ni idea de
quien fue Manuel Benítez en los toros y como fenómeno social. Fue
una de las personas más conocidas en todo el mundo. En el año
1962 hizo una película, que se llama Aprendiendo a morir, trata de
la biografía del Cordobés y aquello tuvo un impacto enorme en mi
idea de querer ser torero, yo no pensaba en otra cosa que no fuera
ser torero. Había un vecino que tenia vacas mansas y de noche me
iba a torearlas con una manta, aquello no embestía pero una noche
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se me arrancó una vaca vieja, me cogió y me dio un porrazo en una
pierna, como tenía los cuernos cortados, aunque me dio con el
cuerno, no se clavó, pero el impacto era tremendo, me hizo un
moratón impresionante. Después el moratón se convirtió en una
herida, dentro del dolor tan impresionante que tenía, me sentía
orgulloso de haber recibido una cornada.
Me hice con una manta del aparejo de los mulos, una muleta, la
teñí con pintura roja y cada vez que tenía un hueco me ponía a
torear de salón, aquella manta la tenía escondida para que mi padre
no la viera, un día la encontró y delante de mi la rompió y me dijo
que como me viera con una tontería como aquella me iba a enterar,
yo le temía mucho a mi padre, pero no cedí, hice otra igual, la
escondí donde mi padre no tuviera oportunidad de encontrarla, yo
continuaba con mis aventuras de noche, de irme a torear a las vacas
mansas. Un vecino nuestro compró varios becerros para
engordarlos para el matadero, los becerros eran de color negro y yo
me dije, estos tienen que embestir, los tenía amarrados en unos
bancales, una noche fui a torearlos, cuando me vieron la manta se
asustaron, se soltaron todos y al día siguiente habían desaparecido,
no los encontraba, cuando aparecieron habían hecho un daño
impresionante en las plantaciones de tomates.
Yo continuaba envenenado con mi afición de querer ser torero,
recuerdo que en el año 63 mi padre me sacó un abono para ver las
corridas de la feria de Almería, vi la corridas y el tiempo iba
transcurriendo y yo quería escaparme de casa por que a mi padre
no se le podía hablar de que quería ser torero y no encontraba el
momento idóneo para marcharme. Yo quería mucho a mi madre y
con mi madre sí hablaba de mi afición pero ella pasaba mucho
miedo e intentaba quitármelo de la cabeza, aquella chaladura como
ella decía.
En el año 64 se crearon en Madrid, en la plaza Vistalegre, las
novilladas de la oportunidad, yo quería ir, pero se necesitaba
permiso paterno y mi padre no me lo daba. Había un vecino mió
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que se fue, un tal Manuel Parrilla, el tal Parrilla lo vi un día en los
toros en Almería, era la feria y me envenenó más, decía que toreaba
mucho y que era amigo de Sebastián Palomo Linares, torero que
salió de la oportunidad, también estaba el Platanito. Que era un
torero bufón, pero a la gente le gustaba mucho, pues me pongo en
contacto con Parrilla, para irme con él a Madrid, en aquella época
había muchos chavales que querían ser toreros, hablé con algunos
de ellos, les conté que iba con Parrilla a Madrid a lo de la
oportunidad y quedé al menos con cinco, quedamos en un sitio y
estuve esperando más de una hora, no apareció nadie, así que inicio
la aventura solo.
Había quedado con Parrilla en Roquetas de Mar, en la plaza del
centro. Me puse a hacer autostop a la salida de Almería, después de
estar parando todos los vehículos que pasaban, por fin paró un
señor con una Vespa, la carretera que hay entre Almería y Roquetas
se llama el Cañarete, tiene infinidad de curvas, cuando íbamos a
mitad de camino la moto se queda sin luz, a punto estuvimos de
matarnos, chocamos contra el terraplén, si en lugar de caer hacía el
terraplén, nos caemos hacia la otra parte, hubiéramos ido rodando
durante 300 metros y caído al mar.
Por fin llego a Roquetas, donde había quedado con Parrilla, no
estaba, allí comencé a ver que iba a ser una aventura muy difícil.
Como Parrilla no se presentó, intenté irme para su casa, vivía en
medio del campo, solo sabía que el cortijo se llamaba los Olivos, fue
muy difícil llegar, como era muy tarde no había a quien
preguntarle, por fin me encontré a un señor que iba con un carro,
cargado de hortaliza para el mercado y me orientó. Cuando llegué a
casa de Parrilla, él ya se estaba preparando para marcharse y al
verme se sorprendió, me dijo "Dónde vas tú? Estás loco!” , le dije que
habíamos quedado en vernos la noche anterior y me contestó que
yo no me iba a presentar, en fin, que me quitaba los ánimos por
todas partes, yo lo tenía claro, quería marcharme y lo iba a hacer
con él ó solo. Ojala lo hubiera hecho solo.
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Sobre las siete y media de la mañana del 31 de agosto del año
64, nunca lo olvidaré, para irnos hacia Madrid, íbamos a coger el
autocar que iba a Málaga. Parrilla no quería ser torero, él todas esas
aventuras las hacia para enrollarse con las chavalas, no tenia
sentido que para ir a Madrid nos fuéramos por Málaga. Estábamos
esperando el autocar cuando veo a mi hermano con una moto que
tenía, cuando quise reaccionar para esconderme ya lo tenía encima
y me dice que me tengo que ir con él, que mi madre se encontraba
muy mal y me padre me había denunciado en la Guardia Civil, yo
no quería, primero por que mi intención era marcharme y segundo
por temor a mi padre, yo siempre le tuve mucho miedo, sabía que
cuando llegara a casa, la cosa estaría muy mal.
Me voy con mi hermano, llego a casa, mi madre y mi hermana
me recibieron llorando, como si hubiera vuelto de la guerra, mi
padre no estaba, había ido a poner la denuncia por escaparme de
casas, cuando mi padre llegó yo estaba trabajando, no me pegó pero
me dio una bronca de diez pares de cojones, me dijo que fuera la
ultima vez que intentaba escaparme de casa, que mis toros eran el
trabajo.
Continuo la vida normal, pero mi idea era volverlo a intentar, la
próxima vez lo haría solo sin comentárselo a nadie y el doce de
octubre de 1964 fue el día en que de nuevo lo intenté, fui al cine y
cuando volví les deje una nota encima de la cama, le pedía perdón
por que sabia que iban a sufrir mucho con mi marcha, también les
decía que comprendieran mi afición por querer ser torero.
En esa escapada no estaba dispuesto a que se frustrara mi
marcha, no se lo conté a nadie, cogí un yérsey, fue lo único que me
llevé extraordinario, tenia diez pesetas, el único capital que me
acompañaba, me fui a la salida de Almería, la carretera de Granada
por que mi destino era Sevilla, después de estar mas de dos horas
haciendo autostop por fin me paró un camión que iba para
Guadalix, allí me dejó en una gasolinera, hacía un frío que pelaba,
allí estuve varias horas hasta que sobre las siete de la mañana un
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camión que iba cargado de tomates e iba hacia Sevilla me montó y
me puse contento, directamente a Sevilla, el camión era muy
antiguo, en las cuestas arriba corría menos que una persona
andando, el conductor, que me hizo el favor de llevarme a Sevilla
era un poco cabroncete, con el hambre que yo tenía se comió un
gran bocadillo y me decía: “No te doy por que los toreros cuando
triunfáis no conocéis a nadie”. Decía que una vez iba para Madrid con
el camión y se le averió y que pasó Antonio Ordóñez con el coche
de la cuadrilla y no quiso ayudarle, a mi se me iban los ojos cada
vez que el tío le daba un bocado al bocadillo, yo me decía para mi
que Ordóñez hizo bien en no ayudarle por que después de observar
como era, hubiera hecho lo mismo.
El camino se hacia interminable, al pasar por el pueblo de
Antequera se le pinchó una rueda y yo, que no tenía ni zorra idea
de lo que era un tornillo, tuve que cambiarle la rueda, una vez
cambiada la rueda reanudamos la marcha, pero en un bar de
carretera tomó cerveza, aperitivo y café y al tío no se le ocurrió
invitarme ni a un vaso de leche, yo que tenía diez pesetas, pedí un
vaso de leche y me cobraron cinco pesetas, cuando después de un
largo viaje divisamos las torres de Sevilla, el camionero me llevó
hasta la puerta de la plaza de la Maestranza, serian las cinco de la
tarde, había aquella tarde toros, toreaba Palmeño, Andrés
Hernando, que le daba la alternativa, creo que era José María
Aragón. Intente colarme en la plaza y en varias ocasiones me
echaron a la calle, por fin a media corrida me pude colar por la
puerta de arrastre, cuando me vi dentro de la Real Maestranza me
pareció un sueño, tantas veces lo había visto en el cine y ahora
estaba yo dentro de ese monumento tan extraordinario.
La corrida no fue buena, ningún torero triunfó. Al salir de la
plaza me encontré con un aficionado, lo que vulgarmente se les
llama maletillas, me dijo que era de la Palma del Río, de dónde es
Manuel Benítez, el Cordobés, le pregunté sí podía ir con él y me
dijo que no, era un chaval de muy mala folla, él me veía sin maco ni
hatillo, que en aquella época del año me había escapado de casa y
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pensaría que yo era un chufla. Echó a caminar y yo le fui siguiendo,
cuando miró hacia atrás y vio que le seguía me dijo que él iba solo y
no quería que nadie fuera con él, pero para mi era la única
referencia que tenía, sin dinero y solo, mi objetivo era seguirle. Por
fin, cuando le conté un poco de mi vida, se comportó algo más
comprensivo y me dijo que ya no había toros por ninguna parte,
que la temporada se había terminado, no había tentaderos ni capeas
y que él iba a pedir trabajo para recoger algodón y le dije que yo
también. Salimos de Sevilla hacia la carretera de Madrid, cuando
habíamos andado un buen rato nos desviamos campo a través,
llegamos a un cortijo y pedimos trabajo para la recogida del
algodón, nos dijeron que sí.
Tenia ganas de conocer Sevilla, tenía la dirección de Jaime
Ostos así que me fui para Sevilla, que andando se tardaba más de
dos horas, llegué a Sevilla, pregunté por la dirección de Jaime Ostos
y a fuerza de insistir llegué a su domicilio, toqué varias veces y por
fin me abrió una criada, me dijo que ella no podía hacer nada, que
el señorcito no estaba en casa, otra pequeña ilusión que se me fue.
Me senté en un banco que había en frente a la casa y a los veinte
minutos ó media hora salió Jaime Ostos de su domicilio con su
esposa, fui hacia él y le dije “Maestro, soy aficionado, no tengo dinero, a
ver si me podría dar para un bocadillo” y me contesto sin mirarme
“Chaval, yo no soy empresario, vete a los albañiles”. Entonces, en lugar
de venirme abajo, me vine arriba como los toros bravos, solo le
conteste “Gracias, maestro”. Él no contesto, pero escuché que le decía
a su mujer “Estos chavales, que no tienen un duro…”.
Tengo que decir que cuando llegué a Sevilla me llevé una gran
decepción, creía que todos los sevillanos irían con sombrero de ala
ancha y las mujeres vestidas de gitanas y que todos los campos de
Sevilla estarían llenos de ganaderías de toros bravos y en realidad
era todo al revés, la gente vestía normal y ganadería no vi ninguna.
En vista del poco éxito que tuve con la visita a Jaime Ostos me
dispuse a regresar al cortijo dónde me habían dado trabajo, apunté
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
el nombre del cortijo por si me perdía, cómo así fue, estaba muy
oscuro y no daba con el lugar, lo que si que hice bien fue al saltar un
canal de agua que era muy ancho, lo quise saltar, al hacerlo resbalé
y terminé hundido en el canal y no tenía nada más que la ropa que
llevaba puesta. Por fin llegué al cortijo, el chaval que me había
llevado hasta allí estaba durmiendo bajo un carro, yo quise hacer lo
mismo, pero como estaba mojado tenia frío, encontré un saco
grande, me quité la ropa, me metí dentro del saco y me tumbé
debajo del carro, por la mañana estaba infestado de garrapatas,
había muchos perros y tenían garrapatas por todas partes, la ropa
se había secado y nos fuimos a recoger algodón.
Había muchas mujeres recogiendo algodón, pagaban por kilos
recogidos, estuve dos días recogiendo algodón, le pedí la cuenta y
me dieron ciento treinta pesetas, yo no había ido a Sevilla a recoger
algodón, la gente me decía que las ganaderías estaban en otra zona
de la provincia de Sevilla. Estuve dos días deambulando, pidiendo
trabajo en todas las obras y en todas me decían que no hacían falta
peones, yo me sentía totalmente derrotado, entré en un estanco,
compré una carta y un sello y le escribí a mi familia, diciéndoles
que no se preocuparan por mi que estaba bien y que tenia un
compañero.
Cansado de Sevilla y de comprobar que la vida era distinta a
como uno se la imaginaba, decidí irme a Madrid, me puse a parar
coches y hasta Écija me fue muy difícil, no me paraba nadie, en
Écija cogí un turismo francés y me llevó hasta Madrid, el turismo
era un Gordine. Ese coche era muy estrecho y el asiento de atrás lo
llevaban lleno de cosas, tuvieron que hacer un hueco para que me
pudiese sentar. No podía revolverme y fui todo el viaje sin
moverme, cuando llegamos a Madrid me dejaron junto a la plaza de
toros de las Ventas, cuando salí del coche no podía ni moverme. En
la plaza de toros, en los soportales, había durmiendo varios
aficionados, estuve hablando con ellos, me dijeron que ya se iban
para sus casas, que habían estado de capeas y ya se habían
terminado. En Madrid hacia un frío que pelaba, yo iba con la ropa
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de verano y me moría de frío. Tenía la dirección de un piso que
tenía Benítez el Cordobés en Madrid, en la calle Doctor Esquerdo,
que sale de la plaza de toros hasta la avenida del Mediterráneo. El
Cordobés tenía el piso casi al final de la calle, cuando llegué al
número donde vivía, le pregunté al portero de la finca y me dijo
que ya no estaba allí. Más decepciones.
Continué andando, más bien corriendo para quitarme el frío,
estaba totalmente desorientado, cuando salió el sol creía que estaba
saliendo por poniente y me decía para mi “Qué raro que en Madrid el
sol no sale por el mismo sitio que en Almería”. Iba caminando sin saber
a donde ir ni que hacer, pasé por una obra y se me ocurrió pedir
trabajo y me dijo el encargado que sí, comencé a trabajar.
Acostumbrado a como trabajaba en mi casa, aquello me parecía
como coser y cantar, cuando se paró al mediodía para comer, todos
los trabajadores sacaban el cesto con la comida y yo no tenía ni
comida ni dinero, con más hambre que un caracol en un espejo. Me
fui a dar una vuelta por la zona, me encontré una tiendezucha, no
tenían ninguna clase de fruta, lo único que tenían era una caja de
patatas, le quité dos patatas, como no tenia navaja para pelarlas, las
lavé bien en una fuente para que no tuvieran tierra y me las comí,
me parecía que estaba comiendo dos filetes. Una vez comido, me
fui a un bar, antes de entrar pasé por la puerta de varios bares, entré
en uno que había un señor mayor y le pedí un vaso de leche, me
puse en buen sitio para salir corriendo, cuando me estaba bebiendo
la leche entro un chaval joven y fuerte, me dije “La cosa se complica
para irme sin pagar” y tenia que hacerlo por que no tenia dinero,
cuando acabé de beberme la leche no lo pensé dos veces, salí del bar
pies para que os quiero, no se si me siguieron pero en aquella época
no había quien me cogiera corriendo.
Volvía a la obra, comenzamos a trabajar y yo toda la tarde
pensando en como iba a quedarme trabajando, dónde iba a dormir,
si no dormía al día siguiente no podría trabajar, ya que llevaba
varios días en que apenas había dormido. Cuando finalicé el día de
trabajo le dije al encargado que me pagara el día que ya no
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trabajaría mas, en un principio me dijo que él no podía pagarme,
que si lo hubiera sabido no me hubiera metido a trabajar, que
después de haberme dado el trabajo habían pasado varias personas
pidiendo y les había dicho que no, al fin me dio cien pesetas y salí
más contento que un tonto con zapatos nuevos, me fui para
Legazpi, mercado central de Madrid, una vez allí comencé la
aventura de volver a casa, intentando que un camión que fuera para
Almería ó aquella zona me pudiera llevar. Cuando estaba
preguntando a los camioneros si alguno iba hacia allí me encontré
con un señor haciendo la misma operación que yo, él iba bien
vestido y era de buen porte así que le pregunté como era que él
también quería viajar haciendo autostop hacia Almería y me dijo
que tenia dinero pero no quería ir en tren por que había perdido la
documentación y la policía podía pedírsela. El caso es que nos
juntamos los dos y un zarrapastroso de los que descargaban
camiones que le acompañaba, el paisano se llamaba Paco y
posteriormente coincidimos varias veces por Almería, hace mucho
tiempo que no le veo, desconozco si es que se ha ido a vivir fuera o
si ha muerto.
Como el paisano tenía dinero me invitó a un bocadillo, a una
cerveza y a un vaso de leche, estuvimos intentado que alguien nos
llevara pero nos dieron la una de la madrugada y continuábamos
igual, con un frío que hacía que te quitaba el sentido. El
zarrapastroso nos llevó a una finca en la que el sereno nos abrió
para que pasáramos la noche en el portal, el paisano le dio propina
al sereno y éste se marchó tan contento. En el vestíbulo había dos
sillas y un sillón viejo, más cómodo que las sillas, cogí el sillón y
cuando llevábamos un poco de tiempo sentados me dice el paisano
“Oye, yo he pagado propina, por tanto me pertenece el sillón”, no le dije
nada, me cambié a la silla y allí dormí un buen rato, prácticamente
no había dormido nada desde que me escapé de casa.
A la mañana siguiente desayunamos y me dice el paisano
“Toma unos dólares y vamos al banco a cambiarlos”. Fuimos a un banco
y no recuerdo cuantos dólares cambié pero me dieron dos o tres mil
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
pesetas que en aquella época era dinero, entré en el banco y el
paisano se quedó en la puerta, en el banco me cosieron a preguntas,
que de dónde había conseguido los dólares, pensé “A ver si por haber
venido a cambiar dinero me detienen”, al final no pasó nada, cuando
salí le di el dinero y él me dio doscientas pesetas, me puse más
contento que unas pascuas, casi nunca me había visto yo con
doscientas pesetas en el bolsillo.
El intento de que algún camión nos pudiera llevar era
imposible, sobre las cuatro de la tarde decidí irme, salí a la carretera
y me tiré andando dos horas hasta que un señor con un isocarro me
paró y me llevó hasta Aranjuez, después un turismo me llevó hasta
Ocaña y allí estuve un buen rato en una gasolinera hasta que un
camión me llevó hasta Albacete, cuando bajé el camión creí que me
moría de frío, hacía un frío horrible, yo iba con ropa de verano y no
lo resistía, el frío era tan impresionante que me entró un dolor en el
costado y todavía de vez en cuando me duele. En Albacete compré
una navaja que me costó veinticinco pesetas, se la regalé a mi
hermano, y así dando tumbos llegué a Almería, serían sobre las
cinco de la tarde y estuve escondido hasta que se hizo de noche
para que nadie me viera, tenia la sensación de que todos los
almerienses sabían que me había escapado de casa para ser torero y
por regresar sin lograrlo creía que todos se reirían de mi. Llegué a
casa cuando se hizo de noche, mi casa tenía dos entradas, entré por
la puerta dónde estaba la televisión, yo sabía que a esa hora mi
padre no estaba viéndola. Entre y me encuentro con mi cuñado, el
esposo de mi hermana, al verme dijo en voz alta “¡Ha venido
Paquito!”, salió mi hermana y mi madre llorando y se abrazaron a
mi como si hubiera estado veinte años fuera, a mi padre se le
escuchaba renegar y mi madre le decía que no me regañase. Los
saludé a todos y pasó aquella presión que yo llevaba.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
III
LA VIDA COTIDIANA
Al día siguiente comienza la vida cotidiana, trabajo, entrenar
con mi clásica muleta hecha de una manta del aparejo de la mula y
de noche salir de rondas con los amigos. Tenía buenos amigos, la
pena era que entre mis mejores amigos no había ninguno que fuese
aficionado a los toros. Yo nunca llevaba un duro en el bolsillo, mi
padre no me daba dinero, me compraba ropa, que por cierto, no
vestía mal, pero respecto al dinero siempre estaba tieso. Cuando
ligaba a una chavala le decía “Cuando voy con una chica que me gusta,
lo pasamos bien a secas, sólo nos damos cariño”, unas se lo tomaban con
simpatía y a otras no les hacía mucha gracia.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Recuerdo que éramos un poco gamberros. Una noche fuimos a
asustar a un mozo que tenía la novia cerca de donde vivíamos. En
el campo, las mujeres tendían la ropa en la puerta de casa. Fuimos,
éramos tres, cada uno robamos una sabana y nos pusimos a esperar
a que el mozo en cuestión saliera de ver a la novia. Le esperamos en
un camino estrecho y vallado a ambos lados. Por narices tenia que
pasar por allí. Cada uno se lió en una sabana con una linterna con la
luz metida en la boca. Vimos que se aproximaba y salimos de un
cañaveral dando quejidos. Nos pusimos separados por si corría
siempre se encontrara con uno de nosotros, el mozo dio unos gritos
escalofriantes. Después nos enteramos por un hermano de la novia
que se hizo caca en los pantalones y a partir de aquello nunca más
fue de noche a ver a la novia.
En otra ocasión había un vecino del que se rumoreaba que la
mujer le ponía los cuernos. Una noche fuimos y le pusimos un palo
apalancado a la puerta y le pegamos varias pedradas grandes en la
puerta. Cuando quiso salir pidiendo socorro no podían abrir la
puerta, toda la familia gritaba y nosotros estábamos escondidos en
frente.
Otra noche, estábamos de escarceos y uno llevaba un duro, en
aquella época existía una moneda de cinco pesetas y otra de
cincuenta que eran muy parecidas, la de cinco pesetas ya no está en
circulación. Pasamos por un sitio al que le decían el Cable y por
aquella zona habían prostitutas, y uno de mis amigos, el que tenia
la moneda, dice “Vamos a follarnos a una puta”, le dijimos que no
teníamos dinero y el nos contestó que no nos preocupáramos. Se
dirige a una puta y le pregunta que nos costaría follar los tres, la
puta le dijo que veinticinco pesetas cada uno. Al final nos dijo que
por ser tres nos cobraba cincuenta pesetas, que era lo que le había
dicho mi amigo que teníamos. Le dio la moneda de cinco pesetas
como si fuera de cincuenta y fue la primera vez que los tres
follamos oficialmente.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El tiempo de los tentaderos llegó y lo único que tenia en la
mente era marcharme, pero quería irme legalmente, con el carné de
aspirante a torero en el bolsillo, pero al ser menor de edad mi padre
tenia que darme el consentimiento y él no quería ni oír hablar de
carné ni de nada relacionado con los toros.
Un día llegó a casa con un televisor y me dice “No tienes
necesidad de irte por ahí para ver toros, ya los puedes ver en la televisión”,
yo le contesté que yo le que quería era torear, pero él seguía como
siempre.
Una noche me dije que ya no aguantaba más. Hice el atillo y me
fui. Ya tenía un capote de verdad, se lo compré a un primo mío por
quinientas pesetas, así que me escapé con destino a Salamanca.
Tenía la dirección de dónde vivía Parrilla en Madrid. Pensé en
pasar a ver a Parrilla y así él me orientaría, no conocía a nadie en el
mundo del toro, solo sabía que en Salamanca los tentaderos
comenzaban antes que en Andalucía.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
IV
SEGUNDA ESCAPADA, EL PALMAR DE TROYA
El viaje en autostop hasta Madrid fue muy accidentado, tardé
tres días en llegar. En Albacete tuve un incidente. Iba yo caminando
por la carretera, cuando se me acerca un hombre por cada lado y
me agarran de los dos brazos. Hice un amago de escaparme y me
dijeron que eran policías y les tenía que acompañar a comisaría.
Después de miles de preguntas, una vez en comisaría, me dijeron
que me podía marchar. El motivo era que la noche anterior habían
matado a una pareja de novios y a todos los forasteros los
interrogaban. Cuando me fui ya era casi de noche. Pasé por la
puerta de un cuartel y los soldados me invitaron a comer. Me
dijeron que en la comida del mediodía habían hecho arroz y les
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
había sobrado. Me di una hartá de arroz y después me dieron
varios chuscos, estuve comiendo chuscos dos o tres días.
Por fin llegué a Madrid. Eran sobre las once y media de la
noche y el camión que me llevó me dejo en Legazpi, que estaba a la
entrada de Madrid. El Parrilla vivía en la calle Pedro Tejeiro, esa
calle está por la dehesa la Villa, en la otra parte de Madrid. Sólo
llevaba en el bolsillo una moneda de dos reales. Tuve que ir
andando de extremo a extremo. Además tenía el inconveniente de
que esa calle no era conocida, a quien preguntaba no sabia
informarme y el que sabía dónde estaba la calle me decía “Tira por
tal sitio y luego por tal sitio”. El caso es que me tiré toda la noche
andando. Cuando llegué donde debería haber estado Parrilla,
pregunto por él y me dicen que se ha ido a Sevilla. Me dieron la
dirección, Palmar de Troya, Utrera, Sevilla. Otra decepción. Qué
difícil era ser torero. Llevaba varios años queriendo ser torero y
todavía no había visto un toro y me había escapado varias veces de
casa.
Soy persona de ideas fijas. Tenía pensado ir a Salamanca y eso
era lo que iba a hacer. Estuve todo el día por Madrid. Fui a la Casa
de Campo por que me habían dicho que iban los toreros a entrenar.
No vi a ningún torero. El concepto que yo tenia de la Casa de
Campo era el de una casa muy grande con un patio también grande
dónde los toreros podían entrenar. Después de allí fui a la plaza
Santa Ana, donde decían que andaban los hombres del toro. Como
el Pipo, que era un apoderado muy popular. Él fue quien descubrió
a Manuel Benítez el Cordobés.
En la plaza Santa Ana había una cervecería, la Alemana, que
tenía mucho nombre como bar taurino. Tampoco vi a nadie. Menos
mal de los chuscos que me habían dado los soldados en Albacete.
Ya de noche seguí el camino hacia la salida de Madrid para
coger la carretera de la Coruña. Me puse en una gasolinera y no
paraba nadie. Era el mes de febrero de 1966 y aunque iba bien
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
abrigado, hacía un frío que pelaba. Un camión me llevó hasta Ávila.
Estuve un rato en la carretera, pero de los pocos coches que
pasaban, ninguno paraba. Pasó un hombre y me dijo que me fuera a
la estación de tren, que allí estaría calentito. Así lo hice, fui a la
estación y había calefacción. Hablé con un empleado y me dijo que
me acostara junto a una estufa que había, era de carbón. Puse el
capote extendido y que a gusto me quedé dormido. Llevaba varias
noches sin dormir. Cuando más a gusto estaba me despertaron. Era
la guardia civil. Al ver que era un maletilla, me preguntaron si me
había escapado de casa, les dije que no. Me pidieron el carné y me
dejaron en paz.
Por la mañana otra vez la odisea. Con el frío que hacía en Ávila,
sin comer. Me puse en la carretera y un camión me llevó a
Salamanca. Allí, igual que en Madrid y Sevilla, si estás desorientado
es muy difícil orientarse. Me fui a la plaza Mayor, donde se reunía
la gente del toro, sobre todo ganaderos. Estuve un día
deambulando por la ciudad. Qué frío hacía. Me metí en el mercado
de frutas y verduras. Pude rapiñar algunas cosillas de lo que tenían
apartado para tirar. Una cebolla, nabos, una cabeza de ajos. Los ajos
eran buenos para el frío.
La primera noche en Salamanca para dormir me acurruqué en
los soportales de la plaza Mayor. Me lié el capote y aunque pasé frío
pude pasar la noche.
Como no me enteraba de si había tentaderos, decidí irme para
Fuente, San Esteban, zona de muchas ganaderías. Por allí estuve
dos o tres días. Tampoco pude ver un pitón. Quiero decir que no
toreé, por que vi varias ganaderías y la sensación que tuve al ver los
toros tan cerca de mí, que sólo nos separaba una alambrada, estaba
a tres metros de ellos y no se asustaban, ni se inmutaban, tan
tranquilos. Al menos ya había visto algo.
Había muchos campos de nabos, así que de eso estuve
comiendo. Insisto en el frío, para un chaval del sur, de una
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
temperatura más bien cálida, al verme por aquellas llanuras
salmantinas, con el estomago vacío, sin un duro, decidí irme para
Sevilla, a ver si encontraba a Parrilla y cambiaba un poco la suerte.
De Fuente San Esteban me fui para Ciudad Rodrigo, allí una señora
me dio una jarra de leche recién ordeñada y me sentó fenomenal en
el estómago. Era una carretera por la que pasaban muy pocos
vehículos, estuve todo el día y por fin a última hora de la tarde me
cogió una furgoneta y me dejó en plena montaña. Me refugié entre
unos matorrales y toda la noche estuve escuchando a los lobos
aullar. Cogí un palo y pasé más miedo que vergüenza. Yo mismo
me daba ánimos, pero me había escapado de casa para torear.
Al día siguiente sobre las ocho de la noche llegué a Cañaveral,
un pueblo de Cáceres. Me metí en un bar que había en el centro del
pueblo y en la televisión emitían un programa dónde entrevistaban
a Luís Miguel Dominguín. Para mi Luís Miguel era una persona
fuera de este mundo, al haber sido el rival de Manolete y siendo
Manolete para mí como Jesucristo, me quedé embobado viendo la
televisión. Luís Miguel hablando de Manolete. Fue duro hablando
de él, decía que Manolete no sabía de toros. Sí dijo una cosa que era
cierta, cuando a un torero le levanta los pies del suelo un toro, igual
sólo tiene una rotura de taleguilla, no una cornada de muerte.
Yo estaba sentado en un rincón, cuando se dirige hacía mi la
camarera, que era una señora de unos treinta y cinco años y de
buen ver. Me pregunta que voy a tomar y le digo que nada y sin
contestar se fue. A los cinco minutos llega con un buen bocadillo de
jamón y una cerveza y le digo que no había pedido nada, a eso me
contestó que sí que lo había pedido y que me lo comiera. Pensé, si
me lo ha traído me lo como y que Dios reparta suerte. Cuando
terminé me trajo un café con leche y ya no dije nada, me lo bebo y
continúo viendo la tele. Cuando la gente del bar se fue marchando
pensé que con lo bien que estaba en ese momento me tenía que
marchar. Cogí el maco y comencé a hacerme el remolón. Como le
decía a la señora que me iba sin pagar. Ella se dio cuenta de mi
preocupación y me preguntó dónde iba a dormir, le dije que me
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
pondría en la carretera a ver si pasaba un coche que quisiera
llevarme. Me dijo que a esa hora ya no pasaba ningún vehiculo, que
si quería podía quedarme a dormir allí. Yo comencé a darme
guantazos en la cara para despertar, creía que lo que estaba
pasando era un sueño, no podía ser verdad. Que duda cabe que le
dije que me quedaba. Cuando se marcharon todos y cerró la puerta,
fui a acurrucarme en un rincón y ella me dijo “Ahí no, acompáñame”,
fui con ella y me llevó a un dormitorio dónde había una cama de
matrimonio y me dijo que esa era mi habitación. Me acuesto,
llevaba varios días sin dormir y menos en una cama. A los cinco
minutos de acostarme entra ella de nuevo, en camisón y me dice
“¿No tienes miedo de estar solo?, esa es mi cama, tendremos que dormir
juntos”. Yo no contesté, se metió en la cama y apenas tuvimos
contacto me puse como un burro y se armó la marimorena. La
noche fue de película, estuvimos casi toda la noche liados. Por la
mañana ella se levantó temprano, me dijo que me quedara en la
cama. Al rato me levanto y me prepara el desayuno. Me dijo que
me quedara allí viviendo y trabajando en el bar, que todavía no
había toros, pero le dije que no, que me esperaban en Sevilla para
torear. Viendo que no me convencía me dio un billete de quinientas
pesetas, un buen bocadillo y me dijo que volviera. Nunca más supe
de aquella mujer, conmigo se portó muy bien.
Después de la gran noche me encaminé de nuevo a la
carretera. Hasta llegar a Cáceres fue muy difícil. De Cáceres a
Sevilla me llevó un camión. El chofer era gallego y fue todo el
camino echando maldiciones. Una vez en Sevilla, iba andando por
el paseo de las Palmeras y había muchos naranjos. Empecé a coger
naranjas y a meterlas en el maco, con cuidado de que la gente no me
viera. Cuando se me ocurre pelar una para comérmela, estaba más
amarga que la tuera. Por fin llegué al Palmar de Troya. El Palmar
era una pedanía de Utrera. Pregunto si conocen al Parrilla. Allí la
gente lo conocía por el Pelón. Se había pelado al cero. Por fin doy
con unos aficionados a los que llamaban los Bermudas. Eran dos
hermanos que querían ser toreros, ellos me dijeron que el Parrilla
estaba en el cine.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Cuando salió del cine yo lo esperaba en la puerta y al verme le
hizo mucha gracia. Iba con otro aficionado que se llama Francisco
Prior. En la actualidad somos buenos amigos.
Estuve yendo varios años al Palmar de Troya y voy a contar
mis vivencias en el citado lugar. Lo primero que hice después de
saludar a Parrilla. Me llevaron a una familia del pueblo que admitía
huéspedes. Se pagaban diez pesetas por noche. Yo tenia un poco de
reserva de las quinientas pesetas que me había dado la mujer de el
Cañaveral. En aquel momento podía pagar. A aquel lugar le
llamaban la pensión del Chiquito. Era un pueblo rodeado de
ganaderías: Guardiola, Soto, Francisco Rincón Cañizares, Fuente
Vinagre, Urquíjo y Guardiola, la Famosa, el clásico Toruño. No
había ningún torero de aquella época que no conociera el Toruño.
También había una finca muy grande que se llamaba el Torviscal.
Esa finca pillaba parte del término municipal de Utrera, los Palacios
y las Cabezas de San Juan. Había trabajando más de quinientas
personas, a parte de la gente que trabajaba fija. Tenía cine, iglesia,
cuartel de la Guardia Civil y esa finca era un banderín de enganche
para toda persona que quisiera trabajar, allí no hacía falta ir a pedir
trabajo, ibas por la mañana y te enganchabas en una cuadrilla y al
rato pasaba el encargado, al que allí llamaban el aperador, el
aperador cogía el nombre de las personas que trabajaban y por la
tarde el que quisiera cobrar, cobraba.
Para mi fue un desahogo, como se daba de mano temprano, me
iba a trabajar y después me iba con los demás aficionados al
Toruño, por si había tentadero.
En la pensión del Chiquito, donde yo paraba, había un
individuo que se portaba muy simpático, pues el primer día que fui
a trabajar, cuando por la tarde llegué a la pensión vi que me faltaba
toda la ropa, un pantalón vaquero sin estrenar, dos camisas, una
americana y una pluma estilográfica que me había regalado un
amigo mío que estaba en Alemania. Cuando vi aquello me dirigí al
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
dueño y le conté el episodio, se quedaron perplejos y manifestaron
que tenía que haber sido el individuo que compartía pensión
conmigo. Los pobres en recompensa no me cobraron la pensión
durante el tiempo que estuve allí viviendo y a veces por la noche
me invitaban a cenar.
A los tres o cuatro días de estar trabajando en el Torviscal y
después de ir al Toruño, tuvimos suerte. Había tentadero. Éramos
cinco o seis aficionados, los bermudas, el Parrilla, el Prior y Rafael
Torres que al poco tiempo llegaría a ser famoso como novillero y
estuvo varios años como matador de toro. En el tentadero estaba
invitado Rafael Artola que llegó a matador de toros. Cuando
llegamos al Toruño y nos dijeron que había tentadero me dio una
inmensa alegría y al mismo tiempo me invadía una preocupación
increíble, no sabía si sería capaz de ponerme delante de una vaca
brava y al mismo tiempo esa tarde iba a hacer una cosa que llevaba
mucho tiempo intentando conseguir, torear.
Los aficionados nos poníamos en la tapia de la plaza y cuando
el torero que estaba toreando dejaba de torear le decía al ganadero
que bajase un aficionado. Yo me quedé para el último, cuando me
tocó a mi di un salto, no hice nada más que tener contacto con el
ruedo y me di cuenta que podía ser torero. Tuve una sensación de
grandeza, de poderío, de satisfacción. Cito a la vaca, estaba ya muy
cansada, por lo que tenía poca fuerza. La cito, me pongo muy cerca
y me quedo muy quieto. La vaca pasó en varias ocasiones, cuando
salí de la plaza lo hice convencido de que tenía que ser figura del
toreo. Pero que difícil es la vida cuando uno sale andando, cuantas
zancadillas recibe. Iba como loco. Les escribí a mis padres y les dije
que había toreado.
Siguió la vida cotidiana, trabajo y por las tardes al Toruño. Yo
ya me iba familiarizando con las embestidas de la vaca, no me daba
miedo, todo lo contrario, cuanto más cerca estaba más a gusto me
encontraba. Yo no sabía torear y me cogían mucho, pero antes de
caer al suelo ya estaba otra vez delante de la vaca. Fui adquiriendo
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
fama de torero valiente, los aficionados me ponían como referencia.
Cuando hablaban de un torero valiente me ponían a mi como
ejemplo, y a mi me gustaba, pero a los toreros de la zona aquello no
les gustaba, les notaba celosos. Cuando alguien está celoso intenta
equivocarte, por lo que la relación con ellos no era tan buena.
Cuando se enteraban de un tentadero hacían todo lo posible para
que yo no me enterase.
Una noche, decidieron ir a torear un toro que tenía Márquez de
Ruchena encerrado en los corrales de la plaza de la ganadería,
alquilamos un coche y nos llevó a la ganadería que estaba a unos 60
km. del Palmar de Troya. El toro estaba toreado, y ya saben que un
toro que está toreado no se puede volver a torear. Cuando íbamos
camino de la ganadería iba un torerillo que se llama Palomino.
Palomino decía que de los seis que íbamos sólo torearían dos, él y
uno de los hermanos Bermúdez, José, que por cierto estaba casado
con una hija del vaquero del Márquez de Ruchena, que fue el que
nos informó que allí estaba el toro. Llegamos a la ganadería, vemos
el toro, aquello era una locomotora, cuando nos vio, comenzó a
berrear y a tirar tierra para atrás. Daba miedo verlo, quiero decir
que se toreaba con la luz de la luna, se echó el toro a la plaza y nada
más salir se emplazó en el centro del ruedo y comenzó a llamar
toreros. Yo ni corto ni perezoso, cojo mi capote y me voy hacia el
toro. Yo el capote no sabía ni agarrarlo. El toro que me ve se fue
para mi como una flecha, yo que no supe darle salida y el toro que
estaba toreado, embistió directo a mi cuerpo y me tiró para arriba
más de cinco metros. Cuando caí al suelo me crujieron todos los
huesos. Yo creía que me había desarmado todo el cuerpo. En el
suelo se cebó conmigo y me dio una paliza para matarme. Los
compañeros que estaban conmigo, yo los escuchaba dar voces pero
ninguno me quitaba el toro de encima. Cuando pude zafarme del
toro, la ropa se me había hecho trizas. Después de ver las
intenciones del toro, ninguno de los valientes que iban conmigo se
atrevió a ponerse delante, decían que ya no se podía torear, que los
toros que ya se habían toreado antes ya no se pueden torear. Como
se hizo tanto ruido, nos escucharon los vaqueros y fueron a la plaza.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Por poco no nos cogen dentro, y entonces sí hubiese sido un
problema, a mi no me conocía, pero a los demás sí. Entre los que
estábamos estaba José Bermúdez, el yerno del mayoral de la
ganadería, que tenía la entrada prohibida en aquella finca. El
Parrilla aunque no tenía mal concepto del toreo, era muy miedoso,
y no bajó al ruedo. Se encontraba en lo alto de la tapia y fue el que
nos avisó que se acercaban los vaqueros. Yo apenas podía correr
pero me dio tiempo a escaparme y esconderme para que los
vaqueros no me vieran. Llevaban escopetas y pegaron varios tiros
al aire para intimidarnos, pero nosotros no salimos del escondite.
Al día siguiente yo no pude ir a trabajar, estaba hecho polvo. A
la finca del Toruño iba todas las tardes por si había tentadero. Allí
casi todas las tardes se toreaban dos o tres vacas. No pasaba como
en otras ganaderías que tentaban todas las vacas seguidas, se
tiraban tentando tres o cuatro días. Las tientas es la selección de las
vacas, las que son buenas se dejan para ser madres. Las que no
pasan la prueba van al matadero. Una noche volvía yo contento del
Toruño, había toreado y había estado bien con una vaca. A mi me
habían dejado una bicicleta para que yo pudiera moverme por los
alrededores. La bicicleta no tenía faro, sillín y por no tener no tenía
ni manillar, era un palo que yo puse, y como no tenía guardabarros,
pues frenaba con el pie. Como decía iba contento, iba cantando,
cuando me encuentro con la guardia civil. Me para, me pregunta
que porqué no llevo luz, le digo que soy aficionado a los toros y que
vengo del Toruño, me acribillan a preguntas y cuando unos de los
guardias se fija y ve que no tenía manillar, se lo comenta al
compañero y me dice “Tira y que Dios te ampare”.
Cuando hacía la luna íbamos a torear de noche a las ganaderías.
Para poder torear las vacas o los toros en las ganaderías es muy
difícil. Torear a un toro, puede ser equivalente a cometer un crimen,
pues ese toro luego tiene que ir a una plaza y como nunca se olvida
que fue toreado, embiste al cuerpo. Por eso los buenos aficionados
torean vacas, pero vacas muy viejas. Todas habían sido toreadas,
pero algunas se habían olvidado y eran buenas para torearlas.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El ganado bravo en el campo, al ver a una persona, sale
corriendo. Por eso es muy difícil apartar una de la manada. Hay
que llevar un caballo. Nosotros esperábamos a que los vaqueros se
acostaran. Ellos dejaban los caballos trabados con una cuerda en
medio del campo. Nosotros los cogíamos y con ellos apartábamos
las vacas. Una noche, llevaba yo un caballo cogido por la cuerda de
la traba, empalmada con la correa, iba a un cerro abajo detrás de
una vaca, se soltó la cuerda y no tenía dónde agarrarme y cómo el
caballo estaba acostumbrado a apartar las vacas, mientras no la
apartaba no paraba. Creí que el caballo me mataba, me cogí de las
crines, apreté las rodillas y pude salvarme.
Cuando uno cuenta una historia personal, por regla general
siempre suele tirarse flores y aumentar más la aventura ó los
hechos. Yo estoy contando las cosas como son, por si alguno tiene la
valentía de leer esa historia, que conozca las miles de peripecias que
pasé. El noventa por ciento de los aficionados no valen para nada y
menos ahora. Los tienen que llevar en coche y todos con el móvil en
el bolsillo. En aquella época, al menos sufrían, pasaban hambre,
noches a la intemperie, pero montar a caballo había muy pocos que
lo hicieran. Yo montar a caballo con montura no lo hacía, pero a
pelo era un fenómeno. Por eso cuando íbamos a hacer la luna, salvo
que viniera con nosotros un barbero que había en el pueblo, que era
muy aficionado pero no iba a ser torero, ya era mayor, pero era el
único que cogía el caballo. Los demás ninguno lo hacían.
Una noche, el barbero iba con el caballo, apartó una vaca, yo la
estaba esperando. Se arrancó hacía mi. Me resbalé en un lentisco.
Como había mucho rocío, estaba mojado. Casi tenía a la vaca
encima. Me dio tiempo a levantarme. Llevaba una cazadora de
cuero. Como la llevaba cerrada, la vaca me metió el cuerno por
abajo y me llevó arrastras más de cien metros. Los compañeros
intentaban llevarse la vaca, pero se había enganchado el cuerno y
no se podía soltar. Cunando me zafé de ella, me sentí un triunfador.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
No pasé ningún miedo y cada día estaba más ilusionado con ser
torero.
Como trabajaba ganaba algún dinerillo. Pude comprarme ropa,
ya que el individuo que me robó solo me dejó con la ropa que tenía
puesta. Continuaba trabajando y aprendiendo a torear. Cuando
llegué al Palmar no tenía ni idea de lo que era coger un capote ó
una muleta.
Una mañana nos encontramos a unas niñas de diez o doce años
que iban corriendo y llorando. Decían que en un lentisco, mientras
buscaban espárragos se les había aparecido la virgen.
Aquel rumor comenzó a tomar cuerpo, la gente se reunía en el
lugar dónde presuntamente se había aparecido la virgen. Muchos
de los reunidos decían que veían a la virgen. Algunos se
desmayaban, otros lloraban. Yo desgraciadamente nunca la vi. Ya
me hubiera gustado. Dónde decían que se aparecía la virgen
construyeron una basílica.
El Palmar de Troya era un lugar idóneo par a los aficionados a
los toros. Estaba rodeado de ganaderías. En la actualidad de las seis
o siete que había solo queda la de Guardiola. Al lado de la
Guardiola se encontraba la de Federico Urquijo. Un día en el
tentadero de Urquijo estaba la señora de Franco y recuerdo que
toreé una vaca muy bien y Doña Carmen decía que lo había hecho
muy bien y que era muy jovencillo. Me ilusionaban aquellos
halagos.
Una noche en la que fuimos a hacer la luna, como siempre
cogimos el caballo del vaquero y nos metimos en un cerrado dónde
había un semental con las vacas. Cuando estábamos intentando
apartar a una vaca, se arrancó el toro y embistió al caballo, mejor
dicho era una yegua. La acometió con la mala fortuna de que le dio
una cornada en el vientre y la mató. Aquello rompió todos mis
esquemas, yo pensaba tirarme más tiempo en el Palmar, pero
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
aquella misma noche me largué de allí. Más tarde me dijeron que la
guardia civil llamó a todos los torerillos al cuartel y ellos les dijeron
que no sabían nada, que habrían sido aficionados de fuera.
Creo que salir al campo a torear de noche es la cosa más
absurda que se puede hacer para querer ser torero. El peligro que
conlleva si se sufre una cornada, en medio del campo, a ocho ó diez
kilómetros de la ciudad, por leve que sea, cuando llega el torero al
médico ya lo hace muerto. Y también al margen del riesgo, está el
daño que se hace en las alambradas. Las vacas lo hacen todo polvo.
Creo que en esta época no será necesario aconsejar a los chavales
que quieran ser toreros que toreen de noche en las ganaderías, ya
que ahora no creo que se sacrifiquen así, intentando torear de noche
bajo la luz de la luna.
Siempre que me encontraba fuera de casa escribía a chavalas.
Unas me contestaban, otras no. En Almería había dos hermanas
gemelas, eran idénticas y a un amigo mío y a mi nos gustaban. Pero
como eran tan parecidas nos daba corte dirigirnos a ellas, porque
unas veces nos arrimábamos a una y otras veces a la otra. Mientras
estuve en el Palmar le escribía a un y me contestó. Estuvimos
escribiéndonos y cuando regresé a Almería como no sabia cual era a
la que había estado escribiendo, no le dije nada, así que se
esfumaron mis pretensiones.
En aquella época había una revista taurina que se llamaba
Dígame. La compraba todas las semanas. Tenía que ir a Utrera a
comprarla. Utrera estaba a catorce kilómetros del Palmar. Todas las
semanas iba andando a por la revista. Una semana había un
anuncio en la revista que decía que los chavales que quisieran
torear se dirigieran al señor Jorge Mus, Alcázar de San Juan. Le
escribí y me contestó hablándome de unos proyectos fabulosos.
Decía que por cinco mil pesetas me daba dos novilladas y si estaba
bien me daría muchas más.
32
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Fui a Alcázar de San Juan y hablé con el señor Mus. Era un
hombre simpático. En aquella época yo no sabia apreciar lo que se
escondía debajo de esa simpatía. Un estafador. Después de hablar
con Mus ya era tarde, se estaba poniendo el sol. Salí a la carretera a
hacer autostop y estaba lloviendo. Había pocos coches y los pocos
que había no paraban. Me paró uno y me llevó hasta Manzanares.
Me dejó junto al cementerio. Me acordé del Tango, el Tango era un
hombre muy bruto que había trabajado en las faenas del campo con
mi padre y contaba que él había dormido en un nicho y pensé “Yo
haré lo que el Tango, voy a dormir en un nicho”. Ni corto ni perezoso,
salto la tapia y comienzo a andar por los pasillos del cementerio. Yo
llevaba una linterna, vi un nicho abierto y me encaramo dentro.
Tiendo el capote debajo y con el mismo capote me lié en él. Llovía
mucho y estaba chorreando. Pero al poco rato de estar tumbado en
el nicho, haciendo un repaso mental de mi vida, de lo duro que era
intentar ser torero me quedé dormido y pasé toda la noche sin
despertar. Desperté cuando escuché que estaban dando voces,
diciendo que salga. Cuando salgo había un señor que debería ser el
enterrador y dos guardias civiles que comenzaron a hacerme
preguntas. Yo les decía la verdad, que como llovía mucho me
acordé del Tango, ellos decían que aquello era una profanación. Me
llevaron al cuartel, continuaron haciéndome preguntas, unos me
tiraban unos piropos que no eran muy agradables, que los torerillos
éramos vagos y maleantes. El caso que sobre el medio día me
dejaron ir y ya me fui para Almería, que mi padre me había dicho
que me fuera que me iba a dar el consentimiento para sacarme el
carné de aspirante a torero.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
V
YA NO ME ESCAPO, ME VOY A MADRID
De nuevo en Almería, comienzo mi vida normal, trabajando en
el campo, por las noches me reúno con mis amigos, pero ya mi vida
en Almería no me gustaba. Yo quería estar en contacto con el
mundo del toro, y en Almería eran nulos esos contactos. Yo con mi
padre no mantenía ningún diálogo. Con mi madre sí. A mi madre le
hablé de lo que me había prometido el señor Mus, de que por 5.000
pesetas toreaba dos novilladas. Mi padre no quería ni escuchar
hablar de toros. Cuando mi madre le planteó lo de las 5.000 pesetas
se puso como una fiera. Decía que yo lo que tenía que hacer era
dedicarme a trabajar y que dejara de toros. Para mí aquello era mi
oportunidad, pero ¿como conseguía yo las 5.000 pesetas?. Hoy en
día 5.000 pesetas son unos 30 euros, pero en aquella época era
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
dinero, un hombre ganaba al día 70 pesetas. Trabajando en el
campo había que tirarse casi tres meses para conseguir ese dinero.
Mi padre no me daba dinero, sólo me daba 100 pesetas al mes. Yo
trabajaba de sol a sol. ¿Cómo podía conseguir esa cantidad?
Cerca de mi casa había una fábrica de hacer ladrillos. Allí se le
llamaban tejas, y había un trabajo muy malo, sacar los ladrillos
cocidos de las bóvedas. El tejar tenía muchas bóvedas y cada
bóveda se contrataba por un precio. De noche, cuando dejaba de
trabajar en casa de mis padres, me iba a sacar ladrillos. Estaban
ardiendo, al principio se me hicieron unas quemaduras espantosas
en las manos. Pero resistí hasta que se me hizo un callo que resistía
el fuego y lo que fuese. Quien ya casi no resistía era yo, en las 24
horas había noches que terminaba en la faena de los ladrillos y
comenzaba en la del campo. Mi padre se enteró y peor me trataba y
me controlaba más en el campo, no fuera que me escaquease,
aunque yo en mis obligaciones nunca me he escaqueado. Me tiré
trabajando 40 ó 45 noches. Gané un dinerillo, las 5.000 pesetas más
un dinerillo para mí y decidí irme a Madrid.
Cada vez que me iba de casa era un drama, esa vez ya no me fui
escapado. Pero como mi padre estaba en contra pues me hablaba de
malos modales. Mi padre me había firmado en consentimiento y yo
ya podía torear en plazas. Era requisito imprescindible tener el
carné de aspirante a torero.
Le escribí una carta al señor Mus, diciéndole que ya tenía las
cinco mil pesetas. Me contestó desde Madrid diciéndome que si iba
a Madrid, se las diera personalmente. Una vez allí, busqué una
pensión en el centro, en la zona dónde se reunía la gente del toro.
La calle más famosa de Madrid relacionada con el mundo del toro
era la calle la Victoria. Yo me instalé en la calle de la Cruz. Allí
estuve muchos días. Recuerdo que me dieron una pequeña
habitación sin ventanas y para entrar en ella tenía que pasar por
otra habitación, dónde dormían tres chicas. Eran francesas y cuando
se enteraron de que era torero, las tres me querían comer. Yo
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
aceptaba sus invitaciones amorosas, hasta que la dueña de la
pensión se enteró y me puso de patitas en la calle. En parte fue
mejor, por que yo comía poco. Me iba todas las mañanas a entrenar
a la Casa de Campo y después con los escarceos con las tres
chavalas, ya estaba que no podía con mi alma.
Estando en Madrid me puse en contacto con el señor Mus. Le di
las cinco mil pesetas. Me dio un recibo y me enseñó una revista del
Dígame dónde ponía que yo toreaba a la semana siguiente en la
Solana, un pueblo de Ciudad Real. Ya me veía a mi mismo vestido
de torero y triunfando. Estábamos a últimos de mayo ó principios
de junio del año 1966.
El señor Mus me dijo que estaríamos en contacto, los dos o tres
primeros días lo vi, él nunca me citaba en el lugar donde se reunía
la gente del toro. Pasaron varios días sin verlo y pasé por la
dirección que tenía de él, dónde le entregué el dinero y me dijeron
que allí no vivía y que no sabían dónde. Se lo comenté a varios
chavales y resulta que había estafado a más de treinta chavales, al
que menos había sacado fue a mí. Conocí a un chaval de Toledo que
le había dado cien mil pesetas, esa cantidad era como ahora unos
treinta mil euros.
A otros les había estafado diez mil, veinte mil. Al conocer esa
historia se me vino el mundo encima, no sabía qué hacer. Pero un
día me enteré a través de Juanito Jimeno, que era de Almería y
matador de toros, de que Mus apoderaba a una rejoneadora, Lita
del Castillo y que ésta vivía en la calle Atocha, número 7. Esa
dirección acabaría siendo muy familiar para mi ya que allí estuve
viviendo mucho tiempo.
No les comenté nada a los chavales a los que Mus había
estafado, pero fui a la calle Atocha, número 7. Pregunté por Mus y
me dijeron que ya no vivía allí, pero sí vi a Lita del Castillo y pensé
“Este individuo vive aquí”. Le hice una espera. Juanito Jimeno me
había dicho que se recogía muy tarde de noche.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Una noche sobre las dos de la madrugada, le veo venir. Le
esperé y cuando llegó a mi altura me abalancé hacia él, le cogí del
cuello con intención de ahogarlo. Con el trabajo que me había
costado ganar las cinco mil pesetas y él se las quería comer. Como
no se lo esperaba se llevó un susto de muerte. Comenzó a gritar
pidiendo socorro. Acudió el sereno y algunas personas que salían
del teatro Calderón. Les explique cuales eran los motivos que tenía
para cogerlo del cuello. El sereno ya sabía que era un estafador y las
demás personas se pusieron de mi parte. Mus apenas se vio zafado
de mis garras, me juraba y me prometía que muy pronto iba a
torear. El caso es que le dije que si no cumplía su palabra lo pasaría
muy mal.
Continué con mi lucha en Madrid. Preparándome. Entrenaba
en la Casa de Campo y por las mañanas me iba a Legazpi para ver
si podía descargar algún camión. Cuando me enteraba de alguna
fiesta campera que se celebraba en los alrededores de Madrid iba y
cuando podía daba un muletazo. La más de las veces que pillaba
eran revolcones.
Un día me invitaron a una fiesta campera y tuve una nueva
experiencia. La familia que me invitó también me invitó a comer y
recuerdo que llevaban pimientos fritos. Para mí los pimientos, fritos
o asados eran veneno. Pues lo que es el hambre, aquel día me comí
los pimientos como si fueran chuletas y a partir de aquel día los
pimientos es un plato exquisito para mi.
Como me echaron de la pensión de la Cruz, que a mi me iba
muy bien por que estaba en el centro y me desplazaba andando a
todos sitios, me fui a vivir a la calle Bravo Murillo, cerca de la plaza
Castilla, en la salida del metro Valdeacederas. En Madrid, tenía
problemas para ir al lavabo, no podía hacer de vientre y lo hacía en
la Casa de Campo. Un día me metí entre unos matorrales. Yo
pensaba “Joder éstas matas, parecen ortigas”, pero eran muy grandes,
no podía ser. Pues me metí allí y salí como un eccehomo. Unos
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picores que no los podía resistir, ronchas por todas partes. Ya he
dicho que en Madrid tenía problemas para ir al lavabo, pero es que
a parte de que en el servicio no podía hacer de vientre, es que me
tiraba tres y cuatro días sin tener ganas. Hubo una época en que
llevaba lo menos diez días sin ir a hacer de vientre y aunque no me
dolía la barriga, yo pensaba que tantos días sin ir no podía ser
bueno. Preocupado, cogí un kilo de naranjas, un litro de lecho, un
kilo de tomates y una tripa de mortadela y me lo comí todo. Como
hacía siempre, por la noche fui al centro, que era dónde se enteraba
uno de alguna fiesta campera o algo dónde pudiera dar algún
muletazo, recuerdo la fecha exacta por que ese día ha sido uno de
los más amargos de mi vida, era el 20 de junio del 1966.
Sobre las once de la noche comenzaron las tripas a darme
retortijones, cada vez con más frecuencia. Decidí coger el metro e
irme a la pensión. Cuando iba a entrar a la pensión, estaba el portal
cerrado. Comienzo a llamar al sereno y el sereno que no aparecía y
yo me cagaba encima. No podía aguantar más. Como no le daba
propina al sereno cuando le llamaba no venía. Ya no podía más, en
plena calle me quité los pantalones y me puse a cagar, la gente que
pasaba me llamaba sinvergüenza. Me puse los pantalones y salí
corriendo, pero era como un caño que iba arrojando, me metí en un
portal que había abierto y me bajé de nuevo los pantalones, pero
entró gente y cuando me vieron cagando vinieron hacía mi con
ánimo de lincharme. Salí corriendo e iba dejando un rastro de
mierda. Al ser el olor tan impresionante, los presuntos linchadotes
dejaron de perseguirme. Por fin dejé de arrojar. Pero estaba
empantanado. Tuve que tirar los calzoncillos y los calcetines. Me
metí en una fuente para lavarme, iba vestido por que el pantalón
también lo tenía para tirarlo. Mientras me bañaba en la fuente la
gente que pasaba me decía que estaba loco. Pasó un coche de la
policía armada. Me pidieron la documentación y les conté el
episodio. Se marcharon. Después de lavarme bien me fui para la
pensión, pero la peste la llevaba conmigo. Cuando el dueño de la
pensión me abrió la puerta y vio como iba me preguntó qué cómo
iba así. Le dije que me había caído en el estanque del Retiro, él decía
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
que el agua del estanque estaba podrida, que aquello sería malo y
podía coger una infección. Al día siguiente como tendí la ropa en el
balcón para que se secara, el dueño me metió una bronca y me fui
de la pensión.
Al irme de aquella pensión, ya intenté vivir en el centro y fui a
la pensión donde paraba Jorge Mus, en la calle Atocha nº 7. Ese
lugar sería emblemático para mí ya que mientras estuve en el
mundo de los toros en Madrid siempre viví en esa pensión.
Cuando fui al citado lugar, no iba con la idea de quedarme a
vivir allí. Fui preguntando por el señor Mus y me dijeron que ya no
vivía allí. Otra lucha para poder encontrarlo. El dueño de la pensión
ya sabia que era un estafador, a él tampoco le pagó. Le pregunté si
tenía habitación para mi, me dijo que si. La habitación había que
compartirla con más huéspedes. Esa pensión me trae muy buenos
recuerdos, estuve mucho tiempo viviendo allí. Llegue a
convertirme en comodín. Como tenían mucha confianza conmigo,
cuando tenía que cambiarme de habitación, me cambiaba. Había
dos hermanos que vivían siempre en la misma habitación, eran
gitanos, pero buena gente. Me invitaron a comer muchas veces,
eran primos hermanos del Príncipe Gitano y de Dolores Vargas, la
Terremoto. Como el Príncipe Gitano había querido ser torero y
varias veces me invitó a desayunar.
Había otra chica que era extremeña. Vivía siempre en la misma
habitación. Otra chica era de Méjico, era muy gorda y trabajaba en
un club de alterne, se llamaba Noluba y de ella hablaré después.
También había una chica que se llamaba Lucía, era de Málaga. Era
medio simplona, decía que Manolo Escobar era su pichón y cuando
daban una película de él, iba todas las noches a verlo. Trabajaba de
criada y el día de la semana que libraba se llevaba una tortilla de
patatas de 12 huevos y se tiraba todo el día en el cine viendo la
película de Manolo Escobar. Esa chica siempre iba muy limpia y
bien aseada, pero desprendía un olor que no se podía resistir.
Cuando ella llegaba, si estábamos viendo la televisión, se sentaba en
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
el salón y nos teníamos que ir todos. Como en la pensión no había
más que un servicio para todos, si tenías que ir al lavabo y ella
terminaba de salir, ya no podías entrar de la peste que había, yo
muchas veces he pensado cual sería el motivo de la peste que
desprendía. Había otra chica que era gallega, se llamaba Loli,
trabajaba en un club de alterne y estaba enamorada de mí. Tenía
muchas joyas y me las ofrecía. Me decía que me quedara con ellas y
las empeñara. Yo nunca las acepté, pero Juanito Jimeno que
también paraba allí temporadas se las quitó todas. Los dueños de la
pensión eran un matrimonio mayor sin hijos. El Sr. Peláez y su
esposa, él era de Valladolid y ella cordobesa. Vivían con una prima
de la esposa que era muy fea y medio tonta, era ya mayor. Cuando
llegaba algún huésped nuevo, si le decía algo ella decía que era su
novio.
En la pensión no se vivía mal, había una cosa en común para
todos los huéspedes. Teníamos una compañía común que nunca
nos abandonaba. Eran los chinches. Yo no he visto en mi vida tanto
chinche. Estaban por todos los lados. Estaban incrustados en las
paredes y salían a millares. El dueño siempre estaba echando
insecticida pero con los chinches no había quién acabara. Una
noche, sobre las tres de la madrugada salió chillando un señor que
era sirio. Decía que los chinches se lo comían y Noluba que llegaba
de trabajar pasaba por allí y le decía que no pasaba nada. Él le decía
“Tú eres gorda, yo delgado y me come”. Cogió la maleta y se fue. Yo ya
me hice inmune contra ellos, los veía por todas partes y no se me
daba nada. Había gente que se ponía algodón en los oídos para que
no se metieran dentro. No sé cual sería la razón de que hubiera
tanto chinche, sería que los edificios eran muy viejos.
He contado de pasada como era la pensión, me dejo muchas
cosas que contar. Por ejemplo, en la habitación donde yo dormía
había dos camas más y en una estuvo durmiendo un chaval alemán.
Estaría unas dos semanas. Era simpático, pero una noche llego a la
pensión y se había llevado un pantalón vaquero que yo tenía. Me
dejó una nota pidiéndome perdón y me dejó una chaqueta suya.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Era muy bonita, todavía la conservo. Pero no me la puedo poner
por que ahora peso muchos kilos más que en aquella época.
Otro caso curioso me pasó un día. Solo había un lavabo y yo
tenía muchas ganas de dar de cuerpo. El lavabo continuaba
ocupado y no podía aguantar más. Tendí un periódico en el suelo e
hice mis necesidades en él. Lo metí debajo de la cama, me fui y no
me acordé de quitarlo. Cuando regresé el dueño de la pensión me
dio una bronca de miedo. Se enteraron todos en la pensión y el caso
es que me daban la razón. Decían que tenía que haber más de un
baño. El dueño de la pensión era muy roñoso. Le ponía llave a la
ducha, una cadena con candado, para que la gente no se pudiera
duchar. Quien quisiera ducharse tenía que pagar cinco pesetas. El
agua estaba fría. No tenía calentador, ni de butano ni eléctrico. Yo
como no podía abrir el grifo de la ducha, abría el grifo y llenaba la
bañera y me bañaba. En invierno el agua salía congelada, en una
bañera gastaba más agua que si me duchara diez veces.
Un día llegué como todos los días de entrenar en la Casa de
Campo y me fui a dar una vuelta por la zona dónde estaba la gente
del toro. Me encontré con unos banderilleros, de los que por allí
andaban muchos. De esos que no toreaban ni una corrida al año y
se tiraban todo el tiempo dando sablazos. Ese mismo banderillero
un día tuve que mandarlo a tomar viento, por que yo cuando podía
iba a comer a un mesón que había en la calle Lope de Vega del
mismo nombre de la calle. En aquel mesón un plato de patatas con
carne costaba ocho pesetas. Cuando podía me comía dos platos de
patatas con carne.
Una noche fui a comer. Ese día por la mañana en Legazpi había
descargado un camión de tomates y me dieron una buena propia,
así que fui a cenar. Pedí un pollo asado y me comí los huesos y
todo. Recuerdo que cuando el camarero me vio a retirar las cosas de
las mesa, me preguntó por los huesos y le dije que me los había
comido.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Se me ha ido el santo al cielo para contar lo que me dijo el
banderillero ratero. Me comentó que el señor Mus me estaba
buscando. Di una vuelta por los bares de la zona y lo encontré. Me
saludó muy amable y me presentó a un señor que estaba con él. Me
dijo que era de Berja, de Almería y que estaba montando una
novillada para la feria de la citada localidad. La feria comenzaba en
septiembre. En aquella época los Dominguines estaban dando las
novilladas de la oportunidad en Vistalegre y daban muchos festejos
en las ferias de pueblo. El casi es que me dijo que yo iba a torear en
Berja. Firmé el contrato y me puse más contento que unas pascuas.
El señor de Berja se llama Gabriel Callejo. Creo que no es mal
hombre. Siempre está rondando en los toros. Creo que
económicamente no debe haber progresado mucho.
Entre mediados de julio y mediados de agosto estuve en
algunas capeas. Como en Coria, Cáceres. Dónde salían unos toros
que parecían locomotoras de grandes que eran. También estuve en
la provincia de Cuenca, pero voy a contar la experiencia vivida en
una capea de la provincia de Valladolid, Peñafiel.
Yo tenía la costumbre de viajar haciendo autostop, pero conocí
a un aficionado que era buena gente y me enseño que la mejor
manera de desplazarse era en tren sin pagar y voy a contar la
aventura hasta llegar a Peñafiel…
Yo no sabía que los trenes llevaban debajo de los vagones unos
cajones que eran perreras. Quien viajaba en el tren con perros tenía
que llevarlo en esos cajones. Nos fuimos a la estación del norte en
Madrid y vimos un tren que iba para Salamanca y decidimos
cogerlo hasta Ávila, localizamos dos perreras, en una había un
perro y no nos podíamos subir hasta que el tren no comenzara a
andar, por que los empleados de la estación estaban revisándolos.
Cuando el tren salió andando, el otro chaval me dijo que yo me
subiera en el cajón que estaba vacío y él subiría en el del perro.
Cuando nos bajamos en Ávila, salimos de los cajones y no nos
podíamos enderezar, desde Ávila hasta Valladolid decidimos irnos
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
con los pasajeros dándole esquinazo al revisor. Éste vio que nos
metíamos en el baño y con la llave maestra que tenia abrió la
puerta, no solo quiso echarnos fuera sino que nos llevó a un
inspector de policía que en aquella época viajaban de servicio en los
trenes. El inspector no quería hacernos nada, tuvo que
identificarnos ante la insistencia del revisor, nos tuvimos que bajar
y cuando el tren arrancó nos subimos. Así llegamos a Valladolid.
Cando nos bajamos pasamos por delante del revisor y le hicimos un
corte de mangas. El inspector de policía nos miró y se rió de nuestra
hazaña.
Hasta Peñafiel fuimos en un tren de carbón, nadie se metió con
nosotros pero nos pusimos de carbón como negros de África. Si he
querido contar los avatares de esta capea es para que la gente tenga
una ligera idea de lo difícil que era para los aficionados de aquella
época torear en cualquier lugar, bien en tentaderos, capeas o plazas,
no había medios como ahora, que cualquier chaval, no se mueve de
casa sin el móvil y un coche para viajar.
La capea de Peñafiel era muy importante, duraba cinco días.
Había una capea por la mañana, por la tarde una novillada y
después otra vez capea.
Había unos cinco o seis toros para la capea, pero los cinco días
salían los mismos. No había quien se pusiera delante, sabían latín.
Salían a la plaza, se emplazaba en el centro y comenzaban a llamar
toreros, torero que se acercaba, revolcón que recibía. Yo estuve muy
bien en aquella capea, digo muy bien. Recibiendo muchos
revolcones. En los días que estuvimos en aquello, me hice famoso.
La gente decía que era muy valiente. Por la noche había baile y las
chavalas querían bailar conmigo. Nos invitaban a comer y después
de las capeas, cuando encerraban a los toros, los torerillos que
habían estado bien, echaban el guante. Echar el guante consistía en
que dos torerillos cogían un capote cada uno de un lado, daban la
vuelta al ruedo y la gente echaba dinero.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Eso era igual en todas las capeas. A los torerillos que habían
estado bien se les daba dinero y a los que habían estado mal, como
intentaran pedir algo, los mozos del pueblo los arrojaban al pilón
donde las bestias bebían agua. En Peñafiel había un aficionado ó
maletilla que era muy malo. A ese una tarde por poco lo ahogan por
que comenzó a pedir y al ser tan malo, lo cogieron los aficionados
del pueblo, lo arrojaron al pilón, le aguantaron la cabeza y estaba
medio ahogado cuando lo soltaron.
Un día estando de capea, un toro me dio un puntazo en la corva
aunque no fue muy profundo, pero me tocó el nervio y se me
inflamó. Cuanto más tiempo pasaba, más se inflamaba. Cuando
finalizó la fiesta ya no podía dar un paso.
Me acosté en un pajar y por la mañana tenía mucha fiebre. Se
me había infectado la herida. Me fui al rió y me bañé. Salí con unos
escalofríos que no podía resistirlos. Se marcharon todos los
torerillos. Incluso el chaval que había ido conmigo. Era sobre el día
17 de agosto y yo quería irme a Almería por que el día 20
comenzaba la feria. Inicié la marcha dirección a Valladolid. A ver si
algún coche me llevaba, ya que debido a mi estado físico no podía
aventurarme en ir en tren. En el tren había que andar ligero para
poder coger el tren y para esconderte si venia el revisor. Ya no
podía más y me tumbé en una sombra junto a la carretera. Dejé el
maco junto a mí para que la gente viera que era torero y me parara.
Pasó una caravana de gitanos, vieron el maco y comenzaron a decir
“¡Un torero!”. En la caravana viajaba un matrimonio con varios
churumbeles. Comencé a hablar con ellos y les expliqué que un toro
me había dado un puntazo y lo tenía infectado. Los gitanos me
montaron en la caravana, me curaron la herida que tenía mucha
pus y a las tres o cuatro horas comenzó a remitir la inflamación y la
fiebre. Estuve con los gitanos un día y una noche. Mejoré mucho,
me dieron de comer. En aquella época no era muy escrupuloso, no
me daba asco nada. Conmigo se portaron muy bien y como el
Cordobés estaba de moda, decían que a ver si triunfaba como él y
me acordaba de ellos.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Tardé dos días en llegar a Madrid y de allí a Almería fui en
tren. Pasé la feria en Almería, esperando que llegara el día de
debutar vestido de luces en una plaza de toros. Ese día sería el ocho
de septiembre.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
VI
TORERO
Tengo que decir con pena que Almería nunca fue buena para
mí. Como mi padre tenía tierras y no quería que fuese torero, solo
pensaba en que trabajara. Mi preparación era lamentable.
Trabajando de sol a sol. Pero yo tenía una gran ilusión por que
llegara la fecha. Todo en la vida llega y cuando lo hace, lo mejor es
estar preparado para realizar lo que sea. Yo no tenía ni traje de
torear, ni capote de paseo, ni montera, ni zapatillas. No tenía más
que ilusión e ignorancia. Comencé a hacer los preparativos. Había
una señora a la que llamaban la viuda de Ciervanes. El marido
había sido banderillero y me alquiló un traje, que decían que era
lila y azabache. Ya poco se le notaba el color, de lo viejo que era.
Medias no tenía. Las zapatillas y el capote de paseo me los dejo Luís
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Chicuelo. Pero como Chicuelo era mucho más pequeño que yo, no
me valían ni el capote ni las zapatillas. Las medias eran de mi
abuela, eran de hilo, entre marrones y rosas. Cuando me vi vestido
de torero en el hotel donde parábamos, me di cuenta de que iba
hecho un cromo. Estaban allí Ángel Teruel, Jacobo Belmonte y un
tal Currillo de Granada, al que dos años después lo mató un
novillo, en Mira flores de la Sierra. A esos chavales les ayudaban los
Dominguines, así que iban muy bien vestidos. Cuando me vieron
salir de la habitación todos los toreros se partían de risa. Para
disimular la risa me dijeron que como no les había avisado de que
no tenía ropa de torear, que me la hubieran llevado de Madrid.
Llego la tarde esperada, el ocho de septiembre de 1966. Día en
el que debuté vestido de luces en una plaza de toros. Berja de
Almería. Ese día estará siempre en mi recuerdo. Como todos los
días me levanté muy temprano y me fui a trabajar al campo. Estuve
segando cañas de maíz hasta las diez de la mañana. La corrida
comenzaba a las cinco de la tarde. Pero había otro problema
añadido. No tenía con quien irme a Berja. Berja se encuentra a unos
cincuenta kilómetros de Almería.
Por fin encontré a un vecino que tenía un isocarro y dijo que me
llevaba. Tardamos más de dos horas en llegar a Berja, serían las dos
de la tarde cuando llegamos al hotel. La vestimenta ya la he descrito
anteriormente. Como no me podía poner las zapatillas, iba
descalzo. Con aquellas medias tan antiestéticas. Yo, vestido de
torero, me consideraba Napoleón. No ya sólo ese día que era
especial, sino siempre que toreé. Apenas me ponía el traje de luces
ya se me quitaban todas las preocupaciones y solo quería
enfrentarme al toro.
Cuando nos encontrábamos en la puerta de cuadrillas, me
anunciaron como torero de Adra y fue mucha gente de allí a verme.
Yo escuchaba los comentarios que hacían sobre mí. Decían “Ese
tiene que ser el de Adra” y escuchaba que se reían a carcajadas al ver
como iba. Como no tenía montera me pusieron un pegote de
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
algodón con esparadrapos en la frente. El capote de paseo lo llevaba
sólo puesto encima del hombro. Descalzo y para adelante. Salió mi
novillo. Yo estaba verde como la lechuga pero con un valor
espartano. El novillo me cogió infinidad de veces pero yo, antes de
caer al suelo ya estaba otra vez de pie, más derecho que una estaca
y delante del novillo. Matando no estuve bien pero la gente se
olvidó de cómo iba vestido y me aplaudían. Me hicieron dar la
vuelta al ruedo.
Estaban en Berja porque habían llevado a los toreros, Miguel
Cárdenas y un banderillero, José Rodrigo. Ambos serían buenos
amigos míos. Bueno, amigo fue el banderillero José Rodrigo, por
que Cárdenas era un vividor y aunque me dio alguna cosa, en sitios
donde daban dinero por torear, él se quedaba con todo y a mi no
me dio ni una peseta.
El diecisiete de septiembre me llevó a torear a Ampuero,
Santander. Era un mano a mano con un chaval que se llamaba el
León del Campo. Era de Ciudad Real y andaba muy bien. La
novillada salió pegando bocados y digo bien, por que a mi, en el
suelo, de un bocado me arrancó la coleta. Los dos novilleros,
cuando terminamos de matar cada novillo que nos pertenecía,
pasaban a la enfermería. Yo acabé totalmente desnudo. La
taleguilla, que es como se llama el pantalón de torero, acabó
destrozada. Para salir a la plaza tuve que liarme en el capote de
paseo, pero en aquella época aquello le gustaba mucho a la gente,
que el toro te revolcara y uno estuviera valiente. Eran otros
tiempos. Los novillos tenían más raza que ahora y los novilleros
estábamos menos preparados por que no existían escuelas taurinas
para que uno se pudiera enseñar. Aprendías a fuerza de porrazos.
Lo de Ampuero fue fenomenal. El empresario le dio a Miguel
Cárdenas quince mil pesetas por mí, que en aquella época era
dinero. De Ampuero nos fuimos a Francia a torear en un pueblo el
lunes. Toreé el día veinte del mismo mes. La cosa se ponía
fenomenal, en doce días toreé tres novilladas.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Ir a Francia no fue fácil. Como no tenía pasaporte no me
dejaban pasar. Tuve que meterme en el esportón dónde iba la ropa
de torear, trajes y capotes.
Aquel día por poco me ahogo dentro del esportón. Como no
cabía, iba hecho un ovillo. Lo cerraron para que la policía de la
frontera no me viera. Cuando salí del esportón no podía
enderezarme. Pero a mi no me importaban las dificultades, quería
torear como fuese.
En Francia fue un delirio. Maté dos novillos a mi forma. Estuve
muy bien. Me revolcó muchas veces pero eso a los franceses les
gustaba, lo que no les gustaba es que se pinchara. En el primer
novillo estuve muy mal matando y al segundo lo maté de una
estocada y me dieron las dos orejas y el rabo. La plaza se lleno a
tope y el empresario le pagó a Miguel Cárdenas veinte mil pesetas
por mi actuación. Acabó la estancia en Francia y volvimos a hacer la
misma operación para pasar la frontera. En tres días había cobrado
Miguel Cárdenas por mi treinta y cinco mil pesetas, que en aquella
época un hombre tenía que tirarse cinco ó seis meses trabajando
para ganar ese dinero y Cárdenas no me dio ni una peseta. Estuve
dos noches en Madrid parando en la pensión en la que él paraba y
quería que yo lo pagara. Le decía que no tenía dinero y tampoco
quería darme dinero para sacar el billete hacía Almería.
Refunfuñando acabo dándome el dinero para el billete y volví a
Almería, dónde pasé el invierno trabajando.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
VII
EL SERVICIO MILITAR Y MÁS TOROS
En el mes de marzo del año siguiente me fui a Sevilla para
hacer tentaderos. Me hice un pequeño ambiente entre la gente del
toro. Pero vino un parón, ya que el veintiséis de mayo del 1967
ingresé en el ejército, donde estuve catorce meses y contaré algunas
andadas del período.
Quiero dejar claro que yo tenia bien asumido que tenía que
hacer la mili, pero fue muy a destiempo, ya que cuando me licencié
la gente se había olvidado de todo lo que había hecho
anteriormente.
Ingresé en el campamento Álvarez de Sotomayor, Viator,
Almería, el día 27de mayo de 1967 y me licencié el 14 de agosto de
1968. En ese período me pasaron muchas cosas que voy a tratar de
resumir.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Recuerdo que llegamos al campamento sobre las cinco de la
tarde. Nos llevaron a los comedores, nos dieron de comer y nos
pusieron de postre cerezas. A mi se me clavó un hueso en el cielo de
la boca y por lo visto cogió alguna venilla y me salió gran cantidad
de sangre. Conforme íbamos terminando de comer nos llevaban a la
barbería. Después de la barbería apenas nos conocíamos del pelado
que nos dieron. Estuvimos dos o tres días sin que nos dieran la ropa
militar y los amigos comentábamos que aquello era fabuloso, sin
hacer nada. Pero lo bueno se terminó pronto. Cuando nos dieron la
ropa militar, comenzaron a darnos fuerte. Gimnasias, instrucción,
teórica y por la tarde también teórica. Así hasta que juramos
bandera, que no fue hasta el ocho de agosto. En la jura de bandera
me pasó una cosa que quiero contar.
El domingo anterior a la jura estuve en mi casa y mi madre me
dio una tripa de salchichón y otra de chorizo. Lo metí en el petate y
con el calor que hacía a los días comenzó a despedir grasa y se
manchó todo el petate. Saqué los embutidos y los repartí con los
compañeros que dormían cerca de mí, pero solo se comieron la
tripa de chorizo y yo pensé que no podía dejar el salchichón en el
petate. Me la comí y esa tripa pesaba un kilo. Al poco rato comenzó
a fermentar aquello en el estómago y me dio una diarrea. El día que
entrenaron lo de la jura de bandera yo tuve que ir al botiquín para
que me dieran algo que me cortase la colitis. Comenzó la jura y la
bandera era un banderín, yo pasé y no me di cuenta y tenía
preocupación y remordimiento. Se lo comenté al teniente y me dijo
que no tenía importancia, yo insistí y volví a pasar de nuevo bajo la
bandera y la besé.
Una tarde estábamos de teórica y se televisaba una corrida de
toros desde la plaza de Valencia. Solo había dos televisores, uno en
la cantina y el otro en la Unidad de servicio. Como cuando me
incorporé en la mili les dije que mi profesión era torero, me
llamaban el teniente novillero. Le pedí permiso al teniente para ver
la corrida de toros y no quiso dármelo. Yo lo tenía claro, quería ver
la corrida como fuera. Entre a los baños, salté por la ventana y me
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
fui a ver los toros. Cuando estaba finalizando la corrida se presentó
un veterano y me dijo que me presentase urgente al teniente que ya
me estaba buscando. Cuando terminó la corrida fui hacía la
Compañía y me presenté al teniente. Estaba que saltaba por las
paredes por haberme ido sin su consentimiento. Comenzó a
amenazarme con que me iba a tirar durmiendo en los calabozos
hasta que me licenciara. Al final no pasó nada, ni me arrestó. Creo
que el teniente sabía que me había ido y había mandado al soldado
a que fuera a buscarme cuando ya había terminado la corrida.
El sargento de la oficina de la plana del batallón donde
pertenecía mi compañía era amigo mío y me tenia prometido que
cuando jurara bandera me destinaría a la Unidad de Servicios para
irme de asistente con un jefe, pero en ese reemplazo quitaron a los
asistentes y a me mandaron de cocinero. En la cocina no se estaba
mal, pero no podía irme todos los días a dormir a mi casa, aunque
yo lo hacía. A los pocos días de irme destinado a la cocina era la
feria de Almería y me saqué un abono para ir a ver los toros. Me
resistía a no ver las corridas y aunque no tenia pase para pernoctar
a las dos de la tarde, cuando comenzaban a irse los jefes yo también
me iba.
Iba saliendo del campamento para coger el autobús y me vio el
sargento de la cocina, me hizo que volviera. Me dijo “Vuelve, ponte
la ropa de faena y preséntate a mi”. Me volví pero no me cambié de
ropa, me presenté a él pero con la ropa de paseo y le dije que yo era
torero y que tenía un abono para las corridas de toros y tenía que
irme. Él no dijo nada e interpreté que no me daba permiso y me fui.
Pero claro, la juventud es muy poderosa. Yo salía de los toros y en
vez de irme a dormir al campamento, ya que no tenía pase para
dormir fuera, lo que hacía era que me iba a la feria y en el baile vi al
sargento, que no me dijo nada ni yo a él. Pero estaba destinado a
tener problemas con el sargento de cocina. Solía irme muy
temprano para el campamento y cuando llegaban los jefes ya estaba
en la cocina y nadie se enteraba. A la mañana siguiente de verlo en
el baile yo estaba esperando al autobús para irme hacia el
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
campamento, ya que aquella mañana mi padre no pudo llevarme
con el coche. Se ve que pasó y me vio. Cuando llegó al campamento
lo primero que hizo fue preguntar por mí, sabiendo que yo no
estaba. Al llegar, los compañeros me dijeron que el sargento había
pregunta por mi y había dicho que me presentara ante él. Yo pensé
“De ésta no me escapo, este tío me arresta”. Le dije a un vecino mío que
también se iba a su casa pues tenia permiso para dormir fuera por
que estaba casado, que me meterían en el calabozo. Cuando me
presenté al sargento me pregunto dónde estaba yo a las ocho de la
mañana, que era la hora en que me había visto. En un principio le
contesté que sobre esa hora estaba hablando con un sargento que
era amigo mío y él me contestó que a las ocho yo estaba esperando
el autobús en la carretera de Ronda. Después de esto ya pensé que
de perdidos al río y le contesté que era torero y si estaba suelto me
iba a los toros y después a la feria. El tío se fue y no me dijo nada,
pero yo pensé que daría parte sobre mí. El caso es que hacia las dos
de la tarde no me había dicho nada y vi que se marchaba. Vestido
con la ropa de faena y atravesando por los cerros, me fui a mi casa,
que era lo que solía hacer a raíz de que el sargento me hiciera
volverme, me iba por los cerros que estaba a siete u ocho kilómetros
de mi casa.
¡Qué poderosa es la juventud! durante la semana de feria no me
acosté ni una noche. Por la mañana hacia el trabajo de cocina, a las
dos me iba a casa y cuando llegaba a casa me iba a la playa, de la
playa a los toros y de los toros a la feria.
Iba pasando el tiempo y me hicieron cocinero mayor y aunque
estaba muy bien, no podía irme a casa por las noches. Se lo comenté
a mi amigo, el sargento. Le pregunté si había algún sitio donde
pudiera irme, le conté el motivo y mi amigo, Victoriano, que así se
llamaba el sargento, estaba agradecido a mi por que aunque le
gustaban mucho las mujeres, no era buen ligón. Yo le presente a
una amiga mía e hicieron buenas migas.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Por fin un día se produce el acontecimiento que esperaba, irme
de la cocina. Me llamaron para que me presentara a la Unidad de
Servicio. Me presenté al Capitán y me dijo que si quería cambiarme
de destino, le dije que si y me cambiaron por un soldado que estaba
en Intendencia y no lo quería.
En Intendencia no parecía que estuviese en la mili. El jefe de
aquel departamento era un civil, Manuel Segura, una persona
extraordinaria. Había tres compañeros más, tres mujeres que
estaban en la lavandería y Paco Murcia, que era el encargado.
Aquello era una familia unida.
En el mes de febrero cogí las vacaciones ó el permiso que me
correspondía, un mes. Pues ese mes me fui a Salamanca para ver si
podía hacer algún tentadero. En Salamanca los primeros días estuve
viviendo en una pensión en la calle Cifuentes. Allí estuve hasta que
se me terminó el dinero. Cuando se terminó me fui hacia la zona de
la Fuente de San Esteban. Por aquella zona me orienté un poco, fui
a algunos tentaderos y un día me encontré con un aficionado de
Almería, Emiliano, me dijo que él estaba apuntado en el Bolsín de
Ciudad Rodrigo.
El Bolsín se trataba de que los aficionados se apuntaran y si
tenías suerte y te tocaba te llevaban a varios tentaderos e iban
eliminando. Al triunfador de los tentaderos dónde les llevaban le
daban la oportunidad de torear en un festival, en los carnavales de
Ciudad Rodrigo. Son unas fiestas muy famosas dónde hacían
cuatro días de capeas en la plaza del pueblo y el festival era con
matadores de toros.
A lo que iba, me tropecé con mi amigo Emiliano y me dijo que
había sido elegido para torear en la selección del Bolsín y que un
amigo suyo también había sido elegido, pero que éste se había
marchado, así que acordamos que me presentaría yo en nombre de
su amigo. Así lo hicimos. La primera prueba fue en la finca de
Pedrés que estaba junto a la frontera con Portugal. Para llegar hasta
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
allí nos las vimos y nos las deseamos. Una vez en la finca, el jurado
pasó lista. Nombraron al chaval por el que iba yo en su lugar,
contesté “Yo” y fenomenal. Éramos alrededor de cuarenta chavales.
Recuerdo que toreábamos seis vacas, por que eran vacas viejas de
retienta, algunas pegaban bocados. Sabían latín. De los cuarenta
chavales quedamos veinte, cuando finalizaron las pruebas, un señor
del jurado nombró a los veinte que quedaban y entre ellos estaba
yo, físicamente claro, pero oficialmente era el otro chaval. Nos
dijeron donde se celebraba el próximo tentadero. La cosa fue mejor,
menos aspirantes y las vacas salieron mejores. Allí pasó lo mismo,
de los veinte quedaron diez y también estaba yo. Nos dijeron el
nuevo tentadero, que fue en la ganadería de Cobaleda. En aquella
ganadería salían las vacas muy grandes. Habían vacas que salían
muy buenas, cuando estabas toreando te daba la sensación de que
estabas toreando un toro. También superé la prueba y quedamos
solo cinco para dos pruebas que quedaban. En la prueba número
cuatro solo eliminaron a dos y los tres finalistas pasaban a la quinta
prueba que ya en esa solo quedaba uno, que era el ganador. El que
torearía en el festival y en varios tentaderos invitado en compañía
de los otros dos finalistas.
Estábamos esperando para iniciar las prácticas en la finca de
Don Antonio Pérez de San Fernando, cuando veo por allí a un
chaval discutiendo y escucho que decía que él era el elegido, yo no
sabía quien era. No lo había visto nunca y mi amigo Emiliano ya no
estaba. Había un murmullo entre la gente de la organización y el
chaval discutiendo con ellos. Ya éramos solo cinco. Cuando uno de
los organizadores se dirigió hacía mi y me preguntó cómo me
llamaba yo le dije el nombre supuesto y me dijo que ese nombre no
era el mío. Entonces le dije la verdad. Él lo comprendió pero quedé
eliminado y por supuesto al verdadero, lo echaron de la finca. A mi
me dejaron participar en el tentadero, ya no como aspirante. Les
rogué, les supliqué, les dije que estaba haciendo la mili y que me
habían dado permiso para ir allí a participar, pero que cuando fui a
apuntarme ya habían cerrado el cupo. No quisieron reconocer mi
esfuerzo y allí terminó mi aventura como aspirante del Bolsín.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Continuó mi lucha por los campos Salmantinos, hice dos o tres
tentaderos, pero ya todo era muy distinto. Como se me había
acabado el dinero, dormía en los pajares y comía lo que pillaba por
el campo, remolacha, nabos. En aquella época era muy difícil vivir.
Por allí sin dinero y con el frío que hacía. Cavaba un hoyo en la
paja, me ponía un trapo en la cabeza y me enterraba con paja.
Un día leí un anuncio en la revista de Toros Dígame. Leí el
nombre de Jorge Mus. El estafador al que yo con tanto esfuerzo le
había dado cinco mil pesetas para que me diera dos novilladas. Solo
me había dado una y le había perdido la pista.
En el anuncio aparecía el mismo rollo: Aspirantes a toreros, si
queréis torear poneros en contacto conmigo, esta es mi dirección ,
era en Turegano, un pueblo de Segovia. Me dije “Esta es la mía”,
ahora voy en su busca y que me pague lo que me debe. Una tarde
me puse en camino. Haciendo autostop, pero no me paraba nadie,
recuerdo que entre los muchos coches a los que les puse la mano,
uno era el Viti y me hizo un gesto no digno de una figura del toreo.
El gesto fue que cogiera una azada y me fuera a picar. Aquello me
dolió más que una puñalada. Unos años después tuve la ocasión de
recordárselo al Viti. Coincidimos en el sanatorio de toreros, él con
unas costillas rotas y yo con una cornada en el recto, más tarde
hablaré de esto.
Me llevó un camión y me dejo en Villacastín, allí estuve un rato
a ver si un coche me llevaba para Segovia, pero no paraba nadie.
Hacia un frío que pelaba y decidí entrar en el pueblo por si
encontraba un pajar o una cuadra de mulos y podía pasar la noche.
En el pueblo no había nadie por la calle. Por fin vi a una señora
mayor y le pregunté si sabia donde había una pajar, la señora me
dio la bronca, decía “Fuera, maletillas, vagos y sinvergüenzas”. Yo con
el frío que tenia junto con el hambre no le contesté nada y cuando
me iba a marchar me dijo que tirara por una calle y que al final
había una posada. Yo me dije que para que quería una posada si no
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
tenia dinero con el que pagarla. Estuve dando vueltas por el pueblo
y no encontré nada, decidí irme a la posada a ver si me podía
quedar en la cuadra. Cuando entré a preguntar la posada estaba
llena de gitanos, pregunté por el propietario y entonces vi a la
señora que me había dado la bronca, me dijeron que era la dueña.
Pensé que si en medio de la calle se había puesto hecha una fiera, en
la posada me mataba. Cuando fui a irme me dijo la señora que no
me marchara que tenía cama para mí. Le dije que no tenía dinero,
que lo que quería era dormir en la cuadra con los animales. Ella dijo
que no, me invitó a subir al piso de arriba, me preparó una cama
con muchas mantas y me dijo “Antes te di la bronca, ahora te hago el
quite con el capotillo”. Me dio de cenar, por la mañana me dio el
desayuno y cuando me marche me dio 25 pesetas. La acción de
aquella señora fue una de las cosas más emotivas de mi vida.
Me fui de Villacastin, contento. Había dormido bien ya que
llevaba muchas noches que no dormía en una casa y había cenado y
desayunado. Me marche a Turegano a ver si localizaba a Jorge Mus.
Me presenté en Turegano, fui a la dirección que tenía y no había
nadie, pregunté a los vecinos y me confirmaron que vivía allí. Ya
solo tenia que esperar. Me puse un poco oculto, yo veía su puerta y
el no me podía ver a mi. Vivía en una casa de planta baja. Llevaba
una media hora esperando cuando lo veo acompañado de una
mujer. Hice acto de presencia y él al verme se quedó helado,
temblaba. Me preguntó que hacia allí y le dije que esa respuesta él
mismo la podía dar. Él se comportaba amable pero yo tenía cara de
mala leche. Pero no porque yo quisiera poner cara de enfado, es que
él temblaba de miedo y yo temblaba de la mala leche que tenia en
mi cuerpo. Mi intención era cogerlo del cuello y retorcérselo como a
las gallinas. Con el trabajo que me había costado ganar aquel
dinero, las necesidades que estaba pasando, pensaba que si no me
pagaba le daría la del pulpo. Él me decía que me tranquilizara, que
ese año me iba a dar muchos toros, yo solo le decía que si no me
daba las 2500 pesetas que me debía se iba a arrepentir de haber
nacido. La señora que le acompañaba entró en baza, yo no
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
escuchaba a nadie, sólo les decía que no me iba de allí mientras no
me dieran mi dinero. Él decía que no tenia dinero, al final me dio
300 pesetas. Le dije que aquello no era nada. Al final cogí las 300
pesetas y tenia un transistor encima de la mesa, lo cogí. La señora
decía que era suyo, que lo dejara. Me llevé el transistor y al año
siguiente por medio de él, toreé en Turegano y le perdí la pista. Que
Dios le haya perdonado, por que tenia muchos pecados.
Regresé a Salamanca, concretamente a Ciudad Rodrigo, ya que
comenzaban los carnavales y las capeas. Los toros los daban en la
plaza del pueblo, que era de adoquines, habían echado arena, pero
durante los carnavales llovió mucho, la arena se la llevo el agua y
aquello tenía doble peligro añadido. Los toros que salían en aquella
capea eran de cinco o seis años, como todos los días eran los
mismos toros, ya sabían latín. Apenas se ponía uno delante, como te
descuidaras un milímetro, te cogía. El tercer día de capea, por la
mañana, me cogió uno. Me dio un puntazo corrido en el muslo y
me hizo polvo el pantalón. Ese día ha sido el único de mi vida que
vi las estrellas. Cuando uno se da un porrazo fuerte dice que ha
visto las estrellas, pues a mi me cogió el toro, me lanzó para arriba,
caí al suelo bocabajo y como los adoquines estaban al descubierto,
me llevé un porrazo tan fuerte que vi estrellas por todas partes. Me
cogieron, había un botiquín en la misma plaza, cual seria mi
sorpresa que la persona que estaba en el botiquín, no se si sería
médico o enfermero, no quiso curarme. Decía que aquello era
cuento. La frente, la nariz, la llevaba como un santo cristo, el muslo
chorreando de sangre y el hijo de su madre decía que era cuento.
Los chavales que me acompañaban le querían pegar. El tío se vio
sin saber que hacer en el lío en que se había metido. Me quiso dar
un algodón mojado en alcohol pero ya no lo quise.
En el lío que se formó perdí la muleta. Le pregunté a todo el
mundo y nadie la había visto. Estaba muy preocupado por que al
día siguiente tenia que marcharme a Almería ya que estaba con un
mes de permiso de la mili y se me terminaba el día 28 de febrero. El
día 26 tenía que irme sin falta y la muleta no aparecía.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Por la noche todos los aficionados nos íbamos a dormir a un
pajar. Por la mañana vi a un aficionado al que le salía un poco una
muleta por un extremo del maco. Se lo dije y él me contestó que era
suya. Le cogí el maco y le dije que desatase todos los nudos para
ver bien la muleta. No quería. Le quite el maco y cuando comprobé
que era mi muleta me dijo que se la había vendido un chaval. Se la
quité.
Aquella noche, pensando en mi muleta, hice una promesa.
Prometí que si aparecía la muleta me bebería un litro de vino. Para
mi beberme un litro de vino era peor que beberme una botella de
agua caravana, ya que a mi el vino no me gustaba nada. Al aparecer
la muleta tenía que cumplir la promesa, así que compré una tripa
de salchichón, una barra de pan y un litro de vino. Me metí en una
casa vieja. Me comí el pan y el salchichón. Cogí la botella de vino,
me la puse en la boca y me la bebí de un tirón. Ya no recuerdo nada
más. Cuando desperté había alrededor de mi varias mujeres
dándome café con leche. Recuerdo que decían que me había
emborrachado. Ellas decían “pobrecito”. Me hubiera gustado saber
qué estuve haciendo para que aquellas mujeres me vieran, por que
las viviendas estaban lejos y me había metido dentro de unas casas
viejas. Como hacia tanto frío, con el café con leche se me quitó
pronto la borrachera. Cuando estuve en condiciones de poder
caminar ya era por la tarde. Tenia que irme sin falta.
Fui hasta Salamanca en un camión y allí cogí un tren hasta
Ávila. Desde allí fui en un tren de mercancías que iba hacía Madrid.
Me metí en la garita de un vagón. La garita no tenía puertas y hacía
mucho frío por la sierra de Madrid. Estuvo parado un buen rato en
un apeadero. Creí que me helaba. Me tapé con la muleta, el capote y
toda la ropa que llevaba. Cuando llegué a la estación del norte
estaba acartonado. No podía andar. Me metí en un bar y me tomé
una taza de café con leche y churros. Cuando terminé me dije, pies
para qué os quiero, y salí como el tío la lista. Escuché como el
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
camarero decía que me había ido sin pagar, pero en aquella época
no era fácil cogerme corriendo.
Para ir a Almería tuve que coger el tren pagando, ya que me
quedaba un día para presentarme en el campamento.
Recuerdo que cuando me presenté al capitán me quería
arrestar. Decía las heridas que tenía en la cara me las había hecho
por caerme de una moto. En aquella época los soldados tenían
prohibido montar en moto. Yo tampoco podía decirle que aquello
me lo había hecho toreando en Salamanca, por que también estaba
prohibido abandonar la plaza. El permiso que tenía era para
disfrutarlo en Almería. Me vi tan acosado por aquel capitán que se
me ocurrió decirle que me había tirado una mula que teníamos y así
quedó la cosa.
Mi vida continuaba pasando lentamente. El tiempo se me hacía
interminable, aunque referente al servicio era inmejorable, pero yo
quería terminar la mili e iniciar mi lucha en los toros. Al fin todo
llega y el catorce de agosto de 1968 me licenciaron. Recuerdo que
ese día por la tarde me fui con mi hermano y nos tomamos varias
cervezas, cuando por la noche llegué a casa mi padre me echó la
bronca ya que estaba acostumbrado a que por las mañanas fuese al
campamento y por las tardes me dedicase a las labores del campo.
Tengo que confesar que le tenía más miedo a mi padre que a un
sargento chusquero, que eran los más malos que había en el ejército.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
VIII
ADELANTE, AHORA CON PICADORES Y AUTÉNTICOS TOROS
Al acabar la mili, que duda cabe, mi padre no quería que
continuase intentado ser torero, pero yo estaba envenenado. Lo que
quería era irme a Madrid y así lo hice. Fui a Madrid y comencé a
visitar gente del toro. Unos me daban con la puerta en las narices y
otros me ofrecían que volviera en otro momento. Un día tropecé
con Miguel Cárdenas, que no había podido localizar por que se
había cambiado de pensión. El caso es que hablé con él y seguía tan
optimista como siempre. Me decía que yo iba a ser un figurón del
toreo y como era tan trapala y lioso me dijo que había un torero que
se llamaba Sánchez Cáceres y que lo apoderaba un industrial de
Zaragoza, Don Julio Suso. Por aquellas épocas había de apoderarlo
por que el torero no se animaba y que le tenía hecha una novillada
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
en Francia. La novillada era con picadores, me preguntó si yo
quería torear. Le dije que sí pero que no podía torear con picadores,
ya que solo había toreado tres novilladas sin picadores y para
hacerlo antes se necesita haber toreado quince novilladas sin
picadores. Me dijo que no me preocupara, que como a Sánchez
Cáceres no lo conocen en Francia, que me presentara con su nombre
y que no pasaría nada. Le expuse mis dudas. Le dije que había
toreado poco y que en el período de la mili no había entrenado. Él
todo lo veía positivo. Le dije que si toreaba y surgía un problema
grave, necesitaría un pasaporte para entrar en Francia. Yo ya había
pasado dos veces por la frontera metido en el esportón dónde se
llevaban los trastos de torear y no pensaba hacerlo más. La última
vez por poco me asfixio. Acordamos que tenía que hacerme el
pasaporte. Fui a hacérmelo y necesitaba un permiso del ejército. Fui
a Almería y en el Gobierno Militar me dijeron que tenía que ir a
Capitanía de Granada. Los días pasaban y no se solucionaba lo del
permiso. Fui a hablar con un teniente que era jefe del Juzgado
militar, me hizo ir dos ó tres veces. Ya no podía aguantar más y le
dije al teniente “¡Me cago en la puta madre que ha parido a todos los
militares!”. El teniente me dijo que me calmase, pero a mi no había
quien me calmase. En aquella época por menos de lo que le dije se
le formaba un consejo de guerra a un soldado y se pasaba diez años
en una prisión militar, por que aunque me hubiese licenciado
estaba todavía bajo el régimen militar.
Recuerdo que al no llegarme el permiso del ejército para pedir
el pasaporte, me fui a Madrid. Le conté los hechos a Cárdenas y me
dijo que no me preocupase. La corrida era el trece de octubre de
1968. Salimos de Madrid el día once en el coche de un banderillero,
José Rodrigo. Se trataba de un Citroen muy viejo, aquello no pasaba
de los 40 kilómetros por hora. Paramos en Barcelona donde había
una señora que alquilaba ropa para torear. Le alquilé un traje de
torear, montera, zapatillas y capote de paseo. Continuamos el viaje
a Francia. Llegamos a la Jonquera y en la frontera contamos el
problema de que iba a torear a Francia pero no tenía pasaporte. Era
fiesta, el día de la Virgen del Pilar y nos dijeron que la oficina estaba
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
cerrada y no nos podían dar el pase. Al final de tanto rogarle al
Inspector de Policía que estaba de servicio, nos dio un pase de tres
días. Entramos en Francia rumbo a Arles. Llegamos cuando se
estaba poniendo el sol. Dormimos en una pensión de mala muerte y
al día siguiente nos pusimos en contacto con la gente del toro. El
empresario y el otro torero que eran de la tierra me llamaban
Antonio, que era el nombre que figuraba en los carteles.
No puedo describir la sensación que tenía. Torear con
picadores. Cuantas veces había soñado con aquel momento. Pero
aquello no era el autentico debut con picadores, aquello más bien
era un suicidio. Un chaval que apenas sabía coger una muleta. Pero
yo estaba muy ilusionado.
Nos vestimos en un hotel cerca de la plaza de toros y nos
fuimos andando a la plaza. Fuimos escoltados por un grupo de
mayores. Hicimos el paseíllo. Salio Miguel Cárdenas, después el
torero francés y el tercero yo. He tenido la virtud de que cuando me
ponía el traje de torear, era como si me pusiera una coraza. Me creía
Napoleón. Con la muleta me defendía, el capote no sabía ni cogerlo.
Pero había una cosa que se me daba bien, torear por gaoneras con
el capote a la espalda y el toro no me cogía, salía airoso del quite.
Los novillos eran grandes y con muchos kilos, pero eran medio
mansotes. A mi me iba bien, con la muleta me puse de rodillas y a
la gente la volví loca. Me cogió en varias ocasiones, pero le armé un
lío. Entré a matar. Me había comprado una espada nueva, pero no
la había afilado y no cortaba. Aquello comenzaba a ser un suplicio.
Por fin le di un pinchazo hondo y el novillo se tumbó. En Francia no
gusta que se pinche a los toros, quieren que se maten rápido. Fíjense
si estarían conmigo que me dieron una oreja. Yo estaba endiosado.
Sin saber coger el capote. En el segundo novillo de Miguel
Cárdenas lo cogió. Fui y le quité con la mala suerte de que el novillo
me pisó en el tobillo de la pierna izquierda. Cuando el pié se enfrió,
se inflamó y no podía dar un paso. Pero pude matar mi novillo. Si
en el primero estuve valiente, en el segundo lo estuve más. Me
cogió varias veces. Me dejó semidesnudo. La gente me decía que no
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
tenía un par de huevos sino diez pares de huevos. Pero otra vez
vinieron las madres mías con la espada. Había un problema
añadido, Miguel Cárdenas no podía dejarme su espada por que él
era zurdo. Mataba con la izquierda y tenia la empuñadura al revés.
El otro torero no quiso prestarme una espada. Con todo, le corté
otra oreja al novillo. Si llego a estar bien con la espada, hubiera
cortado el rabo a los dos novillos. Quisieron sacarme a hombros
pero como la taleguilla estaba totalmente destrozada me tuve que
liar con el capote de paseo para que no se me viesen los atributos.
Mi experiencia fue un gran éxito.
El hotel se llenó de gente felicitándome. Incluso un hermano del
torero francés y su madre fueron a felicitarme y me dieron una
garrafa de agua milagrosa bendecida en Lourdes. Yo no podía
mover el pie. No podía dar un paso y no pude ir al medico por que
Miguel Cárdenas decía que si iba al médico descubrirían que no
era quien la gente pensaba que era. Cárdenas, un ratero como
siempre. El empresario le dio libres, después de pagar todos los
gastos, cincuenta mil pesetas. Que hoy en día serian unos doce mil
euros, alrededor de dos millones de las antiguas pesetas. Pues a mi
no me dio ni un duro. La hermana del torero francés nos invitó a
pasar unos días en su casa. Ellos tenían muchos viñedos y allí
estuvimos cinco días. Ella era separada. Vivía con sus padres y yo le
caí muy bien. Me decía que me quedara allí todo el invierno, ya que
la temporada había terminado en España, poco podía hacer.
Durante el tiempo que estuvimos en Francia, había mucha
gente que daba toros y pedían mi dirección para cuando montaran
alguna novillada. Pero Cárdenas siempre se oponía diciendo que se
pusieran en contacto con él.
Se terminó nuestra estancia en Francia y volvimos a España. En
la frontera tuvimos un gran problema ya que el permiso era para
tres días y estuvimos cinco. Nos dijo que habíamos estado más
tiempo del autorizado. Menos mal que el torero que había toreado
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
con nosotros era médico así que nos hizo un parte con la lesión que
yo tenía y por ahí me escapé.
Pasamos por Zaragoza ya que el banderillero, José Rodrigo, era
de allí y tenía amigos del mundo del toro. También vivía en la
ciudad Don Julio Suso, el apoderado de Sánchez Cáceres, el torero
al que suplanté en Francia y Miguel Cárdenas le había hablado de
mí. Pero no quiso verme. Saludó a Cárdenas y al parecer estaba
animado en prestarme alguna ayuda, ya que le dijo a Cárdenas que
montara alguna novillada e iría a verme. Se intentó montar una en
Reus, pero no se llevó a cabo por que en la fecha que eligieron se
metió mal tiempo y se pospuso para el año siguiente. En el mundo
del toro lo que se deja para luego no aparece. Que ingrata es la vida.
Llegamos a Madrid. Al día siguiente fui al sanatorio de toreros
para que me mandaran alguna cosa para el pie ya que no podía dar
un paso. Allí me dijeron que me habían dado de baja por no pagar.
Me llevé una desilusión tremenda. Se lo comenté a Cárdenas y le
dije que si podía darme algún dinero ya que no tenia ni cinco
céntimos. Me contestó que el dinero que le habían dado por mi se lo
había gastado en el viaje. De los tres que fuimos a torear, al
banderillero le pagó el sueldo el empresario. A Cárdenas como
mínimo le dieron como a mí. La estancia en Francia no le costó un
duro, ya que una noche dormimos en un hotel, que pagó el
empresario y las demás noches dormimos en casa de la familia del
torero francés. También comimos allí y todo sin pagar nada, menos
una noche que pasamos en Barcelona.
Antes de continuar quiero contar una anécdota. Como la ropa
de torear la alquilé en una sastrería de Barcelona, cuando fuimos a
devolver la ropa, la señora estaba desayunando y la primera
intención fue ir a ver la ropa, pero al verme como iba me dijo que
iba a terminar de desayunar. Se imaginó lo peor, pero la sorpresa
aun fue más terrible. Cuando vio la taleguilla por poco se desmaya
de lo rota que estaba. Quería que le pagase más del precio que
habíamos contratado.
67
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Después de estar en Francia llegó un duro invierno en Madrid.
Sin dinero, cojo, sin poder curarme, comencé a buscar trabajo.
Noluba, que era la chica mejicana que vivía en la pensión, se enteró
y me dijo que si quería trabajar en un club en el que ella trabajaba.
Para hacer los recados que hubiesen. Yo iba antes de que abrieran al
público. Picaba el hielo, rellenaba las botellas de las garrafas y
estaba en la entrada para poner música y controlar al personal que
entraba. Con el cliente no solía haber problemas ya que casi siempre
eran los mismos. El club estaba en el camino viejo de Leganés. La
primera noche, Noluba me llevo con ella en un taxi. Nos fuimos a
Getafe. Había un bar donde se reunía la gente mundana de la
noche. Hacían buenos bocadillos. Con Noluba no había problemas,
pagaba ella. Así estuvimos cuatro o cinco noches, pero yo no podía
seguir así. Todas las mañanas me iba a entrenar a la Casa de Campo
y había noches en que ni me acostaba. Una noche me fui en un taxi
con una chica que trabajaba allí. Noluba se puso celosa y a partir de
ese momento se convirtió en mi enemiga. Ya no quiso llevarme más
con ella en el taxi. Como a la hora en que salíamos no había
transporte público, y como no cogía taxis, iba andando. Tardaba
casi dos horas y eso lo hacia todas las noches. Me acostaba sobre las
cinco de la mañana y a las siete y media me levantaba. Pasaba por
donde vivía Cárdenas y el banderillero, Rodrigo. Como tenían tanta
cara me hacían pagar el desayuno casi todas las mañanas. Yo estaba
hasta los huevos. Las panzadas de andar que me daba todas las
noches. Noluba que quería complicarme la vida y Miquel Cárdenas
que quería que le pagara el desayuno todas las mañanas.
Una noche, cerca de donde trabajaba me encontré a un chaval
que hacia tiempo había conocido. Era venezolano. Había sido
novillero y era pintor. Estudiaba en Bellas Artes y una noche lo
encontré que iba con su esposa y dos chiquillos. Me dio una gran
alegría. No sabía que estaba casado con una chica española y me
comentó que tenía una hermana en Salamanca que estaba
estudiando medicina. Se iba unos días a Salamanca a pasarlos con
su hermana y me pregunto si quería ir. No lo pensé dos veces. Esa
68
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
misma noche le dije a la encargada del club, que era Noluba que me
preparara la cuenta, que no trabajaba más y me fui para Salamanca.
Estuve unos días con mi amigo y su familia. Por cierto, mi amigo se
llamaba y espero que siga llamándose por que hace muchos años
que no se nada de él, Arquímedes Saldeño. Pero a él le gustaba que
le llamaran Antonio.
Durante los días en que él estuvo en Salamanca fuimos a dos o
tres fiestas camperas. Donde tuve la oportunidad de torear. Asistía
a las charlas que daban en la Facultad de Medicina. Cuando él se
marchó de Salamanca yo me quedé parando en una pensión.
Esperando ir a algún tentadero. Saldeño me había presentado al
matador de toros José Maria Barrero. También yo conocía a Dámaso
Gómez, matador de toros y estaba muy vinculado a la tierra charra.
En Salamanca los inviernos son muy duros, sobretodo cuando
los medios de vida no son los más adecuados. El alimento escaso y
yo no estaba en el momento mas adecuado para estar en forma y
plantarle cara al frió. Mi menú era poco variable. En el mercado
hurtaba de vez en cuando una cabeza de ajos y en el campo cogía
nabos, ya que en Salamanca había muchos. Así iba combatiendo el
hambre y de tarde en tarde hacia algún tentadero. Aprendí una
cosa, que el frió hay que combatirlo con mas frió. En la pensión en
la que yo paraba, cuando tenía dinero para poderla pagar, no había
agua caliente. Yo llenaba la bañera de agua y me bañaba. Salía
congelado pero no sentía el frió, me iba a la plaza Mayor, con una
camisa y una chaqueta y era la envidia de todos. Iban con jerséis,
chaquetones. Dámaso Gómez me decía que yo no podía ser de
Almería, tierra de temperatura cálida, que tenia que ser de Siberia
por la manera en que aguantaba el frío.
En Fuente Saúco, pueblo de Zamora, que está muy cerca de
Salamanca, había un carnicero que había conocido en un tentadero
y cada vez que me veía me saludaba y me invitaba a un café con
leche. Dicho señor me llevó a Fuente Saúco (tierra de garbanzos)
por que había comprado dos toros para llevarlos al matadero, decía
69
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
que eran bravos y fui para torearlos. Cuando vi a los toros me dio
un escalofrío por la espina dorsal que me dejo paralizado. Los toros
estaban en un corral que no reunía las mínimas condiciones para
torear, como torero. Estaba yo solo. Pensé que si me cogían no
habría nadie que me hiciese el quite. Me asesinarían. Pero no podía
decir que no. Primero por que me estaba ayudando y segundo por
que mi condición nunca fue la de retrocederApartaron un toro y le dieron suerte en el corral. Dentro de
toda la suerte que tuve fue que los toros eran medio mansos y
embestían sin codicia, pero me cogieron varias veces para
asesinarme. Me lanzaban por los aires como un papel. Cuanto más
me cogían más valiente estaba yo. Recuerdo que el último toro me
cogió y me lanzó por los aires casi fuera del recinto. Yo parecía de
goma. Apenas caía al suelo ya estaba otra vez delante del toro. Ese
último toro me hizo el pantalón totalmente polvo. Terminó la fiesta
y había varios hombres del pueblo y me prometieron que en las
fiestas torearía yo en ese pueblo. Y lo cumplieron, en fiestas toreé.
Mi amigo el carnicero quedó muy contento de mi actuación,
con los toros que toree de media casa que me regaló mil pesetas.
Matizo sobre los toros de media casta por que si hubieran sido
bravos me asesinan. El toro bravo cuando coge, en el suelo busca el
bulto y lo cornea sin contemplaciones y el toro de media casta
cuando coge no hace por cornear el bulto en el suelo, se va
corriendo.
Un día venía de entrenar y llevaba el maco, que es donde se
llevan los trastos, el capote y la muleta. Iba cansado y decaído y se
puso un cura a mi lado. Fue apareado junto a mi más de cien
metros. Yo lo miraba. Era un hombre muy bajo, con la sotana
parecía un muñeco y yo no le decía nada y él tampoco a mí. Yo iba
ya mosqueado y fui a llamarle la atención, cuando veo que se mete
la mano en la sotana y saca un billete de cien pesetas y me lo da. En
un principio me negué a cogerlas, pero él insistía. Recuerdo siempre
aquella buena acción de aquel cura. Y hablando de curas, otro día
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
iba yo hacía Vitigudino, a un tentadero. Estaba haciendo autostop.
Paró un coche y resultó que el conductor era un cura y se desvió
más de cien kilómetros para llevarme al tentadero.
Salamanca ya empezaba a gustarme, me sentía a gusto. El señor
que me llevó a que toreara dos toros en Fuente Saúco le había
comentado a la gente del toro y ya comenzaban a conocerme los
ganaderos. Me avisaban cuando hacían tentaderos. Como siempre
estaba solo, eso les gustaba a los ganaderos por que así les
molestaban menos. También había una cosa a mi favor, cómo la
mayoría de las ganaderías se encontraban de la parte de Salamanca
hacía Portugal, para regresar por la noche después de los
tentaderos, cogía un tren que iba cargado de portugueses y el
revisor no controlaba los billetes.
Una tarde iba por la Plaza Mayor y llevaba el maco. Me crucé
con una mujer morena, de unos treinta y cinco años. Era bastante
guapa. Me dijo “Hola torero”. La saludé y continué andando y como
no me paré me dijo “Cuanta prisa tienes…”. Me paré y comenzamos
a hablar. Ella me preguntaba muchas cosas. Que de dónde era,
dónde vivía y con quien. Le dije la verdad. Cuando tenía dinero
para pagar dormía en una pensión y cuando no, en los pajares. Me
invitó a un café con leche y yo observé que le gustaba a aquella
mujer. Cuando llevábamos un buen rato hablando me dijo que ella
tenia una casa, que si quería vivir allí no tendría que pagar nada. Vi
el cielo abierto. Dormir en una cama sin pagar era un chollo. Por
supuesto que acepté la invitación. Me fui a vivir a la casa de
aquella mujer, que trabajaba por la noche en un bar de copas y
llegaba a casa sobre las cuatro de la madrugada. Claro que en la
vida nada se hace por nada. Si aquella mujer me había llevado a
vivir con ella, alguna recompensa tendría que recibir. Pues cuando
llegaba, que estaba yo en lo mejor del sueño de la noche, me
despertaba, me daba un vaso de leche caliente y se metía en la cama
conmigo. Tengo que decir que el comportamiento que tenia
conmigo era exquisito. Todo lo que comía le parecía poco y me
animaba a luchar por conseguir ser figura del toreo. Nunca me
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
faltaban cien pesetas en el bolsillo. Pero reconozco que he sido y
sigo siendo demasiado orgulloso. Nunca he permitido recibir de
una mujer más recompensa que la de una caricia ó hacer el amor.
Estar viviendo de ellas nunca estuvo al alcance del concepto que yo
tenia sobre la ética que hay que seguir en la vida.
Voy a contar una anécdota que paso cuando estaba viviendo en
Madrid. Casi siempre entrenaba solo, en la Casa de Campo. Un día
apareció un mercedes de color negro El conductor vestía de
uniforme y gorra de plato. Llevaba a una señora vestida de negro,
de unos sesenta años. En aquella época me parecía muy mayor. Si la
hubiera conocido ahora me parecería joven. Aquella visita se hizo
asidua. La señora hablaba conmigo, decía que lo hacia muy bien,
que ella conocía a mucha gente del mundo del toro. Entre ellos a
Antonio Bienvenida. Yo notaba que le caía muy bien. Si yo hubiera
sido de otra forma de pensar me hubiera hecho querer por ella y le
hubiera dicho que me ayudase. Por que quien no lo haya pasado,
no sabe lo duro que es pensar que llega la noche y no tienes nada
que comer ni donde dormir. Por eso a la señora de Salamanca le
estaba muy agradecido, pero estaba ya cansado de aquella
situación. Un día, era Semana Santa. Me levante, cogí todas mis
cosas y le escribí una nota diciéndole que me marchaba y ya no
volví a verla más. Hay que decir que en mi larga vida he conocido a
muchas mujeres, pero para convivir con ellas, las que mejor se han
portado han sido las mujeres de vida fácil. Las que aparentemente
han llevado una normal, a esas habría que echarles de comer a
parte, por que deja mucho que desear.
Desde Salamanca me fui a Córdoba. Con el dinerillo que había
ahorrado me hice una propaganda; unos carteles grandes con tres
fotografías mías. La propaganda decía lo siguiente: Córdoba lanza a
un fenómeno, el nuevo ídolo aclamado por todo el público y a pie
de foto decía: arte, valor y personalidad. Siempre fui un acérrimo
admirador de Manuel Benítez el Cordobés y por eso puse en la
propaganda que era de Córdoba. Mientras estuve en Córdoba, paré
en la pensión la Paloma, en la Plaza de la Corredera. Ha sido la
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
pensión más mala en la que he estado en mi vida. Pagaba quince
pesetas y aún siendo primavera hacía mucho frió en la pensión,
pasaba más frió allí que en pleno invierno en Salamanca.
Puse carteles por toda Córdoba, la gente me preguntaba que de
qué parte de Córdoba era, les decía que era de Puente Genil. Me
desplacé un día a ese pueblo para conocerlo un poco, así cuando la
gente me preguntase tendría una pequeña noción de él.
Comencé a crearme un pequeño ambiente en Córdoba. Hablé
con mucha gente del toro y lo que pasa, que no dan nada pero
tampoco cierran puertas, siempre dicen: cuando me avisen para un
tentadero te aviso para ver como andas delante de las vacas.
Ese tiempo que pasé en Córdoba fue una de las etapas más
difíciles de los diez años en que estuve luchando para ser torero, me
era muy difícil adaptarme al frió que pasaba en la pensión. Allí, en
mi misma habitación dormían tres señores mayores, uno era de
Guadix y era un hombre prudente, pero los otros dos eran dos
guarros, toda la noche se la pasaban peleándose y peyéndose, se
peía uno, el otro se lo recriminaba y así se tiraban toda la noche. El
señor de Guadix un día me llevo a almorzar a unos comedores
donde iban los indigentes. Recuerdo que pusieron lentejas y ha sido
la única vez en mi vida en que he visto gusanos nadar en el caldo
de las lentejas, con el hambre que tenia y no pude comerme aquella
comida.
Ya he dicho en varias ocasiones que era ferviente admirador de
El Cordobés. Una mañana decidí ir haciendo autostop a Villa
lobillos, la finca del Cordobés. Cuando llegué el guarda no me
quiso dejar pasar.
En aquella lucha titánica, recibí una carta de Almería diciendo
que mandara firmado el contrato, que el día quince de mayo
toreaba en un pueblo de Almería, Abrucena. Me puse más contento
que unas pascuas y como la vida en Córdoba no iba muy bien,
73
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
decidí marcharme a Almería. Tenia una maleta muy grande, era de
cartón, pues me Salí a las afueras de la ciudad para hacer autostop
con la maleta. No me paraba nadie y estaba tan cansado de la
maleta que todo lo que llevaba lo metí en el pañuelo grande, que
era el maco y la maleta la tiré al río Guadalquivir. Ya sin maleta me
fue más fácil que un coche me parara.
En Almería hasta el día de la corrida continué con la vida
cotidiana, trabajando y entrenando. La novillada la daba Gabriel
Olivencia, un amigo, hombre que había conseguido hacerse rico a
través de su esfuerzo y habilidad. Montaba toros en varios pueblos
pues al reclamo del dinero de Gabriel Olivencia, Miguel Cárdenas,
al que yo había avisado de que toreaba, se desplazó para verme
torear y para intentar convencer a Olivencia de que pusiera un
dinero para ayudarme.
El día de la novillada en Abrucena fue un día triste. Como
Cárdenas se quedó a dormir en casa de mis padres, convenció a mi
padre para que fuera a verme torear. Mi padre era reacio a que yo
toreara; como la plaza era hecha de palos en la plaza del pueblo, la
gente estaba al ras del suelo y al entrar a matar al novillo, saltó la
espada con tan mala fortuna que se le clavó a un chaval que era
amigo mío y también torerillo. La espada se le clavó en un muslo y
estuvo a punto de morir. Además el novillo me cogió varias veces.
A partir de aquel momento mi padre, si antes no quería saber nada
de toros pues entonces mucho menos. Cuando maté al novillo lo
primero que hice fue irme a la enfermería que estaba instalada en el
Ayuntamiento, vi al herido y en realidad, se encontraba bien; el
problema vino varios días después cuando estuvo a punto de
desangrarse, ya que al parecer no le habían cosido una vena, le
cosieron sin explorarlo por dentro. Al día siguiente fui a verlo y me
marché para Madrid, ya que a la semana siguiente toreaba en un
pueblo de Burgos, Castrogeriz.
El verano del 69 fue un verano regular, toreé varias novilladas
pero no pasó nada. Los novillos seguían cogiéndome mucho y
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
aunque mi valor no disminuía si se ponía uno mosca, ¿por qué me
cogían tanto?. Ahora, a través del tiempo y analizándolo
exhaustivamente, sé las causas, los novillos de aquella época tenían
mucho temperamento, yo me quedaba en los sitios por dónde ellos
tenían que pasar y como no les dejaba sitio me arrollaban, la prueba
era fehaciente. Dentro de las novilladas que toreé fui a muchas
capeas y en éstas salen toros grandes, estos toros, cuando no
estaban toreados, me ponía delante, les daba pases y no me cogían.
El toro si te coge te puede asesinar, pero su embestida es mas
pastueña y te da tiempo entre muletazo a situarte.
Un día en que estaba en Madrid por la zona en la que se movía
la gente del toro, me saludó un banderillero, que aunque no lo
conocía tenía amistad con él, me dijo de sopetón que si quería torear
al día siguiente, por supuesto lo dije que si. El día siguiente era el
quince de agosto. Me dijo que esa novillada la iba a torear un
novillero que ya llevaba mucho en el toreo pero que no podía
acudir porque se encontraba mal. Yo encantado. La novillada era en
Fuente de Oñor, Salamanca. Salimos de Madrid el mismo día por la
mañana temprano. Íbamos el banderillero que me contrató que se
apedillaba Mendoza y otro banderillero más que era el que nos
llevaba en su coche. Cuando estábamos llegando a Salamanca,
comencé a ponerme mosca, entre los banderilleros se comenzó a
hablar de que Juan España, que era el novillero que tendría que
haber toreado, aunque abiertamente no decían el motivo por el cual
no había querido torear, era por que la novillada era muy grande.
Yo, por prudencia, no quise decir nada y ellos no querían hablar
más claro del tema por si me arrepentía de torear. Cuando llegamos
lo primero que hicimos fue ir a ver los toros, a mi siempre me gustó
ver los novillos que toreaba antes de la corrida, así me iba
mentalizando con ellos. Cuando vi los cuatro novillos, aquello no
eran novillos, eran un corrido de toros. Aquello era una canallada,
echar aquello sin picar y en plazas de carros. Me entró un
hormigueo por la espina dorsal que casi se me paraliza, pero no
podía decir nada. Para mi el toreo estaba fundamentado en el valor
y no podía permitirme el lujo de dudar, sabiendo que el tal España
75
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
no toreaba porque se había enterado de cómo eran los toros, no se
puede decir novillos, por que eran toros toros, lo que si exigí que
antes de torear me dieran diez mil pesetas. El otro novillero que
toreaba decía lo mismo que yo, que si no había dinero, no se
toreaba. En el mundo del toro como en todas las facetas de la vida
hay muchos vividores que te prometen el oro y el moro, luego se
pierden y si te he visto no me acuerdo.
Los toros eran tan grandes por que no podían lidiarlos en
corridas de toros, por que aun teniendo edad y kilos, eran
defectuosos. El empresario, al enterarse de que exigíamos diez mil
pesetas cada torero y de que tenia que pagar todos los gastos,
montó en cólera; nos prometía que después de la corrida nos
pagaría lo que le pidiéramos y además, nos iba a dar varias
novilladas más por aquella zona, nosotros seguimos erre que erre
que ó había dinero o no habrían toros y como legalmente tenían que
pagar a los toreros antes de las doce del mediodía, antes del sorteo,
nos pagó y toreamos.
La corrida de toros salió mansota, dentro de lo malo a mi me
iban bien aquel tipo de toros. Un toro cogió al banderillero que me
había contratado, Mendoza, que era un hombre corpulento, le metió
el pitón por el muslo y le llegó la cornada hasta el tobillo, creo que
nunca se recuperó de aquello, le estuve viendo mucho tiempo e iba
cojo, se le inflamaba mucho la pierna. Al margen de la mala suerte
del banderillero no se dio mal la cosa. La plaza estaba a rebosar, la
gente quedó contenta.
Volvimos a Madrid, yo continué toreando algo y en septiembre
me fui a la provincia de Guadalajara, ya que era donde había más
capeas de toda España. También toreé una novillada en
Guadalajara capital, toreaba el Platanito, qué miedo pasó el pobre
hombre. A finales de septiembre finalizaron las capeas, yo había
hecho una buena temporada, había ganado algún dinerillo por que
en las capeas, como te arrimes al toro, luego echas el guante y
suelen dar buenas propinas. Después de la temporada me fui a
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Madrid, me compré un traje de torear que en realidad, se llaman
vestidos. También me compré un capote, dos muletas, una espada
de descabellar y como no tenía nada que hacer en Madrid y me
sentía un poco triunfador, decidí irme a Almería.
Al poco de estar en Almería se presentó un autentico lacra
humana, Manuel Galeano. Se instaló en el hotel Torreluz y se puso
en contacto con los aficionados de Almería. Hizo declaraciones en
la prensa local y decía que al haber en Almería un clima tan bueno
durante el invierno iba a dar toros. Comenzó a moverse y se puso
en contacto con los toreros de Almería entre los que estaba yo y
formó un cartel con el Berenjeno, un torero ya mayor de Motril, el
Petrolino, un chaval también de Motril y tres toreros de Almería,
Juan José Úbeda, Ángel Cobos y Paco Valverde. Nos hizo una
propaganda masiva, nos ponía como tres rivales, la novillada se
anunció para el domingo 30 de noviembre del 1969. Anunció
también carteles con los novillos diciendo que eran verdaderos
toros, para mi verme anunciado para torear en mi tierra era una
gran ilusión.
Llegó el día de la corrida y se suspendió por agua, qué
casualidad, ya que en Almería que no llueve nunca, va y se
presenta ese día un diluvio. Se aplazó para el domingo siguiente, el
siete de diciembre. Ese día amaneció con un fuerte viento y en el
sorteo se quiso suspender pero al final se acordó hacer la novillada.
Cuando estábamos en el patio de caballos para hacer el pasillo el
viento era insoportable, había un banderillero, José Castillo, que
quería que se suspendiera la novillada pero los toreros lo que
queríamos era torear. Se hizo el pasillo y salió el primer toro,
porque aquello era una corrida de toros. Cuando saltó al ruedo se
escuchaban murmullos en los tendidos sobre lo grande que era el
toro para una novillada sin picadores. El torero poco pudo hacer
con el fuerte viento, no se podía dominar ni capotes ni muletas. La
corrida iba transcurriendo sin incidentes hasta que salió el tercer
novillo que le correspondía a Ángel Cobos, después me tocaba a mí
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
en cuarto lugar y en el quinto estaba Petrolino. Era un novillo para
cada torero.
En el tercio de banderillas de aquel tercer novillo, precisamente
al banderillero, José Castillo, que era partidario de suspender la
novillada, puso un par de banderillas y al salir del par el novillo le
hizo hilo. Cuando iba a saltar la barrera lo cogió junto a las tablas y
le metió el pitón hasta la cepa. El banderillero era un hombre
corpulento y lo lanzó a más de seis metros de distancia. Fue a caer
junto al burladero dónde estaba yo. No he visto en mi vida una
cornada tan impresionante, la cornada fue en la ingle y la carne se
partió, como si se hiciese un corte con un cuchillo. Había sangre
como si hubieran arrojado un cubo lleno de sangre, era horroroso.
Estuvo a punto de morir, le cortaron una pierna y salvó la vida.
Repito que nunca me he impresionado tanto y puedo asegurar que
en mi dilatada vida he visto muchas escenas crueles.
Después de lo relatado me tocaba salir a mí. Todos estaban
asustados. Un percance de esa índole afligía mucho el ambiente.
Salió mi novillo y yo ya lo tenía más que visto, o sea que
morfológicamente ya sabía como era. Salí a pararlo con el capote y
el viento era huracanado, no podía dominarlo y ya sabemos todos
que el viento mueve los trastos sin control y entonces te quedas al
descubierto frente al toro y te coge. Con la muleta ídem de lo
mismo, o sea que la faena pasó sin pena ni gloria, como en las
faenas de los demás toreros, con aquel viento no se podía hacer
nada. Una ilusión que se evaporó.
Nadie puede comprender cuando uno pone toda su ilusión, su
capacidad y los cinco sentidos para que una cosa salga bien y por
una cosa u otra que no puedes controlar no sale como uno había
previsto, es una tristeza que nunca se olvida.
Al finalizar la corrida todos nos felicitamos por que a excepción
de la cogida del banderillero, la cosa había terminado sin más
percances. Nos fuimos a la pensión, nos cambiamos de ropa y nos
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
fuimos a la clínica donde estaba ingresado el herido. Estuvimos un
rato allí y luego cada uno se marchó para casa. Cuando iba por la
calle creía que todo el mundo que se cruzaba conmigo me había
visto torear y creía que con su mirada me estaban recriminando que
no hubiera estado bien. Cuando llegué a mi casa ya sabían el
resultado y las únicas que me comprendían eran mi hermana y mi
madre, los demás parecen, no parece, es cierto que se alegran más
de los fracasos que de los triunfos. Tuve la ocasión de comprobarlo.
Mis amigos o quien yo creía que eran mis amigos, siempre
hurgaban en la herida. No recibí ni un mínimo de aliento.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
IX
LO CONSEGUIRÉ
Una noche estaba mi madre acostada y como no salía por ahí
para no ver a nadie, estaba sentado en el filo de la cama y llorando
le prometí a mi madre que la próxima vez que torease, o salía a
hombros o me habían metido en la enfermería con una cornada y
así fue, lo cumplí.
Como ya faltaba poco para las fiestas de Navidad me quedé en
Almería hasta que finalizaron. Del trabajo a la casa y de la casa al
trabajo. No quería ver a nadie, pero al mismo tiempo no podía
continuar así y pasado Reyes, me fui para Sevilla. Estuve unos días
desorientado, dando vueltas de un lado para otros, durmiendo en
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
un descampado donde había muchos matorrales. Allí tenía mis
pertenencias escondidas. No sabia lo que hacer. Se pueden hacer
una idea que yo nunca he fumado, me compré un paquete de celtas
cortos y me lo fumé. Aquello me puso peor, el tabaco me mareaba.
Me puse un objetivo, o encontraba quien me pudiera ayudar, sino
embarcarme en un barco mercante o solicitar para presentarme a la
policía armada, hoy policía Nacional.
Visité a mucha gente, entre los que fui a ver estaba Emilio
Fernández que me había visto torear en la finca de Pablo Rincón
Cañizares cuando él apoderaba a Carnicerito de Úbeda. Mató un
toro en dicha finca y yo lo auxilié en caso de que fuera cogido por
un toro. Me dejo darle unos muletazos y también toreamos unas
vacas y a Don Emilio le gustó mi comportamiento, me dijo que
pasara por su domicilio y cuando tuviera ocasión me echaría una
mano. Cuando pregunté por él me dijo el criado que me atendió
que había muerto. Otra decepción más. Que duro se me estaba
haciendo, llevaba varios años luchando y no se arreglaba la
situación pero cuanto más negro lo veía todo, vi un rayo de luz.
Tenía la dirección de Don Manuel Alonso Belmonte, no lo había
visto nunca ni él por supuesto, sabía nada de mí. Un día muy
temprano me fui a su domicilio, pregunté por él y me recibió. Le
dije quien era y le expliqué, mi situación. Le conté cuando toreé en
Almería, que no había estado bien y que tenía una gran necesidad
de volver a torear. Por lo visto mi actitud le convenció y me dijo que
no me apurara, me dijo que le llamara todas las noches. Una noche
me dijo que le esperara al día siguiente a las siete de la mañana en
su puerta. Esa noche no pude dormir y a las cinco de la mañana ya
estaba en la puerta de su casa. Sobre las siete salió y me saludó.
Cogimos el coche y cuando llevábamos una hora andando me dice
que íbamos a la finca de Manolo González en Aracena. Llegamos a
la finca y estaban como toreros invitados, Luís González, una figura
de los banderilleros y Manolo Cortés, matador de toros que en
aquella época estaba en figura. Las vacas de Manolo González no
salieron buenas. Manolo Cortés, apenas las toreaba con la muleta,
82
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
me las dejaba enteras, las vacas eran grandes y muy astifinas, yo me
quedaba más quieto que una estaca y decía “Don Manuel es que las
vacas son muy buenas”, el ganadero se reía por que sabía que
pegaban bocados, pero a mi me parecían buenas y recuperé la
ilusión.
Después del tentadero nos fuimos a su chalet. Nos dio un
aperitivo. Me felicitaron y recuerdo una cosa que me dijo el
ganadero, por que él había sido figura del toreo y precisamente lo
apoderó Don Emilio Fernández, al que antes he mencionado. Me
dijo “Chaval, tú palante” y me hizo un gesto como enseñándome sus
posesiones y me dijo que todo eso lo había ganado con el toro.
A partir de aquel día continué llamando todas las noches por
teléfono. Fui a varios tentaderos y Don Manuel Alonso Belmonte
estaba ilusionado conmigo. Yo seguía la vida normal. Cuando no
iba al campo por las mañanas, me iba a entrenar y un día en que
llegué de entrenar y estaba en la habitación con otro compañero, un
tal Carlos, recuerdo. Era el primer día de la feria y me dijo de dar
una vuelta por el real de la feria, yo estaba cansado pero aun así
accedí a acompañarlo. Cuando nos encontrábamos en la plaza de
España, y si alguien que lea este libro no conoce éste lugar de
Sevilla, le aconsejo que la visite, junto al resto de la ciudad, le
encantará. Sigo con los hechos. Vi a una chica rubia, de ojos azules
con el pelo lacio y largo que le llegaba al culo, era preciosa. Me
dirigí a ella y me aceptó. Comenzamos a hablar ye le dije que iba a
convertir en su guía para que conociera la ciudad, ya que ella era
Danesa, aunque hablaba bien el español. Después de estar un rato
hablando, me dijo que esa tarde iba a los toros, que toreaba el
Cordobés y que después de la corrida se iba con un amigo con el
que había quedado. Yo siempre tuve buena aceptación por parte de
las mujeres y le dije que se olvidara de su amigo, que cuando saliera
de los toros la iría a buscar y la convencí. Me dijo que si. Estoy
contando esta historia por que aquella mujer me dejó un grato
recuerdo en mi vida, no voy a decir en mi corazón, aunque también
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
quedó un poco herido. Lo que aquella mujer y yo hicimos no lo
había hecho antes ni después, fue único.
Cuando salió de los toros la estaba esperando dónde quedamos
y efectivamente ella vino. Había triunfado. A los tres minutos de
estar juntos, era pleno día y la gente pasaba, le cogí sus genitales y
le cogí su mano y se la puse en los míos y le dije “Esto es para ti y eso
para mi” y me contestó que si. Nos apartamos un poco por unos
jardincillos que había por detrás del hotel Cristina e hicimos el
amor de pie. La gente pasaba junto a nosotros y algunos nos
llamaban sinvergüenzas. A partir de aquel momento me convertí en
su Dios. Estuvo un mes en Sevilla y me cuidaba a cuerpo de rey.
Todo lo que comía le parecía poco. Eso sí, tenia que estar toda la
noche haciendo el amor. Ella era médico y me decía “Cariñito, qué
fuerte eres”. Durante el tiempo que estuvo en Sevilla alquilamos un
apartamento en los Remedios y un SEAT 600. Con aquel coche nos
desplazábamos a todos los sitios. Un día fuimos a la playa en el
Puerto de Santa María y se empeñó en hacer el amor en el agua. Ella
decía que haríamos el amor dentro del agua aunque la guardia civil
nos metiera en la cárcel.
Me lo pasaba muy bien con ella pero quería que se marchara a
su país. Ya no podía más, entrenamiento a fondo y toda la noche
haciendo el amor.
Cuando nos despedimos ella se fue en tren y me dio todo el
dinero que tenía, una máquina fotográfica y un sobre con un
puñado de pelos de su pubis. Decía que para que me acordara de
ella. Cada vez que me escribía me invitaba a que fuera una
temporada a su país. Ella tenía una casa en el campo y vivía sola.
Tenía su dirección en una agenda dónde tenía direcciones de
muchas personas pero cuando me casé mi esposa cogió la agenda y
no sé lo que haría con ella. Supongo que romperla. Fue una pena
por que en la vida hay pocas personas que dejen huellas para bueno
en alguien y aquella chica me dejó una huella que nunca se olvida.
Yo iba con cuidado de que la gente del toro no me viera con ella por
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
que en el mundo del toro estaba mal visto que un chaval tuviera
novia. Una de las cosas que aquella chica tenía es que era atea, no
creía en ninguna religión, yo soy católico, me acompañaba a misa,
se ponía de rodillas y hacia toda la parafernalia que hacen los
católicos.
Un día en que iba en el coche con Don Manuel Alonso
Belmonte y de sopetón me dijo que me habían visto con mi novia, le
dije que no tenía novia, pero él insistía. Decía que el que quería ser
torero no podía distraerse con mujeres, sólo tenía que pensar en el
toro y en parte tenía razón, pero tampoco está mal que de vez en
cuando uno se distraiga un poco con una chica.
Íbamos al tentadero de Don José Benítez Cubero, en aquella
época una gran ganadería. Estuvimos cuatro días tentando desde la
mañana hasta la noche. Solo se paraba un rato para comer al
mediodía. Yo que iba espoleado con lo que me había dicho Don
Manuel referente a la novia, en las vacas que salían muy buenas
estuve colosal. Recuerdo que uno de los días en que estábamos
tentado habían varios toreros, entre ellos matadores de toros, como
por ejemplo José Luís Paradas que estaba en figura. Pues no sé que
pasó con los toreros que el ganadero se mosqueó con ellos y les dijo
“Señores, con que se quede el picador y este chaval, por mi os podéis
marchar todos”. La sangre no llegó al río y el tentadero continuó
normal.
Al mediodía se comía en sitios diferentes. Los dueños, toreros e
invitados en un lado y los peones en otro lugar. A mi me echaron
con los vaqueros. No es que me molestara comer con los vaqueros,
ya que yo me sentía más identificado con ellos que con los demás
pero está el orgullo personal. Yo me decía “Me están celebrando toda
la mañana pero ahora se van a comer con los toreros a los que antes les han
echado la bronca”. No me pareció nada bien. Pero lo peor fue por la
noche. Me quedé a dormir en la finca los cuatro días del tentadero,
pues al finalizar la jornada de tentadero me dice el mayoral que le
había dicho el jefe que yo durmiera en el pajar, cuando los toreros
85
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
se quedaban a dormir en el chalet del ganadero. Pensaba que
aunque no me invitaran a dormir en el chalet, podrían haberlo
hecho en alguna de las muchas casas que tenía. Dormí en el pajar y
como los perros que estaban allí, me llené de garrapatas. Estaba
más mosqueado que un pavo en Navidad. Siempre he tenido mi
dignidad como persona. En la plaza cada día estaba mejor con las
vacas, pero el segundo día cuando se paró para comer, no quise ir y
así, mientras terminó el tentadero había unos sembrados de habas
para el ganado y también había sacos de algarrobas. Con aquello
comía.
Finalizó el tentadero. El ganadero nos felicitó a los toreros y me
comentó si estaba enfadado por haber dormido en el pajar. Me dijo
que a los toreros si se les miman mucho se atrofian. Le dije que si
había dormido en el pajar también podía alimentarme con la
comida de los animales. Así quedó la cosa y se ve que se lo comentó
a Manuel Alonso, que su torero se había enfadado por tener que
dormir en el pajar. Los ricos son muy caprichosos. A partir de aquel
año ya no me invitó más a los tentaderos. Al año siguiente fui como
un aficionado más a la tapia y cuando me tocaba, saltaba y toreaba.
Estuve varios días más en Sevilla hasta que finalizaron los
tentaderos. Para mi había sido la estancia en Sevilla de maravilla.
Llegué derrotado y me marché como un triunfador.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El paseíllo en Valencia
X
MI PASO POR VALENCIA
Don Alberto Alonso Belmonte, hermano de Don Manuel, era el
gerente de la plaza de toros de Valencia y en verano se iba a
celebrar en Valencia un certamen de novilladas, sin caballos, para
los toreros de la Región Valenciana. Quería que yo toreara como si
fuese oriundo de Valencia. A principios de junio me fui a vivir a
Valencia y para poder justificar que era de allí, me desplacé a
Oliva, localidad valenciana. Recorrí la ciudad y me quedé con lo
que más resaltaba de la misma, así tendría una pequeña noción de
Oliva y cuando los periodistas ó la gente me preguntara de dónde
era les diría que de Oliva.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
En Valencia me instalé en la calle Colón, número 18. Muy cerca
de la plaza de toros. Valencia es una ciudad que me fascinó, en
todos sus aspectos. La gran plaza de toros en el centro de la ciudad.
La estación de ferrocarril junto a ella, cosa que iba de maravilla a la
gente de los pueblos para ir a los toros. No hacían nada más que
dejar el tren y estaban en la plaza o viceversa. Buenas playas,
buenas avenidas, en sí era una ciudad que me gustaba.
Comencé a entrenar en la escuela taurina que dirigía Eliseo
Capilla, un señor mayor pero que era buen aficionado.
Compaginaba el entrenamiento con ir al puerto a descargar barcos
de harina, por que había que comer y pagar la pensión. Hasta que
un día fui a entrenar por la mañana y me veo anunciado para torear
el día 27 de junio de 1970, la alegría que me llevé fue mayúscula. El
cartel lo componían los siguientes matadores: Ángel de la Rosa,
Paco Valverde, Armando Bolos, Juan Romero el Ruiseñor y José
Copete Copetillo. La novillada se dio por la noche, era sábado y los
valencianos, que son amantes de los toros, acudían a la plaza en un
número entre ocho y diez mil espectadores. Una cifra alta para una
novillada sin picadores. Yo tenía toda la esperanza puesta en
aquella novillada pero casi siempre, como en todas las cosas de la
vida, hay un pero y la novillada la tuvo. Fue muy mala. Ángel de la
Rosa que era un novillero experimentado, se las vio y se las deseó
para matar a su novillo. El Ruiseñor le dio dos o tres capotazos y se
negó a matar su novillo. A mi me cogió en varias ocasiones para
asesinarme y si lo mató bien, le cortó la oreja. El caso es que yo salí
de la plaza muy descontento y llevaba un bulto en la ingle, pero no
quise pasar a la enfermería y en lugar de esperar el taxi para que me
llevara a la pensión, como no estaba muy lejos, me fui andando
vestido de torero. La gente me aplaudía. Había dejado buen
ambiente, pero no era lo que esperaba.
Cuando toreé en Almería, que la cosa no se dio bien, prometí a
mi madre que a la próxima vez que torease, ó salía a hombros ó
para la enfermería y no se dio ninguna de las dos cosas. Yo no
quería comprender que el novillo no había sido bueno sino que yo
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
había estado torpe y por eso me cogió tantas veces. Una vez en la
pensión, cuando el mozo de espada me quitó la taleguilla, es decir,
el pantalón. Pasa como el traje de torero no se llama traje sino
vestido de torear, pues el pantalón se llama taleguilla. Pues cuando
el mozo de espadas me quitó la taleguilla, vio la herida que tenía en
la ingle. Tenía un agujero enorme. El mozo lo primero que me dijo
que es que fuéramos al sanatorio. Yo me negué. Dije que no iba a
ninguna parte. Llamé a Don Manuel Alonso Belmonte para darle el
resultado de mi actuación y le dije que había estado mal. El mozo
de espada me quitó el teléfono y le dijo que había estado hecho un
tío. El caso es que el mozo de espadas se marchó y al rato volvió y
me dijo que en la clínica me estaban esperando. Ya no puse
resistencia por que ya en frío, me dolía una barbaridad y tenía hasta
fiebre. En un principio creía que me había herniado por el bulto que
tenía, luego resultó que aquel bulto era que las tripas se habían
salido del paquete abdominal. Cuando llegué a la clínica, no estaba
muy lejos pero como fuimos andando me costó una eternidad. Ya
se había marchado el anestesista y los médicos metieron los dedos
en la herida y vieron el agujero. Dijeron que había que operar, que
se hacía sin anestesista, que me ponían el raqui. Antes de operar,
una monja me afeitó el pubis y parecía que estaba afeitando con una
herradura. Aquella cuchilla que utilizaba no cortaba nada y qué
daño que hacía. Como la herida estaba debajo del pubis, me hacía
un daño tremendo.
El raqui es una anestesia que se inyectaba con una aguja muy
grande, la ponían en la espina dorsal y te dejaba dormido de medio
cuerpo para abajo y de medio cuerpo para arriba estaba totalmente
despierto. Cuando fueron a ponerme la inyección, intentaron
agarrarme dos enfermeros de cada brazo para que yo no me
moviera. Les dije que no hacía falta que me cogieran, que no me iba
a mover. Observé como me realizaban la operación. Cómo me
dijeron que los intestinos se habían salido de la cavidad intestinal.
No me puse nervioso, aunque al final de la operación vomité
mucho. Me dijeron que era por que estaba echando el raqui.
Posteriormente estuve diez ó quince días con unos dolores de
89
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
cabeza inaguantables. Presenciando la operación se encontraba un
periodista taurino, creo que se llamaba Jericó. Me hizo un articulo
muy bueno en el que explicaba que presenció la operación de Paco
Valverde y que demostré en el quirófano un valor espartano cómo
ya había demostrado en la plaza. Yo, dentro de que me encontraba
grave, estaba contento por que me había visitado un representante
de le empresa de Valencia y me había dicho que apenas estuviera
bien me volvía a poner y por otra parte por que había cumplido lo
que le había prometido a mi madre, salir a hombros por una puerta
ó por otra, por la calle ó por la enfermería. Aunque la cornada
estaba en un sitio muy incómodo, iba bien. No tenía fiebre. A los
siete u ocho días me quitaron el drenaje. Yo era un chaval prudente.
Llevaba varios días con ganas de ir al lavabo, pero no podía. No les
dije nada al personal sanitario y llegó un día que estaba que
reventaba. Me senté en el retrete y tenia ganas de hacer de vientre
pero no podía. Puse un papel en el suelo. Un rato en el papel, otro
rato en el lavabo, con un dolor de tripa irresistible, pero no
defecaba. Hasta que, haciendo un esfuerzo tremendo, eché una
pella como una naranja gorda. Me quedé en la gloria. Sudé como un
condenado.
A los diez días de estar ingresado me dijeron que me tenía que
ir al Sanatorio de Toreros en Madrid. Me pagaron el viaje en
TALGO y una vez allí, fue increíble, recibí unas atenciones
inmejorables. Estando en el sanatorio llamé a mi amigo el
banderillero José Rodrigo, que fue a visitarme. Habló con Don Julio
Suso, empresario de la plaza de toros de Zaragoza. Estaban dando
novilladas y me puso para el 24 de julio. Todavía no estaba curada
la herida.
Cuando salí del sanatorio fui por Almería. No había dicho nada
a mi familia de que un novillo me había dado una cornada. En
Almería solo estuve un día. Yo evitaba por todos los medios que mi
madre se enterara de que estaba herido, pero mi padre, que siempre
fue un hombre brusco con la familia, me recriminaba que no les
ayudara en las faenas del campo. El caso es que le dije a mi cuñado
90
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
que el motivo de no ayudar era que estaba herido y le enseñé la
herida que ya estaba casi curada por fuera, por dentro estaba fresca.
De nuevo en Valencia. Al llegar me encontré con una
desagradable sorpresa. Habían metido a dormir en mi habitación a
un chaval que también decía que era aficionado y para más INRI,
de Almería. Pues dicho chaval, me quitó unos pantalones vaqueros
nuevos, un cinturón y un libro enciclopedia, que era muy gordo,
tenía de todo por que a mi siempre me ha gustado mucho leer. En
mi extensa vida de aficionado me quitaron cuatro pantalones
vaqueros.
Aunque no estaba curado del todo tenía que prepararme, ya
que toreaba el 24 de julio en Zaragoza y el 27 del mismo mes volvía
a Valencia. Por la mañana entrenaba y cuando terminaba me iba al
puerto a descargar sacos de harina de los barcos. No tenía otro
remedio ya que tenía que pagar la pensión y comer.
Mi dormitorio era interior y la puerta estaba enfrente a otra
habitación que daba a la calle. En él dormía una chica que llevaba
pocos días en la pensión. La chica era preciosa, una de las mujeres
más bonitas que he tenido a mi lado. Era muy morena, parecía
árabe, era preciosa. Vi que estaba con la puerta abierta y asomada al
balcón. Me metí dentro de la habitación y le dije que si estaba
tomando el fresco. Me dijo que si. Llevaba puesto un mono ajustado
y tenía un culo precioso. Sin pensarlo le di un palmetazo en el culo,
entonces se volvió y me dijo que ni se me ocurriera volver hacer
eso. No le contesté, pero le di un beso en la boca de diez minutos.
Ella lo aceptó y colaboró. Ninguno dijo nada. Salí de su habitación y
ella se quedó. Al día siguiente me fui para torear en Zaragoza.
Desde aquel momento no pensaba en nada más que en aquella
chica. Se llamaba Ana Maria, no me la podía quitar de la cabeza.
Aquel beso me cautivó. Llegué a Zaragoza y fui a la plaza de toros,
ya que en las mismas dependencias de la plaza nos vestíamos de
torero. Llegó el momento de la verdad. Se hizo el paseíllo y aquel
momento para mi era crucial. No sabía como iba a responder
91
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
delante del novillo después de la cornada. Toreaba en segundo
lugar. La novillada era de seis novillos y seis matadores. Los
novillos eran muy grandes, pero salieron muy buenos. Eran de
Salamanca y a mi siempre se me dio mejor torear el ganado de
Salamanca que el de Andalucía. El ganado de Salamanca era más
pastueño y el andaluz con más temperamento. Con el concepto que
yo tenía del toreo de quedarme muy quieto, me iba mejor el
salmantino. Como he dicho salí en segundo lugar. Andaba muy mal
con el capote, pues esa noche no iba a ser distinta. Hice lo que pude,
pero muy poco. Con el capote tenía un recurso, siempre hacía un
quite con el capote a la espalda, se me daba bien y no me cogía.
Llegó la hora de la muleta. Toreros, banderilleros y el personal que
había en el callejón, cuando fui y brindé el novillo al empresario
Don Julio Suso, se quedaron extrañados, dirían “Qué va a hacer este
chalado brindando al empresario, si después de esta noche no lo va a querer
ver en su vida”. Le brindé el novillo, con una naturalidad pasmosa.
Cité a l novillo por estatuarios y le di ocho o diez estatuarios sin
mover los pies del mismo sitio. La gente en los tendidos aclamaba
con entusiasmo, todo el mundo cambió de parecer. Recuerdo que el
novillo me rompió la muleta y con un trozo de trapo que se
desprendió de la misma le di una serie extraordinaria. Me
encontraba tan a gusto que le di un beso al novillo en la testa, el
novillo me dio un cabezazo en la boca, creí que me había arrancado
los dientes. Echaba sangre por la boca como cuando matan a un
cerdo. Yo, por amor propio, no comprobé cuantos dientes se me
habían caído, pero por suerte solo me había partido los labios. La
pena fue que a la hora de matarlo no estuve bien con la espada,
pero con todo eso, di una clamorosa vuelta al ruedo. Había
comprobado que la cornada de Valencia no había hecho mella en
mi decisión ante el toro, sino que estaba más valiente que antes y
comprendí que tenía cualidades para ser figura del toreo. Cuando
fui a recoger la montera del empresario, me dio la enhorabuena y
me dijo que la próxima semana ya estaba puesto en el cartel. En la
montera me dejó cinco mil pesetas de las de aquella época, que
junto con otras cinco mil pesetas que le dijo al empleado que tenia
en la plaza, que me las diera.
92
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Tengo que contar cómo cambia la versión de las personas, unas
para bien cuando uno triunfa y otras para mal en el mismo caso.
Esa noche toreó conmigo un banderillero de Almería, Pepe Puertos
o José Álvarez, que es su nombre verdadero. Pepe Puertos fue
novillero, que por cierto la primera vez que vi un espectáculo
taurino, fue una novillada en la que toreaba él. Este hombre se casó
en Zaragoza y en dicha ciudad estaba afincado. Pues a lo que iba,
cuando me vio torear con el capote, me daba ánimos y me decía que
bien. Diría “Este es un chalado”, pues cuando me vio con la muleta
que le formé fiesta al novillo y de la buena, me dijo “Chaval, estás
más verde que el traje que llevaba puesto”, que era de color verde. A la
mañana siguiente me fui al hotel Don Yo, del que era propietario el
empresario y pregunté por él, solicité verlo. No quiso recibirme
aunque se puso al teléfono. Yo estaba en recepción, me dijo que el
próximo sábado toreaba y también en Huelva y Vistalegre, en
Madrid. Así fue, toreé en todas esas plazas que él regentaba y el
sábado siguiente corté dos orejas al novillo. Conseguí que me
pusieran en algunos pueblos de la comarca y comencé a ver un
poco de color en aquel trabajo tan duro que hacia tanto tiempo que
había iniciado.
Mi regreso a Valencia después de la primera novillada de
Zaragoza fue el día 26 de Julio, día de Santa Ana, era el día de
aquella chica, a la que no había podido olvidar desde que la besé.
Me encontraba en mi habitación tumbado en la cama, con los labios
como morcillas del porrazo que me había dado el novillo, cuando
escucho la voz de Ana Maria que estaba hablando con la señora de
la pensión que le dijo “Paco está en su dormitorio, está herido, que le ha
cogido un toro” y Ana Maria se interesó por mi preguntando si podía
verme. La señora fue a mi dormitorio a preguntarme si podía verme
Ana Maria, le dije que sí y a los cinco segundos estaba en mi
habitación. Como estaba la puerta abierta, no tuvo que tocar.
Cuando la vi se me nubló la vista, creo que a ella le pasó lo mismo
por que no hubo palabras, ella se recostó en mi cama y aquello fue
una de las cosas más bonitas que me han pasado en mi larga vida.
93
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Al día siguiente toreaba en Valencia, día 27 de julio. Al mes
justo de debutar en dicha plaza. Había creado buena expectación
entre los aficionados. También se encontraba en Valencia Don
Manuel Alonso Belmonte, el hombre que había hecho posible que
yo estuviera en ese momento en Valencia y que pudiera torear. Si él
no me hubiera ayudado cuando fui a pedirle ayuda, cuando más lo
necesitaba. Para mi aquella noche era importantísima, entre los
toreros estaba Luís Millán el Teruel, que ya había toreado con él en
Zaragoza y Chavado, un chaval de Valencia. Ambos tenían mucho
ambiente, sobretodo el Teruel, que estaba toreando todos los días
por toda España. Otra noche que las cosas no salieron como yo
hubiera querido. La novillada no fue buena, ningún torero cortó
orejas, yo me dejé matar, pero no fue suficiente para dejar
satisfechos a los empresarios. Comentaron que tenía mucho valor
pero era muy torpe, los novillos me cogían mucho. Es un concepto
que se tiene de los toreros que se quedan muy quietos, los novillos
los arrollan y les dicen torpes. La gente estaba muy contenta con mi
actuación, incluso, después del festejo me invitaron a la emisora de
radio Nación, que estaba junto a la plaza de toros y me hicieron una
entrevista. Recuerdo que una de las preguntas fue que cuando veía
el toro más grande. Les contesté que cuando más cerca estaba, más
pequeño lo veía. Aquella contestación fue muy celebrada, realzaba
mi valor espartano delante del toro.
Al margen del resultado de mi actuación, que para mi criterio
no estaba satisfecho pero tampoco descontento, al día siguiente la
señora de la pensión me hizo un comentario gracioso. Resulta que
fue a verme torear y lo hizo acompañada de Ana Maria y otra chica
que vivía también en la pensión que se llamaba Loli. Pues creo que
cuando el novillo me cogía, ambas chicas comenzaban a gritar y
una a la otra se lo recriminaban, diciendo que ella no tenía que
preocuparse por mí y recíprocamente las dos decían lo mismo.
Continué toreando ya los cinco días volví a Zaragoza. También
toreaba con un espectáculo cómico de Valencia. Yo mataba al
94
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
novillo de la parte seria. Ya comenté anteriormente que mi
repetición en Zaragoza fue un éxito. Corte las dos orejas al novillo y
tuve la mala suerte de que ya no celebraron aquel año más
novilladas. El ciclo se había acabado. Sino hubiera continuado
toreando en Zaragoza. Aunque estaba un poco molesto con Don
Manuel Alonso por su actitud, cuando me vio torear en mi
repetición en Valencia, ya que le había brindado el novillo y cuando
me devolvió la montera no dijo nada, pero yo le continuaba
informando de los resultados de mis actuaciones. Cuando le
comenté que había cortado dos orejas en Zaragoza y que el sábado
siguiente toreaba en Huelva, expresó recelo. La gente suele
molestarse por lo que uno consigue por fuera, sin su ayuda.
En Valencia no me daban nada por torear pero yo tenía
alquilado en una casa de Valencia, que se dedicaba a alquilar la
ropa de torear, un esportón con dos vestidos de torear, tres
muletillas, dos capotes, dos espadas y un descabello. La primera
vez que fui a aquella casa me acompañó un representante de la
empresa y me dijo que todo lo que necesitara me lo dieran, que la
empresa pagaría todo lo que hubiera que pagar. Pues yo me
aproveché de aquello.
En Valencia, en un principio tenían proyectado que en aquel
ciclo de novilladas sólo torearan toreros de la tierra, luego se
extendió lo del ciclo de las novilladas en Valencia y accedieron
toreros de toda España. Fueron tres sujetos, bueno en realidad
fueron dos sujetos y otro chaval que creo que si le hubieran dado la
oportunidad de torear la hubiera aprovechado. De los dos sujetos,
yo conocía a uno de Madrid, se apodaba el Cortijero y el otro era
Oliva de Sevilla, que decian que era la sombra de Curro Romero.
Ambos ya pasaban de los treinta años y por pesados de la empresa
de Valencia los puso cada semana a uno. Primero a Oliva y a la
semana siguiente al Cortijero. Pues Oliva de Sevilla fue tan grande
el mitin que dio con un novillo fabuloso, que cuando terminó el
festejo, como se vestía en las dependencias de la plaza, junto a la
entrada del cuarto donde se vestían los toreros, había un pilón de
95
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
agua para que bebieran los caballos de picar. Los chavales de
Valencia que estaban indignados por que ellos no toreaban y sin
embargo habían puesto a personajes de aquella calidad, pues el
caso es que lo cogieron y lo tiraron al pilón lleno de agua y no lo
dejaban salir. Oliva de Sevilla, cuando se quito la ropa de torero,
desapareció de Valencia y nunca más se supo del citado personaje.
El Cortijero continuaba por Valencia y era uno de los críticos
más descarnados de su compañero, de lo mal que lo había hecho y
decía que él iba a triunfar al máximo por que tenia unas grandes
cualidades para triunfar. El día que toreaba el Cortijero estaba yo en
la plaza con mi amiga Ana Maria. Él toreaba por la tarde igual que
el Oliva. Por la tarde siempre es mejor que por la noche. Los toros
envisten más con la luz del día que con la luz artificial. Como la
novillada no comenzaba hasta las seis y media de la tarde, estaba
tranquilo. Ya tenía algún dinerillo y comíamos en un restaurante
junto a la playa de la Malva Rosa, cuando veo que llega dónde
estábamos el chaval que era amigo de los dos sujetos, Oliva y
Cortijero. Como ellos sabían a que sitio de la playa iba yo pues fue a
buscarme a la pensión y al decirle que estaba en la playa pues fue
dónde estaba. Me dice el chaval que la empresa me estaba
buscando, que toreaba esa tarde en puesto del Cortijero y me dice
que aquella mañana se había marchado para Madrid huyendo de la
quema, no fuera que le pasara como a su amigo Oliva y había
dejado una nota para la empresa, que pusieran al chaval que a mi
me avisó, que estoy convencido de que si lo hubieran puesto
hubiera toreado dignamente, pero la empresa, como era amigo de
los dos sujetos, no quisieron ponerlo y dijo que me buscara a mi.
Rápidamente me fui a hablar con la empresa y les digo que sí que
toreo. Me recibió un tal Miguel, que tenia que ser el lame culos de la
empresa y me habló en un tono altanero. Me dijo que había estado a
punto de no torear, que en lugar de irme a la playa tendría que
haber estado pendiente por si surgía algo como en esa ocasión y me
dijo que ya tenían referencias de mi de que me gustaban mucho las
mujeres, que ya en Sevilla Don Manuel estuvo a punto de dejar de
ayudarme por que tenia novia y hay que estar pendiente las 24
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
horas del toro y no pensar en novias ni en nada que te distraiga de
ésta profesión de los toros. Yo, humildemente, le contesté que no
tenía novia y si estaba en la playa, había sido después de entrenar y
que pensaba ir a los toros a la hora de la corrida. Bueno, así se
quedó la cosa. Qué difícil es llegar a ser figura del toreo, es casi una
quimera. Cuantos factores hay que reunir a la vez para que todo
salga bien al mismo tiempo. Una profesión tan dura y el noventa
por ciento depende de los demás, si no te ponen no puedes torear y
si te ponen, que todo salga a la perfección.
Llego la hora de la novillada. La novillada era grande pero
preciosa. Entre los que toreaban estaba José Julio Granada, un
chaval con unas cualidades extraordinarias. Recuerdo que por fin
Dios hizo justicia. Me tocó un novillo fabuloso y le corté el rabo.
Aquello no se puede describir, la emoción que viví. Tenía plena
confianza en mí, pero tienen que venir las cosas rodadas para que
todo salga como uno desea. Si el Cortijero no da la espantada pues
yo no hubiera podido demostrar en Valencia las dimensiones de mi
toreo. Desde aquel momento la gente del toro me vio de otra
manera. Hacían comparaciones, había quien me comparaba con
Pedrés, que al parecer cuando se presentó de novillero en Valencia,
no sabia torear de capa y decian los aficionados que cogía el capote
como si fueran dos lechugas. Cuando finalicé la novillada, como
siempre, llamé a Don Manuel y le di el resultado. Al parecer ya
había llamado alguien de la empresa y le habían dicho que había
cortado el rabo al novillo. Le pareció bien mi triunfo y me prometió
que al año siguiente, en las primeras novilladas que se dieran en
Valencia con picadores me pondría, aquello era fabuloso.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Toreando en Arles, Francia
XI
VUELTA A MADRID, INCANSABLE
Finalizado el ciclo de novilladas sin picadores en Valencia,
decidí marcharme para Madrid, ya que el empresario de la plaza de
toros de Valladolid, don Emilio Ortuño y “Jumillano” me había
prometido que me iba a poner en su plaza, como así fue. El sábado
22 de agosto de 1970 me puso. Era un hombre cabal, con aspecto de
bruto pero hombre formal. A Don Emilio hacía años que le conocía
en Madrid. Él iba mucho a un burdel que había en la Gran Vía
madrileña, y yo estuve una temporada allí trabajando de recadero y
le daba la paliza para que me apoderara, él me decía que ya me
daría algo. Llevaba tiempo sin tener contacto con él, le comenté
aquellos momentos y no dudó en ponerme. Hasta incluso me
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
comentó que ya por las fechas que eran, se estaba acabando el ciclo,
porque ya estaban preparando la feria que se daba la primera
quincena de septiembre que si hubiera hablado antes con él ya
hacía tiempo que hubiera toreado. ¿Qué pasa? que cuando uno
camina sólo no puede acudir a todos sitios.
Como decía, el 22 de agosto toreaba en Valladolid, era también
por la noche, pero con la particularidad que cada matador mataba
dos novillos. Para esas fechas ya vivía en Madrid y conocía un
chaval venezolano que era novillero, Curro Gutiérrez. Ese chaval
me acompañó a Valladolid, nos fuimos en tren y en Ávila dijeron
por los altavoces que paraba 15 minutos. Paramos para comprar un
bocadillo en el bar, no hacemos nada más que entrar en el bar,
cuando veo que arranca el tren. Sin pensarlo dos veces arranco a
correr detrás del tren, que era de esos que al echar a andar se
cerraban las puertas automáticamente. Alcanzo el tren y me
engancho en la puerta, pero como he dicho, mientras que el tren
estaba andando las puertas no se abrían. Se escuchaba gritar a la
gente que se encontraba en el interior, pero hasta que el tren no
paró en una estación no se abrió la puerta. El motivo de que yo me
arriesgara tanto fue que tenía los trastos de torear en el tren, y el
destino del tren era Palencia. ¿Qué hubiera pasado si no cojo el
tren? Podría haber perdido toda la ropa de torear. Esperé en la
estación a Curro Gutiérrez que llevó dos horas después que yo. Nos
fuimos hacia la plaza de toros y buscamos una pensión cerca. Como
la novillada era tarde, a las once de la noche, estuvimos recorriendo
la ciudad. Llegó la hora de la novillada, me vestí de torero en las
dependencias de la plaza, dónde también se vestían algunos
banderilleros. Recuerdo que cuando yo me vestí comencé a
canturrear y me fijé en uno de los banderilleros que me escuchaba,
que del miedo que tenía estaba medio llorando y al verlo en aquella
actitud, le dije “No se preocupe, si la novillada no nos va a comer” y el
pobre hombre ya se puso un poco más alegre.
En Valladolid me pasó una cosa curiosa, fue dónde comencé a
torear bien de capote, digo bien, bien. No toreaba mal antes, pero
99
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
los toros me cogían mucho y aquella noche toreé a la verónica de
maravilla y sin que el novillo me cogiera. Era cosa de técnica, no les
sacaba los brazos a su debido tiempo, cuando lo hice una vez, pues
lo demás fue como coser y cantar. Para que los toreros volvieran a
repetir a la semana siguiente, cuando finalizaba el festejo, por orden
de actuación salíamos los matadores al centro del ruedo y al que
mas durara el aplauso de los espectadores era el que repetía. Sólo
repetía uno y yo aunque con la espada no había estado bien, el
aplauso que me dieron fue muy superior al de los otros dos toreros,
porque en Valladolid se mataba dos novillos, cada matador. La
novillada salió muy buena como a mi me gustaba, pastuela y no
con mucho temperamento. Es que en aquella época, en las
novilladas sin picadores, la mayoría de novillos envestían con una
codicia inaguantable. Al final, cuando me había cambiado de ropa,
fue en persona Don Emilio Ortuño, el empresario y me dio la
enhorabuena, y me dijo que el sábado próximo volvía a torear y se
lamentaba que no hubiera comenzado a torear en las primeras
novilladas, ya que la próxima era la última. En esa también estuve
muy bien, sobretodo matando, corté orejas y el empresario que
tenía una ganadería me prometió que el invierno lo podía pasar en
su ganadería, pero las cosas casi nunca salen como uno desearía
que salieran.
En navidad de aquel año, 1970, Don Emilio falleció y ya las
promesas se fueron al garete. Durante las dos novilladas que toreé
en Valladolid hice otros dos contratos para los pueblos de la zona y
si hubiese tenido apoderado, aquel año hubiese toreado más de 100
novilladas, pues los alcaldes solicitaban que toreara en las fiestas de
su pueblo y la mayoría de las veces no podía contactar con ellos,
porque me lo decían cuando yo estaba vestido de luces, no cogía
bien el nombre del pueblo y después no me acordaba de qué pueblo
era.
Quiero contar una anécdota curiosa, en las dos novilladas que
toreé, en la crónica de un periódico local me ponían mal, se lo
comenté al empresario y a algunos banderilleros y a mucha gente
100
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
que me saludaba. No podía comprender por que aquel tío se metía
conmigo, cuando lo normal era poner bien a un chaval y en caso de
que no hubiera estado bien pues apenas hablar de su actuación,
pero deliberadamente poner mal por poner, no lo comprendía y
más cuando el empresario estaba contento con mis actuaciones.
Una mañana esperé al citado cronista taurino. Yo estaba en la
puerta del periódico, cuando lo vi llegar acompañado de otro señor.
Me dirigí a él con las reseñas del periódico hechas una pelota y al
llegar a su altura, le intenté meter en la boca el papel. El intentó
defenderse sin éxito por que en aquella época no era muy fácil que
a mi doblara el brazo. El acompañante intentó defenderlo hasta que
acudieron varias personas y pusieron paz en la trifulca. Una vez
calmados, le pregunté que por que escribía tan mal de mis
actuaciones si nadie que las había leído estaba de acuerdo con lo
que decía. El me contestó que estaba cansado de la chulería de los
sevillanos, por que a mi me anunciaba como torero de Sevilla. Le
comenté que yo no era de Sevilla, que era de Almería. La cosa
terminó relativamente bien.
Terminé la temporada de año 1970 con treinta novilladas
toreadas. Si hubiera tenido apoderado habría toreado más de cien.
Con la promesa de la empresa de Valencia de torear con picadores
en el año 1971. En noviembre del año 70 me fui a vivir a Almería
para pasar con mi familia unos días, ya que a través de mi amigo,
Antonio Saldeño, tenía firmadas tres novilladas para torear en
Venezuela. Me hacía una gran ilusión, así que terminé el año
satisfecho y con esperanzas de triunfar, ya que había demostrado
que tenía cualidades para ser torero.
101
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Paco Valverde, toreando a la verónica.
XII
UN GOLPE MUY DURO, UN AÑO DURO
Pase las navidades en casa de mis padres y tenía proyectado
viajar a Madrid para acto seguido irme a Venezuela. Tenía una
hermana que vivía en un piso encima de la casa de mis padres. El
15 de enero de 1971 estaba yo entrenando en el porche de casa de
mis padres, era muy temprano. Llegó mi hermana y le dije “Embiste
gandula”. Yo tenía mucha confianza con mi hermana. Ella me dijo
que no se encontraba bien. De momento me di cuenta de que no
estaba bien. Ella nunca quería que se viese que no se encontraba
bien, para que mi madre no sufriera. La acompañé al médico y le
mandó un tratamiento, mejoró muy bien, pero por la noche fueron
unas vecinas a visitarla y comentaron que igual tenía pulmonía. Mi
padre fue a por un médico que la visitó en casa, se trataba de Don
102
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Paco Pérez, especialista de pulmón y corazón. Le puso una
inyección a mi hermana y a las tres horas falleció. Aquello fue un
golpe tan duro que rompió todos mis proyectos. Como iba a
marcharme a Venezuela en esas circunstancias. Lo cancelé todo y
continué en Almería hasta final de marzo, que me recuperé
moralmente. Me puse en contacto con todas las personas del toro
que conocía. Me dirigí a la empresa de Valencia y les recordé que la
temporada pasada me habían prometido y ya los vi dubitativos,
decían que los novilleros se pagaban los gastos por torear. Una
oportunidad perdida.
Me dirigí a Don Emilio Ortuño Jumillano, empresario de
Valladolid, que me prometió llevarme a su finca. Don Emilio había
muerto.
Me marché a Sevilla e hice tentaderos, pero no como el año
anterior. Toreé en Almería dos novilladas en las fiestas de San
Antonio y me fui a Burgos. Allí toreé dos o tres novilladas por los
pueblos. Ese año no quise hacer capeas. Los toros que echan en las
capeas están toreados, termina uno aprendiendo a defenderse y no
te quedas quieto ni con los toros buenos, por ese motivo decidí no
participar en capeas.
Fue un año decepcionante en todos los aspectos. Sobre todo por
la muerte de mi hermana. Mis padres estaban muy apenados y yo
procuraba pasar el mayor tiempo posible a su lado. En septiembre
me fui a vivir a Almería, lamentándome por mi mala suerte. Si tenía
aptitudes para torear por que se me resistía tanto. No era normal.
Era un chaval que vivía para ser torero, no era conflictivo, ¿por que
no triunfaba? Veía a Miguel Márquez, Ángel Teruel, Palomo
Linares, Antonio José Galán y muchos más que habían triunfado.
Yo no resistía la idea de no triunfar.
En Almería me coloqué a trabajar en unos almacenes de fruta,
uvas y naranjas, sobretodo uvas. Allí trabajaba como un esclavo.
Era un trabajo muy pesado. A mí, que el trabajo fuera pesado me
103
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
daba igual pero era humillante tener que estar trabajando en
aquellas condiciones, cuando la temporada anterior todo fue sobre
ruedas.
Una tarde, estábamos descargando un camión de uvas cuando
me llevaron un telegrama de mi amigo José Rodrigo, el
banderillero. Me decía que le llamara urgentemente por teléfono.
No pude aguantar ni un segundo, se lo dije al encargado y no me
puso pegas para que me fuera antes de la hora. Antes no era como
en la actualidad que hay cabinas por todas partes, había que ir a la
Telefónica. Hablé con mi amigo y me dijo que había un señor que
estaba interesado en apoderarme. Al día siguiente lo comenté en el
trabajo y a todos les pareció extraordinario. Me pagaron y el
encargado hizo una recolecta entre todos y me dieron diez mil
pesetas, que era un buen regalo.
104
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Paco Valverde la izquierda, Antonio Márquez y Pepehillo.
XIII
LA ÉPOCA DEL MAHILLO
De nuevo en Madrid. Me puse en contacto con mi amigo el
banderillero y me presentó al señor Mahillo. Le causé buena
impresión, así me lo dijo mi amigo. Yo estaba más contento que
unas pascuas, conseguir un apoderado era por lo que llevaba tanto
tiempo luchando. Ya me encontraba casi desahuciado, había
hablado con casi todos los apoderados que en aquella época
existían. Incluso con el Pipo, descubridor de el Cordobés, José
Fuentes, Curro Vázquez y algunos otros. A Pipo lo visité en su
domicilio en la avenida Islas Filipinas, por que ya he dicho en
varias ocasiones que he sido admirador de Manuel Benítez el
105
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Cordobés y por tal motivo me hacía tanta ilusión que el Pipo me
apoderase. Siempre me decía lo mismo, que me llevaría al campo
para verme en un tentadero, pero me ponía una pega, decía que yo
era muy alto, como Antonio Ordóñez y Jaime Ostos, y a él no le
parecía bien un torero alto. Si hubiera sido ahora, que hay toreros
que miden 1.90 m, yo solo medía 1.77 m.
Un día de los que fui a visitar al Pipo, me encontré en el
vestíbulo de la finca a una chica, era guapa y me saludó, dice “Hola,
yo te conozco, soy la hija del Pipo”. Comenzamos a hablar y me dijo
que iba a la cafetería que había al lado a tomar café y me preguntó
si la quería acompañar. Yo pensé “Cómo la voy a acompañar, si está
mal visto que los torerillos vayan con chicas, por que dicen que salir con
chicas es que no quieren ser toreros, si se entera el padre no querrá ni
verme”. Le dije que no, que quería hablar con su padre, ella me lo
repitió varias veces y después me lo recriminó la portera de la finca
que presenció la escena. Dios sabe, si llego a salir con esa chica igual
le hubiera dado el tostón a su padre y me hubiera llevado al campo.
Yo estaba convencido de que mi toreo le hubiera gustado al Pipo, le
gustaban los toreros valientes.
Pues por fin había llegado la persona que yo tanto ansiaba, una
persona que me ayudara, un apoderado. A los dos días de estar en
Madrid, era domingo y nos fuimos a la Casa de Campo a entrenar.
Comenzaron las dificultades, todo lo que hacía con capote y muleta
le parecía mal al señor Mahillo. A partir de aquel momento intentó
cambiar por completo el concepto que yo tenía del toreo. Yo tenía
un buen concepto, pues el me lo transformó totalmente. La formo
que él quería inculcarme era imposible de hacer, el toreo tiene unas
normas básicas, uno las interpretará de una manera y otros de otra,
pero lo fundamental es la misma técnica. Es fundamental para
torear. Comenzamos los entrenamientos y yo cada día lo veía más
difícil, así no se podía torear, como él decía, con los brazos pegados
al pecho y cuando tenía el toro encima, sacar los brazos, que ya no
daba tiempo, siempre me veía cogido. Mahillo era un hombre muy
autoritario y si no hacía lo que él decía me armaba la marimorena.
106
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Mi vida en Madrid durante la semana transcurría de la siguiente
manera: el vivía en la calle Encomienda de Palacios, Moratalaz, que
era donde iba yo al mediodía a comer y en la calle General Mola
tenía un laboratorio de cine y fotografía, aunque tenía un empleado,
Luís, un buen chaval. Yo, todas las mañanas abría el negocio y
atendía el teléfono, después entrenaba en el terrado y después iba a
repartir fotos a los clientes hasta que llegó la hora. En el mismo
edificio del laboratorio vivía el ganadero salmantino Sánchez
Fabrés, dicho ganadero para primeros de enero, estamos hablando
del año 1972, nos echó unas vacas y maté un toro de la ganadería. A
Salamanca nos desplazamos en un Renault Gordines. A ese coche lo
llamaban el coche de las viudas por la poca estabilidad que tenía.
Lo conducía el banderillero José Rodríguez, que no era un gran
experto en conducción. Cuando pasábamos por Ávila había mucho
hielo en la carretera, pues a la salida de Ávila, en una curva, pisa el
freno, el coche derrapa y salimos terraplén abajo. La suerte que
tuvimos fue que un árbol paró el coche, pero allí quedó, hecho
polvo. A nosotros no nos pasó nada. El banderillero, el fotógrafo,
un picador, el apoderado y yo, todos salimos ilesos. Tuvimos que
continuar el viaje en un taxi. Una vez en la finca, el ganadero me
echó tres vacas y el toro que maté. La cosa se dio bien, pero el
apoderado tenía un grave defecto, que él solo habla de lo que no se
ha hecho bien, a su parecer claro, por que para todos estuve muy
bien. Él también lo reconoció en la finca, pero al día siguiente me
daba la paliza con lo que no había hecho.
Continué entrenando, entrenando a su manera, claro. Era
imposible torear con los brazos pegados al pecho. Cada día lo veía
más difícil. Tantos años entrenando para nada. Me encontraba
incómodo, no quería que hiciera ejercicios bruscos por que decía
que los músculos se embrutecían. No quería que bebiera agua por
que decía que se engordaba. El era un hombre que se medicaba
permanentemente y me hacía ponerme inyecciones. En su casa
vivía una señora mayor, que estaba peleada con ellos. Cuando la
veía la saludaba y él me echaba la bronca, por que no quería que
hablara con ella. Ya estaba hasta las narices. Los fines de semana si
107
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
no toreábamos nos íbamos con los hijos y la esposa. Los hijos eran
dos críos insoportables. Un domingo fuimos a Navacerrada, nos
subimos en un telesilla, el telesilla se paró a medio camino, como no
iba preparado para la nieve llevaba zapatos y calcetines normales.
No podía aguantar más en el telesilla y me tiré al suelo, estaba a
una altura de siete u ocho metros, afortunadamente no me hice
nada. Mahillo, cuando vio que me tiré por poco me mata de la
bronca que me echó.
Ahora contaré un episodio embarazoso. Para mi no hay cosa
más desagradable que mentir. El banderillero le había dicho que
tenía veinticuatro años y en realidad tenía veintiséis. Le dije a
Rodrigo que tenía que decirle la verdad. Rodrigo me decía que no,
que él le había dicho que tenía veinticuatro y que yo tenía que
continuar diciendo lo mismo. Mahillo, todos los días me
preguntaba por el carné de identidad y yo le decía que me lo había
dejado en Almería. El insistía en que se lo pidiera a mi familia.
Fuimos al notario a hacer el contrato de apoderamiento y al notario
también le mentí, le enseñé el carné de torero pero en el carné no
ponía la edad. Lo del notario estaba superado, pero Mahillo era un
martillo, todos los días preguntándome por el carné. Una tarde ya
tuve que ceder y dárselo. Cuando vio que tenía dos años más de lo
que le había dicho se puso como una fiera. Yo, que también me
encontraba incómodo, le hice la réplica. Si él gritaba, yo gritaba más
fuerte. Le dije que si consideraba que era demasiado viejo que lo
dejáramos y que cada uno se buscara la vida como mejor le
pareciera y él, no debió ver las cosas muy claras por qué cedió.
Continuamos trabajando. Una tarde fui y le llevé unas fotos a
Juan Domingo Perón, el que fue presidente de Argentina. Las fotos
eran de un niño del boxeador argentino Goyo Peralta, al que
bautizaron y Perón y su esposa fueron los padrinos.
Manolo Lozano era empresario de la plaza de toros de Aranjuez
e hizo una promoción de novilladas y para poder torear había que
presentarse a un concurso de toreo de salón en la Casa de Campo.
108
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Nos presentamos más de cien aspirantes, en la que tuve la suerte de
salir elegido entre catorce chavales más. El ciclo era de tres
novilladas de cinco novilleros cada una y se mataba un novillo por
matador. Antes de esa novillada ya había toreado ese año en Naval
moral de la mata y en Malpartía de Plasencia. Antes de torear todas
las novillas que Mahillo me dio, maté a puerta cerrada, dos toros en
la plaza de Vista Alegre. Los toros eran cinqueños de la ganadería
de Paco Marín, Jaén. Salieron buenos, aunque uno duró poco rato,
en la muleta se acabó, muy pronto, y al otro le formé un lío gordo.
Había mucha gente del toro, entre los que se encontraba Victorio
Martín, el ex matador de toros, Manolo Escudero y muchas
personas del mundo del toro. Todos los asistentes me felicitaron
decían que había estado muy bien. Quiero resaltar una cosa, estos
toros eran toros, toros, pues al que duró más tiempo, le di
estatuarios sin mover ni un músculo, como me hicieron una
película, parecía inverosímil, que el toro no me cogiera. Después
me comentó el que estaba grabando la película que a él le daba
miedo mirar. Cuando se habla tanto ahora de lo quieto que se
queda Castella Talavante, José Tomás, como se quedaba Paco Ojeda
y uno de los toreros más valientes que ha habido en la historia del
toreo fue Dámaso González, pues yo estaba en la línea de los
toreros que he enumerado.
En los toros que maté en Vista Alegre, las faenas fueron
perfectas. Vino a verme la mujer de Mahillo, le gustó mucho mi
actuación aunque Mahillo alguna vez empezara con su retahíla
destructiva, que no he visto hombre más destructivo que Mahillo.
Un día fuimos a matar a un toro a una ganadería, no recuerdo
el nombre, estaba en el término municipal de Plasencia. Ese día
estaba diluviando, el agua caía a haces. Estaba muy lejos de la
carretera, por malos caminos cruzando barranqueras que cuando
íbamos hacia la finca, apenas se podía pasar. Era de lógica que a la
vuelta nos encontráramos con el camino cortado, como asís fue.
Llegamos a la ganadería y aunque Mahillo anteriormente había
dicho que no le arreglara los pitones al toro, arreglar los pitones es
109
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
cuando se mata un toro en la misma ganadería se les corta un poco
la punta del pitón para disminuir un poco el riesgo, ya que al
carecer de servicio médico, si un toro hiere al torero, cuando llega al
centro médico el torero corre un gran peligro. El ganadero dijo que
lloviendo como estaba había que arreglarle un poco las pantas de
los pitones, a lo que Mahillo se negó rotundamente. Toreé tres
vacas antes que al toro y con el toro estuve decoroso, es que no
podía ni andar del barrizal que había. Lo que verdaderamente hice
bien, fue matarlo, le pegué un estoconazo hasta la bola y ejecutando
bien la suerte de matar. Después de finalizar la faena del tentadero
tuvimos que permanecer en la finca como mínimo cinco o seis horas
por que de los riachuelos, no se podía cruzar. Si allí un toro te da
una cornada por muy pequeña que fuese, te morías.
El 27 de febrero de 1972 toreaba en el Real Sitio de Aranjuez,
una ciudad preciosa con una gran plaza de toros. Es una plaza
grande, el ruedo es uno de los más grandes que existen. Mahillo
quiso tirar la casa por la ventana. Habló con Manolo Lozano, el
empresario, y le comentó que quería que echara para mí, un toro
grande. Llegaron a un acuerdo, que compraría el toro más grande
que para los demás y él pagaría la demasía del precio. Compró un
toro de Sánchez Arjona, que al parecer había estado padreando con
las vacas. Cuando aquel toro hizo su aparición por la puerta de
toriles, hubo un murmullo de expectación en los tendidos. El toro
salió tirando bocados, estaba toreado. Me cogió varias veces, cada
vez que me cogía era para asesinarme. Estuve valiente al máximo, a
la hora de matar le di un estoconazo en el centro del ruedo, me
dieron dos orejas. Recuerdo que estaba en el callejón, el matador de
toros Palomo Linares y me dio la enhorabuena por lo bien que
había estado.
Como a la corrida habían asistido la mujer de Mahillo y varios
amigos, todos coincidieron que reconocer lo bien que había estado y
Mahillo lo corroboró, pero eso fue el primer día, al día siguiente ya
estaba dándome la tabarra diciéndome que me había cogido
muchas veces. Yo estaba al límite de mi paciencia, me gusta dar al
110
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
máximo lo que dependa de mí, unas veces con más acierto, otras
con menos, precisamente una de las cosas que no me gustan mucho
es el atropello y con el apoderado estaba sufriendo un atropello
permanente. Después de terminar nuestras relaciones comerciales y
haber tenido él, la experiencia con varios toreros, se dio cuenta de
que yo reunía todas las cualidades para triunfar como torero y me
dijo que me exigía como si fuese figura del toreo. ¡Qué pena que se
diera cuenta tan tarde! porque tenia una cosa buena, que se gastaba
el dinero necesario para poder torear, para matar toros a puerta
cerrada, ropa de torear, pero luego era muy mal psicólogo y muy
mal profesor.
El 2 de marzo de 1972 toreé en Torremolinos. Hacía pocos días
que había toreado en Aranjuez y desde Madrid hasta Torremolinos
me fue dando la monserga. No podía más. En Torremolinos
toreamos a dos novillos cada uno. La novillada fue chica, mucho
viento. Di la vuelta al ruedo. Termina la novillada y Mahillo no me
dijo si había estado bien o mal. Llevaba cara de perro enfadado.
Llegué al hotel, me cambié de ropa y me fui a bailar con Juan
Caparrós, novillero. Regresé al hotel tarde y por la mañana, cuando
nos marchamos de regreso a Madrid, le dije que como llevaba
tiempo sin ver a mi familia por que no íbamos a Almería y así
saludaba a mis padres y me dijo que a la familia había que
olvidarla. Desde Málaga hasta Madrid no cruzamos ni una palabra.
Cuando llegamos a donde tenía el laboratorio le dije: “Antonio, ya no
quiero ser torero, no merece la pena luchar para tan poca recompensa”. Él,
tan solo dijo: “Tráete la ropa que de torear que te he comprado”, eran dos
trajes de luces, dos o tres muletas y dos capotes. Al día siguiente
por la mañana se lo llevé todo. Me había hecho varias películas
donde aparecía toreando y muchas fotografías, se las pedí y no
quiso dármelas. Me presentó una factura da gastos enorme, me dijo
que cuando le pagara me daría las fotos y las películas. En la factura
estaba metido el importe de la ropa de torear que ya le había
devuelto, pero él decía que era por el uso que había hecho. Yo le
reclamé el tiempo que había estado trabajando y no me había
pagado nada. Se puso como un energúmeno, yo también le gritaba.
111
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El caso es que allí se quedó y yo me marché. Cuando salí de allí lo
hice como al perro que le quitan las pulgas. Lo primero que hice fue
ir a una cervecería que había enfrente y beberme varias cervezas, si
no podía beber ni agua por que decía que engordaba. Me fui a la
pensión, por un lado contento pero por otro triste por que se había
acabado lo que tantos años intenté conseguir, una persona que me
ayudara. Qué pena.
Me marché a Almería con mi familia, no era la mejor época para
irme a Almería, ya que era la época de los tentaderos, pero no tenía
las ideas muy claras, de verdad ¿había pensado en dejar los toros o
quería seguir luchando? Mi familia tenía una gran influencia sobre
mí. Mi padre, como siempre, me decía que a trabajar, pero es que yo
trabajaba pero no veía un céntimo. Sin embargo mi madre, que era
una mujer que se preocupaba por todo, sufría, pero ella sabía que
yo quería ser torero y me animaba.
Estando en Almería, cada dos por tres recibía un telegrama del
apoderado, llamándome para que fuera a Madrid. Yo no volvía al
lado de Mahillo ni muerto. Me firmó una novillada en Bilbao,
bueno, en realidad no fue a mi a quien se la firmó, fue a uno de los
chavales a los que estuvo probando después de que rompiéramos.
El chaval no quiso torear o él no quiso que toreara. Fui y la toreé
pero no pasé por ir con él, me amenazó con llevarme a los
tribunales, ya que él era mi representante legal.
Antes de torear esa novillada, me preparó un tentadero por la
zona de Plasencia. Me dijo que me pasara por el domicilio de
Antonio Bienvenida y que él me llevaría. Llegué a casa de
Bienvenida tres horas antes de la hora a la que habíamos quedado,
pero cuando llegué ya se había marchado. Me fui en tren y cuando
al día siguiente me vio en el tentadero se sorprendió, comenzó a
disculparse. Después del tentadero me dijo que me fuera con él a
Madrid y le dije que no, que había ido en tren y pensaba regresar de
la misma manera. Se ve que le comentó a Mahillo que había estado
muy bien con las vacas y ese fue el motivo por el que, después de
112
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
fracasar con otros toreros me puso para torear en Bilbao. Que por
cierto, maté dos novillos y a uno le corté una oreja, aunque continué
recibiendo requerimientos del apoderado. Ya no quise saber nada
de él.
113
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
XIV
TIEMPOS TURBULENTOS, CLAROS Y SOMBRAS
Pase el año en Almería. Toreé varias novilladas que me dio mi
paisano en Tafalla, Navarra, en Casetas, Zaragoza, en la feria de
Cariñena. Tengo una anécdota de Cariñena. Cuando salía de la
plaza, me encontré un billete de cien pesetas, que en aquella época
era algo. También toreé una tarde en el barrio del Zapillo de
Almería, y en Fiñana. Fiñana ha sido una de las veces que yo me he
encontrado mejor toreando.
El año 72 no fue un año malo, fue turbulento. Pero en lo
referente a lo taurino no fue malo. Como he comentado vivía en
casa de mis padres y mi padre me lo ponía muy difícil. Por la
mañana iba a entrenar y cuando regresaba al mediodía con todo el
sol, con ese calor abrasador, me ponía a trabajar en los bancales.
Teníamos dos obreros, pues durante su descanso del mediodía yo
hacia mas de lo que los dos habían hecho por la mañana. Pues mi
padre, descontento, no me daba ni una peseta, sólo la comida, y me
recriminaba lo que comía, decía que agradecería que me fuera. Yo
aguantaba por mi madre, sabía que se encontraba entre dos fuegos
y sufría mucho. Una mañana me dice mi padre que siembre un roal
de patatas. En hacer aquel trabajo no tardaba yo ni una hora, así
que me fui a entrenar, pensado en hacerlo al regreso. Cuando volví
ya las había sembrado mi padre y al parecer estuvo renegando, que
era un sinvergüenza. No lo pensé más, hice la maleta y me marché.
Mi madre se quedó llorando, pero yo no podía aguantar más.
114
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
En aquella época yo hablaba y entrenaba con uno que había
sido novillero, de Almería, Gregorio Gálvez. Me había hablado de
un proyecto que tenía muy bueno con respecto a mí. Tirarme todo
lo que quedaba de año preparándome a fondo y en el mes de enero
comenzar a torear en la zona de Málaga, dónde se comenzaba muy
temprano a montar toros. Él disponía de un dinero para sufragar
los gastos. La idea no me pareció mal, me dijo que me fuera a vivir
a un piso que tenia en la calle Capri y eso fue lo que hice. Pero antes
de continuar con el relato, quiero hacer un comentario sobre una
mujer que conocí el día 30 de julio de 1972.
Era domingo, esa mujer ha sido la mujer más significativa en mi
vida, ya que es la madre de mis hijos.
Me instalé a vivir en la citada dirección y entrenaba todos los
días. El tiempo pasaba y no veía nada de lo que Gregorio me había
prometido. Él sí me cogió bien. Me hizo firmarle un documento en
el cual le nombraba representante legal en mi profesión, llevándose
él, el 15% de mis honorarios. Ya estaba yo mosqueado con lo de
Mahillo. Lo de Gregorio, aunque tengo que decir que entre
Gregorio y Mahillo había poca similitud, Mahillo no era buen
profesor, era todo lo contrario, pero dentro de que era un hombre
negativo, era honrado y se gastaba el dinero para que el torero
pudiera torear. Gregorio, era buen profesor, me enseñó a que los
novillos no me cogieran, pero era un sinvergüenza. Todo lo que
decía era mentira y lo que intentaba con mi apoderamiento era
conseguir que alguna persona con dinero lo involucrara y sacarle el
dinero. No para que el torero toreara, sino para llevárselo él.
Así terminó el año 72, con claros y sombras. El 25 de enero de
1973 fue un día muy triste en mi familia, mi padre tuvo un
accidente de circulación. Viajaba con mi madre, mi abuela y tres
hijos de mi hermano. A las tres de la mañana del día 24 fue un buen
amigo mío, Pepe Griado, y me dio la noticia. A esa hora, y sabiendo
que las relaciones con mi padre no eran buenas y me avisó del
accidente que había tenido mi padre. Yo pensé lo peor, que había
115
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
muerto, me aseguró que no. Estaban ingresados en el Hospital
Provincial. Cuando llegué, aquello era dantesco. Parecía que mi
madre era la que mejor estaba y en realidad era la más grave. Mi
madre estuvo a punto de morir. Mi abuela también se encontraba
muy mal. Mi padre con varias heridas en la cabeza y tres costillas
partidas. Mi sobrino estuvo en coma dos días. Mis sobrinas, una se
partió un brazo, la otra una pierna, pero mi madre, a parte de las
múltiples heridas que tenia en la cabeza, de la pierna izquierda, de
la rodilla para abajo, había perdido toda la masa muscular. Se le
quedó el hueso pelado, sin vasos sanguíneos, era una carnicería. Me
tire durmiendo a su lado, en una silla, treinta y dos días, hasta que
le dieron el alta en el hospital. El alta fue de una forma macabra,
siempre se ha dicho que en una herida abierta no se puede poner
escayola, pues el bueno del cirujano que la atendía, no se le ocurre
nada más que enyesarle la pierna y mandarla para casa. Le comenté
al médico dicha observación y me contestó que yo de eso no sabía.
¿Qué podía hacer yo? Una vez en casa mi madre se sentía muy mal
de la pierna, le dolía mucho. Ante la insistencia de mi madre con lo
mal que se encontraba, mi padre cogió una ambulancia y se la llevó
a Granada. Cuando llegó a Granada ya tenía la pierna a punto de
gangrenarse. Al quitarle la escayola, la poca carne que le había
salido se le arrancó toda. En Granada estuvo ingresada más de seis
meses. Le pusieron varios injertos, la pobre mujer mientras vivió
tuvo muchos problemas con esa pierna. Yo estaba ajeno a ese
drama por que cuando mi madre se fue a casa yo me marché a
Sevilla y me enteré un mes después.
A Sevilla fui con un amigo mío, Jacinto, un buen hombre
también timado por Gregorio. Jacinto ya ha fallecido y aunque
ambos vivíamos en Almería, me enteré de su fallecimiento un año
después. Lo sentí mucho. También se unió a nosotros un chaval que
quería ser torero, el Platerito. A este chaval le ayudaba un señor con
mucho dinero, y Gregorio, al citado señor le daba unos timos de
aupa y muy señor mío. Jacinto trabajaba de camarero y nos
proporcionaba la comida, nosotros íbamos por el restaurante, que
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
por cierto era un gran restaurante. Íbamos por allí y nos daba
sobretodo pollos asados.
Hice muchos tentaderos. Conocí a un taurino muy competente,
José Sánchez Helena, me llevó a varios tentaderos. Había un
novillero de Albacete y tenia un SEAT 600. Con ese coche íbamos a
los tentaderos. El coche siempre iba a tope. Una tarde,
regresábamos de un tentadero de la provincia de Huelva, se salió
de la carretera en una curva y por poco todavía estamos dando
tumbos. Íbamos en el coche cinco o seis y cuando el coche estaba
dando tumbos, nosotros nos partíamos de risa, no nos pasó nada a
ninguno, el coche quedó siniestro total.
El tiempo iba pasando y Gregorio no hacía nada. Le escribí una
carta, poniéndole las cosas claras. Se desplazó a Sevilla y comenzó
con su filosofía barata y le di un ultimátum, si en veinte días no
había algo a la vista, lo dejábamos. Yo en esos días toreé en un
festival en Hinojos, un pueblo de Huelva y Gregorio me dio la grata
noticia de que el 25 de abril iba a torear en un festival en el Bosque,
un pueblo de la serranía de Cádiz. En el Bosque, al darle al novillo
un farol con la muleta se me quedó debajo, me cogió y me dio una
fuerte cornada en el recto. Yo permanecí en el ruedo, no me vieron
los médicos pero sabía que estaba bien herido. Del Bosque a Sevilla
habrá sobre 150 Km., pero como Gregorio conducía muy lento, no
llegamos a Sevilla hasta las tres de la madrugada. Primero fuimos al
domicilio del Doctor Vila, que era el medico de los toreros, cuando
el medico me vio la herida, observó que era grave y nos mandó
rápido para operarme. Recuerdo que antes de operarme, como la
cornada era en el ano, tuvieron que afeitarme, aquello era rabiar,
me decían: “¡Qué duro eres!”, no hice ni una mueca de dolor. Me
pusieron la anestesia y me decía que contara hasta treinta, me iba
durmiendo hasta que al día siguiente desperté sobre las diez de la
mañana. Me desperté feliz, estaba cantando y las enfermeras se
sorprendían. Con la operación tan delicada, tenia dos cornadas, una
de diecisiete centímetros y otra de diez pero en un sitio tan
delicado. Fue una operación de mucha envergadura.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Al día siguiente de ser operado me cambiaron de habitación,
me pusieron en una donde estaba ingresado otro torero de Almería,
el Kino, en aquella habitación no había cuarto de baño, estaba al
otro extremo de la planta. Nunca he podido orinar en el orinal, ese
que parece una botella, tenia que levantarme. Una vez iba por el
pasillo y me mareé, si no me apoyo en la pared me caigo al suelo.
Problema para ir de vientre no había, tenía el ano tapado y no
ingería nada sólido, sólo liquido. Allí estaba muy incomodo, nadie
de mi familia sabia que me habían pegado una cornada, solo lo
sabia mi novia. Gregorio se marchó apenas yo desperté de la
anestesia. A la semana de estar ingresado, decidí irme al sanatorio
de toreros de Madrid. Mi amigo Jacinto me sacó el billete de avión y
me acompañó al aeropuerto. El viaje de avión lo hice con el
matador de toros, Dámaso González. Ya nos conocíamos, hacia
unos años que habíamos toreado juntos en un pueblo de Murcia,
Calasparra. Cuando llegué al sanatorio de toreros, iba desvalido,
tantos días sin comer y con los antibióticos, estaba sin fuerzas ni
para abrir los ojos. Lo primero que hicieron en el sanatorio fue
reconocerme la herida, el medico dijo que la herida estaba muy bien
y aunque había sido grande, no afectaba a ningún órgano vital. Me
quitaron los apósitos que tenía en la herida. Me dijo que ya podía
comer. Como ya era muy tarde solo encontraba en un frigorífico,
cerezas y leche. En el sanatorio estuve unos ocho días. Coincidí con
el Vite, que toreando en Alcala de Henares, un toro le había roto
unas costillas. Iba a visitarlo a su habitación y le recordé cuando a la
salida de Salamanca le hice autostop y no paró. Se disculpó
diciendo que en Salamanca hay muchos torerillos y siempre lo
están parando así que optó por no parar a nadie. En aquella época
no lo comprendía, ahora sí. Los triunfadores intentan estar, cuanto
más lejos mejor de los que quieren iniciar una profesión como la de
ellos. Los toreros no van a ser menos. Cuanto menos les molesten
los torerillos, mejor. Conocí personalmente a los hermanos Girón,
todos toreros, a través de mi amigo Saldeño. Con el que más
amistad tenía era con Curro, que fue figura del toreo. Un día en la
Casa de Campo, estábamos entrenando y jugando al fútbol. Ellos
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
eran muy aficionados a jugar al fútbol. Yo he sido poco futbolero.
Quedamos en que al día siguiente me iban a llevar a un tentadero a
la provincia de Ciudad Real y quedamos en que estuviera en su
casa a las seis de la mañana. Llegué a las cinco, una hora antes de lo
que quedamos, cuando estaba llegando a su chalet, veo que se abre
la puerta del garaje y era Curro que salía, ya se marchaba.
Quedamos a las seis y a las cinco ya se iba. Cuando me vio, me dijo
“Chico, ¿dónde vas tan temprano?”, le contesté “Maestro, ¿usted ya se
marchaba?”, dijo “Chico, súbete en el coche, tú serás torero”. Se me han
venido estos recuerdos a la mente, que cuando uno no es nada, todo
el que puede colabora para que salgas de la cloaca.
Mientras estuve en el sanatorio me dieron un batín y yo les
decía a las enfermeras que el batín me lo habían dado para mí, para
que me lo pudiera llevar. Las enfermeras se creían que lo decía en
serio y decían que no, que cuando saliera del sanatorio tenia que
dejarlo. Le pregunté al Viti, “Verdad Maestro que tengo razón?”, y
el me apoyaba. Cuando me dieron el alta, las enfermeras estaban
pendientes de que no me llevara el batín, fueron a la habitación a
ver si estaba y al no verlo, me preguntaron, les dije que cómo era
mío lo llevaba en la maleta, hasta que vi que la cosa se puso muy
seria y les dije que miraran bajo el colchón de la cama. Lo había
dejado allí para enfadarlas.
Salí del sanatorio y me fui a Granada a ver a mi madre que
entonces se enteró de que me habían dado una cornada y ella se
encontraba muy mal.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
XV
FIN DE LA LUCHA
Una vez en Almería, comencé a entrenar y cuando estaba en
plena forma, como Gregorio no me decía nada, estaba desorientado.
Ya tenia edad para haber triunfado, tenia contrato con dos
apoderados, Mahillo y Gregorio. Tenía novia, aunque ella siempre
me decía que hiciera lo que mejor viera. Tenía que saber a que
atenerme.
Cité un día a Gregorio en el Gran Hotel Almería y le pregunté
que tenía a la vista. Intentó como siempre convencerme de que
tenía que ser figura del toreo, que él tenía conocimiento y capacidad
para hacerme figura. Le corté tajantemente “Tienes algo, aunque sea
para el 31 de diciembre?”, me contestó que no y le dije que a partir de
ese momento, dejaba de ser torero. Ya estaba cansado de luchar con
gentuza, no aguantaba más.
En casa de Gregorio tenía todos los trastos de torear, muletas,
capotes, espadas, montera, zapatillas, tirantes, añadido, que es la
coleta. Todo, todo se quedó allí. Yo pensaba que al haber comido en
su casa y que le estaba pagando el alquiler del piso donde yo vivía,
luego me enteré de que el piso lo pagaba Jacinto. Jacinto les daba el
dinero para la comida, no para la mía, sino para toda. Carmen, su
mujer era una gran señora, pero él, qué ratero ha sido. En estos
momentos en que estoy acordándome de Gregorio, el pobre
hombre ha fallecido hace poco, cuando me enteré me dio pena, ya
han muerto él y antes, Jacinto.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Hoy es 21 de junio del 2007, cuando he finalizado de contar
algunos recuerdos de mi vida. Por supuesto que se han quedado
muchas cosas sin contar. He recordado muchas cosas que ya tenía
olvidadas y a través de los años me cuesta trabajo creer, como la
juventud puede ser tan poderosa, como puede aguantar tantas
calamidades. Ahora mismo estoy tan emocionado, que estoy
temblando.
Fueron diez años e una lucha suicida. Sólo, sin experiencia, sin
dinero, sin apoyo de nadie. Estoy convencido de que en la vida,
todo el que lucha por una oportunidad, la encuentra. Tuve mi
oportunidad, pero cuando se está solo, sin ese apoyo que es
necesario, es muy difícil aprovecharla.
Pero la vida sigue, si cuando era torero fue dura, después para
labrarme un porvenir también ha sido duro. Yo solo, si no comía no
pasaba nada, si no tenia donde dormir era igual, pero cuando uno
tiene familia, la cosa cambia.
Cuando estaba luchando para ser torero mi padre me decía que
si dejaba los toros, me ponía un negocio. Intenté buscar algo que
fuera rentable. Había una carnicería en el mercado central de
Almería. Me puse a hablar con él y llegamos a un acuerdo de
compra, convencido de que mi padre me daría el dinero. Cuando se
lo dije a mi padre, me contestó que no quería saber nada de
negocios, que me buscase la vida como pudiera. Se me cayó el
mundo encima, había dejado de luchar por algo tan importante
para mí, mi padre me prometió una cosa y cuando llegó el
momento de cumplirlo, no quiso saber nada.
Voy a hacer una pregunta: Qué se necesita para triunfar como
torero?, para triunfar como torero se necesita tener las cualidades
necesarias que hay que tener para triunfar en cualquier profesión,
pero en los toros se necesita un valor añadido a todas esas
cualidades, que el 60 % depende del factor suerte. Estoy convencido
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
de que tenía las cualidades necesarias para triunfar. Tenía valor,
decisión, no toreaba mal, me gustaba viajar, dormía bien en los
viajes, no era exigente con los demás. Creo que me falto llorarle más
a la gente y el factor suerte en los momentos claves, pero a través
del tiempo, creo que ha sido la cosa más bonita que he hecho en mi
vida, querer ser torero.
En el toro no gané dinero, de hecho, cuando me retiré tenía la
misma ruina con la que comencé diez años antes, pero como en la
vida hay que quedarse con lo positivo, me quedé con la experiencia
vivida, esos miles de kilómetros que recorrí, que de haberlo hecho
una persona normal que le hubiera costado, la cantidad de sitios
que visité, la cantidad de gente que conocí y, sobretodo, la
capacidad de sufrir para luchar en la vida que posteriormente me
ha servido como apoyo para superar los momentos difíciles en mi
larga trayectoria.
Un abrazo muy fuerte a esa gran ilusión que un día puse en la
lucha fraticida.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
XVI
MI NUEVA VIDA, UNA NUEVA LUCHA
Quiero hacer un repaso a mi nueva vida. Un chaval con
veintisiete años, con novia y sin un céntimo en el bolsillo. Trabajar
nunca me dio miedo pero los que hemos intentado hacer algo que
no está al alcance de muchas personas, tenemos nuestro orgullo.
Cuando no se logran los objetivos, vas por la calle y te tiran los
piropitos de ironía, regocijándose de tu fracaso, eso duele mucho
más de lo que la gente puede imaginar. Yo intentaba eludir a las
personas que conocía por que prácticamente las preguntas eran
siempre las mismas, que si has dejado los toros, que si eso no era
para ti, que si para ser torero hay que tener mucho valor. Si por
valor hubiera sido, sería un dios del toreo.
Un día iba caminando con mi novia y veo a un individuo que
era pariente de mi padre pero que a mi no me caía bien, lo
consideraba un cretino. Rehuí encontrarme con él pero me vio y
comenzó a darme voces, me paré y la pregunta del millón “Has
dejado los toros?” y acto seguido dice “Eso no era para ti, para eso hay
que valer, si hubieras valido yo te hubiera ayudado”, me dio un arrebato
de ira y sin pensarlo ni un segundo le contesté “Cómo siendo hijo de
tan buena madre, eres tan hijo de puta”. Allí se terminaron todas las
tonterías con aquel individuo, que como aquel hay muchos.
Mi padre tenía un vecino al que yo conocía, pero nunca había
tenido trato con él, pues aquel vecino se dedicaba a hablar mal de
mí, sin ningún motivo más que la envidia que siente el individuo
impotente, que al no valer nada pues le gusta que nadie haga nada
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
y así ser todos iguales. Pues una noche iba a ver a mi novia y
pasaba por la puerta de su casa, estaba él con varios hombres más,
sentados en la puerta de su casa cuando sale un perro ladrando y
los que estaban sentados, en lugar de llamar al perro escucho que
me lo azuzan para que me mordiera. Le di una patada al perro y
salen tres individuos de los que estaban sentados, se dirigen hacia
mi y me preguntan si he sido yo el que le ha dado la patada al
perro, les digo que sí y les invito a que lo amarren, ya que aquello
era un paso público y un perro que mordiera no podía estar suelto.
Sin contestar ninguno, el que iba más adelantado me suelta un
puñetazo, me agaché y lo esquivé, le di yo un puñetazo en el rostro
y el individuo cae al suelo. Se me echan encima los demás
individuos, pero yo estaba tan encelado con el que había caído al
suelo, que a los que me estaban dando puñetazos en las espalda no
les hacía caso. Fue tan grande la paliza que le di a aquel individuo
que cuando pudo zafarse de mí, salió como una bala y se encerró en
una casa, no sé si sería su domicilio. Yo estaba ciego, tras él,
insultando, le decía los peores insultos que uno puede decir a una
persona. Viendo que el tío corría y no salía, cogí unas piedras
grandes con las dos manos y se las tiré a la puerta, ya nadie hacia
nada, ni a favor mío ni en contra. De los que estaban sentados salió
uno, se llamaba Paco ó se llama, igual vive, ese era el individuo que
tan mal había hablado de mi sin motivos y después me enteré que
el tal Paco, conocido como paco el de la era, en la cortija la Goleta.
Así somos los seres humanos, mezquinos, ruines, envidiosos y
todos los peores vicios que tiene un ser vivo.
Hacia un mes que había decidido dejar los toros y todavía no
tenía. Estaba desesperado, no podía seguir viviendo así, el poco
dinero que el Montepío de los toreros me había dado por el tiempo
que estuve ingresado por la cornada ya se estaba acabando. Tenía
novia y tenía que hacer lo posible para resolver mi vida. Pensaba
embarcarme en un barco mercante extranjero, incluso pensábamos
casarnos e intentar irnos a Australia, que por aquella época
demandaba matrimonios para que fueran allí a trabajar.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Una mañana me dirijo al centro de la ciudad andando y me
encuentro con un buen amigo mío, uno de los mejores amigos que
he tenido en toda mi vida, Juan Criado, estoy convencido de que
era de los pocos que no se alegraban de que las cosas no me fueran
bien. Este amigo falleció hace cuatro años de cáncer de pulmón. Era
un torbellino, pero había sido un fumador empedernido y el cáncer
se lo llevó. Pues me dijo mi amigo Juan, que por que no echábamos
la solicitud para ingresar en la Policía Armada, hoy Policía
Nacional, me dijo que un hermano suyo, Miguel, que ese día estaba
de servicio, nos podía facilitar los impresos, rellenarlos y mandar la
instancia . La idea no me pareció ni mala ni buena, con
anterioridad, mi novia me había comentado que tenía amigas de las
que sus novios eran policías, que me metiera a policía. No es que
viera mal ser policía, ya que precisamente era un cuerpo que me
gustaba, lo que pasaba es que mis aspiraciones eran otras y por eso
era reacio a ser policía o a intentarlo.
Solicité el ingreso y ese mismo día encontré trabajo en una
bodega que se llamaba o que se llama, creo que todavía existe, la
Bodega del patio. Tenía el carné de conducir, pero hacia tiempo que
no conducía, en realidad había conducido muy poco. Me dieron
trabajo repartiendo con una furgoneta. Los primeros días parecía
que llevara la furgoneta atravesada por que chocaba con todo,
aquello era un verdadero infierno de lo que trabajaba, entré
ganando siete mil pesetas, estuve hasta el mes de diciembre, ósea
seis meses y ya me pagaban once mil pesetas.
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Francisco Valverde con Alfredo Redondo (sentado) y el
matador de toros Manolo Cascales.
XVII
INGRESO EN LA POLÍCIA ARMADA, LA ACADEMIA
El día 10 de octubre de 1973 me presenté a los exámenes para el
ingreso en la Policía Armada y tuve la gran suerte de aprobar.
Apenas fui a la escuela, aunque me ha gustado mucho estudiar.
Cuando decidí meterme en la policía, me puse en una academia y
siempre iba con apuntes en la mano. Cuando me decido a hacer una
cosa, me gusta que si no lo consigo, no sea por falta de voluntad. El
día que fui a Granada a presentarme, decidí no hacerlo por que
temía no aprobar y pensaba que sería otro fracaso. Se lo comenté a
mi novia y ella me convenció de que me presentara, ahora se dice
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
que antes, las oposiciones eran muy fáciles, creo que siempre han
sido difíciles, si antes el nivel que exigían era más bajo, también es
por que el nivel de los opositores era inferior al de ahora. Cuando
yo me presenté, de cada cinco aprobaba uno. Los exámenes
consistían en lo siguiente, antes de todo tenías que presentar una
serie de papeles, de buena conducta, de no tener antecedentes de
ningún tipo y por supuesto, hasta el abuelo tenía que ser adicto al
régimen hasta la médula. Una vez en el lugar donde se reunía el
tribunal para los exámenes, lo primero era un reconocimiento
médico exhaustivo, después de las pruebas físicas y por ultimo el
examen escrito, que para mi era el más peliagudo. Cuando
terminamos de hacer el examen, estábamos por los pasillos
esperando a que nos dieran el resultado, llegó un policía y empezó
a nombrar opositores y nombró a la mayoría, yo creía que a los que
nombraba eran los aprobados y me puse como un energúmeno,
diciendo que no tenía que haberle hecho caso a nadie y no haberme
presentado, cuando el que estaba leyendo la lista dice: “Todos los
nombrados pueden presentarse a las próximas oposiciones y los que no he
nombrado esta tarde, Irán a que le ponga la pantalla”. Cambié de actitud
y desde aquel momento comencé a ver las cosas de forma diferente.
El día 8 de enero de 1974 ingresamos en la Academia de Policía
Armada de Badajoz. En realidad para mi no fue muy dura la
estancia en la Academia, ya que lo más duro que había era la
gimnasia y en la instrucción nos la daban unos tutes fuera de lo
normal, sobretodo la gimnasia habían chavales que no la resistían,
caían al suelo totalmente desfondados. Lo peor de la Academia eran
las miles de putadas que te hacían para ver si tenías capacidad de
aguante. Te cogían el número por nada y cogerte el número era
meterte varios días de arresto al caimán. El caimán era por la tarde,
había una hora de descanso, pues esa hora, los que estaban
arrestados se la tiraban corriendo por el patio con el mosquetón y
los brazos en alto. Hubo alumnos que se tiraron los tres meses de
academia arrestados. En las formaciones, por las mañanas, en el
toque de diana, era terminar de tocar y había que estar formados.
Casi siempre arrestaban a los de las tres filas de atrás, pero a veces,
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
los auxiliares, a las tres filas primeras, por que decian que si eran los
primeros era por que se habían levantado antes del toque de diana.
Como no había tiempo para nada, sobretodo para los que
estábamos al arriba y al final de todo, yo estaba en la nave I, que era
la ultima, se enumeraba de la A a la Z y yo con la V, era de los
últimos. Había muchos que se vestían antes del toque de diana y los
monitores iban destapando a la gente, al que encontraban vestido le
hacían desnudarse, les cogían el número y lo arrestaban. La
formación policial, claro si tenemos en cuentas cual era la función
del funcionario de Policía Armada, eran adecuadas las clases que
recibía. En aquella época la Policía Gobernativa la componían, el
Cuerpo General, que iban de paisano, su misión, la investigación y
la Policía Armada, de uniforme, que eran de ejecución.
Cuando finalizó la formación nos dieron quince días de
permiso y aproveché para casarme, hasta por ahí fui tonto. Por
casarse daban quince días de permiso y yo los perdí, como el sueldo
de la academia era tan bajo, recuerdo que el primer mes cobré
novecientas pesetas y los dos meses restantes, sobre unas mil
doscientas pesetas. Como no tenia dinero para casarme tuve que
solicitar un préstamo en la Caja de Ahorros de quince mil pesetas,
me avalaron dos compañeros, uno ya ha muerto, Pedro Sánchez
Alonso, una gran persona, falleció antes de cumplir los cincuenta
años. Cuantos recuerdo me trae a la memoria escribir mi pasado,
hay recuerdos agradables y otros que no lo son tanto.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Francisco Valverde y los matadores Curro Romero y Vicente
Barrera.
XVIII
UN POLICIA EN MADRID Y EN BARCELONA, TRABAJO DURO
Me casé en 14 de abril de 1974, recuerdo que ese día fue el
primero de esos días en los que se adelanta la hora. Me casé a las
doce horas, pero para los efectos eran las 11 horas. Para mí, la boda
fue preciosa, me casé por amor. El amor mientras dura es precioso y
cuando se acaba, los seres humanos somos tan tontos que no
sabemos suplirlo con afecto y comprensión hacia la otra persona,
somos el animal más torpe que hay encima de la tierra.
Para irnos de viaje de novios, alquilé un coche, un mini, que en
aquella época estaban muy de moda y la primera noche de viaje
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
paramos en Castel de Ferro, provincia de Granada y nos quitaron la
gasolina y por la mañana, a los pocos kilómetros de salir nos
quedamos sin combustible, tuvimos que andar varios kilómetros
para encontrar una gasolinera, pero fue bonito, ir juntos la pareja,
enamorados.
Acabaron los quince días de vacaciones, me incorporé en
Madrid, donde antes todos los policías tenían que hacer los tres
meses de prácticas. En Madrid nos fuimos a vivir con un
compañero y su esposa, Trino y Amalia. Alquilamos un piso para
los cuatro en la calle Sámbara, número 18, en el barrio de la
Concepción, entre Ventas y Cuatro Caminos. Me destinaron a la
comisaría Príncipe de Asturias, en el barrio de Salamanca, el sitio
dónde más embajadas y consulados hay, en ese distrito está el
noventa y ocho por ciento de los centros oficiales y personalidades.
Los servicios eran un verdadero matadero, se tiraba uno hasta
catorce horas de servicio en la puerta de una embajada, catorce
horas de pie se hace pesado, los zapatos que llevábamos, cuando les
daba el sol, hervían de lo calientes que se ponían. Muchos
compañeros pidieron la baja y se marcharon, yo no la pedí por que
estaba recién casado y había que ser un poco conservador. El ultimo
mes y medio, estuve haciendo el servicio en la casa del ministro de
Obras Públicas. Allí estuve encantado. El tiempo que estuve en
Madrid fue la época que más bonita recuerdo, no referente al
servicio sino en la vida en sí.
Recuerdo que Trino y yo nos encontrábamos varias veces en el
pasillo durante la noche, nos levantábamos para ir a comer,
dejábamos el frigorífico tiritando.
El piso tenía dos dormitorios, uno era mejor que el otro, nos lo
jugamos a las cartas para ver quien se lo quedaba. Me toco a mí ya
que gane la partida. Las dos parejas éramos recién casados, siempre
estábamos haciendo el amor, las camas chillaban como grillos. Fue
muy bonito, lo malo es que lo bueno dura poco.
134
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Cuando finalizaron las practicas nos fuimos a Barcelona, allí la
vida fue dura. Lo primero por hacerle caso a Trino, fuimos
trasladados a la Comisaría del Sur. Aquella comisaría era muy
mala, las dependencias eran peor que una cuadra. Barcelona era
una ciudad muy cara, mi sueldo era de trece mil pesetas al mes y
solo de piso pagaba diez mil pesetas. La suerte que tuve fue que el
servicio era 24 por 24, un día libre y otro de servicio. El día libre
trabajaba en un banco y por la tarde llevaba una representación de
bisutería fina y así podía salir adelante, pero los esfuerzos a la larga
se pagan.
Al principio de irnos a vivir a Barcelona, vivíamos con Trino y
Amalia. Trino era tan liante que me involucró en un negocio de
cerámica típica de Najar. Teníamos unas muestras y tuvo una gran
aceptación entre los comerciantes del ramo. En el poco tiempo que
duró la aventura, Trino viajó para hablar con los ceramistas,
siempre viajaba en avión, el no tenía ni un céntimo, yo tenía
cincuenta mil pesetas ahorradas y Trino se las gastó todas en viajes.
Cuando teníamos una cartera de pedidos enorme, el ceramista nos
dice que no manda nada, que Trino con anterioridad le había
engañado y ahora era el momento de devolverle la pelota. Yo
intenté que me los vendiera a mí, se los pagaba antes de que
salieran de la fábrica, pero el señor ceramista, que por apodo le
decían Juan el Rano, no quiso.
El primer servicio que hice en Barcelona fue en Mira Mar, unos
estudios de televisión, aunque ya no hacían programas pero se
continuaba haciendo servicio. Los primeros años en Barcelona lo
pasé muy mal, no me gustaba, lo suplía con el trabajo, como no
paraba nada. Tuve que dejar el piso donde vivíamos en Barcelona,
aquello era muy caro, nos fuimos a vivir a el Prat, era un piso nuevo
pero solo se pagaban seis mil quinientas pesetas, la mitad del
sueldo. En aquella época no existía la autovia de Castelldefels y en
las horas punta no se podía viajar por la carretera de los atascos que
se formaban a la altura de Hospitalet y a la entrada del Prat. Era
135
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
una época muy dura para la policía, se ganaba poco y había un
peligro latente.
Un día de los que trabajaba en el banco, cuando llegué de
trabajar, antes de llegar me encontré a mi mujer, estaba llorando, le
pregunté el motivo y me dijo que habían dicho por la radio que
habían matado a un policía en un banco y podría haber sido yo.
Cuando me acuerdo de aquel momento, me da alegría al recordar
que había a mi lado una mujer que se preocupaba por mí.
El día 2 de marzo de 1975 nació mi primer hijo, nació en el
Hospital Militar. Entonces no teníamos seguro de ninguna clase, no
para médicos, ni para medicinas, ni para nada. Mi hijo nació como
un becerro de grande y gordo, pesó cuatro kilos y medio. Quizás
ese haya sido el día más feliz de mi vida, el nacimiento de mi
primer hijo, una cosa que sabes que es carne de tu carne, sangre de
tu sangre.
Continué trabajando haciendo servicio y como complemento,
los días alternos trabajaba en el banco. Un día estaba en la sucursal
del Banco Condal, entidad ya desaparecida y al lado había una
sucursal del Banco de Bilbao, en ese banco había un vigilante jurado
haciendo el servicio. Entraron dos pistoleros diciendo que eran del
GRAPO y lo acribillaron a tiros. Fue un día triste, en aquella época
Barcelona estaba muy mal, había mucho peligro, estaba la ETA,
GRAPO, FRAP y los delincuentes comunes. Una peligrosidad fuera
de lo normal.
También estaba estudiando para presentarme a las oposiciones
de Cabo. Consistía en estar nueve meses estudiando, cada mes
había que hacer un examen, el que superaba ese curso, se
presentaba a un examen en Barcelona como cabecera de
circunscripción y el que superaba ese examen, se examinaba en
Madrid y si aprobabas pues a la academia tres meses.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
En el examen de Barcelona me pasó una cosa curiosa. En la
compañía en que estaba había un policía, José Manuel Vila
Vázquez, estábamos estudiando juntos, íbamos a una academia
donde preparábamos los exámenes y dio la casualidad de que al
empezar nuestros apellidos por la letra uve, teníamos el número de
opositor correlativo. Nos sentamos en la misma mesa, allí era casi
imposible copiar uno del otro y si copiabas te arriesgabas a que te
vieran e ibas automáticamente a la calle. Era muy fácil que te
pillaran copias, ya que el salón estaba lleno de personal del tribunal
dando vueltas para controlar. Terminamos el examen mi
compañero y yo y nos salimos a la calle a esperar el resultado,
cuando estábamos comentando el examen, las preguntas que
habían salido, fue un examen muy fácil para nosotros ya que
durante el tiempo en que estuvimos preparándonos lo hicimos a
fondo, pues nosotros tan contentos, cuando se escuchan por
megafonía los número 139 y 140 que eran el de mi compañero y el
mío, nos llamaban para que nos presentáramos al tribunal. Me coge
un capitán y me dice de sopetón “Usted ha copiado de su compañero”,
se me cayó el mundo encima, en décimas de segundos pensé que
tanto esfuerzo durante un año para nada, pero me mantuve firme y
seguro y le contesté “Soy un padre de familia, me he tirado todo el año
preparándome para aprobar y no necesito copiar”, y me dice “Pues ha
dejado a su compañero que le copie”, le dije que no y le conté que
estábamos en la misma compañía, estudiábamos juntos y más ó
menos sabíamos igual. Y yo, ya perdido no podía venirme abajo, le
dije “Mi capitán, estoy capacitado para hacer mejor examen que el que he
hecho“. Dentro de todo tuve suerte por que con el mismo trabajo me
podría haber dicho vuelva usted el año que viene, pero fue un poco
benévolo. El examen oficial consistía en veinte preguntas y diez
problemas, entonces me puso un examen de diez preguntas y cinco
problemas. Soy una persona que se crece en las dificultades. Me
siento, echo una ojeada a los ejercicios y compruebo que no es
difícil. Hice las diez preguntas y cuando estaba haciendo los
problemas, se acerca el capitán y me pregunta que cómo iba, le
contesté que las preguntas estaban hechas y que había hecho dos
problemas, el que estaba haciendo era fácil, otro de los que me
137
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
quedaban era también fácil y el último no sabía hacerlo. Me dijo
“Levántate, estás aprobado”.
El motivo por el que el tribunal se mosqueó cuando estaba
corrigiendo los exámenes, fue que el examen de mi compañero y el
mío estaban puestos correlativos, corrigieron uno y al comenzar el
otro vieron que eran iguales, pensaron que habíamos copiado. Pero
lo más sospechoso fue un problema, era muy fácil y los dos lo
habíamos hecho mal y entonces si que pensaron, que sin duda,
habíamos copiado.
A los pocos días de examinarme en Barcelona, nació mi
segundo hijo, Rafael, nació el 27 de abril de 1977, a las seis de la
mañana. El 2 de mayo del mismo año fue el examen definitivo en
Madrid, aprobé y me metí en el escalafón de mando. En aquella
época, los cabos estaban ascendiendo a sargentos a los siete u ocho
años de haber ascendido. Yo me veía como futuro capitán.
Continué la vida cotidiana hasta irme a la academia a hacer el
curso de cabo. La academia fue normal, hubo pocas novedades
dignas de reseñar. El trato era un poco distinto al que se tenía con
los policías. En la academia estábamos haciendo el curso todas las
categorías del escalafón, desde policía a capitán. Para comandante,
ya los cabos no hacían servicio de limpieza.
Estando en la Academia fue el clásico desfile de la Victoria,
ahora se le llama el día de las Fuerzas Armadas. Lo presidía el Rey,
y yo tuve el honor de desfilar a pié y fuimos muy aplaudidos por el
público, la gente estaba muy sensibilizada con la policía porque
habían muchos atentados.
Termino el curso y me voy a Barcelona, había conseguido una
cosa importante en mi profesión, ser cabo y encarrilar la carrera de
ascensos. Posteriormente cambió todo el sistema orgánico de la
Policía, y los ascensos se pusieron casi imposibles. Como mi esposa
y mis hijos estaban en Almería, cogí las vacaciones a mitad del mes
138
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
de agosto hasta mitad de septiembre. Esas fueron las últimas
vacaciones que disfruté sin hacer nada, posteriormente cogía las
vacaciones pero que quedaba en Barcelona trabajando. Durante el
período de permiso en Almería fuimos con mis padres y unos tíos y
primos míos a Melilla, una ciudad que me gustó, aunque lo
pasamos mal. En toda Melilla no encontramos hotel para poder
pasar la noche. Estaba en fiestas y no había ni una plaza libre. Como
el barco para Almería no salía hasta el día siguiente por la tarde,
intentamos coger el barco para Málaga. Tampoco había billete, así
que pasamos toda la noche en la calle, sobretodo sufría mis padres
y los niños, que eran los que más me preocupaban.
Cuando ascendí a cabo me trasladaron a una compañía que
estaba en el barrio chino de Barcelona, al que ahora le llaman el
Rabal, dónde no había más que rufianes, cuatreros y maleantes de
todo tipo. Era distinto una compañía que una comisaría, tres
compañías daban apoyo las comisarías, que estaban dirigidas por
su comisario correspondiente. Los componentes de las comisarías
eran todos funcionarios de paisano. En las Compañías, al menos en
la que me estoy refiriendo, el servicio de vigilancia y protección del
edificio lo componían cuatro policías, el sargento y el cabo.
Teníamos asignada la coordinación de todos los servicios que
correspondiesen en edificios de interés que tenían montados
servicios de protección. En la primera noche de servicio que hice en
dicha compañía, el sargento sobre las doce de la noche se acostó.
Me dijo que pasara todos los servicios al libro, una vez anotados,
cogiera los dos policías que se encontraban de retén y nos fuéramos
a hacer el recorrido a todos los servicios por si hubiera alguna
novedad. La Compañía se encontraba en un primer piso. En la
puerta principal había dos policías y dos descansando en la primera
planta. Voy a comunicarle a los dos policías que me acompañen
para hacer el recorrido y los policías no aparecen por ninguna parte,
le pregunto al policía que estaban haciendo el servicio en la puerta
y dice que se han ido a tomar un café. Espero y al cabo de un rato
aparece uno un poco bebido. Mi intención fue coger el coche e irnos
de recorrido el conductor, el policía que había llegado y yo. Una vez
139
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
subidos en el coche lo pienso mejor y se lo comunico al sargento por
si sólo voy con un policía, para que me de el visto bueno, ya que el
otro está tomando café. El sargento da el visto bueno.
Marchamos de recorrido, volvemos y el policía en cuestión
todavía no había regresado, cuando regresó eran ya las cinco de la
madrugada, llevaba un borracherón de mil demonios. En aquella
época vestíamos de gris, y cuando se estaba de servicio se llevaba
correaje, la hebilla la tenía en las espaldas. Yo al observar las
condiciones lamentables en que se encontraba despierto al sargento
y se lo comunico. El sargento le metió la bronca, pero con el ánimo
de que allí acabara todo, sin dar parte del policía. Tanto el sargento
como yo estábamos trasladados, yo a Sant Boi y él a otro pueblo, allí
estábamos de paso.
Pero al rato llega una dotación de un coche zeta, y dice el cabo
jefe de la dotación que un policía de nuestra compañía, junto a un
individuo que habían detenido, se había dedicado a hacer un
estropicio en los bares de alterne. Les pegaban a los clientes, a
algunos les ponían las esposas. Un verdadero desastre. El sargento
ya tubo de que ponerlo en conocimiento del capitán, y el capitán
que era un verdadero ignorante quería achacarme a mí el muerto.
Decía que yo como cabo tenía la obligación de tener en todo
momento controlado a los policías y que yo tenía la culpa de que
ese policía se hubiera ido. Menos mal que cuando me iba de
recorrido se lo puse en conocimiento al sargento, me hubieran
arrestado. Los jefes valían poco para desempeñar el cargo y cuando
surgía un problema no tenían la capacidad para analizar los
motivos, se cargaban al más débil, que era yo, porque el caso que
hubiera habido un responsable, hubiera sido el sargento, que era el
jefe superior que estaba de servicio. Allí el único culpable era el
policía, el capitán me tenía acosado, decía que a él no se le iba un
policía. Yo le dije que a mi no me habían ordenado que estuviera en
la puerta controlando a los policías, por esa regla de tres, él como
máximo responsable de la Compañía era al que se le había ido el
140
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
policía. Cuando le dije aquello me dice: “Ya se puede usted marchar,
pero atento a las consecuencias”.
Me fui trasladado a Sant Boi, que aunque estaba muy cerca de
Barcelona yo lo conocía muy poco. Aquella era una plantilla de
nueva creación, por lo tanto desde el capitán hasta el último policía
éramos nuevos y guardo muy buen recuerdo de los compañeros. A
los cuatro o cinco meses de estar trasladado en dicha plantilla,
debido a la ola de atentados y el incremento de robos y atracos en
bancos, reforzaron temporalmente las plantillas grandes con
funcionarios de otras plantillas pequeñas.
De Sant Boi tenían que irse seis, cuatro policías y dos cabos.
Nadie quería irse, yo rápido me apunté voluntario, porque aunque
estuviera peor, como vivía en Barcelona, me iba bien. Bueno, resultó
la mejor época que yo me he tirado en la policía. Los servicios se
hacían a pié, íbamos en patrullas de dos policías y el cabo no hacía
servicio por la noche ni los fines de semana, y tenía uno mucha
autonomía. A mi me destinaron en la zona de barrio chino,
concretamente en la calle Hospital y calle del Carmen, aunque
podía uno desplazarse por las calles adyacentes.
Una mañana estábamos patrullando y nos dice una prostituta
que había visto un individuo con una metralleta. Nosotros ni lo
creíamos ni lo descartamos. Nos dio las características del
individuo. Cuando vemos a la presunta persona de la metralleta,
llevaba bajo el brazo un objeto que tenía liado en una toalla.
Cuando nos vio se metió en un bar, antes de que reaccionara me
dirijo a él y le echo mano al objeto liado, cuando lo deslío resultó ser
una escopeta de cañones recortados. El portador de la susodicha,
como dicen todos los delincuentes, decía que no sabía nada. Lo
detuvimos y resultó ser un atracador. Como dónde hay prostitución
se cobija toda la chusma, el Barrio Chino de Barcelona siempre ha
tenido fama de ser muy conflictivo. Las patrullas a pié fueron muy
positivas, con respecto a la eficacia sobre la delincuencia como lo
bien que lo pasábamos. Ya teníamos nuestros amigos en la zona, y
141
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
después de todo, como estábamos prestando servicio fuera de la
plantilla dónde uno pertenecía, pues pagaban dietas.
Yo tenía un amigo en Sant Boi que era sargento, Ángel Calvo.
Lo conocía desde que llegué a Barcelona, él estaba de cabo en la
Comisaría del Sur, que fue dónde yo fui trasladado. Pues como él
sabía que yo quería irme trasladado a Barcelona, sin decirme nada,
solicitó como si fuese yo unas plazas que salieron en Barcelona. Yo
no sabía nada y una noche cuando estábamos en las dependencias
policiales estregando el parte de servicio y dando explicaciones,
llamaron por teléfono preguntando por mí. Era el sargento que me
dijo que al día siguiente tenía que presentarme en Jefatura, que
estaba trasladado a Barcelona. Me llevé una gran alegría, pero al
mismo tiempo se me terminó el chollo de hacer aquellos servicios a
pié, cobrando dietas.
Yo, como vivía junto a la Comisaría del Sur, en Gran Vía de las
Cortes Catalanas nº 420, pues pedí esa Comisaría, que en realidad
era una Compañía, la quinta Compañía 46 Barderas. A los pocos
días de estar haciendo servicio en dicho lugar, le comenté a un cabo
que era amigo mío y estaba en la Unidad de Radio Patrulla, los
Zetas, que tenía hecho el curso de radiopatrulla. Lo comentó en su
Unidad y al día siguiente se recibió en mi unidad un telefonema
diciendo que tenía que presentarme en Radio Patrulla. Al principio
no me hizo ninguna gracia, pero a la larga salí orgulloso de haber
estado casi diez años prestando servicio de radiopatrulla. El
servicio lo coordinaba el 091, y todos los servicios policiales los
teníamos que hacer nosotros.
Cuando fui trasladado a Radio Patrulla mi máxima
preocupación era que no sabía escribir a máquina y allí todo se
escribía a máquina. De todos los servicios realizados teníamos que
hacer una minuta triplicada, una copia para la Comisaría del
distrito dónde prestabas servicio, otra copia para Jefatura y otra
copia para nuestra Unidad. Yo lo primero que hice fue comprarme
una máquina de escribir y siempre que tenía tiempo estaba
142
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
practicando. ¡Qué mal lo pasé hasta que me acostumbré a escribir a
máquina! Cuando tenía que ir a Comisaría a escribir un parte, iba
sudando como un condenado. Cuando aprendes esa preocupación
desaparece.
Cuanto más tiempo llevaba en Radio Patrulla más contento
estaba. Era un sitio dónde se hacían buenos servicios y dónde se
tenía mucha autonomía. En aquella época, en la Policía se tenía
poco tiempo libre. En Radio Patrulla se libraba más. Yo me tiré poco
tiempo haciendo servicio por el día de correturnos, dándole libre a
los compañeros. Al poco tiempo pasé al servicio de noche. Hacía
noche si, noche no, Para mi me iba muy bien porque como trabajaba
fuera de la policía, tenía más tiempo libre.
Estuve una temporada de inspector de butano, dónde la
compañía del butano daba un carné como que uno era un técnico
de butano y el trabajo consistía en que uno le compraba a butano un
rollo de goma y tenía que hacer visitas a los clientes y los que tenían
la goma caducada se le cambiaba y se ganaba un buen dinero.
Después me metí de vigilante de noche en un mercado, la vigilancia
la hacíamos entre cuatro compañeros, dos cada noche. Era un
servicio muy bueno, nos poníamos cada uno en un extremo opuesto
del mercado, por dentro cerrábamos las puestas y a dormir. Si se
escuchaba algo raro, pues se hacía una inspección y otra vez a
sobar. Mientras trabajaba en dicho mercado me compré un piso y
para dar la entrada tuve que vender mi coche, un SIMCA 1200 que
era nuevecito. También estudié y me saqué el carné de conducir, el
de primera, y lo aprobé a la primera. Con el camión me pasó una
cosa curiosa, en las prácticas que hice, yo no era capaz de hacer la
“L”de la marcha atrás. El día del examen me dice el ingeniero que
meta la marcha atrás y haga la ele. Tiro y a la primera, no me lo
podía creer. Una vez obtenido el carné de primera, me saco el carné
de taxista. Éste era más difícil, había muchas preguntas, pero lo
peor era que te ponían un itinerario con el nombre de las calles y
tenías que hacer la ruta más corta. Teniendo en cuenta que a parte
de Barcelona, había catorce pueblos más, el itinerario podía ser,
143
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
desde Santa Coloma hasta Castelldefels, por ejemplo. Tenías que
conocer todo el callejero de Barcelona, más los catorce pueblos.
Creo que aprobé a la segunda. Ya con el carné de primera y el de
taxista, busque trabajo de lo último y como el servicio lo realizaba
noches alternas, el taxi prácticamente lo hacía la noche libre y todos
los días. Ya no sabía lo que era dormir. Pero necesitaba trabajar al
máximo, del piso que compré pagaba setenta y tres mil pesetas de
hipoteca, mientras que mi sueldo era de cincuenta y siete mil,
figúrense lo que tenia que trabajar para poder pagarla, además de
todos los gastos de la casa.
En el taxi me tiré trabajando tres años y durante ese tiempo
tuve algunos problemas con clientes. Una noche que era muy mala,
había visto por las Ramblas a tres delincuentes y pensé “Cualquiera
sube a éstos”, mira por donde, que al rato me paran y los subo. Me
dijeron que les llevase a la calle Pujadas, pensé “Estos no viven en
la calle Pujadas”, pero seguí. Cuando llegamos, les pregunte dónde
y ellos me decían “Continúe jefe”, hasta que llegamos a la Mina, un
barrio de delincuentes. Cuando paro les digo lo que tienen que
pagar y me sacan una navaja. Yo tenía la costumbre de cuando iba a
un sitio peligroso, abrir la puerta y poner un pie en el suelo,
siempre llevaba encima una pistola. Cuando me sacaron la navaja,
pegué un salto y los encañoné, los choros salieron corriendo como
gato que pisa el fuego y así quedó la cosa, no cobré pero tampoco
me atracaron.
El día del intento de golpe de Estado de Tejero, estaba haciendo
el taxi y recuerdo que salía la gente de las oficinas y no se paraban a
coger el coche del parking, salían en estampida y cogían un taxi. Me
tiré toda la tarde y la noche sin parar, algunos tenían chalet fuera de
Barcelona y allí se iban. En los tres años que estuve haciendo el taxi
me pasaron muchas cosas.
144
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
IXX
LA EMPRESA
La hermana de mi ex mujer tenía una empresa de
desinsectación y desratización, me propuso venderme diez litros de
insecticida y darme una zona de Barcelona y que trabajara por mi
cuenta, creyendo que no valía para ese trabajo. Casi tenía razón,
cuando empecé a hacer visitas, me daba vergüenza, pasaba por la
puerta de un bar y me decía a mi mismo “Después paso”, y los iba
dejando por que no sabía que decirles. Mira por donde, una noche
de servicio, me encontré en una fábrica abandonada, un libro que
era para dar consejos a los vendedores, me lo leí de la A hasta la Z y
me enseñó mucho a dejar la timidez. Mi ex cuñada me preguntaba
todos los días cómo llevaba el trabajo, yo percibía que ella se
alegraba de que las cosas no me fueran bien. Me tiré catorce días
visitando, todo el día, hasta que por fin me salió un contrato. Por el
día visitaba y cuando tenía que hacer una aplicación, la hacía la
noche que estaba libre de servicio. Entonces no tenía coche, de casa
al trabajo me iba en autobús, pero para regresar ya no había
servicios de autobuses y tenía que regresar andando, por que si
cogía un taxi, me gastaba las ganancias. Había noches, que después
de hacer el trabajo, me tiraba hasta tres horas andando para llegar a
casa.
Cuando la cosa comenzó a tomar color, un día me dice mi ex
cuñada, que la zona que me había dado para que la trabajara, tenía
que dejarla por que la tenía un amigo suyo. Yo tenía Badalona y
145
Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Pueblo Nuevo, un sector de Barcelona que tenía muchas fabricas y
era una zona buena para trabajar. Me dijo que me pusiera a trabajar
en Hospitalet, así lo hice y pasó lo mismo, me dice que no se había
dado cuenta de que Hospitalet lo llevaba un amigo suyo, hasta que
le dije “Hasta aquí hemos llegado, haré lo que yo quiera”. Busqué
productos en otro laboratorio. En aquella época sólo había dos
laboratorios que tuvieran buen productos, uno era GARAN y el
otro FINAL, ella utilizaba productos GARAN, así que busqué
producto FINAL. Ya trabajaba en los sitios que me apetecieran,
tenía que pagar a FINAL un royalty del 25 % por utilizar su
nombre. Hasta que un día me cansé y le puse a la empresa el
nombre de Garval, dejé de pagar el 25% de royalty, la empresa me
lo reclamaba y les dije que utilizaba mi nombre comercial, aunque
no lo vi muy convencido, tuvo que comprender que me estaba
estafando.
Comencé a ganar dinero pero mi horario de trabajo se
multiplicaba, tenía una plantilla de cinco trabajadores, todos
asegurados, pero no me daban más que problemas, era un trabajo
dónde se les pagaba muy bien a los obreros, pero era un horario
raro, igual echaban dos horas a las diez de la mañana y otras dos
horas a las dos de la madrugada, incluso habían días que no hacían
nada y los días que más trabajaban eran los sábados, que
trabajaban todo el día. Había que acoplarse al cliente, cuando
cerraban el establecimiento se le hacía la desinfección. Los
trabajadores nunca cumplían las horas de trabajo semanales, tenia
algunos que eran muy malos, me engañaban, vendían el producto,
si gastaban en una aplicación dos litros, me decían que habían
gastado tres y litro sobrante lo vendían a tres mil pesetas, que en
aquella época era dinero.
Tuve la mala suerte de que en la época de esplendor de mi
negocio coincidió con las obras de las Olimpíadas de Barcelona y
los trabajadores buenos estaban trabajando en la Villa Olímpica,
además había un problema, si metías a trabajar a una persona
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
normal, se orientaba de cómo iba aquel trabajo, se ponía por su
cuenta y te hacía la competencia.
Un día fui a visitar a un cliente y me dice “Qué trabajador más
malo tiene usted”, yo creía que se refería a uno al que yo no le tenía
mucha simpatía y le pregunto “¿el rubio?”, dice “No, el bajito, ése es
un delincuente, ha intentado hacerme el establecimiento por su cuenta más
barato”. Este aplicador, aparentemente era un pobre hombre, ere
cuñado de un compañero mío y le tenía afecto, le pagaba el mes con
bastante antelación, era liosillo pero no creí que podía ser tan malo.
Al día siguiente de decirme aquello el cliente, le esperé en la oficina
y de sopetón le digo “¿Que te parece si te llevo a un sitio dónde has
hecho una aplicación por tu cuenta?” y me contesta “puede ser”, fue
decirme aquello y me dieron ganas de retorcerle el cuello como a
los pollos. Lo despedí y continué mi lucha, que para una persona
normal no hubiera sido tan difícil, pero a mi me gustaba cumplir
con los clientes a rajatabla y cuando veía que las cosas no se hacían
como había que hacerlas, me afectaba mucho.
El señor Frank era el dueño del laboratorio Final, me
comprometí a venderle todo el producto que él elaboraba, yo
compraba la materia prima, cada bidón me costaba un millón de
pesetas, con ese bidón se hacían cinco mil litros de insecticida. Al
principio todo iba muy bien, pero el señor Frank abusó de la
confianza que deposité en él y me hizo la piruja. La parte
proporcional de materia activa, ósea del veneno, era del 5 % y él
hacía la mezcla al 3 %, así que comenzaron a llegar los problemas
con los clientes, no era lo eficaz que debía ser. A parte de tener la
empresa de desinsectación en Cataluña, vendía el insecticida a toda
España y todos los clientes me daban quejas en relación al
producto. Frank decía que él lo elaboraba igual que siempre,
aquello no era cierto.
En el mes de mayo del año 1991 me pasó una cosa curiosa,
cuando más trabajo tenía, todos los trabajadores cogieron la baja
por enfermedad. Estaba para reventar, con una cantidad de trabajo
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
así y ni secretaria, ni aplicadores, ni nadie. Yo haciendo servicio en
mi profesión y cuando salía de hacer el servicio, hacía lo que podía,
pero tengo una cosa, que cuando más difícil lo tengo, más me
crezco. Me puse en contacto con todas las empresas del ramo y
vendí el negocio Como a los empleados los tenía por contrato de
seis meses, ya estaban a punto de cumplirse y cuando se
incorporaron al trabajo se encontraron con la sorpresa que había
vendido la empresa. Aunque al nuevo propietario le hablé bien de
los trabajadores y al principio los metió a trabajar, el que más
tiempo estuvo trabajando fueron dos semanas, fueron despedidos
por incompetentes y malos. A mi me tenían controlado, por que
mientras yo estaba de servicio, ellos sabían que yo no pasaba por la
oficina y se aprovechaban de eso. Tenía un empleado que se
llamaba Rafael, era sevillano y cuñado de un compañero mío, ese lo
tenia como encargado, el hombre más falso que he conocido en mi
vida, lo mandaba a hacer un trabajo y no lo hacía, cuando me
enteraba de que no lo había hecho, le decía “Sube conmigo en el coche
e iremos al sitio, a ver que dice el propietario del establecimiento”, pero el
tal Rafael insistía en que lo había hecho y cuando llegábamos al
lugar, decía “No ha sido aquí, ha sido en otro sitio”, anécdotas como
éstas, contaría miles.
Vendí el negocio, lo vendí bien, gané mucho dinero en la venta
y durante los diez años que lo tuve, pero cuando te desprendes de
una cosa que has hecho con tanto esfuerzo, duele mucho, pero hay
momentos en la vida en que hay que decir, hasta aquí hemos
llegado, no se puede más, o te decides por una cosa o por la otra, o
continuar de policía o pedir una excedencia, pero yo tenía un
problema si pedía la excedencia, me faltaban unos meses para
completar los veinte años de servicio en activo que son necesarios
para que, a la hora de jubilarse, la paga sea integra, al poco tiempo
aumentaron cinco años la edad de pasar a segunda actividad, de
cincuenta a cincuenta y cinco años, pero ya era tarde y en este
momento todavía dudo en si hice bien o mal en haber decidido
continuar como policía. Después de vender el negocio me tiré un
año en que solo me dediqué al trabajo de servicio y como viví de
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
bien. Reconozco que toda mi vida he sido un esclavo, pero qué se le
va a hacer.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Francisco Valverde con la cruz del mérito policial.
XIX
INTERVENCIONES EN LA POLICIA
Voy a contar algunas intervenciones haciendo el servicio que
merezcan la pena reseñar, no están por orden cronológico, si no
como me voy acordando.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El loco
Una noche, diré mucho una noche por que el noventa por
ciento del servicio realizado fue de noche. Como decía, una noche,
sobre las tres ó cuatro de la madrugada estábamos descansando un
poco junto a una tapia, cuando salta un individuo desde lo alto de
la misma y cae encima del vehiculo policial, lo hizo polvo. Le dimos
el alto e hizo caso omiso. En ese momento pasa un chaval con un
ciclomotor, el individuo pegó un salto y se subió en la moto,
creíamos que habrían estado robando y que cada uno había salido
por un lado. Logramos detenerlos, el conductor de nuestra
dotación sacó la pistola e intentó pegarle un tiro, la suerte fue que la
aguja picó el cartucho, pero la bala no se disparó. Si se hubiera
disparado y alcanza al chaval, hubiera sido la ruina. El chaval era
un loco que se había escapado de un psiquiátrico preventivo.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Persecución
Una noche, estábamos de servicio, cuando la sala del 091 dio un
comunicado de que tres individuos habían atracado una gasolinera
e iban armados. A eso que los vimos cruzar la Diagonal y se meten
por el cinturón Carlos III. Le dije al conductor que lo siguiera, el
conductor que llevaba era muy lento y aquella noche, su lentitud
nos salvó la vida. Cuando nos estábamos acercando al vehículo que
perseguíamos, uno de los individuos sacó una escopeta de cañones
recortados por la ventanilla y nos pegó dos tiros. La suerte que
tuvimos fue que no estábamos muy cerca y con ese tipo de
escopetas hay que estar muy cerca, sino los perdigones se esparcen
mucho y el alcance es muy limitado. Con todo y eso nos rompió el
parabrisas del coche.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Atraco en el Bingo
Una noche nos dicen que unos individuos habían atracado a
punta de pistola el Bingo Helena, que se encontraba entre la
avenida Diagonal y la Rambla de Cataluña. Cuando llegamos salían
los atracadores, eran dos, uno llevaba una bolsa de basura en la
mano y el otro una pistola, se les dio el alto y se detuvo al de la
pistola, el de la bolsa continuó Diagonal arriba a pie, pero como una
cometa. Salí corriendo detrás de él y corrí más de tres kilómetros,
estuve un rato a unos treinta metros de distancia y el tío no se
paraba. Yo llevaba una defensa de gas, que era cortita, de unos
veinticinco centímetros de larga, la defensa era de hierro, viendo
que el individuo no se paraba, cogí la defensa y se la tiré, le di en
los pies, pero como iba tan cansado cayó al suelo y lo pude detener,
en la bolsa llevaba la recaudación del bingo.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El tirón
Una noche, terminábamos de entrar de servicio, cuando la sala
del 091 da un comunicado, dos individuos en la calle Perú le habían
pegado un tirón y quitado el bolso a una mujer. Nosotros que
estábamos cerca, dimos una batida por la zona y localizamos a dos
individuos de las características que desde la sala se habían
facilitado. Detuvimos a los individuos y no les encontramos nada
encima, le dije a mi compañero, que era Antonio Orellana, que
fuera a localizar a la denunciante para comprobar si eran los
autores del tirón. El compañero se fue con el coche y yo me quedé
con los dos individuos, cuando me vieron solo, uno se abalanza
hacia mí e intenta quitarme la pistola, yo, que tenía el subfusil en la
mano, me defendía con dicha arma pero a porrazos con los dos,
hasta que pude reducirlos y hacer que se tiraran al suelo. Cuando
llegó el compañero con la señora afectada, los reconoció como los
autores del tirón y luego apareció el bolso, por lo visto al vernos lo
habían tirado.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Detención en la Verneda
Una noche la sala del 091 dio un comunicado, dos individuos
iban por la calle Guipúzcoa con un coche robado. Nos dirigimos a
la zona y localizamos el coche, que era un SEAT 600, ese coche corre
poco, pues cuando los individuos vieron el coche policial,
abandonaron el coche y huyeron a pie, con tan mala suerte que se
dirigieron a la zona donde estaban las viviendas de la policía,
varios policías de paisano estaban tomando el fresco y vieron que
iban corriendo. Como eran varios, detuvieron a los individuos y les
dieron para el pelo, cuando llegué ya los tenían reducidos en el
suelo. Yo, por no meterme en diligencias, hice constar que cuando
íbamos persiguiendo a los encartados varios transeúntes
colaboraron en la detención, nuestro deber hubiera sido tomar la
filiación de aquellos policías, pero al tratarse de compañeros, solo
hicimos constar la colaboración de los ciudadanos. Resulto que uno
de los delincuentes era hermano del famoso Vaquilla y el día del
juicio se presentó con un buen abogado. Yo sabía que en el juicio
me iban a preguntar por que no cogí la filiación de los ciudadanos
que habían colaborado con la policía y lo primero que me preguntó
el abogado defensor fue que si mi código ó reglamento no decía que
cuando un ciudadano colabora con la policía , había que tomarle la
filiación y le contesté que mi código y reglamento decía que había
que cogerle la filiación a quien colaborara con la policía y si no lo
había hecho había sido para evitar molestias a aquellos ciudadanos
que desinteresadamente colaboraron con la justicia representada
por la dotación actuante, si aquellas personas van a la comisaría,
están tres o cuatro horas para declarar, después se cita al juzgado,
se suspende el juicio y otra vez al juzgado, después dígale a esas
personas que colaboren con la justicia otra vez y ese fue el motivo
de no haberlas filiado. El abogado me hizo de nuevo la misma
pregunta y se la contesto y como seguía empecinado en la misma
pregunta, el juez tuvo que decir que ya había sido contestada y por
lo tanto, era improcedente.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El ladrón del Carmelo
En el barrio del Carmelo había un delincuente que todos los
días atracaba a punta de pistola en los establecimientos de la zona,
cuando nos personamos en el lugar dónde había cometido el atraco,
siempre nos decían lo mismo “Es un chico joven y lo tenemos visto por
el barrio, tiene que ser de por aquí, acaba de marcharse”, siempre igual.
Una tarde, cuando patrullábamos por la zona, nos dice una mujer
que en una tienda de comestible que estaba a cincuenta metros de
donde nos encontrábamos, había un chico joven con una pistola.
Nos dirigimos al lugar y cuando nos personamos ya había atracado
y se había marchado, nos dijeron por donde había tirado, entonces
localicé a un chaval joven corriendo y vi que se metía en un portal,
eché a correr y me metí en el portal, era una finca sin ascensor,
bastante más fácil para localizarlo, cuando iba subiendo la escalera
me pegan un tiro, que impactó muy cerca de mi, yo llevaba una
metralleta y solté una ráfaga, le invité a que se entregase, haciendo
caso omiso de vez en cuando me pegaba un tiro, él subía y yo
también, yo de vez en cuando también le pegaba un tiro, hasta que
llegó al final de las escaleras y lo acorralé, le solté otra ráfaga al
techo de la escalera y cuando vio que continuaba subiendo tiró la
pistola y al llegar a su altura le di con la metralleta en los riñones,
cayó al suelo doblado como una alcayata. Yo, con la presión que
tenia de que un individuo había intentado matarme, no tuve
contemplaciones con él, fue tanto el pánico que cogió que se cagó en
los pantalones, cuando lo saqué esposado estaba toda la calle llena
de gente, y al verlo quisieron lincharlo, había atracado a casi todos
los negocios de la zona. El individuo vivía en la finca donde se
metió, por eso la gente siempre decía que lo tenían visto en el
barrio. El Carmelo es un barrio muy irregular, las calles tienen
muchas revueltas y el chorizo atracaba y en un momento
desaparecía.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Corre, taxista, corre
Una mañana estábamos de patrulla en el distrito de San
Andrés y la sala del 091 dio un comunicado, que en Pueblo Nuevo
un individuo había atracado a punta de pistola una sucursal de la
Caixa, dieron las características del mismo. Yo llevaba de
compañero a un buen policía, Segundo Romero Feito, conducía yo,
nos dirigimos hacia Pueblo Nuevo y cuando íbamos por la Vía
Trajana, sube un taxi con un individuo en el asiento de atrás, vestía
de oscuro, que era el color que nos habían dicho en el comunicado,
me di la vuelta y observamos que el pasajero iba nervioso, se movía
mucho, fui detrás del taxi y cuando llegué a un sitio donde pude
adelantarle, adelanto y atravieso el coche delante del taxi, nos
bajamos los dos, Feito con la pistola en la mano y yo con la
metralleta, encañonamos al individuo, que hizo por sacar la pistola,
se la quitamos y fue a coger un machete que llevaba en la cintura en
la espalda, se lo quitamos, lo neutralizamos y esposamos al coche
policial, llevaba el botín del atraco de la Caixa. El taxista cuando
paró el coche y vio la acción, echó a correr, quizás todavía esté
corriendo.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El accidente
Una noche terminábamos de entrar de servicio y nos dirigimos
a nuestro sector, cuando nos encontrábamos en un accidente, había
un hombre atrapado con el cinturón dentro del coche y no se lo
podía quitar. El hombre tenia una brecha en la cabeza que daba
escalofríos verla, le salía sangre a borbotones, al no encontrar nada
que ponerle en la herida, me quité la camisa y se la taponé. Mi
compañero, que era Onésimo, llevaba una navaja y se le pudo
cortar el cinturón, sacarlo del coche, llevarlo al Hospital de San
Pablo y así pudo salvarse.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El infarto de la calle Taulat
Una noche recibimos una llamada del 091, decía que en la calle
Taulat le había dado un infarto a un señor mayor, nos personamos
en el lugar y vivía en un cuarto sin ascensor, por no haber, no había
ni luz en la escalera. Este hombre se encontraba solo con su esposa,
eran dos ancianos, él estaba inconsciente en el suelo, yo, en lugar de
esperar a la ambulancia, con ayuda de los compañeros, me lo
cargué a la espalda y me las vi y me las deseé para bajarlo por
aquellas escaleras tan estrechas, pesaba más de ciento treinta kilos,
pero se le salvó la vida.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Peligro en la Perona
Una mañana, al poco rato de entrar de servicio, escuchamos
por el equipo a una dotación pedir auxilio, habían sido agredidos
por unos gitanos. Había una zona, a la que llamaban la Perona, era
un barrio de gitanos que se encontraba en el centro de la ciudad, la
ciudad había crecido y aquel barrio se quedó en el centro. Nos
dirigimos a la zona y localizamos al compañero que pedía auxilio,
se había refugiado en una fábrica y su compañero se escapó en el
coche, en lugar de socorrer a su compañero, se marchó huyendo de
los gitanos. Nunca se alegra uno del mal de los demás y menos
cuando se trata de compañeros, pero aquel que estaba refugiado en
la fábrica se merecía un susto como el que le dio el gitano. En
aquella zona del barrio de la Perona, cada mañana aparecían coches
robados en un descampado que había y estos compañeros, aunque
no era su zona, cuando estaban de servicio siempre iban a ver que
encontraban, aquella mañana encontraron a un chaval con una
moto robada, quisieron llevarlo detenido y los gitanos se les
echaron encima. Nosotros dimos una batida por la zona y
localizamos a un individuo con los pantalones rajados y todo lleno
de barro, como si hubiera sido arrastrado y entonces nos dijimos
que ese era él que los compañeros habían arrastrado con el coche,
por que cuando los compañeros salieron huyendo, el individuo se
enganchó en la puerta del coche y lo llevaron arrastrando un buen
rato. Lo detuvimos y lo introdujimos en el coche policial, todos los
gitanos se abalanzaron sobre nosotros, pero los gitanos,
normalmente, son cobardes, primero echan a los niños, luego a las
mujeres y por último los hombres. Rodearon el coche, nos
amenazaban con todo, nosotros nos pusimos uno a cada lado del
coche con la pistola en la mano y la defensa en la otra, de vez en
cuando tuvimos que disparar al aire, se asustaban un poco y otra
vez volvían, hasta que llegaron varias dotaciones y nos pudimos
hacer con la situación, pero al individuo no lo llevamos detenido.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El asesino del Ensanche
Una madrugada, nos encontrábamos en comisaría, estábamos
rellenando el parte de incidencias de los servicios realizados
durante la noche, cuando recibimos una llamada de la sala del 091,
en la calle Consejo de Ciento se oían gritos, nos dirigimos al lugar y
se escuchaban gritos muy flojos, la voz de un hombre que decía
“Me han matado”, pero con un hilo de voz, yo le decía que se
tranquilizara y abriera la puerta, cuando la abrió vimos a un
hombre en calzoncillos y con todos los intestinos fuera de la
cavidad abdominal, al abrir la puerta se desmayó. Rápidamente
llamamos a una ambulancia, mientras el compañero esperaba a que
llegara hice una inspección ocular en el piso, y observé que había
tenido lugar una buena riña, estaba todo destrozado y había sangre
por todos sitios, qué raro, era un cuarto piso y en el interior del
mismo solo estaba el herido, tenía que haber más gente, y por la
puerta principal no había salido nadie. Las manzanas de viviendas
del ensanche de Barcelona, tienen en el interior un gran patio, con
muchas plantas, me asomé a la ventana que estaba abierta, llevaba
una linterna muy potente, hice un minucioso reconocimiento por el
amplio patio, cuando observo que se mueve una sombra de un lado
a otro, para intimidarlo pegué una ráfaga con el subfusil cerca del
sitio donde se encontraba el individuo y de repente sale gritando
“No me mates”, hice que se tumbara panza arriba haciendo palmas,
hasta que unos compañeros entraron al patio y lo detuvieron. El
propietario, que era homosexual, había invitado al individuo y éste,
con el fin de robarle, le había dado una puñalada para liquidarlo.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Suicidio en el Clot
Una tarde cuando nos encontrábamos de servicio, la sala nos
ordena que nos dirijamos a un domicilio, no recuerdo la calle, era
por la zona del Clot. Habían recibido la llamada de un menor, al
parecer su padre se había suicidado. Nos personamos en el lugar y
encontramos a un chiquillo llorando y a un señor sentado en un
sofá con una manta echada en la cabeza y la goma de una bombona
de butano en la boca. El hombre estaba consciente pero no
contestaba a nuestras preguntas. Me lo cargue a la espalda y lo
llevamos urgentemente al hospital de San Pablo, el hombre falleció
y el niño estaba solo, no sabíamos que hacer para consolarlo,
estuvimos con él hasta que se personó un familiar y se hizo cargo
del menor. El hombre estaba separado de su esposa.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Atraco letal
Un día, sobre las dos de la tarde, recibimos un comunicado de
la sala, en la avenida de Montserrat, en el Banco de Bilbao, había
saltado la alarma de robo, era la hora de cierre de los bancos y
saltaban mucho las alarmas de robo por que los empleados,
manipulando, las tocaban y las hacían saltar sin querer, hicimos
este comentario entre nosotros pero nos dirigimos al lugar.
Llegamos y a la vez también lo hizo otro coche de la zona y un
KAS, que era un coche camuflado, y entonces nos dicen unos
transeúntes que estaban atracando el banco, me dirigí a la puerta
acompañado del conductor del KAS, que iba de paisano. Nos
situamos cada uno a cada extremo de la puerta, cuando salen dos
atracadores con un rehén y una bolsa de basura, uno le apuntaba
con una pistola y el otro con un puñal. Al salir yo, le pegué a uno de
los atracadores con un subfusil en el cuello, lo desequilibré,
aprovechando el rehén para escaparse de sus secuestradores. El
conductor del KAS aprovecha y coge a uno de los atracadores por
la espalda y lo sujeta. En todo este proceso, los compañeros que
estaban en frente, estaban disparando, las balas sonaban por todas
partes, le dieron a un atracador, pero también nos podían haber
dado a nosotros. Como resultado de aquella intervención, se liberó
al rehén, que era el cajero del banco, el botín que era de tres
millones trescientas mil pesetas, un atracador detenido y el otro
muerto. Me dio pena aquel pobre diablo, era de una familia
humilde cordobesa y murió en el coche cuando lo trasladábamos al
hospital, me dio pena.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El travestí
Una noche, sobre las dos horas de la madrugada, nos llama la
sala y nos dice que en la confluencia de las calles Bilbao y
Marruecos, que en aquella época era un descampado, al parecer un
individuo con un coche había dejado un bulto que podía tratarse de
una persona muerta. Nos personamos en el lugar y efectivamente,
había una persona muerta envuelta en una manta, aunque era muy
grande, parecía una mujer. Mi compañero y amigo Antonio
Orellana, descubrió que era un travestido, avisamos a la sala e
informamos de lo que había. Al poco rato se personaron el Juez de
guardia, el forense y el inspector de homicidios, lo reconocieron y
ordenaron el levantamiento del cadáver. Le dijo el juez al inspector
“Caso cerrado, esto es un ajuste de cuentas, hágame un informe y se
archiva”, pero al muerto le faltaba una bota y cuando se marcharon
todos, le dije a mi compañero que diéramos una vuelta por la zona
por la que se ponen los travestís a ver si encontramos la bota y
averiguar algo. Así lo hicimos, cuando nos fijamos en el suelo y
vimos que había un rastro de haber llevado arrastrando al cadáver,
lo seguimos y desaparecía en un portal, observamos que había
aparcado un Renault 12 y tenia en el parachoques una señal, como
si hubiera tenido una cuerda amarrada, le toqué al maletero y se
abrió, en el interior había la funda de la polea del ventilador y daba
la casualidad de que al fallecido lo habían llevado enganchado en
una polea así, el asesino no estaba muy lejos. Junto al coche nos
encontramos un trozo de la peineta que llevaba el travestí, no había
duda, era el coche del asesino. Preguntamos a los vecinos del
bloque si sabían de quien era aquel coche, una señora, a la que se
notaba molesta, nos dijo que era de un joven que vivía en el
segundo primera y todo el día y parte de la noche había tenido la
música a tope, ya habíamos descubierto quien era el asesino del
travestí y para mas INRI, resultó ser un guardia civil. Como no nos
abrió la puerta, hicimos una espera y por la mañana, cuando salió
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
para ir al servicio, lo detuvimos y solo nos dijo “Qué poco habéis
tardado”. No era caso cerrado, era cuestión de indagar.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El camello
Una tarde, estábamos de patrulla por el barrio de Pescadería
en Almería, estaba entre dos luces, cuando observé a unos treinta ó
cuarenta metros que un individuo estaba vendiendo droga, ya que
no paraba de llegar gente y se entregaban algo recíprocamente. Me
oculté junto a una pared, llegué hasta dónde se encontraba el
individuo, le eché mano al vendedor y a dos compradores, pero en
el forcejeo que se inició, uno tiraba para un lado y otros para otro,
solo pude quedarme con el vendedor. Durante el forcejeo había
arrojado un paquete a un patio, salté por encima del muro para
coger el paquete, el individuo pegó un tirón y me quedé con toda
su ropa de cintura para arriba, era invierno, chaquetón, jersey,
camisa, se fue como el canelo, pero con la mala suerte de que en el
bolsillo de la camisa llevaba el documento nacional de identidad, a
parte de que los bolsillos estaban llenos de droga y de dinero, como
consecuencia de las ventas que había realizado. A los dos minutos
de que llegara a su domicilio, fui y lo detuve, en un principio él lo
negaba todo, pero tuvo que reconocer los hechos ya que tenía su
documento. Cuando salió el juicio, el juez lo metió tres años en la
cárcel.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
En el año 88, concretamente el 14 de diciembre del 88, murió mi
padre. Me dieron el permiso correspondiente, creo que fueron tres
días, que era lo que me correspondía por grave enfermedad. Mi
padre, aunque estaba en un estado agónico, no falleció durante los
días de mi permiso y aunque la enfermedad era mortal de
necesidad, pues se había gangrenado y no tenía solución, me
hicieron regresar desde Almería a Barcelona para volver a Almería
al día siguiente, que falleció padre. Después del comportamiento
que tuvieron mis jefes conmigo, ya no podía seguir en RadioPatrulla y solicité que me destinaran a una comisaría. Me
destinaron a la comisaría de la Concepción, que era dónde me
encontraba cuando hice la intervención que seguidamente os voy a
relatar.
Robo en el bar
Estaba prestando servicio en el grupo de la policía judicial y
había una denuncia hecha por el propietario de un bar al que
habían robado toda la maquinaría del bar. Los policías que llevaban
la investigación no daban con los ladrones, me hice cargo de la
investigación. Me fui a la zona y pregunté por los establecimientos
de los alrededores si habían visto por allí algunas personas
extrañas, atando cabos me enteré de que ese bar había estado
arrendado a un señor que tenía un bar en Pueblo Nuevo, aunque no
conocían el nombre del bar, pero me dijeron un nombre parecido.
Con ese nombre me fui a Pueblo Nuevo y comencé a preguntar por
un bar con un nombre parecido, hasta que un día di con un
restaurante que un nombre similar al que buscaba, hablé con el
dueño y le pregunté si quería hacer el tratamiento de
desinsectación, me dijo que no y entonces le dije que le iba a hacer
la competencia, que iba a montar un bar en Hospitalet, entonces él
mismo vino al redil y me dijo que tenía los cacharros necesarios
para montar un bar y me llevó a un almacén que tenían, me enseñó
todos los aparatos que habían denunciado como robados y al día
siguiente fueron una pareja de compañeros y lo detuvieron. Se
recuperó todo lo robado.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
El servicio más peliagudo
Voy a contar el servicio que, de todos los que he hecho, ha sido
el más peliagudo y en el que en más apuro me vi. Era el 31 de julio
de 1988, estaba de servicio con mi amigo Antonio Orellana y la sala
nos dice que nos dirigiéramos a una calle de Pueblo Nuevo, había
llegado una señora a su vivienda y se había encontrado a su
marido tumbado en el suelo inconsciente. También habían enviado
a una ambulancia al lugar, entonces los zetas estaban compuestos
por una dotación de dos personas y no llevábamos póker, por lo
que el policía conductor se quedaba en el coche y el jefe de la
dotación iba a los servicios. Dio la casualidad de que, cuando nos
llamo la sala, nos encontrábamos junto al lugar. Subí al piso y la
puerta estaba abierta, me recibió la señora, era una chica joven y se
fue por el pasillo hasta el comedor, le seguí y cuando llegué al
comedor el marido se encontraba sentado en el sofá. Al verme se
levantó, se fue a la cocina y se escuchó movimiento de cucharas. Me
pongo en guardia. Cuando salió el individuo llevaba un cuchillo de
grandes dimensiones, se lanzó hacia mi y me dijo “Hijo de puta, te
voy a matar”. En décimas de segundo tuve que tomar varias
decisiones, saqué la pistola, la monté y le dije que tirara el cuchillo o
me vería en la necesidad de disparar. El tío no tiraba el cuchillo y
continuaba andando hacia mí, yo iba retrocediendo con un
escalofrío en la espina dorsal. En fracciones de segundo tuve que
tomar la decisión más adecuada, salir no corriendo no era una
opción, dispararle, mientras no viera que realmente mi vida
peligraba tampoco, cuando llegué al rellano de la escalera me dije
“De aquí ya no me muevo, si el individuo sigue avanzando tendré que
disparar”, cuando estábamos en aquella trifulca, suben los de la
ambulancia, al verme en aquella situación salieron escaleras abajo
como gato que pisa lumbre. En un pequeño descuido del individuo,
le pegué una patada en la barriga y cayó al suelo cuanto largo era,
que dicho sea de paso, era bien largo. Le quité el cuchillo y lo
esposé con las manos atrás. Cuando el compañero llegó con los de
la ambulancia, el tío estaba detenido. Después la mujer decía que
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
era mentira lo del cuchillo, por lo que solicité permiso a la sala para
abandonar aquel servicio, yo jugándome la vida para auxiliar a
aquella mujer, que cuando solicitó el servicio de la policía no era
por que el marido estuviera inconsciente sino por que la agredió, y
cuando le dije eso a la señora se echó a llorar, pero nosotros nos
marchamos, que al día siguiente me iba de vacaciones, a punto
estuve de no disfrutarlas.
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
Paco Valverde con sus dos hijos: Rafa (izquierda) y Paco (derecha)
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Autobiografía de Francisco Valverde Vargas
He hecho un breve repaso a mi vida. No sé si esto lo leerá
alguien, sí me gustaría que al menos mis hijos tuvieran la paciencia
de llegar hasta el final de estas pequeñas memorias.
He conseguido en la vida casi todo lo que soñé cuando era
joven, una finca grande, caballos, vacas bravas y un desahogado
patrimonio que tengo invertido en pisos, y aunque he pasado
penas, puedo decir que he alcanzado la felicidad que una persona
necesita.
Me siento orgulloso de mis hijos y nietos, si lo han leído, ya me
conocen un poco mejor.
Son las 13:50 horas del 27 de julio de 2007.
Francisco Valverde Vargas
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