Stalinismo y socialismo

Transcripción

Stalinismo y socialismo
S
Denken Pensée Thought Mysl..., Criterios, La Habana,
nº 42, 15 mayo 2013
talinismo y socialismo*
Zagorka Golubovic´
Democracia y socialismo no son dos conceptos separados. Por el contrario, el desarrollo de relaciones democráticas ha servido como la premisa
básica tanto para la idea original del socialismo como para todos los auténticos movimientos socialistas, que van desde la Comuna de París hasta las
revoluciones socialistas del siglo XX. En lo que respecta a las relaciones
socialistas, la presencia o ausencia de fundamentos democráticos fue siempre y sigue siendo el criterio básico para una evaluación del carácter de los
movimientos comunistas. La crítica de los movimientos revolucionarios de
los dos siglos pasados —desde la crítica de ideas marxistas realizada por
Bakunin hasta la crítica que realizó Rosa Luxemburgo de prácticas revolucionarias posteriores a la Revolución Rusa, y también la desestalinización
en las últimas tres décadas— ha sido inspirada por la misma idea: socialismo y democracia deben llegar a ser una unidad; de lo contrario, no habrá
socialismo.
Hasta hace poco fue común identificar el sistema creado en la URSS,
es decir, el stalinismo, como socialismo. Lo han hecho no sólo aquellos que
sostenían que el stalinismo era la consecuencia inevitable del marxismo,
sino también aquellos estudiosos que analizan la realidad sólo en términos
de lo dado empíricamente, desechando las ideas y las posibilidades a la
* «Stalinism and socialism», Praxis International, nº 2, 1981, pp. 126-139.
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esfera de la «utopía», de la que pueden ocuparse los filósofos, pero que no
puede ser tomada en cuenta por los científicos sociales serios. Usando
como punto de partida las condiciones existentes reales mientras olvidan su
génesis histórica y su potencial real, que fueron inaugurados por la Revolución de Octubre, pero destruidos más tarde en el así llamado «socialismo
realmente existente», ellos reconocen como socialismo lo que existe empíricamente. No han planteado la cuestión de si eso realmente es socialismo.
Desde esa posición critican el socialismo como un movimiento que por su
naturaleza misma no es democrático.
Es por esas razones que una investigación de la génesis histórica del
stalinismo no ha perdido su pertinencia, aun después de los numerosos
estudios que han tratado el problema desde diversos ángulos. Las diferencias entre muchos otros estudios bien conocidos y mi indagación reside,
ante todo, en el uso del método del análisis histórico y comparativo con el
objetivo de determinar las raíces y fuentes del stalinismo en la Revolución
Rusa.1 Al comparar el período inicial con el período de la consolidación
stalinista a finales de los años 20, mi objetivo ha sido determinar si el
stalinismo simplemente continúa tendencias iniciadas durante la Revolución
de Octubre o si constituye una ruptura y destrucción de las fuerzas revolucionarias iniciales. Siguiendo el destino de las nuevas instituciones revolucionarias en el contexto de las consecuencias que las mismas provocaron,
sostengo que es posible determinar la línea fronteriza entre la fase revolucionaria, en la que las ideas de revolución socialista estaban activas (aunque no siempre llevadas a cabo consecuentemente), y la fase que es representativa de una ruptura con la revolución socialista. La fase posterior
expresa tendencias contrarrevolucionarias puesto que ahoga los logros más
importantes del período revolucionario anterior mientras establece un orden que representa su contrario.
El término «stalinismo» es usado para indicar la implementación de
una política que se opone a las tendencias básicas de la revolución socialista, la cual se efectúa aboliendo o poniendo freno a esas tendencias a finales
de los años 20. El stalinismo fue determinado por un número de decisiones
1
Este artículo está basado en el capítulo final de un extenso estudio de los orígenes del
stalinismo en las condiciones de la revolución socialista rusa. Por consiguiente, es un
sumario de un detallado análisis concreto basado en fuentes soviéticas y las investigaciones de otros autores. Mi manuscrito, La génesis del stalinismo en la ideología y
la práctica de la sociedad soviética, fue concluido en diciembre de 1979.
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específicas. Si la política stalinista hubiera sido solamente el resultado de
una prolongación de las tendencias que ya habían aparecido durante los
años 20 debido a la presencia de dificultades imprevistas, o de ciertas
incoherencias del leninismo, se pudiera haber hablado de un grado mayor o
menor de «desviación» respecto de la política revolucionaria. Sin embargo, varios pasos decisivos dados por Stalin tan pronto como devino Secretario General del Partido, especialmente a partir de 1928-29 (un período
comúnmente denominado la «revolución desde arriba»), confirman la tesis
de que el stalinismo no surgió a través de desviaciones graduales, sino, por
el contrario, a través de la intervención enérgica en el curso de una revolución que vigorosamente estaba preparando su camino ascendente hasta
fínales de los años 20, mientras que el stalinismo en ese entonces todavía
estaba siendo enfrentado por una fuerte oposición. El estalinismo se abrió
paso mediante las siguientes medidas: control estatal de la propiedad sobre
los medios de producción en la industria, que condujo al monopolio absoluto de la toma de decisiones desde un único centro; industrialización acelerada basada en la explotación de las clases trabajadoras; colectivizaciones
forzosas de la propiedad de la tierra y establecimiento de relaciones feudales entre el estado y el campesinado (las nuevas leyes mantuvieron a la
fuerza a los campesinos atados a las granjas colectivas y limitaron su libertad de movimiento).
Así, el stalinismo es obviamente un punto de giro y no un desarrollo
ulterior de la revolución, a pesar de la continuidad con ciertas políticas
ambivalentes determinadas por las grandes dificultades que confrontó la
Revolución de Octubre. Por lo tanto, es necesario proporcionar una respuesta a la pregunta acerca de qué procesos revolucionarios fueron extinguidos por la contrarrevolución stalinista.
En primer lugar, en vez de continuar con las transformaciones revolucionarias de las relaciones de propiedad a través de la socialización de éstas
(lo cual supone no sólo cambios en la propiedad sobre los medios de producción, sino también alteraciones más profundas en el estatus de los productores en lo que respecta a los medios y condiciones de trabajo, así
como la distribución de los productor del trabajo), se estableció la propiedad estatal y se la proclamó como la única y más alta forma de «propiedad
socialista». Así, se impidió la transformación revolucionaria del modo de
producción clasista en una nueva forma socialista. Además, se cambiaron
las metas básicas de la revolución socialista: se remplazó una transformación revolucionaria de la totalidad de las relaciones sociales por el fortaleci-
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miento de la dominación del estado y el aparato del partido tanto en la
economía como en la política. Así, todos los otros procesos de transformación del modo de producción fueron suspendidos de manera similar. Esto
tuvo sus repercusiones en toda la estructura social; entre ellas, el mantenimiento de la división clasista del trabajo y la organización jerárquica del
proceso del trabajo, los cuales detuvieron procesos que estaban dirigidos a
abolir el trabajo asalariado y el carácter de clase del modo de producción.
Todos esos cambios estaban dirigidos a reproducir el poder de la clase
dominante y preservar la función del valor de cambio como el propósito
básico del desarrollo económico, contrariamente a la meta que se supone
que la revolución proletaria alcance, esto es, la transformación de la producción en un medio para satisfacer las necesidades humanas.
Así, la propiedad estatal devino la base para la construcción de un
sistema cuyos objetivos eran contrarios a los del socialismo. En vez de
poner fin a la alienación de los productores respecto de los medios y condiciones de trabajo, se estableció un rígido sistema que separaba a los gerentes de los productores. En vez de abolir la explotación, se la legalizó bajo el
nombre de «acumulación socialista». En vez de eliminar gradualmente los
principios de clase en la organización de la producción, se restauraron los
elementos clasistas (no sólo los de tipo capitalista, sino también los de tipo
precapitalista).
En segundo lugar, se dieron pasos políticos decisivos que fortalecieron
la línea stalinista. Los comités de fábrica, como forma de participación
obrera directa en la gerencia, junto con los soviets urbanos y de aldea,
representaban los principales obstáculos al control estatal y la burocratización
completos del sistema. Stalin tenía que o abolirlos o reducirlos a mera
«forma», contrariamente a la tesis marxista concerniente a la necesidad del
marchitamiento del estado y la necesidad de la democratización de los
procesos de gerencia. Por una parte, los soviets fueron transformados en
una organización del poder estatal, mientras que, por otra, todas las instituciones y organizaciones fueron sometidas al control estatal. Se concentró el
liderazgo en un único centro (situado en la cima del aparato del partido). El
siguiente paso —fusionar partido y poder estatal— condujo a la alienación
absoluta del poder y causó una brecha entre el estado y la sociedad (en
realidad, la sociedad fue reemplazada por el estado).
En tercer lugar, a fin de hacer posible eso, era necesario detener todos
los procesos democráticos dentro del partido, convirtiendo la organización
de éste en una máquina manipulada fácilmente. Por esta razón, el partido
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fue reemplazado por un aparato que actúa como la única fuerza activa, y al
que se le aplican los principios de la organización de clase: el principio
jerárquico y autoritario, la designación en vez de la elección, el principio
elitista del «sistema de nomenclatura», el principio de manipular a la
membresía, etc. El aparato del partido devino así el centro de poder real
cuyas instrucciones dirigen la vida entera de la sociedad y de sus individuos. Al mismo tiempo, se alteró el perfil del partido y lo que una vez había
sido un partido proletario (sobre la base de estadísticas que muestran que
los obreros constituían la mayoría del partido hasta finales de los años 20)
se convirtió en un partido de la burocracia y la clase media.
En cuarto lugar, el proceso de liberar al individuo fue interrumpido.
Durante los años 20, este proceso era evidente en la búsqueda de diversas
formas de vida y de creatividad. Durante la época del stalinismo, a la
inversa, se impuso el concepto de «personalidad dirigida». El individuo
tenía que abandonar su propia personalidad y volverse completamente servil a las exigencias del sistema y las órdenes del más alto nivel. Sin embargo, al mismo tiempo, se alentaban las tendencias pequeñoburguesas y la
privatización de lo individual, especialmente durante los últimos años de la
década del 30, cuando ya se había constituido una clase media fuerte.
Había que satisfacerla y ganársela, mientras que el stalinismo siempre llevó
adelante su batalla principal contra el «carácter revolucionario». El adoctrinamiento ideológico no era suficiente para alcanzar esa meta. Es por eso
que Stalin introdujo el terror masivo contra la conducta no conformista y
libertaria. Fiel a la tradición, los líderes soviéticos de hoy penalizan de
manera estricta a los escritores no conformistas y a los miembros de los
grupos de obreros revolucionarios que intentan rejuvenecer las tradiciones
revolucionarias, puesto que ese modo de conducta representa una seria
amenaza al sistema existente.
Para aplastar toda posibilidad de revivir las tendencias revolucionarias
y para asegurar la creación de un orden de poder estable para el aparato del
partido, dos pasos fueron de la mayor importancia: el primero fue el fomento de la estratificación social y el desarrollo de un estrato medio privilegiado; el segundo fue la organización de una amplia red del aparato burocrático sometida al líder supremo, quien tiene toda la red de poder en sus
manos y controla soberanamente el futuro de todos sus súbditos. Tales
ramificaciones del sistema burocrático fueron los principales obstáculos
para la restauración de la tradición revolucionaria. Fueron también responsables de la longevidad de ese régimen que funcionó de manera casi auto-
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mática durante décadas conforme a reglas de rutina rígidamente determinadas, sin prestar atención alguna a los resultados negativos que estaba
produciendo. Tomadas como un todo, esas medidas significaban una política contrarrevolucionaria, cuyos resultados no fueron las consecuencias
de errores casuales, o desviaciones, sino que más bien eran partes integrales de un plan preconcebido.
Los que no son capaces de entender las diferencias esenciales entre las
tendencias revolucionarias y la contrarrevolución de Stalin tienden a sopesar y contrapesar separadamente las ventajas del desarrollo económico y
tecnológico frente a la falta de libertad, el sacrificio humano y el sufrimiento. Es raro que Isaac Deutscher expresara la misma línea de razonamiento
cuando escribió sobre la «función histórica positiva del stalinismo», que
hizo posible un rápido desarrollo económico en una nación no desarrollada.
Al sacar los «logros en el dominio de la industrialización» del contexto en
que se alcanzaron esos «logros», y fuera de las circunstancias en las que
fueron alcanzados, Deutscher es culpable del mismo error cometido por
los líderes del partido soviético cuando sostuvieron que los «logros socialistas» positivos permanecían sin ser estropeados por las consecuencias
negativas.2 Huelga decir que este tipo de lógica es inadecuado cuando se
evalúa el desarrollo socialista. La industrialización basada en la explotación
y la colectivización cimentada literalmente con la sangre de los campesinos, no pueden ser tratadas como «logros socialistas».
Todo esto no significa que aquí se tome una actitud acrítica hacia la
Revolución de Octubre. No se sigue que el curso revolucionario (como se
conoce que existió durante los años 20 con todas sus incertidumbres, incoherencias y su acento en la autoridad y el centralismo) habría conducido
necesariamente de manera inmediata al socialismo. Los desafíos eran grandes, mientras que las limitaciones del Partido Bolchevique ya amenazaban
con terminar o desviar de sus fuentes la revolución. Sin embargo, una
variedad de circunstancias actuaba como un dique contra la ruptura con la
revolución. A pesar de la ambivalencia de Lenin, él siempre regresaba a los
objetivos revolucionarios. Algunas de las ideas y prácticas de Lenin fueron
criticadas de manera correcta por Kautsky y Rosa Luxemburgo.3 Otras
2
3
Isaac Deutscher, Russia After Stalin (Londres, 1953), pp. 96 y 98.
La ambivalencia de Lenin era resultado ante todo de dos posiciones básicas: las interpretaciones de los papeles del estado y el partido en el socialismo. Su política fluctuaba entre un reconocimiento teórico de la necesidad de democratizar el «poder» y el
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figuras revolucionarias fuertes también impidieron una desviación de los
objetivos revolucionarios. La democracia en el interior del partido refrenó
tanto al partido como al aparato del estado, impidiendo que realizaran una
burocratización total. Nuevas formas revolucionarias de movimientos de
obreros estaban activas todavía.4 También es importante que todavía se
mantenían inviolables ciertos principios revolucionarios: la abolición de la
explotación y la desigualdad social, la adhesión al principio de elección para
los funcionarios, y un sentido de responsabilidad para con la clase trabajadora. Basándose en todos los análisis del período revolucionario de los
años 20, se puede sostener que durante la época de Lenin todavía no se
traspasaron ciertos límites básicos que marcan cuán lejos era posible andar
sin transgredir prácticas revolucionarias de la revolución proletaria.5 Todo
esto apoya la tesis de que la revolución socialista rusa sí tuvo en verdad
4
5
movimiento, de acuerdo con la idea del marchitamiento del estado, y una necesidad
más práctica del papel de vanguardia del partido que condujo a la inclinación a
confiar más y más en las instituciones de poder de clase como los instrumentos
básicos de la revolución. Así, no se dio cuenta de la importancia de desarrollar
nuevas formas revolucionarias de poder e iniciativa de masas. Esto se manifestó en
la decisión de Lenin de poner fin al «sistema de troika» y sustituirlo por una «administración de una sola vía» que representaba un regreso al sistema clasista de la
organización de la producción. Eso se topó con una resistencia duradera de la «Oposición de Izquierda» y los sindicatos.
Aquí me refiero, ante todo, a los comités de fábrica y los soviets en sus formas auténticas, como aparecieron incluso antes de la Revolución de Octubre. Los sindicatos
todavía eran organizaciones relativamente independientes que luchaban por la realización de los intereses de la clase trabajadora. Charles Bettelheim lo señala: a principios
de los años 20 los sindicatos estaban muy involucrados en disputas con compañías y
gerencias para proteger los derechos de los obreros, mientras que entre 1925 y 1928
ese involucramiento declinó casi en un cincuenta por ciento. Véase Charles Bettelheim,
Les Luttes de classes en URSS, Deuxième période 1923-1930, Maspero/Seuil 1977,
pp. 322, 323-24. Hasta mediados de los años 20 diversas facciones de la «Oposición
de izquierda» también estuvieron activas, mientras que la «Oposición de los obreros»
apoyaba con la mayor fuerza la idea de una toma del poder por la clase trabajadora.
Cuando se la compara con los años 30, la situación en los años 20 mostraba oportunidades marcadamente diferentes para un tipo específico de pluralismo político.
Esto se puede confirmar al menos hasta 1921, cuando el X Congreso del Partido, en
particular la decisión que aprobó la lucha militar contra los obreros y campesinos en
Kronstadt, devino el más grande desafío para el partido socialista de Lenin. Así, el
Levantamiento de Kronstadt fue la prueba crítica que el partido bolchevique no pasó
porque los errores que lo siguieron fueron irreversibles.
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una oportunidad de transformar gradualmente instituciones clave de la vieja sociedad de clases y desarrollar nuevas relaciones socialistas. El período
leninista puede ser caracterizado como un período durante el cual la revolución todavía estaba en marcha. Las desviaciones que ya aparecían en esa
época no eliminaban, sin embargo, la posibilidad de una transformación
continuada, mientras que el período stalinista significa una clara ruptura
con la revolución. Esas diferencias básicas no pueden ser pasadas por alto
como hizo Leszek Kolakowski, quien ha tratado de demostrar que Stalin
sólo estaba realizando fielmente la doctrina de Lenin.6 Detrás de las contradicciones y conflictos de los años 20 se hallaba un fervor revolucionario
que producía una abundancia de ideas y posibilidades que no eran comparables al estéril período stalinista en el que todo ya estaba predeterminado,
decidido irrevocablemente, y todas las controversias, «extinguidas» y retiradas del horizonte visible.
Si el stalinismo no fue el inevitable resultado final de la Revolución de
1917, entonces ¿qué influyó decisivamente para su victoria? La respuesta
que habitualmente se da desde el punto de vista del determinismo estricto,
toma en consideración ante todo las circunstancias objetivas del subdesarrollo económico de Rusia en la segunda década del siglo. La conclusión
es, pues, que ningún otro resultado era posible puesto que faltaban las
condiciones necesarias en las que Marx pensaba cuando preveía revoluciones socialistas en los países industriales desarrollados. Aquí la suposición a
priori es que la industria y la tecnología moderna, como se han desarrolla6
Leszek KoBakowski, Main Currents of Marxism (Oxford, 1978), especialmente la
sección sobre el «marxismo ruso» en el vol. II y el vol. III. KoBakowski sostiene que
existe una gran semejanza entre la doctrina leninista y el stalinismo. Según KoBakowski,
la política totalitaria es la esencia de la posición de Lenin. Él no distingue entre «las
fructíferas incoherencias» en las ideas de Lenin, que preveían una participación más
activa e influyente de otros sujetos revolucionarios, y la despiadada «coherencia» del
stalinismo que destruía toda oposición. KoBakowski apenas alude a las diversas opiniones y actividades dentro del partido bolchevique: la «Oposición de izquierda», la
«Oposición de los obreros» y otras fuerzas opositoras. Desatiende hechos que indican
que había una gran cantidad de actividad revolucionaria durante la era de Lenin que
puede ser puesta en claro contraste con el gobierno de Stalin, y ello a fin de «probar»
su tesis sobre la «personalidad dictatorial» de Lenin y su «política despótica», que
Stalin supuestamente llevó a cabo. Al desatender las importantes diferencias en la teoría y la práctica entre bolchevismo y stalinismo, se desatienden o empequeñecen todos
los esfuerzos realizados por la Revolución de Octubre que dieron tanta esperanza de
nuevas posibilidades para la vida humana.
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do en el capitalismo, representan requisitos previos para el socialismo porque fomentan la realización de producción en masa que es capaz, en sí
misma, de satisfacer necesidades humanas. No se plantea la cuestión de si
es posible, o incluso necesario, crear un fundamento técnico diferente o
una concepción diferente de la producción que realmente tendría la función de satisfacer necesidades humanas y constituiría una base más adecuada para la creación de una nueva civilización socialista.7 Se debe impugnar el supuesto de que sólo la vía capitalista de desarrollo puede servir
como el requisito previo necesario para el desarrollo económico y político
socialista. De lo contrario, así se elimina enteramente la posibilidad de que
el gobierno soviético siguiera una política diferente, más apropiada, de
desarrollo social.
La pretensión de que no es posible llevar a cabo una revolución socialista en el marco de una sociedad subdesarrollada se basa en la presuposición de que el socialismo sólo puede ser llevado a cabo de una manera: a
través del capitalismo y la industrialización de tipo capitalista como realizaciones completas y preexistentes. Contrariamente a esto, Marx también
previó otras posibilidades, pensando en sociedades que no podían ser categorizadas en el esquema de las cinco formaciones socioeconómicas. La
Rusia del siglo XIX estaba entre ellas. Esto tomaba en consideración la
posibilidad de una revolución socialista en Rusia sobre la base de las comunas rurales tradicionales. Una política diferente, mejor adaptada a las condiciones de Rusia, podía haber iniciado preparativos considerablemente
más sensatos para la transformación revolucionaria de la vieja sociedad
rusa si no hubiera sido por la adhesión de los líderes bolcheviques a un
proyecto estereotipado concebido para operar en condiciones completamente diferentes. Si así hubiera ocurrido, el apoyo a la revolución hubiera
sido, sin duda, más amplio. La política relativa a la población campesina
hubiera sido diferente, dándole a ésta un papel del todo importante en vez
de empujarla a los márgenes de los sucesos revolucionarios. Esto también
7
Además, se implementaron precisamente aquellos procedimientos de la tecnología capitalista que aseguraban la explotación máxima, a pesar de que la mayoría de ellos ya
había sido abandonada por los capitalistas mismos, que se vieron forzados a aceptar la
idea de la «humanización del trabajo». Aquí me refiero ante todo al sistema de trabajo
a destajo, que todavía se sigue usando de manera general en la producción soviética.
Para una reevaluación de los problemas de la tecnología con relación a los movimientos comunistas, véase Ulysses Santamaria y Alain Manville, «Lenin and the Problem of
the Transition», Telos, nº 27, 1976, pp. 88, 89, 93, 94, 95.
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supondría el desarrollo más gradual y más moderado de la industria durante el cual el desarrollo económico, político y cultural de la clase obrera
tomaría un curso más sistemático. De ese modo pudiera haber sido posible
evitar los desvíos tomados por la Revolución Rusa y usados más tarde por
Stalin. El mito de la necesidad de una industrialización acelerada,8 que
muchos autores justifican sobre la base de que de otro modo la URSS no
hubiera podido sobrevivir a los ataques fascistas, no puede ser probado
empíricamente. La supremacía técnica no fue ciertamente el factor decisivo conducente a la victoria en la Guerra Civil Soviética (ni fue esencial en
la guerra de liberación llevada a cabo por el pueblo vietnamita contra la
agresión de los EUA).
Como un argumento de que el curso stalinista era inevitable se usa la
afirmación de que el proletariado ruso estaba subdesarrollado, era pequeño
en número y no era capaz de autoorganizarse, y eso condujo a crecientes
tendencias elitistas y autoritarias en el partido y el estado. No se les ha
prestado suficiente atención a los hechos históricos: que huelgas de obreros
masivas, espontáneas, precedieron a la Revolución de Octubre, y en gran
medida desencadenaron la revolución que se siguió; que los Soviets, como
forma revolucionaria de poder —elegida por los obreros y campesinos
durante los primeros levantamientos en 1905— también surgieron espontáneamente antes de ser reconocidos como una forma de poder revolucionario por el Partido Bolchevique; que los comités de fábrica, como una
nueva forma de autogestión de los obreros en la producción, también surgieron espontáneamente y se extendieron durante 1917-1918 en todas las
8
Tanto la oposición «de izquierda» como la «de derecha» impugnaban el plan de Stalin
para la industrialización acelerada que implicaba la implementación de la «acumulación
originaria». Esta política estaba dirigida a la explotación del campesinado para hacer
posible la máxima tasa de crecimiento para la acumulación. Sin embargo, la política
que aumentaba permanentemente la brecha entre acumulación y consumo no estaba
justificada siquiera desde el punto de vista económico. Ernst Mandel suministra evidencia a favor de esa tesis cuando señala las negativas consecuencias de esa política:
un decrecimiento en los salarios y el poder adquisitivo de la población que tuvo un
efecto desestimulante en la productividad. Así pues, una tasa máxima de acumulación
no da los resultados óptimos y no puede ser justificada económicamente. (Véanse
Ernst Mandel, Treatise on Marxist Economy, vol. II; T. Cliff, Russia: A Marxist
Analysis, vol. I-II, [Londres, 1964] vol. I, pp. 40, 42). Esta política le preparó el
camino a una creciente desigualdad social (Véase M. Matthews, Privilege in the
Soviet Union: A Study of Elite Life-Style under Communism, [Londres, 1978]).
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firmas, tanto nacionalizadas como privadas; que los obreros, por lo tanto,
mostraron la capacidad de organizarse e iniciar sus propias acciones a pesar de su pequeño número. Este hecho también fue reflejado por el Levantamiento de Kronstadt en 1921, el cual confirmó que la autoconciencia
estaba en verdad altamente desarrollada. Ésa fue la primera revuelta abierta contra las tendencias usurpatorias del gobierno y la extensión del poder
del partido. Los deterministas mecánicos no les conceden la debida consideración a esos hechos.
Si se hubiera aplicado la concepción marxista del proletariado como el
sujeto revolucionario básico en vez de la comprensión bolchevique del
partido como vanguardia, que en las condiciones rusas se convirtió en una
rígida organización sectaria, se podrían haber evitado algunos de los impulsos clave que instigaron el stalinismo durante la Revolución Rusa. Una
política basada en el punto de vista marxista habría estimulado formas
revolucionarias emergentes de autoorganización de los obreros en vez de
abordarlos con desconfianza y finalmente aplastarlos. El hecho de que el
stalinismo ganara la batalla sobre las fuerzas de la revolución no es, en
modo alguno, una prueba de que ése era el único resultado posible.
Cualesquiera que fueran las condiciones objetivas que favorecieron la
creciente insistencia en el papel conductor del partido en todas las esferas
de la vida social, no fueron hechos «positivos», «dados», sino hechos
como eran vistos por sujetos revolucionarios, interpretados como una estrategia política. Es ciertamente necesario diferenciar las condiciones
sociohistóricas dadas de su interpretación y de los modos de responder a
ellas y cambiarlas.
El bolchevismo sufría de serias limitaciones internas que le prepararon
el camino al stalinismo. La primera de esas limitaciones fue la concepción
leninista del partido que ponía la vanguardia en oposición a la clase obrera
y abría la posibilidad de la victoria del partido sobre la clase obrera. Por
eso, no eran difíciles de llevar a cabo un viraje desde la dictadura del
proletariado hacia una dictadura del partido y, seguidamente, la transformación del partido en instrumento de una dictadura personal. Sin embargo,
cuando se sugiere que Lenin ya había creado una completa dictadura conducida por el aparato del partido, simplemente se pasan por alto hechos
importantes: en primer lugar, Lenin no era el único individuo responsable
por la toma de decisiones; en segundo lugar, no dejó de funcionar una
oposición hasta el mismo final de los años 20, a pesar de una prohibición
de las facciones promulgada en el X Congreso del Partido en 1921; y, por
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último, todavía existía la posibilidad de examinar críticamente la política
del Partido. Lenin mismo participó en ello, especialmente hacia el final de
su vida.
Quizás el factor más importante que hizo posible la victoria del stalinismo fue la aceptación del sistema de un solo partido como una necesidad.
Eso justificó la liquidación del pluralismo político y limitó en una importante medida las alternativas socialistas, especialmente con la abolición de
todos los otros partidos socialistas. En la reacción en cadena de consecuencias que habrían de seguir, es importante la posición específica que se
tomó hacia el partido, a saber, el partido como una entidad metafísica con
el atributo de la infalibilidad. Con ello se transformó al partido, de un
medio organizado de lucha revolucionaria, en un fin en sí mismo y devino
el único legítimo «demiurgo» de la transformación revolucionaria. Esto
explica la indecisión de la oposición para ponerse de acuerdo en cuanto a
librar una batalla organizada contra la creciente ola de stalinismo, de la que
los representantes de la oposición ya estaban conscientes a mediados de
los años 20 (en 1923, Trotski también previó eso de manera muy clara en
su obra «El nuevo curso»). La «batalla de facciones» era considerada
como una traición por el partido. La disciplina y la lealtad hacia el partido
tenían prioridad máxima por encima de la honestidad revolucionaria y el
amor a la verdad. (Esto condujo a una fusión sin principios de ciertos
grupos de oposición con la corriente stalinista gobernante para no debilitar
la «unidad del partido», lo cual simultáneamente debilitó al movimiento de
oposición y aumentó su atomización.). La oposición ni siquiera intentó
buscar apoyo del público ni explicar su posición en una lucha política abierta —temiendo que el mito de un «partido monolítico» pudiera ser destruido. Por lo tanto, sus acciones no pasaban de ser individuales, aisladas, con
frecuencia azuzaban a uno contra el otro, provocaban desconfianza, y
contribuían así a la aceptación de la política de Stalin como la vía de salida
de una situación confusa que la oposición no estaba preparada para resolver mediante una política más decidida. La personalidad de Stalin tampoco
debería ser pasada por alto aunque el punto de vista aquí presentado está
en contra de la concepción de un «culto de la personalidad» mediante la
cual todos los factores determinantes del stalinismo son reducidos al solo
factor personal.
Una de las condiciones en el marco general de los sucesos de los que
surgió el stalinismo fue la creciente separación del movimiento bolchevique
respecto del movimiento obrero internacional (el conflicto con la Segunda
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Internacional y las tendencias socialdemócratas en el marxismo, la crítica
del bolchevismo por marxistas de Europa occidental) que sentó las bases
para el triunfo de la idea de «la victoria del socialismo en un solo país».
Con el patrocinio de la Tercera Internacional, que estaba enteramente sometida a los objetivos de la política soviética, tuvo lugar un giro en la
comprensión del internacionalismo. Se impuso la exigencia de salvaguardar
los «logros revolucionarios del primer país socialista», en vez de la necesidad de reforzar la revolución. Sometiendo todo a esa idea, el Comintern
lanzó una política internacional que ahogó el movimiento mundial revolucionario, demorando, si no es que también frustrando, una revolución de
mayores dimensiones que podía haber abierto mejores perspectivas para la
transformación revolucionaria de la sociedad soviética. Desde luego, en las
condiciones reinantes durante mediados de los años 20 cuando la Unión
Soviética había acabado de sobrevivir a una intervención extranjera y estaba temerosa de otros posibles ataques, esa idea pudo haber parecido lógica
y aceptable. Cuando las metas socialistas fueron convertidas en objetivos
nacionales, los criterios para evaluar el progreso se volvieron más claros: se
medía la prosperidad nacional en comparación con el visible progreso material de los países capitalistas. El lenguaje de las cifras entró en el uso
común para probar la gran ventaja de una «vía socialista» de desarrollo
sobre la capitalista. Naturalmente, dentro de este marco no era posible
emplear como «hechos» el desarrollo del poder revolucionario, la transformación de las relaciones interpersonales, o un mayor grado de libertad,
para que sirvieran como la «unidad de medida del progreso». En vez de
eso, la producción per cápita de acero, energía eléctrica y así sucesivamente servían como la unidad de medida apropiada. Esta manera de abordar el
desarrollo apoyó la «necesidad de fortalecer el estado en el socialismo».9
El stalinismo empezó con Stalin, pero no terminó con su muerte. Se
trata de una secuencia de condiciones y características objetivas constitui9
Esta política resultó de una lógica productiva burocrática detrás de la cual estaban
ocultas razones políticas e ideológicas que habían de asegurar un fundamento sólido
para un poder estatal fuerte dándole prioridad a la industria pesada y la producción de
los medios de producción. Así, el sector A ha sido favorecido incondicionalmente,
incluso hoy, a pesar de las advertencias de los economistas concernientes a los efectos
económicos negativos. Por lo tanto, se puede hablar sobre la política de producción
soviética en términos de producción por la producción sólo de manera condicional,
porque es precisamente la producción de la industria pesada la que funciona para bien
del poder de la burocracia política.
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das que no están asociadas sólo con la personalidad de Stalin. Aunque se
autodenomine «socialista», es en realidad un nuevo orden social, una sociedad de clases específica caracterizada por los siguientes rasgos:
(1) Un específico modo de producción clasista basado en la propiedad
estatal, la extensión de las condiciones de trabajo asalariado a toda la población empleada, el dictado estatal de las condiciones de trabajo, y el
control arbitrario, central, de todos los recursos sociales y los productos
excedentes sociales.
(2) La específica división clasista entre la clase que gerencia todas las
condiciones de trabajo y que existe como el único sujeto autónomo y el
resto de la sociedad que está sujeto a directivas inviolables y está desprovisto de la oportunidad de decidir sobre las condiciones y resultados del
trabajo. La clase burocrática dominante está rodeada por «estratos satélites», una específica clase media, que apoya el sistema y comparte ciertos
privilegios sociales.
(3) Ocultados y enmascarados ideológicamente con el mito del «papel
conductor de la clase obrera», los conflictos sociales tienen lugar de una
manera menos obvia (o en la forma de resistencia pasiva al proceso de
trabajo, manifiesta en la baja productividad, o la escasa disciplina, o en la
forma de oposición a la ideología oficial, que es especialmente característica del período post-Stalin).10 Los conflictos sociales son enmascarados por
la ideología oficial, que sólo admite la existencia de «clases no antagónicas» (lo cual es un absurdo, puesto que, según Marx, las clases sólo existen
si están en conflicto con clases que se les oponen). Sólo la clase dominante
10
Se puede tratar la lucha contra la ideología dominante en la URSS como un aspecto
específico de la lucha de clases. Puesto que la burocracia política no podría tener
legitimidad como el representante de la clase trabajadora sin el uso de recursos ideológicos, la ideología en este sistema es uno de los principales pilares que sostiene la
existencia del régimen. Así pues, la desmistificación del «marxismo-leninismo» que
camuflajea la explotación y el abandono de los objetivos revolucionarios estremece los
fundamentos mismos sobre los que descansa el sistema. La batalla en el campo de la
ideología ataca, pues, los intereses de la clase dominante e indica una lucha entre dos
intereses de clase opuestos con fuerza. (Aquí los conceptos marxistas clásicos de
clase y lucha de clases son modificados en los términos indicados por Marx en sus
análisis de la lucha de clases en Francia. Esto supone un significado sociológico más
amplio de la noción de clase, incluyendo diferencias de condiciones de vida y de trabajo, y, por ende, las diferencias de intereses entre los grupos sociales existentes, lo que
va más allá de la definición que dio Lenin de la clase.)
724 Zagorka Golubovic
posee todos los medios necesarios para establecer una identidad de clase y
para conducir luchas de clases, incluidos los medios de represión. Las
demás clases no pueden expresarse como clase o defender sus intereses,
puesto que ni tienen sus propias organizaciones ni se les permite desarrollar
su propia ideología.11
(4) Una estructura política totalitaria —puesto que todas las relaciones sociales y humanas son politizadas y colocadas bajo el control absoluto de un mecanismo de estado y de partido— que no deja espacio
alguno para la existencia de pluralismo político (o cultural), libertad de
pensamiento o acción, o respeto de los derechos humanos. La represión
es, pues, parte integral del sistema. Sólo se puede cambiar la forma de la
misma. En el período post-Stalin el terror de masas ya no fue aceptable
(no sólo porque los crímenes de Stalin fueron revelados por Jrushchov
en su discurso «secreto», sino también a causa de la inseguridad que el
mismo infundió en los círculos de la clase dominante). Sin embargo, la
clase dominante no renunció al empleo del terror; simplemente se lo
aplicó de una manera más refinada, «legalizada». (Algunos «amigos ideológicos» de la Unión Soviética vieron en eso un gran progreso, afirmando
que el actual gobierno soviético condena a los individuos «sólo sobre la
base de los actos cometidos». Sin embargo, todas las formas de conducta no conformista llenan los requisitos para ser consideradas como actividades punibles: la participación en manifestaciones, la publicación en el
extranjero de manuscritos que han sido rechazados por la censura oficial
en la URSS, la negativa a aceptar trabajo impuesto al individuo, los intentos de ocuparse en «profesiones free-lance» que han sido condenadas
como «parasitismo»).
11
En Towards an East-European Marxism (Londres, 1978), M. Rakovski trata este
problema. Sin embargo, llega a conclusiones diferentes. Contrariamente a su afirmación de que la constitución de clases no es posible en la sociedad soviética, presento
argumentos en favor de una respuesta positiva. Es necesario tener presente una diferencia entre las nociones de «clase en sí», cuya existencia objetiva está basada en la
división de grupos sociales existente y sus diferentes posiciones en los procesos de
trabajo y la organización social, y la «clase para sí». Las objeciones de Rakovski
contra la posible constitución de clases en el estado actual de la URSS sólo se refieren
a la última. Sin embargo, un análisis del sistema soviético debiera ser capaz de identificar diferentes intereses de clase y condiciones de vida de diversos grupos sociales
que caracterizan la diferenciación de clases objetiva, sin tomar en cuenta el estado de
autoconciencia de clase de los mismos.
Stalinismo y socialismo 725
(5) La ideología stalinista como parte necesaria, integral, del orden
stalinista con su lugar especial —el papel legitimador— en el sistema. La
clase dominante se presenta a sí misma como la «vanguardia de la clase
obrera», como el único sujeto histórico real que puede efectuar la realización del socialismo. Otro propósito de la ideología es mantener alguna
apariencia de unidad en una sociedad clasista fundamentalmente dividida y
desunida que ha sido privada del clásico mecanismo del conflicto de clases
y la transacción mutua. Para funcionar, esta sociedad necesita ciertos símbolos comunes que reúnan a los elementos dispersos de la sociedad (por
ejemplo, el «patriotismo socialista»).
Tomando en consideración esas características esenciales, este tipo de
orden social puede ser identificado como una sociedad política burocratizada, cuyo nombre mismo indica elementos básicos de semejante sistema:
la existencia de la burocracia política como la fuerza social independiente,
legítima, que, fusionando el poder político y el económico, es el único
elemento con el derecho a dirigir los procesos económicos y sociales y a
disponer de los excedentes productivos sociales; y la absolutización de las
instituciones políticas que subordinan a ella todas las formas de vida social.
Cabría también referirse a este sistema llamándolo «proto-socialismo»
(R. Bahro12) si un proceso evolutivo a largo plazo basado en la resistencia
ya existente al orden establecido pudiera abrirse paso a través de los diques
que hasta ahora han refrenado ulteriores procesos revolucionarios. Algunos autores soviéticos admiten semejante posibilidad, sobre todo tomando
en consideración la influencia cada vez más fuerte de las ideas del «eurocomunismo» en el público soviético. Esta evolución requeriría primero
importantes cambios en la posición de los productores, algo que ya ha
aparecido como una demanda hasta en las publicaciones oficiales soviéticas. Las primeras concesiones que el gobierno soviético se verá forzado a
hacer, quizás debido a la presión de acontecimientos foráneos (a fin de
mantener su liderazgo en el mundo socialista), tales como conceder condiciones mínimas para la participación de los productores en el proceso
gerencial, pueden causar la erosión de los fundamentos mismos de este
tipo de gobierno, que ha sido descrito de la manera más concisa con el
término ruso «edinonachalie»* («administración de un solo sentido»). En
12
Rudolf Bahro, The Alternative — Zur Kritik des Realexistierenden Sozialismus
(Frankfurt, 1977).
* N. del T. Edinonachalie: Dirección unipersonal, jefatura única.
726 Zagorka Golubovic
este sentido, es posible hablar de un potencial socialista constituido por
fuerzas productivas desarrolladas (la Unión Soviética tiene hoy la más grande
clase obrera calificada y los más numerosos cuadros de producción técnica
en el mundo) liberadas de la propiedad privada. Pero sólo si se rompen las
ataduras que actualmente mantienen cautivas a esas fuerzas sería posible
retomar el proceso de la revolución socialista y desde una posición mucho
más favorable que aquella en que se encuentra hoy día el mundo capitalista
desarrollado. Sin embargo, puesto que este tipo de tendencia de desarrollo
requiere ciertos cambios esenciales que todavía han de ocurrir, aún no es
posible decir que los procesos socialistas están en vigor en la Unión Soviética hoy, ni es posible considerar el sistema como un «período de transición». Si se toma como punto de partida el estado actual del orden social
soviético, otras vías de desarrollo todavía están abiertas y dirigidas en mayor medida «lejos» del socialismo que «hacia» él.
Tanto en calidad de práctica social como en calidad de ideología, el
stalinismo difiere cualitativamente de la idea marxista del socialismo. El
objetivo emancipatorio de un movimiento comunista revolucionario es la
liberación humana general del individuo de todas las formas de división
impuestas a las personas por la sociedad de clases. La realidad stalinista es
una nueva forma de dominación y esclavización que abarca a toda la sociedad estableciendo un control totalitario sobre todos los aspectos de la creatividad humana (desde la producción hasta las artes, las ciencias y la educación de un «Hombre Nuevo»).
La idea marxista de socialismo es contraria a todas las características
fundamentales de la práctica social y la conciencia social oficial del stalinismo. Se puede ver claramente la oposición cuando se confrontan las metas
y valores sociales implícitos en la idea marxista de socialismo con las metas
y valores del stalinismo. Lo mismo es válido cuando se comparan las instituciones stalinistas con el tipo de organización implícito en la idea del socialismo. Por último, la diferencia es visible cuando se confronta la concepción stalinista del «tipo ideal» de ser humano con la visión del individuo
liberado propia de Marx.
Los objetivos establecidos por el stalinismo como su programa práctico son diametralmente opuestos a las metas socialistas como fueron definidas por Marx. El fin fundamental del stalinismo es la consolidación y
mantenimiento del poder (lo cual es característico de toda la época socialista según la terminología stalinista), contrariamente a la comprensión marxista de que la meta básica del socialismo es la emancipación de la clase
Stalinismo y socialismo 727
obrera para efectuar la emancipación humana general. Esta última requiere la liberación de los individuos como humanos, no sólo como los miembros de una clase, sino de personas emancipadas de todas las condiciones
de sociabilidad impuestas, a fin de crear libremente un nuevo modelo de
sociabilidad a través de la acción autodeterminada y la autorrealización de
personalidades en desarrollo.
Al reducir el objetivo básico al de fortalecer el estado (el poder), se
hicieron necesariamente alteraciones en otros fines derivados. El sistema
stalinista no podía esforzarse por fortalecer la clase obrera en el sentido de
que ésta deviniera un sujeto social autónomo. Por el contrario, el sistema
necesita una clase obrera numerosa pero desintegrada, subordinada al estado y al partido. Así, se le plantearon las siguientes demandas a la clase
obrera: logro de una más alta productividad del trabajo (la producción
como un fin en sí mismo o, más exactamente, en la función de fortalecer el
poder del estado); la sumisión a una estricta disciplina; el stajanovismo
competitivo (que fue proclamado como la más alta forma de competición
socialista, mientras que, en realidad, era un poderoso medio de explotación).
El poder, y la producción como el fin en sí mismo de la política de
desarrollo social stalinista, se refuerzan mutuamente y fomentan la
absolutización del poder de la burocracia política. Se rechazó como objetivo la idea de igualdad social. La distribución no equitativa del ingreso
social para diversas contribuciones desiguales, fue justificada con los criterios de «utilidad social» determinados por la burocracia política.
La meta del desarrollo multilateral de las capacidades creativas de cada
individuo ha sido reemplazada por el entrenamiento unilateral de las capacidades laborales de la población masiva de los productores. El desarrollo
de las facultades espirituales es reservado para la élite cultural, mientras
que se le deja la calificación pericial supervisora exclusivamente a la élite
política. Esto muestra que la persona, como un todo, es considerada como
un instrumento y que el desarrollo del individuo humano está subordinado
a las tareas y necesidades del sistema social existente que se esfuerza por
mantener el orden dado (mantenerlo funcionando) y no por apoyar la transformación revolucionaria de las relaciones sociales que de otro modo abrirían posibilidades cualitativamente diferentes para el desarrollo de los potenciales humanos.
Análogo a la inversión causada por el stalinismo en la esfera de los
objetivos sociales, también se sigue un cambio en la concepción de los
728 Zagorka Golubovic
valores. El estandarte de toda revolución socialista seguramente tendría
que llevar las palabras «libertad», «igualdad», «solidaridad» y «justicia
social», denotando los valores básicos en cuyo nombre se han desatado
todas las grandes revoluciones sociales, pero a los cuales las clases que
triunfaron les dieron su propia interpretación. Todos los análisis del sistema
de valores stalinista confirman que la clase dominante no mantuvo esos
símbolos de revolución, ni siquiera como consignas. En vez de eso, definió
sus valores de acuerdo con los objetivos sociales modificados que han sido
formulados con la mayor brevedad como: un sistema de obligación individual a la colectividad y al estado («trabajo socialmente útil» y deberes
patrióticos); lealtad al partido y su «líder»; disciplina (obediencia y acatamiento de las asignaciones de trabajo); el fomento de un ethos colectivista
opuesto a la individualidad (la que es interpretada como una categoría
negativa); la modestia en vez de una satisfacción plena de las necesidades
humanas. En resumen, el stalinismo prefiere un sistema de valores que
incorpora una orientación heterónoma en vez de una autónoma y que
perpetúa la alienación y la cosificación de los humanos, en vez de valores
que fomentarían la emancipación en todas las esferas de la vida humana.
El término «libre asociación de productores» de Marx no existe en el
vocabulario stalinista, porque las asociaciones presuponen auto-organización y acción autodeterminada, mientras que el stalinismo considera que
cualquier actividad que vaya más allá de la estructura y el control del
aparato del estado y del partido es una «acción enemiga». Por lo tanto,
según el stalinismo, la organización estatal, y, por consiguiente, la actividad
dirigida, son las únicas formas de organización legalmente aceptables. Una
consecuencia lógica de semejante sistema es un desarrollo dirigido de la
personalidad. Puesto que nada puede ser dejado al azar en este tipo de
sistema, también la personalidad debe ser moldeada de acuerdo con metas
y valores sociales definidos. Por esas razones, el «tipo ideal» de persona
stalinista propone un individuo despersonalizado que es dependiente, servil
y disciplinado. Por eso, tanto en la práctica como en la ideología, el stalinismo es una apología de la no-libertad, la desigualdad y la alienación. Por
esas razones, no se lo puede tratar como una «desviación» respecto del
socialismo, sino como una genuina ruptura con la tradición revolucionaria
socialista.
Hoy día, no sólo los adversarios del comunismo, sino también muchos
que fueron sus adeptos hasta fecha reciente, se inclinan a rechazar la idea
del comunismo porque, según su manera de pensar, la realidad stalinista se
Stalinismo y socialismo 729
produjo como el resultado de la revolución socialista. Siguiendo esta línea
de razonamiento, la idea de socialismo está desacreditada, y se considera
necesario buscar otros ideales y tomar inspiración de teorías que no sean el
marxismo. Con la mayor frecuencia se busca inspiración en una nueva
religión o regresando al liberalismo y el parlamentarismo. A primera vista el
razonamiento parece lógico: si toda revolución hasta ahora catalogada como
«socialista» que se ha llevado a cabo «exitosamente» ha tenido resultados
muy similares que son muy diferentes de lo que se supone que sean las
metas de la revolución socialista, debe haber algo errado en la idea misma
de socialismo y en el marxismo como su concepción teórica. «Por lo tanto» —como se expresa por todas partes— «no estamos interesados en
ideales y Utopías, sino en resultados visibles, y éstos son desastrosos en lo
que respecta al socialismo». Sin embargo, también se olvida por completo
que el stalinismo, que sirvió como modelo en todos los otros países en que
el partido comunista está en el poder, es, en realidad, el resultado de una
contrarrevolución que fue llevada a cabo y no es la continuación de la
revolución socialista.
Un serio análisis de las diferencias fundamentales entre lo que se considera «socialismo realmente existente», aquí denominado stalinismo, y
aquellas ideas y aspiraciones que impulsaron a los movimientos comunistas desde el siglo XIX, conduce a conclusiones que difieren de las derivadas de una familiarización superficial con la génesis y fenómenos del stalinismo.
El rechazo del stalinismo abre la posibilidad de una rehabilitación de
las metas y valores socialistas. Sin embargo, eso no es suficiente para
reinstaurar la fe en la posibilidad de crear comunidades sociales que se
acercaran mucho más a la auténtica idea del socialismo. Es necesario reexaminar críticamente los fundamentos en que se basaban casi todos los
movimientos comunistas del siglo XX, teniendo presentes las experiencias
de las revoluciones no exitosas. Lo que se necesita es una apertura mucho
mayor al fermento y las acciones revolucionarios espontáneos y un respaldo mucho más fuerte de los actos personales, individuales y libres. Sólo
desde esa perspectiva nueva, más ampliamente democrática, podremos
convertir el sueño socialista, de una Utopía remota, en una posibilidad más
probable. El filósofo checo Karel Kosík dijo una vez que el socialismo
tiene su justificación histórica sólo mientras represente una «alternativa
revolucionaria y liberadora», que ofrece una perspectiva para abolir la miseria, la opresión, la injusticia, el engaño, la mistificación, la no libertad, el
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servilismo y la humillación. En este respecto, el socialismo es superior al
capitalismo. Pero para ofrecer realmente una solución alternativa, el movimiento comunista debe afrontar críticamente su propia mistificación. Separando el stalinismo del socialismo, se puede obtener el ímpetu para
revitalizar la tradición revolucionaria en los países en que el stalinismo ha
amenazado con enterrar toda esperanza.
Traducción del inglés: Desiderio Navarro
© Sobre el texto original: Zagorka Golubovic
© Sobre la traducción: Desiderio Navarro.
© Sobre la edición en español: Centro Teórico-Cultural Criterios.

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