Las palomas mensajeras en la historia de las comunicaciones 8
Transcripción
Las palomas mensajeras en la historia de las comunicaciones 8
Las palomas mensajeras en la historia de las comunicaciones 8 La paloma mensajera del arca de Noé. Tercera parte Nos habíamos detenido en el tramo final del diluvio bíblico. Había cesado de llover y poco a poco las aguas fueron retrocediendo. El enorme navío de cedro calafateado, donde se hallaban embarcados los únicos sobrevivientes de la fauna planetaria, se había posado sobre el monte Ararat. Las cumbres de los montes cercanos reaparecieron. Cuando transcurrieron cuarenta días –y aquí pedimos que se observe atentamente la secuencia de los hechos–, Noé abrió la ventana del arca (8:6)”y soltó un cuervo (8:7) el cual yendo salía y retornaba hasta que se secaron las aguas sobre la tierra”. Como el relator no nos aclara qué es lo que ocurrió con este pájaro después que Noé dedujo a través de él que las aguas “se habían secado”, podríamos suponer que lo envió a descansar (porque había volado mucho en el ínterin) o que no había regresado al arca la última vez que salió. Esto último pudo ser debido a que al encontrar tierras emergidas decidió arreglárselas por su propia cuenta. Debemos recordar a este respecto que el cuervo común (Corvus corax) es un animal omnívoro, carroñero y oportunista, por lo que incluso antes de retirarse las aguas, con una multitud de cadáveres de todo tipo flotando a la deriva, pudo tener a su disposición provisiones en cantidades más que suficientes como para poder continuar sobreviviendo a su entero albedrío. Eso es lo que podría haber acontecido puesto que de no haber sido así, si se hallase aquel disponible, ¿para qué necesitaría Noé despachar después de él a una paloma, a una nueva ave exploradora de diferente especie? Y hemos escrito “exploradora” en letras cursivas porque no nos parece apropiado llamarlas “mensajeras” ni cosa que se le parezca. Lo que ellas hicieron en realidad, fue sobrevolar los alrededores del arca deseando regresar a su hábitat natural, al espacio geográfico del que habían sido arrancadas unos días antes de desatarse el diluvio. Si a su debido tiempo volvieron y después no lo hicieron más, los mensajes implícitos que pusieron a disposición de Noé no fueron otros más que los que aquel mismo podía inferir a través de esos dos opuestos comportamientos: Si regresaban, era porque las aguas no habían descendido aún tanto como él esperaba; si no volvían, era porque habían encontrado algún lugar donde asentarse. ¿Cómo podríamos llamarlas entonces? No podrían ser tomadas por “exploradoras”, porque explorar es una acción voluntaria y consciente. Ellas, por sí mismas, no exploraban nada; sólo sobrevolaban por aquellos acuosos paisajes la nostalgia infinita que sentían por sus desaparecidos territorios. Noé era el que intentaba averiguar a través de ellas (si regresaban o no) lo que estaba ocurriendo. Tampoco resultaría correcto llamarlas “observadoras” o cosa por el estilo, porque lo único que estimulaba la extensión y duración de sus vuelos era, como señalábamos recién, la posibilidad de regresar a sus terruños. Pero si aceptamos nomás denominarlas “mensajeras”, porque al final de cuentas su misión consistía en proporcionarle a Noé la noticia de si las aguas se habían escurrido o no, tendremos que convenir entonces en que se trataba de una forma muy distinta de lo que entendemos hoy por mensajear, por trasladar una comunicación de una parte a otra más o menos alejada de la primera; de llevar a cabo una actividad que supone la existencia de un remitente y de un destinatario desemejantes; de un emisor y un receptor que jamás son la misma persona. Noé se mensajeaba en este caso a sí mismo y además, la respuesta que esperaba recibir a través de esas aves (que bien pudieron haber sido cualesquiera otras) no era para nada segura; podría ser incluso una muy distinta de la esperada, porque sólo estaba fundada en lo aparente. Supongamos que el cuervo aquel no volvió al arca tras su última salida. ¿Cuál pudo ser la causa? ¿No podría haberse accidentado? Lo cierto es que el autor de este relato hace que Noé necesite confirmar el informe de aquel pajarraco y señala a continuación: “Después (8:8) soltó una paloma, para comprobar si (las aguas) se habían retirado de la superficie terrestre”, mas, (8:9) como no hallase ésta dónde posarse volvió al arca y Noé, alargando su mano, la asió (¿se trataba de una paloma amansada?) y la introdujo en ella.” Como puede verse, la deducción del patriarca respecto al mensaje que le había dejado el cuervo había fallado. Según la paloma, ahí se hallaban las fastidiosas aguas todavía. Así que el patriarca aguardó a que transcurrieran siete días más (8:10) y la sacó a ojear el panorama nuevamente. Fue entonces cuando ella volvió al atardecer (8:11) portando en el pico una hoja verde de olivo (no “una ramita” como algunos creen), conociendo Noé a través de ello que las aguas ya se habían retirado. ¿Si eso había ocurrido, por qué tuvo que regresar a la embarcación? Como alguien dejó apuntado por ahí, lo más probable es que hubiese construido en su interior un nido, y hasta que empollara o tuviese pichones. ¿Era entonces una hembra? Sólo ella se habría alejado por tantas horas del nido y hubiese regresado a él al atardecer mientas el macho se hallaba a cargo de la nidada o de los pichones. Tenemos que suponer también que su regreso con la hojita de olivo en el pico pudo ocurrir durante el período del año en que en el hemisferio boreal tiene lugar la temporada de reproducción, en cuyo caso, la llevada de la hoja podría haber estado conectada con su instinto innato de nidificar o, habiéndolo hecho, de agregar ese objeto vegetal a un nido preexistente. ¿Traía comida en el buche? ¿Volvió con las patas lavadas o embarradas? Eso también podría haberle servido de muestra a Noé (que podía asirla) para comprobar si las tierras habían quedado realmente al descubierto. Pero es evidente que ni el autor de esta leyenda ni Noé eran palomeros ni tampoco unos agudos observadores de las costumbres de las aves de su época. Tal vez el cuentista eligió enviar primero al cuervo por pura casualidad, no a causa de su hoy reconocida inteligencia. En cuanto a la hoja aquella, tenemos también algo que decir. Recordemos que el olivo es un árbol de la familia de las Oleáceas que llega a alcanzar hasta 15 metros de altura y que sus hojas son opuestas y lanceoladas. Miden unos 8 cm de longitud por dos de ancho, y son de un verde brillante por arriba y blanquecinas en el envés. Esta especie es cultivada en todas las regiones del Mediterráneo con exposición soleada y libre de heladas. Deviene del acebuche, que es más arbustivo, de ramas espinosas y de hojas y frutos más pequeños Se cree que comenzó a ser cultivado por el 4000 a.C. en la región que ocupan actualmente Siria e Irán. El aceite de oliva tenía una gran importancia en la liturgia judía y cabe recordar que Jesús fue crucificado en un lugar poblado de tales árboles. El caso es que Noé podría haberse preguntado después que la paloma volvió con la hoja aquella en el pico: ¿Y si el árbol de donde la obtuvo tuviese catorce metros con 90 centímetros de alto y la inundación dejaba ver sólo 10 centímetros de la copa? Así que aguardó siete días más para volverla a soltar y esta vez no regresó (8:12). Dedujo entonces que las aguas se habían retirado definitivamente. Pero, pensamos nosotros, cabía también la posibilidad de que, como en el caso del cuervo, hubiese sufrido un accidente… Es cierto, eso era posible, pero el relato ya no daba para más; había llegado el momento de ponerle el punto final. El relator necesitaba ahora que los viajeros abandonaran el arca y repoblaran la Tierra, sólo eso. Pero no pudo con su genio: héte aquí se le ocurrió hacer entrar en escena al más inaudito de los numerosos contrasentidos que esta historia bíblica contiene. Pero vamos a hablar acerca de él en el próximo comentario. Fuente: Un cacho de colomb&cultura. La verdadera historia de las palomas mensajeras. Autor: J.C.R. Ceballos.