01-44 Domingo 30 – A Ex.22.20-27 // I Tes.1.5-10 // Mt.22.34

Transcripción

01-44 Domingo 30 – A Ex.22.20-27 // I Tes.1.5-10 // Mt.22.34
01‐44 Domingo 30 – A Ex.22.20‐27 // I Tes.1.5‐10 // Mt.22.34‐40 Francesco di Bernardone: joven alegre, bien parecido, rico, fiestero. Le gustan el baile y la música, y siempre se encuentra rodeado de amigos que con brío celebran la vida. – Un día, montado en su hermoso alazán, ve que por el camino se le acerca un leproso: cara desfigurada horriblemente, por habérsele caído labios, orejas y nariz. Francesco se cubre la cara con la capa para no verlo, y le da un rodeo amplio para no toparse con él. Pero apenas le ha pasado, ¡es como si le clavara un cuchillo en el corazón! ¿Si yo fuera ese leproso? ¿Y si es Cristo quien me viene al encuentro en esa ‘ruina’ humana? Da la vuelta. Desmonta del caballo. Abraza al leproso, ¡y le besa en la mejilla! – Cambia la palabra ‘leproso’ por ‘sidoso’, y tú: ¡haz lo mismo! Nos da ‘devoción’ prender una vela ante una imagen de yeso del Sagrado Corazón, pero ¿soy capaz de bañar a un deambulante apestoso en la ‘Fondita de Jesús’? La Madre Teresa dedicó durante 50 años todas sus energías a recoger y cuidar a los más desechados y mugrientos que encontraba tirados en los alcantarillados y basureros de Calcuta. Porque, “lo que hiciste al más miserable de mis hermanos, a Mí mismo lo hiciste” (Mt.25.40). Delicadeza con el Desventurado La primera lectura (Ex.22.20‐27) pertenece a las partes más antiguas y originales de la Legis‐
lación de Israel, y la diferencian notablemente de la legislación de las demás naciones vecinas. Expresan el amor preferencial de Dios por toda persona que sufre, sean forasteros (que en el mundo antiguo no tenían protección legal contra toda clase de vejámenes), sean viudas y huérfanos (que carecían de la protección de un varón, responsable de sus derechos y defensa). Desde luego, aquí va incluido cualquier otro grupo o segmento de la población que, por una razón u otra, era especialmente vulnerable o nece‐
sitado. – El motivo que aquí se da (v.20b) es porque “vosotros mismos fuisteis forasteros en Egipto”. O sea, la experiencia muy dura de la esclavitud y de los trabajos forzados en Egipto tenían, de parte de Dios, un propósito providencial: que, por haber experimentado en carne propia el sufrimiento, apren‐
dieran a comprender el dolor del otro. Y ésta es la verdadera “com‐pasión”: ponerse en los zapatos del otro y sentir su dolor como si fuese el cuchillo en la propia carne. Así se ve cuán significativa es esta palabra “compasión”= padecer‐junto‐con‐el‐otro1. – Hay al final (v.25‐26) un detalle de gran delicadeza. En aquel tiempo la gente pobre tenía sólo dos cosas de cierto valor que, por esto, podían servir como prenda en caso que el pobre tuviera que tomar prestado algún dinero. Eran la piedra de su molino de mano (que se necesitaba cada mañana para moler el grano y hacer el pan), y el “manto”. Este último era como el zarape del campesino mexicano: le servía de abrigo contra la lluvia durante el día, y de frisa contra el frío por la noche. Sería inhumano que el prestamista se quedara por la noche con ese zarape, mientras dejaba al pobre sin dormir por el frío. Luego, es un caso concreto en que la Ley enseña real caridad y comprensión para con el prójimo necesitado. Esta misma ley se repite en Dt.24.10‐13, pero redactada de tal forma que insiste en que en un tal caso hay que proceder con delicadeza especial para con el pobre: el prestamista no puede entrar en su casa y tomar sin más el zarape. Sino el pobre mismo tiene que entregárselo: todo esto, para no humillar todavía más al pobre que ya sufre tanto. – Jesús, en 1
En v.24 se prohíbe cobrar interés por un dinero prestado. Pero esta restricción vale solamente de los préstamos a miembros del mismo pueblo de Israel. Pero Dt.23.21 trata del préstamo a un extranjero, ¡y entonces, sí se permite cobrar interés!: “Al extranjero podrás prestarle a interés”. Ya ves: ¡esto todavía no es el Evangelio! el Evangelio, va aún más lejos, cuando dice: “No le vuelvas la espalda a quien te pide que le prestes algo: presta sin esperar nada a cambio” (vea Mt.5.42 y Lc.6.35). – Por los Árboles no ver el Bosque Los rabinos de la época de Jesús habían analizado a fondo la Ley de Moisés, y habían llegado a la conclusión que, en total, abarca 613 mandamientos específicos: de los cuales 248 son mandatos positi‐
vos, mientras otras 365 son prohibiciones negativas: ¡qué labirinto de bosque por tantos árboles! Mu‐
chos doctores de la Ley pensaban que todas ellas obligaban con la misma fuerza, pues ¿quién es el ser humano para declarar qué es importante en las leyes de Dios, y qué no? – Otros doctores buscaban en‐
tre tantas leyes a una que pudiera servir de ‘fuente’ o criterio supremo para catalogar las demás. P.ej. la pregunta del “joven rico” busca respuesta a esta inquietud (vea LMt.19.16). Había varias opiniones. Ya Miqueas había dicho: “Todo lo que el Señor te exige es: practicar la equidad, amar la misericordia, y caminar humildemente con tu Dios” (6.8), ‐ y el viejo Tobías había dicho: “No hagas a nadie lo que no quie‐ras te hagan a ti” (4.15). – Luego, la pregunta que le hacen a Jesús es para saber cuál es su opinión en esta disputa. Ya algunos rabinos solían contestarla, citando Dt.6.5: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”, etc. Ahora Jesús hace suya esta opinión, pero no se limita a este solo mandamiento, sino en seguida añade un segundo precepto, en una combinación que nadie antes había hecho. Pues en seguida añade al amor a Dios, el amor al prójimo: “Y el segundo, que es de igual importancia, es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. También ésta es una cita del Antiguo Testamento: viene de Lev.19.18. Entonces, ¿no hay nada nuevo en la enseñanza de Jesús? ¡No, todo lo contrario! Pues cuando miras el contexto del segundo mandamiento en Lev.19.18, verás que aquel ‘prójimo’ se refiere exclusivamente a los miembros del Pueblo de Israel. Luego manda amar a los compatriotas, pero de ninguna manera a gente de otras naciones y ¡mucho menos al enemigo! La misma exégesis judía especifica que se trata del solo Israelita, no del Samaritano, ni del extranjero, ni del prosélito2. El mismo Jesús cita esta interpreta‐
ción, común en sus días: “Amarás a tu prójimo, y odiarás a tu enemigo”, pero en seguida la rechaza: “Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, rogad por los que os persigan: para que seáis hijos de vues‐
tro Padre celestial: que hace salir su sol sobre buenos y malos. Pues si amáis sólo a los que os aman ¿qué recompensa vais a tener?” etc. (vea Mt.5.43‐48). – La relación entre estos dos mandamientos es: ‘amar a Dios’ es muy general y fácilmente se queda en fantasías irreales. Solamente cuando se “suda” el amor, bregando con sidosos, deambulantes, desahuciados, presos y otras personas no tan ‘lovable’, se de‐
muestra la calidad del amor. Por esto dice San Juan: “Si tú dices: ‘Yo amo a Dios’, mientras aborreces a tu hermano, eres mentiroso. Pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (I Jn. 4.20). – De hecho, este mandato doble del amor a Dios y al prójimo no sólo es el “resumen” de todas las normas morales de la Ley, sino es la “llave hermenéutica” o el criterio para interpretar toda la Escritura. Por esto dice Jesús: “De estos dos mandamientos se deriva toda la Ley y los Profetas”. Y hay que saber que en días de Jesús “la Ley y los Profetas” era expresión común para decir: ‘la Biblia entera’. Este mandamiento doble es el criterio que nos indica la relativa importancia de tantas cosas que se di‐
cen en la Biblia y que, por ser tantas, fácilmente nos resultan un bosque en que nos perdemos. Pero, al final sólo el amor o la caridad subsiste, y será ella la que nos hará “ver cara a cara” a Dios (I Cor.13.12). ‐ 2
Vea el excelente comentario de Louis Pirot y Albert Clamer: La Sainte Bible, tome II, Paris 1946, pags.148‐149. 

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