Descargar - Noemí Trujillo

Transcripción

Descargar - Noemí Trujillo
QUIÉREME COMO LA HERMANA QUE NO TENGO Dedicado a A.M.T. Lunes noche, 22:00 h. Mensajes de WhatsApp. —¿Qué tal tus ojos? —escribió Elisabeth. —Bien, aunque veo sombras —contestó Lidia—. No sé si podré ir mañana al estreno de tu obra o tendré que ir al funeral. —Tranquila, tienes que estar con tu familia. —Me da rabia, ¡has trabajado tanto! —No te preocupes, estará varios días en cartel. Puedes venir otro día —
escribió Elisabeth para tranquilizar a su amiga. —Ya, pero me apetecía estar ahí el primer día y aplaudirte. Tiene mucho mérito lo que has hecho. —Solo es una corta obra de teatro —escribió Elisabeth mientras se levantaba a llevarle agua a su hija mayor—. Además, nadie conoce el teatro de Miguel Hernández. Todo el mundo prefiere a Lorca. —Por eso mismo. Pero vamos, que sabes que estaré ahí contigo. —Lo sé, Lidia, tranquila. ¿Qué tal tu fin de semana? —Bien, en la casa de Torija. Ricardo se llevó a los niños con sus padres para que tuviera un rato para estudiar para los exámenes; son la semana que viene. —Qué suerte tienes con Ricardo —escribió Elisabeth. —Sí, la verdad, no me puedo quejar. Aunque esta Navidad no se ha estirado nada. —Mujer, con el gasto de la casa… es normal. —Ya. Dice que cómo me va a comprar un regalo, si siempre estoy con él. Lo mismito lleva diciendo todo este año. Por mi cumpleaños quería cumplir con el lavavajillas. Y esta Navidad me ha tocado Muñoz Molina, de bolsillo. —A mí Jorge me ha regalado el último libro de Carrère, en francés. Yo no leo francés, pero bueno… se lo ha comprado para él, y me lo ha regalado a mí. Ni siquiera lo envolvió. —Mi Ricardo se merecería a alguien que se gastara todo el dinero en caprichos, en maquillaje. Se iba a enterar. Yo no me gasto un euro en nada para mí. —Pues te tienes que comprar un caprichito de vez en cuando, Lidia. Si no nos cuidamos nosotras a ver quién nos va a cuidar. Aunque yo digo mucho, pero tampoco lo hago. —¿Estás nerviosa, por la obra? —le preguntó Lidia a su amiga mientras recogía los platos de la cena. —Un poco sí. —Saldrá bien, seguro. Ánimo. Lidia siempre le enviaba palabras de ánimo a su amiga Elisabeth. Porque Elisabeth tenía costumbre de venirse abajo a veces sin motivo. Elisabeth también apoyaba a Lidia todo lo que podía, y más cuando la veía enganchada en alguna idea circular de aquellas que le hacían daño y no se marchaban en un tiempo. Ambas eran de la misma edad, nacidas en el 76, y quizá demasiado susceptibles. —Acabo de leer un libro tristísimo y me ha hecho llorar —escribió Elisabeth a Lidia. —¿Cuál? —El nadador en el mar secreto, de Willian Kotzwinkle. Me ha dejado un mal cuerpo… —¿Por qué? —preguntó extrañada Lidia. Su amiga era una gran lectora, no imaginaba qué podía haber pasado con ese libro. —Porque me ha hecho pensar en los partos de mis dos hijas —escribió Elisabeth. —¿Y? —Nada. Que tengo suerte de que nacieran bien, que todo fuera bien. Tengo dos hijas preciosas. —Sí. ¿Qué tal la pequeña? —Bien, aunque el fin de semana nos dio un susto tremendo. Se le movió un tendón del brazo y pasamos la noche del viernes en el hospital universitario Montepríncipe. Jorge me regañó porque me puse muy nerviosa. —Pues mujer, normal, con el susto… ¿está bien ya? —Sí, ya mueve el brazo con normalidad. Le hicieron radiografías para ver si lo tenía roto, y nada, todo bien; después le hicieron análisis para comprobar que no fuera un problema de artritis, decía el traumatólogo que las artritis, cuando comienzan, duelen mucho. Yo me agobié mucho pensando en qué clase de vida le esperaba si ya tenía artritis con dos años… y lloré. —Como para no llorar. —No podía mover el brazo, lo tenía como muerto. Y le dolía mucho. —Pobrecita. —Y al final los análisis salieron bien. Así que nos dijeron que lo más normal es que fuera una luxación. —Ah. —Y no sé, luego me he leído ese libro…. Y me ha dado por llorar. —Estás nerviosa por el estreno, Lizzy. —No estoy nerviosa… —¿Irá Jorge, no? —No, está de viaje de trabajo. —Vaya. Joder. —No te preocupes, Lidia. No pasa nada. —No sabía que no podía ir Jorge, sino le hubiera dicho a Ricardo que no le acompañaba al funeral de su abuela. —No te preocupes, de verdad. Estaré bien. —¿Qué tal Alberto en el papel de Juan? — preguntó Lidia. —Bien. —Cuéntame algo más…. —Nada más, ya lo sabes, yo soy Encarnación, su prima enamorada… —¿Y Jorge no tiene celos? —¿Y qué celos va a tener? Si es teatro… —El labrador de más aire… —Eso es. Creo que algo celoso sí está. No le gusta que salga tanto, que deje a los niños con la canguro, que vuelva tan tarde a casa… —Son unos egoístas. —Ni que Alberto sea tan joven… —Y tan guapo. —Joven y guapo, sí. Bésame a la una, las dos y las tres… —Me encantaría verte, Lizzy. —Lo sé. —Temo olvidarme del papel. —Lo harás muy bien. Una cosa… —¿Qué? —¿Va a ir tu hermana a verte? —No. —Ay… —Ya sabes que no tengo hermana. Hace tiempo que no me quiere. Desde que no le doy dinero no soy buena para ella. —No se lo tengas en cuenta, es joven… —Lidia… —¿Qué? —Necesito que me quieras como la hermana que no tengo. —Sabes que ya es así. —Lo sé. —Mucha mierda mañana. ©
Noemí Trujillo Giacomelli 

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