La intermediación del voto. - Instituto Electoral del Estado de México
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La intermediación del voto. - Instituto Electoral del Estado de México
La intermediación del voto.* Actores políticos y sociales en la formación de preferencias electorales en las campañas brasileñas Fenelon Rocha** Resumen Este artículo enfoca los condicionantes del voto, desde una perspectiva institucionalista. Hace un análisis del papel desarrollado por los principales actores políticos y sociales en las elecciones presidenciales brasileñas del período 1989-2002. Encuentra que las alianzas en torno a las candidaturas son sobre todo alianzas de actores, no de partidos, que en Brasil tienen baja referencia como interlocutores con la sociedad; y que esos diversos actores son importantes intermediadores del voto, por su carácter institucional que genera patrones de comportamiento. El trabajo también destaca el papel estratégico de los esfuerzos comunicacionales en las campañas, ahora de carácter permanente, en el acercamiento a esos actores. * ** Palabras Clave: Elección, Campañas, Actores políticos, Institucionalismo, Brasil. Abstract This paper focuses the vote’s conditioning, under institutionalism perspective. It makes an analysis of the role performed by the main political and social actors in the Brazilians presidential elections botween 1989 and 2002. This work finds that the alliances around the candidacies are above all actors’ alliances, not parties coalition, that in Brazil have low reference in the dialogue with the society; and that those several actors are important in vote’s intermediation, for its institutional character that generates patterns of behavior. The Este artículo es una adaptación del trabajo final de la asignatura “Representación y Participación Política”, impartida por la profesora Marisa Ramos Rollón, en el programa de doctorado en Procesos Políticos Contemporáneos, de la Universidad de Salamanca (España), coordinado por el profesor Manuel Alcántara. Fenelon Rocha es becario del Gobierno Brasileño (Capes). Alumno de Doctorado, Universidad de Salamanca [email protected] 79 work also emphasizes the strategic role of the communication efforts in the campaigns, now permanents, in the approach with those actors. Word key: Election, Campaigns, political Actors, Institutionalism, Brazil. 1. Consideraciones iniciales Los resultados electorales muchas veces generan espanto. También generan mucha discusión ya sea con respecto a la explicación de sus razones, como con respecto al comportamiento del elector. Hay casos como la elección de Nestor Kirchner, en Argentina, quien ni siquiera era visto como favorito en su partido; o el de Alberto Fujimori, en Peru, que contrarió todos los pronósticos iniciales y venció a Vargas Llosa. En Brasil, Fernando Collor es también apuntado como producto de un espantoso aparato de comunicación que hizo de su elección algo novedosa e inesperada. Casos como esos, muchas veces son acompañados por la alabanza al poder de las modernas técnicas de campañas electorales contemporáneas, apuntadas como realizadoras de milagros por la mano de los recursos del marketing político. La elección de Lula da Silva, en Brasil (2002), es uno de esos casos: el publicitario Duda Mendonça fue alzado a la condición del milagrero al llevar 80 al ex líder sindical al mando del país. Pero cabe preguntar si los milagros existen en política o si los resultados —inesperados o previsibles— son el producto de un conjunto de factores, entre ellos la misma campaña. Haciendo ese cuestionamiento, este artículo busca poner de manifiesto además de las campañas la influencia de otros factores, en concreto el papel de los actores políticos y sociales, como iglesias, medios de comunicación, empresariado, sindicatos y movimientos sociales. En concreto, en una pregunta central: ¿cuál es el papel de los actores políticos y sociales en la conformación de las preferencias del electorado? Cabe otras preguntas: ¿cuál es el lugar de los partidos entre esos actores? ¿Es, de hecho, decisivo el poder de los otros actores en la intermediación del voto? Es más: ¿son las campañas parte decisiva en la construcción de la decisión del elector? ¿Deben las campañas ser comprendidas como una acción más amplia cuya concepción estratégica incluye el acercamiento a los actores más relevantes? La hipótesis abrazada aquí es que los actores políticos y no-políticos son fundamentales en la conformación de las opciones de voto. No se quiere con esto retomar la teoría de los efectos mínimos (Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, 1944), quitando im- portancia de la campaña misma. Los actores son importantes por diversos motivos: por la capacidad de producir patrones de comportamiento, por aportar recursos o por generar percepciones aglutinadoras y precondiciones favorables a una determinada tendencia. Y que las campañas actúan en el largo plazo, creando desde temprano los escenarios que posibilitan la atracción de segmentos sociales para una candidatura dada. Para llevar a cabo este intento, el trabajo analiza las condiciones competitivas brasileñas, en concreto la participación de un grupo de actores — partidos, iglesias, sindicatos, movimientos sociales, intelectuales, elites económicas y medios— y desde ahí busca desarrollar un cuadro de apoyos recibidos por los dos principales candidatos de cada una de las 4 últimas elecciones presidenciales. El trabajo está estructurado en tres apartados. El primero es un recorrido al soporte teórico. El segundo hace un repaso de las elecciones brasileñas, siguiendo en el tercero un análisis de la participación de los actores en las elecciones, con la elaboración de un índice de participación de los actores. Para finalizar, ofrece una conclusión. Los actores analizados están divididos en seis grupos: los actores del 1. campo empresarial y económico; los medios de comunicación; los sindicatos y movimientos sociales; comunidad universitaria e intelectuales; las iglesias; y los actores políticos. 2. Marcos Teóricos La elección es un momento especialmente importante para las democracias, por lo que representa en concreto o simbólicamente. Este lugar central es destacado por amplia literatura1. En concreto, seleccionan personas y propuestas; simbólicamente, establecen una concertación entre el elector y el sistema político, garantizando legitimidad al proceso y a los gobiernos y gobernantes. Así, las elecciones son asociadas con tres funciones fundamentales: generar representación, producir gobierno y ofrecer legitimación. Generar representación consiste en que, “aceptado el origen popular de la soberanía y descartada la democracia directa como vía ordinaria de decisión política, se impone la necesidad de designar un cuerpo representativo que se ocupe de los asuntos públicos”. Producir gobierno, por su parte, se trata de “facilitar la gestión de programas políticos viables, mediante la designación de líderes y equipos con capacidad, con la posibilidad de llevarlos a la Ver entre otros Manin (1998), Vallés y Bosch (1997), Sartori (1992), Anduiza (1999) y Anduiza y Bosch ( 2004). 81 práctica”. Ofrecer legitimación, por su turno, consiste en que “quien ejerce la acción de gobierno sea percibido cómo justo titular de tal posición” (Vallés y Bosch, 1997: 17-27). Los resultados de las elecciones no pueden ser concebidos sin su fase previa e inmediata, las campañas, en la que se establece un abierto y amplio proceso de estrechamiento con el ciudadano en la búsqueda de su adhesión a candidaturas y propuestas. Las campañas electorales son definidas como un conjunto de acciones de comunicación con el propósito de influir en la selección de dirigentes y así contribuir para el juego democrático (Trent y Freidenberg, 2000); son las acciones realizadas en un período de tiempo específico con la intención de influir sobre el comportamiento del ciudadano votante (Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, 1944); o aún un proceso donde la información se vuelve herramienta de aprendizaje sobre partidos y candidatos, con impacto sobre la educación cívica (Joslyn, 1990) y la movilización (Norris, 2000), influyendo en la percepción sobre los contrincantes y produciendo reacciones de los electores (Sides, et. al. 2003; Kolovos y Harris, 2005), que de ahí pueden decidir si votan y cómo/por quién votan. De modo más amplio, las campañas son la puerta de entrada a la democracia. 82 Por supuesto, las campañas no son una acción unilateral, sino un diálogo que se establece entre los varios segmentos de la sociedad, que actúan según sus percepciones, convicciones e intereses. Este diálogo se da desde un juego de seducción en que las estrategias son dirigidas a la construcción de una específica visión de mundo. Figueiredo, et. al. (1999) observa que los discursos de las campañas son de naturaleza ficcional, tanto los gobernantes como los opositores buscando construir “mundos posibles” (percepciones de la realidad) que son la traducción de una realidad imaginada, ni uno ni otro guardando compromiso con el real. El autor brasileño y sus colegas utilizan la gráfica situación del vaso a media agua, donde cada lado de la contienda intenta mostrar su visión: para uno el vaso está casi lleno, para otro, casi vacío; o, en la idea de los mundos posibles, los gobernantes tienden a decir que el mundo es bueno y se quedará todavía mejor, al paso que los desafiantes analizan el mundo como malo, pero que con el cambio se volverá bueno. Ese abordaje se acerca a la visión racionalista del voto retrospectivo y prospectivo, enfatizando la construcción de la percepción pública como factor importante en la evaluación popular y así en la decisión de voto. Esto también hace que las campañas sean miradas como un juego en que muchos actores participan, cada uno con interés propio: son variables dependientes de factores como el nivel de institucionalización de los diversos actores políticos y sociales; y de la competencia entre los mismos actores, que desarrollan un juego para demarcación de sus territorios, con el propósito de garantizar mayor espacio de poder. Así, el análisis de las campañas está determinado por marcos del institucionalismo, comprendiendo las instituciones como estructurantes de las conductas ciudadanas (Peters, 2003; O’Donnell, 1996); y de la teoría de juegos, donde cada actor participante busca optimizar sus ganancias (Sánchez-Cuenca, 2004). En el marco del institucionalismo, los actores que participan del proceso político son instituciones que deben ser llevadas en cuenta como generadores de patrones de comportamiento colectivo (Peters, 2003; Théret, 2003; North, 1993); son de hecho organizaciones con representatividad que establecen un mínimo de sintonía entre las expectativas de sus integrantes y las elecciones que hacen (Rounce, 2004). Así como las instituciones son resultado del conjunto de individuos que las conforman, son también trillas orientado- ras de las conductas individuales, no sólo legitimando las decisiones, sino también constriñendo a los mismos individuos, haciendo que se acerquen a un comportamiento más general, estandarizado (Peters, 2003). Formales o informales, ellas son estructuras con reglas estandarizadas, estableciendo un patrón de interacción que “es conocido, practicado y aceptado (si bien no necesariamente aprobado) por actores que tienen la expectativa de seguir interactuando bajo las reglas sancionadas y sostenidas por este patrón” (O’Donnell, 1996: 10). En esta concepción institucional está la idea de acatamiento, que se materializa por el premio/castigo: los que siguen la orientación general del grupo son beneficiados, al paso que las discrepancias de comportamiento sufren las puniciones. Precisamente, por la capacidad de generar patrones, las instituciones importan en los procesos políticos, entre ellos las campañas electorales, cuando partidos y candidatos buscan el apoyo de organizaciones formalmente constituidas —sindicatos, organizaciones patronales, iglesias— así como el de liderazgos aislados, sobretodo en países como Brasil, donde los partidos presentan un bajo nivel de institucionalización y el soporte de otros actores tiene destacado relevo. 83 Para North (1993: 13), “las instituciones son las reglas del juego en una sociedad o, más formalmente, son las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana. Por consiguiente, estructuran incentivos en el intercambio humano, sea político, social o económico”. La comparación con un juego no es por casualidad, y se encaja a perfección con los procesos electorales, donde los actores presentes en ese juego hacen opciones estratégicas buscando mayores ganancias, lo que permite un abordaje de las campañas desde la teoría de juegos. Esa teoría es comprendida como una percepción sobre los movimientos estratégicos (Sanchez-Cuenca, 2004) y como una teoría de las coaliciones (Riker, 1992), lo que significa comprender que actores adoptan posiciones estratégicas cuando deciden por el apoyo o rechazo a determinados candidatos, buscando resultados que les parezcan más ventajosos bajo algún tipo de valoración. Los principios de la teoría de juegos parten de la presuposición común al arcabozo de la teoría económica, según la cual los agentes siempre actúan en función de sus preferencias, buscando maximizar su utilidad. Y que, una vez identificados los demás actores del juego, sus preferencias y estrategias, se busca la mejor alternativa teniendo como plano la maximización de los resultados. 84 “La premisa de la que parte el supuesto de racionalidad es muy sencilla: los agentes ya sean actores individuales, es decir personas, o colectivos, como Estado, partidos políticos, sindicatos, clases sociales, tienen deseos sobre cómo les gustaría que fuera el mundo y creencias acerca de cómo funciona el mundo” (Sanches-Cuenca, 2004: 13). Esos deseos son las preferencias, en función de las cuales los agentes actúan. Ese ordenamiento de las preferencias se produce cuando el agente busca establecer una función de utilidad, creando un ranking de sus alternativas, desde la alternativa óptima a la opción no deseada. No siempre la mejor alternativa es posible, de ahí que se busque la elección de la opción factible que produzca el más amplio beneficio en aquel escenario. Cuando el juego de actores se da en un escenario de certezas, las funciones de utilidad son muy simples; todo cambia radicalmente cuando las incertidumbres predominan, como son en general las campañas electorales, que cuentan con diversos actores y ofrecen diversas posibilidades. Las campañas actúan en el medio ambiente político intentando crear las condiciones que lleven el elector a hacer determinada opción, alterando su percepción sobre las alternativas posibles. O, según Figueiredo, et. al. (1999), haciendo predominante una visión de mundo que haga al ciudadano más propenso a seguirla por considerarla más ventajosa. levisión es destacada como elemento central en la acción comunicativa. La literatura destaca tres momentos en la evolución de los estudios de las campañas electorales y sus efectos (Crespo, 2002). El primero, localizado en la entreguerras, enfatiza la comunicación de masa como factor determinante en la “fabricación” de un consenso; tiene al elector como un receptor pasivo y vulnerable a los medios. Una segunda fase, de la década de 1940 hasta los años 1960, abraza la teoría de los efectos mínimos (Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, 1944): deprecia el papel de las campañas, dando énfasis a condicionantes sociológicos como la identificación partidista, relaciones de lealtad e ideas preconcebidas por parte del elector, que se identificaría con los candidatos que tienen afinidades con sus propias visiones de mundo. El tercer momento se consolida desde la década de 1970 y se mantiene hasta hoy, caracterizándose por comprender las campañas como un proceso cognitivo de largo plazo2; se produce cuando los estudios sobre los medios ganan protagonismo, observados los efectos desde la teoría de la agenda-setting y las estrategias discursivas de encuadramiento y persuasión política; la te- La concepción de las campañas como acción de largo plazo y acumulación de informaciones3 coincide con la presencia del marketing en los procesos políticos, que por su parte está vinculado a la pérdida de credibilidad de las instituciones políticas, a la mano del crecimiento del número de electores sin preferencias partidarias o desapegados de lealtades. El marketing político significa la incorporación de técnicas del campo comercial al área política, con planificación minuciosa y amplia propaganda. Bajo esta visión, la comunicación planificada y estratégica es esencial para la construcción de imágenes de partidos y candidatos. Cambia el propio entendimiento sobre campaña: en términos normativos, ésta es el período oficialmente destinado a la realización de mítines con el intento de persuadir al elector sobre una oferta electoral; de hecho, son acciones permanentes que empiezan tan pronto termina la disputa anterior. Las campañas permanentes, asociadas notablemente al modelo americano de primarias, es una realidad diseminada por, prácticamente, todos los sistemas de democracia liberal. 2. 3. Sobre la evolución de la comunicación política, ver Nimmo y Sanders (1981), Martinez Pandiani (2000), Norris (2000), Norris et al (1999), además de Wolf (1992), McQuail (2000) y Miguel (2003). La idea de acumulación de información es pertinente con el mosaic model of communication de Becker (1971), según quien varios fragmentos informativos van a formar una percepción más general y integrada. La concepción de campaña permanente se ajusta a ese modelo. 85 El estudio de las campañas es desarrollado desde la atención a algunas dimensiones. Para Kaid y Holtz-Bacha (1995), las campañas son conformadas por el sistema político, la estructura del sistema de medios de comunicación (incluyendo las condiciones de acceso de partidos y candidatos a los medios) y la cultura política4. El sistema político funciona como variable explicativa para las prácticas de campaña, como por ejemplo el personalismo exacerbado en el caso del presidencialismo. El personalismo puede ser todavía más fuerte en sistemas proporcionales de listas abiertas, como el brasileño. La estructuración de los medios tiene impacto notable en la política, donde hace gran diferencia el control estatal o privado, en especial de los canales televisivos, así como la posibilidad o no de comprar espacio en la televisión (Kaid y Holtz-Bacha, 1995; Swanson y Mancini, 1996; Norris, 2000). Pero la cultura política hace que contextos sistémicos cercanos se alejen en la práctica política, sobre todo cuando los actores sociales tienen pesos muy distintos de una sociedad a otra. Como las campañas son un diálogo entre varios actores, hay actores que hablan más fuerte que otros y se hacen más decisivos en el proceso político. 4. 5. 3. Las elecciones presidenciales, campañas y actores Las elecciones son uno de los elementos centrales del proceso político democrático, es cierto. Pero no bastan elecciones; es necesaria atención a las condiciones en las que se desarrolla la contienda. No por casualidad, Dahl (1989) enfatiza las condiciones de competición entre las características de un sistema poliárquico5. Esas condiciones esenciales a la poliarquía sólo van a ser encontradas en Brasil desde la segunda mitad de la década de 1980, luego de la redemocratización, después de 21 años de dictadura militar. La evolución de los procesos electorales en Brasil, especialmente en lo que dice respeto del derecho al voto, es una larga y tortuosa caminata. El sistema político sufrió muchos cambios: en el Imperio, Brasil adoptó el parlamentarismo con voto distrital; con la República, bajo el presidencialismo, contempló el voto acumulativo y luego el voto vinculado (Fleischer, 1988a). Hace parte de la historia del país la debilidad institucional del sistema de partidos (Carey y Reinhardt, 2003; Mainwaring, 1998; Samuels, 1997), factor que perdura y es apun- LedDuc, Niemi y Norris (2001) relacionan 4 dimensiones, así como Swanson y Mancini (1996) apuntan 5. Pero considero que la aportación de Kaid y Holtz-Bacha es una síntesis más ajustada. Las siete características relacionadas por Robert Dahl en su clásico La Poliarquía (Madrid: Tecnos, 1989) son: autoridades públicas electas; realización de elecciones libres y limpias; sufragio universal; derecho a competir por los cargos públicos; libertad de expresión; posibilidad de información alternativa; y libertad de asociación. Esto es, no se refiere sólo a la necesidad de campañas libres, limpias y regulares, sino también a otros factores, como la posibilidad de libre manifestación y comunicación alternativa. 86 tado como uno de los determinantes en la conformación del proceso electoral, agrandando la importancia de otros actores políticos y sociales6. La fuerza de otros sectores es patente desde la independencia (1822). Una cierta estabilidad en la política brasileña del Segundo Imperio (18411889), incluso con la larga vida de los partidos Conservadores y Liberales, no esconde la realidad de prácticas políticas específicas, sobre todo en el momento de las elecciones, cuando liderazgos regionales hacían valer su fuerza particular por delante de la ley. El propio derecho al voto era decidido en cada municipio por una comisión que, bajo fuerte influencia del poder local, interpretaba la ley como mejor le convenía. Muchos inscritos eran empleados o dependientes del liderazgo político, que los trataba como ganado: en el día de la votación, eran llevados para la ciudad y mantenidos vestidos, alimentados y escondidos — para no ser atraídos por los adversarios— hasta el momento de depositar el voto en la urna (Graham, 1997). En esta práctica está la génesis del clientelismo, del fraude y del caciquismo que hasta hoy mantiene gran control sobre el direccionamiento del voto en el interior de Brasil. 6. Las elecciones de hoy tienen otra realidad competitiva, seguramente abierta, limpia y con amplio espacio para la contradicción, según un análisis normativo. Pero el poder de clientela persiste, ejercido por algunos pocos actores que mantienen en las manos la capacidad de generar beneficios, casi siempre a través del acceso al poder público. En las pequeñas ciudades, la fuerza del caciquismo es garantizada por relaciones de intercambio avaladas por el institucionalizado uso particular de los puestos gubernamentales. El caciquismo se alimenta del gobiernismo. “Le faltan principios políticos o ideológicos, y los compromisos electorales son hechos a base de cosas concretas, intereses que deben corresponder a los votos dados” (Costa, 1978: 117). En el período de campañas, estos liderazgos son buscados como soporte necesario a la viabilidad de candidaturas; y las alianzas son formalizadas a base de intercambios en la forma de cargos u otros beneficios del gobiernismo. La actuación del cacique es sólo un ejemplo del poder de actores por delante de los partidos, históricamente confinados a lugar coadyuvante. Entre los actores con fuerte presencia en la vida política brasileña, algunos tienen Para mayor detalle sobre el sistema de partidos en Brasil, ver especialmente Mainwaring (1998), Samuels (1997), Carey y Reinhardt (2003) y Sadek (1993). Kinzo (2001) hace un análisis específico sobre partido y elección, en concreto sobre el voto partidista. Respecto al papel de diversos actores políticos y sociales en Brasil y América Latina, ver entre otros Mainwaring (1987 y 1990), Della Cava (1988), Levine (1996), Bruneau (1992), Diniz (1988), Farias (2000), Freston (1999) y Miguel (1999 y 2004), además del ya citado Carey y Reinhardt. 87 especial poder de influir, como las iglesias, en especial la iglesia católica. En el periodo de transición a la democracia, la iglesia católica se volvió en el más importante apoyo a las fuerzas de oposición al régimen militar, a través de las CEBs, las Comunidades Eclesiales de Base (Mainwaring, 1987; Della Cava, 1988). En las dos últimas décadas, las iglesias evangélicas pasaron a ejercer gran influencia, con deliberada acción en el escenario electoral, apoyando candidatos cercanos a la organización o lanzando sus propios candidatos. Entre los evangélicos, merece ser destacada la Iglesia Universal del Reino de Dios, que hoy controla un partido y tiene su propia bancada parlamentaria (Oro, 2003). El papel de los sindicatos y movimientos sociales es históricamente reconocido por la literatura: no está por demás recordar que los partidos de masas son resultado sobre todo de la ascensión del movimiento obrero (Panebianco, 1982). Las elites intelectuales también influyen de manera importante, sobre todo desde la actuación del segmento artístico y las universidades. Por su parte, las elites económicas actúan especialmente como soporte de recursos y capacidad de agendamiento. Uno de los ejemplos más destacados en el caso de Brasil es la elección de Fernando Collor, en 1989, cuando el gran capital lo ha apoyado sin 88 reservas, temeroso de la elección de un candidato de la izquierda (Conti, 1999). En esa elite económica merece un análisis aparte el papel de los medios de comunicación, que actúan a la vez como actores de acción directa, hablando según sus intereses particularizados, y como intermediarios de otros actores con capacidad de influir sobre la agenda mediática. Con seguridad, ese doble papel garantiza un lugar destacado a los medios, que actúan como generador de imágenes no sólo por el agendamiento sino también por el encuadramiento de la política y los políticos. Los principales hechos de la política brasileña en las últimas décadas son testigos del destacado papel de los medios, en especial de la TV Globo, con papel sobresaliente en las cuatro elecciones presidenciales (Miguel, 1999 y 2004). La presencia de esos actores en el juego electoral parece más determinante que el papel de los partidos. Si la función de los partidos es de intermediación política con la sociedad, donde debería ocupar el lugar de principal interlocutor (Alcántara, 1997), en Brasil las organizaciones partidistas suelen seguir un más amplio conjunto de actores, incluso porque los partidos, en efecto, no tienen candidaturas, sino los candidatos tienen partidos bajo su control. Las organizaciones partidarias, en general, funcionan como ins- trumentos de legalización de las candidaturas. Aún cuando el PT —por lo menos antes de llegar al poder— suele ser recordado como una excepción (Samuels, 1997), la regla es que cada candidato busca viabilizarse desde la asociación con distintos sectores de la sociedad, haciéndose competidor efectivo desde las afueras de los partidos. La debilidad de los partidos brasileños tiene amplia evidencia ya, sea por el alto transfuguismo naturalizado que hace que muchos diputados y senadores cambien de sigla incluso antes de empezar el mandato (Melo, 2000), o por la actuación parlamentaria que prioriza el interés local, muchas veces en contra de la orientación del liderazgo partidario (Carey y Reinhardt, 2003). El foco local se justifica por el interés del parlamentario en garantizar los apoyos de regiones que de hecho son las responsables por su elección. Datos presentados por Alcántara (2004) muestran que la práctica política brasileña, admitida por los mismos políticos, es de campañas financiadas por cuenta del candidato, con baja dependencia de la estructura partidaria (Cuadro 1). La práctica alcanza todas las siglas, incluso el PT, que a menudo es apuntado como un caso aparte en la debilidad institucional del sistema de partidos. De verdad, los parlamentarios no deben su elección al partido; son dueños de sus propios mandatos, votando en el Parlamento según le convenga, incluso cambiando de partido conforme pautas no siempre de naturaleza política7. CUADRO 1: El peso de los candidatos en su campaña política Partido Media N P PDT 2,18 11 PFL 2,86 7 PMDB 2,53 15 PPB (PP) 2,29 7 PSDB 2,55 11 2 PT 2,20 10 1 FUENTE: Alcántara (2004: 310) Pregunta: Piense en el modo en que su partido designa a sus candidatos para las elecciones nacionales al Congreso e indique cual de los siguientes procesos coinciden con el modo de nombrar a los candidatos que utiliza su partido: los candidatos son los principales promotores de su campaña política, intentando movilizar apoyo local y nacional. 1=Casi Nunca; 2=A veces; 3=Muy a menudo. 7. Uno de los más destacados escándalos del período Lula da Silva está relacionado al pago de mensualidades a parlamentarios de diversos partidos (incluso de la base gobiernista) para que votasen en las materias de interés del Ejecutivo. 89 Otro aspecto que revela la debilidad partidaria y el énfasis en las personas es la discrepancia entre las votaciones de los candidatos presidenciales y el resultado para el Parlamento de una misma sigla. En 1994, la candidatura de Eneas Carneiro obtuvo 7,4% de los votos nacionales, aunque su partido, el Prona, no logró elegir un sólo representante en el Congreso. Quizá más representativo todavía sea el caso de PMDB, en el mismo 1994: logró elegir casi una cuarta parte del Congreso (21,5% en la Cámara de Diputados y 25,9% en el Senado Federal), mientras su candidato a la presidencia de la República, Orestes Quércia, aparcó en distantes 4,4%. Los intereses locales suelen dictar los rumbos de la política, independiente de las decisiones partidarias. Como ejemplo, se puede anotar dos casos de la elección de 2002, cuando el PMDB ha formalizado coalición con el PSDB, indicando el candidato a vicepresidente de José Serra. En el estado de Piauí, el principal líder pemedebista, Mão Santa, sencillamente decidió apoyar Lula, por sus divergencias con el PFL, que en el estado se aliara con PSDB. En Maranhão, también por los politiqueos locales, el ex presidente José Sarney ha decidido apoyar Lula. Además, es ilustrativo notar que Sarney es del PMDB y que su hija Roseana Sarney, ex gobernadora de Maranhão, es del PFL. 90 4. Los actores y las elecciones en el Brasil democrático La acción de los diversos actores con el intento de hacerse influir es efectiva en todos los momentos de la política: presionando el comportamiento del Parlamento, actuando para orientar las políticas adoptadas por el Ejecutivo o aún garantizando (o quitando) las condiciones de gobernabilidad de un mandatario. Pero es en las campañas cuando ellos se enseñan de modo más explícito; es también cuando más son buscados como fuente de apoyo e intermediación de votos. Sea sindicato, iglesia o organización patronal, cada actor aporta algo a la campaña, aunque en volumen y forma distintos: mientras las organizaciones patronales suelen aportar recursos materiales, los movimientos sociales tienen especial capacidad de generar movilización, además de poseer vocación para la producción de nuevos repertorios de acción colectiva que suelen atraer la atención de los medios y ayudan a producir imágenes específicas en torno del cuadro político. Con la redemocratización, los principales actores pasan a ser intensamente buscados por las candidaturas presidenciales, como forma de asegurar la competitividad de competidores. Pero así como las coaliciones po- líticas son diversas a cada campaña, el alineamiento político de los principales actores brasileños sufre variaciones importantes, especialmente cuando hacemos el comparativo entre la primera y la última de esas disputas, y principalmente cuando observamos el comportamiento de medios de comunicación y del gran empresariado, además de parte de las iglesias evangélicas. A continuación, se hace un análisis sobre la actuación de cada uno de los seis grupos de actores en las campañas brasileñas. 4.1. Los actores empresariales y económicos La influencia de los empresarios en la política se hace sistemático y organizado a partir de la década de 1930 (Diniz, 1988). En la apertura política (1974-1985), actuó para asegurar que la flexibilización prometida para el campo político también les beneficiase (Diniz, 1988). Con la democracia, esa presencia se hace más visible, donde la elección de Tasso Jereissati para el gobierno de Ceará en 1986 es emblemática: sin ningún vínculo político, Jereissati se ha presentado con una sólo identificación, la de líder del Centro Industrial de Ceará. Pero la actuación del capital casi siempre se da de modo indirecto, apoyando políticos tradicionales que en cambio abrazan los compromisos del sector. Así es el caso de la elección de Fernando Collor, el ejemplo más elocuente. En la primera elección presidencial post democratización, la elite económica buscaba un nombre “fiable” que pudiese apoyar. Los nombres de confianza presentes en el escenario político de entonces eran particularmente dos, Ulysses Guimarães, del PMDB, y Aureliano Chaves, del PFL. Ambos, sin embargo, sufrían el desgaste del vínculo con el impopular gobierno Sarney, reduciendo sus posibilidades de victoria ante Leonel Brizola (PDT), entonces apuntado como el candidato de izquierda con mayores posibilidades de victoria (Canabrava, 1988). Brizola tenía el rechazo del empresariado por su oratoria excesivamente nacionalista y antiamericanista. La búsqueda de una alternativa llegó a recaer sobre el empresario Antônio Ermírio de Moraes, que también no conseguía animar el electorado. En ese momento surge Fernando Collor de Melo, con discurso de cambio que lo alejaba del gobierno Sarney y garantizaba apoyo popular. Se hacía fiable a los empresarios, pues él mismo pertenecía a un gran grupo empresarial del Nordeste, además de abrazar la defensa de la liberalización económica. También con un discurso 91 de cambio, Lula viabilizó su candidatura en el campo popular, pero era igual o más rechazado que Brizola en el medio empresarial: el ex obrero ofrecía un pasado como líder de huelgas y un presente lleno de propuestas extremas, como el calote de la deuda. Collor recibe lo más amplio apoyo de los empresarios, traducido ejemplarmente en la frase de Mario Amato, entonces presidente de la poderosa federación de las industrias de São Paulo (FIESP), para quien la elección de Lula representaría la huida inmediata de “800 mil” empresarios (Conti, 1999). El apoyo dado a Lula era inexpresivo: la elite económica y financiera brasileña estaba prácticamente toda al lado de Collor, aportando recursos económicos que aseguraron la organización de aquélla que quizá haya sido la más cara campaña presidencial hasta hoy. En 1994, luego de la renuncia de Collor barrido por escándalos de corrupción, otras vez los empresarios buscaban alternativas al favoritismo de Lula. El nombre conservador con apoyo popular era del entonces alcalde de São Paulo, Paulo Maluf, que sin embargo mantenía relaciones conflictivas con importantes liderazgos del sector, como Roberto Marinho, 8. 9. dueño de las Organizaciones Globo (Dimenstein y Souza, 1994). Sin alternativa, grandes empresarios llegaron a reunirse con Lula, acercándose al “futuro presidente”, a pesar de su atemorizador discurso nacionalista y estatista. El lanzamiento del Plan Real8 hizo surgir una alternativa viable: Fernando Henrique Cardoso. Pronto los empresarios abandonaron la idea de aceptar a Lula, echando todas sus fichas en la candidatura de Cardoso, presentado como “padre del Real”. Según datos de la revista Exame, publicados en la edición de 31 de agosto de 1994, el 97% del grande empresariado de São Paulo manifestaban preferencia por el tucán9. En 1998, no había duda: la gran mayoría del empresariado apoyaba Cardoso, no sólo por representar la confianza que Lula no lograba ofrecer, pero también por la todavía significativa dependencia que sectores empresariales mantienen del Estado —y Cardoso era presidente—. En 2002, hay dos movimientos distintos que llevan a una expresiva parte del empresariado a cambiar el rumbo: primero, los problemas económicos desgastaron el segundo gobierno Cardoso, criticado especialmente por empresarios exportadores; segundo, Plano macroeconómico implantado entre marzo y julio de 1994 que controló la inflación y recibió amplio apoyo popular. Es apuntado como base del éxito de cardoso en las elecciones de octubre. Los integrantes del PSDB son así llamados por el símbolo del partido, un tucán (en portugués, tucano). 92 la larga y muy cuidada aproximación de Lula y el PT a las elites empresariales rendía frutos. Al mismo tiempo en que mostró una imagen más maleable, flexibilizó su política de alianzas y moderó drásticamente el discurso; el PT creaba puentes de relación con las elites económica (Rubim, 2004; Rocha, 2004). Para vicepresidente Lula escogió el senador José Alencar, gran empresario con actuación en el exterior. El candidato del gobierno, José Serra (PSDB), tenía más receptividad entre los integrantes del sector financiero. Lula alcanzó una posición nunca antes disfrutada junto al empresariado. 4.2. Los medios de comunicación Los medios de comunicación tienen una larga historia de vínculo con la política. La prensa nació política, a través de la Gazeta do Rio de Janeiro, lanzada por el gobierno imperial tan pronto desembarcó en el Brasil, en 1808, fugándose de las fuerzas napoleónicas. Las refriegas políticas hasta fines de la República Vieja, en 1930, eran alimentadas por periódicos enganchados a las tesis de grupos políticos. La prensa se modernizó en la postguerra, pero sin dejar de tener explícita actuación política, como en las denuncias que llevaron al suicidio de Getúlio Var- gas (1954), o en la producción y sustento del clima propicio al golpe de 1964. El régimen militar avala el surgimiento y consolidación de la televisión Globo, que pronto se vuelve en el gran sustento mediático de la dictadura, en una relación de interdependencia que duraría hasta el fin del autoritarismo (Herz, 1987; Lima, 2001). La democratización no aleja a la emisora del papel de avaladora política: ha sido fundamental en los acuerdos para la elección de Tancredo Neves (1985). En ningún otro momento los medios nacionales estuvieron tan unidos como en la elección de Fernando Collor, en 1989 (Conti, 1999). Durante más de un año, periódicos, emisoras de TV, radios y revistas destacaron las aparentes calidades del Caçador de Marajás10, “olvidándose” de los defectos. En la práctica, los medios de comunicación crearon un escenario de representación política (Lima, 1996) a la medida para el perfil de Collor, en antítesis a los candidatos de izquierda Brizola y Lula. Globo fue el principal portavoz de ese proceso de mitificación: con un efectivo monopolio de la audiencia televisiva —siempre arriba del 50% de share, a veces llegando a 80%—, usando y abusando de la capacidad de agendar y encuadrar la política11. La posición de las Organizacio- 10. El término estaba asociado al compate a los funcionarios con altos ingresos, que tenian vida de opulencia tal y como un Rajá. La prensa pone en Collor el apodo de Cazador de Rajás (en portugués, Caçador de Marajás). 11. Hay amplia literatura sobre la actuación de los medios de comunicación en general y de Globo en particular, en la elección de Collor. Entre ellos Fausto Neto (1990), Lima (1996 y 2001), Melo (1994), Rubim (1989), Porto (1995), Conti (1999) y Colling (2004). 93 nes Globo (TV, periódicos, radios, revistas) siempre garantizaba a su propietario, Roberto Marinho, un lugar central en las articulaciones políticas, como ha revelado el propio Lula: “Tuve dos grandes momentos [con Roberto Marino]. Uno en Paris, cuando discutimos las elecciones de 1989. Y otro, en la sede del [periódico] O Globo, cuando discutimos la participación de él en el impeachment de Collor”. (entrevista al Jornal Nacional, dìa 07/08/2003. Disponible en http://jornalnacional.globo. com/Jornalismo/JN/0,,AA7780323586,00.html). Pero si Globo es identificada como la gran maquinadora política en el ámbito de los medios, esto se debe a su posición extraordinariamente diferenciada como principal canal de información y entretenimiento del brasileño (Conti, 1999), ya que en la elección de 1989, prácticamente todos los medios de comunicación tenían un mismo candidato y por él trabajaron intensamente: Collor. En 1994, el envolvimiento de los medios no ocurrió tan temprano: Lula y Maluf aparecían como los candidatos viables, ninguno de los dos arrebatando los empresarios del área. En este escenario, el referencial Roberto Marinho buscaba una alternativa —y el 94 nombre siempre recordado en las reservadas charlas del empresario con políticos era el del entonces ministro de la Seguridad, Antônio Brito, un ex reportero de la propia Globo que se volviera portavoz de Tancredo Neves por influencia personal de Marinho (Lima, 2001). Lula intentaba acercarse a Marinho, con poco éxito. Hasta mayo de 1994, las relaciones se mantenían cordiales, pero sin que Globo tomara partido por (o en contra) ningún candidato: Marinho aún esperaba una alternativa que tardaba en aparecer. Con la preparación del Plan Real, el nombre de Fernando Henrique Cardoso ganó resonancia popular. Al final de junio, mientras asistía por la TV a las transmisiones de los juegos del Mundial de Fútbol, Lula fue sorprendido al oír al locutor de Globo haciendo propaganda del Real, llamando a la participación popular para que el plan económico tuviese éxito. Teóricamente, era un discurso a favor del país, pero Lula no tuvo dudas: “Globo entró en la campaña”, dijo el petista, desalentado (Dimenstein y Souza, 1994: 207). De hecho entró intensamente, a favor de la candidatura de Cardoso; y no sólo la emisora de Marinho, sino la mayoría de los medios, importantes en el clima de euforia popular en torno al plan. En 1998, Brasil no vio la campaña electoral en la TV. Y poco pudo leer sobre ella en los periódicos. Como medio referencial, la postura de Globo fue de claro silencio, en un agendamiento al revés. Como revela el estudio de Miguel (1999), en los tres meses entre la final del Mundial de Fútbol y las elecciones, los temas relacionados a la elección ocuparon tan sólo 4,6% del espacio del más importante telediario de la emisora, el Jornal Nacional, principal fuente de información de la mayoría de los brasileños (Cuadro 2). Además, la mayoría de los temas relacionados a la campaña que salieron al aire se encuadraba en los llamados a fait divers. “El debate electoral, entendido como evento de campaña envolviendo los candidatos y sus apoyadores, sus declaraciones, su propuestas de gobierno, movilizaciones de calle, mítines etc., mereció sola- mente 10 minutos y 24 segundos, o sea, 0,6% del tiempo total del noticiero” (Miguel, 1999: 3). El silencio de los medios es interpretado por los estudiosos como una estrategia para evitarse el debate político que claramente favorecería la oposición (Miguel, 1999 y 2004; Colling, 2004). Ni siquiera los temas espinosos que salieron al aire en la propaganda de los candidatos fueron repercutidos. En 2002 la estrategia de los medios de comunicación en general y de Globo en particular fue exactamente inversa a la de 1998: nunca una campaña presidencial tuvo tanta visibilidad, ni siquiera la de 1989, la primera después de casi 30 años. En un trabajo semejante al realizado sobre las elecciones de 1998, Miguel CUADRO 2: Tiempo Dedicado a las Elecciones en el Jornal Nacional, de TV Globo, del 13 de julio al 3 de octubre de 1998 13-18/7 20/7-8/8 10-22/8 24/8-5/9 7-19/9 28/9-3/10 Total Debate electoral 0:00:08 0:00:28 0:01:49 0:00:45 0:00:00 0:07:14 0:10:24 Sondeos 0:00:00 0:05:56 0:02:15 0:05:19 0:04:13 0:13:32 0:31:15 Variedades/ servicios 0:05:34 0:01:34 0:01:58 0:00:00 0:01:36 0:24:13 0:34:55 Total sobre elecciones 0:05:42 0:07:58 0:06:02 0:06:04 0:05:49 0:44:59 1:16:34 Tiempo total del JN 5:39:33 5:42:29 4:47:51 3:44:12 3:46:18 4:13:06 27:53:29 Tema FUENTE: Miguel (1999: 3) 95 (2004) mostró que en las 14 semanas anteriores a las elecciones de 2002, la TV Globo destinó un sustancial espacio a la cobertura electoral, ocupando 12h55min05s del Jornal Nacional, un 29,4% del total ([Cuadro 3). Si se consideran los reportajes sobre las disputas regionales, ese índice asciende a 31,2%, o más de seis veces respecto a la elección anterior. Todos los programas periodísticos de la emisora siguieron esa línea, incluyendo entrevistas en directo con los cuatro principales candidatos en tres distintos telediarios, además de dos debates. Los estudiosos en general destacan esta cobertura como la que mejor atendió a los criterios de noticiabilidad, resguardando un tratamiento bastante ecuánime entre los candidatos. En el caso de TV Globo, la mayoría no deja de acentuar en esa postura dos estrategias conjuntas: la primera, rehacer la imagen de la emisora, desgastada por involucrarse de modo tan explícito en otros momentos de la política nacional; la segunda, sutilmente favorecer al candidato gobiernista, José Serra, que carecía de mayor visibilidad en la confrontación con el bastante conocido Lula, CUADRO 3: Cobertura de la Primera Ronda de las Elecciones Presidenciales en 2002, en el Jornal Nacional Tema 1 a 13/7 15 a 27/7 29/7 a 10/8 12 a 24/8 26/8 a 7/9 9 a 21/9 23/9 a 5/10 Total Sondeos 0:03:48 0:05:55 0:10:08 0:04:29 0:07:14 0:09:30 0:12:58 0:53:52 Variedades/ 0:04:49 0:09:54 0:09:17 0:05:41 0:00:53 0:00:21 0:25:01 0:55:56 1:17:37 1:07:04 1:26:33 1:10:15 0:56:19 0:40:17 1:38:46 8:16:51 – – 0:24:42 0:53:14 0:39:52 0:36:11 0:15:12 2:49:11 1:26:14 1:22:53 2:10:40 2:13:39 1:44:08 1:26:19 2:31:57 12:55:50 7:13:42 8:04:21 8:34:34 6:39:11 4:11:38 4:21:03 4:52:52 43:57:14 Servicios Debate electoral Problemas brasileños Total para elecciones Total del JN FUENTE: Miguel (2004: 295) 96 que además lideraba la carrera electoral con tranquilidad (Fausto Neto y Verón, 2003; Rubim, 2004; Miguel, 2004; Colling, 2004). Globo y otros medios silencian respecto las denuncias contra el ex coordinador financiero de la campaña de Serra y exacerban las críticas a la candidatura de Ciro Gomes, cuando en agosto él creció y amenazó dejar al candidato gobiernista fuera de la segunda vuelta. La tarea de explotar la candidatura de Ciro fue desempeñada especialmente por el periódico Folha de S. Paulo y la revista Veja (Aldé, 2004). A pesar de esos análisis, es indiscutible que Lula ha recibido de los medios un encuadramiento muy positivo. 4.3. Las Iglesias La actuación política de las iglesias hace parte de la historia de las religiones. En Brasil, como en toda América, la iglesia católica desembarcó con los colonizadores, mezclando despachos palaciegos y sacristías en la gestión del país. Desde la década de 1950, los aires reformadores de la postguerra cambian ese estrecho vínculo. Los cambios alcanzan los pasillos de la Santa Sede con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, generando una iglesia más popular. En América Latina esa relación se traduce en las Comisiones Eclesiales de Base, las CEBS, que a su vez desaguan en la Teología de la Liberación, con gran influencia desde los años 1960 hasta mediados de los años 1980, y en las pastorales de la Tierra y Obrera, como también en el Consejo Indigenista Misionero (Della Cava, 1988). La actuación política en Brasil es inequívoca: la iglesia católica se convierte en la principal voz contra la dictadura militar (Mainwaring, 1987), y soporte en la formación del Partido de los Trabajadores (Santana, 1999). Las iglesias evangélicas, pasan a tener mayor importancia en la América Católica en la postguerra, con una acción política casi siempre vinculada al poder público. Pero con la redemocratización se hace más organizada y dirigida a la política partidista, en especial con la emergencia de la Iglesia Universal del Reino de Dios, creada en 1977 y ahora presente en más de 40 países (Freston, 1999). En las elecciones, las candidaturas buscan el apoyo de las iglesias por su poder de legitimación y por su influencia que en el caso de la Universal ha logrado un nivel de transferencia de votos que a veces es igual al número de fieles (Santana, 1999). Tanta influencia se materializa a través de recursos que van más allá de los púlpitos. Las iglesias controlan un extraordinario soporte de comunicación, que incluye incluso una de las mayores redes de TV de Brasil (Cuadro 4). 97 CUADRO 4: Presencia de las iglesias en la radiodifusión Iglesias Universal Católica Baptista Adventista del 7º Día Asamblea de Dios Evangelio Cuadrangular Renacer en Cristo TV 21* 4 – 1 4 1 1 Repetidoras 47 178 – – – – – Radio 80 190 100 21 12 4 6 * Incluye las redes Record (TV abierta), Familia y Mujer (pagadas). FUENTE: Lima (2001: 111) Desde la primera de las últimas elecciones presidenciales, la iglesia católica estuvo mayoritariamente en torno a Lula. En 1989, el apoyo fue amplio, con intensa participación sobre todo del clero progresista. En 1994, Lula se mantiene como el preferido de los católicos aunque Cardoso logre importantes apoyos, que aumentan en 1998. En 2002, otra vez los católicos respaldan ampliamente la candidatura Lula. Por su parte, las evangélicas cambiaron más de posición. En 1989, la mayoría se perfiló con Collor, siguiendo con Cardoso en 1994 e 1998, luego cambiando de rumbo, en 2002 la mayoría respaldando Lula. La actuación evangélica tiene como referencia la Iglesia Universal, la segunda mayor del segmento por detrás de la Asamblea de Dios. Pero la universal es más activa incluso en el campo partidista, donde tiene una organización bajo con- 98 trol propio. Fue importante compañera de Collor en 1989, cambiando de lado 13 años más tarde: en 2002 el PL, partido entonces vinculado a la iglesia, hizo coalición con el PT e indicó el vicepresidente de Lula, el empresario José Alencar. 4.4. Los sindicatos y los movimientos sociales La gran cantidad de inmigrantes europeos que desembarcó en Brasil al final del siglo XIX e inicio del siglo XX produjo significativo impacto en la organización de los trabajadores, con protagonismo de los anarquistas de origen italiano. Los duros conflictos de las primeras décadas cambian con la revolución de 1930, que enfatiza la centralización del poder e implica la adopción de un modelo de organización sindical bajo la tutela del Estado, limitando la acción legal de los sindicatos sobre todo en relación a la política partidista. Pero el entramado legal no impide los vínculos entre sindicatos y partidos, en especial en la República Populista (1945-1964), en que la inclusión de las masas era parte del discurso de los principales liderazgos, como Getúlio Vargas, João Goulart y Leonel Brizola. El golpe militar de 1964 interviene en la organización sindical, con la cesación de los principales liderazgos, reemplazados en los sindicatos por interventores nombrados por la dictadura. La reacción del movimiento obrero fue el surgimiento del “nuevo sindicalismo”, inicialmente con las osadas huelgas de Osasco y Contagem, al final de la década de 1960, luego con las grandes huelgas de los metalúrgicos paulistas, en el período 1978-80, de dónde surgió Lula y las bases del mismo PT y de la CUT, la principal central operaria de Brasil (Santana, 1999). El apoyo electoral del movimiento sindical en las campañas se mantuvo vivo incluso en la dictadura, respaldando candidatos vinculados a los partidos ideológicos clandestinos, que militaban en MDB. En la fase democrática, los apoyos han sido abiertos y formales, garantizando soporte simbólico y de recursos. Un soporte nada despreciable: CUT reúne 3.326 entidades que representan 22 millones de trabajadores, entre quiénes 7,4 millones son asociados a la central12. Força Sindical [Fuerza Sindical] representa más de 10 millones de trabajadores, en cuanto CGT, con 1.023 sindicatos afiliados, contabiliza 6,3 millones de trabajadores, de los cuales 1,8 millón son afiliados. CUT y Fuerza Sindical actúan en confrontación directa, tanto en el área sindical como en el campo político. En todas las campañas desde 1989, CUT asume plenamente el apoyo a la candidatura Lula. En 1989, Leonel Brizola recibe apoyo de liderazgos laborales de expresión sólo en Rio de Janeiro y Rio Grande do Sul, y casi nada en São Paulo. Por su parte, Fernando Collor logra penetrar en las bases petistas desde el apoyo de los liderazgos vinculados a CGT y de la entonces naciente Fuerza Sindical, entre ellos el líder metalúrgico Rogério Magri —estrella del movimiento sindical opuesto a CUT y que después vendría a ser Ministro del Trabajo del nuevo gobierno—. Aun así, la ventaja de Lula era muy expresiva. En 1994, CUT mantiene el integral apoyo a Lula, incluso en el combate al recién-lanzado plan Real. La central sindical llevó a las calles una cam- 12. Los datos relactivos a la CUT, CGT y Fuerza Sindical –tanto referente al alcance de sus actuaciones como a las decisiones por ellas adoptadas– fueron cogidos a partir de los documentos e informaciones disponibles en www.cut.org.br, www.cgt.org.br y www.forcasindical.org.br. 99 paña cuyo slogan era “parece pesadilla, pero es Real” con el intento de descalificar el plan y el “padre del Real”, Fernando Henrique Cardoso (Dimenstein e Souza, 1994). El “brazo sindical del PT” pierde capacidad de movilización en razón del éxito popular del plan económico. Cardoso recoge apoyo de los liderazgos más conservadores, entre ellos Luís Antônio de Medeiros, con origen en la CGT y fundador de la Fuerza Sindical, próximo al PFL —el partido que indicaría el vicepresidente de Cardoso—. En las elecciones de 1998, la situación es semejante: la CUT en abierto apoyo a Lula; la CGT y la Fuerza con Cardoso. Medeiros se candidata (y se elige) diputado federal por el PFL. En 2002, la posición de Lula no se altera, con total apoyo cutista y también de diverso sindicatos sin vínculo automático con las tres centrales de trabajadores. Serra tiene posición débil en el área, ya que la Fuerza Sindical se vincula a Ciro Gomes, indicando candidato a vicepresidente el líder metalúrgico Paulinho Pereira da Silva, afiliado al PTB. En la confrontación directa con Serra, la ventaja de Lula es quizá mayor que la que tenía con relación a Collor 13 años antes, ayudado por la difícil situación económica del país que hacía crecer las críticas contra el gobierno y su candidato. 100 En lo que respecta a los movimientos sociales, Lula tuvo en Leonel Brizola, en 1989, su competidor más directo. Brizola atraía liderazgos de las organizaciones étnicas —especialmente el movimiento negro— y comunitarias, sobre todo en Río de Janeiro. En todo el Brasil, gran parte de los movimientos comunitarios —asociaciones de barrios, movimientos ecológicos, movimientos contra la violencia, acción contra el hambre, etc.— mantenía importantes vínculos con el PT y, así, con la candidatura de Lula. Collor buscaba coger apoyos residuales en una área donde tenía pocas posibilidades. En 1994, Cardoso invirtió en la alternativa de atraer liderazgos comunitarios más conservadores, vinculados a los liderazgos políticos regionales de su coalición de centro-derecha, muchas veces a través del puro clientelismo. En 1998 la situación es semejante: Lula tiene el apoyo de las instituciones más críticas y Cardoso de aquellas más expuestas a los beneficios posibilitados por el gobierno, situación que se mantiene en 2002, aunque en esta última elección incluso parte de los liderazgos comunitarios más conservadores siguió el candidato de PT, apostando en la esperanza que el ex obrero ofrecía para el sector social, ahora sostenida por discurso bastante más moderado. 4.5. Universidades e intelectuales El segmento universitario brasileño tiene gran importancia como actor por dos razones: la capacidad de generar referencia, ofreciendo elementos a la agenda y encuadre de temas, con voces acreditadas para la participación del debate; y la propia dimensión de la comunidad universitaria, que incluye hoy más de 3 millones de alumnos y en torno a 210 mil maestros, además de cerca de 250 mil servidores13. Por su parte, los intelectuales (tanto productores simbólicos y culturales, como escritores, artistas plásticos, artistas de las artes escénicas, etc.) tienen la fuerza del reconocimiento y la referencia pública. Los dos segmentos se caracterizan por involucrarse en los grandes debates, incluyendo la política en general y las elecciones en particular. Son actores influyentes, que en el caso de los maestros aún ostentan una posición de agenda-setters, “como si de medios de comunicación se trataran”, con sustantivo poder de agendamiento y de transferencia de prioridades y relevancia (Rodríguez Díaz, 2004: 79). En la dictadura fueron voces constantes por la redemocratización y, luego, ofrecieron intensa participación en los procesos políticos. El PT surge con importante soporte académico e intelectual (Santana, 1999) y los artistas son una de las caras más visibles de la campaña por las Directas-ya14, en 1983 (Noblat et al, 1985). En la campaña de 1989, algunos artistas apoyaban a Brizola, otros a Covas. Collor quedaba con apoyos aislados mientras que la gran mayoría seguía a Lula. En el sector académico, maestros, alumno y servidores coreaban el discurso del candidato petista, incluso aquéllos con colores más radicales. Collor, al contrario, tenía una relación hostil con la academia y los intelectuales, reproduciendo el cuadro del área sindical (Dimenstein y Souza, 1994). En 1994, la academia y la intelectualidad en general se mantendrían mayoritariamente con Lula, pero el perfil intelectual de Cardoso y su perfil histórico de investigador con reconocimiento internacional posibilitarían apoyos significativos en las dos áreas. Los estudiantes, sin embargo, seguían en la oposición, la UNE clamando por un camino más extremo y empeñándose contra el Real y a favor de la candidatura del PT. Los artistas tuvieron una actuación poco visible, ya que el principal escenario de participación de las estrellas mediá- 13. Datos disponibles en la página web del Ministério de la Educación: www.mec.gov.br. 14. Campaña con amplia movilización popular que, en 1984, pide el restablecimiento de elecciones directas para la Presidencia. 101 ticas —la propaganda electoral en la radio y en la televisión— sufrió restricciones que limitaban la presencia de no-candidatos. En 1998, la academia pierde el encanto con Cardoso. La decepción, sin embargo, camina junto con la pérdida de poder de movilización tanto de las entidades estudiantiles como de las organizaciones docentes, que abusaron de las huelgas durante el primer mandato de Fernando Henrique15. En las elecciones de 2002, el desencanto era todavía mayor, garantizando a Lula amplia presencia en el seno de las universidades. En el campo artístico, se verificaba la guerra de las estrellas, tanto Lula como Serra haciendo desfilar nombres importantes del escenario musical y televisivo —algunos motivados por envidiable cachet—. Serra presentaba a la consagrada actriz Regina Duarte y al carismático cantante sertanejo Leonardo, mientras Lula hacía desfilar nombres como Antonio Fagundes, Chico Buarque, Paloma Duarte y la dupla sertaneja de mayor éxito del momento, Zezé de Camargo y Luciano (Fausto Neto y Verón, 2003). Si en el área universitaria Lula tenía larga ventaja sobre Serra, en el área artística la contienda de visibilidad era más igual, aunque el petista llevase ventaja. 4.6. Actores políticos En las democracias avanzadas, los partidos son el actor político por excelencia, realidad que no se repite en Brasil, uno de los sistemas partidistas menos institucionalizados (Mainwaring y Shugart, 1997). Aparentemente, la principal importancia de los partidos ha sido su necesidad legal para presentación de candidaturas y actuación en el Parlamento. En las elecciones, estar con un partido u otro tiene relevancia para la definición del tiempo de propaganda electoral en radio e TV, distribuidos proporcionalmente a la representación parlamentaria. Así ganan importancia los liderazgos regionales, que suelen tener amplio poder de orientación del voto, como han mostrados nombres como el citado Antonio Carlos Magalhães16, líder de PFL en Bahía: en 2002 dio expresiva votación a Lula, el mismo Lula que recibiera de él un masivo rechazo en las tres otras elecciones presidenciales. El apoyo de los liderazgos no tiene relación con la orientación del partido: en 1989, Magalhães apoyó a Collor, olvidando la candidatura de Aureliano Chaves, su compañero de PFL; en 1994, José Sarney apoyó a Fernando Henrique, también olvidándose de la filiación partidaria que lo vin- 15. La historia de los movimientos de los estudiantes y de los docentes universitários puede ser visto en www.une.org.br y www.andes.org.br. 16. Ver el reportaje “’Nunca sonhei que votaria em Lula’, diz ACM”, disponible en http://www.estadao.com.br/eleicoes/noticias/2002/out/27/137.htm. 102 culaba a Quércia; y en 2002, nuevamente Sarney olvidaría el PMDB aliado de Serra y comandaría sus bases electorales por la candidatura de Lula. Los interés locales están por encima de los partidos, como lo demuestran Carey y Reinhardt (2003). En 1989, Collor ha logrado movilizar a los principales liderazgos regionales, sobre todo en la base de PFL y de parte de PMDB. En 1994, la mayoría de esos liderazgos apoyaba a Cardoso, especialmente aquellos cercanos a los liderazgos locales vinculados al PMDB, como atestigua la votación de Oreste Quércia (4,4%), muy abajo de la votación de los candidatos peemedebistas al Parlamento (arriba de los 20%). En 1998, Cardoso tenía el apoyo de casi todos los partidos y también de los liderazgos, en contra de Lula. Pero una de las señas para el éxito de Lula en 2002 ha sido precisamente el acercamiento a los líderes regionales, en muchos casos por encima de las relaciones partidistas, como los ya citados Sarney y Magalhães17. Son relaciones pautadas por el intercambio: el cambio de votos por trozos de poder, alimento del clientelismo que mantiene la fuerza de esos líderes. 4.7. Índice de apoyos y resultado electoral Con la evaluación arriba efectuada, especificando la actuación de los seis grupos de actores en las últimas campañas presidenciales, se puede elaborar una especie de índice sobre el apoyo recibido por los dos principales candidatos en cada una de las elecciones. El índice ofrece una puntuación, pero es evidente que esa puntuación no es absoluta, por dos razones. Primero, que la evaluación para el nivel de apoyo de cada actor es subjetiva, aunque basada en documentos de instituciones como FIESP y CUT o en la amplia bibliografía y registros periodísticos sobre la participación de algunos segmentos de la sociedad en el proceso político. Segundo que, aunque esa evaluación pudiera ofrecer un número absoluto riguroso para cada actor analizado, la puntuación final tendría que ser matizada puesto que actores distintos tienen pesos distintos en cada campaña, cambiando incluso el poder de influencia de un mismo actor de una elección a otra —un ejemplo son los sindicatos, en 1994, que vieron su capacidad de movilización reducida por el éxito popular del 17. Ver la página web de la campaña de Lula, www.lula.org.br. 103 Plan Real. Es decir, no se puede tomar como iguales a actores que generan influencias diferentes. Para la elaboración del índice fue utilizada una escala de 1 a 5, donde el valor “1” representa un apoyo muy bajo, con poquísima adhesión en el segmento; “2” implica en un apoyo bajo pero de algún modo significativo; el valor “3” corresponde a un apoyo mediano; el “4” a un soporte alto en el sector, es decir, expresivo pero no avasallador; y el “5” representa un valor bastante amplio, verdaderamente avasallador. El resultado es el Cuadro 5, que evidencia algunas regularidades. Primero, en cuanto al papel del más tradicional actor político, los partidos: solamente en la elección de 1998 el vencedor, Cardoso, tiene formalizada una amplia coalición de partidos. En 1994 y 2002, los vencedores reciben un soporte formal mediano, en tanto que en 1989 los dos principales candidatos tienen bajo apoyo 104 partidista. En aquella primera elección, las principales organizaciones (PMDB y PFL) presentan candidaturas que no tuvieron expresiva votación, evidenciando la ausencia de lealtad: la maquinaria partidista local no tiene necesariamente vínculo práctico con la candidatura nacional del partido. De ahí se puede decir que el soporte formal de un partido no es suficiente para garantizar votos a un candidato, siquiera para atraer a otros actores políticos y sociales, como suele pasar en los sistemas democráticos más maduros. Mas bien se podría concluir que es más probable que pase al revés, los partidos siguiendo a otros actores de relevancia, como los medios, las iglesias, los empresarios o los movimientos sociales. Además, es razonable pensar en los partidos brasileños como organizaciones que suelen funcionar como una federación de liderazgos regionales que no necesariamente siguen juntas cuando se trata de las contiendas de ámbito nacional. CUADRO 5: Nivel de apoyo de los principales actores a los candidatos a la Presidencia de la República, 1989-2002 (1ª vuelta)* 1989 1994 1998 2002 Grupos Actores Collor Lula FHC Lula FHC Lula Lula Serra Actores económicos Industria 5 1 5 1 4 2 3 3 Comercio 5 1 5 1 4 2 4 2 Servicios** 5 1 5 1 5 1 3 3 Agricultura 5 1 5 1 5 1 2 4 5 1 5 1 5 1 3 2 Sindicatos 1 4 2 4 2 4 4 2 Mov. sociales 1 3 3 3 2 4 5 1 Católica 2 4 3 3 3 3 4 2 Evangélicas 3 2 3 2 4 2 4 2 Universidades e IntelecUniversidad tuales 1 5 2 4 1 5 5 1 Intelectuales 2 4 2 4 2 4 4 2 Partidos 2 2 3 2 5 2 3 3 Liderazgos 5 1 5 1 5 1 3 3 TOTAL 42 30 48 28 52 32 47 30 ÍNDICE*** 3,2 2,3 3,7 2,2 4,0 2,5 3,6 2,3 Medios Sindicatos y mov. sociales Iglesias Actores políticos * Sobre los apoyos: 1 = Muy bajo; 2 = Bajo; 3 = Mediano; 4 = Alto; 5 = Muy alto. ** Incluye el sector financiero *** El Índice es la media resultante de la suma de los apoyos divididos por 13, el número de actores distribuidos por los seis grupos analizados. Otro dato relevante en el Cuadro 5 es que todos los vencedores tienen un importante apoyo de las fuerzas económicas, sobre todo Collor, el único de los electos que no logra una equilibrada distribución de apoyos entre los seis grupos de actores. El apoyo del capital tiene importancia en cuanto a la aportación de recursos para la operacionalización de campañas cada vez más costosas; tiene que ver también con el alto poder del sector en el establecimiento de la agenda pública, con sustancial influencia en el encuadramiento de los políticos. En el caso de los medios, el apoyo al vencedor es intenso en las tres primeras elecciones, volviéndose más discreto en 2002, cuando se pueden verificar algunas acciones que benefician a Lula y otras que protegen la posición del gobiernista Serra. Además, se puede notar que en la escala de 1 a 5, ninguno de los victoriosos en las elecciones presidenciales brasileñas tuvo un apoyo por debajo de 3,2. Es decir, no parece suficiente un apoyo mediano; hay necesidad de una amplia suma de apoyos, lo que significa decir que las candidaturas hacen un es- 105 fuerzo por la construcción de un consenso, o por lo menos por la construcción de una percepción favorable junto al mayor número de actores posibles. Y más: que esa percepción es cada vez más cercana al centro, posibilitando el apoyo de aquellos sectores que suelen apoyar ideas conservadores (como los empresarios) como de otros que en general siguen propuestas más alejadas del status quo (como los sindicatos). 5. Conclusión La conclusión más obvia a la que se puede llegar es: los actores son fundamentales en la conformación del voto porque las instituciones importan, sean esas formales o informales. Pero esta es una ilación demasiado general, válida para cualquiera sistema democrático. El análisis del caso brasileño, sin embargo, nos puede ofrecer algunas revelaciones importantes, empezando por la baja relevancia de los partidos, incluso en el caso de PT, siempre apuntado como una excepción en el sistema de partidos de Brasil. Los partidos sí cuentan, pero en una medida distinta de la mayor parte de las democracias, incluso sistemas democráticos jóvenes, como de otros países latinoamericanos. En Brasil, el papel de las organizaciones partidistas es casi nor- 106 mativo, con baja identificación y en general al servicio de liderazgos, haciendo que candidatos tengan a la mano organizaciones que manejan como suyas, no al revés. Así, se puede hacer una segunda consideración importante, relacionado con los actores políticos: las instituciones informales tienen una destacada relevancia, traducida en la cultura política que pone los liderazgos regionales y locales en un lugar privilegiado en la interlocución con la sociedad. Este lugar privilegiado da paso al exacerbado personalismo de la política brasileña; y también al caciquismo y al clientelismo, presentes todavía de modo influyente en los procesos políticos del país. Una tercera consideración es que los demás actores desarrollan acciones con un alto grado de autonomía, pudiendo seguir una u otra orientación política en cada elección, como pasó con los grandes empresarios y las iglesias evangélicas en relación a Lula. Aunque se puede encontrar conductas previsibles –empresarios más conservadores, sindicatos más progresistas– las alianzas no siguen una lógica muy concreta en aspectos como la ideología. Sin embargo, la consideración inicial –la gran relevancia de los actores en la construcción de las opciones de voto– genera una lógica muy propia en las campañas brasileñas, operadas como acciones de largo plazo y bajo orientaciones estratégicas que buscan la construcción de imágenes con el propósito a la vez de ganar resonancia popular y producir la adhesión de actores esenciales. Es decir, las campañas funcionan como herramienta estratégica en la construcción de los escenarios de competencia, produciendo una visión de mundo específica; o haciendo dominante el “mundo posible” que favorece a una candidatura específica. Claro, la construcción de escenarios no es un flujo de único sentido: las candidaturas se apropian de las referencias del medio ambiente (por ejemplo, a favor o en contra los cambios) y se posicionan a modo de ser vistas como la mejor opción en ese contexto; y a la vez aportan informaciones que ayudan a conformar al propio medio ambiente político donde se da la competencia. El ejemplo de Collor es ilustrativo en cuanto a la necesidad de esos dos aspectos: se ha hecho popular desde un discurso de cambio y moralización y logró así viabilizarse como la opción de segmentos como los medios y los actores económicos, que en el inicio tenían otras opciones en la contienda. La estrategia de Collor ha sido un acercamiento doble: por una parte a los actores (sobre todo los medios y actores económicos); por otra, a la construcción de un soporte popular. Y un acercamiento que se hace en los dos años anteriores a la campaña formal. No es casualidad que casi un año antes de la elección ya ocupaba el liderazgo de las encuestas, manteniendo la delantera hasta el final del proceso electoral. También como un recurso estratégico de suma de actores, luego de la derrota de 1989 Lula intenta acercarse a otros sectores desde el principio hostiles a su nombre. Pero no tiene éxito al principio, delante del radicalismo de parte del PT y también de la presencia de otros nombres más fiables, a la vez que populares, como el Cardoso post lanzamiento del plan Real. Esa estrategia va a mostrarse eficaz para las elecciones de 2002, antecedida por la depuración de PT y el profundo reposicionamiento de la imagen de Lula, al lado de una nueva y más flexible política de alianzas, en los moldes de un partido atrápalo todo. Lula cambia al centro y suma a la vez apoyo popular y soporte de importantes actores. Esas estrategias no quitan protagonismo a las campañas, sino que refuerzan la idea de las campañas como una acción de carácter permanente. Lula empieza la campaña de 2002 precisamente con la derrota de 1998, con la reestructuración organizacional y fortalecimiento del mando central en PT. El “nuevo PT” reduce el poder de co- 107 legiados que antes explicitaban divergencias internas de modo tan público. La nueva estrategia se hace práctica también en las elecciones municipales de 2000, cuando PT amplía sus coaligaciones, una indicación de la práctica que va ser adoptada en la presidencial de 2002. Además, esa estrategia –como ya habían percibido Collor y Cardoso– se condice con una idea de que hay dos Brasil: el de los grandes centros urbanos, que se comportan de manera más crítica, produciendo una especie de rendimiento de cuentas; y el de los rincones, donde la lógica del intercambio y de la alineación a un grupo tiene más importancia que la evaluación popular de gobiernos y candidatos18. Naturalmente, la misma accountability es una construcción perceptiva, garantizando un papel relevante a las campañas y, dentro de ellas, a los actores que contribuyen para la conformación de una visión de mundo. Esto refuerza el entendimiento de las cam- pañas como acciones planificadas que adoptan discursos estratégicos según un posicionamiento político que pueda producir adhesión a un partido o candidatura específica. Y que actúan en el largo plazo como creadoras de escenarios para la atracción de apoyos, sean individuales o colectivos, ambos fundamentales para el éxito de las candidaturas. El índice ofrecido en el apartado anterior, a pesar de sus limitaciones, puede evidenciar la importancia de la suma de actores como parte del proceso de construcción de candidaturas exitosas; y por enseñar de modo muy claro la capacidad de esos actores en la intermediación del voto. Además, el índice permite una visión integrada del proceso electoral, donde no basta sólo con los medios de comunicación, tampoco sólo con las iglesias o los sindicatos, ni siquiera con los empresarios. 18. Sobre el comportamiento de los electores en los grandes y pequeños cientros, ver mi paper “Entre la Accountability y el Favor”, presentado en el IX Congreso Español de Ciencia Política y Administración, en Madrid, Septiembre de 2005. 108 Bibliografia • • • • • • • • ALCÁNTARA, M. (1997). 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