PREGON CARTEL SEMANA SANTA 2001 El pasado día 10 de
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PREGON CARTEL SEMANA SANTA 2001 El pasado día 10 de
PREGON CARTEL SEMANA SANTA 2001 El pasado día 10 de Marzo de 2.001, dentro de los Actos Cuaresmales programados por la Archicofradía y por segundo año consecutivo tuvo lugar el PREGON DEL CARTEL SEMANA SANTA, 2001, a cargo de nuestro Hermano Cofrade D. Francisco Caballero Mesa, que fue magníficamente presentado por D. Juan José Valencia Tirado, Secretario de la Hermandad. ¡ Primavera ¡ Mosaico de luces y colores, jardines engalanados, cánticos de pájaros, olor a flores. Madre, esa no es mi primavera, la mía es la de fachadas encaladas, túnicas y velas, redoble de tambores y llanto de cornetas, aroma a incienso (.....) y el “quejio” de una saeta. Con estas bellas palabras inició nuestro querido Secretario la presentación del pregonero, después hizo una pequeña semblanza de su propio sentimiento cofrade, por lo que también dijo: “Madre, cada vez son más los que a ti se acercan..., no para pedirte, sino para compartir tus penas, vestir junto a ti, de riguroso luto, sus túnicas negras, hacer de la Esclava del Señor, una Reina, Iluminar tu camino con el fuego de las velas y elevarte en tu Trono al cielo para que de tu Hijo estés mas cerca; lanzar a los cuatro vientos tu grandeza, y pregonar.... pregonar por los siglos de los siglos que no fue en vano tu sacrificio. Tras este preámbulo, y para ensalzar la figura del pregonero dijo que, Francisco Caballero Mesa, nació en Campillos el 22 de diciembre de 1.944, está casado y es padre de dos hijas. Es Maestro Nacional, Licenciado en Filosofía y Letras, Abogado, Doctor en Historia y Catedrático de Geografía e Historia. A continuación hizo un breve pero exhaustivo repaso de la vida profesional del pregonero enumerando todas y cada una de las publicaciones y libros editados por éste hasta el día de la fecha, para terminar diciendo que: ante tan incomparable biografía, no me queda mas remedio que ceder la tribuna a quien más y mejor se prodiga en estos menesteres y dejar que en su modesta condición, tal y como el se describe de “aprendiz de escritor”, viene a poner en su voz cálida y serena lo que muchos, incluso este servidor, sólo pudo decirle a la Madre con el silencio de una mirada. Pocos son los elegidos para tan majestuoso privilegio, llevar hasta los demás sus más íntimos sentimientos. Sentimientos que no vienen impuestos, sino heredados, pues no se hace cofrade, sino se nace. Porque de familia le viene su lealtad a esta Real Archicofradía y de familia le viene su devoción por Nuestra Señora de las Angustias. Y para ella, sólo para ella, todo su amor y poesía. A partir de aquí toma la tribuna D. Francisco Caballero Mesa, que tras los saludos de rigor inicia su pregón de esta sutil manera: No se muy bien que he de decir. Cuando me he puesto a pergueñar estas líneas, una turbamulta de ideas y sentimientos se ha agolpado en mi mente llevándome a la parálisis. Se pueden decir tantas cosas, que quizá seria mejor invitarles a contemplar el rostro de la Virgen y permanecer en silencio. En un silencio respetuoso lleno de contenido. La retórica no tiene cabida cuando de ensalzar la belleza se trata. Cualquier palabra que se pronuncie esta de más. No existe el vocablo justo ni la frase exacta que pueda interpretar lo que cada uno de nosotros siente. Y porque no existe, en ésta mi loa habrá siempre un lapsus tremendo y tal vez una sobreabundancia innecesaria. En otro pasaje de su pregón Paco Caballero nos deleita con éste magnifico relato “poetico-artistico”, del cartel: Yo lo veo así: Una cruz de madera, con los brazos rematados en filigrana de orfebre que quiere ser oro, abrazada por un sudario blanco, al que el viento acaricia en la noche gélida del viernes. Una cruz que acoge la tragedia de una madre que posa sus pálidas manos sobre un cuerpo muerto: El Hijo de Dios Vivo, el hijo del hombre. Una Virgen enlutada que enmarca su rostro en el fulgor albo de una toquilla de seda por la transita de la fatiga. Unas velas de llama ondulante y chispear trémulo que revisten a la Virgen de las Angustias del tono cerúleo de la desolación. Todo bien dispuesto. Todo en su exacta medida. Para que nuestro mirar se vuelva humilde y, en ocasiones, pesaroso. Y, encuadrando las velas, encuentro el engaste salomónico y barroco de las tulipas. Y a los pies, las flores, punzadas de belleza contra el ceniciento anochecer de Campillos. Y, mas abajo, como soporte, descubro el trono, de perfil ondulante, quebrado sobre sí mismo, derroche de imaginación, capaz de transmitir energía a los costaleros que lo portan. Y cubriendo todo el escenario, al fondo, distingo la torre, con sus campanas mudas, su pináculo agudo y los pequeños chapiteles de sabor sevillano. El edificio que hace frontera entre la realidad y la ilusión. El emblema de muchos de nuestros sueños. Lo más alto que podíamos concebir en nuestra niñez. El inmueble mágico de Campillos, cuyas dimensiones no sabían calcular los ojos pertinaces de nuestra infancia. Y muy lejos, como perdida, veo que la luna hace un alto en su rígido caminar por el horizonte y dirige su albeldo sobre el rostro angustiado de la Virgen, en concierto con él, explayándonos que ese cuerpo muerto que descansa en sus piernas no es puro efectismo, sino el cordel que nos ata a una vida sublime. A una vida esperada en la que todos los encuentros serán posibles. Y más lejos, todavía, como precaria insinuación, adivino las estrellas. Y, como no, desgranándose desde un balcón, intuyo la saeta. Sones que cantan tu belleza. Sones tristes que nos hacen llorar. Y ésta es mi mirada, una visión que quiere ser objetiva, que pretende describir lo que contiene este cartel. Una mirada, inevitablemente, de soslayo. Porque en este cartel, ya lo he dicho, existen otras cosas. Esas que todos sabéis y que no puedo concretar. Esas que presentimos y que hemos ido forjando a través de nuestras vidas. En él se representa a la Virgen de las Angustias, pero con ella está el recuerdo. Y eso hace que cada cual la vea según su modo, que mis ojos, por ejemplo, vean algo diferente de los vuestros, que cada una de nuestras miradas sea distinta de las otras, siendo como son idénticas en lo importante. Yo lo miro y veo a mi Virgen, pero aquí hay muchos que viéndola igual que yo, ven conmigo también a la Virgen de los Dolores, a la Virgen de las Lágrimas y a todas las imágenes de su devoción. El ser humano mira con todo lo que lleva dentro. Casi siempre, con los ojos de la memoria. De ésta grandilocuencia manera relató Paco su particular visión del cartel Semana Santa 2.001. Continuó pues, adentrándose en el mismo y con la exquisitez de su narrativa, ya en el ocaso de su pregón nos dijo: Y, hablando de los que un día estuvieron, la nostalgia que adivino en estos instantes en el rostro de la Virgen se me antoja que es trasunto de muchas ausencias. También de mi nostalgia. De nuestra nostalgia. Hace diez años y en este mismo lugar tuve la suerte de pronunciar el pregón de la Semana Grande y entre los asistentes de hoy y los de aquel día noto ciertas diferencias. Algunos ya no están. Alguno no pueden estar. Recibieron el beso definitivo de la tierra. Sin embargo los siento próximos. Los sentimos cercanos. La muerte, esa fiel compañera, no tiene agallas suficientes para arrebatárnoslo del todo. El amor y el cariño no se extinguen nunca. Subsiste en el recuerdo. Lo sabemos. Como sabemos que en el rostro de la Virgen perviven todavía las miradas de quienes nos precedieron. Eso nos acerca más a ella. Eso hace que la miremos con toda la plenitud que nos da la conciencia de saber que nuestra mirada limpia, como fue la de nuestros padres o nuestros abuelos, acabará ahormando ese rostro para formar parte de él por los siglos de los siglos. Y desde esta devoción que practicamos a aquellos seres que estuvieron con nosotros, quiero dedicar, si se me permite la licencia, una mención humilde a aquel ¡ Viva María Santísima de las Angustias!, fuerte y desgarrador que haciéndonos estremecer salía del alma de un hombre en las noches del viernes santo y continuó luego con el mismo ímpetu en la garganta de su hijo. De un padre y un hijo que murieron prematuramente, sin saber que venían a este mundo para abandonarlo como lo hicieron tan temprano. Y desde ellos y con ellos, dedico mi emocionado recuerdo a todas esas personas que no están aquí presentes pero que siguen con nosotros, que seguirán con nosotros mientras tengamos aliento, porque junto a esta cara de la Virgen están sus caras y sus palabras. También, como no, mi especial recuerdo a los que se encuentran lejos, no importa dónde, las distancia no se mide en km., a los que siguen soñando con estar aquí un día para unirse a nosotros en la contemplación de la belleza sin par de nuestra Virgen. A todos ellos, a los que ya no volverán nunca, a los que pueden regresar algún día, desde la devoción a la Virgen, con Nuestra Señora de las Angustias, les dedico mis más cariñosos pensamientos. Y a vosotros os pido la venia para terminar con unos versos que hace ya algunos años dediqué al desfile procesional de mi cofradía, reflejo del latido que la ausencia produjo en mi corazón. Dicen así: No sé que tiene mi pueblo, las noches con un cielo ni oscuro ni marengo, y la luna cayendo siempre, vertical, desde el campanario al cementerio. No sé que tiene mi pueblo, el viernes, sobre el otero, unos fulgores celestes, atrapan a los campilleros. ¿ Qué sucede? Grita uno. Otro lo mira muy serio. Sucede, querido amigo, que esta es la noche más grande que han conocido los tiempos. El que pregunta se calla, y, en medio de un gran silencio, un sepulcro y una virgen, a hombros de costaleros, San Sebastián abajo, precesionan por el pueblo. Las gargantas enmudecen, y en las mejillas, el viento pone caricias abruptas desde Real a Vallejos. Calles que son de Campillos, como Molinos y Salgueros, La Sangre o la Cruz Blanca, calles de acompañamiento. Algo ocurre, no lo duden, aquesta noche en los cielos, es la virgen, La Virgen de las Angustias, que en trono de luces hecho, desde la calle Real, ensombrece a los luceros. Mientras, delante, muy cerca, los sufridos costaleros, mecen parsimoniosos, en absoluto silencio, como a mil pasos la urna del Santo Entierro. Con estos preciosos versos, concluyó Paco su emotivo pregón. Sirva pues, lo que hemos extraído como una simple muestra del maravilloso pregón que ofreció Paco con su magnifica palabra regalada. Hágase pues, el lector una idea, de la exquisita narrativa de nuestro querido Pregonero y Hermano Cofrade D. Francisco Caballero Mesa, al cual desde aquí damos las gracias por deleitarnos con el verbo limpio y siempre renovado que le caracteriza.