EL REINO UNIDO: PASADO Y PRESENTE Aníbal Romero (El

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EL REINO UNIDO: PASADO Y PRESENTE Aníbal Romero (El
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EL REINO UNIDO: PASADO Y PRESENTE
Aníbal Romero
(El Nacional, 20 de mayo 2015)
El Reino Unido de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte celebró elecciones
generales recientemente, con resultados que a muchos sorprendieron. Ello se debió
a las percepciones erradas transmitidas por las encuestas hasta el día previo a los
comicios, acerca de las presuntas intenciones de voto de la ciudadanía. La victoria
del partido Conservador y su líder David Cameron se proyectará –en principio—
durante cinco años, en medio de complejos desafíos referidos a la permanencia o
no del Reino Unido dentro de la Comunidad Europea (CE), así como a la
renegociación de los vínculos entre Escocia y las otras secciones del país.
Para ubicar con la necesaria perspectiva estos retos y sus implicaciones, conviene
repasar algunos aspectos de relevancia en la historia y cultura cívica de ese país,
que es en realidad un conjunto de naciones cada una con caracteres singulares y
propios, unidas en torno a un Parlamento y una monarquía constitucional.
Tres términos resultan indispensables para entender lo que, para simplificar,
denominaré la nación británica: tradición, libertad y orden. El apego a la tradición es
un rasgo clave del pueblo británico. La continuidad nacional a través de la historia,
el apego a determinados valores políticos y culturales y la conciencia de una
identidad sostenida y nutrida a través de los siglos, se patentiza simbólicamente en
la monarquía, una institución que en el Reino Unido juega un papel muy importante
que no siempre es comprendido en otras latitudes.
El monarca británico no gobierna; su posición constitucional y sus funciones son
otras. Gobierna el Parlamento electo democráticamente por el pueblo y el gabinete
de ministros que son a su vez miembros electos del Parlamento; pero la persona
que porta la Corona tiene el deber de aconsejar y orientar a los gobernantes de
turno y en particular al Primer Ministro en ejercicio, en función de los más elevados
intereses de la nación. La Reina no es un jefe de Estado como otros sino que se
encuentra “a la cabeza del Estado”, encarnando la unidad sustancial de un pueblo
con su pasado y su presente así como su destino futuro.
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El Reino Unido no tiene una constitución escrita a la manera de la Constitución de
los Estados Unidos; la constitución británica es producto de las decisiones y leyes
del Parlamento a través del tiempo, y de valores intangibles pero reales y efectivos
que forman parte de lo que los británicos apoyan como su modo de vida. Para un
inglés, por ejemplo, resultaría inconcebible asimilar que un país pueda haberse
dado más de dos docenas de constituciones en doscientos años, o escuchar a
alguien decir que es posible formular un “proyecto de país” a la manera de un mago
extrayendo conejos de un sombrero. La idea de un eterno recomenzar, la tendencia
a borrar el pasado y denigrarlo, de creer que el porvenir de un pueblo empieza día a
día lejos de las raíces que preceden el presente, son tan comunes en la América
Latina que no nos resulta fácil captar cuán distintos son los británicos. Para un
inglés o un escocés es absurdo preguntarse sobre su “identidad nacional”, pues se
trata en verdad de su ser más hondo. No les es posible siquiera plantearse una
interrogante para la cual la respuesta es su palpable existencia personal.
A partir del siglo XVI y con energía inusitada, los habitantes de las islas británicas
emprendieron el dominio de los mares. Como ha apuntado Carl Schmitt en su
resumen de la historia universal, “Tierra y mar”, los británicos convirtieron su isla en
una especie de ballena que salió a nadar hasta los confines del mundo. Desde ese
tiempo y hasta hoy los británicos conjuraron la amenaza de la “Armada Invencible”
de Felipe II, contribuyeron decisivamente a derrotar a Napoleón, al Kaiser Guillermo
II y a Hitler, conquistaron y perdieron un Imperio, y a través de todas las vicisitudes
de una historia como pocas preservaron lo esencial de su sistema político, un
ejercicio sorprendente de equilibrio entre la libertad y el orden.
El concepto moderno de libertad como preservación de derechos inviolables del
individuo, gobierno limitado y división de poderes es en lo fundamental un invento
inglés, articulado en el pensamiento político de John Locke, que tuvo gran influencia
en las concepciones plasmadas en la Constitución de Estados Unidos. Ese
concepto de libertad, que empieza a respirarse y digerirse como si fuese un
alimento espiritual en el ánimo de cualquiera que visite por algún tiempo las islas
británicas, y se acerque a los modos, ideas y costumbres de su gente, siempre ha
sido puesto en práctica por los británicos como parte de un orden de convivencia, en
el que los derechos de cada cual coexisten con los del resto de personas bajo una
autoridad legítimamente constituida según la voluntad del pueblo.
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Para los venezolanos, que llevamos hasta en el tuétano de los huesos la herencia
republicana de la Revolución Francesa transmitida por Rousseau y Bolívar, es un
tanto arduo comprender cabalmente ese equilibrio de monarquía constitucional,
democracia parlamentaria, derechos individuales y propósito nacional común que
han mantenido los británicos por siglos. No obstante, dos ideas son esenciales: la
primera que la libertad no puede existir sin el orden; la segunda que una nación es
producto de una historia, pues su presente no ha surgido de la nada y su futuro
también se liga a su pasado.
Si estas consideraciones tienen validez, podremos entonces colocar en un marco
más perceptible los dilemas políticos actuales de los británicos ante Europa y con
relación al nacionalismo escocés. David Cameron ha prometido que se llevará a
cabo un referéndum sobre la permanencia o no del Reino Unido como miembro de
la Comunidad Europea. Casi a diario aparecen estudios y proyecciones que señalan
que la opción de abandonar la CE significaría para el Reino Unido un retroceso
económico y la pérdida, al menos por un tiempo, de dos o tres puntos en su
porcentaje de crecimiento. Es posible que tales pronósticos sean ciertos, pero lo que
los mismos pierden de vista es que para millones de británicos el tema abarca un
ámbito más amplio que lo económico, y toca aspectos cruciales de su modo de ser y
manera de concebir el mundo.
La idea de ser gobernados por los burócratas europeístas desde Bruselas y
Estrasburgo, de que sus derechos tradicionales y capacidad para ejercerlos en sus
islas deban subordinarse a los dictámenes de un poder judicial “continental” en el
que no confían, y que su monarquía y Parlamento sean vaciados de contenidos
para convertirse en meros objetos turísticos y títeres de burocracias supranacionales, tal idea –repito—es simplemente insoportable para una parte sustancial
de la población británica.
Es demasiado pronto para pronunciarse acerca del resultado probable del
referéndum prometido por Cameron. Ahora bien, ese proceso democrático no tiene
necesariamente que ser planteado en términos extremos, que perjudiquen a todos
los implicados (pues Europa, con el Reino Unido fuera, andaría coja). Así como los
británicos han preservado su libra esterlina, quizás sea aún posible negociar un
arreglo (que seguramente otros países de Europa verían con simpatía y buscarían
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imitar), que permita dos tipos de membresía en la CE, evitando un choque frontal
entre las voluntades nacionales y el proyecto de prosperidad común. No será fácil,
pues las burocracias europeístas no cesan en su empeño de construir un Estado
supra-nacional que acreciente su poder, pero no es algo imposible ni de concebir ni
de realizar.
En cuanto a Escocia, el nacionalismo de su gente no me parece algo negativo, en
tanto no les vuelva ciegos ante ciertas realidades. Pienso que los ingleses, galeses
e irlandeses del norte no tendrán problemas en avanzar, con el típico pragmatismo
del parlamentarismo británico a lo largo de la historia, hacia formas federales que
amplíen la autonomía de los escoceses y sus poderes de autogobierno en diversos
espacios de la vida nacional. Hay sin embargo dos problemas: De un lado, algunos
escoceses más radicales consideran que deberían romper con el Reino Unido y
adscribirse a la CE. Apartando que, tal vez, una Escocia independiente no sería tan
bien recibida como algunos creen en Bruselas y Estrasburgo (¡sin mencionar
Berlín!), tiene además escaso sentido, creo, dejar de lado la democracia británica
para sujetarse a los escasamente democráticos mecanismos de gobierno de la CE
supranacional. De otro lado, los escoceses siguen demasiado apegados al modelo
tradicional de socialismo basado en incosteable gasto público, elevados impuestos y
existencia subsidiada por un Estado benefactor. La revolución de Margaret Thatcher
no tuvo en Escocia igual impacto que en Inglaterra, y el espejismo del petróleo del
Mar del Norte, que los escoceses reclaman para ellos, les hace soñar dulces
sueños. Yo me atrevería a decirles: estudien el caso de Venezuela antes de caminar
por esa ruta.
En todo caso, los temas de Europa y el nacionalismo escocés no tienen
obligatoriamente que resultar traumáticos para el Reino Unido. Son desafíos que
bien manejados podrían arrojar resultados positivos. Para David Cameron y el
partido conservador se abren extraordinarias oportunidades.
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