Lecturas del Holocausto

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Lecturas del Holocausto
Lecturas del Holocausto
Libro del mes
Ferdinand von Schirach, El caso Collini, Barcelona, Salamandra, 2013
EL AUTOR: FERDINAND VON SCHIRACH (1964-)
Escritor y jurista alemán, ha publicado los volúmenes de cuentos Crimen y Culpa y la novela El caso
Collini. Los tres libros han sido traducidos al español. Ferdinand es nieto del líder de las Juventudes
Hitlerianas, Baldur von Schirach.
Fue notable su actuación en el "asunto tributario de Liechtenstein", en el cual se elevaron cargos contra
el Bundesnachrichtendienst, y por elevar ante la agencia de protección de datos de Berlín el caso de la
familia de Klaus Kinski, cuando se permitió la publicación de la historia médica del actor.
En agosto de 2009, Schirach publicó el libro de cuentos Crimen (en alemán Verbrechen). Estuvo 54
semanas en la lista de bestseller del diario Der Spiegel. Las historias del volumen se basan en casos
que han pasado por su sala como jurista. Los derechos del libro se vendieron en más de 30 países.
Sitio web oficial del escritor
A veces se olvida que quienes hicieron posible el
«milagro alemán» de posguerra fueron los mismos que
apoyaron, sirvieron y defendieron hasta el último aliento
al gobierno más criminal de la historia de Occidente. De
los miles, por no decir millones, de aquellos criminales
sólo una ínfima parte rindió cuentas a la justicia. Y aun
de entre estos, sólo unos pocos centenares fueron
sentenciados a penas severas. El resto, una
escandalosa mayoría, huyó o se reintegró sin excesivos
problemas a la vida civil, pasando todo lo más por el
paripé de los procesos de desnazificación.
Ferdinand von Schirach
Eso significa que, durante los 50, los 60 e incluso los
70, si se visitaba Alemania, uno caminaba literalmente entre criminales malamente arrepentidos y no se
podía dar dos pasos sin topar con alguien que se hubiera merecido la cárcel o, como poco, la
inhabilitación social. Si uno tenía la desgracia de nacer en la Alemania de la inmediata posguerra (y no
digamos en la guerra, como le sucedió al escritor W. G. Sebald), contaba con una altísima probabilidad
de que le tocaran en suerte unos padres nazis.
Se dijo que, de haberse efectuado una purga rigurosa, no habría habido suficientes cárceles para
todos y el país se habría quedado sin gentes que lo reconstruyeran. Pero entre este ejercicio de
realismo y la indulgencia final que se impuso, había un largo trecho de justicia y depuración que hubiera
podido recorrerse. La realidad fue muy diferente: tras unos cuantos juicios espectaculares y con la
excusa de la prioridad de la guerra fría, se decidió echar tierra al pasado y un espeso manto de silencio
cayó sobre los años negros del nazismo.
La consecuencia fue que, durante largos años, los puestos claves de la República Federal alemana
(y, en menor medida, de la zona comunista), en la industria, la justicia, la política, la policía, la
universidad y la Administración a cualquier nivel, estuvo infestada de antiguos nazis que entorpecieron
cualquier intento de enfrentarse al pasado. Cuando, pese a todo, a partir de los sesenta las nuevas
generaciones decidieron hacer una limpia, se encontraron con toda clase de obstáculos legales: o bien
los delitos habían prescritos o bien, cuando la condena se hacía inevitable, los jueces demostraban una
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escandalosa indulgencia. Muchos de los criminales, murieron tranquilamente en sus camas, rodeados
del respeto y la consideración debida a ciudadanos intachables. A otros (el caso de Kurt Waldheim) le
amargaron los postres después de alcanzar la cumbre de la política, pero aún así salieron muy bien
librados para lo que se merecían.
Para la propia Alemania, las consecuencias de esta amnesia llegan hasta nuestros
días, porque la realidad es que el pasado que no se airea (que nos lo digan a
nosotros, los españoles), no sólo no se olvida, sino que se pudre y termina
enfermando la convivencia de un país. La prueba es que, cuando están a punto de
cumplirse 70 años del término de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes aún
luchan por limpiarse de ese trauma que les persigue, persiguiendo a su vez a los
últimos responsables vivos de aquella ignominia, guardas casi centenarios de
Auschwitz, que ya ni recuerdan lo que hicieron.
Ferdinand von Schirach es un caso paradigmático de lo que ocurre cuando las
figuras familiares (el padre o el bondadoso abuelo) esconden un pasado siniestro que desentona con la
imagen que tenemos. Nacido en 1964, Schirach es nieto nada menos que
de Baldur von Schirach (foto), líder de las Juventudes Hitlerianas y uno de
los personajes más influyentes del régimen nazi. Gracias a sus lágrimas de
cocodrilo durante el proceso de Nuremberg (el pobre fue engañado por
Hitler, según confesó), el abuelo Baldur consiguió veinte años en lugar de
la más que merecida pena de muerte que otros se llevaron y aún tuvo
tiempo de disfrutar ocho años de la libertad.
Su nieto, por fortuna, salió muy diferente. Durante años ejerció como
reputado abogado defensor y, en 2009, recopiló algunos de sus casos más
sonados en un libro que se convirtió en un acontecimiento literario:
Crímenes, al que seguiría una secuela no menos exitosa titulada Culpa.
Libros de testimonios de jueces y penalistas hay muchos; lo que diferenciaba al de Schirach no era sólo
el interés de los casos que mencionaba, sino, sobre todo, que estaba muy bien escrito, hasta el punto
de que si lo hubiera presentado como libro de ficción seguramente habría tenido el mismo éxito.
Eso quiere decir que Schirach cuenta con un poderoso estilo, cortante, lacónico,
trepidante, de esos que es capaz de atrapar al lector más veleidoso y obligarlo a
leer hasta el final, seducido por la impresión de que aquello que lee ya no es
literatura, sino vida real.
Para su primera obra de ficción, El caso Collini, el autor ha escogido un tema de lo
más significativo, vista su biografía: el caso de un joven abogado que descubre el
turbio pasado de su abuelo adoptivo, defendiendo de oficio su asesino. Al margen
del morbo autobiográfico, Schirach ha construido una casi perfecta novela con juicio
(de esas que parecen pedir a gritos una versión cinematográfica), partiendo de un
brutal asesinato sin aparente móvil.
Pese a tratarse de una novela, el libro mantiene las mismas virtudes que sus otros libros
documentales, demostrando que lo que hace una buena obra no es el tema, sino el estilo. Si sus títulos
anteriores parecían relatos de ficción pese a estar basados en sucesos reales, éste, en que todo es
imaginación, semeja un libro documental ligeramente disfrazado.
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Como experto penalista que es, Schirach se muestra impecable en la ambientación del ambiente
judicial, tal vez hasta el exceso llevado por un prurito profesional; el lector no necesita tantos detalles
procedimentales para creérselo.
Los personajes desprenden el sabor de la autenticidad de quien ha frecuentado tipos parecidos a
diario en su trabajo: el joven abogado defensor, que renuncia a una carrera cómoda y lucrativa, por vivir
la justicia a pie de tribunal; el abuelo adoptivo, uno de tantos
alemanes reconvertidos que bordaron una segunda vida
irreprochable; el abogado rival, un veterano penalista que
desarrolla sentimientos paternales hacia su oponente; la figura
trágica del asesino, a quien Alemania le dio trabajo pero no
justicia… Todos están trazados con rasgos escuetos y
seguros; si acaso, a veces desearíamos un poco más de
sutileza y color en algunos personajes principales, como el
protagonista y la chica de rigor, un tanto de relleno.
Schirach tiene el decir seco y duro de alguien acostumbrado
a vérselas con lo peor de la sociedad, sin que ello le haya
convertido en un cínico. Que alguien que, a tenor de sus antecedentes, disponía de tantos temas
actuales de impacto, haya escogido para su debut en la ficción el muy tradicional y menos
sensacionalista del oscuro pasado alemán, demuestra dos cosas: la primera, que Schirach no es un
escritor oportunista al que le tiente el éxito fácil y la inercia; pero, sobre todo, que el «trauma alemán»,
como lo denominó la gran periodista Gitta Sereny, sigue muy presente en la conciencia de los mejores
alemanes de la tercera y aún de la cuarta generación de posguerra.
Dicen las encuestas que los jóvenes alemanes están hartos de que les recuerden las culpas de sus
bisabuelos o tatarabuelos, pero olvidan que gran parte de la envidiable situación que disfrutan proviene
precisamente de esa culpa, y dista mucho de haber sido reparada, analizada y comprendida del todo.
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