Antonio Va le ro
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Antonio Va le ro
es noticia / in memóriam In Memóriam Antonio Valero Pocos días antes de entregar a imprenta la edición de septiembre de la revista, nos sorprendió la noticia del fallecimiento de Antonio Valero, fundador y primer director general del IESE. Sin demasiado tiempo, recogimos las primeras impresiones de los profesores Jordi Canals, Rafael Termes y Juan Carlos Vázquez-Dodero. Anunciábamos entonces que en un número posterior realizaríamos un sentido homenaje a este sabio profesor. Nos unimos, de este modo, al acto académico del IESE, en el que se concederá a Antonio Valero la Medalla de Oro de la Universidad de Navarra. Recogemos en estas páginas el testimonio y los recuerdos que nos han hecho llegar hasta la redacción profesores, empleados y Antiguos Alumnos del IESE. Esperamos que sean un leve reflejo de la figura de un prohombre de empresa que supo llevar a cabo con profesionalidad y empuje una misión. Lorenzo Dionis Josep Faus Mª Carmen Parés Marian Puig (PDG-I 64) Juan Castelló (PADE-I 61) Esteban Masifern Empar Vendrell Sandalio Gómez IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos Juan José Toribio Joan Joly (PADE-I 59) Raimon Sellarés (PADE-I 78) Lluís Freixa (PADE-I 59) Fernando Pereira Mercedes Pániker (PADE-I 60) Casimiro Molins (PADE-I 60) 1 Lorenzo Dionis, profesor del IESE «Ése era su mundo» Antonio Valero asumió la misión de introducirse en el ámbito de los que él llamaba hombres de vértice, los más altos directivos, que escucharon y agradecieron sus opiniones, aunque en ocasiones fueran duras y desfavorables El verano de 1962 viajamos a la Universidad de Baden-Baden tres personas del IESE, una de ellas era Antonio Valero. Asistíamos a un simposio organizado por la OCDE en dicha universidad, a la que acudirían los decanos de las principales facultades universitarias de Europa y de los entonces nacientes Centros de Estudio del management empresarial. Yo tenía que exponer las conclusiones a las que había llegado después de una estancia en Estados Unidos y Canadá de unos cuatro meses de duración. Había sido comisionado por la propia OCDE con objeto de visitar las universidades de Harvard, Columbia, Case Institute de Cleveland, y MIT; y as universidades canadienses de Toronto, Montreal y Mc Gil. Reafirmé mi opinión de no dedicarnos a cursos de grado medio, y de especializarnos en grado superior y perfeccionamiento de altos ejecutivos y empresarios. Antonio expuso el proyecto del IESE y añadió la conveniencia de impartir un programa doctoral. Después de unos intensos trabajos y discusiones, las autoridades académicas nos invitaron a una cena en el casino de BadenBaden, lugar famoso a principios del siglo pasado por ser centro de veraneo de altas personalidades políticas, económicas y sociaes. Allí acudían destacados miembros de familias reales europeas y del Próximo Oriente. El casino revelaba su antiguo esplendor, y en la misma población de Baden-Baden se podían encontrar muchas mansiones y edificios construidos según el estilo de sus primeros moradores: rusos, egipcios, prusianos, austrohúngaros, franceses e italianos. Terminó pronto la cena y nos invitaron a visitar el casino como atracción turística, hecho que agradecimos. Aquellos años sufríamos en España una fuerte recesión económica, consecuencia ógica del plan de estabilización; habían emigrado muchos millares de trabajadores españoles a países más desarrollados y beneficiarios del conocido Plan Marshall; además, estaban prohibidos os casinos. Naturalmente, no habíamos tenido ocasión de ver uno de esa envergadura. El mundo de Antonio Valero En nuestro lento paseo por el casino llegamos a una sala en la que se leía en varios letreros: “Apuesta mínima, 150 dólares”, algo así como unos seiscientos euros de hoy. La otra persona del IESE que venía con nosotros, dijo: «Antonio, ¿has leído?». La respuesta de Antonio fue rápida: «Sí, ése es mi mundo». Era verdad. A Antonio Valero, desde los comienzos del IESE, hacía ya 2 cuatro años, le escuchaban con mucho interés empresarios y personas del más alto nivel, a quienes él presentaba sus sugestivas y originales reflexiones, llenas de fecundidad. Por ello, me atrevo a afirmar que yo no creo fuese sólo fruto de una habilidosa táctica el hecho de comenzar el IESE con el Programa de Alta Dirección de Empresas (PADE), que sin duda fue una de las causas del éxito, sino que más bien fue consecuencia de la personalidad de Antonio, que se sentía obligado a acercar a la Verdad, acercar a Dios, a grandes empresarios, con muchos recursos, personas singulares –“hombres de vértice” les llamaba él– a quienes casi nadie se veía capaz de hablarles con claridad. Estos hombres, acostumbrados a escuchar siempre alabanzas y manifestaciones de admiración por sus notables triunfos, soportaban y agradecían las claras opiniones que les dirigía Antonio, a veces duras y desfavorables. Les hablaba, por ejemplo, de la diferencia entre el beneficio que provenía de la creatividad innovadora y del trabajo arduo e intenso realizado por un equipo de personas constituidas en empresa, y el dinero ganado con ocasión de una especulación fruto de una situación coyuntural de aquellos tiempos, que ahora definiríamos como “pelotazo”. Ayudar a los empresarios y altos directivos Antonio se movía con soltura en ese ambiente porque nunca había dado excesiva importancia a la propiedad de los bienes materiales, que para él eran un instrumento. Consideraba de más valor los saberes intelectuales y los legítimos afectos familiares, o aquellos que eran fruto de las relaciones de amistad que surgían en su apasionada vida. Las personas que estaban en la cúpula de la sociedad solían tener abundantes bienes materiales, pero con frecuencia andaban faltos de comprensión y de afecto sincero; tampoco se les admiraba por sus valores intelectuales, no entendidos ni apreciados, ni siquiera por ellos mismos. El arte del management no fue considerado en España como algo digno de estudio hasta muy entrado el siglo XX. Se acercaba Antonio a esos hombres con sinceridad, su lenguaje era claro. Les ofrecía su afecto y comprendía sus problemas; se sentía obligado a colaborar en la mejora de sus trabajos y de sus vidas. Afirmaba que para la excelente misión de repartir “pan de San Antonio” había otras personas, él debía ayudar a los empresarios y altos ejecutivos, ése era su mundo. IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos «El problema no es sólo aprender, sino –y mucho más importante– hacer, comprometerse, darse, servir con sentido y con equilibrio.» Antonio Valero, «Una filosofía de la administración de empresas», 1975 IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos 3 Josep Faus, profesor del IESE Cinco decisiones clave de Antonio Valero Del conjunto de la actuación de Antonio Valero como fundador del IESE, cinco de sus decisiones de carácter estratégico han dotado al IESE de una identidad diferenciada con respecto a otras escuelas de negocios Mis primeros contactos con el IESE se refieren, de hecho, a su prehistoria, cuando bajo la dirección de Antonio Valero, en un piso de la Vía Augusta de Barcelona, contiguo a mi lugar de trabajo, el IESE estaba organizando –tanto desde el punto de vista académico como desde el punto de vista administrativo y logístico– el primer PADE, que comenzó en 1958. Poco después me incorporé al IESE, primero a tiempo parcial, en 1960, y luego a tiempo completo, en 1961. Una de las primeras cosas de las que pude darme cuenta es que Antonio Valero ejercía sus responsabilidades de dirección con una energía fuera de o común. Siempre tuve la impresión de que era una persona que sentía el peso de una misión con la que no cabía contemporizar, por lo cual pedía la misma exigencia y rigor a todos los que trabajaban con él. gran esfuerzo y mucha imaginación. El programa fue un éxito que abrió inmediatamente muchas puertas importantes para desarrollar otras actividades. Los propios PADE, entusiasmados con la experiencia vivida, trajeron a otros PADE, y también a gente de su estructura, permitiendo de manera inmediata empezar otros programas, como el PDADE (hoy PDG) y el PDE (hoy PDD). Con todo ello, cuando pocos años después empezamos el Programa Master, ya partíamos de una situación en la que podíamos usar materiales españoles, porque muchas empresas nos habían abierto sus puertas para la redacción de casos y había una masa crítica de empresas deseosas de contratar Master, con lo cual la colocación de los graduados no constituía ningún problema, y a su vez facilitaba que los mejores candidatos pidieran la admisión al Programa. 2. Formación de los profesores Esta exigencia supuso materializar de forma efectiva una serie de características muy particulares que configuraron desde el principio los rasgos fundamentales de la personalidad del IESE. No me voy a referir en este breve escrito, por no ser la persona adecuada para hacerlo, a las razones de orden sobrenatural y apostólico que estuvieron en la raíz de la fundación del IESE y que, a lo largo de los años, han seguido formando la parte más esencial de su razón de ser. Me referiré, por el contrario, a una serie de aspectos de lo que podríamos llamar la estrategia institucional, definida y defendida por Antonio Valero, que en su momento llamaron la atención de propios y extraños, porque se salían de la práctica común en instituciones similares, pero que resultaron ser decisivos para el espectacular despegue y posterior desarrollo del IESE. Un segundo punto en el que Antonio Valero insistía con machaconería era el tema de la formación de los profesores. Desde 1960 empezaron a ponerse en práctica programas individualizados de formación de los profesores, que normalmente comportaban estancias de por lo menos un año en universidades de prestigio en Estados Unidos. Pronto, en 1963, fueron tomando el formato de programas doctorales en dirección de empresas. Por experiencia, puedo decir que estos planes de formación exigían esfuerzos personales y económicos muy considerables, que a la larga permitieron que el IESE fuera la institución europea con más doctores en dirección de empresas en su claustro de profesores. Esta circunstancia abrió la puerta a un sinfín de relaciones académicas internacionales, que reforzaban cada vez más el prestigio del IESE. 1. Empezar por arriba 3. Internacionalidad Citaré, en primer lugar, la apuesta audaz y arriesgada de empezar por arriba, nada menos que con un programa de perfeccionamiento de altos directivos –el PADE–, para el que se requería de los participantes diez años de experiencia en una posición de alta dirección. La gente decía que estábamos locos. Entre los participantes se encontraban directivos de más de 60 años, y los profesores de más edad del IESE –Rafael Termes, Félix Huerta y el propio Antonio Valero– andaban entre los 30 y los 40. Otras escuelas de negocios de Europa habían empezado con programas de formación de carácter universitario para jóvenes o, como máximo, de posgrado. Aquella decisión nos obligó a aportar un 4 En este mismo sentido se encaminaba la insistencia de Antonio Valero en la internacionalidad del IESE. Incluso antes de los doctorados, cuando los profesores del IESE éramos básicamente un grupo de jóvenes (muchos no llegábamos a los 30 años) cargados de buena voluntad, Antonio ya nos introdujo en las organizaciones europeas relacionadas con la enseñanza de la dirección de empresas. Él mismo fue pronto presidente de la European Association of Management Training Centers (EAMTC), que posteriormente evolucionó como EFMD. Recuerdo verdaderos malos tragos personales en Bruselas tratando de mantener la bandera IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos del IESE en medio de gente mayor y más experimentada y con un nivel de inglés menor que el deseable. Pero Antonio empujaba y las cosas se hacían, de forma que el IESE estuvo presente, y muy presente, también en Europa, prácticamente desde el principio. 4. Investigación Un cuarto punto fue la insistencia de Antonio Valero en la investigación, aunque en algunos momentos debiese centrarse en el apoyo a la docencia mediante el desarrollo de materiales pedagógicos, especialmente casos y notas técnicas. En el tema de la investigación todavía estamos buscando nuevos caminos para responder a la exigencia de Antonio, que como tal existió desde el principio. 5. Los cuatro 25% Finalmente, quisiera referirme a un quinto punto de la estrategia de Antonio, que fue decisivo para el desarrollo del IESE: la llamada teoría de los cuatro “veinticincos por ciento”. Antonio estaba muy preocupado por lo que consideraba que debía ser la personalidad de un profesor del IESE: una persona con una solidísima formación científica, pero con los pies muy asentados en el suelo de la práctica real de la dirección de empresas y, al propio tiempo, con el suficiente desprendimiento para arrimar el hombro en las tareas de dirección del propio IESE. La teoría se refería a la dedicación –aproximada y en un contexto de largo plazo– del tiempo de los profesores. Un 25% del tiempo a docencia, un 25% del tiempo a investigación, un 25% a tareas internas del IESE y un 25% a consultoría externa. Como subproducto, otro beneficio: muy pronto muchos profesores empezaron a obtener ingresos procedentes del 25% de consultas, superiores al sueldo satisfecho por el IESE por el restante 75%. Desde el punto de vista de la contratación de profesores, ello permitió que ser profesor del IESE fuera atractivo también desde el punto de vista económico, sin necesidad de tener que ofrecer sueldos espectaculares. No es que esto fuera lo más importante, pero también ayudó. Mª Carmen Parés, secretaria del profesor Valero, explica cómo se trabajaba con él, especialmente en los últimos meses de su vida Recordando a Don Antonio Recuerdo muy bien el día que conocí a Don Antonio. Fue cuando entré a trabajar en el IESE, hace más de 12 años. A pesar de que yo ya llevaba muchos años trabajando y había colaborado con otros jefes, me impresionó su fuerte personalidad, la firmeza de su carácter, su seriedad, capacidad de trabajo, inteligencia y exigencia consigo mismo. Los primeros meses resultaron un poco difíciles para mí. Fueron como un examen diario, un aprender continuo de un maestro, que exigía de los que estábamos junto a él una gran dedicación al trabajo, constancia y discreción, virtudes que él había desarrollado y alcanzado en alto grado durante su vida. Iba conociéndole y descubriendo que, además de su fuerte carácter, tenía también un especial sentido del humor y una gran humanidad. Esta característica le llevaba a preocuparse por sus amigos. Y fui captando las impresiones de quienes le conocían desde hacía muchos años, que le querían y respetaban al mismo tiempo, y pedían con confianza su consejo en situaciones delicadas para ellos. En estos últimos meses de su vida fue un verdadero privilegio estar a su lado, pues fue dejando al descubierto otros aspectos de su personalidad que me ayudaron a conocerle mejor. Demostró tener desprendimiento, docilidad, obediencia y paciencia. Aceptó las dificultades que se fueron presentando y mostró, sin ningún pudor, su profunda fe y su espíritu cristiano, que le llevaban a desarrollar una gran labor apostólica con cuantos a él se acercaban. Hasta el último día mantuvo vivo su deseo de enseñar, de estar en el IESE que tanto quería. Se sentía a gusto en su despacho, adonde acudía diariamente. Aún parece que su presencia se siente entre nosotros y le recordamos con cariño. Luego, naturalmente, existió la labor de llevar todos estos aspectos a la práctica. Antonio fue un director duro, que no admitía rebajas. Tenía una misión; la cumplió y la hizo cumplir. IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos 5 Marian Puig (PDG-I 64), presidente de Corporación Puig y uno de los primeros alumnos del IESE Gracias a John F. Kennedy, conocí el IESE A principios de los años sesenta, era impensable concebir una escuela de alta dirección en España. Sin embargo, en Barcelona había comenzado su andadura el IESE, promovido por Antonio Valero Mi encuentro con el IESE y con Antonio Valero tiene su historia. Tras algunos años de trabajo en la empresa, había empezado a detectar algunas lagunas en mi formación. Mis estudios universitarios y mis comienzos en la empresa me mantuvieron en un ámbito eminentemente técnico, por lo que, al tiempo que asumía nuevas responsabilidades, decidí completar mi formación para progresar como directivo y empresario. Las posibilidades de hallar en Europa alguna institución que impartiera programas para empresarios eran escasas o nulas, por lo que aproveché uno de mis frecuentes viajes a Estados Unidos para interesarme por los programas que se impartían en la Universidad de Harv a rd, que a principios de los años sesenta había adquirido un gran prestigio como consecuencia de la elección de John F. Kennedy como presidente de Estados Unidos. Sin embargo, la dedicación de tiempo que exigía el programa, y su coste económico, me obligaron a desistir de la idea de estudiar en Harvard. La persona que me atendió, al saber que procedía de Barcelona, me ofreció la primera información acerca del IESE, una escuela fundada pocos años antes en Barcelona, con la que Harvard había establecido una íntima vinculación de programas, de profesores y de sistemas. Además, me facilitó un nombre: Antonio Valero. Una escuela de negocios en la España de los sesenta Yo no sabía ni quién era Antonio Valero ni que en Barcelona existiera una escuela de negocios. Pero, una vez en la ciudad, me puse en contacto con él para concertar una entrevista, en la que me impresionó su personalidad y su entusiasmo hacia la escuela de negocios que estaba fundando. Abandoné el IESE con la idea de realizar un programa, pero los frecuentes viajes profesionales me impedían comprometerme con un programa de nueve meses de duración. Finalmente, en 1964, pude participar en el PDG. Son muchos os recuerdos que conservo de aquel curso, algunos con especial nitidez, como aquella clase de Dirección General, materia que impartía Antonio Valero, en la que, tras lo que debió de ser un comentario excesivamente ligero, el propio Antonio me hizo ver que había estado fuera de lugar. Sus palabras me hicieron reflexionar hondamente, hasta el punto de que aquel episodio 6 me sirvió para valorar la importancia de medir las palabras, sobre todo en ocasiones como aquella, en la que me encontraba ante el profesor y cincuenta compañeros. Un líder que se exigía y exigía a los demás Del Antonio Valero que conocí entonces recuerdo su capacidad de exigir, que aplicaba, en primer lugar, a su propia persona. Antonio era un líder, sabía crear a su alrededor un ambiente de disciplina, de esfuerzo, de perfección, que se comunicaba a través de los mensajes que transmitía en sus clases. No es de extrañar que las sesiones de Dirección General se esperaran con gran expectación. De cada una de ellas salíamos con una idea nueva, útil para profundizar en algún aspecto de nuestra profesión de directivos. Uno de los aspectos de su personalidad que le hacían destacar era su inteligencia abstracta, superior a la habitual. Contaba con la capacidad de elevar una cosa concreta a una cosa genérica, y en él se combinaba el espíritu latino, que se manifestaba en el empuje que imprimía en las tareas que iniciaba, y al mismo tiempo, una capacidad de abstracción propia de un carácter nórdico. Visión de futuro Antonio Valero tuvo la visión hace 44 años de fundar el IESE, idea en la que ya llevaba algún tiempo trabajando, en un momento en el que España estaba muy lejos de llevar a las empresas una dirección estructurada. Era algo absolutamente novedoso, e imagino que le obligó a ir contracorriente para aplicarla en unos años dificilísimos. Desde esta perspectiva se c o m p rende la magnitud de la empresa: el IESE no era una escuela más, era la primera de España y de las primeras de Europa. A lo largo de estos años he mantenido el contacto con Antonio, y algunas de nuestras conversaciones me ayudaron, en su día, a tomar decisiones en momentos importantes de mi vida y de la empresa. Antonio Valero ha dejado este magnífico legado que es el IESE. Como ciudadano español y como empresario, no puedo menos que rendir homenaje a su persona y agradecer al claustro del IESE y a la propia institución la labor que llevan a cabo. IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos es noticia / in memóriam Juan Castelló (PADE-I 61), empresario, recuerda la etapa estudiantil de Antonio Valero, a quien conoció en 1944 Recuerdos de juventud Tengo un recuerdo muy nítido de la primera vez que vi a Antonio. Fue en Terrassa, y me llamó la atención la imagen de una señora vestida de negro acompañada de un chico muy alto. Tal como supe después, acababa de llegar de Zaragoza para instalarse en Terrassa y estudiar en la Escuela de Ingenieros. Era el año 1944. Ambos pertenecimos después a un amplio grupo de amigos, del ámbito de la propia Escuela y de la ciudad, que contaba entonces con una nutrida población universitaria. Durante sus años de carrera, Antonio era conocido entre sus compañeros por ser muy buen estudiante, hasta el punto de que era referencia incluso para los profesores. Se contaba que en más de una ocasión, cuando un alumno levantaba la mano en clase para decirle al profesor que no había entendido la explicación, el profesor se limitaba a preguntar a Antonio: «Señor Valero, ¿lo ha entendido usted? ¿Sí? Entonces ya está bien explicado». Y continuaba la lección. Sin embargo, Antonio se ocupaba después de ayudar a algunos de sus compañeros a entender algunas de las lecciones. En el año 1960 me lo volví a encontrar como amigo y profesor en el IESE. Un cuñado mío de la segunda promoción del PADE me habló muy bien de la escuela y decidí inscribirme al que fue el tercer curso. Una de las anécdotas que se explicaban en aquellos primeros años del IESE hacía referencia al respeto que les imponía a los que empezaron a dar clases hablar a personas de más edad que ellos. Organizaron la apertura del primer programa en Llavaneres, y ellos tenían mucho “miedo”: «¿Puede ser que unas personas tan mayores nos hagan caso a nosotros, que somos tan jóvenes?». La tranquilidad les llegó a través de una de las personas del bar, que les comentó a aquellos primeros profesores del IESE que, después de la primera sesión, el señor Roca –uno de los asistentes de cierta edad y de contrastado prestigio profesional– aprovechó un momento de descanso para ir a comprar una libreta para tomar apuntes. Antonio lo comentó inmediatamente con los demás profesores: «Tranquilos. Hemos dado en el blanco. La batalla está ganada». IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos 7 Esteban Masifern, profesor del IESE El amigo ¿Cuál era el perfil humano de Antonio Valero? En la distancia corta era una persona cercana, con una enorme capacidad de hacerse cargo de las situaciones y tender una mano a sus amigos Conocí a Antonio Valero cuando yo tenía dieciséis años. Era persona muy leal con sus amigos. Prueba de su enorme calidad humana es que tuvo muchos más verdaderos amigos que la media docena ordinaria. Y es que Antonio era amigo y mentor. él. Era una persona muy afectuosa, pero además no desperdiciaba ocasión para educar, formar y fortalecer el carácter. Fue una bendición su colaboración en la formación de los míos, pero, por supuesto, yo fui el primer beneficiado. Años más tarde, coincidí con él en la Escuela de Ingenieros de Terrassa, en la que él era catedrático. Como era normal en él, aclaró las reglas del juego desde el inicio: «Tú y yo nos conocemos bien. Por tanto, sabes qué espero de nuestra amistad: que des lo mejor de ti en la asignatura, pues por transparencia y por tu bien, seré más exigente contigo que con los demás». Y así fue: saqué una de las notas más “medianejas” de mi carrera. Fue un catedrático bastante atípico por su gran exigencia, pareja, eso sí, con maestría en la docencia. Pero su dureza en hacer cumplir las normas de disciplina que dictó el primer día, me pareció alguna vez despro p o rcionada. Una vez, al indicárselo, me dijo: «Acompáñame a Barcelona y por el camino hablamos». Con aplastante lógica y paciencia de amigo, enumeró la razón formativa que había tras de cada norma. «Discuten siempre, pero son grandes amigos» Padrino de boda Antonio fue mi padrino de boda y, por tanto, quien entregó el ramo y recitó el verso a la novia. Como la diferencia de estatura con Carmen-Cristina era notable, se produjeron problemas de encuadre en la filmación, por lo que tuvo que repetir entrada, verso y entrega. Lo hizo de tal manera que se ganó inmediatamente la estima de mi suegra (para la cual no era un buen día, pues la diabetes que padecía le jugó una mala pasada, y casar a su única hija con Esteban, ¡era doblemente duro!). La sensibilidad y empatía de Antonio le hicieron descubrir rápidamente lo que tenía que hacer. Capacidad de conectar He vivido muchas situaciones en que esa capacidad de conectar, de nivelarse, de ver lo que convenía hacer para ayudar, le ganaron el agradecimiento y el aprecio. Como, además, era enormemente simpático y tenía un anecdotario y vivencias de gran nterés, era una gozada estar con él en una reunión. Especialmente cuando estaba distendido, por ejemplo, en mi casa y con mi familia. Nos lo hacía pasar en grande. Mis hijos, desde niños, exigían vivir esas ocasiones, pues le tenían un gran cariño, y ya crecidos, cancelaban lo que fuera para no perderse el estar con 8 Antonio y yo teníamos diferentes puntos de vista en multitud de temas. Así que me quedé sorprendido cuando un compañero me presentó a un político amigo de Antonio: «Quiero que conozcas a Esteban Masifern, que discute siempre con Antonio, pero son grandes amigos». Por lo que parece, para esa persona, ser amigos y discutir era un oxímoron. Pero Antonio era un ferviente partidario de no uniformizar las opiniones, por aquello de que “cuando todos piensan lo mismo, es que nadie piensa”. Asimismo, era consciente de que solamente un amigo se molesta en llevarte la contraria, especialmente si es su jefe. Otro recuerdo son los partidos de tenis, deporte en el que le introduje –supongo. Después de unos años en los que dejamos de jugar, encontramos un club de tenis muy pequeño, con una pista, pero en el que nos dejaban jugar los sábados por la tarde (mi esposa insiste en que explique esto, pues por la mañana se trabajaba). Jugábamos muy mal, pero yo me reía porque Antonio se dejaba la piel, dado que jugaba para ganar (más tarde leí que ésta es una característica de los líderes, de los buenos ejecutivos), y yo, para divertirme. En uno de estos partidos me dio una lipotimia, y Antonio fue dándome las indicaciones para que no me asustara y me recuperase. Hasta en eso me ayudó mucho, pues cuando he sufrido otras, las he afrontado con toda paz. Por último, debo citar las romerías del mes de mayo. Algunas en pequeñas excursiones a la montaña; luego, a una imagen de la Virgen ubicada al pie de Collserola; algunas veces, a la Basílica de la Merced. La romería ha sido un indicador del estado físico, pues los últimos años sólo nos desplazábamos hasta la iglesia de un convento muy cercano al IESE. Además de rezar, en pequeños grupos, por lo general, disfrutábamos de una amena charla sobre lo que fuere. Antonio siempre me encomendaba en sus oraciones y lo hizo, me consta, muy especialmente, un mes antes de su muerte. Me siento privilegiado, pues seguro que lo sigue haciendo. IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos es noticia / in memóriam Empar Vendrell colaboró directamente con Antonio Valero durante su etapa de director del Departamento de Política de Empresa El privilegio de trabajar con Don Antonio Conocía a Don Antonio Valero desde que me incorporé al IESE en 1962, pero no fue hasta mucho más tarde cuando tuve el privilegio de trabajar directamente con él. Ya desde el principio, y por los comentarios sobre su destacada personalidad y singular forma de hacer, compartía con todos un profundo respeto y a la vez admiración por él. No obstante, fue en la primavera de 1973, y durante unos años, cuando presté directamente mis servicios a Don Antonio. Sólo un tiempo más tarde pude valorar en su justa medida la extraordinaria calidad humana que atesoraba y apreciar lo mucho que me había dado. Los principios fueron duros para mí, y estoy convencida que mucho más para él, que puso todo su empeño en desarrollar hasta el extremo –y en mi propio beneficio– todas las aptitudes que vio en mí. Con suma paciencia por su parte, fui recibiendo sus enseñanzas, desde saber escuchar hasta cómo llegar a los más altos cargos y destacadas personalidades nacionales e internacionales con las que el profesor Valero se relacionaba. Me hizo partícipe de actuaciones de muy alto nivel, cuyo resultado aumentaba su confianza en mí, y con ello, la fidelidad y el esfuerzo en mejorar mi colaboración. Su fuerte personalidad, tenacidad, dotes de mando, su gran capacidad académica, el IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos conocimiento de la gente y de otros países, el perfeccionismo en los proyectos más pequeños y su exigencia hasta en las tareas más simples, la excelencia en todas sus actuaciones... todo ello provocaba en mí y aumentaba la admiración y el respeto… y a la vez, temor. Sí, temor de fallar, de no conseguir los resultados que esperaba cuando me impulsaba a alcanzar metas que, por mis limitaciones, me resultaban inalcanzables. Me confió tareas delicadas, difíciles para mí, pero aunque sin mediar palabra y siempre con la medida justa, yo sabía que contaba con su apoyo y comprensión. Como lo haría un buen padre, me enseñó, me exigió, me corrigió, me pidió resultados, me regañó y también me manifestó su extraordinario afecto. Años más tarde, en 1991, me regaló un ejemplar de su libro «Política de Empresa». Su dedicatoria dice así: «(…) con el recuerdo de tantos años de trabajo juntos, una vida profesional en el IESE y el agradecimiento y admiración que le debo y tengo. A.V.V.». Cuando me lo entregó, no pude contener la emoción, y cuál fue mi sorpresa cuando observé que lo mismo sucedía en la mirada del profesor Valero. Por todo ello, y con sumo agradecimiento, me he atrevido a escribir estas líneas, como pequeño testimonio de quien dejó en mí profunda huella y ejemplo a imitar. 9 Sandalio Gómez, profesor del IESE Exigencia profesional y preocupación por los demás Antonio Valero supo combinar la exigencia en el ámbito profesional con la preocupación por las personas que colaboraban con él. Puso al servicio del IESE todas sus capacidades y exigió a las personas que trabajaron con él la misma intensidad Conocí a Antonio Valero en 1965, año en que entré en el IESE como asistente de investigación. Tenía entonces 23 años y acababa de licenciarme en Económicas. En aquel entonces, el director general todavía era Antonio Valero, y colaboraban con él Félix Huerta, Fernando Pereira, Carlos Cavallé, José Ocáriz y Leopoldo Abadía, entre otro s . Además de mi trabajo como asistente de investigación, me encargaron, junto con Ramón Meseguer, de las admisiones de alumnos del recién creado Master. Me quedé en Barcelona Recuerdo un episodio de aquellos años que, de algún modo, marcó mi trayectoria profesional y en el que intervino directamente Antonio. En torno al año 1966, se desplazaron a Barceona Carlos Llano y algunos empresarios mexicanos, para a p render del IESE e impulsar una escuela de negocios, el IPADE, en México. Carlos era profesor de factor humano, área en la que yo me encontraba trabajando, y me propuso ser profesor de la nueva escuela, pero al consultárselo al pro p i o Antonio, éste se negó, aduciendo, entre otros motivos, que me necesitaban aquí. Su intervención en aquel asunto de México tuvo tres consecuencias: me quedé en Barcelona y en el IESE, porque los asistentes teníamos un contrato de sólo dos años, me nombraron colaborador científico y me vi metido en una consulta, sobre temas de personal, en una empresa en la que Antonio era consejero. Los despachos con Antonio ¿Cómo describir a Antonio Valero? Me impresionó mucho, tal vez por mi edad –era entonces muy joven– y por su port e serio. En poco tiempo noté que era una persona extremadamente rigurosa desde el punto de vista profesional. Las personas que colaboraban de un modo más cercano se veían obligadas a hacer un esfuerzo importante para seguir el ritmo que Antonio marcaba en sus despachos, que eran “temidos” por muchos de ellos. Yo había recibido las instrucciones necesarias para salir airoso de mis primeras reuniones con él: «Lleva papel y lápiz, apunta todo lo que te diga y no expongas cualquier idea que hayas tenido y no hayas pensado suficientemente en ella». 10 La razón de tales precauciones no era otra que evitar que, tras un par de preguntas que iban al fondo de la cuestión, la nueva idea apareciera como irrealizable, dejando en evidencia al que la proponía. Antonio contaba con una inteligencia y una profundidad poco comunes, con una capacidad de síntesis que le llevaba a despojar a las situaciones de lo accesorio y circunstancial para centrarse en el meollo de la cuestión. Estas características le otorgaban una extraordinaria capacidad para diagnosticar los problemas y tomar decisiones. Una constante de su modo de ser era su búsqueda de la perfección en el trabajo, aspecto en el que influía su vocación al Opus Dei. Y esta perfección del trabajo que él pro c u r a b a alcanzar la exigía también a los demás. Quería dejar en el IESE este sello, esta cultura, como un rasgo propio de la institución. Dos facetas de su personalidad Pero esta imagen de hombre riguroso, distante, que formé de Antonio en mis primeros meses en el IESE, cayó rota en pedazos con ocasión de una visita de mis padres al IESE. A mí no se me había pasado por la cabeza la idea de presentarles a Antonio Va l e ro. Yo, un simple asistente de investigación, ¿iba a molestar al director general para que conociera a mis padres? Fue el propio Antonio quien dio respuesta a esta pregunta, puesto que mientras mostraba a mis padres las instalaciones del IESE, nos encontramos casualmente con él. Atendió estupendamente a mis padres, y demostró tener una relación conmigo mucho más cercana de lo que yo hubiera creído que po dí a t e ne r u n d i rec to r g e ne ra l c o n u n a si s te nt e d e investigación. Preocupación por los demás Ésta era la otra faceta de Antonio, su preocupación por los demás. Del mismo modo que profesionalmente exigía, en el trato personal se le notaba un cariño y una disposición tremendamente sincera y afectuosa. Tuve durante un tiempo mi despacho en un edificio que hoy ya no existe y que denominábamos “La Cubana”. Entre otras peculiaridades, “La Cubana” era un paso obligado para acceder a lo que entonces era el comedor. Recuerdo las numerosas ocasiones en las que Antonio se detuvo al pasar ante mi despacho para interesarse por mí: el trabajo, la salud… Éste era el contraste de Antonio ValeIESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos Juan José Toribio, profesor del IESE ro: profesionalmente, riguroso y exigente, y humanamente, entrañable. Imprimió el sello del IESE Desde una perspectiva histórica, Antonio Valero tuvo la capacidad de captar lo que el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer le propuso, y la capacidad de poner en marcha el mecanismo inicial, que es lo que más cuesta. Antonio imprimió el sello del IESE, su cultura, le dio forma a todo: al profesorado, a la filosofía y la praxis, como él mismo las denominaba. Lo hizo con mucho detalle, con minuciosidad, con la intención de sentar unas bases que sus sucesores han desarrollado. La internacionalidad del IESE, que más tarde se ha potenciado, ya estaba presente en el planteamiento inicial. E l m ér it o d e A n to ni o Va l e ro f ue comenzar de la nada el IESE. Sobre su trabajo se ha desarrollado la vida del IESE. Él sembró y los demás hemos c on t in ua d o t ra ba j an do , p e ro n os hemos “aprovechado” de la magnífica labor que él llevó a cabo en los primeros años del IESE. Por este motivo, creo que nunca re c o n o c e remos suficientemente su labor. Recuerdos de Antonio Cuantos conocimos, tratamos y admiramos a Antonio Valero desde su etapa como primer Director del IESE, tenemos serias dificultades para resumir todo lo que él significó para nosotros. Personalmente, me atrevo a destacar cuatro características de Antonio que me impactaron de modo especial: 1.- La primera fue su inteligencia, su energía, y, sobre todo, su permanente visión del quehacer empresarial bajo el prisma de la alta dirección o, como él gustaba de decir, bajo la óptica del “hombre de vértice”. El IESE «no es una academia de técnicas empresariales –me advirtió, corrigiéndome, en cierta ocasión–, sino una escuela de dirección, y el día que lo olvidemos habremos destruido el esfuerzo de muchos». Lo dijo con tal fuerza, que nunca he podido olvidar esa visión de la institución que él fundó y legó a generaciones posteriores. Todavía nos sirve de guía a muchos. 2.- Su exigencia personal y profesional. Cuantos tuvimos la suerte de trabajar con él, coincidimos en sentirnos permanentemente impulsados a mejorar, y la perspectiva que dan los años hace que nos volquemos en agradecimiento hacia quien de tal modo nos elevaba. Recuerdo un libro de Salvador Panikker que, refiriéndose a Antonio, le definía como «un hombre cuyo contacto quema un poco». Sin duda, pero habría que situar esa definición en un contexto de cariño. El “fuego” de Antonio animaba, estimulaba, obligaba al esfuerzo y encendía un afán de mejora. Gracias, Antonio, por exigirnos. 3.- Su calidad personal. Todavía recuerdo la primera vez que, recién doctorado , me tocó IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos dirigir una sesión de Continuidad en el IESE. Para mí, joven e inexperto, los Antiguos Alumnos del IESE eran señores mayores, serios y demasiado respetables. No dormí la noche anterior y sentí, al empezar la sesión, la aguda tentación de fugarme del aula. Antonio estaba sentado en primera fila del auditorio, asintiendo con la cabeza a cuanto yo decía, riéndose abiertamente de mis chistes y anécdotas (todo lo torpes que cabe esperar en ese tipo de situaciones) y mostrando en el coloquio una valoración de la conferencia muy superior a lo que probablemente merecía. Salí del aula hecho un hombre nuevo, dispuesto a pedir que me asignaran otras sesiones de Continuidad. Sólo más tarde caí en la cuenta de la generosidad de Antonio para hacerme crecer en el oficio de profesor. 4.- Su bondad. En el verano de 1975, Antonio hizo algunos kilómetros en coche para visitarme en mi lugar de veraneo. «Vengo –me dijo- a transmitirte lo que Don Álvaro del Portillo nos cuenta sobre el reciente fallecimiento del fundador del Opus Dei.» Estuvo toda la tarde con Mari Asun –mi mujer– y conmigo. A su término, sentí que acababan de darme una nueva lección de generosidad, de visión trascendente de los acontecimientos, de entrega a la vocación personal y de preocupación por los demás, especialmente por los que éramos más jóvenes. Sólo he querido dejar testimonio de algunos –pocos– rasgos de su personalidad. Para rendirle el homenaje que le debo y para hablar cumplidamente de nuestro afecto mutuo, habría de embridar mis emociones. Y en eso no he pasado de la lección primera, quizá porque ahora me falta Antonio. 11 Joan Joly (PADE-I 59) Su inquietud por los empresarios Mi relación con Antonio Valero se remonta a sus años de profesor en la Escuela de Ingenieros de Terrassa. De esta relación surgió la creación, junto con otros socios, de RASA, una sociedad dedicada a implantar nuevos sistemas para mejorar la productividad de las empresas. Existía entonces esa preocupación entre os ingenieros españoles y los empresarios. En algunos miembros de RASA, esta inquietud iba más allá del incremento de la productividad, en especial se dirigía a la formación de los mandos en las empresas y sus directivos. Antonio Valero nos hablaba de la existencia de algunas escueas, como Harvard, por ejemplo, y Lille, y nos animaba a hacer una cosa como esa en España. Nos ilusionaba en conversaciones, pero no contábamos con el respaldo económico ni la capacidad para llevar a cabo este proyecto. Sólo hablábamos de ello. Algunas veces, Antonio había visto la conveniencia de crear una escuela para formar mandos intermedios, que ya existían, pero muy poco organizadas. En Terrassa había una. No obstante, había quedado un poco en segundo término la posible realización de una escuela como el IESE. Y nadie hubiera en aquellos años pensado en crear una escuela como la que surgió, y que sería lo que es hoy el IESE. Sin embargo, Antonio tuvo desde el principio muy claro cómo tenía que ser el IESE, e imprimió una serie de rasgos y líneas de actuación que lo han definido como institución. Plenamente identificados con Antonio en la necesidad de recibir formación como empresarios y directivos, en el primer programa del IESE del año 1959 nos inscribimos de nuestra empresa Joan Fontanals y yo. Posteriormente, en el programa de directores, se inscribieron Evaristo Ros (PDD-I 62), Fausto San José (PDD-I 63) y mi hermano Jorge (PADE-I 76). Raimon Sellarés (PADE-I 78) «Sólo lo he leído una vez» Hacía pocos días que Antonio había llegado a Terrassa para estudiar Ingeniería. Le recuerdo paseando con un grupo de amigos por la ciudad, durante la feria, que era entonces una fiesta muy importante para la gente joven. Al día siguiente, antes de entrar en la clase, le pregunté si se lo había pasado bien en la feria. Me contestó: «Chico, sólo me he leído una vez 12 la lección y estoy asustado». Era una lección larguísima. Nada más empezar la clase, el profesor dijo: «Señor Valero, pase a la pizarra a explicar la lección de hoy». Yo pensé en Antonio y en el comentario que me acababa de hacer. Antonio empezó con la voz temblorosa, pero a medida que iba hablando se fue serenando y explicó toda la lección de cabo a rabo, sin olvidar ni una coma. Al salir, le dije: «Así que sólo te la habías leído una vez...». El me contestó: «Te prometo que es verdad, pero no me volverá a ocurrir». Y nunca más volví a verle pasar nervios en el momento de exponer un tema ante toda la clase. Antonio Valero era el consultor del curso; cuando teníamos alguna duda sobre algún concepto, todos acudíamos a preguntarle a él. Vivía en una pensión del centro de Terrassa. Una tarde de invierno, en la que hacía un frío intenso, fueron a visitarle un grupo de compañeros para consultarle algunos temas que no entendían bien. Antonio se lo explicó de tal modo que lo pudieran entender bien. Pero, ya entrada la noche, después de cenar, Antonio pensó que tal vez no les había quedado demasiado claro y que explicándolo de otra forma podrían entenderlo mejor. Se puso el abrigo y se fue a casa de estos amigos –que vivían en las afueras de la ciudad– para volver a explicarles de otra manera los temas. Lluís Freixa (PADE-I 59) «El IESE cambiará la dirección de empresas» Fui compañero de Antonio Valero en la Escuela de Ingenieros de Te rrassa, pertenecíamos a la misma promoción. Antonio vivía en una casa contigua a la de mi familia, y cuando mi padre le conoció, al saber que era de Zaragoza, le invitó a venir a comer a casa todos los días festivos. Su familia agradeció el hecho de que Antonio estuviese con una familia. El hecho de vivir puerta con puerta facilitó que nos viéramos mucho. Con frecuencia estudiábamos en mi casa y él nos explicaba algunas materias. Era una persona muy inteligente, muy trabajadora, pero que también tenía muy buen humor, a pesar de su aspecto serio. Más adelante, siendo Antonio profesor de la Escuela, me hizo auxiliar suyo en una asignatura de Administración de Empresas. Debió ser durante aquel período cuando me animó para realizar un curso en el IESE, que se acababa de fundar. Recuerdo que Antonio decía: «Tienes que hacer el IESE, porque esto vale la pena, esto va a cambiar la dirección de empresas». Y lo hice, fui de la primera promoción. IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos Han dicho: «El pasado ocho de agosto, falleció Antonio Valero, promotor del IESE y su primer director general. Las primeras fases de una institución son fundamentales para su futuro, y Antonio dejó una huella nítida de lo que debía ser el IESE, huella sembrada de su amistad, tan profunda como exigente, que permitió, a mí personalmente y pienso que también a otros muchos, superar dificultades que nos parecían insuperables. Tenía clarísimo el planteamiento a largo plazo de la misión sobrenatural y humana del IESE. Y esta su convicción le llevaba a tener las fuerzas precisas para afrontar, generalmente con éxito, las dificultades diarias que se pudieran presentar. Y también esperaba eso de sus colaboradores y subordinados. Y por último, quisiera manifestar, muy explícitamente, nuestro profundo agradecimiento a Antonio por lo que personalmente hizo por cada uno de nosotros, y por lo que realizó institucionalmente al poner en marcha y adecuar el rumbo de la institución en la que trabajamos, el IESE.» Fernando Pereira, Profesor Emérito, IESE es noticia / in memóriam «Tenemos muy presente a Antonio Valero, no sólo por el cariño que le tomamos los que tratamos con él en el IESE, sino principalmente porque todo lo que realizó durante tanto tiempo forma parte de los verdaderos orígenes del IEEM» Jorge Pablo Regent, director del IEEM, Universidad de Montevideo «Recuerdo con qué cariño, entusiasmo y empuje el profesor Valero nos apoyó hace unos años en el Programa para Presidentes que tuvimos en Piura. Parecía que tenía que hacer mucho en este mundo (recuerdo que decía que estaba en plena forma física, e incluso quiso ir a conocer Cuzco, que está a más de 3.000 metros de altura), pero Dios sabe más…» Miguel Ferré, PAD, Universidad de Piura «Al igual que para el IESE, la pérdida de Antonio Valero representa el final de un capítulo irrepetible en la historia del IPADE. Si bien echaremos mucho en falta su presencia física entre nosotros, su legado deja una huella imborrable e imperecedera, por la que siempre estaremos en deuda con él.» «Me encantaría referirme a Antonio Valero, que fue nuestro director general. Sus clases eran las que más me interesaban. Antonio Valero era una inteligencia profunda. Tenía lógica e intuición. Sin embargo, era un niño, muy vulnerable. Y se defendía con su mal humor y con sus tajantes respuestas, a veces; pero creo que fue una gran inteligencia al servicio de todos nosotros. Gracias, Antonio. Estás en mi recuerdo con agradecimiento y afecto.» «De su esfuerzo y ejemplo han resultado estos institutos tan eficientes en tantas partes del mundo, para beneficio de muchos empresarios, de muchas organizaciones y de muchos países.» Mercedes Paniker (PADE-I 60) Pablo Ferreiro, PAD, Universidad de Piura «Conocí a Antonio Valero en 1947, en la Escuela Industrial de Terrassa; viví el inicio del IESE –entidad por la que siento un especial afecto– y he seguido con interés sus seguros pasos de crecimiento. Con Antonio me unió una amistad, un convivir –querer y admirar– durante muchos años; por este motivo, saber que se le recordará de una forma especial me ha producido una gran alegría.» «Los que tuvimos la inefable satisfacción de conocerle y tratar con él, le llevaremos siempre en nuestro recuerdo como la extraordinaria persona y excelente amigo que siempre fue.» Juan A. Puchol (PDG-I 66) «La figura de Antonio Valero ha sido muy significativa en el sector de la formación y será siempre recordada.» Sergio Raimond-Kedilhac Navarro, director general del IPADE Francisco Guarner (PADE-I 70) David Parcerisas, director general de EADA «Para mí ha sido una tristísima noticia, debido a los muchos años de colaboración y amistad que me unían con él.» Carlos Güell de Sentmenat, presidente del Círculo Ecuestre «He sentido mucho la muerte de Antonio Valero, ya que le traté en los primeros tiempos del IESE y conozco cuanto hizo por el IESE y a favor de nuestra sociedad.» José Ferrer, presidente de honor de Freixenet «Antonio era un hombre rápido, concreto, que dirigía su interés hacia los aspectos esenciales de los temas. Desde 1992 hasta su muerte, formó parte del Consejo de Administración de Cementos Molins. En las reuniones en las que participaba, sus opiniones pesaban y se tenían muy en cuenta.» Casimiro Molins (PADE-I 60), presidente de Cementos Molins IESE MARZO 2002 / Revista de Antiguos Alumnos 13