Contenido - CITCE - Universidad del Valle
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V O L . 1 N O 10 SEGUNDO S E M E S T R E 2 0 0 0 Contenido LICENCIA DE MINGOBIERNO RESOLUCION NO 0148 DE 1988 ISSN 0121 - 2184 Director Carlos E. Botero 4 De Le Corbusier a Rogelio Salmona. Noel Cruz. Consejo Editorial Jacques Aprile-Gniset, Ramiro Bonilla S, Carlos E. Botero, Noel Cruz, Francisco Ramirez 7 Clasicismo, Arquitectura y Ciudad en Colombia. Siglo XIX. Benjamín Barney. 18 Cali Siglo XX. La Ciudad Moderna que no fué. Carlos E. Botero. 34 ¡Deconstrucciones de la gran ciudad! Juan Manuel Cuartas. 46 La Discursividad de la Técnica: Apuntes sobre las formas de argumentación presentes en los tratados de arquitectura militar de los siglos XVI, XVII y XVIII. Jorge Galindo. 57 La Arquitectura, Función, Signo y Logica de Clase. Ricardo Hincapié. 66 Autores. Diseño Hugo García Paredes Diagramación Gustavo Andres Quintero Carlos Alberto Zapata Universidad del Valle Oscar Rojas,Rector Alvaro Guzman,Vicerrector Académico Correspondencia Revista Planta Libre, CITCE, Escuela de Arquitectura Universidad del Valle Canje Biblioteca Central Universidad del Valle Sección Canje, Apartado Aéreo 25360 Cali. Impresión Artes Gráficas del Valle. Edición 300 Ejemplares. Reproducción permitida citando la fuente 2 Editorial N ada puede reclamar Plantalibre distinto a su derecho a aparecer cada vez que confluyan diversos azares resueltos al momento de su publicación. Diez números en doce años no son una señal alentadora para cualquier empeño editorial, pero se puede alegar el que a lo largo de su precaria existencia la revista ha contribuido a impulsar, número a número, actitudes que desde la academia plantean bases serias para enfrentar temas cruciales como el del valor patrimonial del espacio urbano y la arquitectura dentro del panorama regional que nos compromete. Arrastramos vacíos enormes alrededor de la reflexión sobre otras artes que, desde la Facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle, se difunde por otros medios; la causa, quizás, la incertidumbre de asegurar a nuestros posibles articulistas una regular aparición de esta publicación. No hay nada tan desolador como ver el paisaje lánguido de publicaciones que afronten el problema teórico del estudio de temas esenciales del urbanismo, la arquitectura, el diseño y las artes, que puedan contribuir, desde la academia, tanto a interpretar problemas de nuestros pueblos y ciudades como a formular programas y proyectos referidos a ellos. Se trata entonces ahora de seguir alentando la intención de hacer de las publicaciones universitarias un punto de referencia para la construcción de muchos discursos dirigidos al conocimiento de la historia urbana y de los ámbitos posibles de actuación para quienes, participamos en los procesos de formación de arquitectos, diseñadores, artistas y urbanistas que aspiran a ser actores en la construcción de un nuevo ambiente urbano. Casa en Tenjo. Fuente:Rogelio Salmona, Escala SomoSur De Le Corbusier a Rogelio Salmona Noel Cruz P ermítanme decirles que la lectura de “Hacia una arquitectura” 1 me produce una singular sensación de reconfortante asombro – patético. Jamás me he encontrado una defensa de la arquitectura vernácula (‘verna’ es el esclavo nacido en el latifundio del señor romano), y por asimilación, se trata de la arquitectura construida con los materiales del lugar, como en este texto: “La mayoría de los arquitectos no han olvidado hoy que la gran arquitectura se halla en los mismos orígenes de la humanidad y que está en función directa de los instintos humanos. La arquitectura es la primera manifestación del hombre que crea su universo, que lo crea a imagen de la naturaleza, sometiéndose a las leyes que rigen nuestra naturaleza, nuestro universo. Las leyes de la gravedad, de la estática, de la dinámica, se imponen por la reducción al absurdo: sostenerse o derrumbarse”. se refiere a la idea de la arquitectura). Pero no para ahí; en la página 54, sale con esta afirmación: “... la geometría es lenguaje del hombre”. Fig. 1 Varas convergentes a un ápice. “Un determinismo soberano ilumina ante nuestros ojos las creaciones naturales y nos da la seguridad de una cosa equilibrada, y razonablemente hecha, de una cosa infinitamente modulada, evolutiva, variada y unitaria. Las leyes físicas primordiales son sencillas y poco numerosas. Las leyes morales son sencillas y poco numerosas. A continuación, vienen nueve páginas a lo largo de las cuales hace la defensa de su idea de los trazados reguladores, en el transcurso de las cuales (y me perdonará Le Corbusier) encuentro, algunas inconsistencias (pág. 53): “el hombre primitivo ha detenido su carro”. (Creo que la rueda fue desarrollada por las comunidades imperiales. Y esta otra, “determinan el lugar reservado a los sacerdotes e instalan el altar y los vasos del sacrificio (definitivamente, Le Corbusier, creo yo, está pensando en comunidades imperiales). Pero, independientemente de lo que pueda estar pensando Le Corbusier, no termina aquí mi grata sensación, pues, en efecto en lo que sí esta pensando es en las comunidades de cazadores –recolectores, a propósito de las cuales argumenta, en página 53, “que no hay hombre primitivo, que lo que hay es medios primitivos, y que la idea es constante y está en potencia desde el comienzo” (me imagino que Semejante afirmación es, ¡sin duda la más trascendental que he encontrado!. En efecto tal como yo lo veo, postularía que el primer edificio habría sido el construido a partir de varas convergentes en un ápice (Figura 1). Este edificio daría lugar a la ejecución de las infinitas versiones que tienen como característica la disposición radial del sistema portante, desde el Panteón hasta el edificio de la Orden de los Templarios. Después, en cuanto a las bandas de cazadores-recolectores que se especializan como cazadores de animales de rebaño, ocurriría el descubrimiento de la columna, primero como simple poste, y luego, con el desarrollo de la mampostería en forma de columna propiamente. Así surge la geometría a naves (Figura 2), tan excelsamente desarrollada en los templos griegos. Después, como el nomadismo prehistórico no sería una errancia sin rumbo, sino un desplazamiento programado, de nicho en nicho ecológico, bien pronto ocurriría el descubrimiento de la agricultura, muy probablemente, por accidente: descubrir que luego de consumir frutos varios, se habrían reproducido, espontáneamente, a partir de las semillas. Ya lograda la agricultura, y con ello el cese del nomadismo, un nuevo entorno urbano se produciría: la aldea agrícola empalizada, rodeada de cercados para proteger debidamente los cultivos (Figura 3), la cual haría obligatoria la organización compacta de los recintos (Figura 4), con el requisito de asegurarles suficientes iluminación y ventilación. Así se produciría el desarrollo del tercer tipo arquitectónico; el atrio, el cual hace posible la ciudad. Todos estos desarrollos tipológicos deberíamos pensarlos como posibilidades que sólo ocurrirían gracias a la sintonía armónica de la dinámica cultural (en sus aspectos religiosos y tecnológicos), por ejemplo, el desarrollo de la mampostería habría sido fundamental y no hay duda de que el contacto con la arcilla en las labores agrícolas habría tenido mucho que ver. Y con ello completamos la triada de espacios tipológicos: el espacio Central, el espacio a Naves y el espacio Atrial. Y la historia toda de la Arquitectura vendría a ser el inventario de las versiones correspondientes. Luego, Le Corbusier continúa, con toda una secuencia de seis páginas en las cuales presenta y defiende su idea de los trazados reguladores, en los siguientes términos, página 57: “Un trazado regulador es un seguro contra la arbitrariedad, es la operación de verificación que aprueba todo trabajo, la prueba del nueve del escolar el “lo que queríamos demostrar” del matemático. El trazado regulador es una satisfacción de orden espiritual, que conduce a la búsqueda de relaciones ingeniosas (y aquí Fig. 2 Geometría a naves. 5 mismo, lo cual solamente podría entenderse, desde esa aproximación del trazado regulador, heredado de su maestro Le Corbusier, de manera que la sugerencia de Silvia Arango, en el sentido de una posible conexión a propósito con lo “real maravilloso”, al menos desconoce esta realidad. A propósito, la gran virtud de la arquitectura de Rogelio Salmona, es la de mantenernos próximos a la gran tradición de la arquitectura clásica, con lo cual logra sin duda “culturizarnos”, manteniéndonos en una relación cultural trascendental. 1 Fig. 3 Aldea agrícola empalizada, rodeada de cercados. pienso en Salmona) y de relaciones armoniosas (otra vez pienso en Salmona). Confiere euritmia a la obra”. El trazado regulador aporta esta matemática sensible, que proporciona la percepción bienhechora del orden (y aquí Le Corbusier me parece bastante clásico). La elección de un trazado regulador es uno de los momentos decisivos de la inspiración, una de las operaciones capitales de la arquitectura... y ¿qué tiene que ver todo ésto con Rogelio Salmona? Resulta que en la edición de diciembre de 1999 de la revista “el malpensante”, aparece, en la página 39 una sorprendente declaración de Rogelio Salmona en la cual (Salmona dixit) afirma, en relación con el edificio de Postgrados de la Universidad Nacional, que todos los proyectos que yo hago son el 6 Fig. 4 Organización compacta de recintos. LE CORBUSIER. Hacia una Arquitectura. Poseidon, Buenos Aire, 1964 Capitolio Nacional. Bogotá. Thomas Reed 1846, Fuente: Conconcreto. Clasicismo, Arquitectura y Ciudad en Colombia Siglo XIX Benjamín Barney C omo dice Ramón Gutiérrez el XIX fue en Hispanoamérica un siglo de 150 años.1 Comenzó en el XVIII, antes de la emancipación de las colonias españolas, y las guerras lo prolongaron hasta bien entrado el XX. Colombia tardaría casi 100 años en romper con los patrones urbanos y arquitectónicos hispánicos después de su Independencia. Los cambios estilísticos correlativos a una nueva identidad no se generaron inmediatamente y la construcción popular en los primeros años de la República simplemente continuó las trazas urbanas y los tipos y patrones arquitectónicos de la tradición colonial y apenas se incluyen después algunos rasgos del neoclasicismo de finales de la Ilustración. Hacia la segunda mitad del XIX, la ruptura con España y la transformación de la vida social, generó un período transitorio en el que si bien aún no se formula una «nueva» arquitectura sí se introducen renovaciones notorias, al tiempo que se construyen unos pocos edificios neoclásicos, como el Capitolio Nacional, con los que se busca identificar a la nueva República. Por otro lado, el crecimiento demográfico, que venía presentando profundos cambios desde antes de la Independencia,2 todavía mantiene el modelo de poblamiento colonial en el que los puertos más importantes eran Mompox, un puerto fluvial, y Cartagena, en los que vivía una mínima parte de la población. Pero a medida que se intensifica la internacionalización de la economía, la población de los puertos aumenta fuertemente. La correspondencia de la distribución de la población con los ciclos exportadores, iniciada a finales del XIX, y que solo empieza a desaparecer desde la Primera Posguerra, provocó la ampliación de la frontera agrícola del país, la que no solo produjo nuevos medios de subsistencia, sino su reorganización a partir de la conformación de nuevos espacios regionales. Se fundan nuevas poblaciones para el intercambio de los excedentes agrícolas, como Manizales, y se produce el rápido crecimiento de no pocas pequeñas ciudades existentes, como Cali, puerto seco por donde salía la mayoría del café de exportación que era embarcado en Buenaventura. A partir de la segunda mitad del XIX se aceleró el remplazo de los centros de poder tradicionales, cuando se dividió el país en departamentos, provincias y cantones, se suprimió el sistema jerárquico de privilegios y se establecido la igualdad teórica de todos los municipios.3 Declinan los centros del poder político, militar, religioso y administrativo de la Colonia y se abren paso los de concentración comercial y financiera generados por la producción agraria de exportación. Como dice Jacques Aprile-Gniset, «la ciudad de la economía sustituye o margina la ciudad de la política.»4 Y, se debe agregar: la arquitectura de la verdad constructiva fue reemplazada por la de la apariencia formal. El desarrollo lineal inicial de las nuevas fundaciones dio paso a la retícula colonial cuando crecieron y se consolidaron, la que se densificó mediante la subdivisión de los solares y el aumento de las construcciones de 8 dos pisos. Los progresistas proyectos urbanos españoles, como el Plan Cerda, de 1858 para el ensanche de Barcelona o el Barrio de Salamanca, de 1859, de C. M. de Castro para Madrid así como la original Ciudad Lineal de Arturo Soria, de 1882, solo repercutirán en el país muchos años después. Los tipos edilicios y las técnicas constructivas coloniales se mantienen, pero se abandonan los procesos constructivos más dispendiosos y lentos a favor de una simplificación general de la construcción. La composición de las fachadas pasa a ser rigurosa, con ritmos marcados y énfasis en la verticalidad de los vanos; las techumbres son menos inclinadas y los pisos más altos. La simetría se generaliza, los espacios se diferencian y aparecen recintos especializados. Los motivos mudéjares y barrocos son sustituidos por los neoclásicos. Frisos, zócalos, columnas, pilastras y jambas, habitualmente ornamentadas, son frecuentes. La arquitectura de la casa cafetera mantiene los patrones formales de la hacienda colonial de tierra caliente pero adaptados a la nueva técnica constructiva de la guadua y la madera y responde vagamente a algunas características del neoclásico; se vuelve a los corredores periféricos de finales del XVIII pero los volúmenes ahora son simétricos y regulares. La casa urbana del colono pudiente se abre generosamente a través de ventanas y adornados balcones que proporcionan numerosas visuales sobre el entorno urbano. Estos nuevos modelos alcanzan su máxima expresión estilística con la bonanza de las primeras exportaciones de café. Pero un sector exitoso no tarda en buscar en el exterior sus símbolos, e inicia la importación de materiales suntuarios para la construcción y la decoración lo que indica un cambio estilístico y una nueva ideología. La nueva hacienda cafetera y la casa urbana del comprador de café abandonan el blanco tradicional de la cal y acuden a la novedosa policromía de las pinturas químicas. Mientras que en España hasta bien entrado el XIX la arquitectura mantuvo un neoclasicismo cada vez más gastado, en Colombia este solo se abre paso a finales del siglo, y es ya necesariamente una arquitectura historicista. Consolidado el espíritu republicano, se adopta el romanticismo y Colombia asume los nuevos estilos importándolos de Inglaterra y Francia, países con los cuales se ha establecido una relación más estrecha. «Nuevos» estilos que necesariamente serán «prestados» pues no habrá tiempo para adaptarlos. Lo mismo sucederá con los nacionalismos e historicismo que proliferan en España a partir del reinado de Isabel II, como el neomudéjar, el neoplateresco, el neonazarita o el neogótico levantino,5 que solo repercutirán en el país entrado el siglo XX. Entre l880 y l940 el neoclasicismo asciende, se transforma en moderno-historisista, vertiente neoclasisista, entra en decadencia y se disuelve en un eclectisismo que pronto es desplazado por las primeras expresiones modernistas locales en los campamentos de las multinacionales del banano como la Andean y la United Fruit en Santa Marta y Ciénaga, los campamentos de las petroleras norteaméricanas en Barrancabermeja, las últimas estaciones del ferrocarril y las instalaciones portuarias de Barranquilla y Buenaventura.6 Las nuevas ciudades que surgen o crecen a finales del XIX y principios del XX, lo hacen bajo una doble dependencia estilística y tecnológica, y mediante una arquitectura que une el uso de formas neoclásicas con el de materiales modernos importados, principalmente cemento danés, vidrio y hierro, 7 y fueron ingenieros, incluyendo los militares, 8 y arquitectos extranjeros, los que divulgaron las nuevas ideas arquitectónicas.9 Neoclasicismo y Latinidad El término «clasicismo»10 se aplica a los estilos más conscientemente tributarios de Grecia y Roma, a manera de un revival,11 o vuelta a sus principios artísticos o arquitectónicos.12 A partir del siglo XVI la interpretación renacentista de la Antigüedad ejerció tanta influencia en los arquitectos clasicistas como la misma Antigüedad, y se empezaron a desarrollar las teorías clásicas de la arquitectura basadas en Vitruvio, redescubierto en 1414, que se prolongaron a lo largo del XVII, aunque la mayor parte de los arquitectos solo las pusieron en práctica a finales de ese siglo en Francia en donde Perrault y Mansart comenzaron a usar patrones clásicos, y a principios del siglo siguiente, en Inglaterra, cuando arquitectos como Campbell, Burlington y Kent regresaron al clasicismo de Iñigo Jones y Andrea Palladio, lo que es considerado como la primera fase del movimiento neoclásico de mediados del XVIII. Esta tendencia artística comenzó como una reacción a los excesos del rococó y el barroco tardío y buscaba establecer unos principios basados en las leyes de la naturaleza y la razón. Se abogo por «la noble simplicidad y la tranquila grandeza» que Winckelmann consideraba las principales características del arte y la arquitectura griegos,13 y se prestó nueva atención a los antiguos edificios que se conservaban en Europa y Asia Menor. Los gravados de Piranesi inspiraron una nueva visión de la arquitectura romana que subrayaba sus cualidades formales y espaciales, y los nuevos descubrimentos arqueológicos posibilitaron la «corrección» de sus motivos clásicos. No obstante, las meras copias de edificios griegos y romanos fueron raras y nunca se recomendaron. Los teóricos pedían una arquitectura racional, basada en una serie de principios, pero que no imitaba la grandeza romana. 14 Se creía que la arquitectura, como la sociedad, había sido mejor y más pura en sus más simples y primitivas formas, lo que llevó a una nueva apreciación de la severidad del dórico griego.15 Estas ideas que llevaron a la creación de una arquitectura de formas geométricas puras cubo, cilindro, pirámide y esfera- encontraron su expresión más radical en Boullee, Ledoux y Gilly, en Francia, Soane, en Inglaterra, Latrobe en Norteamérica y Zakharov en Rusia. A pesar de todo, solamente unos cuantos arquitectos de finales del XVIII adoptaron los principios neoclásicos y sus conclusiones lógicas, pero también muy pocos escaparon a su influencia.16 En Francia, la Revolución y el Imperio Napoleónico, después, adoptan y ponen de moda el estilo imperial romano, en una versión teatral y recargada, pues supuestamente expresaba las virtudes de la vida civil republicana. Adopción claramente explicada por Marx: La tradición de todas las generaciones desaparecidas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos precisamente cuando estos parecen trabajar para transformarse a sí mismos y a las cosas, para crear lo que no ha existido nunca; en tales épocas de crisis revolucionaria se evocan angustiosamente los espíritus del pasado para ponerlos a su servicio; se toman prestados sus nombres, sus consignas, sus costumbres, para representar con este viejo y venerable disfraz y con este parlamento tomado en préstamo la nueva escena de la historia. Así Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, y la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la república romana y del imperio romano. 17 Los edificios neoclásicos tienen una apariencia sólida y severa. Su decoración es muy restringida y en algunos casos totalmente eliminada. Los órdenes tienen una función estructural más que decorativa, las columnas sostienen los entablamentos en lugar de adosarse al muro. La claridad de los volúmenes está subrayada interior y exteriormente por la continuidad de los contornos y las masas, absolutamente definidas y, en algunos casos, violentamente yuxtapuestas. A principios del XIX estos severos ideales fueron remplazados por una decoración más rica, una composición más pintoresca y más alusiones literarias al pasado. La tradición clásica sobrevivió en Europa, Norteamérica y las colonias europeas de Asia, África e Hispanoamérica a lo largo del siglo como una simple forma de renacimiento de lo clásico, ya fuera griego, romano o renacentista, la cual desembocaría en nuevos revivales, a finales del XIX y comienzos del XX por toda América.18 La apertura comercial de las nuevas repúblicas americanas con países europeos distintos a España implicó también una apertura cultural, facilitada por los mismos próceres criollos, lo que les permitió a Francia e Inglaterra heredar las condiciones de dependencia de las antiguas colonias, generando un nuevo interés geopolítico en estos países. La realidad de la América Española fue sustituida por la idea de América Latina, sutil operación eurocentrista, como lo señala Ignacio Abello: Sólo cuando Francia tuvo interés, tardío, en América y concretamente en México, apareció el concepto de Latinidad. En ese momento […] se planteó la necesidad de crear un movimiento panlatinista en el cual Francia sería la gestora y beneficiaria del mismo [y] heredera natural de las naciones latinas europeas, pero también buscaba constituirse en el centro de referencia de los nuevos países americanos recientemente independizados, a los cuales introducía dentro de su órbita cultural al declararlos latinos […] Por su parte, para los americanos fue la perfecta solución a un problema que se les había presentado desde que habían conseguido la independencia, debido a que el rompimiento con España conllevó un movimiento de ruptura no sólo político, sino que pretendió, igualmente ser cultural. Pero esta nueva clase dirigente que había hecho la independencia, era, ancestral y culturalmente española, y no podía, en dos generaciones, romper ese cordón umbilical; 9 menos aún cuando se negaba a reconocer algún tipo de vínculo con los indígenas, a quienes despreciaba y consideraba inferiores. Fue, en consecuencia, fácil y especialmente oportuno la aceptación del concepto de latinidad, porque de esta manera se podían aceptar los vínculos culturales con España, no como país conquistador y colonial, sino como país igualmente latino, el cual a su vez, debía mirar hacia Francia. 19 El Neoclásico en Colombia En Colombia, el neoclasicismo dejó proyectos de importancia. Aparte de los diseños posiblemente realizados en la Academia de San Fernando en Madrid,20 y el del Palacio de los Virreyes en Bogotá (1781) de Jiménez de Donoso, descartado por sus altas especificaciones, 21 están las obras realizadas por fray Domingo de Petrés,22 quien aún antes de llegar a Bogotá, en 1792, había remitido desde España algunos planos, como los del convento Capuchino, en 1783. En Colombia intervino en la reconstrucción de San Francisco (1794) y, a lo largo de 1804, en las reparaciones de San Ignacio, Santa Inés, San Juan de Dios y los colegios de la Enseñanza y San Agustín, todos en Santa Fe. Sin embargo, 10 sus obras más conocidas son la Catedral y Santo Domingo, en Bogotá, y los templos de Chiquinquirá, Zipaquirá y Santa Fe de Antioquia. 23 Es interesante, anota Ramón Gutiérrez, constatar un cierto anacronismo en Chiquinquirá, donde retoma antiguas propuestas de cabecera poligonal con girola, o en Zipaquirá, cuyo diseño se asemeja al proyecto de Diego de Siloé para la catedral de Granada. Quizás una de las obras más singulares del periodo sea el Observatorio Astronómico de Bogotá, de 1803, que realizó Petrés con una volumetría sin antecedentes en la arquitectura virreinal en Sudamérica.24 Sin embargo, la realidad es que entre 1800 y 1850 hay en el país más una marcada evolución de las formas hacia el manierismo que hacia un verdadero neoclásico. 25 El Capitolio Nacional, construido a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y principios de la primera del XX será el edificio más auténticamente clásico construido en el país; prácticamente el único. Como dice Gutiérrez, el neoclasicismo encontró en la austeridad y mesura características del barroco neogranadino un terreno apropiado, que respetó, por lo que no supuso un cambio tan fuerte como si lo fue sin lugar a dudas el anterior abandono del mudéjar en los edificios gubernamentales y eclesiásticos. La arquitectura tradicional, sencilla y criolla, de Popayán y el Valle del Alto Cauca, el mayor legado de la región al barroco neogranadino, fue barrida por el carácter intelectual del neoclásico, como dice Santiago Sebastián.26 En Popayán el neoclasicismo dejó exponentes de interés a fines del XVIII y primera mitad del XIX, dando cierta fisonomía a su arquitectura civil pero menos a la eclesiástica. Antonio García inicio la transferencia en su proyecto para la catedral, de 1786, que no se construyó, y, entre 1775 y 1794, en la iglesia de San Francisco, que con su fachada de sillería ha sido considerada la más monumental de su época y una de las obras más importantes del siglo XVIII en la Nueva Granada.27 En ella García limita las formas barrocas a los motivos ornamentales de columnas o claraboyas laterales y al remate mixtilíneo, 28 y retoma la idea de la gran fachada-tapa con la que engloba las tres portadas dejando sólo la central como retablo con columnas y pilastras.29 El paso definitivo al neoclásico se da cuando el obispo Velarde recibió el encargo de reconstruir la catedral. Al no ser aprobado por la Academia el proyecto de 1786 de Antonio García, Velarde solicitó en 1788 sus planos a la misma Academia pero éstos fueron descartados por costosos. La catedral actual solo fue construida en 1859, después de la Independencia, por Fray Serafín Barbetti (1800-1875). La difusión del neoclasicismo no fue radical y la arquitectura colonial sobrevivió en el sur-occidente colombiano no solo en los tipos, materiales y sistemas constructivos, sino en algunos detalles barrocos insertos en los diseños académicos, como en los de Andrés Marcelino Pérez de Arroyo y Valencia en Popayán.30 Este ilustre payanés fue un espíritu polifacético: teólogo, canonista, jurisperito, arquitecto y matemático, formó en un tiempo parte de la comunidad franciscana y fue una figura destacada del Colegio del Rosario y candidato a la sede metropolitana. Según Miguel Antonio Arroyo Díez, su biógrafo, formó su gusto en los tratados de Vitruvio y Vignola. 31 Santiago Sebastián y Carlos Arbeláez observan cómo esta circunstancia «no nos deja duda alguna sobre su formación profesional [pero] debido a sus múltiples ocupaciones casi nunca dispuso del tiempo necesario para dirigir personalmente sus obras, habiendo delegado este trabajo en constructores de su confianza».32 Por lo demás fue contemporáneo y amigo del científico, matemático y patriota Francisco José de Caldas (Popayán 1771-Bogotá 1816) conocedor también de Vitruvio e interesado por la arquitectura, lo que permite suponer, a juicio de Silvia Arango, «una dinámica intelectual respecto a la arquitectura, que no se dio en ninguna otra parte del país.»33 En su ciudad natal diseñó el altar mayor de la iglesia de Santo Domingo. También se le atribuyen las casas de Angulo, frente a Santo Domingo, las de Manuel María Arroyo y su hermano José Antonio, en la plazoleta de la Compañía, y la que construyó el doctor Santiago Arroyo para su primera esposa María Teresa Mosquera, en la calle del Seminario Menor, caracterizadas por ese aire de prestancia que tienen algunas viviendas patricias de la ciudad, en las que utilizó en las columnas y pilastras, cuidadosamente elaboradas en ladrillo, los órdenes La Casa de Hacienda y la Casa Urbana Republicanas jónico, dórico y toscano.34 En Cali hizo los planos de la Iglesia Nueva de San Francisco, primer hito de la nueva tendencia en el Valle del Alto Cauca,35 en donde su conocimiento de Vitruvio y Vignola se manifiesta claramente en la fachada. Fray Pedro de la Cruz Herrera y Riascos, constructor de San Francisco de Cali, fue posiblemente el más importante arquitecto de la ciudad por esa época, y Doctor en «ambos derechos» del Colegio Mayor del Rosario.36 Además de San Francisco completó el claustro de San Agustín, en donde funcionaba el Colegio de Santa Librada. Herrera, según Mario Carvajal Borrero, se formó «a la sombra magna» del sabio José Celestino Mutis.37 El otro arquitecto destacado de la ciudad, formado al lado de Herrera y Riascos, fue Fray José Ignacio Ortiz, autor del puente que lleva su nombre.38 En la primera mitad del siglo XIX los cambios en la arquitectura doméstica obedecieron a la disminución de los recursos disponibles y a modificaciones en el uso generadas por la situación del país, lo que implicó la optimización de algunos patrones independientemente de la voluntad de un cambio formal, conformando un periodo de transición con relación a la arquitectura colonial. Pero a finales del siglo, la consolidación de la república emparentó la «casa-quinta» suburbana con la casa de hacienda. 39 Se introdujeron modificaciones de gusto y uso de sus patios y habitaciones,40 y se jerarquizaron otras funciones de acuerdo con los cambios producidos por la agricultura de exportación. Se alteraron las proporciones de los vanos, se introdujo el uso del color, sobre todo en la madera y en los zócalos, y se añadieron repertorios formales pintoresquistas, 41 recurriendo eclécticamente a los estilos históricos. En este período las villas suburbanas son modelos transitorios para algunas casas de hacienda donde se funden con los tipos tradicionales. La variedad de estos modelos corresponde a la nueva situación de dependencia del país, y su condición de receptor facilita la asimilación indiscriminada de elementos de diverso tiempo y lugar. El modelo único es sustituido por el gran mercado de modelos del eclecticismo. Su variedad y número implica su debilidad y, por tanto, su transitoriedad, por lo que esta arquitectura termina, ya bien entrado el siglo XX, con la introducción de la arquitectura profesional moderna.42 Como dice Ricardo Hincapié,43 la tipología de las casas llamadas republicanas, que en rigor lo son de tradición colonial, de origen islámico y, finalmente, romano, tanto de hacienda como urbanas, responde a unos tipos y patrones comunes y a una distribución arquitectónica característica, en la que las distintas posibilidades de organización interior 11 obedecen a unas constantes; sus espacios, de gran altura y generosas proporciones, se agrupan linealmente en crujías y están unidos por corredores, conformando claustros completos o parciales. Estas naves, o crujías,44 permiten diversas posibilidades de organización e interconexión según sea su posición en los patios. Esta relación nave-patio, constituye una característica básica de la arquitectura de tradición colonial en Colombia y, por supuesto, en Hispanoamérica. Su utilización es muy variada y responde a las funciones y usos más diversos. Sus componentes pueden ser aposentos, estancias, habitaciones o recintos a un lado de los cuales, o a los dos, se desarrolla el corredor sostenido y delimitado por pies derechos de madera; o bien, dichas naves pueden estar constituidas por el solo corredor. Su relación con el exterior se da en las casa urbanas a través de una sola entrada, el portón, seguida de un zaguán, aunque en algunos casos hay entradas laterales para el uso de las bestias. En las haciendas siempre hay un corredor frontal desde el que se accede a los dos o tres cuartos que dan a él, pero siempre existe uno que permite a través suyo pasar directamente al interior. Los materiales son escasos tanto en el exterior como en el interior; madera en los 12 vanos, las gruesas paredes de adobe embarradas y encaladas y pisos enladrillados. En la gran uniformidad en el tratamiento de las fachadas urbanas se encuentran dos soluciones; la primera, de obvia tradición colonial, de la cual es ejemplo la casa Martínez Satizábal de Cali, se caracteriza por una distribución aleatoria de los vanos en la cual no se corresponden estrictamente sus alturas y la secuencia de llenos y vacíos no es regular; se trata de casas que no tienen ninguna ornamentación diferente al zócalo solo pintado que corre a lo largo de la fachada, el enrejado de las ventanas, llamadas «arrodilladas», el uso de balcones cuando son de dos pisos y los los canes del alero cuando son dejados a la vista. En la otra solución, influenciada por el neoclasicismo, 45 se encuentran medidas uniformes, puertas y ventanas que se corresponden en sus dimensiones y alturas y, cuando son de dos pisos, la estricta alineación vertical de los vanos; la reiteración de partes a lo largo de la fachada cuidadosamente moduladas, tiene evidentes repercusiones en la organización interna de las casas. El uso de estas dos soluciones no obedece a una secuencia cronológica, su empleo es por el contrario simultáneo y por lo tanto no es posible establecer a partir de su reconocimiento criterio alguno de antigüedad, particularmente en Cali cuyo casco más viejo se conforma apenas en la segunda mitad del siglo XIX. El gusto por una u otra es más bien un fenómeno netamente cultural: la tradición colonial es el resultado de una repetición de maneras de construir de acuerdo con una arraigada tradición; de otro lado la moda neoclásica, influencia directa de las arquitecturas consideradas de mayor prestigio de ciudades más grandes e importantes como Bogotá, Popayán o, incluso Cartago, es usada en Cali para edificios que pretenden ser representativos, como colegios, conventos, cuarteles, casas municipales, viviendas de familias importantes de finales del siglo, apelando al prestigio áulico o el valor nobiliario consustancial a la arquitectura clásica.46 Finales del XIX Por esta época, en los edificios más importantes, como la llamada primera Gobernación en Cali, elementos del repertorio clásico, basamentos, pedestales, pilastras, capiteles, cornisas, arcos, áticos y molduras, construidos con ladrillo cocido visto o encalado, se sobreponen al muro continuo de adobe; en los ejemplos más elaborados toda la fachada es de ladrillo pegado con barro. El orden arquitectónico del repertorio clásico más usado, y que más se ajusta a esta rústica arquitectura de barro, es el toscano. En un grabado de América Pintoresca,47 de una calle de Cali se observa claramente cómo la ciudad tiene varias casas de dos pisos, y cómo a una de ellas se le han agregado cornisas, frisos, dinteles, jambas, zócalo y balcones, de corte neoclásico; pero dicha casa no se diferencia sino en ésto de la casa tradicional que está en su frente. El neoclásico, que se desarrolla en el país a partir de mediados del XIX cuando se adaptan capillas a los nuevos patrones, y se construyen nuevas iglesias, puentes, galerías y cuarteles, y los conventos son confiscados y convertidos en cuarteles o colegios,48 conforma el nuevo símbolo de las ciudades pero no logra consolidar una imagen republicana completa de ellas, con la notable excepción de Popayán, y en realidad solo afecta las formas más aparentes de su arquitectura y desemboca, en las primeras décadas del siglo XX, en una apertura hacia distintos revivales: el llamado Eclecticismo,49 con sus nuevas lecturas de la arquitectura y la ciudad y luego, incluso en sencillas casas de habitación, como se pueden ver aún hoy en La Merced y San Antonio. Aprile-Gniset señala al respecto: «A finales del siglo pasado [el XIX] los comisionistas y grandes mercaderes, controlando el comercio de importación y exportación, conforman el sector ascendente y más dinámico de la sociedad colombiana. Viajando mucho sus integrantes descubren en Europa los seducientes [sic] vestigios del arcaico estilo arquitectónico llamado «neoclásico»... lo transfieren sin tardar a Colombia, al igual que los machetes de Sheffield, las telas de Manchester y de Ruán. No es por casualidad que ...esta arquitectura... sigue, paso a paso, en el país la estela de la progresión geográfica del comercio externo; importaciones y exploraciones se asocian con la edificación de las fortunas mercantilistas consumidoras... Producto del viaje, de la circulación del dinero, de la gente y de las ideas, traído en un país en donde crecía la movilidad, el neoclásico sería una «arquitectura de la circulación».50 Hasta principios del XIX las pequeñas poblaciones coloniales crecieron al lado del mar como Cartagena y Santa Marta o en valles o sabanas en medio de las cordilleras y al lado de ríos, como Cali, Popayán o Santa Fe de Bogotá o de Antioquia, rodeadas por grandes haciendas que solo contaban con un pasarelas de madera o guadua para peatones. Hacia mediados del siglo, estas fueron reemplazados por puentes de arcos de ladrillo o piedra. 51 La traza ortogonal colonial se adaptó a las irregularidades de los diferentes emplazamientos, dando como resultado manzanas no completamente regulares: los largos de cada cuadra y los ángulos de intersección de las calles varían y por consiguiente las manzanas no son siempre estrictamente ortogonales. Esas irregularidades se acentúan en aquellas manzanas que sirven de límite las ciudades, o en su encuentro con los ríos, donde se dan dimensiones mucho más pequeñas que las de las manzanas normales y casi ortogonales del centro, donde las hay triangulares o en forma de cuña hasta laminares. Hay también conformaciones irregulares como resultado de la prolongación de la malla sobre los viejos caminos de acceso a las poblaciones; en particular sobre los Caminos Reales que conducen a otras ciudades y que las comunicaban con las haciendas vecinas. La traza se califica mediante la disposición jerárquica de amplios espacios urbanos, plazas y plazuelas, a los que daban las calles estrechas, y por construcciones de grandes dimensiones como iglesias, conventos, casas de gobierno, edificios representativos de altísimo valor simbólico y monumental que se destacaban sobre los demás sirviendo de referencia y de orientación a la gente, y que, junto con el característico paisaje en el que se asentaban las ciudades, constituían su imagen. Durante la Revolución Francesa las estatuas de los reyes cayeron y en su lugar, en el centro de las plazas reales, se sembraron árboles que representaban la flora de cada región; 52 en la Nueva Granada, 30 años después, Nariño introdujo este rito republicano 13 ordenando la siembra de un arrayán en el centro de la antigua Plaza Mayor de Santa Fe, cerca de donde había estado el cadalso del virreinato. Muchos pueblos y ciudades americanos siguieron esta costumbre o simplemente les cambiaron de nombre. En Cali la vieja Plaza Mayor paso a llamarse Plaza de la Constitución en 1813 cuando se jura la Constitución de la monarquía española. Más tarde, ya entrado el siglo XX, el espacio abierto luminoso, plano y «vacío» de la plaza pasó a ser «llenado» y sus muchos usos festivos suprimidos. Se suspende el mercado semanal y las carreras de caballos, las fiestas y las corridas de toros pasaron eventualmente a los lotes vacíos de la cl. 12 hacia Santa Rosa. En 1875 el Cabildo ordenó colocar una pila en el centro de la plaza y (finalmente) sembrar árboles en cada uno de sus cuatro frentes dispuestos a iguales distancias y en disposición simétrica, determinación que no se cumplió, por lo que en 1888 se sembraron cuatro almendros que duraron hasta la década de 1910. Al comenzar la de 1890 se había autorizado a cercar la plaza con alambre de púas y sembrar una inmensa zapallera y, en 1898, la construcción de un parque. Poco tiempo después el parque fue cercado con una verja de hierro sobre muros de ladrillo,53 con puertas de torno en la mitad de cada frente y se cambió la zapallera por pasto «argentino». Como dice Edgar Vázquez,54 la plaza se cerca, se siembra, se llena de elementos materiales, pero se vacía de actividad social. Desaparece la comunicación y la socialización masiva, múltiple y abierta, y se reduce a una comunicación íntima, tranquila, más especializada y jerárquica. Su total luminosidad da paso a una penumbra cada vez más profunda a medida que crecen los árboles. Pero la profusión de árboles, plantas y verjas que llenaron la Plaza de la Constitución no tenía por finalidad su ornato solamente, sino su cambio de imagen, como lo comprueba que durante casi una década la inmensa zapallera fuera juzgada como «horrorosa» por sus contemporáneos. A la par con la nueva estética, 55 y la nueva imagen, se instauró una nueva función para la plaza: se transformo en parque, 14 al punto de que hoy se conoce como el «Parque de Cayzedo».56 Los barrios al occidente de esta zona se reconocen en esos años con el nombre de «El Empedrado», probablemente porque las calles estaban pavimentadas con cantos rodados. El grupo de manzanas hacia el suroriente excluido de esta delimitación es el afectado en la época por la presencia del mercado en la Plaza de Santa Rosa, en la que sólo existe sobre el costado norte un gran pabellón para la venta de carne, una pila en su extremo suroriental y en medio un bramadero,57 donde se realiza el sacrificio de las reses. Entre las manzanas situadas al oriente de la plaza de mercado se destaca la comprendida entre las calles 12 y 13, punto de arribo de la red tranviaria de la población donde posteriormente surgirá la Galería de El Calvario. La arquitectura del Empedrado sigue los patrones de la arquitectura tradicional colombiana de finales de siglo. Construcciones de uno o dos pisos con paredes de adobe cubiertas con teja de barro, rematadas en alero, dispuestas en paramentación continua cuyas aberturas de fachada -vanos, puertas, ventanas y balcones de proporción vertical y con predominio del muro sobre el vacío- crean una secuencia rítmica en la que las diferencias propias de los edificios singulares son absorbidas por el peso y la fuerza de sus constantes formales. Estas diferencias que pueden ser variaciones en la posición o en las dimensiones particulares de los vanos o de las alturas el plano horizontal de los aleros, o del nivel del piso enladrillado de los andenes en aquellos sitios de topografía quebrada o de los materiales y acabados de fachada comúnmente usados, restan toda posibilidad de monotonía al coherente conjunto cuya riqueza -a pesar de lo elemental de sus componentes- está dada por la multitud de posibilidades de respuesta a situaciones específicas y que dependen de las características singulares de cada sitio tamaño y ubicación de los lotes- del uso e importancia de cada uno de los edificios; lo que se expresa tanto en las proporciones particulares de cada uno de estos edificios como en la escogencia de materiales y repertorios ornamentales. Conclusiones Notas Desde hace unas décadas se ha venido llamando en el país arquitectura republicana a la que se hizo a finales del siglo XIX y principios del XX incorporando eclécticamente conceptos (como la simetría), elementos (columnatas, frontones, áticos) o simples formas (cornisas, pilastras, arcos rebajados, zócalos) de la arquitectura clásica, principalmente del neoclásico, pero también del barroco o el renacimiento, e incluso del gótico o de la arquitectura islámica, en sus muchas vertientes, concentrados principalmente en las fachadas, las que con frecuencia se sobrepusieron a construcciones existentes, como sucedió por cierto en San Antonio, en Cali, en donde con la excepción de la capilla, que es de finales del XVIII, solo hay casas de tradición colonial pero en ningún caso coloniales como afirman muchos haciéndolo más con el deseo que con la razón. 1 2 3 4 En Cali el neoclásico apenas alcanzó para «etiquetar» la iglesia nueva de San Francisco (1800-1829) pese a que es de influencia tardomanierista, como lo reconoce Sebastián,58 y para remodelar más tarde, o construir, ya nunca se sabrá, los vanos de las casas de alto del marco de la Plaza Mayor, pues lo único que quedan de ellas son fotografías. Pero un siglo después, ya entrado el XX, es reemplazado por los revívales tardíos de cualquier estilo histórico. Cali se diseña directamente por arquitectos europeos o por ingenieros del recién construido Ferrocarril del Pacifico que aplican aquí sus conocimientos y experiencias del viejo mundo. La ciudad se llena con los edificios que hasta hace poco la identificaban y que reemplazaron las sencillas casonas de tradición colonial del siglo XIX. Se crean nuevos espacios públicos como el paseo Bolívar y, con el ánimo de borrar todo lo Español, se le cambia la cara a la ahora llamada Plaza de la Constitución, que es remplazada por un parque a la manera inglesa primero y a algo parecido a la francesa después: el nuevo Parque de Cayzedo. 5 6 7 8 9 10 Ramón Gutiérrez: Historia de una ruptura. La arquitectura latinoamericana vista desde América, en A&V Monografías de Arquitectura y Vivienda Nº 13 de 1988, p. 4. En 1851 las cinco ciudades más habitadas solo concentraban el 4.58% de la población nacional y Bogotá era 3.68 veces más grande que la última. En 1870 agrupaban el 5.59% y Bogotá era 4.46 veces más grande que la última. En 1918 agrupan el 7.15% y Bogotá era 7.46 veces más grande. Ver: Fabio Zambrano y otros: Políticas e Instituciones para el Desarrollo urbano en Colombia. Una perspectiva histórica. En: Seminario, Políticas e Instituciones para el Desarrollo Urbano Futuro en Colombia. Departamento Nacional de Planeación. Bogotá 1994. Zambrano: Políticas.... Jacques Aprile- Gniset: Las formaciones espaciales. Texto inédito, Cali 1989. Rodríguez Ayuso, E. Adaro, y Elies Rogent, respectivamente. Carlos Botero: Aprile- Gniset: Las formaciones ... Como Venezuela, según Aprile- Gniset. Ya en Caracas en 1760 Nicolás de Castro propuso formar una Academia de Geometría y Fortificación que duró ocho años. Luego, en 1800, se sugiere a la Universidad fundar una Academia de Matemáticas. Sin embargo la arquitectura venezolana no cuenta con obras neoclásicas de singular valor, aunque cabe recordar entre los escasos ejemplos el templo de San Juan en la ciudad de San Carlos, Estado Cojedes, concluido en 1810, la Concepción de Barquisimeto y la fachada de la catedral de Valencia, de 1818, diseñada por un ingeniero de la expedición de Morillo. La palabra «clásico» se refería originalmente al ciudadano romano perteneciente a una clase superior que pagaba fuertes impuestos. Posteriormente fue aplicada, por analogía, a escritores de 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 fama, y en la Edad Media, se extendió a las artes y escritores griegos y romanos cuya autoridad era aceptada. Término inglés ya de uso común en la historia de la arquitectura y el arte, que se aplica a las revitalizaciones de gusto por formas históricas. Sobre el tema ver a Giulio Carlo Argan: El revival, en El Pasado en el Presente. Gustavo Gili, Barcelona, 1977. pp. 7 - 28. Numerosos renacimientos han intentado recobrar las supuestas leyes artísticas clásicas y evocar las glorias de la antigüedad. El primero de estos renacimientos fue la renovatio Carolingia de los siglos VIII a IX. El protorrenacimiento toscano del XI representa un intento similar y sus monumentos ejercieron una considerable influencia en Brunelleschi y en la fase inicial del Renacimiento. Johannes Joachim Winckelmann: Historia del arte en la antigüedad y, Observaciones sobre la arquitectura de los antiguos. Aguilar, Madrid 1955. pp. 609 y ss, y, 1091 y ss. Como Laugier y Lodoli. Posible gracias a las publicaciones de James Stuart y otros sobre el descubrimiento de algunos templos primitivos en Sicilia y Paestum, aunque los ortodoxos los consideraron todavía poco simples, y demasiado robustos y masculinos. Nikolaus Pevsner y otros, pp. 146 y ss. Carlos Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Ariel, Barcelona 1977. p.44. Pevsner y otros, pp. 146 y ss. Ignacio Abello: Identidad y dominación, en Texto y Contexto Nº 5, Universidad de los Andes, Bogotá l985. pp. 114 y 115. La Contaduría de Panamá (1764-66) y la casa del Gobernador de los Llanos (1789). Silvia Arango: Historia de la arquitectura en Colombia. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá 1989. p.95. Domingo de Petrés (Sagunto, España 1759-Sante Fe de Bogotá 1811), agregado de la Academia de Bellas Artes 15 23 24 25 16 de Murcia y contemporáneo de Juan de Villanueva, el famoso arquitecto español autor entre otros del Museo del Prado y del Observatorio Astronómico de Madrid. Arango, p. 94. Petrés trabajó en la catedral de Bogotá desde 1806 hasta 1811 cuando a su muerte quedo la obra a cargo del maestro Nicolás León quien hizo las torres, las que se cayeron en el terremoto de 1827, y la cúpula del Sagrario Gutiérrez, pp. 242 y 243. Se construyen la Iglesia Nueva de San Francisco, entre 1800 y 1828; El puente Ortiz, obra de vital importancia para el progreso de Cali, entre 1835 y 1845; la cuarta Iglesia Matriz de San Pedro, aproximadamente de 1830 a 1842; El convento de las Carmelitas Descalzas, contiguo a la ermita por la cl. 13 (trasladado posteriormente a la cl. 15 con cr. 6); En 1880 el templo de San Nicolas; la torre de San Pedro, entre 1866 y1878; el puente de Santa Rosa en 1890; la galería de El Calvario, posiblemente en 1895; la Escuela de Artes y Oficios en 1896; y en 1905, el cuartel del Batallón Pichincha. El Convento de San Agustín es confiscado 1823 e, inicialmente, se convirtió en cuartel, pero inmediatamente pasó a manos del Colegio de Santa Librada, junto con los conventos de los Dominicos y de La Merced. La Iglesia Nueva de San Francisco, el Convento de San Joaquín, la Torre Mudéjar, la para entonces llamada Iglesia de Lourdes y otras pocas construcciones de los siglos anteriores como la Iglesia Catedral de San Pedro (hasta 1876 cuando su fachada fue reformada), la iglesia de La Merced, el Viejo Palacio Episcopal, la iglesia de San Antonio, la Ermita de Jesús del Río (o Señor de la Caña) el colegio de Santa Librada (antiguo convento de Santo Domingo), la iglesia de Nuestra Señora de la Gracia (antigua iglesia de Santo Domingo), sumadas a unas cuantas casas, como la de los Otoya, la Martínez Satizabal y la que ocupa actualmente la Sociedad 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 de Mejoras Públicas, conformaron la imagen de la ciudad durante casi todo el siglo pasado. Santiago Sebastián: Arquitectura colonial en Popayán y Valle del Cauca .Universidad del Valle, Cali 1965. Su restauración, después del terremoto de 1983, se concluyo en marzo de 1996. Las fachadas-tapa se reiteran en otros ejemplos colombianos donde se elimina la torre campanario y se opta por las espadañas en una solución que se repetirá en el resto del continente. Los ejemplos de la iglesia de las Aguas en Bogotá y la de Arateca en Santander se aproximan, según Ramón Gutiérrez, a la imagen paradigmática de Tiobamba, en Cuzco, Perú, de la misma tipología. Gutiérrez, pp.146 a 149. Sebastián, pp. 19, 20 y 129 y 130. Sebastián: pp. 130 y 131. Sebastián: p. 56 Arango, p. 100. Arango, p. 100. Sebastián, pp. 19, 20 y 129 y 130 O en Filosofía y Letras del mismo colegio, según Alvaro Calero Tejada: Cali Eterno, la ciudad de ayer y de hoy, Ediciones Feriva, Cali 1983. p.142. Mario Carvajal Borrero en: Calero Tejada: p. 143. Calero Tejada: Cali Eterno... De unas 18 casas de hacienda que quedan en los alrededores de Cali, del período republicano solamente sobreviven Piedragrande y Las Nieves. La importancia del entorno paisajístico erudito en contraposición con el natural se puede vislumbrar en el jardín botánico de Bolívar en San Pedro Alejandrino (Santa Marta), como hará Rosas en Palermo (Buenos Aires), o Urquiza en San José (Concepción del Uruguay), estos dos últimos en Argentina. Gutiérrez, pp. 325 a 327. Benjamin Barney y Francisco Ramírez: La arquitectura de las casas de hacienda. El Ancora Editores, Bogotá 1994. 43 44 45 46 47 48 Ricardo Hincapié: La casa Martínez Satizabal. Monografía, Cali 1995.. Crujía: espacio comprendido entre dos muros de carga. Cada una de las naves o partes principales en que, desde el punto de vista constructivo, se divide la planta de un edificio. Ware y Beatty: Diccionario Manual Ilustrado de Arquitectura. De la cual es ejemplo la casa contigua hacia el oriente de la Martínez Satizábal. Hincapié. Varios, América Pintoresca., p.49. En Cali las capillas de El Recogimiento, en la actual cr. 4ª entre las cls. 9 y 10, y, fuera del casco urbano, la de El Limonar, la de San Gil de Anaconas, la IglesiaAyuda Los Ciruelos y la Iglesia de El Salado. El Convento de las Hermanas Vicentinas, llegadas a Cali en 1885, se estableció en una casa de una planta en la esquina de la actual cl. 10 con cr. 4ª. El Convento de las Madres Carmelitas Descalzas, se fundado el mismo año en una casa de dos plantas contigua a la Ermita por la actual cl. 13. El internado para niñas y jóvenes pobres, El Amparo, fue fundado al final de la década de 1890 donde hoy se encuentra el Hotel Intercontinental. En 1852 se autorizo la construcción del templo de San Nicolás para remplazar la capilla con paredes de bahareque y techo de palma que se inauguro en 1806, pero solo hasta 1880 se colocó y bendijo la primera piedra. En 1894 el Obispo de Popayán crea la parroquia de San Nicolás o de Cayzedo, y, en 1926, se concluyó la construcción del templo actual. En 1803 se le adaptó a la Virgen de las Mercedes, de la Iglesia de la Merced el pedestal de plata en forma de media luna, iniciándose posiblemente la costumbre de vestir la imagen. En 1811 se nombra gobernadora de Cali la imagen de las Virgen de las Mercedes y le entrega su bastón de mando. En una fotografía tomada en 1895 aún se ve la Torre y la Capilla de San Juan de Letrán, pero a ésta última ya se le había adosado una 49 50 51 mediagua que a simple vista se aparta de la unidad del volumen arquitectónico. Ver: Enrique Sinisterra O’Byrne: Primera Restauración de la iglesia de la Merced. Revista Memorias. Cali Julio de 1994. pp. 35 y ss. Y, Vázquez, p. 69 El término inglés «revival», ya de uso común en la historia de la arquitectura y el arte, se aplica a las revitalizaciones de gusto por formas históricas. Sobre el tema ver a Giulio Carlo Argan, El revival, en El Pasado en el Presente, Gustavo Gili, Barcelona 1977. pp. 7 a 28. Aprile-Gniset: La ciudad colombiana. Siglos XIX y XX. Banco Popular, Bogotá, 1992. p. 220. En 1842 se nombra a Fray José Joaquín Ortíz para construir el actual puente de arcos, que se inaugura tres años después, en 1845, y un puente pequeño sobre el Río Nuevo, hoy desafortunadamente desaparecido. El puente Ortíz, que debe su nombre a su autor, se convirtió en pieza clave para el progreso local. En la margen izquierda del río se ubicaban grandes haciendas que para comunicarse con Cali contaban únicamente con un puente de madera y guadua, solo para peatones. Este era frecuentemente arrastrado por la corriente del río, pues en esa época su caudal era muy superior al de hoy, por lo que debía reconstruirse permanentemente, especialmente en época de invierno, mientras los productos provenientes de estas haciendas y de la zona norte de la región esperaban durante varios días y la ciudad quedaba incomunicada y desabastecida. Por este motivo, y ante la nueva interrupción del paso en 1834, el alcalde solicitó dineros para levantar un puente nuevo y el Concejo Municipal decreta su construcción y determina su financiación mediante el cobro de peaje. Se procedió a levantar el primer estribo pero la falta de organización hace suspender los trabajos, que se reinician en 1835 desviando el río por su margen izquierda mediante un 52 53 54 55 56 57 58 brazo que se llamo Río Nuevo. En 1834 detiene nuevamente la obra. En 1842 se nombra a Fray José Joaquín Ortíz para construir el actual puente de arcos, que se inaugura tres años después, en 1845, y un puente pequeño sobre el Río Nuevo, hoy desafortunadamente desaparecido. El puente Ortíz, que debe su nombre a su autor, se convirtió en pieza clave para el progreso local. Vázquez, pp. 118 y 119. Cuando los revolucionarios franceses buscaron un símbolo que remplazara los de la monarquía y los de la iglesia, recordaron el amor de Rousseau por la naturaleza e inventaron los árboles de la libertad. Citado por Julio Carrizosa Umaña: La política ambiental de Colombia. Lecturas Dominicales de El Tiempo. Mayo 31 de 1992. p.6. Actualmente en el Cementerio Central. Edgar Vázquez: Historia del desarrollo urbano en Cali. Universidad del Valle. Cali 1980 (1a. edición) y 1982 (2a. edición). Silvia Arango ha señalado como: « […] a finales del siglo XIX encontramos indicios de un cambio profundo de actitudes hacia la naturaleza que se manifiesta de diversas maneras: en pintura, en literatura -sobre todo en poesía- y también en arquitectura. El nuevo sentimiento […] se había ido formando lentamente durante todo el siglo, pero no logra plasmarse nítidamente sino con la generación republicana […]» Arango: La naturaleza desde lo urbano. Bogotá, la generación republicana. En Revista Nº 3, Medellín 1979. p. 10. O, Caicedo, como reza en el pedestal del prócer en el centro del parque. Horqueta de madera para amarrar el ganado. Santiago Sebastián: Op. cit. 17 Cali Siglo XX. La Ciudad Moderna que no Fué Carlos E. Botero Todos tenemos la sensación profunda de que hay una ciudad que perdimos. Con ello no se alude solamente a la ciudad que fué sino también a la ciudad que pudo ser. William Ospina 18 Introducción S i se tratase de definir en una sola frase a Cali, al finalizar el siglo XX, habría que caracterizarla como la ciudad moderna que no fue. Esta afirmación se desprende de un análisis de la imagen de la ciudad que se tuvo a mitad de siglo, en la década de los cincuenta, por contraste con la que le correspondía en las primeras décadas y con la que hoy se puede identificar. En efecto, hacia 1955 Cali parecía redondear una imagen de ciudad moderna tropical, como la había denominado Karl Brunner en su proyecto de Cali Futuro1, la misma que coincide con la que Carranza describió como “un sueño atravesado por un río”, una ciudad comprensible en todas sus partes, producto de un proceso que se inició en la primera década del siglo cuando se crea el Departamento del Valle del Cauca y la ciudad es erigida en capital. Había crecido como guiada por unas pautas, más tácitas que declaradas, que le permitieron durante muchos años agregar nuevas partes que se integraban a una totalidad urbana comprehensible y que dejaba en su aire un aliento de promesa. Pero bien mirados los hechos y acontecimientos cruciales que permiten interpretar tal proceso, parece como si paralelos a los eventos de su construcción dentro de una lógica comprensible, se iban gestando los gérmenes de su propia destrucción, hasta llegar a la situación de la imagen actual de descomposición y desfiguración territorial. Ésa imagen, esa dinámica y esas guías en qué momento y por qué se perdieron ¿A cambio de qué cedieron su paso a la desenfrenada expansión que la llevó al descontrol actual, a esta borrosa imagen de ciudad desparramada que cambió sus adjetivos por la desesperanza? El presente artículo intenta plantear una crítica al ejercicio del urbanismo “oficial” practicado en Cali en la segunda mitad del siglo XX de manera que permita fundamentar posiciones desde la academia y desde las disciplinas de la arquitectura y el diseño urbano y por extensión desde el mismo urbanismo, en un debate que merece seguirse profundizando para participar de manera efectiva en la formulación y materialización de alternativas de recuperación de la calidad del espacio construido de la ciudad. Valga aclarar que el epígrafe, tomado de la presentación de un libro sobre la Bogotá de los años cuarenta, sirve aquí para contrarrestar cualquier interpretación nostálgica que se le quiera dar y que de manera casi irremediable impregna cualquier mención a la ciudad que se tuvo, por cuanto pueda exaltar algunas condiciones de su vida y su ambiente, que parecen perdidas, y son cada vez más un recuento de momentos lejanos de la historia de su transformación urbana. La Imagen de la Ciudad Aunque el término es una generalidad que con todo derecho utiliza cualquier ciudadano, funcionario público, político de oficio, agente de viajes y turismo, o gente del común, la imagen de la ciudad2 es, o debería ser, para urbanistas, diseñadores urbanos, arquitectos, ingenieros, líderes gremiales y todos aquellos que a nombre de sectores empresariales y de la comunidad intervienen con obras a cualquier escala y en cualquier momento en la ciudad, un instrumento que permite medir los efectos que su acción tendrá, o debería tener, sobre el conjunto urbano total. La imagen de la ciudad es una representación colectiva constituida por espacios y elementos físicos, visibles, mensurables, vitales para el desarrollo de la vida diaria; la gran escenografía de la cotidianidad. Está conformada de manera básica por cinco elementos que articulados entre sí permiten construir un mapa mental que los relaciona de diferente manera, para hacer individual aquello que existe por colectivo: hitos (monumentos, signos paisajísticos, algunos edificios), sectores (barrios, distritos), bordes, nodos (sitios de cruce y encuentro), senderos (viales). En la valoración de cualquier ciudad, la imagen correspondiente a diferentes momentos de su historia, permite leer, en el mejor de los casos, en qué medida ella se reconstruye y desarrolla sobre sí misma, integrando lo nuevo a lo existente, cuidando sus propias huellas, o por lo contrario, destruyendo lo construido para volver a inventarse otra imagen desconociendo lo que aquello significaba para su propia historia. Para el caso de Cali, la imagen de ciudad que se tenía hacia la década de los cincuenta está resumida de manera gráfica en una guía turística preparada por la Oficina de Turismo del Valle con ediciones en español y en inglés. Los hitos a escala de ciudad son muy claros: los cerros, particularmente el de las Tres Cruces, el de Los Cristales con la estatua de Cristo Rey y el mirador de Belalcázar, los templos más antiguos más la Ermita y San Nicolás, la Plaza de Cayzedo y algunos edificios institucionales y de servicios (el Hospital Departamental, la Biblioteca Departamental, los talleres de Chipichape, el Acueducto Municipal, el Hipódromo de San Fernando, el área deportiva de San Fernando y aún los clubes San Fernando, Campestre, y el Náutico en el río Cauca). Allí los bordes más importantes son los cerros mismos y como senderos viales principales aparecen las Avenidas Belalcázar,Colombia, de las Américas, la 6ª, la Roosevelt, las carreras 5ª, 8ª y 15, las calles 22N y 25 (avenida Miguel López Muñoz) y la ruta del ferrocarril, además de las conexiones con el exterior a través de la vía al mar, la vía al aeropuerto (Calipuerto) y la carretera central camino a Palmira. Finalmente se muestran en el mapa como sectores la zona industrial (incluyendo Yumbo), barrios residenciales y barrios populares. 19 Con lo incompleto que parezcan el mapa, la descripción y las ilustraciones, lo cual se explica por tratarse de una guía turística, todo aquello que se pueda agregar no hace sino enriquecer esa imagen. En tal sentido se podría complementar mencionando que el ferrocarril se dirigía no sólo al sur sino también al mar después de Yumbo y al centro del país por Palmira; podrían incluirse algunos colegios públicos y privados, más uno que otro registro de calles y parques de barrios “residenciales” y “populares” (Versalles y Alameda por ejemplo) para cerrar una especie de inventario de aquello que en últimas constituía el conjunto urbano de lo que intentaba parecerse a una ciudad moderna. El Proceso de Construcción de la Ciudad A finales del Siglo XIX Cali es todavía una pequeña población, ciudad de paso hacia Santafé de Bogotá, a través del camino del Quindío, y hacia el puerto de Buenaventura. Su población en 1900 alcanza los 24.000 habitantes, un poco más del triple de lo que tenía un siglo antes (7000 habitantes en 1797)3 en un llamativo proceso de crecimiento “hacia adentro” sin que su perímetro urbano hubiese cambiado en tal período4 . Tiene por entonces la forma y figura de una tranquila y cálida población fundida en el paisaje del valle del Río Cauca, a orillas del Río Cali y recostada a las estribaciones de la cordillera Occidental. Dentro de la silueta horizontal de la arquitectura doméstica dominante, de adobe, bahareque y techos de paja y palmiche, cobran especial importancia algunos edificios religiosos, templos y claustros, más altos y voluminosos, construidos en sólida mampostería de ladrillo y cubierta de teja de barro cocido, San Francisco con su claustro de San Joaquín y la torre mudéjar, San Agustín con el claustro de Santa Librada y la catedral en la plaza de la Constitución. Completa el cuadro de la imagen caracerística de Cali, el puente sobre el río Cali que identifica la entrada al norte, según se llegue desde Yumbo o desde el camino al mar. Gracias al impulso a obras claves de desarrollo regional dado por dirigentes locales a través de la prensa local y la política 5 , reforzados con la llegada paulatina de algunos empresarios extrajeros inversionistas y comerciantes6 , y los cambios geopolíticos que empiezan a darse en Colombia tras la guerra de los Mil Días (1899-1902), Cali empieza a perfilarse como una capital de importancia regional, particularmente porque será aquí a donde llegue finalmente en 1915 el Ferrocarril del Pacífico, procedente de Buenventura, tras un proceso de construcción que se había iniciado en 1878 7 . Las nuevas condiciones coincidían en el momento en que Cali había sido elegida como capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca en 1910, año en que la ciudad cuenta 20 con obras de infraestructura como el tranvía (1910) y electricidad (1910), a lo cual se agregarán paulatinamente los teléfonos (1914), el acueducto metálico (1916-1930) y tendrá automóviles a partir de 1913. Completan el cuadro vital de la ciudad medios escritos como Correo del Cauca (1903, Ignacio Palau) y Relator (Jorge Zawadzky, 1915), además de una Biblioteca Pública (Centenario, 1910), y su infraestructura educativa que hacia 1917 estaba compuesta por 48 establecimientos de educación primaria y secundaria, incluyendo calendario nocturno. En 1917 se inicia la construcción del Teatro Municipal. El mercado público ya había sido evacuado de la plaza principal y se había instalado en una edificación especializada desde 1898 8, la msima que mantuvo el nombre de plaza de mercado. Dentro de todo este panorama de desarrollo, la ciudad siguió su crecimiento atendiendo una lógica de expansión que se resolvía mediante la extensión de su trazado original, la cuadrícula de fundación hispánica, dentro de los límites que le imponían hacia el norte el Río Cali y hacia el occidente la colina de San Antonio, bordes reales del perímetro urbano. La condiciones de los terrenos señalaban que la expansión más lógica se diese hacia el sur, área del actual sector de la iglesia de Santa Rosa y hacia el oriente, con el Vallano, actual San Nicolás. Se trataba de una ciudad de crecimiento orgánico9 , para utilizar la idea que lo define como aquel en que una población agrega nuevas partes a medida que lo necesita conservando los derroteros que su vieja traza le indica y atendiendo las posibilidades y limitaciones topográficas. Aún en 1930 cuando el Acueducto de San Antonio es inaugurado y la ciudad queda habilitada para continuar la ocupación de esta colina y las aledañas, la dinámica de expansión sigue esa misma rutina. La imagen entonces es la de una ciudad que sigue creciendo compacta, presidida por sus espacios y edificaciones públicas más repesentativas, la Plaza de Cayzedo, con la catedral y los nuevos edificios del Hotel Europa, el Palacio Nacional, y muy cerca de ellos San Francisco, San Agustín y Santa Librada, Santa Rosa, el Pabellón de carnes del mercado público, el Teatro Municipal, el Teatro Moderno (hoy Teatro Isaacs), el Hospital de San Juan de Dios y a la orilla izquierda del Río Cali, el edificio del Batallón Pichincha. Completaba la magen la Estación del Ferrocarril del Pacífico y sus instalaciones anexas a lo largo de la vía férrea, habilitadora a su vez de nuevas áreas para el desarrollo urbano, como borde oriental de la ciudad, tras la cual empezaron a nacer nuevos barrios (Jorge Isaacs y Obrero) y a instalarse industrias que dependían para el suministro de materias primas y el despacho de productos de la cercanía a la vía férrea, como lo tipifican muy bien la fábrica de Tejidos e Hilados de La Garantía y Molinos Roncallo.10 Entre las décadas de 1930 y 1940 se dan las primeras urbanizaciones en sectores distantes del centro tradicional, rompiendo con la compacidad de la estructura física de la ciudad que hasta el momento se traía. Con trazado diferente y unido al resto de la ciudad por el camino existente hacia el sur, rumbo a Popayán, el barrio San Fernando, con casas en serie de diferentes tamaños, algunas casasquintas, parques, antejardines a lo largo de las vías11 , representa la forma que empezará a dominar la dinámica del crecimiento de la ciudad, definiendo una especie de extrapolación entre el urbanismo para sectores de altos y medianos ingresos y otro diferente para los sectores de menores ingresos que se iban estableciendo al otro lado de la línea del Ferrocarril y al sur de Santa Rosa. En efecto, la discusión que se empieza a dar en 1927 en el Concejo Municipal llamado de “la urbanización”12 , resulta un verdadero detonante de lo que sería una práctica que poco a poco se generalizaría casi hasta fines del siglo, imponiéndose como la lógica que va a presidir todos los planes oficiales desde entonces y hasta el P.O.T. del año 2000. El proceso de expansión de la ciudad desde 21 entonces estará dominado por la dialéctica de urbanizar por las buenas o las malas terrenos alejados del perímetro urbano vigente en su momento, con el fin de introducir al mercado tierras incultas, la mayoría de ellas antiguos ejidos, dehesas y propios 13, ya privatizados por acciones del Cabildo Municipal, provocando que, tras cada decisión de integrar nuevas áreas más allá del perímetro urbano vigente, la ciudad tuviese que enderezar su desarrollo urbano hacia ellos, es decir, construir la infraestructura necesaria para habilitarlos14, dejando en el medio amplias zonas sin construir que la ciudad poco a poco seguirá llenando de manera intermitente. Valga mencionar aquí, a guisa de ejemplo, cómo solamente en los años 80 se levantó en Miraflores una buena cantidad de edificaciones en lotes que ya habían sido habilitados desde los tempranos años 50. Reforzando la imagen Pese a la ruptura que se produce con estos ensayos de expansión urbana, el valor del centro de la ciudad, con la Plaza de Cayzedo y las márgenes del río como articuladora la primera y ordenador el segundo, se continua reforzando con la inclusión de nuevas edificaciones modernas en substitución de otras más precarias y tradicionales u ocupando predios hasta entonces sin construir a lo largo del Río. La progresiva generalización de la tecnología del concreto armado, que presentaba sus más caros ejemplos en las obras de la Oficina General de Ingeniería de Borrero y Ospina, permitía la aparición de nuevas obras que se agregaban de manera efectiva a la construcción de la imagen de ciudad moderna. El creciente desarrollo de la industria y del comercio, apoyados en el funcionamiento del Ferrocarril del Pacífico y en la capacidad de los muelles del puerto de Buenaventura gracias a las mejoras introducidas 15 , tendrá una incidencia permanente y en aumento en la construcción de obras civiles y de equipamiento urbano en la ciudad. 22 Una breve relación de los edificios y obras construidas hasta 1940, concluidos los proyectos relacionados con la conmemoración del IV Centenario de la fundación de Cali y agregados a los que desde 1930 se venían levantando, ilustra la imagen enriquecida de la ciudad: En la Plaza de Cayzedo la Catedral había sido reconstruida después de los daños causados por el terremoto de 1925 y se avanzaba en la construcción del Palacio Episcopal según proyecto del francés Polty. Completaban el entorno el Palacio Nacional y el Edificio Otero, junto con las casas de 2 pisos del siglo XIX que aún seguían en pie para usos comerciales y de oficinas. En los alrededores de la Plaza, el Teatro Municipal, el Teatro Moderno (hoy Isaacs), el Palacio de San Francisco sede de la Gobernación Departamental, la Plaza de Mercado con el nuevo Pabellón de Carnes, amén de una serie de edificaciones privadas para sedes bancarias y de empresas que expresaban los nuevos bríos que toma la economía después de la crisis del capitalismo de los años 30. A lo largo del Río Cali, el Batallón Pichincha, la sede de Bellas Artes, el Cuartel de Bomberos, el Hotel Alférez Real, el Teatro Colombia, La Ermita, además de la construcción de nuevos puentes como el Alfonso López, el España, y la definición de las bases para los de los Próceres (el Peñón) y el Ciudad de Cali que reemplazaría al de La Cervecería, el de Santa Rosa que reemplazó al metálico que remataba el camino de llegada desde Buenaventura y que posteriormente ligaría a los barrios Santa Rita y Santa Teresita. Cerraban el conjunto, a manera de circuito, las obras de las avenidas que entonces incluían la Avenida Colombia y la extensión de la Boyacá, ahora Belalcázar, que se complementaban con el paseo peatonal desde el Cuartel de Bomberos hasta la Planta de tratamiento de Aguas del Río Cali, acueducto de San Antonio, incluyendo el mirador de Belalcázar16 . profesor Jorge Arias de Greiff “..en el más moderno y mejor instalado del mundo..”17 En las afueras de la ciudad hacia el noroccidente, como parte de las instalaciones del Ferrocarril del Pacífico y continuación de su dinámica urbanizadora, los Talleres de Chipichape (1932), levantados para sustituir los incómodos y obsoletos de Dagua, se convierten en un hito y una avanzada en la expansión de la ciudad hacia ese sector. En este caso además de hito urbano se agrega su valor como hito tecnológico pues su capacidad instalada lo convierten, al decir del Entre tanto, los nuevos barrios de la ciudad continúan desarrollándose agrupados según la tendencia que había sido marcada desde las primeras décadas. Los nuevos barrios de urbanización moderna a lo largo del Río Cali (Peñón, Granada, Juanambú, Centenario, Versalles, Santa Teresita, Santa Rita), más los casi suburbios de San Fernando y posteriormente Miraflores para los habitantes de mayores ingresos y los barrios populares hacia el oriente y el sur (Isaacs, Santander, Popular, Benjamín Herrera al oriente de la línea férrea; San Nicolás y Obrero al oriente de la Plaza de Cayzedo y occidente del ferrocarril; Santa Rosa, San Bosco, Bretaña y Alameda hacia el sur central, San Cayetano y Libertadores sur occidental). Con todo este panorama, a la ciudad solo le faltan las obras que terminarían por darle a la Plaza de Cayzedo su aspecto físico actual, con la construcción de diez edificios en altura, para hoteles, oficinas y sedes bancarias a costa de la desaparición de las casas de dos pisos y del cambio radical en la escala que en el entorno entonces le dejaba aún a la Catedral la función de edificio jerárquico, en un proceso que culminaría en la década siguiente con la construcción de la sede de Suramericana de Seguros en la esquina suroriental de la Calle 12 con carrera 5ª. Moderna y tropical Estamos entonces ad-portas de lo que ya se mencionó como redondeo de la imagen de ciudad moderna tropical. Se trataba de una ciudad moderna por cuanto lograba integrar a su equipamiento urbano una serie de espacios, instalaciones y servicios, que le brindaban a la población la posibilidad de participar, así fuese para algunos sectores de manera paulatina, de aquello que ahora se denomina una mejor calidad de vida. Por otro lado, el carácter de ciudad tropical hace 23 referencia a que bajo tal condición el espacio público en su conjunto, calles, parques y plazas, son vivibles todo el día a lo largo de todo el año e incitan el más feliz callejeo de sus habitantes y visitantes, resueltos en Cali con la riqueza visual de los alrededores del río y las montañas occidentales, las brisas vespertinas presentes desde el comienzo de sustiempos y la vegetación que se integró desde el principio mismo de la ciudad y se mantuvo con los primeros barrios de urbanización moderna 18. Aún los barrios populares que hasta el momento completaban el conjunto urbano, comunicaban un sentido de lo que algunos llaman la “caleñidad” expresando en el festejo callejero sus avances en la conquista de mejores condiciones urbanas, compartiendo sus victoria tras las luchas reivindicatorias por el derecho a la ciudad, sembrando un sentido de pertenencia y arraigo entre vecinos que unos días antes no cruzaban sus destinos, provenientes como eran de diversas áreas de la ciudad y de distantes regiones del país. Es la misma alegría compartida en el espacio público cuando el pavimento cubre sus calles, se habilita un parque y se agregan escuela. La misma que a veces mezclada con temor se había dado con las salas de cine recién inauguradas y que en algún momento dieron sentido completo a la vida de barrio19. Era la Cali expresada en la literatura de Umberto Valverde (Bomba Camará) y de Andrés Caicedo, en los ensayos de Cruz Kronfly, en la pintura y los dibujos de Ever Astudillo y de Oscar Muñoz, en las fotografías de Fernel Franco, en muchas de las obras fílmicas de Luis Ospina y Carlos Mayolo. En su Bomba Camará, Umberto Valverde, según lee y propone Fernando Cruz Kronfly20, transita por esta ciudad de los años cincuenta que “...no sólo era una ciudad relativamente pequeña, presionada por los agudos procesos migratorios de la violencia política de entonces, sino facilmente divisible en dos mitades: el uno y el otro lado del río; y, en el centro, el 24 amortiguador social del comercio y de los edificios donde despachaban las oficinas públicas. Exactamente en el puente que unía la ciudad popular con esa otra porción donde las clases pudientes ya habían comenzado a construir sus casa-quintas, sus clubes sociales y sitios de reposo al pie de las influencias del viento, despachaba el correo. Las personas que subían como suaves mareas desde los barrios de “abajo” llegaban hasta el centro de la ciudad, hacían sus compras de pan y de telas y eventualmente colocaban una carta. Y desde ahí miraban con asombro esas casas de hadas que se levantaban en frente más allá, como un sueño de cristalerías adivinables. Ir a ver esa arquitectura de lujo constituía a veces un paseo para el sábado o domingo de las familias pobres. No se la veía con odio sino más bien con admiración. Pero se sabía muy bien que al rodar el crepúsculo debía emprenderse el camino de regreso para retornar a las polvorientas calles populares de donde se había venido. De este lado del río pastaba pues una ciudad diferente de aquella que se había comenzado a construir más allá de los puentes. Por supuesto que no estamos elaborando aquí las líneas concretas de un mapa urbano, sino intentando reconstruir una simbología social, es decir un conjunto de representaciones y de imágenes por medio de las cuales las gentes que habitan entonces el área popular de la ciudad asumían lo que estaba sucediendo como un cuento de hadas del otro lado de los puentes: espaciosas casasquintas donde colgaban lámparas de araña de cristal de roca, grandes espejos ovalados que podían observarse del otro lado de los ventanales transparentes, muebles tallados y extensas alfombras. Y por la sexta un desfile de cádilacs último modelo, osmóviles, pákars y biúiks, como los escribiría una grafía de amable fidelidad fonética. Vista la ciudad del lado de acá, es decir del costado de los nacientes barrios de hadas, desde el centro hacia el nororiente bullía la ciudad popular: bares con prostitutas de asiento, música de alto volumen, casas obreras de fachadas embadurnadas con colores de mal gusto, fábricas, calles sin pavimento y hasta la zona de tolerancia social. Allí vivían los hijos de esas familias, muchachos de barrio que no nacían en las clínicas sino en las alcobas de sus casas, que en ocasiones tampoco eran sus casas sino inquilinatos o acomodos de arriendo. Una pobreza “non triste”, más bien una dura austeridad obligada, un realismo económico habilmente administrado por las mamás. El trabajo aún era visto como un motivo de orgullo y el esfuerzo y la austeridad todavía gozaban del prestigio de ser los únicos caminos legítimos para una vejez tranquila y honorable. Sinembargo, los muchachos de aquellos barrios parecían no pensar exactamente de esa manera. No era para los hijos, o para los hijos de sus hijos, pra quienes se debía asegurar la infraestructura material de la felicidad, no. Debía ser para ellos mismos. Sentían que no era justo posponer para la generación siguiente lo que imaginaban era la felicidad y su derecho a ella. Éso quizás no lo tenían muy consciente en sus atolondradas cabezas. Pero lo demostraban en cada uno de sus gestos, en cada trasgresión, en cada puñetazo en las esquinas del barrio. Pero, sobre todo, lo veían aparecer en sus sueños, en sus fantasías, en el desfile de disfraces de sus ensoñaciones” 21. Equilibrio, urbanismo y diseño urbano Hay hasta ese momento lo que puede interpretarse como un equilibrio que permitía la convivencia entre los de uno y otro lado del río, sintiendose aún seguros los de “los nacientes barrios de hadas” y esperanzados los de la otra orilla que sueñan con el día en que algo así tambien sea suyo. Podría aventurarse la hipótesis de que a estas alturas la espacialidad22, como espacio socialmente producido, está acompañada de una imagen de ciudad que buena parte de la población comparte, así el usufructo de sus mejores componentes esté limitado a la estructura de espacios públicos, las plazas, parques y calles, fundamentalmente. Estamos en la ciudad del medio siglo, aquella que agrega hacia 1954 el calificativo de “capital deportiva” con la realización de los VII Juegos Atléticos Nacionales, para los cuales se estructura la llamada ciudad olímpica en San Fernando, compuesta por el remodelado Estadio Pascual Guerrero, las Piscinas Olímpicas (hoy Alberto Galindo) y el Coliseo Cubierto Evangelista Mora, levantado a partir de una estructura de hangar para aviación. Aquí la ciudad está incluyendo un sector de la ciudad que había sido protagonista, 25 años atrás, de la primera experiencia urbanizadora separada del centro. Se han levantado con anterioridad a los Juegos el Hipódromo y el Hospital Departamental, que está a punto de inaugurarse además del nuevo edificio de la Facultad de Medicina que será el inicio del proceso de ocupación de la Universidad del Valle. También el Congreso Eucarístico de 1949 había habilitado nuevas áreas vecinas para desarrollo de programas más amplios de vivienda en lo que se llama Barrio Eucarístico o El Templete. Se empieza entonces a estructurar un sector organizado de Este a Oeste con eje en la actual Carrera 34, con corte de avenida, que parte desde el Hipódromo, pasa por el gimnasio Evangelista mora, donde aparecerá una glorieta con fuente que recibe a la Avenida Roosevelt, continua por el estadio Pascual Guerrero, se cruza con la carrera 15 (hoy calle 5ª, donde años después aparecerá el único logro de diseño urbano realmente valioso de los Juegos Panamericanos, el Parque Panamericano), se articula con el parque triangular de San Fernando y remata finalmente en el Parque del Corazón. Hay en este caso mucho del espíritu guía que había sido implementado para el trazado de partes de la ciudad que se expesaba en los sectores de alrededor del Río Cali, trasladado en este caso a un área considerada en su momento el borde sur de la ciudad. Puede afirmarse que se trata aquí de una afortunada utilización de las técnicas elementales del Urbanismo, a través del diseño urbano, y que consiste en articular partes de la ciudad entre sí para que estructuren sectores relacionados con la totalidad23 . Cuando esto sucede al sur de la ciudad, al norte se ha inaugurado la nueva Estación del Ferrocarril y con ella se habilita todo un gran sector para nuevos desarrollos que incluye los barrios San Vicente, Versalles y Santa Mónica, y se conecta con lo que poco después será La Flora, Prados del Norte y Vipasa24. Muerte al diseño urbano Pero, pese a lo que en toda esta historia pueda identificarse como una serie de aplicaciones positivas del diseño urbano, buscando con las obras de mayor impacto producir efectos que coherentemente se articulen a la imagen de la ciudad y la refuercen, al tiempo que hace funcional la ocupación territorial, las nuevas operaciones de los años cincuenta traen también consigo ingredientes para su rápido deterioro expresados en hechos aparentemente aislados Tal es el caso de la localización del plan habitacional del ICT en el Eucarístico o Templete25 , utilizando un globo de terreno dentro de una poligonal irregular dificilmente relacionable con lo más cercano en sus alrededores a través de trazado alguno. La llamada extensión de la avenida Roosevelt que parte de la antigua glorieta donde se cruzaba con la ahora llamada carrera 34, frente al gimnasio Evangelista Mora, para llegar hasta la Plaza de Toros, aparece casi 20 años después como eje ordenador del sector sin lograrlo, dejando dispersas y sin relación alguna, las manzanas que ahora se encuentran indiferentemente al occidente y oriente de la vía y sin ninguna relación entre ellas como conjunto formal. 25 relación espacial entre los edificios, al Coliseo del Pueblo y al velódromo Alcides Patiño en cercanías a la Plaza de Toros de Cañaveralejo, para que se someta luega a un proceso de deterioro evidente como se ve hoy, fracionado y finalmente encerrado por una costosísima e inútil cerca de alambre. Este caso tipifica una situación bastante generalizada en Colombia según la cual la urbanización de nuevos sectores se hizo de manera aislada como manejando fragmentos que poca o ninguna relación tienen con su entorno y desconocen las posibles formas de ocupación y desarrollo posterior de las áreas circunvecinas. Y no sería todo ésto muy importante si no fuera porque situaciones similares se repiten en otros sitios de la ciudad. Esto explica hasta situaciones más puntuales, pero no menos importantes, como la absurda relación del edificio del Hospital con la hilera de casas de San Fernando, localizadas a lo largo de la carrera 37, que dejan sus medianeras, o “culatas”, expuestas a la vista y sin otro remedio que esperar el lejano día de su demolición para lograr constituir un el espacio jerarquizado que le corresponde. Es también lo que se da con el corte sin continuidad espacial de la calle 9B del Barrio Champagnat la cual muere contra un muro del antiguo Hipódromo de San Fernando, hoy Unidad Deportiva Panamericana. Y algo peor, que se agrega a lo anterior, es el infame muro de cerramiento de esta Unidad Deportiva que desde 1971 hasta hoy en día da la cara a la Autopista Sur y a la avenida Nueva Granada. Es la misma actitud que después pondrá “a la loca” 26 sobre una gran área libre y sin ninguna Son muy dicientes estos últimos casos, por cuanto se concluyen justamente para la realización de los VI Juegos Panamericanos y como parte de sus obras sustanciales, en lo que sería la fiesta donde se oficializa en Cali la muerte del poco sentido de diseño del espacio urbano que había orientado al urbanismo a tientas practicado hasta los años cincuenta y que, pese a sus limitaciones, había permitido configurar una imagen completa de ciudad. Puesta la lupa sobre áreas muy diversas se encontrarán centenares de casos similares que corroboran tal situación. Es lo que puede plantearse hoy como resultado de la renuncia en las oficinas de planeación y control municipales al diseño urbano que particulariza componentes para agregarse a la totalidad, a favor de las directrices de un pretendido planeamiento urbano, es decir, del urbanismo que hace abstracción de las características particulares que identifican a las partes de una ciudad. Del Diseño Urbano al Urbanismo a Secas Hay una respuesta obvia a este tipo de crítica y es la que de manera pragmática se ofrece cuando se ponen en discusión los alcances y efectos que sobre el conjunto de la ciudad producen actitudes de tal naturaleza. Se dirá siempre que la ciudad necesita crecer (o necesitaba seguir creciendo), sin aclarar suficientemente qué significa ésto. En términos de la historia particular de Cali en el siglo XX, se puede asegurar para efectos de un análisis comprehensivo, que se dió un cambio de lo que significaba el crecimiento urbano bajo los lineamientos representados por la propuesta del plan de Cali Futura elaborado, y parcialmente implementado, de Karl Brunner desde 1944, por lo que propugnaba el Plan Piloto presentado por Wiener y Sert en 1950.26 Si bien el diseño urbano cabe como una práctica específica dentro del urbanismo y no lo reemplaza, su ausencia deja en mero planteamiento teórico, o en sola descripción, una decisión cualquiera sobre el territorio o sobre una porción de la ciudad, dejando al riesgo del azar la calidad espacial, formal y ambiental de lo que finalmente se construya. El caso más ilustrativo en la historia de Cali en el siglo XX, está representado en las obras de los VI Juegos Panamericanos. Aunque toda la operación cumplió con los objetivos deportivos, promocionales, políticos y económicos privados, particularmente aquellos a favor de una expansión deliberada del perímetro urbano que enriqueció más que nunca antes a los terratenientes urbanos, tanto la forma urbana construida como la imagen de la ciudad quedaron definitivamente desdibujadas y la ciudad fraccionada27. Aunque en realidad con el cambio de imagen se busca suplantar la que se había construido hasta los años cincuenta28 , lo que en últimas resulta es una caricatura de ciudad moderna a la que se ha despojado de sus componentes fundamentales, ésto es, la destrucción, degradación o desplazamiento de sus hitos, la eliminación de bordes, la ruptura de las características espaciales y formales propias de los sectores más representativos, la expulsión de los peatones y el deterioro de la vida callejera de los senderos principales, ahora simples ejes viales para automotores. En otras palabras, la imagen de la ciudad pierde su sustancia y a cambio de ella se incluyen adjetivos genéricos y abstractos que no dan cuenta ya de una representación física definida, estructurada por elementos espaciales. Así, se habló por un buen tiempo de la “capital deportiva de América” , que quizás lo fué por tres semanas y de lo cual no queda nada, y ahora de la capital del Pacífico, con lo cual cualquier cosa que se haga encontrará su propia justificación. Es muy expresivo el balance que de las “heróicas” acciones por la transformación de Cali, producto de las obras de los Juegos Panamericanos realiza uno de sus principales protagonistas cuando afirma que lo “...más importante, el que a su vez tengamos la plena convicción de que en estos acontecimientos deportivos de trascendencia internacional, Cali ha encontrado un medio insustituible para apoyar su crecimiento... Dificilmente otra ciudad de Colombia pueda mostrar un mayor beneficio derivado del deporte, no solo por lo que significa como complemento indispen sable de la formación de su juventud, sino también como medio para estimular su cambio físico...” 29 Los Puntales de una Crisis Es necesario identificar algunos hechos y antecedentes para entender qué pasó en la historia de Cali y del planeamiento de su crecimiento que condujo a perder el ritmo de construcción con buena calidad del tejido y del espacio urbanos para terminar en el desenfrenado ritmo de expansión desequilibrado que hoy llega a su punto más crítico. El primer aspecto a considerar es de tipo estructural y se refiere, para lo que interesa a este análisis, al creciente valor comercial del suelo alrededor del perímetro urbano que se integrará paulatinamente como áreas urbanizables. La propiedad de tales tierras, cuya estructura en gran parte empieza a definirse con los tortuosos procesos de apropiación de ejidos por particulares, convierten el tema de áreas de expansión de la ciudad en el factor determinante de todo tipo de planes de desarrollo urbano, cualquiera que sea el adjetivo que reciban. Son esos propietarios quienes a través del control político enderezan las decisiones que aún en el año 2000, determinan el rumbo de la extensión de la cerca urbana. Se puede seguir un hilo conductor de acciones en este sentido para explicar la evolución del territorio municipal alrededor de su cabecera, practicamente desde el siglo XVIII, tomando como punto de partida el documento que Griseldino Carvajal 30 presentó en 1925 y cerrando temporalmente con la pugna por establecer las áreas de expansión del P.O.T., 27 del año 2000, dentro de una abanico de 7 sectores identificados por Planeación Municipal.31 El segundo aspecto, que se relaciona con el anterior, es de orden político.Siguiendo tal idea puede entenderse que a las llamadas “clases dirigentes” de la ciudad y de la región, actuando directamente desde el gobierno o a través de sus representantes políticos, les es más importante asegurarse el éxito de los resultados de su ejercicio especulativo, producto del control de la propiedad de la mayor parte del territorio, que los efectos sobre la calidad de la construcción de la ciudad que pueda generar la vinculación arbitraria de grandes terrenos cada vez más lejanos del área consolidada. En últimas, una vez más, una palpable ilustración de aquello tantas veces expresado con respecto a que la práctica efectiva del Planeamiento Urbano no es neutral y pone en primer plano, en cuanto a lo que ahora se llama ordenamiento territorial, aquello que conviene a los intereses de quienes controlan el poder. Puesto en otros términos, en la historia de la construcción de la ciudad de Cali a lo largo del siglo XX, el manejo del diseño urbano como instrumento de perfilación del espacio público, del espacio abierto, del espacio colectivo, aún en las condiciones precarias en que se introdujo su práctica desde el plan de Brunner 32 , sirvió de manera eficaz para configurar una estructura formal del espacio urbano que, respaldado por una imagen de ciudad completa, casi “redonda”, resultaba beneficiosa para mantener sus intereses, garantizado todo por el control sobre las oficinas municipales de planeamiento urbano. Tal parece, sin embargo, que en algún momento empieza a ser más rentable el lograr urbanizar mayores extensiones de terreno para vincularlas al mercado de tierras que construir, o continuar construyendo -si se consiente lo que aquí se propone como interpretación- un conjunto urbano de calidad que lo puedan disfrutar sus habitantes. La llamada planeación física dejaba de lado lo que el diseño urbano interpretaba como una manera orgánica de crecimiento de la ciudad por partes que se agregan para reforzar el conjunto total. Una clara muestra de la puesta en práctica de esta dinámica es el proceso de urbanización del sur de Cali alrededor del antiguo Ingenio Meléndez, hecho por cuenta de la ciudadanía que paga la infraestructura a través de impuestos, a partir de la localización en esos predios de la Universidad del Valle. Toda el área que hacia 1970 quedaba comprendida entre los bordes construidos de la ciudad, aproximadamente a la altura de la urbanización Tequendama y de algunas manchas dispersas a lo largo de la entonces carrera 15 (Caldas, Meléndez, inicios del Gran Limonar y Refugio) y el Rio Lili, equivalente a casi la mitad de toda el área urbanizada de Cali hasta ese momento, queda habilitada para una progresiva urbanización que aún continua y que hoy el P.O.T., identifica como uno de los nuevos sectores de desarrollo con Unicentro (antiguas instalaciones del Ingenio Meléndez) y sus áreas aledañas, como epicentro. Urbanismo -vs- Diseño Urbano (I) Otro aspecto es de orden cultural por cuanto compromete la práctica del llamado Planeamiento urbano a través de las agencias municipales, cuyas acciones más significativas no han rebasado la oficilización sobre el mapa de Cali de las definiciones sobre ocupación territorial presionadas y dirigidas politicamente por quienes han manejado a la ciudad como su negocio. Salvo algunos destellos creativos expresados en obras puntuales de implementación parcial de planes de obras de diseño urbano -como el Plan Centro 450 años- 28 que en nada afectan a los intereses de los “dueños de la ciudad”, la oficina de Planeación Municipal y sus diversas dependencias, que con nombres distintos han ejercido supuestamente las funciones de control de la actividad edificadora de la empresa privada, no han tenido una incidencia real como ente que se dice ha de dirigir y orientar el proceso de construcción de la ciudad de manera técnica y con el interés público por delante. No ha existido pues un ejercicio del planeamiento urbano que concilie los intereses de la iniciativa privada con el beneficio común de la ciudad y más bien los primeros tienen prioridad, después de los cuales pueden resultar a pedacitos y de carambola, es decir, como algo aleatorio, algunos pocos casos de hechos urbanos aislados de calidad espacial meritoria y reconocible como son los casos del Parque Panamericano o delas Banderas33 y el actual Centro Cultural de Cali que mientras fue sede de una entidad financiera operó más como un bunker excluyente que como el edificio abierto que sus autores propusieron en el proyecto.34 Urbanismo -vs- Diseño Urbano (2) La calidad del espacio urbano, es decir del espacio compuesto por calles, plazas y parques, configurado por edificaciones, articulados todos sobre una extensión de territorio, es un resultado del manejo consciente de su planeamiento, diseño y control en aras al bienestar ciudadano. Esto significa, entre otras cosas, que la iniciativa e inversión privadas siendo necesarias e inevitables, no por ello pueden desconocer que el valor estético y ambiental del espacio urbano construido constituyen una condición fundamental para la conservación, desarrollo contínuo y trascendencia histórica de una ciudad. Si hubiese que relacionar momentos y obras, puntuales unas y generales otras, que expresen esa ruptura, podrían mencionarse algunas como típicas y representativas. lugar y en aras a la especulación comercial con beneficio de unos pocos, el más espantoso edificio de estacionamientos que mente alguna pueda imaginarse. La primera situación cuyas primeras manifestaciones se remontan décadas atrás XX la constituyen las demoliciones de edificaciones de alto significado histórico. La primera de ellas el Templo de San Agustín, cuya torre en la esquina de la calle 13 debió ser derrumbada para permitir el tránsito vehicular a lo largo de la actual carrera 4ª en dirección este-oeste. Años después en la década de los 60s, correría igual suerte su Claustro de Santa Librada, sede del colegio fundado por el vicepresidente Francisco de Paula Santander y centro de formación fundamental para buena parte de los dirigentes regionales, luego sede de la Universidad del Valle, hasta ser eliminado para levantar en su Otros casos representativos de esta actitud se dan con el Hotel Alférez Real, cuya desaparición fue una demostración de soberbia y codicia de su propietario, digno representante de las clases dirigentes vallecaucanas, cuando se pretendió levantar en su lugar una alta torre de oficinas, que resultaría más rentable que un viejo hotel que iba siendo desplazado como el mejor de la ciudad por cuenta del Intercontinental construido según los lineamientos de la compañías hoteleras norteamericanas. Treinta años después, a punta de maquillajes, la ciudad trata de borrar sus huellas con una plaza que nadie busca, y al antiguo propietario se le entrega a cambio el predio del viejo matadero municipal. El Palacio de San Francisco, sede de la Gobernación Departamental, demolida sin ninguna consideración sobre sus posibilidades de ser parte de la solución en busca de mayor área para alojar burocracia, dando paso a una torre que 30 años después estaba tratando de adaptar una escalera de emergencia que aún hoy queda oculta y permanece inútil y un parqueadero de vehículos oficiales al aire libre como “gesto” de atención al espacio urbano de la carrera 8ª frente a su fachada “posterior”. Similar suerte corrió el Batallón Pichincha, que tampoco pudo ser incluido como parte de la solución por construirle una sede definitiva a la Alcaldía Municipal, ni el edificio Gutiérrez Vélez 35 , junto al Puente Ortiz que en su momento era el edificio moderno más vivo de la ciudad, como quiera que alojaba el correo aéreo en su palnta baja junto al río, comercios reconocidos en su segundo piso a lo largo del Puente, vivienda en los pisos altos, además de que mostraba cuatro fachadas completas, como contraste con la mayoría de los llamados “más modernos” que fueron apareciendo en el sector, y que aportan al espacio público la miseria de sus “culatas” como símbolo de la nueva imagen de ciudad moderna. En el sitio 29 que ocupaba el edificio Gutiérrez Vélez, se levanta hoy una réplica del kiosko de retretas que existió en la Plaza de Cayzedo, algunos árboles de totumo y chiminangos. También hubo que demoler el antiguo Manicomio de la Avenida Uribe Uribe esquina de la calle 21, que servía de cuartel de la Policía, para dar paso al Edifico actual que deja hasta ahora un tétrico muro de cierre de parqueadero como único paisaje urbano para las tres “fachadas de la manzana haacia el río, hacia buena parte de la Uribe Uribe y hacia la calle 20. Más reciente el Colegio Alemán sobre la calle 5ª, con una excelente estructura es demolido sin consulta ni consideración de sus bondades espaciales y arquitectónicas para dar paso a un edificio que posiblemente aloje a la Biblioteca Departamental. Esta breve pero significativa lista de demoliciones ejemplifica muy bien una actitud generalizada en Cali como política urbana no declarada de adecuar la ciudad construida a las demandas de una modernización 30 entendida de manera muy particular36 y que va a la par con el proceso de expansión de la ciudad con el criterio especulativo que ya se ha explicado, que conlleva a la destrucción del centro antiguo mientras la demolición de las viejas edificaciones aún rinda utilidades y que muestra como resultado el paisaje de ciudad bombardeada que muy lentamente hoy se trata de sanar. El mismo proceso de transformación de la Plaza de Cayzedo que la llevó a su configuración actual, y pese al valor formal y unidad que alcanzó con los edificios altos, ya mostraba la clase de actitud y desprecio por lo que se consideraba viejo, poco rentable y obstáculo para el “progreso”, y por lo tanto merecedor de ser echado abajo sin fórmula de juicio alguna. Para el caso de este espacio en particular, hacia 1974 estuvo a punto de reiniciar una nueva etapa, cuando un arquitecto inversionista en bienes inmuebles y construcción pretendió derribar el edificio Otero para levantar una torre de oficinas de 20 pisos de altura. En tal ocasión, la naciente conciencia ciudadana, gremial y académica por el valor patrimonial de edificaciones de significado histórico y urbano, frustró el negocio y abrió el camino hacia una mirada distinta de los valores del espacio urbano, el espacio público y la arquitectura que lo conforma. Otras políticas urbanas generalizadas para el tratamiento de las áreas centrales de la ciudad que hacen parte del ejercicio del planeamiento urbano en Cali, incluyen la ampliación paulatina de calles mediante el retroceso de las líneas de paramento en aquellos predios cuyas edificaciones una vez demolidas y vueltas a construir levantan su fachada unos metros atrás para permitir un ensanchamiento de la calzada vehicular, dejando como resultado una desordenada colección de “culatas”, los muros medianeros expuestos de las edificaciones contiguas que se mantienen en pie. Un caso palpable es el del Barrio de San Nicolás que hoy, casi 50 años después de iniciado tal proceso, no ha acabado de conformar sus espacios. Es evidente que una generalización de esta clase de iniciativas de planeamiento cobra su mayor pieza con la construcción de la calle 5ª entre Santa Librada y la Avenida Colombia, abierta a machetazo limpio que deja una calzada muy amplia y sin andenes enmarcada por el más humillante de los paisajes urbanos que solo muestra casas partidas a la mitad, más “culatas” y menos vida urbana para parte de los barrios que debieron ceder área en esta empresa. Le siguieron después y hasta cerrar el siglo XX, las ampliaciones con iguales características depredadoras, las ampliaciones de las calles 8ª, 9ª y 10ª desde la carrera 10ª hacia el sur; la carrera 10ª, primero desde la calle 5ª hasta la calle 15 (Juegos Panamericanos) y en 1999 desde la calle 15 hasta la calle 25 y la carrera 5ª desde la calle 15 hasta la calle 25. Es tal el grado de imposición y soberbia con que se realizan estas obras, que en el caso de las dos últimas ampliaciones citadas se arrasó con los osarios de la parroquia de Jesús Obrero (Barrio Obrero, Parque Eloy Alfaro) como si no se tratara de una verdadera profanación contra la memoria ciudadana -así sea negociable con la curia- y se puso en peligro la estructura del Templo de San Nicolás por las vibraciones intensas y constantes a que se la tiene desde entonces sometida por causa del tránsito de vehículos incrementado con la ampliación de la calzada vehicular37. Finalmente, y sólo porque excede el objetivo de este escrito hacer una relación minuciosa de esta clase de “actos de barbarie”, impulsados o permitidos por la municipalidad, hay que mencionar otras expresiones del ejercicio del urbanismo sin las consideraciones que atañen al diseño urbano. Una de ellas, la permisibilidad a la agresión a hitos perennes de la ciudad. El primero en la etapa de modernizaciones a mediados del siglo XX fue quizás la erección de la subestación eléctrica de San Antonio detrás del Templo, entre éste y la Planta de Tratamiento de Aguas del Río Cali. Han pasado 50 años de tal evento y hoy parece que hiciera parte del paisaje de manera tal que nadie parece verlo lo cual muestra la capacidad de olvido o de falta de comprensión de esta clase de problemas por parte de la población. Es evidente que en su momento se manejó como un chantaje: si no hay subestación , no hay electricidad.38 Otro caso que en la década de los 60s, levantado guardando toda la legalidad de los procedimientos, emblema casi silencioso de esta agresión, es el Banco del Comercio, el edificio más alto levantado hasta entonces en Cali que parece erguirse sobre la fachada occidental de la Plaza de Cayzedo sin importarle nada que a este espacio hito solo le ofrece su fachada cerrada y que todo el mundo lee como “culata”. Algo similar puede anotarse con relación a la torre de Telecom frente a la plazuela de San Francisco, que orienta sus fachadas hacia el norte y sur y deja a la plaza su fachada cerrada, como haciendo abstracción de este espacio que estaba en ciernes y por el solo prurito de que tal orientación le evitaba problemas de asoleamiento. Es la misma actitud que desde los años 70 permitió la localización anárquica de toda clase de antenas en los cerros de Los Cristales, al pie de Cristo Rey y en el de las Tres Cruces, habiendo que esperar hasta el nuevo siglo con una tímida mención por parte de los planificadores oficiales del urbanismo en Cali para que se empiece a considerar alguna alternativa técnica que permita solucionar tal atropello. Otra expresión del problema es la permisividad a la usurpación del espacio público en beneficio de intereses privados, expresada en la actitud generalizada de ocupación de andenes y antejardines y en la cesión, a cualquier título, de áreas importantes a particulares. Así sucedió en los casos del llamado “Club Tequendama”, cuya área correspondía a las cesiones de espacio abierto y zonas verdes que los urbanizadores, por ley, deberían entregar al Municipio y que terminaron como club social privado que al Barrio Nueva Tequendama poco aporta y sí priva de un derecho elemental a sus habitantes. Sin olvidar tampoco que el mismo Municipio se convierte en invasor del espacio público cuando permite construir templos en los parques y él mismo implanta escuelas, colegios, centros de salud, C.A.I.s y C.A.L.I.s39 que, bajo el pretexto de cumplir con una función social básica, ocupan los pocos espacios abiertos de los barrios, en lugar de adquirir o disponer de predios adecuados dentro da las manzanas del respectivo sector40. A otra escala, pero del mismo tenor, la cesión a un hotel en el sector de el antiguo Obelisco, en la Avenida Colombia, de un área para estacionamiento de vehículos en detrimento de la zona verde pública del paseo a lo largo de la orilla derecha del rio Cali. Lo mismo que, como para ser simétricos, sucedió con el área frente a la Clínica de los Remedios en la orilla izquierda entre las calles 24 y 25. Estos acontecimientos tejidos unos a otros, año tras año, son el resultado de la baja conciencia sobre el valor del espacio público y de la importancia de su calidad, en desmedro de los cuales han actuado y siguen actuando muchos funcionarios y particulares movidos por intereses económicos unas veces o por desconocimiento absoluto sobre el significado del espacio público como escenario esencial de la vida ciudadana en otras ocasiones. Lo primero lo ilustran muy bien el caso del parque de La Babilla, en Ciudad Jardín, espacio público, que llamó la atención de la prensa local a raiz de la batalla jurídica que debió librar el Municipio de Cali, a instancias de funcionarios honestos, para rescatarlo de manos de particulares que estaban realizando un negocio de compraventa de tal predio. Y el más reciente, publicado en los medios locales en la semana del 15 de noviembre de 2000, tras la denuncia promovida por el ingeniero Claudio Borrero, antiguo director de la oficina de Bienes Inmuebles del Municipio, quien alertó sobre el negocio de venta a la ciudad de predios de los Farallones que pertenecían a ésta. Son solamente pequeñas y grandes muestra del juego corrupto para violar normas o adecuadarlas a los intereses de unos pocos. Lo segundo se manifiesta en casos en los cuales las Juntas de Acción Comunal de algunos barrios al disponer de algún presupuesto para obras que les otorga el municipio, deciden levantar cualquier clase construcción con tal de ganar el reconocimiento de sus ciudadanos y deciden, 31 para no perder el derecho a manejar esos dineros, agregar algún estorbo o “elefante blanco” en el parque del vecindario. Tales fueron los casos de los fracasados proyectos de teatrino en el parque del Corazón en San Fernando y de una supuesta pista de trote en el parque de la calle 43 Norte en el sector suroriental de Vipasa que no demuestran otra cosa más que, como representantes de los respectivos sectores, un desconocimiento absoluto sobre las características fundamentales del espacio público y en particular sobre los espacios abiertos, plazoletas, parques y zonas verdes. Allí también se desprecia por ignorancia el diseño urbano. Hacia el Nuevo Milenio Por ley de la República, Cali como todos los demás municipios del país, debe manejar todas sus políticas urbanas dentro del plan general llamado de Ordenamiento Territorial. La Ley 388 que lo reglamenta, hace parte de un conjunto mayor que da instrumentos jurídicos de actuación a los gobiernos locales para controlar el manejo de su territorio. Pese a los problemas políticos que arrastra la formulación de un P.O.T., y los operativos que plantea su implementación, la coincidencia de su puesta en práctica con el ejercicio de nuevos alcaldes recién elegidos, imponen que la práctica del urbanismo por las mismas autoridades y por agentes privados, se enfrente a una nueva realidad donde la vigilancia ciudadana tendrá que cobrar una mayor presencia contínua, tal que permita que las decisiones que afectan la calidad del espacio construido, resuelvan primero que todo el interés común contrarrestando la práctica corrupta de la manipulación de las decisiones que afectan la conservación y crecimiento de la ciudad que tanto ha incidido en su configuración actual. No es fácil el trabajo si se tiene en cuenta que por las condiciones actuales de caos social y político, y por las mismas circunstancias que afectaron la formulación de la Ley 388 41, habrá que luchar por involucrar en tan 32 complejo proceso como valor cultural dentro de la práctica política, el derecho a rescatar, construir, mejorar y conservar el espacio público como escenario y medio fundamental para el ejercicio de la vida cotidiana. Se trata de asegurar la puesta en práctica de las bondades que promete el P.O.T., dentro de un proceso que permita a la población reconocer el valor cultural de la construcción del espacio urbano y el derecho a su uso, independiente de que sea edificado en gran parte por iniciativa privada. Y no es fácil porque la sola voluntad de participación no resuelve la ejecución de obras e intervenciones de alta calidad al menos que haya muchos equipos profesionales involucrados en el diseño urbano que sepan interpretar y guiar los procesos particulares a escalas de barrio y a escala de los ahora llamados planos parciales. parques, vías y senderos peatonales43, así como proyectos extensos de vivienda y mixtos promovidos por iniciativas privadas y públicas. Es claro en estos casos que el diseño urbano no soluciona problemas de origen estructural, social y económico, pero sí es una condición para que las obras que resultan de su búsqueda tengan una calidad tal que les permita ser parte de la construcción de un espacio urbano que genere una mejor calidad de vida que es en últimas, también, un problema vital de estética, un problema que toca como ninguno el tema del arte de construir la ciudad. Notas 1 2 Conclusión 3 Ante la evidente pérdida del carácter orgánico de los procesos de crecimiento de la ciudad, donde las partes nuevas se levantan fuera de cualquier clara articulación , y dada la precaria disponibilidad de territorio para continuar con la expansión indiscriminada que ha regido durante los últimos cincuenta años, es impositivo establecer nuevos procesos constantes de elaboración proyectiva que conduzcan a la creación de las nuevas partes de la ciudad con sentido de totalidad 42 en relación con las existentes, y de reelaboración progresiva de éstas de manera que permitan recuperar su valor cultural y generen en la población un sentido de pertenencia, el que confiere carácter vital al espacio urbano construido y le asigna valor histórico y patrimonial. Hay ya en Colombia algunas muestras en esta dirección, tal como sucede con las políticas urbanas implementadas en los últimos gobiernos de Bogotá que concilia proyectos a diferente escala, desde equipamiento hasta amoblamiento urbanos, pasando por tratamiento vial y de espacios abiertos, plazas, 4 5 6 7 8 9 10 Ver Hincapié, Ricardo. Historia de dos avenidas. Revista CITCE nº1 Usamos aquí el término en el sentido en que lo propone Kevin Lynch en su obra clásica Aprile-gniset, Jacques. La Ciudad Colombiana, Siglos XIX y XX. Bilioteca Banco Popular, Bogotá 1992 Idem Para destacar, la actividad de personas como Eustaquio Palacios, fundador y director del periódico El Ferrocarril, quien convirtió tal órgano en impulsor de esta obra, considerada por él y muchos otros como condición sin equa non para el desarrollo de la ciudad y la comarca. Eder, Phanor. Santiago Eder, el fundador Botero, Carlos. La Arquitectura del Ferrocarril del Pacífico. La Tertulia, Cali, 1994 Ordóñez, Luis Aurelio. Industrias y Empresarios Pioneros. Cali 1910-1945. Univ. del Valle, Cali 1995 Orgánico en el sentido de algo “que tiene armonía y consonancia” (DRAE, 21ª Edición). Ver además, ALEXANDER, Christopher et alt. A new Theory on Urban Design. Oxford U. Press, N.Y. 1987 Vásquez, Edgar. Historia del Desarrollo Económico y Urbano en Cali. Boletín Socioeconómico Nº20, CIDSE, Universidad del Valle, Cali Abril 1990. 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 Ramírez, Francisco. Arquitecturas Neocoloniales, Cali 1920-1950. CITCE, 2000. Relator Carvajal, Griseldino. Información General sobre los Ejidos del Distrito de Cali. Imp. Arboleda, Cali, 1926 Ver un registro y análisis en tal sentido en Aprile-gniset, Jacques. Ciudad en Colombia, Tomo II, CapV Ordóñez, Luis Aurelio. Industrias y Empresarios Pioneros, Cali 1910-1945. Universidad del Valle, Cali, 1995 Un completo estudio de los puentes y obras ligadas al Río Cali se presenta en Hincapié, Ricardo. Puentes Antiguos sobre el Río Cali. Revista CITCE nº3. Cali, 2000. Arias de Greiff, Jorge. Un momento estelar de la ingeniería mecánica en Colombia: los diseños de locomotoras de P.C. Dewhurst, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol 26, nº 21. Bogotá, Banco de la República 1989. La configuración de la manzana moderna saca a la calle los árboles que en la tradicional de la traza hispana ubicaba adentro y hacia el centro distribuida entre los huertos y patios traseros. Un breve listado de estas salas puesto sobre un mapa del momento dan idea de la importancia que llegaron a tener como equipamiento: además de las salas y teatros del centro de la ciudad, con el Municipal, el Colombia, el Jorge Isaacs, el Cervantes, el Colón, se podrían mencionar el Ángel (Calvario), el Ayacucho (Fray Damián), Sucre (Sucre-Obrero), Palermo y Avenida (San Nicolás), Asturias (Alameda-Bretaña), Alameda (Alameda), San Fernando (San Fernando), María Luisa (Floresta), Libia (Floresta), Bolívar (Granada). Cruz Kronfly, Fernando. La literatura de Umberto Valverde. Plantalibre 4-5. Ver también su ensayo La ciudad como representación en Cruz K, F. La Tierra que atardece. Ariel. Planeta, Bogotá, 1998 Cruz Kronfly, Fernando. La Literatura de Umberto Valverde. Revista Plantalibre Nº 4-5 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 Tomamos el término en el sentido en que lo cita Alejandro Ulloa en su obra Clobalizacón, ciudad y representaciones sociales. El caso de Cali. U.P.B., Medellín, 2000 Bacon, Edmond. Design of cities. Viking Press, N.Y. 1964 Botero, Carlos E. De tanto tren en la estación esta se agranda y la ciudad se expande. Revista CITCE Nº3, Noviembre 2000 Vivienda y estado en Colombia. Hincapié, Ricardo. Op.,cit. Ver Barney, Benjamín. De Santiago de Cali a Cali. Revista CITCE Nº 2 1999 Idem Jorge Herrera Barona, en GÓMEZ, Alvaro L., et alt. Historia de Cali. Ediciones Andinas. Cali, 1986 2ªedición, capítulo XI. (Negrillas nuestras) Carvajal, Griseldino. Estudio de los Ejidos en Cali. Cali, Imprenta Arboleda, 1925 Municipio de Cali. P.O.T. Resumen, 1999 Hincapié, Ricardo, op.cit. De ecuerdo con Gustavo Vivas, el único espacio público de calidad creado en Cali en casi 50 años de obras dentro del perímetro urbano. Varios. Panorama desde el Parque en Calideces. Cali, Círculo de Impresores c.1988, Es paradójico que haya hecho falta la quiebra financiera de la FES para que el edificio haya quedado en manos del Municipio de Cali, aunque dada la crisis fiscal de éste, un alcalde haya mencionado la posibilidad de venderlo para ayudar a superar los problemas financieros. Aún ni las más pretenciosas edificaciones revestidas de oropel que construyeron los narcotraficantes se compararía como obra de iniciativa privada al edificio que todo mundo hizo suyo como el edificio del correo. Ver Barney, Benjamín. De Santiago de Cali a Cali Hay un diagnóstico en tal sentido preparado por Ricardo Hincapié, Director del CITCE, 1999. 38 39 40 41 42 43 Harold Borrero, arquitecto de la Oficina del Plan en su momento, fue el único funcionario público que se opuso hasta el último momento a la implantación de la subestación eléctrica de San Antonio. C.A.I.: centro de atención inmediata, sigla de puestos de Policía; C.A.L.I.: centro de atención local integrada, sigla para agencias por comunas para recepción de pagos de impuestos y coordinació e información de servicios a la comunidad Un reciente acontecimiento fue la oposición de un grupo de ciudadanos del barrio Prados del Norte, quienes se opusieron a la cesión de parte de uno de sus parques para construir un templo católico. Garcés, Juan M. Plan de Ordenamiento Territorial. Manual prospectivo y estratégico. TM, Bogotá, 1998 Alexander, Christopher. Op.,cit. Ver Revista Escala nº186-187, Bogotá 2000 y Revista Arquitecturas nº6, Bogotá 2000. 33 ¡Deconstrucciones de la Gran ciudad! Juan Manuel Cuartas “Todo lo que me nombra o que me evoca yace, ciudad, en ti, signo vacío en tu pecho de piedra sepultado.” Octavio Paz, <<Crepúsculos de la ciudad>> 34 El Espacio. E l espacio habría sido La Ciudad, en adelante la ciudad, participar de un territorio que es la ciudad, una ínsula luminosa en medio del llano, en el interior de las montañas, de cara al mar, donde cada calle, cada casa, cada alcoba y la ciudad misma se distingue y representa. La ciudad habría sido el espacio, la desafiante continuidad de las distancias, plenitud de las aceras donde el tránsito libre reúne coribantes. En la ciudad los ojos continúan infatigablemente en el oficio de ver y de saber; la ciudad habría sido el mismo espacio para todos de domingo a domingo, pero los ingenieros impusieron la ley devastadora de la construcción. La ciudad se construye y se destruye la ciudad; los ingenieros rumian ideas de hormigón en sus cerebros y aprovechan la ciudad para demoler mitos, decidir rutas, inaugurar centros; los ingenieros reacomodan la ciudad como el adulto necio le mueve de sitio los juguetes al niño nombrándole superiores formas de hacer, proceder y transformar. Los ingenieros recorren la ciudad infatigablemente; un núcleo donde la periferia no existe; centro del cambio donde se visualiza el impacto. Aquí está ese nódulo contenido que hormiguea de vehículos, gente y comercio, ese mandato de la circularidad donde se gesta y deriva la autoridad, ese centro a donde acuden todas las tensiones y todos los controles. Desde su circuito de calles negras la ciudad irradia el incontenible espejismo de la modernidad: Dos autos han colisionado en el cruce de dos avenidas… Se ha oído el chirriar de las llantas y el impacto del choque; la caída diminuta de los vidrios en la calle, el mamonazo de la cabeza de un pasajero contra el cristal; la súbita confusión, los improperios…; se ha escuchado todo claramente, los pitos de los carros, las cornetas de los autobuses. Al lado de los actores, pronto, ¡qué confusión!, ¡qué descoordinada la ciudad, disuelta de punta a punta…!, y en el centro, una colisión de automóviles; el semáforo, silencioso, da vía sin que nadie pueda hacer nada, sin que se cure el instante ni se despeje la verdad. Al colisionar dos, colisiona la ciudad entera, luego la ciudad obra en función de cada uno de sus miembros… Lugar donde no pueden, por azar, toparse dos en el camino, al despejarse de nuevo todo, allí no queda la menor “huella”, la corriente de la avenida no permite revisitar los instantes de la ruta. ¿Dónde, pues, la ciudad, para habitarla sin mayor fórmula que ella misma? Quienes fundaban poblados descansaban de los pies y de la vista; recogían místicamente el andar y concertaban la mirada en un círculo cuyo eje fuera el hombre y la tierra. Emprendían el asalto al espacio y en corto tiempo allí había calles, casas, tiendas, una iglesia, un ayuntamiento, un parque, una cárcel, un cementerio, una botica y una escuela. La ciudad era un trazado, un circuito entre las cosas, los nombres y los hombres; comenzaba allí un tiempo legítimamente circular en el que las generaciones conectaban entre sí…, pero ha crecido el perímetro como se dilata un estómago, y la ciudad devora hoy gente, oficinas, comercio, lugares públicos, bancos, prostíbulos; la ciudad omnímoda descansa sobre un fundamento telúrico que pretende abarcar el globo entero, ser eterna y absoluta. Los ingenieros lo han previsto todo para que la ciudad se llene de agujas, para que se mueva frenética, para no darle más calma que la de los domingos sin fútbol; ciudad de circunstancias, de casillas y teléfonos, ciudad acorralada, clonadora de hombres. Los ingenieros se pasean con sus teleolitos calculando puentes y conjuntos residenciales, reduciendo franjas verdes con oficio de sabios futuristas; usan cascos, montan andamios, suben al cielo, divisan un universo de cúpulas y flores muertas que les complace y obsesiona. Seres de una ciudad sin más territorio que las calles, los despachos y las alcobas; una ciudad con esquinas, sin senderos, con escalas ciegas desde donde los ingenieros fraguan nuevas formas de implementar el concreto, las vigas de amarre, los zigzags tortuosos que desahogarán los largos recorridos…; hierros, láminas, adobes, lámparas, circuitos, tuberías ocultas que tengan en circulación el submundo de ese espacio que habría sido la ciudad. Temprano en la mañana los ingenieros aprietan sus pies con botas de exploradores y sus cuellos con corbatas de ejecutivos; son a la vez ministros, pero también obreros que entresacan resultados metódica y estrictamente coincidentes con lo que es la ciudad; nuevo concepto de fundador; el ingeniero inventa la ciudad batallando con su cuadrilla de excavadores y constructores contra la improbable resistencia de los elementos. Las Ideas. Pero no es posible hacer investigación si no se soporta en la historia de la ciudad, porque es en ella donde se hacen apropiaciones que están en función del ideario de los investigadores. La ciudad es un laboratorio de verificación y correspondencia cuyo interior anuncia la caracterización de un tiempo. El siglo XX es, así, capital para la comprensión de la ciudad; y en Colombia, particularmente, después del Frente Nacional, de cara a un cambio radical en la actividad investigativa, nuevos paradigmas confrontan grandes convulsiones, no precisamente epistemológicas. El estudio de la ciudad desde diferentes disciplinas, dispuso desde entonces los saberes necesarios para plantear una teoría dinámica de la ciudad. Recomponer la sociología de las ciudades colombianas teniendo presente la incidencia de las oleadas de desplazados de la historia violenta del país, implica leer la historia desde un presente que no puede sortearse estudiando tan sólo la retórica de la gran ciudad. De otra parte, con una noción de ‘estructura’ en mente, es apenas obvio hacer uso de la ciudad bajo la categoría implícita del “progreso”, porque la ciudad ha sido, en este sentido, el único lugar en el cual el progreso ha tenido una función definida, axiomática, dando significación a los hechos de la vida. 35 Porque el estudio es el fondo de las ideas, la manera pluridisciplinaria de tratar la ciudad caracterizará a su vez un tipo de pensamiento, de transferencia de intuiciones donde la cultura en la ciudad va adosando al individuo según una suerte de superposición de planos que pueden desatar en un momento dado un discurso sobre la ciudad: ¡deconstrúyete ciudad! ¿Es posible entonces, en este sentido, implementar una función deconstructora de la ciudad?; si en el más estricto sentido derridiano este término alude a la ‘traducción’, a una ‘segunda lengua’, ¿cuál podría ser la traducción más precisa de la ciudad?; evidentemente reflexionar acerca de ella y comprender que su transliteración a otra lengua representa una escritura que constituye la vida misma en la ciudad. La ciudad, prevemos, es así un territorio donde la rotación de signos afecta la filiación ética de la vida, donde los avatares administrativos delimitan las alternativas tecnológico-culturales, en fin, donde un singular poder que no es propiamente la política, subterráneo y oculto, delimita los espacios, clasifica las personas y revaloriza los signos… Y así, deconstruida, reflexionada como territorio, la ciudad habría sido, ante todo, espacio para la confrontación y la violencia en el interior de los hogares, de las calles, etc., violencia de la opinión (segregación y diferencia), en tanto que el ciudadano sería un administrador de diferencias. La Metrópolis. ¿Será posible, desde otra perspectiva, mirar a la ciudad como a la casa (como a la madre?) “Metrópolis”, que significa en griego “ciudad madre”, alude a la idea de resguardo, de regazo, de estar bajo cubierto, bajo el amparo de la madre; ¿el tiempo de la ciudad entonces como el tiempo de la casa?, pero lo que la casa representa como principio (como origen), la ciudad lo representa como destino: originalmente la casa (como la madre) está en los ojos; su aire es la respiración misma, y el lenguaje heredado de ella nombra sus recorridos y distancias con signos y con voces que por metonimia dimensionan la ciudad. La casa se habita, la ciudad se transita, dos actos que deciden la alternativa de un sujeto confinado que sueña, como lo insinúa el término “metró-polis”, un espacio “verdadero”. Vivir en la ciudad es un dilema que se resuelve valorándola, practicando en ella, como antes en la casa, una ética para ciudadanos. La ciudad vista, de otro lado, como numen tutelar; un espacio que sustenta nuestro estar, que pondera nuestro ser. Pero también acaece valorar la ciudad en su dimensión de circuito, donde el tránsito infinito hace de la vida el reflejo de la “diferencia”, ese encomiado concepto derridiano que delata una imposibilidad de la presencia, porque sin surcar la ciudad no hay propiamente tiempo para los ciudadanos. La ciudad habrá marcado entonces, como la casa, un antes y un después, y llevarla a cuestas habrá constituido nuestro ingente devenir; la ciudad valorada como función de vida a través de sus calles, sus locales, sus voces y señales asumidos como conciencia de lo que es y lo que será, nos mueve a detenernos a pensar por ejemplo lo que ha implicado el paso de los ingenieros; esas hormigas en ronda que dejan surcos en las tierras cultivables, que devoran (y limpian) (la ciudad). En esa ciudad reconocida se define un sujeto reconocido también, que se integra, que toca a todas las puertas, que se refugia en los 36 signos que la ciudad misma fija. Pero de otro lado estaría la ciudad sin valorar; el espacio que azotamos inútilmente, la demarcación de unas calles sin nombre conocido, donde el paso de los ingenieros precipita la muerte de las cosas que un día fueron calles, tiendas, esquinas, árboles, balcones. Ciudad sin historia, refugio, punto último de llegada donde drásticamente termina la vida. El espacio que habría sido la ciudad apunta a convertirse en El Astillero de Juan Carlos Onetti, donde la suciedad del muelle, la lama de la muralla, el orín de los malecones nos hace vislumbrar una ciudad arrinconada en los capítulos de la nostalgia y el castigo; ciudad vivida desde la infancia, pero nunca pensada en silencio; muerta en el alma, porque desde siempre el espacio habría sido la ciudad, pero no este campo de refugiados donde los ingenieros han dejado un hueco en cada esquina, han sembrado postes en medio de las gradas, han errado, dilapidado, devastado; los ingenieros que vuelven repetidamente a maquillar los parques reduciéndolos de asfalto. Y entre esta segunda ciudad y la primera la de la casa- está toda la lucha por librar, la del semiólogo y la del urbanista, la del ñero y la del yupi; la ciudad se deduce de una y mil maneras, pero siempre serán los ingenieros quienes realizarán las mezclas de concreto y carbonilla, quienes cavarán las bases, tenderán las redes, y transformarán la ciudad configurando simultáneamente altas dosis de desalojo y de abandono. Para los que se quedan sin ciudad, los que remiendan su programa de vida en una ciudad que no lo es más en perspectiva o en detalle, ésto habrá sido la ciudad: el “tejido” y los remiendos (del tejido). La Noche … La Lluvia. Imaginemos la ciudad quieta una noche de domingo; ¿dónde está aquí el universo del gobierno, el paradigma del “estar en movimiento”?; recorremos grandes distancias sin enterarnos dónde se encuentra propiamente la ciudad, sintiendo que aquello que transitamos no es más que el comodato donde habitan los espectros. Un tiempo de difuntos, de millones de ausencias; la ciudad desaparece sin dejar de estar ahí; tejida y destejida, tutelar y primitiva, en cualquier esquina nos mostrará sus muros, sus rótulos, sus números, exergos, nombres majestuosos, toda la significación que ha grabado en ella la cultura; los graffiti y el comercio se nos representan ahora aterradoramente similares a las rutas de un cementerio donde se encuentran los nombres, las fechas, epitafios, fosas vacías y huesos. En la noche la oscuridad derrota el movimiento y queda, desierto, un espacio que habría sido la ciudad; largas calles por donde no circulan más los ingenieros...; en la alta noche la ciudad se deja oler, y mientras el ojo agotado renuncia a mirarla, recorrerla en cambio con otros sentidos, es lícito. Aquí hay una ventana que despide música, allí un rincón donde acecha la degradación del hombre conjurado por el duro asfalto. La noche en la ciudad es otro territorio donde voces con cadencias singularmente diferentes surgen del fondo electrizante de los bares. Bajo esa existencia nueva que es la electricidad, la ciudad es en la noche, con más razón, impostergable; tiende su infinitud en un vacío iluminado y disperso. Bajo aquella función retórica de la iluminación en la alta noche, se entiende claro qué nuevo personaje es el ciudadano captado por el televisor y por el ordenador que lo iluminan y afablemente le hablan, (le seducen y suplementan, lo abruman de luces como acosándolo con torturas disparadas a dilatar e impresionar sus retinas). *** Nuevo día en la ciudad; llueve, la bruma le ha bajado la tonalidad a las cosas, insistentemente llueve y es un azar alcanzar un autobús o un taxi; llueve, y sin embargo hay que salir del apartamento, del barrio, hay que declararse expulsado, enfrentado a la ciudad rota e inmunda, una superficie fría y desolada transitada a hurtadillas; los vehículos cruzan levantando cortinas de agua sucia; vamos y venimos por las calles hechos agua hasta los ojos, llueve sin compasión como si el diluvio castigara a la ciudad, a esta Sodoma de todos los días le ha llegado hoy su ángel castigador; el que le niega su nombre, la contamina e inunda; las tiendas son lodazales, las cafeterías, los lobbys de los edificios, los portales de las casas, no es posible seguir domando la humedad, es una ruina tanta agua; los kioscos de revistas no abren, no hay loteros, lustrabotas, domicilios, la economía informal ha cerrado sus puertas. Y mientras la lluvia continúa, nuevamente preguntamos ¿dónde está la ciudad?, ¿qué podrán hacer hoy los ingenieros tristemente enfundados en sus capas de hule?; hoy no crece, no germina, no se abre un hueco más, la ciudad está tomada, y acaso sea bueno dejar de mirarla para pasar un rato al interior de las cosas, ignorar la ciudad y saludarse en casa; de pronto volver a ser tan elementales como los paisanos que pasan las tardes del año jugando al parqués o a las cartas; de pronto es bueno pensar en beber un buen chocolate, en contar historias, en recordar a los viejos, hacer bromas y sonreír sin menosprecio, o mirar al cuarto de los niños y decidir entre todos un juego. Como quien no quiere la cosa se nos ocurre una frase bonita, una disculpa retrasada en el tiempo, o unas palomitas de maíz para sentarse a ver algo en la televisión. Recogidos sin más programa que estar en casa, de pronto vemos que faltan cuadros en las paredes, que una porfiada humedad se ha venido tirando los muebles, y entendemos que sería bonito tener allí algunas plantas; un entorno que nos gustaría antes que nada, y todo porque la ciudad ha muerto en este día sin comercio ni obras. *** Decrece la lluvia y el tránsito se altera, brotan de los apartamentos las legiones de oficiantes que van y vienen porque la ciudad habría sido el espacio, el único, el decisivo espacio donde la fuerza lleva, trae, cruza, llama, sella, abre, pasa, afirma, rige, decide, nombra, ejecuta, prepara, camina, ve las cosas, el entorno de cemento que tiene los rumbos y las estaciones definidas, las conexiones, los equipos… Avizoramos al fin la ciudad propiamente nuestra, la que nos contrata y nos sirve, donde lo encontramos “todo” como en una urna mágica que guarda las maravillas del mundo: lo útil y lo fútil, lo perfecto, lo malo...; en estas y en aquellas circunstancias, como ejecutivo, como maestro, como mesera, de cualquier manera la ciudad es un fluido que mantiene sus piezas en movimiento, iluminando rincones y edificios, acelerando sus circuitos. Porque se construye la ciudad, el urbanismo no es sólo obra del ingeniero; cada calle tiene un tiempo sólido y activo que pertenece a quien lo vive; el ascensorista que sube y baja, el taxista que circula, el vendedor detrás de su jaula de cristal, la mujer que permanece en casa, el cura de barrio que va del atrio al comedor. No podría ser de otra manera, ciertamente, porque la ciudad ha pasado a ser el espacio “natural”; espacio sin río ni vereda, sin huerta ni jardín, donde el hombre deviene connatural al trazado de las rutas neuronales de la ciudad; ignora muchas cosas que lo mueven y determinan, pero connaturalmente se reconoce y encuentra, desde el interior de sus sueños hasta el abrazo de la muerte en las ciudad. 37 Sorteando el asedio de atracadores e ingenieros, la ciudad clonadora de hombres lo es hoy más que nunca, desde Seúl hasta Santiago de Cali. Con un empuje que por sinécdoque conferimos a la ciudad, el hombre crece y cambia en la ciudad, desde el valiente basuriego que empuja su carro, su tonelada de cartón, el hombre tildado de “siniestro” que tiene su carro por casa y que se gasta un lenguaje duro, visceral, hombre comanche de la calle del Cartucho en Santafé de Bogotá, con todo su anecdotario y su corte de los milagros, de cachucha, taches, cueros, después de veinte años símbolo de la ciudad y de sí mismo, pero también de su oficio, de su calle, de su ciencia urbana meticulosa y clara que conoce a la perfección, para quien los ingenieros, claro, han faltado al respeto a las calles, a los árboles de otrora. La Esquina. Media mañana, hay un payaso en una esquina, en un vértice donde confluyen varias rutas; sólo él está quieto en esa esquina, los demás son transeúntes, cientos de transeúntes que pasan a su lado ladeando el cuerpo para esquivar su contacto, que pasan y no lo ven, o que acaso lo ven. El payaso tiene una amplia sonrisa dibujada con detalle; en sus manos un sombrero de fieltro con colorinches está vuelto de revés para recibir monedas. Sólo cuando cae la tarde el payaso deja su pose de estatua, recoge sus bártulos, cuenta las monedas, se enfunda el sombrero, se cambia los zapatos por unos de goma y se echa a andar; en la esquina siguiente echa una moneda en el gorro de un mendigo, acaso la más significativa del día para el mendigo. En la ciudad está el payaso, que no lo es más que 38 en su atuendo, y en la hipostasiada sonrisa; no hace de payaso la más mínima payasada, y sin embargo crea una imagen. El payaso recurre a la quietud, a la risa detenida en su cara, o si se quiere a la tristeza de su estampa; su situación es triste, pide limosna, es un mendigo…; fosiliza en ese cruce de la ciudad al legendario payaso de los circos, declarándose pieza de museo para pasar allí la jornada. La gente transita sin descanso, sin detenerse a preguntar, no surge en nadie la más mínima inquietud sobre la llegada de un circo a la ciudad; un payaso allí, náufrago, no puede ser menos que un mendigo, sencillamente un mendigo, ningún payaso, un mendigo más que dice ser payaso, que quiso ser payaso. Avaramente la gente le tiende una que otra moneda porque, quiéranlo o no, los interpela aquella estampa, les es pertinente que no desaparezca la figura del payaso, que vuelvan los años dorados de la infancia cuando los circos ambulantes arribaban a la ciudad y montaban un desfile por las calles con acróbatas que cabriolaban como simios, con pesados elefantes y con las quiméricas figuras del payaso y del mago. La moneda, entonces, para el payaso, no para el mendigo; la mendicidad no, fomentarla no; el payaso a cambio se lleva adentro y se le tiende la mano; los transeúntes le dan la mano a sus recuerdos, continuamente a sus recuerdos, a su agitada memoria que les advierte universos perdidos en cada cosa que ven; el incontinente transeúnte ha encontrado hoy a un payaso, por un instante a un payaso. Pero hay miles de transeúntes, luego hay miles de encuentros, por eso el payaso tiene su sitio allí, en ese punto de encuentro, porque él, quiéranlo o no, es pertinente a la ciudad. Sin embargo el transeúnte no se ha detenido, ha continuado su marcha… Así, tal como anuncian los economistas, la ciudad está en continuo movimiento, circula vertiginosamente como el dinero de uno a otro costado, no se detiene, llama de aquí y de allá, el tráfico es su ejercicio. Pero el payaso está detenido, reteniendo en aquella esquina su hierática sonrisa, no hay la más mínima representación en su pose, parece un colorido tótem canadiense clavado allí para memoria del tiempo. Sí, el payaso como tótem afinca sus pies al duro pavimento…; lo que se detiene en la ciudad, entonces, es tótem de los tiempos, y allí donde no miran ya los ojos incontinentes de los ingenieros para demoler y construir (su paradójico silogismo), allí florece un tótem; la estatua del libertador, las acacias del parque, y el propio payaso. La ciudad va derivando sus instancias; una circulación frenética que no mira como simples postes a las cosas retenidas, que da limosnas solidarias a los baluartes retenidos, que se ha cribado de agujas centenarias para el disfrute de los tiempos. Es esta la ciudad, ciertamente, donde un payaso se ha quedado detenido en una esquina, un cura en un atrio, unos vaguitos en una esquina, un funcionario en su escritorio; ver la ciudad es ver lo retenido entonces, corroborar la heroica gesta de detenerse un buen día, de no tener la histeria de la circulación y la fuga bajo los pies, entronizar la muerte aún antes de la muerte. La Ciudad. El automatismo mil veces discutido está efectivamente en la ciudad llena de ruidos codificados y distintos como frases hechas. La ciudad se retuerce y convulsiona en la histeria de las calles, de los bares, de los almacenes y depósitos; la ciudad transitada de uno a otro costado por seres y vehículos, por montañas de papeles impresos que la reflejan y en la ciudad donde el ciudadano juega infinidad de roles: las etapas de su vida le van demarcando su situación en la escena; decodificando los espacios, el ciudadano sortea relaciones, aborda lenguajes, etc.; la alternativa es tan vasta y compleja, que el ciudadano deviene un avieso conocedor, su universo es la ciudad, los pormenores de la ciudad; es un juez implacable y un ferviente defensor. Así, con ese ciudadano que entra en comunión con un espacio donde él mismo se representa, la ciudad es un complejo que trasciende el tiempo más allá del paso científico de los ingenieros. La ciudad configura un tipo humano que la lleva y la transita; es la urbe que consolida las formas administrativas, foco industrial y centro laboral: punto de encuentro. Pero tal como avanza nuestra argumentación, la generalidad abusa de los términos…, “¿puede una ciudad ser así cualquier ciudad?”, la idea es particularmente falsa para eludir nombrar propiamente la ciudad (Santiago de Cali, Santafé de Bogotá, Manizales, Madrid, Seúl) y para desconcentrar la reflexión de aquel espacio que habría sido efectivamente la ciudad. Así, para hablar con claridad, los problemas concretos de la ciudad son los ritmos perseguidos e impelidos, la economía asfixiante que propicia la circulación frenética de las calles, el movimiento del mercado y las “bondades” del intercambio. Santiago de Cali: lo febril, la ciudad lineal, el espacio que no se cierra, la amplitud que rige la presencia de los árboles y de los terrenos baldíos; algo febril, decimos, que se aferra a la cotidianidad, algo que no puede ser más que una forma de negación y afirmación de la rutina, que distiende en la noche la función del trabajo. Un desgaste del ser, un atabismo, un principio religioso: “el milagro” (el chance); en Santiago de Cali el chance se recrea número a número eludiendo (¿o integrando?) la reflexión concentrada en el espacio y en el tiempo..., y así, al encender cada noche las velas por donde habrá de pasar la suerte que no anidará, sin embargo, más que en un único porfiado número escondido tras el acertijo, la cifra del milagro seguirá viviendo en la ciudad. No decimos que el azar constituya la vida en la ciudad, de hecho son los ingenieros quienes definen los espacios que debemos habitar, ni decimos que el milagro represente propiamente una presencia en la ciudad, es sólo que el chance, como el fútbol y la música, en Santiago de Cali, son una manera de continuar en la ciudad, un quedarse reconociendo el territorio y vislumbrando los signos. Los Signos. Pero la ciudad sería, ante todo, un lenguaje, tanto como una cultura o una manera de ser en su interior, de usar los lenguajes de cada día, uno y más lenguajes como maneras de estar en la ciudad, sin mayor sobresalto en medio del mayor vértigo: estar en la ciudad, como en el cuerpo, a base de flema o de stress. También en la ciudad una gama de saberes es primordial, una forma de andar, de ocupar los espacios, de entablar el diálogo con toda suerte de individuos que han codificado hasta el más mínimo detalle; una corbata que dice tanto como un jean raído; un maletín de cuero tanto como una mochila; infinidad de universos del signo donde el medio transpira discursos particulares y claros. El asalto a la confianza proveniente del uso de un “vos”, por ejemplo, puede no corresponder con un frío y retirado “doctora”; siendo ambos lenguajes con definiciones y circuitos de comunicación particulares, porque la ciudad será siempre el espacio de unos signos y no de otros; Manizales, por ejemplo, significa una destreza sutil de ser de allá y no de otra parte, de asaltar el asfalto mirando a la ciudad sin afanar el paso ni la circunstancia. En este terreno, que es el oficio del semiólogo, está estampada la filigrana sígnica de la urbe que permite reconocer las ciudades unas de otras: Ciudad de México en relación con Madrid o con Santafé de Bogotá. Así es como la ciudad se acomoda en el andar, como se transpira y se representa a viva voz. Si por mandato de Carlos V las fundaciones americanas reproducían características explícitas de los ayuntamientos españoles, cabe decir: un parque y una iglesia, está claro además que por mandato de los propios habitantes, a partir de allí, el orden cívico prescribía dimensiones, formas, materiales y colores particulares, uniformando desde un principio el estar en la ciudad, de tal manera que sólo el interior de las casas representara el concepto de mundo que tenía cada cual; los estilos de los patios interiores, de los estudios, de las alcobas, mientras afuera el portal y el balcón exhibían el decoro de pertenecer a cierta forma convenida de ciudad. Entre tanto, aún no la ciudad, cuyo devenir estaba reservado para las filas de soldados, las tropillas de actores y gitanos. Allí estaban, de momento, las calles, el parque, el camino a la iglesia, al bar, a la dependencia de policía, a la tienda de ultramarinos, a los correos, luego, ¿de qué manera la ciudad se dio a la metamorfosis durante el siglo XX, y empezó a ser?, captando ondas de migración, implementándose como centro industrial o como fortín militar, hasta que en un arrebato de los tiempos el concepto de poblado aceleró el rendimiento de los ingenieros e hizo crecer la ciudad, el armazón de la ciudad. Por voluntad propia la ciudad empezó a desencajar y a llenarse de agujas y de otras formas, materiales y colores, rompiendo así el imperio de la ideología del poblado. ¿Simulación?, ¿disimulación?, todo finge en la ciudad; nunca un espacio de seducción tuvo tanta desesperada profusión de situaciones; todo finge en la ciudad porque un sólo cambio en una calle la transforma ya en otro lugar. La lucha por distinguir en cada lugar una plenitud, un dominio, un status, donde durante algún tiempo triunfe otra manera de ser. La ciudad es así la minucia en la que cada cosa, cada sujeto y cada rincón renovado hacen de ella otra cosa; su movimiento no es el cambio sino la transfiguración, el travestismo de las calles donde cada cual lleva un atuendo que no es nunca el mismo ni lo será. Y esta ley de la mutación inscribe un acertijo del signo en el universo global de la ciudad; todo se recodifica gradual, continua y consuetudinariamente; los detalles precisan el asombro de un movimiento inadvertido pero implacable que va más allá de los patrones que pueda imponer la moda; más acá, quizás, de la dificultad de ser sin condición, sin categoría, sin distinción ni jerarquía. Las cosas en la ciudad no saben ser, no pueden ser; luchan por ser pero fatalmente están dejando de ser; fingen ser y lo son por instantes de uso, 39 de rol, de función. Todo finge en la ciudad -decimos-, en un mercado de servicios, por supuesto, todo finge, porque nada puede ser definitivamente lo que es; sólo aquello que consiga detener el ritmo y agotar la ambición del signo…, ¿cuándo empezaría a ser propiamente la ciudad, como reactivo crítico, como herencia y conocimiento? Comenzamos a entender a los ingenieros, a comprender su obsesión por los huecos y por las altas construcciones, su discurso acerca de lo sólido, de lo renovado y distinguido; el ingeniero desarticula compulsivamente un espacio que había sido la ciudad, juzgándola fuera del signo, fuera de la codicia cultural del signo. El urbanismo no es semiología de la ciudad sino costumbre de romper la ciudad, de plantearle hipótesis, de generar la duda marxista inscrita en la sentencia “todo lo sólido se desvanece en el aire”, que Marshall Berman supo poner en relación con los ascensos de la modernidad. Sí, efectivamente, lo más sólido de la cultura de lo cotidiano lo demuelen los ingenieros (civiles, eléctricos, industriales, sanitarios…). Luego, a partir de su ejemplo, ¿cómo no fingir en la ciudad?, ¿cómo no necesitar reinventarla en sus signos día a día, confundirla y transformarla, cambiar con ella? No hay ciudad que pueda resistir su historia sin el concurso de los ingenieros; para lograrlo tendría que convertirse en una Comala, donde los vivos visitan a los muertos, reencuentran su pasado en un presente fiel a la memoria. 40 Las Instantáneas. Cierro un libro sobre la ciudad, lleno de vistas pintorescas y “amables”; el cruce de luces largas en una avenida infinita, la instantánea parálisis de los transeúntes en la calle más angosta y congestionada que pueda imaginarse, la mirada de angustia de los hombres de los puentes iluminados por una fogata de humo, el salto a medio camino de un perro que evita un charco pero también las llantas de un automóvil, la impracticable paz de los taxistas en una esquina de plaza, el difícil ascenso de dos árboles gemelos hacia el cielo infinito de un rascacielos, la sonrisa de un bebé en un coche con una gran marquilla de coca-cola, el atleta callejero que se escurre el sudor y mira a una meta imposible en medio de la congestión, las sombras de dos viejos que se unen y alcanzan el largo de un edificio, el vacío de las encías de un níño que vende periódicos, el impacto de la valla de Marlboro al lado de una iglesia que aparece desnuda, la exultación de una revista pornográfica con dos grandes senos de mujer rematados en zarcillos dorados, el farol adormilado a la entrada de un prostíbulo donde un aviso reza “avise antes de entrar”, la infinita profusión de cosas en un hipermercado que se prepara para cerrar sus puertas, una flor caída en una calle húmeda, con un hombre y una mujer al fondo que se alejan por distintos caminos, los músculos furiosos de dos balseros que se hacen gestos obscenos de una barca a la otra, la pancarta de un político al que le han pintado labios de mujer, el desfile de niños que marcha por la ciudad como confinados de guerra, la cacha de un revólver que asoma en el pantalón de un sujeto cualquiera, la bella mujer que insulta a un conductor, el casco en el suelo de un obrero caído de un andamio, las manos de un pianista que golpea el piano con violencia, la ciudad en silencio, detenida, a la que la lente de la cámara le ha practicado su oficio de taxidermista, la ciudad que se deja ver, que está ahí, que es objeto de conocimiento, que dispone de un tiempo, ciudad retenida en las fotos, inviolada por los ingenieros, ciudad imposible que trasciende sus azares, ciudad incubada, en cuarentena, fiel al ojo, al cálculo, a la militancia de los sentidos, ciudad, empero, sin comienzo ni fin, donde no se representa la descomunal constelación de las cosas… Y sin embargo, allí está la ciudad que se ve y que se siente, que huele e impresiona; de un momento a otro las instantáneas echan a andar y el frágil instante de la contemplación agota su posibilidad; de nuevo la ciudad se precipita. Volvamos sobre esa idea: “el frágil instante de la contemplación”, esa misión por la que vivimos…; la ciudad ha tornado frágil la más grande plenitud humana a través de los tiempos, la contemplación, origen del misticismo la poesía y la filosofía. Contemplarse es vivir, de la misma manera que contemplar la selva es vivir la selva para el Nukak makuk; al contemplar se armoniza con el entorno con la misma intensidad que si se guardara la memoria de las cosas por el valor mismo de las cosas. Pero si es frágil la contemplación, si significa un instante que se pierde, que se apaga y difumina, en la ciudad se vive en consecuencia solamente durante ese instante, se contempla durante un instante, de suerte que ninguna otra profusión construye la historia del hombre; frágil la sonrisa, la flor, el cristal, la mirada, la lágrima empozada, las columnas del puente, los gestos del mendigo, la presión de la mano sobre el pito del autobús, en fin, frágil la promesa misma de repetirlo todo hasta que la vida no sea ya más que ese acabado instante de vivir en la ciudad, de deambular por las calles; espacio para la contemplación, para la vida vivida como cuerpo de mujer: habitado y rehabitado de virilidad, habitado y rehabitado de semilla, habitado y rehabitado de espectros. Las Oficinas … Los Derechos. Gran número de personas se recoge en las oficinas, no es problemático, ¿qué importancia tiene la mayoría o la minoría cuando se trata de una decisión moral discutida en las oficinas?, gran número de personas en las oficinas decide tomar asiento, clavar las piernas bajo el escritorio, una decisión moral de quienes han puesto luz en las casillas; una obligación moral de mayorías: incubar allí, malformarse allí, ser infelices en las oficinas bonitas, en las amplias, oscuras, caídas oficinas donde se recibe bien a las mayorías, donde las piernas reposan durante las largas horas del día, con letreros morales entre las casillas: “sea gentil”, “salude antes de hablar”, “diga buenos días”, “no masque”, “lugar a prueba de humo”, “no mire la hora”… A las entradas de los baños, consignas morales, tras las vidrieras del(a) jefe(a), consignas morales cuidadosamente deducidas, con consecuencias gramaticales, es decir, morales. Los oficinistas residen allí entre papeles, condición volumétrica de la frustración de cien mil individuos, mientras la ciudad corre afuera con todos los colores y las voces. Mezclando todo, los argumentos son siempre los mismos en las oficinas, más altas o más bajas, más adentro o más afuera, las oficinas son siempre las mismas con los oficinistas esforzándose por mantener abiertos los problemas, todos los problemas de la ciudad. Aquí están las oficinas, las consecuencias jurídicas del debate, las oficinas a reventar con la moralidad política de todos y cada uno de los oficios, advertencias, corolarios y sentencias. En estos edificios están las oficinas, el lenguaje de los derechos y de los intereses; la ciudad está aquí en los despachos, se ha vertido toda en millones de papeles, de pantallas y de archivos para que los ministros del despacho elogien y reduzcan según su condición. Sí, aquí vienen las oficinas que a diario abren los ventanales a un espacio que habría sido la ciudad, siempre la ciudad, con los códigos morales como códigos de barras. *** Dotado de derechos como pleno habitante de la ciudad, un embrión batalla entre las aguas de su madre; dos meses tres semanas entre sangres y coágulos, el embrión, como cualquier practicante de la vida ciudadana, se despliega y se debate; sin embargo, una advertencia feroz le amenaza las entrañas: “¡Afuera!, ¡a la calle!” La estricta racionalidad de la madre piensa arriba en lo que significa la vida al interior de la ciudad, contempla las probabilidades del crimen, los agravantes morales, pero juzga que el ideal de su retorno al cuerpecito de reinita de las calles, con su culito tun tun de los veinte años, no habrá de ser allanado por el intruso embrión, sin principios aún para enfrentarse a la vida en la ciudad. Hoy, sin embargo, el embrión consigue sobrenadar un día más; dos grandes bolas que serían sus ojos miran a un universo de derechos que no ve. Las creencias no atienden a debates, se arrodillan ante la ley…, también la reinita cae de rodillas, llora solitaria una tragedia, un derecho a la vida en medio del más cruel deseo de romperlo todo, de sacarlo todo, matarlo todo, clavarse la aguja y extinguir la ciudadanía del embrión aún sin derechos ni virtudes. “La elección de la muerte en los extremos de la vida… -sermonean los filósofos-, es la amenaza que involucra al fogoso embrión con el decadente anciano.” El embrión tiene ahora algunos minutos más, mientras en el exterior la reinita otra vez llora hablando a las amigas, dice odiar y ser una tonta, dice perder la vida y quererse morir, pero no rompe los espejos, no se abre las manos, no agujerea el corazón, sólo quiere abrir los delfines de sus piernas, las columnas dóricas que atraen como colmenas a los zánganos con falo; mira hacia adentro, sabe que alguien habita allí, que alguien desordena los muebles y lo ocupa todo. Entre tanto el embrión tiene, ecléctico, más minutos en el cuerpo, moviéndose como balsa a los impulsos de la marea, y por supuesto sintiendo las lágrimas que inundan el mar exterior donde reside. “Los extremos de la vida… -vuelven los filósofossignifican indolentemente la elección de la muerte.” La reinita tiene ahora un arma blanca en las manos; se ha roto las vestiduras, es decir, se ha quitado los prejuicios, y quiere a la vida erradicarle su dimensión problemática…, la aguja penetra sin líquidos de amor, va a lo hondo mismo de la reina rompiéndola como una gran pera sabrosa; el embrión, problema moral, gira por centésimas de segundo entre sus aguas antes de la llamada exorcisante de su autora. Un falo violento lo rompe y lo derrama; clave para entender el dominio de la vida, la reina sangra en el piso como una fiera herida en su guarida; le interesará el debate moral cuando el cuerpo haya vuelto al cuerpo; entre tanto, destrozada, ni el embrión -juzga- era cualquier cosa, una cosilla, un sapillo, una bolita ni tierna ni linda, una picha puerca llena de sangre que le dolía adentro. Radicalmente, las rodillas, ¡cómo duelen!; sujeto moral desde la concepción de células descerebradas, código genético, baba de cebo, moral y metafísica, el embrión no está ya en ninguna parte de la ciudad, ha pasado por ella como ángel de la muerte. *** Hemos entrado, pues, en el circuito de hablar de la ciudad, de distinguir las causas y los efectos; ciudades solventes y no solventes, arcaísmo y modernidad de la ciudad, aglomeración, barriadas miserables y centros comerciales. La consideración minuciosa de la ciudad ya no es posible, se ha convertido en una globalidad que impide nombrar; las ambulancias cruzan las avenidas abriéndose paso y al llegar al hospital ya llevan un caso más; esa facilidad de salto de la singularidad humana a la generalidad sólo es posible en la ciudad, en ella, precisamente, se ha concertado la deshumanización, cuya crítica ha nombrado nuevas formas de esclavismo y alienación en un espacio que se resuelve anónimamente, donde no basta estudiar urbanidad, porque el ciudadano tiene el plan genuino de no mezclarse, de eludir contactos, de no abrir la puerta a nadie ni subir a nadie a su automóvil; a cambio trabaja en producción o en administración, en salud o en docencia, y todas esas actividades lo vuelcan necesariamente hacia afuera, hacia el otro. ¿Qué clase de territorio es entonces la ciudad?, una jungla inhóspita como la juzgaban en los años 70s, cuando la rigidez de la gente helaba la sangre, jungla donde sólo la agresividad y el hieratismo labran un devenir? 41 Los Ciudadanos. Vamos por la ciudad desbrozando opositores. Desde esta perspectiva la ciudad, por supuesto, es un espacio afirmado que el más simple ciudadano reconoce y asume; los desposeídos no abandonan la ciudad porque ella representa la vida, la lucha. Aunque la ciudad no haya constituido el espacio más próximo a la cotidianidad, renunciar a ella no es factible aún en nuestros países; antes que reducir el espacio, la ciudad tiende sus tentáculos hacia los suburbios y los barrios donde una “fuga” cotidiana se consuma: ni en la ciudad ni fuera de ella, parecen afirmar las funciones ciudadanas por excelencia: ni en el banco ni fuera de él; una latencia de estar y de no pertenecer, de afirmar y de negar en medio de un mecanismo cotidiano de circularidad y abandono. De manera práctica, el ciudadano ha resuelto su vinculación con la ciudad convirtiéndose en objeto postergable. Y de esta ciudad que entra en el nuevo siglo, que crece en los países en desarrollo y se estanca en los países desarrollados, la aglomeración será algo así como la infancia del Ser ciudadano, mientras la fase adolescente será la del fanático del teléfono celular que está aquí y en todas partes, que transita más que la ciudad misma. Sobrevendrá sin embargo una madurez de querer estar y no estar en la ciudad, de deambular y no deambular por las vías, eludiendo sistemáticamente el riesgo de sufrir atentados y violencia. Bajo las presiones de una alta dosis de stress, uno y otro, adolescente y ciudadano defeccionan y alternan en la ciudad. Tres edades entonces las del ciudadano, que aunque parezcan arbitrarias marcan en efecto los niveles de relación con el espacio, el hombre-masa al hombreteléfono y al hombre-emblema. Nuevos valores de cada uno para definir la ciudad, nuevos riesgos, nuevos afanes. Arbitrario, de otro lado, que el llamado “antisocial” vuelva sus ojos contra unos y otros con 42 la intención de reducirlos a todos, de desposeerlos de su virtud de ciudadanos; arbitrario que el delincuente pueda ser además cualquiera de ellos con mayor o menor sofisticación en sus procedimientos, y que a unos y a otros los reúna el riesgo de coincidir, de ser agredidos en un espacio que habría sido la ciudad, como lo es hoy, decididamente Santafé de Bogotá, que marca records en robo de vehículos, atracos, muertes, violaciones, o como lo fuera Medellín, donde las universidades del crimen tendían el tablero de ofertas para jugar a matar no a un enemigo, sino a un ciudadano señalado, avaluado. ¿Que elección queda entonces de la ética para ciudadanos propuesta por el filósofo Guillermo Hoyos? Prescribimos –oígase bien- una fundamental puesta en común no sólo con el espacio de la ciudad, sino con el ineluctable circuito y el encuentro; al margen de esta previsión es inútil que el sociólogo idealice la ciudad, o que el urbanista sueñe con un organismo complejo y de óptimo rendimiento. El Orden. Pero también en la ciudad hay hoy un fin de lo clásico, fin de ese prolongado tiempo de la representación de la realidad como cuerpo ordenado y perfecto, donde el organismo biológico era propuesto como analogía de los espacios de la ciudad. La vocación de orden, lo cual no significa estrictamente lo clásico, ha dado principio, a cambio, a espacios definidos como medio hacia una necesaria especialización de las formas, donde cada unidad arquitectónica nueva se define por sí misma tomando distancia de la ciudad, aunque participando de ella. La ciudad vista entonces como un campo integral ya no lo es más que individualmente; el caos de las ciudades nuestras, las que no curan aún sus viejos lastres de mediados de siglo, hace otra cosa del concepto de orden; como en Neiva, donde cada calle tiene un hueco (la proposición inversa también es verificable), como deformación de ese núcleo original de la ciudad o del espacio incontenible que se ha ido a los extremos, donde el caos y el fragmento realizan la arquitectura fundamental de los espacios. Al entrar al azar a una sala de estar de un apartamento en Santiago de Cali, lo primero que encontramos son dos reproducciones de obras de Omar Rayo, las cuales remiten a un concepto de arte geométrico; a un costado, sin embargo, hay una reproducción de un cuadro de Eduard Manet, un paisaje pintado a base de impresiones y colores dispersos entre azul y rojo; sobre una mesa, un retablo de pintor desconocido representa a Jesucristo exultante con el corazón a flor de piel. Este reducido espacio, ¿cómo definirlo?, ¿como moderno, postmoderno, clásico?; no media aquí obviamente una idea de verdad, aunque el ícono pretenda asumirla al menos ideológicamente, ni de historia, aunque la sucesión estética que existe entre Manet y Rayo así lo sugiera, ni de representación, porque vale cualquier cosa representada. Sin embargo, espacios como este son los que condensan hoy la planeación propia de la ciudad. Hemos atestiguado de múltiples maneras, cómo en una ciudad el fin de lo clásico puede ser a un tiempo el fin de la organización y del sentido; la incontenible profusión postmoderna que obliga al hombre de hoy a exhibir todas las verdades, a seguir todas las historias y a asumir todas las representaciones, ha hecho de la ciudad un destacado espacio carente de fuerza de representación, abundante sin embargo en el abandono de líneas de continuidad, mecánica pero espiritual; un acertijo arquitectónico donde la ciudad de funcionalidad garantizada da el salto hacia una nueva era de la representación y la verdad. Cuando se hayan simplificado los conflictos formales y generacionales, cuando la uniformidad vuelva, como la metafísica de la presencia, a implantar su monolito, un nuevo espíritu campeará en las ciudades, espacios que lograrán aplicar el tiempo a un reto permanente aún por conquistar: la filiación con el sentido. El Poder. En su libro Latinoamérica, las Ciudades y las Ideas (1976), José Luis Romero ofrece una reflexión fundamentalmente histórica acerca del papel que las ciudades han cumplido en el proceso latinoamericano, vinculando las formas de poder con los procedimientos de organización de las ciudades. Esta visión sobre el poder y sobre sus formas de determinación en sociedades modernas amedrentadas y fuertemente jerarquizadas, no elude deducir la formación al interior de las ciudades de un fuerte principio de feudo, según el cual la administración de los privilegios y caudales deja progresivamente en el abandono a los más desfavorecidos. La ciudad latinoamericana, se sabe, ha concebido la administración como la sede del poder representado en edificaciones arquitectónicamente definidas: la iglesia, la alcaldía, la policía, la escuela…, delegando a cambio las demás instancias como formas imprecisas de una ciudad desdibujada en la que participa el común de la gente. Dicha ciudad, construida como la extensión de las formas de poder, pervive hoy, y si en muchos sentidos se ha roto el atomismo de la autoridad, ello ha sido con eì fin de crear nuevos núcleos de dominio en otros puntos de la ciudad Preguntemos ahora: ¿qué crece realmente en la ciudad?, visto desde la amenaza de los ingenieros, crece una ciudad indiferente como bloque de hormigón; ciudad que desde el punto de vista comercial y competitivo desviaba ya la función de poder. Quien domina en la ciudad, por supuesto, expande su radio de acción, de supervisión administrativa, control y represión; de otra manera las ciudades latinoamericanas no subsistirían, como tampoco lo conseguirían a base de iglesias, de mercados y de favores bancarios, pues su subsistencia la constituye -como afirmamosel ejercicio de un poder que tiene como prioridad ordenar y planear, un poder administrativo que marca los tiempos en la ciudad, que revisa las disposiciones y concede o no márgenes de reflexión sobre la vida ciudadana como tal. La anterior es propiamente la ciudad latinoamericana, ciudad en desarrollo que se interpreta aún como paradigma de superación y funcionamiento en nuestros países; ciudad que ha centralizado los intereses de todas las formas de poder vinculados a ella, ha concentrado los centros de educación como abastecimiento de cultura. Pero la ciudad concentra también las formas de vigilancia y de control, y bajo su rigor concentra las finanzas de la nación entera; la ciudad capital (“capital”, como capitel -caput cabeza-, es la mejor definición de la ciudad: la cabeza administrativa del reino, capital simbólica de la cultura), pero también bajo la idea de lo extremadamente serio: la pena capital (la justicia), derivada de las altas columnas del gobierno, como en el avasallador relato de Kafka <<ante la ley>> (ante el capital - ante la pena capital). Así, ha de quedar claro que la ciudad es ante todo ese espacio de poder donde cualquier acto creador no lo es más que como preparación para ascender en la escala de poder, donde la labor del ingeniero, por ejemplo, anula espacios de valoración para ofrecer nuevas y próximas formulaciones de poder. En una ciudad donde los militares aguardan a las puertas de las universidades, no para entrar en ellas y seguir sus orientaciones, sino para disolver en el exterior a quienes deriven o asciendan en la reflexión sobre el poder; en una ciudad donde los mecanismos de seguridad se mimetizan en el interior mismo de los centros residenciales, las escuelas, las iglesias y los bancos simulando intervenir en los quehaceres, el poder se ha diseminado por doquier como demostración de que la única manera de preservar el (la) capital es diseminando a su vez el desafuero de la vigilancia. Las ciudades son sitios vigilados donde todos temen que el capital se desparrame en manos de otros, donde todos arman sus bunkers para resguardarse y vigilar… Es evidente, en cualquier caso, que la ciudad se protege (ciudad amurallada), porque la secuela de pillajes y tomas que han sufrido las ciudades a lo largo de la historia no las curan hoy con el control y el regimiento. Con o sin perros, las compañías de vigilancia proliferan, mimetizadas para que el ciudadano corriente no sufra trastornos psicológicos innecesarios en los centros comerciales, dentro de los bancos, en los teatros, en los restaurantes, etc. A esta ciudad que describíamos como la hechura del ingeniero le ha sobrevenido un preceptor, que no es ni el arquitecto, ni el banquero, ni el legislador, sino el vigilante que está en cada rincón, con armas o sin ellas, de negro, azul, café, verde, solo o en compañía, controlando desde las atalayas de la ciudad para que nada irrumpa, para que nadie se desmadre. En la ciudad todo tiene un movimiento guiado que se ha internalizado como norma; así, si hay una circulación desaforada y un fuerte poder de atracción sobre la población a través de las formas populares de cultura: la música, la religión, la pornografía y el fútbol, no es en vano; grandes inventos como esos concentran la atención para que la ciudad se represente y defina con una fuerza arrolladora. Cuando se ha concentrado todo en un solo 43 lugar, los demás espacios de la tierra son reductos despoblados donde la historia hizo un alto; he ahí la ciudad latinoamericana en desarrollo; el vórtice de un país. Lo primero, el capital (el colmenar); lo segundo, el enjambre; Madrid, La Colmena, donde Camilo José Cela supo ver la efervescencia de abejas; la metáfora ilustra más que la magia misma de la ciudad; el inusitado control de una abeja reina y su acaparamiento del capital (o de la miel)…, madre bestia acomodada en el centro mismo de un universo que se ciega en su interior. de otros tiempos, han pensado la ciudad como complejo, de cara a la pertinencia de todos y cada uno de los proyectos, sin importar acaso que hoy las ideas estén rotas, zanjadas por el impacto de la fragmentación, o que a individuos fragmentados correspondan espacios fragmentados y disueltos; la ecuación debería resultar correcta, pero no parece ser así, pues el arquitecto traza el destino de los ciudadanos atado a los espacios, filón de la ciudad garantizada como cuerpo… Las Construcciones. Sin embargo, ¿cómo podría ser sólo un testimonio arquitectónico la ciudad?, de ninguna manera si ha de seguir siendo ciudad. Haber visitado Hong-Kong, donde la bahía se ha fortificado de esplendorosos rascacielos cuyas definiciones arquitectónicas deslumbran, no puede ser entendido más que gracias a la mediación del capital; la concertación de intereses permite florecer en la ciudad la arquitectura como artefacto, porque la arquitectura siempre ha confiado su voluntad al poder del capital y ha devenido igualmente artefacto del poder, no sólo de las instancias de poder en un momento determinado de la historia, sino en general de la administración de poder a través del tiempo. Allí están las obras -se dicen los arquitectosson las muestras de todo el esplendor que debe reflejar la ciudad, son la concertación del virtuosismo de las ideas y del capital de una época. La arquitectura no regala su arte entonces, finge el urbanismo necesario que permita una lectura de la ciudad, y que anule la reflexión acerca del paso de Atila de los ingenieros por las calles y barrios de la ciudad. Aspirando a ser, como imagen, la ciudad en el tiempo, cubiertos los detalles de las nuevas definiciones de espacio que ofrecen los arquitectos, el ciudadano reconoce que todo ha cambiado para bien, que están pensando en el hombre, que al fin hay una distribución de los privilegios espaciales del poder. Todo porque los arquitectos, grandes constructores 44 Dominio de instrumentos, de otro lado, para construir la ciudad desde la tecnología, para sostener la tecnología desde la ciudad, sin negar la historia tecnológica (un bosque de alternativas individualizadas). Pero ¿quién sostiene a quién?, ¿tenemos alguna idea clara de lo que se puede perder o de lo que se puede ganar cuando se revoluciona un poco lo tecnológico? Aunque la reflexión principal debería ser la de la ciudad como objetivo comunitario, como relativa identidad que se sostiene…, son múltiples las comunidades empobrecidas por no tener solucionados los problemas tecnológicos,. La “identidad” tendría que ver entonces con la utilización de tecnología –digamos- corporativa. En la ciudad, donde otros piensan por mí, estamos en un punto tal de la historia y la modernidad que no podemos dejar de reflexionar en la desvinculación del hombre por efecto del abandono tecnológico. Para que se sostenga como comunidad desde la tecnología, la ciudad requiere de una visión muy depurada de cultura; hay cosas dadas a nivel de nación, cosas que se supone que un gobierno vela por ellas, pero hay sin embargo crisis tecnológicas en la ciudad, donde crecen el desempleo y la delincuencia. Un presente del Ser ciudadano visto en cada persona que está de retirada de algún orden tecnológico, es allí donde la situación sin salida refleja la desvinculación de la tecnología. No hay una comunidad cultural como tal en la ciudad, hay presencia excesiva de tecnología en el delicado tejido de la ciudad como circuito, porque la tecnología no llega sola, llega con un afán desmesurado de romper raíces culturales e imponer economías indiscriminadamente. No circularíamos dentro de unos marcos definidos, además, si no se diera la transformación radical de la ciudad por obra de la apropiación inopinada de recursos tecnológicos. Para los grupos ciudadanos que se asimilan sobre la idea de la posesión de tecnología, qué tipo de acción será, de otro lado, la acción tecnológica, que no sea un mecanismo de “poder”? El conocimiento que daría cuenta de la aplicabilidad de la tecnología al interior de la ciudad, configura un campo concreto de transformación de la realidad. El individuo comunitario tiene una definición de sí mismo y de la ciudad, aplica su trabajo a resultados básicos e inmediatos, sofistica sus instrumentos de trabajo, pero existe una contrariedad, ya que el trabajo constituye, en otro sentido, una detención del hombre, un compromiso a partir del cual el sujeto atenúa su ejercicio crítico y se observa contraviniendo la definición misma de tecnología y de ciudad: ¿es la ciudad lo que está en reposo o lo que está en ebullición? Sabemos que un fuerte nomadismo lleva y trae al ciudadano, reflejo de una incontinencia que le niega definición a los espacios de la ciudad, entendemos que todo ello está en función de la tecnología, de su selectividad o negligencia de ideas. El tiempo de la ciudad, a este respecto, es el tiempo del trabajo, que supuestamente trasciende al hombre de ciudad más allá de la inversión de su tiempo. Los ciudadanos de las grandes ciudades como México D. F., sufren de problemas cardiorespiratorios, arritmias, ulceración ocular, stress, etc., debido a la alta contaminación del medio ambiente, y sin embargo los consumos culturales modernos se nos presentan como aliciente para algo así como la “nueva vida”, o la “nueva era” que habría sido la ciudad. Hemos anunciado este apartado bajo el rótulo: ‘las construcciones’, pero no hemos nombrado aún a sus grandes protagonistas, los ingenieros, a quienes debemos acaso una aclaración por tantos desafiantes juicios. Pareciera injusto, pero también deliberado que los ingenieros no jueguen un papel al lado de los científicos, que sus saberes prácticos robados de la física, la química, la matemática, no los reconozca la historia como determinantes para la construcción del mundo; y resulta más desconcertante aún que no convivan tampoco entre los artistas, y que su empeño por erigir baluartes sea para mayor gloria de quienes realizan las proyecciones y los planos. Pero los ingenieros se aplican, como sabemos, a la utilización de la materia y las fuentes de energía siempre bajo un fin, un único e indiscutido fin: ser, en los mejores términos, los encargados de dirigir los recursos para uso y comodidad del hombre. ¿Cómo olvidar, sin embargo, que todo fin comporta unos medios, y que en la estrategia de los ingenieros se desparraman las fichas del juego en la ciudad como si hubiera que empezar de nuevo?; el trazado y la ejecución de vías, canales, construcciones, son todas lesas heridas a otras tantas soluciones (de vida) con las que ya contaba la ciudad. El demógrafo, bueno es involucrarlo finalmente, es el espía de los ingenieros, que vigila la ciudad y le recomienda a 5, 12, 20 años, cuánto crecerá, cómo se multiplicará el número de autos y de siniestros de autos, el número de minúsculas tienduchas o de imponentes catedrales comerciales; el demógrafo eleva a la n potencia todas y cada una de las variables y probabilidades para que también tengan en cuenta los ingenieros que los cementerios deben ser racionalmente usados y dispuestos. La Violencia. Dos palabras, finalmente, para la violencia en la ciudad, para la usurpación del espacio del otro, contacto interdicto, lenguaje a base de violación y asalto, dimensión del asalto cual la ciudad misma, con solución de diferencia representada en el otro. Si ya la violencia es ante todo un lenguaje, como la “huella “ impresa sobre la superficie impecable de un cuerpo o de una propiedad, en el mensaje de la violencia, de la anti-ciudad, como retroceso al espacio que no fue, el ciudadano violentado es la presa. Y el sujeto violento, anti-ley, piensa la ciudad como prerrogativa del acecho, espacio negado reclamado a porfía, sin voz, armado hasta los dientes el violento se dirige al encuentro del ciudadano, un desplumado sujeto sin más armas que la palabra, la opinión, la velocidad de sus pies, el pánico. La ciudad es ese espacio cruel donde armado para la guerra, el violento asalta al indemne parroquiano; un contraste que causa desconcierto. Tres niñas van de la mano por la calle de un barrio popular donde a las 6:00 a. m. la gente circula ya por las calles empedradas; las niñas descienden cogidas como ninfas de la mano; tiernas, risueñas, haciendo una especie de danza bajan saltando por la calle; llevan el mismo uniforme que las hace ver sencillas y graciosas por la calle, van cantando una tonadilla al ritmo de su danza, van a la escuela llenas de vida, de alegría por la calle. Las niñas no habitan la ciudad que hemos descrito, cruzan las calles sin dilemas ni stress, van solidarias a la escuela con sus morralitos a la espalda donde seguramente guardarán unos colores mochos y una carpeta de dibujo, una tabla de multiplicar, algunas fórmulas para sumar estrellas, en fin, mapas y dibujos de los órganos de la flor o de la rana. Las niñas descienden por las calles solitarias de las 6:10 de la mañana cuando de pronto alguien salta a su lado, las persigue, las acecha, las tira del brazo, las divide, alguien sin rostro se roba una de ellas, la esconde entre las ramas, la enmudece con una ruda mano en la boca, la inmoviliza y la toca, recorre su cuerpecillo como tocando una rosa, la rompe con su pulso y la abandona. La niña llora paralizada, tiene miedo y está sola, hecha destrozos, el morral desparramado en el piso, la falda del colegio hecha trizas, y ella misma sangrando con dolor entre las piernas. Las amigas consiguen encontrarla y entre todas lloran juntas; tres niñas lloran camino del colegio, sin saltos por las calles, solitas, espantadas, no saben ahora a dónde ir, a quién llamar; un hombre bruto ha abusado de una de ellas, pero como siempre, los adultos no dan crédito a los niños en la ciudad; en ese espacio donde no existen todavía, las tres niñas buscan ayuda en el desorden de las calles. <<Yo amo el bosque -escribe Nietzsche en palabras de Zarathustra-. En las ciudades se vive mal, abundan demasiado los lascivos>>. Esta debe ser ¿cómo no?, la reflexión final; la lascivia en la ciudad, centro a donde acude el campesino los fines de semana para dilapidar su capital y su semen (que es lo mismo). La lascivia de las calles convertidas en pasarelas donde el arrebato de la moda exhibe a las mujeres hechas volúmenes y cosmético, mientras los hombres aguzan incansables, arteros la mirada. Para el universo desapacible del ojo y el culto del cuerpo en la mirada, la ciudad, espacio de fornicación, incontenible desborda el acecho, fiero acecho de las bestias. *** ...son las 6: 04 a.m., amanece en la ciudad... 45 Bernard Belidor en La Science des Ingénieurs ... (1729) La Discursividad de la Técnica: Apuntes sobre las formas de la argumentación presentes en los tratados de arquitectura militar de los siglos XVI, XVII y XVIII. Jorge Galindo Introducción: E n los albores del siglo XV se dio inicio en el continente europeo a una transformación tecnológica que habría de afectar las más diversas disciplinas humanas: en 1494 una nueva y poderosa arma batió rápidamente –de manos de las tropas francesas- las hasta ahora muy sólidas murallas italianas: se trataba del cañón accionado con pólvora. Con él, un novedoso 46 conjunto de conocimientos especializados comenzó a estructurarse; la investigación y la experiencia obtenida en las acciones bélicas permitió conocer los efectos de las nuevas armas, la valoración de los ángulos de tiro, el efecto de las minas, e incluso procedimientos clínicos para la atención de los heridos en el campo de batalla ...; pero fue sin duda en el arte de construcción de fortificaciones en donde se produjo un cambio realmente significativo que tiró por los suelos –junto a los muchos recintos amurallados de las ciudades medievales-, todo un conjunto de saberes que hasta ahora se había servido del cuerpo doctrinal de dos remotos autores romanos: Vitruvio y Vegecio1. No fueron pocos los hombres del siglo XVI que dieron inicio al esfuerzo por lograr un mejor entendimiento de la aplicación de los materiales en la construcción de cortinas y baluartes, del asiento y espesor de cimentaciones y muros, de la profundidad y ancho de los fosos, de la inclinación de taludes, de la resistencia de las bóvedas y forjados, del suministro y evacuación de las aguas, e incluso de la aparentemente mágica relación que se establecía entre el trazado a partir de polígonos regulares y el perímetro perfecto capaz de resistir el peor de los asedios ... Portadores de ese extenso conjunto de conocimientos, se llevaron a las imprentas europeas un número indeterminado de libros dedicados al tema de la arquitectura y la ingeniería militar2: los llamados tratados de arquitectura militar o tratados de fortificación, los mismos en donde todavía es posible apreciar el encomiable esfuerzo de sus autores por construir y reglar una técnica: la del ingeniero militar, la del arquitecto. Sin embargo, este proceso no fue fácil: él demandó una transformación en los métodos de elaboración de ideas y conceptos, tal y como lo expresan los muchos autores en las formas de sus discursos, en el uso de las palabras, en el orden en que se exponen las ideas, en la manera de relacionarse con las ciencias ... Y es que tuvieron que apropiarse de saberes ajenos inscritos dentro del marco común de las acciones propias del arte de construir y guiarse por la explícita necesidad de definir unos límites propios de su actividad con el fin de conformar un corpus doctrinal autónomo. Se trata sin duda de un proceso no solo extenso en el tiempo sino interesante, especialmente para quienes creemos en la autonomía disciplinar de la arquitectura, vinculada por siempre a los componentes de la tríada vitruviana: firmitas, utilitas, venustas; autonomía desdibujada hoy en el ejercicio profesional cotidiano y sobre todo en el ámbito académico, autonomía que se hace necesario reinstaurar a través de la investigación histórica que sea también capaz de escudriñar en los patrones mentales que han enmarcado las relaciones entre los elementos de la tríada. Aclaro sin embargo, que este es un artículo sin pretensiones: él solo quiere dar cuenta de que las formas del pensamiento técnico, en el arte de la construcción, han cambiado, incluso más profundamente que las maneras propias del quehacer y del oficio. Las Formas de los Relatos: Diálogos, Discursos y Máximas: En los primeros tratados, en aquéllos que se hicieron realidad a lo largo del siglo XVI gracias a la difusión de la imprenta, el relato admite diversos juegos en el lenguaje3, siendo el diálogo un excelente recurso de aproximación a los hechos y las cosas: para demostrarlo, hagamos un repaso solo por los títulos de algunos de los que bajo esta forma se escribieron entonces en España: Diálogos del arte militar (1583) de Bernardino de Escalante, Diálogos militares (1583) de Diego García de Palacio, Diálogos del arte de la guerra (1590) de Diego de Salazar, Examen de fortificación (1599) de Diego González de Medina Barba, y Diálogos de contención entre la ciencia y la milicia (1614) de Núñez de Velasco. Escalante (1583), quien se declara en la portada de su libro Comissario del Santo Oficio, reúne en su libro seis diálogos defendiendo en ellos las virtudes y funciones del personal militar; García de Palacio (1583) publica su libro en México y pone a hablar en él a un montañéz y a un vizcaíno capaz de aclarar su mente de dudas acerca de la necesidad de las armas para hacer valer las ideas; Salazar (1590) convoca a un grupo de interlocutores más selectos, Don Gonzalo Fernández de Córdova (llamado El Gran Capitán) y Don Pedro Manrique de Lara (duque de Nájera) para explicar a través de ellos las figuras geométricas que habían de adoptar los ejércitos sobre el campo de batalla; y González de Medina Barba (1599) introduce en el suyo la figura de un Príncipe ávido de conocer los recientes progresos del arte militar. Sin embargo, este no fue un recurso meramente castellano, basta citar el tratado del italiano Giacomo Lanteri, Due dialoghi del modo di dissegnare fortezze, de 1557; sin olvidar otras formas sutiles de diálogo donde el autor responde a planteamientos cortos que inquieren por una respuesta a una situación determinada, como es el caso de la obra de Gabriello Busca, Delle expugnatione et difesa delle fortezze (1585); o la de los españoles Andrés Dávila, Clabel geométrico de medidas, útil y necessario á todos los artífices (1669) y la del sacerdote jesuita Nicolás de Benavente Conclusiones mathematicas de Architectura militar y Cosmographia... (1704), estas dos últimas de clarísimo corte didáctico en donde se brindan respuestas cortas a preguntas concretas sobre el tema de la fortificación. El discurso es en todos estos autores la expresión de una lucha de contrarios donde uno de los personajes –que suele identificarse con el autor- se proclama como el vencedor de un duelo oral con uno o más interlocutores que representan la opinión general, la crítica, las falsas creencias, y a veces la superstición ... se trata de un juego que se gana de antemano mediante el uso de la razón y donde las ideas se encarnan en seres vivos: pareciera que ellas no existiesen por sí solas sino en la medida en que son formuladas por los hombres. El discurso, en cambio, es más exigente; él requiere de la discursividad del autor, es decir, su capacidad para construir un relato ordenado, continuo y consistente, además de convincente por sí mismo. En muchos casos, 47 Academia de Fortificación de Plazas, DONDE SE EXPONEN: Los modos de fortificar ... VENTÍLANSE: Las opiniones ... REFIÉRENSE: Las cantidades ... DE QUE RESULTA: Individual conocimiento ... El repertorio de tales “operadores discursivos” es de una riqueza poco habitual que extiende para mostrar al lector los métodos de razonamiento de los que se vale: EXAMÍNASE ... , DEMUÉSTRASE ... , PROPÓNENSE ... , QUE SIRVEN DE ABRIR PASO A... , INSINUANDO ..., INFIRIENDO ..., DETERMINANDO ...,COMPROBANDO ..., SACANDO DE LA RAZÓN ..., DISCURSANDO ...,etc. “Sommaire des fortifications, selon la doctrine de ce livre” de Jean Errard en La fortification demonstrée et reduicte en art (1594) el título mismo del tratado expone tal carácter, que además guarda un énfasis mucho más personal: Carlo da Nola Theti escribe Discorsi di fortificationi (1569), Aurelio de Passino lo hace en Discorsi sopra il architettura militaire (1570), así como Cristóbal Lechuga en Discurso, con un tratado de fortificación (1611). Y es precisamente la necesidad de ese orden mental lo que exige a autores como Errard (1594), Stevin (1618) o Enríquez de Villegas (1651) el hacer evidente el mapa que orienta sus ideas a través de cuadros sinópticos dirigidos al lector. El organigrama o “Sommaire des fortifications, slon la doctrine de ce livre” que el francés Jean Errard nos expone en su obra La fortification demonstrée et reduicte en art (1594) intenta contribuir a uno de los objetivos que el autor se propone en su tratado: fundar la práctica del ingeniero sobre las bases sólidas de la geometría. El “Sommaire” no es otra cosa que una taxonomía de las ventajas que brindan las formas geométricas en el arte de la guerra: sobre su evaluación y elección 48 se funda el saber del ingeniero, la reducción en arte. A su vez, en la obra de Simón Stevin La fortification. Œuvres mathemátiques (1618) el discurso se estructura a partir de un organigrama que incluye en su tratado: primero trata de las definiciones de 21 palabras propias de la disciplina a la que dedica su obra, luego divide las cosas según la “manière de la structure” y las razones de la “meilleure manière”; las primeras se apoyan finalmente en la forma geométrica de la planta y la sección; las segundas le llevan al conocimiento de las propiedades de la materia y de las formas imperfectas. Por su parte, el español Diego Enríquez de Villegas estructura su discurso de manera clara en la introducción de su tratado. En las primeras líneas escribe: Proponer, y no demostrar, es ignorar lo que se propone; solo obra el que sabe, porque hallandose deiferencia de la idea, a la execucion, la evidencia induce a credulidades4 ... Y acto seguido redacta los caminos y los recursos por los que ha de transcurrir su discurso: Las formas del discurso tratan siempre de ajustarse al orden cronológico y secuencial de las acciones que debe desarrollar el ingeniero, e introducen unas guías lógicas para la toma de decisiones, es decir, para la selección de una entre varias opciones. Y aquí la geometría juega un papel esencial: es ella quien abre un abanico de posibilidades formales a partir de un juego simple de teoremas y corolarios que se sirven del trazo, de la escala y el compás. Pero antes de pasar a considerar el papel que ella tiene, recordemos también la presencia de un juego de sentencias breves que sirven de premisas conceptuales en una buena parte de los tratados de fortificación: las máximas. Las llamadas Máximas de la Fortificación eran postulados que el arquitecto y el ingeniero militar debían tener siempre presentes, variando su número, contenido y orden de acuerdo con cada autor; ellas constituían principios generales que buscaban asegurar unas mínimas condiciones de defensa; podemos afirmar entonces que se formulaban máximas retóricas para garantizar unos mínimos prácticos. Los tratados son recurrentes en sus métodos aunque modifiquen sus formas; las Máximas aparecen ya en el Traité de fortification ... (1694) de Jacques Ozanam; en Escuela militar de fortificación (1704) de Josep Cassani y quien también enumera once postulados; en El Architecto Perfecto en el Arte Militar (1708) de Sebastián Fernández de Medrano, quien hace mención de quince, e incluso en la versión que el abate Du Fay hace de la obra del muy conocido militar francés Sebastián Le Preste de Vauban, Véritables maniéres de bien fortifier... (1691) se mencionan veinte máximas. Sus contenidos versan esencialmente del principio de defensa recíproca de las partes de la fortificación y de las magnitudes básicas de las líneas de defensa, aunque en muchos casos la última sirve de “candado”: por ejemplo, la última de las que enuncia Ozanam dice Se deben recordar siempre las máximas precedentes, y la última de las de Cassani se expresa así: La última Máxima fija de la fortificación, es concordar y guardar todas estas Máximas, en cuanto se pudiese, sin dejarse llevar el ingeniero, tanto de la una, que olvide las otras, o alguna de ellas. Los Contenidos: de las Reglas a las Instrucciones De acuerdo con lo anterior, los relatos consignados en las páginas de los tratados de fortificación se expresan mediante unas formas reconocibles y más o menos constantes. Pasemos ahora a un examen más detallado sobre la manera en que se manifiestan los contenidos propios del arte de construir, sirviéndose de algunas de las ideas expresadas por Miguel Angel Quintanilla5, especialmente aquellas que afirman que el conocimiento que se necesita en la aplicación de una técnica es de dos tipos por él definidos: conocimiento representacional y conocimiento operacional. El primero se manifiesta de dos maneras: a través de hechos individuales y a través de generalizaciones que se expresan mediante leyes, formuladas además como enunciados universales implicativos. Pero la palabra leyes puede de hecho ser ambigua, en especial por el uso que de ella hace en muchos casos la terminología científica; resulta entonces mejor emplear el término reglas, que como expresión más propia de la técnica, se encarga de describir los tipos de acciones que se pueden llevar a cabo. Ellas se refieren simultáneamente a las propiedades de los objetos y a las acciones bajo la forma: si en las circunstancias C se realiza la acción A, el resultado es R 6. Así lo escribe el español Diego González de Medina Barba: Quando el terreno fuere muy aguachado, fe han de yr haziendo unos poços de trecho en trecho, y en ellos echar los cimientos... y affi vendra à fer muy fuerte el fundamento 7.... La circunstancia C será el terreno muy aguachado; la acción A, hacer pozos espaciadamente, y el resultado R, la solidez del cimiento. Este recurso será una constante que se perfecciona progresivamente en la medida en que involucra un mayor número de variables a considerar por parte del ingeniero; es así como Sebastián Fernández de Medrano nos explica la forma de construir almacenes de pólvora: Para que estèn à prueba de bomba, se haràn los techos de los pequeños del gruesso que hemos pintado en los quarteles, y que acaven en forma piramidal, dando a sus paredes 8 pies de gruesso; mas para los Almazenes reales tendràn las tales paredes 12 pies, y formandolos de dos, tres ò quatro galerias, se haràn para mantener las bovedas, unos pilares de 7 à ocho pies en quadro, y tan altos que contengan uno, ò dos alojamientos; las bovedas se haràn de quatro pies de espesso, y igualados los huecos que forman en su union con otras por la parte superior con tierra, se levantarà sobre ellas un pie de tierra, sobre que se harà un tablado de las maderas de un pie en quadro, travados como queda dicho: y sobre ellos hacer de tierra hasta de 12 à 14 pies de altura que se cubrirà con su tejado8. Pero también encontramos la formulación tácita de reglas, en donde lo que se expone es un problema que sugiere las posibilidades de respuesta; lo hace el francés Antoine De Ville: Le Terrain graueleux n’est pas bon, parce qu’il fe foûtient peu, & n’a aucune liaifon: le Canon donnant dedans fait grand’ ruine, & les pierres qui reffautent de tous coftez nuifent plus que la bale9. Si el terreno gravilloso no es el mejor, entonces el ingeniero deberá tratar de evitarlo, y si el impacto del cañón en las piedras hace gran daño, su tarea será la de intentar otras alternativas. También se puede aprender del error, es decir, si en la circunstancia C, realizamos una acción A, el resultado será R, que no es el deseado; así lo expresa el español Sánchez Taramas: La Arena, ocasiona mayor empujo, que la Tierra; y esta mayor que la Greda; luego el hacer los Muros de igual robustez en estos tres casos, seria exponerlos à que se arruinasen en el primero, y que en el tercero consumiesen demasiados materiales. Asimismo siendo la Piedra de mayor gravedad específica, que el Ladrillo, es evidente, que los Muros de Piedra no necesitan tanto grueso, como los de ladrillo; no obstante, que los citados Autores (que son Algunos miembros de la Academia de las Ciencias de París, y M. Belidor) no han hecho distinción de ellos en sus teorías 10. Otra forma muy similar de expresar las reglas es a partir de la comparación de los efectos contrarios: si en las circunstancia C se realiza la acción A y no B, el resultado puede ser R, que es lo que no queremos que ocurra. De la siguiente manera lo expresa el español Cristóbal Lechuga: Deven advertir los príncipes, que haviendo de hazer fuerças, primero vestirlas de ladrillo, ó piedra las hagan de tierra sola, dejandolas seis años y mas para que la tierra haga de assiento, y no derrive la muralla, como sucede, por no mirar á esto, particularmente en los baluartes, donde siendo llenos, haziendo la tierra assiento, fuerza es que reviente por la parte mas flaca, como minas 11. O se regla por omisión: si en las circunstancia C no realizamos la acción A, el resultado es R, no deseado. Incluso las reglas pueden formularse también en las descripciones de las propiedades de la materia, sirviendo como criterios “objetivos” (exteriores) 49 en el momento de aplicarlas; son muchas veces la vía para reconocer el “término medio” necesario; lo dice el sacerdote valenciano Vicente Tosca: La mejor materia para los muros es la piedra suave, en la qual se engasta la bala... Si se fabrican de ladrillos, se ha de cuidar, que ni esten sobrado crudos, ni tampoco muy cocidos; porque si estan muy cocidos, se hacen vidriosos; y si sobrado crudos, no resisten à las inclemencias del tiempo12. Además de las reglas puramente operativas, no olvidemos que autores como Prony involucran las llamadas “reglas del gusto” y del bienestar general, dentro de las que debe contemplar el ingeniero en el ejercicio de su práctica: L’art de la construction des voûtes est une des parties les plus importantes et les plus difficiles de l’architecture hydraulique; elle impose, dans bien des circonstances, la double tâche de combiner les belles formes et la décoration de l’architecture ordinaire, avec la solidité qu’exigent des monuments dont la durée intéresse la sûreté publique, et dont la beauté doit être une preuve parlante et durable des lumieres d’une nation et de son amour actif pour les arts. Le génie, la science et le goût, doivent donc se prêter des secours mutuels dans les ouvrages de cette espece13... Girolamo Cataneo en Opera nuova di fortificare ... (1564), 50 Pero las reglas pueden tomar también la apariencia de expresiones no verbales sino gráficas.Un ejemplo que es para mí particularmente significativo por la claridad de su exposición, es el que encontramos en Girolamo Cataneo en su tratado Opera nuova di fortificare... (1564), cuando trata de los tipos de cimentación de una plaza fortificada: su visión es del baluarte, no del conjunto, hecho que de por sí requiere de un nivel de síntesis, de un nuevo y particular manejo perceptual y del elemental concepto de escala; su respuesta expone progresivamente soluciones que despliega ante el lector. Cataneo muestra las ventajas y desventajas operativas sin llegar a una enumeración detallada de todas y cada una de las partes que conforman una plaza o de todas las posibles soluciones; el ejemplo que él emplea busca ser un término medio entre las posibilidades, entre las reglas generales y las aplicaciones; él no nos habla en términos puramente pragmáticos, sólo de posibles respuestas abstractas pero potencialmente útiles. Con Cataneo, comprobamos que la técnica del ingeniero se realiza sobre lo imprevisto, sobre la multiplicidad de variables, sobre el conjunto de las alternativas: un trazado geométrico para cada sitio, un proceso de construcción distinto, materias primas nuevas o sencillamente desconocidas, suelos duros, blandos, arenosos o arcillosos... la práctica de la fortificación se lleva a cabo en los más variados lugares; el énfasis está en la diversidad, no en la uniformidad, así esta última parezca ser el camino más claro para optimizar las tareas . Pasemos ahora revista a la categoría de los conocimientos operacionales, que Quintanilla14 dice, están conformados no sólo por el conjunto de acciones que se pueden llevar a cabo en diversas situaciones, sino por un conglomerado de instrucciones ordenadas que se hace necesario llevar a cabo para el logro de los objetivos propuestos. En nuestra investigación hemos visto de qué manera, la elaboración de ese “manual de operaciones” representa uno de los logros significativos que perfila incluso la definición misma del ingeniero, tal como se expresa en los tratados del siglo XVIII, completándose así los requisitos que las formas del conocimiento técnico han de cumplir para cristalizar el modelo. Las instrucciones comportan la presencia de un “operador pragmático” propio de las actividades técnicas, pero de forma explícita y desglosada. Se trata pues de una caracterización intencional que es propia de la técnica, descrita por Quintanilla como poseedor de la forma: en las circunstancias C, si se desea el resultado R, hay que realizar la acción A15. Pero en el caso de nuestro estudio por lo menos, las instrucciones tratan también directamente con las propiedades de la materia. El francés Belidor lo dice claramente cuando explica los contenidos del Devis, también llamado le chef-d’oeuvre de l’ingénieur, documento de carácter contractual que guía las acciones del arquitecto militar y del ingeniero. Belidor lo define así: On peut donc dire qu’un Devis doit être regardé comme le chefd’oeuvre de l’Ingénieur... Le Devis est un mémoire instructif de toutes les parties d’un ouvrage, qu’on veut construire; il explique l’ordre & la conduite du travail, les qualités & façons des matériaux, & géneralement tout ce qui rapport à la construction & à la perfection de l’ouvrage16. Las instrucciones en él contenidas deben estar claramente enunciadas, bien detalladas y sin omitir nada esencial; no debe dar lugar a equívocos y ha de referirse además a la planta y el perfil del proyecto (es decir al plano arquitectónico, que se entiende ahora no sólo como un instrumento de la acción sino como su guía: aparecen entonces en ellos alusiones a los detalles constructivos y a las especificaciones técnicas). Belidor nos expone un modelo de contrato, aquel que Vauban aplicó para la construcción de la plaza de NeufBrisach, y que consta de cuatro partes: (1) Descripción de la situación de la plaza y su trazado;(2) Dimensiones de las partes principales; (3) Cualidades de los materiales; (4) Conducción de las obras (orden de las tareas y condiciones entre las partes). Recordemos que en el desarrollo de la tratadística militar del siglo XVII el tema del paso que mediaba entre el proyecto en un papel y su traslación al terreno había ido adquiriendo una importancia relativa, y que inclusive la misión de muchos de los instrumentos al servicio del arquitecto buscaban optimizar esta tarea. De lo general a lo particular, de lo conceptual a lo práctico, en el Devis se organizan todas aquellas actividades que buscan optimizar un mismo y deseado fin; en él reaparecen las consideraciones sobre las dimensiones de las partes de una plaza fuerte, pero ya el autor no necesita detenerse en ellas... le basta con saberlas y emplear adecuadamente unos materiales que también sabe reconocer... y más aún, se permite conducir los trabajos y controlar su calidad. En orden del Devis, se expresa también el orden de los tratados de fortificación. También a través del Devis se podía hacer un estimativo detallado de los costos para cada uno de los procesos constructivos. Las actividades quedan no sólo desglosadas, sino organizadas, programadas secuencialmente, abarcables... el Devis es sin duda la expresión más elaborada de un proyecto técnico tal como se entendía en el siglo XVIII; en él se regula todo aquello que interviene en la construcción, en la deseada perfección de la obra. No es sólo una serie de mandatos, el Devis es también previsión, anticipación, control de lo hasta ahora incontrolable; el Devis pone en palabras el saber de los oficios, lo ordena, lo regula... es un modelo abstracto que pone a la práctica bajo el control de un modelo teórico. El trabajo del ingeniero consiste pues en regular el sistema de acciones que es propio de la técnica a la que sirve, así ellas sean desarrolladas por agentes individuales, grupos o máquinas. La racionalidad de su labor está en conducir los trabajos por una serie de sistemas de control que se deben ir cumpliendo en las diversas fases de desarrollo. Tal ejercicio comienza en las etapas previas a la propia realización; hemos dicho también de qué manera el plano arquitectónico, primera expresión tangible del proyecto, se involucra en el control de las acciones: él resume los objetivos (es el objeto a producir) y sugiere las vías de ejecución. La evaluación de las ventajas, la estimación de los recursos, la ponderación de los trabajos y hasta la simple factibilidad, son contrastadas por el ingeniero mediante el cuerpo de conocimientos representacionales de su dominio. Superada esta primera instancia, se comprueba su realizabilidad: hombres, materiales, herramientas y máquinas se inscriben en el control de los trabajos... tan dispendiosa tarea no se escapa a las discusiones, a los conflictos internos, a las deserciones. Pero una vez terminada la construcción, falta la comprobación; y es allí donde está lo paradójico, lo absurdo: la destrucción, el dolor, la muerte... ellas bastan para medir el logro de los resultados. Tal hecho explica el que el arte de la guerra se intente reglar como una componente más del sistema, ajustándola a modelos numéricos y objetivos. En los llamados Pliegos de Condiciones redactados para la adjudicación de las obras de construcción encontramos ejemplos tácitos de la formulación de dichas instrucciones ordenadas siguiendo el enunciado: en las circunstancias C, si se desea el resultado R, hay que realizar la acción A.; uno de ellos lo conocemos gracias a la transcripción que hace el profesor español Fernando De La Flor17, correspondiente al que se elaboró en 1735 con motivo de los trabajos de reconstrucción del Fuerte de La Concepción, obra defensiva de nueva planta ubicada en las proximidades de la ciudad de Salamanca. El objetivo se define en las primeras líneas del documento: Condiciones según las quales se procederá públicamente por parte de S.Mg. â la adjudicación de la construcción del Fuerte Real de la Concepzión, y su redutillo, situado en el Campo de Argañan, compuesto dicho Fuerte de quatro baluartes y quatro revellines ... fosos, camino cubierto, esplanada, parapetos ...con todo lo demás pertenciente y respectivo a dicha fortificación en la forma que esta empezado, y lo demostrará el plano y perfiles que se exiviran a este fin. Nótese a la alusión explícita al plano como documento que contiene la simulación gráfica del objeto. El Pliego de Obras divide además de manera expresa el orden de las actividades: Excavación - Sillería, mampostería, albañilería - Carpintería - Hierro y otros materiales. En el apartado de las excavaciones, afirma por ejemplo: Si en las excavaciones de estas obras se hace peña viva ô bien tufa fuerte que la equivale, cuya dureza para excavar la necesita de barrenos y polvora, dicho asentista estará obligado â la excavación de lo que se ofreciere a excavar ô romper... Respecto a la sillería, dice: Observara dicho asentista que el corte y abertura de estas canteras se ejecute según lo señalado por el Ingeniero... âfin que sus excavaciones no perjudiquen a la fortificación ... Y más adelante expresa claramente: Quando la muralla del fuerte, sus revellines, y redutillo estará ala altura que deve tener devajo del cordón se sentará sicho cordón que deve reynar alrededor de la obra ... 51 El que las instrucciones se involucren también con señalar las propiedades ideales de la materia que interviene en el proceso técnico, se expresa también mediante apuntes muy precisos (uno de los problemas más frecuentes entre asentistas e ingenieros, es precisamente el de la calidad, transporte, manipulación y aplicación de los materiales): La cal y la arena para toda la obra havrá de ser de buena calidad, la primera que ha de ser viva se apagará en las balsas llenas de agua establecidas al pie del arroyo de la fuente del Duque ... (1594) inicia su explicación por el uso del hexágono y alcanza a tratar de las figuras de 24 ángulos. Lo mismo hacen autores como Carlo Theti en Discorsi di fortificationi ... (1569), Alghisi en Delle fortificationi libri tre ...(1570), Rojas en Teoría y Práctica de fortificación ... (1598), Fiamelli en Il Principe Difeso ... (1604), Marolois en su Opera Mathematica ... (1614), o Antoine De Ville en Les fortifications ... (1628). Incluso algunos como el escrito por Damant, Maniere universelle de fortifier ... (1630) se dedican por entero al tema de la geometría aplicada a la fortificación. Los Pliegos de Obras también servían de referencia obligada en la elaboración de presupuestos y continuamente ameritaron adiciones y correcciones que se presentaban, bien por el cambio del ingeniero director de los trabajos, por los ajustes económicos o por la modificación de las prioridades. Geometría y matemáticas Que la geometría y las matemáticas forman parte de los relatos del arquitecto militar, del ingeniero, es una evidencia que no podemos menospreciar: ellas sirven para legitimar las reglas que guían la práctica. En los primeros tratados, en aquellos de los siglos XVI y XVII su utilidad se dirige fundamentalmente para dos cosas necesarias: establecer las proporciones de los elementos y fijar las magnitudes del conjunto y de sus partes. Los libros de fortificación consagran sus primeras páginas al conocimiento de la geometría, a tratar de las operaciones necesarias para la construcción de los polígonos regulares que sirven de plantilla para el trazado de la plaza fuerte. A la preliminar definición de los términos se le añade un proceso continuo de construcción de figuras: desde el triángulo hasta el polígono más complejo: Maggi y Castriotto, en su Della fortificatione delle cittá (1564), por ejemplo, explican la manera de amurallar una ciudad a partir de polígonos de cuatro, cinco, seis y hasta ocho lados; en tanto que el ya citado Jean Errard 52 L’Abbé Deidier en Le parfait ingénieur françoise ... (1757) Autores como el mallorquino Vicente Mut, en Arquitectura Militar ... (1664) y Alonso de Cepeda en Epitome de la Fortificación Moderna ... (1669) incluyen además de los aspectos puramente dimensionales, una extensión al problema de determinar el área de las figuras para con ella conocer su capacidad en número de hombres. Aparecen también los que compendian en tablas las dimensiones de los lados y las magnitudes de los ángulos propios de las plazas fortificadas trazadas de acuerdo a un polígono regular. Entre ellos tenemos a Fritach y su Architectura militaris ... (1631), Simón de Bitanvieu en L’Art universel de la fortification ... (1665), siendo el de Pedro Folch de Cardona, Geometría militar ... (1671) uno de los tratados más extensos y completos al respecto, incluyendo lo que él llama las tablas polimétricas proporcionales para dar medida a cualquier plaza ... Al conocimiento de la geometría se supeditaba el manejo de los instrumentos de medición. No extraña entonces que Josep Zaragoza titule su libro Fábrica y uso de varios instrumentos matemáticos ... (1675), donde expone detalladamente el uso de la pantómetra militar, o que el matemático francés M. Ozanam dedique libros tanto a la fortificación –Traité de fortifications ... (1694)- como al uso del compás –L’usage du compas ... (1700)-. Y es que la necesidad de calcular los volúmenes de las excavaciones y de las fábricas, así como la elaboración de presupuestos y tasaciones, abrió para las matemáticas un nuevo frente de acción: aquel de los cálculos estereométricos. Bernard Belidor fue autor también de un curso matemático: Nouveau Cours de mathemátique, a l’usage de l’artillerie et du Gènie ... (París, Chez Nyon, 1725). Un tanto relegado por el conocido La Sciende des Ingénieurs ... (1729), este curso perfila los temas que más preocupan a Belidor y lo que es más interesante: constituye la base sobre la cual Pedro de Lucuze redactará su manuscrito Curso Matemático, empleado en la Real Academia de Matemáticas de Barcelona para la formación profesional de un importante número de ingenieros militares españoles del siglo XVIII. En su Nouveau Cours, Belidor dedica las partes IV, V, VI y VII a la explicación de problemas teóricos y prácticos relacionados con la determinación de áreas de figuras planas, volúmenes de cuerpos sólidos y uso de instrumentos de medición. los aspectos de una técnica: ya hemos apuntado la manera en que las ilustraciones son también una forma de conocimiento representacional. Hubo entonces tratados que con seguridad se hicieron conocidos más por la riqueza de sus grabados que por los contenidos de sus relatos. Vamos pues a detenernos final y brevemente en tales libros concluyendo una reseña que hemos considerado necesaria. Bernard Belidor en La Science des Ingénieurs ... (1729) Belidor también será de los primeros en introducir las ecuaciones algebraicas como recurso en la explicación del comportamiento estructural de los elementos de las plazas fortificadas: ellas se imponen sobre la práctica, nacen de un razonamiento que aunque se hace sobre objetos propios, no pertenece al ámbito de la fortificación: el álgebra es una herramienta de trabajo. Y no es de extrañar que tanto en su versión original de 1729, como en la versión de Müller/Sánchez Taramas, Tratado de fortificación... (1769), tales explicaciones ocupen -como lo había hecho en antes la geometría-, las primeras páginas de los libros. La geometría y las matemáticas recuperan a partir de entonces su independencia y se tratarán de nuevo como objetos independientes por parte de arquitectos e ingenieros militares: el abate Deidier publica La Science des Gèometres ... en 1739; Sebastián Labayru hace lo mismo con su Tratado de arithmética numérica, geometría, práctica y fortificación ... (1756) y M. Trincano (1781) en Francia y Pedro Padilla (1753-56) en España, redactarán sendos tratados matemáticos para el uso en la instrucción impartida en sus escuelas militares. Para algunos autores como Arnold Pacey18 una forma de juzgar en qué momento de la historia evolucionaron los métodos característicos de la tecnología moderna y desplazaron a los métodos del artesano, es la de estudiar el grado en que los dibujos fueron utilizados en fechas diferentes. Tal aseveración la explica sobre la opinión de que es el dibujo un elemento que diferencia substancialmente la práctica del artesano con el desarrollo de una labor técnica: para el primero, la experiencia y sobre todo la habilidad manual hacen posible que se diseñe mientras se construye; el objeto se halla materializado en su mente, así como la mayor cantidad de variables que en su elaboración intervienen. Se cuenta además con una rápida capacidad de respuesta frente a la aparición de imprevistos, y la formación de nuevos artesanos reside ante todo en el entrenamiento de tales habilidades. Para el técnico, sin embargo, es indispensable la racionalidad de su obra; no es que él se libere completamente del saber intuitivo del artesano, sino que requiere además una simulación previa que se expresa fundamentalmente a través del dibujo. Él es por lo tanto, una etapa fundamental en el desarrollo de la tecnología en general y de la técnica constructiva en particular: es a partir de el dibujo que se desarrollan primero métodos empíricos y posteriormente métodos abstractos, con la participación paulatina de conceptos científicos. Hay dos tipos de dibujos que son característicos a los tratados de fortificación estudiados: dibujos de los objetos (de fortificaciones en su conjunto o de partes constitutivas, como baluartes, muros, parapetos, almacenes, etc.) y representación El encanto por las ilustraciones El desarrollo de la imprenta trajo consigo el de la técnica del grabado, y con ella la posibilidad de reproducir con muy altos niveles de calidad un universo de imágenes particularmente útiles en la tarea de difundir Izquierda: Jacques Perret: Des Fortifications ... (1601) Derecha: Josep Chafrion: Plantas de las fortificaciones de las ciudades, plazas y castillos del estado de Milán ... (1678) 53 de las acciones sobre tales objetos, es decir, de una forma de representación gráfica de las técnicas. Entre unas maneras y otras hay diferencias substanciales: en el primer caso, la imagen nos enseña el estado ideal del objeto del que se habla, es el caso -y para citar un ejemplo-, de las que emplea Jacques Perret, cuya obra Des fortifications et artifices ... (1601) es una de las primeras que introduce unas bellísimas y cuidadas ilustraciones; casi podríamos decir que ellas son más decisivas que los textos en el momento de pensar en su trascendencia y difusión: son láminas que muestran en una especie de axonometrías las plantas de ciudades ideales que él explica y de las cuales incluye además una descripción de las edificaciones interiores. Cosa similar hará el español Josep Chafrion en Plantas de fortificaciones de las ciudades, plazas y castillos del Estado de Milán (1678), con sus plantas de ciudades italianas del siglo XVII. Otro caso lo protagoniza Antoine De Ville, cuyo libro ya citado de 1628, también se caracteriza por la excelente calidad de las láminas, acompañadas siempre con motivos bucólicos como telón de fondo de trazados geométricos y de elementos constitutivos de la edificación. En una de sus láminas podemos ver un trozo de muralla apoyada por ocho tipos de contrafuertes distintos: tal imagen no corresponde a una solución única pero tampoco a una acción técnica; él no es otra cosa que un abanico de respuestas desplegado sobre nosotros, un catálogo de alternativas. No es el mismo caso el de su coterráneo Manesson Mallet, autor de Les Travaux de Mars ou l’Art de la Guerre (1672), que como varios autores italianos del siglo XVI, se preocupa este sí por enseñar una acción simulada que corresponde con una solución técnica. En una de sus láminas, por ejemplo, presenciamos a la exhibición progresiva de Izquierda: Antoine De Ville: Les fortifications ... (1628) Derecha: Allain Manesson Mallet: Les tavaux de Marz ou l’art de la Guerre (1672) 54 las acciones involucradas con la cimentación; no se trata de un conjunto de soluciones, sino de una forma en particular de resolverse mediante diferentes acciones ordenadas. Interesante en este tema es el del tratado de A. Bosse, La practique du trait ... (1643), autor conocido por sus aptitudes como grabador, quien intenta representar no sólo las acciones técnicas a la manera de Mallet o Belidor, sino que se esfuerza por reunir y dibujar las aplicaciones de la geometría a la estereotomía. Sus láminas nos muestran las piedras, las herramientas empleadas, la forma inicial y final, y acompañadas de un esquema abstracto de las maneras del corte y talla. El uso de las herramientas gráficas trasciende a la descripción de objetos y acciones cuando aparecen y se desarrollan métodos gráficos para el cálculo y dimensionado de muros y elementos de apoyo de los arcos, tal como lo encontramos claramente en el tratado de H. Gautier, Traité des Ponts ... (1716), quien aludiendo a la dificultad de comprender los métodos algebraicos para los mismos fines (ya desarrollados por el físico francés Philippe De La Hire), acude a los métodos geométricos más simples aunque sin despojarlos de un cierto tono matemático. Sobre los argumentos de De La Hire, Gautier dice: J’avouë ingenuëment que je ne suis pas assez habile pour la comprendre. Je n’ai pas pû même suivre son Operation tant je la trouve composée; & je regarde tout ce qu’il nous a dit, comme une chose dont les demi sçavans, & surtout les Ouvriers, ne sçacvroient comprendre. Car si pour concevoir ce qu’il raporte, il faut sçavoir absolument l’Algebre, dont il emprunte les secours, je ne crois pas qu’aucun Tailleur de pierres, Apareilleur, ni Architecte ... en puissent jamas profiter19 ... Explica primero el método que consiste en prolongar la cuerda que corta el tercio del arco, cuyo origen todavía se considera incierto20 y que resulta válido sólo en los casos en que o de M. Blondel haciendo de esta construcción una ley extrapolable a los arcos planos, rebajados y ojivales, que si bien reinterpreta el método geométrico tradicional, tampoco asume las explicaciones de De La Hire y ni siquiera llega a alcanzar un gran nivel de veracidad. Gautier defiende su fácil aplicación por parte de los maestros y aparejadores: Il n’y a personne ce me semble, qui sans même beucoup de Géometrie comme sont la plûpart des Maîtres, Maçons, des Apareilleurs, & des Tailleurs de Pierres, ne puissent comprendre ce que j’avance, le tracer, & le démontrer sur toutes sortes d’Arches sans beaucoup d’operation23. M. Gautier: Traité de la construction des pontes ... (1716) las dimensiones del arco son reducidas: se divide el intradós del arco en tres partes, AO, OP y PM y se traza la cuerda PM que se prolonga en el segmento MS de tal forma que su longitud sea igual a MP; por el punto S se levanta una perpendicular al diámetro AM, determinándose así el espesor del pie derecho (o estribo del arco). Gautier dice de este método: Cette Operation n’est point prouvée pour faire voir qu’elle soit juste ou veritable. Ainsi ce n’est rien dire, & c’est donner au hasard que de la suivre21. Descartado este procedimiento, este autor lleva a cabo una extensa construcción geométrica amparada a su vez en la conclusión que extrae de un repaso a los conceptos emitidos por autoridades como Palladio, Alberti o Serlio, y que le hacen dudar de la validez de un único procedimiento cierto: Tant de varieté dans ces ouvrages, nous doivent faire penser que leurs Auteurs n’ont encore observé aucune Regle generale ni certaine, qui soit fondée sur des principes démontrez pour établir les Piles des Ponts22. Su explicación le lleva a establecer una dimensión para el espesor del estribo mayor que la que resulta del método del Padre Deran Los métodos gráficos así empleados se convierten en un atajo, en una senda alternativa a la de las expresiones algebraicas; en un recurso más del saber que se abre camino en el espacio de la técnica una vez se ha comprobado su utilidad. 4 5 6 7 8 9 Notas: 1 2 3 VITRUVIO POLIÓN, Marco: Los Diez Libros de Arquitectura, escrito en Roma en el siglo I a.C.; se ha consultado la edición castellana en la traducción e Josep Ortiz, Madrid, 1787. VEGECIO, Flavio Renato: Epitoma Rei Militaris, escrito en Roma en el siglo I d.C.; se ha consultado la edición castellana en la traducción de Jayme de Viana, Madrid, 1764. En una lista elaborada por el autor de estas páginas como parte de la investigación previa a su tesis doctoral, se han reunido 267 títulos diferentes en idioma francés, inglés, alemán y castellano, algunos de los cuales tuvieron varias ediciones y traducciones a lo largo de los años comprendidos entre los siglos XVI y XVIII. FOUCAULT, Michel: Las palabras y las cosas, México, 7ª ed., Ed. Siglo XXI, 1979. Según Foucault, precisamente es en este siglo cuando el lenguaje se nos muestra como una cosa opaca, misteriosa y cerrada sobre sí misma ... que se mezcla con las 10 11 12 13 figuras del mundo y se enreda en ellas ... las palabras se proponen a los hombres como cosas que hay que descifrar. ENRÍQUEZ DE VILLEGAS, Diego: Academia de fortificación de plazas ..., sin lugar, sin año, pero 1672?. En Sin página, A quien lee ... QUINTANILLA, Miguel Angel: Tecnología. Un enfoque filosófico, Madrid, Fundesco, 1988. QUINTANILLA: Op. Cit., 1988; págs. 39-40. GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, Diego: Examen de Fortificación, Madrid, 1599; pág. 171. FERNÁNDEZ DE MEDRANO, Sebastián: El Architecto Perfecto en el Arte Militar, Amberes, Hermanos Verdussen, 1708; págs. 233-234. DE VILLE, Antoine: Les fortifications ..., Lyon, Irenee Barlet, 1628; pág. 20: El terreno gravilloso no es el mejor, porque él se sostiene poco y sin ninguna ligazón; el impacto del cañón le hace gran ruina y las piedras que rebotan de todos lados dañan más que las balas. SÁNCHEZ TARAMAS, Miguel: Tratado de fortificación, Barcelona, Thomas Piferrer, 1769; pág. 2 del prólogo. LECHUGA, Cristóbal: Discurso del Capitán Cristóbal Lechuga ..., Milán, Marco Tulio Malatesta, 1611; pág. 243. TOSCA, Vicente: Compendio Matemático. Tratado XVI. De la Arquitectura Militar, Valencia, 1712; pág. 309. PRONY, Gaspard: Nouvelle Architecture Hydraulique ..., París, 1790; pág. 152: El arte dela construcción de arcos es una de las más importantes y más difíciles de la arquitectura hidráulica; ella implica, en buenas circunstancias, la doble tarea de combinar las bellas formas y la decoración de la arquitectura ordinaria, con la solidez que exigen los monumentos cuya duración interesa a la seguridad pública y cuya belleza debe ser una prueba parlante y durable del brillo de una nación y de su amor por las artes. El ingenio, la ciencia y el gusto, deben entonces prestarse ayuda 55 14 15 16 17 18 19 mutua en las obras de esta especie. QUINTANILLA, Miguel Angel: Op. Cit., 1988. QUINTANILLA, Miguel Angel: Op. Cit., 1988; pág. 40. BELIDOR, Bernard Forest: La Science des Ingénieurs ..., París, 1729; pág. 2 del libro VI: Se puede entonces decir que un Devis debe ser entendido como el jefe de obras del Ingeniero ... El Devis es una memoria instructiva de todas las partes de una obra que se quiere construir; él explica el orden y la conducta de los trabajos, las cualidades y los modos de los materiales, y generalmente todo aquello que interviene en la construcción y perfección de la obra. DE LA FLOR, Fernando: El fuerte de La Concepción y la Arquitectura Militar de los siglos XVII y XVIII, Salamanca, Ed. de la Diputación de Salamanca, 1987. Este autor retoma para su transcripción el documento original depositado en los archivos notariales de Salamanca; págs. 119-123 de su libro. PACEY, Arnold: El laberinto del ingenio, Barcelona, Ed. Gustavo Gili, 1980; pág. 16. GAUTIER, H.: Traité des Ponts..., París, 1716; pág. 350: Reconozco ingenuamente que no soy lo bastante hábil para comprenderlo. Yo mismo no he podido seguir sus operaciones tal como las encuentro , y veo todo lo que dice como una cuestión donde los medio-sabios y sobre todo los obreros no sabrán comprender. Porque si para entender aquello que se explica es necesario dominar el Álgebra, de la cual se sirve, no creo que ningún cantero, aparejador, ni arquitecto... las puedan jamás aprovechar... 20 21 56 Para BENVENUTTO, Edoardo: La Scienze delle costruzione e il suo sviluppo storico, Florencia, Ed. Sansoni, 1981, esta sencilla regla es considerada por Vittone en su tratado de 1760, como la única y más segura; Rondelet atribuye su paternidad al padre Derán, usada incluso por Blondel y Dechalles. Gautier también menciona a P. Deran y a M. Blondel como sus fuentes. GAUTIER, H.: Op. Cit., 1716; pág. 354: Esta 22 23 operación no se ha demostrado para saber si ella es precisa o veraz. Nada podemos decir, solo que es más producto del azar que de la comprensión. GAUTIER, H.: Op. Cit., 1716; pág.363: Ante la variedad de sus obras, nosotros debemos pensar que los Autores no han todavía observado ninguna Regla general ni cierta, que sea fundada sobre principios demostrados para establecer los Pilares de los Puentes. GAUTIER, H.: Op. Cit., 1716; pág.358: Me parece que no hay persona, que hasta sin mucho de Geometría como lo son la mayoría de los Maestros, Albañiles, Aparejadores y talladores de Piedra, no puedan comprender lo que he dicho, el trazado y la demostración acerca de todos los arcos, sin muchas operaciones. La Arquitectura, Función, Signo y Lógica de Clase Ricardo Hincapié Cuando una mesa empieza a comportarse como mercancía se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños como si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso. El Objeto Símbolo y el Objeto Signo. El Consumo como Sistema de Diferencias. L os objetos siempre han actuado como diferenciadores, han comunicado y marcado diferencias entre determinados status, grupos o clases sociales, fijando sus diferencias en los consumos, los hombres en toda sociedad se comportan, actúan y viven como miembros de las distintas categorías sociales a las que pertenecen. Karl Marx 57 En la sociedad antigua y tradicional (anterior a la Revolución Industrial) el consumo se estratifica de manera rigurosa y duradera, atestigua una condición de hecho hereditaria y de la que virtualmente no se puede escapar: determinado estilo de vestidos, tipo de vivienda, mobiliario, etc. Ya en la era del Capitalismo Industrial se cuenta con la libertad de elegir los objetos; libertad formal, por supuesto, una cosa es poder aspirar a cualquier objeto y otra poder comprarlo; libertad formal pero crucial, definitiva. Ahora no es la pertenencia a un status lo que da derecho al consumo, ese derecho ya lo tienen todos; por tanto es la apropiación efectiva de los objetos lo que de hecho inscribe a los individuos en los distintos status. Igualdades e posibilidades para todos, todos podemos poseer las mismas cosas o luchar por ello y eventualmente mejorar nuestra posición social, alcanzar un rango superior o ratificar uno ya adquirido: es la movilidad social permanentemente promovida y alentada por el consumo; si los objetos siempre han actuado como diferenciadores hoy es necesario competir para alcanzar esas diferencias, nos vemos pues obligados a consumirlos en la medida en que sean distintos y por tanto distintivos. Esto no indica ni mucho menos una mejor respuesta a las necesidades humanas o la oportunidad con la «liberación» de los objetos (virtualmente todo el mundo puede adquirirlos) de combatir las distancias que separan unas clases de otras. Lejos de ello la generalización del consumo y su apropiación como sistema de diferencias es hoy más que nunca condición de vida de los status y es necesario para marcar la división entre las clases. Hay que tener en cuenta sin embargo, que si bien los objetos siempre han expresado diferencias, solamente hoy la diferencia se impone como valor exclusivo del objeto y esto viene a afectar de manera decisiva el conjunto de las relaciones sociales y humanas. 58 El código de valores que los objetos representa cae en manos de la mercancía se impone según las reglas del valor de cambio. El objeto ha sido «liberado» pero también empobrecido, separado de toda construcción simbólica. Los objetos en la sociedad de antaño están inscritos en otro orden de significados, no se reducen simplemente a consignar diferencias. El objeto tradicional tiene ante todo un valor simbólico, constantemente alude a una experiencia colectiva, está inscrito en una dinámica familiar o de grupo y no resulta legible sino dentro de las relaciones que integra y a las cuales constantemente remite; cada cual ha aportado allí su cuota de sacrificios, ahorros y economías, ha sido ganado después de una larga y resignada espera, consagra y atestigua de un mundo lleno de dificultades, es indicativo de una aspiración cumplida, su conquista representa la realización de un sueño: el vestido o el ajuar doméstico nuevo que seguirá siendo nuevo mucho tiempo, los artículos, y enseres que no se utilizan sino en ocasiones especiales: cumpleaños, conmemoraciones, fiestas de familias; permanente ritual que reina sobre lo que se tiene y cuyo fin no es otro que el de reforzar los vínculos efectivos y reafirmar la integridad del grupo. El valor de estos objetos símbolo es ante todo un valor presencia, llevan dentro de ellos una parte de las personas mismas que conservan sobre todo en su ausencia o en su distancia; es esta materia simbólica lo que nos hace absolutamente singulares e impide que sean comparables o equiparables; su función es secundaria, puede pasarse por alto o incluso haberse perdido: esa vajilla de plata que se limpia regularmente sin usarse jamás o el viejo reloj de pared cuyo mecanismo se ha estropeado; su importancia la reciben de la solemnidad de que están rodeados y del respeto que inspiran; constituyen un repertorio que se cuida celosamente; todo confiesa abiertamente su necesidad de durar y con ello el deseo de permanecer en una situación heredada; son legados y se legarán, son un recibo del pasado y una seguridad para el porvenir, son la recompensa dejada por las generaciones pasadas permanentemente rescatada y revivida. Los objetos modernos -de consumo- como tales están liberados de todas las implicaciones, obligaciones y compromisos que ligaban a los objetos símbolos, ya no me relacionan con la familia o el grupo sino con la sociedad global; es la necesidad de reafirmar mi pertenencia o mi aspiración a ingresar en determinado status lo que me impone cambiarlos, sustituirlos, volverlos a comprar cada determinado tiempo, verlos pasar sin que haya tenido la oportunidad de verlos envejecer. El código de valores que los objetos representa cae en manos de la mercancía se impone según las reglas del valor de cambio. El objeto ha sido «liberado» pero también empobrecido, separado de toda construcción simbólica; ya no tiene por fin durar y atestiguar con su duración la presencia y la permanencia de las relaciones humanas. Ahora sólo es apropiado, detentado y manipulado como diferencia cifrada. Si en las sociedades anteriores fundadas en una discriminación y en una segregación radicales, la tradición, la genealogía, la familia, la costumbre, la ceremonia actuaban como sistemas de reconocimiento diversos y al tiempo particulares para cada estrato social, cuya pesada carga simbólica llevan sobre sus espaldas los objetos, en la sociedad capitalista el sistema de reconocimiento es único: la lógica de la mercancía suplantando antiguos códigos de valores y con ello ha venido a asegurar de otra manera el control de los significados de que los objetos son portadores. El consumo es en este sentido una institución tan importante como cualquier institución de la sociedad moderna: estratifica la sociedad en clases y categorías sociales cuya existencia pasa a ser íntegramente regulada por la lógica del consumo. El consumo es un sistema de relación con los objetos con la colectividad en el mundo; tiende a regir de manera sistemática y global todo nuestro universo cultural. De consumo en rigor no se puede hablar sino en el capitalismo y no porque comamos o vivamos mucho mejor o porque poseamos un volumen de aparatos y de bienes nunca vistosas; el consumo nada tiene que ver con una fenomenología de la abundancia; es como tal una lógica social en la que todo se convierte en signo, en material distintivo, en la que todo entra en el juego de las diferencias y las modas, no sólo los objetos sino los lenguajes, las conductas, las ideas, etc. la amplitud y al derroche de espacio, a la abundancia de lujos, servidumbres y comodidades. Esta sociedad a la vez que promueve la movilidad (de ella depende el comercio) impone barreras infranqueables, obstáculos insalvables entre los grupos sociales y todo intento por mejorar una posición, por realizar una pequeña trayectoria, salvo casos excepcionales, es imposible. La Movilidad Social y las Capas Medías La Arquitectura en la sociedad capitalista no escapa a esta implacable lógica. La ley de la mercancía actúa también, aunque de manera contradictoria en el espacio, en el habitat, en la vivienda. Al igual que el resto de los objetos la vivienda es en primera instancia, y así ha sido históricamente, el lugar fundamental donde se expresa una discriminación social. La vivienda ha sido y es principalmente el testimonio de la categoría social a la que pertenecen sus propietarios. En la sociedad tradicional (anterior a la Revolución Industrial) y en la sociedad precapitalista puede claramente leerse en el espacio y en el repertorio de objetos que lo acompañan, una división de clases y una estructura jerárquica determinada. Si los objetos estaban antaño prisioneros de una existencia de casta, si un orden jerárquico les asignaba un status inmutable que separaba definitivamente unas clases de otras, igualmente los ingresos y el poder de compra imponían cierto tipo de aspiraciones, posibilidades y necesidades: sectores populares en situación de penuria absoluta, reflejo fiel de su condición social: Hacinamiento, estrechez, deterioro manifiesto de su habitat. Todo esto opuesto al modo de posesión y de ostentación de la aristocracia, a Todavía hoy, y sobre todo en los países «subdesarrollados», se encuentran estas situaciones extremas y puede leerse en las grandes ciudades los permanentes contrastes de dos modos de vida radicalmente opuestos: el tugurio y la mansión burguesa. Pero es bien sabido que hoy día el ingreso y el poder de compra dice poco de las clases. Podemos intentar hacer un inventario, hablar en materia de vivienda por ejemplo, de metros cuadrados por habitante, de costo de las construcciones, de relaciones entre área libre y cubierta, de dotación y servicios colectivos, etc., y empezar a colorear en un mapa las diferentes zonas sociales resultantes, tratando e asignarlas a las clases sociales. Pero este procedimiento es más lo que oculta que lo que muestra; nos encontraremos siempre con dos polos, y entre ellos una masa: móvil, heterogéneo, lo que en su conjunto difícilmente nos permitirá ir más allá de un reconocimiento de diversos estratos sociales. Hay en estos procedimientos una especie de círculo viciosos, se confirma constantemente el supuesto del cual se partió y se vuelve a encontrar esa división y esa jerarquía social tal como inicialmente fue concebida, basada en índices y datos, que aseguran sí una clasificación pero de hecho ningún análisis. Alguna utilidad pueden arrojar estos métodos pero si duda, desconocen las complejas formas de comportamiento y el sistema de significados propios del consumo que inciden de manera determinante en el habitar. De ninguna manera los estratos sociales responden a una clasificación fija, jamás se resignan a su suerte, la inconformidad con su situación es una constante. No basta hacer un inventario físico del habitat, estableciendo límites y fijando distancias entre los grupos sociales, en términos de metros cuadrados, de costo de vivienda, de tipos de dotación y de servicios, hay que ante todo, comprender la lógica social que anima sus conductas y sus actuaciones. Y esto indudablemente no nos lo garantiza el uso de la estadística. El consumo, como lo hemos planteado, dentro del capitalismo, supone una ideología de la movilidad y del ascenso social, somete a los individuos y especialmente a los de los grupos medios, a la necesidad de estar permanentemente compitiendo por aquellos objetos que como sus signos distintivos los coloque en una posición ascendente lo más cercana posible de un status o grupo social ideal que toman como su referencia. Permanentemente hay una demanda de objetos-signos y esa demanda depende de la movilidad social. No hay demanda, o es muy escasa, en una sociedad sin movilidad social, un conjunto limitado de objetos de lujo bastó como material distintivo a la casa privilegiada. Y son precisamente las épocas de movilidad social las que ven florecer todas las especies de objetos, allí comienzan a manifestarse las necesidades como un capital más, nuestra era es la era del comercio y la del consumo, era que no tiene fin puesto que la sociedad está, eta vez, virtualmente promoviendo continuamente a sus individuos. Pero ésta es la ideología vivida del sistema, otra cosa es su realidad; y sobre todo para las capas medias la mayor parte de las veces sus intenciones, sus propósitos y aspiraciones entran en contradicción con las posibilidades 59 efectivas de un ascenso real y a veces incluso permanece a su acecho una regresión o una caída de status. Esta sociedad a la vez que promueve la movilidad (de ella depende el comercio) impone barreras infranqueables, obstáculos insalvables entre los grupos sociales y todo intento por mejorar una posición, por realizar una pequeña trayectoria, salvo casos excepcionales, es imposible. Y los individuos lo saben y sus compras constantes, la renovación de sus objetos expresan ante todo decepción frente a las posibilidades de un progreso social efectivo. Los objetos vienen a confesar su frustración y su derrota social, manifiestan una inercia social profunda y quedan convertidos en la compensación de sus contrariados deseos de movilidad y ascenso social. Lo anterior ya nos da la clave para comprender el comportamiento social de las capas medias, capas cuyo peso específico en la sociedad burguesa es cada vez mayor, el capitalismo las produce en forma abrumante pero en una situación dudosa, incierta y crítica. Han escapado del aislamiento rural pero no pertenecen a la burguesía ni al proletariado. Son un eje flotante que desempeña las más diversas labores y actividades, dando lugar a una masa informe y heterogénea que constituye el sector típico de la vida urbana. Las capas medias viven con la esperanza de un progreso pero permanecen en un total estancamiento, es la necesidad de oponerse a este destino trágico lo que la lleva a invertir de manera obsesiva en su universo privado, tratando de festejar una victoria que siempre se les desvanece. Las capas medias son el sector que en mayor medida se siente juzgado por lo que posee y juzga a los demás por lo que poseen. En sus mutuas visitas ponen los ojos en todas partes, revisan, esculcan con sus miradas, en una continua búsqueda de 60 defectos, admiran y elogian de manera hipócrita y socarrona. Frente a todo mantienen sus reservas, tranquilizándose a sí mismos con la ilusión de que son mejores que sus iguales. Esta actitud se manifiesta en un notorio afán y en el énfasis especial que estas capas (más que en ningún otro sector social) pone en la educación de sus hijos y el valor inusitado que allí adquiere el título profesional que una vez conquistado se exhibe enmarcado, cuidadosamente dispuesto, a la vista de todos, en el salón o en el comedor como testimonio de su irrisoria trayectoria social. El entorno pequeño burgués: Ambición y ostentación, decepción y frustración. La vivienda pequeño-burguesa expresa de la manera más viva el drama de la propiedad privada. El orden de valores propio del consumo actúa allí con toda su crudeza. En ninguna parte, ningún otro sector social de mejor (o peor) manera se somete tan claramente al juicio y al veredicto público. Y hasta de la menor de sus conductas, del menor de sus objetos domésticos constituye un discurso de signos con los cuales pretende reflejar su buena posición y su status. espacio, la estrechez es notoria, especialmente cuando se trata de construcciones de serie que reducen a sus expresiones mínimas el espacio, pero ello mismo suscita una reacción de compensación, cuánto mayor penuria de espacio hay, más se acumula en él. El interior pues, es su aspecto, no sólo es repleto y lleno, sino marcado por un amontonamiento. Este acento, esta saturación, se enfatíza en lugares especiales, “estratégicos”; el rinconcito sobre-adornado, el lugarcito ínfimo al pie de la escalera o debajo de ella, al lado del salón o del comedor donde se sitúa el bar, el tocadiscos o el estante de los libros. Paredes a las que no les cae un cuadrito más, patios «llenos» de materas, o «cargados» de helechos, consolas o aparadores saturados de cristales y adornos, la alcoba de «estilo» perteneciente a la señorita de la familia, colmada de chucherías y baratijas: muñequitas, recordatorios, tarjetas, postales o llaveros. La vivienda pequeño-burguesa expresa de la manera más viva el drama de la propiedad privada. El orden de valores propio del consumo actúa allí con toda su crudeza. En ninguna parte, ningún otro sector social de mejor (o peor) manera se somete tan claramente al juicio y al veredicto público. Pero además, a todo este conglomerado lo enfatiza su redundancia, una suerte de envoltura subraya constantemente tanto los objetos como el propio interior. Todo allí se encuentra protegido y revestido. La mesa sobre un tapete y sobre ella su vidrio, debajo de este último individuales o bien un mantel tejido y encima de él uno plástico. Rejas y barrotes forjados de manera rebuscada en las ventanas, que además llevan persianas, cortinas y dobles cortinas. Muros empapelados y enchapados o debidamente pintados y repintados con grabaditos. Cielo raso con vigas a la vista, o bien, terminado en peinemono, en rústico o en durita, cargado de lámparas y arañas. Toda matica tiene su matera, toda matera su portamatera fijadas en la pared o puestas sobre el piso, distribuidas indistintamente por todo el interior, patios, hall, comedor, sala e incluso en la cocina. Así, la vivienda pequeño-burguesa se organiza según dos modos esenciales: LA SATURACION y LA REDUNDANCIA. Ciertamente, esta casa no dispone mucho de Solitarios, floreros con arreglos artificiales o naturales, figurillas en porcelana ordinaria proliferan por doquier descansando sobre pañitos o carpetas atiborradas de bordados, de vez en cuando y haciendo de centro de mesa, el cristal cortado o la porcelana fina Capodimonte. En el antejardín, el paseito o la acera, subrayada en granito pulido o en tablón español o en retales de ladrillo de enchape enmarcado a su vez por su reja. La centralidad, la simetría del decorado y de la disposición del mobiliario expresan también una redundancia. Por pequeña que sea la salita o el comedor el adosamiento del mueble prácticamente no existe. Cada mueble mantiene su distancia respectiva de la pared y gira alrededor de la mesa o mesita de centro, especie de eje simétrico que todo lo duplica y lo refuerza. Cada objeto se ve así afectado y repetido y ello lo demuestra el uso de los espejos y las lunas cuyo papel es el de reasegurar lo que se posee, sancionar la propiedad y el encierro doméstico. Y este es el fin primordial de este ritual tautológico, demostrar constantemente que se posee y que se sabe poseer, que se es «gente de bien». Se insiste, se subraya, una, dos, tres veces. Ansiedad de secuestro, de captura, obsesión por la reafirmación lo que no hace más que afiliar mejor a estas personas a la clase que posee de la misma manera. Esta moral de protección, de cierre, que bien podría asimilarse a una cultura, explica la típica manía del ama de casa pequeñoburguesa, siempre preocupada por el orden y el aseo, pendiente de que todo esté en su puesto, debidamente colocado, clasificado y limpio. Allí se impone los valores del arreglo, la corrección y el cuidado, ritual cotidiano triunfante y doliente, todo lo contrario a una economía doméstica racional. La casa y los objetos que en ella moran son así como los hijos: es necesario domesticarlos, someterlos a los imperativos formales de la urbanidad. Admiración y exaltación de lo pulimentado, lo vidriado, lo barnizado, lo esmaltado, lo cromado, seguramente les parecerá más bonito y pensarán que así las cosas les duran más, lo cual no lo discutiremos, pero lo que ciertamente está implicando y no tiene más objeto esta moral puritana, es trabajo doméstico, atención permanente que eclipsa y elimina cualquier posibilidad de orden práctica en la vida de hogar. La casa y los objetos que en ella moran son así como los hijos: es necesario domesticarlos, someterlos a los imperativos formales de la urbanidad. Supervaloración de su situación relativa, exaltación excesiva de su irrisoria trayectoria social. Triunfo aparente, resignación efectiva, esta clase sabe que lo que posee es todo lo más que podrá alcanzar, se contenta pues con enmarcarlo, con resaltarlo, con ennoblecerlo y esa es su respuesta al reto que para ellas representa los inaccesibles estratos superiores. Comportamiento que bien caracteriza la vida pequeño-burguesa y configura las relaciones típicas en que se desenvuelve como clase. La Lógica de las Segregaciones: del Modelo a la Serie. Mientras los sectores privilegiados, los de arriba, hace rato han abandonado este tipo de manipulación mental y moral sobre el entorno y sus objetos las capas medias continúan prisioneras de esta solicitud obstinada que se devora así misma según los procesos de una conciencia desdichada. Podría pensarse que las clases vanguardia ya alcanzaron ese estado ideal, la verdad del espacio y del entorno donde se imponen el hacer y el vivir práctico y racional. Ciertamente, liberadas de esta suerte de relación «primitiva» con los objetos, en la vivienda burguesa no existe este constreñimiento moral, allí se respira mayor libertad, un sutil vacío permite organizar el espacio con un criterio más «estético», más funcional. Los valores del cuidado, las buenas maneras en término de objetos han cedido su lugar a los valores organizaciones de distribución, colocación y cálculo de objetos. Ya no se insiste, no se enmarca, por el contrario se le concede plena libertad al espacio y al ambiente, se le mide, se le estudia, que fluya el espacio y deje ver sus cualidades, que transparente su verdad. Pero no nos dejemos engañar por este tipo de discurso que es el del diseño. La «franqueza» del material, la limpieza y la sencillez en el tratamiento, la estructura legible, el cemento sin pulir, la abolición del decorado, la fobia a la afectación y al barroquismo juegan un papel importantísimo en la discriminación social y nada tienen que ver con una belleza cabal o un valor absoluto. En la sociedad capitalista todo se inscribe en las relaciones de clase, no nos olvidemos de ello. Debemos entender que el mentado progreso tecnológico, el supuesto avance progresivo, la innovación formal en materia de diseño, está enmascarando la función primordial del espacio que desde el ideal que señala (un mundo de «síntesis» funcional) oculta de hecho la discriminación y la diferenciación social que instaura y por la que se rige. Es que el consumo y el diseño permiten a las clases dominantes fundar su estrategia: se generaliza como un valor universal, se plantean formas y objetos funcionales, supuestamente toda la sociedad tendría derecho a ellas, se trata de un standing el cual todos podríamos elegir. Si acaso las clases dirigentes gozan de un tipo de vida superior, su privilegio será momentáneo y en todo caso el resto de la sociedad podrá disfrutar de él más tarde, como resultado del progreso y del desarrollo social. Pero ello no es así, las clases altas gozarán y se apropiarán siempre de las creaciones, las innovaciones y los beneficios del progreso tecnológico, lo utilizarán como factor discriminante, como elemento de poder. Lo que 61 es más importante, son las clases que además tienen este privilegio, porque el fundamental, el que determina y garantiza su situación, el que realmente define una contradicción y estructura la sociedad en clases antagónicas, queda diluido en el sistema de estratificación que dicta el consumo cuya lógica forma tiene por fin neutralizar los polos en conflicto, de ahí su eficacia. Sigue existiendo la división pero no la lucha. Los sectores explotados y asalariados quedan confundidos con las heterogéneas capas medias a la zaga de los valores culturales de los sectores dirigentes. «Se acabó la distinción radical entre el jefe de empresa y el asalariado de base, ya que éste, confundido estadísticamente con las capas medias, se ve acreditado con un standing «medio» y con la esperanza de ocupar el de las clases superiores. De abajo arriba de la escala social nadie está inexorablemente distanciado». (jean Baudrfllard, Crítica de la Economía Política del Signo. p. 47) Esta meta de igualdad que pretende el consumo, no es más que el mito en el que todas las diferencias reales y efectivas se interpretan como desigualdades propias y efectos del proceso de desarrollo, el cual desde su ideal social (el mismo del diseño) habrá de eliminar las injustas distancias y actúa para integrar mejor a una sociedad fundada en antagonismos irreconciliables. «La lógica cultural de clase en la sociedad capitalista se ha fundado siempre en la coartada democrática de los valores universales. La religión fue universal. Los ideales humanos de libertad y de igualdad fueron universales. Hoy el universal adopta la evidencia absoluta de lo concreto, son las necesidades humanas y los bienes materiales los que a él responde. Es el universal del consumo» (jean Baudrillard, op. cit. p. 45). Las clases que han sido despojadas del poder de la decisión económica y política encuentran en el consumo sus nuevos valores, que exhiben triunfalmente como signo de su despojo y opresión social. Se les condena como esclavos al consumo, han de hallar en 62 él su salvación, en un habitat sobresaturado y protegido que determina y marca el límite de sus exigencias, aspiraciones y realizaciones. Así pues, a una discriminación efectiva de poderes reales al consumo le antepone la suya, que al desconocer la primera la elimina (no del todo) como amenaza para la sociedad y se convierte en un medio eficaz de control social. La lógica de la diferenciación, de la rivalidad y la competencia de status, es más que nada una lógica de integración. Esta última es la que nos interesa, la Arquitectura se desarrolla y sólo es posible en marco de esta ideología, de esta forma activa de comportamiento y ella sobre todo es solidaria de esta estrategia que es la del poder. Para ello es necesario entender que los objetos y el espacio están determinados en orden y grados distintos por la producción y el consumo, que en ellos, aunque manteniendo sus relaciones recíprocas, se manifiesta a su manera el abanico social y es ante todo una segregación social lo que impone. Son estas formas, este binomio segregación-integración, que afecta a implica de manera diversa la producción social donde el entorno adquiere su modo de ser particular de acuerdo al status social que se exprese en él. Ya lo hemos visto al principio de este trabajo, cuando describimos la forma en que las capas medias se relacionan con el entorno y sus objetos. Generalicémoslo a grosso modo. La realidad vivida del objeto, a lo largo y ancho de la escala social, cobra la forma de una oposición fundamental que determina su carácter de clase: EL MODELO Y LA SERIE. En la vivienda el fenómeno es bastante claro. Como es bien sabido, la vivienda que las capas medias (salvo algunas excepciones) pueden adquirir hace parte de una serie. Estos sectores ven hoy día recompensado su sueño de una propiedad duradera, aunque por cierto ella es la culminación de un notorio esfuerzo que deja atrás un pasado lleno de frustraciones. Es lo que siempre han deseado, alcanzar la propiedad que antes le fue negada, conquistar una nueva vida que ahora les brinda el cemento y la cuadratura de los muros. La serie sin embargo, es ya una barrera social que los separa de esa minoría para la cual los modelos originales únicos hechos a pedido, son una garantía imperecedera de la que gozan y gozarán siempre. Estos dos términos, modelo y serie, no están tan alejados como podría suponerse. Existen entre ellos implicaciones y relaciones recíprocas que hacen depender el uno de la otra y viceversa. Pero no se trata de que el modelo sea algo así como el término real que expresa los valores verdaderos (de la arquitectura o del diseño), respecto a la serie que vendría a jugar el papel de término irreal o de valor artificial. Tampoco podría decirse que la serie al responder a las exigencias de un proceso de producción en masa, tenga una especie de validez histórica en nuestra época opuesta a la falsedad del modelo. El modelo y la serie más allá de su oposición formal, implican toda una dinámica que posibilita el consumo y la ideología misma de nuestra sociedad. Dinámica que es esencial puesto que el objeto de serie, en el mismo movimiento en que surge como tal, se postula y se vende implícita o explícitamente como un modelo. Cada cual a través del más insignificante objeto participa de un modelo. Veámoslo más de cerca: al usuario de las capas medias la vivienda nunca le es propuesta como producida en serie. A uno no le ofrecen una vivienda como las otras, le ofrecen SU vivienda (que nadie me obligó a adquirir, que yo elijo libremente). Así pues, por más que haga parte de una serie el usuario encontrará en la casita que compra -la publicidad así procurará hacérselo ver- una respuesta a una exigencia individual que lo toca en lo más íntimo. La vive, por decirlo así, como UN MODELO que ha sido creado para él y que le posibilita una suerte de realización social. El usuario hace caso omiso de la serie como tal, su vivienda es el término privilegiado, que entre todos sus iguales, es el UNICO que tiene verdadero valor. Y claro, no contento con ello procederá de inmediato a PERSONALIZARLA. No la deja tal cual como se la deja el fabricante, trata de darle un sello más personal, de hacerle algo creado por él mismo: le saca su balconcito, corrige la ubicación de la ventana, le pone granito o piedra a la fachada introduciéndole dibujitos o grabados caprichosos, embaldosa parte o la totalidad del antejardín, techa la terracita, cambia la puerta de entrada y junto a ella su nomenclatura fundida en cobre. Con el tiempo y dependiendo tanto de sus posibilidades económicas como del área de que disponga, construye un lugarcito cubierto adicional donde pueda ubicar su nuevo star o la televisión, retrocede la cocina y los servicios para ganarse en la parte de adelante un espacio más que por supuesto ocupará su segunda sala «de estilo», abre vanos, se inventa nuevas comunicaciones y circulaciones, elimina de la zonificación y del trazado original, lo que considera incómodo o no le gusta (a veces hasta el extremo de hacerlo prácticamente irreconocible), etc., etc. A decir verdad, este usuario medio nunca estará satisfecho con su vivienda por más transformaciones que le introduzca, siempre tendrá en mente alguna cosa que añadirle. Para él su casa es un permanente objeto de variaciones, reparaciones y gastos. Es curioso ver cómo entre las capas medias, buena parte de sus ahorros son destinados a la reforma de sus inmuebles. Inversiones como éstas nunca son tenidas en cuenta por la estadística oficial, que se esfuerza por fijar el grado de correspondencia entre un nivel de vida y un salario determinado; lo que en rigor resulta imposible: la forma en que el usuario invierte su ingreso es algo que ni él mismo puede controlar y nada tiene que ver con una racionalidad económica que pueda establecerse de antemano. Hay algo más importante que prima sobre el cálculo económico y son las necesidades de clase en que se encuentra inscrito: el agua le sube al cuello, mil dificultades y apuros tiene que sortear, las deudas llegan a asfixiarlo y sin embargo sale adelante, o cree hacerlo, es con lo que sueña, con un mañana en el que todo habrá cambiado para él con esos buenos tiempos que jamás le llegan. Y si en la vivienda en serie es a través de las pequeñas variaciones como se respira la ilusión de un modelo, a su vez la vivienda a pedido se sitúa en relación a la serie, debe escapar de la uniformidad, constituirse en algo completamente original a los ojos de los demás y lo logra pero gracias a la serie a cuyo juego responde por completo posibilitándole éste su existencia. ¿Qué podemos decir acerca de estas prácticas a las que se somete la vivienda de serie ? ¿Ponerlas en tela de juicio acaso ? ¿Quién está resolviendo una necesidad real, aquél que reforma su casa para sacarle una alcobita más porque los niños ya se le crecieron y no pueden seguir durmiendo tres en un mismo cuarto, o que construye en la parte alta un apartamentico para derivar de allí una renta o aquél que se dedica a cambiarle su apariencia? Ninguna teoría de las necesidades nos permitirá dar prioridad a una exigencia o a otra. No menos real ni menos satisfacción ni comodidad brinda la búsqueda de personalización y de diferenciación definitivas para este tipo de usuario. Aquí es donde se muestra más claramente el rebasamiento o mejor el desconocimiento que el propietario hace del carácter de serie que tiene la producción masiva de vivienda. Si bien es la única manera efectiva en que las capas medias pueden adquirir vivienda, el movimiento de la producción en serie se ve acosado constantemente por las exigencias de singularidad que son precisamente las que posibilitan su consumo. La producción social adquiere cada vez en mayor medida el carácter de serie y sin embargo ésta no parece existir por ninguna parte. El modelo permanentemente es inscrito por la serie, a través de diferencias que a veces llegan a ser mínimas (como el caso de los colores en las neveras o en los automóviles) negándose así misma, instituye y vive el ideal de los modelos. Y si en la vivienda en serie es a través de las pequeñas variaciones como se respira la ilusión de un modelo, a su vez la vivienda a pedido se sitúa en relación a la serie, debe escapar de la uniformidad, constituirse en algo completamente original a los ojos de los demás y lo logra pero gracias a la serie a cuyo juego responde por completo posibilitándole éste su existencia. Sin embargo, aunque imbuidos un término en el otro, aunque en estrecha dependencia, la distancia que los separa es grande y es la que los define y permite considerarlos como dos órdenes de objetos distintos: El Mercedes Benz, en nuestro medio, es un automóvil de lujo lo que lo caracteriza es el hecho de ser un Mercedes Benz, la marca lo dice todo y dice ante todo que no es un automóvil que todos puedan usarlo. Conserva pues el carácter de un modelo real, y por ejemplo su color (que es de una gran uniformidad) es parte integral del automóvil, no tiene para el propietario «además» un color particular, la singularidad pasa sobre la totalidad. Mantiene todos sus elementos y sus cualidades, una unidad estructural que hace que no se aprecien jamás como detalle o accesorios. Para su propietario es un discurso articulado, una «síntesis», un todo armonioso, una concepción de conjunto. 63 Pero basta volver los ojos sobre la serie, sobre el automóvil de consumo popular -el tipo comercial- y empiezan a cobrar importancia color (sobre los que hay una variedad asombrosa), el ancho de las ruedas, el pasacintas, la cojinería, los cromados, los biselados, etc. Queda rebajado a una suma de detalles inconexos, inarticulados y caprichosos: espejos, calcomanías, cintas, escudos, etc., que son de los que se enorgullece el propietario que a pesar y ademas que tiene un Mazda 323 o un Renault 9 es de un verde bonito o de un rojo encendido «muy llamativo». La vivienda a pedido es un modelo que tiene valor como tal y por lo mismo su propietario no padece de la obstinación por hacerle variaciones. Antes de pensar en reformarla seguramente la cambiará por otra. Ciertamente, sus ingresos se lo permiten y por ello no juega con las variaciones mínimas y los pequeños detalles. En el interior del modelo existe una mayor discreción y ante todo conserva una “respiración”, una coherencia en sus materiales y acabados y nada tiene que hacer allí el pedestal en hierro forjado que remata en el farolito que «tan bien» le queda a la casa de serie, que puede exhibir y combinar de todo, la fachada en granito que bien ha podido ser en piedra o en ladrillo a la vista, indistintamente. Igualmente, sobre el mobiliario se registran todos estos efectos. A imagen y semejanza de la luz, el prisma social descompone en su propia gama los objetos muebles: la madera de roble, de cedro o de nogal, de acabado mate o natural es propia del mueble exclusivo «tallado a mano», forrado en terciopelo, en pana o en moqueta. El aluminio y el cuero del mueble de «líneas modernas» constituye igualmente modelos para el uso de los escogidos. Además de su solidez y de su sobriedad, caracteriza este tipo de mobiliario su composición armoniosa, su equilibrio general al que corresponde una determinada distancia y espacio que los hace ver «bien». 64 Ya en la serie esta armonía y este equilibrio se convierte en un discurso desarticulado, el mueble pierde peso y espacio, se encoge y se aligera. La materia misma varía totalmente: el abullonamiento cede su lugar a la espuma, la estructura se vuelve curiosamente tubular, surge el cromado y el galvanizado, el cuero se transforma en plástico (imitación cuero), en mesas y escritorios es el triplex y el enchape en fórmica el que viene a reemplazar la madera maciza. Ya no obedece a una línea de diseño, son un cruce de caminos, combinación de detalles, mezcla fortuita de elementos. La pérdida de sus cualidades fundamentales se compensa por el énfasis en sus caracteres secundarios, se sobresalta el color que ya no guarda ninguna discreción y por el contrario mantiene una marcada promiscuidad típica del interior de serie en el que todo está demasiado cerca. Igual que ocurre en el mueble ocurre con la casa entera. En la serie la casa se encoge, se desestructura, falta de invención, falta de composición. Empieza ella también a responder a una combinación fortuita. El esquema de diseño se mantiene casi inmutable, las variaciones son insignificantes y sin embargo, a ellas se les da todo el énfasis Lo que ha podido ser un logro de «diseño» en la casa pedido, en su organización funcional, en su lógica racional, en el tratamiento de ambiente, aquí se reduce al nivel del detalle o a unas pocas líneas o acabados generalmente de fachada que luego caprichosamente empiezan a denominarse como lo moderno, lo colonial, lo rústico español, etc. Nada pasa intacto por la serie, el material tiene un status más efímero, es «más malo», más frágil, menos durable. En este proceso la economía en los costos es determinante (y que desconoce el modelo) como ya no se puede ofrecer «todo» de buena calidad se llama la atención sobre partes específicas: unos buenos y bonitos pisos, un acabado de baños excelente con lavamanos de «auténtica» imitación mármol, una cocina completamente enchapada y de colores alegres, un excelente antejardín, etc. Así pues, tanto el modelo como la serie comporta su propia escritura, tienen un carácter de clase particular. Pero necesariamente se implican, el uno es en función del otro, y no se oponen jamás como valores absolutos. Modelo y serie así surgen y se constituyen como una nueva forma de la segregación cuya lógica recorre por completo de arriba a abajo la pirámide social. Este punto debe ser enfatizado debidamente; la ideología dominante se esfuerza por hacernos creer (y lo logra en buena medida) que los objetos, la vivienda, los productos en general, a media que llegan a las grandes masas, juegan el papel de CORRECTIVOS de las disparidades sociales. A nivel de la «satisfacción de las necesidades» podrían no tener ninguna importancia la diferencia entre un Renault 4 o un VMW, o entre una casa en Periquillo y una en Juanambú, pero si que la hay, las necesidades SE PRODUCEN, dependen de una lógica que no es la de una apropiación utilitaria de las cosas. Considerar el automóvil y la vivienda «aislados» de sus relaciones y según la necesidad es precisamente aislarlas de su sentido, es negarse a ver que detrás de la necesidad sólo son signos que nos distinguen y únicamente como tales producen una satisfacción, es negarse a ver que en ninguna parte se consumen según su valor utilitario. Es el valor prestigio, el valor de status el único que determina la apropiación de los bienes en el capitalismo. El consumo es ante todo un proceso de significación y de comunicación; aquí hemos precisado algunos de sus mecanismos: existen desigualdades entre los objetos y son una institución clasista como cualquier institución burguesa. El consumo es el lugar de una intensa manipulación de los objetos como significantes sociales, toman valor de status dentro de una jerarquía, hacen parte de un código que «ordena» sus diferencias. Ya la división de clases no se expresa en la negación del consumo para unos y en la ostentación para los otros. A medida que la sociedad aumenta en su crecimiento, a medida que la «participación» en bienes y servicios se extiende de arriaba a abajo en la escala social, cuánto más cobra el objeto el papel discriminante, de signo distintivo. Más aún, esta «participación», esta extensión del consumo sólo se produce en virtud de la lógica de la segregación, su papel no sólo es mantenerla sino PROFUNDIZARLA. El consumo más que de otra cosa depende la desigualdad y es esta necesidad lo que lo impulsa a adelante. Las pocas observaciones hechas aquí sobre la relación entre el modelo y la serie nos lo están mostrando. Esta relación que constituye la realidad vivida de todo objeto podría dar ocasión a interesantes estudios que evalúen críticamente la práctica real que hacen los arquitectos; igualmente el análisis de la ciudad con sus formas rápidas de culturización o aculturación inherentes a los procesos de concentración urbana podría recibir nuevas luces desde esta perspectiva. La ciudad es UN DISCURSO, en ella las necesidades crecen en forma desmesurada, ella es el lugar de los encuentros, de los deseos, de los estímulos, de la información, de la solicitación publicitaria, del veredicto incesante de los demás, ella es en una palabra el lugar de una competencia generalizada y descarnada. En la ciudad no sólo concurre los capitales, no sólo se concentra la producción industrial, también CONCURREN y se CONCENTRAN las necesidades, como el capital se URBANIZAN pero según una lógica distinta que corre aparejada al primero, reforzándolo y reproduciéndolo permanentemente. El tan mentado caos de la ciudad, la tan mentada falta de planes de regulación de su crecimiento, la ausencia de una reglamentación eficaz que controle el proceso e urbanización del discurso liberal burgués, no es otra cosa que un desconocimiento que trata de excluir de la crítica el sistema como tal. Le achacan la culpa al «subdesarrollo», o a la ineptitud de la burocracia o a los urbanizadores piratas y hasta a los invasores. Se ignora que ésta aparente irracionalidad es una SOLIDA racionalidad, que el subdesarrollo es una forma de desarrollo, que la pobreza es un efecto de la riqueza, que la segregación social la comporta el sistema mismo y allí donde se piensa que se corrige: en lo que se produce, en el habitat, en los objetos independientemente de las molestas barriadas y los cinturones de miseria. esperanza y sin fin que los lleva a sacralizar sus bienes y muebles, a aferrarse a ellos de manera exagerada en una demostración y exhibición constante, síntoma de su precaria existencia y sobre todo COMPENSACION a su escasa o nula participación en las instancias REALES de poder en la sociedad. Incluso a título de especulación (permitámosla) podríamos imaginarnos una ciudad que ya haya eliminado los barrios miserables, los tugurios y la pobreza en general y obedezca a una rígida normatividad, cuyas reglamentaciones rijan su desarrollo. Ello no implicaría -según la lógica propia del sistema- más que un mayor refinamiento, una mayor sutileza en los mecanismos de la segregación y de ninguna manera que la desigualdad ya haya desaparecido y que todo el mundo participa ya de las ventajas de la abundancia. Como lo decíamos más atrás, siempre serán unos los que tendrán acceso a la lógica del modelo, a sus innovaciones, a sus experiencias en materia de diseño, a los ensayos más audaces, se darán el gusto de saborearla, de vivirlas libremente, para ellos se hizo el ambiente funcional, el discurso racional sobre el espacio y sus objetos, ellos comprenderán cabalmente los mensajes del Arquitecto, acatarán sin mayor dificultad sus realizaciones estéticas. Los otros, siempre los otros, los de la realidad serial están condenados a una manipulación mental de los objetos. El consumo (ostentatorio, aberrante) es la dimensión de su salvación, proyecto sin 65 Autores Noel Cruz Aponte Carlos Enrique Botero Arquitecto de la Uiversidad del Atlántico. Master en Arquitectura de la Universidad de Texas; Profesor Titular de la Universidad del Valle y Profesor en la Universidad San Buenaventura de Cali. Ha investigado Historia de la Arquitectura en Italia, España y Colombia. Arquitecto de la Universidad del Valle, Master en Arquitectura y Diseño Urbano de Washington University. Estudios de Planeamiento Urbano en Japón y de Diseño Urbano en Canada. Profesor Titular del Departamento de Proyectos, Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle. Investigador del CITCE en Urbanismo y Patrimonio Inmueble. Conferencista y autor de varios articulos de investigación. Benjamin Barney Arquitecto de la Universidad de los Andes de Bogotá. Estudios de postgrado en Historia Andina.Profesor de la Universidad del Valle, primer director de su Escuela de Arquitectura. Profesor de la Universidad de San Buenaventura, en Cali y del Instituto Superior de Arquitectura y Diseño de Chihuahua, Mexico. Coautor de los libros La arquitectura de las casas de hacienda en el Valle del Alto Cauca (El Ancora) con F. Ramirez, Patrimonio Urbano en Colombia (Colcultura) con otros, y Estudios sobre el territorio iberoamericano (Junta de Andalucía) con otros. Conferencista en seminarios, talleres y foros de arquitectura en Colombia, México y Ecuador. Juan Manuel Cuartas Filósofo. Magíster en Lingúística Latinoamericana del Instituto Caro y Cuervo, Doctor en Filosofofía de la Universidad Nacional a Distancia de Madrid. Fué profesor en la Universidad Hankuk, University of Foreign Studies en Seul, Corea. Actualmente Profesor Titular de la Escuela de Filosofía de la Universidad del Valle donde dirige los Postgrados. Recientemente publicó Blanco, Rojo y Negro, el libro del Haiku. Es también autor de numerosos artículos y ensayos. Para el pregrado de Arquitectura de Univalle dicta el curso Morar, Habitar, Pensar, referido al pensamiento de Martin Heiddeger. 66 Jorge Galindo Díaz Arquitecto de la Universidad del Valle. Doctor en Arquitectura de la Universidad Politécnica de Cataluña. Profesor Asistente de la Universidad Nacional de Colombia,Sede Manizales.Conferencista y autor de varios articulos de investigación. Ricardo Hincapié Aristizábal Arquitecto de la Universidad del Valle. Master en Restauración en la Universidad de la Sapienza de Roma. Profesor Asociado del Departamento de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle. Director del CITCE. Investigador Patrimonio Arquitectonico.Conferencista y autor de varios articulos de investigación. Indice General. Volumen I Número 1 Número 3 Torres, Fabio E. 41 años de la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Valle. Barney, Benjamín y Ramírez, Francisco. Arquitectura en el valle del alto Cauca: la casa de hacienda. Ceballos, Rafael. Administración de la construcción: un tema de postgrado. Beltrán, Jaime. La memoria urbana. Mosquera, Gilma. La mujer como usuaria de la ciudad. Martínez, Harold. Hacia una sensata modernización de nuestro espacio. Botero, Carlos E. Ferrocarriles del Pacífico: entre trenes y estaciones. Pérez, Héctor. Importancia de la conservación de los talleres de Chipichape. Borrero, Harold. Industrialización vs. Arquitectura. Cruz, Noel. El presente de la arquitectura en Colombia: tipos arquitectónicos y proyecto moderno. Aguilera, Ricardo. La arquitectura en el país. Barney, Benjamín. El sueño de San Antonio. Luna, Jaime y Sánchez, Mauricio. Casa de la Cultura de Florida. Aprile-gniset, Jacques. Reflexiones en torno a la investigación histórica urbana. Correal Germán D. Acerca de las técnicas de proyectación. Bonilla, Ramiro. Tramas y morfología en la ciudad colombiana: el caso de Cali. Becerra, Oscar. Tecnología adecuada y autonomía cultural. Aguilera, Ricardo.Un difícil estilo docente. de las maravillas. Número 2 Número 4-5 Bonilla, Ramiro. Camilo Sitte ¿un pensamiento urbanístico actual? Mejía, Carlos Esteban. El tiempo vivido y el tiempo recobrado. Beltrán, Jaime. Luis Barragán. Caldas, Lyda. Una aproximación al paisajismo en América tropical. Mosquera, Gilma. Premio Corona proarquitectura 1988. Barney, Benjamín. Remodelación del colegio Académico de Buga. Andrade, Patricia y Salcedo, Diego. Un coloquio a tres bandas: el hombre, el oficio, el burgo. Supelano, Pedro y Thomas, Alvaro. Para manejar bien el retrovisor. Botero, Carlos E. Concurso de novela urbana Zuleta, Estanislao. Textos. Aprile-gniset, Jacques. A propósito de la “cultura urbana”. Ramírez, Francisco. Apuntes sobre el trabajo teórico en arquitectura. Grupo Minga. Un lenguaje desvinculado de estereotipos. Losada, Alvaro. La tierra, material de construcción. Ramírez, Clementina. Concepto de un paseo en la ciudad. Cruz, Noel. Glosario premoderno. Mejía, Carlos Esteban. Grau, Negret, Negreiros. Tascón Rodrigo y Gutiérrez, Jaime. Arquitectura de Cali. Cruz Kronfly, Fernando. La literatura de Umberto Valverde. Aprile-gniset, Jacques Germán Colmenares. Santiago de Cali. 67 Número 6 Número 8-9 Beltrán, Jaime. A propósito de la calle, la ciudad, nuestra ciudad. Aguilera, Ricardo. Hábitat Atrato. Bonilla, Ramiro. El papel de las instancias proyectuales en el diseño urbanístico de Cali. Hincapié, Ricardo. La restauración: historia del concepto y su significado moderno. Mejía, Carlos Esteban. Consideraciones históricas para una teoría de las relaciones entre territorio y arquitectura: el caso del mundo antiguo. Barney, Benjamín y Ramírez Francisco. Patrimonio y arquitectura: el estado de la cuestión. Barney, Benjamín. Carta al juglar Euphonium. Arredondo de Calderón, Martha. Anotaciones generales sobre los problemas que enfrenta un músico instrumentista antes y después de una presentación en público. Galindo, Jorge. Arquitectos e ingenieros militares del siglo XVIII en la Nueva Granada: su formación académica (I). Aprile-gniset, Jacques. Trayectoria y vigencia de la conflictividad social urbana. Beltrán, Jaime; Bonilla, Ramiro; Mosquera, Gilma. Proyecto La Ciudadela, Tumaco. Hincapié, Ricardo El espacio y el drama en la cultura. Barney, Benjamín y Beltrán, Jaime. Reciclaje de un edificio: el Albergue Perlaza. Ramírez, Francisco. Arquitectura Neocolonial en Cali. López-Lage, Georgina. Proyecto de vivienda ambiental Lomalarga. Número 7 Gómez-Vignes, Mario. Coloquio de Monsieur Maçon y el juglar Euphonium. García, Hugo. Arquitecturas ambientales: bioarquitectura y arquitectura inteligente. Barney, Benjamín. Arquitectura y lugar. Botero, Carlos E. Concurso de arquitectura, imagen de universidad. Pinilla, Mauricio. Edificio para la Facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle. Ramírez, Francisco. Arquitectura y proyecto. Franky R, Jaime. Pensamiento, proyecto y proceso de diseño en la modernidad. Gutiérrez, Natalia. Reflexiones acerca de la creación en el arte de hoy. Hincapié, Ricardo. La restauración: una primera aproximación conceptual. 68 Número 10 Cruz, Noel. De Le Corbusier a Rogelio Salmona. Barney, Benjamín. Clasicismo, Arquitectura y Ciudad en Colombia. Siglo XIX. Botero, Carlos E. Cali Siglo XX. La Ciudad Moderna que no fué. Cuartas, Juan Manuel. ¡Deconstrucciones de la gran ciudad! Galindo, Jorge. La Discursividad de la Técnica: Apuntes sobre las formas de argumentación presentes en los tratados de arquitectura militar de los siglos XVI, XVII y XVIII. Hincapié,Ricardo. La Arquitectura, Función, Signo y Logica de Clase.