Contenido - CITCE - Universidad del Valle

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Contenido - CITCE - Universidad del Valle
V O L . 1 N O 10 SEGUNDO S E M E S T R E 2 0 0 0
Contenido
LICENCIA DE MINGOBIERNO RESOLUCION NO 0148 DE 1988 ISSN 0121 - 2184
Director
Carlos E. Botero
4
De Le Corbusier a Rogelio Salmona.
Noel Cruz.
Consejo Editorial
Jacques Aprile-Gniset, Ramiro Bonilla S,
Carlos E. Botero, Noel Cruz, Francisco Ramirez
7
Clasicismo, Arquitectura y Ciudad en Colombia.
Siglo XIX.
Benjamín Barney.
18
Cali Siglo XX. La Ciudad Moderna que no fué.
Carlos E. Botero.
34
¡Deconstrucciones de la gran ciudad!
Juan Manuel Cuartas.
46
La Discursividad de la Técnica: Apuntes sobre las
formas de argumentación presentes en los tratados
de arquitectura militar de los siglos XVI, XVII y
XVIII.
Jorge Galindo.
57
La Arquitectura, Función, Signo y Logica de Clase.
Ricardo Hincapié.
66
Autores.
Diseño
Hugo García Paredes
Diagramación
Gustavo Andres Quintero
Carlos Alberto Zapata
Universidad del Valle
Oscar Rojas,Rector
Alvaro Guzman,Vicerrector Académico
Correspondencia
Revista Planta Libre, CITCE, Escuela de Arquitectura
Universidad del Valle
Canje
Biblioteca Central Universidad del Valle
Sección Canje, Apartado Aéreo 25360 Cali.
Impresión
Artes Gráficas del Valle.
Edición 300 Ejemplares.
Reproducción permitida citando la fuente
2
Editorial
N
ada puede reclamar Plantalibre distinto
a su derecho a aparecer cada vez que
confluyan diversos azares resueltos al
momento de su publicación. Diez números en
doce años no son una señal alentadora para
cualquier empeño editorial, pero se puede
alegar el que a lo largo de su precaria
existencia la revista ha contribuido a impulsar,
número a número, actitudes que desde la
academia plantean bases serias para enfrentar
temas cruciales como el del valor patrimonial
del espacio urbano y la arquitectura dentro del
panorama regional que nos compromete.
Arrastramos vacíos enormes alrededor de
la reflexión sobre otras artes que, desde la
Facultad de Artes Integradas de la Universidad
del Valle, se difunde por otros medios; la causa,
quizás, la incertidumbre de asegurar a nuestros
posibles articulistas una regular aparición de
esta publicación.
No hay nada tan desolador como ver el
paisaje lánguido de publicaciones que
afronten el problema teórico del estudio de
temas esenciales del urbanismo, la
arquitectura, el diseño y las artes, que puedan
contribuir, desde la academia, tanto a
interpretar problemas de nuestros pueblos y
ciudades como a formular programas y
proyectos referidos a ellos.
Se trata entonces ahora de seguir
alentando la intención de hacer de las
publicaciones universitarias un punto de
referencia para la construcción de muchos
discursos dirigidos al conocimiento de la
historia urbana y de los ámbitos posibles de
actuación para quienes, participamos en los
procesos de formación de arquitectos,
diseñadores, artistas y urbanistas que aspiran
a ser actores en la construcción de un nuevo
ambiente urbano.
Casa en Tenjo. Fuente:Rogelio Salmona, Escala SomoSur
De Le Corbusier a Rogelio Salmona
Noel Cruz
P
ermítanme decirles que la lectura de
“Hacia una arquitectura” 1 me
produce una singular sensación de
reconfortante asombro – patético. Jamás me
he encontrado una defensa de la arquitectura
vernácula (‘verna’ es el esclavo nacido en el
latifundio del señor romano), y por asimilación,
se trata de la arquitectura construida con los
materiales del lugar, como en este texto: “La
mayoría de los arquitectos no han olvidado
hoy que la gran arquitectura se halla en los
mismos orígenes de la humanidad y que está
en función directa de los instintos humanos.
La arquitectura es la primera manifestación del
hombre que crea su universo, que lo crea a
imagen de la naturaleza, sometiéndose a las
leyes que rigen nuestra naturaleza, nuestro
universo. Las leyes de la gravedad, de la
estática, de la dinámica, se imponen por la
reducción al absurdo: sostenerse o derrumbarse”.
se refiere a la idea de la arquitectura). Pero no
para ahí; en la página 54, sale con esta
afirmación: “... la geometría es lenguaje del
hombre”.
Fig. 1 Varas convergentes a un ápice.
“Un determinismo soberano ilumina ante
nuestros ojos las creaciones naturales y nos
da la seguridad de una cosa equilibrada, y
razonablemente hecha, de una cosa
infinitamente modulada, evolutiva, variada y
unitaria. Las leyes físicas primordiales son
sencillas y poco numerosas. Las leyes morales
son sencillas y poco numerosas.
A continuación, vienen nueve páginas a lo
largo de las cuales hace la defensa de su idea
de los trazados reguladores, en el transcurso
de las cuales (y me perdonará Le Corbusier)
encuentro, algunas inconsistencias (pág. 53):
“el hombre primitivo ha detenido su carro”.
(Creo que la rueda fue desarrollada por las
comunidades imperiales. Y esta otra,
“determinan el lugar reservado a los
sacerdotes e instalan el altar y los vasos del
sacrificio (definitivamente, Le Corbusier, creo
yo, está pensando en comunidades
imperiales).
Pero, independientemente de lo que pueda
estar pensando Le Corbusier, no termina aquí
mi grata sensación, pues, en efecto en lo que
sí esta pensando es en las comunidades de
cazadores –recolectores, a propósito de las
cuales argumenta, en página 53, “que no hay
hombre primitivo, que lo que hay es medios
primitivos, y que la idea es constante y está en
potencia desde el comienzo” (me imagino que
Semejante afirmación es, ¡sin duda la más
trascendental que he encontrado!. En efecto
tal como yo lo veo, postularía que el primer
edificio habría sido el construido a partir de
varas convergentes en un ápice (Figura 1). Este
edificio daría lugar a la ejecución de las infinitas
versiones que tienen como característica la
disposición radial del sistema portante, desde
el Panteón hasta el edificio de la Orden de los
Templarios.
Después, en cuanto a las bandas de
cazadores-recolectores que se especializan
como cazadores de animales de rebaño,
ocurriría el descubrimiento de la columna,
primero como simple poste, y luego, con el
desarrollo de la mampostería en forma de
columna propiamente. Así surge la geometría
a naves (Figura 2), tan excelsamente
desarrollada en los templos griegos.
Después, como el nomadismo prehistórico
no sería una errancia sin rumbo, sino un
desplazamiento programado, de nicho en
nicho ecológico, bien pronto ocurriría el
descubrimiento de la agricultura, muy
probablemente, por accidente: descubrir que
luego de consumir frutos varios, se habrían
reproducido, espontáneamente, a partir de las
semillas.
Ya lograda la agricultura, y con ello el cese
del nomadismo, un nuevo entorno urbano se
produciría: la aldea agrícola empalizada,
rodeada de cercados para proteger
debidamente los cultivos (Figura 3), la cual
haría obligatoria la organización compacta de
los recintos (Figura 4), con el requisito de
asegurarles suficientes iluminación y
ventilación. Así se produciría el desarrollo del
tercer tipo arquitectónico; el atrio, el cual hace
posible la ciudad.
Todos estos desarrollos tipológicos
deberíamos pensarlos como posibilidades que
sólo ocurrirían gracias a la sintonía armónica
de la dinámica cultural (en sus aspectos
religiosos y tecnológicos), por ejemplo, el
desarrollo de la mampostería habría sido
fundamental y no hay duda de que el contacto
con la arcilla en las labores agrícolas habría
tenido mucho que ver.
Y con ello completamos la triada de
espacios tipológicos: el espacio Central, el
espacio a Naves y el espacio Atrial. Y la historia
toda de la Arquitectura vendría a ser el
inventario de las versiones correspondientes.
Luego, Le Corbusier continúa, con toda
una secuencia de seis páginas en las cuales
presenta y defiende su idea de los trazados
reguladores, en los siguientes términos, página
57: “Un trazado regulador es un seguro contra
la arbitrariedad, es la operación de verificación
que aprueba todo trabajo, la prueba del nueve
del escolar el “lo que queríamos demostrar”
del matemático. El trazado regulador es una
satisfacción de orden espiritual, que conduce
a la búsqueda de relaciones ingeniosas (y aquí
Fig. 2 Geometría a naves.
5
mismo, lo cual solamente podría entenderse,
desde esa aproximación del trazado
regulador, heredado de su maestro Le
Corbusier, de manera que la sugerencia de
Silvia Arango, en el sentido de una posible
conexión a propósito con lo “real maravilloso”,
al menos desconoce esta realidad.
A propósito, la gran virtud de la arquitectura
de Rogelio Salmona, es la de mantenernos
próximos a la gran tradición de la arquitectura
clásica, con lo cual logra sin duda
“culturizarnos”, manteniéndonos en una
relación cultural trascendental.
1
Fig. 3 Aldea agrícola empalizada, rodeada de cercados.
pienso en Salmona) y de relaciones
armoniosas (otra vez pienso en Salmona).
Confiere euritmia a la obra”.
El trazado regulador aporta esta
matemática sensible, que proporciona la
percepción bienhechora del orden (y aquí Le
Corbusier me parece bastante clásico). La
elección de un trazado regulador es uno de
los momentos decisivos de la inspiración, una
de las operaciones capitales de la
arquitectura... y ¿qué tiene que ver todo ésto
con Rogelio Salmona?
Resulta que en la edición de diciembre de
1999 de la revista “el malpensante”, aparece,
en la página 39 una sorprendente declaración
de Rogelio Salmona en la cual (Salmona dixit)
afirma, en relación con el edificio de
Postgrados de la Universidad Nacional, que
todos los proyectos que yo hago son el
6
Fig. 4 Organización compacta de recintos.
LE CORBUSIER. Hacia una Arquitectura.
Poseidon, Buenos Aire, 1964
Capitolio Nacional. Bogotá. Thomas Reed 1846, Fuente: Conconcreto.
Clasicismo, Arquitectura y Ciudad
en Colombia Siglo XIX
Benjamín Barney
C
omo dice Ramón Gutiérrez el XIX
fue en Hispanoamérica un siglo de
150 años.1 Comenzó en el XVIII, antes
de la emancipación de las colonias españolas,
y las guerras lo prolongaron hasta bien entrado
el XX. Colombia tardaría casi 100 años en
romper con los patrones urbanos y
arquitectónicos hispánicos después de su
Independencia. Los cambios estilísticos
correlativos a una nueva identidad no se
generaron inmediatamente y la construcción
popular en los primeros años de la República
simplemente continuó las trazas urbanas y los
tipos y patrones arquitectónicos de la tradición
colonial y apenas se incluyen después algunos
rasgos del neoclasicismo de finales de la
Ilustración. Hacia la segunda mitad del XIX, la
ruptura con España y la transformación de la
vida social, generó un período transitorio en el
que si bien aún no se formula una «nueva»
arquitectura sí se introducen renovaciones
notorias, al tiempo que se construyen unos
pocos edificios neoclásicos, como el Capitolio
Nacional, con los que se busca identificar a la
nueva República. Por otro lado, el crecimiento
demográfico, que venía presentando
profundos cambios desde antes de la
Independencia,2 todavía mantiene el modelo
de poblamiento colonial en el que los puertos
más importantes eran Mompox, un puerto
fluvial, y Cartagena, en los que vivía una
mínima parte de la población. Pero a medida
que se intensifica la internacionalización de
la economía, la población de los puertos
aumenta fuertemente. La correspondencia de
la distribución de la población con los ciclos
exportadores, iniciada a finales del XIX, y que
solo empieza a desaparecer desde la Primera
Posguerra, provocó la ampliación de la frontera
agrícola del país, la que no solo produjo
nuevos medios de subsistencia, sino su
reorganización a partir de la conformación de
nuevos espacios regionales. Se fundan nuevas
poblaciones para el intercambio de los
excedentes agrícolas, como Manizales, y se
produce el rápido crecimiento de no pocas
pequeñas ciudades existentes, como Cali,
puerto seco por donde salía la mayoría del
café de exportación que era embarcado en
Buenaventura. A partir de la segunda mitad
del XIX se aceleró el remplazo de los centros
de poder tradicionales, cuando se dividió el
país en departamentos, provincias y cantones,
se suprimió el sistema jerárquico de privilegios
y se establecido la igualdad teórica de todos
los municipios.3 Declinan los centros del poder
político, militar, religioso y administrativo de la
Colonia y se abren paso los de concentración
comercial y financiera generados por la
producción agraria de exportación. Como dice
Jacques Aprile-Gniset, «la ciudad de la
economía sustituye o margina la ciudad de la
política.»4 Y, se debe agregar: la arquitectura
de la verdad constructiva fue reemplazada por
la de la apariencia formal.
El desarrollo lineal inicial de las nuevas
fundaciones dio paso a la retícula colonial
cuando crecieron y se consolidaron, la que se
densificó mediante la subdivisión de los
solares y el aumento de las construcciones de
8
dos pisos. Los progresistas proyectos urbanos
españoles, como el Plan Cerda, de 1858 para
el ensanche de Barcelona o el Barrio de
Salamanca, de 1859, de C. M. de Castro para
Madrid así como la original Ciudad Lineal de
Arturo Soria, de 1882, solo repercutirán en el
país muchos años después. Los tipos edilicios
y las técnicas constructivas coloniales se
mantienen, pero se abandonan los procesos
constructivos más dispendiosos y lentos a favor
de una simplificación general de la
construcción. La composición de las fachadas
pasa a ser rigurosa, con ritmos marcados y
énfasis en la verticalidad de los vanos; las
techumbres son menos inclinadas y los pisos
más altos. La simetría se generaliza, los
espacios se diferencian y aparecen recintos
especializados. Los motivos mudéjares y
barrocos son sustituidos por los neoclásicos.
Frisos, zócalos, columnas, pilastras y jambas,
habitualmente ornamentadas, son frecuentes.
La arquitectura de la casa cafetera mantiene
los patrones formales de la hacienda colonial
de tierra caliente pero adaptados a la nueva
técnica constructiva de la guadua y la madera
y responde vagamente a algunas características del neoclásico; se vuelve a los
corredores periféricos de finales del XVIII pero
los volúmenes ahora son simétricos y
regulares. La casa urbana del colono pudiente
se abre generosamente a través de ventanas
y adornados balcones que proporcionan
numerosas visuales sobre el entorno urbano.
Estos nuevos modelos alcanzan su máxima
expresión estilística con la bonanza de las
primeras exportaciones de café. Pero un sector
exitoso no tarda en buscar en el exterior sus
símbolos, e inicia la importación de materiales
suntuarios para la construcción y la decoración
lo que indica un cambio estilístico y una nueva
ideología. La nueva hacienda cafetera y la casa
urbana del comprador de café abandonan el
blanco tradicional de la cal y acuden a la
novedosa policromía de las pinturas químicas.
Mientras que en España hasta bien entrado el
XIX la arquitectura mantuvo un neoclasicismo
cada vez más gastado, en Colombia este solo
se abre paso a finales del siglo, y es ya
necesariamente una arquitectura historicista.
Consolidado el espíritu republicano, se adopta
el romanticismo y Colombia asume los nuevos
estilos importándolos de Inglaterra y Francia,
países con los cuales se ha establecido una
relación más estrecha. «Nuevos» estilos que
necesariamente serán «prestados» pues no
habrá tiempo para adaptarlos. Lo mismo
sucederá con los nacionalismos e historicismo
que proliferan en España a partir del reinado
de Isabel II, como el neomudéjar, el
neoplateresco, el neonazarita o el neogótico
levantino,5 que solo repercutirán en el país
entrado el siglo XX. Entre l880 y l940 el
neoclasicismo asciende, se transforma en
moderno-historisista, vertiente neoclasisista,
entra en decadencia y se disuelve en un
eclectisismo que pronto es desplazado por las
primeras expresiones modernistas locales en
los campamentos de las multinacionales del
banano como la Andean y la United Fruit en
Santa Marta y Ciénaga, los campamentos de
las petroleras norteaméricanas en
Barrancabermeja, las últimas estaciones del
ferrocarril y las instalaciones portuarias de
Barranquilla y Buenaventura.6 Las nuevas
ciudades que surgen o crecen a finales del
XIX y principios del XX, lo hacen bajo una
doble dependencia estilística y tecnológica, y
mediante una arquitectura que une el uso de
formas neoclásicas con el de materiales
modernos importados, principalmente
cemento danés, vidrio y hierro, 7 y fueron
ingenieros, incluyendo los militares, 8 y
arquitectos extranjeros, los que divulgaron las
nuevas ideas arquitectónicas.9
Neoclasicismo y Latinidad
El término «clasicismo»10 se aplica a los
estilos más conscientemente tributarios de
Grecia y Roma, a manera de un revival,11 o vuelta
a sus principios artísticos o arquitectónicos.12 A
partir del siglo XVI la interpretación renacentista
de la Antigüedad ejerció tanta influencia en
los arquitectos clasicistas como la misma
Antigüedad, y se empezaron a desarrollar las
teorías clásicas de la arquitectura basadas en
Vitruvio, redescubierto en 1414, que se
prolongaron a lo largo del XVII, aunque la
mayor parte de los arquitectos solo las pusieron
en práctica a finales de ese siglo en Francia
en donde Perrault y Mansart comenzaron a
usar patrones clásicos, y a principios del siglo
siguiente, en Inglaterra, cuando arquitectos
como Campbell, Burlington y Kent regresaron
al clasicismo de Iñigo Jones y Andrea Palladio,
lo que es considerado como la primera fase
del movimiento neoclásico de mediados del
XVIII.
Esta tendencia artística comenzó como una
reacción a los excesos del rococó y el barroco
tardío y buscaba establecer unos principios
basados en las leyes de la naturaleza y la
razón. Se abogo por «la noble simplicidad y la
tranquila grandeza» que Winckelmann
consideraba las principales características del
arte y la arquitectura griegos,13 y se prestó
nueva atención a los antiguos edificios que se
conservaban en Europa y Asia Menor. Los
gravados de Piranesi inspiraron una nueva
visión de la arquitectura romana que
subrayaba sus cualidades formales y
espaciales, y los nuevos descubrimentos
arqueológicos posibilitaron la «corrección» de
sus motivos clásicos. No obstante, las meras
copias de edificios griegos y romanos fueron
raras y nunca se recomendaron. Los teóricos
pedían una arquitectura racional, basada en
una serie de principios, pero que no imitaba la
grandeza romana. 14 Se creía que la
arquitectura, como la sociedad, había sido
mejor y más pura en sus más simples y
primitivas formas, lo que llevó a una nueva
apreciación de la severidad del dórico griego.15
Estas ideas que llevaron a la creación de una
arquitectura de formas geométricas puras cubo, cilindro, pirámide y esfera- encontraron
su expresión más radical en Boullee, Ledoux
y Gilly, en Francia, Soane, en Inglaterra, Latrobe
en Norteamérica y Zakharov en Rusia. A pesar
de todo, solamente unos cuantos arquitectos
de finales del XVIII adoptaron los principios
neoclásicos y sus conclusiones lógicas, pero
también muy pocos escaparon a su
influencia.16 En Francia, la Revolución y el
Imperio Napoleónico, después, adoptan y
ponen de moda el estilo imperial romano, en
una versión teatral y recargada, pues
supuestamente expresaba las virtudes de la
vida civil republicana. Adopción claramente
explicada por Marx:
La tradición de todas las generaciones
desaparecidas oprime como una pesadilla el
cerebro de los vivos precisamente cuando
estos parecen trabajar para transformarse a sí
mismos y a las cosas, para crear lo que no ha
existido nunca; en tales épocas de crisis
revolucionaria se evocan angustiosamente los
espíritus del pasado para ponerlos a su
servicio; se toman prestados sus nombres, sus
consignas, sus costumbres, para representar
con este viejo y venerable disfraz y con este
parlamento tomado en préstamo la nueva
escena de la historia. Así Lutero se disfrazó de
apóstol Pablo, y la revolución de 1789-1814
se vistió alternativamente con el ropaje de la
república romana y del imperio romano. 17
Los edificios neoclásicos tienen una
apariencia sólida y severa. Su decoración es
muy restringida y en algunos casos totalmente
eliminada. Los órdenes tienen una función
estructural más que decorativa, las columnas
sostienen los entablamentos en lugar de
adosarse al muro. La claridad de los
volúmenes está subrayada interior y
exteriormente por la continuidad de los
contornos y las masas, absolutamente
definidas y, en algunos casos, violentamente
yuxtapuestas. A principios del XIX estos
severos ideales fueron remplazados por una
decoración más rica, una composición más
pintoresca y más alusiones literarias al pasado.
La tradición clásica sobrevivió en Europa,
Norteamérica y las colonias europeas de Asia,
África e Hispanoamérica a lo largo del siglo
como una simple forma de renacimiento de lo
clásico, ya fuera griego, romano o renacentista,
la cual desembocaría en nuevos revivales, a
finales del XIX y comienzos del XX por toda
América.18
La apertura comercial de las nuevas
repúblicas americanas con países europeos
distintos a España implicó también una
apertura cultural, facilitada por los mismos
próceres criollos, lo que les permitió a Francia
e Inglaterra heredar las condiciones de
dependencia de las antiguas colonias,
generando un nuevo interés geopolítico en
estos países. La realidad de la América
Española fue sustituida por la idea de América
Latina, sutil operación eurocentrista, como lo
señala Ignacio Abello:
Sólo cuando Francia tuvo interés, tardío,
en América y concretamente en México,
apareció el concepto de Latinidad. En ese
momento […] se planteó la necesidad de crear
un movimiento panlatinista en el cual Francia
sería la gestora y beneficiaria del mismo [y]
heredera natural de las naciones latinas
europeas, pero también buscaba constituirse
en el centro de referencia de los nuevos países
americanos recientemente independizados, a
los cuales introducía dentro de su órbita cultural
al declararlos latinos […] Por su parte, para los
americanos fue la perfecta solución a un
problema que se les había presentado desde
que habían conseguido la independencia,
debido a que el rompimiento con España
conllevó un movimiento de ruptura no sólo
político, sino que pretendió, igualmente ser
cultural. Pero esta nueva clase dirigente que
había hecho la independencia, era, ancestral
y culturalmente española, y no podía, en dos
generaciones, romper ese cordón umbilical;
9
menos aún cuando se negaba a reconocer
algún tipo de vínculo con los indígenas, a
quienes despreciaba y consideraba inferiores.
Fue, en consecuencia, fácil y especialmente
oportuno la aceptación del concepto de
latinidad, porque de esta manera se podían
aceptar los vínculos culturales con España, no
como país conquistador y colonial, sino como
país igualmente latino, el cual a su vez, debía
mirar hacia Francia. 19
El Neoclásico en Colombia
En Colombia, el neoclasicismo dejó
proyectos de importancia. Aparte de los
diseños posiblemente realizados en la
Academia de San Fernando en Madrid,20 y el
del Palacio de los Virreyes en Bogotá (1781)
de Jiménez de Donoso, descartado por sus
altas especificaciones, 21 están las obras
realizadas por fray Domingo de Petrés,22 quien
aún antes de llegar a Bogotá, en 1792, había
remitido desde España algunos planos, como
los del convento Capuchino, en 1783. En
Colombia intervino en la reconstrucción de San
Francisco (1794) y, a lo largo de 1804, en las
reparaciones de San Ignacio, Santa Inés, San
Juan de Dios y los colegios de la Enseñanza y
San Agustín, todos en Santa Fe. Sin embargo,
10
sus obras más conocidas son la Catedral y
Santo Domingo, en Bogotá, y los templos de
Chiquinquirá, Zipaquirá y Santa Fe de
Antioquia. 23 Es interesante, anota Ramón
Gutiérrez, constatar un cierto anacronismo en
Chiquinquirá, donde retoma antiguas
propuestas de cabecera poligonal con girola,
o en Zipaquirá, cuyo diseño se asemeja al
proyecto de Diego de Siloé para la catedral de
Granada. Quizás una de las obras más
singulares del periodo sea el Observatorio
Astronómico de Bogotá, de 1803, que realizó
Petrés con una volumetría sin antecedentes
en la arquitectura virreinal en Sudamérica.24
Sin embargo, la realidad es que entre 1800 y
1850 hay en el país más una marcada
evolución de las formas hacia el manierismo
que hacia un verdadero neoclásico. 25 El
Capitolio Nacional, construido a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX y principios de la
primera del XX será el edificio más
auténticamente clásico construido en el país;
prácticamente el único.
Como dice Gutiérrez, el neoclasicismo
encontró en la austeridad y mesura
características del barroco neogranadino un
terreno apropiado, que respetó, por lo que no
supuso un cambio tan fuerte como si lo fue sin
lugar a dudas el anterior abandono del
mudéjar en los edificios gubernamentales y
eclesiásticos. La arquitectura tradicional,
sencilla y criolla, de Popayán y el Valle del Alto
Cauca, el mayor legado de la región al barroco
neogranadino, fue barrida por el carácter
intelectual del neoclásico, como dice Santiago
Sebastián.26 En Popayán el neoclasicismo
dejó exponentes de interés a fines del XVIII y
primera mitad del XIX, dando cierta fisonomía
a su arquitectura civil pero menos a la
eclesiástica. Antonio García inicio la
transferencia en su proyecto para la catedral,
de 1786, que no se construyó, y, entre 1775 y
1794, en la iglesia de San Francisco, que con
su fachada de sillería ha sido considerada la
más monumental de su época y una de las
obras más importantes del siglo XVIII en la
Nueva Granada.27 En ella García limita las
formas barrocas a los motivos ornamentales
de columnas o claraboyas laterales y al remate
mixtilíneo, 28 y retoma la idea de la gran
fachada-tapa con la que engloba las tres
portadas dejando sólo la central como retablo
con columnas y pilastras.29 El paso definitivo
al neoclásico se da cuando el obispo Velarde
recibió el encargo de reconstruir la catedral. Al
no ser aprobado por la Academia el proyecto
de 1786 de Antonio García, Velarde solicitó en
1788 sus planos a la misma Academia pero
éstos fueron descartados por costosos. La
catedral actual solo fue construida en 1859,
después de la Independencia, por Fray Serafín
Barbetti (1800-1875). La difusión del
neoclasicismo no fue radical y la arquitectura
colonial sobrevivió en el sur-occidente
colombiano no solo en los tipos, materiales y
sistemas constructivos, sino en algunos
detalles barrocos insertos en los diseños
académicos, como en los de Andrés Marcelino
Pérez de Arroyo y Valencia en Popayán.30
Este ilustre payanés fue un espíritu
polifacético: teólogo, canonista, jurisperito,
arquitecto y matemático, formó en un tiempo parte
de la comunidad franciscana y fue una figura
destacada del Colegio del Rosario y candidato
a la sede metropolitana. Según Miguel Antonio
Arroyo Díez, su biógrafo, formó su gusto en los
tratados de Vitruvio y Vignola. 31 Santiago
Sebastián y Carlos Arbeláez observan cómo
esta circunstancia «no nos deja duda alguna
sobre su formación profesional [pero] debido a
sus múltiples ocupaciones casi nunca dispuso
del tiempo necesario para dirigir personalmente sus obras, habiendo delegado este
trabajo en constructores de su confianza».32
Por lo demás fue contemporáneo y amigo del
científico, matemático y patriota Francisco José
de Caldas (Popayán 1771-Bogotá 1816)
conocedor también de Vitruvio e interesado
por la arquitectura, lo que permite suponer, a
juicio de Silvia Arango, «una dinámica
intelectual respecto a la arquitectura, que no
se dio en ninguna otra parte del país.»33 En su
ciudad natal diseñó el altar mayor de la iglesia
de Santo Domingo. También se le atribuyen
las casas de Angulo, frente a Santo Domingo,
las de Manuel María Arroyo y su hermano José
Antonio, en la plazoleta de la Compañía, y la
que construyó el doctor Santiago Arroyo para
su primera esposa María Teresa Mosquera, en
la calle del Seminario Menor, caracterizadas
por ese aire de prestancia que tienen algunas
viviendas patricias de la ciudad, en las que
utilizó en las columnas y pilastras, cuidadosamente elaboradas en ladrillo, los órdenes
La Casa de Hacienda y la Casa
Urbana Republicanas
jónico, dórico y toscano.34 En Cali hizo los
planos de la Iglesia Nueva de San Francisco,
primer hito de la nueva tendencia en el Valle
del Alto Cauca,35 en donde su conocimiento
de Vitruvio y Vignola se manifiesta claramente
en la fachada.
Fray Pedro de la Cruz Herrera y Riascos,
constructor de San Francisco de Cali, fue
posiblemente el más importante arquitecto de
la ciudad por esa época, y Doctor en «ambos
derechos» del Colegio Mayor del Rosario.36
Además de San Francisco completó el claustro
de San Agustín, en donde funcionaba el
Colegio de Santa Librada. Herrera, según
Mario Carvajal Borrero, se formó «a la sombra
magna» del sabio José Celestino Mutis.37 El
otro arquitecto destacado de la ciudad, formado
al lado de Herrera y Riascos, fue Fray José
Ignacio Ortiz, autor del puente que lleva su
nombre.38
En la primera mitad del siglo XIX los
cambios en la arquitectura doméstica
obedecieron a la disminución de los recursos
disponibles y a modificaciones en el uso
generadas por la situación del país, lo que
implicó la optimización de algunos patrones
independientemente de la voluntad de un
cambio formal, conformando un periodo de
transición con relación a la arquitectura
colonial. Pero a finales del siglo, la consolidación
de la república emparentó la «casa-quinta»
suburbana con la casa de hacienda. 39 Se
introdujeron modificaciones de gusto y uso de
sus patios y habitaciones,40 y se jerarquizaron
otras funciones de acuerdo con los cambios
producidos por la agricultura de exportación.
Se alteraron las proporciones de los vanos, se
introdujo el uso del color, sobre todo en la
madera y en los zócalos, y se añadieron
repertorios formales pintoresquistas, 41
recurriendo eclécticamente a los estilos
históricos. En este período las villas
suburbanas son modelos transitorios para
algunas casas de hacienda donde se funden
con los tipos tradicionales. La variedad de
estos modelos corresponde a la nueva
situación de dependencia del país, y su
condición de receptor facilita la asimilación
indiscriminada de elementos de diverso tiempo
y lugar. El modelo único es sustituido por el
gran mercado de modelos del eclecticismo. Su
variedad y número implica su debilidad y, por
tanto, su transitoriedad, por lo que esta
arquitectura termina, ya bien entrado el siglo
XX, con la introducción de la arquitectura
profesional moderna.42
Como dice Ricardo Hincapié,43 la tipología
de las casas llamadas republicanas, que en
rigor lo son de tradición colonial, de origen
islámico y, finalmente, romano, tanto de
hacienda como urbanas, responde a unos
tipos y patrones comunes y a una distribución
arquitectónica característica, en la que las
distintas posibilidades de organización interior
11
obedecen a unas constantes; sus espacios,
de gran altura y generosas proporciones, se
agrupan linealmente en crujías y están unidos
por corredores, conformando claustros
completos o parciales. Estas naves, o crujías,44
permiten diversas posibilidades de
organización e interconexión según sea su
posición en los patios. Esta relación nave-patio,
constituye una característica básica de la
arquitectura de tradición colonial en Colombia
y, por supuesto, en Hispanoamérica. Su
utilización es muy variada y responde a las
funciones y usos más diversos. Sus
componentes pueden ser aposentos, estancias,
habitaciones o recintos a un lado de los cuales,
o a los dos, se desarrolla el corredor sostenido
y delimitado por pies derechos de madera; o
bien, dichas naves pueden estar constituidas
por el solo corredor. Su relación con el exterior
se da en las casa urbanas a través de una
sola entrada, el portón, seguida de un zaguán,
aunque en algunos casos hay entradas
laterales para el uso de las bestias. En las
haciendas siempre hay un corredor frontal
desde el que se accede a los dos o tres cuartos
que dan a él, pero siempre existe uno que
permite a través suyo pasar directamente al
interior. Los materiales son escasos tanto en
el exterior como en el interior; madera en los
12
vanos, las gruesas paredes de adobe
embarradas y encaladas y pisos enladrillados.
En la gran uniformidad en el tratamiento de
las fachadas urbanas se encuentran dos
soluciones; la primera, de obvia tradición
colonial, de la cual es ejemplo la casa Martínez
Satizábal de Cali, se caracteriza por una
distribución aleatoria de los vanos en la cual
no se corresponden estrictamente sus alturas
y la secuencia de llenos y vacíos no es regular;
se trata de casas que no tienen ninguna
ornamentación diferente al zócalo solo pintado
que corre a lo largo de la fachada, el enrejado
de las ventanas, llamadas «arrodilladas», el
uso de balcones cuando son de dos pisos y
los los canes del alero cuando son dejados a
la vista. En la otra solución, influenciada por el
neoclasicismo, 45 se encuentran medidas
uniformes, puertas y ventanas que se
corresponden en sus dimensiones y alturas y,
cuando son de dos pisos, la estricta alineación
vertical de los vanos; la reiteración de partes a
lo largo de la fachada cuidadosamente
moduladas, tiene evidentes repercusiones en
la organización interna de las casas. El uso de
estas dos soluciones no obedece a una
secuencia cronológica, su empleo es por el
contrario simultáneo y por lo tanto no es posible
establecer a partir de su reconocimiento criterio
alguno de antigüedad, particularmente en Cali
cuyo casco más viejo se conforma apenas en
la segunda mitad del siglo XIX. El gusto por
una u otra es más bien un fenómeno netamente
cultural: la tradición colonial es el resultado de
una repetición de maneras de construir de
acuerdo con una arraigada tradición; de otro
lado la moda neoclásica, influencia directa de
las arquitecturas consideradas de mayor
prestigio de ciudades más grandes e
importantes como Bogotá, Popayán o, incluso
Cartago, es usada en Cali para edificios que
pretenden ser representativos, como colegios,
conventos, cuarteles, casas municipales,
viviendas de familias importantes de finales
del siglo, apelando al prestigio áulico o el valor
nobiliario consustancial a la arquitectura
clásica.46
Finales del XIX
Por esta época, en los edificios más
importantes, como la llamada primera
Gobernación en Cali, elementos del repertorio
clásico, basamentos, pedestales, pilastras,
capiteles, cornisas, arcos, áticos y molduras,
construidos con ladrillo cocido visto o encalado,
se sobreponen al muro continuo de adobe; en
los ejemplos más elaborados toda la fachada
es de ladrillo pegado con barro. El orden
arquitectónico del repertorio clásico más
usado, y que más se ajusta a esta rústica
arquitectura de barro, es el toscano. En un
grabado de América Pintoresca,47 de una calle
de Cali se observa claramente cómo la ciudad
tiene varias casas de dos pisos, y cómo a una
de ellas se le han agregado cornisas, frisos,
dinteles, jambas, zócalo y balcones, de corte
neoclásico; pero dicha casa no se diferencia
sino en ésto de la casa tradicional que está en
su frente. El neoclásico, que se desarrolla en
el país a partir de mediados del XIX cuando
se adaptan capillas a los nuevos patrones, y
se construyen nuevas iglesias, puentes,
galerías y cuarteles, y los conventos son
confiscados y convertidos en cuarteles o
colegios,48 conforma el nuevo símbolo de las
ciudades pero no logra consolidar una imagen
republicana completa de ellas, con la notable
excepción de Popayán, y en realidad solo
afecta las formas más aparentes de su
arquitectura y desemboca, en las primeras
décadas del siglo XX, en una apertura hacia
distintos revivales: el llamado Eclecticismo,49
con sus nuevas lecturas de la arquitectura y la
ciudad y luego, incluso en sencillas casas de
habitación, como se pueden ver aún hoy en
La Merced y San Antonio. Aprile-Gniset señala
al respecto:
«A finales del siglo pasado [el XIX] los
comisionistas y grandes mercaderes,
controlando el comercio de importación y
exportación, conforman el sector ascendente
y más dinámico de la sociedad colombiana.
Viajando mucho sus integrantes descubren en
Europa los seducientes [sic] vestigios del
arcaico estilo arquitectónico llamado
«neoclásico»... lo transfieren sin tardar a
Colombia, al igual que los machetes de
Sheffield, las telas de Manchester y de Ruán.
No es por casualidad que ...esta arquitectura...
sigue, paso a paso, en el país la estela de la
progresión geográfica del comercio externo;
importaciones y exploraciones se asocian con
la edificación de las fortunas mercantilistas
consumidoras... Producto del viaje, de la
circulación del dinero, de la gente y de las
ideas, traído en un país en donde crecía la
movilidad, el neoclásico sería una «arquitectura
de la circulación».50
Hasta principios del XIX las pequeñas
poblaciones coloniales crecieron al lado del
mar como Cartagena y Santa Marta o en valles
o sabanas en medio de las cordilleras y al lado
de ríos, como Cali, Popayán o Santa Fe de
Bogotá o de Antioquia, rodeadas por grandes
haciendas que solo contaban con un
pasarelas de madera o guadua para peatones.
Hacia mediados del siglo, estas fueron
reemplazados por puentes de arcos de ladrillo
o piedra. 51 La traza ortogonal colonial se
adaptó a las irregularidades de los diferentes
emplazamientos, dando como resultado
manzanas no completamente regulares: los
largos de cada cuadra y los ángulos de
intersección de las calles varían y por
consiguiente las manzanas no son siempre
estrictamente ortogonales. Esas irregularidades se acentúan en aquellas manzanas que
sirven de límite las ciudades, o en su encuentro
con los ríos, donde se dan dimensiones mucho
más pequeñas que las de las manzanas
normales y casi ortogonales del centro, donde
las hay triangulares o en forma de cuña hasta
laminares. Hay también conformaciones
irregulares como resultado de la prolongación
de la malla sobre los viejos caminos de acceso
a las poblaciones; en particular sobre los
Caminos Reales que conducen a otras
ciudades y que las comunicaban con las
haciendas vecinas. La traza se califica
mediante la disposición jerárquica de amplios
espacios urbanos, plazas y plazuelas, a los
que daban las calles estrechas, y por
construcciones de grandes dimensiones como
iglesias, conventos, casas de gobierno,
edificios representativos de altísimo valor
simbólico y monumental que se destacaban
sobre los demás sirviendo de referencia y de
orientación a la gente, y que, junto con el
característico paisaje en el que se asentaban
las ciudades, constituían su imagen.
Durante la Revolución Francesa las
estatuas de los reyes cayeron y en su lugar, en
el centro de las plazas reales, se sembraron
árboles que representaban la flora de cada
región; 52 en la Nueva Granada, 30 años
después, Nariño introdujo este rito republicano
13
ordenando la siembra de un arrayán en el
centro de la antigua Plaza Mayor de Santa Fe,
cerca de donde había estado el cadalso del
virreinato. Muchos pueblos y ciudades
americanos siguieron esta costumbre o
simplemente les cambiaron de nombre. En Cali
la vieja Plaza Mayor paso a llamarse Plaza de
la Constitución en 1813 cuando se jura la
Constitución de la monarquía española. Más
tarde, ya entrado el siglo XX, el espacio abierto
luminoso, plano y «vacío» de la plaza pasó a
ser «llenado» y sus muchos usos festivos
suprimidos. Se suspende el mercado semanal
y las carreras de caballos, las fiestas y las
corridas de toros pasaron eventualmente a los
lotes vacíos de la cl. 12 hacia Santa Rosa. En
1875 el Cabildo ordenó colocar una pila en el
centro de la plaza y (finalmente) sembrar
árboles en cada uno de sus cuatro frentes
dispuestos a iguales distancias y en
disposición simétrica, determinación que no
se cumplió, por lo que en 1888 se sembraron
cuatro almendros que duraron hasta la década
de 1910. Al comenzar la de 1890 se había
autorizado a cercar la plaza con alambre de
púas y sembrar una inmensa zapallera y, en
1898, la construcción de un parque. Poco
tiempo después el parque fue cercado con una
verja de hierro sobre muros de ladrillo,53 con
puertas de torno en la mitad de cada frente y
se cambió la zapallera por pasto «argentino».
Como dice Edgar Vázquez,54 la plaza se cerca,
se siembra, se llena de elementos materiales,
pero se vacía de actividad social. Desaparece
la comunicación y la socialización masiva,
múltiple y abierta, y se reduce a una comunicación
íntima, tranquila, más especializada y jerárquica.
Su total luminosidad da paso a una penumbra
cada vez más profunda a medida que crecen los
árboles. Pero la profusión de árboles, plantas y
verjas que llenaron la Plaza de la Constitución
no tenía por finalidad su ornato solamente, sino
su cambio de imagen, como lo comprueba que
durante casi una década la inmensa zapallera
fuera juzgada como «horrorosa» por sus
contemporáneos. A la par con la nueva estética,
55 y la nueva imagen, se instauró una nueva
función para la plaza: se transformo en parque,
14
al punto de que hoy se conoce como el
«Parque de Cayzedo».56
Los barrios al occidente de esta zona se
reconocen en esos años con el nombre de «El
Empedrado», probablemente porque las
calles estaban pavimentadas con cantos
rodados. El grupo de manzanas hacia el
suroriente excluido de esta delimitación es el
afectado en la época por la presencia del
mercado en la Plaza de Santa Rosa, en la que
sólo existe sobre el costado norte un gran
pabellón para la venta de carne, una pila en
su extremo suroriental y en medio un
bramadero,57 donde se realiza el sacrificio de
las reses. Entre las manzanas situadas al
oriente de la plaza de mercado se destaca la
comprendida entre las calles 12 y 13, punto
de arribo de la red tranviaria de la población
donde posteriormente surgirá la Galería de El
Calvario. La arquitectura del Empedrado sigue
los patrones de la arquitectura tradicional
colombiana de finales de siglo. Construcciones
de uno o dos pisos con paredes de adobe
cubiertas con teja de barro, rematadas en
alero, dispuestas en paramentación continua
cuyas aberturas de fachada -vanos, puertas,
ventanas y balcones de proporción vertical y
con predominio del muro sobre el vacío- crean
una secuencia rítmica en la que las diferencias
propias de los edificios singulares son
absorbidas por el peso y la fuerza de sus
constantes formales. Estas diferencias que
pueden ser variaciones en la posición o en las
dimensiones particulares de los vanos o de
las alturas el plano horizontal de los aleros, o
del nivel del piso enladrillado de los andenes
en aquellos sitios de topografía quebrada o
de los materiales y acabados de fachada
comúnmente usados, restan toda posibilidad
de monotonía al coherente conjunto cuya
riqueza -a pesar de lo elemental de sus
componentes- está dada por la multitud de
posibilidades de respuesta a situaciones
específicas y que dependen de las
características singulares de cada sitio tamaño y ubicación de los lotes- del uso e
importancia de cada uno de los edificios; lo
que se expresa tanto en las proporciones
particulares de cada uno de estos edificios
como en la escogencia de materiales y
repertorios ornamentales.
Conclusiones
Notas
Desde hace unas décadas se ha venido
llamando en el país arquitectura republicana
a la que se hizo a finales del siglo XIX y
principios del XX incorporando eclécticamente
conceptos (como la simetría), elementos
(columnatas, frontones, áticos) o simples
formas (cornisas, pilastras, arcos rebajados,
zócalos) de la arquitectura clásica,
principalmente del neoclásico, pero también
del barroco o el renacimiento, e incluso del
gótico o de la arquitectura islámica, en sus
muchas
vertientes,
concentrados
principalmente en las fachadas, las que con
frecuencia se sobrepusieron a construcciones
existentes, como sucedió por cierto en San
Antonio, en Cali, en donde con la excepción
de la capilla, que es de finales del XVIII, solo
hay casas de tradición colonial pero en ningún
caso coloniales como afirman muchos
haciéndolo más con el deseo que con la razón.
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En Cali el neoclásico apenas alcanzó para
«etiquetar» la iglesia nueva de San Francisco
(1800-1829) pese a que es de influencia
tardomanierista, como lo reconoce
Sebastián,58 y para remodelar más tarde, o
construir, ya nunca se sabrá, los vanos de las
casas de alto del marco de la Plaza Mayor,
pues lo único que quedan de ellas son
fotografías. Pero un siglo después, ya entrado
el XX, es reemplazado por los revívales tardíos
de cualquier estilo histórico. Cali se diseña
directamente por arquitectos europeos o por
ingenieros del recién construido Ferrocarril del
Pacifico que aplican aquí sus conocimientos y
experiencias del viejo mundo. La ciudad se
llena con los edificios que hasta hace poco la
identificaban y que reemplazaron las sencillas
casonas de tradición colonial del siglo XIX. Se
crean nuevos espacios públicos como el paseo
Bolívar y, con el ánimo de borrar todo lo
Español, se le cambia la cara a la ahora
llamada Plaza de la Constitución, que es
remplazada por un parque a la manera inglesa
primero y a algo parecido a la francesa
después: el nuevo Parque de Cayzedo.
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Ramón Gutiérrez: Historia de una ruptura.
La arquitectura latinoamericana vista
desde América, en A&V Monografías de
Arquitectura y Vivienda Nº 13 de 1988, p.
4.
En 1851 las cinco ciudades más habitadas
solo concentraban el 4.58% de la población
nacional y Bogotá era 3.68 veces más
grande que la última. En 1870 agrupaban
el 5.59% y Bogotá era 4.46 veces más
grande que la última. En 1918 agrupan el
7.15% y Bogotá era 7.46 veces más
grande. Ver: Fabio Zambrano y otros:
Políticas e Instituciones para el Desarrollo
urbano en Colombia. Una perspectiva
histórica. En: Seminario, Políticas e
Instituciones para el Desarrollo Urbano
Futuro en Colombia. Departamento
Nacional de Planeación. Bogotá 1994.
Zambrano: Políticas....
Jacques Aprile- Gniset: Las formaciones
espaciales. Texto inédito, Cali 1989.
Rodríguez Ayuso, E. Adaro, y Elies
Rogent, respectivamente.
Carlos Botero:
Aprile- Gniset: Las formaciones ...
Como Venezuela, según Aprile- Gniset.
Ya en Caracas en 1760 Nicolás de Castro
propuso formar una Academia de Geometría
y Fortificación que duró ocho años. Luego,
en 1800, se sugiere a la Universidad fundar
una Academia de Matemáticas. Sin
embargo la arquitectura venezolana no
cuenta con obras neoclásicas de singular
valor, aunque cabe recordar entre los
escasos ejemplos el templo de San Juan
en la ciudad de San Carlos, Estado Cojedes,
concluido en 1810, la Concepción de
Barquisimeto y la fachada de la catedral de
Valencia, de 1818, diseñada por un
ingeniero de la expedición de Morillo.
La palabra «clásico» se refería
originalmente al ciudadano romano
perteneciente a una clase superior que
pagaba fuertes impuestos. Posteriormente
fue aplicada, por analogía, a escritores de
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fama, y en la Edad Media, se extendió a
las artes y escritores griegos y romanos
cuya autoridad era aceptada.
Término inglés ya de uso común en la
historia de la arquitectura y el arte, que se
aplica a las revitalizaciones de gusto por
formas históricas. Sobre el tema ver a
Giulio Carlo Argan: El revival, en El Pasado
en el Presente. Gustavo Gili, Barcelona,
1977. pp. 7 - 28.
Numerosos renacimientos han intentado
recobrar las supuestas leyes artísticas
clásicas y evocar las glorias de la
antigüedad. El primero de estos
renacimientos fue la renovatio Carolingia
de los siglos VIII a IX. El protorrenacimiento
toscano del XI representa un intento similar
y sus monumentos ejercieron una
considerable influencia en Brunelleschi y
en la fase inicial del Renacimiento.
Johannes Joachim Winckelmann: Historia
del arte en la antigüedad y, Observaciones
sobre la arquitectura de los antiguos.
Aguilar, Madrid 1955. pp. 609 y ss, y, 1091
y ss.
Como Laugier y Lodoli.
Posible gracias a las publicaciones de
James Stuart y otros sobre el
descubrimiento de algunos templos
primitivos en Sicilia y Paestum, aunque los
ortodoxos los consideraron todavía poco
simples, y demasiado robustos y
masculinos.
Nikolaus Pevsner y otros, pp. 146 y ss.
Carlos Marx: El 18 Brumario de Luis
Bonaparte. Ariel, Barcelona 1977. p.44.
Pevsner y otros, pp. 146 y ss.
Ignacio Abello: Identidad y dominación, en
Texto y Contexto Nº 5, Universidad de los
Andes, Bogotá l985. pp. 114 y 115.
La Contaduría de Panamá (1764-66) y la
casa del Gobernador de los Llanos (1789).
Silvia Arango: Historia de la arquitectura
en Colombia. Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá 1989. p.95.
Domingo de Petrés (Sagunto, España
1759-Sante Fe de Bogotá 1811),
agregado de la Academia de Bellas Artes
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de Murcia y contemporáneo de Juan de
Villanueva, el famoso arquitecto español
autor entre otros del Museo del Prado y
del Observatorio Astronómico de Madrid.
Arango, p. 94.
Petrés trabajó en la catedral de Bogotá
desde 1806 hasta 1811 cuando a su muerte
quedo la obra a cargo del maestro Nicolás
León quien hizo las torres, las que se
cayeron en el terremoto de 1827, y la cúpula
del Sagrario
Gutiérrez, pp. 242 y 243.
Se construyen la Iglesia Nueva de San
Francisco, entre 1800 y 1828; El puente
Ortiz, obra de vital importancia para el
progreso de Cali, entre 1835 y 1845; la
cuarta Iglesia Matriz de San Pedro,
aproximadamente de 1830 a 1842; El
convento de las Carmelitas Descalzas,
contiguo a la ermita por la cl. 13 (trasladado
posteriormente a la cl. 15 con cr. 6); En 1880
el templo de San Nicolas; la torre de San
Pedro, entre 1866 y1878; el puente de Santa
Rosa en 1890; la galería de El Calvario,
posiblemente en 1895; la Escuela de Artes
y Oficios en 1896; y en 1905, el cuartel del
Batallón Pichincha.
El Convento de San Agustín es confiscado
1823 e, inicialmente, se convirtió en cuartel,
pero inmediatamente pasó a manos del
Colegio de Santa Librada, junto con los
conventos de los Dominicos y de La
Merced. La Iglesia Nueva de San Francisco,
el Convento de San Joaquín, la Torre
Mudéjar, la para entonces llamada Iglesia
de Lourdes y otras pocas construcciones
de los siglos anteriores como la Iglesia
Catedral de San Pedro (hasta 1876 cuando
su fachada fue reformada), la iglesia de La
Merced, el Viejo Palacio Episcopal, la
iglesia de San Antonio, la Ermita de Jesús
del Río (o Señor de la Caña) el colegio de
Santa Librada (antiguo convento de Santo
Domingo), la iglesia de Nuestra Señora de
la Gracia (antigua iglesia de Santo
Domingo), sumadas a unas cuantas casas,
como la de los Otoya, la Martínez Satizabal
y la que ocupa actualmente la Sociedad
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de Mejoras Públicas, conformaron la
imagen de la ciudad durante casi todo el
siglo pasado.
Santiago Sebastián: Arquitectura colonial
en Popayán y Valle del Cauca .Universidad
del Valle, Cali 1965.
Su restauración, después del terremoto de
1983, se concluyo en marzo de 1996.
Las fachadas-tapa se reiteran en otros
ejemplos colombianos donde se elimina
la torre campanario y se opta por las
espadañas en una solución que se
repetirá en el resto del continente. Los
ejemplos de la iglesia de las Aguas en
Bogotá y la de Arateca en Santander se
aproximan, según Ramón Gutiérrez, a la
imagen paradigmática de Tiobamba, en
Cuzco, Perú, de la misma tipología.
Gutiérrez, pp.146 a 149.
Sebastián, pp. 19, 20 y 129 y 130.
Sebastián: pp. 130 y 131.
Sebastián: p. 56
Arango, p. 100.
Arango, p. 100.
Sebastián, pp. 19, 20 y 129 y 130
O en Filosofía y Letras del mismo colegio,
según Alvaro Calero Tejada: Cali Eterno,
la ciudad de ayer y de hoy, Ediciones
Feriva, Cali 1983. p.142.
Mario Carvajal Borrero en: Calero Tejada:
p. 143.
Calero Tejada: Cali Eterno...
De unas 18 casas de hacienda que quedan
en los alrededores de Cali, del período
republicano solamente sobreviven
Piedragrande y Las Nieves.
La importancia del entorno paisajístico
erudito en contraposición con el natural se
puede vislumbrar en el jardín botánico de
Bolívar en San Pedro Alejandrino (Santa
Marta), como hará Rosas en Palermo
(Buenos Aires), o Urquiza en San José
(Concepción del Uruguay), estos dos
últimos en Argentina.
Gutiérrez, pp. 325 a 327.
Benjamin Barney y Francisco Ramírez: La
arquitectura de las casas de hacienda. El
Ancora Editores, Bogotá 1994.
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Ricardo Hincapié: La casa Martínez
Satizabal. Monografía, Cali 1995..
Crujía: espacio comprendido entre dos
muros de carga. Cada una de las naves o
partes principales en que, desde el punto
de vista constructivo, se divide la planta de
un edificio. Ware y Beatty: Diccionario
Manual Ilustrado de Arquitectura.
De la cual es ejemplo la casa contigua
hacia el oriente de la Martínez Satizábal.
Hincapié.
Varios, América Pintoresca., p.49.
En Cali las capillas de El Recogimiento,
en la actual cr. 4ª entre las cls. 9 y 10, y,
fuera del casco urbano, la de El Limonar,
la de San Gil de Anaconas, la IglesiaAyuda Los Ciruelos y la Iglesia de El
Salado. El Convento de las Hermanas
Vicentinas, llegadas a Cali en 1885, se
estableció en una casa de una planta en la
esquina de la actual cl. 10 con cr. 4ª. El
Convento de las Madres Carmelitas
Descalzas, se fundado el mismo año en
una casa de dos plantas contigua a la
Ermita por la actual cl. 13. El internado para
niñas y jóvenes pobres, El Amparo, fue
fundado al final de la década de 1890
donde hoy se encuentra el Hotel
Intercontinental. En 1852 se autorizo la
construcción del templo de San Nicolás
para remplazar la capilla con paredes de
bahareque y techo de palma que se
inauguro en 1806, pero solo hasta 1880
se colocó y bendijo la primera piedra. En
1894 el Obispo de Popayán crea la
parroquia de San Nicolás o de Cayzedo, y,
en 1926, se concluyó la construcción del
templo actual. En 1803 se le adaptó a la
Virgen de las Mercedes, de la Iglesia de la
Merced el pedestal de plata en forma de
media luna, iniciándose posiblemente la
costumbre de vestir la imagen. En 1811 se
nombra gobernadora de Cali la imagen de
las Virgen de las Mercedes y le entrega su
bastón de mando. En una fotografía
tomada en 1895 aún se ve la Torre y la
Capilla de San Juan de Letrán, pero a
ésta última ya se le había adosado una
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mediagua que a simple vista se aparta de
la unidad del volumen arquitectónico. Ver:
Enrique Sinisterra O’Byrne: Primera
Restauración de la iglesia de la Merced.
Revista Memorias. Cali Julio de 1994. pp.
35 y ss. Y, Vázquez, p. 69
El término inglés «revival», ya de uso
común en la historia de la arquitectura y el
arte, se aplica a las revitalizaciones de
gusto por formas históricas. Sobre el tema
ver a Giulio Carlo Argan, El revival, en El
Pasado en el Presente, Gustavo Gili,
Barcelona 1977. pp. 7 a 28.
Aprile-Gniset: La ciudad colombiana.
Siglos XIX y XX. Banco Popular, Bogotá,
1992. p. 220.
En 1842 se nombra a Fray José Joaquín
Ortíz para construir el actual puente de
arcos, que se inaugura tres años después,
en 1845, y un puente pequeño sobre el
Río Nuevo, hoy desafortunadamente
desaparecido. El puente Ortíz, que debe
su nombre a su autor, se convirtió en pieza
clave para el progreso local. En la margen
izquierda del río se ubicaban grandes
haciendas que para comunicarse con Cali
contaban únicamente con un puente de
madera y guadua, solo para peatones.
Este era frecuentemente arrastrado por la
corriente del río, pues en esa época su
caudal era muy superior al de hoy, por lo
que debía reconstruirse permanentemente, especialmente en época de
invierno, mientras los productos provenientes de estas haciendas y de la zona
norte de la región esperaban durante
varios días y la ciudad quedaba
incomunicada y desabastecida. Por este
motivo, y ante la nueva interrupción del
paso en 1834, el alcalde solicitó dineros
para levantar un puente nuevo y el
Concejo Municipal decreta su construcción y determina su financiación
mediante el cobro de peaje. Se procedió
a levantar el primer estribo pero la falta de
organización hace suspender los trabajos,
que se reinician en 1835 desviando el río
por su margen izquierda mediante un
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brazo que se llamo Río Nuevo. En 1834
detiene nuevamente la obra. En 1842 se
nombra a Fray José Joaquín Ortíz para
construir el actual puente de arcos, que
se inaugura tres años después, en 1845,
y un puente pequeño sobre el Río Nuevo,
hoy desafortunadamente desaparecido.
El puente Ortíz, que debe su nombre a su
autor, se convirtió en pieza clave para el
progreso local. Vázquez, pp. 118 y 119.
Cuando los revolucionarios franceses
buscaron un símbolo que remplazara los
de la monarquía y los de la iglesia,
recordaron el amor de Rousseau por la
naturaleza e inventaron los árboles de la
libertad. Citado por Julio Carrizosa Umaña:
La política ambiental de Colombia. Lecturas
Dominicales de El Tiempo. Mayo 31 de 1992.
p.6.
Actualmente en el Cementerio Central.
Edgar Vázquez: Historia del desarrollo
urbano en Cali. Universidad del Valle. Cali
1980 (1a. edición) y 1982 (2a. edición).
Silvia Arango ha señalado como: « […] a
finales del siglo XIX encontramos indicios
de un cambio profundo de actitudes hacia
la naturaleza que se manifiesta de diversas
maneras: en pintura, en literatura -sobre
todo en poesía- y también en arquitectura.
El nuevo sentimiento […] se había ido
formando lentamente durante todo el siglo,
pero no logra plasmarse nítidamente sino
con la generación republicana […]»
Arango: La naturaleza desde lo urbano.
Bogotá, la generación republicana. En Revista Nº 3, Medellín 1979. p. 10.
O, Caicedo, como reza en el pedestal del
prócer en el centro del parque.
Horqueta de madera para amarrar el
ganado.
Santiago Sebastián: Op. cit.
17
Cali Siglo XX.
La Ciudad Moderna que no Fué
Carlos E. Botero
Todos tenemos la sensación profunda de
que hay una ciudad que perdimos. Con ello
no se alude solamente a la ciudad que fué
sino también a la ciudad que pudo ser.
William Ospina
18
Introducción
S
i se tratase de definir en una sola
frase a Cali, al finalizar el siglo XX,
habría que caracterizarla como la
ciudad moderna que no fue. Esta afirmación
se desprende de un análisis de la imagen de
la ciudad que se tuvo a mitad de siglo, en la
década de los cincuenta, por contraste con la
que le correspondía en las primeras décadas
y con la que hoy se puede identificar.
En efecto, hacia 1955 Cali parecía
redondear una imagen de ciudad moderna
tropical, como la había denominado Karl
Brunner en su proyecto de Cali Futuro1, la
misma que coincide con la que Carranza
describió como “un sueño atravesado por un
río”, una ciudad comprensible en todas sus
partes, producto de un proceso que se inició
en la primera década del siglo cuando se crea
el Departamento del Valle del Cauca y la
ciudad es erigida en capital. Había crecido
como guiada por unas pautas, más tácitas que
declaradas, que le permitieron durante muchos
años agregar nuevas partes que se integraban
a una totalidad urbana comprehensible y que
dejaba en su aire un aliento de promesa.
Pero bien mirados los hechos y
acontecimientos cruciales que permiten
interpretar tal proceso, parece como si
paralelos a los eventos de su construcción
dentro de una lógica comprensible, se iban
gestando los gérmenes de su propia
destrucción, hasta llegar a la situación de la
imagen actual de descomposición y
desfiguración territorial. Ésa imagen, esa
dinámica y esas guías en qué momento y por
qué se perdieron ¿A cambio de qué cedieron
su paso a la desenfrenada expansión que la
llevó al descontrol actual, a esta borrosa
imagen de ciudad desparramada que cambió
sus adjetivos por la desesperanza?
El presente artículo intenta plantear una
crítica al ejercicio del urbanismo “oficial”
practicado en Cali en la segunda mitad del
siglo XX de manera que permita fundamentar
posiciones desde la academia y desde las
disciplinas de la arquitectura y el diseño urbano
y por extensión desde el mismo urbanismo,
en un debate que merece seguirse
profundizando para participar de manera
efectiva en la formulación y materialización de
alternativas de recuperación de la calidad del
espacio construido de la ciudad.
Valga aclarar que el epígrafe, tomado de
la presentación de un libro sobre la Bogotá de
los años cuarenta, sirve aquí para
contrarrestar cualquier interpretación
nostálgica que se le quiera dar y que de
manera casi irremediable impregna cualquier
mención a la ciudad que se tuvo, por cuanto
pueda exaltar algunas condiciones de su vida
y su ambiente, que parecen perdidas, y son
cada vez más un recuento de momentos
lejanos de la historia de su transformación
urbana.
La Imagen de la Ciudad
Aunque el término es una generalidad que
con todo derecho utiliza cualquier ciudadano,
funcionario público, político de oficio, agente
de viajes y turismo, o gente del común, la
imagen de la ciudad2 es, o debería ser, para
urbanistas, diseñadores urbanos, arquitectos,
ingenieros, líderes gremiales y todos aquellos
que a nombre de sectores empresariales y de
la comunidad intervienen con obras a
cualquier escala y en cualquier momento en
la ciudad, un instrumento que permite medir
los efectos que su acción tendrá, o debería
tener, sobre el conjunto urbano total.
La imagen de la ciudad es una
representación colectiva constituida por
espacios y elementos físicos, visibles,
mensurables, vitales para el desarrollo de la
vida diaria; la gran escenografía de la
cotidianidad. Está conformada de manera
básica por cinco elementos que articulados
entre sí permiten construir un mapa mental que
los relaciona de diferente manera, para hacer
individual aquello que existe por colectivo: hitos
(monumentos, signos paisajísticos, algunos
edificios), sectores (barrios, distritos), bordes,
nodos (sitios de cruce y encuentro), senderos
(viales). En la valoración de cualquier ciudad,
la imagen correspondiente a diferentes
momentos de su historia, permite leer, en el
mejor de los casos, en qué medida ella se
reconstruye y desarrolla sobre sí misma,
integrando lo nuevo a lo existente, cuidando
sus propias huellas, o por lo contrario,
destruyendo lo construido para volver a
inventarse otra imagen desconociendo lo que
aquello significaba para su propia historia.
Para el caso de Cali, la imagen de ciudad
que se tenía hacia la década de los cincuenta
está resumida de manera gráfica en una guía
turística preparada por la Oficina de Turismo
del Valle con ediciones en español y en inglés.
Los hitos a escala de ciudad son muy claros:
los cerros, particularmente el de las Tres
Cruces, el de Los Cristales con la estatua de
Cristo Rey y el mirador de Belalcázar, los
templos más antiguos más la Ermita y San
Nicolás, la Plaza de Cayzedo y algunos
edificios institucionales y de servicios (el
Hospital Departamental, la Biblioteca
Departamental, los talleres de Chipichape, el
Acueducto Municipal, el Hipódromo de San
Fernando, el área deportiva de San Fernando
y aún los clubes San Fernando, Campestre, y
el Náutico en el río Cauca). Allí los bordes
más importantes son los cerros mismos y como
senderos viales principales aparecen las
Avenidas Belalcázar,Colombia, de las
Américas, la 6ª, la Roosevelt, las carreras 5ª,
8ª y 15, las calles 22N y 25 (avenida Miguel
López Muñoz) y la ruta del ferrocarril, además
de las conexiones con el exterior a través de
la vía al mar, la vía al aeropuerto (Calipuerto) y
la carretera central camino a Palmira.
Finalmente se muestran en el mapa como
sectores la zona industrial (incluyendo
Yumbo), barrios residenciales y barrios
populares.
19
Con lo incompleto que parezcan el mapa,
la descripción y las ilustraciones, lo cual se
explica por tratarse de una guía turística, todo
aquello que se pueda agregar no hace sino
enriquecer esa imagen. En tal sentido se podría
complementar mencionando que el ferrocarril
se dirigía no sólo al sur sino también al mar
después de Yumbo y al centro del país por
Palmira; podrían incluirse algunos colegios
públicos y privados, más uno que otro registro
de calles y parques de barrios “residenciales”
y “populares” (Versalles y Alameda por
ejemplo) para cerrar una especie de inventario
de aquello que en últimas constituía el conjunto
urbano de lo que intentaba parecerse a una
ciudad moderna.
El Proceso de Construcción de la
Ciudad
A finales del Siglo XIX Cali es todavía una
pequeña población, ciudad de paso hacia
Santafé de Bogotá, a través del camino del
Quindío, y hacia el puerto de Buenaventura.
Su población en 1900 alcanza los 24.000
habitantes, un poco más del triple de lo que
tenía un siglo antes (7000 habitantes en 1797)3
en un llamativo proceso de crecimiento “hacia
adentro” sin que su perímetro urbano hubiese
cambiado en tal período4 . Tiene por entonces
la forma y figura de una tranquila y cálida
población fundida en el paisaje del valle del
Río Cauca, a orillas del Río Cali y recostada a
las estribaciones de la cordillera Occidental.
Dentro de la silueta horizontal de la
arquitectura doméstica dominante, de adobe,
bahareque y techos de paja y palmiche, cobran
especial importancia algunos edificios
religiosos, templos y claustros, más altos y
voluminosos, construidos en sólida
mampostería de ladrillo y cubierta de teja de
barro cocido, San Francisco con su claustro
de San Joaquín y la torre mudéjar, San Agustín
con el claustro de Santa Librada y la catedral
en la plaza de la Constitución. Completa el
cuadro de la imagen caracerística de Cali, el
puente sobre el río Cali que identifica la entrada
al norte, según se llegue desde Yumbo o desde
el camino al mar.
Gracias al impulso a obras claves de
desarrollo regional dado por dirigentes locales
a través de la prensa local y la política 5 ,
reforzados con la llegada paulatina de algunos
empresarios extrajeros inversionistas y
comerciantes6 , y los cambios geopolíticos que
empiezan a darse en Colombia tras la guerra
de los Mil Días (1899-1902), Cali empieza a
perfilarse como una capital de importancia
regional, particularmente porque será aquí a
donde llegue finalmente en 1915 el Ferrocarril
del Pacífico, procedente de Buenventura, tras
un proceso de construcción que se había
iniciado en 1878 7 .
Las nuevas condiciones coincidían en el
momento en que Cali había sido elegida como
capital del nuevo Departamento del Valle del
Cauca en 1910, año en que la ciudad cuenta
20
con obras de infraestructura como el tranvía
(1910) y electricidad (1910), a lo cual se
agregarán paulatinamente los teléfonos
(1914), el acueducto metálico (1916-1930) y
tendrá automóviles a partir de 1913. Completan
el cuadro vital de la ciudad medios escritos
como Correo del Cauca (1903, Ignacio Palau)
y Relator (Jorge Zawadzky, 1915), además de
una Biblioteca Pública (Centenario, 1910), y
su infraestructura educativa que hacia 1917
estaba compuesta por 48 establecimientos de
educación primaria y secundaria, incluyendo
calendario nocturno. En 1917 se inicia la
construcción del Teatro Municipal. El mercado
público ya había sido evacuado de la plaza
principal y se había instalado en una
edificación especializada desde 1898 8, la
msima que mantuvo el nombre de plaza de
mercado.
Dentro de todo este panorama de
desarrollo, la ciudad siguió su crecimiento
atendiendo una lógica de expansión que se
resolvía mediante la extensión de su trazado
original, la cuadrícula de fundación hispánica,
dentro de los límites que le imponían hacia el
norte el Río Cali y hacia el occidente la colina
de San Antonio, bordes reales del perímetro
urbano. La condiciones de los terrenos
señalaban que la expansión más lógica se
diese hacia el sur, área del actual sector de la
iglesia de Santa Rosa y hacia el oriente, con
el Vallano, actual San Nicolás. Se trataba de
una ciudad de crecimiento orgánico9 , para
utilizar la idea que lo define como aquel en
que una población agrega nuevas partes a
medida que lo necesita conservando los
derroteros que su vieja traza le indica y
atendiendo las posibilidades y limitaciones
topográficas. Aún en 1930 cuando el
Acueducto de San Antonio es inaugurado y la
ciudad queda habilitada para continuar la
ocupación de esta colina y las aledañas, la
dinámica de expansión sigue esa misma rutina.
La imagen entonces es la de una ciudad
que sigue creciendo compacta, presidida por
sus espacios y edificaciones públicas más
repesentativas, la Plaza de Cayzedo, con la
catedral y los nuevos edificios del Hotel
Europa, el Palacio Nacional, y muy cerca de
ellos San Francisco, San Agustín y Santa
Librada, Santa Rosa, el Pabellón de carnes
del mercado público, el Teatro Municipal, el
Teatro Moderno (hoy Teatro Isaacs), el Hospital
de San Juan de Dios y a la orilla izquierda del
Río Cali, el edificio del Batallón Pichincha.
Completaba la magen la Estación del
Ferrocarril del Pacífico y sus instalaciones
anexas a lo largo de la vía férrea, habilitadora
a su vez de nuevas áreas para el desarrollo
urbano, como borde oriental de la ciudad, tras
la cual empezaron a nacer nuevos barrios
(Jorge Isaacs y Obrero) y a instalarse industrias
que dependían para el suministro de materias
primas y el despacho de productos de la
cercanía a la vía férrea, como lo tipifican muy
bien la fábrica de Tejidos e Hilados de La
Garantía y Molinos Roncallo.10
Entre las décadas de 1930 y 1940 se dan
las primeras urbanizaciones en sectores
distantes del centro tradicional, rompiendo con
la compacidad de la estructura física de la
ciudad que hasta el momento se traía. Con
trazado diferente y unido al resto de la ciudad
por el camino existente hacia el sur, rumbo a
Popayán, el barrio San Fernando, con casas
en serie de diferentes tamaños, algunas casasquintas, parques, antejardines a lo largo de
las vías11 , representa la forma que empezará
a dominar la dinámica del crecimiento de la
ciudad, definiendo una especie de
extrapolación entre el urbanismo para sectores
de altos y medianos ingresos y otro diferente
para los sectores de menores ingresos que se
iban estableciendo al otro lado de la línea del
Ferrocarril y al sur de Santa Rosa.
En efecto, la discusión que se empieza a
dar en 1927 en el Concejo Municipal llamado
de “la urbanización”12 , resulta un verdadero
detonante de lo que sería una práctica que
poco a poco se generalizaría casi hasta fines
del siglo, imponiéndose como la lógica que va
a presidir todos los planes oficiales desde
entonces y hasta el P.O.T. del año 2000. El
proceso de expansión de la ciudad desde
21
entonces estará dominado por la dialéctica
de urbanizar por las buenas o las malas
terrenos alejados del perímetro urbano vigente
en su momento, con el fin de introducir al
mercado tierras incultas, la mayoría de ellas
antiguos ejidos, dehesas y propios 13, ya
privatizados por acciones del Cabildo
Municipal, provocando que, tras cada decisión
de integrar nuevas áreas más allá del perímetro
urbano vigente, la ciudad tuviese que
enderezar su desarrollo urbano hacia ellos,
es decir, construir la infraestructura necesaria
para habilitarlos14, dejando en el medio amplias
zonas sin construir que la ciudad poco a poco
seguirá llenando de manera intermitente. Valga
mencionar aquí, a guisa de ejemplo, cómo
solamente en los años 80 se levantó en
Miraflores una buena cantidad de
edificaciones en lotes que ya habían sido
habilitados desde los tempranos años 50.
Reforzando la imagen
Pese a la ruptura que se produce con estos
ensayos de expansión urbana, el valor del
centro de la ciudad, con la Plaza de Cayzedo
y las márgenes del río como articuladora la
primera y ordenador el segundo, se continua
reforzando con la inclusión de nuevas
edificaciones modernas en substitución de
otras más precarias y tradicionales u ocupando
predios hasta entonces sin construir a lo largo
del Río. La progresiva generalización de la
tecnología del concreto armado, que
presentaba sus más caros ejemplos en las
obras de la Oficina General de Ingeniería de
Borrero y Ospina, permitía la aparición de
nuevas obras que se agregaban de manera
efectiva a la construcción de la imagen de
ciudad moderna. El creciente desarrollo de la
industria y del comercio, apoyados en el
funcionamiento del Ferrocarril del Pacífico y
en la capacidad de los muelles del puerto de
Buenaventura gracias a las mejoras
introducidas 15 , tendrá una incidencia
permanente y en aumento en la construcción
de obras civiles y de equipamiento urbano en
la ciudad.
22
Una breve relación de los edificios y obras
construidas hasta 1940, concluidos los
proyectos relacionados con la conmemoración
del IV Centenario de la fundación de Cali y
agregados a los que desde 1930 se venían
levantando, ilustra la imagen enriquecida de
la ciudad:
En la Plaza de Cayzedo la Catedral había
sido reconstruida después de los daños
causados por el terremoto de 1925 y se
avanzaba en la construcción del Palacio
Episcopal según proyecto del francés Polty.
Completaban el entorno el Palacio Nacional y
el Edificio Otero, junto con las casas de 2 pisos
del siglo XIX que aún seguían en pie para usos
comerciales y de oficinas.
En los alrededores de la Plaza, el Teatro
Municipal, el Teatro Moderno (hoy Isaacs), el
Palacio de San Francisco sede de la
Gobernación Departamental, la Plaza de
Mercado con el nuevo Pabellón de Carnes,
amén de una serie de edificaciones privadas
para sedes bancarias y de empresas que
expresaban los nuevos bríos que toma la
economía después de la crisis del capitalismo
de los años 30.
A lo largo del Río Cali, el Batallón Pichincha,
la sede de Bellas Artes, el Cuartel de Bomberos,
el Hotel Alférez Real, el Teatro Colombia, La
Ermita, además de la construcción de nuevos
puentes como el Alfonso López, el España, y
la definición de las bases para los de los
Próceres (el Peñón) y el Ciudad de Cali que
reemplazaría al de La Cervecería, el de Santa
Rosa que reemplazó al metálico que remataba
el camino de llegada desde Buenaventura y
que posteriormente ligaría a los barrios Santa
Rita y Santa Teresita. Cerraban el conjunto, a
manera de circuito, las obras de las avenidas
que entonces incluían la Avenida Colombia y
la extensión de la Boyacá, ahora Belalcázar,
que se complementaban con el paseo
peatonal desde el Cuartel de Bomberos hasta
la Planta de tratamiento de Aguas del Río Cali,
acueducto de San Antonio, incluyendo el
mirador de Belalcázar16 .
profesor Jorge Arias de Greiff “..en el más
moderno y mejor instalado del mundo..”17
En las afueras de la ciudad hacia el
noroccidente, como parte de las instalaciones
del Ferrocarril del Pacífico y continuación de
su dinámica urbanizadora, los Talleres de
Chipichape (1932), levantados para sustituir
los incómodos y obsoletos de Dagua, se
convierten en un hito y una avanzada en la
expansión de la ciudad hacia ese sector. En
este caso además de hito urbano se agrega
su valor como hito tecnológico pues su
capacidad instalada lo convierten, al decir del
Entre tanto, los nuevos barrios de la ciudad
continúan desarrollándose agrupados según
la tendencia que había sido marcada desde
las primeras décadas. Los nuevos barrios de
urbanización moderna a lo largo del Río Cali
(Peñón, Granada, Juanambú, Centenario,
Versalles, Santa Teresita, Santa Rita), más los
casi suburbios de San Fernando y
posteriormente Miraflores para los habitantes
de mayores ingresos y los barrios populares
hacia el oriente y el sur (Isaacs, Santander,
Popular, Benjamín Herrera al oriente de la línea
férrea; San Nicolás y Obrero al oriente de la
Plaza de Cayzedo y occidente del ferrocarril;
Santa Rosa, San Bosco, Bretaña y Alameda
hacia el sur central, San Cayetano y
Libertadores sur occidental).
Con todo este panorama, a la ciudad solo
le faltan las obras que terminarían por darle a
la Plaza de Cayzedo su aspecto físico actual,
con la construcción de diez edificios en altura,
para hoteles, oficinas y sedes bancarias a costa
de la desaparición de las casas de dos pisos y
del cambio radical en la escala que en el
entorno entonces le dejaba aún a la Catedral
la función de edificio jerárquico, en un proceso
que culminaría en la década siguiente con la
construcción de la sede de Suramericana de
Seguros en la esquina suroriental de la Calle
12 con carrera 5ª.
Moderna y tropical
Estamos entonces ad-portas de lo que ya
se mencionó como redondeo de la imagen de
ciudad moderna tropical. Se trataba de una
ciudad moderna por cuanto lograba integrar a
su equipamiento urbano una serie de
espacios, instalaciones y servicios, que le
brindaban a la población la posibilidad de
participar, así fuese para algunos sectores de
manera paulatina, de aquello que ahora se
denomina una mejor calidad de vida. Por otro
lado, el carácter de ciudad tropical hace
23
referencia a que bajo tal condición el
espacio público en su conjunto, calles, parques
y plazas, son vivibles todo el día a lo largo de
todo el año e incitan el más feliz callejeo de
sus habitantes y visitantes, resueltos en Cali
con la riqueza visual de los alrededores del
río y las montañas occidentales, las brisas
vespertinas presentes desde el comienzo de
sustiempos y la vegetación que se integró
desde el principio mismo de la ciudad y se
mantuvo con los primeros barrios de
urbanización moderna 18. Aún los barrios
populares que hasta el momento completaban
el conjunto urbano, comunicaban un sentido
de lo que algunos llaman la “caleñidad”
expresando en el festejo callejero sus avances
en la conquista de mejores condiciones
urbanas, compartiendo sus victoria tras las
luchas reivindicatorias por el derecho a la
ciudad, sembrando un sentido de pertenencia
y arraigo entre vecinos que unos días antes
no cruzaban sus destinos, provenientes como
eran de diversas áreas de la ciudad y de
distantes regiones del país. Es la misma alegría
compartida en el espacio público cuando el
pavimento cubre sus calles, se habilita un
parque y se agregan escuela. La misma que a
veces mezclada con temor se había dado con
las salas de cine recién inauguradas y que en
algún momento dieron sentido completo a la
vida de barrio19.
Era la Cali expresada en la literatura de
Umberto Valverde (Bomba Camará) y de
Andrés Caicedo, en los ensayos de Cruz
Kronfly, en la pintura y los dibujos de Ever
Astudillo y de Oscar Muñoz, en las fotografías
de Fernel Franco, en muchas de las obras
fílmicas de Luis Ospina y Carlos Mayolo.
En su Bomba Camará, Umberto Valverde,
según lee y propone Fernando Cruz Kronfly20,
transita por esta ciudad de los años cincuenta
que “...no sólo era una ciudad relativamente
pequeña, presionada por los agudos procesos
migratorios de la violencia política de entonces,
sino facilmente divisible en dos mitades: el uno
y el otro lado del río; y, en el centro, el
24
amortiguador social del comercio y de los
edificios donde despachaban las oficinas
públicas. Exactamente en el puente que unía
la ciudad popular con esa otra porción donde
las clases pudientes ya habían comenzado a
construir sus casa-quintas, sus clubes sociales
y sitios de reposo al pie de las influencias del
viento, despachaba el correo. Las personas
que subían como suaves mareas desde los
barrios de “abajo” llegaban hasta el centro de
la ciudad, hacían sus compras de pan y de
telas y eventualmente colocaban una carta. Y
desde ahí miraban con asombro esas casas
de hadas que se levantaban en frente más
allá, como un sueño de cristalerías adivinables.
Ir a ver esa arquitectura de lujo constituía a
veces un paseo para el sábado o domingo de
las familias pobres. No se la veía con odio sino
más bien con admiración. Pero se sabía muy
bien que al rodar el crepúsculo debía
emprenderse el camino de regreso para
retornar a las polvorientas calles populares de
donde se había venido. De este lado del río
pastaba pues una ciudad diferente de aquella
que se había comenzado a construir más allá
de los puentes. Por supuesto que no estamos
elaborando aquí las líneas concretas de un
mapa urbano, sino intentando reconstruir una
simbología social, es decir un conjunto de
representaciones y de imágenes por medio
de las cuales las gentes que habitan entonces
el área popular de la ciudad asumían lo que
estaba sucediendo como un cuento de hadas
del otro lado de los puentes: espaciosas
casasquintas donde colgaban lámparas de
araña de cristal de roca, grandes espejos
ovalados que podían observarse del otro lado
de los ventanales transparentes, muebles
tallados y extensas alfombras. Y por la sexta
un desfile de cádilacs último modelo,
osmóviles, pákars y biúiks, como los escribiría
una grafía de amable fidelidad fonética.
Vista la ciudad del lado de acá, es decir
del costado de los nacientes barrios de hadas,
desde el centro hacia el nororiente bullía la
ciudad popular: bares con prostitutas de
asiento, música de alto volumen, casas
obreras de fachadas embadurnadas con
colores de mal gusto, fábricas, calles sin
pavimento y hasta la zona de tolerancia social.
Allí vivían los hijos de esas familias, muchachos
de barrio que no nacían en las clínicas sino en
las alcobas de sus casas, que en ocasiones
tampoco eran sus casas sino inquilinatos o
acomodos de arriendo. Una pobreza “non
triste”, más bien una dura austeridad obligada,
un realismo económico habilmente
administrado por las mamás. El trabajo aún
era visto como un motivo de orgullo y el
esfuerzo y la austeridad todavía gozaban del
prestigio de ser los únicos caminos legítimos
para una vejez tranquila y honorable.
Sinembargo, los muchachos de aquellos
barrios parecían no pensar exactamente de
esa manera. No era para los hijos, o para los
hijos de sus hijos, pra quienes se debía
asegurar la infraestructura material de la
felicidad, no. Debía ser para ellos mismos.
Sentían que no era justo posponer para la
generación siguiente lo que imaginaban era
la felicidad y su derecho a ella. Éso quizás no
lo tenían muy consciente en sus atolondradas
cabezas. Pero lo demostraban en cada uno de
sus gestos, en cada trasgresión, en cada
puñetazo en las esquinas del barrio. Pero,
sobre todo, lo veían aparecer en sus sueños,
en sus fantasías, en el desfile de disfraces de
sus ensoñaciones” 21.
Equilibrio, urbanismo y diseño
urbano
Hay hasta ese momento lo que puede
interpretarse como un equilibrio que permitía
la convivencia entre los de uno y otro lado del
río, sintiendose aún seguros los de “los
nacientes barrios de hadas” y esperanzados
los de la otra orilla que sueñan con el día en
que algo así tambien sea suyo. Podría
aventurarse la hipótesis de que a estas alturas
la espacialidad22, como espacio socialmente
producido, está acompañada de una imagen
de ciudad que buena parte de la población
comparte, así el usufructo de sus mejores
componentes esté limitado a la estructura de
espacios públicos, las plazas, parques y calles,
fundamentalmente.
Estamos en la ciudad del medio siglo,
aquella que agrega hacia 1954 el calificativo
de “capital deportiva” con la realización de los
VII Juegos Atléticos Nacionales, para los
cuales se estructura la llamada ciudad
olímpica en San Fernando, compuesta por el
remodelado Estadio Pascual Guerrero, las
Piscinas Olímpicas (hoy Alberto Galindo) y el
Coliseo Cubierto Evangelista Mora, levantado
a partir de una estructura de hangar para
aviación. Aquí la ciudad está incluyendo un
sector de la ciudad que había sido protagonista,
25 años atrás, de la primera experiencia
urbanizadora separada del centro. Se han
levantado con anterioridad a los Juegos el
Hipódromo y el Hospital Departamental, que
está a punto de inaugurarse además del
nuevo edificio de la Facultad de Medicina que
será el inicio del proceso de ocupación de la
Universidad del Valle. También el Congreso
Eucarístico de 1949 había habilitado nuevas
áreas vecinas para desarrollo de programas
más amplios de vivienda en lo que se llama
Barrio Eucarístico o El Templete. Se empieza
entonces a estructurar un sector organizado
de Este a Oeste con eje en la actual Carrera
34, con corte de avenida, que parte desde el
Hipódromo, pasa por el gimnasio Evangelista
mora, donde aparecerá una glorieta con
fuente que recibe a la Avenida Roosevelt,
continua por el estadio Pascual Guerrero, se
cruza con la carrera 15 (hoy calle 5ª, donde
años después aparecerá el único logro de
diseño urbano realmente valioso de los
Juegos Panamericanos, el Parque
Panamericano), se articula con el parque
triangular de San Fernando y remata finalmente
en el Parque del Corazón.
Hay en este caso mucho del espíritu guía
que había sido implementado para el trazado
de partes de la ciudad que se expesaba en los
sectores de alrededor del Río Cali, trasladado
en este caso a un área considerada en su
momento el borde sur de la ciudad. Puede
afirmarse que se trata aquí de una afortunada
utilización de las técnicas elementales del
Urbanismo, a través del diseño urbano, y que
consiste en articular partes de la ciudad entre
sí para que estructuren sectores relacionados
con la totalidad23 .
Cuando esto sucede al sur de la ciudad, al
norte se ha inaugurado la nueva Estación del
Ferrocarril y con ella se habilita todo un gran
sector para nuevos desarrollos que incluye los
barrios San Vicente, Versalles y Santa Mónica,
y se conecta con lo que poco después será La
Flora, Prados del Norte y Vipasa24.
Muerte al diseño urbano
Pero, pese a lo que en toda esta historia
pueda identificarse como una serie de
aplicaciones positivas del diseño urbano,
buscando con las obras de mayor impacto
producir efectos que coherentemente se
articulen a la imagen de la ciudad y la refuercen,
al tiempo que hace funcional la ocupación
territorial, las nuevas operaciones de los años
cincuenta traen también consigo ingredientes
para su rápido deterioro expresados en hechos
aparentemente aislados
Tal es el caso de la localización del plan
habitacional del ICT en el Eucarístico o
Templete25 , utilizando un globo de terreno
dentro de una poligonal irregular dificilmente
relacionable con lo más cercano en sus
alrededores a través de trazado alguno. La
llamada extensión de la avenida Roosevelt
que parte de la antigua glorieta donde se
cruzaba con la ahora llamada carrera 34, frente
al gimnasio Evangelista Mora, para llegar
hasta la Plaza de Toros, aparece casi 20 años
después como eje ordenador del sector sin
lograrlo, dejando dispersas y sin relación
alguna, las manzanas que ahora se encuentran
indiferentemente al occidente y oriente de la
vía y sin ninguna relación entre ellas como
conjunto formal.
25
relación espacial entre los edificios, al Coliseo
del Pueblo y al velódromo Alcides Patiño en
cercanías a la Plaza de Toros de Cañaveralejo,
para que se someta luega a un proceso de
deterioro evidente como se ve hoy, fracionado
y finalmente encerrado por una costosísima e
inútil cerca de alambre.
Este caso tipifica una situación bastante
generalizada en Colombia según la cual la
urbanización de nuevos sectores se hizo de
manera aislada como manejando fragmentos
que poca o ninguna relación tienen con su
entorno y desconocen las posibles formas de
ocupación y desarrollo posterior de las áreas
circunvecinas. Y no sería todo ésto muy
importante si no fuera porque situaciones
similares se repiten en otros sitios de la ciudad.
Esto explica hasta situaciones más puntuales,
pero no menos importantes, como la absurda
relación del edificio del Hospital con la hilera
de casas de San Fernando, localizadas a lo
largo de la carrera 37, que dejan sus
medianeras, o “culatas”, expuestas a la vista y
sin otro remedio que esperar el lejano día de
su demolición para lograr constituir un el
espacio jerarquizado que le corresponde. Es
también lo que se da con el corte sin continuidad
espacial de la calle 9B del Barrio Champagnat
la cual muere contra un muro del antiguo
Hipódromo de San Fernando, hoy Unidad
Deportiva Panamericana. Y algo peor, que se
agrega a lo anterior, es el infame muro de
cerramiento de esta Unidad Deportiva que
desde 1971 hasta hoy en día da la cara a la
Autopista Sur y a la avenida Nueva Granada.
Es la misma actitud que después pondrá “a la
loca”
26 sobre una gran área libre y sin ninguna
Son muy dicientes estos últimos casos, por
cuanto se concluyen justamente para la
realización de los VI Juegos Panamericanos y
como parte de sus obras sustanciales, en lo
que sería la fiesta donde se oficializa en Cali
la muerte del poco sentido de diseño del
espacio urbano que había orientado al
urbanismo a tientas practicado hasta los años
cincuenta y que, pese a sus limitaciones, había
permitido configurar una imagen completa de
ciudad. Puesta la lupa sobre áreas muy
diversas se encontrarán centenares de casos
similares que corroboran tal situación. Es lo
que puede plantearse hoy como resultado de
la renuncia en las oficinas de planeación y
control municipales al diseño urbano que
particulariza componentes para agregarse a
la totalidad, a favor de las directrices de un
pretendido planeamiento urbano, es decir, del
urbanismo que hace abstracción de las
características particulares que identifican a
las partes de una ciudad.
Del Diseño Urbano al Urbanismo a
Secas
Hay una respuesta obvia a este tipo de
crítica y es la que de manera pragmática se
ofrece cuando se ponen en discusión los
alcances y efectos que sobre el conjunto de la
ciudad producen actitudes de tal naturaleza.
Se dirá siempre que la ciudad necesita crecer
(o necesitaba seguir creciendo), sin aclarar
suficientemente qué significa ésto. En términos
de la historia particular de Cali en el siglo XX,
se puede asegurar para efectos de un análisis
comprehensivo, que se dió un cambio de lo
que significaba el crecimiento urbano bajo los
lineamientos representados por la propuesta
del plan de Cali Futura elaborado, y
parcialmente implementado, de Karl Brunner
desde 1944, por lo que propugnaba el Plan
Piloto presentado por Wiener y Sert en 1950.26
Si bien el diseño urbano cabe como una
práctica específica dentro del urbanismo y no
lo reemplaza, su ausencia deja en mero
planteamiento teórico, o en sola descripción,
una decisión cualquiera sobre el territorio o
sobre una porción de la ciudad, dejando al
riesgo del azar la calidad espacial, formal y
ambiental de lo que finalmente se construya.
El caso más ilustrativo en la historia de Cali
en el siglo XX, está representado en las obras
de los VI Juegos Panamericanos. Aunque toda
la operación cumplió con los objetivos
deportivos, promocionales, políticos y
económicos privados, particularmente
aquellos a favor de una expansión deliberada
del perímetro urbano que enriqueció más que
nunca antes a los terratenientes urbanos, tanto
la forma urbana construida como la imagen
de la ciudad quedaron definitivamente
desdibujadas y la ciudad fraccionada27.
Aunque en realidad con el cambio de
imagen se busca suplantar la que se había
construido hasta los años cincuenta28 , lo que
en últimas resulta es una caricatura de ciudad
moderna a la que se ha despojado de sus
componentes fundamentales, ésto es, la
destrucción, degradación o desplazamiento de
sus hitos, la eliminación de bordes, la ruptura
de las características espaciales y formales
propias de los sectores más representativos,
la expulsión de los peatones y el deterioro de
la vida callejera de los senderos principales,
ahora simples ejes viales para automotores.
En otras palabras, la imagen de la ciudad
pierde su sustancia y a cambio de ella se
incluyen adjetivos genéricos y abstractos que
no dan cuenta ya de una representación física
definida, estructurada por elementos
espaciales. Así, se habló por un buen tiempo
de la “capital deportiva de América” , que
quizás lo fué por tres semanas y de lo cual no
queda nada, y ahora de la capital del Pacífico,
con lo cual cualquier cosa que se haga
encontrará su propia justificación. Es muy
expresivo el balance que de las “heróicas”
acciones por la transformación de Cali,
producto de las obras de los Juegos
Panamericanos realiza uno de sus principales
protagonistas cuando afirma que lo “...más
importante, el que a su vez tengamos la plena
convicción de que en estos acontecimientos
deportivos de trascendencia internacional, Cali
ha encontrado un medio insustituible para
apoyar su crecimiento... Dificilmente otra
ciudad de Colombia pueda mostrar un mayor
beneficio derivado del deporte, no solo por lo
que significa como complemento indispen sable de la formación de su juventud, sino
también como medio para estimular su
cambio físico...” 29
Los Puntales de una Crisis
Es necesario identificar algunos hechos y
antecedentes para entender qué pasó en la
historia de Cali y del planeamiento de su
crecimiento que condujo a perder el ritmo de
construcción con buena calidad del tejido y
del espacio urbanos para terminar en el
desenfrenado ritmo de expansión desequilibrado
que hoy llega a su punto más crítico.
El primer aspecto a considerar es de tipo
estructural y se refiere, para lo que interesa a
este análisis, al creciente valor comercial del
suelo alrededor del perímetro urbano que se
integrará paulatinamente como áreas
urbanizables. La propiedad de tales tierras,
cuya estructura en gran parte empieza a
definirse con los tortuosos procesos de
apropiación de ejidos por particulares,
convierten el tema de áreas de expansión de
la ciudad en el factor determinante de todo
tipo de planes de desarrollo urbano, cualquiera
que sea el adjetivo que reciban. Son esos
propietarios quienes a través del control
político enderezan las decisiones que aún en
el año 2000, determinan el rumbo de la
extensión de la cerca urbana. Se puede seguir
un hilo conductor de acciones en este sentido
para explicar la evolución del territorio
municipal alrededor de su cabecera,
practicamente desde el siglo XVIII, tomando
como punto de partida el documento que
Griseldino Carvajal 30 presentó en 1925 y
cerrando temporalmente con la pugna por
establecer las áreas de expansión del P.O.T.,
27
del año 2000, dentro de una abanico de 7
sectores identificados por Planeación
Municipal.31
El segundo aspecto, que se relaciona con
el anterior, es de orden político.Siguiendo tal
idea puede entenderse que a las llamadas
“clases dirigentes” de la ciudad y de la región,
actuando directamente desde el gobierno o a
través de sus representantes políticos, les es
más importante asegurarse el éxito de los
resultados de su ejercicio especulativo,
producto del control de la propiedad de la
mayor parte del territorio, que los efectos sobre
la calidad de la construcción de la ciudad que
pueda generar la vinculación arbitraria de
grandes terrenos cada vez más lejanos del
área consolidada. En últimas, una vez más,
una palpable ilustración de aquello tantas
veces expresado con respecto a que la práctica
efectiva del Planeamiento Urbano no es
neutral y pone en primer plano, en cuanto a lo
que ahora se llama ordenamiento territorial,
aquello que conviene a los intereses de
quienes controlan el poder.
Puesto en otros términos, en la historia de
la construcción de la ciudad de Cali a lo largo
del siglo XX, el manejo del diseño urbano
como instrumento de perfilación del espacio
público, del espacio abierto, del espacio
colectivo, aún en las condiciones precarias en
que se introdujo su práctica desde el plan de
Brunner 32 , sirvió de manera eficaz para
configurar una estructura formal del espacio
urbano que, respaldado por una imagen de
ciudad completa, casi “redonda”, resultaba
beneficiosa para mantener sus intereses,
garantizado todo por el control sobre las
oficinas municipales de planeamiento urbano.
Tal parece, sin embargo, que en algún
momento empieza a ser más rentable el lograr
urbanizar mayores extensiones de terreno
para vincularlas al mercado de tierras que
construir, o continuar construyendo -si se
consiente lo que aquí se propone como
interpretación- un conjunto urbano de calidad
que lo puedan disfrutar sus habitantes. La
llamada planeación física dejaba de lado lo
que el diseño urbano interpretaba como una
manera orgánica de crecimiento de la ciudad
por partes que se agregan para reforzar el
conjunto total.
Una clara muestra de la puesta en práctica
de esta dinámica es el proceso de
urbanización del sur de Cali alrededor del
antiguo Ingenio Meléndez, hecho por cuenta
de la ciudadanía que paga la infraestructura a
través de impuestos, a partir de la localización
en esos predios de la Universidad del Valle.
Toda el área que hacia 1970 quedaba
comprendida entre los bordes construidos de
la ciudad, aproximadamente a la altura de la
urbanización Tequendama y de algunas
manchas dispersas a lo largo de la entonces
carrera 15 (Caldas, Meléndez, inicios del Gran
Limonar y Refugio) y el Rio Lili, equivalente a
casi la mitad de toda el área urbanizada de
Cali hasta ese momento, queda habilitada para
una progresiva urbanización que aún continua
y que hoy el P.O.T., identifica como uno de los
nuevos sectores de desarrollo con Unicentro
(antiguas instalaciones del Ingenio Meléndez)
y sus áreas aledañas, como epicentro.
Urbanismo -vs- Diseño Urbano (I)
Otro aspecto es de orden cultural por cuanto
compromete la práctica del llamado
Planeamiento urbano a través de las agencias
municipales, cuyas acciones más significativas
no han rebasado la oficilización sobre el mapa
de Cali de las definiciones sobre ocupación
territorial presionadas y dirigidas politicamente
por quienes han manejado a la ciudad como
su negocio. Salvo algunos destellos creativos
expresados en obras puntuales de
implementación parcial de planes de obras de
diseño urbano -como el Plan Centro 450 años-
28
que en nada afectan a los intereses de los
“dueños de la ciudad”, la oficina de Planeación
Municipal y sus diversas dependencias, que
con nombres distintos han ejercido
supuestamente las funciones de control de la
actividad edificadora de la empresa privada,
no han tenido una incidencia real como ente
que se dice ha de dirigir y orientar el proceso
de construcción de la ciudad de manera técnica
y con el interés público por delante.
No ha existido pues un ejercicio del
planeamiento urbano que concilie los
intereses de la iniciativa privada con el
beneficio común de la ciudad y más bien los
primeros tienen prioridad, después de los
cuales pueden resultar a pedacitos y de
carambola, es decir, como algo aleatorio,
algunos pocos casos de hechos urbanos
aislados de calidad espacial meritoria y
reconocible como son los casos del Parque
Panamericano o delas Banderas33 y el actual
Centro Cultural de Cali que mientras fue sede
de una entidad financiera operó más como un
bunker excluyente que como el edificio abierto
que sus autores propusieron en el proyecto.34
Urbanismo -vs- Diseño Urbano (2)
La calidad del espacio urbano, es decir del
espacio compuesto por calles, plazas y
parques, configurado por edificaciones,
articulados todos sobre una extensión de
territorio, es un resultado del manejo consciente
de su planeamiento, diseño y control en aras al
bienestar ciudadano. Esto significa, entre otras
cosas, que la iniciativa e inversión privadas
siendo necesarias e inevitables, no por ello
pueden desconocer que el valor estético y
ambiental del espacio urbano construido
constituyen una condición fundamental para la
conservación, desarrollo contínuo y
trascendencia histórica de una ciudad.
Si hubiese que relacionar momentos y
obras, puntuales unas y generales otras, que
expresen esa ruptura, podrían mencionarse
algunas como típicas y representativas.
lugar y en aras a la especulación comercial con
beneficio de unos pocos, el más espantoso
edificio de estacionamientos que mente alguna
pueda imaginarse.
La primera situación cuyas primeras
manifestaciones se remontan décadas atrás XX
la constituyen las demoliciones de edificaciones
de alto significado histórico. La primera de ellas
el Templo de San Agustín, cuya torre en la
esquina de la calle 13 debió ser derrumbada
para permitir el tránsito vehicular a lo largo de
la actual carrera 4ª en dirección este-oeste. Años
después en la década de los 60s, correría igual
suerte su Claustro de Santa Librada, sede del
colegio fundado por el vicepresidente Francisco
de Paula Santander y centro de formación
fundamental para buena parte de los dirigentes
regionales, luego sede de la Universidad del
Valle, hasta ser eliminado para levantar en su
Otros casos representativos de esta actitud
se dan con el Hotel Alférez Real, cuya
desaparición fue una demostración de soberbia
y codicia de su propietario, digno representante
de las clases dirigentes vallecaucanas, cuando
se pretendió levantar en su lugar una alta torre
de oficinas, que resultaría más rentable que un
viejo hotel que iba siendo desplazado como el
mejor de la ciudad por cuenta del
Intercontinental construido según los
lineamientos de la compañías hoteleras
norteamericanas. Treinta años después, a punta
de maquillajes, la ciudad trata de borrar sus
huellas con una plaza que nadie busca, y al
antiguo propietario se le entrega a cambio el
predio del viejo matadero municipal. El Palacio
de San Francisco, sede de la Gobernación
Departamental, demolida sin ninguna
consideración sobre sus posibilidades de ser
parte de la solución en busca de mayor área
para alojar burocracia, dando paso a una torre
que 30 años después estaba tratando de
adaptar una escalera de emergencia que aún
hoy queda oculta y permanece inútil y un
parqueadero de vehículos oficiales al aire libre
como “gesto” de atención al espacio urbano
de la carrera 8ª frente a su fachada “posterior”.
Similar suerte corrió el Batallón Pichincha, que
tampoco pudo ser incluido como parte de la
solución por construirle una sede definitiva a
la Alcaldía Municipal, ni el edificio Gutiérrez
Vélez 35 , junto al Puente Ortiz que en su
momento era el edificio moderno más vivo de
la ciudad, como quiera que alojaba el correo
aéreo en su palnta baja junto al río, comercios
reconocidos en su segundo piso a lo largo del
Puente, vivienda en los pisos altos, además
de que mostraba cuatro fachadas completas,
como contraste con la mayoría de los llamados
“más modernos” que fueron apareciendo en
el sector, y que aportan al espacio público la
miseria de sus “culatas” como símbolo de la
nueva imagen de ciudad moderna. En el sitio
29
que ocupaba el edificio Gutiérrez Vélez, se
levanta hoy una réplica del kiosko de retretas
que existió en la Plaza de Cayzedo, algunos
árboles de totumo y chiminangos. También
hubo que demoler el antiguo Manicomio de la
Avenida Uribe Uribe esquina de la calle 21,
que servía de cuartel de la Policía, para dar
paso al Edifico actual que deja hasta ahora un
tétrico muro de cierre de parqueadero como
único paisaje urbano para las tres “fachadas
de la manzana haacia el río, hacia buena parte
de la Uribe Uribe y hacia la calle 20. Más
reciente el Colegio Alemán sobre la calle 5ª,
con una excelente estructura es demolido sin
consulta ni consideración de sus bondades
espaciales y arquitectónicas para dar paso a
un edificio que posiblemente aloje a la
Biblioteca Departamental.
Esta breve pero significativa lista de
demoliciones ejemplifica muy bien una actitud
generalizada en Cali como política urbana no
declarada de adecuar la ciudad construida a
las demandas de una modernización
30
entendida de manera muy particular36 y que
va a la par con el proceso de expansión de la
ciudad con el criterio especulativo que ya se
ha explicado, que conlleva a la destrucción
del centro antiguo mientras la demolición de
las viejas edificaciones aún rinda utilidades y
que muestra como resultado el paisaje de
ciudad bombardeada que muy lentamente hoy
se trata de sanar. El mismo proceso de
transformación de la Plaza de Cayzedo que la
llevó a su configuración actual, y pese al valor
formal y unidad que alcanzó con los edificios
altos, ya mostraba la clase de actitud y
desprecio por lo que se consideraba viejo,
poco rentable y obstáculo para el “progreso”,
y por lo tanto merecedor de ser echado abajo
sin fórmula de juicio alguna. Para el caso de
este espacio en particular, hacia 1974 estuvo
a punto de reiniciar una nueva etapa, cuando
un arquitecto inversionista en bienes
inmuebles y construcción pretendió derribar
el edificio Otero para levantar una torre de
oficinas de 20 pisos de altura. En tal ocasión,
la naciente conciencia ciudadana, gremial y
académica por el valor patrimonial de
edificaciones de significado histórico y urbano,
frustró el negocio y abrió el camino hacia una
mirada distinta de los valores del espacio
urbano, el espacio público y la arquitectura
que lo conforma.
Otras políticas urbanas generalizadas para
el tratamiento de las áreas centrales de la
ciudad que hacen parte del ejercicio del
planeamiento urbano en Cali, incluyen la
ampliación paulatina de calles mediante el
retroceso de las líneas de paramento en
aquellos predios cuyas edificaciones una vez
demolidas y vueltas a construir levantan su
fachada unos metros atrás para permitir un
ensanchamiento de la calzada vehicular,
dejando como resultado una desordenada
colección de “culatas”, los muros medianeros
expuestos de las edificaciones contiguas que
se mantienen en pie. Un caso palpable es el
del Barrio de San Nicolás que hoy, casi 50
años después de iniciado tal proceso, no ha
acabado de conformar sus espacios. Es
evidente que una generalización de esta clase
de iniciativas de planeamiento cobra su mayor
pieza con la construcción de la calle 5ª entre
Santa Librada y la Avenida Colombia, abierta
a machetazo limpio que deja una calzada muy
amplia y sin andenes enmarcada por el más
humillante de los paisajes urbanos que solo
muestra casas partidas a la mitad, más
“culatas” y menos vida urbana para parte de
los barrios que debieron ceder área en esta
empresa. Le siguieron después y hasta cerrar
el siglo XX, las ampliaciones con iguales
características depredadoras, las ampliaciones de las calles 8ª, 9ª y 10ª desde la carrera
10ª hacia el sur; la carrera 10ª, primero desde
la calle 5ª hasta la calle 15 (Juegos
Panamericanos) y en 1999 desde la calle 15
hasta la calle 25 y la carrera 5ª desde la calle
15 hasta la calle 25. Es tal el grado de
imposición y soberbia con que se realizan
estas obras, que en el caso de las dos últimas
ampliaciones citadas se arrasó con los osarios
de la parroquia de Jesús Obrero (Barrio Obrero,
Parque Eloy Alfaro) como si no se tratara de
una verdadera profanación contra la memoria
ciudadana -así sea negociable con la curia- y
se puso en peligro la estructura del Templo de
San Nicolás por las vibraciones intensas y
constantes a que se la tiene desde entonces
sometida por causa del tránsito de vehículos
incrementado con la ampliación de la calzada
vehicular37.
Finalmente, y sólo porque excede el
objetivo de este escrito hacer una relación
minuciosa de esta clase de “actos de barbarie”,
impulsados o permitidos por la municipalidad,
hay que mencionar otras expresiones del
ejercicio del urbanismo sin las consideraciones que atañen al diseño urbano. Una de
ellas, la permisibilidad a la agresión a hitos
perennes de la ciudad. El primero en la etapa
de modernizaciones a mediados del siglo XX
fue quizás la erección de la subestación
eléctrica de San Antonio detrás del Templo,
entre éste y la Planta de Tratamiento de Aguas
del Río Cali. Han pasado 50 años de tal evento
y hoy parece que hiciera parte del paisaje de
manera tal que nadie parece verlo lo cual
muestra la capacidad de olvido o de falta de
comprensión de esta clase de problemas por
parte de la población. Es evidente que en su
momento se manejó como un chantaje: si no
hay subestación , no hay electricidad.38
Otro caso que en la década de los 60s,
levantado guardando toda la legalidad de los
procedimientos, emblema casi silencioso de
esta agresión, es el Banco del Comercio, el
edificio más alto levantado hasta entonces en
Cali que parece erguirse sobre la fachada
occidental de la Plaza de Cayzedo sin
importarle nada que a este espacio hito solo
le ofrece su fachada cerrada y que todo el
mundo lee como “culata”. Algo similar puede
anotarse con relación a la torre de Telecom
frente a la plazuela de San Francisco, que
orienta sus fachadas hacia el norte y sur y deja
a la plaza su fachada cerrada, como haciendo
abstracción de este espacio que estaba en
ciernes y por el solo prurito de que tal
orientación le evitaba problemas de
asoleamiento. Es la misma actitud que desde
los años 70 permitió la localización anárquica
de toda clase de antenas en los cerros de Los
Cristales, al pie de Cristo Rey y en el de las
Tres Cruces, habiendo que esperar hasta el
nuevo siglo con una tímida mención por parte
de los planificadores oficiales del urbanismo
en Cali para que se empiece a considerar
alguna alternativa técnica que permita
solucionar tal atropello.
Otra expresión del problema es la
permisividad a la usurpación del espacio
público en beneficio de intereses privados,
expresada en la actitud generalizada de
ocupación de andenes y antejardines y en la
cesión, a cualquier título, de áreas importantes
a particulares. Así sucedió en los casos del
llamado “Club Tequendama”, cuya área
correspondía a las cesiones de espacio abierto
y zonas verdes que los urbanizadores, por ley,
deberían entregar al Municipio y que
terminaron como club social privado que al
Barrio Nueva Tequendama poco aporta y sí
priva de un derecho elemental a sus
habitantes. Sin olvidar tampoco que el mismo
Municipio se convierte en invasor del espacio
público cuando permite construir templos en
los parques y él mismo implanta escuelas,
colegios, centros de salud, C.A.I.s y C.A.L.I.s39
que, bajo el pretexto de cumplir con una función
social básica, ocupan los pocos espacios
abiertos de los barrios, en lugar de adquirir o
disponer de predios adecuados dentro da las
manzanas del respectivo sector40. A otra escala,
pero del mismo tenor, la cesión a un hotel en
el sector de el antiguo Obelisco, en la Avenida
Colombia, de un área para estacionamiento
de vehículos en detrimento de la zona verde
pública del paseo a lo largo de la orilla derecha
del rio Cali. Lo mismo que, como para ser
simétricos, sucedió con el área frente a la
Clínica de los Remedios en la orilla izquierda
entre las calles 24 y 25.
Estos acontecimientos tejidos unos a otros,
año tras año, son el resultado de la baja
conciencia sobre el valor del espacio público y
de la importancia de su calidad, en desmedro
de los cuales han actuado y siguen actuando
muchos funcionarios y particulares movidos por
intereses económicos unas veces o por
desconocimiento absoluto sobre el significado
del espacio público como escenario esencial de
la vida ciudadana en otras ocasiones. Lo primero
lo ilustran muy bien el caso del parque de La
Babilla, en Ciudad Jardín, espacio público, que
llamó la atención de la prensa local a raiz de la
batalla jurídica que debió librar el Municipio de
Cali, a instancias de funcionarios honestos, para
rescatarlo de manos de particulares que estaban
realizando un negocio de compraventa de tal
predio. Y el más reciente, publicado en los
medios locales en la semana del 15 de
noviembre de 2000, tras la denuncia promovida
por el ingeniero Claudio Borrero, antiguo director
de la oficina de Bienes Inmuebles del Municipio,
quien alertó sobre el negocio de venta a la ciudad
de predios de los Farallones que pertenecían a
ésta. Son solamente pequeñas y grandes
muestra del juego corrupto para violar normas o
adecuadarlas a los intereses de unos pocos. Lo
segundo se manifiesta en casos en los cuales
las Juntas de Acción Comunal de algunos barrios
al disponer de algún presupuesto para obras
que les otorga el municipio, deciden levantar
cualquier clase construcción con tal de ganar el
reconocimiento de sus ciudadanos y deciden,
31
para no perder el derecho a manejar esos
dineros, agregar algún estorbo o “elefante
blanco” en el parque del vecindario. Tales fueron
los casos de los fracasados proyectos de teatrino
en el parque del Corazón en San Fernando y de
una supuesta pista de trote en el parque de la
calle 43 Norte en el sector suroriental de Vipasa
que no demuestran otra cosa más que, como
representantes de los respectivos sectores, un
desconocimiento absoluto sobre las características fundamentales del espacio público y en
particular sobre los espacios abiertos, plazoletas,
parques y zonas verdes. Allí también se
desprecia por ignorancia el diseño urbano.
Hacia el Nuevo Milenio
Por ley de la República, Cali como todos
los demás municipios del país, debe manejar
todas sus políticas urbanas dentro del plan
general llamado de Ordenamiento Territorial.
La Ley 388 que lo reglamenta, hace parte de
un conjunto mayor que da instrumentos
jurídicos de actuación a los gobiernos locales
para controlar el manejo de su territorio. Pese
a los problemas políticos que arrastra la
formulación de un P.O.T., y los operativos que
plantea su implementación, la coincidencia de
su puesta en práctica con el ejercicio de
nuevos alcaldes recién elegidos, imponen que
la práctica del urbanismo por las mismas
autoridades y por agentes privados, se enfrente
a una nueva realidad donde la vigilancia
ciudadana tendrá que cobrar una mayor
presencia contínua, tal que permita que las
decisiones que afectan la calidad del espacio
construido, resuelvan primero que todo el
interés común contrarrestando la práctica
corrupta de la manipulación de las decisiones
que afectan la conservación y crecimiento de la
ciudad que tanto ha incidido en su configuración
actual.
No es fácil el trabajo si se tiene en cuenta
que por las condiciones actuales de caos
social y político, y por las mismas circunstancias
que afectaron la formulación de la Ley 388 41,
habrá que luchar por involucrar en tan
32
complejo proceso como valor cultural dentro
de la práctica política, el derecho a rescatar,
construir, mejorar y conservar el espacio
público como escenario y medio fundamental
para el ejercicio de la vida cotidiana. Se trata
de asegurar la puesta en práctica de las
bondades que promete el P.O.T., dentro de un
proceso que permita a la población reconocer
el valor cultural de la construcción del espacio
urbano y el derecho a su uso, independiente
de que sea edificado en gran parte por
iniciativa privada. Y no es fácil porque la sola
voluntad de participación no resuelve la
ejecución de obras e intervenciones de alta
calidad al menos que haya muchos equipos
profesionales involucrados en el diseño
urbano que sepan interpretar y guiar los
procesos particulares a escalas de barrio y a
escala de los ahora llamados planos parciales.
parques, vías y senderos peatonales43, así como
proyectos extensos de vivienda y mixtos
promovidos por iniciativas privadas y públicas.
Es claro en estos casos que el diseño urbano
no soluciona problemas de origen estructural,
social y económico, pero sí es una condición
para que las obras que resultan de su búsqueda
tengan una calidad tal que les permita ser parte
de la construcción de un espacio urbano que
genere una mejor calidad de vida que es en
últimas, también, un problema vital de estética,
un problema que toca como ninguno el tema
del arte de construir la ciudad.
Notas
1
2
Conclusión
3
Ante la evidente pérdida del carácter
orgánico de los procesos de crecimiento de la
ciudad, donde las partes nuevas se levantan
fuera de cualquier clara articulación , y dada
la precaria disponibilidad de territorio para
continuar con la expansión indiscriminada que
ha regido durante los últimos cincuenta años,
es impositivo establecer nuevos procesos
constantes de elaboración proyectiva que
conduzcan a la creación de las nuevas partes
de la ciudad con sentido de totalidad 42 en
relación con las existentes, y de reelaboración
progresiva de éstas de manera que permitan
recuperar su valor cultural y generen en la
población un sentido de pertenencia, el que
confiere carácter vital al espacio urbano
construido y le asigna valor histórico y
patrimonial.
Hay ya en Colombia algunas muestras en
esta dirección, tal como sucede con las políticas
urbanas implementadas en los últimos
gobiernos de Bogotá que concilia proyectos a
diferente escala, desde equipamiento hasta
amoblamiento urbanos, pasando por
tratamiento vial y de espacios abiertos, plazas,
4
5
6
7
8
9
10
Ver Hincapié, Ricardo. Historia de dos
avenidas. Revista CITCE nº1
Usamos aquí el término en el sentido en
que lo propone Kevin Lynch en su obra
clásica
Aprile-gniset, Jacques. La Ciudad
Colombiana, Siglos XIX y XX. Bilioteca
Banco Popular, Bogotá 1992
Idem
Para destacar, la actividad de personas
como Eustaquio Palacios, fundador y
director del periódico El Ferrocarril, quien
convirtió tal órgano en impulsor de esta
obra, considerada por él y muchos otros
como condición sin equa non para el
desarrollo de la ciudad y la comarca.
Eder, Phanor. Santiago Eder, el fundador
Botero, Carlos. La Arquitectura del
Ferrocarril del Pacífico. La Tertulia, Cali,
1994
Ordóñez, Luis Aurelio. Industrias y
Empresarios Pioneros. Cali 1910-1945.
Univ. del Valle, Cali 1995
Orgánico en el sentido de algo “que tiene
armonía y consonancia” (DRAE, 21ª
Edición). Ver además, ALEXANDER,
Christopher et alt. A new Theory on Urban
Design. Oxford U. Press, N.Y. 1987
Vásquez, Edgar. Historia del Desarrollo
Económico y Urbano en Cali. Boletín
Socioeconómico
Nº20,
CIDSE,
Universidad del Valle, Cali Abril 1990.
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
Ramírez, Francisco. Arquitecturas
Neocoloniales, Cali 1920-1950. CITCE,
2000.
Relator
Carvajal, Griseldino. Información General
sobre los Ejidos del Distrito de Cali. Imp.
Arboleda, Cali, 1926
Ver un registro y análisis en tal sentido en
Aprile-gniset, Jacques. Ciudad en
Colombia, Tomo II, CapV
Ordóñez, Luis Aurelio. Industrias y
Empresarios Pioneros, Cali 1910-1945.
Universidad del Valle, Cali, 1995
Un completo estudio de los puentes y obras
ligadas al Río Cali se presenta en Hincapié,
Ricardo. Puentes Antiguos sobre el Río
Cali. Revista CITCE nº3. Cali, 2000.
Arias de Greiff, Jorge. Un momento estelar
de la ingeniería mecánica en Colombia: los
diseños de locomotoras de P.C. Dewhurst,
en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol 26,
nº 21. Bogotá, Banco de la República 1989.
La configuración de la manzana moderna
saca a la calle los árboles que en la
tradicional de la traza hispana ubicaba
adentro y hacia el centro distribuida entre
los huertos y patios traseros.
Un breve listado de estas salas puesto
sobre un mapa del momento dan idea de
la importancia que llegaron a tener como
equipamiento: además de las salas y teatros
del centro de la ciudad, con el Municipal, el
Colombia, el Jorge Isaacs, el Cervantes, el
Colón, se podrían mencionar el Ángel
(Calvario), el Ayacucho (Fray Damián),
Sucre (Sucre-Obrero), Palermo y Avenida
(San Nicolás), Asturias (Alameda-Bretaña),
Alameda (Alameda), San Fernando (San
Fernando), María Luisa (Floresta), Libia
(Floresta), Bolívar (Granada).
Cruz Kronfly, Fernando. La literatura de
Umberto Valverde. Plantalibre 4-5. Ver
también su ensayo La ciudad como
representación en Cruz K, F. La Tierra que
atardece. Ariel. Planeta, Bogotá, 1998
Cruz Kronfly, Fernando. La Literatura de
Umberto Valverde. Revista Plantalibre Nº
4-5
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
37
Tomamos el término en el sentido en que
lo cita Alejandro Ulloa en su obra
Clobalizacón, ciudad y representaciones
sociales. El caso de Cali. U.P.B., Medellín,
2000
Bacon, Edmond. Design of cities. Viking
Press, N.Y. 1964
Botero, Carlos E. De tanto tren en la
estación esta se agranda y la ciudad se
expande. Revista CITCE Nº3, Noviembre
2000
Vivienda y estado en Colombia.
Hincapié, Ricardo. Op.,cit.
Ver Barney, Benjamín. De Santiago de Cali
a Cali. Revista CITCE Nº 2 1999
Idem
Jorge Herrera Barona, en GÓMEZ, Alvaro
L., et alt. Historia de Cali. Ediciones
Andinas. Cali, 1986 2ªedición, capítulo XI.
(Negrillas nuestras)
Carvajal, Griseldino. Estudio de los Ejidos
en Cali. Cali, Imprenta Arboleda, 1925
Municipio de Cali. P.O.T. Resumen, 1999
Hincapié, Ricardo, op.cit.
De ecuerdo con Gustavo Vivas, el único
espacio público de calidad creado en Cali
en casi 50 años de obras dentro del
perímetro urbano. Varios. Panorama desde
el Parque en Calideces. Cali, Círculo de
Impresores c.1988,
Es paradójico que haya hecho falta la
quiebra financiera de la FES para que el
edificio haya quedado en manos del
Municipio de Cali, aunque dada la crisis
fiscal de éste, un alcalde haya mencionado
la posibilidad de venderlo para ayudar a
superar los problemas financieros.
Aún ni las más pretenciosas edificaciones
revestidas de oropel que construyeron los
narcotraficantes se compararía como obra
de iniciativa privada al edificio que todo
mundo hizo suyo como el edificio del
correo.
Ver Barney, Benjamín. De Santiago de Cali
a Cali
Hay un diagnóstico en tal sentido
preparado por Ricardo Hincapié, Director
del CITCE, 1999.
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Harold Borrero, arquitecto de la Oficina del
Plan en su momento, fue el único
funcionario público que se opuso hasta el
último momento a la implantación de la
subestación eléctrica de San Antonio.
C.A.I.: centro de atención inmediata, sigla
de puestos de Policía; C.A.L.I.: centro de
atención local integrada, sigla para
agencias por comunas para recepción de
pagos de impuestos y coordinació e
información de servicios a la comunidad
Un reciente acontecimiento fue la oposición
de un grupo de ciudadanos del barrio
Prados del Norte, quienes se opusieron a
la cesión de parte de uno de sus parques
para construir un templo católico.
Garcés, Juan M. Plan de Ordenamiento
Territorial. Manual prospectivo y estratégico.
TM, Bogotá, 1998
Alexander, Christopher. Op.,cit.
Ver Revista Escala nº186-187, Bogotá
2000 y Revista Arquitecturas nº6, Bogotá
2000.
33
¡Deconstrucciones de la Gran ciudad!
Juan Manuel Cuartas
“Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, signo vacío en tu pecho de
piedra sepultado.”
Octavio Paz,
<<Crepúsculos de la ciudad>>
34
El Espacio.
E
l espacio habría sido La Ciudad, en
adelante la ciudad, participar de un
territorio que es la ciudad, una ínsula
luminosa en medio del llano, en el interior de
las montañas, de cara al mar, donde cada
calle, cada casa, cada alcoba y la ciudad
misma se distingue y representa. La ciudad
habría sido el espacio, la desafiante
continuidad de las distancias, plenitud de las
aceras donde el tránsito libre reúne coribantes.
En la ciudad los ojos continúan infatigablemente en el oficio de ver y de saber; la
ciudad habría sido el mismo espacio para
todos de domingo a domingo, pero los
ingenieros impusieron la ley devastadora de
la construcción. La ciudad se construye y se
destruye la ciudad; los ingenieros rumian ideas
de hormigón en sus cerebros y aprovechan la
ciudad para demoler mitos, decidir rutas,
inaugurar centros; los ingenieros reacomodan
la ciudad como el adulto necio le mueve de
sitio los juguetes al niño nombrándole
superiores formas de hacer, proceder y
transformar. Los ingenieros recorren la ciudad
infatigablemente; un núcleo donde la periferia
no existe; centro del cambio donde se visualiza
el impacto.
Aquí está ese nódulo contenido que
hormiguea de vehículos, gente y comercio,
ese mandato de la circularidad donde se gesta
y deriva la autoridad, ese centro a donde
acuden todas las tensiones y todos los
controles. Desde su circuito de calles negras
la ciudad irradia el incontenible espejismo de
la modernidad: Dos autos han colisionado en
el cruce de dos avenidas… Se ha oído el
chirriar de las llantas y el impacto del choque;
la caída diminuta de los vidrios en la calle, el
mamonazo de la cabeza de un pasajero contra
el cristal; la súbita confusión, los improperios…;
se ha escuchado todo claramente, los pitos de
los carros, las cornetas de los autobuses. Al
lado de los actores, pronto, ¡qué confusión!,
¡qué descoordinada la ciudad, disuelta de
punta a punta…!, y en el centro, una colisión
de automóviles; el semáforo, silencioso, da vía
sin que nadie pueda hacer nada, sin que se
cure el instante ni se despeje la verdad. Al
colisionar dos, colisiona la ciudad entera,
luego la ciudad obra en función de cada uno
de sus miembros… Lugar donde no pueden,
por azar, toparse dos en el camino, al
despejarse de nuevo todo, allí no queda la
menor “huella”, la corriente de la avenida no
permite revisitar los instantes de la ruta.
¿Dónde, pues, la ciudad, para habitarla sin
mayor fórmula que ella misma? Quienes
fundaban poblados descansaban de los pies
y de la vista; recogían místicamente el andar y
concertaban la mirada en un círculo cuyo eje
fuera el hombre y la tierra. Emprendían el
asalto al espacio y en corto tiempo allí había
calles, casas, tiendas, una iglesia, un
ayuntamiento, un parque, una cárcel, un
cementerio, una botica y una escuela. La
ciudad era un trazado, un circuito entre las
cosas, los nombres y los hombres; comenzaba
allí un tiempo legítimamente circular en el que
las generaciones conectaban entre sí…, pero
ha crecido el perímetro como se dilata un
estómago, y la ciudad devora hoy gente,
oficinas, comercio, lugares públicos, bancos,
prostíbulos; la ciudad omnímoda descansa
sobre un fundamento telúrico que pretende
abarcar el globo entero, ser eterna y absoluta.
Los ingenieros lo han previsto todo para que
la ciudad se llene de agujas, para que se
mueva frenética, para no darle más calma que
la de los domingos sin fútbol; ciudad de
circunstancias, de casillas y teléfonos, ciudad
acorralada, clonadora de hombres. Los
ingenieros se pasean con sus teleolitos
calculando puentes y conjuntos residenciales,
reduciendo franjas verdes con oficio de sabios
futuristas; usan cascos, montan andamios,
suben al cielo, divisan un universo de cúpulas
y flores muertas que les complace y obsesiona.
Seres de una ciudad sin más territorio que
las calles, los despachos y las alcobas; una
ciudad con esquinas, sin senderos, con escalas
ciegas desde donde los ingenieros fraguan
nuevas formas de implementar el concreto, las
vigas de amarre, los zigzags tortuosos que
desahogarán los largos recorridos…; hierros,
láminas, adobes, lámparas, circuitos, tuberías
ocultas que tengan en circulación el submundo
de ese espacio que habría sido la ciudad.
Temprano en la mañana los ingenieros
aprietan sus pies con botas de exploradores y
sus cuellos con corbatas de ejecutivos; son a
la vez ministros, pero también obreros que
entresacan resultados metódica y
estrictamente coincidentes con lo que es la
ciudad; nuevo concepto de fundador; el
ingeniero inventa la ciudad batallando con su
cuadrilla de excavadores y constructores
contra la improbable resistencia de los
elementos.
Las Ideas.
Pero no es posible hacer investigación si
no se soporta en la historia de la ciudad,
porque es en ella donde se hacen
apropiaciones que están en función del ideario
de los investigadores. La ciudad es un
laboratorio de verificación y correspondencia
cuyo interior anuncia la caracterización de un
tiempo. El siglo XX es, así, capital para la
comprensión de la ciudad; y en Colombia,
particularmente, después del Frente Nacional,
de cara a un cambio radical en la actividad
investigativa, nuevos paradigmas confrontan
grandes convulsiones, no precisamente
epistemológicas. El estudio de la ciudad desde
diferentes disciplinas, dispuso desde entonces
los saberes necesarios para plantear una
teoría dinámica de la ciudad.
Recomponer la sociología de las ciudades
colombianas teniendo presente la incidencia
de las oleadas de desplazados de la historia
violenta del país, implica leer la historia desde
un presente que no puede sortearse
estudiando tan sólo la retórica de la gran
ciudad. De otra parte, con una noción de
‘estructura’ en mente, es apenas obvio hacer
uso de la ciudad bajo la categoría implícita del
“progreso”, porque la ciudad ha sido, en este
sentido, el único lugar en el cual el progreso
ha tenido una función definida, axiomática,
dando significación a los hechos de la vida.
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Porque el estudio es el fondo de las ideas,
la manera pluridisciplinaria de tratar la ciudad
caracterizará a su vez un tipo de pensamiento,
de transferencia de intuiciones donde la cultura
en la ciudad va adosando al individuo según
una suerte de superposición de planos que
pueden desatar en un momento dado un
discurso sobre la ciudad: ¡deconstrúyete
ciudad! ¿Es posible entonces, en este sentido,
implementar una función deconstructora de la
ciudad?; si en el más estricto sentido derridiano
este término alude a la ‘traducción’, a una
‘segunda lengua’, ¿cuál podría ser la
traducción más precisa de la ciudad?;
evidentemente reflexionar acerca de ella y
comprender que su transliteración a otra
lengua representa una escritura que constituye
la vida misma en la ciudad. La ciudad,
prevemos, es así un territorio donde la rotación
de signos afecta la filiación ética de la vida,
donde los avatares administrativos delimitan
las alternativas tecnológico-culturales, en fin,
donde un singular poder que no es
propiamente la política, subterráneo y oculto,
delimita los espacios, clasifica las personas y
revaloriza los signos… Y así, deconstruida,
reflexionada como territorio, la ciudad habría
sido, ante todo, espacio para la confrontación
y la violencia en el interior de los hogares, de
las calles, etc., violencia de la opinión
(segregación y diferencia), en tanto que el
ciudadano sería un administrador de
diferencias.
La Metrópolis.
¿Será posible, desde otra perspectiva,
mirar a la ciudad como a la casa (como a la
madre?) “Metrópolis”, que significa en griego
“ciudad madre”, alude a la idea de resguardo,
de regazo, de estar bajo cubierto, bajo el
amparo de la madre; ¿el tiempo de la ciudad
entonces como el tiempo de la casa?, pero lo
que la casa representa como principio (como
origen), la ciudad lo representa como destino:
originalmente la casa (como la madre) está en
los ojos; su aire es la respiración misma, y el
lenguaje heredado de ella nombra sus
recorridos y distancias con signos y con voces
que por metonimia dimensionan la ciudad. La
casa se habita, la ciudad se transita, dos actos
que deciden la alternativa de un sujeto
confinado que sueña, como lo insinúa el
término “metró-polis”, un espacio “verdadero”.
Vivir en la ciudad es un dilema que se
resuelve valorándola, practicando en ella, como
antes en la casa, una ética para ciudadanos.
La ciudad vista, de otro lado, como numen
tutelar; un espacio que sustenta nuestro estar,
que pondera nuestro ser. Pero también acaece
valorar la ciudad en su dimensión de circuito,
donde el tránsito infinito hace de la vida el reflejo
de la “diferencia”, ese encomiado concepto
derridiano que delata una imposibilidad de la
presencia, porque sin surcar la ciudad no hay
propiamente tiempo para los ciudadanos. La
ciudad habrá marcado entonces, como la casa,
un antes y un después, y llevarla a cuestas habrá
constituido nuestro ingente devenir; la ciudad
valorada como función de vida a través de sus
calles, sus locales, sus voces y señales
asumidos como conciencia de lo que es y lo
que será, nos mueve a detenernos a pensar
por ejemplo lo que ha implicado el paso de los
ingenieros; esas hormigas en ronda que dejan
surcos en las tierras cultivables, que devoran (y
limpian) (la ciudad).
En esa ciudad reconocida se define un
sujeto reconocido también, que se integra, que
toca a todas las puertas, que se refugia en los
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signos que la ciudad misma fija. Pero de otro
lado estaría la ciudad sin valorar; el espacio
que azotamos inútilmente, la demarcación de
unas calles sin nombre conocido, donde el
paso de los ingenieros precipita la muerte de
las cosas que un día fueron calles, tiendas,
esquinas, árboles, balcones. Ciudad sin
historia, refugio, punto último de llegada donde
drásticamente termina la vida. El espacio que
habría sido la ciudad apunta a convertirse en
El Astillero de Juan Carlos Onetti, donde la
suciedad del muelle, la lama de la muralla, el
orín de los malecones nos hace vislumbrar una
ciudad arrinconada en los capítulos de la
nostalgia y el castigo; ciudad vivida desde la
infancia, pero nunca pensada en silencio;
muerta en el alma, porque desde siempre el
espacio habría sido la ciudad, pero no este
campo de refugiados donde los ingenieros han
dejado un hueco en cada esquina, han
sembrado postes en medio de las gradas, han
errado, dilapidado, devastado; los ingenieros
que vuelven repetidamente a maquillar los
parques reduciéndolos de asfalto.
Y entre esta segunda ciudad y la primera la de la casa- está toda la lucha por librar, la
del semiólogo y la del urbanista, la del ñero y
la del yupi; la ciudad se deduce de una y mil
maneras, pero siempre serán los ingenieros
quienes realizarán las mezclas de concreto y
carbonilla, quienes cavarán las bases,
tenderán las redes, y transformarán la ciudad
configurando simultáneamente altas dosis de
desalojo y de abandono. Para los que se
quedan sin ciudad, los que remiendan su
programa de vida en una ciudad que no lo es
más en perspectiva o en detalle, ésto habrá
sido la ciudad: el “tejido” y los remiendos (del
tejido).
La Noche … La Lluvia.
Imaginemos la ciudad quieta una noche
de domingo; ¿dónde está aquí el universo del
gobierno, el paradigma del “estar en
movimiento”?; recorremos grandes distancias
sin enterarnos dónde se encuentra
propiamente la ciudad, sintiendo que aquello
que transitamos no es más que el comodato
donde habitan los espectros. Un tiempo de
difuntos, de millones de ausencias; la ciudad
desaparece sin dejar de estar ahí; tejida y
destejida, tutelar y primitiva, en cualquier
esquina nos mostrará sus muros, sus rótulos,
sus números, exergos, nombres majestuosos,
toda la significación que ha grabado en ella la
cultura; los graffiti y el comercio se nos
representan ahora aterradoramente similares
a las rutas de un cementerio donde se
encuentran los nombres, las fechas, epitafios,
fosas vacías y huesos.
En la noche la oscuridad derrota el
movimiento y queda, desierto, un espacio que
habría sido la ciudad; largas calles por donde
no circulan más los ingenieros...; en la alta
noche la ciudad se deja oler, y mientras el ojo
agotado renuncia a mirarla, recorrerla en
cambio con otros sentidos, es lícito. Aquí hay
una ventana que despide música, allí un
rincón donde acecha la degradación del
hombre conjurado por el duro asfalto. La
noche en la ciudad es otro territorio donde
voces con cadencias singularmente diferentes
surgen del fondo electrizante de los bares.
Bajo esa existencia nueva que es la
electricidad, la ciudad es en la noche, con más
razón, impostergable; tiende su infinitud en un
vacío iluminado y disperso. Bajo aquella
función retórica de la iluminación en la alta
noche, se entiende claro qué nuevo personaje
es el ciudadano captado por el televisor y por
el ordenador que lo iluminan y afablemente le
hablan, (le seducen y suplementan, lo abruman
de luces como acosándolo con torturas
disparadas a dilatar e impresionar sus retinas).
***
Nuevo día en la ciudad; llueve, la bruma le
ha bajado la tonalidad a las cosas,
insistentemente llueve y es un azar alcanzar
un autobús o un taxi; llueve, y sin embargo hay
que salir del apartamento, del barrio, hay que
declararse expulsado, enfrentado a la ciudad
rota e inmunda, una superficie fría y desolada
transitada a hurtadillas; los vehículos cruzan
levantando cortinas de agua sucia; vamos y
venimos por las calles hechos agua hasta los
ojos, llueve sin compasión como si el diluvio
castigara a la ciudad, a esta Sodoma de todos
los días le ha llegado hoy su ángel castigador;
el que le niega su nombre, la contamina e
inunda; las tiendas son lodazales, las
cafeterías, los lobbys de los edificios, los
portales de las casas, no es posible seguir
domando la humedad, es una ruina tanta agua;
los kioscos de revistas no abren, no hay
loteros, lustrabotas, domicilios, la economía
informal ha cerrado sus puertas. Y mientras la
lluvia continúa, nuevamente preguntamos
¿dónde está la ciudad?, ¿qué podrán hacer
hoy los ingenieros tristemente enfundados en
sus capas de hule?; hoy no crece, no germina,
no se abre un hueco más, la ciudad está
tomada, y acaso sea bueno dejar de mirarla
para pasar un rato al interior de las cosas,
ignorar la ciudad y saludarse en casa; de pronto
volver a ser tan elementales como los paisanos
que pasan las tardes del año jugando al
parqués o a las cartas; de pronto es bueno
pensar en beber un buen chocolate, en contar
historias, en recordar a los viejos, hacer bromas
y sonreír sin menosprecio, o mirar al cuarto de
los niños y decidir entre todos un juego. Como
quien no quiere la cosa se nos ocurre una frase
bonita, una disculpa retrasada en el tiempo, o
unas palomitas de maíz para sentarse a ver
algo en la televisión. Recogidos sin más
programa que estar en casa, de pronto vemos
que faltan cuadros en las paredes, que una
porfiada humedad se ha venido tirando los
muebles, y entendemos que sería bonito tener
allí algunas plantas; un entorno que nos
gustaría antes que nada, y todo porque la
ciudad ha muerto en este día sin comercio ni
obras.
***
Decrece la lluvia y el tránsito se altera, brotan
de los apartamentos las legiones de oficiantes
que van y vienen porque la ciudad habría sido
el espacio, el único, el decisivo espacio donde
la fuerza lleva, trae, cruza, llama, sella, abre,
pasa, afirma, rige, decide, nombra, ejecuta,
prepara, camina, ve las cosas, el entorno de
cemento que tiene los rumbos y las estaciones
definidas, las conexiones, los equipos…
Avizoramos al fin la ciudad propiamente nuestra,
la que nos contrata y nos sirve, donde lo
encontramos “todo” como en una urna mágica
que guarda las maravillas del mundo: lo útil y
lo fútil, lo perfecto, lo malo...; en estas y en
aquellas circunstancias, como ejecutivo, como
maestro, como mesera, de cualquier manera
la ciudad es un fluido que mantiene sus piezas
en movimiento, iluminando rincones y
edificios, acelerando sus circuitos.
Porque se construye la ciudad, el
urbanismo no es sólo obra del ingeniero; cada
calle tiene un tiempo sólido y activo que
pertenece a quien lo vive; el ascensorista que
sube y baja, el taxista que circula, el vendedor
detrás de su jaula de cristal, la mujer que
permanece en casa, el cura de barrio que va
del atrio al comedor. No podría ser de otra
manera, ciertamente, porque la ciudad ha
pasado a ser el espacio “natural”; espacio sin
río ni vereda, sin huerta ni jardín, donde el
hombre deviene connatural al trazado de las
rutas neuronales de la ciudad; ignora muchas
cosas que lo mueven y determinan, pero
connaturalmente se reconoce y encuentra,
desde el interior de sus sueños hasta el abrazo
de la muerte en las ciudad.
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Sorteando el asedio de atracadores e
ingenieros, la ciudad clonadora de hombres
lo es hoy más que nunca, desde Seúl hasta
Santiago de Cali. Con un empuje que por
sinécdoque conferimos a la ciudad, el hombre
crece y cambia en la ciudad, desde el valiente
basuriego que empuja su carro, su tonelada
de cartón, el hombre tildado de “siniestro” que
tiene su carro por casa y que se gasta un
lenguaje duro, visceral, hombre comanche de
la calle del Cartucho en Santafé de Bogotá,
con todo su anecdotario y su corte de los
milagros, de cachucha, taches, cueros,
después de veinte años símbolo de la ciudad
y de sí mismo, pero también de su oficio, de su
calle, de su ciencia urbana meticulosa y clara
que conoce a la perfección, para quien los
ingenieros, claro, han faltado al respeto a las
calles, a los árboles de otrora.
La Esquina.
Media mañana, hay un payaso en una
esquina, en un vértice donde confluyen varias
rutas; sólo él está quieto en esa esquina, los
demás son transeúntes, cientos de transeúntes
que pasan a su lado ladeando el cuerpo para
esquivar su contacto, que pasan y no lo ven, o
que acaso lo ven. El payaso tiene una amplia
sonrisa dibujada con detalle; en sus manos un
sombrero de fieltro con colorinches está vuelto
de revés para recibir monedas. Sólo cuando
cae la tarde el payaso deja su pose de estatua,
recoge sus bártulos, cuenta las monedas, se
enfunda el sombrero, se cambia los zapatos
por unos de goma y se echa a andar; en la
esquina siguiente echa una moneda en el
gorro de un mendigo, acaso la más
significativa del día para el mendigo. En la
ciudad está el payaso, que no lo es más que
38
en su atuendo, y en la hipostasiada sonrisa;
no hace de payaso la más mínima payasada,
y sin embargo crea una imagen. El payaso
recurre a la quietud, a la risa detenida en su
cara, o si se quiere a la tristeza de su estampa;
su situación es triste, pide limosna, es un
mendigo…; fosiliza en ese cruce de la ciudad
al legendario payaso de los circos,
declarándose pieza de museo para pasar allí
la jornada. La gente transita sin descanso, sin
detenerse a preguntar, no surge en nadie la
más mínima inquietud sobre la llegada de un
circo a la ciudad; un payaso allí, náufrago, no
puede ser menos que un mendigo,
sencillamente un mendigo, ningún payaso, un
mendigo más que dice ser payaso, que quiso
ser payaso. Avaramente la gente le tiende una
que otra moneda porque, quiéranlo o no, los
interpela aquella estampa, les es pertinente
que no desaparezca la figura del payaso, que
vuelvan los años dorados de la infancia cuando
los circos ambulantes arribaban a la ciudad y
montaban un desfile por las calles con
acróbatas que cabriolaban como simios, con
pesados elefantes y con las quiméricas figuras
del payaso y del mago. La moneda, entonces,
para el payaso, no para el mendigo; la
mendicidad no, fomentarla no; el payaso a
cambio se lleva adentro y se le tiende la mano;
los transeúntes le dan la mano a sus
recuerdos, continuamente a sus recuerdos, a
su agitada memoria que les advierte universos
perdidos en cada cosa que ven; el incontinente
transeúnte ha encontrado hoy a un payaso,
por un instante a un payaso. Pero hay miles
de transeúntes, luego hay miles de encuentros,
por eso el payaso tiene su sitio allí, en ese
punto de encuentro, porque él, quiéranlo o no,
es pertinente a la ciudad. Sin embargo el
transeúnte no se ha detenido, ha continuado
su marcha… Así, tal como anuncian los
economistas, la ciudad está en continuo
movimiento, circula vertiginosamente como el
dinero de uno a otro costado, no se detiene,
llama de aquí y de allá, el tráfico es su ejercicio.
Pero el payaso está detenido, reteniendo en
aquella esquina su hierática sonrisa, no hay
la más mínima representación en su pose,
parece un colorido tótem canadiense clavado
allí para memoria del tiempo. Sí, el payaso
como tótem afinca sus pies al duro
pavimento…; lo que se detiene en la ciudad,
entonces, es tótem de los tiempos, y allí donde
no miran ya los ojos incontinentes de los
ingenieros para demoler y construir (su
paradójico silogismo), allí florece un tótem; la
estatua del libertador, las acacias del parque,
y el propio payaso.
La ciudad va derivando sus instancias; una
circulación frenética que no mira como simples
postes a las cosas retenidas, que da limosnas
solidarias a los baluartes retenidos, que se ha
cribado de agujas centenarias para el disfrute
de los tiempos. Es esta la ciudad, ciertamente,
donde un payaso se ha quedado detenido en
una esquina, un cura en un atrio, unos vaguitos
en una esquina, un funcionario en su escritorio;
ver la ciudad es ver lo retenido entonces,
corroborar la heroica gesta de detenerse un
buen día, de no tener la histeria de la
circulación y la fuga bajo los pies, entronizar
la muerte aún antes de la muerte.
La Ciudad.
El automatismo mil veces discutido está
efectivamente en la ciudad llena de ruidos
codificados y distintos como frases hechas. La
ciudad se retuerce y convulsiona en la histeria
de las calles, de los bares, de los almacenes y
depósitos; la ciudad transitada de uno a otro
costado por seres y vehículos, por montañas
de papeles impresos que la reflejan y en la
ciudad donde el ciudadano juega infinidad de
roles: las etapas de su vida le van demarcando
su situación en la escena; decodificando los
espacios, el ciudadano sortea relaciones,
aborda lenguajes, etc.; la alternativa es tan
vasta y compleja, que el ciudadano deviene
un avieso conocedor, su universo es la ciudad,
los pormenores de la ciudad; es un juez
implacable y un ferviente defensor. Así, con
ese ciudadano que entra en comunión con un
espacio donde él mismo se representa, la
ciudad es un complejo que trasciende el
tiempo más allá del paso científico de los
ingenieros. La ciudad configura un tipo
humano que la lleva y la transita; es la urbe
que consolida las formas administrativas, foco
industrial y centro laboral: punto de encuentro.
Pero tal como avanza nuestra
argumentación, la generalidad abusa de los
términos…, “¿puede una ciudad ser así
cualquier ciudad?”, la idea es particularmente
falsa para eludir nombrar propiamente la
ciudad (Santiago de Cali, Santafé de Bogotá,
Manizales, Madrid, Seúl) y para desconcentrar
la reflexión de aquel espacio que habría sido
efectivamente la ciudad. Así, para hablar con
claridad, los problemas concretos de la ciudad
son los ritmos perseguidos e impelidos, la
economía asfixiante que propicia la circulación
frenética de las calles, el movimiento del
mercado y las “bondades” del intercambio.
Santiago de Cali: lo febril, la ciudad lineal,
el espacio que no se cierra, la amplitud que
rige la presencia de los árboles y de los terrenos
baldíos; algo febril, decimos, que se aferra a la
cotidianidad, algo que no puede ser más que
una forma de negación y afirmación de la
rutina, que distiende en la noche la función
del trabajo. Un desgaste del ser, un atabismo,
un principio religioso: “el milagro” (el chance);
en Santiago de Cali el chance se recrea
número a número eludiendo (¿o integrando?)
la reflexión concentrada en el espacio y en el
tiempo..., y así, al encender cada noche las
velas por donde habrá de pasar la suerte que
no anidará, sin embargo, más que en un único
porfiado número escondido tras el acertijo, la
cifra del milagro seguirá viviendo en la ciudad.
No decimos que el azar constituya la vida en
la ciudad, de hecho son los ingenieros quienes
definen los espacios que debemos habitar, ni
decimos que el milagro represente
propiamente una presencia en la ciudad, es
sólo que el chance, como el fútbol y la música,
en Santiago de Cali, son una manera de
continuar en la ciudad, un quedarse
reconociendo el territorio y vislumbrando los
signos.
Los Signos.
Pero la ciudad sería, ante todo, un lenguaje,
tanto como una cultura o una manera de ser
en su interior, de usar los lenguajes de cada
día, uno y más lenguajes como maneras de
estar en la ciudad, sin mayor sobresalto en
medio del mayor vértigo: estar en la ciudad,
como en el cuerpo, a base de flema o de stress.
También en la ciudad una gama de saberes
es primordial, una forma de andar, de ocupar
los espacios, de entablar el diálogo con toda
suerte de individuos que han codificado hasta
el más mínimo detalle; una corbata que dice
tanto como un jean raído; un maletín de cuero
tanto como una mochila; infinidad de universos
del signo donde el medio transpira discursos
particulares y claros. El asalto a la confianza
proveniente del uso de un “vos”, por ejemplo,
puede no corresponder con un frío y retirado
“doctora”; siendo ambos lenguajes con
definiciones y circuitos de comunicación
particulares, porque la ciudad será siempre el
espacio de unos signos y no de otros;
Manizales, por ejemplo, significa una destreza
sutil de ser de allá y no de otra parte, de asaltar
el asfalto mirando a la ciudad sin afanar el
paso ni la circunstancia. En este terreno, que
es el oficio del semiólogo, está estampada la
filigrana sígnica de la urbe que permite
reconocer las ciudades unas de otras: Ciudad
de México en relación con Madrid o con
Santafé de Bogotá. Así es como la ciudad se
acomoda en el andar, como se transpira y se
representa a viva voz.
Si por mandato de Carlos V las fundaciones
americanas reproducían características
explícitas de los ayuntamientos españoles,
cabe decir: un parque y una iglesia, está claro
además que por mandato de los propios
habitantes, a partir de allí, el orden cívico
prescribía dimensiones, formas, materiales y
colores particulares, uniformando desde un
principio el estar en la ciudad, de tal manera
que sólo el interior de las casas representara
el concepto de mundo que tenía cada cual; los
estilos de los patios interiores, de los estudios,
de las alcobas, mientras afuera el portal y el
balcón exhibían el decoro de pertenecer a
cierta forma convenida de ciudad. Entre tanto,
aún no la ciudad, cuyo devenir estaba
reservado para las filas de soldados, las
tropillas de actores y gitanos. Allí estaban, de
momento, las calles, el parque, el camino a la
iglesia, al bar, a la dependencia de policía, a
la tienda de ultramarinos, a los correos, luego,
¿de qué manera la ciudad se dio a la
metamorfosis durante el siglo XX, y empezó a
ser?, captando ondas de migración,
implementándose como centro industrial o
como fortín militar, hasta que en un arrebato
de los tiempos el concepto de poblado aceleró
el rendimiento de los ingenieros e hizo crecer
la ciudad, el armazón de la ciudad. Por
voluntad propia la ciudad empezó a
desencajar y a llenarse de agujas y de otras
formas, materiales y colores, rompiendo así el
imperio de la ideología del poblado.
¿Simulación?, ¿disimulación?, todo finge
en la ciudad; nunca un espacio de seducción
tuvo tanta desesperada profusión de
situaciones; todo finge en la ciudad porque un
sólo cambio en una calle la transforma ya en
otro lugar. La lucha por distinguir en cada lugar
una plenitud, un dominio, un status, donde
durante algún tiempo triunfe otra manera de
ser. La ciudad es así la minucia en la que cada
cosa, cada sujeto y cada rincón renovado
hacen de ella otra cosa; su movimiento no es
el cambio sino la transfiguración, el travestismo
de las calles donde cada cual lleva un atuendo
que no es nunca el mismo ni lo será. Y esta ley
de la mutación inscribe un acertijo del signo
en el universo global de la ciudad; todo se
recodifica
gradual,
continua
y
consuetudinariamente; los detalles precisan el
asombro de un movimiento inadvertido pero
implacable que va más allá de los patrones
que pueda imponer la moda; más acá, quizás,
de la dificultad de ser sin condición, sin
categoría, sin distinción ni jerarquía. Las cosas
en la ciudad no saben ser, no pueden ser;
luchan por ser pero fatalmente están dejando
de ser; fingen ser y lo son por instantes de uso,
39
de rol, de función. Todo finge en la ciudad
-decimos-, en un mercado de servicios, por
supuesto, todo finge, porque nada puede ser
definitivamente lo que es; sólo aquello que
consiga detener el ritmo y agotar la ambición
del signo…, ¿cuándo empezaría a ser
propiamente la ciudad, como reactivo crítico,
como herencia y conocimiento?
Comenzamos a entender a los ingenieros,
a comprender su obsesión por los huecos y
por las altas construcciones, su discurso
acerca de lo sólido, de lo renovado y
distinguido; el ingeniero desarticula
compulsivamente un espacio que había sido
la ciudad, juzgándola fuera del signo, fuera de
la codicia cultural del signo. El urbanismo no
es semiología de la ciudad sino costumbre de
romper la ciudad, de plantearle hipótesis, de
generar la duda marxista inscrita en la
sentencia “todo lo sólido se desvanece en el
aire”, que Marshall Berman supo poner en
relación con los ascensos de la modernidad.
Sí, efectivamente, lo más sólido de la cultura
de lo cotidiano lo demuelen los ingenieros
(civiles, eléctricos, industriales, sanitarios…).
Luego, a partir de su ejemplo, ¿cómo no fingir
en la ciudad?, ¿cómo no necesitar reinventarla
en sus signos día a día, confundirla y
transformarla, cambiar con ella? No hay
ciudad que pueda resistir su historia sin el
concurso de los ingenieros; para lograrlo
tendría que convertirse en una Comala, donde
los vivos visitan a los muertos, reencuentran
su pasado en un presente fiel a la memoria.
40
Las Instantáneas.
Cierro un libro sobre la ciudad, lleno de
vistas pintorescas y “amables”; el cruce de
luces largas en una avenida infinita, la
instantánea parálisis de los transeúntes en la
calle más angosta y congestionada que pueda
imaginarse, la mirada de angustia de los
hombres de los puentes iluminados por una
fogata de humo, el salto a medio camino de un
perro que evita un charco pero también las
llantas de un automóvil, la impracticable paz
de los taxistas en una esquina de plaza, el
difícil ascenso de dos árboles gemelos hacia
el cielo infinito de un rascacielos, la sonrisa de
un bebé en un coche con una gran marquilla
de coca-cola, el atleta callejero que se escurre
el sudor y mira a una meta imposible en medio
de la congestión, las sombras de dos viejos
que se unen y alcanzan el largo de un edificio,
el vacío de las encías de un níño que vende
periódicos, el impacto de la valla de Marlboro
al lado de una iglesia que aparece desnuda,
la exultación de una revista pornográfica con
dos grandes senos de mujer rematados en
zarcillos dorados, el farol adormilado a la
entrada de un prostíbulo donde un aviso reza
“avise antes de entrar”, la infinita profusión de
cosas en un hipermercado que se prepara para
cerrar sus puertas, una flor caída en una calle
húmeda, con un hombre y una mujer al fondo
que se alejan por distintos caminos, los
músculos furiosos de dos balseros que se
hacen gestos obscenos de una barca a la otra,
la pancarta de un político al que le han pintado
labios de mujer, el desfile de niños que marcha
por la ciudad como confinados de guerra, la
cacha de un revólver que asoma en el pantalón
de un sujeto cualquiera, la bella mujer que
insulta a un conductor, el casco en el suelo de
un obrero caído de un andamio, las manos de
un pianista que golpea el piano con violencia,
la ciudad en silencio, detenida, a la que la lente
de la cámara le ha practicado su oficio de
taxidermista, la ciudad que se deja ver, que
está ahí, que es objeto de conocimiento, que
dispone de un tiempo, ciudad retenida en las
fotos, inviolada por los ingenieros, ciudad
imposible que trasciende sus azares, ciudad
incubada, en cuarentena, fiel al ojo, al cálculo,
a la militancia de los sentidos, ciudad, empero,
sin comienzo ni fin, donde no se representa la
descomunal constelación de las cosas… Y
sin embargo, allí está la ciudad que se ve y
que se siente, que huele e impresiona; de un
momento a otro las instantáneas echan a andar
y el frágil instante de la contemplación agota
su posibilidad; de nuevo la ciudad se precipita.
Volvamos sobre esa idea: “el frágil instante
de la contemplación”, esa misión por la que
vivimos…; la ciudad ha tornado frágil la más
grande plenitud humana a través de los
tiempos, la contemplación, origen del
misticismo la poesía y la filosofía.
Contemplarse es vivir, de la misma manera
que contemplar la selva es vivir la selva para
el Nukak makuk; al contemplar se armoniza
con el entorno con la misma intensidad que si
se guardara la memoria de las cosas por el
valor mismo de las cosas. Pero si es frágil la
contemplación, si significa un instante que se
pierde, que se apaga y difumina, en la ciudad
se vive en consecuencia solamente durante
ese instante, se contempla durante un instante,
de suerte que ninguna otra profusión
construye la historia del hombre; frágil la
sonrisa, la flor, el cristal, la mirada, la lágrima
empozada, las columnas del puente, los
gestos del mendigo, la presión de la mano
sobre el pito del autobús, en fin, frágil la
promesa misma de repetirlo todo hasta que la
vida no sea ya más que ese acabado instante
de vivir en la ciudad, de deambular por las
calles; espacio para la contemplación, para la
vida vivida como cuerpo de mujer: habitado y
rehabitado de virilidad, habitado y rehabitado
de semilla, habitado y rehabitado de espectros.
Las Oficinas … Los Derechos.
Gran número de personas se recoge en las
oficinas, no es problemático, ¿qué importancia
tiene la mayoría o la minoría cuando se trata de
una decisión moral discutida en las oficinas?,
gran número de personas en las oficinas decide
tomar asiento, clavar las piernas bajo el
escritorio, una decisión moral de quienes han
puesto luz en las casillas; una obligación moral
de mayorías: incubar allí, malformarse allí, ser
infelices en las oficinas bonitas, en las amplias,
oscuras, caídas oficinas donde se recibe bien a
las mayorías, donde las piernas reposan
durante las largas horas del día, con letreros
morales entre las casillas: “sea gentil”, “salude
antes de hablar”, “diga buenos días”, “no
masque”, “lugar a prueba de humo”, “no mire la
hora”… A las entradas de los baños, consignas
morales, tras las vidrieras del(a) jefe(a),
consignas
morales
cuidadosamente
deducidas, con consecuencias gramaticales, es
decir, morales. Los oficinistas residen allí entre
papeles, condición volumétrica de la frustración
de cien mil individuos, mientras la ciudad corre
afuera con todos los colores y las voces.
Mezclando todo, los argumentos son siempre
los mismos en las oficinas, más altas o más
bajas, más adentro o más afuera, las oficinas
son siempre las mismas con los oficinistas
esforzándose por mantener abiertos los
problemas, todos los problemas de la ciudad.
Aquí están las oficinas, las consecuencias
jurídicas del debate, las oficinas a reventar con
la moralidad política de todos y cada uno de los
oficios, advertencias, corolarios y sentencias.
En estos edificios están las oficinas, el lenguaje
de los derechos y de los intereses; la ciudad
está aquí en los despachos, se ha vertido toda
en millones de papeles, de pantallas y de
archivos para que los ministros del despacho
elogien y reduzcan según su condición. Sí, aquí
vienen las oficinas que a diario abren los
ventanales a un espacio que habría sido la
ciudad, siempre la ciudad, con los códigos
morales como códigos de barras.
***
Dotado de derechos como pleno habitante
de la ciudad, un embrión batalla entre las aguas
de su madre; dos meses tres semanas entre
sangres y coágulos, el embrión, como cualquier
practicante de la vida ciudadana, se despliega
y se debate; sin embargo, una advertencia feroz
le amenaza las entrañas: “¡Afuera!, ¡a la calle!”
La estricta racionalidad de la madre piensa
arriba en lo que significa la vida al interior de la
ciudad, contempla las probabilidades del
crimen, los agravantes morales, pero juzga que
el ideal de su retorno al cuerpecito de reinita de
las calles, con su culito tun tun de los veinte
años, no habrá de ser allanado por el intruso
embrión, sin principios aún para enfrentarse a
la vida en la ciudad. Hoy, sin embargo, el
embrión consigue sobrenadar un día más; dos
grandes bolas que serían sus ojos miran a un
universo de derechos que no ve. Las creencias
no atienden a debates, se arrodillan ante la
ley…, también la reinita cae de rodillas, llora
solitaria una tragedia, un derecho a la vida en
medio del más cruel deseo de romperlo todo,
de sacarlo todo, matarlo todo, clavarse la aguja
y extinguir la ciudadanía del embrión aún sin
derechos ni virtudes. “La elección de la muerte
en los extremos de la vida… -sermonean los
filósofos-, es la amenaza que involucra al
fogoso embrión con el decadente anciano.” El
embrión tiene ahora algunos minutos más,
mientras en el exterior la reinita otra vez llora
hablando a las amigas, dice odiar y ser una
tonta, dice perder la vida y quererse morir, pero
no rompe los espejos, no se abre las manos,
no agujerea el corazón, sólo quiere abrir los
delfines de sus piernas, las columnas dóricas
que atraen como colmenas a los zánganos
con falo; mira hacia adentro, sabe que alguien
habita allí, que alguien desordena los muebles
y lo ocupa todo. Entre tanto el embrión tiene,
ecléctico, más minutos en el cuerpo,
moviéndose como balsa a los impulsos de la
marea, y por supuesto sintiendo las lágrimas
que inundan el mar exterior donde reside. “Los
extremos de la vida… -vuelven los filósofossignifican indolentemente la elección de la
muerte.” La reinita tiene ahora un arma blanca
en las manos; se ha roto las vestiduras, es decir,
se ha quitado los prejuicios, y quiere a la vida
erradicarle su dimensión problemática…, la
aguja penetra sin líquidos de amor, va a lo
hondo mismo de la reina rompiéndola como
una gran pera sabrosa; el embrión, problema
moral, gira por centésimas de segundo entre
sus aguas antes de la llamada exorcisante de
su autora. Un falo violento lo rompe y lo derrama;
clave para entender el dominio de la vida, la
reina sangra en el piso como una fiera herida
en su guarida; le interesará el debate moral
cuando el cuerpo haya vuelto al cuerpo; entre
tanto, destrozada, ni el embrión -juzga- era
cualquier cosa, una cosilla, un sapillo, una bolita
ni tierna ni linda, una picha puerca llena de
sangre que le dolía adentro. Radicalmente, las
rodillas, ¡cómo duelen!; sujeto moral desde la
concepción de células descerebradas, código
genético, baba de cebo, moral y metafísica, el
embrión no está ya en ninguna parte de la
ciudad, ha pasado por ella como ángel de la
muerte.
***
Hemos entrado, pues, en el circuito de
hablar de la ciudad, de distinguir las causas y
los efectos; ciudades solventes y no solventes,
arcaísmo y modernidad de la ciudad,
aglomeración, barriadas miserables y centros
comerciales. La consideración minuciosa de
la ciudad ya no es posible, se ha convertido
en una globalidad que impide nombrar; las
ambulancias cruzan las avenidas abriéndose
paso y al llegar al hospital ya llevan un caso
más; esa facilidad de salto de la singularidad
humana a la generalidad sólo es posible en la
ciudad, en ella, precisamente, se ha
concertado la deshumanización, cuya crítica
ha nombrado nuevas formas de esclavismo y
alienación en un espacio que se resuelve
anónimamente, donde no basta estudiar
urbanidad, porque el ciudadano tiene el plan
genuino de no mezclarse, de eludir contactos,
de no abrir la puerta a nadie ni subir a nadie a
su automóvil; a cambio trabaja en producción
o en administración, en salud o en docencia, y
todas esas actividades lo vuelcan
necesariamente hacia afuera, hacia el otro.
¿Qué clase de territorio es entonces la ciudad?,
una jungla inhóspita como la juzgaban en los
años 70s, cuando la rigidez de la gente helaba
la sangre, jungla donde sólo la agresividad y
el hieratismo labran un devenir?
41
Los Ciudadanos.
Vamos por la ciudad desbrozando
opositores. Desde esta perspectiva la ciudad,
por supuesto, es un espacio afirmado que el
más simple ciudadano reconoce y asume; los
desposeídos no abandonan la ciudad porque
ella representa la vida, la lucha. Aunque la
ciudad no haya constituido el espacio más
próximo a la cotidianidad, renunciar a ella no
es factible aún en nuestros países; antes que
reducir el espacio, la ciudad tiende sus
tentáculos hacia los suburbios y los barrios
donde una “fuga” cotidiana se consuma: ni en
la ciudad ni fuera de ella, parecen afirmar las
funciones ciudadanas por excelencia: ni en el
banco ni fuera de él; una latencia de estar y de
no pertenecer, de afirmar y de negar en medio
de un mecanismo cotidiano de circularidad y
abandono. De manera práctica, el ciudadano
ha resuelto su vinculación con la ciudad
convirtiéndose en objeto postergable.
Y de esta ciudad que entra en el nuevo
siglo, que crece en los países en desarrollo y
se estanca en los países desarrollados, la
aglomeración será algo así como la infancia
del Ser ciudadano, mientras la fase
adolescente será la del fanático del teléfono
celular que está aquí y en todas partes, que
transita más que la ciudad misma.
Sobrevendrá sin embargo una madurez de
querer estar y no estar en la ciudad, de
deambular y no deambular por las vías,
eludiendo sistemáticamente el riesgo de sufrir
atentados y violencia. Bajo las presiones de
una alta dosis de stress, uno y otro, adolescente
y ciudadano defeccionan y alternan en la
ciudad. Tres edades entonces las del
ciudadano, que aunque parezcan arbitrarias
marcan en efecto los niveles de relación con
el espacio, el hombre-masa al hombreteléfono y al hombre-emblema. Nuevos valores
de cada uno para definir la ciudad, nuevos
riesgos, nuevos afanes.
Arbitrario, de otro lado, que el llamado “antisocial” vuelva sus ojos contra unos y otros con
42
la intención de reducirlos a todos, de
desposeerlos de su virtud de ciudadanos;
arbitrario que el delincuente pueda ser además
cualquiera de ellos con mayor o menor
sofisticación en sus procedimientos, y que a
unos y a otros los reúna el riesgo de coincidir,
de ser agredidos en un espacio que habría
sido la ciudad, como lo es hoy, decididamente
Santafé de Bogotá, que marca records en robo
de vehículos, atracos, muertes, violaciones, o
como lo fuera Medellín, donde las
universidades del crimen tendían el tablero de
ofertas para jugar a matar no a un enemigo,
sino a un ciudadano señalado, avaluado.
¿Que elección queda entonces de la ética para
ciudadanos propuesta por el filósofo Guillermo
Hoyos? Prescribimos –oígase bien- una
fundamental puesta en común no sólo con el
espacio de la ciudad, sino con el ineluctable
circuito y el encuentro; al margen de esta
previsión es inútil que el sociólogo idealice la
ciudad, o que el urbanista sueñe con un
organismo complejo y de óptimo rendimiento.
El Orden.
Pero también en la ciudad hay hoy un fin
de lo clásico, fin de ese prolongado tiempo de
la representación de la realidad como cuerpo
ordenado y perfecto, donde el organismo
biológico era propuesto como analogía de los
espacios de la ciudad. La vocación de orden,
lo cual no significa estrictamente lo clásico, ha
dado principio, a cambio, a espacios definidos
como medio hacia una necesaria
especialización de las formas, donde cada
unidad arquitectónica nueva se define por sí
misma tomando distancia de la ciudad, aunque
participando de ella. La ciudad vista entonces
como un campo integral ya no lo es más que
individualmente; el caos de las ciudades
nuestras, las que no curan aún sus viejos
lastres de mediados de siglo, hace otra cosa
del concepto de orden; como en Neiva, donde
cada calle tiene un hueco (la proposición
inversa también es verificable), como
deformación de ese núcleo original de la
ciudad o del espacio incontenible que se ha
ido a los extremos, donde el caos y el
fragmento realizan la arquitectura fundamental
de los espacios.
Al entrar al azar a una sala de estar de un
apartamento en Santiago de Cali, lo primero
que encontramos son dos reproducciones de
obras de Omar Rayo, las cuales remiten a un
concepto de arte geométrico; a un costado, sin
embargo, hay una reproducción de un cuadro
de Eduard Manet, un paisaje pintado a base
de impresiones y colores dispersos entre azul
y rojo; sobre una mesa, un retablo de pintor
desconocido representa a Jesucristo exultante
con el corazón a flor de piel. Este reducido
espacio, ¿cómo definirlo?, ¿como moderno,
postmoderno, clásico?; no media aquí
obviamente una idea de verdad, aunque el
ícono pretenda asumirla al menos
ideológicamente, ni de historia, aunque la
sucesión estética que existe entre Manet y
Rayo así lo sugiera, ni de representación,
porque vale cualquier cosa representada. Sin
embargo, espacios como este son los que
condensan hoy la planeación propia de la
ciudad. Hemos atestiguado de múltiples
maneras, cómo en una ciudad el fin de lo
clásico puede ser a un tiempo el fin de la
organización y del sentido; la incontenible
profusión postmoderna que obliga al hombre
de hoy a exhibir todas las verdades, a seguir
todas las historias y a asumir todas las
representaciones, ha hecho de la ciudad un
destacado espacio carente de fuerza de
representación, abundante sin embargo en el
abandono de líneas de continuidad, mecánica
pero espiritual; un acertijo arquitectónico
donde la ciudad de funcionalidad garantizada
da el salto hacia una nueva era de la
representación y la verdad.
Cuando se hayan simplificado los
conflictos formales y generacionales, cuando
la uniformidad vuelva, como la metafísica de
la presencia, a implantar su monolito, un nuevo
espíritu campeará en las ciudades, espacios
que lograrán aplicar el tiempo a un reto
permanente aún por conquistar: la filiación con
el sentido.
El Poder.
En su libro Latinoamérica, las Ciudades y
las Ideas (1976), José Luis Romero ofrece una
reflexión fundamentalmente histórica acerca
del papel que las ciudades han cumplido en
el proceso latinoamericano, vinculando las
formas de poder con los procedimientos de
organización de las ciudades. Esta visión
sobre el poder y sobre sus formas de
determinación en sociedades modernas
amedrentadas y fuertemente jerarquizadas, no
elude deducir la formación al interior de las
ciudades de un fuerte principio de feudo, según
el cual la administración de los privilegios y
caudales deja progresivamente en el
abandono a los más desfavorecidos. La ciudad
latinoamericana, se sabe, ha concebido la
administración como la sede del poder
representado en edificaciones arquitectónicamente definidas: la iglesia, la alcaldía, la
policía, la escuela…, delegando a cambio las
demás instancias como formas imprecisas de
una ciudad desdibujada en la que participa el
común de la gente. Dicha ciudad, construida
como la extensión de las formas de poder,
pervive hoy, y si en muchos sentidos se ha
roto el atomismo de la autoridad, ello ha sido
con eì fin de crear nuevos núcleos de dominio
en otros puntos de la ciudad
Preguntemos ahora: ¿qué crece realmente
en la ciudad?, visto desde la amenaza de los
ingenieros, crece una ciudad indiferente como
bloque de hormigón; ciudad que desde el
punto de vista comercial y competitivo desviaba
ya la función de poder. Quien domina en la
ciudad, por supuesto, expande su radio de
acción, de supervisión administrativa, control
y represión; de otra manera las ciudades
latinoamericanas no subsistirían, como
tampoco lo conseguirían a base de iglesias,
de mercados y de favores bancarios, pues su
subsistencia la constituye -como afirmamosel ejercicio de un poder que tiene como
prioridad ordenar y planear, un poder
administrativo que marca los tiempos en la
ciudad, que revisa las disposiciones y
concede o no márgenes de reflexión sobre la
vida ciudadana como tal.
La anterior es propiamente la ciudad
latinoamericana, ciudad en desarrollo que se
interpreta aún como paradigma de superación
y funcionamiento en nuestros países; ciudad
que ha centralizado los intereses de todas las
formas de poder vinculados a ella, ha
concentrado los centros de educación como
abastecimiento de cultura. Pero la ciudad
concentra también las formas de vigilancia y de
control, y bajo su rigor concentra las finanzas
de la nación entera; la ciudad capital (“capital”,
como capitel -caput cabeza-, es la mejor
definición de la ciudad: la cabeza administrativa
del reino, capital simbólica de la cultura), pero
también bajo la idea de lo extremadamente
serio: la pena capital (la justicia), derivada de
las altas columnas del gobierno, como en el
avasallador relato de Kafka <<ante la ley>>
(ante el capital - ante la pena capital). Así, ha
de quedar claro que la ciudad es ante todo ese
espacio de poder donde cualquier acto creador
no lo es más que como preparación para
ascender en la escala de poder, donde la labor
del ingeniero, por ejemplo, anula espacios de
valoración para ofrecer nuevas y próximas
formulaciones de poder.
En una ciudad donde los militares aguardan
a las puertas de las universidades, no para
entrar en ellas y seguir sus orientaciones, sino
para disolver en el exterior a quienes deriven o
asciendan en la reflexión sobre el poder; en
una ciudad donde los mecanismos de
seguridad se mimetizan en el interior mismo de
los centros residenciales, las escuelas, las
iglesias y los bancos simulando intervenir en
los quehaceres, el poder se ha diseminado por
doquier como demostración de que la única
manera de preservar el (la) capital es
diseminando a su vez el desafuero de la
vigilancia. Las ciudades son sitios vigilados
donde todos temen que el capital se desparrame
en manos de otros, donde todos arman sus
bunkers para resguardarse y vigilar…
Es evidente, en cualquier caso, que la
ciudad se protege (ciudad amurallada), porque
la secuela de pillajes y tomas que han sufrido
las ciudades a lo largo de la historia no las
curan hoy con el control y el regimiento. Con o
sin perros, las compañías de vigilancia
proliferan, mimetizadas para que el ciudadano
corriente no sufra trastornos psicológicos
innecesarios en los centros comerciales,
dentro de los bancos, en los teatros, en los
restaurantes, etc. A esta ciudad que
describíamos como la hechura del ingeniero
le ha sobrevenido un preceptor, que no es ni
el arquitecto, ni el banquero, ni el legislador,
sino el vigilante que está en cada rincón, con
armas o sin ellas, de negro, azul, café, verde,
solo o en compañía, controlando desde las
atalayas de la ciudad para que nada irrumpa,
para que nadie se desmadre.
En la ciudad todo tiene un movimiento
guiado que se ha internalizado como norma;
así, si hay una circulación desaforada y un
fuerte poder de atracción sobre la población a
través de las formas populares de cultura: la
música, la religión, la pornografía y el fútbol,
no es en vano; grandes inventos como esos
concentran la atención para que la ciudad se
represente y defina con una fuerza arrolladora.
Cuando se ha concentrado todo en un solo
43
lugar, los demás espacios de la tierra son
reductos despoblados donde la historia hizo
un alto; he ahí la ciudad latinoamericana en
desarrollo; el vórtice de un país. Lo primero, el
capital (el colmenar); lo segundo, el enjambre;
Madrid, La Colmena, donde Camilo José Cela
supo ver la efervescencia de abejas; la
metáfora ilustra más que la magia misma de la
ciudad; el inusitado control de una abeja reina
y su acaparamiento del capital (o de la miel)…,
madre bestia acomodada en el centro mismo
de un universo que se ciega en su interior.
de otros tiempos, han pensado la ciudad como
complejo, de cara a la pertinencia de todos y
cada uno de los proyectos, sin importar acaso
que hoy las ideas estén rotas, zanjadas por el
impacto de la fragmentación, o que a individuos
fragmentados correspondan espacios
fragmentados y disueltos; la ecuación debería
resultar correcta, pero no parece ser así, pues
el arquitecto traza el destino de los ciudadanos
atado a los espacios, filón de la ciudad
garantizada como cuerpo…
Las Construcciones.
Sin embargo, ¿cómo podría ser sólo un
testimonio arquitectónico la ciudad?, de
ninguna manera si ha de seguir siendo ciudad.
Haber visitado Hong-Kong, donde la bahía se
ha fortificado de esplendorosos rascacielos
cuyas
definiciones
arquitectónicas
deslumbran, no puede ser entendido más que
gracias a la mediación del capital; la
concertación de intereses permite florecer en
la ciudad la arquitectura como artefacto,
porque la arquitectura siempre ha confiado su
voluntad al poder del capital y ha devenido
igualmente artefacto del poder, no sólo de las
instancias de poder en un momento
determinado de la historia, sino en general de
la administración de poder a través del tiempo.
Allí están las obras -se dicen los arquitectosson las muestras de todo el esplendor que
debe reflejar la ciudad, son la concertación
del virtuosismo de las ideas y del capital de
una época. La arquitectura no regala su arte
entonces, finge el urbanismo necesario que
permita una lectura de la ciudad, y que anule
la reflexión acerca del paso de Atila de los
ingenieros por las calles y barrios de la ciudad.
Aspirando a ser, como imagen, la ciudad en el
tiempo, cubiertos los detalles de las nuevas
definiciones de espacio que ofrecen los
arquitectos, el ciudadano reconoce que todo
ha cambiado para bien, que están pensando
en el hombre, que al fin hay una distribución
de los privilegios espaciales del poder. Todo
porque los arquitectos, grandes constructores
44
Dominio de instrumentos, de otro lado, para
construir la ciudad desde la tecnología, para
sostener la tecnología desde la ciudad, sin
negar la historia tecnológica (un bosque de
alternativas individualizadas). Pero ¿quién
sostiene a quién?, ¿tenemos alguna idea clara
de lo que se puede perder o de lo que se puede
ganar cuando se revoluciona un poco lo
tecnológico? Aunque la reflexión principal
debería ser la de la ciudad como objetivo
comunitario, como relativa identidad que se
sostiene…, son múltiples las comunidades
empobrecidas por no tener solucionados los
problemas tecnológicos,. La “identidad”
tendría que ver entonces con la utilización de
tecnología –digamos- corporativa.
En la ciudad, donde otros piensan por mí,
estamos en un punto tal de la historia y la
modernidad que no podemos dejar de
reflexionar en la desvinculación del hombre
por efecto del abandono tecnológico. Para que
se sostenga como comunidad desde la
tecnología, la ciudad requiere de una visión
muy depurada de cultura; hay cosas dadas a
nivel de nación, cosas que se supone que un
gobierno vela por ellas, pero hay sin embargo
crisis tecnológicas en la ciudad, donde crecen
el desempleo y la delincuencia. Un presente
del Ser ciudadano visto en cada persona que
está de retirada de algún orden tecnológico,
es allí donde la situación sin salida refleja la
desvinculación de la tecnología.
No hay una comunidad cultural como tal
en la ciudad, hay presencia excesiva de
tecnología en el delicado tejido de la ciudad
como circuito, porque la tecnología no llega
sola, llega con un afán desmesurado de
romper raíces culturales e imponer economías
indiscriminadamente. No circularíamos dentro
de unos marcos definidos, además, si no se
diera la transformación radical de la ciudad
por obra de la apropiación inopinada de
recursos tecnológicos. Para los grupos
ciudadanos que se asimilan sobre la idea de
la posesión de tecnología, qué tipo de acción
será, de otro lado, la acción tecnológica, que
no sea un mecanismo de “poder”? El
conocimiento que daría cuenta de la
aplicabilidad de la tecnología al interior de la
ciudad, configura un campo concreto de
transformación de la realidad. El individuo
comunitario tiene una definición de sí mismo y
de la ciudad, aplica su trabajo a resultados
básicos e inmediatos, sofistica sus
instrumentos de trabajo, pero existe una
contrariedad, ya que el trabajo constituye, en
otro sentido, una detención del hombre, un
compromiso a partir del cual el sujeto atenúa
su ejercicio crítico y se observa contraviniendo
la definición misma de tecnología y de ciudad:
¿es la ciudad lo que está en reposo o lo que
está en ebullición?
Sabemos que un fuerte nomadismo lleva y
trae al ciudadano, reflejo de una incontinencia
que le niega definición a los espacios de la
ciudad, entendemos que todo ello está en
función de la tecnología, de su selectividad o
negligencia de ideas. El tiempo de la ciudad,
a este respecto, es el tiempo del trabajo, que
supuestamente trasciende al hombre de ciudad
más allá de la inversión de su tiempo. Los
ciudadanos de las grandes ciudades como
México D. F., sufren de problemas cardiorespiratorios, arritmias, ulceración ocular,
stress, etc., debido a la alta contaminación del
medio ambiente, y sin embargo los consumos
culturales modernos se nos presentan como
aliciente para algo así como la “nueva vida”, o
la “nueva era” que habría sido la ciudad.
Hemos anunciado este apartado bajo el
rótulo: ‘las construcciones’, pero no hemos
nombrado aún a sus grandes protagonistas,
los ingenieros, a quienes debemos acaso una
aclaración por tantos desafiantes juicios.
Pareciera injusto, pero también deliberado
que los ingenieros no jueguen un papel al lado
de los científicos, que sus saberes prácticos
robados de la física, la química, la matemática,
no los reconozca la historia como
determinantes para la construcción del mundo;
y resulta más desconcertante aún que no
convivan tampoco entre los artistas, y que su
empeño por erigir baluartes sea para mayor
gloria de quienes realizan las proyecciones y
los planos. Pero los ingenieros se aplican,
como sabemos, a la utilización de la materia y
las fuentes de energía siempre bajo un fin, un
único e indiscutido fin: ser, en los mejores
términos, los encargados de dirigir los recursos
para uso y comodidad del hombre. ¿Cómo
olvidar, sin embargo, que todo fin comporta
unos medios, y que en la estrategia de los
ingenieros se desparraman las fichas del
juego en la ciudad como si hubiera que
empezar de nuevo?; el trazado y la ejecución
de vías, canales, construcciones, son todas
lesas heridas a otras tantas soluciones (de
vida) con las que ya contaba la ciudad.
El demógrafo, bueno es involucrarlo
finalmente, es el espía de los ingenieros, que
vigila la ciudad y le recomienda a 5, 12, 20 años,
cuánto crecerá, cómo se multiplicará el número
de autos y de siniestros de autos, el número de
minúsculas tienduchas o de imponentes
catedrales comerciales; el demógrafo eleva a
la n potencia todas y cada una de las variables
y probabilidades para que también tengan en
cuenta los ingenieros que los cementerios
deben ser racionalmente usados y dispuestos.
La Violencia.
Dos palabras, finalmente, para la violencia
en la ciudad, para la usurpación del espacio
del otro, contacto interdicto, lenguaje a base de
violación y asalto, dimensión del asalto cual la
ciudad misma, con solución de diferencia
representada en el otro. Si ya la violencia es
ante todo un lenguaje, como la “huella “ impresa
sobre la superficie impecable de un cuerpo o
de una propiedad, en el mensaje de la violencia,
de la anti-ciudad, como retroceso al espacio
que no fue, el ciudadano violentado es la presa.
Y el sujeto violento, anti-ley, piensa la ciudad
como prerrogativa del acecho, espacio negado
reclamado a porfía, sin voz, armado hasta los
dientes el violento se dirige al encuentro del
ciudadano, un desplumado sujeto sin más
armas que la palabra, la opinión, la velocidad
de sus pies, el pánico. La ciudad es ese espacio
cruel donde armado para la guerra, el violento
asalta al indemne parroquiano; un contraste que
causa desconcierto.
Tres niñas van de la mano por la calle de
un barrio popular donde a las 6:00 a. m. la
gente circula ya por las calles empedradas;
las niñas descienden cogidas como ninfas de
la mano; tiernas, risueñas, haciendo una
especie de danza bajan saltando por la calle;
llevan el mismo uniforme que las hace ver
sencillas y graciosas por la calle, van cantando
una tonadilla al ritmo de su danza, van a la
escuela llenas de vida, de alegría por la calle.
Las niñas no habitan la ciudad que hemos
descrito, cruzan las calles sin dilemas ni stress,
van solidarias a la escuela con sus morralitos
a la espalda donde seguramente guardarán
unos colores mochos y una carpeta de dibujo,
una tabla de multiplicar, algunas fórmulas para
sumar estrellas, en fin, mapas y dibujos de los
órganos de la flor o de la rana. Las niñas
descienden por las calles solitarias de las 6:10
de la mañana cuando de pronto alguien salta
a su lado, las persigue, las acecha, las tira del
brazo, las divide, alguien sin rostro se roba
una de ellas, la esconde entre las ramas, la
enmudece con una ruda mano en la boca, la
inmoviliza y la toca, recorre su cuerpecillo como
tocando una rosa, la rompe con su pulso y la
abandona. La niña llora paralizada, tiene
miedo y está sola, hecha destrozos, el morral
desparramado en el piso, la falda del colegio
hecha trizas, y ella misma sangrando con dolor
entre las piernas. Las amigas consiguen
encontrarla y entre todas lloran juntas; tres
niñas lloran camino del colegio, sin saltos por
las calles, solitas, espantadas, no saben ahora
a dónde ir, a quién llamar; un hombre bruto ha
abusado de una de ellas, pero como siempre,
los adultos no dan crédito a los niños en la
ciudad; en ese espacio donde no existen
todavía, las tres niñas buscan ayuda en el
desorden de las calles.
<<Yo amo el bosque -escribe Nietzsche en
palabras de Zarathustra-. En las ciudades se
vive mal, abundan demasiado los lascivos>>.
Esta debe ser ¿cómo no?, la reflexión final; la
lascivia en la ciudad, centro a donde acude el
campesino los fines de semana para dilapidar
su capital y su semen (que es lo mismo). La
lascivia de las calles convertidas en pasarelas
donde el arrebato de la moda exhibe a las
mujeres hechas volúmenes y cosmético,
mientras los hombres aguzan incansables,
arteros la mirada. Para el universo desapacible
del ojo y el culto del cuerpo en la mirada, la
ciudad, espacio de fornicación, incontenible
desborda el acecho, fiero acecho de las bestias.
***
...son las 6: 04 a.m., amanece en la ciudad...
45
Bernard Belidor en La Science des Ingénieurs ... (1729)
La Discursividad de la Técnica:
Apuntes sobre las formas de la argumentación presentes
en los tratados de arquitectura militar de los siglos XVI,
XVII y XVIII.
Jorge Galindo
Introducción:
E
n los albores del siglo XV se dio inicio
en el continente europeo a una
transformación tecnológica que habría
de afectar las más diversas disciplinas
humanas: en 1494 una nueva y poderosa arma
batió rápidamente –de manos de las tropas
francesas- las hasta ahora muy sólidas
murallas italianas: se trataba del cañón
accionado con pólvora. Con él, un novedoso
46
conjunto de conocimientos especializados
comenzó a estructurarse; la investigación y la
experiencia obtenida en las acciones bélicas
permitió conocer los efectos de las nuevas
armas, la valoración de los ángulos de tiro, el
efecto de las minas, e incluso procedimientos
clínicos para la atención de los heridos en el
campo de batalla ...; pero fue sin duda en el
arte de construcción de fortificaciones en
donde se produjo un cambio realmente
significativo que tiró por los suelos –junto a los
muchos recintos amurallados de las ciudades
medievales-, todo un conjunto de saberes que
hasta ahora se había servido del cuerpo
doctrinal de dos remotos autores romanos:
Vitruvio y Vegecio1.
No fueron pocos los hombres del siglo XVI
que dieron inicio al esfuerzo por lograr un
mejor entendimiento de la aplicación de los
materiales en la construcción de cortinas y
baluartes, del asiento y espesor de
cimentaciones y muros, de la profundidad y
ancho de los fosos, de la inclinación de taludes,
de la resistencia de las bóvedas y forjados,
del suministro y evacuación de las aguas, e
incluso de la aparentemente mágica relación
que se establecía entre el trazado a partir de
polígonos regulares y el perímetro perfecto
capaz de resistir el peor de los asedios ...
Portadores de ese extenso conjunto de
conocimientos, se llevaron a las imprentas
europeas un número indeterminado de libros
dedicados al tema de la arquitectura y la
ingeniería militar2: los llamados tratados de
arquitectura militar o tratados de fortificación,
los mismos en donde todavía es posible
apreciar el encomiable esfuerzo de sus autores
por construir y reglar una técnica: la del
ingeniero militar, la del arquitecto.
Sin embargo, este proceso no fue fácil: él
demandó una transformación en los métodos
de elaboración de ideas y conceptos, tal y
como lo expresan los muchos autores en las
formas de sus discursos, en el uso de las
palabras, en el orden en que se exponen las
ideas, en la manera de relacionarse con las
ciencias ... Y es que tuvieron que apropiarse
de saberes ajenos inscritos dentro del marco
común de las acciones propias del arte de
construir y guiarse por la explícita necesidad
de definir unos límites propios de su actividad
con el fin de conformar un corpus doctrinal
autónomo.
Se trata sin duda de un proceso no solo
extenso en el tiempo sino interesante, especialmente para quienes creemos en la autonomía
disciplinar de la arquitectura, vinculada por
siempre a los componentes de la tríada
vitruviana: firmitas, utilitas, venustas; autonomía
desdibujada hoy en el ejercicio profesional
cotidiano y sobre todo en el ámbito académico,
autonomía que se hace necesario reinstaurar
a través de la investigación histórica que sea
también capaz de escudriñar en los patrones
mentales que han enmarcado las relaciones
entre los elementos de la tríada. Aclaro sin
embargo, que este es un artículo sin pretensiones: él solo quiere dar cuenta de que las
formas del pensamiento técnico, en el arte de
la construcción, han cambiado, incluso más
profundamente que las maneras propias del
quehacer y del oficio.
Las Formas de los Relatos: Diálogos,
Discursos y Máximas:
En los primeros tratados, en aquéllos que
se hicieron realidad a lo largo del siglo XVI
gracias a la difusión de la imprenta, el relato
admite diversos juegos en el lenguaje3, siendo
el diálogo un excelente recurso de
aproximación a los hechos y las cosas: para
demostrarlo, hagamos un repaso solo por los
títulos de algunos de los que bajo esta forma
se escribieron entonces en España: Diálogos
del arte militar (1583) de Bernardino de
Escalante, Diálogos militares (1583) de Diego
García de Palacio, Diálogos del arte de la
guerra (1590) de Diego de Salazar, Examen
de fortificación (1599) de Diego González de
Medina Barba, y Diálogos de contención entre
la ciencia y la milicia (1614) de Núñez de
Velasco.
Escalante (1583), quien se declara en la
portada de su libro Comissario del Santo Oficio,
reúne en su libro seis diálogos defendiendo
en ellos las virtudes y funciones del personal
militar; García de Palacio (1583) publica su libro
en México y pone a hablar en él a un montañéz
y a un vizcaíno capaz de aclarar su mente de
dudas acerca de la necesidad de las armas
para hacer valer las ideas; Salazar (1590)
convoca a un grupo de interlocutores más
selectos, Don Gonzalo Fernández de Córdova
(llamado El Gran Capitán) y Don Pedro
Manrique de Lara (duque de Nájera) para
explicar a través de ellos las figuras
geométricas que habían de adoptar los
ejércitos sobre el campo de batalla; y González
de Medina Barba (1599) introduce en el suyo
la figura de un Príncipe ávido de conocer los
recientes progresos del arte militar.
Sin embargo, este no fue un recurso
meramente castellano, basta citar el tratado
del italiano Giacomo Lanteri, Due dialoghi del
modo di dissegnare fortezze, de 1557; sin
olvidar otras formas sutiles de diálogo donde
el autor responde a planteamientos cortos que
inquieren por una respuesta a una situación
determinada, como es el caso de la obra de
Gabriello Busca, Delle expugnatione et difesa
delle fortezze (1585); o la de los españoles
Andrés Dávila, Clabel geométrico de medidas,
útil y necessario á todos los artífices (1669) y
la del sacerdote jesuita Nicolás de Benavente
Conclusiones mathematicas de Architectura
militar y Cosmographia... (1704), estas dos
últimas de clarísimo corte didáctico en donde
se brindan respuestas cortas a preguntas
concretas sobre el tema de la fortificación.
El discurso es en todos estos autores la
expresión de una lucha de contrarios donde
uno de los personajes –que suele identificarse
con el autor- se proclama como el vencedor
de un duelo oral con uno o más interlocutores
que representan la opinión general, la crítica,
las falsas creencias, y a veces la superstición
... se trata de un juego que se gana de
antemano mediante el uso de la razón y donde
las ideas se encarnan en seres vivos: pareciera
que ellas no existiesen por sí solas sino en la
medida en que son formuladas por los
hombres.
El discurso, en cambio, es más exigente;
él requiere de la discursividad del autor, es
decir, su capacidad para construir un relato
ordenado, continuo y consistente, además de
convincente por sí mismo. En muchos casos,
47
Academia de Fortificación de Plazas, DONDE
SE EXPONEN: Los modos de fortificar ...
VENTÍLANSE: Las opiniones ... REFIÉRENSE:
Las cantidades ... DE QUE RESULTA:
Individual conocimiento ... El repertorio de tales
“operadores discursivos” es de una riqueza
poco habitual que extiende para mostrar al
lector los métodos de razonamiento de los que
se vale: EXAMÍNASE ... , DEMUÉSTRASE ... ,
PROPÓNENSE ... , QUE SIRVEN DE ABRIR
PASO A... , INSINUANDO ..., INFIRIENDO ...,
DETERMINANDO ...,COMPROBANDO ...,
SACANDO DE LA RAZÓN ..., DISCURSANDO ...,etc.
“Sommaire des fortifications, selon la doctrine de ce livre” de Jean Errard en La fortification demonstrée et reduicte en art (1594)
el título mismo del tratado expone tal carácter,
que además guarda un énfasis mucho más
personal: Carlo da Nola Theti escribe Discorsi
di fortificationi (1569), Aurelio de Passino lo
hace en Discorsi sopra il architettura militaire
(1570), así como Cristóbal Lechuga en
Discurso, con un tratado de fortificación (1611).
Y es precisamente la necesidad de ese orden
mental lo que exige a autores como Errard
(1594), Stevin (1618) o Enríquez de Villegas
(1651) el hacer evidente el mapa que orienta
sus ideas a través de cuadros sinópticos
dirigidos al lector.
El organigrama o “Sommaire des
fortifications, slon la doctrine de ce livre” que
el francés Jean Errard nos expone en su obra
La fortification demonstrée et reduicte en art
(1594) intenta contribuir a uno de los objetivos
que el autor se propone en su tratado: fundar
la práctica del ingeniero sobre las bases
sólidas de la geometría. El “Sommaire” no es
otra cosa que una taxonomía de las ventajas
que brindan las formas geométricas en el arte
de la guerra: sobre su evaluación y elección
48
se funda el saber del ingeniero, la reducción
en arte. A su vez, en la obra de Simón Stevin
La fortification. Œuvres mathemátiques (1618)
el discurso se estructura a partir de un
organigrama que incluye en su tratado:
primero trata de las definiciones de 21
palabras propias de la disciplina a la que
dedica su obra, luego divide las cosas según
la “manière de la structure” y las razones de la
“meilleure manière”; las primeras se apoyan
finalmente en la forma geométrica de la planta
y la sección; las segundas le llevan al
conocimiento de las propiedades de la materia
y de las formas imperfectas.
Por su parte, el español Diego Enríquez de
Villegas estructura su discurso de manera clara
en la introducción de su tratado. En las
primeras líneas escribe: Proponer, y no
demostrar, es ignorar lo que se propone; solo
obra el que sabe, porque hallandose
deiferencia de la idea, a la execucion, la
evidencia induce a credulidades4 ... Y acto
seguido redacta los caminos y los recursos
por los que ha de transcurrir su discurso:
Las formas del discurso tratan siempre de
ajustarse al orden cronológico y secuencial
de las acciones que debe desarrollar el
ingeniero, e introducen unas guías lógicas
para la toma de decisiones, es decir, para la
selección de una entre varias opciones. Y aquí
la geometría juega un papel esencial: es ella
quien abre un abanico de posibilidades
formales a partir de un juego simple de
teoremas y corolarios que se sirven del trazo,
de la escala y el compás. Pero antes de pasar
a considerar el papel que ella tiene,
recordemos también la presencia de un juego
de sentencias breves que sirven de premisas
conceptuales en una buena parte de los
tratados de fortificación: las máximas.
Las llamadas Máximas de la Fortificación
eran postulados que el arquitecto y el ingeniero
militar debían tener siempre presentes,
variando su número, contenido y orden de
acuerdo con cada autor; ellas constituían
principios generales que buscaban asegurar
unas mínimas condiciones de defensa;
podemos afirmar entonces que se formulaban
máximas retóricas para garantizar unos
mínimos prácticos. Los tratados son recurrentes
en sus métodos aunque modifiquen sus
formas; las Máximas aparecen ya en el Traité
de fortification ... (1694) de Jacques Ozanam;
en Escuela militar de fortificación (1704) de
Josep Cassani y quien también enumera once
postulados; en El Architecto Perfecto en el Arte
Militar (1708) de Sebastián Fernández de
Medrano, quien hace mención de quince, e
incluso en la versión que el abate Du Fay hace
de la obra del muy conocido militar francés
Sebastián Le Preste de Vauban, Véritables
maniéres de bien fortifier... (1691) se
mencionan veinte máximas.
Sus contenidos versan esencialmente del
principio de defensa recíproca de las partes
de la fortificación y de las magnitudes básicas
de las líneas de defensa, aunque en muchos
casos la última sirve de “candado”: por ejemplo,
la última de las que enuncia Ozanam dice Se
deben recordar siempre las máximas
precedentes, y la última de las de Cassani se
expresa así: La última Máxima fija de la
fortificación, es concordar y guardar todas
estas Máximas, en cuanto se pudiese, sin
dejarse llevar el ingeniero, tanto de la una,
que olvide las otras, o alguna de ellas.
Los Contenidos: de las Reglas a las
Instrucciones
De acuerdo con lo anterior, los relatos
consignados en las páginas de los tratados
de fortificación se expresan mediante unas formas
reconocibles y más o menos constantes.
Pasemos ahora a un examen más detallado
sobre la manera en que se manifiestan los
contenidos propios del arte de construir,
sirviéndose de algunas de las ideas expresadas
por Miguel Angel Quintanilla5, especialmente
aquellas que afirman que el conocimiento que
se necesita en la aplicación de una técnica es
de dos tipos por él definidos: conocimiento
representacional y conocimiento operacional.
El primero se manifiesta de dos maneras:
a través de hechos individuales y a través de
generalizaciones que se expresan mediante
leyes, formuladas además como enunciados
universales implicativos. Pero la palabra leyes
puede de hecho ser ambigua, en especial por
el uso que de ella hace en muchos casos la
terminología científica; resulta entonces mejor
emplear el término reglas, que como expresión
más propia de la técnica, se encarga de
describir los tipos de acciones que se pueden
llevar a cabo. Ellas se refieren simultáneamente
a las propiedades de los objetos y a las
acciones bajo la forma: si en las circunstancias
C se realiza la acción A, el resultado es R 6. Así
lo escribe el español Diego González de
Medina Barba: Quando el terreno fuere muy
aguachado, fe han de yr haziendo unos poços
de trecho en trecho, y en ellos echar los
cimientos... y affi vendra à fer muy fuerte el
fundamento 7.... La circunstancia C será el
terreno muy aguachado; la acción A, hacer
pozos espaciadamente, y el resultado R, la
solidez del cimiento.
Este recurso será una constante que se
perfecciona progresivamente en la medida en
que involucra un mayor número de variables
a considerar por parte del ingeniero; es así
como Sebastián Fernández de Medrano nos
explica la forma de construir almacenes de
pólvora: Para que estèn à prueba de bomba,
se haràn los techos de los pequeños del
gruesso que hemos pintado en los quarteles,
y que acaven en forma piramidal, dando a sus
paredes 8 pies de gruesso; mas para los
Almazenes reales tendràn las tales paredes
12 pies, y formandolos de dos, tres ò quatro
galerias, se haràn para mantener las bovedas,
unos pilares de 7 à ocho pies en quadro, y tan
altos que contengan uno, ò dos alojamientos;
las bovedas se haràn de quatro pies de
espesso, y igualados los huecos que forman
en su union con otras por la parte superior con
tierra, se levantarà sobre ellas un pie de tierra,
sobre que se harà un tablado de las maderas
de un pie en quadro, travados como queda
dicho: y sobre ellos hacer de tierra hasta de 12
à 14 pies de altura que se cubrirà con su
tejado8.
Pero también encontramos la formulación
tácita de reglas, en donde lo que se expone es
un problema que sugiere las posibilidades de
respuesta; lo hace el francés Antoine De Ville:
Le Terrain graueleux n’est pas bon, parce qu’il
fe foûtient peu, & n’a aucune liaifon: le Canon
donnant dedans fait grand’ ruine, & les pierres
qui reffautent de tous coftez nuifent plus que la
bale9. Si el terreno gravilloso no es el mejor,
entonces el ingeniero deberá tratar de evitarlo,
y si el impacto del cañón en las piedras hace
gran daño, su tarea será la de intentar otras
alternativas.
También se puede aprender del error, es
decir, si en la circunstancia C, realizamos una
acción A, el resultado será R, que no es el
deseado; así lo expresa el español Sánchez
Taramas: La Arena, ocasiona mayor empujo,
que la Tierra; y esta mayor que la Greda; luego
el hacer los Muros de igual robustez en estos
tres casos, seria exponerlos à que se
arruinasen en el primero, y que en el tercero
consumiesen demasiados materiales.
Asimismo siendo la Piedra de mayor gravedad
específica, que el Ladrillo, es evidente, que
los Muros de Piedra no necesitan tanto grueso,
como los de ladrillo; no obstante, que los citados
Autores (que son Algunos miembros de la
Academia de las Ciencias de París, y M.
Belidor) no han hecho distinción de ellos en
sus teorías 10.
Otra forma muy similar de expresar las
reglas es a partir de la comparación de los
efectos contrarios: si en las circunstancia C se
realiza la acción A y no B, el resultado puede
ser R, que es lo que no queremos que ocurra.
De la siguiente manera lo expresa el español
Cristóbal Lechuga: Deven advertir los príncipes,
que haviendo de hazer fuerças, primero
vestirlas de ladrillo, ó piedra las hagan de tierra
sola, dejandolas seis años y mas para que la
tierra haga de assiento, y no derrive la muralla,
como sucede, por no mirar á esto, particularmente
en los baluartes, donde siendo llenos,
haziendo la tierra assiento, fuerza es que
reviente por la parte mas flaca, como minas 11.
O se regla por omisión: si en las
circunstancia C no realizamos la acción A, el
resultado es R, no deseado. Incluso las reglas
pueden formularse también en las descripciones de las propiedades de la materia,
sirviendo como criterios “objetivos” (exteriores)
49
en el momento de aplicarlas; son muchas
veces la vía para reconocer el “término medio”
necesario; lo dice el sacerdote valenciano
Vicente Tosca: La mejor materia para los muros
es la piedra suave, en la qual se engasta la
bala... Si se fabrican de ladrillos, se ha de
cuidar, que ni esten sobrado crudos, ni
tampoco muy cocidos; porque si estan muy
cocidos, se hacen vidriosos; y si sobrado crudos,
no resisten à las inclemencias del tiempo12.
Además de las reglas puramente
operativas, no olvidemos que autores como
Prony involucran las llamadas “reglas del
gusto” y del bienestar general, dentro de las
que debe contemplar el ingeniero en el
ejercicio de su práctica: L’art de la construction
des voûtes est une des parties les plus
importantes et les plus difficiles de l’architecture
hydraulique; elle impose, dans bien des
circonstances, la double tâche de combiner
les belles formes et la décoration de
l’architecture ordinaire, avec la solidité
qu’exigent des monuments dont la durée
intéresse la sûreté publique, et dont la beauté
doit être une preuve parlante et durable des
lumieres d’une nation et de son amour actif
pour les arts. Le génie, la science et le goût,
doivent donc se prêter des secours mutuels
dans les ouvrages de cette espece13...
Girolamo Cataneo en Opera nuova di fortificare ... (1564),
50
Pero las reglas pueden tomar también la
apariencia de expresiones no verbales sino
gráficas.Un ejemplo que es para mí
particularmente significativo por la claridad de
su exposición, es el que encontramos en
Girolamo Cataneo en su tratado Opera nuova
di fortificare... (1564), cuando trata de los tipos
de cimentación de una plaza fortificada: su
visión es del baluarte, no del conjunto, hecho
que de por sí requiere de un nivel de síntesis,
de un nuevo y particular manejo perceptual y
del elemental concepto de escala; su
respuesta expone progresivamente soluciones
que despliega ante el lector. Cataneo muestra
las ventajas y desventajas operativas sin llegar
a una enumeración detallada de todas y cada
una de las partes que conforman una plaza o
de todas las posibles soluciones; el ejemplo
que él emplea busca ser un término medio
entre las posibilidades, entre las reglas
generales y las aplicaciones; él no nos habla
en términos puramente pragmáticos, sólo de
posibles respuestas abstractas pero potencialmente útiles. Con Cataneo, comprobamos que
la técnica del ingeniero se realiza sobre lo
imprevisto, sobre la multiplicidad de variables,
sobre el conjunto de las alternativas: un trazado
geométrico para cada sitio, un proceso de
construcción distinto, materias primas nuevas
o sencillamente desconocidas, suelos duros,
blandos, arenosos o arcillosos... la práctica de
la fortificación se lleva a cabo en los más
variados lugares; el énfasis está en la
diversidad, no en la uniformidad, así esta última
parezca ser el camino más claro para optimizar
las tareas .
Pasemos ahora revista a la categoría de los
conocimientos operacionales, que Quintanilla14
dice, están conformados no sólo por el conjunto
de acciones que se pueden llevar a cabo en
diversas situaciones, sino por un conglomerado
de instrucciones ordenadas que se hace
necesario llevar a cabo para el logro de los
objetivos propuestos. En nuestra investigación
hemos visto de qué manera, la elaboración de
ese “manual de operaciones” representa uno
de los logros significativos que perfila incluso
la definición misma del ingeniero, tal como se
expresa en los tratados del siglo XVIII,
completándose así los requisitos que las formas
del conocimiento técnico han de cumplir para
cristalizar el modelo.
Las instrucciones comportan la presencia de
un “operador pragmático” propio de las
actividades técnicas, pero de forma explícita y
desglosada. Se trata pues de una caracterización intencional que es propia de la técnica,
descrita por Quintanilla como poseedor de la
forma: en las circunstancias C, si se desea el
resultado R, hay que realizar la acción A15. Pero
en el caso de nuestro estudio por lo menos, las
instrucciones tratan también directamente con
las propiedades de la materia. El francés Belidor
lo dice claramente cuando explica los contenidos
del Devis, también llamado le chef-d’oeuvre de
l’ingénieur, documento de carácter contractual
que guía las acciones del arquitecto militar y del
ingeniero. Belidor lo define así: On peut donc
dire qu’un Devis doit être regardé comme le chefd’oeuvre de l’Ingénieur... Le Devis est un mémoire
instructif de toutes les parties d’un ouvrage, qu’on
veut construire; il explique l’ordre & la conduite
du travail, les qualités & façons des matériaux, &
géneralement tout ce qui rapport à la construction
& à la perfection de l’ouvrage16.
Las instrucciones en él contenidas deben
estar claramente enunciadas, bien detalladas
y sin omitir nada esencial; no debe dar lugar a
equívocos y ha de referirse además a la planta
y el perfil del proyecto (es decir al plano
arquitectónico, que se entiende ahora no sólo
como un instrumento de la acción sino como
su guía: aparecen entonces en ellos alusiones
a los detalles constructivos y a las
especificaciones técnicas). Belidor nos expone
un modelo de contrato, aquel que Vauban
aplicó para la construcción de la plaza de NeufBrisach, y que consta de cuatro partes: (1)
Descripción de la situación de la plaza y su
trazado;(2) Dimensiones de las partes
principales; (3) Cualidades de los materiales;
(4) Conducción de las obras (orden de las
tareas y condiciones entre las partes).
Recordemos que en el desarrollo de la
tratadística militar del siglo XVII el tema del
paso que mediaba entre el proyecto en un
papel y su traslación al terreno había ido
adquiriendo una importancia relativa, y que
inclusive la misión de muchos de los
instrumentos al servicio del arquitecto
buscaban optimizar esta tarea. De lo general
a lo particular, de lo conceptual a lo práctico,
en el Devis se organizan todas aquellas
actividades que buscan optimizar un mismo y
deseado fin; en él reaparecen las consideraciones sobre las dimensiones de las partes
de una plaza fuerte, pero ya el autor no necesita
detenerse en ellas... le basta con saberlas y
emplear adecuadamente unos materiales que
también sabe reconocer... y más aún, se
permite conducir los trabajos y controlar su
calidad. En orden del Devis, se expresa también
el orden de los tratados de fortificación.
También a través del Devis se podía hacer
un estimativo detallado de los costos para cada
uno de los procesos constructivos. Las
actividades quedan no sólo desglosadas, sino
organizadas, programadas secuencialmente,
abarcables... el Devis es sin duda la expresión
más elaborada de un proyecto técnico tal
como se entendía en el siglo XVIII; en él se
regula todo aquello que interviene en la
construcción, en la deseada perfección de la
obra. No es sólo una serie de mandatos, el
Devis es también previsión, anticipación, control
de lo hasta ahora incontrolable; el Devis pone
en palabras el saber de los oficios, lo ordena, lo
regula... es un modelo abstracto que pone a la
práctica bajo el control de un modelo teórico.
El trabajo del ingeniero consiste pues en
regular el sistema de acciones que es propio
de la técnica a la que sirve, así ellas sean
desarrolladas por agentes individuales, grupos
o máquinas. La racionalidad de su labor está
en conducir los trabajos por una serie de
sistemas de control que se deben ir cumpliendo
en las diversas fases de desarrollo. Tal ejercicio
comienza en las etapas previas a la propia
realización; hemos dicho también de qué
manera el plano arquitectónico, primera
expresión tangible del proyecto, se involucra
en el control de las acciones: él resume los
objetivos (es el objeto a producir) y sugiere las
vías de ejecución. La evaluación de las
ventajas, la estimación de los recursos, la
ponderación de los trabajos y hasta la simple
factibilidad, son contrastadas por el ingeniero
mediante el cuerpo de conocimientos
representacionales de su dominio.
Superada esta primera instancia, se
comprueba su realizabilidad: hombres,
materiales, herramientas y máquinas se
inscriben en el control de los trabajos... tan
dispendiosa tarea no se escapa a las
discusiones, a los conflictos internos, a las
deserciones. Pero una vez terminada la
construcción, falta la comprobación; y es allí
donde está lo paradójico, lo absurdo: la
destrucción, el dolor, la muerte... ellas bastan
para medir el logro de los resultados. Tal hecho
explica el que el arte de la guerra se intente
reglar como una componente más del sistema,
ajustándola a modelos numéricos y objetivos.
En los llamados Pliegos de Condiciones
redactados para la adjudicación de las obras de
construcción encontramos ejemplos tácitos de
la formulación de dichas instrucciones ordenadas
siguiendo el enunciado: en las circunstancias C,
si se desea el resultado R, hay que realizar la
acción A.; uno de ellos lo conocemos gracias a
la transcripción que hace el profesor español
Fernando De La Flor17, correspondiente al que
se elaboró en 1735 con motivo de los trabajos
de reconstrucción del Fuerte de La
Concepción, obra defensiva de nueva planta
ubicada en las proximidades de la ciudad de
Salamanca. El objetivo se define en las
primeras líneas del documento: Condiciones
según las quales se procederá públicamente
por parte de S.Mg. â la adjudicación de la
construcción del Fuerte Real de la
Concepzión, y su redutillo, situado en el
Campo de Argañan, compuesto dicho Fuerte
de quatro baluartes y quatro revellines ... fosos,
camino cubierto, esplanada, parapetos ...con
todo lo demás pertenciente y respectivo a dicha
fortificación en la forma que esta empezado, y
lo demostrará el plano y perfiles que se exiviran
a este fin.
Nótese a la alusión explícita al plano como
documento que contiene la simulación gráfica
del objeto. El Pliego de Obras divide además
de manera expresa el orden de las actividades:
Excavación - Sillería, mampostería, albañilería
- Carpintería - Hierro y otros materiales. En el
apartado de las excavaciones, afirma por
ejemplo: Si en las excavaciones de estas obras
se hace peña viva ô bien tufa fuerte que la
equivale, cuya dureza para excavar la necesita
de barrenos y polvora, dicho asentista estará
obligado â la excavación de lo que se ofreciere
a excavar ô romper... Respecto a la sillería,
dice: Observara dicho asentista que el corte y
abertura de estas canteras se ejecute según
lo señalado por el Ingeniero... âfin que sus
excavaciones no perjudiquen a la fortificación
... Y más adelante expresa claramente: Quando
la muralla del fuerte, sus revellines, y redutillo
estará ala altura que deve tener devajo del
cordón se sentará sicho cordón que deve reynar
alrededor de la obra ...
51
El que las instrucciones se involucren
también con señalar las propiedades ideales
de la materia que interviene en el proceso
técnico, se expresa también mediante apuntes
muy precisos (uno de los problemas más
frecuentes entre asentistas e ingenieros, es
precisamente el de la calidad, transporte,
manipulación y aplicación de los materiales):
La cal y la arena para toda la obra havrá de
ser de buena calidad, la primera que ha de ser
viva se apagará en las balsas llenas de agua
establecidas al pie del arroyo de la fuente del
Duque ...
(1594) inicia su explicación por el uso del
hexágono y alcanza a tratar de las figuras de
24 ángulos. Lo mismo hacen autores como
Carlo Theti en Discorsi di fortificationi ... (1569),
Alghisi en Delle fortificationi libri tre ...(1570),
Rojas en Teoría y Práctica de fortificación ...
(1598), Fiamelli en Il Principe Difeso ... (1604),
Marolois en su Opera Mathematica ... (1614),
o Antoine De Ville en Les fortifications ... (1628).
Incluso algunos como el escrito por Damant,
Maniere universelle de fortifier ... (1630) se
dedican por entero al tema de la geometría
aplicada a la fortificación.
Los Pliegos de Obras también servían de
referencia obligada en la elaboración de
presupuestos y continuamente ameritaron
adiciones y correcciones que se presentaban,
bien por el cambio del ingeniero director de
los trabajos, por los ajustes económicos o por
la modificación de las prioridades.
Geometría y matemáticas
Que la geometría y las matemáticas forman
parte de los relatos del arquitecto militar, del
ingeniero, es una evidencia que no podemos
menospreciar: ellas sirven para legitimar las
reglas que guían la práctica. En los primeros
tratados, en aquellos de los siglos XVI y XVII
su utilidad se dirige fundamentalmente para
dos cosas necesarias: establecer las
proporciones de los elementos y fijar las
magnitudes del conjunto y de sus partes.
Los libros de fortificación consagran sus
primeras páginas al conocimiento de la
geometría, a tratar de las operaciones
necesarias para la construcción de los
polígonos regulares que sirven de plantilla
para el trazado de la plaza fuerte. A la preliminar
definición de los términos se le añade un
proceso continuo de construcción de figuras:
desde el triángulo hasta el polígono más
complejo: Maggi y Castriotto, en su Della
fortificatione delle cittá (1564), por ejemplo,
explican la manera de amurallar una ciudad a
partir de polígonos de cuatro, cinco, seis y hasta
ocho lados; en tanto que el ya citado Jean Errard
52
L’Abbé Deidier en Le parfait ingénieur françoise ... (1757)
Autores como el mallorquino Vicente Mut,
en Arquitectura Militar ... (1664) y Alonso de
Cepeda en Epitome de la Fortificación
Moderna ... (1669) incluyen además de los
aspectos puramente dimensionales, una
extensión al problema de determinar el área
de las figuras para con ella conocer su
capacidad en número de hombres. Aparecen
también los que compendian en tablas las
dimensiones de los lados y las magnitudes de
los ángulos propios de las plazas fortificadas
trazadas de acuerdo a un polígono regular.
Entre ellos tenemos a Fritach y su Architectura
militaris ... (1631), Simón de Bitanvieu en L’Art
universel de la fortification ... (1665), siendo el
de Pedro Folch de Cardona, Geometría militar
... (1671) uno de los tratados más extensos y
completos al respecto, incluyendo lo que él
llama las tablas polimétricas proporcionales
para dar medida a cualquier plaza ...
Al conocimiento de la geometría se
supeditaba el manejo de los instrumentos de
medición. No extraña entonces que Josep
Zaragoza titule su libro Fábrica y uso de varios
instrumentos matemáticos ... (1675), donde
expone detalladamente el uso de la
pantómetra militar, o que el matemático francés
M. Ozanam dedique libros tanto a la fortificación
–Traité de fortifications ... (1694)- como al uso
del compás –L’usage du compas ... (1700)-. Y
es que la necesidad de calcular los volúmenes
de las excavaciones y de las fábricas, así como
la elaboración de presupuestos y tasaciones,
abrió para las matemáticas un nuevo frente de
acción: aquel de los cálculos estereométricos.
Bernard Belidor fue autor también de un curso
matemático: Nouveau Cours de mathemátique,
a l’usage de l’artillerie et du Gènie ... (París,
Chez Nyon, 1725). Un tanto relegado por el
conocido La Sciende des Ingénieurs ... (1729),
este curso perfila los temas que más preocupan
a Belidor y lo que es más interesante:
constituye la base sobre la cual Pedro de
Lucuze redactará su manuscrito Curso
Matemático, empleado en la Real Academia
de Matemáticas de Barcelona para la
formación profesional de un importante
número de ingenieros militares españoles del
siglo XVIII. En su Nouveau Cours, Belidor
dedica las partes IV, V, VI y VII a la explicación
de problemas teóricos y prácticos relacionados
con la determinación de áreas de figuras
planas, volúmenes de cuerpos sólidos y uso
de instrumentos de medición.
los aspectos de una técnica: ya hemos
apuntado la manera en que las ilustraciones
son también una forma de conocimiento
representacional. Hubo entonces tratados que
con seguridad se hicieron conocidos más por
la riqueza de sus grabados que por los
contenidos de sus relatos. Vamos pues a
detenernos final y brevemente en tales libros
concluyendo una reseña que hemos
considerado necesaria.
Bernard Belidor en La Science des Ingénieurs ... (1729)
Belidor también será de los primeros en
introducir las ecuaciones algebraicas como
recurso en la explicación del comportamiento
estructural de los elementos de las plazas
fortificadas: ellas se imponen sobre la práctica,
nacen de un razonamiento que aunque se
hace sobre objetos propios, no pertenece al
ámbito de la fortificación: el álgebra es una
herramienta de trabajo. Y no es de extrañar
que tanto en su versión original de 1729, como
en la versión de Müller/Sánchez Taramas,
Tratado de fortificación... (1769), tales
explicaciones ocupen -como lo había hecho
en antes la geometría-, las primeras páginas
de los libros. La geometría y las matemáticas
recuperan a partir de entonces su
independencia y se tratarán de nuevo como
objetos independientes por parte de
arquitectos e ingenieros militares: el abate
Deidier publica La Science des Gèometres ...
en 1739; Sebastián Labayru hace lo mismo
con su Tratado de arithmética numérica,
geometría, práctica y fortificación ... (1756) y M.
Trincano (1781) en Francia y Pedro Padilla
(1753-56) en España, redactarán sendos
tratados matemáticos para el uso en la
instrucción impartida en sus escuelas militares.
Para algunos autores como Arnold Pacey18
una forma de juzgar en qué momento de la
historia evolucionaron los métodos característicos de la tecnología moderna y desplazaron
a los métodos del artesano, es la de estudiar
el grado en que los dibujos fueron utilizados
en fechas diferentes. Tal aseveración la explica
sobre la opinión de que es el dibujo un
elemento que diferencia substancialmente la
práctica del artesano con el desarrollo de una
labor técnica: para el primero, la experiencia y
sobre todo la habilidad manual hacen posible
que se diseñe mientras se construye; el objeto
se halla materializado en su mente, así como
la mayor cantidad de variables que en su
elaboración intervienen. Se cuenta además
con una rápida capacidad de respuesta frente
a la aparición de imprevistos, y la formación
de nuevos artesanos reside ante todo en el
entrenamiento de tales habilidades.
Para el técnico, sin embargo, es
indispensable la racionalidad de su obra; no
es que él se libere completamente del saber
intuitivo del artesano, sino que requiere
además una simulación previa que se expresa
fundamentalmente a través del dibujo. Él es
por lo tanto, una etapa fundamental en el
desarrollo de la tecnología en general y de la
técnica constructiva en particular: es a partir
de el dibujo que se desarrollan primero
métodos empíricos y posteriormente métodos
abstractos, con la participación paulatina de
conceptos científicos.
Hay dos tipos de dibujos que son
característicos a los tratados de fortificación
estudiados: dibujos de los objetos (de
fortificaciones en su conjunto o de partes
constitutivas, como baluartes, muros,
parapetos, almacenes, etc.) y representación
El encanto por las ilustraciones
El desarrollo de la imprenta trajo consigo
el de la técnica del grabado, y con ella la
posibilidad de reproducir con muy altos niveles
de calidad un universo de imágenes
particularmente útiles en la tarea de difundir
Izquierda: Jacques Perret: Des Fortifications ... (1601)
Derecha: Josep Chafrion: Plantas de las fortificaciones de las ciudades, plazas y castillos del estado de Milán ... (1678)
53
de las acciones sobre tales objetos, es
decir, de una forma de representación gráfica
de las técnicas. Entre unas maneras y otras
hay diferencias substanciales: en el primer
caso, la imagen nos enseña el estado ideal
del objeto del que se habla, es el caso -y para
citar un ejemplo-, de las que emplea Jacques
Perret, cuya obra Des fortifications et artifices
... (1601) es una de las primeras que introduce
unas bellísimas y cuidadas ilustraciones; casi
podríamos decir que ellas son más decisivas
que los textos en el momento de pensar en su
trascendencia y difusión: son láminas que
muestran en una especie de axonometrías las
plantas de ciudades ideales que él explica y
de las cuales incluye además una descripción
de las edificaciones interiores. Cosa similar
hará el español Josep Chafrion en Plantas de
fortificaciones de las ciudades, plazas y
castillos del Estado de Milán (1678), con sus
plantas de ciudades italianas del siglo XVII.
Otro caso lo protagoniza Antoine De Ville,
cuyo libro ya citado de 1628, también se
caracteriza por la excelente calidad de las
láminas, acompañadas siempre con motivos
bucólicos como telón de fondo de trazados
geométricos y de elementos constitutivos de
la edificación. En una de sus láminas podemos
ver un trozo de muralla apoyada por ocho tipos
de contrafuertes distintos: tal imagen no
corresponde a una solución única pero
tampoco a una acción técnica; él no es otra
cosa que un abanico de respuestas
desplegado sobre nosotros, un catálogo de
alternativas. No es el mismo caso el de su
coterráneo Manesson Mallet, autor de Les
Travaux de Mars ou l’Art de la Guerre (1672),
que como varios autores italianos del siglo XVI,
se preocupa este sí por enseñar una acción
simulada que corresponde con una solución
técnica. En una de sus láminas, por ejemplo,
presenciamos a la exhibición progresiva de
Izquierda: Antoine De Ville: Les fortifications ... (1628)
Derecha: Allain Manesson Mallet: Les tavaux de Marz ou l’art de la Guerre (1672)
54
las acciones involucradas con la cimentación;
no se trata de un conjunto de soluciones, sino
de una forma en particular de resolverse
mediante diferentes acciones ordenadas.
Interesante en este tema es el del tratado
de A. Bosse, La practique du trait ... (1643),
autor conocido por sus aptitudes como
grabador, quien intenta representar no sólo las
acciones técnicas a la manera de Mallet o
Belidor, sino que se esfuerza por reunir y
dibujar las aplicaciones de la geometría a la
estereotomía. Sus láminas nos muestran las
piedras, las herramientas empleadas, la forma
inicial y final, y acompañadas de un esquema
abstracto de las maneras del corte y talla.
El uso de las herramientas gráficas
trasciende a la descripción de objetos y
acciones cuando aparecen y se desarrollan
métodos gráficos para el cálculo y
dimensionado de muros y elementos de apoyo
de los arcos, tal como lo encontramos
claramente en el tratado de H. Gautier, Traité
des Ponts ... (1716), quien aludiendo a la
dificultad de comprender los métodos
algebraicos para los mismos fines (ya
desarrollados por el físico francés Philippe De
La Hire), acude a los métodos geométricos
más simples aunque sin despojarlos de un
cierto tono matemático. Sobre los argumentos
de De La Hire, Gautier dice: J’avouë
ingenuëment que je ne suis pas assez habile
pour la comprendre. Je n’ai pas pû même suivre
son Operation tant je la trouve composée; & je
regarde tout ce qu’il nous a dit, comme une
chose dont les demi sçavans, & surtout les
Ouvriers, ne sçacvroient comprendre. Car si
pour concevoir ce qu’il raporte, il faut sçavoir
absolument l’Algebre, dont il emprunte les
secours, je ne crois pas qu’aucun Tailleur de
pierres, Apareilleur, ni Architecte ... en puissent
jamas profiter19 ...
Explica primero el método que consiste en
prolongar la cuerda que corta el tercio del
arco, cuyo origen todavía se considera incierto20
y que resulta válido sólo en los casos en que
o de M. Blondel haciendo de esta construcción
una ley extrapolable a los arcos planos,
rebajados y ojivales, que si bien reinterpreta
el método geométrico tradicional, tampoco
asume las explicaciones de De La Hire y ni
siquiera llega a alcanzar un gran nivel de
veracidad. Gautier defiende su fácil aplicación
por parte de los maestros y aparejadores: Il n’y
a personne ce me semble, qui sans même
beucoup de Géometrie comme sont la plûpart
des Maîtres, Maçons, des Apareilleurs, & des
Tailleurs de Pierres, ne puissent comprendre
ce que j’avance, le tracer, & le démontrer sur
toutes sortes d’Arches sans beaucoup
d’operation23.
M. Gautier: Traité de la construction des pontes ... (1716)
las dimensiones del arco son reducidas: se
divide el intradós del arco en tres partes, AO,
OP y PM y se traza la cuerda PM que se
prolonga en el segmento MS de tal forma que
su longitud sea igual a MP; por el punto S se
levanta una perpendicular al diámetro AM,
determinándose así el espesor del pie derecho
(o estribo del arco). Gautier dice de este método:
Cette Operation n’est point prouvée pour faire
voir qu’elle soit juste ou veritable. Ainsi ce n’est
rien dire, & c’est donner au hasard que de la
suivre21.
Descartado este procedimiento, este autor
lleva a cabo una extensa construcción
geométrica amparada a su vez en la conclusión
que extrae de un repaso a los conceptos
emitidos por autoridades como Palladio, Alberti
o Serlio, y que le hacen dudar de la validez de
un único procedimiento cierto: Tant de varieté
dans ces ouvrages, nous doivent faire penser
que leurs Auteurs n’ont encore observé
aucune Regle generale ni certaine, qui soit
fondée sur des principes démontrez pour établir
les Piles des Ponts22.
Su explicación le lleva a establecer una
dimensión para el espesor del estribo mayor
que la que resulta del método del Padre Deran
Los métodos gráficos así empleados se
convierten en un atajo, en una senda
alternativa a la de las expresiones algebraicas;
en un recurso más del saber que se abre
camino en el espacio de la técnica una vez se
ha comprobado su utilidad.
4
5
6
7
8
9
Notas:
1
2
3
VITRUVIO POLIÓN, Marco: Los Diez Libros
de Arquitectura, escrito en Roma en el siglo
I a.C.; se ha consultado la edición castellana
en la traducción e Josep Ortiz, Madrid,
1787. VEGECIO, Flavio Renato: Epitoma
Rei Militaris, escrito en Roma en el siglo I
d.C.; se ha consultado la edición castellana
en la traducción de Jayme de Viana,
Madrid, 1764.
En una lista elaborada por el autor de estas
páginas como parte de la investigación
previa a su tesis doctoral, se han reunido
267 títulos diferentes en idioma francés,
inglés, alemán y castellano, algunos de los
cuales tuvieron varias ediciones y
traducciones a lo largo de los años
comprendidos entre los siglos XVI y XVIII.
FOUCAULT, Michel: Las palabras y las
cosas, México, 7ª ed., Ed. Siglo XXI, 1979.
Según Foucault, precisamente es en este
siglo cuando el lenguaje se nos muestra
como una cosa opaca, misteriosa y cerrada
sobre sí misma ... que se mezcla con las
10
11
12
13
figuras del mundo y se enreda en ellas ...
las palabras se proponen a los hombres
como cosas que hay que descifrar.
ENRÍQUEZ DE VILLEGAS, Diego:
Academia de fortificación de plazas ..., sin
lugar, sin año, pero 1672?. En Sin página,
A quien lee ...
QUINTANILLA, Miguel Angel: Tecnología.
Un enfoque filosófico, Madrid, Fundesco,
1988.
QUINTANILLA: Op. Cit., 1988; págs. 39-40.
GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, Diego:
Examen de Fortificación, Madrid, 1599; pág.
171.
FERNÁNDEZ DE MEDRANO, Sebastián:
El Architecto Perfecto en el Arte Militar,
Amberes, Hermanos Verdussen, 1708;
págs. 233-234.
DE VILLE, Antoine: Les fortifications ...,
Lyon, Irenee Barlet, 1628; pág. 20: El terreno
gravilloso no es el mejor, porque él se
sostiene poco y sin ninguna ligazón; el
impacto del cañón le hace gran ruina y las
piedras que rebotan de todos lados dañan
más que las balas.
SÁNCHEZ TARAMAS, Miguel: Tratado de
fortificación, Barcelona, Thomas Piferrer,
1769; pág. 2 del prólogo.
LECHUGA, Cristóbal: Discurso del Capitán
Cristóbal Lechuga ..., Milán, Marco Tulio
Malatesta, 1611; pág. 243.
TOSCA, Vicente: Compendio Matemático.
Tratado XVI. De la Arquitectura Militar,
Valencia, 1712; pág. 309.
PRONY, Gaspard: Nouvelle Architecture
Hydraulique ..., París, 1790; pág. 152: El
arte dela construcción de arcos es una de
las más importantes y más difíciles de la
arquitectura hidráulica; ella implica, en
buenas circunstancias, la doble tarea de
combinar las bellas formas y la decoración
de la arquitectura ordinaria, con la solidez
que exigen los monumentos cuya duración
interesa a la seguridad pública y cuya
belleza debe ser una prueba parlante y
durable del brillo de una nación y de su
amor por las artes. El ingenio, la ciencia y
el gusto, deben entonces prestarse ayuda
55
14
15
16
17
18
19
mutua en las obras de esta especie.
QUINTANILLA, Miguel Angel: Op. Cit., 1988.
QUINTANILLA, Miguel Angel: Op. Cit., 1988;
pág. 40.
BELIDOR, Bernard Forest: La Science des
Ingénieurs ..., París, 1729; pág. 2 del libro
VI: Se puede entonces decir que un Devis
debe ser entendido como el jefe de obras
del Ingeniero ... El Devis es una memoria
instructiva de todas las partes de una obra
que se quiere construir; él explica el orden
y la conducta de los trabajos, las cualidades
y los modos de los materiales, y
generalmente todo aquello que interviene
en la construcción y perfección de la obra.
DE LA FLOR, Fernando: El fuerte de La
Concepción y la Arquitectura Militar de los
siglos XVII y XVIII, Salamanca, Ed. de la
Diputación de Salamanca, 1987. Este autor
retoma para su transcripción el documento
original depositado en los archivos
notariales de Salamanca; págs. 119-123
de su libro.
PACEY, Arnold: El laberinto del ingenio,
Barcelona, Ed. Gustavo Gili, 1980; pág. 16.
GAUTIER, H.: Traité des Ponts..., París,
1716; pág. 350: Reconozco ingenuamente
que no soy lo bastante hábil para comprenderlo. Yo mismo no he podido seguir sus
operaciones tal como las encuentro , y veo
todo lo que dice como una cuestión donde
los medio-sabios y sobre todo los obreros
no sabrán comprender. Porque si para
entender aquello que se explica es
necesario dominar el Álgebra, de la cual
se sirve, no creo que ningún cantero,
aparejador, ni arquitecto... las puedan
jamás aprovechar...
20
21
56
Para BENVENUTTO, Edoardo: La Scienze
delle costruzione e il suo sviluppo storico,
Florencia, Ed. Sansoni, 1981, esta sencilla
regla es considerada por Vittone en su
tratado de 1760, como la única y más
segura; Rondelet atribuye su paternidad al
padre Derán, usada incluso por Blondel y
Dechalles. Gautier también menciona a P.
Deran y a M. Blondel como sus fuentes.
GAUTIER, H.: Op. Cit., 1716; pág. 354: Esta
22
23
operación no se ha demostrado para saber
si ella es precisa o veraz. Nada podemos
decir, solo que es más producto del azar
que de la comprensión.
GAUTIER, H.: Op. Cit., 1716; pág.363: Ante
la variedad de sus obras, nosotros
debemos pensar que los Autores no han
todavía observado ninguna Regla general
ni cierta, que sea fundada sobre principios
demostrados para establecer los Pilares
de los Puentes.
GAUTIER, H.: Op. Cit., 1716; pág.358: Me
parece que no hay persona, que hasta sin
mucho de Geometría como lo son la
mayoría de los Maestros, Albañiles,
Aparejadores y talladores de Piedra, no
puedan comprender lo que he dicho, el
trazado y la demostración acerca de todos
los arcos, sin muchas operaciones.
La Arquitectura, Función,
Signo y Lógica de Clase
Ricardo Hincapié
Cuando una mesa empieza a comportarse
como mercancía se convierte en un objeto
físicamente metafísico. No sólo se incorpora
sobre sus patas encima del suelo, sino que se
pone de cabeza frente a todas las demás
mercancías y de su cabeza de madera
empiezan a salir antojos mucho más
peregrinos y extraños como si de pronto la
mesa rompiese a bailar por su propio impulso.
El Objeto Símbolo y el Objeto Signo. El
Consumo como Sistema de Diferencias.
L
os objetos siempre han actuado como
diferenciadores, han comunicado y
marcado diferencias entre determinados
status, grupos o clases sociales, fijando sus
diferencias en los consumos, los hombres en
toda sociedad se comportan, actúan y viven
como miembros de las distintas categorías
sociales a las que pertenecen.
Karl Marx
57
En la sociedad antigua y tradicional
(anterior a la Revolución Industrial) el consumo
se estratifica de manera rigurosa y duradera,
atestigua una condición de hecho hereditaria
y de la que virtualmente no se puede escapar:
determinado estilo de vestidos, tipo de
vivienda, mobiliario, etc. Ya en la era del
Capitalismo Industrial se cuenta con la libertad
de elegir los objetos; libertad formal, por
supuesto, una cosa es poder aspirar a
cualquier objeto y otra poder comprarlo;
libertad formal pero crucial, definitiva. Ahora
no es la pertenencia a un status lo que da
derecho al consumo, ese derecho ya lo tienen
todos; por tanto es la apropiación efectiva de
los objetos lo que de hecho inscribe a los
individuos en los distintos status.
Igualdades e posibilidades para todos,
todos podemos poseer las mismas cosas o
luchar por ello y eventualmente mejorar nuestra
posición social, alcanzar un rango superior o
ratificar uno ya adquirido: es la movilidad social
permanentemente promovida y alentada por
el consumo; si los objetos siempre han actuado
como diferenciadores hoy es necesario
competir para alcanzar esas diferencias, nos
vemos pues obligados a consumirlos en la
medida en que sean distintos y por tanto
distintivos.
Esto no indica ni mucho menos una mejor
respuesta a las necesidades humanas o la
oportunidad con la «liberación» de los objetos
(virtualmente todo el mundo puede adquirirlos)
de combatir las distancias que separan unas
clases de otras. Lejos de ello la generalización
del consumo y su apropiación como sistema
de diferencias es hoy más que nunca condición
de vida de los status y es necesario para
marcar la división entre las clases.
Hay que tener en cuenta sin embargo, que
si bien los objetos siempre han expresado
diferencias, solamente hoy la diferencia se
impone como valor exclusivo del objeto y esto
viene a afectar de manera decisiva el conjunto
de las relaciones sociales y humanas.
58
El código de valores que los
objetos representa cae en manos
de la mercancía se impone según
las reglas del valor de cambio.
El objeto ha sido «liberado» pero
también empobrecido, separado
de toda construcción simbólica.
Los objetos en la sociedad de antaño están
inscritos en otro orden de significados, no se
reducen simplemente a consignar diferencias.
El objeto tradicional tiene ante todo un valor
simbólico, constantemente alude a una
experiencia colectiva, está inscrito en una
dinámica familiar o de grupo y no resulta legible
sino dentro de las relaciones que integra y a
las cuales constantemente remite; cada cual
ha aportado allí su cuota de sacrificios, ahorros
y economías, ha sido ganado después de una
larga y resignada espera, consagra y atestigua
de un mundo lleno de dificultades, es indicativo
de una aspiración cumplida, su conquista
representa la realización de un sueño: el
vestido o el ajuar doméstico nuevo que seguirá
siendo nuevo mucho tiempo, los artículos, y
enseres que no se utilizan sino en ocasiones
especiales: cumpleaños, conmemoraciones,
fiestas de familias; permanente ritual que reina
sobre lo que se tiene y cuyo fin no es otro que
el de reforzar los vínculos efectivos y reafirmar
la integridad del grupo. El valor de estos objetos
símbolo es ante todo un valor presencia, llevan
dentro de ellos una parte de las personas
mismas que conservan sobre todo en su
ausencia o en su distancia; es esta materia
simbólica lo que nos hace absolutamente
singulares e impide que sean comparables o
equiparables; su función es secundaria, puede
pasarse por alto o incluso haberse perdido:
esa vajilla de plata que se limpia regularmente
sin usarse jamás o el viejo reloj de pared cuyo
mecanismo se ha estropeado; su importancia
la reciben de la solemnidad de que están
rodeados y del respeto que inspiran; constituyen
un repertorio que se cuida celosamente; todo
confiesa abiertamente su necesidad de durar y
con ello el deseo de permanecer en una
situación heredada; son legados y se legarán,
son un recibo del pasado y una seguridad para
el porvenir, son la recompensa dejada por las
generaciones pasadas permanentemente
rescatada y revivida.
Los objetos modernos -de consumo- como
tales están liberados de todas las
implicaciones, obligaciones y compromisos
que ligaban a los objetos símbolos, ya no me
relacionan con la familia o el grupo sino con la
sociedad global; es la necesidad de reafirmar
mi pertenencia o mi aspiración a ingresar en
determinado status lo que me impone
cambiarlos, sustituirlos, volverlos a comprar
cada determinado tiempo, verlos pasar sin que
haya tenido la oportunidad de verlos envejecer.
El código de valores que los objetos
representa cae en manos de la mercancía se
impone según las reglas del valor de cambio.
El objeto ha sido «liberado» pero también
empobrecido, separado de toda construcción
simbólica; ya no tiene por fin durar y atestiguar
con su duración la presencia y la permanencia
de las relaciones humanas. Ahora sólo es
apropiado, detentado y manipulado como
diferencia cifrada.
Si en las sociedades anteriores fundadas
en una discriminación y en una segregación
radicales, la tradición, la genealogía, la familia,
la costumbre, la ceremonia actuaban como
sistemas de reconocimiento diversos y al
tiempo particulares para cada estrato social,
cuya pesada carga simbólica llevan sobre sus
espaldas los objetos, en la sociedad capitalista
el sistema de reconocimiento es único: la lógica
de la mercancía suplantando antiguos códigos
de valores y con ello ha venido a asegurar de
otra manera el control de los significados de
que los objetos son portadores. El consumo
es en este sentido una institución tan
importante como cualquier institución de la
sociedad moderna: estratifica la sociedad en
clases y categorías sociales cuya existencia
pasa a ser íntegramente regulada por la lógica
del consumo.
El consumo es un sistema de relación con
los objetos con la colectividad en el mundo;
tiende a regir de manera sistemática y global
todo nuestro universo cultural. De consumo
en rigor no se puede hablar sino en el
capitalismo y no porque comamos o vivamos
mucho mejor o porque poseamos un volumen
de aparatos y de bienes nunca vistosas; el
consumo nada tiene que ver con una
fenomenología de la abundancia; es como tal
una lógica social en la que todo se convierte
en signo, en material distintivo, en la que todo
entra en el juego de las diferencias y las modas,
no sólo los objetos sino los lenguajes, las
conductas, las ideas, etc.
la amplitud y al derroche de espacio, a la
abundancia de lujos, servidumbres y
comodidades.
Esta sociedad a la vez que
promueve la movilidad (de ella
depende el comercio) impone
barreras infranqueables,
obstáculos insalvables entre los
grupos sociales y todo intento
por mejorar una posición, por
realizar una pequeña trayectoria,
salvo casos excepcionales, es
imposible.
La Movilidad Social y las Capas Medías
La Arquitectura en la sociedad capitalista
no escapa a esta implacable lógica. La ley de
la mercancía actúa también, aunque de manera
contradictoria en el espacio, en el habitat, en la
vivienda.
Al igual que el resto de los objetos la
vivienda es en primera instancia, y así ha sido
históricamente, el lugar fundamental donde se
expresa una discriminación social. La vivienda
ha sido y es principalmente el testimonio de la
categoría social a la que pertenecen sus
propietarios. En la sociedad tradicional
(anterior a la Revolución Industrial) y en la
sociedad precapitalista puede claramente
leerse en el espacio y en el repertorio de
objetos que lo acompañan, una división de
clases y una estructura jerárquica
determinada. Si los objetos estaban antaño
prisioneros de una existencia de casta, si un
orden jerárquico les asignaba un status
inmutable que separaba definitivamente unas
clases de otras, igualmente los ingresos y el
poder de compra imponían cierto tipo de
aspiraciones, posibilidades y necesidades:
sectores populares en situación de penuria
absoluta, reflejo fiel de su condición social:
Hacinamiento, estrechez, deterioro manifiesto
de su habitat. Todo esto opuesto al modo de
posesión y de ostentación de la aristocracia, a
Todavía hoy, y sobre todo en los países
«subdesarrollados», se encuentran estas
situaciones extremas y puede leerse en las
grandes ciudades los permanentes contrastes
de dos modos de vida radicalmente opuestos:
el tugurio y la mansión burguesa. Pero es bien
sabido que hoy día el ingreso y el poder de
compra dice poco de las clases. Podemos
intentar hacer un inventario, hablar en materia
de vivienda por ejemplo, de metros cuadrados
por habitante, de costo de las construcciones,
de relaciones entre área libre y cubierta, de
dotación y servicios colectivos, etc., y empezar
a colorear en un mapa las diferentes zonas
sociales resultantes, tratando e asignarlas a
las clases sociales. Pero este procedimiento
es más lo que oculta que lo que muestra; nos
encontraremos siempre con dos polos, y entre
ellos una masa: móvil, heterogéneo, lo que en
su conjunto difícilmente nos permitirá ir más
allá de un reconocimiento de diversos estratos
sociales.
Hay en estos procedimientos una especie
de círculo viciosos, se confirma constantemente el supuesto del cual se partió y se
vuelve a encontrar esa división y esa jerarquía
social tal como inicialmente fue concebida,
basada en índices y datos, que aseguran sí
una clasificación pero de hecho ningún
análisis. Alguna utilidad pueden arrojar estos
métodos pero si duda, desconocen las
complejas formas de comportamiento y el
sistema de significados propios del consumo
que inciden de manera determinante en el
habitar. De ninguna manera los estratos
sociales responden a una clasificación fija,
jamás se resignan a su suerte, la inconformidad
con su situación es una constante. No basta
hacer un inventario físico del habitat,
estableciendo límites y fijando distancias entre
los grupos sociales, en términos de metros
cuadrados, de costo de vivienda, de tipos de
dotación y de servicios, hay que ante todo,
comprender la lógica social que anima sus
conductas y sus actuaciones. Y esto
indudablemente no nos lo garantiza el uso de
la estadística.
El consumo, como lo hemos planteado,
dentro del capitalismo, supone una ideología
de la movilidad y del ascenso social, somete a
los individuos y especialmente a los de los
grupos medios, a la necesidad de estar
permanentemente compitiendo por aquellos
objetos que como sus signos distintivos los
coloque en una posición ascendente lo más
cercana posible de un status o grupo social
ideal que toman como su referencia.
Permanentemente hay una demanda de
objetos-signos y esa demanda depende de la
movilidad social. No hay demanda, o es muy
escasa, en una sociedad sin movilidad social,
un conjunto limitado de objetos de lujo bastó
como material distintivo a la casa privilegiada.
Y son precisamente las épocas de movilidad
social las que ven florecer todas las especies
de objetos, allí comienzan a manifestarse las
necesidades como un capital más, nuestra era
es la era del comercio y la del consumo, era
que no tiene fin puesto que la sociedad está,
eta vez, virtualmente promoviendo
continuamente a sus individuos.
Pero ésta es la ideología vivida del sistema,
otra cosa es su realidad; y sobre todo para las
capas medias la mayor parte de las veces sus
intenciones, sus propósitos y aspiraciones
entran en contradicción con las posibilidades
59
efectivas de un ascenso real y a veces
incluso permanece a su acecho una regresión
o una caída de status.
Esta sociedad a la vez que promueve la
movilidad (de ella depende el comercio)
impone barreras infranqueables, obstáculos
insalvables entre los grupos sociales y todo
intento por mejorar una posición, por realizar
una pequeña trayectoria, salvo casos
excepcionales, es imposible.
Y los individuos lo saben y sus compras
constantes, la renovación de sus objetos
expresan ante todo decepción frente a las
posibilidades de un progreso social efectivo.
Los objetos vienen a confesar su frustración y
su derrota social, manifiestan una inercia social
profunda y quedan convertidos en la
compensación de sus contrariados deseos de
movilidad y ascenso social.
Lo anterior ya nos da la clave para
comprender el comportamiento social de las
capas medias, capas cuyo peso específico en
la sociedad burguesa es cada vez mayor, el
capitalismo las produce en forma abrumante
pero en una situación dudosa, incierta y crítica.
Han escapado del aislamiento rural pero no
pertenecen a la burguesía ni al proletariado.
Son un eje flotante que desempeña las más
diversas labores y actividades, dando lugar a
una masa informe y heterogénea que
constituye el sector típico de la vida urbana.
Las capas medias viven con la esperanza
de un progreso pero permanecen en un total
estancamiento, es la necesidad de oponerse
a este destino trágico lo que la lleva a invertir
de manera obsesiva en su universo privado,
tratando de festejar una victoria que siempre
se les desvanece. Las capas medias son el
sector que en mayor medida se siente juzgado
por lo que posee y juzga a los demás por lo
que poseen.
En sus mutuas visitas ponen los ojos en
todas partes, revisan, esculcan con sus
miradas, en una continua búsqueda de
60
defectos, admiran y elogian de manera
hipócrita y socarrona. Frente a todo mantienen
sus reservas, tranquilizándose a sí mismos con
la ilusión de que son mejores que sus iguales.
Esta actitud se manifiesta en un notorio afán
y en el énfasis especial que estas capas (más
que en ningún otro sector social) pone en la
educación de sus hijos y el valor inusitado que
allí adquiere el título profesional que una vez
conquistado se exhibe enmarcado, cuidadosamente dispuesto, a la vista de todos, en el
salón o en el comedor como testimonio de su
irrisoria trayectoria social.
El entorno pequeño burgués:
Ambición y ostentación, decepción y
frustración.
La vivienda pequeño-burguesa expresa de
la manera más viva el drama de la propiedad
privada. El orden de valores propio del
consumo actúa allí con toda su crudeza. En
ninguna parte, ningún otro sector social de
mejor (o peor) manera se somete tan
claramente al juicio y al veredicto público. Y
hasta de la menor de sus conductas, del menor
de sus objetos domésticos constituye un
discurso de signos con los cuales pretende
reflejar su buena posición y su status.
espacio, la estrechez es notoria, especialmente
cuando se trata de construcciones de serie que
reducen a sus expresiones mínimas el
espacio, pero ello mismo suscita una reacción
de compensación, cuánto mayor penuria de
espacio hay, más se acumula en él.
El interior pues, es su aspecto, no sólo es
repleto y lleno, sino marcado por un amontonamiento. Este acento, esta saturación, se
enfatíza en lugares especiales, “estratégicos”;
el rinconcito sobre-adornado, el lugarcito ínfimo
al pie de la escalera o debajo de ella, al lado
del salón o del comedor donde se sitúa el bar,
el tocadiscos o el estante de los libros. Paredes
a las que no les cae un cuadrito más, patios
«llenos» de materas, o «cargados» de helechos,
consolas o aparadores saturados de cristales y
adornos, la alcoba de «estilo» perteneciente a
la señorita de la familia, colmada de chucherías
y baratijas: muñequitas, recordatorios, tarjetas,
postales o llaveros.
La vivienda pequeño-burguesa
expresa de la manera más viva el
drama de la propiedad privada.
El orden de valores propio del
consumo actúa allí con toda su
crudeza. En ninguna parte,
ningún otro sector social de
mejor (o peor) manera se somete
tan claramente al juicio y al
veredicto público.
Pero además, a todo este conglomerado
lo enfatiza su redundancia, una suerte de
envoltura subraya constantemente tanto los
objetos como el propio interior. Todo allí se
encuentra protegido y revestido. La mesa
sobre un tapete y sobre ella su vidrio, debajo
de este último individuales o bien un mantel
tejido y encima de él uno plástico. Rejas y
barrotes forjados de manera rebuscada en las
ventanas, que además llevan persianas,
cortinas y dobles cortinas. Muros empapelados
y enchapados o debidamente pintados y
repintados con grabaditos. Cielo raso con vigas
a la vista, o bien, terminado en peinemono, en
rústico o en durita, cargado de lámparas y
arañas. Toda matica tiene su matera, toda
matera su portamatera fijadas en la pared o
puestas sobre el piso, distribuidas indistintamente por todo el interior, patios, hall, comedor,
sala e incluso en la cocina.
Así, la vivienda pequeño-burguesa se
organiza según dos modos esenciales: LA
SATURACION y LA REDUNDANCIA.
Ciertamente, esta casa no dispone mucho de
Solitarios, floreros con arreglos artificiales
o naturales, figurillas en porcelana ordinaria
proliferan por doquier descansando sobre
pañitos o carpetas atiborradas de bordados,
de vez en cuando y haciendo de centro de
mesa, el cristal cortado o la porcelana fina
Capodimonte.
En el antejardín, el paseito o la acera,
subrayada en granito pulido o en tablón
español o en retales de ladrillo de enchape
enmarcado a su vez por su reja.
La centralidad, la simetría del decorado y
de la disposición del mobiliario expresan
también una redundancia. Por pequeña que
sea la salita o el comedor el adosamiento del
mueble prácticamente no existe. Cada mueble
mantiene su distancia respectiva de la pared y
gira alrededor de la mesa o mesita de centro,
especie de eje simétrico que todo lo duplica y
lo refuerza. Cada objeto se ve así afectado y
repetido y ello lo demuestra el uso de los
espejos y las lunas cuyo papel es el de
reasegurar lo que se posee, sancionar la
propiedad y el encierro doméstico. Y este es
el fin primordial de este ritual tautológico,
demostrar constantemente que se posee y que
se sabe poseer, que se es «gente de bien».
Se insiste, se subraya, una, dos, tres veces.
Ansiedad de secuestro, de captura, obsesión
por la reafirmación lo que no hace más que
afiliar mejor a estas personas a la clase que
posee de la misma manera.
Esta moral de protección, de cierre, que
bien podría asimilarse a una cultura, explica
la típica manía del ama de casa pequeñoburguesa, siempre preocupada por el orden y
el aseo, pendiente de que todo esté en su
puesto, debidamente colocado, clasificado y
limpio. Allí se impone los valores del arreglo,
la corrección y el cuidado, ritual cotidiano
triunfante y doliente, todo lo contrario a una
economía doméstica racional. La casa y los
objetos que en ella moran son así como los
hijos: es necesario domesticarlos, someterlos
a los imperativos formales de la urbanidad.
Admiración y exaltación de lo pulimentado, lo
vidriado, lo barnizado, lo esmaltado, lo
cromado, seguramente les parecerá más
bonito y pensarán que así las cosas les duran
más, lo cual no lo discutiremos, pero lo que
ciertamente está implicando y no tiene más
objeto esta moral puritana, es trabajo
doméstico, atención permanente que eclipsa
y elimina cualquier posibilidad de orden
práctica en la vida de hogar.
La casa y los objetos que en ella
moran son así como los hijos: es
necesario domesticarlos,
someterlos a los imperativos
formales de la urbanidad.
Supervaloración de su situación relativa,
exaltación excesiva de su irrisoria trayectoria
social. Triunfo aparente, resignación efectiva,
esta clase sabe que lo que posee es todo lo
más que podrá alcanzar, se contenta pues con
enmarcarlo, con resaltarlo, con ennoblecerlo
y esa es su respuesta al reto que para ellas
representa los inaccesibles estratos
superiores. Comportamiento que bien
caracteriza la vida pequeño-burguesa y
configura las relaciones típicas en que se
desenvuelve como clase.
La Lógica de las Segregaciones: del
Modelo a la Serie.
Mientras los sectores privilegiados, los de
arriba, hace rato han abandonado este tipo de
manipulación mental y moral sobre el entorno
y sus objetos las capas medias continúan
prisioneras de esta solicitud obstinada que se
devora así misma según los procesos de una
conciencia desdichada.
Podría pensarse que las clases vanguardia
ya alcanzaron ese estado ideal, la verdad del
espacio y del entorno donde se imponen el
hacer y el vivir práctico y racional. Ciertamente,
liberadas de esta suerte de relación «primitiva»
con los objetos, en la vivienda burguesa no
existe este constreñimiento moral, allí se respira
mayor libertad, un sutil vacío permite organizar
el espacio con un criterio más «estético», más
funcional. Los valores del cuidado, las buenas
maneras en término de objetos han cedido su
lugar a los valores organizaciones de
distribución, colocación y cálculo de objetos.
Ya no se insiste, no se enmarca, por el
contrario se le concede plena libertad al
espacio y al ambiente, se le mide, se le estudia,
que fluya el espacio y deje ver sus cualidades,
que transparente su verdad.
Pero no nos dejemos engañar por este tipo
de discurso que es el del diseño. La
«franqueza» del material, la limpieza y la
sencillez en el tratamiento, la estructura legible,
el cemento sin pulir, la abolición del decorado,
la fobia a la afectación y al barroquismo juegan
un papel importantísimo en la discriminación
social y nada tienen que ver con una belleza
cabal o un valor absoluto. En la sociedad
capitalista todo se inscribe en las relaciones
de clase, no nos olvidemos de ello.
Debemos entender que el mentado
progreso tecnológico, el supuesto avance
progresivo, la innovación formal en materia de
diseño, está enmascarando la función
primordial del espacio que desde el ideal que
señala (un mundo de «síntesis» funcional)
oculta de hecho la discriminación y la
diferenciación social que instaura y por la que
se rige. Es que el consumo y el diseño
permiten a las clases dominantes fundar su
estrategia: se generaliza como un valor
universal, se plantean formas y objetos
funcionales, supuestamente toda la sociedad
tendría derecho a ellas, se trata de un standing
el cual todos podríamos elegir. Si acaso las
clases dirigentes gozan de un tipo de vida
superior, su privilegio será momentáneo y en
todo caso el resto de la sociedad podrá disfrutar
de él más tarde, como resultado del progreso
y del desarrollo social.
Pero ello no es así, las clases altas gozarán
y se apropiarán siempre de las creaciones, las
innovaciones y los beneficios del progreso
tecnológico, lo utilizarán como factor
discriminante, como elemento de poder. Lo que
61
es más importante, son las clases que
además tienen este privilegio, porque el
fundamental, el que determina y garantiza su
situación, el que realmente define una
contradicción y estructura la sociedad en clases
antagónicas, queda diluido en el sistema de
estratificación que dicta el consumo cuya lógica
forma tiene por fin neutralizar los polos en
conflicto, de ahí su eficacia. Sigue existiendo la
división pero no la lucha. Los sectores
explotados y asalariados quedan confundidos
con las heterogéneas capas medias a la zaga
de los valores culturales de los sectores
dirigentes. «Se acabó la distinción radical entre
el jefe de empresa y el asalariado de base, ya
que éste, confundido estadísticamente con las
capas medias, se ve acreditado con un standing
«medio» y con la esperanza de ocupar el de
las clases superiores. De abajo arriba de la
escala social nadie está inexorablemente
distanciado». (jean Baudrfllard, Crítica de la
Economía Política del Signo. p. 47)
Esta meta de igualdad que pretende el
consumo, no es más que el mito en el que todas
las diferencias reales y efectivas se interpretan
como desigualdades propias y efectos del
proceso de desarrollo, el cual desde su ideal
social (el mismo del diseño) habrá de eliminar
las injustas distancias y actúa para integrar
mejor a una sociedad fundada en antagonismos
irreconciliables. «La lógica cultural de clase en
la sociedad capitalista se ha fundado siempre
en la coartada democrática de los valores
universales. La religión fue universal. Los
ideales humanos de libertad y de igualdad
fueron universales. Hoy el universal adopta la
evidencia absoluta de lo concreto, son las
necesidades humanas y los bienes materiales
los que a él responde. Es el universal del
consumo» (jean Baudrillard, op. cit. p. 45).
Las clases que han sido despojadas del
poder de la decisión económica y política
encuentran en el consumo sus nuevos valores,
que exhiben triunfalmente como signo de su
despojo y opresión social. Se les condena
como esclavos al consumo, han de hallar en
62
él su salvación, en un habitat sobresaturado y
protegido que determina y marca el límite de
sus exigencias, aspiraciones y realizaciones.
Así pues, a una discriminación efectiva de
poderes reales al consumo le antepone la suya,
que al desconocer la primera la elimina (no
del todo) como amenaza para la sociedad y
se convierte en un medio eficaz de control
social. La lógica de la diferenciación, de la
rivalidad y la competencia de status, es más
que nada una lógica de integración.
Esta última es la que nos interesa, la
Arquitectura se desarrolla y sólo es posible en
marco de esta ideología, de esta forma activa
de comportamiento y ella sobre todo es
solidaria de esta estrategia que es la del poder.
Para ello es necesario entender que los
objetos y el espacio están determinados en
orden y grados distintos por la producción y el
consumo, que en ellos, aunque manteniendo
sus relaciones recíprocas, se manifiesta a su
manera el abanico social y es ante todo una
segregación social lo que impone. Son estas
formas, este binomio segregación-integración,
que afecta a implica de manera diversa la
producción social donde el entorno adquiere
su modo de ser particular de acuerdo al status
social que se exprese en él. Ya lo hemos visto
al principio de este trabajo, cuando
describimos la forma en que las capas medias
se relacionan con el entorno y sus objetos.
Generalicémoslo a grosso modo.
La realidad vivida del objeto, a lo largo y
ancho de la escala social, cobra la forma de
una oposición fundamental que determina su
carácter de clase: EL MODELO Y LA SERIE.
En la vivienda el fenómeno es bastante
claro. Como es bien sabido, la vivienda que las
capas medias (salvo algunas excepciones)
pueden adquirir hace parte de una serie. Estos
sectores ven hoy día recompensado su sueño
de una propiedad duradera, aunque por cierto
ella es la culminación de un notorio esfuerzo
que deja atrás un pasado lleno de frustraciones.
Es lo que siempre han deseado, alcanzar la
propiedad que antes le fue negada, conquistar
una nueva vida que ahora les brinda el cemento
y la cuadratura de los muros. La serie sin
embargo, es ya una barrera social que los
separa de esa minoría para la cual los modelos
originales únicos hechos a pedido, son una
garantía imperecedera de la que gozan y
gozarán siempre.
Estos dos términos, modelo y serie, no
están tan alejados como podría suponerse.
Existen entre ellos implicaciones y relaciones
recíprocas que hacen depender el uno de la
otra y viceversa. Pero no se trata de que el
modelo sea algo así como el término real que
expresa los valores verdaderos (de la
arquitectura o del diseño), respecto a la serie
que vendría a jugar el papel de término irreal
o de valor artificial. Tampoco podría decirse
que la serie al responder a las exigencias de
un proceso de producción en masa, tenga una
especie de validez histórica en nuestra época
opuesta a la falsedad del modelo. El modelo y
la serie más allá de su oposición formal,
implican toda una dinámica que posibilita el
consumo y la ideología misma de nuestra
sociedad. Dinámica que es esencial puesto
que el objeto de serie, en el mismo movimiento
en que surge como tal, se postula y se vende
implícita o explícitamente como un modelo.
Cada cual a través del más insignificante
objeto participa de un modelo.
Veámoslo más de cerca: al usuario de las
capas medias la vivienda nunca le es
propuesta como producida en serie. A uno no
le ofrecen una vivienda como las otras, le
ofrecen SU vivienda (que nadie me obligó a
adquirir, que yo elijo libremente). Así pues,
por más que haga parte de una serie el usuario
encontrará en la casita que compra -la
publicidad así procurará hacérselo ver- una
respuesta a una exigencia individual que lo
toca en lo más íntimo. La vive, por decirlo así,
como UN MODELO que ha sido creado para
él y que le posibilita una suerte de realización
social. El usuario hace caso omiso de la serie
como tal, su vivienda es el término privilegiado,
que entre todos sus iguales, es el UNICO que
tiene verdadero valor. Y claro, no contento con
ello
procederá
de
inmediato
a
PERSONALIZARLA. No la deja tal cual como
se la deja el fabricante, trata de darle un sello
más personal, de hacerle algo creado por él
mismo: le saca su balconcito, corrige la
ubicación de la ventana, le pone granito o
piedra a la fachada introduciéndole dibujitos
o grabados caprichosos, embaldosa parte o
la totalidad del antejardín, techa la terracita,
cambia la puerta de entrada y junto a ella su
nomenclatura fundida en cobre.
Con el tiempo y dependiendo tanto de sus
posibilidades económicas como del área de
que disponga, construye un lugarcito cubierto
adicional donde pueda ubicar su nuevo star o
la televisión, retrocede la cocina y los servicios
para ganarse en la parte de adelante un
espacio más que por supuesto ocupará su
segunda sala «de estilo», abre vanos, se
inventa nuevas comunicaciones y circulaciones, elimina de la zonificación y del trazado
original, lo que considera incómodo o no le
gusta (a veces hasta el extremo de hacerlo
prácticamente irreconocible), etc., etc.
A decir verdad, este usuario medio nunca
estará satisfecho con su vivienda por más
transformaciones que le introduzca, siempre
tendrá en mente alguna cosa que añadirle.
Para él su casa es un permanente objeto
de variaciones, reparaciones y gastos. Es
curioso ver cómo entre las capas medias,
buena parte de sus ahorros son destinados a
la reforma de sus inmuebles. Inversiones como
éstas nunca son tenidas en cuenta por la
estadística oficial, que se esfuerza por fijar el
grado de correspondencia entre un nivel de
vida y un salario determinado; lo que en rigor
resulta imposible: la forma en que el usuario
invierte su ingreso es algo que ni él mismo
puede controlar y nada tiene que ver con una
racionalidad económica que pueda
establecerse de antemano. Hay algo más
importante que prima sobre el cálculo
económico y son las necesidades de clase en
que se encuentra inscrito: el agua le sube al
cuello, mil dificultades y apuros tiene que
sortear, las deudas llegan a asfixiarlo y sin
embargo sale adelante, o cree hacerlo, es con
lo que sueña, con un mañana en el que todo
habrá cambiado para él con esos buenos
tiempos que jamás le llegan.
Y si en la vivienda en serie es a
través de las pequeñas variaciones
como se respira la ilusión de un
modelo, a su vez la vivienda a
pedido se sitúa en relación a la
serie, debe escapar de la
uniformidad, constituirse en algo
completamente original a los ojos
de los demás y lo logra pero
gracias a la serie a cuyo juego
responde por completo
posibilitándole éste su existencia.
¿Qué podemos decir acerca de estas
prácticas a las que se somete la vivienda de
serie ? ¿Ponerlas en tela de juicio acaso ?
¿Quién está resolviendo una necesidad real,
aquél que reforma su casa para sacarle una
alcobita más porque los niños ya se le
crecieron y no pueden seguir durmiendo tres
en un mismo cuarto, o que construye en la
parte alta un apartamentico para derivar de
allí una renta o aquél que se dedica a
cambiarle su apariencia? Ninguna teoría de
las necesidades nos permitirá dar prioridad a
una exigencia o a otra. No menos real ni menos
satisfacción ni comodidad brinda la búsqueda
de personalización y de diferenciación
definitivas para este tipo de usuario.
Aquí es donde se muestra más claramente
el rebasamiento o mejor el desconocimiento
que el propietario hace del carácter de serie
que tiene la producción masiva de vivienda.
Si bien es la única manera efectiva en que las
capas medias pueden adquirir vivienda, el
movimiento de la producción en serie se ve
acosado constantemente por las exigencias
de singularidad que son precisamente las que
posibilitan su consumo.
La producción social adquiere cada vez
en mayor medida el carácter de serie y sin
embargo ésta no parece existir por ninguna
parte. El modelo permanentemente es inscrito
por la serie, a través de diferencias que a veces
llegan a ser mínimas (como el caso de los
colores en las neveras o en los automóviles)
negándose así misma, instituye y vive el ideal
de los modelos.
Y si en la vivienda en serie es a través de
las pequeñas variaciones como se respira la
ilusión de un modelo, a su vez la vivienda a
pedido se sitúa en relación a la serie, debe
escapar de la uniformidad, constituirse en algo
completamente original a los ojos de los demás
y lo logra pero gracias a la serie a cuyo juego
responde por completo posibilitándole éste su
existencia.
Sin embargo, aunque imbuidos un término
en el otro, aunque en estrecha dependencia,
la distancia que los separa es grande y es la
que los define y permite considerarlos como
dos órdenes de objetos distintos:
El Mercedes Benz, en nuestro medio, es
un automóvil de lujo lo que lo caracteriza es el
hecho de ser un Mercedes Benz, la marca lo
dice todo y dice ante todo que no es un
automóvil que todos puedan usarlo. Conserva
pues el carácter de un modelo real, y por
ejemplo su color (que es de una gran
uniformidad) es parte integral del automóvil,
no tiene para el propietario «además» un color
particular, la singularidad pasa sobre la
totalidad. Mantiene todos sus elementos y sus
cualidades, una unidad estructural que hace
que no se aprecien jamás como detalle o
accesorios. Para su propietario es un discurso
articulado, una «síntesis», un todo armonioso,
una concepción de conjunto.
63
Pero basta volver los ojos sobre la serie,
sobre el automóvil de consumo popular -el tipo
comercial- y empiezan a cobrar importancia
color (sobre los que hay una variedad asombrosa), el ancho de las ruedas, el pasacintas,
la cojinería, los cromados, los biselados, etc.
Queda rebajado a una suma de detalles
inconexos, inarticulados y caprichosos:
espejos, calcomanías, cintas, escudos, etc.,
que son de los que se enorgullece el
propietario que a pesar y ademas que tiene
un Mazda 323 o un Renault 9 es de un verde
bonito o de un rojo encendido «muy llamativo».
La vivienda a pedido es un modelo que
tiene valor como tal y por lo mismo su
propietario no padece de la obstinación por
hacerle variaciones. Antes de pensar en
reformarla seguramente la cambiará por otra.
Ciertamente, sus ingresos se lo permiten y por
ello no juega con las variaciones mínimas y
los pequeños detalles. En el interior del
modelo existe una mayor discreción y ante
todo conserva una “respiración”, una
coherencia en sus materiales y acabados y
nada tiene que hacer allí el pedestal en hierro
forjado que remata en el farolito que «tan bien»
le queda a la casa de serie, que puede exhibir
y combinar de todo, la fachada en granito que
bien ha podido ser en piedra o en ladrillo a la
vista, indistintamente.
Igualmente, sobre el mobiliario se registran
todos estos efectos. A imagen y semejanza de
la luz, el prisma social descompone en su
propia gama los objetos muebles: la madera
de roble, de cedro o de nogal, de acabado
mate o natural es propia del mueble exclusivo
«tallado a mano», forrado en terciopelo, en
pana o en moqueta. El aluminio y el cuero del
mueble de «líneas modernas» constituye
igualmente modelos para el uso de los
escogidos. Además de su solidez y de su
sobriedad, caracteriza este tipo de mobiliario
su composición armoniosa, su equilibrio
general al que corresponde una determinada
distancia y espacio que los hace ver «bien».
64
Ya en la serie esta armonía y este equilibrio
se convierte en un discurso desarticulado, el
mueble pierde peso y espacio, se encoge y se
aligera. La materia misma varía totalmente: el
abullonamiento cede su lugar a la espuma, la
estructura se vuelve curiosamente tubular,
surge el cromado y el galvanizado, el cuero se
transforma en plástico (imitación cuero), en
mesas y escritorios es el triplex y el enchape
en fórmica el que viene a reemplazar la madera
maciza. Ya no obedece a una línea de diseño,
son un cruce de caminos, combinación de
detalles, mezcla fortuita de elementos. La
pérdida de sus cualidades fundamentales se
compensa por el énfasis en sus caracteres
secundarios, se sobresalta el color que ya no
guarda ninguna discreción y por el contrario
mantiene una marcada promiscuidad típica del
interior de serie en el que todo está demasiado
cerca.
Igual que ocurre en el mueble ocurre con
la casa entera. En la serie la casa se encoge,
se desestructura, falta de invención, falta de
composición. Empieza ella también a
responder a una combinación fortuita. El
esquema de diseño se mantiene casi
inmutable, las variaciones son insignificantes
y sin embargo, a ellas se les da todo el énfasis
Lo que ha podido ser un logro de «diseño»
en la casa pedido, en su organización
funcional, en su lógica racional, en el
tratamiento de ambiente, aquí se reduce al
nivel del detalle o a unas pocas líneas o
acabados generalmente de fachada que luego
caprichosamente empiezan a denominarse
como lo moderno, lo colonial, lo rústico
español, etc.
Nada pasa intacto por la serie, el material
tiene un status más efímero, es «más malo»,
más frágil, menos durable. En este proceso la
economía en los costos es determinante (y que
desconoce el modelo) como ya no se puede
ofrecer «todo» de buena calidad se llama la
atención sobre partes específicas: unos
buenos y bonitos pisos, un acabado de baños
excelente con lavamanos de «auténtica»
imitación mármol, una cocina completamente
enchapada y de colores alegres, un excelente
antejardín, etc.
Así pues, tanto el modelo como la serie
comporta su propia escritura, tienen un
carácter de clase particular.
Pero
necesariamente se implican, el uno es en
función del otro, y no se oponen jamás como
valores absolutos. Modelo y serie así surgen y
se constituyen como una nueva forma de la
segregación cuya lógica recorre por completo
de arriba a abajo la pirámide social.
Este punto debe ser enfatizado
debidamente; la ideología dominante se
esfuerza por hacernos creer (y lo logra en
buena medida) que los objetos, la vivienda,
los productos en general, a media que llegan
a las grandes masas, juegan el papel de
CORRECTIVOS de las disparidades sociales.
A nivel de la «satisfacción de las necesidades»
podrían no tener ninguna importancia la
diferencia entre un Renault 4 o un VMW, o entre
una casa en Periquillo y una en Juanambú,
pero si que la hay, las necesidades SE
PRODUCEN, dependen de una lógica que no
es la de una apropiación utilitaria de las cosas.
Considerar el automóvil y la vivienda
«aislados» de sus relaciones y según la
necesidad es precisamente aislarlas de su
sentido, es negarse a ver que detrás de la
necesidad sólo son signos que nos distinguen
y únicamente como tales producen una
satisfacción, es negarse a ver que en ninguna
parte se consumen según su valor utilitario.
Es el valor prestigio, el valor de status el único
que determina la apropiación de los bienes
en el capitalismo.
El consumo es ante todo un proceso de
significación y de comunicación; aquí hemos
precisado algunos de sus mecanismos: existen
desigualdades entre los objetos y son una
institución clasista como cualquier institución
burguesa. El consumo es el lugar de una
intensa manipulación de los objetos como
significantes sociales, toman valor de status
dentro de una jerarquía, hacen parte de un
código que «ordena» sus diferencias.
Ya la división de clases no se expresa en
la negación del consumo para unos y en la
ostentación para los otros. A medida que la
sociedad aumenta en su crecimiento, a medida
que la «participación» en bienes y servicios
se extiende de arriaba a abajo en la escala
social, cuánto más cobra el objeto el papel
discriminante, de signo distintivo. Más aún,
esta «participación», esta extensión del
consumo sólo se produce en virtud de la lógica
de la segregación, su papel no sólo es
mantenerla sino PROFUNDIZARLA. El
consumo más que de otra cosa depende la
desigualdad y es esta necesidad lo que lo
impulsa a adelante. Las pocas observaciones
hechas aquí sobre la relación entre el modelo
y la serie nos lo están mostrando. Esta relación
que constituye la realidad vivida de todo objeto
podría dar ocasión a interesantes estudios que
evalúen críticamente la práctica real que hacen
los arquitectos; igualmente el análisis de la
ciudad con sus formas rápidas de culturización
o aculturación inherentes a los procesos de
concentración urbana podría recibir nuevas
luces desde esta perspectiva. La ciudad es
UN DISCURSO, en ella las necesidades
crecen en forma desmesurada, ella es el lugar
de los encuentros, de los deseos, de los
estímulos, de la información, de la solicitación
publicitaria, del veredicto incesante de los
demás, ella es en una palabra el lugar de una
competencia generalizada y descarnada.
En la ciudad no sólo concurre los capitales,
no sólo se concentra la producción industrial,
también CONCURREN y se CONCENTRAN
las necesidades, como el capital se
URBANIZAN pero según una lógica distinta
que corre aparejada al primero, reforzándolo
y reproduciéndolo permanentemente.
El tan mentado caos de la ciudad, la tan
mentada falta de planes de regulación de su
crecimiento, la ausencia de una reglamentación
eficaz que controle el proceso e urbanización
del discurso liberal burgués, no es otra cosa
que un desconocimiento que trata de excluir
de la crítica el sistema como tal.
Le achacan la culpa al «subdesarrollo», o
a la ineptitud de la burocracia o a los
urbanizadores piratas y hasta a los invasores.
Se ignora que ésta aparente irracionalidad es
una SOLIDA racionalidad, que el subdesarrollo
es una forma de desarrollo, que la pobreza es
un efecto de la riqueza, que la segregación
social la comporta el sistema mismo y allí
donde se piensa que se corrige: en lo que se
produce, en el habitat, en los objetos
independientemente de las molestas barriadas
y los cinturones de miseria.
esperanza y sin fin que los lleva a sacralizar
sus bienes y muebles, a aferrarse a ellos de
manera exagerada en una demostración y
exhibición constante, síntoma de su precaria
existencia y sobre todo COMPENSACION a
su escasa o nula participación en las instancias
REALES de poder en la sociedad.
Incluso a título de especulación
(permitámosla) podríamos imaginarnos una
ciudad que ya haya eliminado los barrios
miserables, los tugurios y la pobreza en
general y obedezca a una rígida normatividad,
cuyas reglamentaciones rijan su desarrollo.
Ello no implicaría -según la lógica propia del
sistema- más que un mayor refinamiento, una
mayor sutileza en los mecanismos de la
segregación y de ninguna manera que la
desigualdad ya haya desaparecido y que todo
el mundo participa ya de las ventajas de la
abundancia.
Como lo decíamos más atrás, siempre
serán unos los que tendrán acceso a la lógica
del modelo, a sus innovaciones, a sus
experiencias en materia de diseño, a los
ensayos más audaces, se darán el gusto de
saborearla, de vivirlas libremente, para ellos
se hizo el ambiente funcional, el discurso
racional sobre el espacio y sus objetos, ellos
comprenderán cabalmente los mensajes del
Arquitecto, acatarán sin mayor dificultad sus
realizaciones estéticas.
Los otros, siempre los otros, los de la
realidad serial están condenados a una
manipulación mental de los objetos. El
consumo (ostentatorio, aberrante) es la
dimensión de su salvación, proyecto sin
65
Autores
Noel Cruz Aponte
Carlos Enrique Botero
Arquitecto de la Uiversidad del Atlántico. Master en
Arquitectura de la Universidad de Texas; Profesor
Titular de la Universidad del Valle y Profesor en la
Universidad San Buenaventura de Cali. Ha
investigado Historia de la Arquitectura en Italia,
España y Colombia.
Arquitecto de la Universidad del Valle, Master en
Arquitectura y Diseño Urbano de Washington
University. Estudios de Planeamiento Urbano en
Japón y de Diseño Urbano en Canada. Profesor
Titular del Departamento de Proyectos, Escuela de
Arquitectura de la Universidad del Valle. Investigador
del CITCE en Urbanismo y Patrimonio Inmueble.
Conferencista y autor de varios articulos de
investigación.
Benjamin Barney
Arquitecto de la Universidad de los Andes de Bogotá.
Estudios de postgrado en Historia Andina.Profesor
de la Universidad del Valle, primer director de su
Escuela de Arquitectura. Profesor de la Universidad
de San Buenaventura, en Cali y del Instituto Superior
de Arquitectura y Diseño de Chihuahua, Mexico.
Coautor de los libros La arquitectura de las casas de
hacienda en el Valle del Alto Cauca (El Ancora) con F.
Ramirez, Patrimonio Urbano en Colombia (Colcultura)
con otros, y Estudios sobre el territorio iberoamericano
(Junta de Andalucía) con otros. Conferencista en
seminarios, talleres y foros de arquitectura en
Colombia, México y Ecuador.
Juan Manuel Cuartas
Filósofo. Magíster en Lingúística Latinoamericana
del Instituto Caro y Cuervo, Doctor en Filosofofía de
la Universidad Nacional a Distancia de Madrid. Fué
profesor en la Universidad Hankuk, University of
Foreign Studies en Seul, Corea. Actualmente
Profesor Titular de la Escuela de Filosofía de la
Universidad del Valle donde dirige los Postgrados.
Recientemente publicó Blanco, Rojo y Negro, el libro
del Haiku. Es también autor de numerosos artículos
y ensayos. Para el pregrado de Arquitectura de
Univalle dicta el curso Morar, Habitar, Pensar,
referido al pensamiento de Martin Heiddeger.
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Jorge Galindo Díaz
Arquitecto de la Universidad del Valle. Doctor en
Arquitectura de la Universidad Politécnica de Cataluña.
Profesor Asistente de la Universidad Nacional de
Colombia,Sede Manizales.Conferencista y autor de
varios articulos de investigación.
Ricardo Hincapié Aristizábal
Arquitecto de la Universidad del Valle. Master en
Restauración en la Universidad de la Sapienza de
Roma. Profesor Asociado del Departamento de
Proyectos de la Escuela de Arquitectura de la
Universidad del Valle. Director del CITCE.
Investigador Patrimonio Arquitectonico.Conferencista
y autor de varios articulos de investigación.
Indice General.
Volumen I
Número 1
Número 3
Torres, Fabio E. 41 años de la Facultad de
Arquitectura de la Universidad del Valle.
Barney, Benjamín y Ramírez, Francisco.
Arquitectura en el valle del alto Cauca: la
casa de hacienda.
Ceballos, Rafael. Administración de la
construcción: un tema de postgrado.
Beltrán, Jaime. La memoria urbana.
Mosquera, Gilma. La mujer como usuaria
de la ciudad.
Martínez, Harold. Hacia una sensata
modernización de nuestro espacio.
Botero, Carlos E. Ferrocarriles del Pacífico:
entre trenes y estaciones.
Pérez, Héctor. Importancia de la
conservación de los talleres de Chipichape.
Borrero, Harold. Industrialización vs.
Arquitectura.
Cruz, Noel. El presente de la arquitectura
en Colombia: tipos arquitectónicos y
proyecto moderno.
Aguilera, Ricardo. La arquitectura en el país.
Barney, Benjamín. El sueño de San Antonio.
Luna, Jaime y Sánchez, Mauricio. Casa de
la Cultura de Florida.
Aprile-gniset, Jacques. Reflexiones en torno
a la investigación histórica urbana.
Correal Germán D. Acerca de las técnicas
de proyectación.
Bonilla, Ramiro. Tramas y morfología en la
ciudad colombiana: el caso de Cali.
Becerra, Oscar. Tecnología adecuada y
autonomía cultural.
Aguilera, Ricardo.Un difícil estilo docente.
de las maravillas.
Número 2
Número 4-5
Bonilla, Ramiro. Camilo Sitte ¿un
pensamiento urbanístico actual?
Mejía, Carlos Esteban. El tiempo vivido y el
tiempo recobrado.
Beltrán, Jaime. Luis Barragán.
Caldas, Lyda. Una aproximación al
paisajismo en América tropical.
Mosquera, Gilma. Premio Corona proarquitectura 1988.
Barney, Benjamín. Remodelación del colegio
Académico de Buga.
Andrade, Patricia y Salcedo, Diego. Un
coloquio a tres bandas: el hombre, el oficio,
el burgo.
Supelano, Pedro y Thomas, Alvaro. Para
manejar bien el retrovisor.
Botero, Carlos E. Concurso de novela urbana
Zuleta, Estanislao. Textos.
Aprile-gniset, Jacques. A propósito de la
“cultura urbana”.
Ramírez, Francisco. Apuntes sobre el trabajo
teórico en arquitectura.
Grupo Minga. Un lenguaje desvinculado de
estereotipos.
Losada, Alvaro. La tierra, material de
construcción.
Ramírez, Clementina. Concepto de un paseo
en la ciudad.
Cruz, Noel. Glosario premoderno.
Mejía, Carlos Esteban. Grau, Negret,
Negreiros.
Tascón Rodrigo y Gutiérrez, Jaime.
Arquitectura de Cali.
Cruz Kronfly, Fernando. La literatura de
Umberto Valverde.
Aprile-gniset, Jacques Germán Colmenares.
Santiago de Cali.
67
Número 6
Número 8-9
Beltrán, Jaime. A propósito de la calle, la
ciudad, nuestra ciudad.
Aguilera, Ricardo. Hábitat Atrato.
Bonilla, Ramiro. El papel de las instancias
proyectuales en el diseño urbanístico de
Cali.
Hincapié, Ricardo. La restauración: historia
del concepto y su significado moderno.
Mejía, Carlos Esteban. Consideraciones
históricas para una teoría de las relaciones
entre territorio y arquitectura: el caso del
mundo antiguo.
Barney, Benjamín y Ramírez Francisco.
Patrimonio y arquitectura: el estado de la
cuestión.
Barney, Benjamín. Carta al juglar Euphonium.
Arredondo de Calderón, Martha. Anotaciones
generales sobre los problemas que
enfrenta un músico instrumentista antes y
después de una presentación en público.
Galindo, Jorge. Arquitectos e ingenieros
militares del siglo XVIII en la Nueva
Granada: su formación académica (I).
Aprile-gniset, Jacques. Trayectoria y
vigencia de la conflictividad social urbana.
Beltrán, Jaime; Bonilla, Ramiro; Mosquera,
Gilma. Proyecto La Ciudadela, Tumaco.
Hincapié, Ricardo El espacio y el drama en
la cultura.
Barney, Benjamín y Beltrán, Jaime. Reciclaje
de un edificio: el Albergue Perlaza.
Ramírez, Francisco. Arquitectura
Neocolonial en Cali.
López-Lage, Georgina. Proyecto de vivienda
ambiental Lomalarga.
Número 7
Gómez-Vignes, Mario. Coloquio de Monsieur
Maçon y el juglar Euphonium.
García, Hugo. Arquitecturas ambientales:
bioarquitectura y arquitectura inteligente.
Barney, Benjamín. Arquitectura y lugar.
Botero, Carlos E. Concurso de arquitectura,
imagen de universidad.
Pinilla, Mauricio. Edificio para la Facultad de
Artes Integradas de la Universidad del Valle.
Ramírez, Francisco. Arquitectura y proyecto.
Franky R, Jaime. Pensamiento, proyecto y
proceso de diseño en la modernidad.
Gutiérrez, Natalia. Reflexiones acerca de la
creación en el arte de hoy.
Hincapié, Ricardo. La restauración: una
primera aproximación conceptual.
68
Número 10
Cruz, Noel. De Le Corbusier a Rogelio
Salmona.
Barney, Benjamín. Clasicismo, Arquitectura
y Ciudad en Colombia. Siglo XIX.
Botero, Carlos E. Cali Siglo XX. La Ciudad
Moderna que no fué.
Cuartas, Juan Manuel. ¡Deconstrucciones
de la gran ciudad!
Galindo, Jorge. La Discursividad de la
Técnica: Apuntes sobre las formas de
argumentación presentes en los tratados
de arquitectura militar de los siglos XVI,
XVII y XVIII.
Hincapié,Ricardo. La Arquitectura, Función,
Signo y Logica de Clase.

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