14 VECES CRISTO Palabras de Belisario Betancur en la
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14 VECES CRISTO Palabras de Belisario Betancur en la
14 VECES CRISTO Palabras de Belisario Betancur en la inauguración del Vía Crucis de Cecilia Moreno de Tovar y Maruja Pachón de Uribe en la Galería Colseguros en Bogotá. Agosto 14 de 1968. ¿En qué consiste el misterio del arte en virtud del cual los elementos son arrancados de una realidad a veces banal; transmutados a planos inasibles, casi incorpóreos, en que parecen perder el habla antigua y hablar una nueva, y asumen una fisonomía distinta, enaltecido? Con su carga de presagios y de aventura, con su fardo de júbilo y miseria, existen las ciudades y las barriadas y las aves y el agua: de repente alguien de entre la muchedumbre empieza a caminar con paso lento, casi macilento; alguien se inclina, toma aquellos dispersos ingredientes y en un instante de magia los reúne y dice de una vez y para siempre con Verlaine: “llueve en la ciudad como en mi corazón”. Y desde entonces el corazón, la lluvia y la ciudad quedan fijos, trémulos, tristes, para acompañar la congoja y la soledad de los hombres. Sin duda, de noche andan los aromas, descansan y sueñan de noche los metales quizá en fatiga o quizá en cólera, y balbucen vegetalmente los árboles. De súbito, alguien tocado por una chispa misteriosa, ese alguien con duende captura el paso de abeja de la flor o aprehende el lenguaje mineral de las piedras; los sitúa en el tiempo y en el espacio, y los asciende en plena acci6n al cuerpo del poema. Algo similar ha ocurrido con los ingredientes del Vía crucis creado, trabajado por Cecilia Moreno de Tovar y Maruja Pachón de Uribe: que andaban por ahí en silencio, humildemente, cobres, alambre, fique, piedras, cuero, caolín, existían calladamente por ahí dispuestos a desempeñar los más discretos oficios, listos a aplicarse a una destinación obvia como materiales de construcción, a existir empotrados en silencio mirando discurrir la existencia humana en una vivienda o asistiendo a toda suerte de episodios intranscendentes en un traje. Por su parte, las herramientas estaban resignadas a horadar hoscamente maderas y metales, el punzón a castigar volúmenes, la lima a aligerar superficies, el soplete a foguear sudorosamente la estatura de creaciones cotidianas para adecuarlas a la habitación definitiva en la obra hacia la cual sentían ya una vocaci6n inconfesada. No imaginaron nunca que también por ahí deambulaban manos anhelantes de mujer que iban a asignar una función más noble a metales e instrumentos, los iban a sacar de su silencio y a exaltar a las dimensiones del arte. Más de tres años de gestación y de acción culminan con este Vía crucis: sus catorce estaciones no son sólo un testimonio artístico, sino también un testimonio humano: el de Cecilia Moreno de Tovar y Maruja Pachón de Uribe que han consagrado largos años de búsqueda, de experimentación ansiosa, de infatigables ensayos de invención de una técnica, al logro de un propósito, hasta alcanzarlo, dejando al tiempo un ejemplo de constancia y de lealtad al secreto del arte. Lo que tenemos ante nuestros ojos admirados concreta el fruto de aquella larga paciencia que, según la ya clásica frase, es el arte. Fruto magnífico que honra a sus autoras, que enorgullece a los colombianos y que se convierte en la más bella contribución al Congreso Eucarístico Internacional tan hondamente inscrito ya en nuestra historia contemporánea. Catorce veces Cristo, cuando caído más esperanzado, cuando crucificado más enaltecido, atado a una reiterada y recia cruz de cobre que nunca se muestra entera, que vela sus dimensiones en ángulos y planos como constelando la tristeza del itinerario y el destino de sacrificio del trayecto doloroso! ¡Unas figuras magras que en cada estación anticipan el fin, hechas como de lágrima y materia, sin nunca repetirse no obstante que los dolientes protagonistas son los mismos! Manos y pies y cuerpos no arbitrariamente alargados sino que se estiran porque siguen sembrados todavía a la tierra pero evadiéndose hacia el cielo. La pedagogía para aproximarse a un cierto linaje de obras de arte como éstas, la dio ya Ortega y Gasset: quien habituado a la plástica realista mira un cuadro del Greco -dice Ortega- suele no verlo porque esa mirada realista conlleva una predisposición a hallar semejanza entre una superficie pintada y un trozo de corporeidad existente; pero como el Greco no se ha propuesto crear esas semejanzas, no las hallamos, con lo cual se establece una incongruencia entre nuestra disposición y la obra: lo falso no está en la obra sino en nuestra predisposici6n, lo que quiere decir que si el espíritu está dispuesto de otra manera diferente la obra se llenará de sugerencias e incitaciones. Dirá, por ejemplo, que las figuras viajan ya hacia el cielo, que están tocadas de Divinidad, atravesadas de dolor hacia lo sobrenatural. Ante este dolor, ante esta ternura, ante el llanto que surca las figuras de este Vía crucis y el gemido que lo estremece, le he oído decir a alguien no creyente, que dan ganas de caer de rodillas para ayudar a levantar tres veces a Cristo de la caída atribulada de su cuerpo). Una búsqueda, una disciplina, una persistencia tenaz, un logro espléndido encarnan un ejemplo de fe, de lealtad al arte, de profundidad espiritual, de elación mística, de lealtad al arte, que cuando es puro y noble, acerca más a Dios. Dos nuevas artistas entran con paso firme, con obra noble, con fe y con seguridad, al panorama artístico en Colombia. ¡Hagámosles un cortejo de admiración, recibámoslas con un unánime murmullo de esperanza!