selección de 24 poemas paz

Transcripción

selección de 24 poemas paz
TRISTES GUERRAS
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
Miguel Hernández
MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la Tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporose lentamente,
abrazó al primer hombre; echose a andar.
César Vallejo
LAS NUEVAS MIGRACIONES
Visitas eran antes
las migraciones de los pájaros,
crónicas y correos
traían y llevaban; mas ahora
son como las de los hombres: huyen
del asesinato en masa, buscan
comida para sus polluelos.
¿Han entrado en la historia?
José Jiménez Lozano
EL PRECIO
Matinales neblinas, tardes rojas,
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
el traqueteo del tren, del carro, niños,
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de invierno entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas, y una talla.
Todo esto hay que pagarlo con la muerte.
Quizás no sea tan caro.
José Jiménez Lozano
ORACIÓN
¡Oh Dios!, te lo suplico:
envía al mundo al ángel
de tu izquierda, el que es jinete
y a su paso atropella mitras y tiaras
y hace cucuruchos con las Bulas papales
para que los niños transporten leche y miel.
¡Oh, Dios! y luego envía tu otro ángel
cuyo nombre es Desolación, el que clausura
las puertas de los templos, descuelga las campanas
y enmudece las bocas y Ios cantos.
Y al fin, baja tú mismo, como sueles
con el disfraz que sueles, y arrastra nuestra gloria
por el barro y crucifica nuestros sueños.
¡Oh Dios!, yo te pido
porque no sufro verte más con túnica de Rey,
ropas de seda y entre los triunfadores.
Está como encerrado en el salón de Herodes,
el lujurioso príncipe, y ya nadie
lee tu pasión y muerte.
Como si fueras rico o hubieras desposado
a una Princesa turca, y no soporto
esta burla tan larga. Prefiero tu terrible
ángel, todos tus ángeles de muerte
y las plagas, y tu propia injusticia.
José Jiménez Lozano
CONCIERTO EN TIEMPO DE GUERRA
Pasan señoras de vestido largo
y caballeros de etiqueta
lo mismo que han pasado siempre
así en la paz como en la guerra.
El estrépito de las bombas
resuena aún bajo la tierra;
los reflectores antiaéreos
barren del cielo las estrellas.
Pero en la noche van llegando
los componentes de la orquesta
y se meten en el teatro
por alguna puerta secreta.
Empuñan sus armas de viento,
empuñan sus armas de cuerda
y no saben si están en el foso
o si están en una trinchera.
Aquilino Duque
MANOA
Manoa
No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.
Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.
Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.
Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.
A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.
Eugenio Montejo
MILAGRO PURO
Y este milagro de ser aquí la vida
sin saber qué es vigilia y qué es sueño,
hasta que sople la noche y nos apague.
El milagro de verla, de sentirla, y con ella en los ojos, en las manos,
asir lo que nos da, lo que contiene,
para que vaya y vuelva con su música
de lo que soy a lo que eres,
de tus palabras a las mías.
El solo paso palpitante de su sangre
en nuestras venas,
la rotación de su misterio en la galaxia de las cosas,
para que gire la gran rosa en el espacio
y nuestros cuerpo se encuentren en la tierra,
cada cual con el grito de su llama,
cada cual en su tiempo sin tiempo,
hasta que el rayo que llega de tan lejos
por un instante cruce nuestra carne
y nos ate los sueños su relámpago.
Eugenio Montejo
CANCIÓN PARA ESE DÍA
He aquí que viene el tiempo de soltar palomas
en mitad de las plazas con estatua.
Van a dar nuestra hora. De un momento
a otro, sonarán campanas.
Mirad los tiernos nudos de los árboles
exhalarse visibles en la luz
recién inaugurada. Cintas leves
de nube en nube cuelgan. Y guirnaldas
sobre el pecho del cielo, palpitando,
son como el aire de la voz. Palabras
van a decirse ya. Oíd. Se escucha
rumor de pasos y batir de alas.
Jaime Gil de Biedma
ASTURIAS, 1962
Como después de una detonación
cambia el silencio, así la guerra
nos dejó mucho tiempo ensordecidos.
Y cada estricta vida individual
era desgañitarse contra el muro
de un espeso silencio de papel de periódico.
Grises años gastados
tercamente aprendiendo a no sentirse sordos,
ni más solos tampoco de lo que es humano
que los hombres estén…Pero el silencio
es hoy distinto, porque está cargado.
Nos vuelve a visitar la confianza.
mientras imaginamos un paisaje
de vagonetas en las bocaminas
y de grúas inmóviles, como en una instantánea
Jaime Gil de Biedma
INTENTO FORMULAR MI EXPERIENCIA DE LA GUERRA
Fueron, posiblemente,
los años más felices de mi vida,
y no es extraño, puesto que a fin de cuentas
no tenía los diez años.
Las víctimas más tristes de la guerra
los niños son, se dice.
Pero también es cierto que es una bestia el niño:
si le perdona la brutalidad
de los mayores, él sabe aprovecharla,
y vive más que nadie
en ese mundo demasiado simple,
tan parecido al suyo.
Para empezar, la guerra
fue conocer los páramos con viento,
los sembrados de gleba pegajosa
y las tardes de azul, celestes y algo pálidas,
con los montes de nieve sonrosada a lo lejos.
Mi amor por los inviernos mesetarios
es una consecuencia
de que hubiera en España casi un millón de muertos.
A salvo de los pinares
—pinares de la Mesa, del Rosal, del Jinete!—,
el miedo y el desorden de los primeros días
eran algo borroso, con esa irrealidad
de los momentos demasiado intensos.
Y Segovia parecía remota
como una gran ciudad, era ya casi el frente
—o por lo menos un lugar heroico,
un sitio con tenientes de brazo en cabestrillo
que nos emocionaba visitar: la guerra
quedaba allí al alcance de los niños
tal y como la quieren.
A la vuelta, de paso por el puente Uñés,
buscábamos la arena removida
donde estaban, sabíamos, los cinco fusilados.
Luego la lluvia los desenterró,
los llevó río abajo.
Y me acuerdo también de una excursión a Coca,
que era el pueblo de al lado,
una de esas mañanas que la luz
es aún, en el aire, relámpago de escarcha,
pero que anuncian ya la primavera.
Mi recuerdo, muy vago, es sólo una imagen,
una nítida imagen de la felicidad retratada en un cielo
hacia el que se apresura la torre de la iglesia,
entre un nimbo de pájaros.
Y los mismos discursos, los gritos, las canciones
eran como promesas de otro tiempo mejor,
nos ofrecían
un billete de vuelta al siglo diez y seis.
Qué niño no lo acepta?
Cuando por fin volvimos
a Barcelona, me quedó unos meses
la nostalgia de aquello, pero me acostumbré.
Quien me conoce ahora
dirá que mi experiencia
nada tiene que ver con mis ideas,
y es verdad. Mis ideas de la guerra cambiaron
después, mucho después
de que hubiera empezado la postguerra.
Jaime Gil de Biedma
DESPUÉS DE LA MUERTE DE JAIME GIL DE BIEDMA
En el jardín, leyendo,
la sombra de la casa me oscurece las páginas
y el frío repentino de final de agosto
hace que piense en ti.
El jardín y la casa cercana
donde pían los pájaros en las enredaderas,
una tarde de agosto, cuando va a oscurecer
y se tiene aún el libro en la mano,
eran, me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte.
Ojalá en el infierno
de tus últimos días te diera esta visión
un poco de dulzura, aunque no lo creo.
En paz al fin conmigo,
puedo ya recordarte
no en las horas horribles, sino aquí
en el verano del año pasado,
cuando agolpadamente
—tantos meses borradas—
regresan las imágenes felices
traídas por tu imagen de la muerte...
Agosto en el jardín, a pleno día.
Vasos de vino blanco
dejados en la hierba, cerca de la piscina,
calor bajo los árboles. Y voces
que gritan nombres.
Ángel,
Juan, María Rosa, Marcelino, Joaquina
—Joaquina de pechitos de manzana.
Tú volvías riendo del teléfono
anunciando más gente que venía:
te recuerdo correr,
la apagada explosión de tu cuerpo en el agua.
Y las noches también de libertad completa
en la casa espaciosa, toda para nosotros
lo mismo que un convento abandonado,
y la nostalgia de puertas secretas,
aquel correr por las habitaciones,
buscar en los armarios
y divertirse en la alternancia
de desnudo y disfraz, desempolvando
batines, botas altas y calzones,
arbitrarias escenas,
viejos sueños eróticos de nuestra adolescencia,
muchacho solitario.
¿Te acuerdas de Carmina,
de la gorda Carmina subiendo la escalera
con el culo en pompa
y llevando en la mano un candelabro?
Fue un verano feliz.
...El último verano
de nuestra juventud, dijiste a Juan
en Barcelona al regresar
nostálgicos,
y tenías razón. Luego vino el invierno,
el infierno de meses
y meses de agonía
y la noche final de pastillas y alcohol
y vómito en la alfombra.
Yo me salvé escribiendo
después de la muerte de Jaime Gil de Biedma.
De los dos, eras tú quien mejor escribía.
Ahora sé hasta qué punto tuyos eran
el deseo de ensueño y la ironía,
la sordina romántica que late en los poemas
míos que yo prefiero, por ejemplo en Pandémica...
A veces me pregunto
cómo será sin ti mi poesía.
Aunque acaso fui yo quien te enseñó.
Quien te enseñó a vengarte de mis sueños,
por cobardía, corrompiéndolos.
Jaime Gil de Biedma
Vengo de guerrear.
De guerrear por campos
de Castilla.
Cansado
de cabalgar.
Caballo, caballo
mío: descansa.
Ya es tiempo de enamorar
bajo los tilos que marzo ilumina.
(Me voy soñando. Vengo de soñar.)
Ángel González
CAMPOSANTO EN COLLIURE
Aquí paz,
y después gloria.
Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco's Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
paz
y después gloria.
Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
——paz
y después...—
perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.
Sí; después gloria.
Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
manos de obra barata, ejército
vencido por el hambre
——paz…—,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
—...sin gloria.
Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.
¿Qué precio es el peor?
Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
—«Casino
de Canet: spanish gipsy dancers»,
rumor de trenes, hojas...—,
ante la gloria ésta
—...de reseco laurel—
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.
Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.
Ángel González
DESPUÉS DE 1917
Con B. Pasternak
Un cielo envuelto en humo. Salvas. Himnos.
Discursos. Alegría. Luego
cae un telón de nieve.
Un Comité de Asuntos de la Nieve
la arroja sobre las estepas, sobre los tejados,
sobre las plazas, sobre los bosques.
Nieve roja sobre las cárceles.
Nieve gris sobre los despachos.
Nieve negra sobre las fosas.
Pogrom. Quinquenios. Firmas.
Ejecuciones. Nieve, nieve.
Las ventanas del Palacio de Invierno están rotas.
Las ventanas de tu dacha en el campo están cerradas.
Con sigilo tu pluma camina en un papel
que otros quisieron nieve para borrar las huellas.
Tu silencio es inmenso
y ocupa el cielo entero de tu estepa.
Sentencias. Balas. Nieve, nieve.
Pero la historia, el viento, es de Dios y los hombres.
Cruzaste la tormenta de ludibrio
con la mano tendida
por llegar al banquete de los años futuros.
José Julio Cabanillas
LA PAZ CONSTRUYENDO
Pero la vida
allí también estaba.
En otras partes y otras horas
de mi vida, la muerte
me esperó en las esquinas.
Aquí la vida espera.
He visto en Gdansk la vida
repoblándose.
Me besaron
los motores con labios de acero.
El agua trepidaba.
He visto majestuosas
pasar como castillos sobre el agua
las grúas de hierro marino,
recién reconstruidas.
He visto el gigantesco
ovillo machacado
del hierro sobre el hierro
bombardeado
dar a luz poco a poco
la forma de las grúas,
y despertar del fondo de la muerte
la majestad azul del astillero.
He visto con mis ojos
pulular el rocío de la ola
en la resurrección de las carenas,
de las proas bordadas
por el hombre recién desenterrado.
He visto
cómo nacía un puerto,
pero no de las aguas y las tierras
lavadas y lustradas,
sino de la catástrofe.
Y yo te he visto, titánica paloma,
blanca y azul, marina,
nacer y levantarte
volando firme y fuerte
desde las destrucción enmarañada
y desde la sangrienta soledad
del viento y las cenizas!
Pablo Neruda
Paz para los crepúsculos que vienen
Paz para los crepúsculos que vienen,
paz para el puente, paz para el vino,
paz para las letras que me buscan
y que en mi sangre suben enredando
el viejo canto con tierra y amores,
paz para la ciudad en la mañana
cuando despierta el pan, paz para el río
Mississippi, río de las raíces:
paz para la camisa de mi hermano,
paz en el libro como un sello de aire,
paz para el gran koljós de Kíev,
paz para las cenizas de estos muertos
y de estos otros muertos, paz para el hierro
negro de Brooklyn, paz para el cartero
de casa en casa como el día,
paz para el coreógrafo que grita
con un embudo a las enredaderas,
paz para mi mano derecha,
que sólo quiere escribir Rosario:
paz para el boliviano secreto
como una piedra de estaño, paz
para que tú te cases, paz para todos
los aserraderos de Bío Bío,
paz para el corazón desgarrado
de España guerrillera:
paz para el pequeño Museo de Wyoming
en donde lo más dulce
es una almohada con un corazón bordado,
paz para el panadero y sus amores
y paz para la harina: paz
para todo el trigo que debe nacer,
para todo el amor que buscará follaje,
paz para todos los que viven: paz
para todas las tierras y las aguas.
Yo aquí me despido, vuelvo
a mi casa, en mis sueños,
vuelvo a la Patagonia en donde
el viento golpea los establos
y salpica hielo el Océano.
Soy nada más que un poeta: os amo a todos,
ando errante por el mundo que amo:
en mi patria encarcelan mineros
y los soldados mandan a los jueces.
Pero yo amo hasta las raíces
de mi pequeño país frío.
Si tuviera que morir mil veces
allí quiero morir:
si tuviera que nacer mil veces
allí quiero nacer,
cerca de la araucaria salvaje,
del vendaval del viento sur,
de las campanas recién compradas.
Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
golpeando con amor en la mesa.
No quiero que vuelva la sangre
a empapar el pan, los frijoles,
la música: quiero que venga
conmigo el minero, la niña,
el abogado, el marinero,
el fabricante de muñecas,
que entremos al cine y salgamos
a beber el vino más rojo.
Yo no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar
y para que cantes conmigo.
Pablo Neruda
LO INNOMBRABLE
¿Por qué estoy hoy alegre?
Sin motivo ninguno
oigo ascender por mí las acechanzas
de un fuego azul.
¿Solo por esto?
Hay, también, lo invisible.
Nunca se sabe bien quién late dentro
de nuestra pervivencia.
No es el amor, no estoy enamorado.
No es que tenga dinero ni esperanzas.
Ninguna novedad, ningún alivio
ha llamado a mi puerta.
Y sin embargo es cierto, oh certidumbre.
¿A qué se deberá que esté hoy el aire
tan fresco y matinal?
¿Que el color de la vida se me ofrezca
lleno de persuasión? ¿A qué secreto?
¿O tal vez a qué causa imprevisible?
Porque secreto no.
Todo está dicho ya.
Todo más que sabido.
La juventud se fue como un aroma
que impregnó cuanto somos.
Como un frasco vacío y transparente:
ya no queda secreto.
Ya no queda de mí más que esta idea
desnuda de la dicha.
La posesión del ser sin exigencias,
este frasco vacío,
esta felicidad.
Algo tan quebradizo y duro en cambio
que más vale callar sobre su alcance.
Una sola palabra bastaría
a disiparlo entero.
Juan Gil-Albert
DESPERTAR
La primera luz del día llega tan frágil
que temes por ella, querrías tomarla
en tus manos y llevarla a un lugar seguro,
pero no te atreves a tocarla,
delicada como ese polvillo en las alas de las mariposas
que de niño te decían: si las tocas, no podrán volar más.
Así que te quedas mirándola, vigilante,
mientras se posa sobre el mundo como un manto
somnoliento y delicado. Tu corazón
ha encontrado una paz tal que podrías pensar
que por fin se ha detenido. Pero no,
sigue su camino, mas con los pies descalzos.
Todas las cosas del mundo despiertan
en el momento cierto, instrumentos
de una orquesta minuciosamente afinada,
y nada presagia una nota discordante.
También tú despiertas
sin conciencia siquiera del despertar,
y la armonía existe por primera vez consciente de ser,
verdadera armonía.
Martín López-Vega
CEMENTERIO DE ZAHARA
También estos lugares
acusan la fealdad de las cosas recientes,
hechas con prisa y sin amor.
Y, sin embargo, intuyes que debe ser así:
que ese vaso metálico con flores
marchitas, este santo de escayola,
o esos costosos mármoles, ajenos
a la humildad de las paredes blancas,
de la mampostería, de la cal,
vienen a ser el necesario
tributo de los vivos a los muertos
—que es también una forma de olvidar a los muertos,
o quizá de ponerse en su lugar.
Llegado el día, en fin, da igual
que te incineren, que te entierren
o que dejen tu cuerpo para pasto de cuervos.
Da igual. Una vez muerto,
el trámite final te es tan indiferente
como lo que le pueda suceder
a todo aquello que has atesorado en vida:
tus libros, tus escritos, tus recuerdos,
la casa que los guarda, los amigos
que en ella han festejado, sin motivo,
la alegría inocente de estar vivos y juntos.
Da igual. Y, sin embargo,
ante estos nichos encalados,
radiantes, de Zahara, ante las tumbas
encendidas al sol de Evoramonte,
o ante el jardín inglés en el que duermen,
bajo las sombras largas del Peñón,
los que vencieron y, a la vez, perdieron
la vida en Trafalgar, te has preguntado
si tus huesos desean una paz parecida:
ese poco de sol, esas flores marchitas,
esos humildes vasos de metal;
te has preguntado, ante ellos, si la muerte
viene a ser una especie de siesta prolongada
en el campo, a la espera
de que el relente de la tarde,
este frío de sierra que estremece tus miembros,
te despierte y te anime a seguir la jornada.
José Manuel Benítez Ariza
HERMOSURA EN LA GUERRA
Primavera, verdeces
poderosa y suave
y el espacio se llena
de presencias que abren.
Tiempo viejo, tu mano
con que fuerza se agita;
vuelve el sol, vuelve todo,
vuelven, sí, golondrinas.
¿Quién empuja tus dedos,
quién agranda tus hojas,
quién te sube a nosotros,
primavera gozosa?
¿Quién te presta esa fuerza?
¿Hay un dios solamente;
solo un brazo declara:
esto vida, esto muerte?
Y morir no es rompernos,
es lo fiel, lo acabado,
es el pulso cumplido,
es amor, es abrazo.
Mas ahora no hay besos.
Hoy la muerte no mata,
nos destroza tan solo,
no termina, desgarra.
Si morimos no es muerte,
si vivimos no es vida,
solo tú, primavera,
sigues fiel a ti misma.
Tanta guerra en nosotros
mientras tú reverdeces.
Ya no sé si consuelas,
hermosura, o nos dueles.
Ramón Gaya
LAS GRANDES CALMAS
El reino de Murcia, cuya belleza material sobrepasa
a todo lo que se puede hallar en Italia.
CASANOVA
Cuando llegan los días de las grandes calmas
el Mar Menor parece
la más delicada pintura sobre seda. La luz
ciega: la neblina que transparenta
las islas es como esa veladura
con que los años envuelven los recuerdos.
Cuando llegan los días
de las grandes calmas, sientes
la mar llamándote. Y hacia sus orillas te diriges. Los senderos
de cañas son los mismos
que vieron tus ojos al abrirse
a la vida. Por esa orilla entonces,
paseas, contemplas la superficie de las aguas, oyes
el sonido casi imperceptible de las olas
deshaciéndose en la arena de la playa.
Y algo
que ya no es ni
tu memoria, ni tus sueños, sino
algo que compartes con esas guijas, con esa mar, con
el sol y los peces y ese perro
que duerme junto a ti: una sensación
mineral de estar en paz, te
funde
con esa luz. Y
comprendes —tu carne sabe—
que no eres, como todo ese ámbito,
más que parte de un latido misterioso,
maravilloso, divino
de la Vida.
José María Álvarez
CABRIEL
De pronto, puente o piedra, la luz, la paz en mí.
Y este río que fluye a mi través
de una manera limpia, primera, poderosa.
Una gota de agua cae de mi frente a mi sombra
como si fuese llanto. Es maravilla,
alimento callado, para siempre.
Falta la fe en lo humano, pero aún
es posible nadar, reír desnudos,
tumbarse al sol, comer moras maduras
y dejarse llevar por la corriente
como por lo que amamos, y tomar
lección de transparencia de estas aguas.
Si supiese olvidarme del pronombre
de primera persona, sería nada más
un destello de luz en las ramas de un chopo,
un ramo de rumor, una libélula,
una dicha sencilla, sin palabras,
la luz a mi través, la paz en mí.
De pronto, puente o piedra, luz yo mismo.
Juan Vicente Piqueras
MUERTE DE PATRICIA K.
(11 de marzo de 2004)
Ahora que el silencio
es uno con la Noche
y esta lluvia de marzo
se ha quedado dormida
para siempre en tus ojos;
ahora que se queman
las hojas de los árboles
bajo un cielo sin luna,
y unas velas de luto
consumen nuestros sueños,
solo pienso en las manos
menudas de tu madre
apretando las tuyas,
y en tus ojos tan nuevos
a través de las sombras.
Ricardo Rodríguez

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