Torrelaguna y el Canal de Isabel II

Transcripción

Torrelaguna y el Canal de Isabel II
Torrelaguna – Canal de Isabel II, 150 años de afectuoso vínculo
Son varios los datos que tenemos sobre la Torrelaguna de mediados del siglo XIX, poco antes de que el Canal
irrumpiera en la historia del pueblo. En el año de 1845 la villa de Torrelaguna contaba con 3.029 almas, según el
Diccionario geográfico estadístico-histórico de Pascual Madoz; en la misma entrada “Torrelaguna” se nos cuenta
que es un pueblo con 500 casas de buena construcción. Que el pueblo tiene dos escuelas de primeras letras, una
pública y otra privada, y una tercera de niñas. También se nos dice que el pueblo cuenta con canteras de piedra y
de caliza y dos dehesas: Valgallego y Dehesa Vieja, que tan importantes serán en la futuras obras del Canal de
Isabel II. Sobre los caminos, que están en pésimo estado, y ésta será una de las principales complicaciones que
tendrán que resolver los ingenieros de las obras del Canal. Por último nos enteramos que la principal ocupación de
sus habitantes es la agricultura, y que por únicas industrias hay un molino y una fábrica de baldosas, yesos,
ladrillos y cal; que necesariamente se haría proveedora de las obras venideras. El siguiente dato estadístico que se
tiene es del Diccionario estadístico de los pueblos de España y sus islas de Rafael Tamarit y Plaza de 1852 que
nos vuelve a dar las 3.029 almas, por lo que evidentemente Tamarit se limita a reflejar el dato del Madoz,
variando el número de vecinos, que eleva a 507. Lo más probable es que en el año del inicio de las obras en 1851,
el pueblo no llegase a los 3.000 habitantes censados, aunque ese verano se empieza a verificar un aumento de la
población transeúnte, como sabemos por el diario de la época El Heraldo, de 29 de agosto de ese año: «Parece
que en Torrelaguna y otros puntos donde van a emprenderse las obras para la traída de agua se presentan un sin
número de jornaleros solicitando trabajo; pero como se esperan órdenes de Madrid y hay que hacer además los
preparativos indispensables, no es posible ocupar a todos en algún tiempo, y resulta que toda aquella comarca
está llena de mendigos que andan pidiendo limosna de puerta en puerta. Convendría por tanto que se motivara
todo lo posible la construcción del canal a fin de socorrer a tantos desvalidos y evitar las consecuencias
desagradables que trae consigo la miseria».
Desgraciadamente es complicado saber cuánta gente trajeron las obras en sus años de mayor movimiento, pues
el siguiente dato es del censo de 1857, cuando las obras estaban a punto de concluir, en el que se nos da la cifra de
2.551, desglosándose de la siguiente manera: 2.461 establecidos, 80 transeúntes y 10 extranjeros. Sin duda la
disminución de habitantes se debió principalmente a la epidemia de cólera morbo, que en Torrelaguna en el año
1855 se llevó a más de 400 almas. Para comprender la dureza de la epidemia valga como ejemplo el caso del
empleado del Canal Silvestre Santos Navarro (del que más adelante también hablaremos), que el día 16 de octubre
perdió a tres hijos de 3, 6 y 7 años; en una jornada trágica en la que fallecieron otras 14 personas. No obstante
entre braceros, contratistas, proveedores, personal técnico y tropa, la villa debió aumentar considerablemente de
población entre finales de 1851 y 1854.
Una de las noticias recurrentes que se encuentran de Torrelaguna a mediados del siglo XIX es su carestía de
agua, especialmente en el estío. Sabemos que se intentó paliar realizando obras en las fuentes públicas, aunque sin
el éxito esperado. Al igual que en la antigua y noble villa de Torrelaguna, Madrid dispone en aquellos momentos
de muy poca cantidad de agua, apenas 10 litros por habitante y día, cuantía que es mucho menor durante los
meses de verano. Su distribución se basa en unas galerías subterráneas que todo el mundo conoce como los viajes
de agua y que discurren desde las captaciones en las afueras de la ciudad hasta las fuentes desde las que se
abastecen más de 900 aguadores, la mayoría procedentes de Asturias o de Galicia, que la recogen, la transportan
con carros, caballerías o cargándose a las espaldas y la suben hasta los pisos de los clientes.
No sólo por la escasez de agua se vinculan ambas
villas: Madrid y Torrelaguna, también por los viejos
proyectos para la traída de aguas desde la sierra del
Guadarrama a la capital y que siempre afectarían a
esta población. Uno de los primeros se remonta al
reinado de Carlos III, cuando se piensa en realizar un
proyecto razonable para lo cual se comisiona en
1767 al teniente coronel de ingenieros Jorge Sicre
que junto con Manuel Navacerrada y otros cinco
ingenieros oficiales del cuerpo para que hagan un
estudio. El lugar que el elige es el conocido con el
nombre de el Roncadero, en el río Jarama, frente a
Uceda, media legua aguas abajo la confluencia con
el Lozoya. Aunque racionalmente era posible las
dificultades y naturaleza del terreno hacían el
proyecto de muy difícil, costosa y dudosa
construcción. Este proyecto será retomado por José
Mariano Vallejo en 1819.
En 1839 Pedro Cortijo será encargado por el
Ayuntamiento de redactar un proyecto que tomando
el agua en el Lozoya, en las inmediaciones de
Buitrago lo conduzca al Guadalix dado que la
cantidad que se podía conseguir de éste, según el
proyecto que había publicado Barra en 1832,
resultaba insuficiente. El trazado propuesto por
Aguador, archivo del CYII
Cortijo pasaba por el término municipal de
Torrelaguna.
En marzo de 1848 es tal la situación de escasez en la capital que el entonces Ministro de Instrucción, Comercio
y Obras Públicas, Juan Bravo Murillo encarga a una comisión que estudie los proyectos redactados en el último
siglo y especialmente los de los ingenieros Francisco Javier Barra y Pedro Cortijo. Forman parte de la misma los
ingenieros Juan Rafo y Juan de Ribera que con sus correspondientes ayudantes, después de recorrer los parajes de
los ríos Lozoya, Manzanares y Guadarrama, a lomos de caballerías y con los instrumentos topográficos que les
permitieran comprobar las altitudes de los lugares que iban visitando presentan, en diciembre de ese año (1848) su
informe, que se conoce como Memoria sobre la conducción de aguas a Madrid donde se indica que se debe
construir una presa en el lugar del Pontón de la Oliva, una conducción de unos 70 km, desde ese lugar hasta los
altos de Chamberí y un depósito que permita almacenar agua con capacidad para el consumo de la población
durante cinco días. En la memoria, cuando se describe el trazado definitivo de la línea, se hace mención a que el
canal tiene que pasar junto a la población de Torrelaguna, quedando después hasta la presa poco más de media
legua de ladera, de piedra en su mayor parte, con las cortaduras de las arroyadas de San Roman, Patones, las
Cuevas y Valdeontales, que exigirán acueductos de estética notable.
Detalle del plano de la conducción de aguas a Madrid de
Rafo y Riberea.
Archivo CYII
En los primeros meses del año siguiente, Bravo
Murillo remite el proyecto al Ministerio de
Gobernación, administración responsable de los
asuntos de la capital, que pretenderá que sea
financiado con capital privado. El fracaso de este
intento, y la salida del impulsor del proyecto Bravo
Murillo del Gobierno de Narváez, hace que éste se
paralice durante dos años. El nombramiento en enero
de 1851 de Bravo Murillo como Presidente del
Consejo y Ministro de Hacienda permite que el
proyecto cobre un nuevo impulso y así el 18 de junio
de ese año la reina Isabel II firma el Real Decreto
para la ejecución de las obras necesarias para
abastecer de agua a Madrid y que supone la creación
del Canal de Isabel II. El pueblo de Madrid, por
medio de su Ayuntamiento, va aportar dieciséis
millones de reales a la empresa, la reina Isabel II
cuatro millones de reales y también cantidades
importantes otros miembros de la familia real,
nobleza e inversores privados madrileños.
Los medios de transporte de aquella época, que lo constituían tanto las caballerías y los carros y el mal estado
de los caminos no permitían a los responsables de la obra volver diariamente a sus casas por lo que será necesario
establecer a lo largo del trazado del canal sedes en la que pernoctaran tanto los ingenieros, el personal auxiliar
encargado de los trabajos y los propios trabajadores. Desde los primeros momentos del Canal de Isabel II tendrá
como una de sus sedes, la más importante para la ejecución de la obra, a la casa de la Dirección de Torrelaguna,
un palacio que pertenecía a la hidalga familia local de los Arteaga; que debieron primeramente alquilársela al
Canal, quedándosela definitivamente esta empresa en 1853, cuando salió a pública subasta, por el impago de un
crédito al que no pudo hacer frente su dueño, Joaquín de Arteaga. Éste será el lugar de reunión de la Junta de
Ingenieros, formada por el director facultativo y económico de la obra: José García Otero, el subdirector de la
misma Lucio del Valle y los ingenieros ayudantes, encargados de los diferentes tramos de la obra: Juan de Ribera,
Eugenio Barrón y Constantino de Ardanaz. Desde allí se pondrá en marcha la misma, en cuanto a los puntos de
extracción de piedra, explanadas para los almacenes, organización de la caserna del presidio, se consolidan las
comunicaciones de la misma. También se organiza, dividiéndose el canal en seis trozos de los cuales el que se
designa como número 1 es el de Torrelaguna, comprendido entre la Presa del Pontón de la Oliva y la entrada al
acueducto de Malacuera.
Alzado de la Casa de la Dirección. Archivo CYII
La primera piedra se pone el 11 de agosto en el lugar del Pontón de la Oliva, asistiendo el rey consorte
Francisco de Asís en nombre de la Reina, a la que los médicos han aconsejado reposo debido a su embarazo y a
los problemas que ha tenido en los anteriores. En este acto se hizo entrega al Rey de un plano, que se conserva en
el archivo del Palacio Real y en el que se puede ver la perspectiva de la presa cerrando la garganta del Pontón de
la Oliva, una sección de la misma en la que se aprecia también la situación de la contrapresa que impedía el
retorno del agua, la organización del aparejo y las dimensiones de una estela que se pensaba colocar en la
coronación de la presa y en cuya cara exterior estaba grabada una inscripción que decía: «Isabel II MDCCCLI.MDCCCLV»; mientras que en la cara interior otra que indicaba: «En nombre de la reina Isabel II el rey D.
Francisco de Asís de Borbón su augusto esposo sentó la primera piedra de esta presa el día 11 de Agosto de
1851». Este plano, que lleva la firma del Director del Canal el ingeniero José García Otero, fue uno de los
primeros documentos elaborados en la Casa de la Dirección de Torrelaguna, tal como se puede apreciar en la
esquina derecha del mismo. En la casa de Torrelaguna se elaboran a continuación los dos proyectos más
importantes, firmados por la Junta de Ingenieros, el de la presa fechado el 17 de septiembre de 1851 y el de la
línea del Canal de 25 de abril de 1852.
La primera piedra de las obras del Pontón de la Oliva; José Carol. Patrimonio Nacional
Las obras debieron suponer un gran impulso para la villa. Algunos trabajadores pasarán a trabajar en las obras
del canal, siendo destacable el caso del citado Silvestre Santos Navarro, alcalde en 1854, que en la memoria de las
obras que se edita a finales de 1852 figura entre el personal destinado a las obras del mismo con el cargo de
sobrestante segundo. Tal vez por ello fue el único regidor que en el pleno del día 24 de mayo de 1853 emite un
voto particular en el contencioso que mantenía el Ayuntamiento con la dirección de las obras, sobre la valoración
de las leñas de la Dehesa Vieja, como más adelante se verá.
Son bastantes los vecinos de Torrelaguna que participan en las obras bien como proveedores o como
contratados; también se da el caso de nuevos avecinamientos con motivo de los trabajos en el Canal, como el de
Domingo Alday, un cantero vasco, como así lo son la mayoría de los que vienen a labrar la piedra para las obras
del Canal. Sabemos que entre los vecinos de la época hubo proveedores de útiles y efectos (Manuel Antonio
Espinosa), de ladrillo (Miguel y Francisco Patricio, Juan Vicente, Antonio Oria, etc.), de cal (Félix Platas,
Antonio Vera, Prudencio Martín, Juan Sanz, Julián Martín, Celedonio Lorenzo, etc.), sillería (Domingo Alday),
hierro (Antonio Vera, Félix Sanz etc.), herramientas (Santiago Ortuño, Wenceslao García, Agustín Vicente etc.).
Además de los proveedores ya explicitados aparecen entre braceros y contratistas numerosos ciudadanos en que se
repiten los apellidos de gran raigambre en la villa como los Vera, Sanz, Ortuño, Sanz, Martín, Vicente, Guerra,
Moreno, García... Pero de entre todos ellos hay que destacar a Francisco Huerta, que es el contratista de la sillería
de caliza para la construcción de la presa, al conseguir el contrato en pública subasta el día 24 de septiembre de
1851. Comprometiéndose a sacar, desbastar, y trasladar al Pontón de la Oliva 120.000 pies cúbicos (de los
210.420 que constaba el proyecto de la presa) a razón de 5 reales y 14 maravedíes cada uno, lo que hace un total
de 649.411 reales y 26 maravedíes.
Pero no todo será positivo en las relaciones con el Canal. En el acta de la sesión del libro de acuerdos de 11 de
febrero de 1854 se indican algunos problemas que ocasionan las obras a la villa como son: aglomeración de
braceros, carestía del agua, continuo paso de la tropa, necesidad de la reparación de caminos ante el incesante
trasiego de materiales, así como la mayor posibilidad de que se reproduzcan las epidemias. Pero los dos conflictos
más importantes, y que tienen un mayor reflejo en el libro de acuerdos, serán la carga de alojamiento, obligación
que tienen los habitantes de la villa de albergar a los oficiales del destacamento sin recibir nada a cambio y la que
surgirá en relación con la concesión que se hace para el aprovechamiento de las leñas de la Dehesa Vieja, para la
fabricación de las cales y que durará largos años dado que la Dirección y los responsables municipales no se
ponen de acuerdo en la valoración final ya que la que hace el perito del Ayuntamiento es diez veces superior a la
que hace él de la Dirección de la Obra. Después de un largo pleitear en 1855 termina aceptando la corporación el
cobro de la cantidad valorada por el Canal, forzada un tanto por el gobierno provincial y por la situación de
epidemia de cólera, empleando ese dinero para erradicar la enfermedad.
Algunos trabajadores en las obras del Canal de Isabel II fijaron su residencia en Torrelaguna. Lo conocemos
por el acta del libro de Acuerdos de 8 de noviembre de 1854, ya que se les pide que justifiquen que su vecindad es
distinta de la de Torrelaguna, ya que si no deberán sufrir las mismas cargas de alojamiento que los vecinos: Por la
relación que figura sabemos que estos eran el ingeniero Eugenio Barrón, el pagador Fernando Navarro Landete, el
aparejador de 2ª clase Francisco Echeverría, los sobrestantes de 1ª clase Francisco Sánchez Guerra y Santos
Fernández, el escribiente de la dirección Antonio Dupré y el auxiliar de pagaduría Rafael Heredia y Hore.
Alguna noticia tenemos del comportamiento de los empleados del Canal de Isabel II en relación con la ciudad.
En el acta de la sesión del 11 de abril de 1854 transcrita al libro de acuerdos el Ayuntamiento determina dar las
gracias oficialmente al ingeniero de las obras del Canal de Isabel II Eugenio Barrón ya que en un incendio
acaecido en aquellos días en una casa de la calle Mayor se presentó en el mismo y adoptó las medidas oportunas
que evitaron que el fuego se propagase a toda la manzana. El hecho también quedó reflejado en el expediente
personal del ingeniero que se encuentra en el Archivo Central del Ministerio de Fomento y en el que se indica que
«el 25 de Abril de 1854, la Dirección de la Sociedad de Seguros mutuos contra incendios, acordó por unanimidad
en su Junta un voto de gracias por la eficaz y acertada disposición que prestó en la extinción de un fuego
ocurrido en Torrelaguna».
Las obras que inicialmente deben ejecutarse en cuatro años, duran siete y durante los mismos se tienen que
construir 45 km de canal en zanja, 7,8 km de canal en terraplén, la mayoría realizada en las laderas de Patones,
cinco sifones con una longitud de casi 3 km, cerca de treinta acueductos con una longitud de 1,2 km y 12 km en
túnel hasta completar los 70 km de longitud total de la conducción. De ellas, en el término municipal de
Torrelaguna, hay 4 km, aproximadamente un 6 % de la primitiva longitud de la conducción, fundamentalmente de
canal en zanja no existiendo ninguna estructura de relieve.
El 24 de junio de 1858 las aguas llegan al Depósito del Campo de Guardias asistiendo la Reina a la solemne
inauguración con las autoridades. A continuación la comitiva se traslado a la calle Ancha de San Bernardo para
celebrarlo con el pueblo de Madrid.
La inauguración de la
traída de aguas del Lozoya
a Madrid, Eugenio Lucas
Velázquez. Colección
particular
Pero ello no puso punto final de las relaciones entre la villa y el Canal. Aun quedaba mucho por hacer cuando
se inaugura la traída de agua a Madrid. Se está intentando solucionar el grave problema de las filtraciones que
aparecen en el año 1854 en la presa del Pontón. Para ello el presidio permanece hasta 1867 en el lugar del Pontón
de la Oliva, intentando solucionar con nuevos proyectos el problema de las mismas y ejecutando las obras de
prolongación del Canal hasta el azud de Navarejos concluidas en 1860.
Plano presentado a D. Francisco de Asís el día de la
inauguración de las obrasen el Pontón de la Oliva.
Patrimonio Nacional.
En los primeros años del siglo XX Torrelaguna vuelve a tomar importancia en relación con las obras del Canal
de Isabel II, hecho que se mantiene a lo largo de todo el siglo. Así entre 1900 y 1904 se construye el Canal de la
Parra, entre 1908 y 1913 el Canal Transversal y la central hidroeléctrica de Torrelaguna, en la que se sitúan los
jardines de El Salto (Santa Lucía), entre 1926 y 1941 el Canal Alto, entre 1956 y 1960 el Canal del Jarama, entre
1965 y 1968 la primera estación de tratamiento y entre 1962 y 1970 el Canal de El Atazar, obras todas que se
dirigen desde las oficinas situadas en la antigua Casa de la Dirección (Palacio de Arteaga), hasta que a comienzos
de los años noventa se trasladan a El Salto de Torrelaguna.
Una de las últimas obras que realiza el Canal en Torrelaguna, actuación que se engloba dentro del Plan Integral
de Agua de Madrid realizado entre 1985 y 1994, en colaboración con la Comunidad de Madrid, será la Estación
Depuradora, finalizada en 1989 y que antes de 2005 se modificará y adecuará a las exigencias que marca la
Directiva Europea.
Entre el Canal de Isabel II y la antigua y noble villa de Torrelaguna, y sus habitantes, han existido 150 años de
estrecha y fructífera colaboración que esperamos y deseamos que se mantenga e incremente en el inicio de este
nuevo milenio.
Juan José González Reglero
(Fundación Canal de Isabel II,
Coordinador y coautor del libro:
1851. La creación del Canal de Isabel II)
Óscar Jiménez Bajo
Concejal del Ayuntamiento

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