La tentación de explicar

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La tentación de explicar
La tentación de explicar
A pesar de que podemos tropezar con ciertas excepciones, como en las novelas
filosóficas en las cuales la explicación logra retener el interés, la tentación de explicar
es algo a lo que siempre debemos resistirnos.
Un buen escritor puede obtener cualquier cosa por medio de la acción y del diálogo
En especial, el escritor debe evitar los comentarios sobre lo que sienten sus
personajes, o por lo menos debe estar seguro de que ha comprendido la objeción
común que se resume en la antigua máxima “demuéstralo, no lo digas”. Por supuesto,
la razón es que junto al pensamiento complejo logrado por el drama la explicación
resulta algo tedioso y blando.
EJERCICIO
Una mujer decide abandonar su hogar
Observar a la mujer durante toda la mañana, describir sus gestos, sus idas y venidas
dentro de la casa, meditar sobre sus acciones, sus refunfuños, sus sentimientos acerca
de los vecinos y el clima.
Después de esta observación intensa, el lector sabrá por qué razón ese personaje
abandona su hogar cuando al fin cruza la puerta para salir.
Acción dramatizada
¿Qué es una acción dramatizada? Es una acción en la cual el escritor nos presenta las
señales que nos hacen “ver” el escenario, los personajes, los acontecimientos; es decir,
no ensayista, sino que nos brinda imágenes que atraen a nuestros sentidos – de
preferencia a todos, no sólo al sentido de la vista – de manera que parece que nos
movemos entre los personajes, que, nos apoyamos con ellos en los muros de la ficción,
saboreamos la comida tradicional, percibimos el aroma de los jacintos de la narración.
Una escena no será vívida si el escritor ofrece un número reducido de detalles para
despertar y guiar la imaginación del lector; y tampoco lo será si emplea un lenguaje
abstracto en vez de concreto.
Por ejemplo: si el escritor usa la palabra “criaturas” en vez de “serpientes”; si en un
intento por impresionarnos con una charla elevada utiliza términos como “maniobras
hostiles” en lugar de “serpentear”, “agitar”, “escupir”, “silbar” y “retorcerse”; si en vez
de referirse a la arena y a las rocas del desierto habla de la “inhóspita morada” de las
serpientes, el lector difícilmente sabrá qué evocar en su pantalla mental.
Esos dos errores: detalles insuficientes y abstracción cuando se necesitan detalles
concretos, son muy comunes.
Otro error es no describir directamente la imagen; es decir, la filtración innecesaria
de la imagen a través de alguna conciencia observante. Por ejemplo: “Dándose
vuelta, pudo ver a dos serpientes que luchaban entre las rocas”. Comparen con lo
siguiente:
“Se dio vuelta. Entre las orcas, dos serpientes estaban luchando”. (Puede mejorarse
aún más. La frase anterior es más abstracta que “dos serpiente se fustigaban, dándose
coletazos, mordiéndose la una a la otra”.
Las continuas explicaciones innecesarias cuando basta con el drama son otro motivo
de irritación. En la ficción de los aficionados estos experimentados también cometen
errores básicos. Por ejemplo, el escritor aficionado dice que la señora Wu es una
anciana quejumbrosa y nos explica que una de las razones de ello es el problema de
ciática de la señora Wu.
Toda esta información puede y debe ser trasmitida por medio del diálogo y de la
acción.
Debimos verla dándole una patada al gato para quitarlo de su camino, frotándose la
cadera, gritando por la ventana donde ella vive. Debemos escucharla hablando por
teléfono, quejándose con su hijo que vive en San Diego.
Los escritores experimentados pueden cometer el mismo error – por lo común, si no
es que invariablemente, debido a una afición excesiva por parte del autor a los tonos
melífluos de su propia voz. Puede escribir:
El detective Gerald B. Craine estaba terriblemente ebrio. Esa mañana, sentado en el
camión estacionado, no podía distinguir entre realidad – o por lo menos, entre lo que
ustedes y yo llamaríamos la realidad – y las sombras y fantasmas producidos por su
delirium tremens. Su sentido de responsabilidad, su valor, su nobleza de corazón, su
nativa caballerosidad, todo eso era tan intenso como siempre; pero su vista para las
verdades mundanas no era lo que debía ser. De manera que creyendo haber visto
algo y sintiendo el llamado a una acción heroica, arrojó la botella y, desenfundando
su revólver, corrió hacia la casa en cuyo interior acababa de desaparecer la joven, y
una vez más se demostró que había actuado como un tonto.
La voz, una vez que un escritor la ha dominado, puede ser algo delicioso, pero ningún
escritor inteligente depende sólo de la voz para ir más allá de todos los males.
Comparemos otra versión de la escena con el detective ebrio en esta ocasión
dramatizada, no explicada.
De donde salió la serpiente, no pudo verlo. Un estrépito invadió su mente, por los
cielos cruzó un relámpago blanco y como si hubiese entreabierto la puerta hacia el
otro mundo, allí estaba la serpiente, de treinta centímetros de ancho, quizá de unos
nueve metros de largo y de color verdoso dorado. Avanzaba con rapidez, moviéndose
con gracia para cruzar la calle frente a él y por la acera en dirección al pórtico donde
Elaine Glass se encontraba un momento antes. Tenía grandes ojos negros; en sus
escamas, tonalidades violeta y bermellón. Con la enjuta cabeza alzada y
chasqueando la lengua, se movía con la seguridad de un visitante familiar que
atraviesa la acera hacia los peldaños.
Con un aullido y sin pensar, Craine arrojó la botella al suelo, abrió de un empujón la
portezuela de su lado y a medias saltando y a medias cayendo del camión, corrió
cruzando por el frente. Mientras corría, desenfundó la pistola; los estudiantes en el
pórtico tomaron sus pertenencias de los peldaños y dieron un salto hacia atrás. La
cola de la enorme serpiente empezaba a desaparecer por la puerta. Ahora ya había
desaparecido por completo. Corrió detrás de ella, blandiendo la pistola, corriendo
con tanta rapidez que apenas logró evitar una caída.
John Gardner

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