Psicopatología de la expresividad psicomotriz en el tratamiento

Transcripción

Psicopatología de la expresividad psicomotriz en el tratamiento
Psicopatología de la expresividad psicomotriz
en el tratamiento psicomotor.
Este escrito, como reza el título, pretende ser un pequeño homenaje a todos los alumnos,
formadores y psicomotricistas que venciendo el horror al saber ponen en juego su coraje,
deseo y curiosidad para ir más allá de prejuicios y creencias, con el propósito de hacer con
los humanos y su subjetividad una vida, como dijo Aristóteles, que valga la pena vivir.
Si la psicopatología en su concepción generalizada se refiere a la investigación de las
dinámicas psíquicas internas que condicionan las vivencias y malestares de los sujeto: ¿qué
sentido tiene referirnos a ella a la hora de pensar una ayuda psicomotriz frente algún
malestar somatopsíquico?. Ante todo, debemos precisar que la psicopatología, deudora de
diversas concepciones psicológicas y psiquiátricas surgidas a lo largo de la Historia, no
tiene una sola consideración, ni siquiera es homogénea 1. Efectivamente, el estudio de dichos
procesos y desarrollos, como diría Jaspers, va a ser tributario de la perspectiva misma que se
tenga de lo humano en sus vertientes de subjetividad, personalidad, individuo u organismo. Es en
ese sentido que podremos hablar de una psicopatología cognitiva, otra sistémica, otra
psicosocial, psicodinámica o incluso, neurobiológica. No estará pues de más,
primeramente, no perder de vista los fundamentos sobre los que se soporta el campo
psicopatológico aplicado a una psicomotricidad de orientación psicoanalítica, como es la que
nos orienta. Por otra parte, en la teoría de la Práctica Psicomotriz no encontramos
excesivos índices relevantes de patología como no sean el exceso o defecto de algunos
rasgos expresivos debido a que el prof. Aucouturier, sobre todo, centró su modelo en una
dinámica evolutiva y su aplicación práctica al ámbito educativo o terapéutico. Aunque
dicho paradigma fue planteado como un contínuum estructural donde se intenta compensar
o aminorar el exceso o la falta de ciertos rasgos psicomotores, sin embargo el acento puesto
en la tipología fantasmática (destrucción, devoración…), las dificultades en la constitución de
la unidad corporal (fragilizada o desestructurada), o las angustias como falta de inscripción
(licuefacción, caída, hemicuerpos, rotura etc; Aucouturier, 2004) resultan de una gran utilidad
a la hora de formular una hipótesis de trabajo. Si lográramos traducir nuestros índices
significativos de expresividad psicomotriz -a partir de la actividad motriz espontánea- a la
sintomatología de la subjetividad y la personalidad (Lapierre y Aucouturier, 1977, 1977b,
1980; Rodríguez Ribas,2013, 2013b), no solo se atraería la ayuda psicomotriz a su verdadera
dimensión (psico)terapéutica e incluso sanitaria orientando la dirección del tratamiento, sino que
elevando su dignidad clínica podría dar razón conjunta a otras disciplinas: lo que facilitaría,
en cuarto lugar, ofertar nuestra especificidad al mismo nivel que otras a la hora de una elección
terapéutica. Finalmente, redundaría en que el posible trabajo transdisciplinar y en red tan
conveniente en numerosos casos fuera más que asequible.
1Recordemos,
no obstante, que precisamente fue en el marco de la Psiquiatría donde se mantuvieron los
trastornos de la psicomotricidad, como una de las categorías sintomáticas privilegiadas.
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Dejamos claro, por tanto, que nuestra intención no es la de describir ( puede encontrarse
en numerosos manuales) los rasgos de expresividad patológicos alterados, sino más bien
como se manifiesta dicha expresividad en las alteraciones estructurales de la subjetividad.
Fundamentos epistemológicos.
Parecería una obviedad asimilar la práctica psicomotriz a las prácticas psicosomáticas, pero no
está de más recordar a que se refieren. En general la psicosomática designa la tendencia a
comprender todos los hechos de una situación en la unidad del ser humano. Es lo que
podría denominarse una actitud psicosomática: en este sentido todas las enfermedades son
psicosomáticas. En segundo lugar, la palabra psicosomática se aplica también a todo síntoma
o síndrome funcional en el cual el clínico encuentra como unidad patológica a la vez, una
expresión fisiológica y una expresión psicológica manifiestamente coordinadas. Pero existe
una tercera categoría de hechos que expresan de manera particular y prevalente las
relaciones del sujeto a sus condiciones de vida: se trata de auténticos hábitos patológicos
de larga duración o cíclicos, verdaderas enfermedades que expresan un estilo particular de
personalidad; estamos hablando de verdaderas afecciones psicosomáticas (Ey y Brisset, 1980:
904). Una última acepción de lo psicosomático se refiere a aquel abordaje curativo que,
independiente de la patología tratada, lo hace a través de prácticas consideradas corporales
desde una concepción global de la subjetividad.
Una vez definido el ámbito aplicado, debemos retrotraernos hasta los pilares epistémicos
en que se sustenta nuestra práctica, habida cuenta su adscripción psicodinámica 2. Muy
brevemente:
1.-No existe El sujeto, sino sujetos uno por uno. Y por lo tanto solo hay cuerpos uno por uno. No
hay dos cuerpos iguales. Con cada cuerpo se reinventa la terapia misma. Y cualquier
comprensión de sus alteraciones -psicopatológicas- quedará subordinada a su asunción
por el sujeto mismo.
2.-No hay una relación (directa) causa//efecto. Esto es así porque la subjetividad no sigue la
lógica neurofisiológica de causa ->consecuencia. Cuando de humanos se trata, la consecuencia
deviene causa de la causa.
3.- A esto se suma que el Yo “no es dueño y señor” del destino de su subjetividad. Es decir, la
conciencia no es más que un derogado intencional de lo que del deseo inconsciente se jugó
en síntomas y fantasmas, a lo largo de una historia particular. Por eso nuestra materia son
las vivencias subjetivas y sus producciones.
4.-Es en este sentido que el Hacer es equiparable al Decir. La palabra dice la verdad y miente;
el cuerpo dice la verdad y miente también. Actos y dichos, acciones y dicciones, expresividad
somática y expresividad semántica, no son más que modalidades posibles por las que el sujeto
transmite en lo manifiesto lo latente de sus decires inconscientes, en tanto el cuerpo y el
juego, como la palabra, están estructurados como un lenguaje.
Temática que ya ha sido ampliamente desarrollado en nuestro texto de 2013. Y del que, de alguna manera,
este es texto faltante de dicho escrito.
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4.-De ahí que, tal y como Freud se encargó de precisar: la “anomalidad” está hecha de la
misma estofa, la misma pasta, que el estado psíquico normal. Lo que no evita que cada sujeto
habite una estructura subjetiva específica.
5.- Globalidad. Si el cuerpo es aquel ente a construir a partir de la interrelación de sus esferas
real, simbólica e imaginaria deberemos deducir que el cuerpo, en tanto tal, es en todo
momento una articulación provisional y transitoria. Es por ello que no hay, ni puede haber,
una ciencia de la subjetividad corporal. Y que tampoco puedan existir recetas, programas,
modificaciones o prescripciones específicas en lo que atañe a la vivencia sintomática del
cuerpo.
Como se va viendo la práctica psicomotriz toma numerosos aspectos del territorio psicosomático
de orientación psicoanalítica. Una de las consecuencias técnicas que hemos de extraer de esto,
es la de descartar ante todo cualquier tipo de organicidad, que habrá de ser tratada por el
especialista médico; sin embargo y dado que nuestro abordaje corresponde a una
concepción anudada de la subjetividad para nuestra labor no es determinante el simple
grado de origen o afectación orgánica. No olvidemos que lo que está en juego y de lo que
nosotros nos ocupamos no es tanto de la lesión fisiológica en sí misma como el paciente la
experimenta subjetivamente, al integrar su vivencia corporal en su expresividad.
Volvamos al principio: ¿qué razón justificaría en última instancia, un análisis estructural
de la personalidad previo a cualquier intento de tratamiento psicomotor? 3. Lo diremos muy
claramente: un síntoma, un trastorno o una alteración de la expresividad psicomotriz, por si
mismo no define ni significa nada, ni de la subjetividad del sufriente ni de su naturaleza
mórbida 4. A esto, se le añade otra cuestión no menos relevante: según cual sea la estructura
simbólica a la que se abrocha el cuerpo de un sujeto, así será la dirección del tratamiento
psicomotor 5; porque bien puede suceder que por atender el apaciguamiento de
determinada alteración no contemos con la estructura que la generó y no solo erremos en
la orientación clínica, dando palos de ciego, sino que provoquemos auténticos efectos
iatrogénicos fácilmente evitables a poco que se hubiera empleado una mayor finura en la
observación y escucha de la posición subjetiva constituyente 6.
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Considero por mi parte, que las acepciones semánticas habituales para referirse a nuestra intervención:
terapia, ayuda, acompañamiento, mediación corporal…no reflejan fielmente el trabajo planteado. A falta de
un sintagma más riguroso, como sería el psicoanalítico de “cura”, preferimos adoptar el término
“tratamiento psicomotor”.
4 Por ejemplo: no es lo mismo un trastorno por hiperactividad bajo una posición neurótica (debido p.ej. a una
reactividad ansiosa) que perversa (el puro goce propioceptivo sin mediación fantasmática) o psicótica (las
alucinaciones auditivas le ordenan que escape de algún perseguidor), incluso autística…Prácticamente
cualquier alteración, puede desglosarse en esta tripartición.
5 Continuando con el ejemplo anterior, no será lo mismo tratar dicha hiperactividad si está subsumida a un
contexto neurótico, psicótico o perverso.
6Fijémonos de paso que si en cada sujeto, la estructura fuera el Todo, no habría posibilidad de elección
subjetiva alguna: vendríamos predestinados a este mundo y ninguna respuesta tendría la más mínima
función: a lo sumo seríamos ordenadores donde toda reparación fuera previsible. Pero por el contrario, si no
tuviéramos en cuenta el soporte simbólico y un sujeto no fuera más que el sumatorio de numerosas marcas,
señales, trastornos o condicionamientos, el resultado sería un perpetuo “parcheo” subjetivo, donde cualquier
cambio de una pieza recolocaría a otra.
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El tronco como estructura, las ramas cual síntomas expresivos y en las hojas,
los trastornos.
¿Qué es entonces una estructura de la subjetividad corporal, de los cuerpos hablantes?, ¿en qué
consiste?. Una estructura como tal, en la medida que distingue a los humanos en su
condición parlante, sexuada y mortal es siempre simbólica y nunca lo es sin un Otro. La
estructura sería la modalidad a la que cada uno advino a habitar el Lenguaje. En ese sentido es
lo que nos viene dado, lo “heredado” simbólicamente 7, la posición que el Otro transmitió
inconscientemente y a la cual fuimos alojados. Por tanto, si los síntomas son del orden del
tener la estructura es del orden del ser, lo que nos define y delimita, el tronco que se
construye a partir de unas raíces simbólicas previas. De la estructura misma no hay
modificación posible sino de la posición sintomática que tomamos ante ella; y de la cual los
síntomas son respuestas ante su desestabilización. Es decir, una estructura por sí misma no
es normal ni patológica sino que se mantiene estabilizada o se desestabiliza cuando aparece un
desencadenante que provoca un disfuncionamiento sintomático o un sufrimiento
insoportable 8. Pero por lo mismo, tampoco se puede transitar de una estructura a otra: no
existe una continuidad estructural (un sujeto psicótico no es un mal neurótico, ni un perverso
una psicosis estabilizada…) 9. Tampoco la gravedad, el pronóstico o el sufrimiento son en
absoluto, indicios determinantes de una estructura (un adolescente neurótico puede sufrir
mucho más que un sujeto en posición autística) 10. Si la estructura, hemos dicho, es la
manera como habitamos el mundo simbólico que nos constituye en tanto sujetos y cuerpos, es
decir, como nuestra historia pudo organizarse respecto al lenguaje entonces la estructura es lo
que los humanos tenemos más en común (mientras que los síntomas son lo más propio y
diferencial), lo incurable, la variable independiente. Resumiendo, la estructura permite
orientarse con una visión de conjunto, también de detalle, trazando una suerte de plano
topológico de los ejes simbólicos (planta, alzado…) que comandaron la vida de alguien.
Por su parte si los síntomas son mensajes, la variable dependiente, entendidos como
significantes y formaciones del inconsciente a descifrar (Freud, dixit); también el síntoma es
una satisfacción sustitutiva, la significación, lo menos malo que un sujeto pudo “negociar”
para poder sostenerse. Dicho de otra manera: el síntoma ya es una interpretación del
No es este el lugar para exponer el motivo por el que advenimos al mundo desde una u otra posición
estructural. Pero digamos que depende primordialmente del lugar que ese futuro sujeto ocupó en tanto deseo,
fantasma u objeto de goce ante su primer gran Otro, llamada Madre. Dejando bien claro que Madre, en absoluto
tiene porque ser ni la biológica, ni de género femenino, ni del rol asumido: esa es nuestras raíces.
8 No todos los síntomas provocan sufrimiento, antes bien, de muchos de ellos se puede hacer un magnífico
uso funcional y sublimatorio (egosintónicos). Incluso es más: no es muy extraño que un síntoma sea el que
cual prótesis y supléncia del “tronco”, sostenga una estructura. De ahí que no todo el que demanda ser curado,
necesariamente tenga que serlo.
9 Es cierto que existen casos difíciles de encuadrar que plantean auténticos problemas de diagnóstico
diferencial: son los llamados casos limítrofes, bordeline, psicosis ordinárias etc.
10 Obsérvese que acá utilizamos los vocablos estructura y posición de manera indistinta, aunque en puridad la
posición como concepto, tiene una connotación más maleable, evolutiva y modificable. Es en ese sentido que
se puede decir p.ej. que “ha cambiado de posición frente a la verdad, en su estructura”.
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inconsciente y cederá en la medida que el sentido latente de deseo haya podido ser descifrado o
que el uso que cumplía no lo haga tan necesario, retornando a una cierta estabilidad
estructural. Esta concepción del síntoma como lo manifiesto de una estructura latente es lo que
justifica el recurso a una estrategia –generalizada- de rodeo 11; curamos, en consecuencia, por
añadidura, porque no pretendemos curar a toda costa. Cuestión aparte pero sumamente
relevante, es que al hablar de subjetividad no existen síntomas patognomónicos (los que
definen manera inefable una patología: incluso hasta un sujeto en posición neurótica
puede experimentar eventuales fenómenos elementales alucinatórios) de ahí que al
enunciar una hipótesis de posición estructural debemos dejarnos guiar por el
“preferentemente” en tanto cualidad constituyente de la persona, modalidad de funcionamiento
y en última instancia, como soporta su posición ante el Otro que lo determinó y ante el cual
va a responder.
Finalmente al delimitar un cuadro clínico, nunca caigamos en la tentación de confundirlo
con un cuadro sindrómico: una estructura subjetiva, no consiste en el sumatorio de una serie de
síntomas que se conjugan de manera más o menos coherente en una enfermedad 12.
Del trastorno apenas unas rápidas palabras para definir que, como cuantificación
desadaptativa de una presunta normalidad estadísticamente informada no tiene para
nosotros interés alguno. A pesar de su popularidad generalizada y un uso casi obsceno de
sus clasificaciones (DSMV, CIE X) un trastorno nunca dice nada de un sujeto en particular, y
menos aún, de una estructura psicopatológica concreta 13. Ya el mismo Freud previno que por
mucho que se modifique o extinga un trastorno, al no ir a su origen constituyente, a su
verdad inconsciente, siempre podrá rebrotar en otro lugar.
Neurosis y las psicosis como las grandes estructuras de la expresividad.
Si hemos dicho que la estructura subjetiva puede definirse como el estilo, la articulación que
tomó el Lenguaje en cada quien, la combinatoria de la arquitectura simbólica que se
presenta solo ofrece cuatro, y solo cuatro, posibilidades. Clásicamente han sido llamadas:
neurosis, perversión, psicosis y autismos (Monedero Gil, 1996). De ellas, en la medida en que se
constata una nítida división patogénica determinada por la instauración o no de la castración, de la
barrera de la represión -lo que es esencial para su diagnóstico diferencial-, pondremos nuestra
atención en dos de ellas: neurosis y psicosis. Veamos sus diferencias.
Si lo que se nos muestra, lo que observamos, no es necesariamente el verdadero origen del sufrimiento,
entonces el motivo de sufrimiento no es el trastorno mismo. En consecuencia nunca deberemos atacar al malestar
de frente: apenas sirve para nada, como no sea justamente…para petrificar y cronificarlo.
12 A la definición nosológica clasificatoria de dichos cuadros como entidades diferenciadas, es a lo que
apunta la psicopatología psiquiátrica y la psicología clínica.
13 Un trastorno como mucho, define lo que en un determinado momento y lugar -toda una serie de expertos,
lobbies, intereses espurios y de manera consensuada- se decide qué es lo que es normal o enfermo.
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-Estructura de la subjetividad en (el cuerpo de) las Neurosis. En las neurosis hay un sí, un
consentimiento a la castración. En estos sujetos encontramos una lógica subjetiva donde lo
reprimido retorna en lo simbólico; por ahí es que el sujeto puede sostener un código y un lazo
social que tenga en cuenta al Otro, estando relativamente bien orientado con la realidad. El
sujeto unificado en su imagen por la metáfora paterna, organiza edípicamente su estructura
para acceder a las identificaciones e ideales pudiendo elaborar un mito sobre los orígenes como
respuesta al deseo del Otro, pero también sobre su destino, poniendo en juego su deseo para
“cuando sea mayor”. Accede en consecuencia al ámbito de la relación, al aprendizaje, el
saber, pero también a la moral, la culpa, la deuda y se sitúa en el mundo a través de la
pantalla de las fantasías, de su fantasma o sus síntomas. En la neurosis es el Otro el que interpreta
de manera que síntomas y producciones no son más que formaciones de deseo, abriendo
la posibilidad de un sentido compartido. Su pulsionalidad, parcelada simbólicamente en los
orificios pulsionales coloca a la angustia como límite del goce pudiendo encontrar en el placer, el
deseo y la sublimación un desplazamiento a su goce pulsional. Es en ese sentido que puede
decirse que el neurótico, puede jugar y jugarse: en la mirada y el contacto podemos encontrar
índices precisos de su soporte corporal. ¿De que padece el sujeto neurótico?. La neurosis sufre
de no hacer acto de deseo. En sus modalidades obsesiva, histérica, fóbica o depresiva el sujeto se
embrolla con él para no dar cuenta de su insistencia de ahí que la angustia esté casi
permanentemente presente, indicando el objeto que la causa. Por supuesto con la acción,
aparecen la actuación y los actig-out, lo que no evita ciertos pasos al acto. El uso del material
puede tomar la modalidad de objeto transicional.
Dentro de la psicopatología clínica (Kaplan,& Sadock, 2005; Ajuriaguerra,1987, 2000;
Álvarez, Esteban y Sauvagnat, 2004) se recogen síntomas del tipo: agresión, ansiedad,
apatía, compulsiones, rituales, depresión, discinésias, distracción, torpezas, fabulaciones,
hipermotricidad, fobias, hipocondría, conversión, irrealidad, miedos, nihilismo, obsesión,
pánico, pensamiento mágico, compulsiones, conversiones, trastornos del humor… Su
expresividad Psicomotriz se manifiesta bajo un cuerpo fragilizado con una expresividad
excesiva, inhibida, o inestable. De forma que sus índices reflejan las repeticiones, las
conversiones corporales, las inhibiciones, las negaciones y denegaciones, los olvidos, los
lapsus psicomotores; pero también las nuevas invenciones: otras maneras de tratar lo ya
conocido etc. La estructura espacio temporal se distingue como límites simbólicos, así la historia
puede definir una lógica. Las angustias corporales manifiestan la incompletud de su unidad
corporal: la de hemicuerpo en la preferencia de un lado corporal más que el otro; la de
envoltura, en el sentido de taparse, cubrirse; la de caída, en el miedo o el pánico al salto…
¿Qué dirección del tratamiento para el cuerpo neurótico?: si el cuerpo es el lugar donde nuestra
historia aloja sus inscripciones, se tratará de leer los relatos que nuestra expresividad revela
para colocarnos en otra posición frente a las elecciones, deseos y repeticiones que marcan
nuestra vida. Y así, ir a la búsqueda de un nuevo lazo afectivo y un deseo más decidido sin
pagar el precio exagerado del sufrimiento (Rodríguez Ribas, Vives, 2006).
-Estructura de la subjetividad en (el cuerpo de) las Psicosis: en las psicosis la castración al
estar forcluida, no se pudo instaurar, de manera que lo reprimido retornó en lo real del cuerpo.
El sujeto, en su certeza revelada, autorreferencial e inefable queda por fuera de la ley, el lazo
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social y el lenguaje, pero no del discurso. En este sentido no tiene una relación ajustada con la
realidad. Al no haber atravesamiento especular, ni mito familiar al que acogerse no puede
acceder a las identificaciones e ideales al modo edípico. Sin embargo, como respuesta a la
intrusión de lo real del Otro y su desmoronamiento el sujeto de la psicosis empuja a producir
su propia genealogía. En la psicosis es el Uno el que interpreta, de manera que su construcción
es una respuesta -metáfora delirante- creada desde la nada, referida a sus orígenes y destino en un
intento de construir un Otro más amable en el que alojarse y poder insertarse en la relación
social, aunque lo sea de manera original y exclusiva. No olvidemos que a pesar de estar
fuera del lenguaje (común) no lo está del discurso, por eso si algo desea el psicótico es dar
testimonio, encontrar una significación y mostrarla, de aquello que provocó una ruptura en su
historia. La irrupción de ese Otro amenazante, imprevisible o devorador que hace del sujeto un
puro objeto de su capricho no puede estar sino acompañada de afectos de soledad (absoluta) o
de perplejidad. Su pulsionalidad que puede hacer de cualquier trozo de cuerpo la
emergencia de un real encuentra en el sujeto un intento de defenderse recurriendo a
mecanismos de suplencia, de vaciamiento o de extracción de goce, que pasan por instaurar un
nuevo borde o nudo a la búsqueda de cierta estabilización que le permita mantener otra
relación con la realidad. Es en este sentido que no podemos decir que el sujeto psicótico pueda
jugar como tal, como no sea hacer acto de su propia erráncia pacificadora. ¿De que padece el
sujeto psicótico?. El sujeto en esta posición padece de su cuerpo y del Otro. Ante la ausencia de
castración en sus modalidades paranoide, maníaco-depresiva, esquizofrénica, hebefrénica,
incluso catatónica la acción del sujeto -invadido por el fenómeno elemental alucinatorio o la
certeza delirante- a menudo defensiva, estereotipada o por medio del paso al acto sin mediación
alguna, es fruto de un inconsciente sin sujeto, absoluto, por tanto, sin equívocos o actos
fallidos. El uso del material toma la modalidad de objeto “autístico”, pura condensación que
gozar de un real sin fantasmatizar (pero que ya supone cierta extracción).
Dentro de la psicopatología clínica (Kaplan, & Sadock, 2005; Ajuriaguerra, J,1987, 2000;
Álvarez, Esteban y Sauvagnat, 2004) se recogen síntomas del tipo: alteraciones de la
comunicación, pensamiento, lenguaje, memoria y del humor. Encontraremos: agitaciones,
alucinaciones, ambivalencia, ansiedad, anhedonia, bloqueo del pensamiento, estupor,
exaltación, hipocondrías psicóticas, delirio de órganos, catatonía, delusión o ideas
delirantes, depresión endógena, desorientación, confusión, ecolalia, estereotipias, ilusión,
logorrea, manierismos, mutismos, negativismo, neologismos. Respecto a la expresividad
psicomotriz manifiesta en la síntesis de sus índices constatamos: fijaciones estereotipadas y
repetitivas, ecopráxias, ritualizaciones y acciones impulsivas, pasos al acto a menudo sin
sentido aparente (aunque sí para él), impulsiones, ritualizaciones, pero también creaciones
originales, producciones expresivas muy diversas etc. El cuerpo psicótico, cuerpo
desestructurado (a-estructurado, mejor), inconsistente, se presenta fragmentado, disociado,
escindido, con una expresividad tórpida o excesiva, poco congruente con el otro y sus
códigos. El orden espacial y temporal muy pautado pueden alternarse con el absoluto caos,
rúbrica de su inconsciente puesto en escena: es el eterno presente, ahistórico, propio de las
psicosis y autismos. Las angustias corporales manifiestas reflejarán la no estructuración de su
unidad corporal: licuefacción o desparramamiento, no dejando hueco alguno en el espacio; la de
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rotura y fragmentación, visible por el no reconocimiento especular o las vivencias orgánicas
ajenas y molestas; la angustia de caída en su modalidad de dejarse caer, despeñarse; el
despellejamiento, en el sentido de una auténtica segunda piel, una envoltura que contenga
la disgregación corporal, que incluso puede tomar la forma de una coraza muscular.
¿Qué dirección del tratamiento para el cuerpo psicótico?. El objetivo general en la dirección de
la cura que se plantea es de: establecer las condiciones que permitan al sujeto de la psicosis
encontrar y elaborar los mecanismos de extracción, suplencia y anudamiento -creación de un
sentido- de aquello que rechazado en lo simbólico retornó en lo real del cuerpo; accediendo
a una estabilización tendente al lazo social (Rodríguez Ribas, 2013).
Síntesis.
A lo largo de esta reseña muy sintética hemos querido mostrar unas mínimas
herramientas para poder situarse en la elaboración de una hipótesis psicomotriz que oriente la
dirección del tratamiento, porque no hay que olvidar que siempre se trata de personas, de
sujetos ”padecientes” y no de meras etiquetaciones diagnósticas, con quienes ejerceremos
nuestra labor. Pero bien es cierto que a partir de aquí surgen numerosas preguntas. Quizás
las más interesantes ya han sido enunciadas: ¿de qué manera un sujeto viene determinado
por su estructura?, ¿es tan nítida la partición estructural que hemos definido?. Y sobre
todo: ¿cómo se forman los síntomas?, ¿cómo pasa un contenido inconsciente latente a su
manifestación expresiva?, ¿por qué unos quieren saber -de sí- subjetivando su malestar
como paso previo a una posible transformación, y otros no?, ¿qué final hay para un
tratamiento?. Temas todos estos en los que deberemos seguir profundizando a la hora de
desenvolvernos en ese ámbito apasionante, a la par que recóndito, que es el manejo del
sufrimiento humano.
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José Ángel Rodríguez Ribas.
Médico. DEA y Doctor en Psiquiatría. Psicoanalista (AP). Psicomotricista.
Miembro de la ELP y de la Asoc. Mundial de Psicoanálisis (París).
Formador en Práctica Psicomotriz (ASEFOP. Bruselas). Formador en AEC (Barcelona)
Profesor Facultad de Ciencias Actividad Física. Univ. Wales-EADE (Málaga).
Director Experto Universitario en Desarrollo psicomotor (UI1/Málaga)
Investigador Grupo: “Sujeto, sufrimiento y sociedad” (HUM. 018). USE. Sevilla.
Miembro APP, AEH X-XI, CORPUS y AEN.
Sevilla. Diciembre 2014.
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