0100 ()_MaquetaciÛn 1 - Editorial Ciudad Nueva

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0100 ()_MaquetaciÛn 1 - Editorial Ciudad Nueva
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CULTURA DE LA UNIDAD
POR FÉLIX MERCADO
Un espacio de fraternidad
en la Rep. Centroafricana
«H
acía tres años que era párroco en una
gran ciudad, Carnot, que, como el resto
del país, sufría la psicosis de un
inminente conflicto étnico-religioso. De
pronto me di cuenta, con cierto dolor, de
que los sacerdotes, los pastores y los
imanes ni siquiera nos conocíamos. Así
que tenía que hacer algo porque la vida
de nuestra gente estaba en juego».
Casi dos mil
musulmanes
salvados de la
furia asesina por
el padre Justin
Nary. Testimonio
de un sacerdote
que arriesgó su
vida por toda su
gente.
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CIUDAD NUEVA - FEBRERO 2016
De forma sencilla el padre Justin
Nary, sacerdote centroafricano de 42
años, va exponiendo lentamente su
testimonio en un congreso de sacerdotes
y seminaristas reunidos en Loppiano
(Italia). Habla de su país, que en su
momento saltó a los titulares cuando
estallaron sangrientos enfrentamientos
entre musulmanes, cristianos y
animistas.
Es uno de esos conflictos que ya no
tienen audiencia pero que siguen
causando tristes consecuencias a la
población. A finales de diciembre
pasado se llevaron a cabo unas
elecciones al parlamento en la República
Centroafricana, del que se espera llegue
a poner fin a un ciclo de violencia que
dura ya tres años.
Pero volvamos atrás. Hacía poco más
de un año que el padre Justin había
logrado atraer la atención de los líderes
de otras iglesias y religiones, y
periódicamente se reunían para ver
juntos cómo orientar a sus fieles hacia
un estilo de vida pacífico.
Lamentablemente, el golpe de estado
de 2013, protagonizado por una minoría
musulmana, precipitó los
acontecimientos y empezaron las
masacres de cristianos. Luego se dio la
vuelta a la tortilla, pues una facción
rebelde formada por cristianos y
militares de tradición religiosa local se
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Testimonio
hicieron con el poder y llevaron a cabo
una violenta venganza contra los
musulmanes.
En tal contexto casi dos mil
musulmanes corrieron a refugiarse en la
parroquia del padre Justin, y él les abrió
sus puertas. No pasó mucho tiempo
antes de que se enteraran los rebeldes,
que se presentaron allí con la intención
de asesinar a todos.
«En vano hice lo posible –cuenta el
sacerdote– para pedir ayuda a los
militares y a las autoridades. Y fue
mientras celebraba misa cuando entendí
que Dios me estaba pidiendo lo más
precioso que tenía: mi vida. Por eso
decidí quedarme hasta el final con mi
gente, musulmanes y no musulmanes,
consciente de que me exponía a ser
asesinado. Y vista mi determinación,
también mis hermanos, que habían
venido para sacarme de allí, decidieron
quedarse».
Faltaba poco para que se cumpliera
el plazo del ultimátum, cuando sonó el
móvil del padre Justin. Era el jefe del
ejército de la Unión Africana,
asegurándole su ayuda. Llegó
justamente diecisiete minutos antes que
los rebeldes y así les salvó la vida a
todos.
«La mayor parte de los refugiados
–continúa Justin– logró escapar a
Camerún, mientras que unos 800 se
quedaron en la parroquia. Lo que me
daba fuerzas en los momentos más
duros era preguntarme qué habrían
hecho mis amigos de los Focolares en mi
lugar. Me venían a la mente aquellos
encuentros de Chiara Lubich con amigos
musulmanes, cuando les aseguraba que
daría la vida por ellos».
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Y fue mientras
celebraba misa
cuando entendí
que Dios me
estaba
pidiendo lo más
precioso que
tenía: mi vida.
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