OPTIMISMO: La mirada inteligente

Transcripción

OPTIMISMO: La mirada inteligente
A la pregunta del psicoanálisis de “¿Por qué nos sentimos tan mal?, los fundadores de la Psicología Positiva
la han contestado con una nueva pregunta: “¿Cómo
funcionan los que andan bien?”
OPTIMISMO: La mirada inteligente
Dr. Alejandro Di Grazia Rao
Director del Colegio Humanista de
México
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Privada de los pinos No.2
San Buenaventura
Atempan, Tlaxcala.
Tel. (246) 462 6495 / 466 8294
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El optimismo es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas y las circunstancias, confiando
en nuestras capacidades y posibilidades junto con la ayuda que podemos recibir.
Para el doctor Martín Seligman, padre de las investigaciones sobre el optimismo y el pesimismo, las personas son optimistas o pesimistas a partir de la manera en que explican los
acontecimientos vividos. Todos tenemos, dice el especialista, un “estilo explicativo” al que
recurrimos para hablarnos a nosotros mismos acerca de nuestros éxitos y fracasos.
Y, como cabe suponer, optimistas y pesimistas tienen grandes diferencias cuando de
abordar la existencia se trata. El optimista tiende a considerar que las desgracias son temporarias y los momentos felices, duraderos; que un fracaso es un asunto puntual en un área
específica, mientras que un éxito puede ser extrapolado a otras situaciones. El pesimista
cree todo lo contrario.
Según observa Seligman, nuestro estilo explicativo tiene tres dimensiones, cada una de
ellas influencia nuestra tendencia a ser optimistas o pesimistas:
Permanencia: si pensamos que las circunstancias que nos llevan a vivir una mala experiencia tienen un carácter permanente, evidentemente nos convertiremos en pesimistas.
Nunca encontraré trabajo. Todo me va mal. Nadie me quiere, son ejemplos de “todo o
nada”, basados en la creencia de que ciertas circunstancias desfavorables serán permanentes.
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Generalizar / Especificar: consiste en hacer de un problema o un suceso un acontecimiento
universal o limitarlo al acontecimiento específico. Los pesimistas tienden a explicar sus
problemas en términos universales. No puedo comunicarme con los otros; No soy inteligente, mientras que los optimistas ven sus problemas de manera bien específica: No me
entiendo con Fulano de tal, Soy muy malo en matemáticas. Cuando se trata de éxitos, los
términos se invierten. Los pesimistas harán de sus éxitos algo específico (Soy bueno para
las ciencias, en lugar de creer que es inteligente) mientras que los optimistas hacen de sus
éxitos, sucesos universales (Siempre me entiendo con los otros).
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Personalización: los que personalizan sus dificultades, por ejemplo, “Soy torpe” o “Soy un
fracasado”, tienden a ser pesimistas, mientras que los que exteriorizan sus dificultades, por ejemplo,
“Mi escolaridad fue desastrosa” o “Mi familia era disfuncional”, son optimistas. Como en las dos
dimensiones precedentes, se debe invertir dichas explicaciones cuando se trata de acontecimientos
positivos. Los pesimistas exteriorizan (por ejemplo: “Me fue bien en el examen porque era fácil”)
mientras que los optimistas personalizan (“Había estudiado mucho, me merezco la nota que me
saqué”).
Los optimistas no se dejarán vencer por las dificultades ni los fracasos. Por el contrario, las situaciones difíciles serán desafíos para ser tomados en cuenta, hechos para ser superados. Pueden
sentirse, evidentemente, preocupados o desanimados, pero estos sentimientos no son duraderos: se
levantan y vuelven al ruedo. A la inversa, los pesimistas se caracterizan por “la impotencia adquirida”,
es decir, la creencia de que sus acciones no pueden influir su suerte o destino. Cuando las dificultades
llegan, prefiere abandonar que lanzarse en una lucha sentida como inútil y decepcionante.
¿NATURALEZA O EDUCACIÓN?
“Está en mi manera de ser”, afirma Sergio, 42 años. “Somos cuatro hermanos, educados más o
menos de la misma forma, sin embargo, cada uno encara la vida diferentemente. Yo, por ejemplo,
cuando encuentro alguien por primera vez, tiendo a pensar que es simpático más que a desconfiar de
él. Después, voy viendo y ajustando mis opiniones en función de la situación. Pero no se me ocurre
pensar negativamente desde el comienzo. En cambio, uno de mis hermanos, enseguida desconfía del
otro. Y es muy difícil que cambie de opinión”.
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Martín Seligman confirma la eventualidad de un componente genético en las personas optimistas.
Efectuó una serie de pruebas a ciento quince pares de verdaderos mellizos –genéticamente semejantes entonces- y veinte pares de falsos. Todos educados en sus familias de origen. Observó que la
manera de interpretar la realidad era mucho más parecida entre los verdaderos gemelos. Es decir,
cuando un gemelo es optimista, su hermano a menudo lo es. ¿Qué sucede, entonces, para aquellos
que sus condiciones al nacer no los favorecen genéticamente y su situación familiar no es positiva?
¿Están condenados? No, evidentemente. Seligman está convencido de que el optimismo puede
aprenderse, si cambiamos la forma de pensar la vida, es decir, nuestro sistema de creencias. En este
sentido, la terapia cognitiva, una de cuyas premisas es “no son las cosas las que trastornan a los
hombres, sino las opiniones que se forman a propósito de ellas”, es un buen recurso para emprender
el camino de cambiar el “estilo explicativo”.
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Para enseñar el optimismo, Seligman se inspira en una variante del modelo “ABC” de Albert Ellis, sea,
A para “adversity” o adversidad; B para “belief” o creencia y C para “consequence” o consecuencias.
En este modelo, la hipótesis es que la “adversidad” no es un factor tan determinante sobre nuestras
emociones y conductas (es decir, las consecuencias) como “las creencias” que abrigamos sobre el
tema adversidad.
Por ejemplo, estamos conversando tranquilamente con un amigo, cuando, de golpe, alguien nos
atropella y prosigue su camino como si nada. La furia nos embarga y nos damos vuelta para insultarlo.
La “adversidad” es el atropello y la “consecuencia”, el sentimiento de cólera y la necesidad de expresarla insultando, por ejemplo. La “creencia” se expresaría probamente en términos como estos. “¡Es
un grosero! Lo hizo a propósito y, peor aún, ni siquiera pidió disculpas”. Al querer gritarle, nos damos
cuenta de que lleva anteojos oscuros y camina con un bastón blanco: es ciego. De golpe, “la
consecuencia” cambia. Ya no queremos gritarle y nos sentimos un poco desubicados. ¿Qué cambio?
La “creencia” con respecto a la adversidad, es decir, ésta modificó la consecuencia.
Finalmente, lo que nos permite convertirnos en personas optimistas consiste en cambiar “nuestras
creencias” que vienen a interponerse entre la adversidad (o también en los acontecimientos positivos) y la consecuencia, para alinearlos con los polos del continuum que forman la permanencia, la
tendencia a generalizar-especificar y la personalización.
CÓMO VER LA PARTE BUENA
El paso hacia una actitud optimista requiere de una disposición más entusiasta y positiva, es tanto
como darle vuelta a una moneda y ver todo con una apariencia distinta:
• Analice las cosas a partir de los puntos buenos y positivos, seguramente con esto se solucionarán
mucho d los inconvenientes. Curiosamente, no siempre funciona igual a la inversa.
• Haga el esfuerzo por dar sugerencias y soluciones, en lugar de hacer críticas o pronunciar quejas.
• Procure descubrir las cualidades y capacidades de los demás, reconociendo el esfuerzo, el interés y
la dedicación. Esto es lo más justo y honesto.
• Aprenda a ser sencillo y pida ayuda, generalmente otras personas encuentran la solución más
rápido.
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