La Doctrina de Justificacion

Transcripción

La Doctrina de Justificacion
Apuntes de Clase
La Doctrina de la Justificación
– Una Perspectiva Bíblica –
Por: Héctor A. Delgado*
Contenido:
1. Introducción
2. Nuestra urgente necesidad de salvación
3. La santificación bíblica
4. La Justificación por la fe: Sus significados fundamentales
5. El Fruto de la Justificación por la fe: La santificación moral
6. La esperanza del Evangelio
7. Conclusión
1. Introducción
El siguiente artículo abordará la doctrina de la Justificación por la fe en un contexto estrictamente bíblico.1 Es
nuestro propósito ser lo más objetivo posible y, sin dejar de tomar en cuenta las opiniones de varios académicos
consultados, el siguiente ensayo presentará un enfoque bíblico de esta doctrina de fundamental importancia para
la fe cristiana. Veremos que la doctrina de la justificación por la fe, tal y como la expresaron los escritores bíblicos y
en especial el apóstol Pablo, sigue teniendo la misma relevancia para nosotros en la actualidad como la tuvo para
los destinatarios de las cartas apostólicas y demás escritos inspirados.
Nuestro estudio, por causa del espacio, no dedicará tiempo ni espacio para los aspectos históricos
relacionados con la doctrina de la justificación, los cuales son hartos conocidos por los estudiosos; pero sí haremos
referencia al hecho, de que, aunque muchos grandes hombres del pasado tuvieron un enfoque correcto de esta
doctrina, dejaron de percibir ciertos detalles que también están presentes en el texto bíblico, lo cual de haber sido
notado les habría dado la oportunidad de hacer una exposición más pulida y compacta de la justicia de Dios por
medio de la fe. Naturalmente, su entendimiento fue suficiente para llenar el espacio de aquellos momentos
históricos decisivos, en los que, la verdad de Dios, casi resulta anulada por la pasada carga de las tradiciones
humanas y las malas interpretaciones del texto bíblico. No es difícil creer o entender – desde mi punto de vista –
que los siglos que nos separan de aquellos tiempos memorables han servido para ayudarnos a dar algunos pasos de
avance en la comprensión de una doctrina que, si bien ha sido analizada y re-analizada, constituye aún (y seguirá
constituyendo) una mina de poder y de verdad que nos guiará hacia el reino eterno de nuestro Señor Jesucristo.
Solo cuando estemos de pié ante el trono del Cordero (cf. Apoc. 7: 9) podremos prescindiera de la doctrina de la
justificación por la fe, y es que ya no será por fe, sino por vista que nos sostendremos en la presencia de nuestro
Redentor (cf. 2 Cor. 5: 6, 7).
2. Nuestra urgente necesidad de salvación
Nuestra necesidad de salvación no radica en algún mérito propio o en el hecho mismo de nuestra patética
necesidad de ser salvados de nuestros pecados. Como pecadores no merecemos otra cosa que la paga del pecado, la
muerte (Rom. 6: 23). La salvación de la humanidad descansa única y exclusivamente en la tierna solicitud divina,
en la realidad del amor ágape de Dios. “Jehová se manifestó a mí desde lejos, diciendo: Con amor eterno te he
amado; por tanto, te he atraído a mí con mi gracia” ( Jer. 31: 3, VRV 1977). “Porque de tal manera amó Dios al
1 Este
ensayo es el resultado de una consulta amplia de las siguientes obras: Garrett, James Leo, Teología
Sistemática, bíblica, histórica, evangélica (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 2000), pp. 271-284; Hoff,
Pablo, Teología Evangélica (Florida: Editorial Vida, 2000), tomo II, pp. 291-300; 331-371; LaCueva, Francisco, Curso
Práctico de Teología Bíblica (Barcelona: CLIE, 1998). pp. 175-196; 455-461. Martínez, José. Fundamentos de la Fe
Cristiana (Barcelona: Editorial CLIE, 2001). pp. 239-282. Boice, James Montgomery, Fundamentos de la Fe Cristiana
(Miami: Unilit/Logoi, 1996), tomo III, pp. 331-334; 340-348; Chafer, Lewis Sperry, Teología sistemática (Dalton,
Georgia: Publicaciones españolas, 1974).
Otras obras consultadas son las siguientes: Pinson, J. Mathew, ed. La Seguridad de la Salvación (Barcelona:
Editorial CLIE, 2006); Stott, Jhon, El Mensaje de Romanos (Barcelona: Ediciones Certeza Unida, 2007); Moo,
Douglas J., Comentario de Romanos (Florida; Editorial Vida, 2010); Vaucher, Alfred F., La Historia de la Salvación
(Madrid: Editorial Safeliz, 1988); Rodríguez, Ángel M., Cruzando el Abismo (Miami: APIA, 2008); Brunt, Jhon, La
Redención en Romanos (Miami: APIA, 2010); Blazen, Ivan T., Teología, Fundamentos Bíblicos de Nuestra Fe (Miami:
APIA / México: Gema Editora, 2006), Tomo III; Knight, Geroge R., Guía del Fariseo para la Santidad Perfecta (Miami,
Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 1998); LaRandelle, Hans K., Cristo Nuestra Salvación (Miami: APIA;
México: Gema Editora, 2011); Gane, Erwind, Gálatas, Sendas de Liberación (Miami, Florida: Asociación Publicadora
Interamericana, 1990); Wallenkampf, Arnold Valentin, Lo que todo cristiano debería saber sobre ser Justificados
(Miami Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1989). Cosaert, Carl P., Gálatas, una respuesta apasionada
para una iglesia con problemas (Miami: APIA, 2011).
Nota Importante: En las referencias que siguen sólo proveeremos las páginas de las obras de autores ya
mencionados en esta nota.
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” ( Jn. 3: 16). De manera que, si Dios no fuera un Dios de amor (1 Jn. 4: 8), no existiera la más mínima
esperanza de salvación para la raza humana.
La Biblia nos dice que aunque Dios nos creó con propósitos de eternidad (dicha eterna, compañerismo
eterno, vida eterna, etc.), la entrada del pecado a nuestro mundo trastornó radicalmente las relaciones entre el
Creador y sus criaturas. Si bien los planes divinos no fueron desviados ni eliminados, temporariamente Dios ha
puesto en marcha su Plan de la salvación (cf. Zac. 6: 13), por medio del cual rehabilita el ser humano a una
relación correcta consigo mismo y su santa Ley (que ha sido transgredida). La Biblia presenta el pecado como un
principio de rebelión que, habiendo comenzado en el cielo mismo (cf. Apoc. 12: 7-9), se ha extendido a la tierra
(Gén. 3) y más allá, al corazón mismo de las criaturas en rebelión ( Jer. 17: 9). El apóstol Pablo presenta el pecado
como un principio o ley que mora en nuestra naturaleza (Rom. 7: 15-23). Y así, el pecado como tal evoluciona de
ser actos pecaminosos a un estado o condición de nuestra naturaleza. De manera que nuestras malas acciones
realmente revelan la existencia de un principio o ley que gobierna nuestros miembros y que se rebela contra la ley
de amor de Dios que es el fundamento del gobierno divino (Rom. 8: 7; 1 Jn. 3: 4). La violación o “transgresión de
la Ley” (actos incorrectos externos), revela la existencia de “la ley del pecado de la muerte” (estado del ser) que
opera en nuestra naturaleza humana. Esta realidad es la que hace imposible que el ser humano alcance libertad del
pecado por sus propios esfuerzos. Somos esclavos del pecado ( Jn. 8: 34; 2 Ped. 2: 19b) y al mismo tiempo somos
incapaces, sin la ayuda divina, de alcanzar liberación y salvación: “Por cuanto los designios de la carne [los
impulsos de nuestra naturaleza] son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco
pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Rom. 8: 7, 8, las cursivas son nuestras). Y por eso,
“lo que era imposible para la Ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de
carne de pecado y a causa del pecado [por lo que el pecado es e implica], condenó al pecado en la carne; para que
la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (vv.
3, 4). Debe recalcarse que el problema no está en la Ley, sino “en la carne”, en nuestra naturaleza esencial.
No podemos enfatizar con mayor fuerza el hecho de nuestra total debilidad e incapacidad para
restablecer nuestra relación con Dios. El abismo que nuestras transgresiones han abierto entre Dios y nosotros es
demasiado profundo como para ser salvado por el esfuerzo humano (Isa. 59: 2). Solo el brazo divino puede zanjar
ese abismo y traernos de regreso a los brazos de Dios. Y es precisamente lo que Dios ha hecho. Desde aquella
antigua y maravillosa promesa de redención (Gén. 3: 15), los fieles hijos de Dios se han aferrado con fe a la
disposición divina de salvarlos (Heb. 11; cf. Jn. 8: 56; Jud. 14, 15). Y, siendo fiel a su promesa, “cuando vino el
cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para que redimiese a los que
estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gál. 4: 4, 5). La expresión “bajo la Ley” es
interesante, pues según el libro de Romanos, “sabemos que todo lo que la Ley dice, lo dice a los que están bajo la
Ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (cap. 3: 19).2 Y así, como todos
están “bajo el juicio de Dios” y subsecuentemente “bajo condenación”, es que son objetos del acto redentor divino.
Nuestro mayor problema y nuestra mayor necesidad trajeron consigo nuestra mayor bendición. Pero todo gracias
al amor de Dios.
2
El teólogo especializado en NT, Carl P. Cosaert (ver referencia No. 1), nos dice que la expresión “bajo la ley” tiene
dos significados básicos: 1) Hace referencia a “un modo alternativo de salvación” (Gál. 4: 21), lo que es imposible
(cap. 3: 21, 22). Este intento constituye un rechazo deliberado de Cristo como Salvador (cap. 5: 2-4). 2) “Bajo la ley”
hace referencia a “estar bajo su condenación” (Rom. 6: 14, 15). Es bueno saber que existe una palabra griega que
tiene estrecha relación con la expresión que analizamos, énnomos (“bajo la ley”) y tiene el significado de “dentro de
la ley” y se “refiere a vivir dentro de las demandas de la ley por medio de la unión con Cristo” (1 Cor. 9: 21).
3. La santificación bíblica
Parecerá extraño que antes de tratar el tema de la justificación decida dedicar tiempo al tema de la santificación. Si
se nota bien, he diferenciado entre “santificación bíblica” (o posicional) y “santificación moral” (o teológica). Las
siguientes líneas justificarán mis razones.
Leo Garrett nos dice que “la santidad de Dios le es la santificación lo que la justicia de Dios le es a la
justificación”.3 También nos dice que entender a Dios como santo “debe servir como trasfondo de la doctrina de la
santificación”. Pero al analizar la doctrina de la justificación por la fe debemos dar por lo menos un vistazo a la
doctrina de la santificación, pero nuestro análisis debe ser más bíblico (y realista, si se quiere), ya que el concepto
que presentan los escritores inspirados sobre la santificación abarca mucho más que el aspecto moral como
veremos más adelante.4
La diferencia entre los dos tipos de santificación que proponemos es la siguiente: 1) La santificación
bíblica se define como “la vuelta a Dios del pecador con la aceptación de sus planes y de su voluntad para su vida,
apartándose de su anterior desinterés egoísta por la amante voluntad divina”.5 Cuando Pablo habló de los
cristianos corintios como “los santificados en Cristo Jesús [lit. ‘a aquellos que han sido santificados’], llamados a ser
santos” (1 Cor. 1: 2), hace referencia a la santificación posicional. De igual manera, leemos en la carta a los
Hebreos: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para
siempre” (10: 10). Una persona santificada posicionalmente es alguien que ha sido apartado para el servicio de
Dios y más aún, permanece en ese estado de santificación. En 1 Cor. 6: 11 Pablo presenta nuevamente la
santificación bíblica como precediendo a la justificación: “[…] mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”. La
santificación bíblica (en contraste con la santificación moral o teológica) denota la respuesta positiva del pecador a
los ruegos de Dios por medio de su Santo Espíritu para que acepte a Jesús como Salvador personal. “Esto está en
contraposición con la aceptación por parte de Dios del pecador, que denota la justificación”.6
Se ha observado correctamente que el estudio de la ley levítica nos ayuda a entender el carácter de la
santificación bíblica o posicional. El verbo “santificar” (heb. qadash) es usado para describir la ceremonia que
consagraba o ponía aparte algo o alguien para el servicio sagrado. Así eran santificados o apartados los sacerdotes,
el Santuario de Jehová y su muebles (Éxo. 29: 21; Lev. 8: 10, 11; 21: 8; 2 Cron. 29: 5), el sábado semanal (Éxo. 20:
8), los israelitas (Lev. 11: 44) y hasta los primogénitos, fueran animales o seres humanos (Éxo. 13: 2). LaRondelle
observa acertadamente que “el hecho de que tanto un día como un animal pueda ser ‘santificado’ a Dios muestra
que el concepto de santificación en la Escritura no siempre tiene connotaciones éticas de santidad. La santificación
denota en primer lugar consagración al Dios Santo para servir sus santos propósitos”.7 Es evidente entonces que las
personas y las cosas no necesitan ser inherentemente (o interiormente) santas para ser “santificadas” para Dios (cf.
Job. 1: 5; Jer. 1: 5; Sal. 50: 4-7). Sin embargo, el sentido del término “santificar” como lo hemos analizado no niega
3
Ibíd., p. 363.
4
Se sabe que la santificación entendida como un “proceso de desarrollo de carácter” es una idea del pensamiento
teológico posterior a la Reforma Protestante (Wallemkampf, Ibíd.).
5
Ibíd., p. 102.
6
Ibíd.
7
LaRondelle, p. 94.
ni deja sin efecto en ninguna manera la importancia de la santificación teológica, la que se define como un proceso
que abarca toda la vida cristiana. “La Biblia apoya sólidamente esta doctrina, pero utiliza otros términos para
describirla”.8 Por ejemplo, se ha observado que el capítulo 6 de Romanos bien podría titularse “santificación”
aunque el término santificar no aparezca el mismo y la palabra santificación aparece sólo una vez (v. 22).
Finalmente, nuestra consideración ha procurado llamar la atención a un tema (o aspecto fundamental)
que generalmente se pasa por alto al analizar la doctrina de la justificación por la fe. Tomar nota de lo antes dicho
nos ayudará a ser más objetivos a la hora de analizar la justificación y su relación con la santificación y la forma en
la que ambas están estrechamente vinculadas. Así evitaremos citar mal algunos pasajes de la Escritura como si
hicieran referencia a cierta experiencia que es descrita bajo otros términos descriptivos por los escritores bíblicos.
4. La Justificación por la fe: Sus significados fundamentales
Después de explorar rápidamente la importancia capital de la doctrina de la justificación por la fe en los escritos de
Pablo, James Leo Garrett pasa a reconocer que así mismo esta doctrina pasó a ser “el caballito de batalla” de la “fase
luterana de la Reforma Protestante”.9 Acto seguido nos hace reflexionar al decirnos que “podría preguntarse hasta
qué punto la justificación es considerada relevante o importante para los cristianos al final del siglo XX y
comienzos del siglo XXI. Algunos han expresado a lo largo del siglo dudas acerca de la relevancia del concepto,
mientras que otros lo han afirmado”.10 Sin embargo, no es nuestro propósito aquí analizar este aspecto de la
doctrina, pues el espacio no lo permite. Por otro lado, nuestra reacción contra la doctrina de la justificación por la
fe dependerá (y de esto estoy 100% seguro) de nuestro entendimiento de la doctrina del pecado. Nuestro mundo
postmoderno se ha deshecho del concepto bíblico del pecado, por consiguiente es lógico pensar que puede
deshacerse también de la doctrina de la justificación por la fe fácilmente. Bien se ha observado que un mal
entendimiento de la doctrina del pecado conduce inevitablemente a un mal entendimiento de la doctrina de la
salvación.
Pero mientras tomemos el mensaje de la Biblia en serio (como Dios espera que lo hagamos siempre), no
podemos subestimar la importancia de una doctrina que nos ayuda a entender cómo un Dios Santo y amoroso ha
encontrado y establecido una forma sabia de reconciliarlos con Él. Y ante semejante muestra de amor e interés
divino no podemos adoptar sin perjuicio alguno, la actitud del rebelde Caín. Debemos procurar no venir ante
Dios trayendo alegremente lo que nosotros creemos que Él debe aceptar. Esta no es la forma correcta de
relacionarnos con Él, si hemos de aceptar que es Dios y nosotros sus criaturas en completo desamparo.
En la segunda sección analizamos nuestra necesidad de salvación. Estamos separados de Dios, muertos en
delitos y pecados y tan debilitados que no podemos por nuestra propia fuerza (aún con toda la educación que
podamos alcanzar) liberarnos del poder del pecado (cf. Efe. 2: 1-3; Rom. 8: 7; 2 Ped. 2: 19). Aun resuena en
nuestros oídos las inmortales palabra de nuestro Señor: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente
libres” ( Jn. 8: 36).
Garrett, al finalizar su análisis sobre la doctrina de la justificación por la fe expresó lo que él entiende
como “el punto más importante” y es que, “la justificación por la gracia de Dios por medio de la fe debe significar
8
Wallemkampf, p. 104.
9
Garrett, p. 271.
10
Ibíd.
para los cristianos contemporáneos nada menos que la verdad de que Dios ciertamente tiene que aceptar a los
seres humanos como si fueran más de lo que son actualmente, si es que los ha de poder aceptar. Y de hecho, es lo
que Él ha hecho en Jesucristo y continúa haciendo. ¡Gracias a Dios!”.11
Antes de presentar nuestro análisis de la justificación por la fe, deseo presentar brevemente dos aspectos
que considero de importancia fundamental para entender correctamente la doctrina de la justificación. 1) La
justicia de Dios. Para Lutero, antes de ser el protagonista de la Reforma, la justicia de Dios le producía terror, pues
la entendía como la justicia retributiva de Dios que es aplicable como castigo al pecador. Pero cuando descubrió
que la justicia que revela el evangelio no es la que se exige del pecador, sino la que se le otorga por medio de la fe,
entonces, una nueva corriente de vida espiritual inundó su vida. Pero la justicia de Dios está ligada
indisolublemente a la salvación y a su santa Ley. “[…] mi salación será para siempre, mi justicia no perecerá.
Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley” (Isa. 51: 6, 7; las cursivas son nuestras, cf.
caps. 59: 16; 61: 10; 63: 1). “Hablará mi lengua tus dichos, porque todos tus mandamientos son justicia” (Sal.
119: 172; cf. 24: 5; 31: 1; 40: 10). Por consiguiente, la justicia de Dios comprende la salvación de Dios y la
realidad de su Ley, fundamento de su gobierno universal. En la opinión del teólogo Blazen, “esta equiparación de
la justicia con la salvación o la misericordia en Isaías y en los Salmos ofrece un precedente bíblico de lo que ya es
claro de las conexiones contextuales acerca de la justicia en Romanos 1-3. Se puede deducir que la justicia de Dios
no señala un atributo de Dios sino, en la dinámica del pensamiento hebreo, una actividad redentora que coloca a
las personas que están en un camino equivocado en una relación correcta con Dios”.12
2) El pecado. Como ya vimos, la realidad del pecado es lo que ha hecho necesario la puesta en marcha del
Plan de la Redención. Si bien la Biblia usa diferentes palabras para definir el pecado (unas trece en el AT y unas
siete en el NT), nunca debemos pasar por alto que el pecado, en su manifestación externa como actos de rebelión,
constituye la manifestación exterior de un principio o ley (la “ley del pecado de la muerte” – Rom. 8: 2; cf. 7:
14-23) que está en pugna contra la gran Ley de amor de Dios (Rom. 8: 7, 1 Jn. 3: 4). Así como la ley de Dios está
ligada a la justicia (Isa. 51: 6, 7), así mismo la transgresión de la ley está ligada a la injusticia: “Toda injusticia es
pecado (transgresión de la Ley)” (1 Jn. 5: 17, VRV 1977). Pecado e injusticia son palabras sinónimas, de igual
manera, obediencia y justicia son palabras equivalentes también. Pero los seres humanos somos injustos y
desobedientes, tampoco podemos por nosotros mismos hacernos justos ni obedientes. Ni siquiera podemos
“declararnos” justos si hemos de decir siempre la verdad. Y no podemos porque somos culpables delante de Dios y
carecemos de las fuerzas necesarias para cambiar nuestra situación. De manera que la solución a nuestro problema
debe venir de arriba, desde afuera. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres” (Tit. 2: 11). Por consiguiente, toda definición de la doctrina de la justificación por la fe que no deja al
hombre bien parado ante la justicia y la Ley de Dios, es decir, tan reconciliado con ella, como con Dios mismo,
constituye una definición defectuosa e incompleta. Y así, con estas ideas, estamos listos para abordar el tema de la
justificación por la fe.13
A. La gracia de Dios es la fuente de nuestra “justificación”. Pero la gracia de Dios es mucho más que su
tierna disposición para salvar al que no lo merece, la gracia es presentada consistentemente en los escritos
de Pablo como el poder espiritual que se concede a los creyentes (cf. 1 Cor. 1: 4-9; 15: 10; 2 Cor. 8: 1 ,2; 2
11
Ibíd., p. 284.
12
Ibíd., pp. 135, 136.
13
Puesto que mis ideas sobre el tema siguen la misma línea de pensamiento de un ensayo anterior, seguiré aquí el
mismo formato con algunas ideas adicionales que incorporaré al texto.
Cor. 9: 8, 14; Gál. 2: 9; 2 Tim. 2: 1; Heb. 13: 9; 2 Ped. 3: 18). El poder de Dios para salvación lo llena
todo: La gracia, el Evangelio, el perdón y la cruz. Por consiguiente, la salvación (tanto como la
justificación) es una de las cosas más posibles que le puede ocurrir a cualquier ser humano.
B. La justificación como perdón de los pecados, pero es mucho más. Generalmente quienes definen
teológicamente el perdón como parte de la justificación no nos dicen que el sustantivo que usan los
escritores del NT para perdón (gr. áfesis), aunque significa “cancelación de una obligación”, implica
también “liberación de la cautividad”. De manera que el perdón es mucho más que absolución de la culpa,
es también un poder liberador. Esto queda confirmado al leer Col. 1: 13-14; cf. Luc. 4: 17-18. Áfesis
apunta no sólo a un acto judicial, al perdón del pecado, sino también a una redención o liberación del
pecado. Siendo que la justificación involucra el perdón de los pecados (y de eso no hay duda, cf. Hech. 13:
38, 39; Rom. 4: 6-8), constituye al mismo tiempo más que un simple acto de absolución, constituye un
poder que trae liberación.
C. La justificación por la fe y la imputación de la justicia. Esta idea es presentada por el apóstol Pablo
claramente, y lo hace citando la experiencia de Abrahán (Rom. 4). Entonces, si las mejores personas
necesitan que se les impute la justicia de Dios, también lo necesitan todas las demás. En el v. 2 Pablo dice
lo que Abrahán no encontró, pero en el v. 3 nos dice lo que sí encontró. ¿Y qué fue lo que encontró?
“Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (v. 3). Aquí resulta instructiva la observación de
Lewis Sperry Chafer sobre los aspectos involucrados en la imputación. “La actitud del apóstol Pablo
hacia Filemón es una ilustración tanto del mérito como del demérito imputado. Refiriéndose al esclavo
Filemón, dice el apóstol: ‘Así que, si me tienes por compañero, recíbelo como a mí mismo (imputación de
mérito). Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta (la imputación del demérito)’ (Fil. 17, 18)”.14
Pablo Hoff (en un contexto apologético), nos dice: “Imputar justicia no es perdonar, ni santificar.
Significa justificar, esto es, atribuir justicia […] justificar significa poner justicia a la cuenta de uno, y
tratarlo de manera acorde”.15 Resulta instructivo saber que el término “contado” (gr. logízomai) se traduce
como “atribuye”, “imputa” (vers. 6, NC). Se sabe también que en el griego clásico y en los papiros este
término se usaba en asuntos de contabilidad. La palabra hebrea que se traduce como “contado” (jashab)
en Gén. 15: 6 significa “pensar”, “reputar”, “considerar”, “computar”. Note la expresión “Elí la tuvo por
ebria” (1 Sam. 1: 13; cf. Gén. 38: 15; 2 Sam. 19: 19; Sal. 32: 2; Isa. 10: 7; Jer. 36: 3; Ose. 8: 12). Elí tuvo
por ebria a Ana, porque él creía que estaba ebria, pero se equivocó. Pero cuando Dios cuenta a una
persona por justa, siendo que ella no es justa, ¿se equivoca Dios en su percepción de la realidad? Para
algunos, la doctrina de la justificación por la fe (por lo menos en la forma que muchos teólogos la han
explicado) se presta para esta conclusión. Y es que en la justificación lo que se produce no es una
transferencia de méritos de una cuenta a otra (esto ha sido denominado “contaduría celestial” o “ficción
legal), sino que cuando Dios “imputa” su justicia al “impío” que ha creído (porque es por fe, es para el que
cree), cubre al tal completamente y lo llena de la justicia de Cristo. Y aquel que ha sido llenado y cubierto
con la justicia de Cristo, es una persona justa, es una nueva criatura.
14
15
Ibíd.
Ibíd., p. 336. En la página 354 vuelve a retomar el tema: “Imputar es adscribir, contar a, poner a cuenta de
alguien”.
Este aspecto o faceta de la justificación debe remarcarse puesto que ha sido motivo de acalorados debates
dentro del cristianismo. La solución al problema viene cuando descubrimos que la fe de Abrahán que le
fuera “contada” o imputada-acreditada como justicia, no implica que su fe poseyera en sí misma algún
mérito que pudiera ganar la justificación. Lo que le fue “contado” como justicia fue su fe en Dios. “Esta fe
– nos dice el Comentario Bíblico Adventista – es una relación, un modo de ver, una disposición del
hombre hacia Dios. Implica estar dispuesto a recibir con gozo cualquier cosa que Dios pueda revelar, y
hacer con gozo cualquier cosa que Dios pueda ordenar. Abrahán amó a Dios, confió en él y le obedeció,
porque lo conocía y era su amigo (Sant. 2: 21-23). Su fe fue una relación genuina de amor, confianza y
sumisión. Más aún: Abrahán conocía el Evangelio de salvación, y sabía que su justificación dependía del
sacrificio expiatorio de Aquel que vendría (Gál. 3: 8; cf. Juan 8: 56)”.16
D. La palabra “justificar” (dikaoō). Este vocablo es entendido generalmente como “declarar justo” y
“considerar justo”. Y es cierto, estos son dos de sus significados básicos. Pero pocos se detienen a analizar y
a explicarnos cómo es que una palabra que tiene estos sentidos, también significa “hacer recto”. De
manera que la justificación, es decir, ser “declarado justo” y “ser considerado justo” debe de alguna manera
involucrar el “hacer recto”, pero no en el sentido legalista católico.17 Esto debe explicarse
satisfactoriamente y no en una forma apologética solamente. Esto lo veremos más adelante (véase la
sección F).
E. La justificación es por fe y solamente por fe “de principio a fin” (Rom. 1: 17, NVI). Jesús fue bien claro:
“Todo aquel que crea” tendrá la vida eterna ( Jn. 3: 16). Pero antes había dicho también “El que no nace
de nuevo no verá el reino de Dios [no tendrá vida eterna]” (v. 3-5). Y al leer los vv. 14-15 descubrimos
que así como la justificación ocurre por la fe, el nuevo nacimiento también. Sin embargo, los teólogos
protestantes son tímidos en explicar este punto. Es claro que si somos salvos por la fe y experimentamos el
nuevo nacimiento también por la fe, entonces la justificación es mucho más que una absolución legal de
perdón y de consideración de justo sin serlo. uiero que quede claro un punto importante, no estoy
hablando aquí de “ser hecho justo” en el sentido católico, sino de ser hecho una nueva criatura por la fe, de
ser hecho una persona cristocéntrica; con naturaleza pecaminosa, sí, pero también con otra nueva, la
“naturaleza divina” (2 Ped. 1: 4). De manera que el nuevo nacimiento constituye la evidencia de que la
“justificación por la fe” ha tomado lugar en nuestros corazones.
En la carta a Tito, el apóstol Pablo nos dice claramente que Dios “nos salvó, no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavado regenerador y renoador del Espíritu
Santo [esto es verdadera salvación], que derramó en nosotros en abundancia, por Jesucristo nuestro
Salvador, [entonces sí] para que, justificados por su gracia, seamos herederos según la esperanza de la vida
eterna” (3: 5-7). Este texto revela las repercusiones éticas de la justificación por la fe en la vida de los
creyentes “salvados”, “renovados” y “justificados”. Así la justificación opera como un acto divino poderoso
que cambia al ser humano no de un pecador a un santo, sino de un mundano a un cristiano, de un “viejo
hombre” a un “nuevo hombre” (Efe. 4: 22-24). Entonces, estamos listos para ser santificados moralmente
sin oposición a la gracia de Dios que nos convierte en depositarios de la justicia impartida de Cristo, la
16
17
Tomo VI, p. 509.
Para un estudio detallado de la posición católica sobre la justificación por la fe entendida como “hacer justo”,
véase a Pablo Hoff en la obra ya referida en la nota No. 1.
cual también es por fe. En este contexto, la justificación por la fe, definida como una declaración legal de
absolución, queda corta.
Debo decir que de todos los autores recomendados por FLET para la lectura adicional, sólo uno (Lewis
Sperry Chafer), utilizó la expresión “justicia impartida”. Para este autor la justicia impartida de Cristo es la
obra del Espíritu Santo que hace posible que se cumpla en nosotros la “justicia de la ley, lo cual en este
caso significa nada menos que la realización de toda la voluntad de Dios para el creyente”.18
F. La justificación tiene relación con la Ley de Dios. Este es uno de los aspectos más descuidado en el
estudio de este tema. Es bueno saber que el Sr. Wisley le dedicó bastante espacio en sus sermones a este
particular, pero fue más allá de lo forense, enfatizó también el aspecto ético. Pablo nos dice que la “justicia
de Dios se ha manifestado” “a parte de la ley”, pero esa justicia “está testificada por la Ley” (Rom. 3:21). Es
decir, la Ley no puede justificarnos (pues ella nunca fue dada como un medio de salvación o justificación,
sino como una norma de conducta), pero sí testifica en la justificación que la justicia que nos
es imputada (acreditada a nuestra cuenta), es genuina y verdadera justicia. Y no debe haber duda, ya que
la “justicia de Cristo” es su “obediencia positiva” a la Ley. De manera concluyente podemos rechazar la
Ley como un ente justificador (pues no tiene poder para ello, por la debilidad de nuestra naturaleza – cf.
Rom. 8: 3), pero deber ser aceptada como un ente testificador. En este pasaje (Rom. 3: 21), la Ley es
prácticamente personificada como un Juez que emite un veredicto de aceptación y confirmación.
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, Pablo nos dice que por la “fe” (la justificación por la fe)
“confirmamos la Ley” (Rom. 3:31). Bien se ha dicho que “el plan de la justificación por la fe coloca a la
Ley en su debido lugar”. La traducción de Castilian resulta interesante: “Lo que hacemos por medio de la
fe es confirmar el valor de la ley”. Todavía más interesante resulta la traducción en Lenguaje Actual: “Al
contrario, si confiamos en él, la Ley cobra más valor”.
Cuando decimos que la justificación tiene relación con la Ley, no sólo estamos diciendo que Dios como
Juez emite una declaración favorable para mí o que Él como Padre misericordioso, por amor a su Hijo,
perdona mis transgresiones (lo que naturalmente tiene relación con la Ley). En este contexto, el teólogo
Pablo Hoff nos dice: “La pena de la Ley es inmutable, y tan poco susceptible de ser echada a un lado
como el precepto […] Las demandas de la Ley no son echadas a un lado ni descuidadas. Somos liberados
de la Ley no por su abrogación, sino por su ejecución (Gál. 2: 19). Somos liberados de la ley por el cuerpo
de Cristo (Rom. 7: 4) […] No puede haber remisión de la pena del pecado excepto sobre la base de la
satisfacción de la justicia; y por ello la justificación tiene que ser un acto judicial, y no un mero perdón o
infusión de justicia”.19 Pero, ¿es solamente por medio de la muerte de Cristo que Dios resuelve el
problema del ser humano pecador ante la ley?
Aunque estoy de acuerdo con las declaraciones precedentes, creo que esta idea proyecta sólo una cara de
la moneda y tiende a inclinar ligeramente la balanza hacia la cuneta del antinomianismo. Y es que si bien
las justas demandas de la ley fueron satisfechas por la muerte de Cristo sobre la cruz, y entendiendo que la
Ley no ha sido abrogada por su muerte, la relación del creyente con la Ley no es la relación de una cadáver
con la Ley, sino la de una nueva criatura con la Ley. Es como tener la oportunidad de reescribir la historia.
18
Ibid.
19
Hoff, Ibíd., p. 339.
Pero como seguimos teniendo naturaleza humana caída, a pesar de poseer ahora la “naturaleza divina” (2
Ped. 1: 4), siempre necesitaremos que la justicia de Cristo nos cubra (nos sea imputada), y que también
nos capacite para vivir en armonía con la Ley (nos sea impartida). No puede haber verdadera justificación
mientras nuestra mente mantiene una actitud de rebelión contra Ley, o mientras nuestro corazón no lata
en armonía con sus demandas de obediencia. Pero el creyente no se relaciona con la Ley como si ella fuera
su Redentor o su medio de salvación, sino como teniendo en ella un modelo perfecto de norma de
conducta. No obedecerá la Ley para alcanzar la justificación, sino para vivir una vida que produzca frutos
que glorifiquen a Dios. Pero obedecerá la Ley consciente de que su transgresión a esa Ley provocó la
muerte del Hijo de Dios, y que no puede “crucificar de nuevo” a su Señor viviendo una vida de desprecio
o de desobediencia a la Ley que Él vindicó con su propia vida y muerte. Hemos sido librados de la
condenación de la Ley no para incurrir en ella de nuevo. “Porque lo que era imposible para la ley, por
cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del
pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8: 2, 3).
De manera que Dios, por medio de la justificación por la fe me reconcilia con Él, pero también con el
espíritu de su Ley. Mientras que la actitud del inconverso es de “enemistad” y de incapacidad de sujeción a
la Ley (Rom. 8: 7), el lenguaje de alma convertida y justificada es: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el
día es ella mi meditación” (Sal. 119: 63). Cabe decir que en los escritos del apóstol Pablo, “justificación” y
“reconciliación” son términos equivalentes (cf. Rom. 5: 9, 10).
Y así, si el perdón de Dios es, aparte de una absolución, un poder transformador, es obvio que algo ocurre
en nosotros subjetivamente el día que somos perdonados. Si la justicia de Dios, más que un atributo
divino es un poder transformador (un principio de vida), es obvio que algo ocurre en nosotros el día que
la recibimos. Si la verdadera fe “actúa por el amor” y somos justificados por esa misma fe, es obvio que
algo ocurre en nosotros el día que somos justificados. Si la justificación establece la Ley, es obvio que algo
ocurre en nosotros ese mismo día, para no decir en ese mismo instante. Si somos justificados por creer y
aceptar el Evangelio, y el Evangelio es poder de Dios para salvación, entonces, es obvio que algo ocurre en
nosotros el día que creemos y somos justificados. De esta forma, la santificación, que es el “fruto” de la
justificación (Rom. 6:22), constituye no sólo una experiencia aparte (pero relacionada), sino la expansión
cada vez más creciente de la misma experiencia de la justificación por la fe.
Es solo en este contexto, desde mi punto de vista, que el sentido ignorado de “hacer recto” implicado en la
palabra “justificar” alcanza su cumplimiento. Es por eso que se ha reconocido que si bien no podemos
igualar la justificación y la regeneración (o nuevo nacimiento), para “conservar el uso bíblico de esta
terminología […] en la experiencia cristiana ambas pueden ocurrir al mismo tiempo. En el momento que
alguien es justificado también nace de nuevo. En la práctica (la justificación y la regeneración)
permanecen juntas. La justificación y la regeneración son las dos caras de la misma moneda”.20 Es solo así
que podemos entender las declaraciones de Cristo en su conversación con Nicodemo. Él fue claro, somos
herederos de la vida eterna, al creer en el Hijo de Dios (al recibir el Don de Dios – Jn. 3: 16), pero somos
también nacidos de nuevo por esa misma fe, con el mismo propósito que creímos (vv. 3-5): Ser herederos
del “reino de Dios”. Lo último es la evidencia de que lo primero ha tomado lugar en nuestra vida.
20
Edward Heppenstall, Salvación sin Limites (Apia, Gema Editores, 2009), p. 61.
Algo más. Imaginemos por un momento que la justificación por la fe consiste sola y exclusivamente en la
declaración divina del perdón de nuestros pecados y de que la justicia de Cristo nos ha sido imputada.
Aún así estamos obligados a concluir que la justificación consiste en algo más que la simple cancelación
de mis pecados y que por consiguiente Dios me declara justo sin serlo y me trata como tal. Aún así
estamos obligados a creer que esta experiencia nos afecta subjetivamente. ¿Por qué razón? Porque en este
acto de declaración está involucrada la Palabra de Dios. En Romanos 4: 17b, leemos que Dios “da vida a
los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (el énfasis es nuestro). Aquí tenemos una verdad
maravillosa. Uno de mis escritores cristianos favoritos del siglo pasado, E. J. Waggoner, dijo (cito de
memoria) que “cuando un hombre llama una cosa que no es como si fuera, sencillamente está mintiendo;
pero cuando Dios llama las cosas que no son como si fueran, su palabra trae a la existencia tal cosa”. Luego
cita los pasajes que evocan la creación como un acto instantáneo del poder de Dios, así como los milagros
de Cristo, en los cuales, con la sola pronunciación de su palabra, “inmediatamente” se producía el efecto
deseado. Así que, si en la justificación por la fe Dios declara que alguien que es justo sin serlo, la palabra
divina crea en esa persona un corazón justo. La palabra de Dios lleva en sí misma el poder para trae a la
vida aquello que llama a la existencia. Por eso, para mí, la expresión “ser hecho justo” no implica ninguna
amenaza para la doctrina de la justificación por la fe, si se entiende en su verdadera perspectiva. Y es que a
veces tendemos a olvida que la justificación es por la fe, y que esa fe que trae al corazón la justicia de Dios,
es mucho más que un mero asentimiento intelectual a la verdad. ¿Y, qué es eso que llamamos “fe”? “La fe
es la apreciación del corazón [ Jn. 3: 16], pero es más que eso. La fe es la forma en que decimos gracias a la
misericordia de Dios. La fe tiene dos manos, da gracias por el perdón y da gracias por el poder […] En
otras palabras, cuando unimos la ‘fe’ con la ‘justificación’, ¡estamos uniendo una experiencia única,
profunda y personal con Dios y ese acto singular suyo que llamamos ‘la salvación’!”.21 El que tiene esta fe
no es aquel que ha recibido una efusión de justicia en su corazón para transformarlo en un santo que
luego podrá ser justificado; NO, es aquel que, habiendo respondido con fe y gratitud a las buenas nuevas
del evangelio, recibe el don de la fe instrumental y justificante para reconciliarse con Dios y su santa Ley.
Es esta fe que trae la poderosa justicia de Cristo a nuestro corazón (y a nuestra cuenta si se quiere).
Es solo así que podemos entender que la justificación por la fe “establece la Ley”, y hace al cristiano
“recto”. Y es que la persona justificada es “una nueva criatura” que está en armonía con Dios y su santa Ley
de amor. ¿Y ahora, qué? El mañana nos espera para vivir como un Hijo del Rey, en plena santificación.
5. El fruto de la justificación por la fe: La santificación moral
Después de sentar las bases de la justificación por la fe en los caps. 3: 21-5:11, el apóstol Pablo pasa entonces a
explicar cómo es que tanto los gentiles como los judíos están bajo el poder del pecado (Rom. 5: 12-21). Entonces,
pasa a demostrar que aquellos que han sido liberados del pecado por el poder del evangelio están llamados a la
siguiente experiencia: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por
vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (6: 22). En los versos precedentes Pablo dice como
ocurrió la liberación: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a
aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la
justicia” (vv. 17, 18, el énfasis es nuestro).
21
Herbert E. Douglas, La Justificación por la Fe, http://spectrummagazine.org/cafe_hispano/2011/10/24/justificaciónpor-la-fe
La santificación bíblica apartó a los seres humanos que oyeron y creyeron el evangelio del mundo para
entrar a formar parte de la iglesia, de los santos que se han dedicado al servicio de Dios. Una vez justificados por la
fe, la obra de Dios en ellos no ha concluido. La santificación teológica o moral es la siguiente etapa del proceso de
la salvación. Pero el cambio que ha producido la justificación por la fe en el creyente constituye la base sobre la
cual se desarrollará la santificación por la fe. La comunión que la justificación ha inaugurado entre Dios y el ser
humano, debe ser mantenida. Y puesto que la naturaleza del justificado sigue siendo pecaminosa, aunque liberada
del poder subyugador del pecado, se presupone que habrá una dura lucha contra las fuerzas del mal y de nuestra
propia naturaleza caída (cf. Rom. 7: 15-23). Pero la justificación por la fe nos ha dejado de pie ante el trono de
Dios como un hijo del reino, y la santificación, que también es la obra del Espíritu en nuestro corazón por medio
de la fe, impedirá que nos movamos de allí.
Si bien es cierto, que la santificación es una experiencia que se prolonga por toda la vida, es incorrecto
concluir que se toma toda la vida ser santificados por el poder de Dios. Esto equivaldría a decir que el pecado es un
poder o monstruo tan grande que ni aún el poder del Dios puede vencerlo. El comer es también una obra de toda
la vida (comimos ayer, comimos hoy y volveremos a comer mañana). Es en este sentido que la santificación por la
fe es una obra de toda la vida. No es que se necesita una vida entera para ser santificado por el Señor, sino que
debemos ser santificados continuamente mientras vivamos. “En el sentido bíblico la santificación es gradual,
progresiva, y nunca termina. En cualquier sentido, la santificación nunca termina”.22 Aún más allá del tiempo de
prueba final, leemos: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es
justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Apoc. 22: 11).
Mientras que la justificación por la fe nos imputa la justicia de Cristo y nos califica para el cielo aquí y
ahora (1 Cor. 1: 30; Rom. 4: 5,6), la santificación por la fe nos imparte la justicia de Cristo y nos hace idónea para
la vida en la presencia de Dios (Rom. 6: 18, 22). En la tierra renovada no entrará nada que la contamine: “El que
venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los
abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el
lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apoc. 21: 7, 8). “Bienaventurados los que lavan sus
ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán
fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Apoc.
22: 14, 15). De manera que si bien la santificación por la fe es una obra que nunca termina, deberá llevar los hijos
de Dios a un punto en el que puedan permanecer ante la gloria de Dios sin ser consumidos por ella. Y esto, me
parece que desafía nuestras defectuosas definiciones de la santificación moral.
6. La esperanza del Evangelio
El evangelio en su más pura esencia es el anuncio de que Dios, en la persona de su hijo ha obtenido completa
salvación para todos los seres humanos. Así que la proclamación del evangelio debe involucrar tres aspectos
singulares e inseparables uno del otro y que ya son una realidad “en Cristo” para todos los seres humanos, en
especial, “para todo aquel que creer”. Estos tres aspectos son los siguientes: 23
1. La salvación de la culpa y el castigo del pecado.
2. La salvación del poder y la esclavitud del pecado.
22
23
Wallenkapmf, Ibíd., p. 107.
En este punto sigo de cerca las ideas del teólogo Jack Sequeira. Este documento lo conservo en mi Laptop, pero
he perdido el libro de donde lo transcribí.
3. La salvación de la naturaleza y la presencia del pecado.
El primer aspecto del evangelio constituye el medio de nuestra justificación delante de Dios, el segundo,
constituye el medio de nuestra santificación y el tercero aspecto, es el medio de nuestra glorificación futura. Ahora
bien, es de suma importancia que cada cristiano esté plenamente convencido de que pueden reclamar la
justificación como un hecho ya establecido (Rom. 5: 1), la santificación es una experiencia continua y en proceso (1
Tes. 4: 2-7; 5: 23) y la glorificación es una esperanza futura para realizarse en la segunda venida de Cristo (Rom. 8:
24, 25; Fil. 3: 20, 21).
“Estos tres aspectos de la salvación ya han sido realizados o cumplidos en el nacimiento, la vida, la muerte y
la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, los tres aspectos de la salvación son ofrecidos a la raza
humana ‘en Cristo’ y no pueden ser separados. Aquel a quien Dios ha justificado, Él lo glorificará, a menos que le dé
la espalda por la incredulidad (Rom. 8:30; Heb. 10: 38, 39). En vista de esto, los tres aspectos completos
constituyen las Buenas Nuevas de la salvación, y puesto que nos llegan en un solo conjunto, Jesucristo, son
inseparables y no podemos escoger recibir uno sin recibir el otro”.24
De los tres aspectos antes mencionados, queremos remarcar el último, la salvación de la naturaleza y la
presencia del pecado. Pablo fue bien claro al decirnos hacia donde Dios guía la vida de aquellos que ha justificado
por la fe y la obra del Espíritu Santo (Col. 2: 6, 7; Gál. 5: 16-18), a la glorificación, la vida eterna (cf. Rom. 6: 22b;
8: 29, 30). Pero la presencia del pecado en nuestra naturaleza hace que vivamos en una continua lucha contra la
“ley del pecado y de la muerte” que mora en nuestros miembros (Rom. 8: 2). Dios no tiene planes de recibir
indefinidamente una obediencia mancha por nuestras caídas y fracasos, y así como venció el pecado “en Cristo”, se
propone vencerlo por medio de “Cristo en vosotros” (Col. 1: 27), y finalmente erradicar su presencia de nuestra
naturaleza por medio de la glorificación. Esta es la verdadera “esperanza de gloria” (Col. 1: 27) que será cumplida
en ocasión de la segunda venida de Cristo a esta tierra (1 Cor. 15: 49-58). Ese día, el principio de pecado que
había sido subyugado y resistido por medio del poder de Dios en nuestras naturaleza, finalmente será erradicado,
ya no estará presente en nuestra naturaleza. Y será aquel día y no otro, en el que valoraremos en su verdadera
dimensión la buenas nuevas de la justificación por la fe.
7. Conclusión
Como hemos podido ver la doctrina de la justificación por la fe nunca podrá perder su importancia y relevancia
para la iglesia cristiana. Creo que es una doctrina ante la cual todavía mantenemos una deuda pendiente que nunca
podremos saldar. Nuestra más profunda gratitud debería llevarnos a los pies de nuestro amado Salvador quien fue
capaz de abrir una vía de acceso para que nuestras vidas manchadas y arruinadas por el pecado, llegaran a ser
restaurada a la semejanza divina.
Nuestra situación moral delante de Dios hoy, es la misma de Adán y Eva cuando salieron cubiertos con
delantales de hojas de higuera ante la presencia de Dios (cf. Gén. 3: 7-11). Pero las “buenas nuevas” del evangelio
son “muy buenas”. Ese Dios “Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo” que habita “en
la altura y la santidad”, también habita “con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los
humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isa. 57: 15). La gloria de la presencia salvadora de Dios
es exclusiva, pero no para aquellos que Dios elige arbitrariamente, sino para aquellos que se humillan ante su
presencia y reconocen que en términos de justicia están completamente destituidos.
24
Ibíd.
Entonces la justificación por la fe es la respuesta divina a este acto de humilde reconocimiento y
humillación. Una reconocida escritora norteamericana dijo en cierta ocasión: “¿ué es la justificación por la fe?
Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad
de hacer por sí mismo”. Y cuando nuestro orgullo ha sido abatido en el polvo, entonces estamos listos para ser
santificados moralmente por el poder del Espíritu de Dios.
La eternidad no sería más que un espacio vacío si Dios no estuviera allí, y fuera (aun con la presencia de
Dios), un lugar lúgubre si no existieran sentimientos de gratitud que se eleven ante el trono de Dios en sincero
reconocimiento por lo que hizo por nosotros. “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie
podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del
Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación
pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor
del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y
adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder
y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc. 7: 9-12). Este canto constituye una
muestra de agradecimiento donde en forma velada le daremos gracia, honra, gloria y honor a Dios por habernos
justificados por la fe, porque, ¿de qué otra manera podríamos haber llegados a estar de pie ante su trono de gloria?
*Para comunicarse con el autor, puede escribir a: refl[email protected]

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