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En defensa del marxismo
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Prefacio
por Doug Jenness
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Introducción a la segunda edición,
por George Novack y Joseph Hansen
21
1. Carta a James P. Cannon, 12 de septiembre de 1939
47
2. La URSS en guerra, 25 de septiembre de 1939
49
3. Carta a Sherman Stanley, 8 de octubre de 1939
77
4. Otra vez y de nuevo una vez más sobre
el carácter de la URSS, 18 de octubre de 1939
80
5. El referéndum y el centralismo democrático,
21 de octubre de 1939
94
6. Carta a Sherman Stanley, 22 de octubre de 1939
96
7. Carta a James P. Cannon, 28 de octubre de 1939
100
8. Carta a Max Shachtman, 6 de noviembre de 1939
103
9. Carta a James P. Cannon, 15 de diciembre de 1939
111
10. Una oposición pequeñoburguesa en el Partido
Socialista de los Trabajadores,
15 de diciembre de 1939
113
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11. Carta a John G. Wright, 19 de diciembre de 1939
143
12. Carta a Max Shachtman, 20 de diciembre de 1939
145
13. Cuatro cartas a la mayoría del Comité Nacional,
26 de diciembre de 1939; 27 de diciembre de 1939;
3 de enero de 1940; 4 de enero de 1940
146
14. Carta a Joseph Hansen, 5 de enero de 1940
153
15. Carta abierta al camarada Burnham,
7 de enero de 1940
156
16. Carta a James P. Cannon, 9 de enero de 1940
190
17. Carta a Farrell Dobbs, 10 de enero de 1940
191
18. Carta a John G. Wright, 13 de enero de 1940
194
19. Carta a James P. Cannon, 16 de enero de 1940
195
20. Carta a George Novack, 16 de enero de 1940
196
21. Carta a Joseph Hansen, 18 de enero de 1940
197
22. De un rasguño al peligro de gangrena,
24 de enero de 1940
199
23. Carta a Martin Abern, 29 de enero de 1940 268
24. Dos cartas a Albert Goldman,
10 de febrero de 1940; 19 de febrero de 1940
270
25. ¡De vuelta al partido!, 21 de febrero de 1940
273
26. ‘Ciencia y estilo’, 23 de febrero de 1940
278
27. Carta a James P. Cannon, 27 de febrero de 1940
280
28. Carta a Joseph Hansen, 29 de febrero de 1940
282
29. Tres cartas a Farrell Dobbs, 4 de marzo de 1940;
4 de abril de 1940; 16 de abril de 1940
285
30. Los moralistas pequeñoburgueses y el partido
proletario, 23 de abril de 1940
293
31. Balance de los sucesos finlandeses,
25 de abril de 1940
299
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32. Carta a James P. Cannon, 28 de mayo de 1940
313
33. Carta a Albert Goldman, 5 de junio de 1940
314
34. Sobre el Partido ‘Obrero’, 7 de agosto de 1940
315
35. Carta a Albert Goldman, 9 de agosto de 1940
320
36. Carta a Chris Andrews, 17 de agosto de 1940
322
APENDICE
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Ciencia y estilo: Una respuesta al camarada Trotsky,
1 de febrero de 1940
325
Carta de renuncia de James Burnham al Partido Obrero
21 de mayo de 1940
363
Glosario de nombres y términos
373
Indice 391
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Introducción a la segunda edición
por George Novack y Joseph Hansen*
I
Durante más de cuarenta años León Trotsky defendió y
desarrolló las ideas y métodos del marxismo. Al comienzo
de su madurez se encargó de defenderlos contra el régimen
zarista y contra el mundo burgués en su totalidad. Durante
la Primera Guerra Mundial defendió el internacionalismo
revolucionario contra los socialistas patriotas y revisionistas
de la Segunda Internacional. En la Revolución Rusa, hombro
a hombro con Lenin, defendió el programa bolchevique contra los mencheviques y los socialistas revolucionarios. Después de la victoriosa Revolución de Octubre de 1917, como
uno de los principales propagandistas soviéticos, defendió
los principios marxistas en el campo de la polémica política de la misma forma vigorosa y brillante con que dirigió
la defensa del estado obrero en los frentes militares. Junto
con Lenin fundó la Tercera Internacional para difundir las
ideas del marxismo por todo el mundo.
* George Novack y Joseph Hansen fueron por muchos años líderes del Partido Socialista de los Trabajadores en Estados Unidos.
Hansen fue secretario de León Trotsky desde 1937 hasta el asesinato de éste en 1940.
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Trotsky libró sus batallas más importantes en defensa del
marxismo después de la muerte de Lenin. Cuando aparecieron las primeras señales de una reacción burocrática en
el seno del Partido Comunista ruso, Trotsky organizó la
Oposición de Izquierda, que se propuso defender el programa bolchevique ante el bloque formado por Stalin, Zinóviev
y Kámenev que incidía en una política pequeñoburguesa.
A pesar de haber sido deportado a Alma-Ata [Ka­zaj­s­tán],
continuó la lucha de la Oposición Comunista de Izquierda
rusa contra las tendencias revisionistas cada vez más pronunciadas de la camarilla estalinista, que se seguía degenerando. Desde el exilio en Turquía organizó la Oposición
Comunista de Izquierda a nivel internacional. Cuando en
1933 la Tercera Internacional capituló ante el fascismo en
Alemania sin oponer resistencia alguna, Trotsky hizo un
llamado proponiendo la formación de la Cuarta Internacional, que fue fundada en 1938.
Durante la última década de su vida, Trotsky defendió
el marxismo contra el fascismo, contra la opinión pública
democrático-burguesa y contra políticas pequeñoburguesas
de toda índole que iban desde el estalinismo virulento de
la Tercera Internacional y el reformismo social senil de la
Segunda Internacional hasta el centrismo impotente, el ultraizquierdismo y el anarcosindicalismo. No hubo una sola
tendencia antimarxista significativa que no tuviera que bregar
con Trotsky o a la que éste no analizara y debatiera en sus
escritos. En el período de reacción universal que culminó
en la Segunda Guerra Mundial, Trotsky se destacó como el
principal defensor del socialismo revolucionario.
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, a Trotsky
de nuevo le tocó batirse en defensa del marxismo. Esta vez
la lucha aconteció en las filas de la sección estadounidense
de su propia Cuarta Internacional. Fuera de balance debido al impacto de la guerra en Europa y a la presión de
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influencias e ideas de clases ajenas, un grupo de líderes del
Partido Socialista de los Trabajadores hizo lo que Trotsky
caracterizó como “un intento de rechazar, invalidar y destruir las bases teóricas, los principios políticos y los métodos organizativos de nuestro movimiento”. (Ver la página
187 de este libro).
Ellos y sus seguidores fracasaron. Fracasaron porque
Trotsky, basándose en las experiencias del Partido Bolchevique y sus predecesores, le había advertido al movimiento
trotskista que el estallido de otra guerra imperialista inevitablemente precipitaría una crisis en sus propias filas; que
la embestida de la opinión pública burguesa des­orientaría
a los elementos pequeñoburgueses del partido; que el ala
proletaria debía prepararse contra los peligros de esta desmoralización. Fracasaron porque, cuando esa crisis despuntó, Trotsky detectó sus primeros síntomas, diagnosticó la
naturaleza de la enfermedad y pronosticó su evolución. Fracasaron porque Trotsky supo guiar a la mayoría proletaria
durante el conflicto de facciones que se desató.
Este libro es el producto más valioso de esa lucha que
puso a prueba y dio temple a las filas de nuestro partido.
Aquí se encuentran muchas de las contribuciones más maduras que Trotsky hizo al pensamiento marxista. En el último año de su vida, Trotsky dedicó lo mejor de sus energías
a esta última batalla en defensa del marxismo. La última
carta que incluimos en esta colección la escribió el 17 de
agosto de 1940, tres días antes de que el asesino estalinista
lo aniquilara.
II
Como demostró Trotsky en su artículo “De un rasguño
al peligro de gangrena”, los elementos de una desviación
pequeñoburguesa habían estado germinando durante largo
tiempo en el seno del movimiento trotskista norteamericano.
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Esta tendencia no osó hacerse valer de una forma política
organizada y abierta sino hasta que los acontecimientos
previos e inmediatamente posteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial la obligaron a hacerlo.
El pretexto inmediato para la formación de la oposición
pequeñoburguesa y su violento ataque contra el marxismo
giraron en torno al problema de la URSS. Esto no fue ningún
accidente. Desde el 7 de noviembre de 1917, la cuestión de
la Revolución Rusa —y el estado soviético, que es creación
suya— ha trazado una clara línea divisoria en el movimiento obrero de todos los países. La actitud adoptada hacia la
Unión Soviética durante todos estos años ha constituido el
criterio decisivo con que la tendencia genuinamente revolucionaria se diferencia de todos los matices y variantes de los
que vacilan, cejan y capitulan ante las presiones del mundo
burgués: los mencheviques, socialdemócratas, anarquistas
y sindicalistas, centristas y estalinistas.
La evolución de la discusión rápidamente evidenció que
se ponían en tela de juicio todos los temas fundamentales.
El 22 de agosto de 1939 se anunció el pacto germanosoviético. Inmediatamente se desató por todas las “democracias” una enorme ola de propaganda antisoviética. El
ala pequeñoburguesa del Partido Socialista de los Trabajadores fue sacudida hasta la médula. Ese mismo día, en la
reunión del Comité Político del PST, Shachtman presentó
la siguiente moción: “Que se inicie la próxima reunión del
Comité Político con una discusión sobre nuestra apreciación
del pacto Stalin-Hitler en lo que respecta a nuestra evaluación del estado soviético y las perspectivas para el futuro”.
Shachtman aún afir­maba defender a la URSS. No obstante, su moción indicaba que ahora concurría con la opinión
de James Burnham sobre el carácter de la URSS, a la que
antes se había opuesto. En varios documentos escritos dos
años antes, Burnham —al igual que Shachtman, miembro
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del Comité Político— ya había puesto en duda el principio
fundamental de la Cuarta Internacional de que la Unión Soviética es un estado obrero que, aunque degenerado bajo el
régimen estalinista, debe ser defendido incondicionalmente
por la clase obrera mundial contra los ataques imperialistas.
De ahí que el pacto que anunció la guerra, anunció también
la crisis interna de nuestro partido.
Una semana más tarde comenzó la Segunda Guerra Mundial. La tendencia pequeñoburguesa que hasta ese momento
se había refrenado, ahora se daba rienda suelta. En la reunión
del Comité Político del 3 de septiembre Burnham planteó
una moción para que se convocara una sesión plenaria del
Comité Nacional para la semana siguiente y se pusiera en
el orden del día la reconsideración de la cuestión rusa. La
mayoría aceptó la propuesta y exigió de la oposición que
primero presentara sus nuevas ideas por escrito. La mayoría
además pidió tiempo suficiente para invitar a Trotsky a que
nos pusiera al corriente sobre sus puntos de vista. La oposición votó contra esta propuesta, hecho característico de la
hostilidad que desde un principio mostró hacia Trotsky.
El 5 de septiembre, Burnham presentó ante el pleno del
Comité Nacional su documento “Sobre el carácter de la
guerra”. Las oraciones siguientes captan la esencia del documento: “Es imposible considerar a la Unión Soviética en
ningún sentido como un estado obrero… La intervención
soviética [en la guerra] estará completamente subordinada
al carácter imperialista general del conflicto en su conjunto; y en ningún sentido será una defensa de los restos de la
economía socialista”. Una semana más tarde, en la carta
con la que comienza este libro, Trotsky empezó a poner al
descubierto las verdaderas implicaciones de la doctrina de
Burnham: “que se ha agotado todo el potencial revolucionario del proletariado mundial, que el movimiento socialista está en bancarrota, y que el viejo capitalismo se está
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transformando en ‘colectivismo burocrático’ con una nueva
clase explotadora”.
Trotsky ahondó en la posición de Burnham en su primer
documento importante de la lucha faccionaria, “La URSS
en guerra”, que llegó a tiempo para la discusión del pleno.
Ya que la oposición peque­ñoburguesa aún no se había constituido abiertamente como facción, Trotsky se valió de argumentos similares a los de ellos que habían sido propuestos
por el ex comunista italiano Bruno R. y otros, y los llevó
hasta sus conclusiones lógicas. Este documento constituía
una severa advertencia a Burnham y a sus seguidores en el
sentido que al desafiar el programa de la Cuarta Internacional en lo tocante al problema ruso, en realidad desafiaban
los postulados básicos del socialismo científico.
En la oposición pequeñoburguesa se juntaron tres agrupaciones distintas. Burnham era su líder ideológico, expresando más cabalmente su carácter antimarxista. La camarilla de Abern aparentaba concurrir con los puntos de vista
de Trotsky y rechazar los de Burn­ham. A Shachtman, que
adoptaba una posición intermedia, lo asediaban las dudas
y recelos, los cuales aplicaba indistintamente tanto a las
posiciones de Trotsky como a las de Burnham.
Estas dos últimas tendencias del bloque —las de Abern y
Shacht­man— aún no estaban listas para adoptar una posición sobre el terreno de Burnham. Aún fingían ser leales al
programa de la Cuarta Internacional. ¿Cómo les fue posible
eludir estas contradicciones en su posición para formar una
facción común con Burnham? Conspiraron con Burnham
para ocultar los verdaderos puntos de vista de éste. Luego,
al negarse a considerar principios básicos y al exigir que la
discusión se limitara a temas “concretos” inmediatos encontraron una fórmula común para realizar su combinación
sobre una base carente de principios.
En la reunión plenaria que comenzó el 30 de septiembre,
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cuando llegó la hora de que Burnham hablara en defensa
de su documento, ¡simple y sencillamente anunció que lo
había retirado! En cambio, su abogado Shachtman produjo
una resolución sobre la plataforma conjunta de la oposición
que trataba de evadir y posponer la discusión de la disputa
fundamental sobre la naturaleza de clase del estado soviético,
limitando la pugna a “respuestas inmediatas a los problemas concretos planteados por el pacto Hitler-Stalin”. Sin
embargo, la resolución no consiguió adherirse a sus propios
objetivos y condiciones. La invasión de Polonia por el Ejército Rojo fue denominada un acto de “política imperialista”
que requería de una “re­vi­sión de nuestro concepto anterior
de la ‘defensa incondicional de la Unión Soviética’ ”.
La camarilla de Abern dejó al descubierto su carencia de
principios al votar a favor tanto de la resolución de Shacht­
man como de la resolución y moción de la mayoría del partido para “reafirmar nuestro análisis básico de la naturaleza del estado soviético y del papel del estalinismo” y para
“respaldar las conclusiones políticas” del artículo de Trotsky
“La URSS en guerra”.
A juzgar por las apariencias, en esta etapa de su fuga del
marxismo, los miembros de la oposición simplemente diferían con Trotsky en su interpretación de los sucesos del
momento y en “los métodos organizativos” de la dirección
del Partido Socialista de los Trabajadores, que le atribuían
a Cannon. Sin embargo, Trotsky y sus colegas pudieron discernir la tendencia antimarxista oculta en el seno de toda
esta combinación carente de principios. La tutela ideológica
de la resolución de Shachtman era patente. La interrogante
que planteaba sobre la naturaleza de clase de la Unión Soviética servía de puente hacia la respuesta de Burnham. Y
esa respuesta fue presagiada por su caracterización de las
acciones del Ejército Rojo como “actos de política imperialista”. Como explicó Trotsky en su primera carta a Sherman
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Stanley y en su artículo “Otra vez y de nuevo una vez más
sobre el carácter de la URSS”, imperialismo es un término
que los marxistas reservan para la política expansionista
del capitalismo monopolista. Consecuentemente, el pleno
condenó la resolución de la oposición “como un intento en
parte de revisar la posición fundamental del partido, y en
parte de encubrir la posición de aquellos cuyo objetivo es
una revisión de nuestra política en lo tocante al problema
de la Unión Soviética en un sentido fundamental”, y aprobó la posición planteada por Trotsky en su artículo “La
URSS en guerra”.
La oposición se organizó a nivel nacional y buscó apoyo
en otras secciones nacionales de la Cuarta Internacional.
Durante una serie de reuniones de la militancia en Nueva
York, la mayoría continuó sus esfuerzos por sacar a relucir
los temas fundamentales.
En su siguiente artículo “Otra vez y de nuevo una vez más
sobre el carácter de la URSS”, Trotsky bregó de forma más
específica y aguda con los argumentos que los seguidores
de Burnham estaban diseminando, advirtiéndoles a todos
los que quisieran tomarlo en consideración: “Si vamos a hablar de una revisión de Marx, es en realidad la revisión por
parte de aquellos camaradas que proyectan un nuevo tipo
de estado, que ‘no es burgués’ y ‘no es obrero’ ”. A Trotsky
le fueron enviados —en versión taquigráfica— un discurso
de James P. Cannon en apoyo a la posición de la Cuarta
Internacional y un discurso de Shachtman donde trataba
de encubrir a Burn­ham y de mantener la posición enormemente inestable de la resolución que presentó a la reunión
plenaria. Tras recibir las dos versiones taquigráficas, Trotsky
inmediatamente dictó una carta dirigida a Shacht­man, que
aparece en la página 103 de este libro, en la que respondió
en detalle a las ideas revisionistas que hasta ese momento
Shachtman había tratado de hacer pasar como si concorda-
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ran con el artículo de Trotsky “La URSS en guerra”.
En las semanas siguientes, la mayoría publicó artículos en
el boletín interno del Partido Socialista de los Trabajadores
aclarando más aún el carácter profundo de las diferencias,
pero la oposición tercamente rehusó trabar batalla sobre
esta base de principios. Trotsky decidió que ya era hora de
sajar los raciocinios de la minoría y de abrir el absceso del
que manaba la infección: el liderazgo ideológico de Burnham. En el famoso primer párrafo de su siguiente artículo,
“Una oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista de
los Trabajadores” (página 113), declaró:
“Es necesario llamar a las cosas por su nombre preciso.
Ahora que la posición de ambas facciones en lucha se ha
delineado con perfecta claridad, debe decirse que la minoría del Comité Nacional encabeza una tendencia pequeñoburguesa típica. Como todo grupo pequeñoburgués dentro
del movimiento socialista, la oposición actual se caracteriza
por los siguientes rasgos: una actitud de desdén hacia la teoría y una inclinación hacia el eclecticismo; falta de respeto
por la tradición de su propia organización; inquietud por
una ‘independencia’ personal a costa de la inquietud por la
verdad objetiva; nerviosismo en lugar de constancia; presteza a saltar de una posición a otra; falta de comprensión
del centralismo revolucionario y hostilidad hacia él; y, por
último, inclinación a sustituir la disciplina del partido por
vínculos de camarilla y lazos personales…”
Como bisturí, estas palabras incidieron en las pretensiones de la minoría. Ahora todas las implicaciones de la lucha
faccionaria habían sido planteadas de forma categórica por
el líder de la Cuarta Internacional. El artículo, dirigido principalmente contra Burnham, sacó a relucir ante la totalidad
de la Cuarta Internacional el problema del método que Burn­
ham usó para llegar a sus conclusiones teóricas y políticas.
Trotsky demostró que Burnham y Shachtman fueron con-
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ducidos inexorablemente a conclusiones políticas erradas al
rechazar la dialéctica y sustituirla por el método pragmático.
Para beneficio de los trabajadores que no estaban familiarizados con el materialismo dialéctico, Trotsky delineó las
ideas elementales del método en un lenguaje lúcido.
Trotsky continuó su análisis de la oposición pequeñoburguesa con una “Carta abierta al camarada Burnham”. Su
objetivo era desafiar abiertamente a Burnham para obligarlo a salir en defensa de sus verdaderos puntos de vista.
Burnham no se atrevió a permanecer callado bajo el fuego
nutrido de Trotsky por miedo a perder influencia entre su
séquito. Además, las estocadas de Trotsky le habían dado
en los órganos vitales. Como Burnham confesó más tarde en su carta de renuncia, Trotsky lidió con las creencias
precisas que definían el rumbo de Burnham y de las cuales
estaba consciente mucho antes de su ruptura pública con
la Cuarta Internacional.
¿Por qué en ese momento no dejó a Burnham una gran
parte de la oposición para retornar al marxismo? La respuesta radica en el peso abrumador de la presión social
que sintieron conforme la guerra envolvía al mundo entero. Este era el período en que “la pobrecita Finlandia” del
barón Mannerheim era objeto de compasión y la Unión
Soviética era objeto de un odio virulento en Inglaterra y
Estados Unidos.
Shachtman salió a la defensa de Burnham en una carta
abierta en la que atacaba a Trotsky. Consecuente con la
aseveración de Burn­ham de que el método del materialismo dialéctico —el método empleado por Trotsky— no era
útil para resolver los problemas políticos del día, Shachtman utilizó los acontecimientos de Polonia y Finlandia para
tratar de difamar las interpretaciones de Trotsky sobre los
sucesos del momento.
Trotsky le respondió a Shachtman en “De un rasguño al
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peligro de gangrena”. En este artículo, el ataque de Trotsky contra Burn­ham —siempre el blanco principal durante
toda esta lucha— va acompañado de un poderoso y devastador análisis del pasado de Shachtman y de su papel como
abogado de Burnham. Entonces Burnham salió en defensa
propia. Respondió a la carta abierta de Trotsky con su notorio documento “Ciencia y estilo”, que publicamos como
apéndice a este libro.*
“Ciencia y estilo” representaba la expresión más burda
del carácter y la tendencia antimarxistas de la oposición.
El éxito que tuvo Trotsky en sacar a Burnham de su escondrijo, obligándolo a divulgar sus verdaderos puntos
de vista, constituyó el punto decisivo en la lucha. Con la
respuesta de Burnham la lucha quedó claramente de­fi­ni­da
para toda la Cuarta Internacional. ¡Aquí estaba la prueba
empírica de que en esencia la lucha era entre el revisionismo
y el marxismo! El documento de Burnham —que apareció
durante el apogeo de la ola de histeria belicista contra la
* El artículo “Ciencia y estilo” de Burnham fue distribuido por
la opo­sición en forma mimeografiada durante la lucha faccionaria
ocurrida en el Partido Socialista de los Trabajadores. Sin embargo,
nunca se atrevieron a hacerlo público después de la escisión, aun
cuando Trotsky los desafió a hacerlo. Se publica aquí por primera
vez en español, pág. 325.
Trotsky escribió: “Que los lectores les exijan a estos directores
publicar la única obra programática de la minoría, o sea, el artículo de Burnham, ‘Ciencia y estilo’. Si los directores no se estuvieran
preparando a imitar a un vendedor ambulante que ofrece mercancías podridas cubiertas con atractivas etiquetas, entonces se habrían
sentido obligados a publicar el artículo. Todo mundo podría ver
entonces por cuenta propia precisamente de qué tipo de ‘marxismo
revolucionario’ se trata. No obstante, no se van a atrever a hacerlo.
Les da vergüenza mostrar la cara. Burnham esconde hábilmente en
su portafolio sus artículos y resoluciones tan re­ve­la­dores, mientras
que Shachtman ha hecho una carrera al servir como abogado de
puntos de vista ajenos por carecer de los propios” (pág. 295).
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Unión Soviética en Estados Unidos e Inglaterra— exhibió
explícitamente lo que Trotsky y otros con una comprensión
dialéctica de la estructura más profunda del partido habían
visto implícitamente durante un largo tiempo.
Trotsky había logrado su objetivo principal: probarle a la
Cuarta Internacional que la elevada proporción de elementos
pequeño­burgueses entre sus miembros había volcado al PST
en una crisis al desatarse la Segunda Guerra Mundial y que
esta crisis se daba en torno a los preceptos más fundamentales del socialismo científico. Cuando apareció “Ciencia y
estilo”, Trotsky lo dijo explícitamente en su carta del 23 de
febrero: “El absceso está abierto. Abern y Shachtman ya no
pueden seguir repitiendo que lo único que desean es debatir
un poco sobre Finlandia y sobre Cannon. No pueden seguir
jugando a la gallina ciega con el marxismo y con la Cuarta
Internacional. ¿Debe el Partido Socialista de los Trabajadores seguir la tradición de Marx, Engels, Franz Mehring,
Lenin, Rosa Luxemburgo —tradición que Burnham califica
de ‘reaccionaria’— o debe aceptar las concepciones de Burn­
ham, que solo son una reproducción tardía del socialismo
pequeñoburgués premarxista?” Trotsky invitó a Abern y a
Shachtman a definirse: “¿Qué piensan de la ‘ciencia’ y del
‘estilo’ de Burnham?… ¡Camaradas Abern y Shachtman, ustedes tienen la palabra!” Ambos guardaron silencio.
Cuando Abern y Shachtman rehusaron renunciar a Burn­
ham y a sus doctrinas, incluidas su “ciencia” y su “estilo”,
se hacía obvio que se preparaban para escindirse de la
Cuarta Internacional. La mayoría se esforzó por mantener
la unidad, actuando bajo la convicción de que la unidad
del partido revolucionario y la inculcación del patriotismo partidista son dos de los elementos más valiosos con
los que cuenta el partido. Asimismo, la mayoría tenía dos
objetivos: (1) mantener a los elementos indecisos en la minoría bajo la máxima influencia de nuestro programa; y
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(2) demostrarle contundente­mente a las otras secciones de
la Cuarta Internacional que si las cosas llegaban al punto
de una escisión la responsabilidad recaería completamente
sobre la minoría. “Debemos hacer todo lo necesario para
convencer también a las otras secciones [de la Cuarta Internacional] de que la mayoría agotó todas las posibilidades a
favor de mantener la unidad”, explicó Trotsky en su carta
que aparece en las páginas 280–81. “Lo que ocurre en el
seno del Partido Socialista de los Trabajadores tiene ahora una enorme importancia internacional… ustedes deben
actuar no solo en base a sus apreciaciones subjetivas, por
correctas que puedan ser, sino en base a hechos objetivos
que le sean accesibles a todos”.
Todos los hechos objetivos demuestran que la principal
razón de la escisión fue la ruptura de la minoría con el marxismo. La discusión —que se desarrolló durante más de seis
meses— fue la más completa jamás realizada por nuestro
movimiento. Hubo libertad absoluta para que se expresaran todos los puntos de vista. A la oposición se le dio la
plena oportunidad de captar a una mayoría y el liderazgo
en el partido. “Incluso como una posible minoría”, escribió
Trotsky el 19 de diciembre, “en mi opinión, ustedes deberán seguir siendo disciplinados y leales hacia el partido en
su conjunto. Esto es extremadamente importante para la
educación sobre el auténtico patriotismo partidista, sobre
cuya necesidad Cannon me escribió una vez muy correctamente” (pág. 143). En el congreso en el que los seguidores
de Trotsky lograron captar a una mayoría del partido a su
posición política, no expulsaron a la minoría del partido,
no le impidieron participar en la dirección, en puestos de
responsabilidad, y tampoco exigieron que renunciara a sus
posiciones. Al contrario, les fue ofrecida una representación
según su verdadera fuerza numérica en todos los cuerpos
de dirección del partido; solo se les exigió adherirse al prin-
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cipio del centralismo democrático, que la minoría acatara
lealmente la decisión de la mayoría y limitara su actividad
a seguir tratando de captar al partido a su posición. La mayoría del congreso accedió incluso a continuar la discusión
en el boletín interno.
En este sentido, la conducta de la mayoría, guiada a cada
paso por Trotsky, sirve como modelo de tácticas bolcheviques correctas al forjar un partido proletario. Trotsky hace
una evaluación de este aspecto de la lucha en su artículo,
“Los moralistas pequeñoburgueses y el partido proletario”
(pág. 293).
En el congreso del PST concluido el 8 de abril de 1940, la
mayoría del partido reafirmó su apoyo al programa de la
Cuarta Internacional. El 16 de abril, el Comité Político se
reunió y aprobó la siguiente moción: “Que el comité acepta las decisiones del congreso y se compromete a llevarlas
a cabo de forma disciplinada”. Los líderes del bloque de la
minoría se negaron a votar a favor de esta moción. En lugar
de expulsarlos, algo que hubiera sido totalmente justificado,
la mayoría aguardó un poco más. Hasta el último instante,
lo que ocurrió quedó bien claro para todas las secciones de
la Cuarta Internacional. Burnham y sus partidarios simplemente fueron sus­pen­didos hasta que indicaran “su intención
de acatar las decisiones del congreso”.
Sin embargo, la minoría ya había alquilado un local
aparte. Crearon una organización separada, que nombraron “Partido Obrero”, empezaron a imprimir un periódico
público, y se robaron el órgano teórico del partido, la New
International (Nueva Internacional). Trotsky brega con este
proceder de la minoría en su artículo, “Los moralistas pequeñoburgueses y el partido pro­letario”, el cual, junto con
el “Balance de los sucesos finlande­ses” (pág. 299) concisamente resumen las lecciones políticas de la lucha.
Así fue la concatenación de sucesos en la lucha faccio-
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naria que fue desde agosto de 1939, cuando los líderes de
la minoría empezaron a atacar y revisar el programa de la
Cuarta Internacional, hasta abril de 1940 cuando rompieron con el Partido Socialista de los Trabajadores.
III
Burnham estaba lejos de ser una figura aislada. No solo
tenía seguidores dentro del Partido Socialista de los Trabajadores; afuera de él contaba con una hueste de espíritus
afines entre los intelectuales pequeñoburgueses ex radicales.
Entre los más notables se encontraban Sidney Hook, Max
Eastman, Lewis Corey y Louis Hacker. Estos precursores de
Burnham ya habían revisado el marxismo punto por punto,
comenzando con sus bases teóricas hasta llegar a su política.
Ellos integraban la sección norteamericana de una fraternidad internacional de renegados del marxismo encabezada
por Souvarine, Víctor Serge, Bruno R., y demás.
Como señalara Trotsky en “Una oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista de los Trabajadores”, Burnham
y Shachtman se habían dado a la tarea de analizar esta tendencia en un artículo publicado en el número de enero de
1939 de la New International: “Intelectuales en retirada”.
Su análisis resultó ser inadecuado por las mismas razones
que más tarde los indujeron a unirse a esta procesión de
fugitivos del movimiento revolucionario. Hook, Eastman
y Corey fueron la punta de lanza para Burnham y Shachtman. De hecho, la oposición pequeñoburguesa extrajo sus
argumentos y sus ideas, y recibió aliento moral e inspiración
de esta “Liga de las Esperanzas Perdidas”, a la que antes
habían criticado.
En su mayoría, estos renegados habían comenzado sus
carreras de revisionistas con una lucha filosófica contra la
dialéctica materialista. Para encubrir la amplitud y la profundidad de su oposición al marxismo, tanto de sí mismos
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como de los demás, todos y cada uno aseguraron que sus
diferencias eran “puramente filosóficas” y que diferencias
tan abstractas en el ámbito de la teoría no deberían de afectar sus ideas y acciones políticas específicas. La lógica y la
filo­sofía en general, afirmaban, no tenían una conexión
orgánica con la política. Por consiguiente, argüían, la filosofía marxista del materialismo dialéctico no afectaba a
los partidos, los programas o las luchas políticas concretas.
Inicialmente, Burnham y Shachtman formularon esta actitud en su artículo “Intelectuales en retirada”. Y la siguieron
compartiendo durante la lucha faccionaria. Burnham exhibió su hostilidad irreconciliable hacia la teoría marxista
en “Ciencia y estilo” cuando acusó a Trotsky de arrastrar
la dialéctica e introducirla a la controversia política como
una “distracción”. “No existe sentido en absoluto”, declaró Burnham, “en que la dialéctica sea fundamental a la
política… ninguno”. Burnham y Shachtman sencillamente
habían asumido la posición de Eastman y de Hook. Hacía
mucho que Eastman había afirmado que el marxismo debía
deshacerse del materialismo dialéctico que, alegaba, no era
más que un residuo de la religión y de la metafísica hegeliana, y que debía adoptar el enfoque de Eastman basado en el
“sentido común”. Hook, haciendo eco de estos argumentos,
se burló de “las implicaciones políticas imaginarias de la
doctrina del materialismo dialéctico”.
Este divorcio de la lógica y la política, este rechazo del
materialismo dialéctico como la fundación teórica del marxismo, es ajeno al pensamiento y a la tradición marxistas.
El marxismo es una concepción unificada, consecuente y
global del mundo. Su método de pensamiento, la dialéctica
materialista, a distinción de la dialéctica idealista de Hegel,
es en esencia la lógica del cambio revolucionario. Las leyes
principales de esta lógica explican racionalmente no solo el
curso de los cambios graduales en los procesos naturales,
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sociales y mentales, sino también los cambios bruscos y los
saltos de calidad mediante los cuales las cosas se transforman en lo opuesto de lo que eran.
¿Por qué les repugna la dialéctica materialista a los pensadores burgueses? Principalmente porque, como lógica de
la historia, reconoce en los cambios graduales de la vida
social las semillas y las raíces de revoluciones sociales. En
cierta etapa en la acumulación de estos cambios ocurre un
salto de calidad, una enorme ruptura con el pasado, una
revolución. Así que, según la dialéctica, las revoluciones sociales y políticas no son aberraciones accidentales o desvíos
en el transcurso de la historia que se podrían evitar, sino
etapas en el ciclo de desarrollo de las sociedades de clases
que tienen causas materiales y que están regidas según ciertas leyes. Finalmente —y para los ideólogos burgueses y sus
sombras pequeñoburguesas, ésta es la característica más
aterradora— la dialéctica materialista explica la evolución
lógica de las luchas de clases en nuestra propia época. Demuestra por qué el capitalismo progresista se transformó
en capitalismo monopolista reaccionario con sus políticas
y guerras imperialistas; demuestra la inevitabilidad del derrocamiento del capitalismo monopolista por la revolución
social de la clase obrera internacional, y la transformación
del capitalismo agonizante en socialismo viviente.
La dialéctica materialista no puede ser arrancada de la
vida social o del pensamiento político porque formula esas
leyes generales del movimiento social que dan lugar a la
lucha de clases, gobiernan su trayectoria y determinan sus
resultados. Cuando Lenin dijo y Trots­ky reiteró en estos
escritos que “No puede haber práctica revolucionaria sin
teoría revolucionaria”, querían decir, específicamente, que
no puede haber una política proletaria revolucionaria consecuente sin la dialéctica materialista, que es la esencia del
socialismo científico.
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Esta es la clave del significado de la dialéctica materialista
tanto para el movimiento socialista revolucionario como para
la oposición que engendra entre enemigos de ese movimiento tales como los renegados doctrinarios pequeñoburgueses.
Aceptar la lógica del marxismo —estudiarla, dominarla y
utilizarla— significa abrazar e impulsar la revolución. La
indiferencia o la oposición a los fun­da­men­tos lógicos del
marxismo, si se desarrollan consecuentemente, han de llevar
forzosamente a repudiar el marxismo —como en los casos
de Burnham, Shachtman, Hook, Eastman y otros sumos
sacerdotes del “sentido común”— no simplemente en lo que
respecta a la teoría fi­lo­sófica sino a la práctica política. Su
deserción del socialismo y su postración ante el pensamiento
burgués quedaron implícitas desde un principio, como había
previsto Trotsky, a partir de su hostilidad hacia la dialéctica
materialista. El antagonismo hacia el marxismo que primero manifestaron en el campo aparentemente inconexo de
la controversia filosófica dio fruto en su programa político.
Obviamente la lógica y la filosofía no están tan desconectadas de la realidad práctica como sostenían.
La propia historia se manifiesta de la forma más enérgica
contra todo intento de separar el método marxista de la práctica política. Bajo Lenin y Trotsky, el Partido Bolchevique
realizó en la acción social y política lo que Marx y Engels,
con la ayuda de su método dialéctico, habían explicado y
pronosticado en El manifiesto comunista y en El capital.
Lo que los bolcheviques demostraron de la forma más positiva con la Revolución Rusa de 1917 —la integración armoniosa de la teoría marxista y la acción revolucionaria—,
quedó ampliamente demostrado, pero de forma negativa,
por las subsiguientes carreras de Hook, Eastman, Burnham
y Shachtman. Eastman y Burnham repudiaron sin reservas
el marxismo y el socialismo mientras que Hook y Shachtman defendieron políticas proimperialistas como voceros
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de la socialdemocracia derechista en Estados Unidos. Estos
renegados condujeron una lucha rencorosa contra el movimiento marxista revolucionario con el que en un momento
se habían identificado.
La fuga de Burnham al bando del enemigo de clase fue
la más abrupta y profunda de todas. Un mes después de separarse del movimiento trotskista renunció con desdén de
su nuevo “partido”. La renuncia de Burnham y la carta de
disculpa que le escribió a los que había logrado embaucar
confirmó involuntariamente todo lo que Trotsky había dicho de Burnham en el transcurso de la controversia. Esta
carta la reproducimos en el apéndice de este libro para la
información y la educación de estudiosos de la dialéctica.*
Unos meses más tarde Burnham expuso sus nuevas ideas
sobre política mundial en el libro The Managerial Revolution
(La revolución gerencial), que gozó de gran popularidad en
círculos empresariales, burocráticos y de intelectuales pequeñoburgueses. Mientras Trotsky estaba sonando la alarma
sobre el ataque inminente de los ejércitos nazis y tratando
de preparar a los trabajadores con conciencia de clase para
la defensa del primer estado obrero, Burnham presentó la
tesis de que Hitler y Stalin, los principales representantes de
la sociedad gerencial que se avecinaba, habían unido fuerzas
en el pacto de agosto de 1939 para “hacerle heridas mortales
* Durante la lucha faccionaria ocurrida en el PST, la oposición
exigió el derecho de publicar un órgano propio para que el público
pudiera informarse de sus puntos de vista. Sin embargo, una vez
establecieron su propio periódico, tras la escisión, jamás consideraron necesario publicar esta carta para informarle al público de
las razones que su líder más prominente había dado al abandonar
las filas del socialismo. La carta de renuncia de Burnham fue publicada originalmente en la revista Fourth International (Cuarta
Internacional) en agosto de 1940; y aparece aquí por primera vez
en español, pág. 363.
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al capitalismo”. Esta propuesta política “concreta” se hizo
añicos cuando Hitler lanzó un ataque en junio de 1941 para
“hacerle heridas mortales” a la Unión Soviética.
En las décadas siguientes Burnham se destacó como uno
de los ideólogos antisoviéticos más fanáticos. Sus llamados
a favor de una cruzada armada contra la “conspiración
comunista” mundial fueron proclamados en una serie de
libros que fueron desde The Strug­gle for World Power (La
lucha por el poder mundial) en 1947 hasta The Suicide of
the West (Suicidio de Occidente) en 1964. Dio conferencias
anticomunistas en el Colegio de Guerra de Estados Unidos,
y en unas vistas del Departamento de Justicia de Estados
Unidos a fines de los años cincuenta prestó testimonio diciendo que el grupo de Shachtman era “subversivo”. (A
pesar de los esfuerzos de Burn­ham, la Liga Socialista Independiente (ISL) y su antecesor, el Partido Obrero, fueron
borrados de la lista del Procurador General). Actualmente,
Burnham es director de la revista National Review (Reseña
Nacional), un órgano ultraderechista, donde ha fustigado a
la administración del presidente Nixon por conciliarse con
Moscú y Pekín y ha llamado a que se haga una revaloración
benévola del fascismo.
En tanto que Burnham abrazó totalmente al imperialismo, Shachtman de forma característica divagó paso a paso
hacia la reconciliación con los poderes establecidos. Se inclinó hacia la derecha tanto como uno puede inclinarse en
Estados Unidos sin perder la etiqueta de “socialista”.
En el artículo que él y Burnham escribieron para el número de enero de 1939 de la New International analizando el
retroceso de los intelectuales antiestalinistas hacia el antileninismo y el antitrotskismo, declararon que “la principal
enfermedad intelectual de la que sufren estos intelectuales
podría llamarse estalinofobia, o antiestalinismo vulgar. El
mal fue causado por la repugnancia universal que produjo
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el macabro sistema de procesos falsos y purgas [realizados]
por Stalin. Como resultado, la mayor parte de lo que desde
entonces se ha escrito sobre el tema ha sido producto de una
conmoción mental más que de un análisis social sobrio, y
donde llega a haberlo se trata de un análisis moral más que
científico o político”.
Después de alertar a otros sobre las terribles consecuencias,
Shacht­man mismo resultó infectado con esta enfermedad.
La estalinofobia maligna hizo estragos de los residuos de
sus previas posiciones marxistas hasta que no quedó ni un
vestigio de su antiguo ente político. Abandonó la defensa
de la Unión Soviética en el momento preciso en que ésta se
hallaba en peligro de muerte durante la Segunda Guerra
Mundial. Para justificarse tomó prestada la teoría de la naturaleza de la Unión Soviética como un país que había sido
completamente apropiado y era políticamente controlado
por una clase nueva y singular calificada como “colectivista burocrática”.
Caracterizó el estado obrero degenerado como una “nueva
forma de sociedad de clases” retrógrada que no era capitalista ni socialista, si no algo muy inferior a un capitalismo
democrático. Según su punto de vista, todas las revoluciones victoriosas de obreros y campesinos desde la de Rusia
en 1917 hasta la de Cuba en 1959 han sido no solo anticapitalistas sino también antisocialistas.
Esta teoría daba una falsa imagen de la realidad agudamente contradictoria de la sociedad soviética bajo el estalinismo,
la cual combinó las conquistas socialistas fundamentales de
la Revolución de Octubre —la eliminación de la propiedad
capitalista y el establecimiento de una economía planificada y del monopolio sobre el comercio exterior— con una
estructura política totalitaria y antisocialista en que la burocracia gobernante privaba a la clase trabajadora de toda
posibilidad de ejercer un papel en la toma de decisiones.
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Al transformar la posesión de autoridad política en el
principal elemento que define el carácter de clase de una
formación social, Shachtman rompió con el método marxista del materialismo histórico que, como subrayó Trotsky,
elige como criterio decisivo las formas de propiedad basadas
en las relaciones de producción predominantes. Italia, por
ejemplo, ha sido capitalista bajo la monarquía de los Saboya, bajo el fascismo de Mussolini y bajo la actual república
parlamentaria; la Unión Soviética ha mantenido su base económica esencialmente proletaria bajo Stalin y sus sucesores
lo mismo que bajo el régimen de Lenin y Trotsky.
Su concepción arbitraria de los estados poscapitalistas
facilitó la transición de Shachtman y sus discípulos de una
posición “ter­cer­cam­pista” —que supuestamente los elevaba
por encima de las fuerzas de clases en pugna a nivel mundial—
hacia un apoyo directo de la política imperialista. Ya que
sostenía que la “democracia” en lo abstracto tenía prioridad
sobre las relaciones socioeconómicas, y que el capitalismo
liberal era más democrático que los regímenes estalinizados,
después de la guerra Shachtman terminó apoyando en Polonia al nacionalista burgués Mickolajczyk contra el gobierno
de Osubka-Morawski apoyado por Moscú.
Al agudizarse la guerra fría, Shachtman se desplazó más
y más a la derecha. En 1958, después de convertir a su Partido Obrero en la Liga Socialista Independiente se sumó con
parte de sus fuerzas en desintegración al Partido Socialista.
Allí funcionó como vocero del ala derecha, la cual respaldó
la invasión de Playa Girón por parte de Washington, la intervención en Vietnam, y el bombardeo de Vietnam del Norte
—todo en nombre de la defensa del “mundo libre” contra
el totalitarismo—. Buscó abrigo en funcionarios sindicales
ultraconser­vadores como el presidente de la federación sindical AFL-CIO George Meany, y fue asesor del presidente
de la federación de maestros UFT Albert Shanker, quien se
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opuso a que las comunidades negra y puertorriqueña ejercieran control de las escuelas en sus barrios.
En 1972, el año de su muerte a los 68 años de edad, Shacht­
man respaldó a los partidarios de Hubert Humphrey en el
Partido Demócrata. (Ese año Hook votó por Nixon).
La evolución de Shachtman y de Burnham a partir de
1940 confirmó la predicción de Trotsky de que el abandono del marxismo y el rechazo de la solidaridad para con el
estado obrero conduciría lógicamente a un acomodamiento
con los imperialistas. Al final la diferencia en las posiciones
de ambos hombres terminó siendo meramente en el grado
de intensidad: Shachtman favorecía un capitalismo liberal
bajo un disfraz seudosocialista, Burnham apoyaba la reacción capitalista extrema. El único líder de la oposición que
se mantuvo básicamente fiel a su pasado, Martin Abern, se
desvaneció de la actividad política y murió en 1949.
El precedente que Trotsky sentó con su enfoque materialista dialéctico al analizar los acontecimientos de 1939–40
en Polonia y Finlandia resultó ser una guía valiosa para la
Cuarta Internacional al tratar de interpretar los sucesos de
la posguerra en Europa oriental. Trotsky diferenció muy cuidadosamente entre los objetivos y las acciones reaccionarios
de la burocracia soviética y el significado revolucionario de
la transformación de las relaciones de propiedad en los territorios ocupados por sus fuerzas armadas.
Valiéndose de esta brújula, los trotskistas lograron discernir la diferencia esencial entre las políticas de los burócratas
del Kremlin y los cambios progresistas introducidos en las
bases económicas de los países de Europa oriental. Estos
fueron definidos como estados obreros deformados ya que,
a diferencia del degenerado estado soviético, sus estructuras políticas estaban desfiguradas por graves distorsiones
burocráticas desde su origen.
Desde entonces, los pueblos del bloque soviético han
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luchado por quitarse de encima el dominio despótico del
Kremlin y de sus regímenes satélites y avanzar hacia un “socialismo con rostro humano” donde las masas de obreros
y campesinos ejerzan en realidad la supremacía política y
económica.
Al repeler el ataque que en 1939–40 desató la oposición
pequeño­burguesa contra el materialismo dialéctico y contra
el programa político para la revolución socialista mundial,
el Partido Socialista de los Trabajadores dio pasos enormes
en la asimilación del método del marxismo en lo más fundamental. En el tercio de siglo que ha transcurrido desde
entonces, nuestro partido ha educado sistemáticamente a
sus miembros en base a estas ideas y las ha defendido contra revisionistas filosóficos, por un lado, y fanfarrones sectarios, por el otro.
Los escritos de Trotsky durante su última gran batalla
ideológica, recopilados en este libro, han sido indispensables en la realización de dicha labor. Nos brindan un caso
ejemplar, que demuestra cómo un exponente experto de la
dialéctica marxista aplica las enseñanzas que ésta ofrece
para desentrañar los puntos más finos de algunos de los fenómenos más enigmáticos y problemas políticos más complejos de nuestra era.
enero de 1973
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