Tiempo de cambios – por Jeremy Marks

Transcripción

Tiempo de cambios – por Jeremy Marks
Tiempo de Cambio
Nuevos avances en Courage
por Jeremy Marks
http://courage.org.uk/articles/article.asp?id=5
“Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los
odres y se derramará, y los odres se perderán. Pero el vino nuevo en odres nuevos se ha
de echar, y lo uno y lo otro se conservan. Y nadie que haya bebido del añejo querrá luego
el nuevo, porque dice: „El añejo es mejor‟.”
Lucas 5:37–39 (RV95)
Introducción
A lo largo de 2001 el trabajo de Courage experimentó grandes cambios. Después de 14
años de ministerio pastoral a tiempo completo, necesitaba tomar un tiempo para buscar
a Dios en torno a nuestro futuro. Dejé de sentirme cómodo con la idea de proseguir con
nuestro anterior fundamento. Es necesaria una pequeña explicación.
Principios fundacionales
Cuando Courage surgió en 1988, mantenía la opinión comúnmente compartida por los
cristianos evangélicos conservadores que, de acuerdo con la Biblia, todos somos hechos
hombre y mujer, y que la unión marital de un hombre y una mujer cumple los
propósitos de Dios hacia la humanidad –el matrimonio religioso y la vida de familia
como los ladrillos de una sociedad estable. (En mi opinión, ambos continúan siendo
valores importantes). Pero con el cambio de Milenio, comencé a sentirme cada vez más
descontento con algunas de las suposiciones que habíamos hecho sobre la
homosexualidad.
Nos habíamos basado en la principal creencia de que la orientación homosexual
marcaba una ruptura del plan de la creación de Dios y que los deseos y la práctica
homosexual eran indicadores de la rebelión del hombre contra Dios. Aceptar la idea de
práctica homosexual era anatema. Unos pocos textos bíblicos parecían subrayar
enfáticamente este punto de vista (Lev. 18:20; 20:13: Romanos 1:26,27; 1 Cor. 6:9–11;
1 Tim. 1:9–11). Así que, al igual que muchos cristianos evangélicos, creíamos que la
intimidad sexual correspondía exclusivamente al matrimonio.
No obstante sabíamos que los homosexuales no eligen voluntariamente su orientación.
Y reconociendo personalmente el problema tan angustiante que puede ser para vivir,
especialmente dada la antipatía general, cuando no la absoluta hostilidad de la sociedad
y la Iglesia, comencé el ministerio, creyendo que el evangelio también ofrece esperanza
para los gays, si ellos buscan con sinceridad honrar a Dios y seguir a Jesucristo como
Señor.
Discipulado y cuidado pastoral
Nuestro punto de vista no negociable acerca de la homosexualidad, sin embargo,
fomentaba la creencia de que “la respuesta” o bien era ser parte de la posibilidad de
cambio, “…convertirse en heterosexual como Dios quería”, si este era el íntimo deseo
de la persona que buscaba ayuda, o bien al menos vivir en celibato. Creíamos que tales
objetivos podrían llevarse a cabo por medio de un estilo de vida de continuo
arrepentimiento, devoción por Cristo y un deseo de “tratar con los problemas más
profundos” (por ejemplo, el abuso, el rechazo, la falta de lazos con el padre o la madre,
etc.).
Nuestra interpretación era que la homosexualidad se origina en un déficit de lazos
normales con personas del mismo sexo y de roles/modelos durante la niñez y también
en una necesidad íntima de amor incondicional. Por tanto considerábamos que las
uniones no sexuales entre personas de distinto sexo dentro de la comunidad cristiana
permitiría que una persona “madurase en un heterosexual adulto” e incluso quizá llegara
a casarse. Los argumentos a favor de este enfoque algo preceptivo parecían
convincentes en ese momento y muchos agradecieron la iniciativa de nuestro ministerio,
reconociendo la gran necesidad pastoral.
Sin embargo, después de diez años, en seis de los cuales fueron impartidos cursos de
discipulado, seguidos por años de reuniones grupales semanales, se fue haciendo cada
vez más patente que, por muy arrepentida que la persona estuviera, y por más esfuerzo
que le dedicara a buscar cambios, nada tenía realmente “éxito” a largo plazo al “tratar
los problemas más profundos”. No quiero decir que la gente no se beneficiase. Muchos
maduraron grandemente. Unos pocos siguieron adelante y se casaron, haciéndolo “por
la fe” de que esa era la voluntad perfecta de Dios para sus vidas. No obstante, la
atracción hacia personas del mismo sexo continuó siendo un problema para ellos (y en
algunos casos, normalmente tras varios años de lucha, tristemente esta lucha ha puesto
fin a su matrimonio). Así que el tipo de cambio que todos realmente anhelaban –que era
“reorientar” y llegar al punto en que su lucha contra la homosexualidad se acabara
definitivamente-, se convirtió, en el mejor de los casos, en algo escurridizo y, en el peor,
en la desilusión que se encargó de destruir su fe.
Premiar a quienes les buscan
No se puede dudar que muchas mujeres y hombres sinceros y temerosos de Dios con los
que trabajamos durante años mostraron una dedicación excepcional al “tratar con sus
problemas”. Aunque durante 15-20 años, nunca vimos el fruto que añorábamos.
Los críticos pueden argumentar rápidamente que “trabajar con problemas” no es la
cuestión. Porque, después de todo, durante siglos ha habido muchos cristianos que han
hecho enormes sacrificios para seguir a Cristo: ¡es parte del llamado cristiano! Además,
la gracia de Dios se evidencia en las vidas de los muchos que, por amor al Señor Jesús,
han batallado valientemente con la enfermedad, la discapacidad y todos los modos de
persecución y sufrimiento. ¡Es sin duda una inspiración para todos nosotros! Pero
muchos gays cristianos han sufrido también, afrontando con valor una vida de conflicto
interior y soledad, por haber abandonado o renunciado la posibilidad de una relación
gay. La bendición del matrimonio y la compañía que ofrece –abierta a todos los
cristianos heterosexuales- ha sido siempre denegada a los gays cristianos. El celibato, al
parecer, era la única opción para aquellos que no podían casarse al modo heterosexual.
Con todo, la palabra celibato no se encuentra en la Biblia. La idea de “renunciar al
matrimonio por causa del reino de los cielos” fue presentada por Jesús (Mateo 19:12) y
apoyada por Pablo (1ª Corintios 7:7). Pero ambos son claros: la soltería es un don. De
hecho, la insistencia de la Iglesia en torno al celibato, por alguna otra razón, en absoluto
tiene una base bíblica que yo pueda encontrar.
Sin embargo, muchos llamados “cristianos seguidores de la Biblia” aún continúan
demandando celibato para todos fuera del matrimonio heterosexual. Bajo esta presión,
he visto a mucha gente desilusionarse seriamente durante años. Algunos cayeron en
depresión profunda y desesperación, incluso suicida. Otros han abrazado una teología
más “liberal” y han buscado relaciones homosexuales. Trágicamente, algunos han
perdido completamente su fe –un final que me parece desgarrador, como pastor
comprometido a ayudar a que la gente encuentre su esperanza en Cristo.
Por contra, vi que aquellos que comenzaron, por iniciativa propia, a abrazar la
posibilidad de una relación homosexual, atreviéndose a creer su intuición de que Dios lo
aprobaba, se beneficiaron grandemente. En común todos tenían un deseo subyacente de
compañía e intimidad –un deseo del corazón, que no debería confundirse con ansias o
adición a perversiones sexuales.
Comencé a darme cuenta que condenar todo tipo de intimidad erótica entre gays como
si equivaliera exclusivamente a la búsqueda de lujuria, era juzgar mal a la gente y sus
relaciones. Las relaciones entre gays y lesbianas, establecidas con sinceridad, con
compromiso muto, proporcionan un sentido profundo de valía personal y, con ello, un
deseo de pertenecer a otro importante en su vida. Y cuando Cristo ocupa el lugar
central, el estado de ánimo de las personas –sobre todo su esperanza den Dios- bien
puede recobrarse.
Viendo los problemas pastorales de primera mano, no podía creer por más tiempo que el
Dios que ha prometido “recompensar a aquellos que le buscan con sinceridad” (Hebreos
11:6) pudiera permanecer indiferente a las oraciones de todos los que le buscaban de
todo corazón. Ni tampoco podía creer que un Dios que se preocupa realmente,
abandonase a sus discípulos a la frustración y desesperación –y los condenase a un
castigo eterno si continuasen una relación amorosa con otra persona, simplemente
porque el objeto de su amor y deseo resultase ser alguien del mismo sexo.
Desde el principio (Génesis 2:18), la Biblia reconoce que el hombre necesita compañía.
Decir a aquellos incapaces de casarse, situación que Jesús admitía, (Mateo 19:11,12),
que deben cumplir con la orden de celibato para toda la vida destruye toda esperanza.
En efecto, los gays se pueden beneficiar enormemente de una relación íntima con
personas del mismo sexo –infinitamente preferible al camino de desesperación y a la
pérdida de su fe en Cristo. Además, previene que muchos resbalen en situaciones como
ligues de una sola noche, aunque luego se arrepientan –lo que puede convertirse
fácilmente en un modelo de vida adictivo y poco saludable.
¿Vino nuevo?
La consideración de esta “nueva” perspectiva (es decir, nueva para nosotros) planteaba
algunas cuestiones enormemente importantes para nuestro ministerio y creaba tensiones
significativas.
Según muchos cristianos evangélicos conservadores, vernos mover en esta nueva
dirección provocó miedos y la acusación de que habíamos capitulado con la visión del
mundo moderno, característica de una sociedad en decadencia, en la que ahora
aparentemente aprobábamos un “estilo de vida gay”, que según ellos significaba nada
menos que un estilo de vida de lujuria y promiscuidad. Pero de hecho, lo que queríamos
era espacio para retroceder y reevaluar por nosotros mismos lo que era de Dios y
beneficioso y también reconocer claramente lo que no lo era.
Resultó muy difícil intentar mantener una base auténtica y creíble en nuestro ministerio
cristiano ante nuestros críticos y permanecer fieles a lo que creíamos que Dios nos
estaba diciendo. Algunos de nuestros partidarios juzgaron con rapidez; retiraron su
apoyo económico porque sentían que nuestro compromiso con los estándares bíblicos se
habían puesto en peligro. Fue un alivio que un número sorprendentemente grande
reconoció con nosotros que quizá había llegado el momento para una revaloración;
también ellos veían la necesidad de un cambio de enfoque. Y en cuanto a aquellos a
quienes procurábamos ayudar y apoyar, vimos que cuando pudieron encontrar y
desarrollar una relación cercana y comprometida con personas del mismo sexo, esta se
mostró ser legítima y valiosa en sí misma.
De nuevo, los críticos pueden discutir que “el pecado puede aparecer satisfacción a
corto plazo, pero eso no es excusa. El fin no justifica los medios.” Sin embargo, si
continuásemos considerando estos asuntos no negociables, creo que no sólo fallaríamos
completamente al reconocer los dilemas sumamente dolorosos de muchos gays, sino lo
que quizá sea peor, cerraríamos nuestras mentes y corazones a la guía del Espíritu
Santo.
¿Por qué Jesús nos llamó para buscar primero el reino de los cielos, si no hubiese la
posibilidad de que Dios tuviera jamás algo nuevo que decir sobre el tema; si no hay
esperanza de encontrar un camino hacia delante, si el celibato es la única opción para el
cristiano gay? ¿Por qué estudiar las Escrituras? ¿Por qué buscar a Dios en oración
intercesora –si la cuestión será siempre no negociable? Además, ¿qué criterio bíblico
tenemos para juzgar como pecaminoso el amor en que se comprometen dos personas,
excepto cuando se convierte en una búsqueda enteramente centrada en sí misma del tipo
que lleva rápidamente a la infidelidad o al adulterio?
¿Qué es aceptable moralmente?
La ley bíblica fue dada en el tiempo en que la gente no veía nada malo en que un
hombre tuviera muchas mujeres. En ninguna parte de la Biblia encontramos una ley o
argumento a favor de la monogamia. Personalmente me alegro de que hoy no
aceptemos la poligamia porque creo que degrada profundamente a la mujer y
seguramente va en contra del plan de creación de Dios. ¿Pero por qué la Biblia no la
prohíbe inequívocamente? Quizá no era lo más importante a los ojos de Dios, en
comparación con las cuestiones de justicia, compasión y misericordia hacia otros menos
afortunados que nosotros. Aún así la Iglesia parece estimar más importante juzgar cómo
las personas hacen el amor unos con otros que asegurarse de preservar la compasión y la
justicia.
¿Y cómo fue que Moisés se atrevió a permitir el divorcio, cuando resulta claro de las
enseñanzas de Jesús (Mateo 19:8,9) que Dios había estado siempre en contra?
La lección que encuentro al formular estas cuestiones es que al buscar a Dios podemos
esperar encontrar sabiduría divina adecuada a nuestras circunstancias de hoy.
Ciertamente el mismo Jesús dio claramente autoridad a sus discípulos para decidir la
práctica correcta y apropiada dentro de la comunidad cristiana (ver Mateo 16:10).
Los problemas pastorales que afrontamos hoy requieren que repasemos las preguntas
espinosas sobre la sexualidad y nos preguntemos qué es lo verdaderamente importante
para Dios. ¿Qué constituye un comportamiento moralmente recto y qué no? Y
seguramente la más grande lección que ambos, Moisés y Pablo, tenían que enseñarnos
es buscar a Dios. Seguramente no esperarían que impusiéramos hoy estatutos bíblicos
que fueron redactados para antaño. Si fuera así, Pablo no hubiera necesitado buscar a
Dios él mismo, ni buscarle en nombre de todos a quienes proporcionaba supervisión
apostólica. Habría bastado con conocer la ley bíblica. Buscar una relación personal con
Dios sería innecesario. Sin embargo, tener una relación personal con Dios, que requiera
arrepentirse, recibir perdón y descubrir el amor del Padre, es fundamental para ser un
cristiano evangélico.
En su carta a los Romanos, Capítulo 1, Pablo describe a la gente cuya depravación era
resultado de darle la espalda a Dios –rechazando alabarle o darle gracias, prefiriendo
adorar a la criatura en lugar de al creador. Sin embargo, hoy, habiendo conocido a tantos
cristianos comprometidos que son gays o lesbianas, tengo que preguntarme cómo puede
ser apropiado aplicar ese juicio a aquellos que han buscado a Dios de todo corazón
durante tantos años. Claramente la sensación de alienación de Dios y de ellos mismos
que muchas lesbianas y gays han experimentado como resultado de los enfoques
cristianos tradicionales sobre la homosexualidad –con el consecuente sentido de culpa,
vergüenza y rechazo- ha contribuido en nada a una vida de devoción, y menos a la
sanidad mental.
¿Cómo podemos, pues, proclamar con integridad un mensaje de curación de la
homosexualidad si Dios no apoya tal mensaje? Además, no veo qué base tenemos en la
escritura para insistir con obstinación que todas y cada una de las formas de expresión
erótica fuera del matrimonio heterosexual monógamo es pecaminosa.
Todos necesitamos conocer el amor incondicional de Cristo; los gays no son excepción.
Mientras que se puede argüir que la búsqueda de “sexo recreativo” llama al
arrepentimiento, sin embargo después de años de ferviente oración y estudio de la
Biblia, he llegado a la conclusión de que hay espacio en la escritura para la aceptación
de las relaciones íntimas y comprometidas con personas del mismo sexo. No estoy
diciendo que “todo vale”. Por supuesto, todo aquel que busca que Cristo sea el centro,
naturalmente anhelará buscar un marco moral cristiano y una filosofía para las
relaciones gays y lesbianas.
En el año 2000 había quedado claro que el Señor requería de nosotros un marcado
cambio de actitud, punto de vista y política ministerial.
Permitir que el señor nos guíe
Mi esperanza es que, como cristianos, deseemos ver lo que Dios está haciendo (Juan
5:19-21) entre nosotros. Esto implica reconocer la necesidad y el deseo del corazón que
los gays y lesbianas cristianos tiene de una relación íntima. Si no hacemos algo, creo
que fallamos al reconocer lo que el Espíritu Santo está hablando a las Iglesias en estos
días (Apocalipsis 3:13).
No hay duda de que hemos sido y somos desafiados para entender mejor los principales
problemas, para permitir que Dios nos guíe hacia delante y, en todo lo que hacemos,
buscar honrar el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Durante los últimos cinco o seis
años, hemos progresado hacia el encuentro de respuestas medidas a muchos problemas
pastorales planteados. Pero resulta esencial la necesidad de retroceder de los enfoques
polarizados que están trágicamente amenazando hoy con dividir la Iglesia, y tomarse el
tiempo para buscar a Dios nosotros mismos.
En conclusión
Mientras nuestro enfoque pastoral sobre la homosexualidad ha cambiado, debido a las
experiencias en que Dios nos ha guiado durante los 18 años pasados, nuestro
entendimiento básico de las cuestiones esenciales de la fe cristiana permanece
inalterable. Para mí, buscar el amor a Jesucristo y seguirle como Señor, garantizando
que Él ocupa el lugar central en nuestras vidas, debe continuar siendo el núcleo de los
valores globales del ministerio de Courage.
© Jeremy Marks (Escrito inicialmente en 2002; esta versión revisada en Octubre 2006)
„Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que
pide recibe; y el que busca halla; y al que llama se le abrirá.
¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide pescado le
dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros
hijos ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le
pidan? Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así
también haced vosotros con ellos, pues esto es la Ley y los Profetas.‟
Mateo 7:7–12 (RV95)

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