LOST IN TRANSLATION: una apuesta por las emociones

Transcripción

LOST IN TRANSLATION: una apuesta por las emociones
UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA (UOC)
TRABAJO DE INVESTIGACIÓN DEL POSGRADO 1
LOST IN TRANSLATION:
una apuesta por las emociones
Profesor JOAN ELIES ADELL PITARCH
Alumna SANDRA HURTADO ESCOBAR
ÍNDICE
ÍNDICE..............................................................................................................................2
A modo de introducción....................................................................................................3
Técnicas audiovisuales......................................................................................................6
La estética del videoclip..................................................................................................15
La técnica del silencio.....................................................................................................18
Una apuesta por las emociones........................................................................................26
Bibliografía......................................................................................................................42
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A modo de introducción
Pertenecer a una familia de grandes artistas como lo es la de afamado Francis
Ford Coppola puede resultar un arma de doble filo si uno intenta abrirse camino en el
mundo del cine. Esta es precisamente la coyuntura en la que se encuentra Sofia
Coppola, la hija de Francis Ford Coppola, quien ha tenido que demostrar que su
reputación se consigue a base de esfuerzo y de notables trabajos.
Se estrenó como intérprete en la película de su padre El padrino III, sin embargo
gran parte de la crítica vapuleó su interpretación, lo que hizo que Sofia perdiera el
interés en volver a actuar. Pero no abandonó el mundo del celuloide y se esforzó en
convertirse en una reconocida directora de cine. Debutó, en 1999, con una adaptación de
la novela de Jeffrey Eugenides The Virgin Suicides, en la que ya se observan claras
muestras de los derroteros por los que se encamina Sofia como directora. Su apuesta era
ambiciosa y atrevida: ahondar en los sentimientos y estados de ánimo de sus personajes.
Su intención se materializa con mayor plenitud en Lost in translation (2003), haciendo
de ella un encantador muestrario de estados anímicos, manteniendo un brillante
equilibro entre la frialdad y la emoción.
Ficha
técnica
de
Lost
in
Música:
Brian
Reitzell
y
Kevin
translation
Shields.
Dirección y guión: Sofia Coppola.
Fotografía: Lance Acord.
Países: USA y Japón.
Montaje: Sarah Flack.
Año: 2003.
Diseño de producción: Anne Ross y
Duración: 105 min.
K.K. Barrett.
Interpretación:
Harris),
Anna
Akiko
Lambert
Fumihiro
Monou
Minamimagoe
Estreno en USA: 3 Octubre 2003.
Estreno en España: 13 Febrero 2004.
Kawasaki),
Hayashi
(P.
Vestuario: Nancy Steiner.
Akiko
(Cantante
Argumento:
de
son
(Charlie),
Chan),
(Agente
Dirección artística: Mayumi Tomita.
(Kelly),
(John),
(Srta.
Catherine
(Bob
Johansson
Faris
Ribisi
Takeshita
jazz),
Murray
Scarlett
(Charlotte),
Giovanni
Bill
de
dos
Bob
estrella
prensa),
y
norteamericanos
encuentran
Kazuyoshi
Harris
de
en
Tokio.
cine
que
Bob
ha
Charlotte
que
se
es
una
venido
a
rodar un anuncio. Charlotte es la
Kazuko Shibata (Agente de prensa).
mujer
Producción:
partes a su marido, un fanático del
Sofia
Coppola
y
Ross
Katz.
Producción
joven
trabajo.
ejecutiva:
Francis
Ford
que
acompaña
Incapaces
de
a
todas
dormir,
los
caminos de Bob y Charlotte se cruzan
Coppola y Fred Ross.
por casualidad y no tardará en nacer
entre
3
ellos
una
sorprendente
amistad. Ambos terminan descubriendo
una nueva manera de ver la vida.
El argumento de la película es bien sencillo y archiconocido en la pantalla: un
hombre, una mujer y la relación que se va fraguando entre ellos. Sofia Coppola se
centra en sus personajes y sus sentimientos. El proyecto, declara ella en alguna
entrevista, tuvo su punto de partida en Tokio. “Solía viajar allí a menudo, he pasado
largas temporadas en esta ciudad. Quería incluir en una película algunas de mis
impresiones durante el tiempo que pasé allí.”1 A partir de esta idea, Sofía empieza a
escribir la obra. Su intención inicial era escribir una historia romántica. “Quería
reaccionar frente a tantas películas tan frías, maliciosas, cínicas y realizar algo más
tierno relacionado con los sentimientos.”2 Pero Sofia no se limitó a hacer un drama
siguiendo los referentes clásicos. Al drama pudo añadirle unas acertadas dosis de
humor, gracias en gran parte al polifacético actor Bill Murray. De este modo, Lost in
translation es de difícil clasificación. En ella el drama y lo cómico se funden sin
desentonar en ningún momento. Usar una simple etiqueta para catalogarla sería acabar
inmerecidamente con la libertad de una película que se hace inclasificable, puesto que
supera los límites de todo género.
El título de la película Lost in translation, cuya traducción literal es “perdido en
la traducción” también parte de una experiencia personal de la directora. “Recuerdo las
entrevistas que yo concedía en Tokio para el lanzamiento de Las Vírgenes Suicidas.
Daba respuestas muy cortas y escuchaba a la intérprete hablar durante mucho tiempo en
japonés. ¡Siempre pensaba qué se estaba inventando! A pesar de que ella me explicaba
que la lengua era muy diferente, no podía impedir tener un sentimiento paranoico. A
veces sucedía lo contrario. Un comentario muy elaborado se reducía a casi nada. Era
muy frustrante porque nunca se sabe lo que le hacen decir a uno.” 3 Por otra parte, el
equipo de producción de Lost in translation estaba formado por norteamericanos y
japoneses, de modo que el problema del idioma y la comunicación estaba más que
presente. Lo convierte Sofia en un leitmotiv de su película. En algunas escenas como,
por ejemplo, la grabación del spot publicitario, Bob ilustra a la perfección la experiencia
CIMENT, Michel y TOBIN, Yann. Entrevista a Sofia Coppola. Una emoción próxima a la nostalgia.
[en línea]. [14/07/08].
<http://www.zinema.com/textos/entrevis.htm>
1
CIMENT, Michel y TOBIN, Yann. ob. Cit. [en línea]. [14/07/08].
<http://www.zinema.com/textos/entrevis.htm>
2
CIMENT, Michel y TOBIN, Yann. ob. Cit. [en línea]. [14/07/08].
<http://www.zinema.com/textos/entrevis.htm>
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vital que explica Sofia y se le otorga un papel principal en la película. El lenguaje no
verbal de Bob, sus gestos y también sus intervenciones adquieren un gran dramatismo y
ponen de manifiesto la sensación de perdido ante una lengua que no entiende. En la
escena el productor del spot se explaya con una serie de instrucciones y explicaciones
extensas que Bob escucha sin comprender nada. Espera la traducción de su intérprete
quien lo reduce a una breve indicación: “Quiere que se gire y mire a la cámara.” Y ante
tal reducción Bob, más que sorprendido, pregunta:
-“¿Solo ha dicho eso?”
La intérprete se dirige al productor, mantienen una aparente conversación
extensa que ella vuelve a reducir a la mínima, lo que sigue preocupando a Bob:
-“¿Eso es todo? En fin parecía que dijera muchas más cosas.”
Las dificultades con el idioma y la comunicación también se dejan ver en otros
momentos: Bob no entiende las palabras que repite una y otra vez la supuesta mujer de
compañía con quien es obsequiado por sus clientes; Bob y Charlotte acuden a la
televisión para matar el tiempo y no comprenden nada; en una de las salidas nocturnas
Bob entabla conversación con un japonés que habla francés y bromea al decir “que mi
japonés va mejorando”; en el hospital ambos protagonistas viven situaciones de
incomprensión con sus interlocutores japoneses, primero con el recepcionista del
hospital y después, de manera simultánea, Bob con una anciana que está sentada en la
sala de espera y Charlotte con el médico que la visita; en el programa de televisión al
que acude Bob tampoco es posible la comunicación.
Sofia Coppola ofrece un amplio muestrario de la dificultad a la hora de
comunicarse. Sin embargo, la cuestión va más allá de una simple experiencia vivida y
supera la mera anécdota. El título de la película adquiere una dimensión más
trascendente si se tiene en cuenta la situación en la que se encuentran los personajes.
Ellos son los que realmente están perdidos en una ciudad extraña, en medio no solo de
un idioma que desconocen sino también en una cultura muy distinta a la suya. Y
además, también perdidos, como se verá, en un sentido metafórico. Perdidos en la vida,
sin rumbo, desorientados interiormente.
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Técnicas audiovisuales
El séptimo arte es indiscutiblemente un medio artístico de comunicación
excepcional, puesto que es capaz de efectuar un doble proceso de síntesis y de análisis.
El proceso de síntesis consiste en poder comprimir la acción y prescindir de todo
aquello que el director considere superfluo. En cambio, el proceso de análisis permite
descomponer una acción en todas sus partes y ofrecerla desde el mejor ángulo posible,
aportando una serie de matices sorprendentes. Sofia Coppola demuestra tener un
dominio de ambos procesos. En Lost in translation el proceso de síntesis se explota al
máximo, hasta el punto en que la síntesis se convierte, como se verá, en un recurso muy
fructífero. Por otra parte, el análisis se lleva a cabo en muchos casos desde el punto de
vista del espectador y, por consiguiente, del de Sofia Coppola, quien no duda en ofrecer
un análisis subjetivo de la historia.
Lost in translation está rodada en 35mm4, un formato profesional utilizado no
solo en la cinematografía sino también en fotografía.
Tal formato permite una mejor captación del color, concede movilidad y mayor
libertad a la hora de rodar, algo que no se obtiene si se trabaja en un estudio tradicional.
Pero la libertad creadora no solo viene dada por el uso del formato 35mm, sino también
por el empleo en varias ocasiones del steadicam con lo que sustituye el uso aparatoso
del tráveling. Esta elección quizá venga condicionada, en cierto modo, por la
admiración de Sofia Coppola por el cineasta francés Jean-Luc Godard, uno de los
máximos representantes de la Nouvelle Vague. Un grupo que hacia los años 50 buscaron
la libertad de expresión y técnica. Apostaron por unas grabaciones austeras, sin contar
< http://es.wikipedia.org/wiki/35_mm>
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con grandes estudios cinematográficos y recurrieron en muchas ocasiones a la cámara al
hombro, como hace Sofia en Lost in translation.
Con el steadicam están rodadas ante todo las escenas exteriores con movimiento
como, por ejemplo, la escena en la que Charlotte se pasea desorientada por las calles de
la deshumanizada ciudad; o bien cuando se aventura a coger el metro. La imagen con
cámara en mano ofrece un plano más cercano, aproxima el personaje al espectador,
incluso este se convierte en un personaje más que observa desde un lugar privilegiado el
transcurso de la historia. Al mismo tiempo, este procedimiento permite aprehender la
atmósfera y la esencia de los lugares en estado puro, sin retoques, una particularidad
que también exploraron los cineastas de la Nouvelle Vague. La libertad en todos los
sentidos conlleva la dificultad de no saber en todo momento qué va a suceder, sin
embargo, los productores de la película han sabido hacer de ello una virtud, con la que
dotan a la obra de una originalidad y naturalidad sensacional.
Con esta película Sofia Coppola fue galardonada con un Oscar al mejor guión
original. Sin embargo, uno de los aciertos de este trabajo es quizá la sensación que
transmite en algunos momentos de estar ante una película que deja lugar a la
improvisación, haciéndose a los ojos del espectador. Se respira una cierta espontaneidad
que viene dada no solo ya por el empleo de una cámara portátil, sino también por las
cualidades de los actores que protagonizan el film. En algunas situaciones cómicas
como, por ejemplo, la de Bob en la ducha; o en el gimnasio intentando controlar la
máquina a la que no comprende (hasta aquí la dificultad de comunicación); o bien la
escena en la que Bob comparte la piscina con unas japonesas haciendo aeróbic acuático,
se percibe la experiencia y el talento de Bill Murray, quien acostumbrado a estas
escenas probablemente no necesita ceñirse al guión para aportar la comicidad que la
directora anhelaba.
Otros aires de improvisación están protagonizados por el personaje femenino, a
quien mima hasta el último detalle la directora. En Charlotte la espontaneidad queda
plasmada en el momento en que se aísla de la trama, incluso la abandona para
protagonizar momentos de soledad cargados de una belleza extraordinaria. Sus
incursiones al mundo del Japón ancestral están en total sintonía con la naturalidad que
desprende el personaje, mientras que al mismo tiempo contrastan con el Japón moderno
y gris, permitiendo insuflar una bocanada espiritualidad.
Lost in translation es también una experimentación en cuanto a ángulos y planos
distintos con los que la directora ha querido ofrecer el retrato de sus personajes.
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Abundan los ángulos normales, en los que se filma a la altura de los actores. Sin
embargo, recurre también al picado y contrapicado. El uso de ambos no es fortuito.
Sofia Coppola los vincula principalmente con la imagen de la ciudad. Así, cuando Bob
llega a Tokio y en el taxi abre y alza los ojos para asombrarse con las luces insistentes
que cubren por completo la ciudad, Coppola recurre al contrapicado combinándolo con
el ángulo normal, de modo que aporta una sensación de magnitud bárbara e
incontrolada. Durante el paseo de Charlotte por la ciudad los edificios la escena también
se muestra mediante la composición del un ángulo normal y el contrapicado, con lo que
se consigue un efecto envolvente y abrumador. Ella alza la vista y su paraguas, más que
protegerle de la lluvia, se convierte en un refugio y protección ante la grandiosidad de
los edificios. En cambio, el Tokio que examina Charlotte desde la ventana de su
habitación se abre ante los ojos del espectador con un ángulo picado. Es ante todo la
ciudad de día, donde predomina por encima de todo un color gris deprimente acorde con
el estado de ánimo de la protagonista; identificación romántica entre el paisaje y el
alma.
Picado de la ciudad
Contrapicado de la ciudad
Desde un punto de vista fílmico la película construye un tramado complejo y
original mediante dos recursos. En primer lugar, destaca la habilidad que despliega la
directora a la hora de exhibir toda una serie de imágenes y situaciones paralelas. Es
capaz de mostrar a sus dos protagonistas en espacios distintos, realizando similares o
diferentes actividades, sin embargo, es capaz de establecer un vínculo temporal de modo
que el espectador capta perfectamente la sincronía entre ambas. Para ello, Sofia Coppola
recurre a pequeños detalles. Así por ejemplo, la referencia al tiempo, en algunos casos
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sirve para reflejar tal coincidencia. En el marco de la nocturnidad se plasman algunas
escenas simultáneas: el despertador marca la 4:20 de la mañana en la habitación de Bob
y no puede conciliar el sueño. En una habitación del mismo hotel, Charlotte intenta
dormir a pesar de los ronquidos de su esposo. Bob se encuentra solo en la habitación,
sin embargo un absurdo fax de su mujer le molesta, como a Charlotte le incomodan los
resoplidos de su marido. Después es la mañana la que sirve de marco. Bob tiene un
despertar sobresaltado cuando las cortinas mecánicas se corren y dejan entrar sin piedad
toda la claridad. Al mismo tiempo, en la habitación de Charlotte suena el teléfono y su
marido se marcha a trabajar en una escena que carece del romanticismo y ternura que se
podría esperar entre una pareja de jóvenes recién casados.
Siguen las vidas de los protagonistas por caminos paralelos. Bob en el estudio de
grabación se pierde entre las palabras en japonés y las traducciones de su intérprete;
mientras Charlotte, desorientada, intenta ubicarse en un plano del metro de Tokio y se
pierde entre el gentío. Bob se acerca a la cultura japonesa a través de la gastronomía, en
una mesa solo, con Tokio de fondo, por donde Charlotte se pasea enormemente
sorprendida. Nuevamente el insomnio les une en la noche y ambos recurren al a
televisión, que no entienden, para pasar el tiempo. Las coincidencias se han ido
repitiendo, incluso se han cruzado en el mismo ascensor (encuentro que él recodará
como la primera vez la vio, en cambio ella no reparó en ello). Ahora se hace necesaria
una aproximación entre ellos para que la historia y la relación avance. Los encuentros
fugaces e inesperados frutos del azar se producen al más puro estilo de Won Kar-Wai.
El lugar elegido para tal encuentro no podía ser otro que el New York bar del
hotel en que ambos se hospedan, donde el jazz crea un ambiente muy familiar para un
par de norteamericanos.
En este mismo momento dejarán entrever los aspectos que les unen a pesar de
las aparentes diferencias y ya se empezarán a perfilar como dos almas gemelas. Este
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primer encuentro, marca un cambio decisivo en el entramado de las situaciones. Sofia
Coppola continua apostando por las escenas paralelas pero a ellas les añade escenas de
fugaces encuentros. De este modo, Charlotte se aburre en el New York bar en compañía
de su marido y una actriz engreída que se empeña en ser el centro de atención, mientras
que Bob observa la escena desde lo lejos tomando un whisky en el mismo bar. Se
cruzan también, los dos en albornoz, en el momento en que ella sale de la piscina y él se
dispone a darse un baño. Esa misma noche se sumergen en la vida nocturna de Tokio.
Se multiplican sus encuentros y cada vez comparten más momentos. Ahora son pocos
los momentos en los que vemos a los personajes solos. La soledad se convierte en la
compañera de Charlotte en su escapada a Kyoto. Es un breve período de reflexión, de
búsqueda de sí misma. Mientras, Bob también se siente perdido, así se lo confiesa a su
mujer en una conversación telefónica. A estas alturas de la película, las escenas
simultáneas escasean. Al mismo tiempo, los encuentros entre los protagonistas se
vuelven nuevamente breves, como al principio y, poco a poco, se desvanece el
paralelismo entre sus vidas y, por consiguiente, entre las escenas.
En segundo lugar, fílmicamente hablando, Sofia Coppola apuesta también por la
repetición de varias escenas. A pesar de que las escenas que se reiteran son
prácticamente iguales, la directora introduce unas pequeñas variaciones para que el
espectador perciba la repetición como monotonía en la vida de los dos protagonistas. De
este modo, la imagen de Charlotte sentada en la ventana de su hotel observando la
ciudad se recrea en distintas ocasiones, aunque no siempre con la misma ropa, ni con la
misma postura, o con objetos distintos a su alrededor. De un modo u otro, no cabe duda
que el aburrimiento se adueña del espíritu del personaje femenino.
Encontrarnos a los personajes, sobre todo a Bob, en el ascensor es otra imagen
que aparece a lo largo de la película en varias ocasiones. Un Bob también aburrido, sin
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ningún interés por el trabajo que le ha llevado a Tokio. En ambas imágenes Bob destaca
entre los japoneses que le rodean pero, sobre todo, llama la atención su rostro tedioso
con el que despierta la compasión del espectador.
Se repiten también las escenas en las que Bob y Charlotte padecen de insomnio
y dan vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño; o bien la escena del taxi en la que
ambos personajes asombrados admiran la ciudad que les hace sentir extraños e
insignificantes al mismo tiempo.
Al analizar el empleo de este recurso se hace inevitable establecer ciertos
paralelismos con la película In the Mood for Love5
, del gran cineasta Won Kar-Wai
por quien en contadas ocasiones Sofia ha declarado su admiración. En esta película las
escenas se repiten en varias ocasiones, incorporando también unos pequeños detalles
distintivos que demuestran que son escenas diferentes, con las que se deja claro el paso
del tiempo. Así, en varias ocasiones, vemos a los dos protagonistas de In the Mood for
Love subidos en un taxi. La posición de ambos y, sobre todo, cheongsam (vestido
tradicional de las mujeres chinas) de la protagonista femenina son claros indicios que
son escenas distintas, pero que forman parte de la cotidianidad de los personajes.
También se repiten las escenas de la calle en la que ella se encuentra apoyada
Sinopsis de la película: La acción se sitúa en Hong Kong, en 1962. Dos matrimonios se trasladan a un
mismo edificio. A partir de este momento los protagonistas; Chow y Su Li-zhen Chan, establecen una
relación y ambos descubren que son víctimas de una infidelidad por parte de sus cónyuges.
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ligeramente en la pared y él, con cierto reparo y contención, parece guardar más o
menos la distancia en función de la situación. Otra bellísima imagen que a la que recurre
en varias ocasiones Won Kar-Wai es la de la protagonista femenina subiendo o bajando
las escaleras, ceñida en su cheongsam, con sus tacones y bolso en mano, siempre sola.
Los protagonistas de In the Mood for Love en el taxi.
Los protagonistas de In the Mood for Love en la calle.
Con estas secuencias que se repiten el director Won Kar-Wai construye el
desarrollo de la trama, tal y como hace también Sofia Coppola en su película. Parece
que el tiempo se detiene, sin embargo en ambas películas la repetición de las imágenes
evocan sobre todo sentimientos de soledad, de nostalgia, de hastío. Sentimientos
profundos y sinceros que no pueden ser ocultados, porque en ambas películas son los
ejes motores. Ambos directores (Sofia Coppola siguiendo los pasos de su modelo) se
aventuran en el uso de este método artístico totalmente novedoso, a la vez que
arriesgado, que exige, ante todo, un espectador atento a los pequeños detalles y
dispuesto a entender las sensaciones y los sentimientos a través de las imágenes y no
tanto mediante el diálogo.
Otro gran acierto de la película está relacionado con la duración de las escenas.
Sofia Coppola construye la película mediante escenas principalmente muy breves, que
aparecen en pantalla de manera fugaz. Corre el riesgo la directora que pasen
desapercibidas, pero lo resuelve mediante la repetición de una misma imagen de modo
que al final cala y, también, con el empleo de imágenes con una fuerza increíble que es
imposible que pasen inadvertidas. Por otra parte, Sofia domina el tiempo de estas
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imágenes breves. Es cierto que ocupan poco tiempo en pantalla, pero cuando surgen la
directora sabe dotarlas de una sensación de quietud enorme, como si la imagen se
detuviera en el tiempo y discurren todas ellas con la misma intensidad, evocando a
elegante experimentación que se trasluce en las películas del cineasta italiano
Michelangelo Antonioni. El movimiento de la cámara en estas situaciones es lento, muy
pausado, casi detenido. Recurre a esta técnica Sofia Coppola sobre todo en la imágenes
de la ciudad. Aparecen como punto muerto en la trama y pronto dan paso a otra escena.
Estructurar la película sobre todo a partir de secuencias breves, lo que no implica que no
parezcan algunas escenas más extensas, le ofrece la posibilidad de darle un tratamiento
especial al tiempo. Así, mediante la combinación de escenas breves y el empleo de
escenas que se repiten, Sofia Coppola juega con el tiempo e incluye una serie de saltos
cronológicos que encajan perfectamente con el desarrollo de la trama y se amoldan al
deambular de los protagonistas. Las elisiones temporales se hacen necesarias sobre todo
para trasmitir la fugacidad que lleva en sí misma la relación entre Bob y Charlotte. Se
convierte en un recurso más para expresar los sentimientos y sensaciones de los
protagonistas que son los ejes motores de la película.
Sorprende también el uso de la cámara subjetiva como recurso descriptivo. Sofia
Coppola muestra alternativamente la mirada del personaje y de los objetos que mira, de
este modo el espectador entiende que lo que ve en pantalla es realmente lo que ve
también el personaje. Se recurre a esta cámara subjetiva sobre todo para describir la
gran ciudad y todas sus particularidades. Sofia Coppola experimenta con este recurso de
manera intensiva. Es capaz de trasladar al espectador a las calles de Tokio y observar de
primera mano sus gentes y el tumulto.
El espectador percibe la sensación de
desorientación que padecen los propios personajes. Al mismo tiempo, incrementa la
sensación de “work in progress” puesto que la ciudad se abre a medida que el
espectador se zambulle en ella.
Lost in translation es también la expresión del buen gusto musical de la
directora. Sofia Coppola apuesta por la música para crear una atmósfera perfecta y en
total armonía con su historia y sus personajes. El encargado de dar coherencia a la
banda sonora de la película fue Brain Rietzell6, el batería de la ya desaparecida banda
< http://en.wikipedia.org/wiki/Brian_Reitzell>
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Reed Cross. Rietzell quería dotar la banda sonora de un cierto aire surrealista, en
sintonía con el Japón moderno, tecnológico y lleno de luces de neón. Lo consigue con
canciones como “Sometimes” de My Bloody Valentine
o “Girls” de Death In Vegas
. Pero con la música también se pretende transmitir el sentimiento de vacío y soledad
que impregna toda la película. Así, por ejemplo, cuando el marido Charlotte la deja
completamente sola durante dos días, la canción de Squarepusher, “Tommib”,
transmite la soledad de Charlotte. En algunas ocasiones el dramatismo de una escena
también queda intensificado con la música, con la que se subrayan los sentimientos.
Con un amplio repertorio de catorce canciones de distintos artistas, Rietzell es
capaz de recrear el ambiente deshumanizado y gris de la gran ciudad de Tokio, al mismo
tiempo que demuestra una gran habilidad en ensamblar la música con momentos
cargados de sentimentalismo.
La música juega también un papel importante en las situaciones de silencio en
las que apoya Sofia Coppola gran parte de la película. En algunos momentos, para no
cansar con los tiempos muertos, Sofía los llena de música, sin que está rompa el enciso
del silencio.
De un modo u otro, la música y las imágenes en Lost in translation caminan de
la mano y en armonía. Sofia Coppola cede a la música una importante función; incluso
en algunos momentos se convierte en la gran protagonista como, por ejemplo, en el
karaoke, en la fiesta nocturna o, sobre en la última escena mientras suena “Just like
Money”.
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La estética del videoclip
Un videoclip tiene como objetivo principal promocionar la venta de un producto
musical. Su formato queda subordinado a las técnicas de marketing Sin embargo la
rigidez del formato es simplemente aparente, el videoclip se convierte en una idónea
forma de expresión libre y única. Este cortometraje ha ido alcanzando una importante
relevancia en las últimas décadas, sobre todo a partir de los años 80. Han aparecido
destacados realizadores capaces de crear nuevos estilos propios. La libertad del formato
ha hecho que los directores de cine se acercaran a él y se aprovecharan de la estética.
Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con Sofia Coppola quien tenía en su entorno dos
figuras claves en producción de videoclips. Por una parte, su hermano Roman Coppola,
quien ha contribuido de manera brillante con sus producciones a la cultura
contemporánea del videoclip. Él es capaz de transformar un vídeo en una película,
poniendo a los músicos siempre en acción. Sorprende su capacidad de sintetizar ideas
dispares y mezclar situaciones concentradas en unas cuantas escenas. Algunos de sus
grandes trabajos han pasado a formar parte de la historia del videoclip como, por
ejemplo, el videoclip de Walking contradiction de Green Day
o Revolution 909 de
Daft Punk.
Pero Sofia también aprendió de Spike Jonze, su exmarido, con quien estuvo
casada unos cuatro años. Spike se ha convertido en un referente clave en la historia del
videoclip. En su trabajo se puede contemplar su talento al traducir a imágenes los temas
musicales, aportando siempre nuevas formas y aplicando todos los recursos que tiene su
alcance. Grandes artistas como Björk
, REM o Jamiroquai han confiado en el trabajo
de Jonze.
De este modo, las fronteras entre el cine y el videoclip se diluyen y ambos se
retroalimentan. En Lost in translation se vislumbra dicha influencia en algunas escenas
donde la imagen adquiere una intensidad y belleza fascinante. A través de las imágenes
Sofia transmite una sensación de emoción penetrante, mientras que al mismo tiempo es
capaz de hacer un fantástico retrato de sus personajes y estados de ánimo. La primera
imagen con la que se abre la película ya posee cierto aire videoclipera. Simplemente
unas nalgas modestas y decorosas, que se pasearán en más de una ocasión por la
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pantalla, pero que en ningún momento despiertan la atracción sexual porque, por otra
parte, el componente sexual no tiene cabida en la película. Una imagen realmente
significativa, ya que anuncia, por una parte, que la protagonista será una mujer y, al
mismo tiempo, esboza el carácter de esta. La importancia de la imagen no radica en su
originalidad, en más de una película o videoclip aparece un primer plano de la espalda
de alguien que duerme o descansa en la cama. La particularidad reside en el pequeño
detalle de la ropa interior cómoda, holgada, sin la pretensión de ser sexy.
Sofia Coppola se convierte una pintora de imágenes y con golpes secos y fuertes
de pincel traza una imagen breve y casi detenida propia del videoclip para plasmar el
estado de ánimo de los protagonistas, sin la necesidad de añadir ni una sola palabra. En
el hotel, Bob aparece sentado en el borde de la cama, con las manos cruzadas, con un
batín un tanto hortera, unas zapatillas del hotel y una actitud pasiva, de hastío. Acaba de
tener una apabullante recibida por parte de un grupo de japoneses, sin embargo, en su
rostro no se refleja ni un ápice de entusiasmo. Se muestra desilusionado ante el proyecto
que le ha llevado a Tokio porque, como revelará a Charlotte, son otras sus aspiraciones
profesionales. La imagen no deja indiferente al espectador, quien se apiada del
personaje.
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La sensación de soledad y desorientación aparece bajo distintas formas, una de
ellas, nuevamente, una imagen como un flash de los dos protagonistas, sentados frente a
la cámara sin ocultar un rostro triste y decepcionado, a pesar del intento de diversión
que acaban de protagonizar en un karaoke. El reflejo de dos almas gemelas auque la
apariencia de uno y otro se empeñen en no mostrarlos como tal.
Las imágenes adquieren mayor intensidad videoclipera en el momento en que la
directora apuesta por imágenes breves y cambios visuales rápidos e impactantes,
marcados por los distintos planos. La sucesión ligera de escenas se convierte en un
recurso muy útil para insinuar, sin tener que recurrir al diálogo. En varias ocasiones las
escenas deslumbran como destellos, pero en ningún caso son gratuitas; la carga de
significado es notable a pesar de su fugacidad y se convierten en imprescindibles en el
proceso de la evolución dramática. Un claro ejemplo de ello es la escena en la que Bob
y Charlotte corren alborotados y sin rumbo por en medio de la calle, esquivando el
tráfico. Es esta realmente una secuencia que podría formar parte de un videoclip sin
ningún problema.
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Gran parte de la belleza de la película nace de la fuerza de la imagen
videoclipera, contemporánea, cargada de una potencia inusual.
La técnica del silencio
La estructura narrativa de Lost in translation se apoya en gran parte en el
silencio. La película se llena de silencios que se van hilvanando a medida que avanza la
relación entre los dos protagonistas, Bob y Charlotte. Se convierte en un recurso de
difícil uso, puesto que complica el desarrollo de la historia y, por otra parte, se corre el
peligro de caer en el aburrimiento. Sin embargo Sofia Coppola demuestra un gran
dominio de la técnica, de modo que es capaz de eliminar cualquier sensación de tedio
provocando en el espectador cierto misterio en relación al desarrollo de la trama. Así, la
relación se hace a los ojos del espectador, quien se convierte en testigo directo
preguntándose a cada momento por el devaneo de los acontecimientos. Las situaciones
de silencio se multiplican a lo largo de la película:
-Es sintomático que el silencio abra la película acompañando la imagen de Charlotte de
espaldas, mientras que la cámara enfoca ante todo las nalgas de la protagonista en ropa
interior cómoda y sencilla. Solo el leve roce de las piernas de Charlotte se cuela entre el
silencio y, poco a poco, la música entra en escena.
-El silencio en el ascensor permite al espectador centrar su atención en Bob, que destaca
entre el resto de los japoneses. Varias veces se reproduce está escena. En una ocasión
solo el sonido del ascensor rompe el silencio; en otra, un bostezo de Bob refuerza la
imagen de monotonía y aburrimiento.
-Las noches en las habitaciones del lujoso hotel en el que se alojan son también
silenciosas. En la misma noche de insomnio, en la habitación de Bob solo se cuela el
sonido de un fax de su mujer. En la habitación de Charlotte los ronquidos interrumpidos
de su joven esposo.
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-Bob, finalmente ha conciliado el sueño, sin embargo, amanece y las cortinas de su
habitación se corren de manera automática. A pesar del sobresalto Bob no emite ni una
sola palabra ni sonido de queja. El silencio sigue estando presente, hasta que el agua de
la ducha empieza a sonar.
-El silencio personificado se visualiza con Charlotte sentada en el borde de su ventana
observando la gran ciudad. El momento es breve, pero precioso y significativo, puesto
que revela el interior del personaje.
-Charlotte abandona el hotel y se sumerge en la gran ciudad que ha estado admirando
desde su ventana. En su salida solo le acompañan unos ruidos de fondo: el tumulto del
metro con el que se transmite una sensación de confusión y desorientación, en sintonía
con su estado de ánimo. Tras tal desconcierto, un breve silencio la lleva a un templo
budista donde los mantras que recitan los monjes se apoderan del silencio, sin dejar de
ser una estampa de tranquilidad y pura armonía, que se rompe en el momento en que
nuevamente aparece bajo un silencio absoluto una imagen muy breve, como si de un
destello se tratase, de la ciudad gris vista desde lo alto. El contraste que consigue aquí
Sofia Coppola es admirable, puesto que pone de relieve las dos caras de una misma
moneda: el Japón más tradicional y antiguo frente al cosmopolitismo de sus
descomunales calles.
-Charlotte llora en silencio en su habitación al asimilar su condición de perdida en
aquella ciudad y sobre todo en su propia vida. En la habitación solo resuenan sus
sollozos angustiosos y entrecortados.
-Nuevamente una imagen espectacular de soledad es la de Bob desayunando solo en
absoluto silencio, sin nadie a su alrededor, simplemente la imagen borrosa de la ciudad
de fondo.
19
-Un sonido electrónico propio del ambiente de Tokio se cuela en el vagabundear de
Charlotte por la grandes y luminosas avenidas. La imagen es fugaz sin embargo,
sumamente evocadora de soledad y pérdida.
-Avanza la película, y nuevamente el silencio se convierte en el protagonista de una
escena que se repite: Bob en el ascensor, pero esta vez solo. En los cristales del ascensor
se mira a si mismo, como en un intento de autoanálisis, sin embargo, simplemente tiene
tiempo de esbozar una leve sonrisa, con la que despierta su compasión y la del
espectador. Sentimiento que se magnifica cuando nos lo encontramos, sin decir ni una
palabra, subido a una máquina de hacer ejercicios a la que es incapaz de controlar. En
esta escena, solo el ruido de la máquina ocupa un desierto gimnasio que tiene como
fondo nuevamente la ciudad iluminada por una gran cantidad de luces.
-El deambular de Charlotte se prolonga por el enorme hotel, por donde también se
respira una sensación de detrimento. En una sala, una imagen de delicadeza extrema:
unas mujeres se relajan montando centros de flores. Aquí, Charlotte se deja llevar, y en
silencio, disfruta de la paz que le rodea en lo que parece ser un oasis de tranquilidad.
-La imagen de Charlotte en la bañera con los cascos del walkman puestos y la mirada
perdida, tiene su paralelo con la escena en la que Bob está en el spa del hotel. Las dos
imágenes poseen una fuerza impresionante. En ambas situaciones otra vez el silencio
evoca soledad y crea un ambiente propicio para la reflexión.
-Charlotte se despide de su marido, quien estará fuera un par de días. Justo en este
momento, el silencio de apodera de su habitación y se prolonga la imagen de la joven en
la ventana, como si se dilatara y se acrecentara a marchas forzadas la sensación de
soledad.
-Mientras ella se refugia en su habitación recordando con nostalgia lo que fue y ya no es
su relación matrimonial, una imagen de silencio invade la pantalla en el momento en
que Bob pasa su día libre jugando a golf. La fotografía es preciosa.
-El silencio es también compañero de viaje de Charlotte en su escapada solitaria a
Kyoto. El tren, totalmente vacío, se convierte en metáfora de la propia vida de
20
Charlotte. Su evasión al ancestral Japón no deja de ser un nuevo intento de encontrar un
sentido a su vida. La canción “Alone in Kyoto”
evocadora de la soledad y el
desamparo es la que le conduce a ese lugar recóndito.
-Bob también intenta encontrar a sí mismo en el momento en que en silencio se mira al
espejo con escepticismo antes de afeitarse y con la imagen de Tokio como fondo.
Los silencios adquieren mayor fuerza en el momento en el que Charlotte y Bob
conversan en el bar del hotel. A partir de entonces, los silencios se cruzarán entre los
dos protagonistas, muchas veces sustituyen a los diálogos, otras veces se cuelan entre
ellos. Pero lo novedoso ahora es que estos silencios se funden con miradas tímidas,
cargadas de sinceridad y complicidad. La primera vez que entablan conversación, tras
unas preguntas que serán claves en la vida de los dos, se hace un silencio, una pausa que
les permite tratar un tema más banal, aunque también presente en la estancia de los dos
en Tokio:
-ella confiesa: “No puedo dormir.”
-y él se une a su preocupación y añade: “Yo tampoco.”
Acto seguido un intenso silencio, mientras que sin mirarse cada uno pierde la
vista hacia cualquier lugar del bar.
Un encuentro fortuito en los pasillos del hotel. Ambos en albornoz. El diálogo se
llena de silencios, en este caso un tanto incómodos. A ello se le suman unas modestas y
simpáticas miradas. Tras saludarse con un amable “hola” él pregunta:
-“¿Cómo estás?”
-“Bien. ¿Y tú?
Tras la pregunta, siete interminables segundos de silencio y miradas. Bob
reacciona:
21
-“¿Está bien la piscina?”
-“Sí, es estupenda.”
Pero les sigue tres segundos más y nuevamente es Bob quien se encarga de
romper el silencio con alguna pregunta sin importancia. Sin embargo, la situación no les
impide a aventurarse juntos en la vida nocturna de Tokio. Tras la euforia de la música y
el karaoke llega un momento de silencio y reposo. Aparece Charlotte, sola en el pasillo
del karaoke, sentada y apoyada contra la pared. Sale Bob de la sala y sin decirle nada se
siente junto a ella. Suena “Kaze Wo Atsumete”
. Comparten el cigarrillo. Ella deja
caer su cabeza sobre su hombro y perdura el silencio acompañado por una leve sonrisa
de Charlotte que esconde cierta satisfacción un tanto contenida. De camino al hotel, en
el taxi, no cruzan ni una sola palabra. Bob se ha dormido y ella se recrea mirándolo. Se
alarga el silencio, esta vez incluso no suena ni la música. Por el pasillo enmoquetado del
hotel, la imagen de Charlotte, dormida, en los brazos de Bob. Esta es quizá una de las
escenas donde el silencio adquiere una gran importancia. Durante más de un minuto y
medio el silencio retiene los sentimientos de los personajes. Los hace suyos y se
convierte en la vía de canalización de todos ellos. El ambiente no puede estar más
cargado de intensas emociones. Bob mira a Charlotte con dulzura, la acuesta, le quita
los zapatos, la cubre y ahora sus miradas coinciden. Se sonríen con ternura, él apaga la
luz y le acaricia levemente el hombro. Incluso el silencio se prolonga por el pasillo una
vez que ha cerrado la puerta de la habitación de Charlotte.
22
-La habitación de Bob se convierte ahora en un escenario de una estampa típica de
pareja. Ambos bebiendo y viendo en italiano, con subtítulos en japonés La Dolce Vita7
de Federico Fellini8 (no es gratuita tal referencia cinematográfica. Sofia Coppola ha
señalado en alguna entrevista su admiración por Federico Fellini y por el vagabundear
de La Dolce Vita, que se presenta como una película con una estructura de la trama nada
convencional). Este momento dará paso a la confesión de sus frustraciones, fracasos y
miedos. Una confesión que se ve interrumpida por silencios que permiten a ambos
reflexionar y encontrar respuestas sinceras a sus preguntas. Son silencios necesarios
para poder profundizar en sí mismos. Y finalmente, el silencio les conduce a un plácido
sueño que hasta entonces no habían tenido.
-Los silencios se convierten en violentos y provocan cierta sensación de distancia en el
momento en que Charlotte acude a la habitación de Bob y descubre que ha pasado la
7
<http://es.wikipedia.org/wiki/La_Dolce_Vita>
< http://es.wikipedia.org/wiki/Federico_Fellini>
8
23
noche en compañía de otra mujer. Juntos comen en un restaurante, pero los silencios
desagradables se cruzan y van de uno a otro como un auténtico partido de tenis.
-La salida de emergencias que deben efectuar de madrugada se transforma en una
imagen cargada de patetismo. Uno frente a otro, se miran y con la mirada se lo dicen
todo. Cuando se es consciente que el final está cerca, las palabras se esconden y cuesta
articularlas. Sin embargo, Charlotte se atreve con un sentido “Te echaré de menos” y él
le responde con un largo y doloroso silencio.
-Es la última noche y en el bar, uno frente a otro, sin apenas distancia, guardan silencio
y se examinan, se contemplan y se admiran mutuamente. En silencio se dan de la mano
y las miradas expresan sus sentimientos más sinceros. El silencio es capaz de trasmitirlo
todo y de no dejar ni un secreto oculto. Ahora es Bob quien se atreve a decir con
palabras lo que confiesa ya con la mirada:
-“No quiero marcharme.”
-“No lo hagas. Quédate conmigo. Formaremos un grupo de jazz.”
Y otro largo silencio que se prolonga hasta el ascensor.
-El momento de la despedida se hace inevitable. En sus rostros se refleja la pena y la
tristeza que conlleva el aceptar que todo se acaba. Apenas se dicen nada en el hall del
hotel. Prefieren expresarse mediante las miradas y los silencios.
A lo largo de la película Sofía Coppola ha demostrado su gran dominio del
silencio como recurso artístico, como técnica que hace avanzar la historia sin apenas
tener tal sensación. Sin embargo, despliega su gran maestría en la última escena donde
sucede el definitivo encuentro entre Bob y Charlotte. Una escena de unos tres minutos
en la que el diálogo escasea más que nunca, cediendo el protagonismo absoluto al
silencio y a las miradas entre ellos. La fuerza del silencio permite detener el tiempo
durante unos instantes que serán únicos e irrepetibles para los dos protagonistas. En
medio del tumulto, a lo lejos, Bob vislumbra la silueta de Charlotte, detiene el taxi, se
dirige hacia ella y entre el ruido de la calle se escucha un simple un “¡eh, oye!”. La
cándida Charlotte se gira, le sonríe y, como en otras tantas ocasiones, a ninguno de los
dos le son necesarias las palabras. El punto álgido de los sentimientos: una mezcla de
24
silencios, miradas, abrazo, caricias y un beso en los labios. Nada más se hace necesario
y ello permite cerrar la película y la vida de ambos con un simple “adiós”. Sin embargo,
se oyen las palabras de Bob como un susurro y se entiende perfectamente lo que le dice
al oído al Charlotte9. Como espectador a uno le invade un sentimiento de frustración y
decepción, puesto que en esta escena espera el triunfo final del silencio absoluto,
personificado. En cambio las palabras de Bob rompen tal ilusión. Podría entenderse
como una apuesta errónea por parte de la directora de la película, que a estas alturas
había conseguido hacerse dueña del silencio. Sin embargo la comparación con la
versión original demuestra que el problema se presenta en el doblaje:
Versión original
Versión en castellano
-“Ei, you!”
-“¡Eh, oye!”
Se oye un susurro.
-“Eres lo mejor que me ha pasado en
-“ok?”
mucho tiempo. No pierdas nunca esa
-“ok.”
sonrisa. ¿Vale?”
-“Bye.”
-“Sí.”
-“Bye.”
-“Adiós.”
-“Bye.”
-“Adiós.”
-“Adiós.”
En la versión original el susurro de Bob es inteligible. Aquí el espectador posee
total libertad para imaginar las palabras con las que Bob se despide. Cada uno puede
cerrar la historia, afortunadamente, a su manera. Con ello Sofía Coppola deposita su
confianza en el espectador quien será capaz de darle un significado a ese leve susurro.
Sin duda, triunfa el silencio.
En un primer momento, la película la vi en castellano, sin embargo, justo en este momento, resultó
imposible no recurrir a la versión original. La verdad es que fue un alivio ver que en esta las palabras de
Bob sonaban como un simple susurro inteligible y cada cual podría interpretar el final a su manera. Sin
embargo, a pesar del hallazgo, se siente cierta decepción y engaño. De todos modos, podría entenderse
como una ironía del propio título de la película, que aparece escenificado en más de una ocasión.
9
25
Una apuesta por las emociones
Lost in translation es más que una simple narración de la relación entre los dos
protagonistas, Bob y Charlotte, quienes se encuentran por casualidad alojados en el
mismo hotel de Tokio, el espectacular y lujoso Hotel Hyatt de Tokio. El gran escenario
de esta historia es la capital japonesa, que se convierte en el tercer gran protagonista de
la película. Tokio se muestra como una gran ciudad, repleta de enormes rascacielos,
carteles y pavorosas luces de neón que tiñen por completo la ciudad de una multitud de
colores, entre los que predomina el azul. Un azul que se mezcla con el gris de los
edificios y el rojo de las pequeñas luces aportando una imagen fría y deshumanizada de
la ciudad. Tokio es un gran bullicio de gentes y coches que nunca descansan. Una
ciudad extremadamente moderna, tecnológica, donde la masa de la población parece
integrarse a la perfección10. Así, Tokio se convierte en una buena elección para situar a
dos personajes que se sienten perdidos. Tokio representa ese laberinto existencial en el
que Bob y Charlotte se pierden irremediablemente.
Es cierto que dicha relación ocupa un papel primordial en la historia, pero al
mismo tiempo es la historia de Bob y de Charlotte por separado, cada uno de ellos
podría protagonizar una historia de manera independiente, de hecho Sofia Coppola se
encarga de matizar perfectamente a los personajes antes de provocar la relación entre
ambos.
Bob Harris es un hombre de mediana edad, casado, con dos hijos. Se traslada
hasta Tokio para rodar un spot publicitario de un whisky japonés por el que se
embolsará dos millones de dólares. Sin embargo, el proyecto parece no atraerle nada en
absoluto. Estando en la barra del bar del hotel, dos occidentales lo reconocen y
Algunos críticos señalan que Sofia Coppola ha optado por una presentación maniquea de la sociedad
japonesa. Incluso ven retrato un tanto ridículo. Yo, en cambio, creo que ha optado por una presentación
acorde con el tono de su película de ahí que se mezclen aspectos graciosos con aspectos más serios
relacionados sobre todo con las costumbres muy arraigadas en el país.
10
26
recuerdan sus películas como viejas glorias. Le preguntan los motivos de su estancia en
Tokio y Bob dubitativo contesta “Ver amigos. De visita”. Es significativo que oculte sus
proyectos profesionales, lo cual deja intuir cierta insatisfacción. En su conversación con
Charlotte no deja duda que no se siente motivado con tal proyecto:
-“¿Qué hace usted por aquí?”
-“No me trates de usted. Descanso de mi mujer, olvido el cumpleaños de mi hijo
y gano dos millones de dólares por anunciar un whisky, en lugar de hacer
teatro.”
La gradación con la que nombra los motivos de su estancia es sumamente
reveladora y apunta ya algunos de los aspectos fundamentales de su vida que se irán
desvelando a cuenta gotas. Deja claro que no se siente motivado con la grabación de ese
spot publicitario. En el ascensor, de camino a los estudios de grabación y durante la
realización del spot Bob muestra su cara más tediosa y aburrida. Es ya un actor
frustrado que desearía estar en tablas haciendo una obra de teatro. Su carrera profesional
está en declive y las ofertas escasean. Se debe conformar con promocionar un whisky en
Japón. Solo demostrará cierta admiración en el momento en que ve los carteles de su
propia imagen ocupando grande lugares en toda la ciudad. En ambos casos, Bob se
detiene y se frota los ojos para comprobar que no es un sueño.
Se encuentra en plena crisis de madurez, hasta el punto que su vida se convierte
en un cierto naufragio existencial. Las conversaciones telefónicas con su esposa y
algunas confesiones a Charlotte exponen un matrimonio en crisis en el que solo los
hijos parecen actuar como punto de unión. Una nota de su mujer le da la bienvenida
nada más llegar al hotel. Abre el sobre con la ilusión de encontrar “algo bueno”, pero
Bob lee un mensaje lleno de reproches por haber olvidado el cumpleaños de su hijo. Su
rostro no oculta la decepción probablemente por haber fallado a su hijo pero también
27
por la falta de comprensión por parte de su mujer. A las 4.20h de la madrugada Bob
recibe en su propia habitación un fax de su mujer, quien no parece tener en cuenta el
desfase horario que existe entre América y Japón. El mensaje no posee carácter urgente,
tan solo le comenta la elección de un armario para el estudio. Poco después se repite la
escena. Esta vez recibe un paquete lleno de muestras de moquetas. Su mujer le pide que
elija el color que más le guste. En ningún momento se interesa por su estado ni por su
proyecto profesional. Él no se asombra ante tales mensajes, parece estar más
acostumbrado a una relación matrimonial monótona donde las demostraciones de amor
ya no tienen cabida. Lo único que hace es aceptarlo con total resignación.
Tras la salida nocturna con Charlotte, Bob llega al hotel y llama
a su mujer
con cierto aire de añoranza y con la intención de complacer sus deseos. Ella contesta al
teléfono y su respuesta es fría como el hielo, se hace difícil creer que al otro lado del
teléfono está su esposa. La conversación es un tanto absurda, sin embargo Bob en un
momento de soledad, tan lejos de casa, necesita saber de los suyos. Ella evidencía con
sus respuestas que no le está prestando atención; no siente la necesidad de hablar con su
marido. Ella se obstina en pensar que su marido se lo está pasando bien, a pesar de que
él se lo niega dos veces. La conversación avanza y la figura de Bob adquiere un tono
lamentable, despertando cierta compasión cuando como padre quiere imponerse a su
hija, que este le tome como símbolo de autoridad. Sin embargo, la desobediencia por
parte de la hija revela el fracaso de Bob también como padre. Bob tenía la esperanza de
encontrar cierto consuelo y comprensión en su mujer, pero no ha sido así. Ese “vaya ha
sido una gran idea” es más que irónico y va acompañado por una expresión de su rostro
que evoca una gran decepción.
Se vuelve a poner de manifiesto que su matrimonio pasa por momentos difíciles
en una nueva conversación telefónica. Esta vez es ella quien llama y él quien no parece
estar interesado, puesto que sospecha, y no se equivoca, que el motivo de la llamada es
insulso. Bob aprovecha la ocasión para sincerarse con su mujer, buscando en ella un
punto de apoyo:
-“Yo ahora mismo estoy perdido.”
-“Solo es una moqueta.”
-“No estoy hablando de eso.”
-“¿Y de qué estás hablando?”
28
En este preciso instante, Bob se da cuenta de que su mujer no le comprende y
ante esta situación se le hace difícil el confesarle sus sentimientos, por ello se pierde
hablando de la vida sana y las ganas que tiene de cuidarse. No existe ya comunicación
entre ellos. Ella no se da cuenta de la crisis que Bob está padeciendo y lo peor es que
tampoco le interesa. Incluso es capaz de decirle que se quede en Japón, a lo que
responde Bob con un silencio de hundido y una sonrisa cargada de desilusión que
retiene, probablemente, un llanto. El desinterés por su marido queda totalmente
demostrado en el momento en que le pregunta si “¿tengo preocuparme, Bob?” a lo que
él responde “solo si quieres”. Él quizá por inercia acude a ella, pero sus esperanzas se
desvanecen en el momento que ella responde que “tengo cosas que hacer.” Así,
escuchar a su marido, servirle como punto de referencia no está dentro de sus planes.
Bob, parece aceptar que entre su mujer y él ya no queda nada. El único vínculo de unión
son sus hijos, en los que Bob deposita sus ilusiones. Sin embargo, ella se encarga de
hundirlo todavía más cuando le confiesa que los niños “empiezan a acostumbrarse a que
no estés nunca.” Ya ni siquiera sus hijos son un motivo de alegría. En una última
conversación telefónica con su mujer, su hijo ni siquiera quiere hablar con su padre por
teléfono.
El sentimiento de soledad y decepción forman parte de la vida de Bob. La
imagen de Bob en la barra del bar, bebiendo whisky y fumando un puro, es la imagen de
la soledad, del desamparo, de un auténtico desgraciado.
El patetismo de Bob se mezcla con cierta comicidad en algunos momentos,
dotando al personaje de un mayor dramatismo con el que arranca la sonrisa al
espectador, al mismo tiempo que provoca cierta compasión. La escena de la ducha, el
aeróbic acuático, el incidente el gimnasio y las posteriores agujetas, el paseo por el hotel
con la americana llena de pinzas, la camiseta con ese estampado militar hortera, su
aparición en un programa japonés…son secuencias todas ellas cómicas que Sofia
29
Coppola fue añadiendo a media que escribía la historia, teniendo en mente sobre todo la
facultad intrínseca del actor Billy Murry para interpretar situaciones cómicas. La humor
no solo se expresa mediante situaciones graciosas, sino también mediante pequeños
matices faciales y corporales, gestos,… que el actor Billy Murry domina a la perfección.
Con este particular enfoque de la historia, Sofia Coppola concedía a la película, de
manera muy sutil y acertada, un carácter conmovedor extraordinario. Resulta imposible
no sentir cierta lástima por el personaje que se ríe de sí mismo, quizá como último
recurso de para superar su crisis existencial.
Scarlett Johansson interpreta el papel femenino que adquiere un gran
protagonismo en la película; de hecho ella es la encargada de conducirnos por el
itinerario laberíntico y onírico en una ciudad oriental desmesuradamente moderna,
como metáfora de su desorientado recorrido vital.
Charlotte es una mujer joven, guapa dulce y tierna, recién licenciada en filosofía
y casada desde hace ya dos años con un fotógrafo fanático del trabajo, a quien siempre
acompaña en sus proyectos profesionales. John, el marido de Charlotte, se presenta
como un personaje plano, un tanto necio, que tiene como única función justificar la
presencia de Charlotte en Tokio, mientras que al mismo tiempo contribuye en agigantar
el sentimiento de soledad de la protagonista.
El joven matrimonio carece de la vitalidad y frescura que debería desprender una
pareja de jóvenes recién casados. El marido de Charlotte solo tiene tiempo para el
trabajo, de hecho en sus pocas apariciones en la película, sus conversaciones giran
entorno a cuestiones profesionales. Charlotte se queda sola en la habitación del hotel,
abandonada por su marido que se ha ido a trabajar, soltando un “te quiero”, sin
sentimiento que suena a hueco. Por su reacción parece estar ya habituada a tal situación,
sin embargo su rostro deja entrever tristeza y resignación.
30
Se pasea casi desnuda por delante de John quien ni siquiera levanta la vista para
mirarla, puesto está muy ocupado con su trabajo. Ella acepta estar en un segundo plano,
es complaciente con él y un tanto sumisa a la situación. Se empeña en acompañarle a
todas partes, aunque demuestra siempre un gran desinterés por los asuntos laborales de
su marido, que acaban aburriéndole como su propio matrimonio. Charlotte intenta
compartir un bueno momento con su marido, tomando una copa de champán, antes que
este la deje sola en Tokio durante dos días. Sin embargo, ni siquiera le dedica ese
momento. Es revelador como se desvanece la sonrisa de Charlotte en el instante en que
su marido sale por la puerta. Su rostro es el rostro de una mujer decepcionada y vacía,
quien poco a poco irá aceptando el fracaso de su matrimonio. Un momento decisivo en
este proceso se produce cuando regresa de su visita a un templo budista. Entre sentidos
sollozos confiesa por teléfono a una amiga que “no he sentido nada.” Se da cuenta que
sus sentimientos están cambiando. Finalmente, en su habitación, unas fotografías de su
marido y ella en actitud cariñosa le recuerdan con nostalgia lo que fue su relación y
admite, aunque quizá de manera inconsciente todavía, que ya nada queda de aquellos
momentos.
En Charlotte todo es desorientación, pero una desorientación que va más allá de
estar en un lugar extraño. Sofia Coppola ha sabido transmitir tal sensación de vaguedad
situando a su protagonista femenina en un lugar idóneo que incrementa dicha impresión.
Pero lo cierto es que el aturdimiento invade de manera intensa a Charlotte, quien se
afana en encontrar un sentido a su vida. Se sumerge en el bullicio de la cuidad y se
detiene frente a un plano del metro y observa las distintas líneas que se convierten en
metáfora de los distintos caminos en su propia vida. Mientras, la canción con toques
electrónicos que suena de fondo, “On the subway”
, contribuye a aumentar el
sentimiento de desamparo. En el metro y su escapada al templo budista observa y
rastrea con su mirada detenida todo lo que le rodea, intentando encontrar, por muy
pequeño que sea un punto de referencia que otorgue cierto sentido a su vida. Su pausado
31
e indeciso caminar la transporta al templo budista, un lugar cargado de simbolismo y de
espiritualidad, propicio para sentirse bien consigo misma y alcanzar la tranquilidad y
paz interior que tanto ansía. Sin embargo, su primer intento ha fracasado. El misticismo
y armonía que encierran los mantras no ha calado en su alma que está desprotegida y
perdida. Los sollozos resuenan en la habitación como síntoma de su frustración.
Pero Charlotte no se rinde tan fácilmente, precisamente porque la necesidad de
inventar un sentido a su vida es tan grande que le empuja a intentarlo de nuevo, aunque
realmente no sabe dónde indagar. Precisamente, las ganas de dar con el buen camino la
diferencian de Bob, quien ya se encuentra en una fase de escepticismo total. El sonido
amable de las guitarras de “Fantino”
acompaña el mirarse en el espejo deseando
encontrarse, pero no se define y esas pruebas con sus labios y su cabello, esconden una
mujer llena de miedos y carente de una personalidad propia. La escena en la que
Charlotte decora la habitación del hotel como recurso para descubrir su propia identidad
está cargada de un gran dramatismo. Nada más triste y desolador que perder el tiempo
en decorar un espacio tan impersonal como el de una habitación de hotel. Pero ese
ambiente más personal que ha creado le es más propicio para la reflexión. Ahora, en su
ardua tarea de darle sentido a su vida, aparece Charlotte con los casos del walkman, que
tanto la caracterizan, escuchando un Cd (A soul’s search) de autoayuda. Pero no
encuentra en él la poción mágica para la felicidad, y debe continuar en su periplo. Se
mezcla otra vez entre la multitud japonesa, observa sin perder detalle y analiza con una
mirada expectante el comportamiento de los jóvenes nipones en una sala de juegos, en
la que dan muestras de una diversión que ella no comprende. El sonido de los
videojuegos y el ruido de las máquinas provocan un cierto aturdimiento en Charlotte,
quien no está acostumbrada a tanto ajetreo.
Sigue su recorrido, está vez dirección Kyoto. Charlotte en el tren, nuevamente
como metáfora de su vida, sola, con los cascos como si quisiera aislarse por completo
del mundo. Se emplaza aquí la imagen del descomunal Tokio por la del monte Fuji,
32
considerado sagrado desde la antigüedad. Sirve este como elemento de transición hacia
el mundo ancestral en el que se va a sumergir de nuevo la protagonista. Merodea por un
parque de Kyoto y contempla la imagen preciosa del cortejo de una novia japonesa
engalanada con vestido tradicional. Admira con asombro la escena en la que parece
encontrar, a juzgar por su semblante, cierta serenidad. El recorrido que le lleva a
adentrarse en el parque resulta sumamente simbólico, alegoría de belleza pero también
de la vida de Charlotte. El camino serpentea sobre un lago, muestra de la fluctuación de
la propia protagonista, que se pasea de puntillas sobre las piedras como lo hace por la
vida. Y a pesar de las dificultades y oscilaciones que presenta el camino, hay también
parajes de esperanza, donde se deja constancia de los deseos e ilusiones más íntimas.
Charlotte anuda en el árbol de los deseos el suyo, que permanece oculto, aunque a estas
alturas de la película el espectador puede llegar a imaginar sus sueños.
El insomnio como consecuencia del jet lag, es el vínculo de unión superficial
entre Charlotte y Bob. La falta de sueño es precisamente la que provocará el encuentro
en el bar entre los dos protagonistas. Mediante algunas imágenes de los dos personajes
dando vueltas en la cama, haciendo zapping,… se pone de manifiesto la dificultad de
conciliar el sueño. También en algunas ocasiones ellos mismos confiesan no poder
dormir. Sin embargo, el insomnio es simplemente el pretexto que hace que dos almas
gemelas se encuentren.
La soledad es el sentimiento que saquea y al mismo tiempo une verdaderamente
a Bob y Charlotte. Ambos se encuentran en una ciudad y una cultura totalmente extraña
para ellos y ambos pasan muchas horas solos en el hotel. Sin embargo, la soledad de los
dos personajes va más allá y sería un error pensar que viene dada por las circunstancias
y el ambiente que les rodea. Este es simplemente un aspecto que contribuye a crear la
atmósfera más adecuada. Los protagonistas llevan el desamparo ya en su interior, forma
parte de sus vidas, y solo queda levemente mitigado en el momento en que se conocen,
precisamente porque ellos, siempre conscientes del mal que adolecen, intentarán
paliarlo en compañía.
En el primer encuentro en el que entablan conversación en la barra del bar
despuntan ya los temas que les provocan tal sensación de aislamiento. Les preocupa el
matrimonio, no obstante las propias experiencias les hacen ver las cosas desde distintos
puntos de vista. Charlotte prácticamente es una recién casada, tan solo lleva dos años de
matrimonio. Ella quiere que el matrimonio sea motivo de estabilidad, confianza pero
33
también fantasía. Por ello acompaña a todas partes a su esposo. Se empeña en que su
vida rebose de felicidad por compartir la vida con su marido, de ahí que sienta
admiración ante los veinticinco años de matrimonio de Bob. Pero de manera
inconsciente, aunque se resista a aceptarlo, empezará a admitir que el matrimonio
tampoco da sentido a su vida. En tal proceso el sentimiento de confusión y aturdimiento
irá aumentando a marchas forzadas, sin que ella apenas pueda remediarlo. De hecho,
tumbados en la cama el diálogo entre ellos está cargado de preocupación y dramatismo.
Ella quiere escuchar que todavía hay esperanza:
-“¿Y el matrimonio, también tiene arreglo?”
-“Es difícil. Antes nos divertíamos. Lydia siempre venía conmigo a los rodajes y
nos reíamos por cualquier cosa. Ahora se queda con los niños y tampoco
necesita que esté con ella.”
Bob, en cambio, está totalmente desengañado. A pesar de que él confiesa con
cierta ironía que “es un adolescente en el matrimonio. Sé conducirlo pero aún tengo
algún accidente”, Bob ya no cree en el amor, por ello asume la infidelidad con la
cantante del bar del hotel como un simple accidente durante una noche repleta de
lagunas. Recuerda con nostalgia los momentos felices con su mujer, pero de todo
aquello ya no queda nada. Simplemente es capaz de hallar una pizca de alegría en los
hijos. La experiencia de ser padre implica cierta paradoja; por una parte, “todo se vuelve
mucho más complicado cuando tienes hijos. […] El día más aterrador de tu vida es el
día en que nace tu primer hijo. […] Tu vida, la que conoces, se acaba, y nunca
volverá.”; pero por otra parte, está la satisfacción de verles crecer y la necesidad de estar
con ellos, quienes “acaban convirtiéndose en las personas más deliciosas que conocerás
en toda tu vida.” Sin embargo, Bob es consciente que el vínculo paternal es también
frágil y perecedero, puesto que sus hijos se han acostumbrado a estar sin él y apenas lo
consideran un referente de autoridad. Es doloroso reconocer y aceptar los fracasos como
padre y esposo.
La crisis de Charlotte es también fruto del temor por su futuro profesional.
Acaba de licenciarse en filosofía y todavía no ha encontrado su verdadera vocación ni
un camino por emprender. Se siente realmente perdida, tal y como se lo confiesa a Bob
en la cama. Se empecina en que debe haber una solución, mientras que al mismo tiempo
el caso de Bob le sirve como reflejo en el que mirarse para aceptar que no la hay. Él
siente compasión por ella e intenta suavizar la situación con algunas mentiras piadosas,
34
sin embargo sus palabras son tremendamente desgarradoras, cargadas de un gran
pesimismo fruto, probablemente, de sus fracasos. Y es que la crisis de Bob también se
ve agravada por asuntos profesionales. Debe aceptar que su carrera como estrella de
cine ha llegado a su fin. Las ofertas escasean y no se ciñen a sus gustos. Se siente
ridículo en la sesión fotográfica en la que debe posar y fingir un montón de cara y
gestos forzados. Adquiere, ante los ojos del espectador, una dimensión aún más trágica,
con la que despierta la compasión del espectador.
Ambos padecen los mismos males; son Alfa y Omega de la desesperación y del
desencanto. Ninguno de los dos parece tener motivaciones ni ilusiones que les permitan
dar un sentido a sus vidas. Ella acaba de iniciarse en esta ardua tarea del desengaño,
mientras que él es ya un experto en la materia. Se hace inevitable el encuentro de estas
dos almas solitarias, que congenian de inmediato, sin apenas tener que decirse nada,
puesto que a través de las miradas identifican su propio dolor y sentimientos. Uno es el
claro reflejo de otro y a ambos les azota la tremenda necesidad de compartir ese vacío
que les oprime. Para el desarrollo de esta relación será decisivo el plan de fuga
simbólico que le propone Bob a Charlotte en el bar del hotel:
-“¿Me guardas un secreto? Estoy organizando una fuga de presos y busco un
cómplice. Primero hay que salir de este bar, luego del hotel, luego de la ciudad y
luego del país. ¿Estás conmigo?”
-“Lo estoy.”
-“Bien.”
-“Iré a hacer la maletas.”
Tras la broma de Bob y su tono gracioso se oculta una propuesta firme y
contundente, que Charlotte acepta sin ningún tipo de dudas. Es un proyecto de vida que
podría llevarlos a salir de letargo en el que se encuentran sumidos. Ambos están
dispuestos a protagonizar una aventura y este será el inicio, aunque los planes de Bob
no llegarán a realizarse en su totalidad. A partir de este momento, se empieza a fraguar
una relación un tanto compleja. Sus inicios son superficiales, sin embargo los vínculos
se hacen cada vez más estrechos a medida que descubren que comparten situaciones y
sobre todo sentimientos. Por otra parte, el carácter efímero de la relación será un aspecto
fundamental, que lo impregnará todo de una aureola de melancolía. Desde un primer
momento, ambos saben que la estancia en Tokio será breve. Aceptarán tal situación de
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modo que intentarán vivir los momentos de manera más intensa, incluso difuminando la
barrera entre realidad y sueño.
Con total espontaneidad la relación va avanzando. Lo que en un primer
momento es simplemente una amistad, poco después adquiere una mayor profundidad y
emotividad, aunque la relación se mantiene justo en el límite entre sentimentalismo y la
frialdad. La escena en la que ambos se aventuran en la noche de Tokio, es decisiva para
entender la transición entre la simple amistad y una mayor afectividad. La noche
empieza alocada y divertida en los bares más modernos y concurridos de la ciudad.,
acompañados por una música (“Too young”, Phoenix
) alegre y divertida que invita al
descontrol y les sumerge en una burbuja de felicidad. Pero Charlotte y Bob interpretan
el papel de felices. Ninguno de los dos lo son, pero juegan a serlo, siguiendo el ideal de
felicidad que tiene en mente Charlotte, pero que nada tiene que ver con la realidad. Así,
acaban en un karaoke totalmente desinhibidos a pesar de estar rodeados por gente que
apenas conocen. Pero en este momento, el tiempo se detiene y en el mundo solo existen
Bob y Charlotte, quienes se dirigen unas miradas penetrantes cargadas de complicidad,
mientras ella interpreta, con una sensualidad y coquetería antes vista, “Brass in pocket”
de The Pretenders
y él destroza la fantástica canción “More than this” de Roxy Music
. La primera parte del plan de fuga de Bob se ha cumplido de manera exitosa. Ya en
el taxi, de camino al hotel, el rostro de Charlotte deja entrever una sonrisa complaciente
y la mirada que dirige a Bob revela un sentimiento que ansía traspasar los límites de la
amistad. El mismo sentimiento invade a Bob en el momento que lleva a Charlotte
dormida en brazos hasta su habitación. Florecen nuevos sentimientos que se confunden
entre el paternalismo más sincero y atracción física. Sin embargo, vence la contención.
La cubre, le acaricia levemente el hombro y abandona la habitación quizá repleto de
dudas.
Los dos se dejan llevar por las circunstancias. Demuestran sentirse libres; no hay
lugar para los remordimientos ni un sentimiento de culpabilidad. Ha decidido dejar en
“pause” sus vidas, se han dado una tregua para vivir una ficción más próxima al sueño
que a la realidad, pero saben que pronto acabará. A estas alturas se necesitan
mutuamente y se complementan. Ella ha dado con una persona que le hace reír, que le
divierte como nadie antes lo había hecho. Pero también Bob es para ella la voz de la
experiencia, quien le aporta tranquilidad y le sirve como punto de referencia. En
cambio, para Bob Charlotte es la ternura, la fragilidad. En ella puede volcarse en cuerpo
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y alma y saciar sus ganas de ser necesitado por alguien. En cierto modo, ambos están
deseando amar al más puro estilo de los personajes de Won Kar-Wai en In the Mood for
Love. Ahora, ante los ojos del espectador, ya no hay duda que están protagonizando una
historia de amor, pero sin los componentes típicos que romperían el encanto. Entre ellos
son prescindibles los besos, el sexo o las palabras románticas propias de una declaración
de amor. Es prácticamente un amor platónico, una satisfacción infinita por haber dado
con la persona adecuada en la que verse reflejado. La relación entre Bob y Charlotte es
entrañable y conmovedora al mismo tiempo. Disfrutan de momentos agradables como
el que pasan en el bar japonés, donde Charlotte ríe constantemente expresando su estado
de felicidad aunque sea pasajero. Mientras, un sentimiento de proteccionismo impulsa a
Bob a acompañar a Charlotte al hospital. La recibe con un peluche, muestra de su afecto
y ternura hacia ella. Nuevamente, la imagen de regreso al hotel es una preciosa estampa
de dos personas que necesitaban encontrarse y compartir la soledad.
Una nota se desliza por debajo de la puerta. Una invitación a pasar la noche
juntos. En la habitación de Bob se respira un ambiente muy familiar y cordial, teñido
por un toque romántico inevitable. Parece que entre ellos no existan secretos. Se ha
creado una atmósfera propicia para las confesiones más sinceras.
De manera muy sutil y con una gran elegancia ambos hacen referencia a la
atracción física entre ellos, pero sin darle una excesiva importancia. Es simplemente una
nota de coquetería y sensualidad entre ambos que no va más allá. Así, ella bromea sobre
el aspecto físico de Bob la primera vez que se vieron en el bar del hotel. Él rememora la
sonrisa que le robó en el ascensor.
La imagen de ambos en la cama reflejados en el gran ventanal de la habitación
es tan bella como las palabras cargadas de amargura y nostalgia que se escapan con
dulzura extrema de la boca de Charlotte, quien recuerda ahora el carácter efímero de su
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relación con Bob. Su estancia no puede prolongarse, como tampoco puede detener el
tiempo. Simplemente le queda convertir su historia y el escenario en un acontecimiento
único e irrepetible:
-“No volvamos aquí jamás, porque nunca será tan divertido.”
-“Lo que tú digas. Tú mandas.”
En la cama, uno junto al otro, se desahogarán contándose sus miedos y sus
fracasos, pero en ningún momento, a pesar de estar tan cerca, ni Bob ni Charlotte
intentan el contacto físico. El vacío que ambos sienten no quedaría saciado con sexo. La
máxima satisfacción es haber encontrado una persona con quien compartir la soledad,
de modo que esta se aligere. Para el espectador ya no cabe duda del entramado de
sentimientos que une a los personajes. Ahora son ellos quizá los que necesiten un
mínimo tiempo para asimilarlo. Así, Sofia Coppola no pierde ocasión para mimar, sobre
todo, a su protagonista femenina, a quien sumerge nuevamente en ese mundo espiritual
donde encontrar momentos de paz interior, donde poder reflexionar sobre el camino que
debe emprender, esta vez sin cometer errores.
El desliz que comete Bob con la cantante del hotel provoca un alto en el camino
en su relación con Charlotte, mientras que, paradójicamente, no significa nada en su
matrimonio, ya que este está acabado. En el restaurante Charlotte se muestra un tanto
celosa y sobre todo le invade la decepción. Su mirada fría acompaña sus reproches
hirientes. La frase de “todo me parece igual” va cargada de dolor y va más allá de la
comida a la que hace alusión. Es también una perspicaz referencia a su vida. Su peculiar
idilio con Bob ahora no parece ser tan distinto. El sueño que estaba viviendo se asemeja
a la realidad. En el rostro de Bob, en cambio, se vislumbra el fracaso; un pesar al que ya
está acostumbrado.
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Es el azar quien les debe unir de nuevo. Y así sucede. La alarma de emergencia
obliga a desalojar el hotel. Charlotte y Bob se reencuentran en la entrada. La condición
efímera de la relación hace que Charlotte relativice lo ocurrido e intente aprovechar las
últimas horas que pueden pasar juntos. Con cierto temor a sus propias palabras pero
también a la respuesta de Bob, Charlotte pronuncia un “te echaré de menos.” El pavor
es quizá lo que provoca el silencio de Bob como respuesta.
La última noche juntos. Mientras la música suena, un apasionado cruce de
sonrisas cómplices, una mano sobre la otra, unas miradas penetrantes y examinadoras.
Sus rostros cada vez más cerca, sus bocas sin apenas distancia, sin embargo no se
atreven a sobrepasar los límites, a compartir un mismo espacio. Se palpa la contención.
Sofía Coppola no cede en su empeño de mantener la relación en el límite entre la
emotividad y la apatía, de modo que prolonga la situación y sitúa a los personajes en el
ascensor. El espacio reducido y recóndito podría resultar el más adecuado para que se
produzca la unión física entre los personajes, quienes se sienten incómodos en medio de
aquella situación. Él totalmente estático apenas se atreve a mirarla. Ella, en cambio,
permanece en el rincón, apoyada en la pared y, mientras lo mira, parece estar esperando
el acercamiento de Bob que no se acaba produciendo. Pero, nuevamente, los
sentimientos se reprimen y se contienen. Simplemente, un par de besos entre la mejilla
y los labios, sin más.
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Charlotte recibe un fax de su marido anunciando su llegada esa misma noche.
Un fax acaba con el sueño de Charlotte y nuevamente la transporta a la realidad que
tanto le aburre. El sueño se desvanece. Mientras en el hall del hotel, Bob llama a
Charlotte por teléfono, pero no la localiza. El azar le cede la oportunidad de poder dejar
una auténtica declaración de amor registrada en el contestador, sin embargo Bob no se
atreve. Su tono de voz está cargado de una profunda tristeza y, aunque osa bromear, no
es capaz de arrancar el patetismo que tiñe toda la escena. En último el momento aparece
Charlotte. La breve conversación está marcada por un diálogo entrecortado repleto de
silencios y miradas. Ambos se empeñan en mantener las composturas, sin embargo sus
rostros desvelan el deseo de que el otro se atreva a romper con la fugacidad de la
historia que han protagonizado dando un final feliz a aquel sueño. Pero la puerta del
ascensor se cierra y con ella también la oportunidad de prolongar la aventura. La
imagen de Charlotte desaparece y el rostro de Bob es pura lamentación.
La imagen desoladora de Bob en el taxi de camino al aeropuerto podría cerrar la
historia y acabar con la película. Sin embargo, Sofia Coppola ha ido acumulando un sin
fin de pequeños detalles y situaciones que a los ojos del espectador se convierten en
momentos de enorme fuerza. No hay duda que ha sido capaz de arrastrar al espectador
hasta este preciso instante en el que se respira un clima de tensión que se mezcla con la
compasión que despierta la cara de Bob, quien intenta asimilar que ha perdido la última
oportunidad que le brindaba la vida para ser realmente feliz. Debe pulsar el “play” para
que su vida siga por el camino del que se había alejado con Charlotte y debe resignarse
a pasar el resto de sus días en compañía de una mujer a la que ya hace tiempo dejó de
querer. Realmente el panorama es de lo más desperanzador.
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Charlotte, ya sin Bob se pierde entre las calles y las gentes de Tokio. Su caminar
lento e inseguro recuerda a la joven perdida y desorientada que se veía al principio de la
película. Nuevamente, el recorrido que emprende por las calles de la ciudad es metáfora
de su propia vida. Pero de repente, la casualidad les premia con una nueva y, ante todo,
sentida despedida.
Bob ve la figura de Charlotte entre la multitud y sin pensárselo
abandona el taxi, sin embargo le ruega al taxista que espere; detalle que no puede pasar
desapercibido ya que deja intuir que, a pesar de su parada, seguirá su camino hacia el
aeropuerto, aunque mantiene al espectador ante la expectativa de si lo hará solo o
acompañado. La tensión aumenta durante la breve persecución que lleva a cabo Bob sin
perder de vista su objetivo. El caminar de Bob y su cara transmiten sus nervios y por
primera vez es arrastrado por una fuerza irracional que no controla. Una vez que la
silueta de Charlotte está cerca él llama su atención. La ilusión se refleja en la mirada
brillante de ella y su sonrisa evoca la alegría del reencuentro. Bob siente la imperiosa
necesidad de canalizar sus sentimientos mediante algo más que miradas penetrantes y
palabras. Ya no puede reprimir más sus impulsos. La abraza y le acaricia su rubia
melena mientras ella solloza de tanta emoción contenida. Le susurra al oído unas
palabras inteligibles; palabras que pueden tener infinidad de significados. Justo en este
instante el tiempo se detiene a pesar del gran bullicio que les rodea y solo existen ellos,
fundidos en un abrazo. Los dos besos sintetizan a la perfección la relación entre Bob y
Charlotte. El primer beso en los labios transmite el amor pasional que, poco a poco, ha
ido aflorando entre ellos. El beso en la mejilla, en cambio, expresa ese amor platónico,
paternal, entre dos almas gemelas que necesitaban compartir el vacío que ambos
sentían. Las miradas y sonrisas con las que se alejan son el broche de esta peculiar
historia de amor. Dichas miradas han sido sobre todo el lenguaje con el que se han
comunicado. Con ellas se han transmitidos sus estados de ánimo. Ahora, estas últimas
son el reflejo de la satisfacción y la alegría que invade a los dos protagonistas. Mientras
suena la mítica canción “Just like Honey”
de The Jesus and Mary Chain. Un tema
cargado de romanticismo perfecto para que la escena se convierta en un derroche de
amor. Quizá la relación entre Bob y Charlotte no ha ido más allá porque probablemente
sus vidas, a pesar de ser monótonas y aburridas, estaban ya resueltas. El medio a lo
nuevo ha actuado como muro de contención en esta relación. Sin embargo, la
experiencia vivida en Tokio ha aportado aire fresco y alegría en la vida de ambos. Quizá
suficiente para seguir con sus estables caminos por separado.
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Bibliografía
-AUMONT, Jacques, BERGALA, Alain, MARIE Michel, VERNET, Marc. Estética del
cine. Espacio fílmico, montaje, narración, lenguaje. Barcelona: Piadós,, 1996.
-CARMONA, Ramón. Cómo se comenta un texto fílmico. Madrid: Cátedra, 1991.
-CIMENT, Michel y TOBIN, Yann. Entrevista a Sofia Coppola. Una emoción próxima
a la nostalgia. [en línea]. [14/07/08].
<http://www.zinema.com/textos/entrevis.htm>
-ROMAGUERA RAMIÓ, Joaquim. El lenguaje cinematográfico. Gramática, géneros,
estilos y materiales. Madrid: Ediciones de la Torre, 1991.
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