lectores competentes. nivel b talleres lectura compprensiva

Transcripción

lectores competentes. nivel b talleres lectura compprensiva
1
INSTITUCION DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA.
PROFESOR OBDULIO ANTONIO LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TALLERES LECTURA COMPPRENSIVA
CONTENIDO GENERAL
TEXTO 1: EMMA ZUNZ. AUTOR. JORGE LUIS BORGES……………………………….03
TEXTO 2: EL ALMOHADÓN DE PLUMAS.. AUTOR HORACIO QUIROGA……………11
TEXTO 3. PEDRO PÁRAMO. AUTOR. JUAN RULFO…………………………………….. 18
TEXTO 4: CHAC MOOL. AUTOR CARLOS FUENTES……………………………………. 33
TEXTO 5: EL PODER DE LA INFANCIA. AUTOR. LEON TOLSTOY…………………….43
TEXTO 6: EL INMORTAL. AUTOR. JORGE LUIS BORGES………………………………50
TEXTO 7: BERENICE. AUTOR. EDAGAR ALLAN POE……………………………………62
TEXTO 8: NO OYES LADRAR A LOS PERROS. AUTOR. JUAN RULFO……………… 69
TEXTO 9: PRELUDIO. AUTOR HERNANDO TELLEZ…………………………………….. 77
.
Ficha Técnica :
Fuente bibliográfica: Libros & Libros .S.A. Guía del Docente. Libros 6,7,8,9,10,11 F. L.
Talleres digitados por el profesor Obdulio a Lopera E. Imágenes Google.com
Textos y fragmentos. Google.com .Ciudad Seva.literatura.us.
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INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO ANTONIO LOPERA E.
BIENVENIDO A LECTORES COMPETENTES
COMPETENCIA LECTORA ES EL NOMBRE DE LA ESTRATEGIA QUE LE
PERMITE AL ESTUDIANTE RECREAR SU MENTE TRAVÉS DE UNOS
TEXTOS SELECCIONADOS.
LA ACTIVDAD CONSISTE EN ABORDAR LA LECTURA DEL TEXTO Y
RESPONDER UN TALLER DE COMPRENSIÓN.
LA ACTIVIDAD SE RESPONDE EN EL CUADERNO.
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INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 1
EMMA ZUNZ. Autor Jorge Luis Borges
El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal,
halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había
muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida.
Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había
ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de
Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande,
que
no
podía
saber
que
se
dirigía
a
la
hija
del
muerto.
Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego
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de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto
contínuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que
había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue a su cuarto.
Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya
había
empezado
a
vislumbrarlos,
tal
vez;
ya
era
la
que
sería.
En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel Maier, que
en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de
Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron,
recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los
anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su
padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón
Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba
el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la
profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal
no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder.
No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba
perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en
la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis,
concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron;
tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que
comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían
el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. En abril
cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... De
vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a
dormir.
Así,
laborioso
y
trivial,
pasó
el
viernes
quince,
la
víspera.
El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar
en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la
simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche
del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran
las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz;
el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma
trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo.
Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó
que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la
victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió;
debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain.
Nadie
podía
haberla
visto;
la
empezó
a
leer
y
la
rompió.
Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo
de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez.
¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese
breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en
la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio
multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más
razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o
tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan.
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De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y
grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y
después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que
había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y
después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos
el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las
partes
que
los
forman.
¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y
atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí
que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no
pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo
pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no
hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el
goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa
de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes
había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas
lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el
asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levantó y procedió a
vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba. Emma pudo
salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su
plan, el asiento más delantero, para que no le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el
insípido trajín de las calles, que lo acaecido no había contaminado las cosas. Viajó por barrios
decrecientes y opacos, viéndolos y olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de
Warnes. Pardójicamente su fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los
pormenores
de
la
aventura
y
le
ocultaba
el
fondo
y
el
fin.
Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los
altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio
de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver.
Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su mujer - ¡una Gauss, que le
trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía
menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un
pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo,
corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el
informe
confidencial
de
la
obrera
Zunz.
La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer
un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de
quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de
morir.
Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se
había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la
miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar
de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser
castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las
cosas
no
ocurrieron
así.
Ante Aarón Loeiventhal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el
ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco
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tenía tiempo que perder en teatral erías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a
fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y
se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua.
Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había
sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se
desplomó como si los estampi-dos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la
miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras
no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar,
y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma
inició la acusación que había preparado («He vengado a mi padre y no me podrán castigar...»),
pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a
comprender.
Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó
el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero. Luego tomó el
teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa
que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo
maté...
La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta.
Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también
era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres
propios.
FIN
TALLER DE ACTIVIDADES
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERNO
3.DAR SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
ESCRIBA EN CUADERNO LA PREGUNTA Y LA RESPUESTA
1.Describa a Emma Zunz
2. ¿Cómo muere el padre de Emma Zunz según el contenido de la carta?
3. Quién es Aaron Lowenthal?
4. Explica por qué Emma Zunz sentía un pequeño sentimiento de poder frente a Aron?
5. ¿Cuál es el plan que Emma ha tramado?
6.Escribe un breve recuento de lo que tuvo que hacer Emma ´para ejecutar el plan
7. ¿A qué clase de sacrificio se refiere el Texto?
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8. ¿Qué le comunica Emma a Aaron cuando le habla por teléfono?
9. ¿ Por qué razón los planes de Emma no ocurrieron como ella los había previsto?
10.¿Cómo terminó el enfrentamiento entre Emma y aron?
11. ¿Por qué Emma mata a Aaron?
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
Escriba en su cuaderno el número de la pregunta y la letra que corresponda a la respuesta
1.En el cuento Emma Zunz , los hechos que se narran transcurren durante
A. tres días.
B. cuatro días
C. dos días
D. un día
2. Según el texto los hechos suceden en
A. Brasil
B. Buenos Aires
C. Liniers
D. Lanús
3.Del texto se puede inferir que la mayoría de los personajes son de ascendencia
A. mormona.
B. cristiana
C. judía
D. Católica
4. En el texto se mencionan dos fechas. Cada una se refiere respectivamente a
A. la muerte y el desfalco de Emmanuel Zunz
B. la venganza de Emma y la muerte de Lowenthal
C. el ultraje de Emma y la muerte del señor Maier.
D. la muerte de Lowenthal y la venganza de Emma
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ACTIVIDAD 3
1. Enumera los acontecimientos del cuento en orden correcto
2. Escribe en tu cuaderno el guión solamente y sobre el guión el número
del acontecimiento en su orden
______ Enseguida se dirige a las oficinas de Aaron
______ El sábado en la mañana llamó a Aaron y pretextó el asunto de la huelga
para encontrarse en su oficina
______ En su plan ella declararía los motivos y luego dispararía, pero ocurre que
ella mata a Aron antes de hablarle sobre el asunto.
______ La noche del jueves, ella elabora un plan para vengar a su padre
______ Emma Zunz recibe una carta por la que sabe que su padre ha muerto
______ Emma termina de ajustar el escenario del crimen, para hacerlo parecer
como una violación y un asesinato en defensa propia.
______ El sábado en la tarde se dirige a los puertos con el fin de prostituirse
______Emma recuerda el secreto de un desfalco cometido por Aaron, actual
dueño de la fábrica donde ella labora.
______ El viernes hubo rumores de huelga, Emma pasó el tiempo con sus amigas
ACTIVIDAD 4
Reemplaza los términos ESCRITOS EN MAYUSCULA por otros, de tal forma
que no se altere el significado.
Escribe en tu cuaderno el número de la pregunta y al frente, escribe sólo la
palabra por la cual reemplazarías el término propuesto
1,Referir con alguna realidad, los hechos de esa tarde sería difícil y quizá IMPROCEDENTE
2,Optó por otro para que la pureza del horror no fuera MITIGADA
3,Romper el dinero es una IMPIEDAD, como tirar el pan
4,Luego, un solo balazo en mitad del pecho RUBRICARÍA la suerte de Lowenthal
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ACTIVIDAD 5
INSTRUCTIVO
Al frente de cada CAUSA, aparece un guión y al frente de cada efecto, aparece
un número. Escribe sobre el guión el número según corresponda
PRIMERA PARTE. RELACIONES
CAUSA
EFECTO
________Emma recibe la carta donde 1.Emma Zunz comienza
se entera de la muerte del señor desarrollo de su plan
Maier
en
el
________ Emma no duerme la noche 2.Emma rompe el dinero y se dirige a
que recibe la carta del señor Fein
la cita con Aaron
________ Emma llama por teléfono a 3.Emma define los momentos de su
Aaron para hablar sobre la huelga
plan
________ Emma sale del encuentro 4.Recuerdos de Emma de momentos
con hombres del Nordstajaaran
ocurridos en el pasado
________ El pesado cuerpo de Aaron 5.Emma inicia la acusación que tenía
cae al suelo muerto
preparada
SEGUNDA PARTE: PRODUCCIÓN DEL ESTUDIANTE
Explica la siguiente frase y cita un ejemplo de la vida diaria.
― Emma Zunz llevó a cabo su degradación moral, religiosa, y física hasta las
últimas consecuencias‖
TERCERA PARTE: SEMÁNTICA
Busca en el diccionario el significado de las siguientes palabras:
VEROSÍMIL- ULTERIORES- CHACRA- LOSANGES- PROFANA- PATÓLOGOTRAMAR- IMPROCEDENTE- DECORO- CREPUSCULO- MITIGAR-RUBRICAR
CUARTA PARTE:
CONSULTA LA BIOGRAFÍA DE JORGE LUIS BORGES Y COPIALA EN TU
CUADERNO
Fuente bibliográfica: Libros & Libros .S.A. Guía del Docente 11. Formando Lectores
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INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES.NIVEL B
TEXTO. 2
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS .Autor Horacio Quiroga
TEXTO.
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
UN CUENTO DEL ESCRITOR HORARIO QUIROGA
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EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
Horacio Quiroga
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su
marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces
con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba
una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su
parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más
expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía
siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio
silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de
palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las
altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a
otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera
sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido
por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin
querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró
insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al
jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán,
con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en
sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado,
redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron
retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una
palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció
desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y
descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran
debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy,
llámeme enseguida.
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Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatase una anemia de marcha
agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba
visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en
pleno silencio. Pasavante horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía
casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseabas sin cesar de un extremo a
otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el
dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada
vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que
descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos,
no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se
quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y
labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato
de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su
marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra
sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa,
desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última
consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la
muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que
hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía
siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada
mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la
vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar
desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este
hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le
tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares
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avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban
dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las
luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio
agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el
rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró
un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de
sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a
ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del
comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la
sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas
a los bandos. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas,
había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que
apenas se le pronunciaba la boca.Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama,
había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla,
chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del
almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo
moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a
Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas
condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente
favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Cuentos de amor de locura y de muerte, 1
FIN
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TALLER DE ACTIVIDADES
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
1 .¿Por qué la luna de miel de Alicia fue un largo escalofrío ?
2. ¿Cómo es la casa donde viven los recién casados?
3.Realiza una descripción física de Alicia
4.¿ Cómo es el esposo de Alicia ?
5.¿CQué sucedió el último día que Alicia estuvo levantada?
6.Realiza un recuento del deterior físico de Alicia
7.¿Qué explicación dan los médicos acerca de la enfermedad de Alicia ?
8. ¿Cómo son las alucinaciones que sufre Alicia?
9.Describe brevemente lo que la sirvienta halló en el almohadón
10.¿Cúsl es la verdadera razón de la muerte de Alicia. ?
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
Escriba en su cuaderno el número de la pregunta y la letra que corresponda a la respuesta
1.Es posible afirmar que el tema central sobre el cual gira el relato de Horacio Quiroga es
A. la fascinación de la vida
B. la culminación de la vida
C. la inutilidad de la vida
D. la trascendencia de la vida
2. Quien narra los hechos del cuento
A. Actúa , juzga y opina sobre los hechos que narra
B. Conoce menos que el protagonista acerca de la historia
C. posee un conocimiento total de los hechos que narra
D. Conoce los mismo que el protagonista acerca de la historia
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3. Por la forma como se presenta la información en el texto anterior , se puede afirmar que en este
se mantiene la atención del lector a través de
A. el miedo
B. la verdad
C. el suspenso
D. la lógica
4. El último párrafo lo cuenta
A. Horacio Quiroga
B. los parásitos de las aves
C. Jordán
D. un narrador omnisciente o asea que todo lo sabe
ACTIVIDAD 3
INSTRUCTIVO
Al frente de cada IDEA y sobre el guión, escribe el número que le corresponde
en la columna del párrafo .Buscar el párrafo que inicia con la frase indicada
PRIMERA PARTE. RELACIONES IDEA PRINCIPAL- PÁRRAFO
IDEAS
________La casa en
influía
un
poco
estremecimientos
PARRAFOS
que vivían 1.Ante las pocas expresiones de
en
sus ternura de Jordán, Alicia se
conmovía profundamente
________ No es raro que adelgazara
________ Los
inútilmente
médicos
2.Se explica la verdadera causa de la
muerte de Alicia
volvieron 3.SE describen los padecimientos,
que se agravan durante la noche
________ Alicia fue extinguiéndose 4.El aspecto de la casa influía en las
en su delirio de anemia
emociones de alicia
________ Noche a noche desde que 5.Alicia continuaba enferma y los
Alicia había caído en la cama
médicos no hallaban explicación
SEGUNDA PARTE
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1. ¿Qué opinas de la relación de frialdad y timidez entre Alicia y Jordán?
2. ¿Crees que es real la existencia de los parásitos en almohadones de
plumas?
Explica
3. Consulta la biografía de Horacio Quiroga y cópiala en tu cuaderno
4. En cinco renglones cambia el final del cuento
ACTIVIDAD 4
1. Escribe dos frases, sacadas del texto donde se expresa que se da
inicio al cuento
2. Escribe dos frases, sacadas del texto donde se expresa que se da el
nudo o enredo del cuento
3. Escribe dos frases, sacadas del texto donde se expresa que se da EL
desenlace del cuento
ACTIVIDAD 5
BUSCA EN EL DICCIONARIO EL SIGNIFICADO DE LAS SIGUIENTES PALABRAS
FRISOS- INCIDIA- ESTUCO- ESTUPEFACTA- DELIRIO- SÍNCOPE- AGÓNICO-
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INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 3
PEDRO PÁRAMO .Autor Juan Rulfo
Un hombre al que decían el
Tartamudo llegó a la Media
Luna y preguntó por Pedro
Páramo.
—¿Para qué lo solicitas?
—Quiero hablar concon él.
—No está.
—Dile, cucuando regrese,
que vengo de paparte de
don Fulgor.
—Lo iré a buscar; pero
aguántate unas cuantas
horas.
—Dile, es cocosa de
urgencia.
—Se lo diré.
El hombre al que decían el Tartamudo aguardó arriba del caballo. Pasado un rato, Pedro Páramo,
al que nunca había visto, se le puso enfrente:
—¿Qué se te ofrece?
—Necesito hablar directamente con el patrón.
—Yo soy. ¿Qué quieres?
—Pues, nanada más esto. Mataron a don Fulgor Sesedano. Yo le hacía compañía.
Habíamos ido por el rurrumbo de los «vertederos» para averiguar por qué se estaba
escaseando el agua. Y en eso andábamos cucuando vimos una manada de hombres que nos
salieron al encuentro. Y de entre la mumultitud aquella brotó una voz que dijo: «Yo a ése le
coconozco. Es el administrador de la Memedia Luna.»
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»A mí ni me totomaron en cuenta. Pero a don Fulgor le mandaron soltar la bestia. Le
dijeron que eran revolucionarios. Que venían por las tierras de usté. "¡Cocórrale!" —le
dijeron a don Fulgor—. "¡Vaya y dígale a su patrón que allá nos Veremos!" Y él soltó la
cacalda, despavorido. No muy de prisa por lo pepesado que era; pero corrió. Lo mataron
cocorrien
Entonces yo ni me momoví. Esperé que fuera de nonoche y aquí estoy para anunciarle lo que
papasó.»
—¿Y qué esperas? ¿Por qué no te mueves? Anda y diles a ésos que aquí estoy para lo que se les
ofrezca. Que vengan a tratar conmigo. Pero antes date un rodeo por La Consagración. ¿Conoces al
Tilcuate? Allí estará. Dile que necesito verlo. Y a esos fulanos avísales que los espero en cuanto
tengan un tiempo disponible. ¿Qué jaiz de revolucionarios son?
—No lo sé. Ellos ansí se nonombran.
—Dile al Tilcuate que lo necesito más que de prisa.
—Así lo haré, papatrón.
Pedro Páramo volvió a encerrarse en su despacho. Se sentía viejo y abrumado. No le
preocupaba Fulgor, que al fin y al cabo ya estaba «más para la otra que para ésta». Había
dado de sí todo lo que tenía que dar; aunque fue muy servicial, lo que sea de cada quien.
«De todos modos, los "tilcuatazos" que se van a llevar esos locos», pensó.
Pensaba más en Susana San Juan, metida siempre en su cuarto, durmiendo, y cuando no,
como si durmiera. La noche anterior se la había pasado en pie, recostado en la pared,
observando a través de la pálida luz de la veladora el cuerpo en movimiento de Susana; la
cara sudorosa, las manos agitando las sábanas, estrujando la almohada hasta el
desmoronamiento.
Desde que la había traído a vivir aquí no sabía de otras noches pasadas a su lado, sino de
estas noches doloridas, de interminable inquietud. Y se preguntaba hasta cuándo terminaría
aquello.
Esperaba que alguna vez. Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso
que sea que no se apague.
Si al menos hubiera sabido qué era aquello que la maltrataba por dentro, que la hacía
revolcarse en el desvelo, como si la despedazaran hasta inutilizarla.
Él creía conocerla. Y aun cuando no hubiera sido así, ¿acaso no era suficiente saber que era
la criatura más querida por él sobre la tierra? Y que además, y esto era lo más importante, le
serviría para irse de la vida alumbrándose con aquella imagen que borraría todos los demás
recuerdos.
¿Pero cuál era el mundo de Susana San Juan? Ésa fue una de las cosas que Pedro Páramo
nunca llegó a saber.
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***
«Mi cuerpo se sentía a gusto sobre el calor de la arena. Tenía los ojos cerrados, los brazos
abiertos, desdobladas las piernas a la brisa del mar. Y el mar allí enfrente, lejano, dejando
apenas restos de espuma en mis pies al subir de su marea...»
—Ahora sí es ella la que habla, Juan Preciado. No se te olvide decirme lo que dice.
«...Era temprano. El mar corría y bajaba en olas. Se desprendía de su espuma y se iba,
limpio, con su agua verde, en ondas calladas.
»—En el mar sólo me sé bañar desnuda —le dije. Y él me siguió el primer día, desnudo
también, fosforescente al salir del mar. No había gaviotas; sólo esos pájaros que les dicen
"picos feos", que gruñen como si roncaran y que después de que sale el sol desaparecen. Él
me siguió el primer día y se sintió solo, a pesar de estar yo allí.
»—Es como si fueras un "pico feo", uno más entre todos —me dijo—. Me gustas más en las
noches, cuando estamos los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad.
»Y se fue.
Volví yo. Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos: rodea mi
cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi
cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su fuerte batir,
en su suave poseer, sin dejar pedazo.
»—Me gusta bañarme en el mar —le dije.
»Pero él no lo comprende.
»Y al otro día estaba otra vez en el mar, purificándome. Entregándome a sus olas.»
***
Pardeando la tarde, aparecieron los hombres. Venían encarabinados y terciados de
carrilleras. Eran cerca de veinte. Pedro Páramo los invitó a cenar. Y ellos, sin quitarse el
sombrero, se acomodaron a la mesa y esperaron callados. Sólo se les oyó sorber el
chocolate cuando les trajeron el chocolate, y masticar tortilla tras tortilla cuando les
arrimaron los frijoles.
Pedro Páramo los miraba. No se le hacían caras conocidas. Detrasito de él, en la sombra,
aguardaba el Tilcuate.
—Patrones —les dijo cuando vio que acababan de comer—, ¿en qué más puedo servirlos?
—¿Usted es el dueño de esto? —preguntó uno abanicando la mano.
Pero otro lo interrumpió diciendo:
—¡Aquí yo soy el que hablo!
—Bien. ¿Qué se les ofrece? —volvió a preguntar Pedro Páramo.
—Como usté ve, nos hemos levantado en armas.
—¿Y?
—Y pos eso es todo. ¿Le parece poco?
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—¿Pero por qué lo han hecho?
—Pos porque otros lo han hecho también. ¿No lo sabe usté? Aguárdenos tantito a que nos lleguen
instrucciones y entonces le averiguaremos la causa. Por lo pronto ya estamos aquí.
—Yo sé la causa —dijo otro—. Y si quiere se la entero. Nos hemos rebelado contra el
gobierno y contra ustedes porque ya estamos aburridos de soportarlos. Al gobierno por
rastrero y a ustedes porque no son más que unos móndrigos bandidos y mantecosos
ladrones. Y del señor gobierno ya no digo nada porque le vamos a decir a balazos lo que le
queremos decir.
—¿Cuánto necesitan para hacer su revolución? —preguntó Pedro Páramo—. Tal vez yo
pueda ayudarlos.
—Dice bien aquí el señor, Perseverancio. No se te debía soltar la lengua. Necesitamos agenciarnos
un rico pa que nos habilite, y qué mejor que el señor aquí presente. ¿A ver tú, Casildo, como
cuánto nos hace falta?
—Que nos dé lo que su buena intención quiera darnos.
—Éste «no le daría agua ni al gallo de la pasión». Aprovechemos que estamos aquí, para sacarle de
una vez hasta el maíz que trai atorado en su cochino buche.
—Cálmate, Perseverancio. Por las buenas se consiguen mejor las cosas. Vamos a ponernos de
acuerdo. Habla tú, Casildo.
—Pos yo ahí al cálculo diría que unos veinte mil pesos no estarían mal para el comienzo. ¿Qué les
parece a ustedes? Ora que quién sabe si al señor éste se le haga poco, con eso de que tiene
sobrada voluntad de ayudarnos. Pongamos entonces cincuenta mil. ¿De acuerdo?
—Les voy a dar cien mil pesos —les dijo Pedro Páramo—. ¿Cuántos son ustedes?
—Semos trescientos.
—Bueno. Les voy a prestar otros trescientos hombres para que aumenten su contingente.
Dentro de una semana tendrán a su disposición tanto los hombres como el dinero. El dinero
se los regalo, a los hombres nomás se los presto. En cuanto los desocupen mándenmelos
para acá. ¿Está bien así?
—Pero cómo no.
—Entonces hasta dentro de ocho días, señores. Y he tenido mucho gusto en conocerlos.
—Sí —dijo el último en salir—. Acuérdese que, si no nos cumple, oirá hablar de Perseverancio, que
así es mi nombre.
Pedro Páramo se despidió de él dándole la mano.
—¿Quién crees tú que sea el jefe de éstos? —le preguntó más tarde al Tilcuate.
—Pues a mí se me figura que es el barrigón ese que estaba en medio y que ni alzó los ojos. Me late
que es él... Me equivoco pocas veces, don Pedro.
—No, Damasio, el jefe eres tú. ¿O qué, no te quieres ir a la revuelta?
—Pero si hasta se me hace tarde. Con lo que me gusta a mí la bulla.
—Ya viste pues de qué se trata, así que ni necesitas mis consejos. Júntate trescientos
muchachos de tu confianza y enrólate con esos alzados. Diles que les llevas la gente que les
prometí. Lo demás ya sabrás tú cómo manejarlo.
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—¿Y del dinero qué les digo? ¿También se los entriego?
—Te voy a dar diez pesos para cada uno. Ahí nomás para sus gastos más urgentes. Les
dices que el resto está aquí guardado y a su disposición. No es conveniente cargar tanto
dinero andando en esos trajines. Entre paréntesis: ¿te gustaría el ranchito de la Puerta de
Piedra? Bueno, pues es tuyo desde ahorita. Le vas a llevar un recado al licenciado Gerardo
Trujillo, de Comala, y allí mismo pondrá a tu nombre la propiedad. ¿Qué dices, Damasio?
—Eso ni se pregunta, patrón. Aunque con eso o sin eso yo haría esto por puro gusto. Como si
usted no me conociera. De cualquier modo, se lo agradezco. La vieja tendrá al menos con qué
entretenerse mientras yo suelto el trapo.
—Y mira, ahí de pasada arréate unas cuantas vacas. A ese rancho lo que le falta es movimiento.
—¿No importa que sean cebuses?
—Escoge de las que quieras, y las que tantees pueda cuidar tu mujer. Y volviendo a nuestro
asunto, procura no alejarte mucho de mis terrenos, por eso de que si vienen otros que vean
el campo ya ocupado. Y venme a ver cada que puedas o tengas alguna novedad.
—Nos veremos, patrón.
*****
Eres tu la que dicho todo eso Dorotea
quien yo…..
—¿Eres tú la que ha dicho todo eso, Dorotea?
—¿Quién, yo? Me quedé dormida un rato. ¿Te siguen asustando?
—Oí a alguien que hablaba. Una voz de mujer. Creí que eras tú.
—¿Voz de mujer? ¿Creíste que era yo? Ha de ser la que habla sola. La de la sepultura
grande. Doña Susanita. Está aquí enterrada a nuestro lado. Le ha de haber llegado la
humedad y estará removiéndose entre el sueño.
—¿Y quién es ella?
—La última esposa de Pedro Páramo. Unos dicen que estaba loca. Otros, que no. La verdad
es que ya hablaba sola desde en vida.
—Debe haber muerto hace mucho.
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—¡Uh, sí!, hace mucho. ¿Qué le oíste decir?
—Algo acerca de su madre.
—Pero si ella ni madre tuvo...
—Pues de eso hablaba.
—...O, al menos, no la trajo cuando vino. Pero espérate. Ahora recuerdo que ella nació
aquí, y que ya de añejita desaparecieron. Y sí, su madre murió de tisis. Era una señora muy
rara que siempre estuvo enferma y no visitaba a nadie.
—Eso dice ella. Que nadie había ido a ver a su madre cuando murió.
—¿Pero de qué tiempos hablará? Claro que nadie se paró en su casa por el puro miedo de
agarrar la tisis. ¿Se acordará de eso la indina?
—De eso hablaba.
—Cuando vuelvas a oírla me avisas, me gustaría saber lo que dice.
—¿Oyes? Parece que va a decir algo. Se oye un murmullo.
—No, no es ella. Eso viene de más lejos, de por este otro rumbo. Y es voz de hombre. Lo
que pasa con estos muertos viejos es que en cuanto les llega la humedad comienzan a
removerse. Y despiertan.
«El cielo es grande. Dios estuvo conmigo esa noche. De no ser así quién sabe lo que
hubiera pasado. Porque fue ya de noche cuando reviví...»
—¿Lo oyes ya más claro?
—Sí.
«...Tenía sangre por todas partes. Y al enderezarme chapotié con mis manos la sangre
regada en las piedras. Y era mía. Montonales de sangre. Pero no estaba muerto. Me di
cuenta. Supe que don Pedro no tenía intenciones de matarme. Sólo de darme un susto.
Quería averiguar si yo había estado en Vilmayo dos meses antes. El día de San Cristóbal.
En la boda. ¿En cuál boda? ¿En cuál San Cristóbal? Yo chapoteaba entre mi sangre y le
preguntaba: "¿En cuál boda, don Pedro?" No, no, don Pedro, yo no estuve. Si acaso, pasé
por allí. Pero fue por casualidad... Él no tuvo intenciones de matarme. Me dejó cojo, como
ustedes ven, y manco si ustedes quieren. Pero no me mató. Dicen que se me torció un ojo
desde entonces, de la mala impresión. Lo cierto es que me volví más hombre. El cielo es
grande. Y ni quien lo dude.»
—¿Quién será?
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—Ve tú a saber. Alguno de tantos. Pedro Páramo causó tal mortandad después que le
mataron a su padre, que se dice casi acabó con los asistentes a la boda en la cual don Lucas
Páramo iba a fungir de padrino. Y eso que a don Lucas nomás le tocó de rebote, porque al
parecer la cosa era contra el novio. Y como nunca se supo de dónde había salido la bala que
le pegó a él, Pedro Páramo arrasó parejo. Esto fue allá en el cerro de Vilmayo, donde
estaban unos ranchos de los que ya no queda ni el rastro... Mira, ahora sí parece ser ella. Tú
que tienes los oídos muchachos, ponle atención. Ya me contarás lo que diga.
—No se le entiende. Parece que no habla, sólo se queja.
—¿Y de qué se queja?
—Pues quién sabe.
—Debe ser por algo. Nadie se queja de nada. Para bien la oreja.
—Se queja y nada más. Tal vez Pedro Páramo la hizo sufrir.
—No creas. Él la quería. Estoy por decir que nunca quiso a ninguna mujer como a ésa. Ya
se la entregaron sufrida y quizá loca. Tan la quiso, que se pasó el resto de sus años
aplastado en un equipal, mirando el camino por donde se la habían llevado al camposanto.
Le perdió interés a todo. Desalojó sus tierras y mandó quemar los enseres. Unos dicen que
porque ya estaba cansado, otros que porque le agarró la desilusión; lo cierto es que echó
fuera a la gente y se sentó en su equipal, cara al camino.
»Desde entonces la tierra se quedó baldía y como en ruinas. Daba pena verla llenándose de
achaques con tanta plaga que la invadió en cuanto la dejaron sola. De allá para acá se
consumió la gente; se desbandaron los hombres en busca de otros «bebederos». Recuerdo
días en que Comala se llenó de "adioses" y hasta nos parecía cosa alegre ir a despedir a los
que se iban. Y es que se iban con intenciones de volver. Nos dejaban encargadas sus cosas
y su familia. Luego algunos mandaban por la familia aunque no por sus cosas, y después
parecieron olvidarse del pueblo y de nosotros,y
hasta de sus cosas. Yo me quedé porque no tenía adónde ir. Otros se quedaron esperando
que Pedro Páramo muriera, pues según decían les había prometido heredarles sus bienes, y
con esa esperanza vivieron todavía algunos. Pero pasaron años y años y él seguía vivo,
siempre allí, como un espantapájaros frente a las tierras de la Media Luna.
»Y ya cuando le faltaba poco para morir vinieron las guerras esas de los "cristeros" y la
tropa echó rialada con los pocos hombres que quedaban. Fue cuando yo comencé a
morirme de hambre y desde entonces nunca me volví a emparejar.
»Y todo por las ideas de don Pedro, por sus pleitos de alma. Nada más porque se le murió
su mujer, la tal Susanita. Ya te has de imaginar si la quería.»
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Fue Fulgor Sedano quien le dijo:
—Patrón, ¿sabe quién anda por aquí?
—¿Quién?
—Bartolomé San Juan.
—¿Y eso?
—Eso es lo que yo me pregunto. ¿Qué vendrá a hacer?
—¿No lo has investigado?
—No. Vale decirlo. Y es que no ha buscado casa. Llegó directamente a la antigua casa de
usted. Allí desmontó y apeó sus maletas, como si usted de antemano se la hubiera
alquilado. Al menos le vi esa seguridad.
—¿Y qué haces tú, Fulgor, que no averiguas lo que pasa? ¿No estás para eso?
—Me desorienté un poco por lo que le dije. Pero mañana aclararé las cosas si usted lo cree
necesario.
—Lo de mañana déjamelo a mí. Yo me encargó de ellos. ¿Han venido los dos?
—Sí, él y su mujer. ¿Pero cómo lo sabe?
—¿No será su hija?
—Pues por el modo como la trata más bien parece su mujer.
—Vete a dormir, Fulgor.
—Si usted me lo permite.
«Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo,
sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el
tuyo, el deseo de ti. ¿Cuántas veces invité a tu padre a que viniera a vivir aquí nuevamente,
diciéndole que yo lo necesitaba? Lo hice hasta con engaños.
»Le ofrecí nombrarlo administrador, con tal de volverte a ver. ¿Y qué me contestó? "No
hay respuesta —me decía siempre el mandadero—. El señor don Bartolomé rompe sus
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cartas cuando yo se las entrego." Pero por el muchacho supe que te habías casado y pronto
me enteré que te habías quedado viuda y le hacías otra vez compañía a tu padre.»
Luego el silencio.
«El mandadero iba y venía y siempre regresaba diciéndome:
»—No los encuentro, don Pedro. Me dicen que salieron de Mascota. Y unos me dicen que
para acá y otros que para allá.
»Y yo:
»—No repares en gastos, búscalos. Ni que se los haya tragado la tierra.
»Hasta que un día vino y me dijo:
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solos y fríos, parecieron envolverse en algo; que alguien los envolvía en algo y les daba
calor. Cuando despertó los encontró liados en un periódico que ella había estado leyendo
mientras lo esperaba y que había dejado caer al suelo cuando ya no pudo soportar el sueño.
Y que allí estaban sus pies envueltos en el periódico cuando vinieron a decirle que él había
muerto.
—Se ha de haber roto el cajón donde la enterraron, porque se oye como un crujir de tablas.
—Sí, yo también lo oigo.
Esa noche volvieron a sucederse los sueños. ¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas? ¿Por
qué no simplemente la muerte y no esa música tierna del pasado?
—Florencio ha muerto, señora.
¡Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura. Seca como la tierra más seca. Y
su figura era borrosa, ¿o se hizo borrosa después?, como si entre ella y él se interpusiera la
lluvia. «¿Qué había dicho? ¿Florencio? ¿De cuál Florencio hablaba? ¿Del mío? ¡Oh!, por
qué no lloré y me anegué entonces en lágrimas para enjuagar mi angustia. ¡Señor, tú no
existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas
nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor;
hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos. Mi cuerpo
transparente suspendido del suyo. Mi cuerpo liviano sostenido y suelto a sus fuerzas. ¿Qué
haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?»
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Mientras Susana San Juan se revolvía inquieta, de pie, junto a la puerta, Pedro Páramo la
miraba y contaba los segundos de aquel nuevo sueño que ya duraba mucho. El aceite de la
lámpara chisporroteaba y la llama hacía cada vez más débil su parpadeo. Pronto se
apagaría.
Si al menos fuera dolor lo que sintiera ella, y no esos sueños sin sosiego, esos interminables
y agotadores sueños, él podría buscarle algún consuelo. Así pensaba Pedro Páramo, fija la
vista en Susana San Juan, siguiendo cada uno de sus movimientos. ¿Qué sucedería si ella
también se apagara cuando se apagara la llama de aquella débil luz con que él la veía?
Después salió cerrando la puerta sin hacer ruido. Afuera, el limpio aire de la noche despegó
de Pedro Páramo la imagen de Susana San Juan.
Ella despertó un poco antes del amanecer. Sudorosa. Tiró al suelo las pesadas cobijas y se
deshizo hasta del calor de las sábanas. Entonces su cuerpo se quedó desnudo, refrescado
por el viento de la madrugada. Suspiró y luego volvió a quedarse dormida.
Así fue como la encontró horas después el padre Rentería; desnuda y dormida.
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¿Sabe, don Pedro, que derrotaron al Tilcuate?
—Sé que hubo alguna balacera anoche, porque se estuvo oyendo el alboroto;
pero de ahí en más no sé nada. ¿Quién te contó eso, Gerardo?
—Llegaron unos heridos a Comala. Mi mujer ayudó para eso de los vendajes.
Dijeron que eran de la gente de Damasio y que habían tenido muchos muertos.
Parece que se encontraron con unos que se dicen villistas.
—¡Qué caray, Gerardo! Estoy viendo llegar tiempos malos. ¿Y tú qué piensas
hacer?
—Me voy, don Pedro. A Sayula. Allá volveré a establecerme.
—Ustedes los abogados tienen esa ventaja; pueden llevarse su patrimonio a todas
partes, mientras no les rompan el hocico.
—Ni crea, don Pedro; siempre nos andamos creando problemas. Además duele
dejar a personas como usted, y las deferencias que han tenido para con uno se
extrañan. Vivimos rompiendo nuestro mundo a cada rato, si es válido decirlo.
¿Dónde quiere que le deje los papeles?
—No los dejes. Llévatelos. ¿O qué no puedes seguir encargado de mis asuntos
allá adonde vas?
Agradezco su confianza, don Pedro. La agradezco sinceramente. Aunque hago la
salvedad de que me será imposible. Ciertas irregularidades... Digamos...
Testimonios que nadie sino usted debe conocer. Pueden prestarse a malos
manejos en caso de llegar a caer en otras manos. Lo más seguro es que estén
con usted.
—Dices bien, Gerardo. Déjalos aquí. Los quemaré. Con papeles o sin ellos,
¿quién me puede discutir la propiedad de lo que tengo?
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—Indudablemente nadie, don Pedro. Nadie. Con su permiso.
—Ve con Dios, Gerardo.
—¿Qué dijo usted?
—Digo que Dios te acompañe.
El licenciado Gerardo Trujillo salió despacio. Estaba ya viejo; pero no para dar
esos pasos tan cortos, tan sin ganas. La verdad es que esperaba una
recompensa. Había servido a don Lucas, que en paz descanse, padre de don
Pedro; después a don Pedro, y todavía; luego a Miguel, hijo de don Pedro. La
verdad es que esperaba una compensación.
Una retribución grande y valiosa. Le había dicho a su mujer:
—Voy a despedirme de don Pedro. Sé que me gratificará. Estoy por decir que con
el dinero que él me dé nos estableceremos bien en Sayula y viviremos
holgadamente el resto de nuestros días.
Pero ¿por qué las mujeres siempre tienen una duda? ¿Reciben avisos del cielo, o
qué? Ella no estuvo segura de que consiguiera algo:
—Tendrás que trabajar muy duro allá para levantar cabeza. De aquí no sacarás
nada.
—¿Por qué lo dices?
—Lo sé.
Siguió andando hacia la puerta, atento a cualquier llamado: «¡Ey, Gerardo! Lo
preocupado que estoy no me ha permitido pensar en ti. Pero yo debo favores que
no se pagan con dinero. Recibe esto: es un regalo insignificante.»
Pero el llamado no vino. Cruzó la puerta y desanudó el bozal con que su caballo
estaba amarrado al horcón. Subió a la silla y, al paso, tratando de no alejarse
mucho para oír si lo llamaban, caminó hacia Comala sin desviarse del camino.
Cuando vio que la Media Luna se perdía detrás de él, pensó: «Sería mucho
rebajarme si le pidiera un préstamo.»
—Don Pedro, he regresado, pues no estoy satisfecho conmigo mismo. Gustoso
seguiré llevando sus asuntos.
Lo dijo, sentado nuevamente en el despacho de Pedro Páramo, donde había
estado no hacía ni media hora.
—Está bien, Gerardo. Allí están los papeles, donde tú los dejaste.
—Desearía también... Los gastos... El traslado... Un mínimo adelanto de
honorarios... Algo extra, por si usted lo tiene a bien.
—¿Quinientos?
—¿No podría ser un poco, digamos, un poquito más?
—¿Te conformas con mil?
—¿Y si fueran cinco?
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—¿Cinco qué? ¿Cinco mil pesos? No los tengo. Tú bien sabes que todo está
invertido. Tierras, animales. Tú lo sabes. Llévate mil. No creo que necesites más.
Se quedó meditando. La cabeza caída. Oía el tintineo de los pesos sobre el
escritorio donde Pedro Páramo contaba el dinero. Se acordaba de don Lucas, que
siempre le quedó a deber sus honorarios. De don Pedro, que hizo cuenta nueva.
De Miguel su hijo: ¡cuántos bochornos le había dado ese muchacho!
Lo libró de la cárcel cuando menos unas quince veces, cuando no hayan sido
más. Y el asesinato que cometió con aquel hombre, ¿cómo se apellidaba?
Rentería, eso es. El muerto llamado Rentería, al que le pusieron una pistola en la
mano. Lo asustado que estaba el Miguelito, aunque después le diera risa. Eso
nomás ¿cuánto le hubiera costado a don Pedro si las cosas hubieran ido hasta
allá, hasta lo legal? Y lo de las violaciones ¿qué? Cuántas veces él tuvo que sacar
de su misma bolsa el dinero para que ellas le echaran tierra al asunto: «¡Date de
buenas que vas a tener un hijo güerito!», les decía.
—Aquí tienes, Gerardo. Cuídalos muy bien, porque no retoñan.
Y él, que todavía estaba en sus cavilaciones, respondió:
—Sí, tampoco los muertos retoñan —y agregó—: Desgraciadamente.
FIN
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TALLER DE ACTIVIDADES
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
1. ¿Qué le viene a contar el tartamudo a Pedro Páramo?
2. ¿Qué relación existe entren el Tilcuate y Pedro Páramo?
3. ¿ A qué acuerdo llegó Pedro Páramo con los hombres levantados en armas?
4.¿ Quién era el jefe de los hombres?
5. ¿Qué órdenes le da Pedro Páramo a Damasio Tilcuate?
6.Explica con tus palabras quien es Gerardo Trujillo y que relación tenía con Pedro Páramo
7. ¿Qué es la Media Luna?
8. ¿Cuáles eran las verdaderas preocupaciones de Pedro Páramo?
9. ¿Quién era Susana San Juan?
PREGUNTAS SOBRE EL SEGUNDO RELATO
1¿ En qué lugar se hallan los personajes?
2. Las comillas indican monólogos. Dos personajes hablan solos. ¿Quiénes?
3. ¿Qué están recordando?
4. ¿Quienes los escuchan?
5¿Ocurre este relato al mismo tiempo que el primero?
6.¿En que se diferencia el narrador de este relato con el primero?
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
Escriba en su cuaderno el número de la pregunta y la letra que corresponda a la respuesta
1.Del texto se puede inferir que en la narración hay dos dimensiones
A. presente y pasado
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B. presente y futuro
C. bondad y maldad
D. una real y otra irreal
2. Del texto se puede inferir que
A. Pedro Páramo a pesar de sus defectos no era malo
B. Una de las historias sucede en el cementerio
C. ambas historias suceden en la Media Luna
D. Las historias contadas son de fantasmas
3.¿ Quién cuenta los hechos en el segundo relato es?
A. Pedro Páramo
B. el narrador
C. Juan Preciado y Dorotea
D. Susana San Juan
4. Por la manera como están narradas estas historias, se puede decir que la narración está
A. ordenada con inicio, desarrollo y desenlace
B. todos los hechos están en pasado
C. es una anticipación que permite predecir lo que va a suceder
D. organizada en varios relatos independientes
ACTIVIDAD 3
PRIMERA PARTE
INSTRUCTIVO
Selecciona subrayando los adjetivos que mejor describen a Pedro Páramo
GENEROSO- FELIZ- CARICATIVO- DESHONESTO- SOLITARIO- HONRADOASESINO- LADRÓN – ENAMORADO
SEGUNDA PARTE
EXPLICA CON TUS PALABRAS EL SIGNIFICADO DE LAS SIGUIENTES
EXPRESIONES
1.Tampoco los muertos retoñan
2. Qué jais de revolucionario sois
3. No son más que unos mondragones bandidos y mantecosos ladrones
TERCERA PARTE
CONSULTA LA BIOGRAFIA DEL ESCRITOR
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ACTIVIDAD 4
1. ¿ Qué opinas de las cosas que Gerardo Trujillo recuerda haber hecho
por Pedro Páramo , su padre Lucas y su hijo Miguel
2. ¿ Crees que en la actualidad existan personas como Pedro Páramo.
Cita ejemplos y explica por qué
ACTIVIDAD 5
COMPLETA EL SIGUIENTE CUADRO
PERSONAJES DE LA OBRA
ESPACIOS DONDE SE DESARROLLAN
LOS HECHOS
NOMBRA LOS TIEMPOS EN QUE SE
SUCEDEN LOS HECHOS
DESCRIBE A COMALA
BUSCA EN EL DICCIONARIO EL SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS DESCONOCIDAS
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INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 4
CHAC MOOL. AUTOR CARLOS FUENTES
CHAC MOOL
Carlos Fuentes
Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa.
Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la
tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el
choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en
La Quebrada y sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa
de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los
cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo
trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a
pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un
baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a
que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la
primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del
féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos
rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los
pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje.
Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el
calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto,
recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller.
Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El
pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel
mármol.
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Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento
natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con
eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado,
olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio
Efectivo No Reelección”. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar
los escalafones.
“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que
decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que
ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos
que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado
con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la
batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de
elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y
aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía
cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se
quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas
fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la
mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja
invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme
en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de
sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados,
amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la
ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me
reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida
sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros
del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los
años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones
que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado
y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se
va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los
cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin
embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o
sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la
aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros
secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos
de propina.”
“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de
Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en
media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a
Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios
muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado.
Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu
ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado
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por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un
individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen
por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a
Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia,
se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos
caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay
que matar a los hombres para poder creer en ellos.
“Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo
colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en
Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi
consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool
desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno
de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo.
“Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente
perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha
risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el
día entero, todos en torno al agua. Ch...”
“Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha
que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante
asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia
de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de
tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de
la escultura.
“El traslado a la casa me costó más que la
adquisición. Pero ya está aquí, por el momento
en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de
trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras
necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su
elemento y condición. Pierde mucho mi Chac
Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un
simple bulto agónico, y su mueca parece
reprocharme que le niegue la luz. El
comerciante tenía un foco que iluminaba
verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más
amable. Habrá que seguir su ejemplo.”
“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se
desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool
resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a
llegar tarde a la oficina.”
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“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama
en la base.”
“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura
imaginación.”
“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para
colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado,
inundando el sótano.”
“El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más
vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y
viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.”
“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco,
porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos,
que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe
me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto,
para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es
muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única
herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con
sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.”
“Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra;
fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía
muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la
piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era
ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura
precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima
unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.”
“Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido
pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de
la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por
esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello
en los brazos.”
“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de
pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me
mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi
imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.”
Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y
memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita
por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras,
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nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:
“Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por
mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o
estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real
imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes
y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como
prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano...
¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar
allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su
gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un
caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy;
era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día
tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará,
recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba
allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que
era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una
noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las
rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un
despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la
noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en
la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando
volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con
la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante,
en dos flámulas crueles y amarillas.
“Casi sin aliento, encendí la luz.
“Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me
paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular.
Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casueló n
cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó
hacia mi cama; entonces empezó a llover.”
Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una
recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí.
Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía
olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover
en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias
excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna
depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los
cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes
son de fines de septiembre:
“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, „...un gluglú de agua embelesada‟...
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Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los
desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los
lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor,
extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez.
Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto
físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro
y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite
maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él
sabe de la inminencia del hecho estético.
“He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo
azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con
Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los
primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.”
“Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír
los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la
puerta de la recámara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme,
saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al
baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda
un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no
empape más la sala2.”
“El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la
Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de
hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados
brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo
dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de
mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo
no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle
musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y
para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras
no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.”
“Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta
una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias
veces a su puerta, y como no me contestó, me atreví a entrar. No había vuelto a ver la
recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se
concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta,
hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac
Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”
“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda
para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya
se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por
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falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí;
todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice
que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que
estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho.
Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé
con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise
gritar.” “Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado
sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado,
contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el
trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme,
arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar
aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él
una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a
pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata;
quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones.
Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación:
si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se
acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero
también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su
derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”
“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos
qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se
avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me
quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se
adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.”
Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta
Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso
de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la
terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para
llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.
Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un
indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo;
despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la
boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.
-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...
-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.
FIN
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TALLER DE ACTIVIDADES
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
1. El amigo de Filiberto es el narrador que inicia el relato. Marca dos evidencias de esta afirmación
_________El compró el Chac Mool
_________El cuenta que Filiberto murió en Acapulco
_________El aconsejó la compra del Chac Mool
_________El recuerda lo sucedido en Semana Santa
2. El amigo encuentra entren las pertenencias de Filiberto, un elemento que contiene otro relato .
3. ¿Cuál es ese elemento. Descríbelo.
4. Quién es el narrador de ese segundo relato?
5. Filiberto vive una serie de sucesos relacionados con una figura. Responde.
A.
B.
C.
D.
E.
F.
QUÉ ES UN CHAC MOOL?
DONDEN COMPRÓ FILIBERTO LA FIGURA DEL CHAC MOOL?
QUE TRASNFORMACIÓN SUFRE LA FIGURA?
QUE OCURRE EL 25 DE AGOSTO
POR QUE CHAC MOOL SE VUELVE COLÉRICO E IRRITABLE?
DE QUE SE ALIMENTA EL CHAC MOOL?
3. El amigo no comprende por qué Filiberto fue despedido de su trabajo a fines de Agosto.
Explica las razones de lo ocurrido
6. ¿ Cómo termina el diario de Filiberto?
7. ¿Cómo termina el relato del amigo?
8. ¿Quién es el indio amarillo que abre la puerta?
9. Infiere. ¿ Por qué el indio amarillo solicita que dejen el cadáver en el sótano ?
ACTIVIDAD 2
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INSTRUCTIVO
Escriba en su cuaderno el número de la pregunta y la letra que corresponda a la respuesta
1.Según el texto Filiberto perdió su empleo por
A. descuidado y despistado
B. locura y robo
C. locura e inasistencia
D. no ir a trabajar
2. El tiempo que transcurre desde que Filiberto compró la figura del Chac Mool, hasta que muere,
es de
A. unos pocos días
B. de uno a dos meses
C. de ocho a diez meses
D. de cuatro a séis meses
3. De lo narrado en el texto se puede deducir que
A. Filiberto se inventó todo
B. es posible que el indio sea el Chac Mool
C. el amigo de Filiberto se imaginó esa historia
D. Filiberto se suicidó
4. La relación que se establece entre Filiberto y el Chac Mool se caracteriza por
A. el miedo
B. la amistad
C. la dependencia
D. la aventura
ACTIVIDAD 3
1. Expresa tu opinión sobre lo que narra Filiberto
2. ¿En que contexto social vive Filiberto? ¿Qué opinas al respecto?
3. Si tu hubieres sido jefe de Filiberto en el trabajo ¿ qué hubieras hecho?
4. ¿Cuál crees que fue la intención de Filiberto de viajar a Acapulco
5.¿Qué opinas de las personas que les atribuyen poderes especiales a
algunos objetos y figuras del arte indígena
ACTIVIDAD 4
41
Completa el cuadro con la información requerida en cada momento de las
narraciones
INICIO
NUDO
DESENLACE
Un hombre cuenta que Lee el diario de su Cuando llega a casa de
su
amigo
Filiberto, amigo regresó a la Filiberto
murió en Acapulco
ciudad
ACTIVIDAD 5
CONSULTA DOS PALABRAS SINÓNIMAS PARA LOS SIGUIENTES TERMINOS
PALABRA
DOS SINÓNIMOS
CHIRRIONA
SALVAR
MITICA
AFICION
CONSULTA LA BIOGRAFÍA DE CARLOS FUENTES Y COPIALA EN TU CUADERNO
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________
_________________________________
42
INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA.PEREIRA
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 5
EL PODER DE LA INFANCIA, Autor. León Tolstoy
EL PODER DE LA INFANCIA
León Tolstoi
-¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen! ¡Que fusilen inmediatamente a ese canalla...! ¡Que lo
maten! ¡Que corten el cuello a ese criminal! ¡Que lo maten, que lo maten...! -gritaba una
multitud de hombres y mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido.
Éste avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba
desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.
Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado de las autoridades.
Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar.
"¡Qué le hemos de hacer! El poder no ha de estar siempre en nuestras manos. Ahora lo
tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriremos. Por lo visto, tiene que ser así",
pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, sonreía, fríamente, en respuesta a los
gritos de la multitud.
-Es un guardia. Esta misma mañana ha tirado contra nosotros -exclamó alguien.
Pero la muchedumbre no se detenía. Al llegar a una calle en que estaban aún los
cadáveres de los que el ejército había matado la víspera, la gente fue invadida por una
furia salvaje.
-¿Qué esperamos? Hay que matar a ese infame aquí mismo. ¿Para qué llevarlo más
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lejos?
El cautivo se limitó a fruncir el ceño y a levantar aún más la cabeza. Parecía odiar a la
muchedumbre más de lo que ésta lo odiaba a él.
-¡Hay que matarlos a todos! ¡A los espías, a los reyes, a los sacerdotes y a esos canallas!
Hay que acabar con ellos, en seguida, en seguida... -gritaban las mujeres.
Pero los cabecillas decidieron llevar al reo a la plaza.
Ya estaban cerca, cuando de pronto, en un momento de calma, se oyó una vocecita
infantil, entre las últimas filas de la multitud.
-¡Papá! ¡Papá! -gritaba un chiquillo de seis años, llorando a lágrima viva, mientras se
abría paso, para llegar hasta el cautivo-. Papá ¿qué te hacen? ¡Espera, espera! Llévame
contigo, llévame...
Los clamores de la multitud se apaciguaron por el lado en que venía el chiquillo. Todos
se apartaron de él, como ante una fuerza, dejándolo acercarse a su padre.
-¡Qué simpático es! -comentó una mujer.
-¿A quién buscas? -preguntó otra, inclinándose hacia el chiquillo.
-¡Papá! ¡Déjenme que vaya con papá! -lloriqueó el pequeño.
-¿Cuántos años tienes, niño?
-¿Qué van a hacer con papá?
-Vuelve a tu casa, niño, vuelve con tu madre -dijo un hombre.
El reo oía ya la voz del niño, así como las respuestas de la gente. Su cara se tornó aún
más taciturna.
-¡No tiene madre! -exclamó, al oír las palabras del hombre.
El niño se fue abriendo paso hasta que logró llegar junto a su padre; y se abrazó a él.
La gente seguía gritando lo mismo que antes: "¡Que lo maten! ¡Que lo ahorquen! ¡Que
fusilen a ese canalla!"
-¿Por qué has salido de casa? -preguntó el padre.
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-¿Dónde te llevan?
-¿Sabes lo que vas a hacer?
-¿Qué?
-¿Sabes quién es Catalina?
-¿La vecina? ¡Claro!
-Bueno, pues..., ve a su casa y quédate ahí... hasta que yo... hasta que yo vuelva.
-¡No; no iré sin ti! -exclamó el niño, echándose a llorar.
-¿Por qué?
-Te van a matar.
-No. ¡Nada de eso! No me van a hacer nada malo.
Despidiéndose del niño, el reo se acercó al hombre que dirigía a la multitud.
-Escuche; máteme como quiera y donde le plazca; pero no lo haga delante de él exclamó, indicando al niño-. Desáteme por un momento y cójame del brazo para que
pueda decirle que estamos paseando, que es usted mi amigo. Así se marchará.
Después..., después podrá matarme como se le antoje.
El cabecilla accedió. Entonces, el reo cogió al niño en brazos y le dijo:
-Sé bueno y ve a casa de Catalina.
-¿Y qué vas a hacer tú?
-Ya ves, estoy paseando con este amigo; vamos a dar una vuelta; luego iré a casa. Anda,
vete, sé bueno.
El chiquillo se quedó mirando fijamente a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al
otro, y reflexionó.
-Vete; ahora mismo iré yo también.
-¿De veras?
El pequeño obedeció. Una mujer lo sacó fuera de la multitud.
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-Ahora estoy dispuesto; puede matarme -exclamó el reo, en cuanto el niño hubo
desaparecido.
Pero, en aquel momento, sucedió algo incomprensible e inesperado. Un mismo
sentimiento invadió a todos los que momentos antes se mostraron crueles, despiadados y
llenos de odio.
-¿Saben lo que les digo? Deberían soltarlo -propuso una mujer.
-Es verdad. Es verdad -asintió alguien.
-¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo! -rugió la multitud.
Entonces, el hombre orgulloso y despiadado que aborreciera a la muchedumbre hacía un
instante, se echó a llorar; y, cubriéndose el rostro con las manos, pasó entre la gente, sin
que nadie lo detuviera.
FIN
TALLER DE ACTIVIDADES
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
1. ¿Por qué el hombre iba a ser ejecutado?
2. Describe la actitud del hombre ante la gente de la ciudad
3. ¿por qué se apaciguaron los gritos de multitud?
4. ¿por qué el niño llora mientas se abre paso entre la multitud para llegar a su padre?
5. ¿Qué recomendación le hace el hombre al niño?
6. ¿Qué motivó a la gente de la ciudad a cambiar los gritos que sentenciaban al hombre a la
muerte?
7. Explica cómo se salvó el hombre de la pena de muerte que le esperaba
46
8. Deduce el tema del texto a partir de las siguientes ideas principales
1.
2.
3.
4.
5.
6.
El hombre es capturado y sentenciado a muerte
La gente del pueblo grita clamando la muerte del hombre
El niño se acerca al lugar donde está su padre y se aferra a él
El niño no tiene madre
La muchedumbre decide perdonarle la vida al hombre
El hombre cambia de actitud ante la gente de la ciudad
TEMA
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
______________________________________
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
Escriba en su cuaderno el número de la pregunta y la letra que corresponda a la respuesta
1. En la expresión su cara se tornó aún mas TACITURNA. La palabra en MAYUSCULA se
puede reemplazar por
A. HURAÑA
B. EXPRESIVA
C. ABATIDA
D. EXTRAÑA
2. Uno de los temas centrales del texto es
A. la muerte
B. la soledad
C. la indulgencia
D. La libertad
3. Según el texto la gente se conmueve de la situación del hombre porque
A. es bello, viril y no debe morir tan joven
B. es inocente de los cargos que se le imputan
C. es padre de un niño que no tiene madre
D.es culpable de los cargos que se le imputan
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4. En el texto anterior
A. explica los hechos que sucedieron a un niño y su padre cuando lo iban a matar
B. narra la historia de salvación de un hombre que estaba condenado a muerte
C. describe la forma detallada a un hombre que selva de la muerte gracias a su hijo
D. expone los hechos que ocurrieron a un hombre durante la guerra civil
ACTIVIDAD 3
INSTRUCTIVO
ESCRIBE EN TU CUADERNO LOS NUMEROS DEL 1 AL 7 Y AL FRENTE ESCRIBE ,QUIEN
REALIZA EL ENUNCIADO
ENUNCIADOS
1.Escúcheme,
quiera
máteme
REO
donde
2.Pero
en aquel momento,
sucedió algo incomprensible
3.Es un guardia, esta mañana ha
tirado contra nosotros
4.Los clamores de la multitud se
apaciguaron
5.Ya estaba cerca, cuando de
pronto..
6.No tiene madre
7.Dónde te llevan?
8.¡suéltenlo¡
MULTITUD
NIÑO
NARRADOR
48
ACTIVIDAD 4
ESCRIBE EN TU CUADERNO DOS ACCIONES QUE DAN INICIO A LA
HISTORIA
1,______________________________________________________________
2.______________________________________________________________
ESCRIBE EN TU CUADERNO DOS ACCIONES QUE DAN INICIO AL
DESARROLLO O CONFLICTO
1,______________________________________________________________
2.______________________________________________________________
ESCRIBE EN TU CUADERNO DOS ACCIONES QUE DAN INICIO AL FINAL DE
LA HISTORIA
1,______________________________________________________________
2.______________________________________________________________
ACTIVIDAD 5
CONSULTA LA BIOGRAFÍA DEL AUTOR Y ESCRÍBELA EN TU CUADERNO
49
INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 6
EL INMORTAL Autor. Jorge Luis Borges
En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph
Carthapilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en
cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope. La princesa los adquirió; al
recibirlos, cambió unas palabras con él. Era, nos dice, un hombre consumido y
terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba
con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del
francés al inglés y de inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y
de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que
Carthapilus había muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habían
enterrado en la isla de Ios. En el último tomo de la Ilíada halló éste manuscrito.
El original está redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es
literal.
I
Que yo recuerde, mis trabajos comenzaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando
Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias,
yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la
fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero.
Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue
dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la
misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré
apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo
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me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los
Inmortales.
Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues
algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos
dormían, la Luna tenía el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y
ensangrentado venía del Oriente. A unos pasos de mí, rodó del caballo. Con una tenue voz
insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le
respondí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el río que persigo, replicó
tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba
del pecho. Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que
en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el Occidente, donde se acaba el
mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se
eleva la Ciudad de los Inmortales, ricas en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la
aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su río. Interrogados por el verdugo,
algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del viajero; alguien recordó la
llanura elísea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable;
alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma,
conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía
y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los
Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia,
me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se
dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar.
Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras
jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos el país de
los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los
garamantes, que tienen mujeres en común y se nutren de Leones; el de los augilas, que sólo
veneran el Tártaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena, donde el viajero
debe usurpar las horas de la noche, pues el fervor del día es intolerable. De lejos divisé la
montaña que dio nombre al Océano: en sus laderas crece el euforbio, que anula los
venenos; en la cumbre habitan los sátiros, nación de hombres ferales y rústicos, inclinados a
la lujuria. Que en esas regiones bárbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran
albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareció inconcebible. Proseguimos la
marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara
expuesta a la Luna; la fiebre los ardió; en el agua depravada de las cisternas, otros bebieron
la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines
para reprimirlos, no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedí rectamente, pero un
centurión me advirtió que los sediciosos (ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos)
maquinaban mi muerte. Hui del campamento, con los pocos soldados que me eran fieles.
En el desierto los perdí, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense
me laceró. Varios días erré sin encontrar agua, o un solo enorme día multiplicado por el sol,
por la sed y por el temor de la sed. Dejé el camino al arbitrio de mi caballo. En alba, la
lejanía se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido
laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero
tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.
51
II
Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de
piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive
de una montaña. Los lados eran húmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria.
Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrasaba la sed. Me asomé y grité
débilmente. Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por
escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía (bajo el último sol o bajo el primero)
la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento
era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, análogos al mío, surcaban la
montaña y el valle. En la arena había pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros
(y de los nichos) emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Creí
reconocerlos: pertenecían a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del
golfo Arábigo y las grutas etiópicas; no me maravillé de que no hablaran y de que
devoraran serpientes.
La urgencia de la sed me hizo temerario. Consideré que estaba a unos treinta pies de la
arena; me tiré, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaña abajo. Hundí la
cara ensangrentada en el agua oscura. Bebí como se abrevan los animales. Antes de
perderme otra vez en el sueño y en los delirios, inexplicablemente repetí unas palabras
griegas: los ricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo...
No sé cuántos días y noches rodaron sobre mí. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de
las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dejé que la Luna y el Sol jugaran con mi aciago
destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En
vano les rogué que me dieran muerte. Un día, con el filo de un pedernal rompí mis
ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar - yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno
militar de una de las legiones de Roma - mi primera detestada ración de carne de serpiente.
La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir.
Como si penetraran mi propósito, no dormían tampoco los trogloditas: al principio inferí
que me vigilaban; luego, que se habían contagiado de mi inquietud, como podrían
contagiarse los perros. Para alejarme de la bárbara aldea elegí la más pública de las horas,
la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los
pozos y miran el Poniente, sin verlo. Oré en voz alta, menos para suplicar el favor divino
que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atravesé el arroyo que los médanos
entorpecen y me dirigí a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres. Eran
(como los otro de ese linaje) de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsión.
Debí rodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la
grandeza de la Ciudad, yo la había creído cercana. Hacia la medianoche, pisé, erizada de
formas idolátricas en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una
especie de horror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto, que
me alegré de que uno de los trogloditas me hubiera acompañado hasta el fin. Cerré los ojos
y aguardé (sin dormir) que relumbrara el día.
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He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta
comparable a un acantilado no era menos ardua que sus muros. En vano fatigué mis pasos:
el negro basamento no descubría la menor irregularidad, los muros invariables no parecían
consentir una sola puerta. La fuerza del día hizo que yo me refugiara en una caverna; en el
fondo había un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior.
Bajé; por un caos de sórdidas galerías llegué a una vasta cámara circular, apenas visible.
Había nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto que falazmente
desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una
segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número total de las cámaras; mi
desventura y mi ansiedad las multiplicaron. El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor
no había en esas profundas redes de piedra que un viento subterráneo, cuya causa no
descubrí; sin ruido se perdían entre las grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente
me habitué a ese dudoso mundo; consideré increíble que pudiera existir otra cosa que
sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo
que debí caminar bajo tierra; sé que alguna vez confundí, en la misma nostalgia, la atroz
idea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre los racimos.
En el fondo de un corredor, un no provisto muro me cerró el paso, una remota luz cayó
sobre mí. Alcé los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altísimo, vi un círculo de luz tan
azul que pudo parecerme púrpura. Unos peldaños de metal escalaban el muro. La fatiga me
relajaba, pero subí, sólo deteniéndome a veces para torpemente sollozar de felicidad. Fui
divisando capiteles y astrálagos, frontones triangulares y bóvedas, confusas pompas del
granito y del mármol. Así me fue deparado ascender de la ciega región de negros laberintos
entretejidos a la resplandeciente Ciudad.
Emergí a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de
forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogéneo pertenecían las diversas cúpulas
y columnas. Antes que ningún otro rasgo de ese monumento increíble, me suspendió lo
antiquísimo de su fábrica. Sentí que era anterior a los hombres, anterior a la Tierra. Esa
notoria antigüedad (aunque terrible de algún modo para los ojos) me pareció adecuada al
trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con
desesperación al fin, erré por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Después
averigüé que eran inconstantes la extensión y la altura de los peldaños, hecho que me hizo
comprender la singular fatiga que me infundieron.) Este palacio es fábrica de los dioses,
pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los dioses que lo
edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban
locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación, que era casi un
remordimiento, con más horror intelectual que miedo sensible. A la impresión de enorme
antigüedad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de los complejamente
insensato. Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me
atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su
arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que
imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la
alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las
increíbles escaleras inversas, con los peldaños y balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas
aéreamente al costado de un muro monumental, morían sin llegar a ninguna parte, al cabo
de dos o tres giros en la tiniebla superior de las cúpulas. Ignoro si todos los ejemplos que
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he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo
saber ya si tal o cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que
desatinaron mis noches. Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y
perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir
y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser
valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre
o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos
y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.
No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos.
Únicamente sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último laberinto, me
rodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada más puedo recordar. Ese
olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario; quizá las circunstancias de mi evasión
fueron tan ingratas que, en algún día no menos olvidado también, he jurado olvidarlas.
III
Quienes hayan leído con atención el relato de mis trabajos, recordarán que un hombre de la
tribu me siguió como un perro podría seguirme, hasta la sombra irregular de los muros.
Cuando salí del último sótano, lo encontré en la boca de la caverna. Estaba tirado en la
arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos, que eran como letras de los
sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan. Al principio, creí que se trataba
de una escritura bárbara; después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron
a la palabra lleguen a la escritura. Además, ninguna de las formas era igual a otra, lo cual
excluía o alejaba la posibilidad de que fueran simbólicas. El hombre las trazaba, las miraba
y las corregía. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borró con la palma y el
antebrazo. Me miró, no pareció reconocerme. Sin embargo, tan grande era el alivio que me
inundaba (o tan grande y medrosa mi soledad) que di en pensar que ese rudimental
troglodita, que me miraba desde el suelo de la caverna, había estado esperándome. El Sol
caldeaba la llanura; cuando emprendimos el viaje de regreso a la aldea, bajo las primeras
estrellas, la arena era ardorosa bajo los pies. El troglodita me precedió; esa noche concebí el
propósito de enseñarle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo
(reflexioné) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseñor de los Césares, de lo
último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sería superior al
de los irracionales.
La humildad y miseria el troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo
perro moribundo de la Odisea, y así le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo.
Fracasé y volví a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinación fueron del todo vanos.
Inmóvil, con los ojos inertes, no parecía percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. A
unos pasos de mí, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequeña y
ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre él giraran los cielos, desde el crepúsculo del día
hasta el de la noche. Juzgué imposible que no se percatara de mi propósito. Recordé que es
fama entre los etíopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a
trabajar y atribuí a suspicacia o a temor el silencio de Argos. De esa imaginación pasé a
otras, aún más extravagantes. Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos;
pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra
54
manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él, sino
un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas. Pensé en un mundo sin
memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos,
un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los
días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió,
con lentitud poderosa.
Las noches del desierto pueden ser frías, pero aquélla había sido un fuego. Soñé que un río
de Tesalia (a cuyas aguas yo había restituido un pez de oro) venía a rescatarme; sobre la
roja arena y la negra piedra yo lo oía acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la
lluvia me despertaron. Corrí desnudo a recibirla. Declinaba la noche; bajo las nubes
amarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofrecía a los vívios aguaceros en una
especie de éxtasis. Parecían coribantes a quienes posee la divinidad. Argos, puestos los ojos
en la esfera, gemía; raudales le rodaban por la cara; no sólo de agua, sino (después lo supe)
de lágrimas. Argos, le grité, Argos.
Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace
mucho tiempo, Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también
sin mirarme: Este perro tirado en el estiércol.
Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunté qué
sabía de la Odisea. La práctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta.
Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde
que la inventé.
IV
Todo me fue dilucidado aquel día. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de aguas
arenosas, el Río que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo nombre se había dilatado
hasta el Ganges, nueve siglos haría que los Inmortales la habían asolado. Con las reliquias
de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de
parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de
los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundación fue el último
símbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda
empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron
la fábrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibían el
mundo físico.
Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez
y el postrer viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los
hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo
que es un remo. Habitó un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron,
aconsejó la fundación de la otra. Ello no debe sorprendernos; es fama que después de cantar
la guerra de Ilión, cantó la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el
cosmos y luego el caos.
55
Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte;
lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las
religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la
inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya
que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo Más razonable
me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni
fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el
conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había
logrado la perfección de la tolerancia y casi con desdén. Sabía que en un plazo infinito le
ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es
acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del
porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al
equilibrio, así también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico
poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una
sentencia de Heráclito. El pensamiento más fugaz obedece a un dibujo invisible y puede
coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos
futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos
nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o
intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas
circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie
es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy
dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de
decir que no soy.
El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influyó vastamente en
los Inmortales. En primer término, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado las
antiguas canteras que rompían los campos de la otra margen; un hombre se despeñó en la
más honda; no podía lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes de que le arrojaran
una cuerda pasaron setenta años. Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo no era
más que un sumiso animal doméstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de
sueño, de un poco de agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas.
No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un
estímulo extraordinario nos restituía al mundo físico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo
goce elemental de la lluvia. Esos lapsos eran rarísimos; todos los Inmortales eran capaces
de perfecta quietud; recuerdo alguno a quien jamás he visto de pie: un pájaro anidaba en su
pecho.
Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no esté compensada por otra, hay
uno de muy poca importancia teórica, pero que nos indujo, a fines o a principios del siglo
X, a dispersarnos por la faz de la Tierra. Cabe en estas palabras Existe un río cuyas aguas
dan la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren. El número de
ríos no es infinito; un viajero inmortal que recorra el mundo acabará, algún día, por haber
bebido de todos. Nos propusimos descubrir ese río.
La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por
su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no
esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de
56
lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada
pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el
fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté
como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es
preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales.
Homero y yo nos separamos en las puertas del Tánger; creo que no nos dijimos adiós.
V
Recorrí nuevos reinos, nuevos imperios. En el otoño de 1066 milité en el puente de
Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tardó en hallar su destino, o en
las de aquel infausto Harald Hardrada que conquistó seis pies de tierra inglesa, o un poco
más. En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada
caligrafía, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de
Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce. En un patio de la cárcel de Samarcanda he
jugado muchísimo al ajedrez. En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia.
En 1683 estuve en Kolozsvár y después en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscribí a
los seis volúmenes de la Ilíada de Pope; sé que los frecuenté con deleite. Hacia 1729 discutí
el origen de ese poema con un profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus
razones me parecieron irrefutables. El 4 de octubre de 1921, el Patna, que me conducía a
Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea 1. Bajé; recordé otras mañanas
muy antiguas, también frente al Mar Rojo, cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la
magia y la inacción consumían a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la
probé, movido por la costumbre. Al repechar el margen, un árbol espinoso me laceró el
dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz,
contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me
repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí hasta el amanecer.
...He revisado al cabo de un año, estas páginas. Me constan que se ajustan a la verdad, pero
en los primeros capítulos, y aun en ciertos párrafos de los otros, creo percibir algo falso.
Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendí en los
poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los
hechos, pero no en su memoria... Creo, sin embargo, haber descubierto una razón más
íntima. La escribiré; no importa que me juzguen fantástico.
La historia que he narrado parece irreal, porque en ella se mezclan los sucesos de dos
hombres distintos. En el primer capítulo, el jinete quiere saber el nombre del río que baña
las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epíteto de
Hekatómpylos, dice que el río es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a él,
sino a Homero, que hace mención expresa en la Ilíada, de Tebas Hekatómpylos, y en la
Odisea, por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo. En el
capítulo segundo, el romano, al beber el agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego;
esas palabras son homéricas y pueden buscarse en el fin del famoso catálogo de las naves.
Después, en el vertiginoso palacio, habla de "una reprobación que era casi un
remordimiento"; esas palabras corresponden a Homero, que había proyectado ese horror.
Tales anomalías me inquietaron; otras, de orden estético, me permitieron descubrir la
verdad. El último capítulo las incluye; ahí está escrito que milité en el puente de Stamford,
57
que transcribí, en Bulaq, los viajes de Simbad el Marino y que me suscribí, en Aberdeen, a
la Ilíada inglesa de Pope. Se lee inter alia: "En Bikanir he profesado la astrología y también
en Bohemia". Ninguno de esos testimonios es falso; lo significativo es el hecho de haberlos
destacado. El primero de todos parece convenir a un hombre de guerra, pero luego se
advierte que el narrador no repara en lo bélico y sí en la suerte de los hombres. Los que
siguen son más curiosos. Una oscura razón elemental me obligó a registrarlos; lo hice
porque sabía que eran patéticos. No lo son, dichos por el romano Flaminio Rufo. Lo son,
dichos por Homero; es raro que éste copie, en el siglo trece, las aventuras de Simbad, de
otro Ulises, y descubra, a la vuelta de muchos siglos, en un reino boreal y un idioma
bárbaro, las formas de su Ilíada. En cuanto a la oración que recoge el nombre de Bikanir, se
ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso (como el autor del catálogo de las
naves) de mostrar vocablos espléndidos 2.
Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es
extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que
fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en
breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.
FIN
TALLER DE ACTIVIDADES
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
A. CON RELACIÓN AL PRIMER RELATO
1. ¿En qué fecha adquirió la princesa los volúmenes de la Ilíada?
2. Describe con tus palabras al anticuario Joseph Cataphilus
3. ¿Qué contenía el manuscrito que la princesa halló en el último tomo de la Ilíada?
4. ¿Qué opinión despertó el manuscrito entre los especialistas?
5. ¿Qué recomendación le hace el hombre al niño?
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B.CON RELACIÓN AL SEGUNDO RELATO
6. ¿Quién es el narrador de la historia del manuscrito?
7. ¿Qué buscabas el jinete que rodó del caballo a los pies de Marco Flaminio Rufo?
8. ¿En qué momento Marco Flaminio se vuelve inmortal?
9. ¿Cómo es la ciudad de los inmortales?
10.¿ Con qué personaje de la literatura se encuentra el narrador?
11.¿ Qué hecho importante ocurrió en el Siglo X para los mortales?
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
Escriba en su cuaderno el número de la pregunta y la letra que corresponda a la respuesta
1.La Historia del romano Marco Flaminio en el texto es
A. Una transgresión de las normas narrativas
B. una historia insertada en el relato principal
C. una representación del estilo literario del siglo xx
D. una divagación innecesaria
2. Quien cuenta los hechos del manuscrito hallado en el último tomo de la Illiada es
A. Homero
B. Cartaphilus
C. la princesa Lucinge
D. Los traductores del manuscrito inglés
3. Del texto se puede se puede inferir que el término inmortal se refiere a
A. Homero autor de la Ilíada y odisea
B. Cartaphilus, el anticuario
C. los trogloditas
D. homero y Cartaphilus
4. En la frase “antes pulidos por el tiempo que por la INDUSTRIA”, la palabra subrayada, se refiere
A. El esfuerzo humano
B. la obra de la naturaleza
C. la negligencia troglodita
D. el desarrollo industrial
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ACTIVIDAD 3
COPIA LA PREGUNTA Y RESPONDA EN EL CUADERNO
1. Al final del manuscrito ,Cartaphilus afirma haber sido Homero ¿ Cómo
lo justifica
2. Analiza desde tu punto de vista la relación entre los poetas o
escritores y los inmortales
3. De acuerdo con lo narrado en el texto ¿ qué herencia o limosna recibe
Cartaphilus , luego de su larga existencia?
4. Explica con tus palabras la posición de los inmortales “ juzgando que
toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento.
ACTIVIDAD 4
SELECCIONA LOS ADJETIVOS QUE CALIFICAN LA ACTITUD DE MARCO
FLAMINIO. SUBRÁYALOS
AVENTURERO-VALIENTE-PERSISTENTE-INTELIGENTE- ASTUTO- NECIO
ACTIVIDAD 5
CONSULTA LA BIOGRAFÍA DEL AUTOR Y ESCRÍBELA EN TU CUADERNO
__________________________________________________________________
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INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 7
BERENICE. Autor: Edgar Allan Poe.
BERENICE
Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae
visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas.
-Ebn Zaiat
La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre
el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y
también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte
como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la
alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una
consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la
pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis
que pudieron haber sido.
Mi nombre de pila es Egaeus; no mencionaré mi apellido. Sin embargo, no hay en mi
país torres más venerables que mi melancólica y gris heredad. Nuestro linaje ha sido
llamado raza de visionarios, y en muchos detalles sorprendentes, en el carácter de la
mansión familiar en los frescos del salón principal, en las colgaduras de los dormitorios,
en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero especialmente en la galería
de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca y, por último, en la peculiarísima
naturaleza de sus libros, hay elementos más que suficientes para justificar esta creencia.
Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con este aposento y con sus
volúmenes, de los cuales no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es
61
simplemente ocioso decir que no había vivido antes, que el alma no tiene una existencia
previa. ¿Lo negáis? No discutiremos el punto. Yo estoy convencido, pero no trato de
convencer. Hay, sin embargo, un recuerdo de formas aéreas, de ojos espirituales y
expresivos, de sonidos musicales, aunque tristes, un recuerdo que no será excluido, una
memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, insegura, y como una sombra
también en la imposibilidad de librarme de ella mientras brille el sol de mi razón.
En ese aposento nací. Al despertar de improviso de la larga noche de eso que parecía,
sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginación, a los
extraños dominios del pensamiento y la erudición monásticos, no es raro que mirara a
mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi infancia entre libros y
disipara mi juventud en ensoñaciones; pero sí es raro que transcurrieran los años y el
cenit de la virilidad me encontrara aún en la mansión de mis padres; sí, es asombrosa la
paralización que subyugó las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión total que se
produjo en el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades terrenales me
afectaban como visiones, y sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo
de los sueños se tornaron, en cambio, no en pasto de mi existencia cotidiana, sino
realmente en mi sola y entera existencia.
Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de
distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante
de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo,
viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa
meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras
del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras. ¡Berenice! Invoco su
nombre... ¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se
conmueven a este sonido. ¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los
primeros días de su alegría y de su dicha! ¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica
belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y
entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada. La
enfermedad -una enfermedad fatal- cayó sobre ella como el simún, y mientras yo la
observaba, el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus
hábitos y en su carácter, y de la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su
identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima, ¿dónde estaba? Yo no la conocía
o, por lo menos, ya no la reconocía como Berenice.
Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por la primera y fatal, que
ocasionó una revolución tan horrible en el ser moral y físico de mi prima, debe
mencionarse como la más afligente y obstinada una especie de epilepsia que terminaba
no rara vez en catalepsia, estado muy semejante a la disolución efectiva y de la cual su
manera de recobrarse era, en muchos casos, brusca y repentina. Entretanto, mi propia
enfermedad -pues me han dicho que no debo darle otro nombre-, mi propia enfermedad,
digo, crecía rápidamente, asumiendo, por último, un carácter monomaniaco de una
especie nueva y extraordinaria, que ganaba cada vez más vigor y, al fin, obtuvo sobre mí
un incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si así debo llamarla, consistía en una
62
irritabilidad morbosa de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa
con la palabra atención. Es más que probable que no se me entienda; pero temo, en
verdad, que no haya manera posible de proporcionar a la inteligencia del lector corriente
una idea adecuada de esa nerviosa intensidad del interés con que en mi caso las
facultades de meditación (por no emplear términos técnicos) actuaban y se sumían en la
contemplación de los objetos del universo, aun de los más comunes.
Reflexionar largas horas, infatigable, con la atención clavada en alguna nota trivial, al
margen de un libro o en su tipografía; pasar la mayor parte de un día de verano absorto
en una sombra extraña que caía oblicuamente sobre el tapiz o sobre la puerta; perderme
durante toda una noche en la observación de la tranquila llama de una lámpara o los
rescoldos del fuego; soñar días enteros con el perfume de una flor; repetir
monótonamente alguna palabra común hasta que el sonido, por obra de la frecuente
repetición, dejaba de suscitar idea alguna en la mente; perder todo sentido de
movimiento o de existencia física gracias a una absoluta y obstinada quietud, largo
tiempo prolongada; tales eran algunas de las extravagancias más comunes y menos
perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, no único, por cierto,
pero sí capaz de desafiar todo análisis o explicación.
Mas no se me entienda mal. La excesiva, intensa y mórbida atención así excitada por
objetos triviales en sí mismos no debe confundirse con la tendencia a la meditación,
común a todos los hombres, y que se da especialmente en las personas de imaginación
ardiente. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, un estado agudo o una
exageración de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un
caso, el soñador o el fanático, interesado en un objeto habitualmente no trivial, lo pierde
de vista poco a poco en una multitud de deducciones y sugerencias que de él proceden,
hasta que, al final de un ensueño colmado a menudo de voluptuosidad, el incitamentum
o primera causa de sus meditaciones desaparece en un completo olvido. En mi caso, el
objeto primario era invariablemente trivial, aunque asumiera, a través del intermedio de
mi visión perturbada, una importancia refleja, irreal. Pocas deducciones, si es que
aparecía alguna, surgían, y esas pocas retornaban tercamente al objeto original como a
su centro. Las meditaciones nunca eran placenteras, y al cabo del ensueño, la primera
causa, lejos de estar fuera de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente
exagerado que constituía el rasgo dominante del mal. En una palabra: las facultades
mentales más ejercidas en mi caso eran, como ya lo he dicho, las de la atención,
mientras en el soñador son las de la especulación.
Mis libros, en esa época, si no servían en realidad para irritar el trastorno, participaban
ampliamente, como se comprenderá, por su naturaleza imaginativa e inconexa, de las
características peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado del
noble italiano Coelius Secundus Curio De Amplitudine Beati Regni dei, la gran obra de
San Agustín La ciudad de Dios, y la de Tertuliano, De Carne Christi, cuya paradójica
sentencia: Mortuus est Dei filius; credibili est quia ineptum est: et sepultus resurrexit;
certum est quia impossibili est, ocupó mi tiempo íntegro durante muchas semanas de
63
laboriosa e inútil investigación.
Se verá, pues, que, arrancada de su equilibrio sólo por cosas triviales, mi razón semejaba
a ese risco marino del cual habla Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques de
la violencia humana y la feroz furia de las aguas y los vientos, pero temblaba al contacto
de la flor llamada asfódelo. Y aunque para un observador descuidado pueda parecer
fuera de duda que la alteración producida en la condición moral de Berenice por su
desventurada enfermedad me brindaría muchos objetos para el ejercicio de esa intensa y
anormal meditación, cuya naturaleza me ha costado cierto trabajo explicar, en modo
alguno era éste el caso. En los intervalos lúcidos de mi mal, su calamidad me daba pena,
y, muy conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar
con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos medios por los cuales había llegado a
producirse una revolución tan súbita y extraña. Pero estas reflexiones no participaban de
la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran semejantes a las que, en similares
circunstancias, podían presentarse en el común de los hombres. Fiel a su propio carácter,
mi trastorno se gozaba en los cambios menos importantes, pero más llamativos,
operados en la constitución física de Berenice, en la singular y espantosa distorsión de
su identidad personal.
En los días más brillantes de su belleza incomparable, seguramente no la amé. En la
extraña anomalía de mi existencia, los sentimientos en mí nunca venían del corazón, y
las pasiones siempre venían de la inteligencia. A través del alba gris, en las sombras
entrelazadas del bosque a mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche, su
imagen había flotado ante mis ojos y yo la había visto, no como una Berenice viva,
palpitante, sino como la Berenice de un sueño; no como una moradora de la tierra,
terrenal, sino como su abstracción; no como una cosa para admirar, sino para analizar;
no como un objeto de amor, sino como el tema de una especulación tan abstrusa cuanto
inconexa. Y ahora, ahora temblaba en su presencia y palidecía cuando se acercaba; sin
embargo, lamentando amargamente su decadencia y su ruina, recordé que me había
amado largo tiempo, y, en un mal momento, le hablé de matrimonio.
Y al fin se acercaba la fecha de nuestras nupcias cuando, una tarde de invierno -en uno
de estos días intempestivamente cálidos, serenos y brumosos que son la nodriza de la
hermosa Alción-, me senté, creyéndome solo, en el gabinete interior de la biblioteca.
Pero alzando los ojos vi, ante mí, a Berenice.
¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la atmósfera brumosa, la luz incierta,
crepuscular del aposento, o los grises vestidos que envolvían su figura, los que le dieron
un contorno tan vacilante e indefinido? No sabría decirlo. No profirió una palabra y yo
por nada del mundo hubiera sido capaz de pronunciar una sílaba. Un escalofrío helado
recorrió mi cuerpo; me oprimió una sensación de intolerable ansiedad; una curiosidad
devoradora invadió mi alma y, reclinándome en el asiento, permanecí un instante sin
respirar, inmóvil, con los ojos clavados en su persona. ¡Ay! Su delgadez era excesiva, y
ni un vestigio del ser primitivo asomaba en una sola línea del contorno. Mis ardorosas
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miradas cayeron, por fin, en su rostro.
La frente era alta, muy pálida, singularmente plácida; y el que en un tiempo fuera
cabello de azabache caía parcialmente sobre ella sombreando las hundidas sienes con
innumerables rizos, ahora de un rubio reluciente, que por su matiz fantástico
discordaban por completo con la melancolía dominante de su rostro. Sus ojos no tenían
vida ni brillo y parecían sin pupilas, y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa
para contemplar los labios, finos y contraídos. Se entreabrieron, y en una sonrisa de
expresión peculiar los dientes de la cambiada Berenice se revelaron lentamente a mis
ojos. ¡Ojalá nunca los hubiera visto o, después de verlos, hubiese muerto!
El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo y, alzando la vista, vi que mi prima había
salido del aposento. Pero del desordenado aposento de mi mente, ¡ay!, no había salido ni
se apartaría el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni un punto en su superficie, ni
una sombra en el esmalte, ni una melladura en el borde hubo en esa pasajera sonrisa que
no se grabara a fuego en mi memoria. Los vi entonces con más claridad que un
momento antes. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí y allí y en todas partes, visibles
y palpables, ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, con los pálidos labios
contrayéndose a su alrededor, como en el momento mismo en que habían empezado a
distenderse. Entonces sobrevino toda la furia de mi monomanía y luché en vano contra
su extraña e irresistible influencia. Entre los múltiples objetos del mundo exterior no
tenía pensamientos sino para los dientes. Los ansiaba con un deseo frenético. Todos los
otros asuntos y todos los diferentes intereses se absorbieron en una sola contemplación.
Ellos, ellos eran los únicos presentes a mi mirada mental, y en su insustituible
individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los observé a todas las
luces. Les hice adoptar todas las actitudes. Examiné sus características. Estudié sus
peculiaridades. Medité sobre su conformación. Reflexioné sobre el cambio de su
naturaleza. Me estremecía al asignarles en imaginación un poder sensible y consciente,
y aun, sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión moral. Se ha dicho bien de
mademoiselle Sallé que tous ses pas étaient des sentiments, y de Berenice yo creía con
la mayor seriedad que toutes ses dents étaient des idées. Des idées! ¡Ah, éste fue el
insensato pensamiento que me destruyó! Des idées! ¡Ah, por eso era que los codiciaba
tan locamente! Sentí que sólo su posesión podía devolverme la paz, restituyéndome a la
razón.
Y la tarde cayó sobre mí, y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y
las brumas de una segunda noche se acumularon y yo seguía inmóvil, sentado en aquel
aposento solitario; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes
mantenía su terrible ascendiente como si, con la claridad más viva y más espantosa,
flotara entre las cambiantes luces y sombras del recinto. Al fin, irrumpió en mis sueños
un grito como de horror y consternación, y luego, tras una pausa, el sonido de turbadas
voces, mezcladas con sordos lamentos de dolor y pena. Me levanté de mi asiento y,
abriendo de par en par una de las puertas de la biblioteca, vi en la antecámara a una
criada deshecha en lágrimas, quien me dijo que Berenice ya no existía. Había tenido un
acceso de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, la tumba estaba
65
dispuesta para su ocupante y terminados los preparativos del entierro.
Me encontré sentado en la biblioteca y de nuevo solo. Me parecía que acababa de
despertar de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la
puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero del melancólico periodo intermedio no
tenía conocimiento real o, por lo menos, definido. Sin embargo, su recuerdo estaba
repleto de horror, horror más horrible por lo vago, terror más terrible por su
ambigüedad. Era una página atroz en la historia de mi existencia, escrita toda con
recuerdos oscuros, espantosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero en vano,
mientras una y otra vez, como el espíritu de un sonido ausente, un agudo y penetrante
grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. ¿Qué era? Me lo
pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del aposento me respondieron:
¿Qué era?
En la mesa, a mi lado, ardía una lámpara, y había junto a ella una cajita. No tenía nada
de notable, y la había visto a menudo, pues era propiedad del médico de la familia. Pero,
¿cómo había llegado allí, a mi mesa, y por qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que
no merecían ser tenidas en cuenta, y mis ojos cayeron, al fin, en las abiertas páginas de
un libro y en una frase subrayaba: Dicebant mihi sodales si sepulchrum amicae
visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por qué, pues, al leerlas se me
erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis venas?
Entonces sonó un ligero golpe en la puerta de la biblioteca; pálido como un habitante de
la tumba, entró un criado de puntillas. Había en sus ojos un violento terror y me habló
con voz trémula, ronca, ahogada. ¿Qué dijo? Oí algunas frases entrecortadas. Hablaba
de un salvaje grito que había turbado el silencio de la noche, de la servidumbre reunida
para buscar el origen del sonido, y su voz cobró un tono espeluznante, nítido, cuando me
habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver desfigurado, sin mortaja y que
aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía.
Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me
tomó suavemente la mano: tenía manchas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un
objeto que había contra la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un
alarido salté hasta la mesa y me apoderé de la caja. Pero no pude abrirla, y en mi
temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos; y de entre
ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con
treinta y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.
FIN
66
TALLER DE ACTIVIDADES
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
1. ¿Según el texto que se entiende por monomanía? ¿ En qué se diferencia de la meditación
2. ¿Por qué Egaeus se obsesiona con los dientes de Berenice?
3. Según el texto ¿ qué enfermedad fatal padece Berenice?
4. ¿Qué paralelo se evidencia entre las dos enfermedades?
5.TENIENDO EN CUENTA LAS SIGUIENTES ORACIONES , SEÑALA CON UNA X, LAS INFERENCIAS O
DEDUCCIONES QUE PERMITE HACER EL TEXTO
INSTRUCTIVO
COPIA ESTE EJERCICIO EN TU CUADERNO
1. Berenice no había muerto sino que se encontraba en un estado cataléptico_______
2. Egaeus violó la tumba de Berenice, le extrajo sus dientes y los guardó____________
3. Egaeus era un estudiante de odontología y por eso se obsesionó con los dientes de
Berenice____________
4. Por error creyeron que Berenice había muerto y por eso la enterraron viva________
5. Egaeus padecía n terrible desorden mental____________
6. Berenice es una mujer muy bella y joven , pero se va deteriorando físicamente debido a su
enfermedad__________
7. El criado revela las acciones de Egaeus luego del entierro de Berenice_____________
8. El peo enemigo de Egaeus es su propia mente_____________
9. Berenice y Egaeus viven en la misma casa_____________
10. Egaeus es llevado preso y condenado por homicidio
67
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
Escriba en su cuaderno el número de la pregunta y la letra que corresponda a la respuesta
1.El significado de las palabras del poeta Ebn Zaiat
A. Se traducen en el epígrafe del texto
B. Las lee Egaeus en un libro al final del texto
C. Se encuentran en una nota a pie de página
D. Son dichas un día por Egaeus a Berenice
2. Del texto se puede decir que el enemigo fundamental de Egaeus es
A. Su propia razón
B. sus libros
C. su prima Berenice
D. su propio cuerpo
3. Según el texto, para Egaeus la figura de Berenice se debate entre:
A. lo real y lo irreal
B. la vida y la muerte
C. la vigilia y el sueño
D. el día y la noche
4. Según el texto, Egaeus
A. epilepsia
B. monomanía
C. catalepsia
D. incitamente
ACTIVIDAD 3
INSTRUCTIVO
COPIA LAS PREGUNTAS
CUESTIONARIO
EN
TU
CUADERNO
Y
RESUELVE
EL
1. DE acuerdo con la narración, analiza la personalidad de Egaeus,
respecto a su relación con Berenice.
2. Analiza por qué el relato inicia con un párrafo dedicado a la desdicha y
el dolor
3. ¿Qué importancia tienen los libros de la biblioteca familiar en la
configuración del relato
68
4. ¿Qué otro título darías al texto?
5. Plantea tu hipótesis ¡ Cuál pudo ser la reacción del criado al final de la
historia
ACTIVIDAD 4
ESCRIBE EN TU CUADERNO DOS ACCIONES QUE DAN INICIO A LA
HISTORIA
1,______________________________________________________________
2.______________________________________________________________
ESCRIBE EN TU CUADERNO DOS ACCIONES QUE DAN INICIO AL
DESARROLLO O CONFLICTO
1,______________________________________________________________
2.______________________________________________________________
ESCRIBE EN TU CUADERNO DOS ACCIONES QUE DAN INICIO AL FINAL DE
LA HISTORIA
1,______________________________________________________________
2.______________________________________________________________
ACTIVIDAD 5
CONSULTA LA BIOGRAFÍA DEL AUTOR Y ESCRÍBELA EN TU CUADERNO
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________
________________________________.
69
INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA. PEREIRA .
PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 8
NO OYES LADRAR A LOS PERROS.
Autor: Juan Rulfo
—TÚ QUE VAS allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si
ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo,
trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la
orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas
de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que
Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el
monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
70
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin
soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería
sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al
que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo
había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía
tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las
sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como
espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le
zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para
no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te
alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como
cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de
ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y
oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida,
sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba
para volver a tropezar de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba
Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido
que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas
allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
71
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide.
Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde
hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo,
mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya
que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre.
Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera
dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a
que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted.
Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras
mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el
sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas
heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien,
volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos,
donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya
no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí
me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre
que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los
caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta
mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A
él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces
dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá
arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
72
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche
y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si
ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la
hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo
solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te
daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y
eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella
rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te
criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo
más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra
vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar
las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le
pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre,
¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece
que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve?
Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero
ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién
darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la
impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le
doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el
pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido
sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes
73
ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta
esperanza.
FIN
ACTIVIDAD 3
TALLER DE ACTIVIDADES. NO OYES LADRAR A
LOS PERROS
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
1. ¿Hacia dónde se dirigen el viejo y su hijo, y por qué razón?
2. Realiza una breve descripción del paisaje
3. ¿Qué reproches le hace el padre al hijo y por qué razón ?
4. ¿Quién figura dentro de las víctimas de Ignacio?
5-¿ Qué suceden con la banda a la que ´pertenecía Ignacio
6. ¿Por qué el padre no puede oír el ladrido de los perros?
7. ¿Por qué era importante para el hombre escuchar el ladrido de los perros?
74
8.Complete el cuadro de modo que exprese las relaciones de causa- efecto entre las acciones
CAUSA
EFECTO
Durante
su
segundo
parto
tuvo La madre_____________________________
complicaciones
El hijo
El compadre Tranquilino muere
_____________________________________
El Padre maldice la sangre de su hijo
____________________________________
El padre lleva a su hijo acuestas hacia Tonaya
____________________________________
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
Completa las ideas principales del relato e infiere o deduce el tema
__Un hombre lleva a su hijo ______________
__El hijo temblaba _____________y se sentía adolorido
__El padre está preocupado porque cree que han perdido el sendero hacia _______________
__El hijo le dice a su padre que ________________
__Durante el recorrido el padre explica que hace ese sacrificio , no por amor al hijo sino por
_____________
__El padre recrimina a su hijo por ________________
__llegan al pueblo y ____________
TEMA
75
1. Por el lenguaje que utiliza , se infiere que el padre es de origen
A. humilde
B. campesino
C. citadino
D. acomodado
2. En el texto hay un cambio de tono de la narración, que evidencia en
A. cuando el padre deja de tutear a su hijo y empieza a hablarle de usted
B. cuando el hijo le pide al padre que lo baje para tomar agua
C. cuando el padre le reprocha al hijo la muerte de su madre
D. cuando el padre recuerda la infancia del hijo
3. Del texto se infiere una lucha interior del viejo entre:
A. la ira y la honradez
B. el amor y la honradez
C. la deshonra y la ira
D. el amor y la vergüenza
4. El padre no escuchaba los perros porque:
A. era sordo
B. llevaba las orejas tapadas por las piernas de su hijo
C. usaba un gorro viejo
D. su hijo lo sacudía
ACTIVIDAD 4
1. Organiza la secuencia narrativa en los momentos claves
NUDO
. El hijo nace________
.La madre___________
.El segundo hijo______
DESARROLLO
. El hijo comenzó_____
.La banda
DESENLACE
. El hijo resulta herido,
así que____________
2. Analiza la actitud de padre en cada situación, ten en cuenta las
razones que lo mueven a actuar
.Cuando ve a su hijo en malos pasos
.Cuando decide llevar a su hijo a Tonaya
76
3. ¿ Por qué en el viejo es más fuerte el amor que se siente hacia su
difunta esposa , que el amor que expresa por su hijo
4. ¿Qué sentido, crees, tienen para el padre los reproches que le lanza al
hijo?
5. Expresa tu opinión al respecto
6. Según tu criterio ¿consideras que Ignacio merece la misericordia de
su padre?
7. Argumenta tu respuesta
8. ¿ Qué castigo podrá merecer Ignacio por los crímenes que cometió
ACTIVIDAD 5
1. CONSULTA LA BIOGRAFÍA DEL AUTOR Y ESCRÍBELA EN TU CUADERNO
2. CONSULTA EN EL DICCIONARIO EL SIGNIFICADO DE LAS SIGUIENTES
PALALBRAS:
TRAJINAR___________________________________________________
PAREDÓN___________________________________________________
AGARROTADA_______________________________________________
RECATADO__________________________________________________
RECULAR___________________________________________________
APEAR______________________________________________________
RECONVENIR________________________________________________
LLAMARADA_________________________________________________
FIN DEL TALLER
77
INSTITUCION EDUCATIVA DEOGRACIAS CARDONA.
PEREIRA . PROFESOR OBDULIO A LOPERA E.
LECTORES COMPETENTES. NIVEL B
TEXTO. 9
PRELUDIO Autor: Hernando Téllez
PRIMERO FUE UN grito. Después miles de gritos. Después un tumulto.
Después la revolución.
—Oiga, usted, joven, aquí tiene el arma.
Me entregaron un machete grande y nuevecito. Brillaba la hoja contra la
pálida luz, al voltearla.
—Gracias.
Pesaba el machete. En la empuñadura de madera podían descansar con
amplitud mis cinco dedos, colocados allí en la forma que ustedes saben: la
forma del puño cerrado pero con el trozo de madera entre la mano.
—¿Y qué hago con el machete?
El grupo se alejaba. Y el hombre que me lo había dado ya iba calle arriba,
a la cabeza de sus amigos.
—Señor, ¿qué hago con el machete? —pregunté desesperado.
Ni él ni los demás me oyeron. Todos gritaban energúmenos violentos. Mi
grito se perdió así en el aire. La gente llevaba superpuesto sobre su rostro, el
rostro de la revolución: ira y miedo, rojo y blanco. A mí me había cosido la
revolución en plena calle, cuando estaba parado frente a la vitrina de una
bizcochería, en la Gran Avenida. Un minuto antes yo me hallaba con las
manos desnudas en la actitud del desamparado, del que no tiene empleo, del
que tiene un poco de hambre, imaginando la posibilidad de que algún día yo
78
pudiera entrar a esa tienda y comerme, minuciosamente, uno después de
otro, todos los bizcochos de la vitrina. Un minuto después la revolución me
hacía el obsequio de un machete. ¿Para qué? Yo no sabía para qué.
Debía ser en el sur donde la revolución había brotado como una
gigantesca flor de llamas, pues en esa dirección y a pesar de la distancia, un
resplandor rojizo alcanzaba a penetrar el plomo del cielo, dorándolo a
trechos, como un cobre. Lejanas, imprecisas detonaciones de fusil, llegaban
en el aire. Con el machete entre las manos me puse a pensar en la revolución
¿Contra quién era la revolución? ¿En favor de quién?
—Dígame, señor, ¿qué ha ocurrido?
El viejecito me miró a las manos y empalideció, inició una cómica
carrera. Pero seguían desfilando gentes y gentes. La calle era un río de agua
que arrastraba, a su vez, un río humano.
—Señorita —le dije tomándola por el brazo—, ¿quiere usted decirme qué
ha pasado?
Se desprendió de mí en un gesto nervioso y me respondió con la voz
temblorosa:
—No sé, no sé, no me detenga, por favor. Yo voy para mi casa.
—¿Pero qué ha pasado?
La muchacha ya se había ido. El machete era, pues, un inconveniente.
Con él en las manos yo debía parecer un revolucionario de verdad. Pero yo no
era un revolucionario, Yo era un pobre diablo que andaba por ahí sin nimbo
fijo, con diez centavos entre el bolsillo, y que se había parado frente a la
vitrina. En el cristal busqué mi propia imagen: el machete caía paralelo al
raído pantalón, del lado derecho. No resultaba del todo mal el conjunto. El
machete me daba cierta prestancia. Pero, ¿qué iba a hacer con el machete? La
revolución no se equivoca, pensé, pues si están repartiendo machetes algo
habrá que cortar, algo habrá que defender, y a alguien habrá que matar. Solté
una carcajada y dí media vuelta. Una lluvia inmisericorde empezaba a caer.
Pasó otro grupo de energúmenos y varios de ellos me miraron, primero
con hostilidad, con odio, pero al descubrir que de mi mano derecha pendía el
arma, sonrieron siniestramente. Y uno, encarándose conmigo, rugió:
—¡Viva la revolución!
Yo respondí automáticamente:
—¡Qué viva! —y, sin saber cómo, me encontré blandiendo el alma
poseído de insólita ira.
79
Pero siguieron. El aguacero arreciaba su ímpetu, y bajo el aguacero, las
gentes seguían corriendo o gritando, enloquecidas, atemorizadas, iracundas
unas, desafiantes otras, huidizas, todas marcadas ya con el extraño sello de
esa cosa grande y terrible que había nacido, súbitamente, en algún lugar de la
ciudad.
Yo me guarecí en la puerta de la tienda y sólo entonces me dí cuenta de
que estaba cerrada, La hora no dejaba dudas: las dos y ocho minutos de la
tarde. Pronto llegarían los dueños. ¿Pero, llegarían? ¡Quién sabe! Salí del
dintel, El agua me empapaba el vestido, chorreaba por el ala del sombrero, y
sentía que su humedad llegaba, a través de las suelas de los zapatos, a las
medias rotas y a los pies. Un camión, lleno de hombres, que izaban una
bandera, pasó a grandes velocidades. Y el abanico de lodo que levantaron las
ruedas me dio en pleno rostro. Por un instante quedé ciego. Tiré el machete al
suelo mientras me limpiaba la cara y el vestido.
—¡Recoja el machete, miserable! —ordenó a mi espalda una voz
autoritaria,
—Recójalo o si no yo le enseño a obedecer —insistió la voz.
Lo recogí y me volví para ver por qué me amenazaba. El rostro no decía
gran cosa: cenizo, mofletudo, los ojos con los párpados enrojecidos, los labios
abultados. Un hombre como tantos. Como tantos que pasaban y pasaban y
corrían y amenazaban y gritaban. Un producto de la serie, creada
instantáneamente por la revolución.
Se quedó mirándome. En la mano él también tenía un machete. El agua
le caía sobre los hombros, le mojaba como a mí, toda la ropa.
—¡Viva la revolución! —gritó con el machete en alto, Yo respondí:
—¡Viva!
Sin decirme nada, tornó a gritar:
—¡Abajo los asesinos!
Yo respondí:
—¡Abajo!
El hombre quedó satisfecho. Me echó una última mirada en la cual se
transparentaba el deseo de adivinar mis intenciones. Luego se echó a andar
sobre el lodo que se desleía en la acera.
Regresé a la vitrina. Detrás de los grandes vidrios estaban, intactos, los
bizcochos. Y otra vez me asaltó la idea de que alguna vez tendría que saciarme
hasta el hartazgo, "Es hambre" me dije. "Claro que es hambre", me respondí.
80
Levanté entonces el machete para romper el vidrio. Un intenso griterío llenó
el ámbito y vi cómo las gentes corrían en busca de refugio. Bajé la mano sin
golpear el vidrio y apenas tuve tiempo de arrojarme al suelo, de pegarme al
lodo y al agua, mientras pasaba, como una exhalación, otro camión, desde el
cual graneaban los disparos.
Cuando me incorporé, con el machete goteando agua, alguien había
ocupado mi puesto frente a la vitrina, Era otro hombre cualquiera de la
misma serie que estaba emitiendo para la calle, desde hacia una hora, la
revolución. No llevaba consigo ninguna arma, Un rostro gris, inexpresivo. Un
vestido insignificante, Una mueca común sobre los labios. Un sombrero
destilando agua. Unos zapatos enlodados. Quedamos el uno cerca del otro, de
espaldas a la calle, mirando el interior de la vitrina
—Podemos romperla —propuso con absoluta frialdad——. Présteme el
machete.
Me sentí iracundo, ¿Por qué diablos debía compartir con ese hombre una
acción que a mí sólo me correspondía?
—La revolución no es para robar—le dije saboreando interiormente el
placer de la hipocresía.
—Si usted no rompe el vidrio, yo sí lo rompo —dijo sombríamente.
Nuevos disparos en la lejanía. El desconocido y yo seguimos el uno al
lado del otro, pero como enemigos. La lluvia no cesaba, El distante
resplandor de los incendios hacía clarear, por instantes, la hosquedad del
ciclo. Una sorda indignación me ganaba el ánimo.
El hombre me parecía odioso, repugnante como un usurpador. Al fin y al
cabo, la revolución me había encontrado allí y allí me había dejado, Esa
vitrina era mi territorio. Cuanto hubiera adentro a mí me pertenecía.
El hombre seguía mirándome en silencio, con ojos burlones.
—¿Y con qué va a romperlo? —le dije con tono desafiante.
—Con las manos.
—Si usted toca ese vidrio lo mato —dije llevado de un impulso extraño,
de una fuerza secreta que parecía estar en mi interior, pero que yo
comprendía que estaba también en la calle, en la atmósfera. Y levanté la mano
con el machete en señal de amenaza. El desconocido no se inmutó. Vi cómo
cerraba el puño y lo descargaba sobre el vidrio que saltó en pedazos, y cómo
abría luego la mano ensangrentada para apoderarse de los bizcochos. Pero la
mano se detuvo a medio camino y el cuerpo tambaleó hacia un lado antes de
81
desplomarse sobre la acera, con un ruido de chapoteo. En la nuca había caído
el tajo certero, y a mí me pareció que al descargarlo, una cosa dura y sonora se
rompía bajo mis manos, exactamente como ocurre al partir un delgado trozo
de leña contra la rodilla.
El lodo y el agua se tiñeron fugitivamente de sangre. La vitrina estaba,
por fin, abierta. Pero una sensación de náusea me había quitado el hambre y
con el hambre
FIN
TALLER DE ACTIVIDADES: CUENTO PRELUDIO
PARA DESARROLLAR POR LOS ESTUDIANTES
INSTRUCTIVO:
1. LECTURA ATENTO DEL TEXTO
2. COPIE EL CUESTIONARIO EN EL CUADERN O
3.DARLE SOLUCIÓN A LAS PREGUNTAS Y ACTIVIDADES DEL TALLER
ACTIVIDAD 1
1. ¿En qué lugar ocurren los hechos? ¿A qué hora suceden?
2. ¿Cómo obtiene en machete el hombre del relato?
3. Según el texto ¿Qué pensó el hombre hacer con el machete cuando lo recibió?
4. ¿Qué impresión tienen las personas del hombre cuando se acerca a ellos con el
machete?
5. ¿Cómo se siente el hombre con el machete?
6. ¿Qué impresión tiene el hombre de aquel que se acerca a la vitrina?
7.Por qué el hombre del relato reacciona de esa manera con el hombre que se acerca a la
vitrina ¿
8. ¿Por qué el hombre ya no siente el deseo de saciarse con los pasteles de la vitrina?
9.Infiere o deduce que piensa sobre la revolución cada uno de los siguientes personajes
a.
b.
c.
d.
e.
El protagonista
Los grupos de revolucionarios
El anciano y la muchacha
La voz del camión
El otro hombre que se acerca la vitrina
82
10. Marca las opciones que caractericen al narrador
Escribe en cuaderno los guiones, colocándoles un número consecutivo y sobre él
coloca un chulito según la pregunta
________ Está en primera persona
________Está en tercer persona
_______ Apoya la revolución y sus razones
_______ Acepta blandir un arma sin entender las razones
_______ Está frente a una bizcochería cuando le entregan el machete
_______ Estaba en la Gran Avenida, solo y algo hambriento
_______Asesina en defensa propia
_______ Asesina por una razón absurda
11. Completa las ideas principales e infiere o deduce el tema del relato
Escribe el texto en tu cuaderno en tu cuaderno y completa
. Un hombre recibe un ____________________sin que le den ninguna explicación
. En ese momento el hombre estaba pensando en entrar a _________________
para_______
. El hombre
desea saber ______________intenta pregungtar que sucede
pero_____________
. Dos grupos de revolucionarios __________el primero_______________ el
segundo_________ Además un hombre mofletudo __________
.Aparece un hombre _____________________los dos hombres _________________
El que tiene un machete ________________como el otro hombre
_________________ entonces el primero
ESCRIBE EL TEMA DEL CUENTO
12. Relaciona la dos columnas de causa y efecto que corresponde
Escribe en tu cuaderno con mayúscula. PREGUN TA 12 .
Luego escribe de para abajo las letras desde la A hasta la G, y escribe un guión. Sobre
el guión escribe el número que les corresponde del EFECTO
83
CAUSA
A. Todos gritaban enardecidos
B. Ven que tiene un machete en la
mano
C. Un camión lo cubre de barro
D. El hombre siente deseos de
comer los pasteles de la
bizcochería
E. El hombre propone romper el
vidrio
F. El hombre del machete amenaza
al otro que llega
G. El otro hombre rompe el vidrio
EFECTO
1. El que tiene machete se enoja .
No desea compartir la acción
2. Nadie escuchó cuando preguntó
que hacer con el machete
3. El del machete lo asesina de
inmediato
4. El hombre lo mira con gesto
burlón
5. Desea saquear la vitrina
6. El anciano y la muchacha huyen
de él
7. Arrojó el machete al suelo
13.¿ Qué relación existe entren el título del relato y su contenido?. Explica tu respuesta
14.¿ Qué otro título le pondrías al texto anterior?. Explica tu respuesta
15. Explica con tus palabras el sentido de las siguientes expresiones en lenguaje figurado.
A.
B.
C.
D.
El rostro de la revolución
El plomo del cielo
Saboreando el placer de la hipocresía
Un producto de la serie , creado instantáneamente por la revolución
ACTIVIDAD 2
INSTRUCTIVO
16. Escriba la información requerida en cada momento.
INICIO
_________________________________________________________________________
_______________________________________________________________________
NUDO
_________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________
84
DESENLACE
_________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________
ACTIVIDAD 3
1.
Analiza las acciones del protagonista cuando
A.
B.
C.
D.
E.
2.
Recibe el machete
Se encuentra con el primer grupo revolucionario
Piensa en los usos del machete
Un hombre le ordena recoger el machete
El hombre propone romper la vitrina
Escribe que consecuencias ocasiona cada una de las acciones del
punto anterior.
Expresa tu opinión personal sobre el siguiente enunciado del texto
La vitrina estaba por fin abierta, Pero una sensación de náusea , me había quitado el hambre y con
el hambre el deseo de saciarme, hasta el hartazgo
3.
PRUEBA DE SELECCIÓN MULTIPLE
Algunos de los temas presentes en la historia
A. La venganza, la ira, la desconfianza
B. El destino, la rebeldía y la repulsión
C. La cobardía, la bondad y la piedad.
D. La fatalidad, el destino y la venganza
4.
Del texto se puede inferir que el hombre mató al otro por un acto de
A. Odio.
B. Cobardía
C. Venganza
D. Estupidez
3, Según el texto, la actitud del hombre frente a la revolución es
De indiferencia
De desconocimiento
De convicción
De divulgación
85
4-Según el texto, cuando el hombre se ve reflejado en el cristal de la vitrina con el
machete al cinto, siente una sensación de
A.
B.
C.
D.
Distincikón
Fortaleza
Superioridad
Poder
Fin del taller

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