IVÁN SERGUÉIEVICH TURGUÉNEV

Transcripción

IVÁN SERGUÉIEVICH TURGUÉNEV
IVÁN SERGUÉIEVICH TURGUÉNEV
(ИВАН СЕРГЕЕВИЧ ТУРГЕНЕВ - IVÁN SERGUÉEVIČ TURGÉNEV)
28.10 (09.11).1818 – 22.08 (03.09).1883
por Roberto Monforte Dupret
Biografía
Novelista, poeta y dramaturgo ruso. Nació en el seno de una familia hidalga y
muy opulenta. Turguénev era el segundo hijo de un
libertino oficial de caballería jubilado, Serguéi
Turguénev, y una terrateniente acaudalada, Várvara
Petrovna Lutovínova, que poseía la vastísima hacienda
de Spasskoie-Lutovínovo. La figura dominante, cruel
y tiránica de su madre le sirvió de ejemplo para
numerosas heroínas de su obras (Tres retratos, Mumú,
Punin y Baburin, El rey Lear de la estepa…) La
propiedad de Spasskoie llegó a tener un doble
significado para Turguénev, como ejemplo de la vida
de la aristocracia rural rusa y como símbolo de la
injusticia y tiranía que suponía el derecho de
servidumbre, pues el propio autor fue testigo de la
miserable vida que su madre imponía a sus siervos.
Turguénev luchó toda su vida contra la lacra de la servidumbre, algo que se convirtió en
el origen de su liberalismo y en la inspiración para su visión de la intelectualidad como
la principal encargada del mejoramiento social y político de su país.
Turguénev pasó su infancia en la hacienda de su madre, donde se hizo amigo de
un siervo llamado Punin, gran aficionado a la lectura y a la poesía, que le inculcó su
amor por la literatura. Turguénev reflejó la personalidad de este campesino en su relato
Punin y Baburin. En 1827 los Turguénev se trasladaron a Moscú, donde Iván estudió en
varios centros educativos de la ciudad. Entre 1833 y 1841 estudió en la Universidad de
Moscú, primero, y en la Universidad de Berlín, después. Fue precisamente en un viaje a
Alemania, a Lübeck concretamente, cuando Turguénev estuvo a punto de perder la vida
en un naufragio, episodio que podemos leer en su obra Un incendio en el mar.
Turguénev siempre consideró que su verdadera formación académica la adquirió en
Alemania, donde, además de estudiar, de 1838 a 1841, Historia, Filología Clásica y,
sobre todo, Filosofía, conoció a personajes tan importantes como Bakunin o
Stankievich. Regresó firmemente convencido de la superioridad de Occidente y de la
necesidad de Rusia de occidentalizarse.
Una vez en Rusia, Iván intentó hacer carrera en el mundo académico, sin
embargo falló en su proyecto porque, entre otras cosas, Nicolás I opinaba que la
filosofía era una materia peligrosa y abolió la cátedra. Entonces comenzó a trabajar en
el Ministerio del Interior, pero la carrera de funcionario no le agradaba demasiado por lo
que acabó dejándolo.
Aunque Turguénev había compuesto poesías y un drama poético, Steno (1834),
de carácter byroniano, la primera obra que atrajo realmente la atención de la crítica fue
el poema, Parasha, publicado en 1843. El potencial del autor fue rápidamente apreciado
por el crítico Vissarión Belinski, quien se convirtió en amigo y mentor de Turguénev.
La convicción de Belinski de que el objetivo principal de la literatura era reflejar la
verdad de la vida y asumir una actitud crítica hacia sus injusticias, se convirtió en el
único credo para Turguénev.
En 1843 tuvo lugar un hecho crucial en la vida de Turguénev, conoció a la
soprano Paulina García Viardot, de quien se enamoró perdidamente. Su relación con
Paulina ha sido considerada, generalmente, platónica, pero algunas de sus cartas indican
que entre los dos amantes hubo una intimidad mayor de la supuesta. A pesar de ello, la
crítica presentó a Turguénev como un admirador cariñoso y fiel, un papel en el que se
encontraba cómodo y contento. Nunca se casó, aunque en 1842 tuvo una hija ilegítima
con una campesina de Spasskoie, cuya educación confió después a los Viardot.
Durante la década de 1840 Turguénev escribió poemas (Una conversación,
Andréi, El terrateniente) y algo de crítica. Tras sus intentos laborales fallidos como
profesor y funcionario, empezó a publicar obras breves en prosa, ya protagonizadas por
ese intelectual carente de voluntad tan característico de su generación. La obra más
famosa de entonces fue Diario de un hombre superfluo (1850), donde Turguénev utiliza
por primera vez la expresión “hombre superfluo” para definir a los mencionados
intelectuales.
Simultáneamente, intentó escribir obras de teatro, algunas de ellas, como Sin
dinero (1848), de clara imitación gogoliana. De ellas, El soltero (1849) fue la única
representada en su tiempo, las otras no pudieron superar la censura. Quizás sea Un mes
en el campo (1855), que no se representó de manera profesional hasta 1872, su obra
maestra en el ámbito de la dramaturgia. Sin ningún precedente en el teatro ruso, los
dramas de Turguénev requirieron del éxito, a finales del siglo XIX, de las piezas de
Antón Chéjov para poder obtener el reconocimiento de crítica y público. Otros títulos
de su producción teatral son: Desayuno en casa del jefe provincial, El hilo se rompe por
lo más fino, El gorrón y La provinciana.
Antes de marcharse a París, donde permaneció de 1847 a 1850, Turguénev dejó
en la redacción de la revista literaria El Contemporáneo un pequeño relato, Jor y
Kalinych, que fue publicado con el subtítulo de “los apuntes de un cazador”. Este relato
tuvo un éxito instantáneo y a partir de él surgió el célebre ciclo Relatos de un cazador,
publicado por primera vez en 1852. Tanto en el ámbito literario como social la obra
tuvo un impacto tan grande que, según se dijo, influyó en la decisión de Alejandro II de
abolir el derecho de servidumbre. Por esta época Turguénev, convertido ya en portavoz
de la generación liberal y reformista, vive uno de los periodos más álgidos de su fama.
Durante su estancia en París contempló de cerca la Revolución y trabó amistad
con Herzen, a quien años más tarde le enviaría, a Londres, para la revista La Campana
informes sobre la situación de Rusia.
Tras la publicación de la colección de Relatos de un cazador, Turguénev fue
detenido, encarcelado por un mes en San Petersburgo y sometido a arresto domiciliario
durante 18 meses en sus propiedades de Spasskoie. El pretexto oficial para su arresto
fue la publicación de una atrevida y encomiástica necrológica de Gógol, pero el
verdadero motivo hay que buscarlo en su crítica de la servidumbre en los Relatos de un
cazador, suavizado en algunos casos, pero claramente explícito en sus referencias a la
brutalidad de los terratenientes hacia sus campesinos.
Aunque Turguénev, mientras estaba detenido en San Petersburgo, escribió
Mumú, un destacable relato de las crueldades de la servidumbre; sin embargo, su obra
fue desarrollándose hacia trabajos cada vez más voluminosos como Yakov Pasynkov
(1855), Fausto o Correspondencia (1856). Además del arresto, el inexorable paso del
tiempo y los acontecimientos nacionales comenzaban a afectarle psicológicamente. Con
la derrota de Rusia en la Guerra de Crimea (1854-56), la generación de Turguénev, la de
“los hombres de los 40”, empezó a pertenecer al pasado, de ahí que las dos novelas que
publicó durante los años 50 del siglo XIX- Rudin (1856) y Nido de nobles (1859)estuvieran empapadas de un espíritu de cierta nostálgica por la fragilidad y la futilidad
de su generación.
Las novelas de Turguénev contienen contrastes equilibrados entre la juventud y
la madurez, entre lo efímero del amor trágico y la fugacidad irónica de las ideas, entre la
estéril meditación hamletiana y las torpezas e inutilidades de la persecución quijotesca
del altruismo. El último de estos contrastes lo amplió sustancialmente en su magnífico
ensayo Hamlet y Don Quijote (1860).
Entre 1858 y 1862, enmarcadas en un ambiente de movimientos sociales en
Rusia y la manumisión de los siervos de 1861, aparecen dos de las grandes novelas de
Turguénev En vísperas (1860) y Padres e hijos (1862), que supusieron un hito en la
historia de novela rusa, provocando acalorados debates entre público y crítica y
ocasionándole al autor bastantes preocupaciones e invectivas.
Poco después de la publicación de En vísperas en El Contemporáneo,
Turguénev rompió las relaciones con dicha revista por sus desavenencias con
Chernyshevski y Dobroliúbov. Todo esto provocó que su gran novela Padres e Hijos
apareciera en la revista La Gaceta Rusa, dirigida por el conservador Katkov, lo que se
interpretó como una ruptura total con la juventud más radical. No obstante, continuó
colaborando con la revista liberal La Gaceta de Europa y apoyando a ¡Adelante!, la
revista que Lavrov publicaba en el extranjero, lo que le granjeó un odio creciente por
parte de las autoridades rusas.
Con la publicación de Padres e hijos, Turguénev agitó los ánimos de los
radicales, que vieron en la figura del héroe de la novela, Bazárov, una caricatura de la
joven generación. El propio Turguénev dijo que con su novela perdió el apoyo de la
generación más joven de Rusia, lo que le llevó a plantearse seriamente abandonar la
literatura. Con su reputación literaria socavada, Turguénev reaccionó frente a la
recepción hostil de Padres e hijos dejando definitivamente Rusia, a la que regresó en
contadas ocasiones. Fijó su residencia en Baden-Baden, sur de Alemania, a cuyos
balnearios y centros vacacionales se habían retirado los Viardot. Las disputas con
Tolstói y Dostoievski, unido a su aislamiento general de Rusia, hicieron de él un
exiliado en el sentido literal de la palabra. A este periodo de su vida, centrado sobre
todo en el arte, la filosofía y la reflexión, pertenecen trabajos como Basta o su única
novela de este período, Humo (1867). En esta obra, ambientada en Baden-Baden,
Turguénev realiza una caricatura, llena de amargura y resentimiento, tanto de la
intelectualidad rusa de izquierda como de derecha. Especialmente destacable resulta la
sátira que realiza del “círculo de Ogariov”.
La Guerra Franco-alemana (1870-71) forzó a los Viardot a dejar Baden-Baden, y
Turguénev los siguió, primero a Londres y luego a París, donde vivió de la cuantiosa
herencia de su madre hasta el día de su muerte. En Francia fue nombrado “embajador de
la cultura rusa” y conoció a una gran cantidad de personalidades de la literatura y
cultura occidentales y rusas como George Sand, Gustave Flaubert, Saltykov-Schedrín,
L. Tosltói, E. Goncourt, F. Dostoievski, Émile Zola, G. Maupassant, Henry James, etc.
Fue nombrado Doctor Honoris Causa por la por la Universidad de Oxford en 1879.
El trabajo literario de su período final combinó la nostalgia por el pasado (Un
rey Lear de las estepas, Aguas primaverales, Punin y Baburin) con historias de carácter
filosófico y fantástico (La canción de amor triunfal, Klara Milich). En su última novela,
Tierra vírgenes (1877), Turguénev intentó una vez más combinar el tema político (sobre
los primeros populistas) con una intriga amorosa. Como obra literaria fue un desastre.
También debemos mencionar Poemas en prosa (1882), sugestivas pinceladas que nos
revelan la personalidad y la filosofía más íntima de Turguénev.
Volvió por última vez a Rusia en 1880 para la inauguración del monumento en
honor a Pushkin, momento en el que pudo reconciliarse con Dostoievski y escuchar el
famoso discurso que éste dio en honor del ínclito poeta. Murió en 1883, en su casa de
Bougival (Francia), de cáncer de médula espinal.
El trabajo literario de Turguénev nos brinda, por un lado, interpretaciones
objetivas y afectuosas de la clase campesina rusa y, por otro, penetrantes estudios de la
intelectualidad rusa que estaba intentando cambiar el país. Turguénev se mostró como
una persona profundamente comprometida para con el futuro de Rusia, un porvenir que,
para él, no pasaba por la revolución que promulgaban los radicales de los círculos
artísticos e intelectuales contemporáneos, de ahí sus continuas desavenencias con ellos.
La prosa de Turguénev se distingue por su equilibrio, su lirismo, su exquisito e
impecable estilo, su preciosismo narrativo y su agudeza psicológica, cualidades que han
conferido a sus obras un atractivo eterno e inimitable.
Obra
El lirismo tan propio de la prosa de Turguénev nos remite continuamente a sus
comienzos poéticos, así como al carácter romántico de sus primeras obras. En el periodo
inicial de su creación literaria, Turguénev escribió las poesías El atardecer, Ruso, Dame
tu mano y los poemas Parasha, Conversación o Steno, ésta última basada en el Manfred
de Byron. Sin embargo, en 1843 ya había centrado su atención en el teatro y durante los
siguientes nueve años escribió hasta un total de diez piezas teatrales. Entre ellas se
encontraba Un mes en el campo, una comedia de tipo chejoviano que se escribió diez
años antes de que el propio Chéjov naciera y donde Turguénev ya anticipaba los rasgos
tanto argumentales (el impacto que produce en la conservadora sociedad de provincias
la llegada de un forastero de ideas liberales) como estructurales (una secuencia de
escenas dramáticas, en cada una de las cuales se ven inmersos dos protagonistas) de sus
futuras novelas. En la figura de Raikin ya vemos un ejemplo temprano del intelectual
ilustrado y sensible, pero irresoluto por su excesivo autoanálisis. Para este tipo de
personaje, en quien veía lo más característico de su generación, Turguénev creó
términos como hombre superfluo o personaje hamletiano.
El hombre superfluo ya había hecho su aparición en la primera creación en prosa
de Turguénev, Andréi Kolosov, donde, en el marco de un triángulo amoroso, confronta a
su héroe con un rival de carácter fuerte y resuelto. Este héroe vuelve a aparecer en
Diario de un hombre superfluo y en Un Hamlet del distrito de Schigorvski, que más
tarde pasó a formar parte de los Relatos de un cazador, obra con la que Turguénev
alcanzó la fama.
Entre 1847 y 1852 Turguénev publicó unos relatos sobre la vida en el campo que
tituló Relatos de un cazador. Estos relatos fueron muy bien acogidos, pues Turguénev
había retratado al campesino ruso como ningún otro autor lo había hecho antes. Muchos
de los relatos están basados en sus experiencias durante los paseos con su perro y su
rifle de caza. A los relatos publicados en los 50, Turguénev fue añadiendo otros en la
década de los 70 del siglo XIX hasta completar un total de 25.
El campesino que dibuja Turguénev es humano, inteligente y digno, mientras
que sus amos, aristócratas de provincias, aparecen como seres vulgares, tiránicos e
iletrados. A pesar de que los campesinos son “hijos de la naturaleza” que buscan la
libertad sugerida por la belleza de su entorno, siempre están limitados por la lacra de la
servidumbre.
Turguénev, a través de su lirismo, compasión y sagacidad, creó retratos de
enorme vitalidad y amplio impacto en los que el lector de su época reconoció una
ferviente acusación contra la servidumbre (sin que el autor tocara el tema de forma
explícita) y una declaración de amor al pueblo ruso, fuerte y noble a pesar de la
explotación y la opresión. Con su obra, Turguénev no sólo consiguió que las clases altas
de la sociedad fueran conscientes de las cualidades humanas de los siervos, sino que
influyó notablemente en la aceleración del proceso de reforma que liberaría a los
campesinos de la servidumbre en 1861. Sin lugar a dudas, la humanidad de los retratos
combinada con los magníficas descripciones de los paisajes hicieron de los Relatos de
un cazador una obra de una gran calidad literaria.
En la década que va desde 1853 a 1862 la narrativa de Turguénev llegó a su
plena madurez artística. Durante este periodo escribió, aparte de algunos relatos, cuatro
de sus seis novelas: Rudin (1856), Nido de nobles (1859), En vísperas (1860) y Padres e
hijos (1862).
En Rudin, Turguénev presenta el retrato del hombre superfluo, un joven
ingenioso, elocuente y juicioso, un típico representante de la joven nobleza de los años
cuarenta, modelado en parte a la imagen y semejanza de Bakunin. Sin embargo, a
diferencia de otros hombres superfluos como Oneguin o Pechorin, Rudin tiene el rasgo
positivo de ser muy apasionado y ser capaz de entusiasmar a sus jóvenes oyentes.
Cuando Natalia, la heroína de la obra, cae enamorada de Rudin, engatusada por su
poder de oratoria, lo desafía a que viva junto a ella de acuerdo con sus ideales, pero el
timorato e irresoluto de Rudin acaba rechazándola.
Aunque Turguénev ya había tratado anteriormente la figura del hombre
superfluo, no fue hasta la publicación de sus novelas sociales cuando el autor superó el
límite de las características psicológicas y puso al descubierto el fondo histórico y social
de este tipo de personaje.
La deliciosa y exquisita descripción del mundo rural ruso y la atmósfera estival,
que sirven del telón de fondo a esta obra, son pruebas de la maestría de Turguénev a la
hora de captar y transmitir paisajes y ambientes.
Después de Rudin apareció Nido de nobles, una obra elegíaca sobre el amor no
correspondido que fue considerada por muchos como la mejor de Turguénev. Incluso
Dostoievski, para quien Turguénev no era precisamente un amigo, reconoció que era
una obra maestra. Es cierto que Lavretski, el protagonista de la obra, es un hombre
superfluo, pero también es un hombre de acción; pues, por ejemplo, mediante una serie
de reformas, intenta mejorar la situación de los campesinos en su finca. Lavretski se
asemeja a los eslavófilos decimonónicos que defendían un camino para Rusia basado en
su autoctonía y no idealizaban la vida rural patriarcal de tiempos pasados. La obra nos
remite, en cierto modo, a la idea de que la influencia de Occidente ha sido la culpable de
la indecisión e infructuosidad de la generación de Turguénev, la cual se vio obligada a
dejar definitivamente el futuro de Rusia en manos de una nueva generación, más joven
y radical.
La novela fue un gran éxito, tal vez debido a la forma lírica y poética con la que
el autor describe la ruina de los nidos de hidalgos, así como la mentalidad y las
costumbres anticuadas de la nobleza rusa. Todo esto, aderezado con un depurado
lirismo, bellos paisajes y un soberbio personaje femenino, contribuyó a que Nido de
nobles fuera una de las mejores novelas de Turguénev.
La novela En vísperas (1860) trata sobre la intelectualidad rusa más joven e
inmediatamente anterior a la Guerra de Crimea, así como de los cambios que aguardan a
Rusia “en vísperas” de la manumisión de los siervos (1861). Aunque tiene algunos
personajes secundarios sobresalientes y algunos fragmentos magníficos, la obra en
general resulta floja por la malograda y poco convincente figura de su protagonista, el
búlgaro Insárov. Además Turguénev deja aquí traslucir un profundo pesimismo con
respecto a las relaciones amorosas y a la posible reconciliación entre el liberalismo de la
generación del autor y las aspiraciones revolucionarias de la intelectualidad más joven.
El propio Turguénev ya consideraba inevitable la ruptura generacional.
A pesar de que nuestro escritor no compartía las ideas de la juventud radical
surgida tras la Guerra de Crimea, siempre intentó ser un cronista objetivo de la
intelectualidad rusa, esforzándose por retratar con candorosa franqueza las aspiraciones
positivas de aquellos jóvenes intelectuales. Sin embargo, la actitud hacia él por parte de
los líderes radicales como Nikolái Chernyshevski o Nikolái Dobroliúbov fue, por lo
general, fría, si no directamente hostil. Chernyshevski, por ejemplo, se cebó con su
relato Asia (1858) y Dobroliúbov, a raíz de la publicación de En vísperas, escribió un
artículo (¿Cuándo llegará el verdadero día?), donde expone una interpretación política
de la novela según la cual los futuros Insárov rusos 1 están llamados a exterminar el mal
social de la patria y a liberarla de los “turcos del interior del país”. Esta velada llamada a
la revolución asustó a Turguénev, pues su liberalismo contemplaba un cambio social
gradual, pero de ningún modo la idea de una revolución campesina. Estas circunstancias
hicieron que rompiera para siempre con la revista radical El Contemporáneo, por haber
publicado, en contra de su voluntad, el artículo del crítico radical.
Surgida del sentimiento de ruptura generacional anteriormente mencionado,
Padres e hijos se considera, generalmente, como la mejor creación de Turguénev y se
distingue del resto por su amplio espectro social y político. En esta obra, Turguénev, por
una parte, ilustra, con un equilibrio y una profundidad extraordinarias, el devenir de las
ideas que se van viendo superadas por las sucesivas generaciones durante un periodo
que abarca más de 40 años, desde 1830 hasta 1870; y por otra, continúa la búsqueda de
héroes positivos encargados de liberar a Rusia de su atraso y opresión.
El protagonista de la novela es Bazárov, un nihilista (término utilizado por
primera vez en la literatura por Turguénev), materialista ateo, que condena la
servidumbre, el arte, los sentimientos, la aristocracia y el liberalismo, y sólo cree en las
leyes científicas. Sin embargo, más que un hombre superfluo, Bazárov se revela como
una especie de Don Quijote ruso. A pesar de su grosería y poca sutileza, es permeable al
amor, sentimiento que dará al traste con todo su sistema de pensamiento y lo llevará al
fracaso y a la desdicha. Desde el punto de vista sociopolítico, la obra representa la
victoria de la intelectualidad revolucionaria sobre la intelectualidad de la pequeña
aristocracia a la que Turguénev pertenecía; en términos literarios es el ejemplo de un
magnífico retrato psicológico, donde el autor demuestra un equilibrio y objetividad
admirables, a pesar de su hostilidad personal hacia el antiesteticismo de Bazárov, así
como un ejercicio de inigualable maestría a la hora de dotar de naturalidad y frescura a
todos los personajes.
Cuando apareció por primera vez la novela, los conservadores opinaron que el
personaje de Bazárov era una indulgente idealización del nihilismo, mientras que para
los radicales el héroe de la novela era una caricatura insultante de toda su generación.
Aunque Turguénev lograra crear en Bazárov su personaje más poderoso y convincente,
que, por cierto, nada tiene que envidiar a sus positivas heroínas, resulta sintomático que
el autor no lo haga triunfar, sino que lo deje morir.
1
Resulta muy revelador el hecho de que Turguénev sitúe la génesis de su personaje más resuelto y audaz
en Bulgaria.
Después de Padres e hijos, Turguénev escribió otras dos novelas, pero éstas no
alcanzaron el nivel de la anterior y apenas tienen interés literario. Humo es una novela
mal estructurada, con una historia de amor interrumpida por diálogos, a partir de los
cuáles, debemos deducir que toda la intelectualidad rusa de aquella época es humo. La
novela, ambientada en Baden-Baden, está salpicada de pasajes polémicos contra Herzen
y Ogariov.
La obra final de Turguénev, Tierras vírgenes (1877), fue diseñada para
resarcirse de su mala reputación literaria a ojos de las generaciones más jóvenes. Su
objetivo consistía en retratar la dedicación y la abnegación de los jóvenes populistas,
encargados de sembrar las semillas de la revolución en el suelo virgen de la clase
campesina rusa. A pesar de su realismo y sus esfuerzos, Tierras vírgenes fue otro gran
fracaso.
Durante el periodo de madurez literaria, Turguénev escribió, además de novelas,
relatos cuyo tema principal, a excepción de creaciones como Mumú o La posada donde
sigue atacando a la servidumbre, fue el amor o, mejor dicho, los fracasos del hombre
superfluo en el amor como en El remanso, Correspondencia, Fausto, Asia, El primer
amor.
Lo más característico de estas obras es la visión paradójica del amor como la
clave de la felicidad y, a la vez, de la desgracia. Turguénev consideraba que existía una
conexión entre el amor y la muerte, y concebía la felicidad en el amor como algo
ineludiblemente pasajero. Todo ello se puede interpretar como un reflejo de la
infelicidad personal de Turguénev durante el periodo de relaciones con Paulina Viardot,
así como un desencanto definitivo con la generación a la que pertenecía.
La producción literaria del último periodo de la vida de Turguénev, afincado
principalmente en Baden-Baden y París, se caracteriza por sus temas filosóficos,
existenciales y fantásticos, que se han considerado como una anticipación del
modernismo. A este grupo pertenecen obras como La canción del amor triunfante,
Klara Milich, El rey Lear de la estepa, Aguas primaverales o su última publicación, una
magnífica colección de meditaciones, retratos y paisajes titulada Poemas en prosa.
Desde el punto de vista de la estructura del argumento, las novelas de Turguénev
se caracterizan porque, frecuentemente, describen el efecto que produce la aparición de
una personaje de talante progresista en un pequeño círculo social de provincias, el cual,
por su parte, somete al recién llegado a examen, mediante una relación amorosa que
nace entre la heroína, siempre oriunda del lugar donde se desarrolla la acción, y el
forastero liberal. La historia de amor acaba, sin embargo, de forma nefasta. A lo largo
del argumento el protagonista se ve obligado a responder al desafío que le presenta la
heroína, en boca de la cual Turguénev emite su juicio acerca de las ideas que representa
el protagonista.
El carácter social de sus novelas debemos buscarlo en los diálogos y en los
personajes que encarnan a tipos: Rudin es el soñador progresista; Lavretski, el idealista
eslavófilo de los años cuarenta; Elena, la mujer de acción anterior a 1861; y Bazárov, el
materialista militante de la década de los sesenta. A través de sus personajes Turguénev
confronta a gente estrecha de miras con gente de mérito y contrapone la debilidad
masculina con la pasión, pureza y fuerza femeninas, rasgos que hicieron famosas en el
mundo entero a las heroínas de sus novelas.
Todo esto va acompañado de unas insuperables descripciones de la naturaleza
que ora subrayan la opresión del campesinado ruso, ora profundizan la psicología de lo
caracteres, ora acentúan el tono optimista de los relatos. Turguénev en sus obras celebra
la juventud, el amor, la naturaleza y el arte, pero también considera la vida como algo
brutal, cruel y carente de sentido. La alegría y el pesimismo se mezclan continuamente,
haciendo de la ambivalencia otro rasgo importante de sus creaciones.
Su lenguaje se caracteriza por la belleza, las formas clásicas, el equilibrio, la
sutileza del detalle, la maestría narrativa, el lirismo y la nostalgia elegíaca.
Turguénev ha entrado en el panteón de la literatura rusa y de la literatura
universal como el cronista de la vida social de la Rusia de los años cuarenta, cincuenta y
sesenta del siglo XIX.

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