Tarea es lo que hay - Blog : Estanislao Antelo

Transcripción

Tarea es lo que hay - Blog : Estanislao Antelo
Tarea es lo que hay (2003) *
Pienso que la palabra crisis no tiene mas filo. Crisis de nervios,
crisis de pareja, crisis financiera. Acabo de contar dieciocho veces la
palabra crisis en un programa de radio, supuestamente político.
Hagan la prueba. Es palabra hueca, gastada, vacía de impacto,
palabra de periodistas. La selección de fútbol está en crisis. La
familia está en crisis. La política y la T.V. La adolescencia pero
también el mercado de cereales. Hasta los niños ricos están en
crisis. ¿Qué o quién no está en crisis? Si todo es crisis, nada es
crisis.
La palabra crisis suele cargarse de un doble optimismo: aquel que
remite a la oportunidad, y aquel otro que describe el pasaje de un
mundo viejo -que no acaba de morir- a un mundo nuevo -que no
acaba de llegar-. Este optimismo doble suena inofensivo frente a la
magnitud de los eventos cotidianos que irrumpen en el interior y en
las cercanías de las escuelas. Propongo ir por otro lado.
a. La batalla
En el mundo que habitamos hay fuerzas que tienden a juntar, y
otras que tienden a separar. Fuerzas que tienden a unir, y otras que
tienden a desunir. Fuerzas que tienden a la reunión, y otras a la
dispersión. Fuerzas que trabajan por el amparo, y fuerzas que
producen desamparo. La precocidad, la inmadurez crónica del
cachorro humano y los problemas de crianza, que definen en buena
medida el horizonte de toda educación, nos alertan sobre este
choque de fuerzas.
Una hipótesis conocida indica que esta lucha titánica entre fuerzas
es ineludible, indisoluble. Como una roca. Quiero decir, se puede
tomar lugar en la batalla pero la batalla no puede abolirse. Es uno
de los nombres de la sociedad humana. No hay sociedad humana
sin esta lucha. Pero no sólo no la hay. Los esfuerzos basados en la
ilusión de una sociedad sin lucha, han sido decepcionantes.
Como ustedes saben, a diferencia del animal, que de alguna
manera lleva inscriptas desde el nacimiento las formas de reunión y
separación, en el animal humano esto debe ser aprendido, puesto a
prueba, trabajosamente. El cachorro humano tiene que aprender,
cada vez, de sus mayores, las formas de la reunión y la separación.
Pero no solo aprende sino que introduce variaciones en esas
mismas formas. Las manadas y los bandos humanos son móviles y
cambiantes, pero, además, practican la indocilidad elemental de
desviarse de los caminos trazados. En las escuelas, estos
aprendizajes van desde el compañerito de la salita hasta el buzo de
5to 1 que sanciona un “nosotros” (comercial, nacional o industrial)
pasando por los amores y odios escolares. La escuela es, o era, uno
de los sitios donde se aprende a estar juntos y separados. La
historia de los encuentros y desencuentros escolares está aún
incompleta, tan incompleto como el análisis del efecto global de la
capacidad de generar los deseos de aglutinamiento y fuga de esta
institución.
Podríamos llamar hombre al resultado de esta batalla con final
abierto. Final abierto, quiere decir que no sabemos de antemano su
resultado. Pero final abierto, también quiere decir que tenemos
siempre una tarea por delante. Podríamos llamar educación al
esfuerzo inaudito por producir batalladores, es decir, semejantes,
cuya enfermedad radica en su persistencia en ser otra cosa distinta
de lo que son. Podríamos llamar escuela, a una de las máquinas
educativas adiestradoras de semejantes capaces de intervenir en la
batalla. Pero no hay en este litigio un mañana sin obstáculos y sin
tarea. Alguna vez creímos que cuando saliéramos de la escuela (los
que salimos), no habría mas tarea. Nos equivocamos. Tarea es lo
que hay, por un buen rato. El que se asusta, pierde.
b- Las formas de lo que hay o los momentos de la batalla
No quisiera hablar de crisis sino del momento de la lucha en el cual
las fuerzas de la desunión, de la separación y de la dispersión,
llevan la delantera. Momentos en que las operaciones tendientes a
la reunión titubean, o, más precisamente, momentos en los que las
fuerzas hasta ahora conocidas que tienden a la reunión no reúnen.
La proliferación compulsiva de talleres y otras formas tenues del
amontonamiento
humano,
no
hace
sino
nombrar
esta
omnipresencia de la no-reunión.
Quisiera no hablar de crisis sino del momento en que esa lucha se
extiende a todos los territorios de nuestras vidas. Momentos en que
las instituciones atadoras y los hombres sabios con capacidad de
enlazar, flaquean. Es lo que un escritor perturbador llama la
ampliación del campo de batalla[1]. Es decir, lo que sucede, sucede
a despecho de las instituciones recientes que supieron, de rara
manera, ponernos al amparo de las fuerzas que tienden a separar:
el Estado, la Familia y la Escuela. Lo que sucede, sucede a despecho
de la palabra santa o sabia que tiraba de los hilos. Lo que sucede,
sucede también en la escuela.
Quisiera hablar, no de crisis, sino del momento de la lucha en el
cual las cosas están mas sueltas y desatadas que de costumbre.
Como ha dicho Charly García, en un extraño enunciado: cuando el
mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada. Y esto,
según creo, es lo que acontece. De manera paradojal, en una
sociedad que gusta denominarse a sí misma, sociedad de redes,
nadie quiere enredarse. Sin enredos. Sin historias, dicen que dicen,
los más jóvenes. Pero crisis, no sería entonces sólo el excesivo
desatarse de las cosas sino esa agitada constatación del carácter
precario de los hilos, y la corta duración de todo lazo, si es que
todavía esa palabra abre algún camino.
Quisiera hablar, no de crisis, sino del momento en que se
experimenta algo así como una falla, una falta, un vacío. Y digo “se
experimenta” porque del desorden, del desatarse de las cosas, no
se sigue necesariamente una crisis. No son pocos los que
encuentran orden en el desorden o los que alardean de las virtudes
del desorden. Un terremoto nos ofrece algo de lo humano en estado
puro: vemos solidaridades y vemos miserias.
Por último, quisiera no hablar de crisis sino del momento en que
nuestros vocabularios se ven imposibilitados de describir lo que
acontece. Momentos en los que lo que pasa no se deja atrapar por
nuestros lenguajes. Momentos de ensordecedor mutismo o de
silenciosa verborragia opinacional. Momentos de sinsentido
circulante o momentos de excesiva interpretación. Momentos en los
que los papeles se queman o se han vuelto ilegibles, o ya nadie los
lee. En jerga pedagógica, muchos maestros dicen “a mí no me
prepararon para esto”. Sin embargo, la advertencia de esta queja
no dice mucho sobre qué sería el aquello para lo cual un maestro
debería estar preparado. “A mí no me prepararon”, a secas, haría
más honor a la verdad. Quizás, crisis no sea una palabra adecuada.
Lo que sucede no se alcanza a contener en esa palabra.
c- Lo que hubo de haber
Hablar de escuela en crisis es una redundancia. ¿Por qué? Porque,
según entiendo, la escuela se inventó en el interior de esta batalla
que acabo de describir; se inventó, de alguna manera, para
oponerse a las fuerzas que tienden a la desunión, a la dispersión, a
la interrupción. La escuela se inventó -sabiendo del carácter
ineludible de la batalla- para hacerle frente, para tomar lugar en la
batalla, y para poner al cachorro sapiens al abrigo, al amparo de
esa batalla. No para abolirla. No es nuevo, entonces, esto de la
escuela en la crisis. Siempre la escuela estuvo en la crisis. La crisis
fue, de alguna manera, su puntapié inicial. No se entiende una
escuela sin el “en crisis” como no se entiende una Mafalda sin sopa.
Por lo tanto, más que interrogarnos, incansablemente, sobre las
estrategias para salir de la mentada crisis, podríamos interrogarnos
sobre el lugar que podemos ocupar en la batalla; interrogarnos
sobre el filo de nuestras herramientas. Por ejemplo, y en primer
término, interrogarnos sobre dónde está aquello que hoy une, y
dónde, lo que desune. ¿Qué reúne? ¿Qué hace hoy que el hombre
encuentre amparo en otros hombres?. ¿Qué junta? O, como
pregunta con meridiana belleza Richard Sennett, ¿quién necesita de
nosotros?[2] Preguntarnos, incluso, si la reunión es una condición
necesaria para enfrentar la perenne amenaza de lo que desune.
Es cierto que la escuela fue una versión privilegiada del deporte de
juntar. Lo hizo, con el pretexto de distribuir metódica y
sistemáticamente conocimiento; con el propósito de hacer una
nación, una comunidad, un “más que uno”. Pretextos para encerrar
durante doce años a los cachorros, hubo de haber muchos. Es cierto
que en su afán de reunir, no escamoteó esfuerzos para establecer
requisitos de admisión y un reparto arbitrario para los miembros del
club escolar. Pero la estrategia que la escuela ofreció para
enfrentarse a la amenaza de lo que desune, fue la de ponerse de
espaldas al presente, quizás, como la iglesia. Y dar la espalda al
presente es casi como dar la espalda a la vida misma, desairar lo
que pasa, silbando bajito.
La escuela tuvo un talento especial para identificar la amenaza y
poner al ser al abrigo del afuera, poner al ser, al abrigo del tiempo.
No lo dije, pero lo que amenaza, lo que amenaza con soltar, con
desunir, es el tiempo. El tiempo, no solo está loco, como se dice,
sino que introduce el desgaste, la vejez, la muerte. El tiempo todo
lo corroe. La escuela se inventó, creo, para hacer frente a este
ajetreo.
De ahí que se aislara del exterior poniendo a Cronos en stand-by.
Mi amigo Mario Zerbino ha llegado a conclusiones semejantes al
hacer un simple ejercicio de interrogación: ¿qué se opone a la
escuela? Curiosamente, hoy se ha vuelto difícil responder esa
pregunta, es decir, identificar aquello que la amenaza[3].
Y así como el amor (recuerden que el amor se cree eterno, mas
fuerte que la muerte), supo enfrentar las amenazas exteriores con
la ilusión de la eternidad, la escuela creyó algo parecido. De ahí esa
sensación compartida de que la escuela no terminaría nunca.
¿Cuándo es el recreo? ¿Cuándo la salida? ¿Y para cuándo la vida?
Supuso, además, que de espaldas a la vida y en un tiempo
suspendido, estaríamos a salvo. Supuso que el camino no
encontraría obstáculos; para decirlo rápidamente, supuso que para
apaciguar a Jaimito bastaría un poco de Platero y Yo[4]. “Usted
estudie, yo sé por que se lo digo, ya va a ver cuando sea grande…”.
Y fue ahí que aprendimos a salir, a desear salir, aprendimos a
crecer. Se aprende a crecer a los tumbos y en la escuela. O se
aprendía, creo.
Todos ustedes deben recordar cómo este argumento fue en
impugnado. Todos ustedes deben recordar cómo hubo de haber un
tiempo en que se empezó a sospechar de la eficacia de ese sitio
anacrónico, donde lo que ocurría poco o nada tenía que ver con la
vida: la escuela “debe abrir las puertas a la vida, la escuela debe
dejar de darle la espalda a la vida, la escuela debe ser la vida
misma”. Recuerdan seguramente esos reclamos. Y entonces
sucedió: la escuela abrió sus puertas y se conectó con la famosa
realidad que supuestamente desconocía.
d- Lo que puede haber
Mi hipótesis es que la treta escolar de poner al cachorro humano al
abrigo del tiempo no opera más o lo hace marginalmente. Mi
hipótesis es que habernos desprendido del agobio, del anacronismo,
del carácter mazmorrero de lo escolar, no trajo consigo el mundo
prometido que nos esperaba a la salida. Mi hipótesis es que la
escuela se ha quedado sin su afuera, y si algún nostálgico educador
no puede evitar mandar a su ex Jaimito para afuera, se encontrará
con un problema difuso para encontrar lo que poco tiempo atrás
parecía ser un límite. Esto no quiere decir que los maestros no
enseñen y los alumnos no aprendan. No se trata, por cierto, de que
en lugar de la enseñanza lo que hay hoy es asistencialismo,
cuidado, afecto y todo eso. No quiere decir que no habrá mas
escuelas. Por el contrario, probablemente haya cada vez mas
escuelas, pero otras. Otras escuelas, otros intentos, otras tareas.
Una de ellas, ineludible, es interrogarse sin temor, cuál es el lugar
de la salida escolar, sin su afuera. O, interrogarse lo siguiente: ¿en
qué medida estas escuelas, sustitutos de instituciones de cuidado,
que se enorgullecen de que al fin le hacen frente a la crisis, tienen
poder para intervenir en la batalla?. ¿En qué medida, digo, las
fuerzas de la reunión o lo que termine por ser eficaz frente a la
dispersión, pueden multiplicarse?. ¿En qué medida estas escuelas
enseñan el arte necesario de la alteración, la variación, el deseo
irrenunciable de hacer otra cosa con lo que hay?. Uno de los
problemas que tenemos es que, si bien el destino se hace día a día,
sin grandes pretensiones ni megalomanías, el combustible de lo
humano no consiste en igualar un estado sino en superarlo. El
núcleo duro de una educación, no de la escuela, sino de la
educación, reside en la metamorfosis.
Quizás la escuela, o lo que de ella quede en pie, encontrará este
sendero si consigue, a su vez, hacer diferencia con el resto, es
decir, si consigue identificar su propio exterior. Sólo si el afuera es
diferente del adentro, habrá algún tipo de diálogo y deseo de
enfrentar la dispersión. Sólo si la escuela no pierde de vista la
potencia educativa del verbo diferir, podrá ubicarse con vigor en la
batalla.
Entonces, más que anunciar fines del mundo, cataclismos y otras
versiones de lo catastrófico, conviene trabajar, una vez más, en la
elucidación del estado de la batalla. Crisis no es que se han
impuesto para siempre las fuerzas de la desligazón. Si esto
ocurriera estaríamos frente a la disolución total. Esto es lo que el
pensamiento conservador escatológico y protopsicótico quiere
ofrecer. Son lo que anuncian que estamos siempre al borde de la
disolución. En argentina hay mucho de esto, por derecha o por
izquierda. Una especie de chantaje asociado a otro, que dice que se
acabaron las recetas mágicas. Que, como dicen los economistas -los
nuevos propagadores de la resignación y el abandono de la batallaArgentina tiene que aceptar las reglas del juego y que las cosas son
como son. Si la tarea consiste en aceptar las cosas, tal como son, la
escuela pasará, como tantas otras máquinas, al desván de las
antiguedades.
¿Por qué?
Porque no hay escuela, no hay educación, no hay cultura, sin la
supuesta pero fecunda certeza de que las cosas pueden ser de otro
modo. Y no hay escuela, ni educación, ni cultura, si los pedagogos
no nos esforzamos, una y cada vez, en que el mundo en que
vivimos tome nota de esta certeza. Porque es y ha sido, esta
certeza la que ha batallado una y otra vez contra eso que ya no
cabe en la palabra crisis.
[1] Houellebecq, Michel. Ampliación
Anagrama,. Barcelona, 1999.
[2] Sennett, Richard.
Barcelona, 2000.
La
Corrosión
del
del
campo
carácter.
de
batalla.
Anagrama,
[3] El Historiador Pablo Pineau puede venir en nuestra ayuda: El
mismo sistema de relevos y transformaciones que une la mazmorra
con la cárcel moderna une al monasterio con la escuela. En ambos
casos, el espacio educativo se construye a partir de su cerrazón y
separación tajante del espacio mundano, separación que se justifica
en una función de conservación del saber validado de la época, y
que emparenta a ambas instituciones a su vez con el templo
antiguo. La escuela se convierte en la caja donde se conserva algo
positivo de los ataques del exterior negativo. En Pineau, P; Inés
Dussel; Marcelo Carusso. La Escuela como máquina de educar.
Paidós. Bs.As., :2001.
[4] El Filósofo alemán nos advierte que la idea humanista que
suponía ligar la lectura adecuada, al amansamiento, está agotada.
Sloterdijk, Peter (2000) Regras para o parque humano. Uma
resposta á carta de Heidegger sobre o humanismo. Sao Paulo.
Estaçao Libertade.
* Antelo,
Estanislao.
Tarea es lo que hay
En:
Enseñar
hoy
:
una
introducción
a
la
educación
en
tiempos
de
crisis.
Buenos
Aires
:
Fondo
de
Cultura
Económica,
2003.
p.
27‐34,

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