Extracto de la Lectura

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Extracto de la Lectura
La clase trabajadora y la transformación de la educación
Copyright © 2000 por Pathfinder Press
Sobre el autor
JACK BARNES es secretario nacional del Partido Socialista de
los Trabajadores (PST). Desde mediados de los años setenta
ha dirigido la campaña política del partido para actuar a
partir de las posibi­lidades renovadas de organizar a la gran
mayoría de sus miembros y dirigentes en sindicatos industriales, envueltos activamente con otros trabajadores en apoyar
todo esfuerzo enca­minado a transfor­mar los sindicatos en
instru­mentos revolucionarios que defiendan los intereses de
sus miembros y de otros trabajadores y agricultores. Ese esfuerzo de 1978–91 se documenta en El rostro cambiante de la
política en Estados Unidos: la política obrera y los sindicatos.
Un organizador del Comité por un Trato Justo a Cuba,
de actividades en defensa de los derechos de los negros,
y del movimiento contra la guerra de Vietnam, Barnes
fue dirigente de la Alianza de la Juventud Socialista a
comienzos de los sesenta, fungiendo como su presidente
nacional en 1965. Ha sido miembro del Comité Nacional
del PST desde 1963, un funcionario nacional del partido
desde 1969, y desempeña responsabilidades centrales de
liderazgo en el movimiento comunista mundial.
Como director contribuyente de la revista marxista New
Interna­tional (Nueva Internacional), Barnes es autor de
numerosos artículos, entre ellos, “Su Trotsky y el nuestro:
la continuidad comunista hoy”, “Los cañonazos iniciales
de la tercera guerra mundial: el ataque de Washington
contra Iraq” y “La política de la economía: Che Guevara y
la continuidad marxista”.
El desorden mundial del capitalismo: política obrera al
milenio, de donde se toma este folleto, es una colección de
cinco charlas dadas por Barnes entre 1992 y 1998. También
contribuyó a Habla Malcolm X y The Eastern Airlines Strike.
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La clase trabajadora y la transformación de la educación
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Introducción
La “reforma” de la educación encabeza la página de “temas” de los plegables de la campaña presidencial que, sin
haberlos soli­citado, descubrimos en nuestros buzones.
Aunque las cam­pañas de Gore y Bush expresan diferencias
respecto a la “opción de escuelas”, los vales escolares, los
niveles de sub­vención, los grados de “federalismo”, los
límites de los exámenes y otros aspectos más, comparten
la misma suposición rapaz que subyace todo esto: que la
educación tiene que ver con que uno se asegure de que
los niños de su propia familia tengan la mejor posibilidad
de salir adelante en la lucha vitalicia de cada uno contra
todos. Y comparten una suposición aún más fundamental
que no se expresa abiertamente: que solo los niños de los
gobernantes acaudalados y de los profesionales de las clases
medias necesitan realmente una educación —a diferencia
de la “capacitación” que atrofia el intelecto— y que, salvo
conta­das excepciones, solo esos niños van a recibir una
educación en el sentido real de la palabra.
Este folleto aborda la educación desde el enfoque opuesto, el enfoque de la clase obrera, es decir, como un problema
social. Como la lucha por la transformación de la educación
en una actividad universal y vitalicia. Presenta la educación
como un aspecto de la preparación de los trabajadores y
agricultores para “la más grande de todas las batallas en los
años que vienen: la batalla para deshacernos de la imagen
propia que nos inculcan los gobernantes, y reconocer que
somos capaces de tomar el poder y organizar la sociedad, a
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medida que nos educamos colectivamente y, en el proceso,
damos una lección a los explotadores”.
Cada uno de los candidatos capitalistas y sus promotores
a sueldo en la prensa del gran capital ofrecen propuestas
para la “reforma” del Seguro Social envueltas en las mismas
suposiciones que las de la “reforma” de la educación. Todo
gira en torno a “velar por el Número Uno”.
Gore y Bush presentan posiciones ligeramente distintas
sobre cómo los individuos de la clase media o de sectores
más acomodados del pueblo trabajador pueden sacar mayores ganancias de sus ahorros de jubilación usándolos para
especular en acciones y obligaciones. Tanto demócratas
como republicanos promueven, con énfasis diferentes,
cuentas de ahorros privadas para aquellos individuos a
quienes les alcancen los ingresos y, en combinaciones dadas,
pensiones reducidas, mayores impuestos a los empleados,
y una edad de jubilación más elevada.
En contraste, los trabajadores con conciencia de clase y
los trabajadores y agricultores militantes abordan el Seguro Social como cuestión de solidaridad social. La mayoría
trabajadora en la ciudad y el campo, cuya labor transforma la naturaleza y que en el transcurso de dicho proceso
produce toda la riqueza, tiene derecho a un salario social,
no solo a un salario individual. Tenemos derecho a la atención médica vitalicia, a la indemnización por invalidez y a
una jubilación garantizada. Estas son medidas para todos
y, por tanto, benefician los intereses de todos. Luchamos
por echar atrás las suposiciones omnipresentes de “sálvese
el que pueda” que impregnan la sociedad burguesa, a fin
de establecer un espacio de colaboración obrera: un lugar
para forjar la confianza.
En el capitalismo, las escuelas no son instituciones de
enseñanza sino de control social, destinadas a reproducir
las relaciones y los privilegios de clase del orden imperante.
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La sumisión y obediencia que los gobernantes pretenden
inculcar en el salón de clase las respaldan en la calle con
las macanas y las armas automáticas de la policía.
Muchos más trabajadores son ejecutados por la policía
de un balazo, estrangulados o al ser atados de pies y manos
que por inyección letal o electrocución, aun tomando en
cuenta el aumento implacable de asesinatos autorizados por
el estado desde que la Corte Suprema de Estados Unidos restituyó la pena capital en 1976. Aunque los gobiernos a nivel
local, estatal y federal no mantienen datos exactos sobre
los individuos muertos por la policía, un estudio reciente
basado en una investigación de periódicos norteamericanos empezando solo desde 1997 arrojó cifras de unas 2 mil
muertes a manos de policías y guardias de prisiones entre
1990 y comienzos de 1998: cifra que indudablemente representa apenas la punta del iceberg. (¿Cuántos asesinatos sin
reportar —para citar solo un ejemplo— perpetró la migra,
la odiada Patrulla Fronteriza del Servicio de Inmigración
y Naturalización federal?)
Durante ese mismo período, 312 personas fueron muertas en las cámaras de la muerte en prisiones a lo largo de
Estados Unidos. No solo entre los condenados a muerte sino
también en la “sociedad civil”, el dogal acecha un país para
el cual la canción “Fruto extraño” sería un himno nacional
más apropiado que “Barras y estrellas”.
Tanto Gore como Bush son promotores de estas armas
de terror de clase. Ellos proponen más policías, la restricción de los derechos de apelación y de libertad condicional,
y castigos más severos, incluida la pena capital. Durante
la campaña presidencial de 1992, el aspirante demócrata
Clinton dio un espectáculo público al volver a Arkansas
para supervisar la ejecución de Ricky Ray Rector, una de
las cuatro personas ejecutadas en ese estado durante los
años de Clinton como gobernador. Posteriormente, la ad
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ministración de Clinton-Gore ha sido responsable de dos
importantes leyes federales que amplían la pena capital
como instrumento de terror: la Ley de la Pena de Muerte
Federal, de 1994, que hizo castigables con la muerte unos
sesenta delitos federales adicionales; y la Ley de Antiterrorismo y Pena de Muerte Eficaz de 1996 (¡el nombre lo dice
todo!), que restringe aún más el derecho de apelación ante
los tribunales federales de las personas que se encuentran
en prisiones estatales.
Por su parte, durante sus cinco años como gobernador,
Bush ha presidido 136 muertes estatales en prisiones: más
de la quinta parte de todas las realizadas en Estados Unidos desde 1976. Un velo de silencio impide saber cuántos
trabajadores más fueron muertos durante esos años en el
estado de Texas a manos de los Rangers de Texas, de la
policía local, de la migra, y de los sheriffs y sus agentes, y
de matones derechistas, quienes a menudo incluyen a los
antes mencionados vestidos de civil.
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Sin embargo, el número combinado de asesinatos autorizados o estimulados por el estado en las calles y en las prisiones aún se queda bastante rezagado en comparación con el
número de trabajadores muertos cada año a consecuencia
de la aceleración de la producción, la brutal intensificación
del trabajo y la prolongación de la jornada laboral impulsadas por el afán de ganancia de los patrones. En Estados
Unidos se está sacrificando la vida y el bienestar físico de
los trabajadores en el altar de una creciente competencia
por mercados, tanto entre los mismos capitalistas norteamericanos como entre ellos y sus rivales a nivel mundial.
Más de 6 mil trabajadores murieron de lesiones en el
trabajo en 1998, el último año para el cual el gobierno
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estadounidense ofrece estadísticas. Otros 50 mil murieron
ese año de afecciones ocupacionales. Y 5.9 millones de
trabajadores resultaron lesionados o se enfermaron en el
trabajo, entre ellos más de 75 mil casos reportados del túnel
carpiano y otras lesiones causadas por movimientos repetitivos y más de 250 mil enfermedades relacionadas. (Es
más, estas cifras “oficiales” son muy inferiores al número
real, ya que se basan en informes patronales no verificados
y excluyen a 21 millones de empleados federales, estatales
y locales. Y cualquier trabajador en una fábrica, mina o
campo sabe cuántos millones de lesiones no se reportan
por temor a la pérdida de salarios, medidas disciplinarias
u otras represalias de la patronal.)
Como ha sucedido en toda la historia del capitalismo,
la brutal intensificación del trabajo y la prolongación de la
jornada y la semana laborales también deprimen los salarios
por hora de la clase trabajadora. En 1993, cuando se dio
la charla de la cual se extrae este folleto, el movimiento
obrero en Estados Unidos se hallaba en los primeros años
de un repliegue, luego de un resurgimiento modesto que
se dio en las luchas sindicales por un lustro a fines de la
década de 1980. El promedio de los salarios reales aún
estaba muy por debajo de lo que había sido al comienzo
de la década de 1970.
El “movimiento sindical se ha vuelto más débil y los
salarios reales han sido reducidos”, subrayan los párrafos
iniciales del fragmento que aquí se reproduce. “Los patrones han reducido el precio de nuestra fuerza de trabajo”.
El folleto señala que, dentro de los límites fijados por la
explotación del trabajo por el capital bajo las relaciones
sociales burguesas, lo que se paga a los trabajadores está
condicionado por el grado de éxito que tiene la clase obrera,
al luchar, en elevar los salarios de los trabajadores que se
hallan en los niveles inferiores de la escala.
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Hoy, a mediados del año 2000, los trabajadores en Estados Unidos se encuentran en el tercer año de un ascenso
de resistencia acelerado, si bien desigual, ante los ataques
de los patrones. El poder adquisitivo de los salarios de los
trabajadores aún no ha recuperado su nivel de hace treinta
años, y en un principio las luchas renovadas han terminado
más frecuentemente en punto muerto que en logros importantes para el pueblo trabajador. Sin embargo, cuando los
trabajadores se unen y luchan, demuestran su capacidad
de echar atrás a los patrones, de conquistar terreno, al
tiempo que se transforman lo suficiente para llegar mejor
preparados a la próxima batalla.
Cuando se preparaba la edición de este folleto, estalló
en el Sur de St. Paul, Minnesota, un ejemplo poderoso de
dicha resistencia. El 1 de junio de 2000, los empacadores
de carne en la empresa Dakota Premium Foods realizaron
una huelga de brazos caídos por siete horas para oponerse
a la aceleración de la línea de producción desde la matanza
y el corte hasta el empacado. Al final del día, la gerencia
de la planta acordó, entre otras cosas, bajar la velocidad
de la línea, permitir que representantes de los trabajadores
vigilaran la velocidad de la línea, y dejar de forzar a los trabajadores lesionados a permanecer en el trabajo. Ese mismo
día, estos trabajadores de la Dakota Premium Foods, en su
mayoría inmigrantes de México, lanzaron una campaña de
sindicalización para establecer en la planta al Local 789 del
sindicato de la industria alimentaria UFCW. El resultado
de ese esfuerzo inicial para captar una mayoría a favor de
la representación sindical se decidirá en un voto a fines de
julio.
Casi por esa misma fecha, también en el área de Minneapolis y St. Paul, más de 400 miembros del Local 792
del sindicato de camioneros Teamsters salieron en huelga
contra la embotelladora Pepsi, defendiendo sus beneficios
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médicos y pensiones y rechazando la oferta salarial de la
gerencia. Los huelguistas están desplegando piquetes móviles que siguen a los camiones conducidos por personal
gerencial al salir de la planta, y luego organizan piquetes
en los puntos de venta donde se realizan entregas. La Pepsi
ha contratado a unos 100 matones de la empresa Huffmeister Security para tratar de intimidar a los Teamsters,
quienes al momento de escribirse estas líneas permanecen
en huelga.
Simultáneamente, unos 1 500 empleados domésticos,
lavaplatos, cocineros y otros miembros del Local 17 del
sindicato de empleados de hoteles y restaurantes (HERE)
en Minneapolis-St. Paul lanzaron una huelga el 16 de junio, la cual por dos semanas logró paralizar los servicios
en siete de nueve importantes hoteles que forman parte
del convenio laboral. Los huelguistas —en su mayoría
inmigrantes de Bosnia, Somalia y diversos países de Latinoamérica— ganaron importantes aumentos de salarios y
otras concesiones patronales.
Recalcando el hecho planteado al comienzo de este
folleto sobre la forma en que se determinan los niveles
salariales, los trabajadores menos remunerados en estos
hoteles sindicalizados en Minneapolis y St. Paul hoy van
a ganar cerca de $1.50 más por hora que los trabajadores
recién contratados en los departamentos de matanza y
corte de una importante empresa empacadora de carne
sindicalizada en Los Angeles. Eso es un vuelco notable de
la situación de hace apenas unos años. Es más, al inicio de
la década de 1980, justo antes de que los patrones de las
empacadoras de carne desataran un fuerte ataque contra
las condiciones de trabajo y los salarios, los empacadores
de carne recibían salarios cuyo promedio era un 13 por
ciento más elevado que el de los trabajadores en otros
empleos manufactureros.
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Actualmente hay 530 miembros del sindicato minero
UMWA en huelga en dos minas del occidente del país, propiedad de la compañía hullera Pittsburg and Midway Coal
Co. (P&M), filial de la Chevron. Los miembros del Local
1332 del UMWA en la mina McKinley, cercana a Tse Bonito,
Nuevo México, de los cuales un 90 por ciento pertenecen
a la Nación Navajo, están combatiendo una arremetida de
la compañía contra las primas salariales por horas extras,
mientras que los miembros del Local 1307 del UMWA en
Kemmerer, Wyoming, resisten los esfuerzos de la patronal
de imponerles una jornada de doce horas, siete días a la
semana, sin paga por horas extras los fines de semana. A
los trabajadores de ambas minas la P&M les está exigiendo
concesiones en materia de prestaciones médicas y pensiones.
Luchas como éstas, independientemente de su desenlace inicial, están destruyendo los mitos que los patrones y
sus promotores en los medios de difusión han fomentado
en contra de la clase trabajadora y el movimiento sindical
en Estados Unidos en la última década, mitos de los que
hacen eco los izquierdistas de clase media para justificar
su propia trayectoria política e individual en su vida y en
su trabajo.
¿Y qué del concepto reaccionario e interesado de que los
inmigrantes son un obstáculo a la sindicalización, a quienes
los patrones contratan y permiten que permanezcan en el
país a fin de dividir a la fuerza laboral y convertir el centro
de trabajo en una Torre de Babel atomizada? Para horror
de los patrones, estos trabajadores están demostrando en
la práctica que no solo son mexicanos, somalíes o chinos,
sino que también forman parte de la clase trabajadora norteamericana —“trabajadores americanos”, si se quiere— luchando hombro a hombro con sus hermanos y hermanas
empacadores de carne, costureros, empleados de hoteles,
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trabajadores de la construcción, ensambladores de autos,
conserjes y muchos otros trabajadores nacidos en Estados
Unidos que son afronorteamericanos o cuyo color de piel
resulta ser clasificada como “blanca”.
¿Y la ilusión fomentada por los patrones del carbón y sus
hermanos de clase de que el UMWA —considerado desde
hace mucho como ejemplo por otros trabajadores y sindicalistas combativos— está ya en las últimas? La resistencia de
los huelguistas y otros mineros en ambos lados del Misisipí
en los últimos dos años da al traste con ella. Además, esa
idea no toma en cuenta el comienzo de un movimiento
social que hoy se va gestando en las comunidades mineras
en todo Estados Unidos para defender las prestaciones médicas garantizadas a nivel federal y conquistadas a través
de décadas de batallas sindicales. Los mítines organizados
a iniciativa del UMWA en Alabama, Utah, Pennsylvania,
Virginia del Oeste e Indiana —y una manifestación nacional
de 8 mil personas en Washington el 17 de mayo— han movilizado a miles de mineros activos y jubilados, familiares,
estudiantes de secundaria y otros más.
Esta creciente resistencia va juntando a trabajadores que
combaten los ataques patronales contra la jornada y las condiciones laborales, y agricultores que luchan por mantener
la tierra que labran ante las crecientes deudas a los bancos,
la caída de los precios que les ofrecen las distribuidoras
monopolistas por sus productos, y ante la discriminación
por parte de las agencias federales. Va aglutinando a una
vanguardia del pueblo trabajador compuesta por hombres
y mujeres; que hablan idiomas distintos; de todos los colores de piel y orígenes nacionales; de las generaciones más
jóvenes y de las más viejas; sindicalizados y de momento no
sindicalizados; y con distintos niveles de educación formal.
Los trabajadores y agricultores están acelerando este proceso a medida que luchan juntos, hombro a hombro: antes
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de estar de acuerdo sobre muchas cuestiones, y en muchos
casos con una capacidad inicial mínima de hablar entre sí.
Estos proletarios de vanguardia, en la ciudad y el campo,
se ven impulsados a examinar nuevas ideas, a ampliar el
alcance de su lectura, a ensanchar su visión, a comenzar a
extender los límites de lo que antes creían que ellos y sus
semejantes eran capaces de hacer.
Este folleto va dirigido a estos trabajadores y agricultores
militantes, y a los jóvenes de disposición revolucionaria que
se ven atraídos a su trayectoria.
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La charla sobre “El desorden mundial mortal del capitalismo”, de la cual se extraen la pregunta y respuesta que
siguen, se preparó para conferencias educativas socialistas
regionales celebradas en Greensboro, Carolina del Norte, y
en Des Moines, Iowa, en abril de 1993. En las conferencias
se presentaron informes que destacaban la relación entre la
lucha de clases en Estados Unidos y la batalla que libraba
el pueblo trabajador en Cuba para defender a su gobierno
revolucionario durante los años difíciles que siguieron al fin
abrupto de las relaciones favorables de comercio y ayuda
con la ex Unión Soviética, junto con la agresión económica
recrudecida por parte del gobierno norteamericano.
En el encuentro de Greensboro participaron trabajadores
y jóvenes procedentes desde Pennsylvania hasta Florida,
y desde Texas a Washington, D.C. Durante el período de
discusión, Gerardo Sánchez, un empacador de carne de
Pittsburgh, hizo la pregunta que dio pie a la respuesta que
se desarrolla en las páginas que siguen. Hacía poco menos
de un año, antes de mudarse a Pennsylvania, Sánchez había trabajado en la planta del Sur de St. Paul, Minnesota,
que posteriormente pasó a ser la Dakota Premium Foods.
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Estuvo ahí durante el período en que el UFCW perdió una
votación promovida por la patronal para revocar el reconocimiento del sindicato en la planta tras no haber logrado
obtener un convenio.
Las cuestiones que planteó Sánchez no se habían abordado en la charla, y yo no tenía apuntes ni recortes referentes
a ellas. Sin embargo, el fraude de la educación en el capitalismo, y especialmente la transformación revolucionaria
de la educación por la clase trabajadora, son cuestiones que
desde su origen el movimiento obrero comunista ha tenido
presentes, y yo había discurrido sobre ellas a la vez que
había escuchado a otros veteranos marxistas que también
habían discurrido sobre ellas a lo largo de los años.
Al concluir el período de discusión, me dio gusto cuando dos miembros del público que por muchos años habían
sido maestros en Carolina del Norte, los padres de un joven
socialista, se me acercaron para decirme cuánto apreciaban
la respuesta. Ninguno de ellos militaba en el movimiento
obrero, mucho menos eran comunistas, y ambos estaban
sumamente dedicados a su labor. Me dijeron, no obstante,
que mientras más se habían esforzado en impartir una
educación y hábitos de estudio a sus estudiantes a través
de las décadas, más se habían convencido de la hipocresía
y del fracaso del sistema educativo tal y como existe en la
actualidad. Lo que yo había explicado les parecía acertado,
aunque fuera desde una óptica de vida muy distinta de la
mía.
Seis años después, a comienzos de 1999, la charla de
Greens­boro y otras cuatro presentadas entre mediados de
1992 y diciembre de 1998 fueron recopiladas y publicadas
por la editorial Pathfinder bajo el título, Capitalism’s World
Disorder: Working-Class Politics at the Millennium (El desorden mundial del capitalismo: política obrera al milenio).
Ese libro es un complemento a The Changing Face of U.S.
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Politics: Working-Class Politics and the Trade Unions (El rostro cambiante de la política en Estados Unidos: la política
obrera y los sindicatos), publicado originalmente en 1981 y
reeditado en una segunda edición ampliada en 1994.
En marzo de 2000, Mary-Alice Waters y yo hablamos
en una reunión en la costa occidental, en San Francisco,
que celebró varios nuevos pasos dados por el Partido Socialista de los Trabajadores así como el creciente interés
que en estos y otros libros de Pathfinder —ante todo libros,
como los antes mencionados, que abordan los cambios
en la clase trabajadora y en la lucha de clases en Estados
Unidos— habían demostrado los participantes de una feria
internacional del libro en La Habana, Cuba, que ahora ha
pasado a ser un evento anual. Durante la recepción que
precedió al programa, Harry Ring, un veterano del movimiento comunista, con más de 60 años de actividad ininterrumpida, tomó la iniciativa de buscarnos. Dijo que sabía
que estábamos cargados con responsabilidades políticas y,
ya que eso no iba a cambiar muy pronto, me instó a dejar
otras cosas a un lado por unos días en un futuro próximo
a fin de preparar este extracto de El desorden mundial
del capitalismo en forma de folleto que se pudiera vender
ampliamente entre el pueblo trabajador y la juventud. No
puedo decir con certeza que este esfuerzo no se habría
hecho nunca de no haber sido por la sugerencia insistente
de este veterano trabajador-bolchevique. Pero ciertamente
no habría fructificado con igual prontitud.
Poco después, Robin Maisel, un veterano del movimiento
comunista por unos 35 años, amplió la campaña de Harry.
Envió una carta proponiendo que ésta y varias secciones
más de El desorden mundial del capitalismo se convirtieran
en folletos que pudieran producirse a bajo costo y distribuirse de forma amplia. Robin, miembro del equipo de casi
200 partidarios del Partido Socialista de los Trabajadores
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y de sus copensadores en otros países que han asumido la
tarea de preparar todos y cada uno de los títulos de Path
finder en forma digital a fin de que se puedan mantener
disponibles a un menor costo, utilizando la tecnología de
computadora-a-plancha que actualmente se emplea en
la imprenta de Pathfinder, ofreció tomar la delantera en
colaborar con otros partidarios del partido en la recaudación de fondos para este proyecto editorial. Eso decidió el
asunto, y emprendimos la tarea de preparar este folleto:
simultáneamente en inglés, español y francés.
Esperamos que los lectores se beneficien de los resultados de esta iniciativa de estos dos resueltos panfletistas
del movimiento obrero revolucionario.
Jack Barnes
12 de julio de 2000
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