En primer persona - AECID

Transcripción

En primer persona - AECID
En
primera
persona
49 entrevistas a mujeres cubanas
© 2010
Servicio de Noticias de la Mujer de Latinamérica y el Caribe - SEMlac
Corresponsalía Cuba
Calle Línea No. 10 e/ N y O, Vedado, Ciudad de La Habana, Cuba.
Teléfonos: 053-836-0203.
E-mail: [email protected]
Web: redsemlac-cuba.net
Coordinación general: Juan Diego Ruiz Cumplido
Coordinador General de Cooperación
AECID. Oficina Técnica de Cooperación en Cuba
Embajada de España en Cuba
Edición: Sara Más.
Diseño, realización y composición: Caridad Hernández Brito.
Foto de portada: Randy Rodríguez Pagés.
ISBN 978-959-7187-44-8
Unas palabras necesarias
En primera persona nace con el deseo de que mujeres cubanas lideresas, pioneras, únicas, innovadoras, rompedoras de mitos, anónimas, famosas… cuenten sus historias de vida,
las historias de sus vidas en el ámbito del trabajo. Es una historia de historias, pensada para
la reflexión, por lo que el libro nos ofrece un variado menú de temas para investigar, profundizar o discutir sobre la base de las percepciones y vivencias que cada una de estas mujeres
nos regala.
El libro, al igual que las historias que en él nos cuentan, ha sido un esfuerzo con altos y
bajos, con cambios de ritmo, discusiones y silencios que finalmente ha salido a la luz gracias
al esfuerzo del colectivo de periodistas y escritoras que lo firman. También hay algo de ellas
en cada una de las historias, en su forma de preguntar e hilar respuestas, por lo que sirvan
estas palabras también para reconocer su trabajo.
El trabajo siempre ha estado y está ligado a la vida de las mujeres. Sea remunerado o no,
visible o invisible, es una constante que condiciona en buena medida la identidad de género
de las mujeres. Es por ello que esta publicación tiene un gran valor. El de ofrecernos una base
para el análisis y un sustento cualitativo que permita identificar y reconocer los avances que
las cubanas han tenido en el último medio siglo, así como darnos, a la vez, las pautas de los
retos que aún es necesario delimitar y sobre los que sería oportuno seguir incidiendo.
Para la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo también ha
sido un reto acompañar este esfuerzo y una forma de reafirmar nuestro compromiso en favor
de la igualdad entre mujeres y hombres. Así En primera persona viene a sumarse a nuestros
propios esfuerzos por incorporar la equidad de género en las acciones de cooperación y
promover el empoderamiento de la mujer.
Por ello quisiéramos que estas Historias —con mayúscula— sean un instrumento para
la sensibilización, para la deconstrucción de roles sexistas en nuestro ámbito de trabajo, la
cooperación al desarrollo, y un documento para la reflexión … En primera persona.
Gemma García Oliva
Responsable de Desarrollo Institucional y Género
AECID. Oficina Técnica de Cooperación en Cuba
Embajada de España en Cuba
Índice
Prólogo: Mujeres por vocación | 7
Aida Bahr: “La buena escritura no tiene sexo”, por Helen Hernández Hormilla | 9
Ángela Corvea: Soñar en mayúsculas, por Raquel Sierra | 13
María Isabel Díaz: Una chica Almodóvar, por Dalia Acosta | 17
Carmen Rosa Montano: Ciclón que caza ciclón, por Dixie Edith | 21
Dulce María Loynaz: Memorias sin nostalgias, por Mariana Ramírez Corría y Dalia Acosta | 24
Caridad González Pérez: “La vida es un camino”, por Liset García | 28
Erika Ferrer: “Si no estás segura, no creen en ti”, por Raquel Sierra | 32
Mariela Castro: “Lo que me enseñó la vida”, por Dalia Acosta | 36
Claudia Labrador Peón: “Me siento capaz”, por Sara Más | 40
Dilcia García Pérez: Vivir entre hombres, por Dixie Edith | 44
Sandra Álvarez: El reto digital de una mujer negra, por Boris Leonardo Caro | 47
Wendy Iriepa: Una mujer feliz, por Dalia Acosta | 50
Ileana Sánchez: “No me gusta el estatismo”, por Raquel Sierra | 55
Caridad Fresneda Casanova: “El trabajo es mi vida”, por Liset García | 59
María Julia Fernández: Vivir bajo riesgo, por Sara Más | 63
Julia Osendi: Con vehemencia y desenfreno, por Liset García | 67
Natalia Bolívar Aróstegui: Cubana hasta en los gestos, por Mariana Ramírez Corría | 71
Irania Martínez: Ecologista contra vientos y mareas, por Patricia Grogg | 74
Patricia Ramos: “El permiso me lo doy yo”, por Danae C. Diéguez | 77
Rosa Roca Hernández: Una mujer atada a la tierra, por Dixie Edith | 82
Tamara Hernández Conde: Metas sin límites, por Raquel Sierra | 86
Nancy González Albear: Realizarse es participar, por Helen Hernández Hormilla | 90
Tania Bruguera: Sin paracaídas, por Desirée Díaz | 94
Esther Borja: Con Cuba en el cuerpo, por Dixie Edith | 98
María Luisa Keeling: “Sacarle el mejor filón a cada jornada”, por Raquel Sierra | 101
Yalennis Ronda Peña: La mujer de los conejos, por Dixie Edith | 104
Lizette Vila: “Siempre he vivido en el borde”, por Sara Más | 107
Magia López: Hip hop con magia, por Helen Hernández Homilla | 111
Rosa María Leyva: Sin descanso tras el huracán, por Dalia Acosta | 116
Rebeca Chávez: “No paro de hacer”, por Danae C. Diéguez | 120
Georgina Suárez: Trabajo hecho en casa, por Sara Más | 125
Janet Moreno: La única en medio del juego, por Raquel Sierra | 129
Zaida Capote: “La herencia de otras mujeres”, por Helen Hernández Hormilla | 133
Verónica Acosta: Voluntad a mares, por Raquel Sierra | 138
Omara Portuondo: El amor que se da, por Mariana Ramírez Corría | 141
Ivette Vega Hernández: “El mundo no es más fácil para una mujer”, por Sara Más | 145
Luisa Campuzano: Pasión por la literatura, por Dixie Edith | 150
Eleonora Yuina: Al timón de su vida, por Raquel Sierra | 155
Teresa Lara: Números con sexo, por Dixie Edith | 159
Mercedes Ramírez: Desde el otro lado del lente, por Raquel Sierra | 163
Mariana Ramírez Corría: Mi personaje inolvidable, por Dixie Edith | 167
Elena Joa Miró: Más de medio siglo con el bisturí, por Raquel Sierra | 172
Carolina Aguilar: Recuerdos de “la gacuha”, por Dixie Edith | 176
Nerva Cot: A capa y espada por el protagonismo de la mujer, por Raquel Sierra | 180
Dayma Mayelis Beltrán Guisado: La vida en el tatami, por Maya Pomares | 184
María de los Ángeles Santana: La vedette señora, por Mariana Ramírez Corría | 189
Zeyda Chapman: Abrirse paso en la alta cocina, por Raquel Sierra | 193
María Dolores Ortiz: Al conocimiento se llega perseverando, por Liset García | 197
Isabel Moya Richard: “Creo, sobre todo, en los afectos”, por Sara Más | 201
En primera persona
Mujeres por vocación
Me ha resultado difícil escribir este prólogo. Tal vez porque he sido testigo de los avatares del libro desde su nacimiento hasta las pruebas de impresión. Acaso, porque muchas de
las entrevistadoras son colegas con las que he disfrutado o sufrido los sinsabores de uno de
los oficios más incomprendidos e indispensables en el mundo de hoy: el periodismo desde
la perspectiva de género. Quizás porque me sitúa ante mí misma y, como todo ejercicio de
autorreflexión, es fascinante y temible a la vez. Sin dudas, porque este libro es una provocación.
Desafían estas historias contadas desde estilos diferentes y que se aproximan a vidas tan
disimiles como la de una escritora Premio Cervantes asediada por la soledad y sus fantasmas;
una anónima ama de casa a la que nunca tentó el mundo exterior, pues construyó uno propio; una transexual que se reveló contra sus genes y los prejuicios; una campesina que hizo
del amor su divisa; o una dirigente política que vino desde el sur a continuar una revolución
que en su país había sido secuestrada.
Nos acercamos a formas muy disimiles de ser mujer, generalmente subvirtiendo normas y convenciones, pero también marcadas por estereotipos y culpas. No hay heroínas en
blanco y negro, han sido las protagonistas de su propio destino y llevan las huellas que esa
decisión implica.
No están todas las que son, pero las que están, son. Pudiera señalarse que faltan voces,
experiencias y momentos cruciales de la sociedad cubana, pero las seleccionadas brindan
claves esenciales para entender el proceso de empoderamiento de las cubanas, y también
los espacios en que el patriarcado, muchas veces metamorfoseado, sobrevive. En este volumen se mira la sociedad desde lo personal, y se construye lo social a partir de lo vivencial.
Como un caleidoscopio, en que las figuras fragmentadas se unen para reinventarse continuamente, pudiera asumirse este libro. Cada historia es valiosa en sí misma, pero la articulación entre ellas constituye una aproximación múltiple a la realidad de las cubanas que han
asumido su vida en esta isla del Caribe, en el devenir de la Revolución del primero de enero
de 1959.
Nos encontramos ante entrevistas periodísticas que van conformando, desde lo individual, una historia plural que se detiene en los procesos, los matices y las contradicciones.
Ello constituye un aporte significativo para entender el empoderamiento de las mujeres en
Cuba como un complejo acaecer, donde la voluntad política y la legislación de avanzada
resultan factores indispensables, pero no los únicos.
Una mirada a la historia
La historia marcada por la visión androcéntrica está construida sobre metarrelatos homogenizantes que tienen a las experiencias de la masculinidad hegemónica como brújula.
Por tanto, las voces, los sentires y saberes de las mujeres, apenas aparecen. Alguna guerrera,
una estadista, pueden ser mencionadas, pero como afirma el saber popular “una golondrina
no hace verano”, o como diría la feminista dominicano cubana Camila Henríquez Ureña, el
momento de la mujer llega cuando las excepciones dejan de serlo.
Esta concepción de la historia, que toma lo masculino como centro, niega el espacio a la
subjetividad, considerada como algo femenino y, por tanto, inferior, con poco valor, indigno
de entrar en el santuario de la ciencia.
En primera persona
Sin embargo, el feminismo y el enfoque de género han significado una revolución epistémica tan importante que han subvertido esa concepción del saber, al catalogarla como
construida desde las experiencias y prácticas masculinas, y han reivindicado la subjetividad
como un ámbito que permite acercarnos en toda su complejidad a los seres humanos y a los
procesos sociales en los cuales transcurre su devenir público y privado.
Por ello, en los últimos años han empezado a aparecer libros e investigaciones que rescatan la voz secuestrada de las mujeres y que utilizan la historia de vida como una manera
de reescribir la historia tradicionalmente narrada. Una metodología que presenta de manera
más íntima y con matices, hechos y circunstancias.
Otra vuelta de tuerca
En nuestro país aún son pocos los libros conformados a partir de entrevistas a mujeres
para acercarse a su historia. Por supuesto que se utiliza la entrevista como método de investigación y, a partir de la información obtenida, se formulan reflexiones y especulaciones.
Pero no abunda la compilación de entrevistas en sí mismas, sin valoraciones más allá de
las que las propias preguntas y respuestas presuponen, compendiadas en un volumen para
ofrecer elementos a las lectoras y lectores que permitan establecer juicios propios de valor.
La mayor parte de los volúmenes de entrevistas a cubanas que pretenden, a partir de ellas,
ofrecer una visión de un momento o una etapa, no han sido realizados por investigadoras
de la isla1.
Y he aquí otro de los aportes de En primera persona: es un diálogo entre cubanas que
reconstruyen, a través de las palabras, la vida que fue, la que es y la que se sueña. Pero no
es solo el mérito de estar entre los primeros lo que hace a este texto singular. Resulta igualmente valiosa su contribución a la manera de narrar, pues logra articular una aproximación
antropológica desde la perspectiva de género, con elementos de la narrativa oral y el periodismo. Se disfruta la lectura de estas entrevistas que mezclan historias de vida, testimonio y
espontaneidad periodísticas.
Confieso que, en algunos casos, me quedé con deseos de continuar leyendo, o hubiera
realizado otras preguntas o entablado una polémica. Seguramente a usted le sucederá lo
mismo. Y creo que esa fue una intención de las autoras: sumarnos a la charla, no dejarnos
como simples testigos.
Le invito también a participar de estas conversaciones, acercarse a los sueños y esperanzas de mujeres muy disímiles. Algunas le resultarán más cercanas; muchas, casi familiares;
otras, con más de un momento desgarrador. Todas le pondrán frente al espejo.
Isabel Moya Richard
1
Entre los últimos libros de este corte publicado fuera de Cuba pudiéramos señalar El futuro era nuestro. Ocho cubanas
Meyer. Fondo de Cultura Económica, Universidad Autónoma de México 2007.
narran sus historias de vida de Eugenia
En primera persona
Aida Bahr:
“La buena escritura no tiene sexo”
Yo soy escritora
Por: Helen Hernández Hormilla / Foto: Miguel Rubiera Juzti
Aida Bahr es una de esas mujeres que en Cuba llamamos “de carácter”, de las que saben
sostener con firmeza la mirada y nunca visten de silencio la opinión. Su presencia impone un
respeto profundo; la voz es grave, el verbo inquieto, el pensamiento aguzado e intenso. No
se anda edulcorando sentidos porque prefiere llegar sin reparos al interior de la idea, y con
la misma energía la defiende en cualquier parte, ya sea en la presentación de un libro de la
editorial que dirige, en un panel de escritores o en esta entrevista.
Como narradora contemporánea es ya uno de esos nombres inscritos en la historia de la
literatura cubana. Más de dos décadas de trabajo sostenido componen una obra donde la
prosa de ficción gana casi todo el espacio y las mujeres cubanas, sus conflictos, su cotidiano
enfrentamiento con la realidad social se encuentran sumamente representados. Nació en
Holguín, en 1958, pero es Santiago de Cuba la ciudad que la dio a conocer como creadora, en
la que formó su familia y desde la cual desarrolla un importante trabajo como directora de la
revista SIC de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en esa provincia y de la Editorial Oriente, donde destaca la colección Mariposa, dedicada por entero a los estudios de género. Ha
publicado los libros de cuentos Un gato en la ventana (1984), Ellas de noche (1989), Espejismos
(1998) y Ofelias (Premio de la crítica 2008); además de la novela Las voces y los ecos (2005) y el
ensayo “Rafael Soler, una mirada al hombre” (1995). Escribir desde la mujer, según reconoce,
funciona como una constante que la ha llevado a desmantelar en sus libros varios pilares que
mantienen a la mitad femenina del mundo sujeta a un orden patriarcal.
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¿Cómo fueron recibidos los temas marcadamente femeninos de sus primeros cuentos, en el contexto literario cubano de finales de la década del setenta e inicios de los
ochenta?
Confieso que nunca me he preocupado por el discurso político ni de lo canónico. En mis primeros libros había cuentos ajustados al realismo socialista porque era lo que más se hacía y se
leía, y uno se contamina inevitablemente; pero yo no estaba tratando de escribir sobre ese canon.
Estaba buscando mi propia poética y experimenté con todo lo que quedaba a mi alcance. Es curioso que mis libros han tenido siempre una excelente acogida por parte de los lectores y hasta
de la crítica dentro de Cuba, y recientemente me enviaron un criterio publicado sobre mi obra
en Internet, donde se decía que mis cuentos demostraban el fracaso de la revolución cubana en
obtener la igualdad de la mujer. Vale decir que no importa lo que te propongas, siempre tu obra
es manipulable. Pero yo no intento sostener una posición política con mis cuentos (o novelas), yo
tengo una posición política como persona que se refleja, obligatoriamente, en lo que escribo. Tal
vez tuve suerte, simplemente.
¿Alguna vez se sintió discriminada en el mundo literario por ser mujer?
Nunca. El ser mujer no funcionó en forma negativa, todo lo contrario. Mi primer libro de
cuentos, Hay un gato en la ventana, me fue solicitado por Letras Cubanas, precisamente, porque
alguien del jurado del David (al cual lo había mandado y no ganó) les mencionó que eran cuentos sobre mujeres. Lo mismo sucedió con Ellas, de noche y Espejismos. No puedo decir que mi
experiencia personal indique que no había discriminación hacia las mujeres, algo que sí sintieron
otras escritoras. En muchas antologías del cuento cubano en la revolución figuro junto a Dora
Alonso y Mirta Yáñez como “representantes femeninas” y estoy segura de que debían haberse
incluido otras autoras, como María Elena Llana, por solo poner un ejemplo; pero lo cierto es que
nunca me he sentido discriminada.
Algunos críticos cubanos sostienen que la narrativa femenina de los años ochenta
mostraba una imagen victimizada de las mujeres cubanas. Como escritora de esta etapa, ¿le parece acertada dicha aseveración?
Para afirmar que esa tendencia es cierta o no, tendría que haber indagado sobre eso, y no lo
he hecho. Haciendo memoria de los libros publicados por mujeres en los ochenta, pudiera decir
que sí, que algunos cuentos de La Habana es una ciudad bien grande, de Mirta Yáñez, o del
libro de Chely Lima cuyo título tenía algo que ver con la lluvia1, y otros de Juega la dama, de
Dora Alonso (que recoge todos sus libros) mostraban esa imagen de la mujer. Pero dentro de esos
mismos libros, y en La hora de los mameyes, de la propia Mirta, o en Adolesciendo de Verónica
Pérez Kónina, y en cuentos de Ana Luz García Calzada también se mostraban otras visiones de
la mujer. A inicios de los noventa hice un breve estudio sobre la figura de la madre dentro de la
cuentística femenina cubana (porque tenía que llevar una ponencia sobre el tema a un evento
internacional), y una de las cosas que me sorprendió era la imagen negativa que aparecía de la
madre y la abuela; había muchas más relaciones conflictivas entre las distintas generaciones de
mujeres que relaciones de identificación. No creo que se pudiera haber mostrado a la mujer como
equivalente al hombre porque no lo era (tampoco ahora lo es), pero no me parece que apareció
siempre como víctima. Los críticos también son lectores y, en su lectura, construyen el texto. Yo
no veo a mis personajes como mujeres fracasadas; sin embargo, mis cuentos suelen basarse en
conflictos dramáticos donde ellas salen “derrotadas” con frecuencia. Debe ser porque estoy convencida de que se aprende más de las derrotas que de los triunfos, y a mí me interesa, por sobre
todo, el ser humano.
¿Cuáles cree que sean los principales prejuicios y estereotipos que afectan a las cubanas?
Son muchos y, en realidad, es uno solo. La mujer es un ser biológicamente distinto del hombre, y eso es algo irreversible (un hombre puede suprimirse el pene, y hasta construirse una vagi1
Chely Lima: Monólogo con lluvia, UNEAC, La Habana, 1983.
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na, pero no injertarse ovarios, útero… y procrear, y tampoco es posible el caso contrario). Pero el
resultado de esa distinción es que, para la mayoría de los hombres (y de las mujeres), la diferencia
implica una valorización de un aspecto específico de la mujer y una desvalorización del resto. Y
eso es un condicionamiento social que viene desde el fin del matriarcado, por lo que no es fácil suprimirlo. Se desconfía en lo laboral de las mujeres porque “se complican”, es decir: paren, se les enferman los niños, se ponen histéricas durante la menopausia; el machismo que permea nuestra
sociedad impide que los hombres se sientan cómodos asumiendo tareas consideradas tradicionalmente como femeninas y, en sentido general, un poco se asume que, como en la mayor parte
de las especies del mundo animal al cual pertenecemos, a la hembra le corresponde un segundo
lugar. Pero, al mismo tiempo, se acostumbra a exagerar mucho sobre todo esto. En mi familia, las
mujeres llevaron siempre la voz cantante: mi abuela botó a mi abuelo de la casa en 1927 y crió
sola a seis hijos y tres hermanos; mi madre fue siempre la consejera y eje de toda su familia, incluidos hermanos, sobrinos y sobrinas; su salario fue siempre el principal en mi casa. Yo tuve mucha
suerte porque me casé con un hombre excepcional por su inteligencia y su sensibilidad, pero, de
no haberme encontrado con él, tampoco me hubiera convertido en una ama de casa, nunca habría aceptado compartir mi vida con alguien que no reconociera mi condición de escritora, que
no me apoyara en mi realización profesional. No estoy negando la discriminación de la mujer,
sólo afirmo que en ella tiene un gran peso la autodiscriminación. A lo largo de mi carrera laboral
tuve jefes que desconfiaron de mis posibilidades, y algunos que me supusieron frágil; a todos los
convencí de lo contrario. En una ocasión no pude acceder a un puesto de trabajo porque querían
a un hombre, ya que el cargo exigía disponibilidad permanente, y me ha ocurrido que colegas
escritores me han dicho, comentándome un cuento, que “parece escrito por un hombre”. Las dos
cosas me han hecho reír, a la larga. Muchos años después, vinieron a ofrecerme el mismo cargo al
que antes aspiré y ya no lo quise, y si no les he hecho el cumplido a otros escritores de decirles que
“escriben como una mujer” se debe a que, para mí, la buena escritura no tiene sexo.
¿Qué han ganado y qué les falta a las mujeres cubanas en 50 años de Revolución?
Ganamos leyes que nos protegen y todo lo que han ganado los hombres en cuanto al acceso
gratuito a la salud y la educación, al disfrute de la cultura y el deporte, etc., etc. Nos faltan ventajas propias de una sociedad económicamente más desarrollada que la nuestra, donde la vida
doméstica se simplifica. Nos falta liberarnos de esquemas mentales que nos hacen mucho daño,
más todo lo que también les falta a los hombres.
El hecho de que sus protagonistas sean mujeres ¿responde a una necesidad explícita de reflejar en la literatura los dilemas de la mujer?
Escribo desde la mujer porque soy mujer. No pretendo denunciar nada, simplemente contar
historias.
¿Cuáles son las mujeres a las que le interesa dar voz en su obra?
Cualquiera que protagonice un conflicto interesante.
Es usted de las pocas autoras cubanas que no duda en considerarse feminista. ¿Cuál
es, para usted, el significado de esta palabra?
Persona que considera que las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer no imponen
diferencias en cuanto a su valor en la sociedad.
¿Por qué piensa que en Cuba su uso esté tan estigmatizado, al extremo de que algunas autoras, cuyas obras defienden presupuestos a favor de la liberación femenina,
lleguen a rechazarla?
Porque se entiende como correlativa de machismo. Si alguien me habla del feminismo como
la discriminación al hombre, yo también lo rechazo.
¿Qué representa para usted ser mujer?
Me resulta difícil responder esto. Me encanta ser mujer, pero no se trata de escoger entre dos
posibilidades. Me gusta el hecho de que puedo hacer prácticamente lo mismo que el hombre en
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el nivel social y, además, he tenido experiencias que el hombre no puede compartir; francamente,
no deseo volver a parir, pero sí añoro amamantar a mis hijos; creo que hay pocos placeres que se
le comparen a ese contacto tan íntimo y entrañable. Cuando era niña y adolescente, compadecía
a los varones porque se veían expuestos a la violencia y tenían muchas veces que reprimir sus sentimientos, para no ser víctimas de la burla. Creo que es tan difícil ser hombre como ser mujer, es
difícil ser una buena persona: hay que luchar contra los estereotipos, contra los prejuicios, contra
los propios defectos, a veces incluso contra los sentimientos.
¿Y ser una mujer diferente, transgresora?
Ser diferente, transgresor, siempre implica peligros, se trate de un hombre o una mujer. Si uno
va a asumir esos peligros, debe ser por algo que valga la pena. Yo siempre procuré ser yo misma,
nunca rompí tabúes por el gusto de romperlos, nunca respeté normas que considerara absurdas.
Siempre he encontrado aliados con esa filosofía.
¿Piensa que exista una manera femenina de escribir?
No me lo planteo. Escribo. Sí creo que hay marcas, rasgos, que identifican la literatura escrita
por mujeres, como los hay que identifican la literatura escrita por cubanos, a diferencia de los de
otras nacionalidades. Es una cuestión de identidad.
¿Cuáles son los conflictos que asume una mujer que privilegia a su familia, pero
ha decidido dedicarse a la literatura, una ocupación que exige tanto tiempo y entrega
diarios?
Ya he dicho muchas veces que no soy una buena ama de casa, al menos de acuerdo al standard tradicional. Soy buena cocinera y trato de que haya un orden mínimo, pero resuelvo las
tareas de limpieza y lavado de ropa el fin de semana, como la mayoría de las mujeres. La editorial
me consume la mayor parte del tiempo (y dentro de ella va incluida la revista, aunque quisiera
dedicarle más tiempo del que puedo, en especial, que bien lo necesita) y el resto se comparte entre
mi familia y la escritura. Por lo general escribo en vacaciones (hice un guión de cine y mi segundo libro de cuentos durante mis licencias de maternidad), o en momentos en que los deseos de
escribir ya no permiten funcionar en otras cosas. Nunca he podido escribir diariamente, excepto
en 1993, en que mi tema de investigación era la cuentística de Rafael Soler y yo tenía todos los
materiales para trabajar en mi casa, de modo que me di el lujo de escribir sistemáticamente una
novela (que después terminó convertida en cuento). Pero ese fue un año excepcional. Normalmente, lo que quiero escribir ocupa mi cerebro en todos los momentos posibles (caminando al
trabajo o a la casa, mientras friego o cocino, al acostarme…) y llega un día en que ya no puedo
más y dejo de hacer algo para sentarme ante la máquina (de escribir o, más recientemente, la
computadora), y así han ido saliendo las cosas. En vacaciones sí me hago un programa: los días
que dedico a limpiar y organizar la casa, y el resto para escribir y leer.
¿Seguirán inquietándole los temas femeninos?
Yo no creo en los temas femeninos. Me seguirán inquietando historias que les suceden a mujeres y que involucran a los hombres.
¿Cuál es la cualidad que más admira de las personas?
La honestidad, en su sentido más amplio, que implica también la sinceridad.
¿Y de sí misma? ¿Pudiera Aida Bahr describirse?
No encuentro razones para hacerlo. Lo importante no es cómo me veo yo, sino cómo me ven
los demás.
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Ángela Corvea:
Soñar en mayúsculas
Yo soy bióloga
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Nunca deja de soñar, pero tampoco se sienta a esperar que sus sueños se realicen solos.
Sale a buscarlos, toca puertas, llama y repite la llamada, sugiere y, en más de un caso, de tanta
pasión, convence y encuentra oídos receptivos, que se convierten en apoyo.
Ángela Corvea, bióloga marina de 59 años, es una enamorada de la casa común de más
de 6.000 millones de personas que es el planeta Tierra. Por eso le duelen tanto los daños que
cada día se le ocasionan. Pero más aún, trata de hacer ver con sus mensajes que cada uno,
por muy pequeño que sea, puede contribuir a detener el deterioro ambiental.
Ni se sabe de dónde le viene la fuerza de voluntad, pero nada la detiene. Es tal vez su
amor por el mar, desde la niñez, que puede verse como un punto de partida para todo lo
que vive y hace. Así llegó a convertirse en bióloga marina, divulgadora científica y activista
ambiental.
“Nací cerca del mar. De niña, mi padre me llevaba a la playa todos los días; creo que
desde entonces estaba definido mi futuro. Niña al fin, llevaba al Centro de Investigaciones
Pesqueras, cercano a la casa, las especies que yo decía haber descubierto, y los especialistas
las aceptaban para no frenar mi imaginación”, recuerda.
Cuando cursaba el preuniversitario, llegó a la escuela un buzo del Instituto de Oceanología buscando alumnos que quisieran convertirse en técnicos en esa especialidad. “Creo que
mi mano se alzó sola”, confiesa.
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En primera persona
Se veía montada sobre un barco, lista para saltar al agua a la caza de hallazgos. Su primera incursión marina fue en la embarcación Xiphias —nombre científico de un pez—, en una
experiencia que reafirmó su vocación.
Lo que ella es hoy no le cayó del cielo, lo forjó con empeño. Trabajando como técnica,
hizo estudios superiores de Biología marina y se convirtió en investigadora del Instituto de
Oceanología, del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba. En esos años,
reportó la presencia en aguas cubanas de una especie rara de holoturia —pepino de mar—,
en una inmersión a 27 metros de profundidad.
Carrera de obstáculos
La vida le ha puesto zancadillas, pero ella no se amilana; con Ángela no hay espacio ni
tiempo para la rendición.
El nacimiento de su segunda hija, Elisa, en 1984, cambió su vida. A los seis meses, los
médicos le diagnosticaron a la niña una lesión estática del sistema nervioso central. Para que
Ángela trabajara, alguien debía cuidarla siempre.
“En el instituto me propusieron una plaza de divulgadora, sin categoría científica y menos salario. Empezó a cambiar mi visión del mar, ya no se trataba de investigar y publicar los
resultados en revistas para especialistas”. Aprendió a traducir temas científicos sobre biología, física y geología, los grandes asuntos de la oceanología, a un lenguaje que pudieran
entender los neófitos. Comenzó a dar charlas, a relacionarse con periodistas y personas atraídas por la ciencia.
“Me interesaba divulgar las bondades del mar para que la gente entendiera por qué era
importante investigarlo”. Pero, cuando pensaba que había encontrado su mundo, la vida se
encargó de demostrarle que sólo había transitado una parte del camino.
En 1996 se acercaron al instituto estudiantes y personas de la tercera edad, en busca de
información sobre el tema marino. Le propusieron entonces crear un círculo de interés y Ángela, que creía “que no tenía un cromosoma de maestra”, se sorprendió a sí misma ofreciendo
conferencias y excursiones. Aunque al principio hubo reticencias, los investigadores se fueron involucrando en el proyecto, que les demostró lo descabellado de ponerse barreras sin
antes hacer un intento.
Cuando Elisa cumplió 18 años, demandaba atención constante de su mamá. Con 53 años,
dos antes de lo previsto entonces para la edad del retiro de las mujeres en Cuba, a Ángela se
le concedió la jubilación extraordinaria. “Después de algunos meses, surgió una disyuntiva:
¿quedarme en casa o emprender algo desde allí? Me decidí por lo último, convencida de que
se podían acometer acciones para cambiar la forma de pensar sobre el mar y el entorno”.
Como, desde 1999, coordinaba en el Instituto de Oceanología la campaña internacional “A
limpiar el mundo, salva tu pedacito”, decidió trasladar el comité organizador para el municipio de Playa.
En 2003, una nueva idea surgió de su inquieta cabeza: formar un taller de transformación
del barrio. Es entonces que aparece el personaje Acualina. “Acua viene de agua y lina, de
corales; me pareció un nombre perfecto”, dice Corvea, quien también utilizó el nombre de su
signo zodiacal, Acuario.
La historia de Acualina tiene mucho que ver con la vida de Ángela. “No podemos detener el derretimiento de los glaciares, ni revertir el calentamiento global, pero con pequeñas acciones sí contribuiríamos a proteger la casa común de seis mil millones de personas”,
dice la creadora del proyecto. Lo que concibió como un modesto logotipo, ha crecido como
una bola de nieve y se ha convertido en un personaje que ha despertado la sensibilidad en
muchas personas. Según dice, los niños y niñas de hoy tendrán que enfrentar los cambios
En primera persona
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climáticos y sociales de mañana. Hay que prepararlos para mitigar el impacto y adaptarse a
un mundo nuevo.
Para ayudarlos a adentrarse en ese universo de biodiversidad en peligro, de amenazas de
tsunamis, ruidos y un cambio climático que llama a la adopción de medidas urgentes, surgieron los minilibros Acualina 1 y Acualina 2, y anda en camino un nuevo volumen. La página
web, en reestructuración, dará mayor alcance a los mensajes.
Pese a que los recursos financieros son casi siempre escasos, consigue apoyos de personas o instituciones que han visto cómo los mensajes televisivos de la musa defensora del
entorno hacen que niños y niñas levanten la mirada de los juegos y escuchen, atentamente,
una voz suave que enseña conceptos que podrán acompañarlos toda la vida.
Puede ser una pegatina, una caja de fósforos, un plegable pequeño, un almanaque del
año —en colores o a solo dos tonos—, y hasta una tarjeta telefónica, lo importante es que el
mensaje se difunda, sobre todo entre los más chicos de la familia, que son como “esponjas
que lo captan todo”.
Tanto como los mensajes impresos, enseña con su conducta personal. En las jornadas de
limpieza que organiza, se le ve junto a escolares, adolescentes y adultos limpiando la costa,
colmada de latas, cartones y bolsas de polietileno. Le pone a todo cuerpo y alma.
Ser mujer y no morir en el intento
Corvea recibió en 2001 el Gran Premio Internacional de Medio Ambiente Marino y Subacuático que otorga el Comité Científico de la Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas (CMAS) y, en 2002, el Premio Coral Polip a la mejor educadora ambiental de ese
año, otorgado por la Organización Conservacionista de Key West (Reef Relief ), en Estados
Unidos.
Por suerte, ser mujer no le impidió llegar a donde está. “En mis años de juventud y los que
dediqué a la investigación científica, realmente, ni me percaté de si había alguna diferencia
entre hombres y mujeres: hice todo lo que quise hacer, como bucear, viajes de colecta en
barcos, numerosos días separada de la familia.
“Ya como educadora ambiental, sí me hace feliz ser mujer, pues esa dedicación la vuelco
sobre las personas, especialmente la infancia, para sensibilizar en la preservación del medio
ambiente. Pienso que el hecho de ser una mujer informada y apasionada con esta temática
me facilita mucho más los canales de comunicación con el público”.
Para Corvea, el principal obstáculo a superar por casi todas las mujeres de nuestras sociedades latinas es vivir aún en el patriarcado. Cualquier logro, resultado o premio alcanzados
en el trabajo de una mujer debería ser reconocido doblemente, pues, en la mayoría de los
casos, debe compartir las tareas del hogar con su desempeño profesional.
Ángela opina que “tener que convivir con las incomprensiones de esposos e hijos, que
preferirían que nos dedicáramos a ser perfectas amas de casa, es uno de los principales obstáculos y retos que enfrentamos hoy día las mujeres. “Casi siempre, las que amamos apasionadamente nuestra profesión padecemos más este problema, pues queremos dar lo mejor
y nos sentimos en ocasiones frustradas, agotadas y con sentimientos de culpa porque no nos
alcanza el tiempo para quedar bien con todo y con todos”, comenta.
“Por ser mujer y estar sobrecargadas de trabajo, cada triunfo o resultado se disfruta aún
más, porque en lo más hondo sabemos cuánto nos ha costado llegar a donde queremos,
para poder lograr nuestras metas”, opina.
En el caso de Ángela, una mujer de pequeña estatura , pero un corazón y una voluntad de
gigante, hay un detalle más: “cada pequeño éxito que obtengo lo dedico a mis hijos, princi-
16
En primera persona
palmente a Elisa, que por su discapacidad no puede comprenderlos y compartirlos conmigo;
pero justamente ella representa un gran estímulo para continuar”.
Así sigue, soñando con que “pintores, músicos y otros artistas e intelectuales dediquen
conciertos y exposiciones al planeta, y que en los escenarios de gran afluencia de público se
hable de qué debemos hacer con suma urgencia para salvarlo”.
En primera persona
17
María Isabel Díaz:
Una chica Almodóvar
Yo soy actriz
Por : Dalia Acosta / Foto: Cortesía de la entrevistada
Ella barría el piso, cambiaba ceniceros, seguía con la mirada ansiosa los platos de comida,
iba creando el caos. Cuando las luces se apagaban y sonaba la música, María Isabel Díaz aparecía en el escenario y cantaba “yo quiero ser una chica Almodóvar…” El espectáculo había
sido preparado por ella misma, tras su llegada a España, en 1996, y durante mucho tiempo lo
adaptó para “bares y cantinas”. Con el vestido de 15 de su hermana, cantaba aquella canción
que había repetido tantas veces frente a su espejo en La Habana y, al final, le daba la espalda
al público. Entonces, bajo el vestido brillante que apenas le servía, se veía su pobre traje de
camarera.
Trabajar con Pedro Almodóvar, el director de películas “entrañables” como Mujeres al
borde de un ataque de nervios, Átame o Todo sobre mi madre, ni siquiera parecía una opción
cuando viajó a Barcelona para unas presentaciones teatrales y decidió quedarse por un tiempo, confesó 10 años después en una conversación totalmente informal, en su apartamento
habanero, por los días en que llegó a la capital de Cuba para la presentación de la película
Volver (Pedro Almodóvar, 2006), en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.
Graduada del Instituto Superior de Arte de Cuba (ISA), María Isabel Díaz tendría 16 años
cuando empezó a actuar en el grupo de teatro del preuniversitario habanero “Antonio Guiteras”. Unos años después, aún siendo estudiante del ISA, fue llamada por el cineasta Orlando
Rojas para el papel protagónico de la película Una novia para David (1985). Al personaje tan
querido de “la gorda” siguieron otras experiencias televisivas y cinematográficas en su país
En primera persona
18
natal, hasta un día en que comprendió que necesitaba “volar un poco” y “vivir una experiencia nueva”.
¿Cómo es que llegas a Barcelona?
Me fui al Maratón del espectáculo, una especie de escaparate teatral. La gente va, hace un espectáculo de 10 minutos como máximo y hay distribuidores, programadores que te contratan si
el espectáculo funciona. Me inventé una cosita de última hora y cuando terminé el público empezó a dar patadas en el piso. Pensé “ay, Dios mío, me quieren pisotear”. Todo lo contrario. Cuando
salí, me dijeron que era lo máximo, que cuando algo les gusta, aplauden; pero si les gusta mucho,
patean en el suelo. Esa era la forma de demostrar cuánto les había gustado. Sin embargo, de allí
no salió nada. Me fui a una semana de cine cubano en Mallorca y, cuando ya podía regresar a
Cuba, decidí que quería conocer mejor Barcelona y hacer algo que puede parecer tan superficial
como ver la nieve. Y así me fui quedando. No soy de las personas que puedan decir “me quedé
en España”, porque no es una decisión tomada ni que necesite tomar: vivo allí ahora, nada más.
Pero, en aquel primer momento, de todo lo que pensaba que podía hacer, no pude hacer nada.
O sea, ¿vinieron tiempos duros?
No tenía dinero, me sentía como una mochilera —como les dicen a las personas que viajan
con su mochila, se van con su saco de dormir a cualquier lugar y viven así por el mundo—, aunque lo que tenía era una maleta. Tenía una maleta, pero vivía esa misma sensación. Sin embargo,
nunca me faltaron los amigos: siempre tuve techo, comida y afecto.
Estuve cinco años y medio en Barcelona, haciendo cualquier tipo de trabajo, porque ya yo lo
que quería era probar en serio esa vida que uno desconoce. Yo desconocía cómo es la vida fuera
de Cuba; había viajado a algún que otro festival de cine, pero siempre de actriz…vivir es otra
cosa. Me olvidé hasta de lo que era. La gente me preguntaba y yo decía: “soy graduada del ISA”,
pero me costaba mucho decir: “soy actriz”. Estaba viviendo tan lejos de mi mundo que era como
un chiste. Hice de todo. Trabajé en restaurantes, cuidé niños, fui camarera en un hotel. Y eso que
yo tuve papeles enseguida en España, pero ni con residencia encontraba trabajo y mucho menos
en mi profesión.
¿Eras, como se dice, una emigrante en toda regla?
Exacto. En Barcelona, además, cuando hablaba el catalán con este acento mío, me miraban
con cara de “¿y esta de dónde salió?” Hasta conseguir un piso se hacía difícil: cuando me sentían
el acento, me decían “lo siento, sólo para españoles”. Y yo pensaba “ay, mi madre, qué duro va a
ser esto”, pero insistía. Todavía no puedo explicar por qué no volví entonces; será por cabezona. Ni
siquiera pensaba que la vida iba a mejorar, pero me decía: “no me puedo ir”, “todavía no”, “déjame
vencer este capítulo”. Siempre veía mi vida por capítulos: “deja que termine este capítulo a ver qué
pasa en el que viene”.
Así iban las cosas, hasta que unos amigos me metieron por los ojos a su representante y ese
hombre me abrió las puertas de España. Dos meses después de conocerlo, estaba en Madrid con
un personaje fijo en una telenovela.
Y, si Barcelona era tan difícil, ¿por qué no habías optado antes por Madrid?
No quería irme a Madrid porque me parecía una ciudad muy grande, desproporcionada, inhumana. Me equivoqué totalmente. Madrid es entrañable, caótica, muy habanera.
No quería vivir en una ciudad sin mar y, de pronto, veía el Malecón desde el Paseo del Prado.
Bajaba por Huertas, una calle muy bohemia y llena de bares, hacia mi casa, y allá abajo, al final,
veía el Malecón y el mar. Y no era un mar cualquiera —no era el de Barcelona, donde siempre
pensaba: “no huele”—, era mi mar. Me inventé mi mar en Madrid y eso me daba tremenda alegría. Ahí me empezó a cambiar la vida.
Después de aquella primera serie para la televisión, hice otras y volví al cine con un personaje
pequeñísimo en la película Piedras (Ramón Salazar, 2002). Hice de una prostituta que cantaba en
En primera persona
francés “La vida en rosa” y, a partir de ahí, empecé a interpretar una cantidad de prostitutas
increíble: putas apaleadas, robadas, informantes, pero todas putas. ¿Tú sabes lo que pasa? En
España aún no se dan cuenta del papel real de
la emigración: un personaje inmigrante siempre es criada, prostituta o mujer pobre; nunca
un intelectual o un médico.
De alguna manera, ese también es el
papel que haces en Volver, aunque con una
historia muy cercana a la protagonista de
la película. ¿Qué significó para ti?
Era algo que yo quería que pasara, pero
nunca esperé que pasara. Jamás. Y todo esto
de “yo quiero ser una chica Almodóvar” venía
de atrás, no de cuando llegué a España, sino
de mucho antes. Lo hacía frente al espejo de
mi casa. Iba a una fiesta, me subía la saya, me
encaramaba en una mesa y cantaba una versión criolla de la canción. O iba caminando por
la calle y me imaginaba que me lo encontraba.
Pero era como cuando eras niña y juegas a ser
la maestra del aula. Era lo mismo. Lo vivía sin
pensar que eso fuera a suceder alguna vez.
¿Y la película?
Cuando vi Volver me pareció tan buena que
era como si yo no hubiera trabajado en ella. La
historia me gustó tanto, como estaba contada.
Hace 25 años que mi mamá murió, pero para mí
fue ayer; siempre la tengo tan presente y sé que
esa película me la mandó ella, estoy segura.
19
Filmografía
1985: Una novia para David
(Dir. Orlando Rojas, Cuba)
1989: Papeles secundarios
(Dir. Orlando Rojas, Cuba)
La vida en rosa
(Dir. Rolando Díaz, Cuba)
1990: Hello Hemingway
(Dir. Fernando Pérez, Cuba)
1993: El plano
(Dir. Julio García Espinosa, Cuba)
1995: Melodrama
(Dir. Rolando Díaz, Cuba)
1996: Calor... y celos
(Dir. Javier Rebollo, España)
1997: Cosas que dejé en La Habana
(Dir. Manuel Gutiérrez Aragón,
España)
1998: Hasta la victoria siempre
(Dir. Juan Carlos Dezanso,
Argentina)
2001: Las noches de Constantinopla
(Dir. Orlando Rojas, Cuba)
2002: Piedras
(Dir. Ramón Salazar, España)
2005: Un rey en La Habana
(Dir. Alexis Valdés, España)
2006: Locos por el sexo
(Dir. Javier Rebollo, España)
Volver (Dir. Pedro Almodóvar,
España)
2008: Radio Love
(Dir. Leonardo Armas, España)
Tengo una distancia con la película, como si
nunca hubiera trabajado ahí, porque me siento
muy espectadora. Me siento como cuando uno
ve una película y piensa “yo quiero que eso me
pase a mí”. Así mismo. Y, de alguna manera, esa
La Mala (Dir. Pedro Pérez Rosado,
madre que regresa es mi mamá, que está por
España-Puerto Rico)
algún lado. Es lo que yo hubiera querido. Cuando yo leí ese guión, era como si esa historia me
saliera del corazón. Puede ser un poco místico, pero no lo puedo evitar. Para mí tiene una importancia doble: haber trabajado en ella y, todavía más, haberla podido ver.
¿Qué puede esperarse de María Isabel Díaz después de Volver?
Quisiera trabajar mucho en España, porque es un capítulo que todavía no he cerrado, pero
está a punto de cerrarse…puede ser dentro de cinco, 10 años, no sé. Todavía debo enfrentarme a
otras experiencias. Así como los años duros de Barcelona me prepararon, me hicieron comprender la vida de otra manera, ahora me toca conocer, entrar, dar los primeros pasos en mi medio.
Me toca vivir algo que no sé aún qué es, pero para poderlo vivir tengo que trabajar. Y, cuando ese
período pase, pues a lo mejor quisiera hacer algo en América Latina, que me parece otra historia
En primera persona
20
totalmente distinta. Mi perspectiva más inmediata, de ahora mismo: trabajar, trabajar y seguir
conociendo ese medio allí, donde me falta muchísimo por conocer.
¿Queda algo aún de aquella muchacha que fundó el grupo de teatro de su preuniversitario, pasó airosa las pruebas del ISA y, aún sin graduarse, ya era la protagonista
de una película cubana?
Yo todavía me siento como en el pre. Hay veces que doy brincos y todo cuando me doy cuenta
de que tengo una reacción madura o me sorprendo diciendo: “mira cómo pienso…qué madura
estoy”. Más o menos soy la misma, no debo estar igualita, pero sigo queriendo de la misma manera, que es lo que yo creo que una no debe cambiar. Claro, si quieres bien. Si quieres mal, tendrías
que cambiar. Yo pienso que quiero bien y eso me gustaría que siguiera siendo así.
No he hecho demasiadas concesiones en mi vida; alguna he hecho, pero nunca he llegado a
vender mi alma al diablo por nada, y eso me da tranquilidad. Son las cosas a las que una aspira
cuando está jovencita, pura y limpia.
Soy menos soñadora, bastante menos soñadora. Eso ha cambiado en mí y yo diría que mucho. Si todavía lo soy un poquito, es porque antes era demasiado. Y es algo que me duele mucho
perder, pero es como si la espiritualidad la hubiera encauzado por otros lugares. Me horroriza lo
que pasa en el mundo, no puedo ver un noticiero sin llorar o sin que se me salte la comida de la
boca, porque siempre como a la hora de las noticias. Todo lo que está pasando es tan fuerte que
siento como si mi sensibilidad se hubiera cambiado de lugar.
¿Sueños?
No creo. Deseos, muchos. Pero eso de soñar despierta que estoy en un escenario…eso ya no
lo tengo. ¡Qué pena! Pero así es.
En primera persona
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Carmen Rosa Montano:
Ciclón que caza ciclón
Yo soy meteoróloga
Por: Dixie Edith / Foto: Martha Vecino
Los ojos de Carmen Rosa Montano no se despegan de la computadora portátil, montada,
a modo de puesto de mando improvisado, en la sala de su casa. “Desvíate, desvíate…”, intenta convencer al ciclón que le enfila el ojo desde la pantalla. Mientras, también en silencio,
cuenta los minutos para desconectar la olla eléctrica donde se cuece lo que será comida de
reserva familiar para los próximos días, hasta que el meteoro la deje volver a casa.
La escena se repite, quizás con pequeñas variaciones, con cada huracán que se acerca a
la isla caribeña. Esta mujer, meteoróloga y apasionada cazahuracanes, terminó siendo, por
azares de la vida y gracias a su preparación, la única cubana directora de un Centro Meteorológico provincial. Para colmo, le tocó nada más y nada menos que el de la provincia de Pinar
del Río, territorio donde con más frecuencia tocan tierra los meteoros tropicales. “Es difícil…”,
reflexiona.
Acomodar aspiraciones profesionales y responsabilidades domésticas fue para ella una
necesidad temprana. Desde su época de estudiante universitaria, en la antigua Unión Soviética, las estrategias de Carmen Rosa y su esposo, para que no se les quedara nada sin hacer,
sembraron los cimientos para que hoy pueda batallar con los huracanes sin que otro tipo de
meteoro asalte su vida.
Ella había pedido la especialidad de Meteorología en primera opción y, tras un año inicial
de preparación preliminar en la central provincia de Villa Clara, se fue a estudiar al Instituto
de Hidrometeorología del Mar Negro, en Odesa. “Allí me formé como meteoróloga y especia-
En primera persona
22
lista en sinóptica, que es la especialidad de los pronosticadores del tiempo”, precisa. Como
estudiante, en Cuba, conoció al que hoy es su esposo, y en segundo año de la carrera, en
sus primeras vacaciones, decidieron casarse. “Regresamos a Odesa como un matrimonio e
hicimos una vida familiar.
En el penúltimo año de la carrera, de forma inesperada, quedó embarazada. “Habíamos
tratado de evitarlo; sabíamos las responsabilidades que implicaba tener un hijo y nos habíamos comprometido a terminar los estudios”, dice mientras recuerda aquellas difíciles circunstancias de ocuparse de un bebé, a la par de estudiar lejos de la casa y sin posibilidad de
recibir ayuda de la familia. “Pero vino el niño y decidí tenerlo, aun cuando sabía que tendría
que esforzarme el doble. Fue mi elección y mi esposo me apoyó“. El bebé vivió en Odesa alrededor de año y medio y fue quizás en esa época cuando la pareja sembró las bases de una
estrecha cooperación familiar que la ha acompañado toda la vida.
¿Ambos estudiaban y compartían los tiempos para cuidar al bebé?
Una casualidad nos ayudó durante toda esa etapa: yo comenzaba mis clases en horas de la
tarde y mi esposo, por su parte, las recibía en la mañana; en las tardes le tocaban los laboratorios
y otras materias que podía ir ajustando y recuperar, incluso, en las noches.
Entonces comencé a extraerme la leche materna para no dejar de dar de lactar al niño, y mi
esposo se la tibiaba, de acuerdo con una recomendación que nos hizo el médico en aquel momento. Paralelamente, lo alimentábamos con frutas hasta que yo regresaba.
¿Cómo te las arreglabas para estudiar?
Mis compañeras escribían con papel carbón las conferencias a las que yo no podía asistir. Yo
las estudiaba y después me evaluaba. Así pude terminar mi cuarto año y defender, incluso, una
especie de curso de maestría que se hacía allí, con tesis y todo. Cuando estuve de vacaciones en
Cuba, había recopilado los datos y trabajé sobre la ciclonología tropical.
Después vinieron las prácticas en el Instituto del Mar Negro, también con el niño pequeño.
Todos esos fueron retos y desafíos. Nosotros dos cuidábamos al niño. Nunca se lo di a nadie a cuidar porque mis compañeras eran muy jóvenes y yo tenía miedo de que le pasara algo al pequeño.
Asumimos aquello con tremenda responsabilidad. Tenía entonces 22 años.
¿Qué hiciste cuando regresaste a Cuba? ¿Cómo terminaste dirigiendo el Centro Meteorológico de Pinar del Río?
A finales del quinto año de estudios volví con el niño y mi carrera vencida. Comencé a trabajar
en el Centro Meteorológico Provincial de Pinar del Río, en el departamento de Pronósticos; luego,
por problemas de vivienda, me fui a Matanzas, de donde es mi esposo, pero no resultó. Trabajé
en el Instituto de Matanzas durante siete meses y después decidimos regresar a Pinar del Río, de
donde no me he movido más.
Aquí fui jefa de sistemas básicos asociados a la meteorología, del departamento de Pronósticos y luego pasé a ser la directora del centro. Estamos en un proceso de remodelación, en proyectos de superación y desarrollo. Yo estoy preparando mi doctorado. Nunca he tenido conflictos
por ser mujer en el centro, aunque las responsabilidades de la maternidad han marcado mi desempeño profesional desde que estudiaba. Por supuesto, tengo apoyo familiar y el de mi equipo
de trabajo, que nunca me ha dejado sola.
Carmen tuvo dos hijos más después que regresó de Odesa y ya es abuela de un nieto de
meses, nacido de ese hijo mayor que decidió tener cuando era estudiante. Entre la montaña
de argumentos con los cuales explica las razones de sus arreglos cotidianos, dos se convierten en regla: voluntad personal y apoyo familiar.
“Mi esposo también es un profesional y un dirigente, es decano de una facultad en la Universidad de Pinar del Río y tiene responsabilidades con sus estudiantes cuando se acerca un
En primera persona
23
huracán u otra contingencia meteorológica: tiene que evacuarlos, movilizarse. Pero siempre
he contado con su apoyo”, explica.
Cuando él también se ausenta, recurren a otros arreglos familiares que garanticen “la
retaguardia”. Así ocurrió entre septiembre y octubre de 2002, cuando dos meteoros pasaron
por Cuba con una diferencia de menos de 15 días. El esposo no estaba en casa, cumplía una
misión fuera de la isla, y la familia de esta meteoróloga tuvo que reordenar su cotidianeidad.
“Estaba con mis tres hijos y mis padres, ya viejitos y enfermos, pero nos pudimos organizar. En mi familia, cada uno ha tenido que tomar una responsabilidad específica. Todos reconocen la importancia de mi trabajo y saben que no lo puedo abandonar en los momentos
difíciles”, precisa.
“Conmigo no sucedió que los niños estaban cerquita de sus mamás cuando el viento
soplaba fuerte. Casi nunca pude pasarles la mano por la cabeza, tranquilizarlos, ni apretarlos
contra mí, que es lo que dicen los psicólogos que se debe hacer para que no sientan miedo.
Yo tengo que dejarlos con antelación, y eso mi familia lo entiende bien. Primero mis padres,
que ya fallecieron, mi esposo, y ahora los muchachos, que ya son grandes.
“En casa todos saben que, cuando llega el momento, yo debo asumir mi responsabilidad, y tengo que hacerlo con tranquilidad, sin preocupaciones. En esos momentos todo es
importante y la población, que es más que mi familia, tiene que recibir una información adecuada, que la persuada de lo que puede suceder con el paso del huracán, y la ayude a tomar
decisiones. Una persona intranquila no puede dar informaciones confiables, ni pedirles a los
decisores que adopten determinada medida.”
En primera persona
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Dulce María Loynaz:
Memorias sin nostalgias
Yo soy poetisa y escritora
Por: Mariana Ramírez Corría y Dalia Acosta / Foto: Falcón
Escritora y poetisa, descendiente de una estirpe de libertadores y ganadora del Premio
Miguel de Cervantes Saavedra de Literatura en 1992, el llamado Nobel de la lengua castellana, Dulce María Loynaz murió el 27 de abril de 1997, mucho antes de que este libro comenzara a soñarse.
“Es una mujer que ha dejado, para la literatura del continente, las páginas más limpias del
castellano. Una mujer donde todos los abolengos de la patria se funden, pólvora y canto, una
mujer en su jardín”. Así la definió Miguel Barnet, poeta, escritor, etnólogo y ensayista cubano,
actual presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
Una mujer así merecía estar entre estas páginas. Y aquí la tenemos. Esta entrevista, prácticamente inédita, tuvo lugar en diciembre de 1992, cuando ella recién celebraba su cumpleaños 90 y el importante galardón literario de las letras hispanas.
Visita en retrospectiva
Una casa así, en el mismo centro de La Habana, no puede estar habitada. Es como aquellos castillos de los cuentos de hadas, donde el tiempo y la vida se detuvieron por culpa de
algún raro encantamiento. ¿Cuántas veces me había detenido en esta esquina de 19 y E, en
El Vedado, con la esperanza de ver a alguien tras las rejas? Pero cuando sabía que podía traspasar el umbral, temí que, una vez dentro, no pudiera salir nunca.
En primera persona
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El símbolo de la dignidad familiar de antaño, las estatuas de mármol del portal, se exhibían ante el visitante carentes de piernas o brazos, de cabezas, de todo. En el techo, las telarañas vivían acomodadas en un seguro y eterno hogar. La gran puerta de madera y barrotes de
hierro ocultaba el interior, tras una fina cortinilla. A lo lejos, una luz se reflejaba en el espejo.
¡Una lámpara de luz fría! Se rompió el tiempo.
Entré y traté de imaginarla allí, en su mundo, como la describió el poeta español Juan
Ramón Jiménez hace tantas décadas: “:...gentil marfilería cortada en ligera forma femenina
entre gótica y surrealista, con lentes de oro de cadenilla a la oreja, ojitos de mariposa detrás y,
en la sonrisa, un diente gris como una perla. Escueta y fina también su débil palabra cubana
que no admitía corte en medio, como el papel de seda fósil”.
De pronto, y en silencio, apareció por el lateral derecho de la inmensa escalera de mármol. Frágil y lenta, casi sin vista, se acercó la figurita de “raro biscuit” y pelo blanco. No la dejé
avanzar. La alcancé, la abracé, la besé en la frente y le confesé que, cuando apenas tenía 13
años, le robé sus versos: “Voy a medirme el amor/ con una cinta de acero/ una punta en la
montaña/la otra... ¡clávala en el viento!”
La acompañé hasta la vieja y bien conservada poltrona del centro de la sala. Todo en
penumbras y eran apenas las 10 de la mañana. El sol parecía no haber traspuesto nunca la
puerta. Segura de no poder leer mis notas, sin otra introducción, lancé la primera pregunta...
la peor de todas.
Dulce María, ¿por qué dejó de publicar?
No estaba la Magdalena para tafetanes.
El final de la poesía
“El país no estaba para versos y para poemas. Se estaban discutiendo cosas más graves,
mucho menos poéticas. Nunca dejé de escribir, pero los versos sí se acabaron para siempre”,
aseguró.
A finales de la década del cincuenta y principios de los sesenta, Dulce María va abandonando la poesía paulatinamente. Los conflictos con sus editores españoles eran sólo una cara
de la moneda. La otra estaba marcada por la muerte de casi todos sus familiares y amigos, y
por las transformaciones sociopolíticas que se producían en la isla como resultado del triunfo
de la revolución de 1959 y que afectaban, sobre todo, a las altas capas de la sociedad en que
la escritora se desenvolvía. No viajó más al extranjero y apenas volvió a salir de la vieja casona
de los Loynaz. Durante muchos años, hasta finales de la década de los ochenta, el silencio
rodeó toda su obra.
¿Cómo era Dulce María, la poetisa?
¡Lo he olvidado! ¡Hace tanto tiempo que ya no me acuerdo! Yo nunca fui alegre. Mi abuelo decía: “esta niña nació muda”. Para las tareas de la casa siempre fui muy torpe. Si intentaba confeccionar un platico, me quemaba o lo derramaba por la cocina, con la consiguiente protesta de los que
tenían que limpiar. Nunca supe hacer esas finezas. Aunque había leído muy bien lo que dice Gabriela Mistral1, “que la poesía puede andar por los pucheros”, la mía nunca andaba por ese camino.
¿A qué hora le gustaba escribir?
Mi hora predilecta era el atardecer. Con la ventaja de que, como se iba yendo la luz y a mí no
me gustaba prender la luz eléctrica, todo terminaba allí y al día siguiente ya no lo recordaba. Fue
una suerte para mí, y para los que tenían luego que juzgar mi obra, porque muchas cosas que no
debieron aparecer quedaron eliminadas.
1
Lucila Godoy, conocida por el seudónimo de Gabriela Mistral (Vicuña, 1889 – Nueva York, 1957), fue una destacada
poetisa, diplomática y pedagoga chilena, una de las principales figuras de la literatura de su país y Latinoamérica. Fue la
primera escritora latinoamericana en ganar el
Premio Nobel de Literatura, que recibió en 1945.
En primera persona
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Es difícil creer que fuera necesario eliminar algo escrito por usted...
¡Oh si, hija mía! Muchas de las cosas que
escribió Bécquer2 no servían para nada. Y a la
hora de editarlas, se suprimieron. Una obra negativa pesa sobre la positiva. Yo eliminé más
de la mitad de las cosas... no servían y no quería que aparecieran.
Pero sucede que, como algunas veces se
publicaban en periódicos antes de aparecer
en un libro o antes de ser recogidas, andando
el tiempo se me aparecían esos poemas desechados como se puede aparecer un fantasma del otro mundo. Se me aparecían y entonces yo sufría mucho. Hacía 20 exorcismos para
que se apartaran no sólo de mi vista, sino de la
de todos. Por suerte, como han pasado tantos
años, ¡y tantas cosas!, los fantasmas me han
dejado tranquila.
Dulce María Loynaz recibió en 1987
el Premio Nacional de Literatura y la Orden Félix Varela de Primer Grado, máxima distinción que concede el Estado
cubano a los intelectuales. En 1959 integró la Academia Cubana de la Lengua,
cuya presidencia ejercía al momento de
morir, siendo la única mujer que dirigía
en ese momento una institución de ese
tipo en el mundo. Desde 1968 fue integrante de la Real Academia Española.
Publicó sus primeros poemas en
el diario La Nación, en 1920. Entre sus
libros se encuentran las novelas Un verano en Tenerife y Jardín; y los cuadernos de poesía Versos, Juegos de agua,
Poemas sin nombre, Últimos días de una
casa y Poemas náufragos.
Cuando usted empezó a escribir, en los años veinte, ¿cómo era aceptada en la sociedad cubana una mujer poetisa?
Siempre se aceptaron muy bien. A pesar de que había algunas que no valían la pena. Nunca
encontré diferenciación en la obra de un poeta porque fuese mujer u hombre; eso nunca lo vi. No
sé cómo sería en el siglo pasado, pero tenemos grandes poetisas de esa época.
La estirpe de los Loynaz
A pesar de las circunstancias adversas, quiso mantener su hogar en la isla. Quizás porque
“es más bien la tierra la que reclama al escritor y no el escritor quien reclama la tierra”, o quizás
porque no nació en esta tierra por casualidad y detrás de ella tiene tres o cuatro generaciones de cubanos y patriotas. Bautizada realmente con los nombres de María Mercedes, Loreto,
Juana Xaviera, Dulce María es una de los cuatro hijos del ilustre General de las guerras cubanas de independencia contra España, Enrique Loynaz del Castillo3.
“Mi papá era muy severo. No solamente conmigo, sino con mis hermanos. Para suerte
nuestra, no tenía mucho tiempo para ocuparse de dirigir nuestros pasos por la senda de la
vida, porque siempre estaba muy atareado con la política. Lo único que verdaderamente
aprendí de él fue a ser severa conmigo misma y a no ablandarme; a dejar esa especie de auto
mimo que tienen algunos poetas —sobre todo poetisas—, que no se deciden a desechar lo
que han escrito porque les recuerda el primer amor, el segundo o el tercero”.
¿Era cariñoso con ustedes?
No, cariñoso nunca fue. Una persona no puede ser dura y cariñosa a la vez porque una cosa
va contra la otra. Nuestro padre no era cariñoso, pero sí era muy justo en sus apreciaciones y en
la forma en que dirigía nuestros pasos.
2
Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer. (Sevilla, 1836 – Madrid, 1870).
Poeta y narrador español, perteneciente al movimiento del Romanticismo.
3
Enrique Loynaz del Castillo (Puerto Plata, República Dominicana, 1871- 1963) Patriota cubano destacado en la
guerra de 1895-1898, en la cual alcanzó los grados de general. Es autor de la letra del “Himno invasor ” para el
ejército independentista.
En primera persona
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Los hermanos Loynaz nunca asistieron a un colegio. La familia siempre trató de darles la
mejor educación, pero evitando ponerlos en contacto con el mundo antes de tiempo. Todo
lo que debían conocer lo aprendieron en la casa y con los mejores maestros; en medio de
un cerrado aislamiento familiar. Enrique, Carlos y Flor, también poetas, nunca publicaron sus
versos, pues para ellos resultaba irrelevante. A raíz del cumpleaños 90 de Dulce María, vio la
luz la primera compilación de poemas de los Loynaz: Alas en la sombra.
El mar es una constante en toda su obra. ¿Por qué el mar, Dulce María?
Bueno, yo viví casi toda mi vida frente al mar y no era un mar domesticado, era un mar fiero,
libre, que amenazaba constantemente con tragarse la casa, aunque nunca lo hizo, desde luego.
Pero ese mar, que ya no se sabe ni dónde está, porque todo lo han cambiado y vuelto al revés, ese
mar llegaba casi a las verjas de nuestra casa del Vedado.
No existía el Malecón ni el horrible campo de deportes que han hecho allí. Era una presencia
como la de un vecino; que uno puede a veces hablar de la vida del vecino aunque no se haya
puesto a escrutarla. Y el mar era un vecino nuestro, un amigo nuestro y es natural que eso creara
permeabilidad en mi poesía.
Leer Jardín es, para cualquiera, una experiencia inolvidable. Lo leí hace muchos
años y hay especialmente una imagen que nunca olvidé... la luna rota. ¿Por qué la
luna se rompe?
Ay, si vamos a empezar a recorrer Jardín, no terminamos ni a las siete de la noche. ¿Por qué
siempre se quiere saber el motivo, la razón, el por qué? La luna se rompe y eso es todo.
Es que de cierta manera yo me quise adueñar también de esa imagen y guardar en
mi chal los pedazos de la luna.
Pues cuídalos.
Despedida
Me despedí dos o tres veces y salí de aquel museo en penumbras. Detrás dejaba el piano
en el que, alguna vez, interpretó Federico García Lorca su original tema de Yerma, regalado
a Flor. “No se sabe nunca bien si esta mujer vigila o duerme”; las palabras de Virgilio Piñera
daban vueltas en mi mente, mezcladas con la voz de aliento de la poetisa para todas las
mujeres: “adelante”.
El sol de las once de la mañana me sorprendió en la acera. A mi lado, como un fantasma,
caminaba el fotógrafo Falcón sin atreverse a decir nada. Me sentí torpe con los papeles, la libreta de notas, la grabadora que me pesaba el doble, el bolso y las llaves del auto. Miré hacia
atrás... ¿realmente yo había salido de aquella casa?
Los seis perros de la dueña aún me ladraban desde la reja...
28
En primera persona
Caridad González Pérez:
“La vida es un camino”
Yo soy arquitecta
Por: Liset García / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Pocos paseos disfruta tanto como recorrer La Habana Vieja, un sitio al que vuelve, junto
a su familia, una y otra vez. Como tantos, Caridad González Pérez es una enamorada confesa
de ese majestuoso e imponente paisaje urbano en perenne cambio, que renace casi desde
las ruinas, por varios de sus rincones. Mucho antes de ser arquitecta, ella se sentía atrapada
por esa urbe a la que vino a vivir cuando era apenas una niña, tras dejar su pueblito natal,
Güira de Melena —a 30 kilómetros de la Ciudad de La Habana—, solo salvado en su memoria
por algunos poquísimos recuerdos.
No consigue precisar por qué la seduce la parte más antigua de la capital cubana. Quién
sabe si estaba escrito a qué profesión dedicaría su vida, y por eso es allí donde las emociones
se le remueven hasta despertar el deseo de descubrir los secretos escondidos detrás de cada
piedra, o las historias vividas por quienes idearon e hicieron realidad las edificaciones y plazas que encuentra el caminante por doquier. Tal vez así acune el sueño de ver rehabilitado el
resto de la ciudad, necesitada de que no extravíe sus valores arquitectónicos y urbanísticos.
Cada vez que sale a caminar, encuentra que hay edificios valiosos a los cuales se les pudo
devolver la belleza con pocos recursos, pero al pasar los años se convirtieron casi en insalvables, por el deterioro acumulado y la falta de solvencia del país. Igual molestia siente ante la
falta de calidad en algunas construcciones, porque se obvian períodos y otras especificidades técnicas en la realización de los proyectos.
Con sus 58 años bien disimulados tras un rostro que aún conserva candidez y belleza, y
luego de 37 en el oficio de la construcción, Caridad dice que es “una convencida de que es
En primera persona
29
posible ver a arquitectos, inversionistas, constructores y otros especialistas participantes en
las obras, sintonizados en igual propósito, halando parejo, como decimos los cubanos”.
¡Ha visto y vivido tanto! “No por vieja ni por sabia, pues no soy ninguna de las dos cosas.
Pero desde que me gradué como técnica en edificaciones, cuando tenía 20 años, en 1972,
y entré en un salón de proyectos como auxiliar de proyectista, dispuesta a aprender, no me
despegaba de los profesionales que había allí, muy capaces y con muchos deseos de hacer.
Las contradicciones entre lo proyectado y su ejecución se resolvían a pie de obra. No faltaban desacuerdos, pero la calidad aparecía en la mira de todos. Ahora, en ocasiones, parecen
divorciadas las partes. ¡Hay cada terminaciones por ahí…!”
De auxiliar a directora de proyectos
A Cary, como todos la nombran, la vida le puso delante la posibilidad de ascender, uno
por uno, los peldaños de su profesión. De auxiliar pasó a proyectista, de ahí a especialista
principal, hasta directora de proyectos, función que realiza desde 2005. Es una especie de
directora de orquesta, de mamá gallina, que comanda y gestiona las obras, desde los planos
hasta el plan económico y la memoria descriptiva de todo el proceso.
No encontró miel sobre hojuelas, sino una ventana abierta al desarrollo personal, por la
que decidió entrar, a fuerza de tesón y paciencia. Si le preguntan, prefiere seguir entre planos
y proyectos, pero como el anhelo de todo arquitecto es ver de principio a fin una construcción, accedió a ocupar esa responsabilidad. Además, siempre ha trabajado en la Industria
Básica y lo lógico era llegar hasta donde está. Aunque también ha incursionado en viviendas
y otras obras sociales, confiesa ser una apasionada de los entretejidos que soportan una
industria. Sus fuerzas e inteligencia las ha dedicado casi por entero a proyectos de plantas
industriales y tecnológicas. En cada una que pasó por sus manos, durante estos 37 años, dejó
un pedazo de su vida.
Desde el inicio del técnico medio en edificaciones, estudiar Arquitectura fue su aspiración, que hizo realidad muy pronto, con la apertura de un curso para trabajadores.
Todavía recuerda las noches sin dormir haciendo planos, mientras la pequeña Suzette,
su primera hija, nacida en 1979, reclamaba atención y mimos. Pero ese fuerte entrenamiento con fines docentes le valió para afianzarse más como proyectista, siempre con la mirada
puesta en un horizonte cada vez más vasto. Cary reconoce que, sin la ayuda del esposo, los
padres y los suegros, le habría sido más difícil graduarse, un empeño por el que aplazaron la
llegada del segundo hijo, Alejandro, ahora con 22 años.
Nuestros años felices
Cuando rememora su vida estudiantil, cierra un poco los ojos como si quisiera buscar su
imagen de entonces. No quiere idealizar aquellos años, pero dice que los guarda en la gaveta
de los mejores recuerdos. “Entonces fue que conocí a Alejandro: mi primer y único novio, el
amigo, el consejero; con quien llevo casada más de 30 años. Juntos vivimos el nacimiento de
muchas nociones que he reafirmado luego, como que la familia y el trabajo ocupan el primer
lugar en nuestras vidas.
“Nosotros integrábamos un grupo muy unido; se puede decir que éramos felices. Teníamos muchas responsabilidades, pero también armábamos una fiesta por cualquier motivo.
Con los Van Van, la Aragón1 y un vaso de agua nos bastaba. Lo nuestro era bailar casino hasta
desternillarnos. No nos preocupaba el estilo de la ropa, ni de los zapatos; entonces vivíamos
con mucha humildad y para sentirnos elegantes nos servía cualquier trapito.
1
Orquestas cubanas de música popular.
30
En primera persona
“Fue una etapa muy dura, de mucha escasez, en la que compartíamos la merienda y los
sueños. Íbamos a múltiples movilizaciones a la agricultura: tabaco, caña, café, siembra de
árboles; en todo eso trabajamos. Desde Pinar del Río hasta el II Frente en Santiago de Cuba,
pasando por Vertientes, en Camagüey.
¿Extrañas aquellos años?
Quisiera volver a vivirlos.
¿Por qué?
Quizás porque no quisiera dejar atrás el ímpetu de entonces. Ahora no estoy igual, y se viven
otros tiempos, con preocupaciones diferentes. Es lógico que así sea.
¿Qué te enseñó esa época?
Me mostró que la vida es un camino preparado para dar pasos. No importan los obstáculos,
incluso es mejor si los tiene. Aprendes más.
¿Quisieras borrar algún obstáculo de tu vida?
Nada de eso, a pesar de que casi todos me quitaron el sueño. No suelo desbordarme, tener
arranques frente a los problemas. Me cargan, los traigo a la casa, me desvelan. Pero sigo con mi
ritmo. Lo que hago es meditar mucho hasta encontrarles la salida. Al día siguiente salgo con la
cabeza fría a hacerles frente y no paro hasta vencerlos.
¿Alguna vez te sacaron de tus casillas?
Una vez, en una planta de oxígeno y acetileno, cuando fui a controlar la ejecución del proyecto, o lo que se llama control de autor. Los constructores me estaban esperando como cosa
buena. Ya andaban en la fase final de la terminación y el techo estaba filtrándose. Lo achacaron
a errores en mi proyecto, pues según ellos habían cumplido todas las etapas. Yo sabía bien que
no faltaba ningún detalle, desde los materiales para utilizar en cada paso hasta la forma exacta
de colocar los elementos.
Sin decir palabra, ni pensarlo mucho, miré al jefe de la brigada y con un gesto lo invité a
subir al techo. Aquello tenía más de 10 metros de altura. Se quedaron perplejos con mi reacción.
Quizás conocían que padezco de acrofobia, me aterran las alturas; o creyeron que por ser mujer
no me atrevería a tanto. Pero palidecieron más cuando les demostré, uno por uno, los errores en
el remate entre el techo y el pretil, entre otros defectos que debieron enmendar. Al llegar a la casa
me estremecía de pensar cómo había logrado encaramarme allí.
Cary cuenta que, en otra ocasión, cuando sobrevino el período especial2 y se vio paralizado el desarrollo fabril del país, buena parte del personal técnico de su empresa prestó colaboración en otras ramas. Así llegó esta arquitecta a un equipo de proyectos para el
turismo. “Fue muy interesante esa experiencia porque se arrancó de cero para acometer la
reconstrucción de varias casas que debían acondicionarse para un servicio de cinco estrellas.
Trabajamos codo a codo, a pie de obra, desde el proyecto hasta el mobiliario; el sueño de
todo arquitecto. Proyecté una jardinera debajo de una escalera, que el constructor hizo a su
modo. Refunfuñó, pero tuvo que levantarlo de nuevo. Lo mejor fue que logré convencerlo y
establecer con él un buen clima de trabajo.
¿Te parece que su resistencia se debió a tu condición de mujer?
Es posible. Aunque los hay muy caprichosos, que miran atravesado a cualquiera que los dirija. Obviamente, si la jefa es una mujer, la oposición es mayor. Por eso nosotras debemos esforzarnos más. De nuestra capacidad no pueden quedar dudas.
¿Retos que te invitaron a dar el extra?
No han sido pocos. Recuerdo que, siendo estudiante de la CUJAE3, tenía que entregar
unos planos. Pedí permiso en el trabajo para poder hacerlos, pero cuando llevé a la niña al
2
3
Nombre con el que se conoce en Cuba la crisis económica iniciada en la década de los noventa.
Instituto Superior Politénico “José Antonio Echeverría”, donde se estudian las ingenierías y otras carreras técnicas.
En primera persona
31
círculo infantil (guardería) no había agua. De modo que llamé a mi papá para que viniera a
ayudarme. Me enredé mucho más, pues debí atenderlos a los dos, ya que él carecía de destreza para lidiar con Suzette, muy pequeña entonces.
En otra oportunidad, durante una prueba final de Perspectiva Ambiental, debía dibujar
la ambientación de un edificio, con todo lo que lleva, desde el alumbrado y las áreas verdes,
hasta los transeúntes. Entonces no contábamos, como ahora, con el auxilio de la computadora y programas de ayuda. Era todo a puro grafito de lápiz; había que volverse casi artista.
Me acuerdo que, al terminar, el profesor puso el dedo en un automóvil que no me había
quedado bien. Casi me da algo, pues respetaba mucho a mis profesores, por su talla como
arquitectos y, además, porque eran seres humanos muy especiales en todo el sentido de
esa palabra. El auto aquel lo hice dos veces más y seguía con defectos. Al ver lo tensa que
estaba, el profesor me aprobó, no sin antes hacer que le jurara que en el futuro aprendería a
dibujarlos bien.
¿Cumpliste la promesa?
A cada rato me descubro pintando autos. Es un ejercicio involuntario que repito cuando estoy
frente a una página en blanco.
32
En primera persona
Erika Ferrer Hierrezuelo:
“Si no estás segura, no creen en ti”
Yo presido una cooperativa
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Nació de La Habana Vieja, la parte más antigua de la capital de Cuba, donde las viejas
mansiones coloniales se han convertido en museos y hostales. Hoy vive lejos de allí, rodeada
por el ambiente fresco de los campos y su gente.
Desde hace tres años preside la Cooperativa de Créditos y Servicios Mariana Grajales,
situada en las proximidades del Santuario del Rincón, hacia donde cada 17 de diciembre
los peregrinos acuden a venerar a San Lázaro, sin saber que algunas de las flores del altar se
cultivan bajo la mirada de Erika Ferrer Hierrezuelo.
“Aunque nací en la ciudad, desde niña iba a casa de mis abuelos, productores de frutales
en la zona de El Caney, en Santiago de Cuba, en el oriente cubano. Allí pasaba mis vacaciones y aprendí las primeras cosas del campo”.
Cuando tenía 19 años, sus padres se mudaron para Santiago de las Vegas, en las afueras
de la ciudad de La Habana, y solicitaron un terreno en usufructo, para la siembra de frutales.
Al asociarse a una cooperativa, entró a la brigada juvenil campesina, agrupación que llegó a
presidir, y fue escogida como candidata para rejuvenecer y “feminizar” la junta.
Licenciada en Educación, en la especialidad de Química, trabajó en Quivicán, en la provincia de La Habana, unos 50 kilómetros al sur de la ciudad. “Cuando dejé ese empleo, me
dediqué más a la cooperativa y a la finca de mis padres. Pasé cursos en la Asociación Cubana
de Agricultores Pequeños (Anap), que agrupa a los campesinos en la isla, lo que hizo más
seria mi labor como dirigente”.
En primera persona
33
Al cabo de un tiempo, en una etapa de cambios estructurales en la cooperativa de productores agropecuarios Mariana Grajales, la propusieron como presidenta. El 27 de noviembre de 2005, en asamblea general de asociados, por voto secreto, decidieron que ella ocuparía esa responsabilidad.
Cambio total
“Entonces tenía 27 años. Aunque había hecho muchas tareas en la dirección de la otra
cooperativa, no era lo mismo. Esta tiene renglones productivos que yo desconocía, como
las flores, que poseen características diferentes por su tradición, historia, manejo y comercialización”.
De la noche a la mañana tuvo que vérselas con cosechas que tienen sus peculiaridades,
con la producción de leche, arroz y otros renglones, y se vio obligada a especializarse en el
trato a las personas del campo, con características muy específicas.
“Para todo eso tenía que prepararme, no es solo dirigir a los campesinos y al aparato
administrativo. Además de tener un conocimiento jurídico de lo que ocurre, ya que el presidente es el único facultado para responsabilizarse jurídicamente; también tenía que conocer
más sobre la cultura de los cultivos y, a través de eso, familiarizarme con los productores”,
relata.
“Fue un reto, me puse muy nerviosa, pasé noches sin dormir, pensando en cómo lo haría
y, además, cómo iba a trazar la estrategia de dirección para esta cooperativa”, recuerda en
medio de una risa espontánea.
“Porque a los hombres —aunque en Cuba se ha hecho un trabajo magnífico por la emancipación y la igualdad de la mujer en 50 años de revolución— les queda en el fondo ese
centímetro machista que hace resistencia a que sea una mujer quien les oriente y, en ocasiones, los mande. Si, encima de ser mujer, es joven y negra, peor… Todo el mundo sabe que
el racismo ha cedido, pero en el campesinado cubano no es tradicional que dirija una mujer
negra y joven”, señala.
“Tenía que armarme de una psicología especial para, de una forma sutil y dulce, lograr
unir a los campesinos, aunque atendieran diversos renglones productivos, e impregnarlos de
cariño y sentido de pertenencia por la cooperativa.
“En este sector las mujeres también tenemos que ganar protagonismo, porque casi no se
atreven a dirigir las cooperativas por un problema de tiempo, de machismo de los esposos, o
porque las jóvenes estudian y otras mil excusas…”
Examen aprobado con estilo propio
Parece que dio resultado. “En marzo de 2008 realizamos el proceso de renovación y
ratificación de mandato. Ahí podían haber elegido a otro, pero obtuve la totalidad de los
votos” en una votación secreta, donde nadie está obligado a opinar y puede optar por quien
desee, entre las personas propuestas en la candidatura.
“Ser presidenta es mi trabajo; me dedico 24 por 24 a la labor de dirigir los destinos de la
cooperativa, lo que está haciendo hoy o va a hacer mañana esta colectividad de 92 asociados, 23 mujeres y 69 hombres; agrupados en 67 fincas, 11 de ellas dirigidas por mujeres”.
Ha aprendido en el camino, dice, con la ayuda de su profesión. “Al campesino no le gusta
que lo engañen, hay que hablarle con mucha claridad, pero simple, con la verdad, de forma
directa, sin rodeos, pero con elementos. No puedes discutir ningún tema sin conocimientos:
el tradicional —que pasa de boca en boca—, y el profesional. Y, si es posible, ponerle algún
ejemplo que pueda ver: eso aporta más a la comunicación”.
34
En primera persona
A su juicio, dirigir “no es parecerse a un hombre. Las mujeres tenemos nuestro estilo propio de comunicación y nunca debemos envidiar ni imitar a un hombre: debemos hacerlo con
nuestro sello y dulzura, pero sí alto y claro, con mucha firmeza y seguridad. Si el campesino
ve que titubeas es porque no estás segura y, si no estás segura, no cree en ti”, asegura. “Y
en esto creo que aportó mucho mi profesión, la pedagogía, que me enseñó un poco de esa
habilidad que adquieren los maestros para decir y poner más énfasis donde no se entendió,
o saber el tono que se debe usar, según el tema”, afirma.
“Me quitó muchas horas de sueño, me ponía muy nerviosa cuando tenía frente a mí
a todos los asociados, la mayoría hombres, con sus sombreros, devorándome con la vista;
unos, la cara; otros, lo que no era la cara; porque tienes que evaluar hasta la imagen que vas
a transmitir”, considera. “A mí me gusta estar arreglada, usar un collar, aretes. El hecho de que
usted trabaje en el campo no quiere decir que tenga que dejar de arreglarse, que se vaya
a olvidar de que es una mujer. Pero sí hay que tener en cuenta esto: no te van a respetar si
estás con un short corto, aunque seas joven”, sostiene.
Con Erika a la cabeza, la cooperativa ha pasado de ser una perdedora a generar ganancias que repercuten en la calidad de vida del campesinado. De año en año, la producción ha
crecido en cultivos varios y en la entrega de leche a la industria. “El arroz sí se deprimió por la
sequía y los insumos”, explica, conocedora ya de lo que puede dar la tierra y de las carencias
materiales.
“En la agricultura todo hay que hacerlo en el momento que corresponde, si no, pierdes
un ciclo de cosecha”, sostiene.
En ese puesto que lleva con orgullo, ha tenido que aprender a arar porque “¿cómo voy a
hablar de bueyes si no sé trabajar con ellos?”, se pregunta convencida. Otro tanto ha hecho
con los implementos agrícolas, “porque usamos la técnica que llamamos `ver para creer´ y a
los miembros de la junta directiva se los mostramos para ver si son de su interés”. También ha
tenido que aprender economía y “mantener el superávit, lo que garantiza que al campesino
se le pague en tiempo, porque de eso vive”.
Todo tiene su costo
Hace tres años, en el primero como presidenta, se rompió su relación de ocho años, porque su pareja no entendió la naturaleza de su trabajo, “que es de domingo a domingo, donde
no hay día fijo para visitar a los campesinos, si hay algún problema con el ordeño o si hay que
recoger el frijol un domingo, porque al otro día entra un frente frío y todas las vainas se abrirán. Eso no lo entendió: `que si llegas a esta hora, que si tantos hombres y todos te besan…’
pero, qué le voy a decir a un productor de 70 años, de manos y cara arrugadas; cómo no le
voy a dar un beso porque está enfangado…, tienes que darle un beso y un abrazo y sentarte
en el piso con él y escuchar su historia”, reflexiona.
Eso generó problemas, a lo que se sumó que Erika salió electa diputada a la Asamblea
Nacional (donde integra la Comisión para la Atención a los Servicios, de gran complejidad),
con más reuniones y actividades nocturnas. Enseguida llegó el reparo: “que si te arreglas
tanto…”, relata.
“Si ellos salen con más o menos perfume, no hay problema; si van con la ropa más o menos planchada, no hay problema; llegan a la hora que sea: —`imagínate, es dirigente´—; si
tiene a su alrededor muchas mujeres, son las que trabajan con él. Nosotras no; tenemos que
ser un palo seco y amargado y, además, decir: `no, esto es hasta las cinco porque mi marido
me está esperando´.
“Si quieres hacer el trabajo bien y que te salga como un niño al que estás formando,
tienes que dedicarle la mayor cantidad de tiempo posible, que no se te vaya de las manos.
En primera persona
35
Basta un día que pierdas de vista a un productor o una producción, y se te va para atrás lo
que vienes organizando con tanta entrega”.
La otra Erika
Dentro de ese cuerpo y esa mente que se entregan de lleno al trabajo hay otra Erika,
aunque apenas quede un momento para ella. “Para salir tengo poco tiempo, casi siempre
termino tarde, vivo lejos del centro de la ciudad y ya no me quedan ganas de pasear. Los
colegas salimos juntos, aunque estemos muertos de cansancio.”
Le gusta el jazz y los lugares donde interpretan esa música en vivo. Ya ni sabe qué se usa o
se escucha, si acaso se entera por sus hermanos. “Antes era muy de la calle. En mis tiempos de
estudiante, estaba en un grupo de teatro. Cuando me gradué empezó la marcha atrás, ahora
solo de vez en cuando voy a un concierto”, confiesa.
“Tengo el apoyo de mi madre, Mercedes Bárbara Hierrezuelo: es mi bastón, mano derecha y mi paño de lágrimas. No se acuesta si no me ve la cara y es con quien puedo exteriorizar una incomodidad por algo que no salió bien”.
No tiene niños todavía, los planificó para este tiempo y espera lograrlos antes de los 33,
preferiblemente jimaguas (gemelos), “dos de un tiro”.
Ya no puede separarse de lo que es hoy. “Lo más lindo de este trabajo es que la entrega
que le brindes se revierte en resultados; si te entregas más, los resultados serán mejores.
Aprendes todos los días y trabajas con gente noble y sincera, que dice las cosas sin ningún
barniz”.
36
En primera persona
Mariela Castro Espín:
“Lo que me enseñó la vida”
Yo soy sexóloga
Por: Dalia Acosta / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Todo comenzó en 2004, cuando un grupo de transexuales y travestis fue a verla para reclamar justicia. La directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) dejó lo que
tenía que hacer, escuchó las denuncias, fue a donde tenía que ir para resolver la urgencia,
pero, sobre todo, entendió que aquel trabajo no podía quedarse allí. Ese día, Mariela Castro
Espín inició el camino que la llevó, el 16 de mayo de 2009, a encabezar una conga, en pleno
corazón de La Habana, por la celebración de la Jornada Internacional contra la Homofobia y
la Transfobia.
Pasados cinco años, el Cenesex se ha convertido en una de las pocas instituciones estatales en América Latina, sino la única, que a inicios de este ya no tan nuevo siglo XXI defiende
y promueve los derechos de las llamadas minorías sexuales; y su directora, Mariela Castro
Espín, es reconocida como la líder de un movimiento que suma manifestaciones de apoyo,
pero también rechazo, en una sociedad tan machista como la cubana.
Tras lograr la aprobación de una estrategia de atención integral a personas travestis,
transexuales y transgéneros, incluida la realización gratuita de operaciones de reasignación
sexual en instalaciones del sistema de salud cubano, la sexóloga y también presidenta de
la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad ha colocado buena
parte de sus energías en una reforma al Código de Familia que incluiría la unión legal de
parejas homosexuales.
Hija del actual presidente de Cuba, Raúl Castro, y de la fundadora y presidenta hasta su
muerte, en 2007, de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), Vilma Espín Guillois, Mariela
En primera persona
37
Castro asegura haber enfrentado no pocos obstáculos en una lucha que considera una cuestión de derechos y que, tras el impulso inicial, sabe que tomará mucho más tiempo del que
desearía.
Muchas personas te reconocen hoy como una activista por los derechos de la diversidad sexual en Cuba. ¿Fue este un papel asumido de manera consciente o que, de
alguna forma, te impuso la vida?
Las dos cosas. Fue parte de un proceso de toma de conciencia como ciudadana cubana que
ve la realidad, escucha y pregunta. La vida en este país me ha enseñado a no ser una simple interpretadora de la realidad, sino a formar parte de ella, a participar, incluso a tratar de cambiar lo
que no me gusta o lo que creo justo deba cambiarse. Es lo que me enseñó la vida.
¿Crees que siempre fuiste “tolerante” o “comprensiva” hacia la diferencia o este ha
sido parte de un proceso de crecimiento personal?
Parte de un crecimiento personal. Fui depositaria —como todos los niños— de los prejuicios
del mundo, de la sociedad, del entorno, aunque mis padres me transmitieron la duda sobre la
contradicción que existía entre lo que pasaba, el no respeto a las diferencias y determinados valores humanos. Cuba me enseñó, me enseñó la vida y me enseñaron las relaciones humanas y el
diálogo con la gente. Siempre me sitúo en qué es lo justo: esto no me gusta, sin embargo, es justo;
esto me molesta, sin embargo, hay que escucharlo.
¿Algún momento importante para llegar a ser la Mariela de hoy?
Muchos. Cuando estaba en el primer año de la Universidad, viví el proceso de profundización
de la conciencia revolucionaria1, que no me gustó y que enfrenté como pude y creí mejor. Me
molestaban mucho el extremismo, los prejuicios y detestaba la frase diversionismo ideológico
porque la veía como un instrumento de los oportunistas. Me siento satisfecha porque, gracias a
mi posición, en el Instituto Superior Pedagógico donde yo estudiaba no sancionaron a nadie por
ser homosexual.
También me marcó el Mariel2. Independientemente de que, en el ámbito político, podamos
entender la respuesta de Cuba frente a la hostilidad de Estados Unidos, internamente hubo actitudes y mecanismos injustos que ojalá nunca se repitan. Para mí fue un golpe de aprendizaje ver
cómo muchas de aquellas personas, que eran muy extremistas cuando la profundización revolucionaria, salían corriendo para el Mariel y, aún hoy, muchos de los que habían sido sancionados
están aquí, participando de la revolución.
Y me marcó el período especial3. Me hizo volver a pensar en cuál es el socialismo que queremos. Es muy interesante ver todo lo que se ha logrado en 50 años de revolución en soberanía
plena y en búsqueda de justicia social, pero todavía tenemos que avanzar mucho en términos
muy amplios, económicos, culturales, en todos los sentidos. Yo sí sigo apostando por un socialismo con enfoque dialéctico, donde atendamos todas las contradicciones que van surgiendo y
marcando los cambios hacia el desarrollo.
Los pasos de Vilma
En más de una ocasión has dicho que el trabajo que realizas hoy es una continuidad
de las acciones impulsadas por Vilma Espín desde su posición al frente de la FMC. Aún
hoy, poco se conoce de la atención brindada desde 1979 a las personas transexuales
por el entonces Grupo Nacional de Trabajo de Educación Sexual, hoy Cenesex. ¿Fue la
1
Proceso impulsado por la Unión de Jóvenes Comunistas, a finales de los años setenta del pasado siglo, que incluyó la
investigación de sus militantes y la expulsión de no pocas personas de sus filas.
2
Escenario del éxodo masivo de personas hacia Estados Unidos en 1980. El proceso del Mariel incluyó la toma de la
Embajada del Perú en La Habana y una ola de actos de repudio contra las personas que solicitaban la salida del país.
3
Nombre oficial de la crisis económica iniciada a principios de la pasada década de los noventa.
En primera persona
38
discreción una especie de estrategia aplicada por Vilma Espín para poder avanzar en
este campo?
Sí. He estado revisando el trabajo de la FMC en el campo de la educación sexual y de los derechos de la mujer y es interesantísimo ver el discurso explícito que llevó la organización, y especialmente mi mamá, y todo lo que se iba gestando en las sombras, en un nivel de discreción.
En la investigación que hice para el documental Vilma, el fiscal general de la República, Juan
Escalona, me contó que, cuando se estaba trabajando la propuesta del Código de Familia, mi
mamá propuso definir el matrimonio como la unión entre dos personas, con la idea de dejar un
amplio margen al derecho de las personas homosexuales, o el matrimonio sin que mediara la
orientación sexual. Eso fue entre 1973 y 1974 y, por supuesto, nadie se lo aceptó.
En mi criterio, el Código de Familia que se aprobó en 1975 revela lo que la sociedad cubana
era capaz de aceptar en ese momento. Y aceptó bastante porque se estaban imponiendo los derechos de la mujer en una sociedad tan machista como la cubana.
Se ha hablado de un código muy avanzado para su época…
No se hablaba de género, pero sí de igualdad de derechos de la mujer y, en ese concepto,
todavía jugaban diferentes posiciones. No puedes avanzar en los derechos de la mujer inmediatamente, no puedes cambiar la mentalidad de la mujer y del hombre tan rápidamente. Pero luchando por los derechos de la mujer y por su salud reproductiva, se empezó a abrir una brecha
para introducir la problemática del hombre.
Este es un proceso mucho más largo de lo que uno se puede imaginar y desea. Cambiar en 50
años es demasiado pretencioso y estos 50 años nos han enseñado a seguir explorando caminos
para lograr esos cambios en la subjetividad y en la cultura tan arraigada en el país. Y, realmente,
esa brecha la abrió la FMC.
Yo recuerdo que mi mamá rechazaba el criterio del feminismo acérrimo que se enfrentaba al
hombre. Decía que la FMC era una organización femenina, de mujeres, que invitaba al hombre
a tomar conciencia de los cambios que debían hacer juntos, pero que no se enemistaba con el
hombre. Ya en los últimos años, sí consideraba que éramos una organización feminista, pero sin
alejarse de esa posición.
¿Podríamos decir que era una opción inteligente?
Era la única opción. No podías enfrentarte al hombre, tenías que participar con él en los
cambios sociales. Sus compañeras me cuentan las tácticas que ella usaba y mi propio papá me
dice que haga como ella: haz las cosas muy cuidadosamente o no vas a lograr esos cambios.
Conociendo el mundo machista al que él pertenece y lo difícil que le resultó a mi mamá, me da
esos consejos que a veces sigo, a veces no, y a veces pienso que debía haberle hecho caso: haber
ido más despacito, no presionar tanto. Pero cada cual va con su temperamento, sus aprendizajes
y su personalidad.
Piedras en el camino
Alguna vez dijiste que la posibilidad de impulsar una “revolución” en el plano de la
diversidad sexual en Cuba es posible, entre otras cosas, por la “revolución” que protagonizó la mujer cubana en décadas anteriores. ¿Hasta dónde piensas que te ha facilitado u obstaculizado en tu trabajo el hecho de ser mujer?
El sólo hecho de ser mujer, en una sociedad patriarcal, te pone muchos obstáculos, en todos
los planos de la vida: personal, social, cultural, profesional, académico, político…Cuando una
cubana se destaca en un área, hay un esfuerzo doble en relación con el hombre, porque es una
mujer que ha tenido que atender proyectos diversificados de familia, de madre, de esposa, de
hija, de profesional y de dirigente.
En primera persona
39
Para una mujer es mucho más difícil y yo lo he vivido. Todavía hay mucho que trabajar para
modificar los estereotipos de género que, entre otras situaciones, dificultan que la mujer asuma
responsabilidades en las altas esferas de poder. Hay más mujeres que antes, pero todavía son pocas y no todas aportan cambios sustanciales en los temas de género, aunque la responsabilidad
en ese campo es tanto de ellas como de los hombres.
Entre los detractores de la política impulsada desde el Cenesex hay quienes aseguran que “haces lo que haces porque eres hija de quien eres”. Si no fueras hija de Vilma
Espín y Raúl Castro, ¿habrías impulsado este trabajo? Por el hecho de ser Mariela Castro, ¿has encontrado menos piedras en el camino?
Todo lo contrario. El vínculo familiar me pone muchos obstáculos. Las directoras anteriores
del Cenesex tenían todo el apoyo de mi mamá. Cuando yo pasé a ser directora, ella se retiró para
que no se considerara nepotismo. He encontrado muchas piedras en el camino por ser la hija de
ellos, porque ellos mismos me las han puesto constantemente, y se los agradezco.
Desde que asumí la dirección del Cenesex, en 2000, me exigí de una manera bestial para que
el Cenesex sonara, en términos muy cubanos: que sonara y sonara bien. Poquito a poco nos hemos dado a conocer y a respetar y nunca me monté en “la carroza de la hija de…” porque desprecio mucho a las personas que se montan en ese tipo de carroza y me quiero mucho a mí misma
por no hacerlo. Nunca lo hice y nunca lo haré.
Entonces, ¿qué hiciste?
Me monté en la institución y en su objeto social, que lo perfeccionamos y ampliamos a promover los derechos sexuales de la población cubana. La autoridad para hacer este trabajo me la
da mi profesión y la institución que dirijo. No estoy inventando nada; sólo asumí cuál era el papel
de la institución y me lo creí.
Yo podría estar muy tranquilita, repitiendo lo que todo el mundo quiere oír, sin tener contradicciones con nadie, con más cariño y más aceptada, pues el trabajo que hago me obliga a presentar realidades que no todo el mundo quiere enfrentar. Pero no voy a dejar de hacer y decir lo
que estoy convencida que debo hacer y decir. Cuando no lo pueda hacer más, me voy a sembrar
lechuguitas.
Quizás una prueba de que no todo es “color de rosa” está en que pasan los años y las
reformas propuestas al Código de Familia siguen sin aprobarse, ¿no crees?
A veces se me bajan las alas, me desanimo, me pongo muy triste. A veces lloro y después me
lleno de fuerzas para seguir. Tienes que encontrar los recursos para que no te destruyan los prejuicios, la ingratitud, las bajezas, la hostilidad y todo lo que te encuentras por el camino. Tienes
que levantar el ánimo y jerarquizar: quisieras hacerlo todo de un viaje, pero no es posible y vas
aprendiendo a priorizar.
El hecho de que el tema de la diversidad sexual haya salido en el pasado congreso de la FMC
me dio buenos augurios. Creo que nos va a ayudar a caminar un poquito más rápido. La dirección del país no puede desconocer un planteamiento que salió con tanta fuerza en el congreso de
una organización que ha marcado pautas importantes en la revolución.
Por otro lado, las cosas que se dicen en mi contra las interpreto como parte de la resistencia
ante un proceso de cambio inminente. La gente se está defendiendo desde su ignorancia, desde
sus prejuicios, pero al defenderse está elaborando argumentos y, por tanto, va a empezar a cambiar. Ahí ves el movimiento de la conciencia: las personas están hablando, quieren saber más y,
aunque estén en contra, preguntan y dialogan.
Y así…Cuando yo me muera, si llego a vieja, quisiera tener la satisfacción de que algo se logró. La vida del ser humano no es tan larga como para darse el lujo de parar. Entonces, sigo, sigo,
sigo; intento, intento, intento…
En primera persona
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Claudia Labrador Peón:
“Me siento capaz”
Yo soy asistente de redacción
Por: Sara Más / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Contrario a todos sus pronósticos, a la altura de los 17 años no fue a sentarse, como
esperaba, en un aula universitaria. Claudia Labrador Peón, una joven entre muchas en la
capital cubana, debió trocar sus sueños de estudiante por los de una trabajadora anticipada,
como no pocos de su generación. Así se encontró llorando, desconsoladamente, el día que,
en vez de enrumbar sus pasos a la escalinata universitaria, apenas venció dos cuadras desde
su casa para presentarse al que sería su inminente centro laboral: la Editorial de la Mujer, de
la Federación de Mujeres Cubanas.
Ahora, pasados dos años de ese momento, sigue siendo la trabajadora más joven del lugar, no ha podido desprenderse del mote de “la niña” con que la identifican y siente que, lejos
de lo que pensó al inicio, no ha perdido el tiempo, sino que ha ganado en responsabilidad,
aprendizajes y experiencia. Pero también sabe que este es apenas el principio.
¿Cómo fue tu entrada en este trabajo?
Aquí me ubicaron cuando terminé el técnico medio en informática, que en realidad fue bachiller en informática; preparación de preuniversitario con una especialidad.
Yo quería seguir estudiando, hacer una carrera universitaria, pero no pude. Por escalafón directo solo ofertaban Informática, no carreras de Humanidades —que eran las que me interesaban— ni otras de Ciencias. Tuve que presentarme a pruebas de concurso para muy pocas plazas,
por las que optaban muchas personas en la ciudad de La Habana: en total ocho politécnicos, con
16 cursos. Hice los exámenes y obtuve buenas notas, pero no me alcanzó la calificación, porque
ese año las carreras cerraron con un promedio muy alto. Muchos, como yo, quedaron fuera.
En primera persona
41
¿A qué carreras aspirabas?
Quería Lengua Inglesa o Historia del Arte, como primeras opciones. Del momento en que
discutí la tesis a que nos graduamos, pasaron casi dos meses; y ese tiempo lo aproveché, entré a
trabajar un tiempo en la Editorial cubriendo la plaza de una compañera que estaba de licencia de
maternidad. Ya tenía edad laboral y comencé como asistente de redacción, contratada por tres
meses. Luego de graduada como técnica en Informatica, y sin poder hacer la carrera que quería,
hice la solicitud y me ubicaron aquí, pero ya cumpliendo mi servicio social.
¿Por qué querías venir para acá?
Visito este centro desde niña, porque aquí trabaja mi tío; vengo desde que tenía uniforme de
primaria. Varias personas me conocían, me causaron muy buena impresión la directora y el resto
del colectivo, por la forma en que me recibieron.
¿Te acuerdas del primer día, cuando te contrataron?
Estaba un poco asustada porque nunca había trabajado, ni siquiera había hecho prácticas
productivas y, en realidad, yo lo que más quería era seguir estudiando. Vine ese día en la mañana a entrevistarme con la directora, la periodista Isabel Moya. La conocía, la había visto, más
bien tenía un vago recuerdo de ella, y eso me daba cierta confianza, pero a la vez sentí algo de
miedo porque no tenía idea de cómo me iría. Siempre he escuchado decir que la vida laboral es
complicada, muy difícil cuando una llega de última y, si eres joven, más. Pero es como todo: te vas
adaptando, le vas cogiendo la vuelta.
¿Y cómo resultó?
En la entrevista me fue muy bien. Isa es una persona encantadora, enseguida me orientó, me
habló claro sobre lo que tenía que hacer, me dio confianza, me abrió posibilidades y me dijo que
podría continuar mis estudios; en fin, me entusiasmó y me agradó la idea de no estancarme. Lo
acepté sabiendo que podía seguir estudiando y trabajando. Además, estaba cerca de mi casa.
Para empezar me gustó mucho.
¿Cuál es tu contenido de trabajo?
En ese primer momento me encargaría más de atender la correspondencia, los teléfonos; un
trabajo más bien de secretaria, para irme adiestrando. Por mis conocimientos de Informática,
también ayudaría en algunas tareas de computación, con apoyo de materiales para las reuniones, los eventos; todo lo que hiciera falta.
En la Editorial se hacen las revistas Mujeres y Muchacha, libros, folletos y otras publicaciones.
Me ubicaron en la redacción, que no me gustó para nada: es una oficina grande, llena de muebles, y los únicos que se sientan allí a escribir son los periodistas, adultos todos. Al día siguiente,
en cuanto abrieron la oficina de al lado, yo misma me cambié: allí había otra muchacha, joven
como yo, que desde el primer momento que llegué me atendió muy bien, me entregó revistas
para que fuera viendo el trabajo y me fue guiando hasta hoy; nos seguimos ayudando y consultando mutuamente.
¿Y eso es lo que sigues haciendo?
Sí, más o menos. Yo vine dispuesta a todo, a hacer lo que me pidieran. En esencia atiendo los
teléfonos, sigo las agendas de trabajo, coordino, sirvo de enlace, de apoyo en todas las tareas de
la redacción. Ahora quizás con un grado mayor de profundidad; siento que hay más confianza en
mí, me han dado más responsabilidad desde el momento en que me hablan sobre determinados
asuntos o me piden procesar alguna información que no es de conocimiento público o general.
Es como un voto de confianza.
¿Qué te ha costado más al adaptarte al mundo del trabajo?
Lidiar con las personas mayores porque tienen ya su forma de ser, sus características, y no
todas son iguales. Quizás a veces sientan que les estás robando un poco su espacio, su protago-
En primera persona
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nismo, sin que sea esa la intención. Eso me cuesta a veces sobrellevarlo, entenderlo, porque soy
una joven que no había trabajado nunca.
También es complicado mantener relaciones cordiales con un colectivo tan diverso. Mi profesor de comunicación me dice que la comunicación es seriada, va pasando de boca en boca
y va cambiando. A veces la misma información se la dices a dos personas y es interpretada de
diferente forma por cada una, y no es al final tampoco lo que quisiste decir; no te explicaste bien
o no te entendieron. Entonces hay que explicar mejor y volverlo a hacer. Muchas veces tienes que
ofrecer disculpas, pero al final se llega a un entendimiento y todo sale, tratando siempre de que
no sea con disgusto ni con malos entendidos. Me gusta el trabajo que hago porque tengo que
ver con todo. A veces me tienen en cuenta para tomar decisiones para las que pienso, quizás, que
no soy la más indicada. Me encargo de transmitir de una persona a la otra, de ayudar, apoyar.
Por la propia dinámica del trabajo he tenido que tomar decisiones, y lo he hecho sin miedo, pero
asumiendo la responsabilidad.
¿Y cómo te ha ido en esos casos?
Generalmente bien, no tengo problemas con mis compañeros, respeto mucho lo que hacen
los demás y no me inmiscuyo en el trabajo de nadie, no trato de mandar ni de hacer lo que a otros
les toca. Intento cumplir lo mejor posible con mi parte, lo que es mi responsabilidad. También
consulto, pido opinión y asesoramiento.
¿Cuál sería el saldo a tu favor, en dos años de vida laboral?
He aprendido mucho sobre lo que no conocía y de lo que tenía algunas ideas, pero ignoraba conceptos. He escuchado y aprendido sobre equidad de género, cuestiones que no tenía
muy claras antes. Quizás tenía idea o criterios de cómo debían ser las relaciones entre mujeres y
hombres, pero no me las cuestionaba ni sabía que se estudiaban o se trataban de una forma tan
profunda y profesional, como una materia. Son aprendizajes que ayudan mucho a conducirse
en la vida. Igual me pasa con el tema de la violencia, en un principio aparentemente tan ajeno y
que luego reconoces que no es así, pues hasta en determinado momento te das cuenta de que te
están violentando.
A veces me digo: yo creo que soy feminista; otras, no tanto. Todo depende del momento y la
circunstancia que voy viviendo, de cómo decido llevar mi vida.
He aprendido de esos conceptos: género, feminismo, violencia… y trato de aplicarlos positivamente a mi existencia; de establecer normas y leyes, sobre todo en mi vida personal y en mi
relación de pareja, con mucha comunicación. Lo hablo todo, me explico para que me entiendan
y que aprendan también a llevar la vida de esa forma, para que otras personas se den cuenta de
cuándo están siendo violentos o machistas. Y creo que ha dado buen resultado.
¿Crees haber vivido algún cambio en tan corto tiempo de trabajo aquí?
Sí, seguro; he madurado. No veo las cosas igual, lo analizo todo un poco más; pienso más antes de hablar, porque he aprendido que todo tiene una consecuencia. Trato de ser más analítica.
A lo mejor he cambiado, porque ahora varias personas me piden opinión, me preguntan mi
criterio sobre algo, quieren saber qué me parece; les interesa lo que les digo sobre la revista, los
temas cotidianos que se van a tratar.
¿Sigues estudiando?
Haber empezado a trabajar por una contrata me dio la posibilidad de no tener que esperar
un año para entrar a la Universidad; en esos tres meses iniciales hice trámites para optar por la
carrera de Comunicación Social y matriculé en la sede municipal; ya terminé segundo año.
¿Cómo llevas la experiencia de trabajar y estudiar?
Es a veces un poco difícil, sobre todo en época de pruebas que coinciden con mucho trabajo,
pero tengo una compañera que también estudia y entre las dos nos apoyamos y acomodamos
las cargas, las de la escuela y las del trabajo también.
En primera persona
43
¿Te gusta lo que haces? ¿No es rutinario?
Hasta cierto punto pareciera que sí: hay cosas que hago todos los días, como contestar llamadas, responder y recoger recados; pero participo en muchas actividades interesantes de forma indirecta, cuando asisto con la directora a eventos, reuniones y conferencias. Eso me permite
acceder a experiencias y conocimientos, sobre todo de ella, que me tiene muy presente. Esa es la
parte que más disfruto de lo que hago; eso me encanta.
Estudias Comunicación Social, ¿era eso exactamente lo que querías?
Era una de mis opciones. No fue la primera ni la segunda, pero sí la quinta. Me pareció siempre interesante y hasta cierto punto me llamaba la atención. Al final se puede ejercer como periodista o relacionista pública, aunque todavía no alcanzo a entender bien toda esa dimensión.
No estoy decidida aún: la carrera me ofrece ese diapasón y veremos por cuál opción me inclino
finalmente; me faltan cuatro años para decidir.
¿Sientes que has ganado en experiencia?
Sí, esto es una escuela. Me ha enseñado, sobre todo, a tratar a las personas: desde la que más
sabe hasta el que menos. Me relaciono por mi trabajo, diariamente, con casi todo el personal y
con cada cual tengo que tener un trato diferenciado. A veces tienes que encarnar un personaje
para cada uno y tratar de hacerlo lo mejor posible.
He aprendido a respetar; el respeto laboral es importante y hay que conocer cuáles son los
límites; nadie te los dice, vas aprendiendo hasta dónde puedes llegar o no.
Entonces, ¿has tenido suerte?
Creo que sí, me ha tocado una jefa divina, en un lugar donde no me frenan, sobre todo en
el ámbito profesional; estudio, aprendo, participo, doy y escuchan mi opinión. No a todas mis
amigas de curso les ha pasado eso.
¿Has sentido alguna vez que tu condición de mujer te impone alguna limitación?
No. Yo me siento capaz de hacer cualquier cosa, no le tengo miedo a nada. Hoy, por ejemplo,
inyecté por primera vez a una persona y fue a mi novio; y lo hice muy segura. Si hay que aprender
a manejar, aprendo; si es a volar, aprendo también. No me siento incapacitada para nada.
Cuando pasen cinco años, ¿estarás trabajando aquí?
No lo sé. Siempre he dicho que estaré aquí, posiblemente, todo el tiempo de mi carrera y quizás más. Me siento bien aquí; este trabajo no me hace grandes aportes económicos, como pudiera tener en otros lugares, pero en realidad eso no es lo que me interesa ahora. Quiero estudiar,
prepararme y tener facilidades para hacerlo. Este es un colectivo unido, cariñoso y estable, hasta
cierto punto.
¿Que deseas para ti?
Tengo sueños, aspiraciones de un día ser una profesional, tener un título y un espacio acorde
a mi preparación; tendré más responsabilidad y desarrollo, lo mismo siendo periodista, que relacionista pública, artesana o pintora…¿quién sabe?
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En primera persona
Dilcia García Pérez:
Vivir entre hombres
Yo soy veterinaria
Por: Dixie Edith / Foto: Dixie Edith
Cuando tenía apenas 11 años, en 1961, decidió irse a los campos del occidente cubano
a enseñar a leer a y escribir a los campesinos. Cuentan que su temeridad y chispa la convirtieron, no pocas veces, en líder de travesuras protagonizadas, en varias ocasiones, por
muchachas mayores que ella. Luego estudió Veterinaria y hoy es secretaria de Relaciones
Internacionales de la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA) y conduce proyectos
de género en uno de los sectores donde, según sus propias palabras, “la masculinidad es más
fuerte”. La vida de Dilcia García Pérez ha sido una continua carrera con vallas. Ella, sin embargo, confiesa que nunca se ha sentido vencida por un obstáculo.
“Nunca sentí realmente —lo he dicho en otras ocasiones— diferencias o limitaciones.
Mis padres son extraordinarios, jamás me pusieron obstáculos para nada en la vida. Creo que
también me tenían mucha confianza. Cuando me fui a alfabetizar, con 11 años, apenas tenía
el cuarto grado vencido. Sin embargo, me enrolé en la campaña porque quise; un poco por
novelera también. Me tocó ir a un lugar de Viñales, Pinar del Río, llamado Laguna de Piedra.
No me lo prohibieron a pesar de que, por ese tiempo, habían matado al maestro voluntario
Conrado Benítez y estaban los alzados en Pinar del Río.
“Tampoco sentí oposición para estudiar la carrera de Veterinaria. Fue mi decisión, más
que por vocación, porque en aquellos momentos hacían falta esos especialistas en el país.
Me gradué en 1974 y fui ubicada a trabajar en la antigua provincia de Oriente. Allí dirigía la
red de laboratorios de diagnósticos de esa región. Posteriormente vine hacia el laboratorio
central de diagnóstico, en la capital. En definitiva, mi vida ha transcurrido en este ambiente
En primera persona
de la producción e industria animal, rodeada
de hombres por los que siempre sentí respeto y con quienes mantuve buenas relaciones
de trabajo. Nunca he sentido obstáculos por
ser mujer.”
¿Tendrá que ver con la formación que
le dieron sus padres?
Mi padre era obrero textil en Ariguanabo
(poblado rural de La Habana). Desde antes de
1959 era dirigente sindical, combatiente clandestino. En medio de esos trajines, yo prácticamente ni terminé la escuela primaria. Creo que
pasé de cuarto grado directo para la secundaria, porque mi padre siempre estaba preso, y
nosotros amenazados; mi mamá y los niños.
Entonces nos fuimos a una finca por el río Ariguanabo, en San Antonio de los Baños, a casa
de unos parientes. Estábamos ahí escondidos y
sin escuela. En eso triunfó la revolución y aprobé quinto y sexto grados juntos. No sé cómo,
pero la única que aprobó, del grupo que nos
examinamos, fui yo, y entré en la secundaria.
Estaba andando el lío de la Alfabetización y yo
me quería ir. Todo fue muy rápido.
45
Dilcia trabajó en el Instituto de Medicina Veterinaria durante 15 años. Se
desempeñó como Técnica de Laboratorio de Microbiología en la Empresa CUBAVET, Laboratorio Central de Diagnóstico Veterinario, y un año como médica
veterinaria en el Laboratorio de Oriente.
Desde 1975 hasta 1983 se desempeñó
como directora del Laboratorio Central
de Diagnóstico, subdirectora del Instituto de Medicina Veterinaria y secretaria
del Consejo Científico Veterinario Nacional. A partir de ese año, pasó a la ACPA
como cuadro profesional en la Secretaría Ejecutiva, donde se ha mantenido
ininterrumpidamente hasta la fecha. Entre 1993 y 1995 ocupó el cargo de Secretaria-Tesorera de la Asociación Latinoamericana de Producción Animal (ALPA).
Ha promovido y dirigido proyectos de
cooperación internacional desarrollados
en Cuba.
¿Se siente trabajadora de un sector machista?
Yo defiendo mucho el sector nuestro; no es que sea un sector machista, pero es muy masculino. Digamos que la masculinidad del hombre del campo, en general, es mucho más fuerte que en
la ciudad y tiene determinadas características que obedecen a estereotipos, incluso en la forma
de vestirse: el sombrero, el cinto ancho, el cantar mejicano, todas esas cosas de mucha fuerza.
Pero yo, como mujer, siempre sentí un gran aprecio por parte de los compañeros, mucho respeto hacia lo que yo hacía. Cuando vine de Oriente, fue para dirigir el laboratorio central de diagnóstico y la subdirección de diagnóstico del Instituto de Medicina Veterinaria; además, era secretaria del Consejo Científico Nacional. En estas funciones tampoco sentí rechazo de los hombres.
Tenía un equipo mayoritariamente masculino de patólogos, hematólogos; pero trabajábamos
muy bien. Había una buena relación y nunca sentí rechazo.
¿Tampoco de su pareja, en la casa?
En la familia es importante imponer códigos desde temprano. Organizar la vida cotidiana,
que todos compartan las tareas del hogar, porque si salimos todos a las siete de la mañana de
la casa y llegamos a las cinco de la tarde; todos tenemos una responsabilidad. Con los hombres
cuesta más trabajo, pero también se logra, y yo creo que eso va también en el respeto, en las
consideraciones y en lo que uno enseñe y exija. Yo creo que en mi familia, por lo menos la más
cercana, marido e hijos, se ha logrado una armonía de roles, no en el plano de ayudar, sino de
compartir muchísimas cosas. Yo hace tres años estoy cuidando a mis padres, prácticamente no
estoy en mi casa. Mi esposo y mi hijo soltero están solos y lo hacen todo sin problemas.
¿Y limitaciones de otro tipo?
Eso es diferente. Con el tiempo he razonado sobre las limitaciones propias que tenemos las
mujeres con nuestro triple rol, para el cumplimiento de algunas tareas. O la desventaja que implica para nosotras estar a la altura de los hombres cuando una tiene funciones de dirección. Al
principio no me daba cuenta de esas cosas.
46
En primera persona
A partir de que empiezo a tener más conocimientos sobre los temas de género, he reflexionado mucho sobre esto y, realmente, como mujer, he sentido muchas veces la angustia de no
poder estar, de no disponer del tiempo suficiente —como sí tenían mis compañeros hombres—,
para poder preparar una reunión, una información. Ahora, cuando analizo eso, me digo que es
verdad, yo sentía angustia.
Soy madre de dos hijos que, por supuesto, no nacieron grandes, nacieron como todos, y como
todos se enfermaron, estuvieron en círculos infantiles desde los 45 días de nacidos. Imagínate lo
que significa eso. O la presión que implica tener una inspección prevista en Santiago de Cuba,
con un vuelo a las cinco de la mañana y un niño que pasó toda la madrugada con fiebre alta.
¿Qué haces? ¿Coges el avión y dejas a ese niño con esa fiebre, o te quedas con el niño? Al final,
esa vez fui al aeropuerto, le entregué a mi director el informe y le expliqué que no me podía ir
porque tenía a mi hijo con 39 grados de fiebre. Pero siempre me pregunto cuántos hombres, en
igual situación, hubieran sentido tanta angustia. Las mujeres tenemos un altísimo sentido de la
responsabilidad. Para todo.
Y, dentro de ACPA, ¿se parecen las historias de otras mujeres a la suya? ¿Cuáles son
las principales brechas de género que tienen identificadas en el sector? ¿Hacia dónde
orientan el trabajo?
Creo que la principal brecha está en que todavía no logramos hacer visible el trabajo de las
mujeres, el aporte que hacen a la producción animal, en sentido general. Hay muchas que crían
conejos, que producen aves y resuelven bastantes problemas de seguridad alimentaria en sus comunidades y familias, pero quienes están asociados al órgano de base de ACPA son los maridos.
Esa es una brecha que estamos atendiendo. Estamos tratando de transformarla, de incorporar a
esas mujeres a espacios de capacitación, de participación. Se ha logrado bastante, pero hay que
salir al campo y hablar. Desde aquí, desde una oficina, es muy difícil.
Pero, cuando una criadora de conejos nos dice: “yo el dinero lo guardo en una lata de galletas
y mi marido no tiene nada que ver con eso. Con ese dinero me compré una lavadora”, ahí es cuando una piensa: esa mujer está empoderada, ya no hay quién la pare. Y eso da una satisfacción
muy grande.
En primera persona
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Sandra Álvarez:
El reto digital de una mujer negra
Yo soy bloguera
Por: Boris Leonardo Caro / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Sandra Álvarez casi ha perdido su nombre. Cuando alguien la reconoce, enseguida le
pregunta: “¿Tú eres la Negra cubana…?” Esa es su identidad digital, la que ha creado durante
más de dos años con su blog Negra cubana tenía que ser, donde defiende sus ideas sobre la
racialidad, las relaciones de género, el sida, entre otros temas escasamente tratados por los
medios tradicionales.
Aunque distantes en el tiempo, no olvida las palabras de su madre, una humilde costurera asentada en el barrio habanero de Lawton, sola a cargo de ella y de sus cuatro hermanos.
“Ustedes tienen que estudiar porque son negros, en ustedes la carrera vale doble”, les recordaba con frecuencia.
Ser mujer y negra, en un país atravesado aún por el machismo y por expresiones de
discriminación racial de las cuales apenas se habla, le ha colocado no pocos obstáculos en el
camino. El testimonio de Álvarez es una muestra de cómo la persistencia y el talento pueden
emerger en espacios aún tan inexplorados en Cuba como la blogosfera, donde no abundan
propuestas como la suya.
La primera pregunta se impone. El título de tu blog recuerda una frase que suele
repetirse en Cuba con un sentido racista. ¿Por qué Negra cubana tenía que ser?
Por ser una negra cubana, exactamente una feminista negra, es que he pretendido jugar con
tal parlamento racista, para desde ahí deconstruirlo, exponiendo su carácter prejuicioso y discriminador. Las feministas han sido quienes han recuperado del lenguaje frases muy discrimina-
48
En primera persona
doras y las han convertido en verdaderas armas
Sandra Álvarez, 35 años, licenciada
de lucha.
en psicología, master en Estudios de géEn ese sentido, con “negra cubana tenía que
nero, autora del blog Negra cubana tenía
ser” quiero decir que, precisamente porque soy
que ser (http://negracubana.nireblog.
una negra (cubana, joven, gorda, habanera,
com). Editora y periodista en el portal
mestiza, madre, profesional, de izquierda, etcéCubaliteraria (http://www.cubaliteraria.
tera) tengo determinados puntos de vista sobre
com). Colabora con el Centro Nacional
diversos temas de la realidad cubana y mundial,
de Educación Sexual (Cenesex) y con el
y sobre todo de las relaciones de poder. Como
Centro Nacional de Prevención de las
soy una mujer negra de origen humilde, lo cual
ITS/VIH/sida.
me ha situado toda mi vida en la periferia de la
sociedad, puedo comprender las otras alteridades posibles. De esas otras maneras de ser trata Negra cubana tenía que ser, bloga que, como
yo, es negra y feminista.
¿De qué manera tu condición de mujer negra ha marcado tu vida?
Para mí, ser mujer nunca ha sido un problema, ser negra sí. Ser mujer no ha implicado un reto,
que debo crecerme ante una dificultad o prepararme más. Desde chiquita era diferente a mis
hermanas. Soy fuerte, puedo levantar una pared de bloques, por ejemplo. Eso tiene que ver con
la educación que me dieron. El límite me lo pone no tener la habilidad, no el hecho de ser mujer.
Me di cuenta de que las capacidades son humanas, no de mujeres y hombres. La sociedad te
dice: las mujeres tienen que ser sensibles y los hombres valientes, pero la valentía y la sensibilidad
son humanas. Ser una mujer diferente me ha cerrado espacios. Me ha costado más que a otras
personas, por decir lo que la gente no quiere oír. A veces me dicen que soy una mujer bocona, con
criterio, conflictiva…
La mujer negra en Cuba tiene los mismos derechos y oportunidades que las otras mujeres. Sin
embargo, me llama mucho la atención cómo es posible construir una identidad racial desde el
hecho de no ser tomada en cuenta. Esto se aprecia en hechos tan banales como el champú en la
tienda. Hasta hace algún tiempo no existían productos específicos para mujeres negras.
Cuando yo tenía 16 años, lo más bonito que podían decirme era: “negra, tú eres blanca” o
“lo único que te falta para ser perfecta es ser blanca”. Es muy difícil construir tu identidad como
persona, que pasa por la identidad racial, cuando pretendes ser aquello que no eres. Esto de ser
negro y querer ser blanco me parece injusto. Porque, además, ¿qué cosa es ser blanco? Eso pasa
por una cuestión de poder, que no tiene nada que ver con la revolución socialista.
A mí me interesa en especial la cuestión psicológica. ¿Cómo puedes llegar a ser una negra auténtica, si a los 15 años el regalo es desrizarte el cabello porque se lleva así, como las blancas? Sé
que la raza como concepto biológico no existe, pero socialmente y psicológicamente, sí. Porque
la gente sigue mirando y diciendo: tenía que ser negro. Yo me tengo que preparar mucho, doblemente, pero no para ser blanca. Como soy negra, estudio mucho porque tengo que demostrar
a dónde puedo llegar. Sé que, como soy una negra diferente, la gente se cuestiona si soy mujer
o no, o si soy femenina o no. Es difícil ser la mujer negra que no es la mujer de la media, es decir,
esa que cumple con los estereotipos. Asumo mi negritud como me tocó. Es difícil sortear todos los
obstáculos, hay que tener agallas. Ese es el sentido de mi blog.
La blogosfera cubana está aún en un período de surgimiento y paulatino reconocimiento de su existencia, por lo que encontrar a una bloguera que escriba sobre y desde
Cuba no deja de sorprender. ¿Cuáles fueron tus motivos para incursionar en este mundo de las también llamadas bitácoras o páginas personales?
Cuando comencé Negra cubana… mi atención estaba dedicada, fundamentalmente, a la
racialidad, el feminismo y el VIH/sida. Luego fui incorporando otras temáticas que constituyeron
entonces secciones dentro de Negra cubana… : Observatorio de medios contra las discriminaciones y la violencia de género, Soliloquios, Negras con pespuntes de erudición, Testimonios, La
Letra compartida y Fotorreportajes.
En primera persona
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Pienso que, de alguna manera, mi blog le conviene a Cuba. Estoy apostando por temas sobre
los cuales el país está haciendo. Ha habido una apertura a la diversidad sexual, el tema racial
está siendo discutido, hay avances. Mi blog puede servir para recoger esos temas que no suelen
salir en la prensa.
No creo que esté diciendo nada del otro mundo, pero en Cuba no estamos acostumbrados.
Como decía Dulce María Loynaz1, en cada grano de arena hay un derrumbamiento de montaña.
Mi pretensión no es que sea el super blog. Sin embargo, que no exista es ser cómplice de lo que no
se dice, y lo que no se menciona no existe. Apuesto por decir las cosas, aunque las lean tres personas. No es arar en el mar. Tampoco quiero que sea relevante, sino decir lo que necesito.
Tu blog (o bloga, como la nombras) se mueve fundamentalmente en torno a dos
temas: la racialidad y el género. ¿Qué tratamiento reciben estos asuntos en la blogosfera cubana?
En la blogosfera cubana el tratamiento de estos temas y otros conexos es prácticamente nulo.
Blogas feministas cubanas conozco solo la de Isabel Moya2, reconocida feminista, profesora de
muchas otras, y Masculinidades en Cuba, un blog realizado por un grupo de jóvenes varones
que apuestan por la equidad entre los géneros, de manera que la teoría feminista sustenta ese
espacio.
Blogas feministas negras cubanas solo existe Negra cubana tenía que ser. Y blogas negras
cubanas, conocí a una periodista habanera que comenzaba a dar los primeros pasos en To mezclao, a partir de un diplomado de periodismo digital que estaba cursando, pero no sé si habrá
continuado con su proyecto3.
¿Qué aporte podría hacer tu labor como bloguera al debate sobre cuestiones como
el machismo y la discriminación racial?
Mi interés inicial ha sido situar en la red de redes el debate sobre temas que son silenciados,
invisibilizados, omitidos. Los dos aportes tangibles que tiene mi bloga son, en primera instancia,
agrupar información procedente de medios no oficiales y darles un espacio, como puede ser la
convocatoria al Cine Club Diferente, espacio mensual que se desarrolla en el cine 23 y 12. En segundo lugar, permitir el acercamiento a eventos, hechos, debates en curso en esta isla y de los que
no queda constancia en ningún medio de prensa, por lo cual, quienes viven acá tampoco saben
qué está aconteciendo.
Negra cubana… es una bloga hecha desde Cuba para las personas de la isla en especial,
para repensar algunos de los temas que podrían interesar a quienes nacen, viven y mueren en y
por esta isla.
Sé que, en ocasiones, mis puntos de vista pueden ser de difícil comprensión para algunas
personas, pero mi intención es, precisamente, no quedarnos con lo más fácil, lo evidente, con
aquello que llamamos “lo normal” y que para mí no es más que un criterio estadístico muchas
veces no aplicable a la vida de la multitud de seres de nuestra sociedad. Es preciso ir al fondo, descubrir nuevas aproximaciones, ignorados mensajes, acercarnos una y otra vez a aquello que nos
es dado en cucharadas para ver lo que de discriminatorio, estigmatizador e inequitativo tiene.
1
Poetisa cubana. Ver entrevista en página 24 de este libro.
Periodista, directora de la revista Mujeres y la Editorial de la Mujer de la FMC, presidenta de la Cátedra de Género
y Comunicación Mirta Aguirre, del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Autora del prólogo de este libro.
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Este blog tiene entradas publicadas desde febrero hasta mayo de 2008.
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En primera persona
Wendy Iriepa:
Una mujer feliz
Yo soy promotora de salud
Por: Dalia Acosta / Foto: Jorge Luis Baños
Jean, camiseta blanca y sandalias. Su cara apenas ha sido retocada por el maquillaje y el
pelo cae con sencillez sobre los hombros. Wendy Iriepa no necesita nada más para inundar
las calles de la capital cubana con una felicidad que se le sale por los poros.
A los 35 años, nadie diría que tuvo que dejar la escuela en quinto grado, irse de su casa
siendo casi una niña, enfrentar al barrio y al mundo, prostituirse y vivir tantas cosas incontables, mucho antes de poder hacer la primaria, seguir estudiando para terminar el nivel
medio, conseguir un trabajo digno y no perder las esperanzas de llegar algún día a la Universidad y, quién sabe, hasta hacerse psicóloga.
Su sonrisa lo dice todo. Para esta transexual cubana, los sueños se inventaron para ser
vividos. Ella es una mujer feliz.
Despertar
Fui el primer y único varón de una familia de personas trabajadoras y no tardé mucho en descubrir que no era lo que mi padre pretendía que fuera. A los tres años, ya jugaba a las muñecas y,
al comenzar la escuela, rompía los pantaloncitos del uniforme para hacerme sayitas, usaba los
trajes de baile español de mi hermana y me amarraba toallas en la cabeza para imitar el pelo
largo. En la escuela se burlaban de mí, los muchachos me tiraban la mochila para las matas y tenía problemas en Educación Física porque no me quería quitar la camisa durante la clase, como
debían hacer todos los varones.
En primera persona
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Andrés era un profesor alto, trigueño, de unas canas preciosas y a mí, como muchacha al fin,
me llamaba la atención. Tendría unos 30 años y era un hombre de esos que una dice: ¡Guao! Yo
no tenía el cariño de mi mamá ni de mi papá; tenía una hermana que daba la vida por mí, pero la
otra era sólo crítica y censura. Y yo era una niña de 10 años que se encontró con una persona que
le gustó y le dio cariño. Así fue hasta que la directora me dijo que, o abandonaba la escuela, o le
contaba a mis padres; y a él le hicieron lo mismo: o pedía la baja o lo expulsaban para siempre del
sector de Educación. Nos seguimos viendo a escondidas un tiempo, hasta que él se fue del país.
Fue entonces que empecé a frecuentar la casa de mi prima. Ella me prestaba sus vestidos y
sus trusas para ir a la playa; yo escondía los genitales y llevaba la vida de una muchacha. Los problemas con mi papá siguieron, hasta que a los 12 años me fui de la casa. Cuando volví, dos años
después, ya tenía mamas. Le había oído decir a mi hermana que el Medrone1 le aumentaba las
mamas y, sin consultar con nadie, empecé a tomarme dos pastillas diarias. Para mí fue como una
religión. Entonces empecé a vestir de mujer y mi papá me decía: “¿tú no has visto lo que pareces?
Pareces un payaso de circo”. Y yo me miraba en el espejo y no me veía así.
Sin que él lo supiera, salía a la calle vestida de mujer. Me costó trabajo dominar aquel cambio
en el barrio; me gritaban y se burlaban de mí, pero cuando salía de mi zona, los hombres me
veían como una mujer, como la persona que yo había concebido y por la que yo había luchado
toda la vida. Cuando vi que me piropeaban, desde un médico hasta un policía, comprendí que
aquella era mi vida y no esa otra cosa espantosa que mi padre quería imponerme. Estaba clara
también en que, si ya yo había tenido que dejar la escuela en quinto grado, la sociedad no podía
menospreciarme. Yo tenía que ser yo, como quería ser, y seguir adelante de esa manera.
Contradicciones y esperanzas
En 1988 me enteré de la primera operación de cambio de sexo que se había hecho en Cuba.
Mi hermana me llevó a las consultas con el doctor que, en aquel momento, había hecho esa
reasignación de sexo y él me mandó a ver a las psicólogas del Cenesex2, a Mayra Rodríguez y
a Ofelia Bravo. Yo tenía entonces 17 años y mi primera alegría fue que Mayra le hizo entender a
mi papá que, realmente, no es que yo eligiera ser así, sino que existía una incongruencia entre
mi sexo psicológico y mi sexo biológico; que no se trataba, como él decía, de imponerme como
yo quería ser o de ir en su contra, o de poner fin a su apellido o de acabar con la dignidad de los
hombres de su familia.
Empecé mi proceso en el Cenesex y antes de los dos años —que es lo que se requiere como
mínimo para diagnosticar a una persona como transexual—, al año y siete meses, ya yo tenía
mi diagnóstico. Se me puso un tratamiento hormonal feminizante para corregir algunos rasgos
físicos sin necesidad de hacer cirugías y, el 7 de julio de 1997, se cambió en el carné de identidad
el nombre que me dieron mis padres al nacer por el que yo había elegido y por el que ya todo el
mundo me conocía: Wendy.
Pero pasó el tiempo, yo seguía sin trabajo y llevando una vida muy promiscua, hasta un día
en que llegué llorando, muy turbada, y le dije a Mayra: “yo necesito que tú me ayudes, yo necesito trabajar”. Y así empecé allí mismo, en el pantry del Cenesex.
Al principio tuve mis tropiezos, porque nunca había trabajado. Me costó un chorro tener que
hacerle caso a alguien y que alguien me mandara. Nunca me ha gustado que me ordenen las
cosas, me gusta hacerlas por mi propia voluntad, no por mandato. A veces montaba una perreta
en la cocina, espantosa; daba cuatro gritos, recogía mi cartera, me iba y dejaba las bandejas
servidas, con Mariela3 esperando en una reunión. Pero, por suerte, esas cosas se vieron como pro1
Pastilla anticonceptiva.
Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).
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Mariela Castro, directora del Cenesex. Ver entrevista en página 36 de este libro.
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cesos de malcriadez en una persona que nunca
había trabajado y se estaba enfrentando a algo
nuevo.
Ya voy para cinco años en el Cenesex. Aquí
encontré una gran familia y una casa, me hice
promotora en salud sexual y se habló con el
Ministerio de Educación para que pudiera terminar mis estudios. Recién finalicé el sexto
grado, estoy comenzando un compendio para
graduarme de noveno este año y ya, posteriormente, hacer hasta 12 grado. A corto plazo, y a
sugerencia de la institución, voy a comenzar un
curso de secretaria. Pero si pudiera estudiar en
la Universidad, estudiaría psicología. Al entrar
al Cenesex comprendí que la mente humana
esconde tantas cosas y que es a través de la
psicología que tú aprendes a descubrirlas y a
conocer al ser humano.
En estos momentos, además del pantry, estoy llevando un archivo de expedientes de personas que acuden al Cenesex, con información
muy sensible, y todo queda entre la persona, el
especialista y yo. Eso me lo ha dado el esforzarme día a día por lo que quiero ser; por demostrarle a la sociedad, al mundo y a las personas
que me abrieron las puertas en el Cenesex, que
yo soy capaz de muchas cosas… Me gusta leer,
aprender, escuchar; pero, sobre todo, me gusta
que me tengan en cuenta, que sepan que con
Wendy se puede contar.
En primera persona
Desde su creación como grupo
en 1979 y hasta principios de 2010, la
actual Comisión Nacional de Atención
a Transexuales había recibido 122 solicitudes e identificado 30 transexuales,
informó la sexóloga Mariela Castro,
durante el V Congreso cubano de Educación, Orientación y Terapia Sexual,
celebrado en la capital cubana del 18
al 22 de enero de 2010.
Del total de personas confirmadas
como transexuales, 26 habían solicitado la cirugía de readecuación sexual y
se había realizado aproximadamente
la mitad de esas intervenciones, a cargo de especialistas cubanos y belgas.
Estas operaciones fueron aprobadas por la resolución 126 del Ministerio de Salud Pública, del 4 de junio de
2008, que autoriza la cirugía de adecuación genital entre los procedimientos de atención a personas transexuales naturales y residentes en Cuba.
Wendy Iriepa fue una de las primeras personas transexuales beneficiadas
con este procedimiento.
Amores difíciles
Viví con un muchacho durante tres años en mi casa. Era casado y, cuando la esposa se enteró
de mi relación con él, le preguntó “¿tú prefieres cambiarme a mí, que soy una mujer, por eso?” Y
él le dijo: “¡Ella es más mujer que tú!” Que un hombre te vea así, que te dé ese valor, representa
mucho en la vida. Me presentó a sus padres, lo botaron de su casa y enfrentó a la sociedad para
estar conmigo. Vivimos juntos durante tres años hasta que, como me había pasado con Andrés,
se fue cuando un hermano lo reclamó desde Estados Unidos.
Ahí empecé otra historia con un muchacho del que recibí muchas cosas: cariño, amor, ternura; pero, sobre todo, mucho maltrato. Y lo peor era que no podía romper. Con apenas quinto grado terminado, nadie me daba trabajo y mis padres tampoco podían ofrecerme las condiciones
mínimas que yo necesitaba. Fueron los tiempos en que empecé a prostituirme. Cuando llegaba
de la calle, me bañaba exhaustivamente, me restregaba con mucha fuerza porque me sentía
sucia, porque hacía algo que no debía de hacer, pero sentía que era la única forma que esta
sociedad me había dado para vivir.
Decidí romper en un momento y comencé una relación, automáticamente, con otro muchacho del cual sí recibí lo mejor del mundo. A ese hombre le agradezco muchas cosas: él me sacó de
las calles, a pesar de que era, como se dice en esta sociedad, “un pinguero” 4. Me dijo: “tú no tienes
por qué estar pasando ese trabajo; ese trabajo lo voy a hacer yo”. Salí de las calles, me puso casa
y vivimos juntos cerca de ocho años, hasta que terminamos.
En primera persona
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Él quería tener sus hijos y eso era algo que yo no podía darle. Quizás, si hubiéramos podido
adoptar, se nos hubiera abierto el diapasón aquí en Cuba. Pero también pasaba que él quería irse
del país y yo no. Siempre digo que nací aquí, aquí está mi familia y, a pesar de que la sociedad
me chocó un poco al principio, he ido logrando mis objetivos en la vida. En otro país, ¿qué iba a
ser? Irme a un lugar donde no conocía a nadie era como empezar de cero. Y nada, se fue y yo caí
en un bache: llegué al punto de trancarme y no salir de la casa.
Pasó el tiempo, entre una relación y otra, hasta que mi actual pareja pasó un curso en el Cenesex. Él subía la escalera, volvía a bajar y yo le eché el ojo. Así estuve toda una semana, “echándole maíz”, como se dice. Y le dije toda la verdad. Desde que empezamos a hablar por teléfono,
fueron “confesiones de grandes” y él me aceptó. Yo digo que a la persona que se quiere, no se le
quiere porque sea bonita, porque tenga figura, por su inteligencia. No, a las personas hay que
quererlas por sus valores, por lo que son.
Empezamos a vivir juntos, dormimos unos 15 días en la misma cama y, aunque no se crea,
nunca tuvimos una relación sexual. Parece que él quería tener su seguridad y que yo también
estuviera segura de lo que iba a hacer. Y así empezó una relación increíble que dura ya más de
un año. Me respeta por encima de todas las cosas, anda conmigo por las calles y me presentó a
su familia sin importar “el qué dirán”. Es una familia muy cristiana y, a veces, tengo miedo. Me
siento a pensar, y él también, y nos preguntamos: “cuando se enteren, ¿qué será de nosotros?”
EsenciaS
Defiendo mucho a la comunidad trans cubana porque, entre otras cosas, somos las mujeres
más sencillas del mundo. Cuando ves las transexuales de otros países, no hay una que no tenga
hecha una cirugía de nariz, que no tenga puesta silicona en labios, pómulos, nalgas, caderas,
muslos, senos... Yo conozco a otras transexuales que, por algún que otro motivo han venido a
Cuba y son muñecas fabricadas. No son naturales.
Sí…yo fui tremenda y aún, con 35 años, ¡soy tremendona! ¿Tú sabes por qué tuve que ser
tremenda? Porque a la sociedad no se le imponen las cosas. Yo no creo que yo haya sido una
mujer que le haya impuesto a la sociedad un sistema de vida, ni que tenía que aceptarme porque
sí. Lo que yo hice fue lograr que la gente entendiera que Wendy es Wendy, que la vida de Wendy
es sumamente importante para ella, sin importar lo que digan los demás.
Al principio tuve esos problemas en mi casa y luego en mi barrio. Pero, ¿qué fue lo que hice?
Miré en el espejo de esas muchachas trans y travestis que, cuando van por la calle, reciben piedras
y abucheos, y ellas se viran a la multitud y responden con la misma agresividad. Mi método fue
muy sencillo: pasaba, hacían algún comentario, y yo indiferente. Salía de ese buchito amargo y
vivía mi vida plenamente. Cuando volvía, iba directo al grupo y con mucha dulzura les decía: “si
yo no me meto contigo, ¿porqué tú te metes conmigo?”.
Yo digo que las batallas no se ganan difiriendo, sino poco a poco y conversando. Al final, la
sociedad te tiene que aceptar, porque no va a vivir en un conflicto eterno contigo, ni tú en un
conflicto con ella. O se cansan de gritarte y de hablar mal de ti, o sencillamente no lo hacen. Y
muchas de estas sombras, que durante el día me decían horrores, de noche me tocaban en la
ventana. Era cuando yo aprovechaba para decirles, en la cara, todo lo que yo pensaba.
Entre los cursos que he pasado en estos años en el Cenesex estuvo uno sobre leyes, específicamente, sobre nuestros derechos como ciudadanas. Resulta que tenemos el derecho de vestirnos
como queramos; no hay una norma legal que diga cómo hacerlo. La Constitución de nuestra
República no dice cómo hay que vestirse. Y, ¿qué pasaba? Que la policía paraba a un travesti y le
ponía una multa por andar con ropa de mujer y hasta se llegaba a sancionar a estas muchachas
4
Prostituto.
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En primera persona
por algo que en la ley no existe. Eso es complemente inconstitucional. ¿Qué es lo que pasa ahora?
Pasa que nosotras ya sabemos, conocemos las leyes y podemos darnos un poco más a respetar.
El Cenesex nos da herramientas para lograr un mayor respecto social, nos da participación
en la elaboración de sus programas sobre diversidad sexual y nos abre un espacio para nuestras
actividades que, a veces, se ve como exclusivo de nosotras. ¡Para nada! Ese espacio es de todo
el que quiera conocernos, de todo el que quiera ver que, realmente, no somos monstruos; que
no hemos roto las normas sociales porque hemos querido, sino porque somos así y debemos ser
respetadas; que detrás de cada una de nosotras hay seres humanos increíbles; que, quizás, somos
mejores hijos que muchas personas heterosexuales; que merecemos un lugar y que se nos mire
no como bichos raros, sino como personas de esta sociedad, personas de estos tiempos.
En primera persona
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Ileana Sánchez:
“No me gusta el estatismo”
Yo soy pintora
Por: Raquel Sierra / Foto: Anette Pichs
Sus huellas y trazos, sus obsesiones, están repartidas por las paredes y parques de su
ciudad, Camagüey, por el centro de esta isla. Sus sueños y locuras se pasean en dibujos, por
sus calles, desde los espaldares de los bicitaxis, en una suerte de rickshaw tropical. Igual, sus
obras han quedado en colecciones privadas por todo el mundo: España, Francia, Estados
Unidos, Suiza y hasta el Museo Vaticano. Gatos, personajes negros de labios pronunciados
entre colores ardientes, una muy personal visión pop de obras maestras de la pintura universal, llevan impregnadas su audacia, perseverancia y muchas de sus madrugadas.
Aunque en la casa —también taller— reina el bullicio de amigos y allegados, Ileana
Sánchez sigue, tijera o pincel en mano, combinando colores y tejidos de prendas recicladas,
armando esos lienzos grandes que espera su galerista de Mallorca o los ojos críticos de su
esposo, el también pintor camagüeyano Joel Jover.
La distinguen su persistencia, la exigencia y constancia diaria en su trabajo; pero la pintora es muchas cosas a la vez: excelente anfitriona, muy buena cocinera y una amiga apasionada, “a lo que me dedico en cuerpo y alma”, confiesa.
Vocación rebelde
Nació en Camagüey, unos 500 kilómetros al este de La Habana, en 1958. Allí vive aún,
como al principio, cuando buena parte de los artistas nacidos fuera de la capital miran hacia
esa urbe como espacio para la realización de sus sueños profesionales.
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En primera persona
“Desde muy niña me gustaba pintar. En los primeros cinco años de la década del sesenta
—esos iniciales de la vida, en que quería ser pintora— no era muy bien visto. Por tanto, mi
madre se preparaba para tener una hija pianista o bailarina, que era lo acostumbrado en el
ambiente de las personas ‘decentes’”, relata Ileana.
Le pusieron una bata blanca almidonada, llena de encajes y cintas; le hicieron dos moños
con sus respectivos decorados y salió hacia su primera clase de piano. El profesor sentenció:
“nunca será músico, tiene el oído cuadrado”. Cuando la llevaron a un examen de ballet,
con solo ver sus rodillas hacia adentro, la profesora dijo: “esa niña nunca podría pararse en
puntas”.
“Con 10 años más o menos, sin contar con nadie, matriculé en un taller de artes plásticas.
Me decidí por la pintura porque fue lo que siempre me llamó la atención, aunque entonces
una mujer pintora no era bien vista”. Fueron clases a escondidas; la familia se enteró solo
cuando el periódico publicó una nota sobre su premio en un concurso de pintura infantil.
“Tomé la decisión de ser pintora, seriamente, en 1971, cuando estaba en octavo grado y
gané el primer Premio Nacional de Pintura del IV Festival de la Federación Estudiantil de la
Enseñanza Media. En el campamento La Victoria, a donde íbamos a trabajar, nos enseñaban
las técnicas elementales de pintura y dibujo. En la primera noche conocí a Joel Jover, que se
estrenaba como profesor de pintura. Lo primero que le advirtieron fue que no podía enamorarse de ninguna alumna. Esa misma noche nos hicimos novios y comenzó una relación que
no ha sido solo sentimental, sino también profesional”.
Ser pintora
Aquella vocación rebelde sigue viva, a despecho de una parte de la sociedad que sigue
pensando “que el espacio de las mujeres son sus casas, y por eso las que nos atrevemos a
sacar la cabeza somos miradas como bichos raros”.
Pero ella no parece estar dispuesta a morir en el intento, aunque su camino no ha sido color de rosas. “Mi carácter me ha hecho una mujer especial o rara, pues he tenido que lograrlo
todo desde cero, desde abajo, con mi tesón y persistencia. Comencé en una casa de cultura
y llegué a ser directiva de primer nivel.
“En los años más duros del período especial1, con mis manos tuve que hacer labores
artesanales, promoverlas y yo misma venderlas; en fin, `inventar´ como toda buena cubana.
No ha sido fácil, pero me he forjado mi propio espacio.”
Ser mujer le ha aportado a su trabajo “la sensibilidad que me permite percatarme de los
problemas, entender a otras mentalidades, el modo en que adorno mi vida y la de los que
me rodean. Ser alegre a pesar de todo e imponerme en el mundo de las relaciones interpersonales, sin miedos ni tapujos.
“Me inspira lo cotidiano, todo lo que pasa a mi alrededor: es como si fuera la cronista de
todo lo que me sucede, algo así como una periodista. Siempre estoy en la búsqueda de algún
tema, pues no me gusta el estatismo.
“Cuando estoy delante de un tela o un muro en blanco, comienzo a pintar rápidamente:
Ahora bien, ante un papel, cartón u otra superficie, me bloqueo y no soy capaz ni de pintar
la boca de un gato.
“Desde niña he sido muy inquieta, no me gusta estar sin hacer nada, tiene que ver con
mi carácter y temperamento, mi forma de ser. Aun cuando pudiera estar durmiendo, prefiero
pintar o hacer algo filantrópico”, confiesa.
1
Nombre con el que se conoce en Cuba la crisis económica iniciada en la década de los noventa.
En primera persona
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Años atrás, Ileana incluyó en sus pinturas personajes costumbristas. No salieron de la
nada, “fue un momento coyuntural, por añoranza tal vez; cuando comencé a hacerlos vivía
en España. Luego continué por simpatía y porque me cautivaron, sobre todo Rufina, mi única modelo, quien murió de cáncer, al año de trabajar juntas.
“Las condiciones de vida de esos momentos me hicieron pensar en este tema como solución a los problemas económicos”, explica. “Claro, ha tenido aceptación porque es una pintura que a la vez sirve para tener un recuerdo de nuestra identidad; es muy graciosa y recoge
a estos personajes alegres, simpáticos. La gente a veces los prefiere ante una pintura que no
entienden o no les comunica experiencias cercanas”.
Para esta mujer, que se ha impuesto con voluntad, el arte y la producción “para vivir”,
dice, “andan de la mano; no se puede separar una de otra”. A su juicio, “el mérito está en hacer
arte de nuestros temas cotidianos, aparentemente intrascendentes; convertir anécdotas en
objetos artísticos; en fin, embellecer la vida. El ser humano cotidiano, el de a píe, se siente
representado en estos cuadros, que no pretenden ser otra cosa que eso, una representación
de sus vidas”.
Hay huellas de Ileana Sánchez en su Camagüey. “Me interesa pintar los lugares más feos
de la ciudad, que ya de por sí es un poco triste, donde casi no sucede nada, y como artista
sentía la necesidad de cambiarla un poco, hacerla más bella; soy de la idea de que el arte
puede cambiar a las personas”.
Por eso ha asumido proyectos de grandes proporciones, de modo gratuito, “más bien me
han costado sumas cuantiosas”, y a ellos ha atraído a amigos, colegas y familias enteras. “Que
circulen bicitaxis por toda la ciudad con parte de mis obras es un modo de darla a conocer a
personas que nunca irían a una galería. Pero lo más importante para mí era exponer mi obra
en espacios grandes, diferentes, sobre todo públicos. Aunque no ha tenido todo el resultado
que esperaba, una gran parte de la ciudad me reconoce por las calle como la pintora de los
gatos, cosa que me hace feliz”.
La última serie, un regreso
Algo está siempre rondando su mente y sus días. Su última serie fue un remake de lo que
hacía a finales de los ochenta y principios de los noventa. “Quería un cambio. Estuve meses
sin pintar, tuve que ir a un especialista, seguir un tratamiento, poner mi cabeza sobre los
hombros y continuar este duro camino diario, del arte y de la vida.
“La idea surgió en 2007, después de estar delante de la obra de Amadeo Modigliani, de
caminar las calles de Monmatre, de estar en los bares y cafés donde él y Juanne Hubuterne vivieron su intensa vida de pareja y de pintores, muy parecida a la mía y la de Joel. Es como un
homenaje a ellos y para demostrar que puedo asumir otras temáticas, con la misma soltura.”
Ser la esposa de un pintor reconocido “ha sido un reto, muy bueno como resultado final,
aunque hacer arte desde una provincia, y máxime Camagüey, llevando una familia sobre los
hombros y bajo la tutela de alguien como Joel, ha sido un desafío un poco difícil para mí.
“Joel tiene mucha paciencia, pero siempre me ha reconocido y me ha dado mi lugar,
como pintora y como mujer. Ha sido el crítico más duro que he tenido, lo cual le agradezco
muchísimo. Hemos vivido altas y bajas, pero aquí estamos. En un ambiente provinciano donde todavía persiste una cultura machista muy férrea, que ha tratado de minimizar mi obra
—cosa que no han logrado ni lo harán—, hace que me proponga pintar y asumir grandes
proyectos”.
Es amante y defensora de animales y plantas, por sentimientos y principios. Por eso su
perro John, enfermo, tuvo la suerte de dar con ella, quien, a través del correo electrónico,
le buscó los veterinarios más competentes. “Mientras más conozco a las personas, con sus
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En primera persona
complejidades, falsedades y otros problemas, prefiero refugiarme en el mundo de los objetos, los animales, las mascotas y las plantas”, sostiene.
“Los perros y los gatos son animales únicos, vulnerables en este país, donde las carencias
de todo tipo hacen muy complejas las relaciones no ya entre las personas, sino entre estas y
los animales. Es muy frecuente encontrarse con algunos que, en un momento, fueron adoptados por familias, y terminan deambulando enfermos. Quisiera tener la posibilidad real de
un sitio para acogerlos y darles la ayuda que necesiten, y que otras personas sensibles los
hagan suyos”.
Un espacio especial en su existencia lo ocupan los niños, aunque no son el centro de su
vida, por lo que tuvo solo una: Anette. En ellos piensa cuando se le ocurren algunas de sus
locuras y junto a ellos pinta en calles y paredes. “Paradójicamente, me interesa enseñarles y
prepararlos para que sean buenas personas o buenos artistas y pasen esa edad tan compleja
lo más rápido posible”.
Busca objetos antiguos y no tan antiguos y ha conformado una colección que sorprende
a los transeúntes y a los turistas que acuden a la galería en que esta pareja de pintores ha
convertido su casa. “Comencé con el coleccionismo por 1990, cuando me di cuenta de que
el patrimonio de mi país estaba desapareciendo, ya sea por indolencia o porque muchas
personas vendían sus objetos para sobrevivir. Mi primera pieza fue una lámpara art decó con
una bastonera y la encontré en el basurero de una esquina”.
Anda por la vida con unos ojos oscuros, despiertos a cada nueva mirada. Quisiera tener
una fundación que promoviera su obra y la de su familia y afirma que tiene “bastante energía
para ello”. Desearía que su colección tuviera un destino útil y fuera aprovechada “por otras
generaciones de artistas y pintores”.
En primera persona
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Caridad Fresneda Casanova:
“El trabajo es mi vida”
Yo soy ingeniera en radiocomunicaciones
Por: Liset García / Fotos: Randy Rodríguez Pagés
La mole de hierro a la cual esta mujer se enfrentó un día, por primera vez, permanece
intacta en su memoria. No habla solo de torres, antenas, cables y equipos de transmisión de
señales, sino de los impedimentos que sorteó para tomar decisiones de cara a brigadas de
hombres, nunca antes dirigidos por una mujer.
Hoy, tras un mar de papeles, recorridos en preparación, listas de cifras y tareas por organizar, o reuniones que esperan por su presencia, Caridad Fresneda Casanova, directora
de Inversiones del Ministerio de la Informática y las Comunicaciones de Cuba, recuerda sus
inicios con cierta nostalgia, pero solo porque quisiera volver a vivirlos con la lozanía de los 24
años de entonces. Aun así, la energía de su voz y la frescura sellada en su rostro revelan que
esta habanera, ingeniera en Radiocomunicaciones, sigue siendo la misma, aunque hayan
transcurrido casi tres décadas desde su graduación.
Sentada en su modesta oficina, rememora ahora el enriquecedor camino recorrido en
ese ministerio, desde 1984: primero en su tránsito de técnica a especialista, y luego a jefa del
departamento de radio y TV de la empresa de Construcción y Montaje, donde permaneció
hasta 1995. Por cambios en las estructuras, esa empresa se disolvió y se creó Radiocuba, donde ejerció en la división de construcción y montaje, hasta 2004, cuando fue promovida a directora comercial, cargo que ejerció hasta 2006. Ese año asumió su responsabilidad actual.
Si ha conseguido ser la profesional a que aspiraba, es porque su credo, el trabajo, la ha
realizado con creces, al tiempo que la nutrió de un continuo aprendizaje. Plena en su madu-
60
En primera persona
rez, se da cuenta de que lo aprendido fue válido, además, para llegar cada día a su hogar con
la necesidad de crecerse también como esposa y madre de Yadnara y Yainiel.
Cuesta pensar cómo pudo abarcar tanto; sin embargo, cuenta su historia sin inmutarse,
como si su cotidianidad nada tuviera de extraordinaria. En el diálogo sonríe a ratos, señal de
que ha sabido minimizar todos los tropiezos. Con ese desenfado —una clave para vivir— comienza a narrar una de las impresiones que no olvidará nunca: asistir por primera vez a un
trabajo de montaje en la provincia de La Habana.
¿Cómo reaccionaron los torreros al ver a una mujer incluida en su equipo?
Ellos estaban medio extrañados; era novedoso que hubiera una mujer entre ellos. Por encima de todo, yo estaba concentrada en aprender; ese era mi reto. Trabajé con ellos a pie de obra,
varios días, teniendo muy claro ese objetivo. Por tanto, lo husmeaba todo y estaba atenta a lo que
hacían. ¡Yo lo veía tan normal! ¿No había ido a trabajar a la empresa de Construcción y Montaje?,
pues eso era lo mío.
Recuerdo que, un día, uno de ellos me contó que desde arriba —subido en la torre— me observaba y sentía pena por mí. Se decía “pobrecita, mírala como está sin tomar agua, sin un baño
y pasando trabajo”. Solo le dije que pasar por eso era necesario. Realmente, nunca me detuve en
esos detalles, pues estaba dispuesta a trabajar en cualquier condición, como los demás. Siempre
he respetado y admirado mucho a los montadores por todo lo que son capaces de hacer.
Caridad había adquirido nociones de la fase constructiva de las torres, las antenas y el resto del equipamiento. Pero otra cosa era verlos donde quedarían ubicados definitivamente.
“Después de aquella primera experiencia de campo, vinieron otras en las que ellos fueron acostumbrándose a mi presencia. Me acuerdo de un obrero, muy experimentado haciendo antenas, que apenas miraba los planos que le llevaba. Yo insistía en hacerle ciertas
especificaciones imprescindibles, que para él posiblemente serían cotidianas y obvias, pero
para mí eran la gloria, por lo que le hablaba una y otra vez de lo mismo, a pesar de que no me
prestara mucha atención”, relata.
“También me viene a la mente un técnico que confesó estar seguro de que yo no aguantaría ese rigor y me sugirió buscar trabajo cerca de la casa, en tareas más afines con una
mujer. ‘Es un consejo sano’, me dijo.
“Ya cuando viajamos a Guantánamo y Santiago de Cuba, el intercambio fluyó mejor. Incluso, en uno de los municipios donde trabajamos, dirigí una parte del montaje, porque nos
dividimos el trabajo entre otro ingeniero y yo. Aquellas primeras experiencias resultaron tensas, pero conseguí demostrar que podía realizar esa difícil tarea.
“En ese primer viaje fuera de la capital del país ocurrió algo curioso. Había mucha premura para la partida, razón por la cual se adelantó la salida unas horas. Cuando me fueron
a recoger, yo no había llegado a la casa. Estaba todavía en la oficina. Yo misma había coordinado con un señor, chofer del camión Maz 500, que iría cargado de hierros, para viajar con
él. Fue una gestión propia porque no estaba previsto que yo viajara en ese tipo de transporte.
Cuando el chofer del camión le dijo a su jefe que debía ir a buscarme, este le indicó que si yo
no estaba, debía partir sin mí. ‘La ingeniera, que se quede’, fue su orden tajante.
“Pero el chofer me esperó; gracias a él pude enrolarme en esos montajes. Con el tiempo
fue como un padre inseparable hasta su jubilación”, asegura.
“Mi vida dio un vuelco por el trabajo intenso que compartimos desde ese momento.
Fueron cerca de 20 días laborando juntos, pero luego vinieron otras ocasiones. Poco a poco
nos convertimos en una familia dirigida por mí, al principio como sustituta del jefe, y después
en ese puesto como tal”.
En primera persona
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colores y matices
Cuando Caridad inició aquellos recorridos por la isla, la mayor de sus dos hijos tenía apenas dos años. Fue difícil para ella desprenderse y dejar a la niña al cuidado de la abuela. Pero
reconoce que la comprensión de su familia y el apoyo espiritual que recibió le posibilitaron
hacer dejación momentánea de la atención directa al hogar.
¿Cómo afrontó tu esposo tus frecuentes ausencias de la casa?
Esa respuesta es complicada. Te digo que, para mí, Gerardo es todo: está en el centro, a la izquierda, a la derecha… de mi vida. Hemos vivido muchos años juntos. Al principio hubo algunos
desacuerdos porque, lógicamente, mis ausencias se prolongaban a veces más de una semana, y
como pareja añorábamos estar juntos. Así y todo, él me apoyó mucho y en el fondo comprendía
mi afán de aprender y superarme, porque es ingeniero igual que yo. No fue fácil hacer coincidir
los argumentos profesionales con los más terrenales referidos al hogar, la familia y el matrimonio. Aprendió a cocinar y otras muchas cosas. Aunque esa fue una etapa difícil, mucho después
vivimos momentos peores.
¿Por qué?
Es una historia larga. En 1988 quedé embarazada de Yainiel. Habíamos descubierto que Gerardo y yo somos portadores de una enfermedad llamada sycklemia, que ataca los glóbulos rojos
de la sangre. Al nacer el niño, se comprobó que tenía la enfermedad. Muy pronto empezó a tener
crisis que lo llevaron a continuos ingresos en el Hospital Pediátrico William Soler. Mi esposo y yo
vivíamos y vivimos perennemente con la angustia de sus recaídas.
Como una ráfaga brotan las palabras y pareciera que vuelve a vivir la historia que narra.
Cuenta que, durante los ingresos, veían cómo convulsionaban otros pacientes con esa misma dolencia y debían internarlos con toda prisa en terapia intensiva. Cada vez que eso ocurría y los niños lograban la recuperación, las enfermeras decían con alegría: “mira, regresó”, lo
cual no siempre sucedía. Los pequeños no dejaban de vivir, pero en ocasiones quedaban con
diversas limitaciones físicas, secuelas de la enfermedad.
En la sala infantil de hematología había enfermos de leucemia, hemofilia, sycklemia y otras
patologías; y los familiares estábamos siempre en el borde, esperando la evolución de los niños y
solidarizados con el dolor ajeno, muy parecido al propio. Por supuesto, mi familia se estudió, de
la A a la Zeta, todas las probabilidades de la afección de nuestro hijo. Sin embargo, cada vez que
Yainiel ingresaba, si había que transfundirle sangre o hacerle cualquier otro proceder, Gerardo y
yo permanecíamos tranquilos, confiados. Nunca vimos como probable que nos tocara vivir esa
dura experiencia. Pero, desgraciadamente, un día sucedió. Al verlo “regresar”, según la definición
de las enfermeras, también regresó nuestra esperanza.
¿Y el trabajo? ¿Cómo conciliabas tus deberes de madre con tus responsabilidades
laborales?
No dejé de trabajar. Dependiendo de las tareas que tuviera cada uno, Gerardo y yo hacíamos
un plan como en una carrera de relevo; nos rotábamos mientras duraban los ingresos, que casi
nunca se prolongaron mucho. Si me tocaba por el día, me las arreglaba para ir a algún teléfono
a chequear lo que había dejado ya coordinado. Lo ordenábamos todo para que no tuviéramos
que faltar al trabajo el día completo, ninguno de los dos. Tampoco quisimos que nadie más se
quedara en el hospital, aunque no faltaron quienes se ofrecieron para ayudarnos. Así transcurrieron nuestras vidas en esos períodos, en los cuales apenas dormíamos y nos veíamos unos escasos
minutos en la sala del hospital para intercambiar noticias del niño y de nuestra hija mayor.
Cary, como muchos suelen llamarla, hurga en su vida como si se estuviera descubriendo
a sí misma. Mira hacia atrás y recuerda los rostros de sus compañeros de trabajo, el aliento
que recibió y, sobre todo, la respuesta de cada uno para que nada fallara. Quizás le hubiera
bastado ese apoyo y el de toda su familia para seguir siendo optimista, pero a esas alturas ni
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valía reprocharle a la vida el azar que le había destinado. Lo único que realmente le devolvía
la ilusión era ver al hijo sano.
Así llegó 2004 y la opción de realizarle un riguroso estudio genético, ante la posibilidad
de un trasplante de células madres, de hermano a hermano. Varias parejas se incluyeron para
su clasificación.
“Vivimos meses difíciles. Cada prueba que pasamos nos acercaba a la esperanza. Hasta
que un día nos dijeron que nuestros hijos cumplían los requerimientos. Solo ellos fueron admitidos. Así fue que nos preparamos para que la niña le donara células madres de su sangre
a Yainiel. Él fue el primer trasplantado en Cuba.
“Como el proceder requería internarlo en el hospital varios meses, dejé de trabajar por
primera vez, lo que conllevó una preparación con mis compañeros para que asumieran mis
responsabilidades.
“Desgraciadamente, las células no prendieron. Se esperaba que se pudiera lograr un sycklémico mejorado, pero técnicamente no fue así. Aunque resultó fallido el trasplante, Yainiel
estuvo varios años sin crisis. Los médicos nos habían pronosticado que durante la adolescencia los efectos de la sycklemia se aminoran, así que no sabemos si eso es lo que está
influyendo o si la sangre de la hermana que corre por su cuerpo ha contribuido a que se haya
mantenido bastante bien. Hace poco se graduó de Informática y desarrolla sus capacidades
como cualquier trabajador.
“Fueron tiempos duros. Pero nos reconfortó tener siempre a mucha gente a nuestro lado,
la familia, los médicos… ¡Cuántos torreros fueron al hospital¡ ¡Cuántos trabajadores estuvieron pendientes de la evolución del niño¡ Eso nos dio mucha fuerza”, recuerda.
Ese año 2004 te despediste del montaje. ¿Cómo fue el cambio y qué tal lo asumiste?
Se me acercó mi jefe y me dijo: “le estoy pasando el brazo por arriba a mi propuesta para
Directora Comercial”. Sorprendida, lo miré pensando que era una broma. Nada de eso. Fui promovida a esa responsabilidad en Radiocuba.
Me rompía la cabeza pensando qué haría yo allí, luego de tantos años en el montaje. En cambio, enseguida sentí mi utilidad. Fue un trabajo muy hermoso, en el cual empleé toda la experiencia acumulada con los torreros y el personal de montaje.
Tuve que volver a los libros nuevamente, porque necesitaba adquirir nociones de la parte
contable de esa nueva responsabilidad, que trabaja de conjunto con el grupo de comunicación,
del cual aprendí mucho.
¿Extrañas la labor de montaje?
Siempre la he extrañado, independientemente de mi identificación con las labores que he
realizado posteriormente. Cuando hablo con mis amistades de antaño, les digo que ya no soy la
montadora de entonces, pero sigo siendo la misma y trabajo las horas que haga falta. Antes, mi
obsesión eran las torres y que quedara bien el montaje de todo su equipamiento. Después, como
Comercial, todo tenía que funcionar como un reloj, y ahora, en Inversiones, ando siempre en la
búsqueda de que el plan se ejecute lo mejor posible, empeño difícil por las limitaciones económicas de Cuba. Al final, nunca me detengo porque el trabajo es mi vida.
En primera persona
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María Julia Fernández:
Vivir bajo riesgo
Yo soy promotora de salud
Por: Sara Más / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Contraria a los sucesivos plazos y pronósticos que alguna vez imaginó, María Julia Fernández lleva 22 años viviendo con el Virus de Inmunodeficienica Humana (VIH), causante del
sida. Todo ese tiempo, su existencia ha estado marcada por una continua lucha, aprendiendo
a vivir con el virus y haciendo de su historia un espejo donde otros puedan mirarse. “Cualquier persona sexualmente activa está en riesgo de contraerlo”, afirma esta mujer, la quinta
diagnositacada como portadora del virus en Cuba y primera seropositiva que se involucró en
la labor de prevención de esa enfermedad en el país.
Esta conversación transcurrió en dos momentos distantes en el tiempo: el verano de
2001 y febrero de 2009, en sus plenos 57 años. Un tiempo en el cual confiesa que ha seguido
creciendo como persona, aunque también ha sentido el rigor de la soledad. Una historia “difícil y tremenda” la ha marcado —según sus propias palabras—, sin dejar de sentirse optimista
y segura también de que todavía puede hacer mucho más.
¿Cuándo supiste que eras VIH positiva y qué conocías de la enfermedad?
Cuando mi esposo fue diagnosticado como el caso número uno de sida en Cuba, yo no sabía
casi nada sobre el VIH. La poquita información que tenía era catastrófica y de momento asocié
sida y muerte. Fue en 1986 y se hablaba de que la piel se llenaba de manchas rojas, que era un
mal que afectaba solo a homosexuales, hemofílicos y haitianos. Le decían por eso la enfermedad
de las tres H. Nunca me imaginé, ni remotamente, que a mí pudiera tocarme.
En primera persona
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¿Cómo reaccionaste cuando lo supiste?
Pensé que iba a morir mañana. Necesité tiempo para darme cuenta de que no iba a ser así y
que esta es una enfermedad que le puede tocar a cualquiera.
¿Cómo fueron esos primeros tiempos?
Tenía 32 años y lo más difícil fue separarme de mi hijo, dejar mi trabajo, la familia, el entorno;
fue muy doloroso irme a vivir al Sanatorio de Santiago de las Vegas, donde al principio se internaba obligatoriamente a todas las personas diagnosticadas. Fui en contra de mi voluntad, pues
socialmente me consideraba una persona adecuada, que no lo merecía. Allí entramos un día y no
sabíamos cómo íbamos a salir; en nuestra mentalidad estaba que sólo lo haríamos en un ataúd.
Fueron tiempos muy duros. Mi esposo estaba allí, pero no conmigo; vida de pareja no hicimos
hasta que se construyeron unas cabañitas y logramos vivir juntos en una habitación. Pero pienso
que, a pesar de mis llantos, de las crisis de depresión, aprendí. Viví 11 años en el sanatorio y no
quise después reinsertarme a la sociedad, aunque reunía los requisitos que una comisión multidisciplinaria establecía para que pudieras volver a hacer vida social.
Decidí quedarme porque mi esposo estaba muy enfermo, padeció una demencia por sida
horrible y nunca más fue persona. Yo no me consideraba en condiciones de salir a la calle a lidiar
con un enfermo, si allí tenía todas las atenciones que él necesitaba. Mucho menos podía dejarlo
solo, después de 18 años de matrimonio. Luego que él falleció, me dije: “esto no es para mí; la vida
está en la calle, en sociedad”.
¿Tu hijo era pequeño, cómo reaccionó a todo eso y cómo lo percibe hoy?
Es algo que me entristece, aunque lo puedo contar ya con menos dolor. Mi hijo tenía solo 9
años. Yo ingresé en junio y en septiembre fui a visitarlo por primera vez, cuando empezó el curso
escolar, a la beca de deportes donde estaba bajo el cuidado de mi hermano, que era el director.
Después lo veía los domingos, cuando me lo llevaban al sanatorio. Decidimos no decirle nada
sobre nuestro diagnóstico hasta que tuvo 12 años. Entonces le explicamos que estábamos allí
porque portábamos un virus, pero que había mucha fe y confianza en la ciencia para resolver
nuestro problema de salud.
¿Y él cómo lo tomó?
Nos dijo: “no se preocupen, eso yo lo sabía, pero no toqué el tema porque ustedes nunca lo
hicieron conmigo. Yo respeté su silencio”.
Mi hijo siempre fue maduro, vivo orgullosa de eso y se lo dejo ver. Él supo de nuestra enfermedad por la indiscreción de una vecina que, sin la autorización nuestra, se lo comentó. Son cosas
que suceden. Pero yo no calculé lo maduro que era. Desde entonces fue un apoyo extraordinario
para nosotros. Cuando su padre estuvo muy enfermo, él no dejó de acompañarlo un solo día. En
él y mi familia he sentido un apoyo extraordinario.
¿Por qué te decidiste a hacer trabajo de prevención?
Di ese paso antes de volver a mi hogar. Fui la primera mujer seropositiva que integró el Grupo
de Prevencion sida del Sanatorio de Santiago de las Vegas, en 1989, y siempre tratamos de que
las mujeres participaran, se empoderaran, se cuidaran y aprendieran de lo que estaba pasando.
Buscábamos el reconocimiento social, que las personas entendieran que a cualquiera le toca.
Después me uní al Buró de Información de sida y luego a la Consejería Cara a Cara del Centro Provincial de Higiene y Epidemiología; allí les informaba los resultados de las pruebas a las personas
que se iban diagnosticando. Luego me incorporé al Centro de Prevención de ITS, VIH y sida, donde
aún trabajo. De algún modo el sanatorio y el VIH me ayudaron a dar esos pasos.
¿Cómo fue ese proceso, personalmente?
Decir públicamente mi diagnóstico fue un reto grande. Había mucho estigma, discriminación. Decir sida era decir la peste. Me crecí, pero tuve que prepararme psicológica y emocionalmente, porque sabía a qué me estaba exponiendo: dar ese paso era enfrentarme a la gente.
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Había mucho terror y, claro, la gente tiende a defenderse. Eso me hizo pensar en hacer algo
para que se supiera que se podía convivir con el VIH, pero había que conocerlo. Eso me inspiró y
me dio mucha fuerza.
¿En qué proyectos has estado enrolada?
Siempre, de algún modo, he trabajado en la línea de personas con VIH, que busca contribuir
al mejoramiento de la calidad de vida de quienes hoy padecemos la enfermedad, a sus conocimientos y educación. A eso le he dedicado mucho más tiempo, aunque me vincule actualmente
a otras actividades del programa nacional.
¿Te ha aportado algo tu condición de mujer?
Ser mujer me ha permitido trabajar con otras de igual a igual. Pude llegar a muchas con mi
historia y dio buenos resultados, en mi propia comunidad de personas seropositivas. Buscamos
que, además, las mujeres no sigan pasivas ante este fenómeno del VIH, que conozcan y hagan
uso de su derecho a cuidar de su salud, a negociar el uso del condón con su pareja. Tradicionalmente, la mujer espera y acepta lo que diga su pareja sexual y los momentos son como para
meditar. No se trata de negar las relaciones sexuales, sino de aprender a vivir con el virus, hacer
STOP y usar el condón.
¿Qué opinas sobre el polémico tema del sida y la maternidad?
La maternidad es un derecho indiscutible de la mujer: ella decide si procrea o no. Al principio,
cuando se conocía poco sobre el sida, se hacía una labor persuasiva con casi todas las embarazadas seropositivas para que no parieran y hubo a quienes se les obligó prácticamente a interrumpir el embarazo, para evitar el contagio por vía directa. En la actualidad se les brinda consejería,
los médicos les hablan del riesgo que corre el niño de nacer infestado, pero la mujer es quien
decide si pare o interrumpe el embarazo.
También la ciencia minimiza hoy, considerablemente, el riesgo de contagiar al bebé si la mujer toma AZT después de las 14 semanas, acude a la cesárea para que no haya roce por el canal
de parto y no lacta al bebé, posteriormente. Al recién nacido también se le suministra AZT y eso
disminuye las probabilidades de contraer la enfermedad. Existe el riesgo de que ese bebé no sobreviva o nazca infestado, pero solo ella puede decidir qué hacer, valorando las posibilidades a
favor y en contra; es algo único de la mujer.
¿Necesitas de cuidados especiales por tu estado de salud?
Tengo que cuidarme. Ya una está marcada con un virus que está ahí dentro, multiplicándose.
No está dormido, como algunas personas dicen. Si uno contribuye a que ese virus tome fuerza o
entren otros, el sistema de defensa se debilita. Eso también se aprende: las personas que viven
con VIH deben autocuidarse, hervir el agua, protegerse de las personas enfermas. No ellas de mí,
sino al revés, yo de otras personas; cuando tosen y no se tapan la boca, por ejemplo. También hay
que evitar el alcohol, que es un inmuno depresor por naturaleza; tratar de dormir ocho horas. No
quiere decir que esté metida en una urna de cristal, pero no hay por qué hacer esas cosas locas
que hace la gente cuando está completamente sana.
¿Qué necesitan las personas con VIH?
Necesitan más apoyo emocional, a veces mayor comprensión de su familia, que no siempre
está preparada y necesita conocer del VIH y de la adherencia al tratamiento para poder ayudar,
porque en eso a los pacientes les va la vida. Los medicamentos salvan, pero si no hay una buena
adherencia, conforme ayudan también pueden ocasionar otros problemas que igual comprometen la vida. Las personas también necesitan mucho apoyo cuando conocen el diagnóstico,
interiorizarlo.
El sector que lamentablemente más discrimina a las personas con VIH es el de la salud, según
investigaciones que se han realizado. Se hacen esfuerzos para ir cambiando esto. Hay una discriminación muy sutil y subterránea cuando no atienden al paciente porque dicen que no tienen
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guantes o jeringuillas desechables. Son pretextos. Otras veces los hacen esperar innecesariamente por una operación.
Hace unos años tenías un novio…
Eso se acabó ya…
¿Ha sido difícil para ti rehacer tu vida de pareja?
Muy difícil, y pienso que ya me costará mucho trabajo encontrar pareja. Soy más selectiva
y, además, tengo un problema de salud que puede comprometer a otra persona: para mí eso es
como cometer un asesinato. Ya me he resignado. La soledad es dura, pero yo me refugio en el
trabajo, salgo mucho; aunque no es todo, yo lo sé.
La vida me deparó esto y antes de tener un cargo de conciencia, prefiero estar sola. Tengo
muchos amigos, un excelente equipo de trabajo, un hijo que me adora, tres nietos, una madre y
una familia que se desviven por mí. Es verdad que la pareja hace falta. Cuando llego del trabajo
estoy sola, veo la tele, traigo algo de trabajo si es necesario, me baño, como y duermo…No me
gusta salir de noche y esa es mi vida…¿hasta cuándo?, no lo sé. Me gusta arreglar mi casa y la disfruto. Las fiestas las hacemos aquí, la mayoría de las veces. Mis amistades vienen, son excelentes
y saben que conmigo pueden contar, y yo con ellos, incondicionalmente.
¿Cuánto te ha hecho cambiar el VIH?
Lamentablemente, me hizo mirar la existencia desde otra óptica. Aprendí a amar la vida y
lucho por eso, por conservarla bien. Por ironías de la propia vida, tiene a veces una que tener estos
encuentros para reflexionar y darse cuenta de que la vida es única, hay que amarla y luchar por
ella. El VIH me hizo crecer a pasos agigantados, pues provengo de una familia superprejuiciada y
yo también lo era. Fui virgen al matrimonio y me consagré a mi familia. Era de las personas que
no concebía una pareja de homosexuales hombres, ni de mujeres; no entendía nada de derechos
ni de igualdad de género y crecí en el miedo a la apertura hacia el desarrollo de la sexualidad.
Irónicamente, el sida me hizo ver más allá. Crecí, a pesar de mis prejuicios, de una vida tan sedentaria socialmente.
Pero se diagnostican nuevos casos, la infección no se detiene, ¿crees que, a pesar de
todo, hay ignorancia, baja percepción del riesgo?
Al principio sentíamos que hacíamos poco. Ahora estamos haciendo mucho, pero hace falta
más, seguir promoviendo campañas contra la enfermedad. No para que las personas vean el sida
con terror, pero sí como algo para respetar. Realmente es baja la percepción del riesgo, sobre todo
entre jóvenes y adolescentes, que no miden el peligro, el mañana, lo que puede pasar.
¿Qué te ha dejado el trabajo de todos estos años?
A mucha gente le he tendido mi mano o le he tenido que dar el diagnóstico. Si han querido
llorar, les he dado mi hombro. Muchas personas agradecen y nunca olvidan. Eso me reconforta y mientras tenga ánimo para trabajar y pueda hacerlo, seguiré. Las personas lo necesitan, el
impacto de la noticia es fuerte y el proceso de aceptación es muy difícil: a veces se tiene todo el
tiempo de la vida para aceptarlo y no se logra. Hay quienes nunca se reponen.
Estoy convencida, y la vida lo demuestra, que es muy efectivo que hagamos prevención, que
el mensaje salga de gente viviendo con VIH. No se trata de que los promotores serodesconocidos
y sanos no sientan amor por lo que hacen. Pero el que vive la experiencia en carne propia pone
su historia personal a disposición de otros. Eso me proporciona bríos para seguir ayudando a los
demás.
En primera persona
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Julia Osendi Díaz:
Con vehemencia y desenfreno
Yo soy comentarista deportiva
Por: Liset García / Foto: Randy Rodríguez Páges
La voz de Julia Osendi Díaz es inconfundible. Los aficionados siguen con atención sus
comentarios y muchas veces quisieran ocupar su lugar para estar cerca de los mejores deportistas cubanos y del mundo, a quienes ella ha entrevistado.
No hay competición de béisbol, atletismo, baloncesto y gimnasia, en Cuba, donde ella
no esté para reportar lo que acontece, desde el terreno o en el estudio de televisión, medio
de comunicación en el que labora como reportera hace casi 29 años. También se le ha visto,
en la pantalla, durante la cobertura informativa de las últimas cinco olimpiadas y varios campeonatos mundiales, centroamericanos y panamericanos.
Tiene adeptos y detractores, que concuerdan o no con sus opiniones. Pero eso no es lo
único que ha hecho turbulenta su vida, sino los disímiles obstáculos que debió sortear para
demostrar que, siendo mujer, podía dedicarse en esta isla del Caribe a un oficio en el cual
todos eran hombres. Tampoco le ha importado la cantidad de ocasiones en que intentaron
derribarla, sino las veces que pudo levantarse para seguir su camino sin mirar atrás, con la
misma vehemencia y desenfreno con que ha afrontado su existencia.
¿Cómo llegaste al periodismo?
En el preuniversitario del Vedado, donde estudiaba, solía practicar deportes. Era corredora
y quería ser deportista. Por un problema racial no pude seguir, lamentablemente tengo que decirlo. Querían negras y, por eso, “yo no cuadraba”. Argumentaron que ellas poseen explosividad,
algo que es cierto, pero siempre me he preguntado por qué no puede haber una corredora blanca o un ajedrecista negro.
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En primera persona
Era muy buena en atletismo y además jugaba pelota y voli, aunque reconozco que en voli era
malísima. Teníamos en aquella época un pitén de pelota de hembras contra varones y también
mixto. Jugaba primera base y de jardinera central. Como no pude ser deportista, pensé en dedicarme a algo que estuviera relacionado. La Licenciatura en Deporte comenzó al año siguiente de
entrar a la Universidad. Estuve a punto de estudiar Medicina, igual que mi padre, pero desistí. Así
llegué al Periodismo.
O sea, ¿estudiaste Periodismo con la idea de dedicarte al deporte?
Si hubiera Zoología del deporte, Geografía del deporte, eso hubiera estudiado. Me hice periodista en 1977. Pero empecé a trabajar en abril del año siguiente porque, al terminar la carrera, ya
había parido a Javier, mi primer hijo.
¿Empezaste enseguida en la televisión?
No, mi primera labor fue en la emisora Radio Cadena Habana. Entonces era yo muy modosita, no gesticulaba ni decía malas palabras. Y aunque no quería trabajar en la radio, acepté ir
para allí.
¡A quien no quiere caldo... le dan tres tazas!, dice el refrán.
Efectivamente. Por suerte, enseguida inauguré el noticiero deportivo 600 segundos en órbita deportiva, que era diario y me permitía hacer lo que quería. Era jefa de información, locutora,
hacía noticias, de todo. Le agradezco mucho a la radio, me dio oficio, fogueo. Pero debo decir
que me gusta más el audiovisual. No quiero oír la narración de una carrera de Ana Fidelia; quiero
verla. No quiero que me cuenten el jonrón; quiero disfrutarlo con mis propios ojos.
Y en televisión, ¿cuándo te inicias?
En diciembre de 1980. Estando en la redacción de la emisora, me enteré por casualidad de
que iban a hacer la evaluación de los narradores-comentaristas deportivos. A mí no me lo dijeron; obviamente, como soy mujer, me excluyeron. Cuando lo supe solo tenía unas horas para
prepararme. Fui corriendo al trabajo de mi esposo y le encargué que ese día se hiciera cargo de los
niños. Preparé una comida de esas malísimas que suelo hacer, porque soy pésima en la cocina, y
me fui de noche a la emisora.
Hice un comentario sobre la olimpiada de Moscú, otro de boxeo y dos narraciones inventadas:
de un juego de pelota entre Industriales y Azucareros y de una carrera de atletismo. El resultado
fue tan bueno que el tribunal que evaluaba, integrado por tres expertos, Eddy Martin, René Navarro y Héctor Rodríguez, me propuso trabajar en la Redacción Deportiva de la Televisión. Pero,
a una muchacha tan joven como yo, que siempre aspiró a narrar, me ofrecieron ir como escritora
de los programas Maratón recreativo y A jugar, algo que hice de mala gana, pues no era de mi
interés. Escribía el guión y, cuando el programa salía al aire, había un narrador que describía el
juego de los niños, pero —a veces— ni miraba mi guión.
Así que mis compañeros narradores, que tanto se habían impresionado conmigo, no me dejaron, ni me han dejado nunca narrar. Yo soñaba con eso. Comprendo que son muy machistas,
aunque no puedo decir que les guarde rencor por eso. Al contrario, los quiero muchísimo a todos:
a Rodolfo García, que es como mi hermano; y especialmente a Eddy, para quien siempre tengo
los mejores elogios y muestras de cariño, respeto y admiración. Fue como mi padre, además de
mi consejero.
¿Has insistido en dedicarte a la narración deportiva?
Hace tiempo que ni pienso en eso. Esa barrera no la pude romper, lo confieso. Y disfruto tanto
el periodismo, que ya no me interesa narrar. Quizás hoy sería buena en eso, pero hace rato dejé de
querer averiguarlo. Además, he hecho unos cuantos documentales, en los cuales creo, sin dudas,
que he demostrado más talento.
Solo una vez, cuando los Centroamericanos de La Habana-82, porque faltó un compañero
que tenía problemas familiares, me invitaron a ocupar su lugar. Recuerdo que, sin mucha preparación, me lancé a hacer una narración de hockey sobre césped, que me quedó muy mal, y otra
En primera persona
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de gimnástica, bien hecha, y nunca las pusieron
Cuando, el 16 de enero de 1954,
al aire, ni la buena ni la mala. Estoy segura de
llegó al mundo Julia Osendi Díaz, en la
que influyó la misma subvaloración de siempre,
Quinta Covadonga —ahora Hospital Salpor ser mujer.
vador Allende—, en la capital cubana,
Pero te cuento que, incluso, no me consiparece que su cordón umbilical estaba
deraban para salir en cámara. Ni siquiera eso
unido al deporte. Desde la sala de parto
me permitían y tardé cerca de cuatro años para
se divisaba la torre del left field del Gran
hacerlo. Fue por mi insistencia, la calidad en el
Stadium del Cerro, hoy Latinoamericatrabajo super demostrada, sin falsas modestias,
no, un aval de presentación que esgrime
y los azares de la vida, que empecé a salir en cáa todo el que la aborda. No lejos de ese
mara, en el estudio.
lugar ha vivido siempre, donde también
¿Te parece que un hombre tenga venconcibió y ha visto crecer a sus tres hijos
tajas con respecto a la mujer para hacer
y dos nietos.
narración deportiva?
Fue precisamente acerca de la vida
Profesionalmente, ninguna. Aquí los narradel pelotero Rodolfo Puentes, ex torpedores son muy buenos, en general. La calidad
dero del equipo Industriales y el Cuba,
está muy ligada al talento de cada cual y, claro,
que versó su primer documental, A 16
hay que tener cultura, dominio del idioma, bueaños de un debut, realizado en 1983.
na voz, fluidez de palabras, conocimientos amOtros vinieron después sobre Alberto
plios del deporte y, por supuesto, hay que amar
Juantorena, 1985; Ana Fidelia Quirot, La
lo que haces; ponerle alma, corazón y vida.
tormenta del Caribe, en 1993, año en el
Casi todos los narradores deportivos haque también dio término a El príncipe de
baneros empezaban en la emisora COCO, toda
las alturas, dedicado al saltador Javier
una escuela en esa materia. Pero, sin dudas,
Sotomayor. En su obra sobresalen docucuando los hombres llegan a la casa tienen a
mentales sobre la participación de Cuba
la mamá, la esposa, la hermana o la novia que
en las olimpiadas de Atlanta, Sydney,
cocinan, lavan, planchan, atienden a los hijos y
Atenas y Beijing, hasta los más recientes,
hasta les quitan los zapatos… ¿Una mujer poen los cuales los protagonistas son los
dría entrar a la COCO pensando en tener hijos?
¿Podría narrar la pelota provincial, en la que se
equipos de béisbol de Santiago de Cuba
compite todas los días? ¿Habría podido parir a
e Industriales.
mis tres hijos si hubiera ido a trabajar allí? Seguramente que no. Y mis hijos, buenos, regulares o malos, son mi pasión. Ahora sería narradora,
pero no los tendría a ellos.
Fíjate si los roles históricos que hemos asumido pesan, que hace poco me encontré con una
muchacha que me dejó atónita. Me preguntó si ella podría tener más chance que yo y lograr ser
narradora por su condición de lesbiana. “Porque usted se casó —me dijo—, tuvo tres hijos y no
pudo llegar a serlo, pero yo no tengo interés ni en casarme ni en tener hijos”. Le respondí: “figúrate, yo no sé la respuesta a esa pregunta. La vida es muy compleja. Te recomiendo que triunfes,
luches, te esfuerces e intentes serlo. Con talento se llega a cualquier lugar”.
¿Ser madre te impidió el desarrollo como profesional?
Nunca. Y hubiera tenido más hijos, pero solo tuve tres. Ellos conocen en Cuba todos los estadios, las pistas y los tabloncillos donde haya habido torneos y competencias de béisbol, atletismo
y baloncesto. Iba con los tres para todas partes. Uno se quedaba en el banco de primera, otro
en el banco de tercera, y al más pequeño lo cargaba cualquiera que estuviera allí. Claro, eso ha
incidido en que mi familia no sea hoy la más feliz.
Por qué?
Esa vida la llevamos durante años, casi todas las noches, incluidos sábados y domingos. No
es nada normal vivir así, casi como nómadas, comiendo cualquier cosa y recibiendo influencias
múltiples que, si por un lado enriquecen, también desestabilizan a cualquiera, mucho más a los
niños. Esa vida me llevó incluso al divorcio, después de 25 años de matrimonio.
En primera persona
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Si hubiera tenido más familiares —mi madre murió cuando yo tenía 20 años— o parido menos —opción que nunca tuve en cuenta—, o si hubiera renunciado a hacer lo que fui, quizás mis
hijos fueran hoy mucho mejores de lo que son como seres humanos. Es que, como dice la canción
de Juan Almeida, con juventud no hay experiencia. Ahora tengo 55 años y la experiencia que me
faltaba entonces. Pero…hoy ya están encaminados: el mayor, Javier, es cocinero de alta cocina;
Julito es editor en el Canal Habana, y Henry es graduado de electrónica y se convirtió en restaurador. Dieron muchos tumbos para llegar hasta ahí. Es muy triste, pero es verdad.
De casta le viene al galgo
Contar estas experiencias con los hijos hace que su tono de voz cambie. Mas el rostro se
le ilumina cuando describe a los nietos: Melanie, de cuatro años, y Henry, de tres. Es como
una segunda ronda de su maternidad, que ahora disfruta de un modo diferente.
La remembranza le hace mirar atrás, a su madre, quien un día le contó sus andanzas
como pelotera. Ella, que también se llamaba Julia, y sus tres hermanas, Quina, Esther y Mirtha, fueron peloteras de las ligas de mujeres de Estados Unidos en los años cuarenta del
pasado siglo. La conversación que parecía apagarse, en este punto retornó a su cauce.
Mi abuelo Julio, que era tabaquero, se había ido a vivir a Tampa con sus tres varones y cuatro
hembras, y allí se vincularon al deporte escolar. No imagino si el camino les resultó expedito o
tuvieron que vencer obstáculos; lo cierto es que en la casa ellas nunca hablaban de eso, porque
papi era antideportista. Al doctor Osendi —mi padre— solo le interesaba el fútbol de su terruño,
España. Un buen día, cuando empecé a jugar pelota, me contaron su incursión en esas lides.
¿Te parece que las mujeres tienen igual capacidad que los hombres para dedicarse
al deporte?
La sociedad es tan machista que, cuando alguna juega muy bien, dicen que lo hace como
un hombre. Pero yo creo que ese es un halago para el varón. Prefiero verlo así. Cuando hay una
mujer tan buena es porque él ha llegado a su altura. Todavía no he encontrado a un hombre al
que se le pueda decir: lo haces tan bien como una mujer. Busca una arquitecta, una médica, una
ingeniera. ¿Qué diferencia hay? En que nosotras, además, parimos, amamantamos a nuestros
hijos y estamos al pie del cañón en su educación, mucho más que ellos.
Cuando un hombre se dedica a cuidar a sus hijos, nosotras no estamos comparándolos, porque simplemente él está cumpliendo con el papel que le toca. Y en el deporte pasa lo mismo. Hay
que jugar al duro, sea quien sea.
¿Tiene relevo Julita Osendi en la redacción deportiva?
He sido la única reportera desde que entré en 1980 hasta el año pasado, cuando empezó la
periodista Daily Sánchez. Hay otra colega, Arelia, que es jefa de turno en el Deportivo, pero en lo
que hago fui la única durante todos estos años, hasta la entrada de Daily. Ella tiene talento, es
capaz y muy trabajadora, y sabe que por ser mujer le puede costar el doble de trabajo. A mí me
costó el triple. Cuenta con mi apoyo y el camino allanado hasta donde pude lograrlo.
Si te dieran la posibilidad de volver a nacer, ¿qué profesión escogerías?
Sería corredora. Correr; eso haría.
De cierta manera, ¿eso ha sido tu vida ya?
Es cierto, pero he sido corredora steplachase, de 3000 metros con obstáculos, y yo amo la
velocidad. Quiero ser corredora de los 100 metros hasta la muerte.
¿Y cuando, por la edad, ya no puedas correr?
Me dedicaría a entrenar a atletas de esa especialidad.
¿Quién sería entonces la comentarista deportiva?
Mi nieta Melanie.
En primera persona
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Natalia Bolívar Aróstegui:
Cubana hasta en los gestos
Yo soy etnóloga
Por: Mariana Ramírez Corría / Foto: Cortesía de la entrevistada
Natalia Bolívar Aróstegui tiene mucha vida que contar. Escritora e investigadora acuciosa
de las religiones afrocubanas, estudió pintura en la escuela San Alejandro, Filosofía y Letras
en la Universidad de La Habana, y con Lydia Cabrera y Fernando Ortiz se adentró en la etnología y el folclor. También incursionó en el arte chino y la egiptología; el arte cubano y la arqueología. Por sus aportes a la cultura universal, mereció la Orden Isabel La Católica. Cubana
“de pura cepa”, prácticamente desde su nacimiento suma anécdotas y desafíos personales o
profesionales, que se convierten en trigo para unas extensas memorias. Esta entrevista, fruto
de más de una conversación, adelanta apenas algunas pinceladas de la enjundiosa vida de
una mujer singular.
Naciste en una familia de la aristocracia habanera, el 16 de septiembre de 1934…
Sí, pero ante todo soy cubana. Puedo reunir ducados, reinados y barrios marginales, pero
creo que el hecho de ser cubana me hace cargar con mi identidad en todo el cuerpo y hasta en
mis gestos.
¿Quiénes eran los Bolívar?
Mi padre, Arturo Bolívar Bolívar, militar de carrera, proviene de una familia descendiente del
Libertador Simón Bolívar, que se estableció en Santiago de Cuba en el siglo XVIII. Por parte de mi
madre, los Aróstegui estamos emparentados con la Gran Duquesa de Luxemburgo.
72
En primera persona
Y fueron dueños de media Habana...
Bueno, no tengo ningún abuelo español, pero sí, los Aróstegui fueron presidentes de la Real
Factoría de Tabaco en mil setecientos y pico, una familia muy antigua.
Por eso yo me siento tan cubana. Son 400 años de cubanía. ¿Sabes por qué la Loma del Príncipe se llama así?: un tatarabuelo mío tenía una finca allí y cuando Felipe de Orleáns vino a Cuba,
exilado, mi tío “Mon Cher Martín” lo hospedó allí. Cuando el gobierno lo botó de Cuba, se fue a
New Orleans y le dieron un millón de dólares en barras de oro. Luego, al ser coronado Rey de Francia, mandó un emisario con el millón de dólares para el susodicho tío mío, pero este no lo aceptó.
Pero al lugar donde viviera en Cuba le quedó el nombre.
Lo de ahondar tanto en las religiones afrocubanas ¿de dónde lo heredas?
De mi nana negra. Era descendiente de congos, pero nació en el seno de mi familia y se crió
ahí. Ella me enseñó a amar mucho a la naturaleza —¡y no te rías!—, a los 10 años me enseñó a
fumar tabaco. Yo era finalista en los exámenes. Estudiaba dos días antes. Entonces mi nana se
sentaba a mi lado, tomaba un jarrito de café, mojaba el tabaco, lo mascaba y me lo daba a fumar
para que no me quedara dormida.
Obstáculos
Manejaste un arma, pariste tres hijos, brincaste mil obstáculos... ¿ser mujer ha sido
una traba?
Nunca, jamás, dejé de ser mujer. Yo empecé a manejar un arma a los 12 años, con mi primo
Pablo Suárez, que fue el que me enseñó. Nunca me sentí discriminada por ser mujer. He tenido
heridas abiertas, pero aun siendo mujer floté, sobreviví a todos los embates.
En la clandestinidad…
Mira, no hubiera ocurrido un 13 de marzo sin mujeres (ese día, en 1957, bajo la dictadura de
Fulgencio Batista, estudiantes reunidos en una agrupación llamada Directorio Revolucionario
asaltaron el Palacio Presidencial de Cuba). Vamos a estar claros: no hay clandestinidad si no hay
mujeres. No hubiera existido ni la Sierra Maestra, ni el Directorio. Y no detrás, como retaguardia.
Detrás y delante, porque más se sacrificaron las mujeres; tenían mucho que perder por su misma
condición de ser madres, no por principios.
Empecemos con Celia Sánchez, Mary Pungido, la propia Melba Hernández, Haydée Santamaría y Vilma Espín, a quien tengo en un altar. Era de nuestra clase social y mírenla dónde estuvo,
cómo se comportó y qué clase de mujer fue. Fue capaz, además, de construir una bella familia:
unida, formada con principios. Para mí, la base de toda la sociedad es la familia -aunque yo sea
enchapada a la antigua.
¿Y en el terreno profesional?
En 1954 comencé las investigaciones con Lydia Cabrera, bajo la guía de Don Fernando Ortiz.
Y en esos asuntos religiosos sí me topé con momentos desagradables. Creo que se debe a la falta
de educación o de sensibilidad. Me he dado en cuerpo y alma a esta religión pero, por ejemplo, en
la parte abakuá, me he sentido discriminada y, por momentos, humillada con serios insultos.
Soy muy reconocida en este mundo y la persona que me humilló y me amenazó creo que se
olvidó que nació de una mujer. Una vez vinieron aquí, a mi casa, a advertirme que no fuera por
Regla ni por Guanabacoa, porque me iban a apuñalar.
¿Y?
Nada, pedí una reunión de todos los jefes yambas y mocombos, de las potencias (grupos
religiosos afrocubanos) de Regla y Guanabacoa, y ahí fui con todos los documentos, publicados y
no publicados, grabaciones donde dan todos los secretos de los abakuá, para que vieran que ninguno estaba publicado por mí. Además, lo que yo he estudiado y publicado de los abakuá parte
de reconocer su verdadera importancia dentro de la música. Tocan el bambú, el guaguancó y
En primera persona
la conga. Todos esos ritmos nacen de la célula
abakuá.
Las anaforruanas (las firmas abakuá) son
de una belleza estética tremenda, por su simbología, específicamente. Oye, yo soy una fanática del baile, del Ireme, de ir a los lugares
públicos donde ellos plantan y, a veces, aun así,
me han maltratado. Lydia Cabrera era mujer y
lo publicó todo. ¿Por qué no la maltrataron a
ella? ¿Entonces la van a coger conmigo? Querían que yo les dijera quién me amenazó. Yo les
dije que igual que ellos tienen sus secretos, yo
tengo los míos.
¿Has aportado más espiritualmente
en tu trabajo por el hecho de ser mujer?
Yo creo que si. Nosotras tenemos determinados puntos sensibles que no tienen los hombres. El hombre no pare, no tiene menstruación
y los principios machistas sobreviven y siguen
andando. Me siento muy feliz de haber nacido
mujer. Me he realizado. Pero nunca me he dejado arrastrar por nadie. Y bueno, ¡después de
eso no hay más na’ qué hacer!
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Aunque se ha desempeñado en diversos espacios de la cultura, Natalia Bolívar Aróstegui se ha destacado especialmente en los estudios e investigaciones
de la etnología, en particular sobre las
religiones afrocubanas. Entre lo mucho
que ha publicado, destacan los libros Los
Orishas en Cuba (1990), La Muerte es principio, no fin. Quintín Banderas (con Natalia del Río); Itatú: la muerte en los mitos y
rituales afrocubanos, Mitos y Leyendas de
la comida afrocubana, y los folletos Opolo Owó: los sistemas adivinatorios de la
Regla de Ocha, Orishas, Egguns, Nkisis,
Nfumbes y su posesión de la pintura cubana; Los perros y los Orishas; Orula en
el deambular por las antiguas civilizaciones y Tributo necesario a Lydia Cabrera y
sus egguas, entre otras creaciones. Tiene
inéditos los libros (en coautoría con Zonia Lapique Becali), Ifá en el deambular
por las antiguas civilizaciones (con Natalia del Río) y Espíritus rumberos.
De todo un poco
Has dirigido museos, diseñado joyería en el Banco Nacional de Cuba, organizado
la divulgación del Teatro Nacional, asesorado obras teatrales y musicales, publicado
libros… ¡ Y ahora pintando de nuevo!
Pues sí. Me gusta mucho pintar. He retomado los pinceles. Yo lo había dejado cuando le hice
un retrato a mi madre y no le gustó. Quedé puesta y convidada. Pero ahora ando embarrada de
nuevo, quizás para llenar espacios vacíos —no los huecos de las paredes. Ahora me regalo las
mañanas para pintar.
¿Influencias?
A mis maestros les guardo mucho respeto, pero sí han influido Portocarrero, Mariano, Matamoros, Martínez Pedro y mi profesora Ana Rosa Gutiérrez. Por supuesto, Mendive y Zúñiga, que
tocan el tema afrocubano, que me apasiona.
¿Y Wifredo Lam?
Era mi amigo, muy generoso. Conservo, con mucho amor, algunos de sus dibujos. Su amistad
me nutrió y su ejemplo me enseñó a seguir luchando.
¿Por qué te apasiona un personaje de la Historia de Cuba como Quintín Banderas?
Mira, junto a Maceo, fue el más valiente de los generales insurrectos cubanos en las luchas
contra el colonialismo español. No tenía fronteras. Aprendió a leer y escribir en la cárcel, por el
año sesenta y pico del siglo XIX. Increíble, pero no sabía ni leer ni escribir, y era general. Fue criollo, pero de origen mandinga. Ellos y los congos se unieron para pelear. Yo escribí La muerte es
principio no fin. Quintín Banderas. Me falta otro libro que está en proceso.
¿La Orden Isabel la Católica?
Lo soñé esa tarde de alguna forma y luego entra mi hija en mi cuarto y me da la noticia. Es la
primera condecoración que recibo por mi trayectoria como intelectual cubana y es un reconocimiento a mi labor como promotora de nuestra cultura.
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En primera persona
Irania Martínez:
Ecologista contra vientos y mareas
Yo soy ambientalista
Por: Patricia Grogg / Foto: Patricia Grogg
A Irania Martínez García (42 años) le cuesta hablar de sí misma. En su mente se agitan y
atropellan las ideas en loca carrera contra el tiempo, tanto que necesitaría que el día tuviera
más de 24 horas para ordenarlas, darles cuerpo y, sobre todo, convertirlas en proyectos a
favor del medio ambiente. Ese es el todo de su vida.
El destino le reservó el más duro de los golpes posibles para una madre, cuando una
cruel enfermedad se llevó para siempre de su lado a su hija de solo 12 años. “Desde entonces
no puedo ver llorar a un niño. Los pequeños pacientes de leucemia sufren mucho y con ellos
la familia, los médicos y enfermeras que los atienden”, dice.
Por sobre la adversidad, siguió adelante con su empeño de sacar frutos de un basural,
el principal de la oriental ciudad de Guantánamo. El proyecto, conocido por CEPRU (Centro
Ecológico de Procesamiento de Residuos Urbanos), es expresión de lo que puede hacer la
voluntad cuando los recursos son esquivos.
Los vecinos más antiguos de Isleta Sur no olvidan que, donde ahora hay muchos árboles
y flores, o áreas para cría de caprinos, antes solo hubo montañas de basura, pestilencia y
suciedad por doquier. El barrio, sus casas y su gente fueron cambiando al ritmo de las transformaciones del vertedero.
Mujer y mestiza, no por ello se ha sentido marginada o discriminada. “Pero sí por mi forma de ser. Me dicen que soy difícil, que no soy disciplinada. Lo que pasa es que llamo las
cosas por su nombre, no tolero lo mal hecho”, añade. Su fuerza de carácter y la convicción de
sus palabras concitan respeto y consideración.
En primera persona
A menudo se le escucha citar una profecía
ambientalista que dice: “Sólo después que el
último árbol haya sido cortado / Sólo después
que el último río haya sido envenenado / Sólo
después que el último pez haya sido pescado
/ Sólo entonces descubrirás que el dinero no
se puede comer”.
“La tomé de un plegable que me regaló
un delegado mexicano, durante un congreso
en La Habana. Dice, en pocas palabras, lo que
puede suceder si no cuidamos nuestro entorno; por eso la repito siempre que puedo. Hay
que luchar, porque los pronósticos son catastróficos”, explica.
¿Entonces, te declaras defensora del
medio ambiente?
Soy de las personas que respetan el mundo
en que vivimos y sí, me considero incorporada a
ese batallón de luchadores por preservar la vida
del planeta.
¿Te sientes satisfecha con lo que has logrado hasta ahora?
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El CEPRU es uno de los proyectos
más relevantes apoyados por el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo
para el Medio Ambiente Mundial (PPD/
GEF), que conduce en Cuba el Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
De acuerdo con estimados del PPD,
entre otros resultados, el proyecto logró
la reforestación de unas tres hectáreas
y la obtención de unas 1.000 posturas
al año, así como la incorporación de 40
casas de la comunidad al redoblamiento
forestal.
Así mismo, se redujo a la mitad el
tiempo de descomposición de los desechos, aumentó la producción de materia
orgánica en 60 toneladas, con beneficio
para el mejoramiento de los suelos, y se
eliminó la quema incontrolada de 150
toneladas mensuales de basura.
Falta mucho por hacer y siento que el tiempo no me alcanza, necesito apurarme. La mente se
me llena de muchas ideas que necesito evacuar y me siento ansiosa porque quiero hacer muchas
cosas.
Tu proyecto es singular para una mujer y dices que no ha sido fácil. ¿Cuáles han sido
los principales obstáculos?
El primer cuello de botella fue la falta de cultura ambiental de los decisores. He tenido que
imponerme. Lo otro, enfrentar la labor sin recursos de ningún tipo. Así, prácticamente sin nada
para trabajar, tuvimos que demostrar que el proyecto era realizable. Luego vino el apoyo del
Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (PPD/GEF), que
agradecemos muchísimo.
Fuiste atleta de alto rendimiento (judoca), luego estudiante de ingeniería pecuaria,
madre de dos hijos. También trabajaste en una vaquería. ¿Cómo es que comienza tu
trabajo “con la basura”?
Llegué a Isleta Sur en el año 2000, como representante de Agricultura Urbana, con la misión
de trabajar para que las familias de esa comunidad pudieran mejorar su alimentación. Pero me
encontré con un vertedero que había crecido allí por los años noventa (del pasado siglo). Era la
primera vez que veía algo así.
Tuve que hablar con muchas autoridades en el municipio y hasta en la provincia, hasta que
como a los seis meses logré que me dieran una parte del lugar para probar que allí se podía hacer
muchas cosas. La última persona con quien hablé me insinuó que yo era ignorante. Pero tengo mi
autoestima alta y me impuse.
¿Entonces llegó lo más difícil?
Cuando logré el pedacito, había que formar el equipo de, al menos, siete personas para iniciar el trabajo. Tuve oponentes al proyecto; decían que estaba loca, me evitaban para no escucharme. Yo no soy débil y cuando pienso que estoy segura de algo, lo hago. Principalmente por
intuición y amor a la naturaleza.
76
En primera persona
Iba a cuanta reunión había en el barrio y visitaba las casas. Le decía a la gente: “para resolver
el problema, necesito que se me unan. Vamos a procesar la basura y la convertimos en abono
para vender y para usar nosotros. Podemos sembrar plátano”. Se entusiasmaron porque vieron
una manera de adquirir alimentos y dinero, no tanto por los beneficios ambientales.
Así fue como comenzamos: limpiamos las áreas, aprovechamos los espacios no contaminados, reciclamos y acomodamos los desechos… Buscamos a una doctora, que nos hizo a cada
uno la historia clínica, nos vacunó e hizo recomendaciones de cómo cuidarnos.
Entre tu personal hay algunos reclusos en libertad condicional y ex reclusos. ¿No
resulta problemático para una mujer?
Tienen el mismo trato que los demás. Vienen y van a sus casas cada día, todos los meses se
les hace una evaluación. Me respetan y no tengo problemas con ellos y ellas, porque también
suele haber ex reclusas. Pero en sentido general no me ha importado ser mujer y dedicarme a
este trabajo. Claro, no se creía que una mujer pudiera hacerlo e inclusive, más de un hombre me
ha dicho: “yo no hubiera podido”. Yo digo que quien no muestra debilidad, es siempre respetado,
sea hombre o mujer.
Reconozco que abrirse camino no fue fácil, porque es una zona compleja socialmente y al
principio nos sintieron intrusos, pensaron que les estábamos quitando espacio porque muchos
vivían de los desechos que buscaban en el vertedero. Pero fueron entendiendo la diferencia y
cediendo poco a poco. Además, mejoraron sus condiciones de vida, gracias al proyecto.
En 2007, Irania Martínez fue una de los héroes anónimos galardonados por la cadena
de televisión CNN, como defensora del planeta. A diferencia de otras muchas distinciones
recibidas en Cuba por su labor a favor del medio ambiente y los demás seres humanos, esa
no pudo recibirla personalmente.
Tampoco pudiste cobrar los 10.000 dólares del premio, bloqueado por el embargo
estadounidense. ¿Sientes frustración? ¿Enojo?
No me dieron la visa para viajar a recibir ese premio. Tenemos muchas necesidades y el dinero lo hubiéramos usado muy bien, pero no me siento como que me han quitado algo. Más bien
siento satisfacción por haber puesto un granito de arena por los niños, porque lo doné a Unicef
(Fondo de Naciones Unidas para la Infancia).
Los sueños de esta mujer, que nació en Camagüey e hizo suya a Guantánamo, la más
oriental de las provincias cubanas, no parecen tener límites.
“Queremos continuar reforestando y rescatando áreas degradadas, crear más fuentes
de empleo, colaborar con nuestras prácticas en la educación ambiental y social de los niños,
niñas, universitarios y universitarias para que se conviertan en agentes activos del desarrollo
sostenible de su entorno, mejorar las condiciones para atender a los perros abandonados
que comenzamos a recoger, porque muchos llegan enfermos. Tenemos un programa de
adopción para personas que quieran llevarlos a sus casas. Y podría seguir... ¡es tanto lo que
se puede hacer…!”
En primera persona
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Patricia Ramos:
“El permiso me lo doy yo”
Yo soy joven realizadora
Por: Danae C. Diéguez / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Considerada entre las mejores realizadoras de la nueva hornada de creadores audiovisuales en la isla, Patricia Ramos ha dirigido los cortos de ficción Na-na (2005) y El Patio de mi
casa (2007), además de varios documentales. Es profesora de guión de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños y ha obtenido varios premios
con cada uno de sus filmes, entre ellos a la mejor película realizada por una mujer en el VI
Festival Internacional de Cine Pobre.
Este encuentro corrobora su preocupación por temas relacionados con la representación
de las mujeres en el audiovisual cubano. Es un intento de acercamiento a una directora con
una propuesta visual que revela una perspectiva pocas veces tenida en cuenta, sobre lo femenino en la narración fílmica. Aquí están algunas de sus devociones y sueños.
Eres filóloga de profesión, ¿cómo es ese tránsito de la filología al cine?
Desde niña quise tener algún tipo de relación con el arte. Antes de llegar a la literatura, estudié música. Siempre quise ser música y no pudo ser; de pronto eso se quedó suspendido en el aire.
Así, la literatura quedó en un camino más cercano, pero aún no me satisfacía del todo, no era
algo que me llenara completamente. Cuando yo estaba haciendo la tesis, mi madre me avisa de
la convocatoria para la escuela internacional de cine; entonces dejo de trabajar en la tesis como
15 días y empiezo a prepararme para la EICTV. Sucedió que entré a la primera. Siento que eso fue
un modo de encontrarme y es, quizás, ese cabo que dejé medio suelto con la música. Creo que se
unió todo ahí.
78
En primera persona
Tu especialidad en la escuela de cine es guión ¿Qué tipo de historias te importan,
qué temáticas te interesa abordar?
Siento como vacíos dentro de la realidad cubana que encuentro yo, que veo que existen o que
pueden existir, y ahí es donde intento poner el ojo. Me interesa mucho la familia, las relaciones
interpersonales. En los dos cortos que he hecho hay una insistencia en la familia, en las redes que
se arman entre los sujetos que componen una familia, y siempre con un ser muchas veces rector,
que es la madre, o la hija de la madre. Al menos esto me interesa contarlo. También me atraen
otros temas. Creo que a veces hace falta, para contar la realidad cubana, un cierto respeto hacia
ella. Por ejemplo, El patio de mi casa recrea un espacio pobre, evidentemente, pero no quería que
hubiera una burla o un morbo sobre eso. O sea, tratar de que nunca se me vaya la mano ni para
un lado ni para el otro, porque creo que la realidad o lo que nos sucede hay que representarlo con
mucho respeto. Por lo menos así lo siento.
¿Ha sido importante en tu historia personal el vínculo con tu familia? ¿Este vínculo
ha marcado tu mirada sobre el tema?
Yo tengo una familia de lo más interesante. Una abuela que parece una madonna italiana,
fuerte y poderosa, que es la jefa de todo, y ella lo mismo es la bondad absoluta que lo contrario.
Es muy intensa, como una película de Fellini. Pero, al mismo tiempo, es una guajira muy ingenua,
muy vivaz, perspicaz y creativa. Y mi abuelo es el típico hombre callado, aparentemente dominado por ella, pero que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana. Ella también ha hecho lo que
ha querido, eso es una combinación bastante dinamita en mi familia. Mi mamá es una mujer
extremadamente creativa, una de las personas más brillantes que yo conozco: o sea, que si otras
hubieran sido sus circunstancias, la artista sería ella y no yo. La mediocridad no está en su gen, es
una mujer que te enseña diariamente, muy pasional. Es muy fuerte, pero al mismo tiempo es muy
sensible, y ha pasado mucho trabajo en la vida. Creo que mi mamá es una fuente de inspiración
para mí, infinita. O sea, la mujer que lava en El patio de mi casa es mi madre, de alguna manera.
Creo que me traumaticé con esa experiencia de las dos lavando así, y mujeres solas. Mi mamá ha
sido mujer más sola que acompañada y las mujeres solas son muy inspiradoras; imagina todo
lo que puede sufrir una mujer sola, y más si es tú mamá y es absolutamente amable, capaz. Ella
transpira dignidad por todos lados y para nada se está autocondoliendo. Creo que, de alguna
manera, eso me transmite a mí y a todos los demás. Si yo soy respetuosa, es por ella.
Sin dudas hay una vocación para dirigir. ¿Cómo llegas a la dirección? ¿Cómo transcurre esa relación entre la guionista y la directora?
Por ejemplo, Na-Na1. A mí me gustaba tanto esa historia, me parecía tan bonita, me gustó tanto cómo nació, que no me sentía capaz de regalarla. O sea, me entró una tacañería y un
egoísmo que yo decía: no, yo tengo que hacer esa historia, y aunque quede mal, pero la hago yo.
Prefería correr el riesgo de que mi historia no me quedara bien que dársela a otra persona y que la
hiciera, porque creía —y creo— que podía defenderla mejor que cualquiera, pues yo entendía lo
que era; por lo menos tenía tan clara la historia que —aunque no la realizara de la manera más
exquisita— yo iba a defenderla y eso se iba a traslucir, por eso creía que era la persona indicada
para hacerla.
En tu corto Na-na asumes el punto de vista de sujetos que no se habían tenido en
cuenta para hablar de la emigración: los niños. ¿Por qué tu mirada se posiciona desde
ellos para hablar de un problema tan visceral en la sociedad cubana?
El problema es que yo siento, como muchos cubanos, que andamos entre dos mitades, y
estoy traumatizada con todas las pérdidas de amigos, de familiares, ese desgarramiento que hay
entre familias. De alguna manera eso me tocaba muy fuerte, prácticamente pasé toda mi ado1
Cortometraje de ficción de Patricia Ramos en el que, en una pequeña barriada de campo, se desarrolla una hermosa
amistad entre dos niños, la cual se ve interrumpida cuando uno de ellos abandona el país.
En primera persona
79
lescencia y parte de la universidad teniendo amigos que se iban una semana, y a la otra semana
se iban otros, y hacíamos fiestas de despedidas y yo lloraba inconsolablemente, hasta un día que
no lloré más. Por aquella época yo perdí un gran amigo llamado Pablo, de mi generación. Se me
ocurrió escribir la historia desde los niños porque me permitía, de cierta forma, desdramatizar
el hecho de la emigración. Los niños dan esa aparente ingenuidad, pero que al mismo tiempo
es muy doloroso, es un discurso que está construido para los adultos y no para los niños. Ellos
sufren algo que crearon los adultos, y lo que hacen es repetir el juego de los mayores con las cosas
materiales.
Pienso que El patio de mi casa2 recrea un espacio en el que las mujeres y lo femenino tienen una función importante: es el espacio de lo privado, de lo doméstico, que
puede leerse como metáfora. ¿Qué es lo que te motiva a escribirla y realizarla?
El germen de esa historia nació de una vez que yo estaba durmiendo y me desperté, y se me
metió en la cabeza una idea. De esas veces en que estás medio en la vigilia, medio en el sueño,
pero no puedes dormirte del todo, y yo tenía en la cabeza una imagen de una mujer que estaba
soñando acostada en un diván rojo, con un gato arriba, y ella completamente desnuda. De pronto se despertaba en un lavadero, lavando ropas y con unos niños gritando. Esa imagen fue lo que
aquella noche me sacó de la cama y me dije: “la voy a escribir para poderme dormir”. Me levanté y
la empecé a escribir como si fuera literatura, pero ahí lo dejé y se durmió esa idea. Mucho tiempo
después vi La ciénaga3 (2001), de Lucrecia Martel, que para mí fue muy inspiradora, y me dieron
ganas de hacer El patio de mi casa. También había conocido a Lucrecia antes, en un taller, y
me había parecido una mujer brillante, y cuando vi esa película fue como esas historias de los
grandes realizadores que te abren la mente; como cuando ves una película de Bergman, que hay
algo que no se te explica del todo, o que una no logra quizás aprehender analíticamente, pero
hay algo sensorial; es como un aprendizaje. La ciénaga fue muy inspiradora para mí, aunque El
patio de mi casa no tiene nada que ver con eso. Entonces escribí el corto de ese cuento y de ahí
pasó al guión.
¿Y el tema del erotismo? ¿Por qué a tus mujeres, en esta historia, las ves erotizadas
en el mundo de los sueños, y no desde la supuesta realidad del patio?
Yo pienso que en el patio hay su dosis de sensualidad también.
Sí, pero está más en lo simbólico, al menos así lo veo…
Sí, con las sábanas, el agua…
Pero en el mundo de los sueños es donde ellas se abren a ese erotismo, como si
desarrollaran ese deseo, más que todo el deseo…
Es medio extraño porque es un espacio cerrado, pero al mismo tiempo es un espacio de libertad, abierto. O sea, es como una paradoja, de alguna manera eso tiene que ver con lo que uno
vive, los sueños tienen principio y fin.
¿Qué es lo que te lleva a contar una historia de esta manera, donde hay ausencia de
diálogos y las imágenes son las que narran, las sensaciones, los símbolos? ¿Te interesa
indagar por otros caminos que no son los tradicionales de la narración fílmica?
Creo que hay historias que vienen con una especie de ropa y hay historias que vienen con
otra. Esta es una historia muy sensorial y, en cierto modo, trabaja con símbolos. A veces sufro porque, de tanto miedo que le tengo a lo obvio, me caigo mal, y después tengo que poner un texto en
2
Cortometraje de ficción
con innumerables premios, entre ellos el de la crítica de
2007. Representa a una mujer que,
frente a un lavadero y rodeada de tendederas, abuelos y niños, lava la ropa de toda la familia y sueña.
3
Largometraje de ficción dirigido por la argentina Lucrecia Martel. Recibió muchos premios internacionales, entre ellos
el del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y el de categoría de Opera prima en el Festival de Berlín. El
filme recrea a dos familias —una de clase media urbana y otra de productores rurales en decadencia— que se entrecruzan en el sopor provinciano de una
Salta caótica e inmutable, donde nada sucede pero todo está a punto de estallar.
80
En primera persona
postproducción porque me quedó demasiado oscuro. Yo tengo mi perspectiva de lo que es Cuba,
de lo que es mi país, y ahí está, ahí hay una mujer sola, que tiende, que lava, que continuamente
se está tratando de lavar y limpiar, y el agua como un símbolo inagotable e infinito del arte de la
lavandería. O sea, el acto de lavar lleva mucho simbolismo y creo que eso tiene que ver mucho
con la Cuba que yo estoy sintiendo. Ella está sosteniéndose y no tiene sostén, su única alegría
son sus hijos, porque a pesar de su obstinación, los hijos son una experiencia de felicidad en ese
espacio tan gris donde la abuela sueña que está con el viejo y el viejo no le hace caso.
En tu caso, el hecho de ser consciente de tu papel como mujer en el espacio público,
¿le ha aportado alguna mirada o punto de vista específico a tu obra?
Pienso que sí. Una tiene un cuerpo y el cuerpo de la mujer y el cuerpo de los hombres son
diferentes; ya desde el punto de vista de los cuerpos se tiene una relación diferente con el mundo.
Inevitablemente, por el mismo hecho de ser, de tener senos, ovarios, curvas, ya tu relación con la
sociedad, con el mundo, o con los objetos es diferente; o sea, una menstrúa una vez al mes, y ya
eso te hace ser diferente. Decía un amigo algo que me encantó, y es que los hombres hacen muchas guerras porque no menstrúan; eso lo voy a poner en una película. Porque las mujeres ven la
sangre mensualmente y los hombres nunca ven sangre, no tienen por dónde drenar y necesitan
actos violentos para drenar y ver sangre.
¿Cuál es tu criterio sobre por qué les ha costado a las mujeres más trabajo llegar a
la dirección de cine?
Creo que hay machismo, no hay costumbre de ver a una mujer dirigiendo, y eso es algo que
cuesta trabajo; siempre hay cierta resistencia. El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) ha sido bastante machista; yo recuerdo que una vez, no hace tanto, le dije a una
persona de cierto rango que yo quería hacer una película y me miró como si fuera una pulga.
Te digo: yo puedo terminar vendiendo croqueta en el Ten Cents, pero voy a hacer mi intento de
realizar películas, de existir en la realización, de contar historias. Siento que el permiso me lo doy
yo; yo puedo.
¿Crees que las nuevas tecnologías han facilitado el acceso de las mujeres a la dirección?
No solo las nuevas tecnologías, sino que este país está mucho más abierto al acceso a esas
tecnologías, y también hay mucho más tráfico de personas, de productores. El hecho de que exista una escuela como el Instituto Superior de Arte (ISA) y tenga una política de que los sexos sean
bastantes equilibrados; en la EICTV , por ejemplo, se busca que en la cátedra de fotografía haya
mujeres y hombres, aunque muchas de ellas después no puedan ser fotógrafas, como ha pasado;
pero se intenta: algunas llegan, otras no. Y sí es político, es una cuestión de política cultural, y eso
es poquito a poco, es como una gotita que hace una mella que años después se ve. Creo que lo
más importante es la seguridad que una pueda tener y que la gente se sienta capaz. Una es responsable de su propio camino y de que confíen en ti, y cuando el camino es duro y difícil, te hace
ser más fuerte y segura.
¿Qué piensas de las políticas de discriminación positiva?, ¿crees que premios dedicados a las mujeres realizadoras ayudan a hacer visible su trabajo en medio del mundo
cinematográfico?
Por supuesto que sí. A mí me premiaron en el Festival Internacional de Cine Pobre, de Gibara,
y eso me hizo muy feliz. Incluso tengo amigas que se disgustaron con ese premio, porque para
ellas no debía ser un premio por ser mujer. Creo que lo que no se debe premiar es una mala obra,
pero si es buena ¿por qué no? Además, es obvio que estamos en desventaja, si no hace ni 100 años
que tenemos el voto político. De que hay discriminación, hay discriminación. Lo que no se puede
estar llorando por las cuatro esquinas. Hay muchas minorías que son discriminadas también, y
hay políticas públicas para tratar de atenuar esa discriminación.
En primera persona
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¿Tienes como proyecto hacer en algún momento un largo de ficción? ¿Te interesa
escribirlo y dirigirlo?
Quizás, a lo mejor el día de mañana tengo dinero y puedo contratar un guionista; pero mientras, lo escribo yo. Ese es mi sueño.
¿Te interesa ser madre?
Sí!!! Estoy convencida de que los hijos no son un impedimento en la vida para realizarte. Es
más difícil, más complejo, pero nadie se muere. Hay mujeres muy fructíferas y notables en carreras públicas, que han tenido tres o cuatro hijos, y no pasa nada con eso.
En primera persona
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Rosa Roca Hernández:
Una mujer atada a la tierra
Yo soy estomatóloga e investigadora
Por: Dixie Edith / Foto: Dixie Edith
Avezada estomatóloga, especialista en Periodoncia, a Rosa Roca Hernández la conocen
muchas personas en Holguín, e incluso fuera de esa oriental provincia cubana. Pero no son
solo sus premiadas investigaciones científicas, o su éxito aliviando el dolor de muchos de sus
pacientes lo que la ha llevado a alcanzar esa popularidad. Rosa es, además, una mujer de la
tierra y de su patio, sembrado de vegetales, frutas y flores; con aves cantoras y conejos. Es de
las que engrosan la lista que las autoridades de la agricultura urbana en la isla suele exponer
como ejemplo de buen quehacer.
“No es común ver a profesionales de cualquier especialidad ocupadas en laborar la tierra,
mucho menos a profesionales de la salud, por el tiempo y sacrificio que exige ese trabajo.
Pero a mí me viene por herencia el amor a la tierra. Está en mis raíces: aunque mi familia no
es de origen campesino, existía en casa una cultura muy amplia acerca de los cultivos, la
alimentación, la nutrición.”
¿Nació aquí, en Holguín?
Nací en Jiguaní, en la provincia de Granma; aunque mi papá sí era de Holguín. Nos criamos
en una casa amplia, bastante céntrica, con un gran patio. Mi mamá tenía un jardín muy lindo y
vendía semillas de plantas ornamentales y de hortalizas. Pero, antes de ponerlas en venta, cultivaba esas plantas en nuestra casa. Crecí en ese ambiente, habituada a la siembra y consumo de
hortalizas.
También fui muy lectora autodidacta, por herencia de mi papá. Él tenía una fábrica de tabacos y allí se leía mucho. Unas veces leía mi hermana mayor para los tabaqueros, otras lo hacía yo.
En primera persona
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Me acostumbré a leer lo que me cayera en las manos. Había siempre por la casa una revista de
temas agrícolas y yo me aficioné a ella porque traía muchos artículos amenos. Desde entonces
me gusta siempre tener a mano bibliografía acerca de todo lo que hago. Por ejemplo, cuando
empezamos con la cría de los conejos, yo busqué libros, revistas o folletos acerca de las enfermedades, cómo criarlos mejor. Y así con todas las cosas. Me gusta interiorizar, investigar, conocer.
¿Extraña Jiguaní?
Me siento orgullosa de ser de allí. Me gusta caminar por mi pueblo, disfrutarlo... De mis hijos,
el mayor vive allí con mi mamá, el otro aquí en Holguín. Pero sí, yo necesito darme mí vuelta de
vez en cuando por Jiguaní.
¿Hace años se fue de allí?
Salí de Jiguaní en 1981, para hacer mi especialidad, y cuando la terminé vine a trabajar para
Holguín y aquí me casé. Enseguida me llamó la atención la poca cultura que había sobre el consumo de vegetales y de frutas. Venía de un ambiente donde el hábito de comer hortalizas era
enorme y llegué aquí, donde la mayoría de las personas ni siquiera conocían muchas cosas de
estas plantas. Eso me chocó. Y fue el motivo fundamental por el cual construimos esta casa, de
forma tal que el patio fuera muy productivo. Antes vivíamos en un apartamento y en el balcón y
el patio del fondo siempre teníamos algo sembrado.
¿Pero nunca dejó su profesión para sembrar?
No, mi profesión es independiente de todo lo demás. Ya ahorita me toca presentar la jubilación, pero ser estomatóloga nunca interfirió para nada con mi trabajo en el patio. Mi esposo
tampoco dejó el suyo y ambos le dedicamos mucho tiempo a nuestras plantas. Él fue primero
dirigente político y luego de la Asociación Cubana de Agricultores Pequeños (ANAP).
Un día, allá por los años noventa, escuché por la radio una invitación que hacía la Asociación
Cubana de Producción Animal (ACPA) a criadores de conejos, para que se sumaran a un plan
que les otorgaría algunos beneficios. Averiguamos qué era la ACPA, pues no lo sabíamos, y nos
unimos al proyecto. Nos favorecieron con jaulas. A los conejos fuimos agregando otros animales:
cerdos, codornices, pollos, principalmente para el autoconsumo.
Por esa misma época, se nos acercó una compañera del Grupo Nacional de la Agricultura
Urbana, que a veces daba recorridos con el veterinario de la ACPA, y nos preguntó si estábamos
de acuerdo en que este movimiento visitara nuestro patio. En la primera visita identificaron que,
pese a nosotros no saber nada de ese movimiento, teníamos en el patio 18 de los que ellos llaman
subprogramas, por ejemplo: siembra de frutas, de hortalizas, cría de ganado menor, cultivo de
plantas medicinales, entre otros. Es decir, que desde el inicio teníamos, por laboriosidad y por
esa intuición familiar de que te hablaba, muchas líneas de producción que la agricultura urbana
estaba fomentando en el país.
Ser mujer en el sector de la salud en Cuba no es novedad; más del 50 por ciento
del personal sanitario aquí es de sexo femenino. Pero ser agricultora o productora es
menos habitual. ¿Ha enfrentado alguna complicación por se motivo?
Como agricultora no. Pero a veces he sentido que mi trabajo en el patio, como productora, no
es valorado por mis colegas de la salud. Este patio fue el primero evaluado como de Referencia
Nacional en Holguín, dentro del Movimiento de la Agricultura Urbana; por lo que hemos hecho
en él obtuvimos múltiples reconocimientos y hasta una visita del hoy presidente Raúl Castro,
cuando todavía era ministro de las Fuerzas Armadas; pero en mi sector de la salud nunca me han
reconocido esa labor.
También es una investigadora muy prolífica, ¿en qué temas ha incursionado?
Una de las investigaciones que más he disfrutado fue la que hice con mi esposo para calcular
el ahorro que representaba para nosotros, en la economía familiar, tener un patio productivo.
Sacamos cuentas durante un año, a precios de mercado agropecuario de oferta y demanda (que
En primera persona
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no son subsidiados por el Estado), de cuánto ahorrábamos por concepto de lo que producíamos
y no teníamos que comprar. Nos estábamos ahorrando miles de pesos. Escribimos y argumentamos ese trabajo y lo presentamos a un evento científico de la agricultura bajo el título “Mi patio,
un Jardín agroecológico productivo”. Obtuvimos un premio relevante a nivel de la provincia.
Paralelamente, yo llevaba una investigación, más desde el punto de vista terapéutico, médico, sobre la Yamagua, una planta que había descubierto cuando hacía mi postgraduado en
el Caney de las Mercedes, en Santiago de Cuba, por 1972. Los campesinos la usaban como coagulante. Cuando alguien sufría heridas, lo traían al hospital en parihuela, cubierto de hojas de
esa planta. A los médicos que estábamos allí, muchos de La Habana o Santiago de Cuba, nos
llamaba la atención que, cuando quitábamos las hojas, las heridas empezaban nuevamente a
sangrar.
A partir de ahí empecé a aplicar una encuesta popular entre los campesinos sobre cómo se
llamaban las hojas, para qué y quiénes las empleaban. Esa investigación siguió transcurriendo
en todos los lugares por donde fui trabajando. Cuando tuve algunas certezas de su uso en veterinaria, como coagulante en castraciones de cerdos, la presenté con un equipo de la ANAP, en un
forum científico, en 1994. Fue premio por resultados relevantes ese año. Inmediatamente la preparamos para evaluar su aplicación en humanos, tras hacerle a la planta estudios fitoquímicos y
pruebas toxicológicas en Santiago de Cuba.
¿Obtuvieron resultados positivos?
La probamos primero para controlar el sangramiento posterior a las extracciones de piezas
dentales y comparamos los resultados con los de los medicamentos hemostáticos que se usan, la
mayoría comprados en el extranjero a altos precios. Ese estudio también obtuvo premio relevante a nivel de la provincia, por el sector de la salud, en 2002.
Resulta que la Yamagua tiene una historia muy interesante. La usaban los mambises1, como
medicina, en las guerras de independencia contra España; y era muy común que, en las provincias orientales, se la aplicaran a los animales heridos o castrados.
Actualmente está indicado su empleo en forma de cataplasma sobre las heridas, pero como
esas plantas abundan solo en las zonas montañosas y no es fácil tenerlas al alcance de la mano,
estamos buscando una formulación más fácil de usar. Primero se hizo una tintura, luego un extracto fluido. Se analizó para ver cuál concentración era la más adecuada, la más efectiva. Se le
hicieron pruebas de estabilidad para tener la garantía de que sus principios activos no cambiaran con el tiempo; estudios fitoquímicos a las hojas, al producto terminado, para garantizar un
control de calidad. Con todo ese aval fue que se solicitó la prueba en humanos, en el centro coordinador de ensayos clínicos. Es el primer ensayo clínico de esta provincia con plantas medicinales.
Ya concluyó la parte estomatológica y se abre un camino muy amplio, pues apenas aplicado
tópicamente este extracto impide el sangramiento.
En el patio de Rosa no pueden faltar los vegetales ni los condimentos. Secando diversas
plantas de este tipo, esta apasionada investigadora prepara sus propias mezclas, que regala
a familiares y amigos, incluso de otras provincias. También suele aderezar conservas y encurtidos variados, junto a su esposo.
¿Diría que su patio también es un proyecto de investigación científica?
Sí, lo es, porque yo pienso que nuestra vida no puede ser independiente de la investigación. Lo
estudiamos todo porque la naturaleza motiva a un estudio constante.
A veces yo pienso que es mucho trabajo y, cuando me siento extenuada, cansada, digo que
voy a acabar con todos los proyectos. Pero después se me quita el cansancio y busco algo nuevo
para hacer. Creo que la vida nuestra siempre será así.
1
Nombre
española.
con el cual se identificaban las tropas cubanas que lucharon en los campos de
Cuba
contra la metrópoli
En primera persona
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Además, me gusta leer; mi escritor favorito es Honorato de Balzac y en mi tesis de grado reproduje un pensamiento suyo, que decía: “en la vida siempre hay que buscarse primero un objetivo y luchar por alcanzarlo, la vida es una constante meta”. Me parece que el final de una, como
ser humano, será cuando diga: “llegué hasta aquí; esta es mi última meta”. Porque la vida es una
meta constante.
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En primera persona
Tamara Hernández Conde:
metas sin límites
Yo soy pesista
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Todo empezó por la inclinación hacia las artes y el baile, vocación aupada por la familia.
Pero el destino juega sus propias cartas y los sinuosos caminos de la vida llevaron a Tamara
Hernández Conde a un deporte que solo ahora se abre espacio en Cuba: el levantamiento
de pesas femenino.
Desde pequeña siempre fue muy inquieta, cuenta ella. Practicó danza, piano y guitarra.
Sin embargo, el área deportiva que había detrás de su casa, en la occidental provincia de
Pinar del Río, despertaba en ella una atracción incontenible.
“Era asmática y mi mamá no me dejaba hacer mucho deporte, pues cuando me fatigaba
ella se alteraba mucho. Comencé a practicar atletismo a escondidas. Venía de la escuela y,
como mi madre a esa hora todavía estaba trabajando, yo me iba a practicar hasta su regreso”,
dice con cierta picardía.
Al parecer, el deporte se le daba bien. Un día el entrenador habló con su mamá y le dijo
que hacía falta que siguiera practicando, pero con el apoyo de sus padres.
“Mi mamá no quería, porque tenía aspiraciones de que yo entrara en la escuela de arte,
en danza, piano o guitarra, para lo cual ya había hecho algunas pruebas. Pero después de
eso me invitaron a un festival de velocidad, en Matanzas, donde obtuve la medalla de oro e
hice record nacional. Ahí decidí que no iba a entrar a la escuela de arte, sino a la de deportes”,
asegura, para fijar el momento en que decidió su camino.
En primera persona
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De atletismo a pesas
Practicaba atletismo y cursó esa especialidad, en la categoría de eventos múltiples, (triatlón, decatlón) en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE). Luego pasó al Centro de Alto
Rendimiento Atlético (CEAR), en impulsión de la bala.
“Cuando iba a entrar a la escuela de deportes, de régimen interno, lejos de la casa, mi
mamá siempre insistía en que no fuera. Al principio no me apoyaba, pero al ver los resultados y, sobre todo, que me gustaba tanto y lo hacía cada vez mejor, me respaldó hasta que
terminé en el atletismo.
“Al comenzar la carrera universitaria, dejé de entrenar porque casi no me daba tiempo
para las dos cosas. Estaba ya en tercer año de la carrera y me enteré de que, para los Juegos
Centroamericanos de Cartagena de Indias, comenzaría el levantamiento de pesas femenino,
que era una preparación rápida para llevar una pequeña selección a ese evento.
“Fui una semana antes de que se fueran y me dijeron que regresara después de los juegos, porque ya era tarde para incluirme en el equipo. Comencé en un gimnasio en ese verano, pero solo fui tres veces porque no tenía una base sólida por la cual guiarme”, recuerda.
“Regresé a mediados de agosto, me hicieron pruebas y preguntas sobre el deporte anterior. Me dijeron que fuera cada vez que pudiera. Como las clases no empezaban hasta octubre, entrené todos los días. El equipo se formó en marzo de 2007 y quedé dentro de esa
selección de siete atletas”, dice Tamara, hoy con 22 años y una respuesta como un disparo
para todo.
Con esta elección también enfrentó la oposición de sus padres. “Cuando empecé las pesas, lo hice escondida. Dejar el atletismo fue un cambio muy brusco para mi familia. Siempre
me ponían como ejemplo a figuras deportivas: Iván Pedroso, que era campeón olímpico en
triple salto y estudió tal cosa; Teófilo Stevenson, que fue triple campeón olímpico y estudió
otra carrera. ‘Tú tenías que haber seguido estudiando y entrenando a la vez’, me decían. Eso
me afligía un poco.
“Empecé a escondidas por dos motivos: primero, quería probarme a mí misma que servía, antes de hacerlo público. Por otro lado, por el tabú que ha tenido el levantamiento de
pesas femenino en Cuba, pues hasta ese momento nunca se había visto.”
Cuando empezó a entrenar con más seriedad, hizo el comentario en casa y entonces
encontró otros reparos. Tal vez, dice, por el poco conocimiento sobre el tema, le insistían en
que se le iba a deformar el cuerpo, las manos se le podrían feas y el cuerpo, muy fuerte.
“Todos los días un debate constante en mi casa, una discusión tras otra porque mi madre
no quería, de ninguna manera, que yo lo hiciera. Mi padre tomó la palabra y dijo que si eso
era lo que quería, que lo hiciera”.
A partir de ese momento, fueron familiarizándose con el deporte hasta que decidieron
verla competir. “Ahora es mi mamá la primera que me exige que descanse, me cuide, no me
deja salir, todo en pos de que mejore en ese deporte nuevo”, agrega la joven.
Rompiendo mitos
“Las pesas no deforman el cuerpo, cada persona nace con un físico determinado, no podemos decir que el levantamiento de pesas trae deformaciones. Hace 20 años que, en el
mundo, se compite en levantamiento de pesas femenino y podemos ver que las pesistas
tienen cuerpos formidables, una figura que todas las mujeres quisieran tener”, explica.
Su figura ha mejorado. Sus muslos se ven fuertes y compactos. “Antes era más delgada,
muy menudita, y después me fui poniendo más fuerte, pero a la vez más femenina. Contrario a lo que las personas creen, este ejercicio ayuda a quemar tejido adiposo y mejorar
el cuerpo.
88
En primera persona
“Algunos me comentan: `qué bonita estás´. Otros, incluso, me dicen que no parezco pesista, porque las personas tienen una concepción del levantamiento de pesas muy diferente
a lo que es realmente.
“En este deporte, la fuerza es muy necesaria, pero depende también mucho de la técnica. Es una correlación de las dos, una sin la otra no es nada. Un atleta muy fuerte puede
llegar, pero tiene un límite, la técnica lo respalda”, explica esta joven de la categoría de más
de 75 kilogramos y que ha llegado a levantar 90 kilogramos de arranque.
Además de integrar el equipo nacional femenino de pesas, llegó a ser su capitana. “Las
muchachitas decidieron por unanimidad que yo debía ser la capitana porque el grupo me sigue, tengo buena forma de relacionarme y llegar a todas las atletas, lo que es muy necesario
en un capitán de equipo”.
Pero su vida va más allá del deporte. Como los grandes atletas que sus padres le ponían
de ejemplo, siguió sus estudios universitarios y se graduó en 2009 en Licenciatura en Ortopedia y Traumatología, uno de los 21 perfiles de la tecnología de la salud.
Por primera vez
La primera exhibición y competencia para el público se hizo en 2007. Las personas prestaron mucha atención. “Ahora siempre quieren saber cuándo van a salir las muchachas. Al
gimnasio va bastante público y se queda esperando para vernos”, relata.
Esta disciplina ha tenido un buen comienzo. “Competimos en el primer campeonato iberoamericano en 2007, quedamos en tercer lugar por países, un gran comienzo para algo
nuevo en Cuba. Entre otras competencias, participamos en los Juegos Panamericanos de Río
de Janeiro, el pasado año, y en los Juveniles Panamericanos, realizados en México, donde por
primera vez una atleta cubana obtuvo una medalla internacional.
“Comenzamos con un calentamiento colectivo, insistiendo en las necesidades de cada
división. Se entrena fuerte, pero nada que una mujer no pueda soportar y más la cubana, que
es tan emprendedora”, señala Tamara.
“Todo deporte, toda meta que se trace uno en la vida, lleva un sacrificio, y el levantamiento de pesas femenino no está exento de eso. Si tenemos doble sesión, descansamos en
el gimnasio por la tarde y, después, entrenamos nuevamente, de seis de la tarde a 10 de la
noche, que es el horario de sueño.
“Descansamos el sábado por la tarde y el domingo. Algunas atletas prefieren pasear, pero
yo soy más bien casera, me gusta mirar la televisión, estar con mis padres, pues como soy
única hija ellos necesitan mucho de mí, soy la que le da la vida al hogar”, dice.
“También me gusta leer, pero si de pasear se trata, prefiero los lugares tranquilos, el
teatro. Sigo apasionada por el ballet, así que cuando puedo ir a alguna función, no dejo de
hacerlo. De cierta forma, me siento apegada al arte y al teatro”, comenta.
“El equipo tiene un programa de cumpleaños, en el que hacen montajes humorísticos,
coreografías y nos volvemos actrices y comediantes; todo eso va de la mano con el levantamiento de pesas”.
Las reacciones de los hombres ante esta muchacha y su deporte son variadas. Algunos,
“que saben que soy pesista, me dicen que si me gusta, siga adelante. Otros preguntan si no
pude escoger otro deporte más bonito. A esos les respondo que es el que me gusta y es en
el que puedo obtener buenos resultados.
“Cuando me dedicaba al atletismo, era delgadita, pero tenía buena fuerza interior. Y me
gustaba levantar pesas porque era una de las partes del entrenamiento que mejor hacía. Eso
me ayudó mucho. Al principio, con el levantamiento de pesas quería continuar algo en mi
En primera persona
89
vida que dejé a medias. Ya tengo una mayor concepción de esta disciplina, sentido de pertenencia y, ahora, para mí, es lo máximo.”
Tamara no se arrepiente de haber dejado el atletismo, porque en el levantamiento de
pesos va obteniendo los resultados que alcanzó en ese primer deporte. También cree que
pueden llegar a ser muy superiores. Tiene como ídolos a dos atletas colombianas, una de
ellas la primera medallista olímpica del área.
Su aspiración, como pionera en el levantamiento de pesas, es “llegar todo lo más lejos
que puede una atleta y ser una de las primeras campeoanas panamericanas y mundiales” de
su país. Sueña, incluso, con participar en unos juegos olímpicos “y que las metas no tengan
límites”.
90
En primera persona
Nancy González Albear:
Realizarse es participar
Yo soy diplomática
Por: Helen Hernández Hormilla / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Contaba solo 16 años Nancy González Albear cuando, en 1961, cargó en su mochila una
cartilla, un manual y un farol, y con ellos se dispuso a escalar las lomas holguineras, a más de
700 kilómetros de la capital, para llevar hasta allí las luces del conocimiento. Si bien prefiere
que no la califiquen como alguien extraordinaria porque solo hizo lo que su tiempo exigía,
esta, su primera actitud transgresora, define la voluntad y empeño con que emprendió cada
empresa de su vida.
“Aquella fue una experiencia inolvidable, sobre todo para mí, una muchacha de ciudad,
que nunca había salido de La Habana. El contacto con el espacio rural fue muy impactante
porque allí todavía no había llegado la Revolución y las condiciones eran terribles. Partimos
los tres hermanos, pero mi hermana menor y yo caímos juntas en el Batey La Rosa, en la
Bahía de Nipe, Holguín. Además de enseñar, me dediqué a cuidarla como si fuera su madre”,
recuerda.
La alfabetizadora, hija del obrero y la ama de casa de Guanabacoa, una barriada de la
periferia de La Habana, se convirtió tiempo después en una de las diplomáticas dedicadas a
difundir el quehacer de la cultura cubana más allá de las fronteras de la isla. En países como
Chile, Perú, Guatemala o España organizó exposiciones, conciertos, conferencias y eventos
donde el arte cubano escaló en su renombre.
Ahora bien, su primera vocación, el magisterio, vino a consolidarse en su tiempo de brigadista. Casi 50 años después, la evocación revela nostalgia y orgullo. “Mi madre se enfermó
En primera persona
91
cuando nos fuimos. No era fácil mandar a sus tres hijos a lo desconocido. Sin embargo, no
nos prohibía nada y eso impidió que nos ‘rajáramos’. En aquel tiempo, renunciar a un proyecto de la revolución era una vergüenza muy grande”.
A la experiencia no le faltaron escollos. “Algunos campesinos no querían aprender”, comenta. “Cuando fui a Perú, como agregada cultural, me tocó presentar la película El Brigadista1 y al mirarla recordé lo que yo misma había experimentado. Es cierto que al principio nos
subestimaban. También teníamos difíciles condiciones de vida. Yo recibía un dinero que en
su mayoría gastaba en ayudar a los campesinos. Esa es la etapa que más gorda he estado en
mi vida, porque casi todo lo que comía eran plátanos. Después supe, por cartas de algunos
amigos de allí, que aquello ha cambiado mucho y hasta hicieron una cooperativa. Yo, aunque
quise, nunca regresé”.
Los ojos viajan nuevamente hasta el caserío del Batey La Rosa, tal vez porque escuchan
una de las serenatas con que los campesinos agasajaban a la habanerita. Al instante regresan a la conversación, que transcurre en el apartamento del Vedado capitalino, donde vive
desde hace varias décadas. Allí ha formado una familia amplia: tres hijos —dos hembras y un
varón— y varios nietos son el resultado de un matrimonio de 43 años.
Cuando se terminó la campaña, los alfabetizadores pudieron estudiar la profesión de su
preferencia y Nancy eligió el magisterio como destino. Fue de las 700 mujeres que integraron
el Instituto Makarenko de Siboney, para la formación de maestros, de donde pasó luego al
grupo de 300 elegidas para ser maestras de maestros, en el Instituto Pedagógico que al efecto se creó en Tarará, al este de la ciudad de La Habana, a inicios de la década del sesenta.
Conoció por entonces a su actual esposo y en 1966 decidió compartir el matrimonio
con su carrera, las responsabilidades en el albergue de estudiantes, los estudios nocturnos
y las tareas del Partido Comunista de Cuba, cuyas filas integró desde los 24 años. Como tantas mujeres que en los inicios de la revolución cubana se abrieron a conquistar el espacio
público y comenzaron a desempeñar importantes puestos laborales, Nancy se volcó a las
ocupaciones intelectuales con disciplina y entusiasmo.
La decisión de abandonar sus funciones de educadora llegó por razones coyunturales,
cuando en 1971 su esposo fue designado para cumplir misión diplomática en Chile. “Me tuve
que ir de esposa acompañante y pasé tres años trabajando voluntaria. Cuando sucedió el
golpe de estado regresamos y poco después lo volvieron a mandar a Perú. Ahí le aclaré que
no estaba dispuesta a irme para no hacer nada y entonces fue que me hicieron los trámites
para trabajar en la embajada como agregada cultural. Tuve que estudiar mucho porque esa
no era mi formación, pero me gustó tanto que, cuando regresé en 1979, me trasladé al Ministerio de Cultura, a la dirección de Patrimonio Cultural, que encabezaba Marta Arjona2”.
Luego de esa primera experiencia, realizó actividades similares en Guatemala y España, siempre relacionando la diplomacia con la promoción cultural. Abandonar su vocación
de maestra no significó una pérdida irrecuperable porque en su nuevo horizonte pudo encontrar suficientes razones para motivar su intelecto. “Tampoco me he desvinculado de la
enseñanza. En Perú, por ejemplo, comencé a estudiar la historia del país y les impartí clases
a los miembros de la embajada. Además, mi profesión me ayudó, en cada lugar que estuve,
porque me dio herramientas para la comunicación.”
Equilibrar un desempeño profesional ascendente con la vida en familia no es una tarea
fácil para su género y requiere de sacrificio. “La mujer que se incorpora a la sociedad y quiere
cumplir sus metas tiene que esforzarse más. Mi familia ha tenido que sacrificarse un poco
1
Largometraje dirigido por Octavio Cortázar en 1977, que narra la experiencia de quienes se incorporaron a
la Campa-
ña de Alfabetización y partieron a las montañas y comunidades dispersas por toda la isla para alfabetizar a las personas
que no sabían leer ni escribir.
2
Ceramista y escultora cubana, durante muchos años presidió el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural.
92
En primera persona
por mi trabajo. Siempre me valí de la institución que me ofrecía el Estado para cuidar a mis
hijos: el círculo infantil (guardería) o la escuela, porque no tenía nadie más que mi esposo
para apoyarme. Mis hijos no fueron un límite. Nunca me justifiqué con ellos para incumplir
en mi trabajo. Si se enfermaban y no podían ir al círculo, me los llevaba conmigo. Tampoco
me importó la edad. Hice un postgrado de Filosofía Marxista a los 42 años y también fui a la
antigua Unión Soviética a tomar un curso de Museografía.
“Yo digo que tal vez no he sido la mejor madre del mundo, que no les di prioridad a mis
hijos todo el tiempo sobre mis responsabilidades laborales, pero ellos me admiran mucho
y eso me complace. Siempre que empecé algo lo terminé, soy muy perseverante y eso me
da la satisfacción de haber sido un ejemplo. Si tuviera que volver a vivir, haría lo mismo que
hasta ahora”, confiesa.
Nancy aduce que el hecho de ser mujer ha contribuido positivamente a su trabajo, pues
le favoreció percibir los asuntos con mayor sensibilidad. “Tal vez sea un rasgo de mi carácter,
pero estando fuera de Cuba ayudé a muchos cubanos, los escuché, entendí sus problemas.
Eso es algo que se relaciona con una manera femenina de entender las cosas, mucho más
comprensiva”.
A criterio de esta mujer, son muchos los adelantos que en materia de equidad han alcanzado las cubanas durante los 50 años de revolución; sin embargo, aún quedan problemas
por resolver. “Institucionalmente se trata de que de no exista machismo, pero la discriminación está en la mente y esa no se cambia tan rápido. En mi vida profesional no he tenido
tantos problemas de este tipo, porque he trabajado la mayoría del tiempo con mujeres en
una situación similar a la mía y porque la cultura y la educación son gremios femeninos y es
más o menos aceptado que ellas dirijan. En el servicio diplomático, sin embargo, abundan
los hombres y me he encontrado con machistas que me pusieron trabas para obtener las
prerrogativas correspondientes a mi cargo. Cuando empecé en el Ministerio de Relaciones
Exteriores, por ejemplo, estuve un año cobrando sin trabajar porque no terminaban de ubicarme. Quisieron impedir que me desempeñara como debía, ponerme un freno; pero defendí mis derechos y así pude conquistar los espacios que pretendieron quitarme”.
Nancy no ha ocupado cargos de dirección nacional, pero a nivel de base se destacó
como dirigente laboral y política. Desde su experiencia, asegura que las mujeres tienen que
redoblar empeños para dirigir en Cuba, porque la mentalidad patriarcal no está superada.
“Hasta en una asamblea a veces votan por los hombres porque las mujeres tienen hijos y no
quieren seguir sumándoles problemas”, sostiene preocupada. “Por eso todavía ellos son mayoría como dirigentes, pero vivo convencida de la necesidad de que se sumen más mujeres”,
reflexiona.
“El papel de la mujer es imprescindible en un proceso de transformación social. A la sociedad que no incentive a la mujer para que se incorpore de lleno al trabajo, le falta un pedazo. Nosotras abrazamos una obra con amor, con pasión, con entrega, con disciplina. Aunque
no es una norma, las mujeres somos muy perseverantes”.
La defensa de la mujer constituye para Nancy uno de sus deberes. “Somos las primeras
que tenemos que impulsarnos, porque hemos sido muy discriminadas. Yo he vivido en el
capitalismo y sé lo difícil que resulta ser considerada solo como la fulana de mengano. Por
eso nunca acepté que me llamaran por el apellido de mi esposo, a mí hay que reconocerme
por lo que soy.”
Sin decirse feminista, Nancy lleva las enseñanzas de esta ideología a su vida privada y a
la organización intrafamiliar. Sus hijas han sido educadas en igualdad de condiciones que
el varón. “En esta casa todos hacían lo mismo. Mi hijo hasta sabe coser. Yo siempre he dicho
que, aunque hay una diferencia física, desde el punto de vista intelectual hombres y mujeres
tienen las mismas posibilidades y, por tanto, los mismos derechos. La familia es una responsabilidad de todos y en ella todos tienen que poner su granito de arena.
En primera persona
93
“Yo he tenido mucha suerte porque he podido estudiar lo que he querido y el hombre
del que me enamoré, mi esposo de toda la vida, ha sido un gran apoyo para mí. Creo que por
eso hemos durado tantos años, porque hemos sabido respetar nuestro espacio”.
La maternidad ha sido uno de las zonas gratificantes de su vida, pero no colma su realización. “A mí me gustó tener hijos, aunque no pienso que esto sea indispensable para que
una mujer sea feliz. Incluso, hubiese querido tener otro más, pero cuando comprendí lo que
significa ser madre, lo difícil de conciliar la familia y el trabajo si la mujer quiere desarrollarse
intelectualmente, abandoné la idea. Yo no me hubiera conformado solo con ser madre. Ese
es un aspecto de la vida, pero no es el único. Los hijos limitan un poco el desarrollo de las mujeres, exigen mucho tiempo. Quizás a medida que avance la sociedad y, sobre todo, cuando
los hombres cooperen todo lo que deben, cambiará la situación”.
A sus 63 años, Nancy acaba de jubilarse de la dirección de Patrimonio del Ministerio de
Cultura, decidida a acompañar a su esposo con sus problemas de salud. Empero, no pretende abandonar por completo sus ocupaciones. “Ahora quiero dedicarme a mis nietos, para
hacer con ellos lo que no hice con mis hijos; pero cuando supere esas coyunturas me pondré
a trabajar, a estudiar francés o a dar clases en la universidad municipal, además de leer, que
es una de mis pasiones. No concibo una mujer metida dentro de la casa solamente, mirando
telenovelas y haciendo quehaceres domésticos. Eso le reduce el horizonte, la embrutece y la
mujer tiene que participar”.
Si la convidan a definirse, Nancy González Albear comienza aclarando que se siente una
mujer sencilla, pero realizada. Ha diseñado su vida según lo que en cada momento deseó,
asumiendo los riesgos por defender sus credos. “Soy una optimista de la vida, como el Cándido de Voltaire. Siempre he creído que los seres humanos somos buenos, que nos podemos
perfeccionar, y con esa filosofía ha transcurrido mi existencia.”
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En primera persona
Tania Bruguera:
Sin paracaídas
Yo soy artista
Por: Désirée Díaz / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Recuerdo con exactitud el momento en que escuché hablar de Tania Bruguera. Fue también el día que presencié, por primera vez, un performance. Yo cursaba el segundo año de
Historia del Arte y Tania, ya muy conocida en el mundo artístico cubano, iba a presentar su
obra “Cabeza abajo” en la Facultad de Artes y Letras, en La Habana. Para los estudiantes más
jóvenes fue todo un acontecimiento, una experiencia inigualable. Comenzábamos a descubrir el mundo del arte joven contemporáneo en Cuba, el de las generaciones de los ochenta
y los noventa, su impacto social, cultural y político en un momento decisivo de la historia cubana y del espacio privilegiado que representaba para discutir temas controversiales como
la memoria histórica, el peso de la política y el poder en la vida cotidiana, la religión, entre
otros.
Para entonces, ya Tania Bruguera era conocida por sus performances, sus homenajes a
Ana Mendieta y por la publicación del polémico periódico Memoria de la postguerra. Luego
vendrían muchas más obras, la participación en las bienales y eventos de artes plásticas más
importantes por el mundo; la visita y la estancia en numerosas ciudades; la creación del proyecto pedagógico Arte de Conducta en el Instituto Superior de Arte, en La Habana, la primera cátedra de performance y arte social en América Latina; y muchos más reconocimientos
a la obra de una artista visceral, para quien el riesgo y los límites no son sino incentivos para
la expresión; que no concibe al arte en abstracto, despolitizado o desideologizado, y que ha
llegado a decir que lo político, en general, no sólo la estimula, sino que la seduce.
En primera persona
95
Más allá de aquella primera experiencia como espectadora de un performance, la vida
me ha llevado a estar cerca de Tania Bruguera. Fui su asistente por un breve tiempo en La
Habana y luego hemos vivido en ciudades vecinas en los Estados Unidos. Durante mis primeros meses en Madison, viajaba con frecuencia las tres horas que me separan de Chicago,
donde la artista radica gran parte del tiempo, para pasar los fines de semana con ella en la
ciudad de los vientos y compartir sus aventura porque, para Tania, la vida es una aventura
constante: artística, intelectual, personal. De sus últimos proyectos e intereses, del papel que
en su obra juega el hecho de ser mujer, de sus fuentes de inspiración y más, conversamos recientemente por teléfono mientras ella se desvelaba en París, donde estaba trabajando, y yo
me empeñaba en grabar a la vez dos versiones de esta entrevista para que no se congelara
en el aire gélido de Wisconsin.
Hacía varios meses que no conversábamos y comencé felicitándola por el prestigioso
premio Prince Claus con que fue laureada en diciembre de 2008, específicamente por su
trabajo con el cuerpo como espacio de tensiones políticas y por su importancia como artista
del performance en el arte cubano y caribeño.
Es el primer premio como tal que yo recibo en mi vida y me gusta que me lo haya dado una
institución a la que le interesa el trabajo político, específicamente. Yo podría haber recibido otros
premios prestigiosos, con más dinero, o que te abren muchas puertas profesionalmente, pero no
es lo mismo. Me ha gustado que mi primer premio me lo haya dado una institución que verdaderamente está comprometida con el cambio social a nivel internacional.
Tu obra siempre ha sido política, en términos generales, siempre ha discutido el
impacto de la política, de la historia, del poder y aunque tú has vivido en muchos lugares diferentes, y ahora compartes tu vida entre Chicago, La Habana y Europa, nunca
has perdido la conexión con Cuba. ¿En qué medida te consideras ahora una artista más
internacional? ¿Cómo manejas esta situación?
Es muy peligroso cuando los artistas que trabajan a nivel local o en contextos políticos específicos se convierten en artistas internacionales, porque generalmente ocurre un proceso de
higienización, diríamos. Cuando tú vas a otro contexto, tu vida cotidiana ya no tiene las mismas
vicisitudes, los mismos problemas, los mismos enfrentamientos que puedes tener en el país donde has vivido y has hecho ese trabajo político; se da un cambio complejo que no todo el mundo
sabe transformar o traducir. Además, uno se pregunta qué derecho tiene a hablar de Cuba si ya
no está allí todos los días, si ya no tiene problemas con la comida, con el transporte; cómo puedo
hablar yo de situaciones con las cuales ya no tengo una relación diaria y qué posición voy a asumir para hablar de eso.
Lo que ahora estoy haciendo con mi trabajo es intentando traer la visión de afuera a Cuba. Ya
yo vivo afuera, yo veo cómo la gente ve a Cuba, veo que hay otras maneras de hacer, de pensar, y
en el trabajo que hago dentro de Cuba estoy tratando de traer una visión diferente, no para imponerla ni para colonizar a nadie, sino para decir, ¿qué crees de esto?, para tratar de ver un modelo
diferente que me gustaría pensar que pudiera ayudar en la transición a nivel humano.
Lo que hago fuera es lo contrario, trato de decir: esta es mi visión, como cubana, de tu realidad. Yo creo que nosotros como cubanos tenemos una visión muy privilegiada, porque tenemos
una formación política desde muy temprano y estamos entrenados en ver que todo es político.
Tenemos una conciencia diferente.
¿Cómo consideras ahora mismo el tratamiento de lo político en tu obra?
Creo que todo arte político debe estar relacionado con un proceso de educación o un proceso
de producción de conocimiento. Y también pienso que debe tener un carácter de urgencia; tiene
que tener ese impacto: o porque uno no puede contener la necesidad de decir lo que siente, o
porque nadie más lo está diciendo.
En primera persona
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Tu obra, en gran medida, discute cómo lo político afecta físicamente y pasa directamente por el cuerpo. Tú has usado, has expuesto directamente tu cuerpo en tu trabajo. ¿Cómo te ha afectado el hecho de ser mujer en este sentido, de usar un cuerpo
femenino?
Cuando yo empecé a hacer performances y a usar mi propio cuerpo, la verdad es que ni pensé en eso; no lo hacía como mujer, ni con una posición feminista o de género. Cuando la gente me
llamó la atención sobre eso fue cuando pensé que tenía que dejar de hacerlo, no quería que mi
obra se enfocara en esos temas. Valoré la posibilidad de usar mi cuerpo femenino como emblema
que históricamente se ha usado como imagen para la igualdad, la libertad, la justicia, pero tampoco funcionó. Y hubo un momento en mi carrera, más o menos cuando la Bienal de 1994, en la
que yo quise que a través de mis obras no se supiera si era hecha por un hombre o por una mujer.
Desde esa época eso fue algo importante para mí.
Ya en el año 2000 dejé de hacer performances yo misma, a pesar de que me encanta la
experiencia vivencial; cómo mi cuerpo se siente cuando yo hago un performance es algo extraordinario. Me encanta sentir esa sensación, pero yo tuve que renunciar a eso, precisamente,
para evitar que mi obra se limitara a una posible lectura sobre alguna historia personal mía y,
específicamente, a la de ser mujer. Después he hecho algunos, pero muy pocos y no tanto a nivel
público en el mundo del arte, precisamente para evitar que la crítica se limite a ese aspecto y
que la gente, por el contrario, pueda pensar más que todo en lo que trato de transmitir o que se
involucre en la discusión que proponen las obras, sin pensar si fue una mujer o un hombre quien
la ha generado.
He tratado de hacer homenaje a las mujeres intentando ser una mejor artista en general y
tratando de imponerme en el grupo de artistas que está tratando de ser reconocido, de hacer
algo distinto, de tener un impacto.
Aunque recientemente Tania Bruguera haya tratado de distanciar lo profesional de su
historia personal, durante años ambos estuvieron imbricados y, por su obra, ella ha llevado
su cuerpo a situaciones límites, como medio de expresión artística. En sus performances, Bruguera ha comido tierra y papel (libros enteros), ha bebido sangre de animales sacrificados,
ha soportado temperaturas soporíferas dentro de un traje hecho con fango, ha estado suspendida por horas cabeza abajo en el techo de una galería y sus piernas guardan el recuerdo
de quemaduras severas, como resultado de una pieza en la que yacía en el piso rodeada por
un círculo de fuego. Yo sé que Tania no le teme a nada y que está dispuesta a experimentar y
exponerse a toda clase de retos, así que le pregunto qué es lo más arriesgado que ha hecho
en su vida.
Lo más loco que he hecho en la vida, recientemente al menos, es tirarme de un paracaídas. Es
nada más una telita, una seda que se podría romper de nada, ahí, mientras está en el suelo esperando a que uno la arrastre cuando se tira, con unas cuerdas finitas de las cuales tú te agarras y
te lanzas. El instructor va detrás de ti, pero uno tiene la impresión de que está solo. Es lo más duro
que he hecho, porque he tenido que ir contra mis instintos vitales, me he tirado literalmente de
una montaña para abajo, hacia el infinito.
¿Te gusta sentir miedo?
No me gusta sentir miedo, pero creo que el miedo es una manera de acceder a cierto tipo de
conocimiento, sentir y enfrentar el miedo es importante para recordarse que uno está vivo y darle
otra dimensión al acontecer diario.
Y mientras vives y no trabajas, algo que es difícil de separar, cuéntame qué más te
gusta hacer. Yo sé que eres una persona polifacética, infinita como ese precipicio al que
te lanzaste. Por ejemplo, sé que te encanta el reguetón.
Sí, me encanta el reguetón. Lo que me parece más interesante es la readaptación de influencias no locales que se ha convertido en un evento local. No todo el mundo me parece tan inte-
En primera persona
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resante, porque hay mucha gente que se queda sólo en lo explícitamente sexual, lo que yo no
critico, porque en fin, ¿por qué no hablar explícitamente del sexo? El danzón y el son lo hicieron
en su momento, con el lenguaje que sería en aquel entonces provocadoramente evidente y con
movimientos de baile que también lo eran.
Pero lo que más me gusta es que en Cuba hay mucha gente que está usando el reguetón
(y otros tipos de música) como un dispositivo para decir cosas que otra gente no está diciendo.
Ha ganado un poco el lugar vanguardista que tuvo, por ejemplo, Los Van Van, con esa narrativa
cotidiana de qué pasaba en la vida, de los conflictos de la gente.
¿Qué te inspira o disfrutas más? De literatura o cine, ¿qué estás leyendo o viendo
últimamente?
Estoy leyendo mucha teoría del performance y un libro que se llama Arte y Revolución, que
es una trayectoria histórica sobre las relaciones de los artistas con las revoluciones, habla desde
Courbet hasta la época actual, y la relación entre arte y activismo. Sobre las películas, Hunger, de
Steve McQueen y también la película Mishima, sobre el escritor Yukio Mishima, son las dos que
he visto más de una vez, recientemente.
Pero, para ser sincera, yo me inspiro con la política. El otro día tenía que hacer un proyecto y
no sabía por dónde empezar, y me puse a ver un documental sobre Fred Hampton, uno de los líderes de las panteras negras de Chicago, que fue asesinado. Su vida y él hablando; eso me inspiró.
A mí me afecta estéticamente lo ético. Los temas políticos me ponen en un estado distinto, de un
placer artístico medio extraño, de una cierta relación afectiva.
Tú has viajado y has vivido en muchos lugares. ¿Dónde te sientes más cómoda?
¿Qué lugares prefieres?
Me siento cómoda donde pueda tener conversaciones interesantes, puede ser con amigos o
en una guagua. También donde haya mucho asfalto, porque yo soy muy urbana. Me encantan
los lugares donde hay mucha intensidad, por ejemplo, Nueva Delhi. Un lugar donde la presencia
de la muerte es constante, donde queda muy claro que, a cada segundo, se está negociando lo
humano.
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En primera persona
Esther Borja:
Con Cuba en el cuerpo
Yo soy cantante
Por: Dixie Edith / Foto: Archivos de Bohemia
A Esther Borja, en esta isla, la seguirán llamando la “damisela encantadora”, aunque esté
casi a las puertas de cumplir una centuria de vida. Tal apelativo lo debe al título de una canción que el genial pianista cubano Ernesto Lecuona compuso para ella y que ha quedado
para la historia musical con el sello de su voz.
La crítica especializada, en épocas diversas, además de deslumbrarse por su “delicada belleza”, ha dicho que fue “una cantante de hermosa voz, cálido timbre, excelente impostación
y gran flexibilidad y extensión vocal que le permitía recorrer desde los más bellos tonos bajos
de una mezzo dramática, hasta el virtuosismo de una soprano lírica”.
Pero además, la Borja es una mujer valiente y tenaz. Se mantuvo durante más de cinco
décadas entre micrófonos y sobre diversos escenarios, dentro y fuera de la isla. Y aun cuando
dejó de cantar, cumplidos los 70 años, siguió enseñando, dando consejos.
Su discografía viene desde la década del treinta con los sellos Victor y Columbia, de Estados Unidos; Alcázar y Alhambra, de España; más recientemente, EGREM, de Cuba. Ya en la
década actual, esta última empresa de grabaciones reeditó un disco antológico de canciones
cubanas, grabado en 1955, en el que la Borja canta a dos, tres y cuatro voces; y que se alzó
con un Premio Especial del Festival Cubadisco de 2004.
Recién cumplidos los 90 años, cuando ya le quedaban pocos galardones por recibir —es
Artista Emérita de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Premio Nacional de Música y
Premio Nacional de la Televisión Cubana, entre muchos otros—, la “damisela” aseguró: “he
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vivido y disfrutado. Me encanta despertarme al amanecer a regar mis plantas, la naturaleza
es muy hermosa. Yo vivo contenta. A mi edad no se puede pedir más”.
La historia de esta mujer comenzó el 5 de diciembre de 1913, cuando llegó al mundo en
el poblado habanero de Santiago de las Vegas. Cuentan que desde niña se soñaba protagonista de películas de cowboy y, de visita al circo, llegaba a casa transformada en equilibrista,
ante los sustos de la madre.
“Cuando era adolescente recitaba y en la escuela organizaba las veladas. En las tardes,
me sentaba en un sillón a mecerme y cantaba sin parar. Más o menos en esa época se mudó
frente a mi casa un sastre. Él también se sentaba con su guitarra a tocar y a cantar bajito
una melodía, una y otra vez. Un día yo también me puse a tararearla mientras él la tocaba.
Entonces le preguntó a mi mamá quién me la había enseñado, porque era suya. La canción
resultó ser “En el sendero de mi vida triste”; y él, Oscar Hernández1. ¿Quién me iba a decir que
después yo cantaría y grabaría su música?
“Cuando era jovencita vivía en los altos de una emisora de radio y cantaba mientras ayudaba en los quehaceres de la casa. Una vez, el dueño me invitó a cantar en los micrófonos”.
Así, Esther Borja conoció a los miembros de la familia Lecuona, que luego le abrirían las puertas de la vida artística. Pero primero tuvo que terminar la Escuela Normal de Maestras. “Era el
deseo de mis padres y aún existía cierto temor por aquello de que el escenario era un paso a
la perdición. Como si la perdición no estuviera en una misma”.
Pero se hizo maestra con gusto, porque le permitió acentuar su amor por las letras, las
artes y la música. Y aún tuvo tiempo para graduarse en Teoría y Solfeo. Procedente de una
familia muy humilde, pudo estudiar música en el entonces Centro Gallego de La Habana,
gracias a un recibo de aquella asociación que le regaló el enamorado de una de sus tías.
La primera vez que el reconocido pianista Ernesto Lecuona la escuchó cantar, le dijo, sin
ninguna duda, que era una intérprete. En 1935, en el entonces Auditórium de La Habana,
estrenó su opereta “Lola Cruz” y ella debutó en la escena con la canción que la identificaría
para toda la vida: “Damisela Encantadora”. Luego hizo teatro primero, después radio y de la
mano del exitoso pianista recorrió el mundo.
“A Lecuona lo amaré mientras yo viva. Jamás podré olvidar que, cuando yo era una solemne desconocida, él tuvo fe en mí y me sacó de la mano exponiendo en ese momento su
carrera, su nombre, su prestigio”.
Artistas y críticos han dicho más de una vez que Esther era la cantante preferida de Lecuona. Pero ella no está del todo de acuerdo. “Sucedía que yo le resultaba cómoda a Lecuona. Soy disciplinada, siempre tenía mi vestuario listo. Cuando me aprendía una canción, era
para toda la vida, la respetaba, conservaba su melodía, sin cambiar lo que el autor había
concebido. Y eso llamó la atención de Lecuona. Pero eso no significaba que era la mejor, solo
interpretaba bien su música, porque me gusta mucho, como también ocurría con las creaciones de Tania Castellanos, las de Rodrigo Pratts y otras”.
La vuelta al mundo
Esther Borja pasó buena parte de su carrera artística entre viajes. Hizo giras por Sudamérica y España y fue contratada para trabajar en diversas emisoras. Hasta 1942, vivió parte
de su vida en Buenos Aires, pues se casó con un periodista argentino. En el país del tango,
cantaba canciones cubanas de compositores como el propio Lecuona, Eliseo Grenet, Jorge
Anckerman, Sindo Garay, Gonzalo Roig y Luis Casas Romero.
1
Compositor cubano de la primera mitad del siglo XX. Transcendió por habaneras como “La rosa roja”.
100
En primera persona
Incluso cuando Sigmund Romberg, el famoso autor estadounidense de operetas como
“El príncipe estudiante” y “La canción del desierto”, la contrató para sus giras, logró incluir
canciones cubanas en el repertorio de aquella orquesta.
“Lo de Romberg fue incluso gracioso. Estaba en Nueva York, en 1943, debutando en el
Steinway Hall. Una tarde iba paseando por Broadway y vi un cartel del Carnegie Hall donde
un hombre anunciaba una tournée continental con una orquesta sinfónica de 50 músicos y
cinco solistas. Pensé lo bueno que sería ser una de ellas.
“Cuando llegué al hotel, después del paseo, tenía un recado de Lecuona citándome para
una audición al día siguiente. Canté en una cámara cerrada con espejos. Al final me dicen:
‘Venga, que las personas que la oyeron la quieren felicitar’. ¡Y era Sigmund Romberg, el hombre del cartel! Me contrató para su gira y luego hice cinco más con su compañía.”
Esther nunca compuso, aunque escribía poemas y armaba canciones. Cantante y profesora, fue el alma de uno de los programas musicales más recordados en la historia de la
televisión cubana, Álbum de Cuba, que se mantuvo por casi 25 años en pantalla. Quienes lo
siguieron pudieron admirar, además de la música, las artes plásticas.
Las escenografías incluían cuadros de importantes pintores cubanos como Amelia Peláez o René Portocarrero y los escenarios naturales que cautivaban a la Borja. Adolfo Guzmán, otro grande de la música cubana, a quien la artista le estrenó muchas canciones, era el
director musical del desaparecido programa televisivo.
“Yo era la anfitriona y una artista dentro de aquel espacio. Teníamos un propósito de
confrontación cultural a partir del rescate de los valores genuinos de nuestro arte. Todo lo
que fuera bueno, de cualquier manifestación y cualquier género.
“La canción cubana tiene tantas variaciones y el repertorio es tan amplio, que es un dolor
que eso se pueda perder. Hace unos años estuve en la American University, de Washington,
donde me invitaron a impartir una conferencia sobre la canción cubana en el siglo XX. Yo la
inicié en el XIX con “El azra”, de Lico Jiménez. Fui ilustrando la charla con grabaciones mías. Y
es curioso que la melodía más aplaudida fue la más antigua. Tenemos que rescatar nuestro
patrimonio musical”, asegura.
A Borja le gusta el mar y el campo; los amaneceres, la tierra, los animales y las plantas y
asegura que el momento más hermoso de su vida fue el nacimiento de su hija. “Debo confesar, con entera sinceridad, que siempre quise a mi madre, pero, a pesar de todo lo buena que
había sido conmigo, la empecé a amar con locura después que tuve a mi hija.”
Cuando se retiró, a los 70 años, en 1984, asegura que no sufrió. En la velada de despedida
complació todas las peticiones. A las tres jornadas, ya no podía impostar la voz.
“Lo hice en paz. Dios me concedió la voz y me la quitó. Además, me avisó de que no iba
a poder cantar más. La noche en que me ofrecían el homenaje por mis 70 años, sentí que
alguien me susurraba: ‘hoy es el día’. Yo interpreté que era el último momento que yo tenía
para cantar.
“Siempre he intentado hacer lo que me gusta. Por eso amo la belleza y la busco en todo,
en la lluvia, las ráfagas de tormenta, el horizonte. Eso sí, no puedo vivir en una ciudad cerrada. Necesito mirar el mar, saber que está al alcance de la mano.”
Quizás por eso, cuando vivía en Buenos Aires, iba algunas mañanas a la orilla del Río de la
Plata, porque su anchura le recordaba el mar. Su esposo conocía esos momentos y sabía de
añoranzas: “Hoy está con Cuba en el cuerpo”, solía decir.
En primera persona
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María Luisa Keeling:
“Sacarle el mejor filón a cada jornada”
Yo soy obrera
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Su reinado es la fábrica. En más de 30 años que lleva trabajando en la de bidones metálicos Rafael Trejo, ha pasado por varios puestos. Ahora, su mirada y sus manos valoran la
hermeticidad de los envases destinados a guardar alimentos y lubricantes, una prueba de
calidad sencilla, a mano, pero definitoria. María Luisa Keeling, de 59 años, decide si cada uno
de los cientos de tanques que pasan día a día por sus manos están aptos o no.
Tal vez su vida debió ser otra. Pudo llegar a ser deportista, pero en la temprana juventud
se dan pasos que pueden trastocarlo todo y torcer el camino. No se arrepiente, vive sin orgullos ni penas, tratando de sacarle el mejor filón a cada jornada.
Su recorrido no fue de los fáciles. No nació en cuna de oro y desde pequeña aprendió que
del cielo, además de lluvia, no cae nada. “Nací en 1951, en la barriada de Marianao; mi mamá
fue muy trabajadora, planchaba para la calle y hacía otros trabajos domésticos, pero a mí lo
que me gustaba era estudiar”, cuenta.
Eran tiempos difíciles, más para una madre con varios hijos. “Por necesidades económicas, nos mudamos para Guanabacoa, uno de los territorios de la periferia de La Habana,
por mediación de mi padrastro, pues él tenía una hermana que podía proporcionarle una
posibilidad de seguir viviendo en este reparto”, relata.
“Mi mama planchaba mucho. Después, hasta tuvo que empezar también a lavar para
mantenernos a nosotros. Por suerte, conoció al hermano del administrador de la fábrica
donde se producen los bidones de acero y empezó a trabajar allí. Era otra cosa”, dice.
102
En primera persona
“Yo estudiaba en Los Escolapios de Guanabacoa, en la enseñanza primaria y secundaria.
Era deportista, practicaba de todo, lo que más me gustaba era la natación y el tiro con arco.
Fui a competencias por los estadios de toda la ciudad, quería graduarme de profesora de
educación física”, recuerda.
Aquí es donde se tuerce el camino de María Luisa y se deshacen en pedazos sus sueños
de campeona, para los que tenía aptitudes. “Me enamoré y una cosa llevó a la otra: me desvinculé del estudio”, confiesa, con cierto dolor. “Me pesa no haber seguido en el deporte,
en la escuela Enrique Hart me captaron para un centro de iniciación deportiva, pero ya no
había modo de dar marcha atrás”, se lamenta.
En agosto de 1968 tuvo a su hija. “Ese mismo año cumplí 18 años. Mi vida hubiera sido
otra: hubiera sido profesora de educación física, me iban a dar la beca, me gustaba mucho
el tiro con arco…Incluso, cuando estaba embarazada, seguía practicando. Pero después comenzó una vida distinta, tenía que luchar por ella y en aquel tiempo era difícil, sobre todo
porque yo era la mayor de tres hermanos y tenía muchas responsabilidades en la casa”.
La relación de pareja, sin embargo, apenas duró. No había siquiera nacido su hija, cuando
el padre emigró hacia Estados Unidos.
La vida de obrera
“No pude seguir haciendo lo que quise con el deporte y me puse a trabajar. Cuando empecé en la fábrica, la misma donde mi mamá trabajaba y le había permitido dejar el servicio
como doméstica, ella me cuidaba a la niña.
“Empecé allí en 1982, como ayudante. Me gustó todo y lo aprendí todo. Los jefes vieron mis condiciones, me enseñaron el manejo de la línea, a administrar a los trabajadores y
llegué a ser jefa de brigada en una línea de producción”, comenta. “Lo aprendí al crudo, sin
pasar una escuela. En 1985 era oficialmente jefa de brigada y me desempeñé de lo más bien.
Otra compañera, Norma, me enseñó no tanto los manejos de los equipos como las maldades, las cosas que el trabajador puede y no puede hacer”, dice.
Ahí estuvo hasta que, en los noventa, comenzó la creación de una empresa mixta, con
capital extranjero. “No podía seguir siendo jefa de turno ni de brigada porque se necesitaba
una calificación que no tenía”, reconoce. “Lloré mucho cuando me desplazaron hacia otro
departamento. Como al mes me llamaron y asumí la responsabilidad que me dieron como
ayudante. Con tantos años en la fábrica, lo sabía hacer todo, podía trabajar lo mismo de ayudante que de soldadora. “Con la inversión que se hizo, trajeron equipos nuevos, pero por los
conocimientos acumulados con la tecnología anterior, yo podía manipular sin problemas
las máquinas nuevas”.
Cerca de los 60 años, aún se siente útil. “Llevo 28 años trabajando en esta fábrica, tengo
más años, pero también más experiencia y me siento apta para hacer este trabajo.
“Antes había más mujeres que hombres en la fábrica. Si teníamos que estibar un tanque
(vacío), ellas generalmente no lo podían hacer, y yo les decía: `no es la fuerza, es la maña´.
Hoy por hoy, dice, “se necesitan más hombres porque la chapa es más gruesa y los tanques
(con capacidad para 55 galones) pesan más”. No ve diferencias entre ella y los hombres: “todos contribuimos a hacer la producción y ellos no me rechazan, sino que me elogian porque
los ayudo.
“Son cosas que tenemos las mujeres: les acomodo mejor los tanques para facilitarles el
trabajo. He enseñado a muchos, he trabajado pintando fondos, tapas, hasta en la soldadora,
pero según el reglamento las mujeres no deben hacer ese tipo de trabajo”, sostiene.
Desde 1996, por su desempeño, fue seleccionada trabajadora destacada, un reconocimiento por su cumplimiento, esfuerzo e iniciativa. “Cuando la fábrica está parada, siempre
En primera persona
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estoy inventando algo, tratando de hacer otra labor; si no se puede una cosa, hagamos esto
otro; limpiar el área, acomodar para cuando entre la materia prima”, relata.
“Después que mi mamá murió, casi me voy; sufrí mucho, pero me siento muy bien en esa
fábrica. Todo me lo conozco y a las personas que han trabajado allí. Voy a seguir ahí hasta que
me muera. Siento que no tengo límites, a no ser que sufra un derrame cerebral o algo así”.
Sangre para otros
En los últimos tiempos, María Luisa ha presentado algunos problemas de salud y dice
que su hija, secretaria, quien también tuvo un hijo muy joven, como si la historia se repitiera,
la reprende: “cuídate los riñones, acuérdate que abuela era diabética”
Además de que le gusta sentarse en la orilla del mar “a mirar el tiempo pasar” y que lo
que mejor le queda en la cocina son los enchilados, hay una faceta en la vida de María Luisa
que la destaca entre sus semejantes: desde los 18 años es donante voluntaria de sangre. De
entonces a la fecha, ha realizado 132 donaciones.
“Cuando empecé, era una necesidad del país para la realización de operaciones y, como
dando mi sangre puedo salvar otras vidas, decidí seguir haciéndolo, pues físicamente tenía
las condiciones”, comenta.
“Para mí también es importante el hecho de que es voluntario, no media ningún interés,
solo el de ayudar, y aunque algunas veces me sube la presión, lo hago cada cierto tiempo. En
enero de 2009, última vez que hice una donación, el médico me encontró bien y me dijo que
podía hacerlo hasta que yo lo decidiera. Como nunca me he sentido mal de salud, ni siquiera
ahora que tengo casi 60 años, estoy dispuesta a seguir donando sangre”.
Así, incansable, anda María Luisa. No llegó a ser la atleta que soñó, pero en la carrera de la
vida y el trabajo ha disparado muchas flechas y todavía sigue acertando.
En primera persona
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Yelennis Ronda Peña:
La mujer de los conejos
Yo soy productora agropecuaria
Por: Dixie Edith / Foto: Dixie Edith
En las afueras de la ciudad de Holguín, en el Oriente cubano, a pocos metros de una vieja
mina de oro abandonada, una cubana de 28 años ha vuelto los ojos a la tierra. Pero, contrario
a lo que podría suponerse, no son pepitas del metal dorado lo que busca. Yelennis Ronda
Peña, una joven de pocas palabras y mucho empeño, apostó por la producción agropecuaria.
Ama de casa desde que culminó el preuniversitario (bachillerato), fue su hijo pequeño
quien la convenció de criar un conejo. Ahora ya no sabe vivir sin esos animales. Además del
considerable apoyo económico que representan para su familia, ser productora le ha abierto
otros horizontes.
“Siempre viví aquí, en esta zona, en esta casa. Mi mamá y mi papá se divorciaron y tomaron cada uno su camino. Yo me casé y ellos me dieron la casa. Dejé la escuela cuando terminé
el grado 12. Pasé otros cursos, pero entre una cosa y la otra nació mi hijo y me dediqué a la
casa por completo. Tengo dos hermanas, ambas trabajan, y yo, incluso, cuido al hijo de la
mayor, que va a cumplir dos años, porque es muy enfermizo y no puede ir al círculo infantil
(guardería).
“Hace como cuatro años empecé con los conejos. Yo veía que muchos muchachos del
barrio los criaban y tenía un cuñado que también tenía algunos. Mi niño de ocho años me
volvió loca pidiéndome que tuviéramos uno. Al final me convenció y así empezamos, sin
tener nada. Comencé a comprar jaulitas, a inventar, hacer adaptaciones, hasta que comencé
a desarrollarme.”
En primera persona
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¿Cuándo te hiciste socia de la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA)?
Casi desde el principio porque, para tener la posibilidad de comercializar las producciones
de conejos, debía ser parte de ACPA. Y ha sido muy bueno porque, mediante la Asociación, recibimos conferencias, participamos en reuniones y debates sobre las maneras de producir; nos
proporcionan la revista ACPA y también libros y tele conferencias que nos capacitan. Aunque es
un poco difícil reunirnos a todos los productores y productoras, lo hacemos al menos cada tres
meses. Realmente es muy útil.
Para Yelennis, integrar la Asociación Cubana de Producción Animal no solo significó encontrar la manera de capacitarse y comercializar sus animales. Por la vía de esta agrupación,
creada en 1974 para reunir a las personas que producen, crían, investigan y enseñan conocimientos relacionados con la producción e industria animal, tuvo acceso a capacitaciones
y tecnología. También se convirtió en beneficiaria de un proyecto de pequeñas inversiones
financiado por la Agencia Suiza de Cooperación al Desarrollo (Cosude).
“Gracias a eso, ahora poseo recursos que antes no tenía: jaulas, techos, una turbina. También dispongo de un crédito bancario con bajas tasas de interés, amortizable en cinco años.
Espero que las cosas me empiecen a salir más fáciles.”
¿Qué es lo más difícil en el cuidado de los conejos?
Alimentarlos correctamente. Necesitan una dieta muy balanceada y para eso se necesitan
recursos. Estamos en medio de un clima muy variable; a veces llueve, a veces no. A veces hace frío;
otras, calor... Y el conejo necesita muchas vitaminas, que debe adquirir de la hierba o el pienso.
Hay que darle la comida balanceadamente y en momentos de sequía no aparecen las hierbas.
Ahora, con la posibilidad que me han dado de tener una turbina, pienso que pueda lograr mejor
ese equilibrio”.
¿Son animales delicados?
Desde que surgió el medicamento llamado Labiomed ya no son tan delicados. Ese producto
sirve para los parásitos y ayuda mucho a los conejos. Manteniendo buena higiene y un seguimiento sistemático, ya salen adelante.
¿Cuántos animales tienes?
Más o menos 86 y unas cuantas conejas en gestación. Por la vía del proyecto debo llegar a tener unas 20 reproductoras. Ahora solo llego a 13, pero a medida que vayan llegando los recursos
irán aumentando. Tengo que traer más jaulas, construir otra nave. Este año será mejor porque se
van a ver los resultados del proyecto con Cosude. El año pasado fue para echarlo a andar.
Durante 2008 Yelennis tuvo en su contra, además, el impacto de los huracanes. La mayor de las Antillas vivió ese año una de las peores temporadas ciclónicas en décadas. Tres
fuertes huracanes --Gustav, Ike y Paloma-- pasaron entre agosto y noviembre sobre la isla.
Y aunque solo dos de ellos azotaron fuertemente a la zona oriental, la amenaza basta para
tomar las previsiones. El impacto significó para esta productora un retroceso, pues tuvo que
invertir tiempo y esfuerzos en desmontar jaulas, buscar sitios seguros para sus animales y
garantizarles la higiene, la alimentación y los medicamentos, en medio de una contingencia
meteorológica que implica ausencia de agua y electricidad, además de los destrozos que
traen la lluvia y los fuertes vientos. “Tuve que armar y desarmar todo cada vez que venía uno.
Fue complicado”, sostiene.
¿También construyes y siembras los alimentos?
No, siembra mi esposo y se ocupa de los animales más grandes, como los caballos. Cada vez
que tiene un chance, me ayuda con otras cosas.
Yo cuido a los otros animales, a los conejos y a las gallinas, los chivos y los cerdos que tenemos para el consumo en la casa. Les doy la comida, los medico. Y, por supuesto, hago todas las
cosas de la casa.
106
En primera persona
A pesar de sus éxitos, esta productora, única mujer en su órgano de base de ACPA, ha
tenido que lidiar con tabúes machistas muy arraigados en el sector campesino cubano, heredero de rígidos patrones patriarcales. “Los demás productores, todos hombres, dicen que
está bueno eso de que una mujer críe. Ellos me tienen buen aprecio, porque dicen que yo
atiendo bien a los conejos. Pero también se burlan y comentan que yo llevo muy aprisa a mi
marido. Él, por suerte, no les hace caso y entre nosotros no hay problemas”, asegura.
¿Y te sientes en desventaja?
Nunca. No hay nada que yo no pueda hacer por ser mujer. Lo he demostrado. Mis conejos son
más grandes, más gordos que todos los que se crían por la zona. Los otros criadores dicen que yo
les doy piedras para que pesen bastante cuando los voy a vender.
Pero eso tiene que ver con el cuido, el seguimiento. A mí me gusta tenerles siempre bastante
comida, que no se les acabe. Nunca les quito los ojos. Ellos son hombres y tienen otras cosas en
qué ocuparse, pero yo lo único que tengo que hacer es atender la casa, el niño… y les dedico más
tiempo a los conejos.
En primera persona
107
Lizette Vila:
“Siempre he vivido en el borde”
Yo soy promotora cultural
Por: Sara Más / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Pudo haber sido concertista o directora de orquesta, su gran pasión, pero tuvo que abandonar temprano los estudios musicales. Podría estar haciendo cine en la gran industria; sin
embargo, ha sido el video su medio por excelencia para expresarse en el mundo del documental. Tiene todas las posibilidades de dedicarse, únicamente, a la creación artística; en
cambio, Lizette Vila no puede prescindir de su compromiso social.
De ese modo, clasificarla en un solo oficio o profesión es imposible. Intérprete de piano
y clarinete por sus estudios; realizadora de cine, radio y televisión por su talento y oficio;
promotora cultural por vocación, es una activa emprendedora de cualquier iniciativa que
busque promover la justicia, la equidad y la cultura de paz.
Sus documentales son un espejo de su sentido humanista. En ellos, una mujer mira a la
cámara y cuenta con dolor cómo contrajo el sida; una adolescente sin familia, con un cuerpo
quizás maltrecho y los sueños intactos, desanda el reto de su derecho a la vida; un pastor
religioso sabe que no es un santo y lo dice frente a la cámara, entre otras confesiones; varios
hombres niegan su cuerpo y en nombre de su alma se ajustan el traje de mujer…
En la barriada del Cerro, donde nació, en la capital cubana, “acampó” Lizette hace ya varios años, según sus propias palabras. Allí ha instalado la sede del proyecto Palomas, que
creó y dirige, adscrito al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Es un
pequeño grupo que apenas conforman muy pocas personas y ocupa un apartamento donde
se respiran los aires creativos desde la entrada y es fácil sentirse como en casa.
108
En primera persona
¿Cómo llegaste al mundo del documental?
Lo único que estudié conscientemente, porque me motivaba, fue música: piano complementario y clarinete. Me casé muy joven, a los 16 años, y esa es otra historia, porque me mudé a Camagüey (provincia al centro de la isla) y tuve que dejar el instrumento, que era prestado.
Iba a cumplir 18 años cuando comencé, como editora musical, en la televisión. Allí trabajé
junto a grandes músicos e intérpretes. Para mí fue una escuela muy valiosa aquel escenario plural
de ideas. Fue un amigo quien me hizo pensar en que podía hacer algo por mí misma y no sólo
acompañar con la banda sonora el pensamiento de quienes dirigían. Así llegué a mi primer documental, El orfebre, sobre la obra del artista Osvaldo Castilla, lo único que hice en 16 milimetros.
Es interesante que fueran hombres quienes me alentaran. Otro amigo me estimuló a decidirme por los temas que siempre me interesaron, porque viví de cerca el trabajo de mi madre, que
era trabajadora social en los sesenta. Yo recorría con ella El Cerro, las casas con situaciones difíciles, con familiares presos, o a veces en malísimas condiciones. Creo que ella, en otro contexto,
hubiera sido una misionera, porque ejercía un activismo social que, en aquellos momentos, no
tenía una nominación.
Entonces mi vida dio un giro absoluto y empecé a tratar los temas sociales. Eso me enseñó a
comprender lo que son las situaciones emergentes.
En tu obra hay temas complejos y poco tratados. ¿Ha sido esa una motivación
para ti?
No me interesa si son temas tratados o no, porque socialmente siempre he vivido en el borde.
Son historias de personas que, de una manera u otra, se vinculan a lo que pienso: aunque yo no
sea una mujer religiosa, de una fe fuerte y practicante, como sí lo son las Hermanas de la Caridad,
las de Teresa de Jesús o los Hermanos de San Juan de Dios; tampoco soy una mujer con discapacidad, no estoy infestada por sida, ni soy alcohólica o transexual. No lo podría explicar, pero son
gente que han llegado a mí y me voy relacionando con ellas.
Así empecé a vincularme con sectores que me negaba a llamar de minorías, porque ponerles
esa etiqueta es una manera más de excluirlos. No importa la cantidad que fueran: son personas
interactuando en la compleja dinámica social cubana.
Mientras me adentraba en sus historias, fui experimentando la repercusión y el impacto social de una obra audiovisual, que podía superar expectativas, en términos de comunicación, mucho más que otras técnicas comunicativas.
¿Por qué dices que siempre has estado en el borde?
Quizás porque provengo de una familia pobre del Cerro, uno de los barrios más populares
—digo popular y para nada marginal— de La Habana, nunca tuve posibilidades de espacios
como otras personas de mejor nivel económico. Nunca fui elitista y esa postura siempre me pareció una de las expresiones más discriminatorias.
En tu carrera se cruza más de un oficio o profesión, aunque todos afines. ¿Cómo te
reconoces mejor, cómo realizadora fílmica o promotora cultural?
Soy una promotora cultural, más que todo. Por los lugares por donde estuve y trabajé, tuve
la oportunidad de tender vías, puentes y espacios de diálogo entre artistas y equipos directivos
de las instituciones culturales. En ese sentido fui un canal y eso me enfatizó una vocación natural.
Si hubiera tenido dinero alguna vez, creo que hubiera abierto una galería de arte o una sala de
conciertos. La promoción cultural me interesa mucho más que mi carrera como realizadora.
Tienes seguidores y detractores, quien te ayuda más y quien te comprende menos,
pero muchos coinciden en que dices lo que piensas sin ambages y defiendes tus puntos
de vista. ¿Te consideras polémica?
No. Me gusta dialogar. Si a veces parezco polémica puede ser porque no sabemos hacer un
buen uso del ejercicio de las palabras y del pensamiento. Que tengamos ideas diferentes no sig-
En primera persona
nifica que no podamos dialogar y hasta entendernos. En determinados momentos he tenido
que esgrimir algunos juicios relacionados con
las políticas del país, asumiendo que yo tenía
que ser muchas voces, decir la pluralidad de
pensamientos y hechos de un grupo de artistas
y creadores, y no sólo decir lo que yo pensaba.
Pero sí creo que he sido muy criticada porque soy una mujer; he sentido una vulnerabilidad muy fuerte por eso. A veces notaba la
burla cuando, en mis oratorias, empleaba el
lenguaje de género; otras porque no me facilitaban los espacios, me minimizaban o se sacaba el tema del centro de la discusión. Pero lejos
de amilanarme, eso me ha dado una fortaleza
espiritual; aprendí a soportar una ironía, a perdonar en vez de sentir pena y también a sentir
lealtad.
Me gusta ser absolutamente leal porque
también he sentido la amargura de las traiciones. Lo importante no es si me critican o no,
sino tener la capacidad de expresarme hondamente.
¿Crees que ser mujer influya en lo poco
promocionada que ha sido tu obra, incluso más que los temas que has tratado?
Creo que sí. Las mujeres estamos muy estigmatizadas. Y si bien este proyecto social
cubano nos incluyó desde 1959, en la práctica cotidiana, constante, tenemos que luchar
contra una estructura patriarcal inamovible,
decadente absolutamente. Yo le llamo “el ocaso patriarcal”, para ponerle algo de poesía y
“tragármelo románticamente”.
109
Pasos en una vida
Desde su primer documental, en
1984, Lizette Vila ha realizado más de 30
materiales fílmicos de temas humanísticos como Los que llegaron después (1989),
Cambiando vidas (1992), Y hembra es el
alma mía (1994), El día que me quieras
(1997), Gracias a la vida (1998), Una mujer sin rostro (2000), Voces…sueños, amor
y paz (2003). Su obra ha sido reconocida con dos premios Coral y dos premios
de la crítica en el Festival Internacional
del Nuevo Cine Latinoamericano de La
Habana. También ha sido premiada en
diferentes eventos cinematográficos en
México, Trieste, Hungría y Leipzig.
Por su trabajo en varias esferas, recibió el Premio Tina Modotti de la Unión
de Periodistas de Cuba, el Premio Iberoamericano de Ética Elena Gil y la Medalla
de Oro Mundial de Educación Especial.
Fue una de las mil mujeres nominadas
en 2005, en el mundo, en la campaña
“1.000 Mujeres y un Premio Nobel de la
Paz”, con el fin de reconocer el papel de
la mujer en la construcción de un mundo solidario y pacífico. Es, además, la
única cubana en esa lista.
Nacida en diciembre de 1949, Vila
fue representante de la UNEAC en la Comisión Especial de Derechos Jurídicos y
Sociales de la Mujer de Naciones Unidas
desde 1996 hasta 2002; participó en el
Congreso Mundial de Mujeres en Beijing, China, en 1995 y ha sido profesora
en universidades de Cuba, Colombia,
Venezuela y Estados Unidos. Desde 2002
dirige el Proyecto Palomas.
Sin ser absoluta, en su mayoría el pensamiento masculino está muy detenido. Los
hombres carecen de un esquema de socialización, han sido mutilados de aceptarse a sí mismos, de amarse entre ellos, de cuidar y velar
por su salud.
Por eso en Palomas trabajamos la masculinidad, con una diversidad de discursos, mucho respeto y cariño. El problema no es fajarse con los hombres, sino hablarles, incluirlos, darles algunos
instrumentos de los cuales socialmente han estado absolutamente desprovistos.
¿Cómo y por qué surge Palomas? ¿Qué ideas lo sostienen?
Se fue gestando hace tiempo, desde que representaba a la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC) en el Consejo Económico y Social (ECOSOC) en Naciones Unidas. Ya había estado
en la Cuarta Cumbre Mundial de la Mujer de 1995, en China; en el encuentro regional de Mar del
Plata; en la fuerte experiencia de la Marcha Mundial de Mujeres de Nueva York, invitada por el
Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.
110
En primera persona
Quise ordenar ese trabajo tan atomizado y organicé un taller de género y diversidad creativa,
en la UNEAC. Ya había empezado a trabajar mensajes de paz y contra la violencia en los programas que hacía para televisión, como “La paz no necesita de palomas, necesita de nosotras”.
Antes de salir de la UNEAC ya tenía elaborado el proyecto. Aquí trabajamos pocas personas
y nos vinculamos con todo el país, producimos documentales, ayudamos a otros realizadores,
organizamos veladas, hacemos encuentros teóricos, promovemos acciones para prevenir el sida
o llevarles un poco de alegría a los niños y las niñas en los hospitales. Por medio nuestro se canalizan ayudas, espectáculos artísticos. Es como un reciclaje, un sistema de elaboración muy especial, porque no somos una ONG, sino un proyecto absolutamente social.
Vamos a las universidades, participamos en los congresos y cuando viene Patch Adams, el
Médico de la Risa, colaboramos con su programa. No tenemos grandes recursos ni dinero, pero sí
equipamientos, cabeza y alma.
¿Te consideras una mujer transgresora?
Sí, porque he practicado, sin darme cuenta, la herejía de luchar contra el poder masculino.
Todavía no conozco a una que lo haya hecho sin salir lastimada, sin maltratarse o sin sufrir. Es
algo que se mantiene de manera incluso natural. Por eso pienso que, desde hace muchos años,
también natural e inconscientemente, he trabajado con los hombres, porque ellos están muy
desprovistos de crear espacios armónicos, han sido sometidos a determinadas reglas, normas,
patrones, modelos que los hacen sentirse seres supremos.
De la manera en que he aprendido a tener una percepción de la equidad, no puedo seguir
con mi labor a favor de las mujeres si no llego a la otra parte. Hay mucho que se queda en la difusión, los discursos, las palabras y no siempre se trabaja con la esencia que está restableciendo
el equilibrio humano.
¿Qué podías haber hecho y no has podido?
Estoy en un momento de crecimiento y no quiero pensar en lo que pude hacer, sino en lo que
hice y me falta. Es como un encuentro con mi alma, que debe estar aquí, en medio del pecho. El
alma no puede verse en aparatos, ni en rayos X, pero es el escenario donde concurren las experiencias de la vida. No es un órgano, pero duele, vibra, se te parte, se angustia. Por eso buscamos
una manera holística de encaminar el trabajo.
¿Cómo entra a tu vida la equidad entre mujeres y hombres? ¿Por qué?
Porque soy una sobreviviente. Creo que todo lo que me ha pasado es porque he sido mujer.
De haber nacido varón, no sé si hubiera tenido esa tenacidad. La capacidad de socialización que
tenemos las mujeres —por la vida impuesta, o por la vida para sobrevivirla— nos da una manera
de comportamiento diferente —no digo mejor—, una preparación para desplegar estrategias
de vida.
Soy una sobreviviente que nunca he claudicado, que todavía no me he visto en una cruz,
que no creo que vaya a desaparecer. Todo, lo que es bueno y lo que no, me ha servido, me ha
regocijado y dado solidez, hasta creer que lo más grande que pueda pasar es la armonización
de los géneros.
La conciencia de género también me sirve para pensar en muchas cosas que, quizás, en otro
momento de mi vida, no hubiera entendido; me ha permitido calar en las experiencias de otras
personas y entenderlas; o para interrogarme todo el tiempo por qué, por qué y por qué... Realmente, estoy entretenida.
En primera persona
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Magia López:
Hip hop con magia
Yo soy rapera
Por: Helen Hernández Hormilla / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Cuando Magia López asciende al escenario, irradia una sensación de fortaleza que parte
de su solidez de pensamiento. La sobriedad en escena caracteriza a esta rapera, para quien
divulgar un mensaje social y educativo constituye el principal objetivo de su trabajo creativo.
Desde 1996 decidió acompañar a su esposo Alexei Rodríguez en su proyecto Obsesión, una
de las agrupaciones más importantes y estables dentro de la cultura hip hop en Cuba. En
ellos ha sido relevante no solo su elaborado discurso musical y poético, sino la manera en
que asumen la esencia de una filosofía que apuesta por el desarrollo social, el rechazo a la
discriminación de toda índole y la defensa de las identidades raciales y de género. Varias de
las canciones de Magia sirven para retratar los conflictos que hoy enfrentan las cubanas en
su cotidianidad, en especial aquellas que habitan en el margen social, las negras o las que
integran esa cultura que algunos llaman underground.
Un montón de cosas se llama su primer disco, producido por la EGREM en 1999, al que
siguió su participación junto a Doble Filo en el proyecto independiente La FábriK, en 2004,
elegido por la revista Billboard entre las seis mejores producciones de un total de 1.500 fonogramas independientes de todo el mundo.
Desde su trabajo como activista y promotora cultural, Magia defiende e impulsa los aportes femeninos a la cultura hip hop en Cuba, pues las raperas han debido enfrentarse a no pocas barreras de discriminación en un gremio de mayoría masculina y sumamente machista.
Hace dos años asumió la dirección de la Agencia Cubana de Rap, principal institución
que agrupa a los raperos del país, y desde allí ha intentado propiciar la superación, la bús-
112
En primera persona
queda de espacios alternativos y el fortalecimiento de la militancia dentro del movimiento.
La cultura hip hop constituye para ella mucho más que su modo de vida, pues descubrirla
vino a darle orgullo y autoestima: “Nos hizo visibles dentro de la sociedad, nos contó la otra
parte de la historia, mostró otros patrones de belleza, otros modelos a seguir y, en el caso de
la mujer, la reveló doble: como mujer y como negra”.
El trabajo de Obsesión se ha caracterizado por abordar problemáticas sociales de
la Cuba de hoy, pero con una mirada peculiar hacia la discriminación por motivos de
género y raza. ¿Siempre existió en ustedes esa intención reivindicativa?
De manera inconsciente, creo que esa idea estuvo desde el inicio de nuestro trabajo. Obsesión
comenzó como una agrupación de ocho hombres, con estilos muy diferentes, donde también
existía cierta agresividad al rapear. Luego de que Alexei se quedara solo y nos convirtiéramos en
un dúo, en 1996, decidimos hacer canciones de amor, también como una postura diferente ante
la violencia imperante en este tipo de música. La idea de componer sobre las relaciones de pareja,
las situaciones domésticas o los temas sociales en general nos ayudó a sobresalir por un estilo
diferente. Para muchos, Obsesión es un grupo de rap comercial, tal vez por el tipo de música que
hacemos, porque nos gusta trabajar musicalmente las canciones y tenemos influencia del jazz y
la rumba, de la música afrocubana. Sin embargo, los temas están muy aterrizados, tienen una
crítica social y eso marca un balance.
¿Al dúo siempre lo ha distinguido su responsabilidad social?
Y educativa también. Al principio no, pero cuando tomamos conciencia de muchas de estas
cuestiones, tratamos de proyectar el trabajo con un nivel crítico alto, pero también con una carga
educativa y social que ayude a la gente a buscar otra opción para superar sus problemas. El sentido no es machacarnos con los conflictos cotidianos, sino encontrar la vía para sentirnos mejor,
favorecer la reflexión y así elegir un buen camino. No obstante, siempre aclaro que yo planteo los
problemas, pero no quiere decir que no esté luchando con ellos.
También, poco a poco, comenzamos a abordar las temáticas a las que te referías, sobre todo
basándonos en nuestra experiencia de vida, que luego se enriqueció con los conocimientos e informaciones que adquirimos en los diferentes talleres realizados durante los festivales y simposios de hip hop. Norma Guillart, la psicóloga que nos acompaña siempre en los talleres de género,
ha dicho que le llama la atención la cantidad de hombres que participan en estos espacios. Alexei
fue uno de los que asistió desde el principio, lo cual no quiere decir que no le queden rezagos
machistas, pero desde ahí fuimos razonando, por ejemplo, sobre los roles de género, sobre lo que
estaba mal y veíamos como algo normal, cotidiano. Conocer de género nos ha ayudado a entender y buscar un consenso, sin por ello encerrarnos en una sola línea de trabajo. Queremos que
nuestras canciones sean como nuestros estados de ánimo: a veces nos reímos, lloramos, tenemos
momentos felices o vivimos situaciones con las que no estamos de acuerdo.
La cultura hip hop ha tenido en Cuba una mayoría masculina y en ocasiones refuerza los valores del machismo, de la violencia. ¿Cómo fueron recibidas tus canciones en
ese contexto?
Difícil fue que lo aceptaran, pero sencillamente me dediqué a hacer mi trabajo, escribiendo,
independientemente de lo que pudieran pensar los otros, sin preocuparme por si les caería bien o
no. En el caso de los temas con perspectiva de género, están muy relacionados con mi condición
de mujer, con lo que he vivido y con las otras mujeres que tengo a mi alrededor. A muchas personas no les gusta oír realidades fuertes y uno tiene que prepararse para asumir las consecuencias,
si lo que quiere es defender su manera de pensar. Yo hice mis canciones sabiendo que tendríamos
detractores, pero también era importante defender nuestros criterios como grupo.
Te has destacado además por defender a las mujeres dentro del movimiento hip
hop, ¿por qué?.
Lo primero que defiendo es la calidad, pero también me interesa que se reconozca el papel
que han tenido las mujeres dentro de la cultura hip hop en Cuba, no solo como raperas, sino
En primera persona
113
como activistas, productoras o promotoras. Al principio existía una presencia femenina bastante
grande, pero las mujeres en el hip hop casi siempre hemos dependido de los recursos que manejan los hombres. Por ejemplo, si necesitas un background, si alguien te va a presentar en un
festival; casi siempre se trata de un hombre. Además, sobre todo en los inicios, los hombres que
empezaban tenían más posibilidades de cantar e ir mejorando con el tiempo. Sin embargo, las
mujeres teníamos el reto de que, cuando saliéramos a escena, debíamos arrasar porque de otra
manera no habría segunda oportunidad. Por eso muchos grupos de rap femenino se quedaron
en el camino.
¿Cómo ha sido la participación de las mujeres en el hip hop cubano?
Ha sido muy inestable, aunque el interés y fortaleza por parte de las mujeres siempre ha
existido. Ellas han debido esforzarse porque se necesita ser el doble de buena que un hombre
para sobresalir. Creo que el principal aporte ha estado en el tratamiento de las problemáticas de
la mujer en la sociedad, sus conflictos para enfrentar el machismo. Eso fue muy evidente en un
grupo como Las Krudas, pero hoy ya no viven en Cuba. Lo mismo pasó con Instinto, las primeras
raperas cubanas que fueron muy mal vistas porque vestían corto y tenían una gestualidad diferente, una sensualidad agresiva para lo que se espera de un grupo femenino. Pero ellas tampoco
están y lo mismo sucede con otras raperas que llegan al movimiento: el entorno se les complejiza
y quedan en el camino.
Sin embargo, tú te has mantenido por 15 años.
Sí, aunque en algún momento tendré que salir, tal vez, a tomar otros papeles que también
puedan tributar a la cultura, como el de activista, directora artística o productora.
¿Dejarías de cantar?
No sé. Me gustaría explorar otra línea que se ha descuidado en la cultura hip hop, como es
la investigación. Se están perdiendo experiencias y es necesario que haya personas dedicadas a
rescatarlas. Sencillamente, pudiera trasladar hacia allí mis funciones cuando termine mi período
de dirección en la Agencia de Rap. Quiero investigar el origen y la historia del hip hop en Cuba,
su desarrollo, los problemas que ha tenido y no están registrados. El hip hop cubano ha sido un
ejemplo para Latinoamérica por su militancia, por la identidad que ha ido alcanzando en su música; grandes intelectuales que visitan Cuba se han reunido con nosotros y eso alguien lo tiene
que decir.
¿Encontraste barreras para integrarte al movimiento por el hecho de ser mujer?
Barreras existen muchas, pero me ayudó que Alexei fuera mi pareja en la vida y en mi carrera.
Las trabas que encontré pueden ser similares a las que enfrenta cualquier mujer en su trabajo. El
talento femenino siempre está en entredicho; solo que, cuando te encuentras en medio de una
lucha, no te percatas de eso y marchas hacia adelante. Después, cuando te sientas a reflexionar,
te das cuenta de que hubo problemas, pero en ese momento solo te dedicas a derribar el muro.
Así fue cuando empecé a rapear, un momento de ir ganando batallas y abrir espacios para las
mujeres. Era como el tiempo del reto, de estar en el escenario y motivar al público, de arrasar.
Ensayábamos mucho para eso.
¿Cuál es la situación actual de las raperas cubanas?
Te pondré un ejemplo. En la última Jornada de hip hop participaron Las Positivas, un grupo
de raperas de las que me siento muy orgullosa; pero para ellas es muy difícil mantenerse trabajando. No solo porque están pasando por los mismos problemas de no tener background, sino
porque son madres, y eso les consume mucho tiempo. Como estamos en un sistema completamente machista, más aún dentro de la cultura hip hop, si una mujer sale embarazada casi nunca
puede seguir en el grupo, porque a ella es a quien le toca asumir todas las responsabilidades y
deja de dedicar horas al ensayo o no puede presentarse en lugares alejados. Por eso las mujeres
han ido a un paso más lento. A veces tienen muchas letras, pero poca música, porque no poseen
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En primera persona
los recursos necesarios para producir. Quizás nos toque capacitarnos más, encontrar herramientas que nos ayuden a superarnos.
Y en cuanto al discurso, ¿existen diferencias?
La diferencia principal está en los temas, que van desde la vida cotidiana hasta la postura
con que se enfrentan al escenario, muy retadora hacia los hombres. Me parece que falta un poco
más de militancia. Están más preocupadas por lo que falta, por lo que no tienen, y mucho menos
metidas en situaciones concretas, de relevancia social. Lo que no podemos hacer es, únicamente,
fajarnos con los hombres, porque hay otros temas que sacar adelante.
¿Te consideras feminista?
Más bien de manera espontánea. No es algo que me haya propuesto, aunque mucha gente sí
me identifica con la defensa de la mujer. Parece que se me sale solo: por ejemplo, mi colectivo de
trabajo en la agencia es mayoritariamente femenino, algo que sucedió sin proponérmelo. Desde
el principio, Obsesión invitó a varias mujeres a trabajar, tanto en los conciertos como en nuestras peñas de La Madriguera, sobre todo porque siempre nos pareció que raperas con talento
se quedaban atrás por la falta de espacios, casi todos colmados por dos o tres agrupaciones de
hombres.
Cuando comenzaste a dirigir la Agencia Cubana de Rap, ¿aceptaron los raperos ser
representados por una mujer?
Eso sí ha sido candela. Primero, porque se ha sacrificado mi grupo, que para mí es como la
vida, pues el trabajo en la Agencia me ha restado horas de ensayo. En cuanto a los hombres machistas del movimiento, tampoco ha sido fácil que acepten ser representados por una mujer. He
tenido que lidiar con las opiniones desfavorables. Además, me tocó heredar una agencia con muchos problemas. En su primera etapa, la institución generó mucha desesperanza, no había sentido de pertenencia entre las personas del rap y, a la vez, teníamos que luchar por disciplinar un
movimiento que siempre había sido militante, progresista y estaba teniendo posturas contrarias
a estos presupuestos dentro de la agencia.
Me ha tocado inculcarles el sentido de identidad a varias agrupaciones, y a mi favor he tenido que no estoy sola, pues me acompaño de un equipo bastante capaz. Se trata de una agencia autofinanciada, que responde a criterios económicos, pero eso no ha primado en nosotros.
Ahora estamos en la batalla por convencer a los raperos de que la agencia no lo tiene todo, que
nos toca reinventar los recursos a nuestra manera. Se puede lograr, precisamente, porque hay un
lado social en nuestra cultura desde el cual nos toca convocar. Más que comercializar el trabajo,
intentamos fortalecer otros espacios de reflexión y superación.
Si esta labor iba a afectar tu obra individual, ¿por qué aceptaste?
Ciertamente, el trabajo de Obsesión este año (2009) ha ido más lento y, aunque no he dejado
de presentarme, algunos planes como la grabación de un disco se han quedado rezagados. Lo
que sucede es que provengo del proyecto La FábriK, que tiene una intención más comunitaria,
que lleva la cultura hip hop a una concepción interdisciplinar. Desde que se creó la agencia, en
2002, nosotros criticamos mucho que no estuviera dirigida por alguien que viviera dentro del
movimiento y, cuando me hicieron la propuesta, negarme era contradecir lo que yo había promulgado. Hubiera sido inconsecuente con mi defensa de que alguien informado sobre la cultura
participara en los espacios de decisión.
¿Crees que se ha descuidado el hip hop en Cuba?
Las potencialidades del movimiento se han subestimado mucho. Hay quien culpa al reguetón, pero yo no. Me parece que falta una política cultural específica para el hip hop en el país,
que permita promocionarlo, comercializarlo mejor. Creo que subestimar el hip hop es un error,
porque puede ser una herramienta esencial para contribuir a lo positivo de las personas, de la
comunidad. Sin embargo, un hip hop mal atendido puede ser muy nocivo y de ahí el interés de los
En primera persona
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movimientos sociales por ganar esta cultura. En Cuba la gente ve el hip hop solo como la música
rap, pero es más que eso. Se trata de una filosofía para entender el mundo y nosotros, en Cuba,
podemos ser la plataforma ideal para realizar un hip hop social; pero para eso se necesita presupuesto, espacios, voluntad y comprensión.
Ser una mujer cubana, una mujer negra, una mujer rapera, ¿qué significa?
Un reto constante, en todos los sentidos de la vida. Ser mujer es un reto, porque estamos en
un mundo muy machista. Es un reto ser negra en un país donde todavía hay mucho racismo y
cada día se hace más cotidiano. Desde varios puntos de vista, constituye un desafío, tanto en el
trabajo mismo de dirigir la única agencia de un movimiento mayoritariamente masculino, con
un colectivo de trabajo donde casi todas son mujeres; como en tratar de encaminar una institución que carece de recursos. Entonces necesitas hacer malabares. En todo esto me ayuda mucho
que Alexei sea parte del movimiento, que hayamos estado juntos para librar tantas batallas, que
él también apoye todas esas cuestiones que defiendo.
¿Cómo vislumbras el futuro de las raperas en Cuba?
Creo que, dentro de dos o tres años, pueden ir dando fruto las acciones que estamos realizando ahora; no muy grandes, porque no alcanzan los recursos, pero sí orientadas a fortalecer
la presencia femenina en el movimiento, para que no se derrumbe como otras veces sucedió.
Estamos solidificando las bases y estrategias para solucionar los problemas que no han dejado
avanzar a las mujeres dentro del hip hop en Cuba hasta hoy. Ojalá lo logremos.
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Rosa María Leyva:
Sin descanso tras el huracán
Yo soy dirigente política
Por: Dalia Acosta / Foto: Jorge Luis Baños
Rosa María Leyva fue de las primeras personas en llegar a la playa de Caletones, en el
oriente cubano. Seis horas requirieron equipos especializados para despejar el camino que
enlaza la ciudad oriental cubana de Gibara con uno de los siete barrios costeros devastados
por el huracán Ike a su paso por la isla, en septiembre de 2008. Ella les seguía el paso hacia
lo que alguna vez fue el balneario por excelencia de la población de la zona, la playa de los
gibareños y la cuna de originales pozas de agua helada y cristalina.
Antes había visto inundada por los escombros a una de las ciudades más bellas del oriente cubano, sede cada año del Festival Internacional del Cine Pobre. Peor aún, había sentido la
mirada perdida y el silencio desesperado de los habitantes de los barrios costeros que fueron
“borrados” del paisaje por el mar y la furia de los vientos. “No quedó nada. Llevamos a los responsables de familia y hubo gente que no encontró ni un caldero. Todavía están buscando
cosas en los manglares”, recordó dos meses después del paso de Ike.
Segura de haber vivido uno de los peores momentos de su vida, la primera mujer en asumir el cargo de secretaria del Partido Comunista de Cuba en este municipio de la provincia
de Holguín, a 748 kilómetros de La Habana, comprendió de inmediato que la única salida era
trabajar sin mirar atrás, sólo adelante. Al mismo tiempo, independientemente de los esfuerzos, estaba consciente de una dura realidad: “muchas personas tendrán que esperar un año,
dos años o no sabemos cuánto, antes de tener una respuesta. El impacto en la vivienda ha
sido muy grande”, reflexionaba.
En primera persona
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“Lo importante es que no hay desamparo. Tenemos que seguir informando a la población,
pero no podemos hacer compromisos que no podamos cumplir. No estamos para engañar
a la gente”, dijo Leyva, sentada en su despacho de primera secretaria, cuando aún no había
abandonado el uniforme verde olivo que la identifica, además, como presidenta del Consejo
de Defensa de Gibara y que suele vestir en momentos de emergencia. La conversación, que
surgió de un encuentro casual a nivel de pasillo, duró más de una hora y tuvo un segundo
capítulo meses después, en abril de 2009, en una ciudad que ya mostraba los síntomas de la
recuperación del peor desastre natural recordado por sus habitantes.
El paradógico rumbo de los sueños
Casi 10 años de su infancia y adolescencia los pasó en un grupo de teatro, pero el sueño
de ser actriz terminó el día de las pruebas de ingreso para el Instituto Superior de Arte. “Recuerdo que era un tribunal presidido por la actriz Raquel Revuelta y se hacían varias pruebas
de actitud. Nos presentamos nueve candidatos de Holguín y ni uno aprobó. Me dijeron que
mis mejores actitudes eran para la especialidad de circo y eso, realmente, no me gustaba”,
cuenta.
Así, la vida fue tomando otros rumbos. Como practicaba deportes, empezó a estudiar
Cultura Física, pero decidió dejarla porque, entre otras razones, se había casado muy joven
y la carrera le demandaba mucho físicamente. “Entré en enfermería, que se estudiaba aquí
mismo, en Gibara, y aprendí muchísimo. Al poco tiempo de graduarme, cuando ya estaba
trabajando en el hospital, me pidieron un año como profesora y acepté, porque enseñar es
algo que siempre me ha gustado”.
Los próximos años fueron de un peregrinar intenso: de profesora a jefa de enfermera de
una sala de Medicina; de la sala a un salón de operaciones; del salón a un policlínico; de allí a
la dirección municipal de salud como jefa de enfermeras y, finalmente, llegó a la oficina del
Partido Comunista en el municipio de Gibara, donde ya lleva más de una década y alrededor
de dos años como primera secretaria. Mirando atrás, Leyva piensa que, en el fondo y más allá
de los sueños, siempre tuvo el “bichito” de la política.
“La actuación me benefició mucho: no tengo miedo escénico y aprendí a intercambiar
con la gente. Mis discursos los hago yo; no quedan muy bien, pero tampoco tan mal. Lo
importante es decir lo que siento. Al final, no me fue difícil dejar mi carrera y tomar esta decisión, porque siempre me desenvolví mucho en la línea de dirección política y tuve actitudes
para defender mi criterio y la política del país”, explica.
Con esta experiencia y madre de dos hijos que cumplieron su sueño de optar por el arte,
Leyva piensa que, aunque en el Partido se ha trabajado para incorporar mujeres a puestos
de dirección, hay muchas compañeras valiosas que deberían estar ocupando un cargo, pero
todavía se requiere luchar contra no pocos obstáculos que entorpecen, día a día, que ellas
demuestren su capacidad.
“Para una mujer es difícil dirigir. Difícil, pero no imposible. Y pasa más trabajo que el hombre porque, además de las tareas que le tocan a él como cuadro, una tiene que hacer también
las cosas del hogar y de la familia. Yo, por ejemplo, hago todo lo que hace una ama de casa
y todo lo que le corresponde a una trabajadora normal que es, además, primera secretaria
del Partido en un municipio. Y es así como me he ganado el respeto de mis compañeros y he
logrado que confíen en mí porque, de lo contrario, no hubieran sido posibles algunos de los
resultados que tenemos hoy en Gibara”, asegura.
Convencida de que los logros obtenidos no se deben a su capacidad, sino a un trabajo
colectivo, Leyva ha tratado “por todos los medios, de lograr una unidad, de predicar con el
ejemplo y de colegiar las decisiones”, evitando siempre las determinaciones unipersonales,
en aras de lograr un engranaje entre las tareas del Partido, las acciones del gobierno y de las
diferentes direcciones administrativas en el territorio.
118
En primera persona
Para ella, “es difícil ser dirigente y es difícil ser mujer, pero hay que asumirlo porque la
vida te pone retos. He tratado de educar a mis hijos lo mejor posible, pero si me comparo con
otras madres, diría que he tenido el tiempo limitado para atenderlos, aun con la voluntad de
hacerlo. Me he tenido que esforzar el doble para que sintieran que tienen una madre y, aunque creo que están orgullos de mí, la realidad es que, quizás, su madre no siempre ha estado
en los momentos en que ellos más la han necesitado”, comenta.
“Lo que sí he tratado por todos los medios de que, al menos, su conducta sea normal y
sin privilegios de ningún tipo. En la cocina de mi casa hay lo mismo que en la de cualquier
persona; pasamos las mismas necesidades porque no viene una jaba directa para la primera
secretaria, y mucho menos porque sea mujer. O sea, trato de asumir ese ideal que siempre
he tenido de lo que debe ser un dirigente de la Revolución, el ideal que aprendí en mi formación revolucionaria como militante, pero también en mi casa, con mi mamá, una mujer muy
trabajadora y muy revolucionaria. Si no hubiera sido por ella, yo no estaría aquí”.
Sin mirar atrás
A sus 42 años, Rosa María Leyva no pierde un minuto. Se le puede encontrar en un trabajo voluntario, almorzando en cualquiera de los locales abiertos en la ciudad como parte de
un programa de desarrollo de la gastronomía popular o, entre cafés y llamadas telefónicas,
revisando cada detalle de la reconstrucción gibareña: panaderías, bodegas, círculos infantiles, escuelas, centros de salud pública, asfaltado de las calles, fabricación alternativa de materiales de la construcción y, sobre todo, las dos grandes prioridades, la alimentación de la
población y la recuperación del sector de la vivienda, pasando por la necesidad de buscar
tecnologías que contribuyan a reducir la vulnerabilidad ante huracanes.
¿Por qué unos techos resisten y otros no? Y, sobre todo, ¿por qué techos construidos con
el mismo material pueden no tener igual resistencia al paso de los huracanes?, se pregunta
una y otra vez. Además de insistir en el cumplimiento de las normas establecidas para la
colocación de cada tipo de cubierta, Leyva mira con interés los únicos techos que resistieron
en Caletones los vientos de un huracán que registró rachas sostenidas superiores a los 195
kilómetros y afectó unas 19.000 casas en todo el municipio, más de 70 por ciento del fondo
habitacional de un territorio con 42.000 habitantes.
“Sólo los techos de bóveda aguantaron en Caletones. Al parecer, la clave está en la forma
de arco. La bóveda se hace con ladrillo, un nivel de cemento y mínimo de arena, composición
que vuelve muy atractiva esta alternativa. La arena es el elemento que más nos falta en el
país. Aparece de todo, pero lo que limita agilizar la recuperación del sector de la vivienda es
la arena”, aseguró la dirigente partidista.
Para el 26 de julio de 2009, apenas 10 meses después del desastre. Gibara mostraba otra
cara. Mientras un número aún importante de personas permanecía protegida en centros de
evacuación y otras tantas seguían viviendo en las llamadas “facilidades temporales”, construidas en el fondo del sitio donde alguna vez se levantó su casa, los edificios de la ciudad fueron
reparados, numerosas familias habían recibido los materiales para restaurar sus techos, casas
de tabla de palma se habían levantado, sobre todo en las zonas rurales del municipio, y una
comunidad de 46 petro-casas, donadas por el gobierno de Venezuela, había sido inaugurada
con el nombre de Pueblo Nuevo.
Aunque los ritmos no puedan ser tan rápidos como se quisiera, “aquí no se para de trabajar”, había comentado Leyva durante un segundo encuentro, en abril de 2009, tan informal
como el primero. Gibara vivía los días del VII Festival Internacional del Cine Pobre, por primera vez en ausencia de su creador, el cineasta Humberto Solás1, y Leyva no paraba entre el es1
Director de clásicos del cine cubano como Lucía y Un hombre de éxito, Solás falleció el 17 de septiembre de 2008.
En primera persona
119
fuerzo por seguir de cerca cada obra, a la par de las proyecciones, exposiciones, conferencias
y encuentros populares con los artistas.
Gibareña de nacimiento, amante de su ciudad, Rosa María Leyva asegura haber llegado
al cargo de primera secretaria sin otra aspiración que trabajar por lo que cree. “Lo digo de
corazón. Siempre estaré donde me necesiten. Si un día me dicen ‘hasta aquí llegaste’, vuelvo
a la salud pública y seré mucho mejor de lo que era antes, porque del Partido se sale con muy
buena preparación, el Partido te enseña a trabajar con la gente, a contactar con el pueblo,
a tener confianza y, al mimo tiempo, a no creerle a todo el mundo, a ver con tus ojos”. En
cualquier caso, está segura de que todavía tiene muchas cosas que aprender: “de algunas sé
bastante, en otras tengo que autoprepararme. Pero la experiencia mayor es la que te da la
vida, todos los días”.
120
En primera persona
Rebeca Chávez:
“No paro de hacer ”
Yo soy cineasta
Por: Danae C. Diéguez / Foto: Randy Rodríguez
Rebeca Chávez es una directora poco conocida, a pesar de que estrenó en 2009 su primer
largometraje de ficción, Ciudad en Rojo. Posee múltiples documentales e incursiones en el
corto de ficción y, aunque muchos reconocen su nombre, no ocurre así con la obra fílmica
que la avala. Posee por ello una vasta experiencia que hace tiempo la valida y que no explica
por qué demoró tanto para estrenarse en el largometraje de ficción.
No le interesa que le digan que es la segunda mujer que dirige un largo en el Instituto
Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC); sin embargo, reconoce que el camino
transitado ha sido especialmente difícil para las cineastas.
Acá están algunos de sus criterios. De cuatro horas de conversación, solo estas escasas
líneas que ayudan a entender cómo piensa y cuál ha sido el camino recorrido por la directora
de documentales como Rigoberta (1985), En busca de Chano Pozo (1988), Con todo mi amor,
Rita (2002), entre otros muchos.
Eres una de las directoras que aborda la épica desde otra mirada, quizás más humanista. Se evidencia en tu documentalística y ahora tu primer largometraje de ficción,
Ciudad en Rojo, acaba de confirmarlo. ¿Qué te interesa de los grandes relatos épicos?
Me alegra que me hagas esa pregunta porque te voy a decir algo; cuando decidí abordar
estos temas, por ejemplo, los cuatro documentales que hice sobre las distintas aventuras o escenarios del Che, no eran sobre el Che Guevara, eran sobre qué pasó con esos hombres que se
fueron detrás de ese otro.
En primera persona
121
Igual recuerdo, cuando conocí a Panchita Rivero, la madre de Piti Fajardo1, que dio lugar al
documental Cuando una mujer no duerme (1986), que yo estaba en playa Girón, filmando, y de
repente vi una revista Mujeres tirada en el suelo, la cogí y ahí vi la historia de Panchita. Arranqué
aquellas páginas de la revista, me las eché en la cartera y me le aparecí en su casa. Allí me dijo
que ella no era la importante, que el importante era su hijo Piti, y yo le dije: hubo tal hijo porque
existió tal madre, y entonces a mí no me importaba la historia de Piti, yo lo que quería era la historia de ella. Me tuve que hacer amiga de Panchita y descubrí que teníamos un gusto en común:
nos encantaba ir a las ferreterías. Yo la iba a buscar, alguna que otra vez, y nos íbamos para las
ferreterías y hablábamos. Entonces ella descubrió que a mí me encantaban los pasteles de carne
y me invitaba a comer pasteles de carne. Un día le dije que nos sentáramos a conversar y que yo
le iba a llevar una bola de hilo, porque sabía que ella tejía, y que mientras tejiera me contara su
vida. A lo largo de los documentales y de esta película he estrechado una relación personal de la
que me he enriquecido muchísimo. Y eso me interesa reflejarlo de alguna manera.
Aunque Ciudad en rojo se basa en la novela Bertillón 166, de José Soler Puig, siento
que hay una conexión personal entre la historia y tú ¿Qué te enamora de la novela para
convertirla en filme?
Cuando redescubro la novela, veo una historia, y creo que los cineastas siempre están buscando una buena historia; que además me pasara que me emocionara y lograr a través de la
emoción plantear cierta reflexión, sembrar tres o cuatro ideas, tres o cuatro inquietudes, ya eso
me parecía que podía ser interesante, y que poco a poco me reencontrara conmigo misma, pero
desde otra perspectiva —es decir, yo viví muchas de esas cosas en Santiago de Cuba: esa ciudad
ensangrentada, rebelada, atemorizada, muchos jóvenes muertos, muchos mitos—, yo misma
me rebelaba (en mi casa y en la calle, pero al mismo tiempo la novela me reveló montones de
cosas que estaban ocurriendo en el mismo momento en que me estaba transformando y que no
las había visto de esa manera; de repente la novela me las organizaba. Todo eso me resultó muy
atractivo y, por otra parte, yo me sentía tentada por una provocación y es que aquí se abordan
los temas de la historia más reciente. Ha sido muy desafortunado cómo a la Historia le han quitado todos los conflictos, es una historia —la que nos cuentan— medio tonta, que no llama la
atención, llena de consignas y de héroes que parecen gente tan aburrida o como si no hubieran
tenido sangre en las venas.
Hay películas que a mí me conmovieron mucho, como La batalla de Argel (1965), de Gillo
Pontecorvo, y Cenizas y Diamantes(1958), de Wajda; ese conflicto que, al mismo tiempo, es el
conflicto de uno; el tránsito de la adolescencia a la juventud. En medio de ese conflicto social,
crecer en medio de eso, distinguir entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, eso siempre me ha
atrapado. Cuando pones el cuaderno entre el bien y el mal y están esas dos opciones y tú escoges
el bien, es muy meritorio, cuando tú ves toda esa porquería que te rodea y tratas de cambiarla,
eso me parece que está lleno de renuncias, de conflictos. Además, viví en un núcleo familiar donde siempre había debates, por ejemplo, sobre ortodoxia. Sobre todo de mi madre, que era una
mujer con un sentido de la ética y de la justicia. Recuerdo que, cuando el asalto al Moncada, mi
mamá nos decía a nosotros que si veíamos por el barrio personas muy raras que las llamáramos
enseguida, porque a lo mejor las podíamos ayudar. Le preguntábamos que quién podía ser alguien raro y ella nos decía que cualquiera que no conociéramos, y nosotros no entendíamos y mi
mamá con todas esas preocupaciones. Después recuerdo cuando el asesinato de Frank País2, que
no querían entregar su cadáver a su mamá. A él lo mataron por la tarde y estaba como enloquecido todo el mundo en la calle y yo llegué a mi casa y, por primera vez, me encuentro a mi mamá
1
Comandante de la Revolución, médico de profesión, fue Jefe de Operaciones en la zona del macizo montañoso del Es-
cambray, al centro de Cuba. Fue herido de muerte en un enfrentamiento con elementos contrarrevolucionarios y falleció
29 de noviembre de 1960.
Dirigente estudiantil, maestro y revolucionario cubano, dirigió el Movimiento 26 de julio en Oriente y en 1956 fue
designado su Jefe de Acción y Sabotaje en todo el país. Fue asesinado en las calles de Santiago de Cuba el 30 de julio de
1957, cuando contaba con 22 años.
el
2
122
En primera persona
que se había ido con las mujeres del barrio a acompañar a Rosario —madre de Frank País— a
que le devolvieran su hijo, y eso no quiere decir que mi mamá se convirtiera para nada en una revolucionaria. Mi papá no, mi papá decía: “¡Dios mío! ¡Qué cosa tan horrible!” y mi hermana igual,
decía que todo era un espanto, y mi mamá decía: “espanto, pero hay que hacer algo”. Yo me crié
mirando todo aquel panorama, con cierta y determinada independencia, y siempre encontré en
mi mamá una aliada. No sé si estas podrán ser las claves que estén operando en el fondo; pero
lo que sí siempre creí y sigo creyendo que esas circunstancias en que se ven las personas pueden
ser el punto de partida para una historia, una historia que yo creo merece ser contada de otra
manera, no como arqueología, sino contada como arte.
¿Cuándo decides entrar al ICAIC y hacer cine? ¿Cómo ha sido el camino transitado,
teniendo en cuenta que el cine y la realización han sido fundamentalmente masculinos?
Yo vi todo el cine que pude, e iba casi todos los días al cine, y cuando triunfó la revolución me
sentía parte. Lo primero que quería era tener un trabajo, y lo tuve, y tenía un sueldo, mi dinero.
¿Y por qué no podía aprender a hacer cine? Y ese fue el primer stop. Había en Santiago de Cuba
una delegación del noticiero ICAIC. Yo era un piojo, pero a mí me parecía que todo era posible y
recuerdo que, en esa etapa, conocí a Saúl Yelín3, y me dijo: “sí, todo es posible, pero lo que le toca
ahora a usted es estudiar, y si puede llegar a la universidad, mejor todavía”. Y entonces, cada vez
que yo me vinculaba con la gente del ICAIC, con esto y con lo otro, yo siempre decía: pero yo quiero hacer cine, y estuve en un cine club de la Universidad, y así y así… hasta que finalmente llegué
al ICAIC. Pero cuando llegué no quería tampoco tener promociones de dedos, y creo que eso es
lo mejor que le puede ocurrir a una mujer. Yo creo que nadie te va a dar el lugar, una lo tiene que
conquistar palmo a palmo. Una tiene que vencer un doble prejuicio, el que la sociedad tiene en
sí misma con las mujeres y el que nosotras también reproducimos; o sea, que si una no se atreve
a vencer ese doble prejuicio y a jugarse lo que quiere hacer, no se puede; solo con cierto conocimiento se puede llegar. Hay que prepararse muy bien, no creo en las promociones estadísticas;
o sea, no se va a terminar el conflicto racial porque haya una paridad de negros en el Consejo de
Ministros; el empoderamiento se logrará cuando haya un proceso cultural muy complejo. Fíjate,
desde que Sarita4 hizo De cierta manera (1974), que es una película muy renovadora, hasta la
fecha, ¿cuánto tiempo ha pasado? No fue porque a Sarita alguien la ayudó, fue porque ella tuvo
que fajarse con las uñas para hacer esa película y para convencer a montones de gente. Murió en
el empeño y no pudo ver la película, o sea, nadie le regaló a Sarita ese espacio.
¿Por qué has tenido que esperar tanto tiempo para hacer tu primer largo de ficción,
cuando te precede una obra documental vasta y dos cortos de ficción?
Yo creo que en el ICAIC, en los noventa, se interrumpió un proceso artístico que era muy importante, de una dirección histórica que había ido evolucionando con el tiempo y con la época.
Piensa que el ICAIC tiene una concepción monopólica del cine: lo produce, lo compra, lo distribuye, lo exhibe; en tanto proyecto cultural. Era un sistema que fue tanteando; de ahí surge una
persona como Sara Gómez, en medio de todo ese desarrollo y en esas confrontaciones. Después
viene una segunda etapa en el ICAIC, que reproduce un criterio que a mí me parece es una concepción triste, y es la de hacer cine por cola. Pienso que así no van a salir solamente nuevas directoras, sino tampoco nuevos directores. Por ejemplo, vi el documental de Susana Barriga5 y
a mí me da la sensación de que ella puede ser una documentalista nata, pero habría que decir:
¿cuáles son los proyectos que tiene Susana ahora?, y no esperar a que pasen cuatro años para
3
Fundador del ICAIC, director del Departamento de Relaciones internacionales de dicha institución. Falleció en
1977.
4
Sara Gómez murió joven, con apenas 32 años. Realizó varios documentales e incursionó en la ficción con su película
De cierta manera (1974), primer largometraje dirigido por una mujer en el ICAIC.
5
Joven realizadora egresada de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Su documental The Illusion obtuvo varios premios internacionales y el de mejor documental en la 8va Muestra de Nuevos
Realizadores en Cuba.
En primera persona
123
que Susana haga un documental. A mí me parece formidable lo que pasó con Pavel Giroud6.
Creo, por otra parte, que la mujer sigue teniendo puesto el stop en el ICAIC: la institucionalidad
no hace una política de apoyo y apertura hacia cineastas mujeres. Si Lily Suárez7 fue la segunda
cámara de Alderete8, fue porque él la llamó, no porque la institución ICAIC le dijo: mira, tienes
estas opciones; si Valeria fue sonidista de la película de Daniel9, fue porque Daniel la conocía de
la escuela de cine y tuvo que batallar.
Creo que hay que reformular todas las relaciones de producción del ICAIC. Depende mucho
del director y de la mirada que tenga ese productor. Creo que si el ICAIC se quitara esa impedimenta burocrática que tiene, fuera más libre y fuera mejor, si la productora tuviera un censo y
dijera: Lily Suárez, una muchacha que ha hecho cámara en la escuela de cine, que ha hecho tal
proyecto con Patricia Ramos10, o a la propia Patricia Ramos que tiene dos o tres trabajos hechos,
pregúntale si el ICAIC la ha llamado para hacer cine. Por ejemplo, ¿han llamado por casualidad
a Belkis Vega11 para preguntarle si tiene algo en cartera que sirva? Yo soy solo una cineasta que
está hablando contigo en la sala de su casa y que mira, que siente que la vida le pasa, que veo a
mis compañeras, que todas sentimos que llegamos tarde, que generalmente llegamos porque
otro nos abrió la puerta.
Eres muy organizada en tu trabajo y con un temperamento fuerte. ¿Estas características te han ayudado para salir adelante en el mundo cinematográfico?
Creo que siempre he sido una persona organizada. Empecé a trabajar muy joven y estudiaba
y trabajaba al mismo tiempo. No me hacía falta económicamente, pero descubrí muy temprano
que mi independencia dependía de los reales que yo tendría en el bolsillo; entonces tenía que
organizar mucho mi tiempo. Te cuento que yo he sido tan atrevida y tan fresca que, terminando
el preuniversitario, hice un examen de ingreso para la universidad e ingresé, pero quise terminar
el preuniversitario (bachillerato), por si acaso. Entonces yo trabajaba, terminaba la escuela e iba
a la universidad, o sea, tenía que organizarme muy bien. Es verdad que me gusta la organización
porque pienso que es sinónimo de aprovechar el tiempo, a mí no me gusta perder el tiempo y eso
me hace ser exigente. Siempre me he empeñado en hacer cosas que parecen imposibles. El cine
demanda una gran organización, o sea, tú eres una persona que tiene que saber de dónde viene
y para dónde va, y hay un montón de gente que está esperando a que tú abras la boca, y si no eres
organizada, eso cuesta mucho dinero. Pienso a veces que organizar una casa en Cuba, habiendo
vivido el período especial12, y que tu familia no pasara hambre, son sinónimos de ser una gran organizadora. Siento muy poco aprecio por la gente que hace de la improvisación, sin creatividad,
un estilo de trabajo, porque es una manera de decir desorden.
¿En Ciudad en Rojo hay alguna impronta, en tanto tu condición de mujer? ¿Hay, en
la representación de los personajes, en los ambientes, alguna mirada que te descubre
a ti como mujer detrás de la cámara?
Pienso que sí: el enfatizar la naturaleza del ser humano, es decir, el no mecanizar a la persona
—tampoco esta es una película que se preste para que la sensibilidad femenina florezca. Traté de
6
Director de cine cubano. Su obra incluye varios documentales, cortos de ficción y los largometrajes La edad de la peseta
(2005) y Omertá (2008).
7
Directora de Fotografía. Trabaja en la cátedra de esa especialidad en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de
san Antonio de los Baños. Ha trabajado en varias películas y telefilmes.
8
Director de Fotografía de la película Ciudad en rojo.
9
Daniel Díaz Torres, director de cine.
10
Joven realizadora, guionista y directora. Sus cortometrajes Na-Na y El Patio de mi casa han sido premiados en varios
festivales nacionales e internacionales. Ver entrevista en página 77 de este libro.
11
Una de las documentalistas cubanas más reconocidas. Ha dirigido los documentales: Corresponsales de Guerra
(1988), Viviendo al límite, (2005), El futuro es mi sueño (2006), entre otros.
12
Crisis económica iniciada en los noventa.
124
En primera persona
poner a flote la naturaleza humana de todos esos personajes, aun de los malos. Pienso que ahí
pudiera estar la mirada mía, y en cada cosa que yo he hecho siento que soy una persona muy sentimental, muy emotiva, pero también soy una persona muy intuitiva —cosa que cultivo— y creo
que hago cosas, más por intuición, por instinto, y esta es una película donde el instinto es lo que
me guió, y ese instinto puede tener mi alma de mujer. Creo que es una película de instinto, porque
yo veo que en ese subrayado, en esa búsqueda de cierta ternura, hasta aún en los momentos más
difíciles, creo que está mi mirada de mujer.
En tu vida cotidiana: tú, cineasta, y tener como pareja un escritor-guionista como
Senel Paz13; esa convivencia, ese diálogo profesional, ¿cómo lo llevas?
Siempre quiero mantener mi absoluta independencia artística, y Senel también. Nosotros tenemos ya 26 años de relación. A mí, cuando todavía tengo desacuerdos con él, me desestabiliza
mucho, a pesar de los años yo no veo mi relación con Senel como una relación de costumbre, sino
como una relación de amor todavía. Senel es de una gran creatividad y además es una persona
muy sincera, y por supuesto que es la persona que a mí más pánico me da.
¿Tienes algún proyecto, vas a seguir haciendo películas?
Yo no paro de escribir, no paro de tener libretitas, no paro de hacer.
13
Senel Paz, destacado escritor cubano, autor de la novela En el cielo con diamantes, el cuento “El lobo, el bosque
y el hombre nuevo”, que inspiró el largometraje Fresa y chocolate, así como de los guiones de las películas Una novia para
David y Adorables mentiras, entre otros escritos y narraciones.
En primera persona
125
Georgina Suárez:
Trabajo hecho en casa
Yo soy ama de casa
Por: Sara Más / Foto: Randy Rodríguez Pagés
En los 78 años que ha vivido, Georgina Suárez posiblemente ha pasado trabajando mucho más de la mitad. Solo que su caso es quizás atípico en el llamado universo laboral: ella
no ha recibido un salario por todo lo que ha hecho, ni una sola vez; no posee un expediente
de vida laboral ni cuenta con un fondo para pensión de retiro. Tampoco tiene la más remota
idea de cuánto ha aportado a la riqueza familiar —económicamente hablando—, ni menos
aún a la nacional, esa que en los informes de expertos se define como el producto interno
bruto y denota los avances de un país.
Todos esos términos le son ajenos. Ella, sencillamente, se debate en una extraña contradicción: cree que no ha trabajado nunca, cuando se ha pasado la vida, precisamente, trabajando. Tal desempeño, en su caso, no le pesa. A Yoya, como cariñosamente le llaman amistades y vecinos, le viene bien el título del multi-oficio que siempre ha practicado y con el cual
se define cuando dice: “siempre he sido ama de casa”.
¿Nunca trabajaste en algún lugar fuera de la casa?
Varias veces lo intenté, pero lo dejaba. No sé decir por qué, pero me iba antes de cobrar el
salario, porque sentía una presión tremenda, como una obligación. Personalmente me costaba
trabajo aceptarlo: lo mío era no cobrar…¡ y con la falta que me hacía !
¿Y por qué?
Nunca supe bien. Mi esposo me llevó a dos trabajos buenísimos. Uno fue en un laboratorio
de geología que acababan de inaugurar; era maravilloso. Empecé bien, pero cada vez que veía
126
En primera persona
pasar la guagua (ómnibus) que iba en dirección a mi casa, me decía: y yo aquí, con tantas cosas
que tengo que hacer por allá…
El laboratorio era nuevo y me encargaron un inventario. Yo era buena trabajadora, todo lo
hacía disciplinadamente. Y yo veía que había gente que se sentaba a conversar en el horario de
trabajo y me decía: ¿pero cómo no les da pena? Yo los dejaba y seguía en lo mío. Entonces terminaba enseguida, antes de tiempo incluso, y me iba a ayudar a otros departamentos en lo que
pudiera hacer. A veces terminaba lo mío y la persona que controlaba las tareas me decía: “bueno,
descansa ahora un poquito…”. Ese descanso no lo podía soportar, para mí era como perder el
tiempo.
¿Ese fue un primer intento de dejar la casa y salir a trabajar?
No, qué va; creo que fue el último. Antes probé dos veces de maestra, dando clases en dos
escuelas diferentes, siempre en la enseñanza primaria.
¿Y esa obsesión con la casa tendría que ver con tu formación? ¿Qué estudios hiciste?
Estudié en la Escuela del Hogar, en el Instituto Edisson, que era privado, donde me enseñaron
a hacer de todo. Los estudios costaban, pero tuve la suerte de que una tía me los pagó, porque en
mi casa no había posibilidades económicas. Me gradué con una preparación con la cual podía
ser profesora de Artes y Ciencias Domésticas; por eso a mí me valoraron después como maestra
de primaria.
Para entrar a la escuela del hogar tenías que hacer una prueba. Fueron tres años de estudios,
con todo: corte y costura, repujado, pintura, artes manuales, mimbre y cestería. En segundo año
tenía como 22 asignaturas, incluida cocina, repostería, encuadernación.
¿Pasaste esa escuela con una idea en particular? ¿Pensabas trabajar después?
La verdad que nunca me planteé, entonces, trabajar en la calle. Mis tías, todas, lo hacían
desde jovencitas; mi abuelo era plomero y trabajaba en Correos también, tenía cinco hembras y
un varón. Ellas, según iban creciendo, salían a la calle a trabajar, hicieron hasta estudios medios.
Una de ellas llevaba los libros de un almacén y contaba que el dueño, cada vez que pasaba por
su lado, le pasaba la mano, la tocaba…Ella se insultaba y él le decía: “Yo no te hecho nada…”,
y ella no podía ni reclamar porque él la tocaba y le decía, a ella misma, que no le había hecho
nada. Ella me decía: “ojalá te cases con un hombre bueno y no tengas que trabajar como yo, en
la calle”. Crecí oyendo eso. Para ella era horrible, tenía que estar soportando a los jefes, que eran
unos sinvergüenzas. Parece que eso a mí me impresionaba. Me decían que tenía que estar en la
calle cuidándome de los hombres.
¿Nunca pensaste en esa opción para ti, fuera de la casa?
Yo quería. Me encantaba ver a las que trabajaban en la calle, pero no me adapté, no podía
llevar las dos cosas a la vez.
¿Al graduarte de la Escuela del Hogar, no fuiste a un aula a dar clases?
No, nunca lo hice. Después me casé, ya era 1956 y no sentí esa necesidad, no la tenía realmente. Luego tuve a mis tres hijos y, cuando triunfó la revolución, al poco tiempo, una vecina del
barrio me habló porque no había maestras para la escuela del reparto donde yo vivía. Pero igual
empecé y me entraba una desesperación por irme para mi casa, pensando en todas las cosas
que tenía que hacer. Y era verdad, porque tenía tres niños chiquitos. Donde más duré, cuando
me mudé, fue en la escuela primaria donde estaban los muchachos; allí estuve dando clases casi
todo el curso de primer grado.
Además de un tiempo de maestra y otro en el laboratorio, ¿no hiciste más?
Bueno, después me dediqué mucho a la Federación de Mujeres Cubanas y al Comité de Defensa de la Revolución. En la FMC trabajé muchísimo, como secretaria general del bloque, que
comprendía una zona grandísima, con varias delegaciones. Me tomaba mucho tiempo: imagínate; visitar casa por casa. Hicimos el censo de las que no tenían sexto grado, para incorporarlas
En primera persona
127
al estudio; y así después con las que no estaban trabajando. Y yo con un complejo tremendo,
porque tenía que incorporar a la mujer al trabajo y yo no trabajaba. Tampoco consideraba que
era trabajo eso que estaba haciendo, porque era voluntario.
¿Y qué decía tu esposo?
Él realmente siempre quiso que yo trabajara en la calle y no fuera tan obsesiva con la casa.
Creo que, en mi caso, eso tenía que ver con los problemas de mi familia, cuando era niña. Éramos
seis en sala y cuarto; para mí eso era terrible, y cuando tuve mi casita, entonces para mí fue muy
importante.
Entonces, ¿ser ama de casa fue una decisión personal, que nadie te impuso?
Sí, para nada. Lo que pasa es que yo no sabía llevar las dos cosas a la vez; hacía bien el trabajo, pero me presionaba pensar en todo lo que tenía que hacer en la casa. Pero cuando veo una
mujer trabajando en la calle y noto que se siente feliz con lo que hace, y que eso le gusta incluso
más, la admiro.
¿Y qué labores hacías en la casa?
De todo: cocinar, lavar, limpiar, planchar, los mandados, buscar el pan, coser, ordenar. El trabajo de la casa no me es complicado, me gusta ver el resultado, que todo esté en orden, agradable. Muchas veces, cuando los niños eran pequeños y se dormían, me ponía a esa hora a tirar
agua y baldear la casa. Nacieron los tres uno detrás del otro, y entonces no tenía lavadora, lavaba
tandas de cubos de pañales a mano.
En la mañana lo primero es recoger la casa. Eso se puede adelantar un poco desde la noche
anterior, para ganar tiempo del día siguiente. Para los mandados tenía que hacer un recorrido
largo: de la carnicería al puesto, después al agro.
También tienes que administrar, ver cómo llegas a fin de mes.
¿No veías que todo eso era trabajo que estabas haciendo?
No, porque no era en la calle.
Pero si tuvieras que pagar a una persona para que limpie, a otra que lave y planche,
una mensajera que te traiga los mandados, ¿cuántos salarios tendrías que pagar?
Ah, ¡figúrate!
Entonces, ¿cómo dices que lo que hacías no era trabajo?
Nunca lo vi así…pero claro que lo es, porque si llegas cansada a la casa, te tienes que tomar
un tiempo para poder hacerlo, para seguir haciendo cosas.
¿Tu jornada qué tiempo te tomaba?
Figúrate, me levantaba a las seis y media de la mañana, y terminaba muy tarde. A veces estaban todos durmiendo y yo todavía haciendo algo…
La conversación remonta otros giros. Georgina es todo un decálogo de sabidurías y explicaciones aprendidas en los muchos años de oficio en el hogar y siempre encuentra un
consejo o recomendación útil que ofrecer. Excelente y apacible conversadora, le apasionan
además el cine, la televisión y la lectura diaria del periódico. Apenas habla de otras historias,
pero amistades y vecinos dan fe de que su casa siempre ha tenido las puertas abiertas para
ellos, como si fuera propia, incluso en tiempos de crisis y carencias de todo tipo. Ella siempre
compartió lo poco. Por allí, en distintas épocas, varias personas han encontrado afectos, comida y hasta cama. Georgina estuvo dispuesta, en su peculiar puesto de trabajo, para auxiliarlas. De modo que, como ama de casa, contribuyó al sostén de su familia y también de las
que fue creando a fuerza de apoyos y cariño. Ya en la puerta de salida, casi en la despedida,
es ella quien suelta su pregunta:
128
En primera persona
Oye, ¿no te parece que soy una ama de casa muy empedernida para esta entrevista, para
estar en ese libro?
¿Y no crees que has hecho mucho como ama de casa y ese trabajo también merece
un espacio, que se tenga en cuenta?
Si, es verdad, porque eso todo el mundo no lo considera. Luego la gente dice que una se la ha
pasado metida en la casa, sin hacer nada.
En primera persona
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Janet Moreno:
La única en medio del juego
Yo soy árbrita deportiva
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Parece que el destino mismo marcó el camino de Janet Moreno hacia el béisbol y la hizo
andar por varias rutas, hasta verse convertida en la única mujer árbitro de ese deporte en
Cuba. Pero eso no la ha cambiado demasiado, a simple vista. Es la misma que anda con fotos
de su familia en la cartera y las muestra sin reparos. La que, cuando está fuera de casa, espera
con ansiedad la llamada de su madre; la que, de tanto andar en la urgencia de las carreteras
y los hoteles, prefiere la tranquilidad de su casa.
Nació en la barriada habanera de Luyanó y vivió por esa zona hasta los 17 años. Pudiera
parecer que por allí empezó su camino en el deporte, cuando a los cinco años comenzó a
practicar tenis de campo. Pero no es así. “Mi papá vivía en la esquina del Estadio Latinoamericano, el más grande de la isla y donde se realizan los juegos de pelota más importantes, y
desde que yo tenía solo unos meses, él me llevaba”, cuenta.
Jugó tenis hasta los ocho, pero en el barrio, cuando los chicos jugaban a la pelota —como
se denomina popularmente al béisbol en la isla—, la querían en su equipo, pese al disgusto
y desaprobación de su padre. Entonces, lo hacía escondida de él.
En el Club Ferroviario, en Luyanó, miraba cómo las muchachas practicaban softbol, porque siempre le gustó la pelota. Un día faltó una integrante del equipo y el entrenador le
preguntó si quería jugar. Era su primera vez y, en cuatro turnos al bate, dio dos jits.
La invitaron a formar parte el equipo, pero su padre no estaba muy de acuerdo. “Mi mamá
lo convenció para que me dejara ir a una serie provincial. Yo era la más joven, tenía 11 años.
130
En primera persona
Mi papá se ablandó y él mismo me llevó al juego. El entrenador le habló y él me dijo: ‘yo voy
a ver si es verdad que juegas bien’”.
“Estábamos ganando 14 carreras por una y el profesor me dio un turno al bate y le dijo a
mi papá: ‘yo quiero que usted observe la calidad que tiene su hija’. Di jit, entonces él me dejó
seguir, pero me advirtió: ‘con los varones, en la calle, no’”.
Hace su historia casi con pasión. Mira a la distancia como observando a la niña que fue y
las vueltas que dio su vida hasta llegar a lo que es hoy.
También practicaba judo y entró en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE). Aunque
ese deporte suponía que fuera lanzada al piso en las prácticas, su padre no le hacía rechazo.
Entonces Janet dejó por un tiempo el softbol.
“Un día fueron a verme y me dijeron que podía integrar el equipo de softbol de Ciudad
de La Habana, si iba a hacerme unas pruebas al otro día; que ese equipo iba a representar a
la provincia. Hablé con mi mamá para que ella intercediera con mi padre y él aceptó, porque
reconoció que yo sabía realmente lo que quería. Además, no me interesaba continuar en la
escuela de deportes, con régimen interno, porque extrañaba mi casa”.
Janet hizo las pruebas y cuando apenas empezó a batear, le dijeron: “ya tenemos tercer
bate”. La otra era fildear y, tras el estreno, el profesor le dijo: “ya tenemos center field (la posición del centro del terreno)”. Así fue como entró, sin conocer a nadie, porque no había estado
en la etapa de preparación.
Ahí mismo le dieron la ropa, porque al otro día salían hacia un torneo en Granma, unos
700 kilómetros al este de La Habana. “Quedé líder de las jonroneras en la Competencia Nacional Juvenil, con cinco jonrones. Al siguiente también, con cuatro. Siendo juvenil, jugué en
la primera categoría; era quinto bate”.
Janet Moreno estuvo 13 años en el equipo de softbol e integró la preselección nacional
por un año. “Pero, últimamente, ya no sentía deseos de practicar softbol, de verdad lo que
quería jugar era pelota, pero todavía no existía el equipo femenino”.
Luego de estar cuatro años sin jugar, surge el equipo femenino de béisbol y, apenas lo
supo, se incorporó. El equipo, inmediatamente, ganó a su tercer bate. “Fuimos a varios topes,
donde todo fue bueno, excepto que pronto se estableció el tope de 25 años para empezar y
yo tenía 28”. Para entonces, Moreno ya fungía como árbitro de softbol en torneos de trabajadores, y la comisionada le preguntó si le gustaría arbitrar la pelota. “Ahí fue cuando le puse
más interés a esta profesión”.
Así empezó el nuevo camino: trabajó en las Olimpiadas del Deporte Cubano, en un inicio
con las mujeres, después también con los hombres. Lo primero que aprendió en el curso
provincial, donde se formó y ahora imparte clases, son las reglas del béisbol, la mecánica en
el terreno, la ética para dirigirse a un atleta o a un director de equipo.
“La Serie Nacional es lo mejor que me pudo suceder. No estaba entre mis aspiraciones,
porque hasta ahora no lo había hecho ninguna mujer en Cuba, pensé que sería un obstáculo,
pero no fue así”.
Aunque no le ha faltado voluntad, reconoce que sola no hubiera podido. “Tuve el apoyo
de César Valdés, entonces jefe de los árbitros y ahora jefe de mi grupo en la serie nacional. Me
ayudó mucho, mucho, me dio confianza y yo traté de no defraudarlo. También tuve la ayuda
de todos mis compañeros”.
“Vivir la Serie Nacional, con tantos hombres alrededor de uno, es difícil”, admite Moreno,
“pero no imposible”, agrega. “Más si te sientes apoyada por ellos. Me respetan bastante en el
terreno. Yo no pensé que los peloteros fueran a acogerme como lo han hecho, también los
directores y hasta el mismo público”, cuenta, como mirando nuevamente pasajes del pasado.
En primera persona
131
“En el terreno, los peloteros me ven como árbitro, a veces me dicen algo gracioso, pero
no les río la gracia. Tal vez si me lo dicen fuera del terreno, sonría, pero ahí no, no doy espacio a confianza. Tienes que relacionarte con ellos, pero imponer respeto dentro y fuera del
terreno”.
Cuando intenta un balance, es rigurosa consigo misma. “Creo que ya me fui por arriba de
mis ideales. Me decía: `lo quiero hacer lo mejor posible, no más´, pero pienso que me subestimé un poco, porque un día me dijeron `este año vas a empezar ya en la serie’ y llevo tres.
Para mí esto ha sido lo mejor que me pudo suceder y voy a tratar de seguir como hasta ahora
porque, a veces, te exiges demasiado y te equivocas de tan bien que lo quieres hacer”.
En series nacionales, Moreno ha sido árbitro en más de 400 ocasiones. La posición que
prefiere es el home, porque la hace meterse mucho en el trabajo y exige alta precisión.
Janet y el público
El primer año, hizo tres juegos de suplente, en el estadio Changa Mederos, en La Habana.
“No voy a decir que no me sentí nerviosa, pero el público ya me conocía y me apoyó. Así sucedió en Villa Clara, donde está la escuela nacional, y ya me habían visto. No estaba relajada
del todo, pero tampoco muy tensa”.
Como a todo árbitro, a Moreno también le gritan de todo lo que a la afición se le ocurre,
incluidas algunas expresiones muy feas. “No es solo a mí, que soy mujer; le gritan al árbitro
que sea, cuando no están de acuerdo con la decisión tomada en alguna jugada. Y al director
del equipo, a los jugadores…
“Les gritan a los peloteros, a los directores. Creo que el público es a veces exigente, pero
también falta de respeto, cuando dice algo alusivo a la familia. Por eso digo que la familia
que uno tiene fuera del terreno no es la que puede tener dentro, porque si no, no puedes
trabajar”, considera.
“El público me estimula con sus frases: `trabajas muy bien, sigue así, que lo estás haciendo bien´. Esas palabras me llenan como persona”, dice, bajando la cabeza.
En opinión de Moreno, lo primero que necesita un árbitro cuando sale al terreno es concentración. “Cuando te concentras en el trabajo, aunque te griten, no te vas, y eso es fundamental: que nadie te saque de tu juego”, comenta.
Hace dos años terminó la Licenciatura en Cultura Física, su tesis se refirió a la necesidad
de la preparación física en el arbitraje. “Si no estas preparada, aparecen los síntomas del cansancio, y eso influye incluso en las decisiones que vas a tomar. Si no llegas a tiempo a la base,
tienes que juzgar y determinar desde lejos: puede ser que sea acertada tu decisión, pero
puede que no”.
Fuera del juego
Más allá de las resistencias iniciales, como mujer reconoce no haber sentido obstáculos,
pues además de la aceptación de los deportistas, contó finalmente con el apoyo de su familia. Pero sí hubo un escollo sentimental en el camino, admite.
“Tuve una pareja que me ayudó a llegar a la Serie Nacional. Sin embargo, una vez ahí,
empezó a cuestionarse cómo su mujer iba a estar un mes, de hotel en hotel, con tantos hombres”. Y de nada sirvieron las explicaciones, cuando ganó terreno la desconfianza. “Esa relación se acabó”, recuerda. Su pareja actual también se mueve en el mundo del arbitraje. “He
querido que sea así para ver si duramos más”.
El deseo de tener un hijo la ronda. “Estoy loca por un niño, pero, si lo tengo ahora, debo
interrumpir mi carrera y no quiero apurarme mucho. Un hijo necesita tiempo y quiero tener-
132
En primera persona
lo pensando que dos años después podré incorporarme a la Serie Nacional, contando con
que sea sano. Eso me tiene todavía aguantada. Pero quisiera que fuera varón… y árbitro”,
afirma, sin dejar margen a la duda.
Le gustan las fiestas familiares, pero no los bailes públicos, con muchas personas, pues
le sobran las multitudes en los estadios. “Soy una persona tranquila, prefiero los detalles, la
familia, la vida de pareja”, confiesa. “La serie nacional dura cinco meses y medio. Paso tanto
tiempo fuera de casa que, cuando no hay serie, me gusta estar ahí”.
La única mujer árbitro de beisbol en Cuba no descarta alguna seguidora de sus pasos en
esos menesteres, pero no la vislumbra en el futuro inmediato. Al parecer, la próxima demorará “porque, por ahora, en la escuela no ha matriculado ninguna”. Ella, aunque ha llegado
más lejos de lo que esperaba, no cree estar aún al final del camino, pues todavía pudiera
convertirse en árbitro internacional. Y ese sería un nuevo reto.
En primera persona
133
Zaida Capote:
La herencia de otras mujeres
Yo soy investigadora literaria
Por: Helen Hernández Hormilla / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Cuando se intente recorrer los pasos de la crítica literaria feminista en Cuba, un nombre
descollará de manera irrevocable ante la concurrencia. Zaida Capote Cruz (1967) es una de
las principales estudiosas que, desde esta isla, se han propuesto rescatar el lugar de las mujeres en la historia y la cultura cubanas.
Sus libros —Tres ensayos ajenos (Premio Pinos Nuevos, 1994), Contra el silencio. Otra lectura de la obra de Dulce María Loynaz (Premio de Ensayo Alejo Carpentier y Premio de la crítica,
2005) y La nación íntima (2008)— suponen un cuestionamiento a la tradición canónica de la
literatura cubana desde una lectura feminista.
Además, es especialista en Estudios de la Mujer por el Colegio de México, Doctora en
Ciencias Filológicas e investigadora del Instituto Cubano de Literatura y Lingüística.
Feminista convencida, Zaida posee una agudeza en el pensamiento y la reflexión que
dota a su prosa de una enorme lucidez, al defender sus argumentos. Su conversación permite desentrañar conceptos, ideas, símbolos desde los que se ha estructurado el ser mujer en
las culturas patriarcales; primer paso para subvertir esa zona de margen a la que históricamente se ha desterrado la creación femenina.
¿Cuándo comenzó a estudiar la literatura de mujeres?
La opción del feminismo tiene que ver con experiencias personales como, por ejemplo, percibir desde la infancia que no podía hacer lo mismo que mis hermanos varones. Ese tipo de vivencias me fue despertando la inquietud de cuestionar cierto orden preestablecido para hombres y
134
En primera persona
mujeres. Pero, la historia real es que Jorge Fornet1, mi esposo, hizo su tesis de licenciatura sobre la
literatura femenina de la revolución mexicana y empezó a leer acerca de los estudios de género.
Yo estaba trabajando con la obra de Vargas Llosa, pero mientras, a la vez, me fui familiarizando
con los textos de crítica literaria feminista, casi desconocidos, pues en la Universidad no se estudiaba la escritura femenina desde un punto de vista teórico. A esas inquietudes se unió después
la motivación académica, cuando ingresé al Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer
(PIEM), en el Colegio de México.
¿Cuánto contribuyó ese aprendizaje teórico, recibido en el Colegio, a canalizar
aquellas primeras inquietudes feministas?
Luego de graduarme de Filología, empecé a trabajar en el Instituto de Literatura y Lingüística;
pero mi real vinculación con el estudio de las mujeres vino luego del encuentro organizado en
1990, en la Casa de las Américas, por Luisa Campuzano2, junto a otras cubanas y mexicanas del
Colegio de México. Allí se discutieron abiertamente los problemas que nos preocupaban y, como
resultado, se hizo una convocatoria de estudios de especialización en cuestiones de género en el
PIEM. Esa experiencia fue muy rica porque se trató de un programa interdisciplinario, en el que
trabajamos temas jurídicos, psicoanálisis, historia de las mujeres, teorías sociológicas; en fin, era
como un descubrimiento, al estudiar las asignaturas habituales junto a otras con las que nunca
había tenido contacto, y a la vez descubrir que existía una historia distinta, si esta se contaba
desde el punto de vista de las mujeres.
En aquel momento, en Cuba casi nadie se dedicaba a la crítica literaria feminista.
¿Cuán difícil fue abrirse un espacio en este camino?
Existe un término que usualmente utilizan las feministas, que es el de sororidad. Con esto
apuntan hacia una hermandad o fraternidad femenina. Creo que eso funciona siempre y también en mi caso, pues conté con el apoyo tanto de mis profesoras y colegas en México, como
con el espacio que abrió Luisa Campuzano en la Casa de las Américas. Creo que el hecho de que
existiera un lugar en el cual se hablara sistemáticamente de estos temas funcionó como ondas
de agua. Por eso, al principio, no fue tan difícil. En el campo de la publicación y la difusión no
tuve ningún problema. Aunque recuerdo reacciones y opiniones críticas, no pasaron de ser una
cuestión personal.
Aún existe el estigma de que este tipo de estudios encierra en un gueto la cultura
producida por mujeres. ¿Cuál es su posición al respecto?
A mí me interesa, desde el punto de vista sociológico, hacer crítica feminista. También desde
el punto de vista literario, para saber cómo se construye el discurso de las mujeres a través de la
historia. Pero es cierto que algunas autoras ven con mucho recelo que se les ubique en un espacio
distinto al del canon nacional. Eso llega a ser problemático, porque a veces te estás planteando
descubrir o trazar una línea de tradición de escritura femenina, y las autoras recelan un poco de
que su antecesora sea Avellaneda y no Carpentier. La gente siempre aspira a ser reconocida por el
canon y no se da cuenta de que también hay que cambiar esta manera de apreciación de nuestra
propia tradición literaria. Ese sigue siendo un problema irresuelto.
Dentro de la crítica literaria feminista también se es muy puntual, se destacan algunos momentos, pero no hemos conseguido una periodización. A veces no hay porosidad entre la crítica
literaria feminista y lo que se dice en otros círculos, pero no es solo un problema de las mujeres.
Me parece que quienes hacen crítica de narrativa cubana también están en pequeños guetos, o
los que solo estudian la literatura de los jóvenes, igual. En la cultura cubana hay poco intercambio, poca discusión, pocos espacios de diálogo cultural.
1
Ensayista y crítico literario, dirige el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas.
Luisa Campuzano, ensayista, investigadora y académica. Dirige el Programa de Estudios de la Mujer de la Casa de las
Américas. Ver entrevista en página 150 de este libro.
2
En primera persona
135
Por otra parte, el trabajo de los estudios feministas en la literatura sigue siendo una cuestión
mayoritaria de mujeres, no se ha extendido suficientemente y todavía hay mucha precariedad en
la difusión. Cada quien trabaja desde su espacio, pero aún no trasciende, y a nivel de los medios
el discurso es mucho más conservador. Creo que esas ganancias siguen quedando en estratos
culturales muy pequeños.
En sus ensayos hay un cuestionamiento al canon literario como modo de exclusión
de las mujeres. ¿Cómo se ha comportado este canon con respecto a la literatura femenina cubana?
En términos abstractos se supone que el canon es lo que se estudia en las escuelas, lo que
aparece en las historias de la literatura, los textos que se incluyen en las antologías. Es una muestra de lo más representativo de la literatura en un momento dado y, por tanto, ha sido muy difícil
encontrar textos de mujeres en una relación de igualdad con sus correspondientes masculinos.
Por ejemplo, Jardín, de Dulce María Loynaz, no se había vuelto a publicar nunca, mientras obras
similares de Carpentier alcanzaron 15.000 ejemplares. La literatura de mujeres siempre se ve
como un caso aislado, siempre hay autoras que destacan en condiciones excepcionales y, entonces, integran el canon. Pero el resto no, y esa es una historia que debemos rescatar, porque de
manera sistemática está por escribirse la historia de la literatura de mujeres en Cuba.
¿A qué se debe entonces la eclosión de la narrativa femenina contemporánea?
Creo que tiene que ver con crisis de autoridad. Me parece que cuando fallan los controles
hegemónicos, que se imponen en la sociedad y en el campo cultural, las poéticas de las mujeres
comienzan a emerger. Eso fue lo que nos sucedió en los años sesenta y luego en los noventa,
cuando surgieron un grupo importante de narradoras.
¿Se podría decir que en los noventa existe un verdadero reconocimiento literario
de las mujeres?
El problema del reconocimiento es una batalla diaria. Las mujeres tienen una presencia bastante buena en cuanto a la publicación, son muy productivas; pero siguen estando en un circuito
cerrado. Por ejemplo, a mí no me van a calificar como una crítica literaria y punto, y a ellas no las
ubican solo como escritoras, sino dentro del contexto de la literatura femenina, como un grupo
que es diferente del resto. Al final, cada una tiene poéticas individuales y pueden incluso ponerse
en contacto con otros autores contemporáneos, y tal vez tengan más en común que con otra
mujer.
¿Qué entiende usted por literatura femenina?
Siempre que preguntamos si existe una literatura femenina es como si estuviéramos preguntando si existen las mujeres. Las mujeres existen, escriben y, por tanto, hacen literatura femenina.
En un sentido directo, se trata de una literatura producida por mujeres. Siempre trato de evitar
cualquier declaración acerca de si esta literatura tiene rasgos específicos, sobre todo en el tema
formal. A veces encuentras coincidencias, pero otras no. Por eso es importante el contexto, leer
la producción cultural de las mujeres —como la de los hombres— en relación con su momento
histórico, analizar los modelos que dominan el panorama de la autora, contra qué o a favor de
qué escribe, cuál es la situación social de las mujeres en el lugar donde habita. Deben tenerse en
cuenta todos esos elementos a la hora de analizar cualquier tipo de texto, los escriban las mujeres
o los hombres.
¿En qué momento se encuentra el feminismo en Cuba?
Más bien hay gente que se declara feminista por su práctica profesional, pero no hay una articulación como movimiento desde el que podamos ponernos de acuerdo para exigir políticas públicas. Creo que eso es una carencia, porque estamos muy dedicadas cada quien a hacer nuestro
pequeño espacio en las disciplinas en las que trabajamos, y no estamos organizadas para llevar
adelante demandas u organizar cualquier tipo de acción social. Por ejemplo, el código de familia,
el código civil o el tema de la salud reproductiva. Todo eso se puede discutir en espacios académi-
136
En primera persona
cos, pero no hay un seguimiento sistemático en la prensa, ni está presente en el mundo cotidiano
de las mujeres cubanas, y esa sería una labor que nosotras quizás deberíamos realizar.
¿Qué es lo más complicado de ser feminista en la Cuba de hoy?
Una tiene ideas, evalúa procesos sociales, tiene imágenes y una conciencia de lo que está mal
y de las pocas cosas que están bien; pero, al mismo tiempo, no tienes los recursos para movilizar.
Creo que es un tema pendiente, porque nos falta organizarnos y estar en contacto.
¿Cómo contribuye el arte o la investigación cultural a potenciar estas reivindicaciones que aún precisan las cubanas?
Nos toca ir ampliando esta perspectiva en el mundo cultural, explicarla, buscarle un espacio,
instaurarla, difundirla. Pero me parece que a nivel social los espacios son mínimos, se cae mucho
en la banalidad. Por ejemplo, ahora todo el mundo habla de género sin tener idea de lo que significa, o se equipara género con sexo. Se ha puesto de moda el término, tal como cierta perspectiva
sensible para obtener financiamiento de organismos internacionales, por ejemplo. Hay mucha
improvisación y esa es una carencia muy fuerte en la sociedad cubana, se va mucho al tema de la
conducta sexual, y género es más que eso.
¿Cuál sería entonces la manera correcta para emplear esta categoría?
No me gustan las recetas, pero te respondo. Se supone que la categoría de género descubre
que lo que creemos natural, no es más que una construcción cultural e histórica. El cuerpo también es histórico, las conductas sexuales, la biología, todo es histórico. A mí me gusta analizar la
producción cultural de las mujeres como un producto del contexto, comprender la manera en
que la mujer escribe y se comporta en una circunstancia dada, los temas que le interesan. No
hay nada que se mantenga permanentemente y el modo adecuado de estudiarlo es con mucha
sensibilidad hacia el contexto y, por otro lado, a la historia misma del movimiento femenino, a la
historia de las mujeres, plantearse cómo se construye el ser mujer en un momento determinado
de la historia.
¿Y cómo construye Zaida su ser mujer?
Con retacitos, con pedacitos de experiencias tanto mías como de otras mujeres. Es muy difícil
definirse a una misma. Soy el resultado de lo que significa ser mujer en Cuba, hoy. Al mismo tiempo, siempre pienso que yo vivo determinadas condiciones que me permiten concebir la feminidad
de una manera, por lo que no puedo pretender que sea un modelo para nadie. Esa es una de las
razones que el feminismo ayuda a cuestionar siempre, cómo estás hecha y qué historia personal
tienes, en qué medio vives y te desenvuelves, qué tipo de familia tienes y si te puede apoyar o no.
La condición femenina siempre es una dificultad, se construye como una pelea permanente en la
que asumes la herencia de mujeres en tu familia, junto a la que se va adquiriendo en las lecturas
y las investigaciones, y con la experiencia de la vida cotidiana.
¿Qué significa ser una mujer cubana, intelectual, feminista, madre?
No sé si seré todas esas cosas; pero es muy complicado conciliar esas esferas. La feminidad
también es tratar de concertar esos mundos a los que pertenecemos, que siempre parecen muy
distantes, y que en realidad intentamos concentrar en una unidad que está en perpetuo movimiento. Para mí la maternidad es dificilísima, pero es muy gratificante. Lleva un esfuerzo, igual
que el tema profesional.
¿Ha tenido que sacrificar alguno de esos espacios?
Al final, terminamos exigiéndonos más y tratando de sobrevivir a esas dificultades. Ser mujer
y pretender tener una vida pública, una vida profesional satisfactoria, o una vida familiar independiente, resulta muy difícil. Siempre trae problemas que vivimos como situaciones personales, pero que en realidad constituyen experiencias históricas que compartimos muchas mujeres,
que aprendes a sortear, a veces enfrentándote abiertamente y peleando por tus derechos en ese
En primera persona
137
espacio, o a veces ignorándolo para seguir adelante con tu proyecto, porque también a eso se
aprende.
¿Qué les falta a las mujeres cubanas luego de 50 años de Revolución?
Hemos ganado muchísimo. Con la Revolución, la vida de las cubanas cambió definitivamente. Ahora, siento que ha habido una regresión a modelos de feminidad que parecían abolidos por
la práctica social. Con la crisis de los noventa, afloraron comportamientos que ponen en peligro
ciertas conquistas alcanzadas por las mujeres, sobre todo en el nivel de la subjetividad. En cuanto
al espacio público, creo que hay ganancias, pero hemos perdido algo importante en la construcción del feminismo como movimiento: la práctica ciudadana. Necesitamos reconstruir espacios
de autonomía femenina en la sociedad, establecer redes de contacto entre las mujeres. Tenemos
que reaprender todo lo referente a la discusión sobre los temas de las mujeres, porque en Cuba
tenemos una herencia de feminismo.
138
En primera persona
Verónica Acosta:
Voluntad a mares
Yo soy abogada
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Es una abogada de 30 años y trabaja en un bufete colectivo. Atiende casos de toda índole: asuntos civiles, laborables y de empresas. Su historia podría ser la de otras muchachas de
esa edad, que también estudiaron esa carrera y hoy ejercen su profesión. Pero no es así.
La existencia de Verónica Acosta Olmos está marcada por dos hechos muy vinculados:
una discapacidad física que le quita autonomía e independencia, y no haber tenido una familia desde días después de su nacimiento. Una llevó a la otra, pero ninguna la frenó para
crecerse, llegar a la universidad y trabajar como profesional, no sin esfuerzo, en la carrera que
escogió.
Padece de artrogriposis múltiple congénita, una patología que hace inútiles sus manos
y sus pies y la confina a una silla de ruedas. Sin embargo, la fuerza de su mente, de su espiritualidad y su voluntad a toda prueba la hicieron aprender desde niña a escribir con la boca y
a no detenerse en el camino, aunque no son pocos los obstáculos que, de vez en vez, hacen
flaquear —solo momentáneamente— su determinación.
Causas y azares
Nunca tuvo una familia natural y corriente, como la mayoría de la gente. Al poco tiempo
de nacer, la llevaron a un hogar de niños retrasados mentales profundos e impedidos físicos.
Se suponía que sería provisionalmente, pero allí vivió hasta los 24 años.
En primera persona
139
“Estoy agradecida de los años que viví en ese lugar, pero no fue fácil, porque no estaba
rodeada de personas similares: esos niños no conversaban, no jugaban. Me relacionaba con
los trabajadores del hogar y estaba sujeta al régimen de la institución, aunque conmigo eran
flexibles, porque mentalmente no tenía ningún daño cerebral y eso se manejó favorablemente para mí. Pero igual no era una casa, una familia…
“Hice la primaria en varias escuelas. De cuarto a noveno, estudié en Solidaridad con Panamá, un centro para niños con discapacidad física, una escuela excepcional por sus profesores
maravillosos y el personal que te atiende. Cuando terminé, se hicieron gestiones para insertarnos en las escuelas con alumnos sin discapacidad física aparente, en Marianao.
“En doce grado opté por la carrera de Derecho. Hice las pruebas de ingreso, de aptitud,
para Derecho y Psicología, pero las de Derecho fueron primero y me gustaba más. A la universidad, a las clases y hasta a las actividades extraescolares iba y venía cada vez en el transporte del hogar; sin ese apoyo no hubiera podido lograrlo. Así me gradué en 2004”, relata.
Verónica permaneció en el hogar hasta que cumplió 24 años. Entonces las autoridades
de la institución solicitaron para ella una vivienda, una práctica común en Cuba para las personas sin amparo filial que alcanzan la mayoría de edad y están en condiciones de llevar una
vida independiente. Había pasado el tiempo y su situación había variado: se iba a graduar de
la universidad, comenzaría a trabajar y se había casado.
“Ahí me enfrenté más a la vida social, que tampoco es fácil para las personas con discapacidad; y sin amparo filial, mucho, mucho menos”, dice esta joven, que no se rinde ante la
adversidad, aunque vive etapas de tristeza que luego dan paso a un nuevo capítulo de su
historia de sobreponerse a todo.
“Es mucho más difícil porque la vida te depara situaciones increíbles y difíciles de superar. Una está rodeada de personas, pero en el fondo está sola. Cada cual ya tiene creado
su mundo y, aunque puedo contar incondicionalmente con las personas que me rodean,
porque me lo han demostrado, no es su obligación, no es la misma consagración de si fuera
un pariente consanguíneo”, reflexiona. “No pongo en duda que, si tengo un problema, las
personas que tengo como familia me apoyan, me den una mano en el momento en que lo
necesite. Pero a mí me cuesta llegar y pedirlo. Pienso, de todas formas, que la vida hay que
vivirla”, dice convencida.
Un trabajo para Verónica
“Me gradué en 2004 y me enviaron a trabajar a los tribunales, pero en el Tribunal Provincial de la ciudad de La Habana dijeron que no podía ser, debido a que un artículo de la Ley
de la fiscalía y los tribunales establece que los jueces tienen que ser aptos físicamente”, relata
mientras revela uno de los obstáculos que se han interpuesto en su camino.
“Me imagino que se trate de un problema de interpretación. Es difícil imaginar un juez
ciego, porque tiene que hacer reconocimientos judiciales; tampoco sordo, porque no puede
escuchar las declaraciones de las partes y testigos. Pero, en este caso, es solo un problema
físico. Sin embargo, esa fue la interpretación que se le dio. Mi reclamación ante el Tribunal
Supremo igual fue desestimada”, continúa.
A su pesar, estuvo casi dos años sin trabajar, lo que significó para ella un duro golpe, pues
“cuando uno se gradúa espera con ansias comenzar a ejercer, sobre todo si estudias lo que
te gusta”, confiesa.
“Aquello me impactó, me destruyó un poco. Mientras hice prácticas laborales, despachaba los expedientes, estaba en presencia de los jueces cuando iban a dictar el fallo, podía emitir mi opinión, participaba en los actos del juicio oral; nunca se me habló nada con respecto
a algún impedimento. Me imaginé en el futuro haciéndolo yo”.
140
En primera persona
Para Verónica, ese capítulo quedó atrás cuando se le abrieron las puertas de los bufetes
colectivos. “No es nada fácil, porque el abogado tiene que estar en constante movimiento,
presentar los contratos que hace a diario en el bufete a diferentes organismos: al tribunal, a
vivienda si es un asunto de notaría, y tiene que estarse moviendo constantemente, lo que no
es nada favorable para mis condiciones físicas”, admite.
En el bufete de Juan Delgado y Milagros, en la barriada de Santo Suárez, en la ciudad de
La Habana, atiende asuntos civiles y administrativos. “Me va muy bien; es un colectivo muy
unido, comprensivo, considerado y solidario conmigo, con valores humanos fuertes. Me hacen sentir bien”, comenta.
Se siente realizada profesionalmente, hasta cierto punto. Por sus limitaciones de movimiento, debe abstenerse de atender determinados asuntos, sobre todo si implican trasladarse a lugares alejados, para ella de difícil acceso. “Si el cliente no me puede garantizar el transporte, no lo puedo atender, porque me es imposible asumir esa responsabilidad”, asegura.
Pese a ello, le gusta lo que hace. “El bufete es una constante escuela, un aprendizaje
permanente; todos los días llegan asuntos nuevos, tienes que sentarte a estudiarlos porque
ninguno se parece a otro, porque la vida es mucho más rica de lo que puede estar regulado.
Derecho no es dos más dos es cuatro”.
Al cabo de tres años se siente más confiada en lo que hace, desenvuelta, pese a la limitación física que la obliga a permanecer en una silla de ruedas, le impide manipularla con sus
propias manos y la hace muy dependiente de otras personas.
Su discapacidad la limita incluso para sus ingresos. Los bufetes colectivos son entidades autónomas, que se autofinancian, y el salario se devenga en dependencia de lo que los
abogados sean capaces de ingresarle a la organización. En su caso, por su condición, es fijo,
aunque puede aumentar si finalmente se hace notaria, una de sus muchas metas.
“Me encanta mi trabajo, mi bufete, la organización. ¡Qué más quisiera que estar completamente apta para entregarme más a plenitud! Tal vez pueda pasar un curso de notario,
hacer un trabajo que es muy técnico, pero muy tranquilo”, sueña despierta.
La vida de otros
Su existencia ha sido “extremadamente difícil” y no tiene ni idea de dónde ha sacado tanta fuerza. “Cuando era niña, siempre me sentía diferente, me afectaba ser discapacitada y un
poco más no tener mi propia familia, algo que en la infancia se necesita mucho. Pero esa necesidad la cubren también otras personas. Ahora, de grande, ya razono, comprendo todo.
“Tengo sobradas razones para decir que llevo una vida difícil, porque yo no vivo mi vida
como tal. Soy tan, pero tan dependiente, que hasta cierto punto tengo que vivir la vida de
otra persona. En el instante en que quiero bañarme, por ejemplo, si no tengo quien me auxilie, no lo puedo hacer, y ese ejemplo es solo una simpleza”, describe. Para un acto tan cotidiano y simple como comunicarse por teléfono, debe pedirle a alguien que la lleve a la cabina
pública más cercana. “No tengo problemas por ese lado, porque afortunadamente vivo hace
unos cuatro años con Dimitri, en una relación muy estable. Sin él, ni pensar en trabajar: me
lleva al bufete, a los tribunales, a la notaría; me apoya en todo.
Aun en medio de la adversidad, defiende tiempo y espacio para lo que le gusta hacer:
leer, escuchar música romántica, cantar y conversar. En su modesta vivienda encuentra tiempo para repasarles algunas asignaturas a hijos de amistades.
“Paso por millones de problemas, pero soy joven y me gusta divertirme entre amigos.
Puede que esté deprimida unos días, que me siente fatal, pero sé que se me pasará”, asegura.
“Cuando tengo un problema, me siento morir; pero cuando lo resuelvo, ya soy otra. No lo
arrastro y quizás esa característica mía sea la que me haya ayudado a llegar hasta aquí”.
En primera persona
141
Omara Portuondo:
El amor que se da
Yo soy cantante
Por: Mariana Ramírez Corría / Foto: Alain Gutiérrez
“Yo soy Omara, del barrio de Cayo Hueso”. Así se define a sí misma la llamada “diva del
Buena Vista Social Club”, la cantante cubana Omara Portuondo. También conocida en la
isla como la novia del feeling1 y la Edith Piaf cubana, esta mujer, ganadora de dos premios
Grammy, del Billboard de la Música Latina y de incontables condecoraciones cubanas y extranjeras, sigue atada a las raíces del barrio que la vio nacer.
Por las calles de Cayo Hueso correteó desde muy temprano. En este, uno de los lugares
bohemios de La Habana, de rumbas improvisadas y cuna del feeling, frecuentado por músicos que firmaron páginas de gloria en la tradición cubana como Frank Emilio Flynn, César
Portillo de la Luz o José Antonio Méndez, entre muchos otros, se educó la Portuondo, entre
los influjos de una familia musical. Allí, según confiesa ella misma, aprendió que “el amor es
lo más importante en la vida”.
“No se puede acabar, como dice la canción. Con amor se pasa hambre si no tienes comida, con amor puedes soñar. Lo único que se tiene es el amor que se da. Por eso quiero darle
a la gente un ratico de felicidad. Si sientes que lo has logrado, entonces eres feliz”, confiesa la
bien llamada diva, para quien lo más importante sigue siendo el aplauso de su pueblo.
1
Movimiento musical cubano surgido en la década de los cuarenta del pasado siglo, con fuerte influencia de la trova
tradicional cubana, el jazz y otros géneros musicales.
142
En primera persona
Tu infancia, ¿fue feliz?
Muy feliz. Pobre, pero feliz. Mi madre era blanca; mi padre negro, pelotero y tramoyista.
Compartimos todo. Era una bonita familia. Mi madre y mi padre fueron los que me enseñaron el
camino que yo tenía que recorrer: cantar.
Me decían que tenía que representar a Cuba por todo el mundo. Fue una profecía. Ellos me
enseñaron las primeras canciones que canté. Éramos tres hermanos: un varón y dos hembras.
Pero en esa casa había música a toda hora y cantábamos a dúo con mi papá, tanto mi hermana
Haydée como yo. Nada, que éramos mucho más que dos, como el poema de Benedetti.
En aquella época, ¿te hicieron daño los prejuicios raciales?
No. Teníamos la integración en la casa. Al contrario, mis padres me señalaron el camino. Éramos progresistas en ese sentido. Mi madre era fantástica, mi padre también. Ellos lucharon contra la sociedad y contra lo que se vivía en aquellos momentos, ignorando los comentarios críticos.
Crearon su propia familia y eso fue lo mejor que pude tener.
¿Cuán fácil fue cantar y bailar en aquellos años sin hacer concesiones?
Se me hizo muy fácil. No podía hacer concesiones. No tenía el temperamento, ni la educación recibida me lo hubiera permitido. Tenía una gran convicción de lo que es válido y lo que no.
Yo entré a bailar en Tropicana por casualidad. Falló una muchacha del coro y hablaron conmigo. Yo no quería, pero mi madre me pidió que ayudara al productor del espectáculo porque
necesitaban una bailarina para esa misma noche. Eran cuatro hombres y cuatro mujeres, y como
yo iba a los ensayos con mi hermana Haydée, que sí estaba allí, pues me sabía la rutina. ¡Qué
vergüenza salir con los muslos al aire! Yo estaba estudiando en el Instituto en aquel momento.
Luego quise estudiar Filosofía, pero por problemas raciales no pudo ser.
¿Y la guajira?
La pregunta la hace recordar. “Ay, la guajira!...”, dice y canta en su media voz excepcional:
“Le di a mi guajira una flor-la flor que di en prueba de amor-amor que nunca olvidaré- amor
que nació de una flor”.
Es indispensable cantar una guajira cuando representas a Cuba. Nace en la campiña, con sus
antecedentes en las sevillanas españolas, parte de la transculturación en nuestro patrimonio.
Regalar felicidad
El anhelo de Omara de “regalar a la gente un poquito de felicidad” no ha caído en saco
roto. En mayo de 2006, una experiencia singular la llevó al Hospital Pedriático William Soler y,
desde hace poco más de cinco años, comparte empeños solidarios con la Cruz Roja suiza.
Bueno, al hospital no fuimos solo esa vez. Hemos seguido yendo. Donamos dinero al proyecto Palomas, que dirige Lizette Vila2, y se compraron muchos materiales para los niños y niñas con
inmunodeficiencia: libros, libretas, lápices. Pero ¡no fui sola! Conmigo fueron payasos, cantamos,
jugamos… Fue fantástico.
Allí surgió la idea de unir tantas y tantas grabaciones de música infantil que he realizado
para programas de televisión y radio y conformar un disco. ¡Casualidades de la vida! Los músicos
eran precisamente algunos de los que pertenecieron luego al Buena Vista Social Club. Ponían la
música para un conjunto de títeres que se llamaba Los Yoyos; el bajista era Cachao, ya fallecido;
el trompeta, el guajiro Mirabal; el percusionista, Filiberto; y Enriqueta Almanza, que ya tampoco
está entre nosotros, al piano. Era importante rescatar esa música para los niños.
¿Y con la Cruz Roja suiza?
Ah, se les ocurrió a los suizos de la Cruz Roja nombrarme embajadora de buena voluntad.
Ofrezco conciertos para recaudar dinero. Uno fue en Suiza, otro en Inglaterra y así. Con ellos ten2
Musicalizadora, documentalista y promotora cultural. Ver entrevista en página 107 de este libro.
En primera persona
go aspiraciones de ir a Johannesburgo y hacer
una presentación para los niños de África.
Contrapunteo
Te menciono algunos nombres y me
dices que son para ti.
¿Ariel?
“La Gloria eres tú”, la canción de José Antonio Méndez. Es mi hijo, pero además mi representante y mi deseo de ser persona. Es el que
más me admira y el que más me critica. Autor,
por cierto, de una de las canciones de mi CD
Gracias: “Nuestro gran amor”.
¿El silencio?
Es muy importante. Cuando estás en silencio piensas tantas cosas: te vas reconociendo
a ti misma. A veces es muy bueno callar en el
momento oportuno.
¿El Fondo de Bienes Culturales?
Nisia Agüero3. ¡Qué directora y qué mujer! Fue una época bellísima. Un trabajo social
maravilloso en La Habana Vieja, con un público que se estrenaba cada jueves con nuevos
sentimientos hacia el arte cubano, la música,
la artesanía. Todo eso estimulaba mucho. La
música reúne a la gente, la disfrutan y luego
regresan distintos a sus casas.
¿Flor?
La mariposa
¿Un personaje inolvidable?
Lecuona, Rita Montaner, Beny Moré, Nat
King Cole, Cervantes.
¿Libro predilecto?
El Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier.
¿Músico?
Aida Diestro. La sentí madre, la sentí de
todo. Elena Burke, esa mujer con un corazón
tremendo, con temperamento, fuerza. ¡Aquel
cuarteto! Éramos dos compases, cuatro negras
y una redonda. Aida.
3
Reconocida promotora cultural, con amplia labor en el
desarrollo del teatro comunitario, de las escuelas de ins-
tructores de arte, entre otras manifestaciones artísticas.
Dirigió el Teatro Nacional de Cuba y el Fondo Cubano de
Bienes Culturales.
143
Omara Portuondo Peláez nació el 29
de octubre de 1930. Su primera aventura musical, como voz femenina, fue
en el grupo formado y dirigido por el
ya fallecido maestro Frank Emilio Flynn,
Loquibambia. Allí conoció a Elena Burke, que la introdujo en el Cuarteto de
Orlando de la Rosa, con el que recorrió
los Estados Unidos en una gira que duró
seis meses. En 1951 se incorporó al grupo musical femenino Las Anacaonas. Un
año después formó, junto a Elena Burke,
Haydée (su hermana) y Moraima Secada,
el cuarteto Las D’Aida, bajo la dirección
de Aida Diestro. Con el cuarteto realizó
múltiples giras y compartió el escenario
con Edith Piaf, Pedro Vargas, Rita Montaner, Josephine Baker, Nini Marshall, María Feliz, Agustín Lara, Benny Moré, Nat
King Cole y muchos más.
En 1967 decidió iniciar carrera como
solista. Ese mismo año viajó a Polonia, al
festival de Sopot, y luego a Japón, Bulgaria, Alemania, Francia, Checoslovaquia,
Italia, Suiza, los países nórdicos, España
y todo el continente americano, desde
Chile hasta Estados Unidos. En 1997 recibió reconocimiento mundial con el lanzamiento del álbum Buena Vista Social
Club. Habían entrado en contacto con
el guitarrista estadounidense Ry Cooder,
en 1995, y este, al escucharla cantar, la
invitó a grabar Veinte Años con Compay
Segundo. El éxito con los septuagenarios
le permitió, incluso, acoplar uno de los
recuerdos más importantes de su vida:
presentarse en el Carnegie May, de Estados Unidos. Un tercer álbum se llamó
Buena Vista Social Club presents Omara, y
recoge 70 años de la mejor música cubana. Es ganadora de dos premios Grammy: el primero en 1998 y el segundo
por Mejor Album Tropical Contemporáneo Gracias, en noviembre de 2009. Sus
grabaciones en el grupo Nubenegra, Palabras (1995) y Desafios —auténtico duelo con el pianista Chucho Valdés— son
dos obras maestras. Como actriz, fueron
memorables sus papeles en las películas
cubanas Cecilia y Baraguá.
144
En primera persona
¿Violencia doméstica?
Yo no la he sentido, pero va en contra del ser humano. A veces la mujer la acepta, pero si la dejaran pensar, no lo aceptaría. Es una falta de educación y de cultura. Puede que ocurra en barrios
marginales, pero yo creo que se da en cualquier lugar. Mira, yo no sé si el hombre de las cavernas
violaba a las mujeres, pero esa es la impresión que tengo, que los agresivos son hombres de las
cavernas, sin educación y sin moral.
Cuando necesitas refugio, ¿a dónde acudes?
A mi propia casa. Un lugar donde esté yo sola. La soledad es importantísima. Te ayuda a
analizar. Hay que tener un espacio propio. Luego, pues, los niños me encantan. Mi nieta Rocío,
que es simpaticona. Los hijos de los hijos son maravillosos... ¡Cómo ayudan! Rocío canta conmigo
en el CD Gracias.
¿Tu mejor público?
¡Es tan tremendo poderlo explicar! El mejor es el que te acoge, el que te arropa, te entiende. En
todas partes me han recibido bien, pero aquí te enfrentas a lo tuyo. Aquí es como cuando llegas
a tu casa y encuentras las chancletas y el colchón viejo, y es donde te echas a dormir. Trabajar en
Cuba es muy importante para mí. Luego, ver lo que hacen las generaciones nuevas. La juventud
debe hacer lo que cree que debe hacerse.
¿Cuál es la canción por la que más te siguen?
Con los discos, la gente sigue mucho las canciones. Pero siempre, siempre, han seguido
“Veinte años”, de María Teresa Vera. Es la canción que me enseñaron mis padres cuando niña, y la
“Bayamesa” de Sindo Garay. En la casa se cantaban las dos todo el tiempo, a dúo, a voces...
¿La época más difícil y la más bella?
La niñez fue hermosísima; y la maternidad. Yo estuve hasta el último momento, con mi niño
en la panza, cantando. El pase de la niñez a la adolescencia es psicológicamente una edad difícil.
Te das cuenta de que dejas de ser un poco niña y entras en otro mundo, totalmente desconocido
para ti.
¿Qué quisieras que te hubieran preguntado alguna vez y nunca lo han hecho?
Si soy feliz. Y sí… soy feliz.
En primera persona
145
Ivette Vega Hernández:
“El mundo no es más fácil para una mujer”
Yo soy psicóloga
Por: Sara Más / Foto: Antonio Cadahía
No ha ejercido la carrera que estudió ni ha tenido la vida que sus padres le planificaron
una vez, tiempo después de haber nacido, hace ya 46 años, en un pueblito azucarero perdido
en la oriental geografía cubana.
Sin embargo, a pesar de idas y retornos, de estudios y trabajos, de migraciones internas y
externas, de giros insospechados en su vida, Ivette Vega se sigue reconociendo como psicóloga; no se despega de sus afectos familiares, aunque no conviva con ellos; y asegura que le
gusta lo que ha hecho y hace ahora, como directora de la revista Muchacha, una publicación
con frecuencia trimestral, destinada fundamentalmente a la población cubana adolescente.
De todo, dice, ha sacado alguna enseñanza.
Hasta que cumplió los 12 años vivió en San German, un batey azucarero por excelencia,
en la provincia de Holguín, a poco más de 740 kilómetros de la capital cubana. “Un lugar
donde lo más importante era el central, la iglesia protestante, la iglesia católica, el parque, la
logia, el club y ya; se acabó el pueblo”, resume con mezcla de humor y cariño por el entrañable paraje que, aunque lejos, siempre la acompaña.
En busca de bienestar y nuevos horizontes para ella, su padre soldador y su madre ama
de casa decidieron dejar atrás San Germán y mudarse, primero para Holguín y después a La
Habana. Pero esa es otra historia; la de Ivette se fue gestando casi sola, en plena adolescencia, cuando tomó su propio rumbo hacia la capital, “porque fui promovida a miembro del
146
En primera persona
Secretariado Nacional de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM)1”, relata
quien ocupó la secretaría de Cultura, luego la vicepresidencia y finalmente la presidencia de
esa organización a nivel nacional, entre otros cargos.
¿Y querías venir a La Habana? ¿Cómo lo tomaste?
Tuve miedo; quería y no quería. Dije que sí pensando que, seguramente, mis padres no me
iban a dejar. Me dije: “así quedo bien y ellos son los que ponen el no”. Pero entonces fue un compañero de Holguín a explicarles, lo atendieron muy respetuosamente; lo escucharon, me miraron
a mí, miraron al compañero, y le dijeron: “Bueno, ya una vez cometimos un error con un hijo y no
lo queremos repetir. Si Ivette se comprometió, aunque a nosotros no nos guste la idea, estamos
de acuerdo”. Y la única condición que puso mi mamá fue que ella venía a traerme, a ver el lugar
dónde yo iba a vivir.
¿Por qué dicen que habían cometido un error anterior?
Porque a mi hermano lo habían mandado fuera de Cuba solo, cuando tenía 14 años. Ellos
de alguna manera decidieron por él. Separarse no era la idea, pensaban reunirse pronto, pero
no resultó así. Solo se reencontraron muchos años después, cuando decidieron quedarse a vivir
con él.
¿Cómo sobrellevas esa separación?
Me separé de mi mamá en 1991 y de mi papá en 1994. Una desarrolla mecanismos de conservación que no puede conscientemente calcular. Cuando mi mamá decidió quedarse junto a
mi hermano, en Estados Unidos, yo me enfermé. Racionalmente lo entendí, comprendí que ella
le debía a mi hermano 20 años de soledad. Él se sentía engañado, se fue por parole de la Iglesia,
en tránsito por España, por donde salieron muchos de los Peter Pan2. Mi hermano había hecho
una ruptura total con mi madre en 1975, ya no creía posible una reunificación, de tanto tiempo
esperando. Los trámites por Cuba transcurrieron bien, pero mis padres nunca recibieron la notificación de aceptación por parte del gobierno de Estados Unidos. A todas estas, yo estaba llevando
mi vida sin saber que, en un momento determinado, podía llegarnos la salida del país. A mí me
dijeron, cuando nos mudamos a Holguín en 1976, que podía decidir, pero que su propuesta era
reunirnos con mi hermano. Fue cuando les dije que yo quería volver a ver a mi hermano, pero
no quería irme ni separarme de mis amigos, cambiar mi vida. Ya me empezaba a mover en la
contradicción.
Mi hermano reapareció cuando ya estaba yo trabajando. Mis padres viajaron a verlo y, estando allá, mi mamá me llamó para decirme su decisión: ella se quedaba con mi hermano y mi
padre volvía conmigo. Les pedí que no se separaran porque ellos son un matrimonio muy unido,
siempre han estado juntos. Pensaron que iban a poder conciliar de alguna manera que ella estuviera con mi hermano y mi padre conmigo. Tres años después, mi papá fue a reunirse con ellos.
Mi hermano ha venido tres veces a Cuba, pero no hemos vuelto a estar juntos todos, la familia en
pleno, ni una sola vez.
¿Cómo fue ese viaje sola, muy joven, cuando te separaste por primera vez de tus
padres y viniste a La Habana?
Primero fue difícil. Yo era una niña malcriada, de la que todo el mundo se ocupaba. No tenía
más que estudiar, ser dirigente de la FEEM y un novio del que estaba perdidamente enamorada
1
Organización estudiantil que agrupa a los alumnos de la enseñanza media y media superior en Cuba.
La Operación Peter Pan fue puesta en marcha por los servicios especiales estadounidenses en la década del sesenta del
pasado siglo, con la complicidad del Monseñor Bryan O. Walsh, párroco de la Iglesia del Sagrado Corazón, pertene ciente entonces a la diócesis de Miami. Recordado como uno de los capítulos más tristes de la emigración cubana hacia
la nación norteña, esta maniobra se basó en el falso rumor de que el gobierno cubano retiraría la patria potestad a los
padres en relación con la educación y el cuidado de sus hijos. Más de 14.000 niñas y niños cubanos fueron separados de
sus hogares y forzados a viajar a Estados Unidos sin la compañía de sus padres.
2
En primera persona
147
a los 14 años. Aquel era mi mundo y fue difícil acostumbrarme a otra cosa. La ciudad me parecía
inmensa y, en lo personal, fue un cambio muy difícil. Llegué en octubre, cuando el curso había
empezado: era nueva, guajira (del campo) y dirigente. Me costaba mucho integrarme. Después
tuve los mejores amigos del mundo en La Habana, pero ese primer año fue horrible.
Por la FEEM viajaba constantemente y tenía que faltar a clases. Me costaba ponerme al día
y a los profesores tampoco les gustaba una alumna que significara una ausente al aula. Conocí
toda Cuba, pero me costó bajar mucho mi promedio. Me esforzaba, pero también extrañaba,
estaba sola, quería hacerlo todo bien. Luego me fui adaptando y levanté un poco las notas, pero
nunca logré las altas calificaciones de antes. Ese fue el costo para mí, pero definitivamente me
cambió la vida. Separarme de mi familia me enseñó a valorarla más y me obligó a madurar quizás mucho más rápido; me abrió las puertas para conocer muchas personas, unas más buenas
que otras. El saldo fue positivo porque, como oriental que soy, yo venía con una imagen terrible
de los habaneros, pero en verdad fueron muy humanos y buenos amigos.
¿Y te hiciste psicóloga porque lo elegiste o te interesaba otra carrera?
Era Derecho o Psicología, y esta última iba mejor conmigo. Obtuve la carrera por un plan especial para dirigentes estudiantiles. Así me mudé de la residencia de la FEEM a la de los estudiantes universitarias, que fue mi nueva casa, por así decirlo. Me gustaba la psicología social, pero no
tuve promedio para aspirar a ella; entonces opté por la psicología del trabajo, que parecía interesante. Después que la estudié, me gustó. Me ha sido útil, aunque nunca la ejercí. Para entonces, al
graduarme, ya me había casado. Fui de las primeras que lo hizo en mi grupo, con 25 años.
¿Cómo y dónde empiezas a trabajar?
El servicio social lo hago en el Departamento de Atención a los Lectores de la revista Somos
Jóvenes. Así empezó mi vida laboral y mi acercamiento a los medios de comunicación --que ha
continuado hasta hoy--, que supuestamente poco tenían que ver conmigo. Allí estuve dos años
y un poquito más. Ese estreno fue bueno porque mi jefe era una persona excepcional. Trabajar
con Guillermo Cabrera3 fue no solo aprender a preparar una agenda laboral, sino entender que
el horizonte del trabajador va más allá de las ocho horas, que tenía la posibilidad de aprender,
de superarme, de conocer otros mundos. Me hizo sentir que la responsabilidad que ponía en mis
manos era importante para la revista, que una carta era esencial. Fue una experiencia muy valiosa.
¿Y por qué te vas, entonces?
Salí embrazada, ya mi jefe no estaba y mi nueva condición significó para mis compañeros
y compañeras de trabajo que yo no era la misma persona. Mis tres primeros meses de gestación
fueron difíciles: vómitos, mucha debilidad, decaimiento. Tuve la percepción de que ya no me confiaban tanta responsabilidad porque tenía una limitación: el embarazo. Dijeron que ya no era lo
mismo, se me complicaba la vida…Fue un tratamiento supuestamente protector, pero me hizo
sentir mal. Había decidido mi embarazo y no iba a echarme atrás. En medio de esa circunstancia,
una persona visitó la revista buscando psicólogas para integrar un equipo de estudios sociales en
la dirección nacional de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC)4. No le preocupó mi embarazo.
“A nosotras nos interesas tú y, si quieres, ve y escucha la propuesta”, me dijo. Tenía unos cinco
meses de embarazo y decidí probar.
3
Guillermo Cabrera Álvarez, La Habana (1943-2007). Se inició en el periodismo como redactor en la revista Mella.
Trabajó además en Juventud Rebelde, dirigió la revista Somos Jóvenes, fue sudirector del diario Granma, integró la presidencia de la Unión de Periodistas de Cuba, fue director del Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” y obtuvo,
entre otros, el Gran Premio de la Organización Internacional de Periodismo (1972) y Premio Anual Juan Gualberto
Gómez, en 1999.
4
Única organización femenina en Cuba que agrupa a la mayoría de las mayores de 14 años, con una membresía que supera
los cuatro millones de mujeres.
148
En primera persona
¿Qué hiciste en la FMC, cómo fue tu llegada?
Lo primero diferente fue no sentirme mal por el embarazo, ni por tener un hijo. Luego, trabajar entre tantas mujeres me hizo ver que hay otras con situaciones mucho más difíciles y que las
han podido superar. Hice un trabajo muy interesante, que era investigar el universo femenino
en Cuba. Nunca me lo había planteado como psicóloga. Era un trabajo rico, con viajes a provincias; significaba sacrificios, pero resultaba reconfortante: obtenía informaciones, consolidaba
opiniones, intercambiaba criterios, había resultados concretos. El primer estudio que recuerdo
fue la valoración de la satisfacción de las mujeres con el trabajo de la FMC, una pesquisa por todo
el país para indagar qué querían y esperaban de la organización, cómo hacerla más dinámica.
Pero ese trabajo duró poco para mí, porque al cabo del año la FMC reajustó su plantilla; fui de las
últimas en llegar y para mantener mi plaza tuve que cambiar mi estatus de investigadora por el
de funcionaria. Entonces pasé a la esfera de Promoción y medios de comunicación. Los medios
de nuevo.
¿Alguna vez te imaginaste trabajando en la FMC?
Nunca. Y lo dije en la primera entrevista de trabajo: “Yo estoy aquí porque no me han mirado
con mala cara estando embarazada, pero yo pienso que la FMC ya cumplió su papel, no tiene
por qué existir, ya aquí todo está conquistado”. Había dos personas en esa entrevista: Carolina
Aguilar5, que no dejaba de abrirme unos ojos enormes, y Yolanda Ferrer6, entonces al frente de la
esfera ideológica. Recuerdo que Yolanda me dijo: “no te preocupes, nosotras no queremos personas que crean totalmente en lo que hacemos; preferimos que duden porque lo primero que harás
será investigar cómo hacer que la Federación mejore. Y no te sientas mal por eso, que tú misma lo
comprenderás, según vayas conociendo. Queda mucho más por hacer que lo que hemos logrado”. Aquello me pareció un bonito discurso de bienvenida, pero después entendí que tenía razón.
¿Por qué? ¿Cuándo comienza a cambiar tu mirada?
Cuando me quedé sola con mi hijo. Una vez nacido, casi de inmediato vino la separación y
después el divorcio. Me vi sola con un hijo pequeño, que había sido deseado y lo había tenido
además en condiciones ideales, que posiblemente otras no tenían: una casa, un salario para sostenerlo…Pero de pronto tuve la responsabilidad casi total de otra persona que no podía valerse
por sí misma. Eso limitaba mi vida. Recuerdo haber vivido mucha angustia por no poder leer un
libro para mí, por no ver una película, por haber cambiado mi programa de vida en función del
programa de vida de un bebé, haber aplazado montones de cosas que me importaban laboral y
personalmente. Ahí me di cuenta de que mi vida era otra, y que era la misma por la que muchas
mujeres pasaban. Que la justicia social que yo creía alcanzada iba mucho más allá de la revolución. Hay cosas que no habían logrado cambiarse, que están en la mente de las personas.
¿Hasta dónde te influyó trabajar en la FMC? ¿Ha sido un obstáculo ser mujer en el
ámbito laboral?
En general ha sido una ventaja; no porque fuera fácil, sino porque me ha permitido entender
el universo de otras mujeres y el de los hombres, que es otra mirada que he incorporado desde que
estoy en la FMC. Aquí he permanecido por 20 años, pero quizás antes de lograr un poquito más
de conciencia, me sentía un poco víctima; consideraba que lo que me pasaba era algo injusto,
pero era lo que me tocaba. Conocer a tantas mujeres me ha abierto muchos horizontes y me
ha permitido mirar con otros ojos el universo masculino: entender que, en varias cuestiones, los
hombres también son víctimas; que revertir ese orden de cosas y llegar realmente al hombre que
aspiramos y a la mujer que queremos cuesta mucho trabajo. La FMC ha sido un espacio para
trabajar, para crecer, aunque no todo ha sido fácil: también he tenido que hacer sacrificios para
responder a las exigencias de un trabajo. Tampoco han sido paternalistas conmigo, ni me han
5
6
Fundadora de la FMC e integrante de su Comité Nacional. Ver entrevista en página 176 de este libro.
Fundadora de la FMC y actualmente su secretaria general.
En primera persona
149
pasado la mano. Esta ha sido para mí una escuela importante, que me ha permitido entender,
primero, que no hay logro que una mujer alcance que no tenga un costo alto. Segundo, que no
podemos renunciar al costo porque significa renunciar a llegar. Lo que no podemos es dejar de
estar. Y lo tercero es que las cosas no van solas, por su propio peso; hay que darles un empujoncito. Y ese trabajo lo ha hecho la FMC, unas veces más visto; otras, menos visible.
Y luego pasas a dirigir una revista, vuelves a los medios de comunicación, por donde empezaste ¿Cómo fue este nuevo cambio?
Para mí todos los cambios son difíciles. Pasar de ser funcionaria que atendía la televisión a
dirigir un medio de prensa escrita, sin tener un título de periodista, significó primero miedo. Tuve
un tiempo de seis meses para entrenarme y adquirir algún aprendizaje; cursé un Diplomado en
Periodismo, al menos una calificación que me acercara a mi nueva tarea, y lo aproveché al máximo. Encontré, afortunadamente, un colectivo de personas buenas, muy profesionales.
¿Te gusta lo que haces?
Mucho. Se ve un resultado. Este trabajo me permite decir: me he esforzado tantas horas, he
dejado de dormir otras tantas, he pasado miles de aprietos, pero veo la revista terminada, llega a
las personas, se interesan, la leen.
¿Que es la familia en tu vida?
Todo, algo de lo que siempre me siento orgullosa. Hablo de mi familia de origen y la que he
creado. Mis padres son personas honestas, consecuentes y, sobre todo, a pesar de no tener un
amplio nivel cultural, poseen una intuición natural para saber lo que es justo y lo que no, que
determinó mi manera de ser.
¿En qué crees que las cubanas han avanzado y en qué todavía no?
Somos mejores en tanto hay más mujeres calificadas, no solo con el título universitario: las hay
doctoras, científicas, con trabajos publicados. Cada vez más se ven como referentes de seres sociales útiles, en función de su conocimiento y su experiencia práctica. Ese es el camino recorrido.
Ahora, dentro del ámbito laboral, muchas cosas tienen que ser, necesariamente, revolucionadas, como esa concepción no siempre consciente de verlas útiles hasta tanto no aparezcan los
problemas que les son inherentes: el embarazo, la lactancia, los niños pequeños, el receso y las
vacaciones escolares. En el ámbito de la toma de decisiones nos queda por avanzar, porque si no
se mira al mundo con esa mirada, nunca habrá un cambio radical, para no solo pensar en otras
personas, sino en nosotras mismas.
No tengo dudas de que hay otro tipo de mujer. Somos totalmente diferentes, podemos hasta
decir que sentimos diferente, un análisis que antes no se planteaba. Entonces el mundo era de
un modo y estaba bien así. Ya hay una conciencia y una ganancia lo suficientemente grandes
como para plantearnos que hemos sido injustamente discriminadas durante siglos y esa situación se puede cambiar, aunque tenga un costo para las mujeres, en lo personal. Somos otro tipo
de personas: mejores, más seguras, más independientes, más valientes. Yo sé que el mundo no es
más fácil para una mujer, pero ya no se queda a esperar que lo sea. Sale todos los días a la carga:
a pasar por el agro, a “fajarse” con el transporte, cumplir con las responsabilidades del trabajo,
intentar enamorarse, tener una familia, querer parir en esas circunstancias —o no querer hacerlo— y confiar en que al día siguiente va a tener más fuerzas, más espíritu y va a encontrar otra
oportunidad para su vida.
En primera persona
150
Luisa Campuzano:
Pasión por la literatura
Yo soy escritora e investigadora
Por Dixie Edith / Fotos: Randy Rodríguez Pagés
Profesora universitaria de letras clásicas; investigadora y escritora, directora de la revista
Revolución y Cultura, coordinadora de los estudios de género en Casa de las Américas y vicepresidenta de la Fundación Alejo Carpentier hasta hace unos meses; Luisa Campuzano, una
de las más destacadas intelectuales cubanas de esta época, ha dicho que casi todo lo que
sabe de la vida lo aprendió en los libros.
“Siempre he estado metida en bibliotecas y concentrada en mis lecturas. Por eso, pienso
que las experiencias de la cotidianidad me han dado menos que lo que me han aportado
los libros”, asegura. “Ellos son como mi memoria, mis carpetas, mis archivos, de los que voy
sacando materiales para confrontarlos con lo que la realidad me propone. Es un saber que
requiere —como todos— ser verificado por la práctica; no es un mero y determinante saber
libresco, sino una orientación, una guía que cuenta con el beneficio de la subjetividad, de la
intuición, de los contrastes que pone la cultura en todo”.
¿Y por ahí viene la decisión de dedicarse a la literatura, a las letras, al mundo de las
artes?
Siempre me atrajo mucho la lectura y saber qué era un escritor; cómo se escribía; por qué y
para qué se escribía. Desde jovencita me gustaba leer novelas. Entonces mi favorito era Dickens1.
También leía otras cosas, por ejemplo, biografías. Recuerdo haber leído muy temprano la biografía de Marie Curie2, la de Pasteur3, porque mi padre era médico y en casa había también libros
que tenían que ver con las ciencias. Una parte importante de mi familia es de científicos: mi hija
En primera persona
151
es bioquímica, mi hermana es bióloga, mis sobrinos son médicos, como mi bisabuelo, mi abuelo,
farmacéutico. Pero hay una parte de la familia más lejana —de ahí es de donde deben venir mis
genes librescos—, que se dedicaba también a la literatura, a la enseñanza de las letras, a las
investigaciones sobre la historia y la cultura cubanas. No hay nadie que se haya ocupado de los
negocios, de lo que me alegro mucho. Por eso estoy aquí en Cuba y no en otro lugar del planeta.
Pero ama profundamente el latín...
No es que yo ame el latín profundamente, porque si lo amara tanto no me hubiera separado
de él. Ese divorcio se debe también a que me enamoré de otras cosas; no fue una traición o una
deslealtad, sino que como todos los amores, un día se acaban. Pero el latín me dio la disciplina
de una lengua extraordinariamente organizada, extraordinariamente rígida, una lengua a partir de la cual se construye la nuestra, y constituye un referente para otras lenguas modernas, no
solamente para las neolatinas.
Estudiar Roma me dio la posibilidad de conocer un proceso histórico desde sus inicios hasta
su desenlace y su evolución final; es la única civilización que se nos entrega de ese modo: completa, porque las otras o son desconocidas en sus orígenes o aún están vivas. Es un mundo que en su
totalidad ves nacer, constituirse, transformarse, disolverse. Haberme dedicado a ese mundo me
permitió tener conocimientos más integrados. Eso me sirvió de mucho, me construyó, me ayudó
a formarme como una persona que iba a dedicarse a la academia, a la enseñanza, a los estudios
literarios, y que quería hacerlo con un sólido bagaje lingüístico y cultural, y apuntando hacia
disímiles contextos.
Paralelamente, como comencé a trabajar muy jovencita en el Consejo Nacional de Cultura,
como secretaria de Roberto Fernández Retamar4—que había sido mi profesor en el colegio—,
tuve la oportunidad, por solo poner un par de ejemplos, de conversar diariamente con Lezama5,
que me regalaba libros y me transmitía todo género de insólitos saberes; y de relacionarme con
artistas como Servando Cabrera6. Y sobre todo, de conocer y trabajar con la que sería mi gran
maestra, Vicentina Antuña7.
Después pasé a trabajar con mi otro gran mentor, Juan Pérez de la Riva8, como secretaria de
redacción de la Revista de la Biblioteca Nacional. Allí aprendí de verdad y en sus fuentes, lo que
había sido Cuba en los siglos XVIII y XIX. Y allí opté por ser cubana, por serlo conscientemente, lo
cual es una opción muy difícil, pues ser cubano es pertenecer a un pueblo en construcción, un
1
Charles Dickens, (Lamport, 1812 – Londres 1870) Novelista, considerado un escritor realista, autor de obras universales
como Oliver Twist, David Copperfield y Cuentos de Navidad, entre otras.
2
Marie Curie, (Marja Skłodowska) (Varsovia, 1867 – París, 1934). Conocida también como Maria Sklodowska-CuNobel y la primera mujer en ser profesora en la Universidad de París.
3
Louis Pasteur (París, 1822 - 1895). Químico de profesión, sus descubrimientos tuvieron enorme importancia en diversos
campos de las ciencias naturales, sobre todo en Química y Microbiología.
4
Roberto Fernández Retamar (La Habana, 1930): Poeta, ensayista, intelectual y profesor cubano, fue fundador de
la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y del Centro de Estudios Martianos. Desde 1986 preside
la Casa de las Américas.
5
José José Lezama Lima (1910-1976), destacado escritor, poeta y ensayista cubano. Su novela Paradiso ha alcanzado
una gran repercusión internacional desde su publicación en 1966.
6
Servando Cabrera Moreno (La Habana, 1923- 1981). Pintor, dibujante y profesor. Cursó estudios en la Escuela
Nacional de Bellas Artes “San Alejandro”, de La Habana, en la Art Student’s League, de Nueva York y en La Grande
Chaumière, de París. Sus obras se exhiben en importantes museos de Cuba y el mundo.
7
Vicentina Antuña Tabío (La Habana, 1909 - 1992) Profesora universitaria y feminista. Fue presidenta del Consejo
Nacional de Cultura de Cuba y de la Comisión Nacional Cubana de la Unesco.
8
Juan Pérez de la Riva (París, 1913 - La Habana, 1976) Profesor universitario, historiador y demógrafo. Autor, entre
otros libros, de El Barracón y otros ensayos, y Los culíes chinos en Cuba.
rie, fue la primera persona en recibir dos premios
152
En primera persona
pueblo nacido de la opresión de una raza por otra, que tiene que vivir permanentemente negociando la dinámica de la memoria y del olvido, porque si no lo hace, no logra fundirse en una
nación integrada y que a la vez conserve y valore sus diferencias. En un escenario situado a más
o menos un siglo de la abolición de la esclavitud, en ese breve lapso que desde la perspectiva de
la Historia no es más que un segundo, es muy difícil ser descendiente de esclavistas, o de beneficiarios del esclavismo, y convivir impunemente con la gente que tu grupo social esclavizó; uno
tiene que pensar que la construcción de nuestra nación es un proyecto hacia el futuro en el que
no pueden obviarse las miradas hacia atrás, como las que Juan me enseñó a dirigirle a nuestro
pasado, pero que como Jano, el dios romano de las dos caras, que presidía el inicio del año, hay
que mirar hacia el pasado y hacia el futuro. Esto, para decirlo en latín, es un memento, una advertencia, que no podemos olvidar: mirar al pasado para dirigirte hacia el futuro, para construir
un futuro con todos.
Así que soy, efectivamente, una doctorada en letras clásicas que durante más de tres décadas
impartió clases de literatura latina y latín en la Universidad de La Habana. Pero siempre estudié
y trabajé Cuba.
Sin embargo, luego se dedicó a los estudios de género.
No me dediqué a los estudios de género, lo he explicado muchas veces. No fue una elección;
fue una imposición. Me pidieron que hiciera un trabajo sobre las mujeres en la narrativa de la
revolución y, cuando lo hice, descubrí lo que era la invisibilización, la segregación, la exclusión, la
deformación de todo el proceso creativo de las mujeres. Pero, al mismo tiempo, observé la marginación que se producía y que algunas mujeres aceptaban. En ese universo no existía lo que
pudieran ser los ideales de las mujeres —o de algunas mujeres—, o la posibilidad de tener un
mundo realmente compartido, con una serie de valores de otra índole a los que regían entonces
en nuestras letras.
¿Ser mujer es un principio, un fin, influye en la manera de escribir?
No creo en esencialismos. O sea, no se es en esencia mujer; no se nace mujer; como ha dicho
Simone de Beauvoir9. La sociedad nos enseña cuáles son los roles que se les han destinado tradicionalmente a las mujeres, y nos hace, nos convierte en lo que el poder rector de la sociedad
decide que debemos ser: tenemos que sentarnos de un modo, hablar de una manera… Dentro
de nosotras se colocan, se introducen, se inoculan una serie de ideas y de modelos de lo femenino. En ese sentido, ser mujer es el producto de una construcción social de milenios y no se puede
pretender que una vez que te han construido de un modo específico, eso no se refleje en lo que
escribes, en lo que hagas.
Siento que muchas escritoras cubanas y de otros lugares del mundo, al decir que escriben
como cualquier escritor, como cualquier ser humano que toma la pluma; al decir que cuando
escriben no lo hacen como mujeres; están tratando un poco de liberarse de lo que ha sido la opresión de un diseño. No quieren aceptar que son lo que el poder a lo largo de los siglos, la sociedad,
les ha impuesto como destino. Y más que como destino, como modelo. Pero realmente se escribe
como mujer, igual que se escribe como hombre; se escribe desde el género, desde la raza, desde la
clase, desde la preferencia sexual.
¿Y para usted ser mujer ha significado un obstáculo alguna vez?
Creo que no ha sido un obstáculo grande por las características del mundo en que me he movido; un mundo más o menos intelectual, más o menos académico. Ahí no me he sentido tan machacada como mujer. Estudié en un colegio privado para alumnos de ambos sexos y allí éramos
9
Simone de Beauvoir (París, 1908 - 1986). Novelista y filósofa. Escribió novelas, ensayos, biografías y monográficos
Su pensamiento se enmarca dentro del existencialismo y su obra El segundo
sexo se considera fundacional del feminismo. Fue pareja del también filósofo Jean Paul Sartre.
sobre temas políticos, sociales y filosóficos.
En primera persona
153
bastante iguales; un colegio no religioso, lo que también implica muchas cosas. Pero no dudo
que ser mujer pueda ser un obstáculo en determinadas circunstancias. Hay espacios en los cuales
te limita tu condición de ser mujer, precisamente por todos los prejuicios que están establecidos,
y además porque hay espacios en los que la masculinidad necesita reforzarse —y cada vez lo
necesita más, porque está muy hostigada por los avances de las mujeres. El tema de los géneros
se relaciona con toda una serie de categorías que interactúan y funcionan en la sociedad: género
tiene que ver con raza, con clases sociales, con discapacidades... O sea, se es mujer en determinadas circunstancias y condiciones; y eso marca y, en última instancia, determina.
En Cuba, feminismo se ha convertido en una palabra maldita, casi nadie quiere reconocer ser feminista, pero usted sí afirma serlo. ¿Acaso rebeldía?
Quisiera que hubiera un seminario nacional sobre feminismo, con ponencias sobre feminismo, en las cuales todas esas personas que rechazan la etiqueta, la militancia o el ser feminista explicaran científicamente, argumentadamente, por qué no aceptan el feminismo. Creo que lo que
hay es una gran ignorancia de lo que es ser feminista, de esa corriente política que existe también
en nuestro país desde el siglo XIX, que ha tenido momentos sumamente importantes y que en la
historia de la humanidad constituye un paso de avance extraordinario, desde la perspectiva de la
emancipación total de las personas, sean del género al que pertenezcan. Me confieso feminista
porque creo en su programa de justicia y equidad, porque he leído y discutido sobre las distintas
corrientes del feminismo y porque admiro su trayectoria y sus realizaciones.
Organizar estudios de géneros en la Casa de las Américas, dirigir la revista Revolución y Cultura... ¿En cuántos proyectos trabaja Luisa Campuzano?
Mi centro, el lugar por donde oficialmente cobro, es Revolución y Cultura. Pero hace 22 años
que trabajo en la Casa y por cerca de un año también trabajé en la Fundación Alejo Carpentier,
con la que sigo colaborando, pero a mi manera. Digamos que la revista es mi principal responsabilidad, donde gozo de mayor y más complaciente autoridad, de mayor poder de selección y de
decisión, y que además, me permite una creatividad mayor, en el sentido de que puedo practicar
eso que se llama periodismo cultural a través de otros, de muchos. Es una revista cultural que se
publica en Cuba, para los cubanos, que habla de Cuba, pero que habla también de otras culturas,
de modo tal que no nos cocinemos sólo en nuestra propia salsa. Y allí me gusta mucho publicar
también lo que se escribe fuera de Cuba sobre la cultura cubana, por amigos, o por gente que
simplemente ha escrito algo interesante.
Trabajar en la Casa de las Américas es un inmenso privilegio, un honor, y también un gran
placer. Hago en ella mucho menos de lo que hacía en los años en que dirigí el Centro de Investigaciones Literarias, pero siento que mi espacio actual en la Casa, que la fundación y dirección
del Programa de Estudios de la Mujer y todo lo que a lo largo de 15 años hemos logrado a nivel
nacional e internacional, es tal vez lo más importante que he hecho en esos tres lustros.
Desde 1981, en que publiqué mi primer trabajo sobre él, me dedico asiduamente a la obra de
de Alejo Carpentier10, para muchos, el más importante, el más editado, el más traducido, el más
estudiado autor cubano. Todos los años publico uno o dos o tres artículos sobre su obra, o doy
conferencias, o cursos, o asisto a congresos en los que hablo de sus textos. Ahora, con la paulatina reorganización de sus fondos manuscritos, habrá mucho más trabajo que hacer.
¿Y su escritura?
A eso le dedico el tiempo que queda, que no es mucho. Hay días en que decido así, simplemente: hoy el día entero es para escribir. Y me hace mucha falta ese tiempo porque me gusta
10
Alejo Carpentier (Lausana, 1904 – París, 1980). Novelista cubano, considerado uno de los artífices de la renovaSe destacan particularmente sus novelas Los pasos perdidos y El siglo de las luces.
Mereció, entre otros, el Premio Cervantes.
ción de la literatura latinoamericana.
154
En primera persona
mucho la novela en que estoy metida. Todos los años me prometo terminarla, pero todavía me
queda mucho por hacer.
¿Una novela sobre mujeres?
Bueno, tiene una protagonista mujer; una mujer sin mayores complicaciones. Es decir, no es
una novela reivindicativa ni nada por el estilo, es sobre un hombre y una mujer, sobre dos países,
sobre un pasado y su futuro, que ya también se ha vuelto pasado….
¿No se cruzan esos espacios?
Tienen cruces porque, por ejemplo, coloco muchos artículos sobre género y mujeres en Revolución y Cultura, al extremo de que una profesora norteamericana escribió un trabajo en que
compara cuántos textos sobre mujeres o de mujeres se publican en Revolución... y en La Gaceta,
y resultó que en mi revista salen muchos más. También, cuando se conmemoró su centenario,
dedicamos un año entero a publicar trabajos sobre Alejo Carpentier. En Casa de las Américas
publico artículos sobre Carpentier…
Como ves, esos espacios en cierta medida pueden solaparse, pero se complementan. Con lo
que no pude seguir fue con las clases en la Universidad, todas las semanas con un horario fijo,
con reuniones, con tribunales de tesis...; ni con la responsabilidad que tenía en la Fundación Alejo
Carpentier. Fue más difícil dejar la Universidad, pero en la actualidad digo que soy una jubilada
jubilosa y en pleno jubileo, porque hago lo que me parece, doy los cursos que quiero, aquí o en
otros lugares, y tengo muchos estudiantes.
En este momento, por ejemplo, estoy leyendo trabajos que me han llegado de un curso que
impartí en la Universidad de Amberes, en Bélgica; tengo sobre la mesa la tesis de una estudiante nuestra que está haciendo su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona y me la
trae para que la lea y opine. Preparo tres cursos breves, pero muy intensos, para impartirlos entre
septiembre y noviembre… Es mucho trabajo, pero también, a la edad que tengo, he ganado cierta profesionalidad que me permite enfrentarlo con más dominio y menos estrés. He aprendido
cómo privilegiar o priorizar tiempo; a qué le dedico más, a qué le dedico menos. Pero es difícil,
sobre todo cuando uno quiere vivir, para lo que también busco tiempo —y no me conformo con
poco.
En primera persona
155
Eleonora Yurina:
Al timón de su vida
Yo soy chofer
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Se llama Eleonora Yurina González Rassmucen, tiene 44 años y hay muchas Yurinas en
ella: la única chofer de ómnibus de ruta en La Habana, la cantautora del dúo Amigas y la hija
que cuida a su madre enferma y vela por el bienestar de toda la familia.
Nació en Marianao, una barriada popular de La Habana. Se crió en tres barrios diferentes
y pasó por varias escuelas. En la familia había mecánicos y choferes; tal vez por ahí le llegó la
vocación por los trabajos fuertes.
Su abuelo materno era tornero y a Yurina, desde edad temprana, le gustó ese oficio. “Me
encanta coger un pedazo de hierro y transformarlo, me agrada todo lo que pueda hacer con
las manos”. Pero ese mismo abuelo, de manos rudas y alma sensible, fue el que la adentró
en el mundo de la poesía, leyéndole versos e improvisándole canciones. Al arte también se
inclinó Yurina por su madre, quien cantaba y bailaba para la familia y, una vez divorciada, se
dedicó por completo a la crianza de sus cinco hijos.
A la par de los trabajos fuertes, se inclinaba hacia los deportes. El judo y el kárate los practicó de niña, mientras sus padres estaban casados. Luego llegaron las prácticas con pelota:
voleibol, béisbol y sotfbol. “Era cuarto bate y center field1 de un equipo de Marianao”, relata.
“Aunque tenía buenas notas para seguir en la enseñanza preuniversitaria, me gustaba la
mecánica general y me decidí por la tornería”, recuerda. Esa decisión terminó por complicarle
1
Campo corto, una posición del béisbol.
156
En primera persona
la vida. “Me casé a los 16 años. Éramos novios desde los 10. Aunque él sabía de mis planes, no
le gustó la idea de tener una esposa tornera. Cuando vio que en la escuela todos eran 30 varones y yo, la única mujer, le dio el ‘ataque’. Se puso celoso, y no tenía por qué”. El matrimonio
no resultó y a los dos años vino la ruptura. Entonces Yurina, a quien no le ha fallado nunca la
voluntad, siguió estudiando por las noches para terminar la enseñanza preuniversitaria. A la
vez, trabajaba en una textilera, en un pueblo de las afueras de La Habana, algo lejos de casa.
Pero finalmente no le gustó y lo dejó.
Una vida de trabajo
Desde niña, recuerda, hacía trabajos por su cuenta. Cuando estaba en la secundaria y
no existían todavía los “merolicos”2, ella hacía artesanías. “Buscaba macetas de barro en un
reparto apartado y con alambre suave tejía las cadenas. Luego, me conseguí una maquinita
de hacer cigarros. Lo que nunca hice fue prostituirme. Eso no lo entiendo; ni robar, no tiene
que ver conmigo”, sostiene.
“Soy la mayor de cinco hermanos. El horcón de mi casa siempre he sido yo. Llegué a sustituir a mi padre. He tenido que trabajar mucho y en las labores más inimaginables para una
mujer: abriendo surcos en el campo, en una finca de flores; en Comunales, limpiando calles.
Siempre he buscado trabajos que me pagaran bien, porque tenía la carga familiar”, señala.
“He sido pionera en algunos trabajos: un día vi a un señor con un triciclo pedaleando por
La Habana Vieja. Como yo criaba cerdos, cambié uno por un triciclo, le puse un par de asientos de guagua (ómnibus) y me fui a `triciclear´. La primera mujer que hizo eso fui yo. Después
de mí, vinieron otras”, asegura.
En la calle, dice, aprendió a hablar inglés. Luego, cuando comenzaron los cursos de inglés por la televisión, aprendió a escribirlo. “Cuando terminó el tercer curso, me presenté a
examen y saqué el título, todo de manera autodidacta”, explica con orgullo.
“El campo era un trabajo muy fuerte, demasiado; estaba acabando conmigo: sentía que
me fajaba todos los días con una manada de gatos, por los arañazos de las flores. Me fui de
allí y comencé a trabajar en la fábrica de tanques, me hice operaria A de equipos conformadores del metal. Era una obrera ‘larga’ (muy productiva); la única mujer que trabajó allí, en la
prensa, fui yo”, dice.
“Era una prensa fuerte, pero me gusta el trabajo duro, que me saque de mis pensamientos. Después, porque me gustaba el uniforme —camisa blanca y chaqueta azul, como la que
usan los fotógrafos, con muchos bolsillos—, me integré a Geta (Grupo Estatal de Transporte
Alternativo), como inspectora”, sigue su relato. “Ese es el mejor colectivo de trabajo que he
conocido. Las personas allí tenían muchos valores, tanto mujeres como hombres”, indica.
El camino hacia el timón
“Estando en Geta, en 2003, hicieron una convocatoria para choferes de ómnibus, computación —que entonces no me interesaba—, e inglés —que ya sabía. Como tenía licencia
para conducir moto, camión y auto, dije, a modo de broma: `bueno, sí, yo quiero ser chofer´.
La responsable del sindicato de los trabajadores elevó mi solicitud, pero yo pensé que eso se
había olvidado”, dice mientras se adentra en la historia que la llevó a un nuevo empleo.
“Intervine en una reunión con el ministro de Transporte y hablé sobre los problemas de
los inspectores. Luego él se dirigió a mí: `me dicen aquí que usted tiene un sueño´. Le respondo: `no, uno no, tengo millones de sueños´. A lo que él me riposta: `hay uno específico en el
que te puedo complacer: manejar un ómnibus, antes de que se acabe el año´. Yo estaba muy
2
Nombre popular con el cual se conoce a los artesanos y vendedores de bisuterías.
En primera persona
incrédula, porque no veía ese trabajo para
una mujer”, confiesa.
“Me capacitaron, me dieron una guagua
y el día que me anunciaron que tenía que
salir, me escondí, me eché para atrás; pero al
final, la manejé. Los primeros días demoraba
cuatro horas en el viaje, porque la gente no
me dejaba trabajar con tranquilidad: todo
el mundo estaba arriba de mí, asombrada, y
querían abrazarme y tirarme fotos… Aquello
fue un acontecimiento”, recuerda.
“Hay una anécdota de dos viejitas que
iban a subir al ómnibus, y una de ellas le dice
al instructor: ‘¿eso es una mujer?’, y él le contesta: ‘sí, y capacitada para manejar’, y entonces una se lo dice a la otra, y se bajaron de la
guagua. El instructor les explicó que ese día
yo era la única conductora que había. Ellas
se persignaron y dijeron: `se verán horrores´.
Prefirieron irse caminando siete u ocho kilómetros”, relata mientras ríe.
“Pasado un tiempo, una de aquellas señoras me dijo: `¿usted se acuerda?, yo soy la
viejita que no quiso subir una vez al ómnibus..., pero qué buena chofer eres, qué bien
manejas’. Todavía hoy, hay personas que no
suben cuando me ven”, admite.
En la primera terminal donde trabajó, le
hicieron “la vida imposible” y no pararon hasta que la sacaron. “Una vez me aflojaron los
clanes del ómnibus; otra, me dieron uno sin
turbo, que es lo que le da la fuerza al carro. Yo
veía que todos los demás me pasaban y no
sabía porqué. Claro, quién se quiere montar
en una guagua así; lo primero que pensaban
era que yo no sabía manejar”, explica.
“Por eso me volví mecánica de Mercedes
Benz. Cuando salía y el vehículo se rompía, yo
misma lo arreglaba, y los pasajeros aplaudían
cuando podíamos seguir el viaje. Siempre andaba llena de grasa”, dice, con cierto orgullo.
157
Escribir y cantar
Yurina escribe desde que era una
niña. Cuenta que conserva desde entonces muchos cuentos y poesías. “Me
encanta escribir canciones y tengo facilidad para eso. Algunas han sido premiadas, en interpretación y en composición,
y en el dúo Amigas canto mis propias
canciones”, explica.
Desde pequeña quiso una guitarra, pero nunca pudieron comprársela.
Cuando pudo, con sus propios ingresos
la adquirió, a los 25 años, y a golpe de
persistencia aprendió a tocarla. Iba entonces con ella a todas partes, llenando
sus salidas con música y canciones.
“A la guitarra le puse un bongó (percusión) al lado. Me encanta ese sonido.
Antes cantaba sola, con background
o con la guitarra. A veces me levanto a
las dos de la mañana y toco. Por eso me
gusta vivir en el campo, donde mi música no molesta”, confiesa.
“Me gusta la literatura infantil. Todo
lo que se escribe para los niños encierra moralejas, y me gustan las lecturas
que enseñan. Soy como una esponja,
siempre estoy buscando algo nuevo
que aprender. Una vez que yo no quiera
aprender nada más, no tiene razón mi
existencia”.
Le encanta el campo, atravesar los
montes, mirar los pájaros con los prismáticos. Es vegetariana porque está negada
a comer algo que implique el sacrificio
animal. “Me fascinaba pescar, hasta que
descubrí que las lombrices sentían dolor, le intentaba poner el anzuelo y ella
se retorcía, y me dije: `a ella le duele’. Ahí
mismo tiré la lata de las lombrices y más
nunca pesqué”.
Según cuenta, “en aquel lugar hicieron todo lo posible por hacer quedar mal a una mujer
manejando una guagua”. Y ella ahí, sin flaquear.
“Tengo una madre que está en cama y depende de mí; tengo que trabajar. He tenido
miles de trabas y trabas. Había personas que no querían que trabajara allí, me decían: vete a
tocar guitarra, quién ha visto a una mujer manejando guagua. Ofensas, humillaciones. Pero
siempre he sido muy testaruda, y lo sigo haciendo contra la voluntad de mi madre, que siempre me aconseja que renuncie”.
158
En primera persona
Yurina recuerda con nitidez todos los detalles de un incidente que provocó la salida de
su primer trabajo como chofer. Más de dos años después, todavía afirma que la razón está de
su parte, y que se trató de un ajuste de cuentas por sus denuncias de malos manejos y por
no haber transigido en su postura.
“A mí me gusta manejar, es un trabajo precioso. Aunque mi salud se ha deteriorado en
estos cinco años por el estrés, según dicen los médicos, no puedo estar sin trabajar. Mi madre
depende de mí, tiene mal de Parkinson, un marcapasos, afecciones en el hígado y el páncreas. Yo trabajo para ella”, dice.
Pero, agrega, “hay algo cierto: la guagua me relaja muchísimo; las personas son ocurrentes y, cuando empiezan a hablar, una termina riéndose. Mi trabajo también me ayuda espiritualmente”.
Eso no quita que siga provocando sorpresa. “Todavía hay todo tipo de reacciones: asombro, rechazo, admiración y aprobación. Hay gente que me ve y me dice: `mira, qué linda, una
mujer manejando´. Eso es porque no es común vernos en este trabajo”, sostiene.
“Soy muy buena trabajadora. Cuando la gente me ve, dice: `¡y esto qué cosa es!’, porque
me ven grande, estoy gorda y me veo tosca. Pero les doy la oportunidad de conocerme. No
me tranco, no llego seria, no vivo de complejo. De la primera impresión, la gente me odia;
pero cuando conocen cómo soy, me quieren”.
En primera persona
159
Teresa Lara:
Números con sexo
Yo soy economista
Por: Dixie Edith / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Enamorada de las matemáticas, la licenciada Teresa Lara Junco llegó a las aulas de la
carrera de Economía de la mano de los números, en la década del setenta del siglo pasado. Sacando cuentas y afinando metodologías estadísticas, poco más de un par de décadas
después llegó a desempeñarse como vice directora general de la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba (ONE). Y de tanto lidiar con tasas e indicadores, los cálculos comenzaron a
parecerle fríos, sobre todo si de la vida de las mujeres se trataba. Entonces empezó a buscar
la inequidad oculta, el sexo de los números.
“Me gradué de Economía en 1976, en la Universidad de La Habana. Entonces era dirigente profesional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y mi primera ocupación no estuvo
directamente vinculada a mi profesión. Durante unos dos años fui funcionaria del Comité
Nacional de esa organización, totalmente alejada de lo que había estudiado.
“Pero nació mi primera hija en 1977 y, en medio de la coyuntura posterior a la licencia
de maternidad, solicité mi traslado para lo que entonces era el Comité Estatal de Estadísticas
(CEE), antecedente de la actual Oficina Nacional de Estadísticas.”
¿Fue fácil dar el salto?
Para nada. Pero ayudó que nunca me había desligado completamente de la profesión. Fui
alumna ayudante de Estadística en la carrera, y luego profesora adjunta de Estadística matemática después de graduada, mientras trabajaba en la UJC. Jorge Martínez, en aquellos años
viceministro del Comité Estatal de Estadísticas, había sido mi profesor. Nos encontramos y me
propuso trabajar en su centro.
160
En primera persona
En el CEE primero fui especialista de la dirección de Balance de la Economía, en el área de nivel de vida, un espacio que siempre me ha gustado investigar porque permite estar muy cerca de
la problemática de la población, desde un enfoque de economista. Allí aprendí mucho. Cuando
entré, se aplicaba la metodología del desaparecido Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME),
del campo socialista. Se medía la economía mediante el producto social global, y tuve la posibilidad de diversificar mis conocimientos.
¿Ser mujer fue entonces posibilidad o escollo?
Soy un producto de la revolución cubana, completamente. O sea, en mí se reúnen muchas
cosas que fueron posibles gracias a la revolución: soy de origen muy humilde, negra y mujer; pero
pude hacer una carrera universitaria y llegar a ser dirigente de una institución como la ONE. Eso
es una posibilidad extraordinaria.
Pero fue difícil. Tuve que sacrificar muchos aspectos de mi vida. Pasé la infancia de mis dos hijos compartiendo la labor profesional con responsabilidades como dirigente, tanto en el ámbito
administrativo como político, y no con tanto entendimiento por parte de mis superiores como el
que se ha ganado ahora. Hoy, pese a que hay muchas problemáticas, existe mayor comprensión
de los conflictos de las mujeres. No era así en 1978 ó 1979, cuando empecé a trabajar y tuve a mis
hijos.
Dentro del CEE fui testigo de varios procesos interesantes, que me aportaron mucha experiencia. Allí trabajé —y dirigí— los temas referidos a la información; la preparación de los Anuarios Estadísticos de Cuba, las respuestas a los cuestionarios internacionales, toda la preparación
de la información que necesitaba el banco, cuando aquello Banco Nacional de Cuba. Eso lleva
una preparación interesantísima que empieza por dominar no solamente los conceptos, los clasificadores y las metodologías nacionales, sino también los internacionales, para poder hacer
comparable la información del país con la del resto del mundo.
Cuando desapareció el campo socialista, en la oficina fuimos pioneros en pasar de una estructura de captación de información, de procesamiento de datos, a otra muy distinta. Estuvimos
mucho tiempo basándonos en toda la metodología del CAME y tuvimos que cambiar hacia el
sistema que emplea Naciones Unidas. Eso implicó un trabajo fuerte en temas como los de la contabilidad, las cuentas nacionales, entre otros. Fue interesantísimo, implementamos cómo medir la inversión extranjera, el comercio exterior, el sector privado que estaba apenas iniciándose
como una de las medidas para salir de la crisis. En 1994 nos tocó hacer el primer informe donde se
demostraba que la economía empezaba a crecer y para mí eso fue un momento muy relevante.
Ya entonces transitábamos hacia lo que hoy es la ONE.
Pero todo ese interesante trabajo coincidió con una época muy, muy difícil. Coincidió con la
crisis de los años noventa en Cuba y solamente con vocación y compromiso fue posible asumir la
responsabilidad de mantener un flujo de información sin recursos, muchas veces sin electricidad,
sin papel, sin transporte.
¿Y cómo fueron esos años dentro de tu casa, para tu familia?
Terribles. En primer lugar, por el transporte. Yo había empezado a padecer de un fibroma,
por tanto, tuve que dejar de montar bicicleta y caminaba unos cinco kilómetros diarios para desplazarme entre la oficina y la casa. Muchas personas cambiaron de trabajo para acercarse a sus
hogares, pero yo seguí apegada a mi responsabilidad porque me sentía necesaria, pensaba que
mi trabajo era útil.
Llegaba a la casa a las siete o las ocho de la noche, y aunque al principio tenía a mi mamá
viva, que me apoyaba bastante, fue complicado mantener la estabilidad de la familia, garantizar
que los niños fueran a la escuela y que todo estuviera hecho en la casa. Llegaba y no había electricidad, la mayoría de las veces. Otras, faltaba el agua. Fue muy estresante.
Luego, para no dejar de tener conflictos familiares, a mi mamá le dieron dos infartos cerebrales en 1997 y 1998. Quedó inválida y yo me convertí de hija en enfermera, en cuidadora a tiempo
En primera persona
161
completo. Y además, era dirigente administrativa y tenía que velar por mis hijos, que eran estudiantes. Los años 1998, 1999 y 2000 fueron muy fuertes.
A inicios de la década del 2000 me nombraron vice jefa de la ONE, sin haber resuelto los conflictos familiares. En algo mejoré al asumir el cargo: me asignaron un carro donde podía llevar a
mi mamá al hospital, moverme más rápido si pasaba cualquier cosa. Pero por aquellos días yo
sumaba tres y cuatro jornadas laborales diarias. Lo otro positivo fue que, desde la posición de
jefa, pude influir en que se modificaran poco a poco estilos de dirección muy masculinos, sobre
todo en relación con horarios de reuniones y esas cosas.
Si algo he lamentado siempre, desde el punto de vista profesional, fue que no pude hacer un
doctorado, una maestría. Mi formación estadística ha sido de pura práctica; de mucho sacrificio
desde el punto de vista de la preparación autodidacta y personal.
En esa época también pasaste por otro golpe muy duro, ¿no?
La crisis del período especial1 tuvo para mí una repercusión doblemente fuerte. El padre de
mis hijos, mi esposo, decidió irse del país alrededor de 1994. Yo me quedé aquí con mis responsabilidades, de madre y de hija, porque mi mamá enfermó. Seguí luchando por mantener todas
estas cosas, pero me quedé sola.
Siempre traté de que mis hijos no se traumatizaran con eso; prioricé su salud mental en busca
de que, con el tiempo, ellos mismos, con su formación, pudieran entender y llegar a conclusiones.
La emigración tiene una huella en la vida de los cubanos en general, con diferentes matices
según el caso, y yo no fui excluida de ese proceso. Pero decidí no deprimirme. No tomé pastillas,
no fui al psiquiatra; pensé que ni las pastillas ni el psiquiatra me iban a resolver el problema porque, cuando pasara el efecto, todo iba a seguir igual. Opté por seguir trabajando.
Le he dado mucha importancia a mantener una familia organizada, a tratar de ser ejemplo
para esa familia, a pesar de saber que hay muchas cosas que no son perfectas. He trabajado en
la familia por crear valores, a mis hijos y a hijas de mis amigos que he tenido cerca. Eso me ha
servido muchísimo porque, cuando tú ves cosas muy difíciles, que no entiendes, que no aceptas,
tener una formación sólida de valores y principios te permite seguir adelante. Y creo que eso fue lo
que me permitió graduar a mis dos hijos: la mayor se hizo diseñadora informacional y el segundo
ingeniero eléctrico. Los dos son militantes de la UJC, jóvenes normales de este país, y creo que esto
es un aporte que uno le hace a la sociedad: dar hijos que puedan seguir ayudando al desarrollo.
Entonces, ¿fue tu propia experiencia lo que te llevó a buscar los indicadores de género en las estadísticas?
Más o menos. Realmente me atrajo la posibilidad de reflejar, mediante los números, realidades de la cotidianidad de las mujeres cubanas que no siempre eran visibles. Esas tres o cuatro
jornadas de trabajo que puede tener una mujer no se entienden hasta que no se pasa por ellas.
No se entiende incluso hasta por las mismas mujeres.
Yo tuve directoras que no habían pasado por situaciones como esas y no entendían de horarios flexibles, de llegadas tardes.
Una de mis primeras experiencias en ese sentido fue un trabajo que hicimos a fines de los
ochenta, con la Federación de Mujeres Cubanas, haciendo una evaluación de cómo venía comportándose en el país el cumplimiento de las estrategias de la Conferencia Mundial de la Mujer
de Nairobi, de 1985. Ahí empezamos ya a pensar en hacer una publicación con cifras de mujeres,
bajo el enfoque que existía en aquella época de ver a las mujeres en el contexto del desarrollo, o
sea, se veía cómo evolucionaban las mujeres y cómo lo hacían las políticas para ellas. Hicimos
una publicación sobre mujeres en cifras en aquel momento.
1
Nombre con el cual se identifica la severa crisis económica iniciada en Cuba en la pasada década de los noventa.
162
En primera persona
Pero los indicadores de género, o las estadísticas que de alguna manera reflejan las relaciones de género, no suelen tener un seguimiento sistemático.
Para conseguir eso es necesario que las metodologías sean comparables. Hace unos años,
cuando se hablaba del tema de las mujeres de forma aislada, lo que se buscaba era información
de datos que estuvieran relacionados con las mujeres: mortalidad materna, embarazo adolescente, fecundidad adolescente, abortos. O sea, se veía mucho desde el punto de vista de la mujer
como procreadora, como la que tiene los hijos.Todo iba dirigido, solamente, hacia los problemas
de las mujeres.
Ya entre 1997 y 1999 comenzamos a trabajar estadísticas más completas, que incluían el
tema de género dentro de los indicadores. Hubo un movimiento muy fuerte, posterior a la Conferencia de Beijing en 1995, donde se logró un acuerdo que menciona la necesidad de indicadores
medibles para hacer visible toda la problemática de la mujer comparada con la del hombre. Nosotros nos incorporamos a ese tipo de medición, que realmente fue súper interesante, porque a
la vez que tienes información puedes proyectarte en políticas, evaluarlas, monitorearlas; puedes
hacer estrategias porque sabes hacia dónde te quieres dirigir.
Intentando una mirada hacia atrás, trabajé junto a la FMC en la búsqueda de datos comparativos, reconstruyendo información de indicadores de las mujeres, incluso de antes de 1959. Se
lograron indicadores comparables de empleo, sobre todo; de educación. Yo inicié ese trabajo en
la ONE, luego me fui de la Oficina, pero estuve un mes con la FMC dejando toda la base de datos
preparada. Pienso que ya debe estar en fase de culminación.
¿Y después de la ONE?
Sigo trabajando los temas de género. Ya no estoy en la ONE, pero me gusta mucho la medición que permita hacer visible la problemática de las mujeres, y sensibilizar sobre ella.
He tenido la posibilidad de trabajarlos no solo en Cuba, sino a nivel regional, en América
Latina. De experiencias como esas nació la Encuesta sobre el Uso del Tiempo, una metodología
que se utilizó en México después. Creo que a la FMC y al Centro de Estudios de la Mujer les sirvió
para ver diferencias entre las propias mujeres: cómo la rural distribuye su tiempo, pero también
cómo lo hace la urbana; independientemente del nivel escolar. Fue muy gráfico para ilustrar qué
representa el trabajo doméstico en cuanto al tiempo en la vida de las mujeres.
He trabajado con el Fondo de Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) en la región latinoamericana, en la construcción de indicadores de este tipo; también en 2007 participé de una
consultoría con una agencia española de cooperación en Colombia, buscando la información
necesaria para construir indicadores que midieran el tema de género en tres municipios de ese
país: Pastos, Bogotá y Medellín.
Imparto clases en coordinación con la Cátedra de la Mujer de la Universidad de la Habana,
no tanto enseñando los cálculos, sino cómo interpretar los indicadores y saberlos utilizar. Es importante aprender cómo usar un indicador estadístico para que diga cosas, para cuestionarse
cosas. Como cubanas, nosotras tenemos muchos logros que otros países están por alcanzar, pero
esos mismos logros son nuevos desafíos y eso hay que decirlo. Las estadísticas, en ese camino,
pueden ser de mucha ayuda.
En primera persona
163
Mercedes Ramírez:
Desde el otro lado del lente
Yo soy fotógrafa
Por Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Cuando tenía 10 años, le regalaron una cámara de juguete. Se pasaba el día caminando
por el pueblo sobre una carriola, haciéndose la que lo retrataba todo. Mucho tiempo después volvió a las andadas, solo que entonces lo hizo con una cámara fotográfica de verdad.
De San Luis, en la oriental provincia de Santiago de Cuba, llegó a La Habana y trabajó
por varios años en el Ministerio del Interior. Un día entró a un laboratorio fotográfico y el
viejo sueño regresó. Alguien le vio cierto brillo en los ojos y le dio facilidades para aprender
el misterio que esconden los rollos y los cuartos oscuros.
Para estar más cerca de su hija, decidió dejar la vida militar. En octubre de 1973 comenzó
a trabajar en la revista Romances, que luego se convirtió en Mujeres. Así nació la fotógrafa
Mercedes Ramírez. Sin embargo, recuerda ahora, con el nuevo oficio sucedió todo lo contrario a lo que había planeado: tuvo menos tiempo para estar con los suyos y muchas más salidas hacia las diferentes provincias cubanas. Por fortuna, contó con el respaldo de su madre,
quien cubría sus ausencias en el cuidado de la pequeña.
“Cuando estaba fuera, me entraba la nostalgia por mi hija, me preguntaba qué estaría
haciendo, me daba por comprarle juguetes y chocolates. Sin el apoyo de mi mamá, no lo
hubiera podido hacer. Cuando mi madre murió, ya mi hija tenía 19 años”, precisa.
“El tiempo se me fue volando, a veces me parece que fueron 10 ó 12 años, cuando en
realidad fueron 32, desde el 28 de octubre de 1973 hasta mayo de 2005”, dice.
164
En primera persona
Sentido y sensibilidad
Mercedes Ramírez fue, por muchos años, fotógrafa de prensa en la revista Mujeres. Hizo
de todo: desde recibimientos a muchas personalidades de visita en el país hasta reportajes
en los más intrincados parajes de la isla. “El fotógrafo crea una sensibilidad, por lo que nunca
más deja su oficio. Se puede enseñar a tirar en un día; pero a percibir, a entrar en el ambiente,
no”, dice convencida.
“El viejo Salas1 decía que un cinco por ciento de la fotografía estaba en la tecnica y que
el resto iba por la creatividad del fotógrafo. La primera, se aprende rápido; pero a elaborar y
crear, no tanto; ese es un proceso del individuo, que luego este va reflejando en su trabajo”,
señala.
“Trabajaba en cualquier situación; lo mismo a campo abierto que en una mina, pero
con la luz del ambiente, la natural. La realidad tiene tonos, medios tonos, luces y sombras, y
me adapté a trabajar así. Ahora, con las cámaras digitales, hago igual”, explica. “Todos esos
aprendizajes se obtienen con años de experiencia. Tuve la ventaja, también, de que trabajé
con personas muy experimentadas, que me enseñaron los primeros planos, cómo centrarme
en la persona y olvidarme de los espacios del entorno. Todo eso lo proporciona la experiencia, no lo enseña una escuela”, dice.
De Mujeres y sus largos años de fotorreportera, recuerda la importancia del dúo que se
arma entre periodista y fotógrafo. “El trabajo era el mismo para ambos; éramos una sola mente. Si no, no funcionaba y, al final, faltaba algo: un detalle, una imagen”, precisa. “El trabajo
del periodista y del fotógrafo es como el del psicólogo: permite ir a todos los estratos de la
sociedad, desde los marginales hasta el universo científico y de las grandes personalidades.
Yo tenía una táctica con la entrevista: me sentaba a distancia, pero me gustaba escuchar. Era
una vida que ibas a conocer, diferentes facetas de otra persona. Cuando el entrevistado se
olvidaba de mí, entonces yo hacía la foto”, explica.
“Algunas veces, cuando se hacía el cómputo de los resultados, yo tenía más de 500 trabajos y me preguntaba cómo había hecho tanto. Pero es que estaba sola en la redacción o los
más viejos me dejaban que asumiera el trabajo”, dice.
Una profesión llena de sustos
En sus 30 años de ejercicio profesional en la prensa cubana, no pocas veces Mercedes
estuvo al filo de la muerte, según relata. Algunas de sus anécdotas provocan un calambre
frío por la espalda.
“Pasé grandes sustos. Una vez, en Girón, en la costa sur de la occidental provincia de
Matanzas, le pedí al director de una escuela que me indicara el lugar más alto para subirme y
hacer una foto panorámica. Me señaló una torre de barras de acero, donde había un tanque
de agua. Al principio pensé que era una broma, pero el hombre hablaba en serio. Decidí no
amedrentarme y me coloqué las cámaras a la espalda para poder sostenerme mejor. Era una
altura como de un edificio de cuatro plantas y, como era frente al mar, el metal estaba oxidado. Sentí cómo se partió un escalón. Cuando llegué arriba, las manos me temblaban, medí la
altura con la vista y, a la pregunta de ¿ahora cómo bajo?, me respondí: dale, que aquí no va
a venir a buscarte nadie”. Una vez abajo, el director le comentó: “disculpe, pero yo no pensé
que usted lo fuera a hacer”.
Otro día, en la refinería de petróleo de Cienfuegos, la llevaron a unas torres nuevas, anchas abajo y que se iban estrechando hacia arriba, “como la torre Eiffel, con la escalera por
dentro”. Esta vez no iba sola, la acompañaba el chofer. “Cuando llegamos arriba, la torre se
inclinó hacia un lado. Nos pusimos nerviosos; el chofer me decía que no me parara en su
1
Roberto Salas, reconocido fotógrafo cubano.
En primera persona
165
misma dirección para poder hacer contrapeso. Aquello se quedó como una bailarina con
la pierna levantada. Resultó que los tornillos estaban presentados, pero no apretados”, dice
ahora, entre risas.
“Así es la vida del fotorreportero”, confiesa Mercedes. “Pero como se convierte en algo
cotidiano, pierdes el miedo. Recuerdo ahora las locuras que hacía, pero era algo que uno
emprendía sin temor, porque sabía que lo tenía que hacer. Era algo fascinante”, sostiene.
“Me fui de la revista cuando más experiencia había acumulado, pero tenía una gran presión con el déficit del transporte en el país, que me dificultaba mucho moverme hacia el
trabajo. Si no hubiera sido por eso, me habría quedado, porque me sentía bien para hacerlo”,
dice, con cierta nostalgia.
Ser mujer
Ser mujer le aportó mucho a su desempeño detrás del lente. “La mujer es madre, aunque
no tenga hijos; tiene ese sentimiento. Tengo fotos de niños que me encantan, porque veo
en cada uno algo bello. La mujer tiene más lirismo, más poesía; el hombre sí puede ser muy
técnico, pero menos poético”, considera ella.
“Me tocó vivir una etapa de tránsito, de cambios. Cuando aparecí en el teatro de la Central de Trabajadores de Cuba para tomar fotos en un congreso, los hombres se hicieron a
un lado y empezaron a cuchichear: `¿y esta de dónde salió?, ¿quién es?, ¿y esta intrusa?´.
Después se hicieron mis amigos.
“El de la fotografía es un campo donde los hombres ha dominado siempre y no sé por
qué la mujer no entra más, pues en el mundo entero hay fotorreporteras muy buenas. El problema es que ellas son independientes, buscan su propio trabajo, se asocian a una agencia y
no tienen que estar en la plantilla de una publicación, ni tener un hombre de jefe”, comenta.
“Si yo hubiera centrado el interés en la opinión de los demás, no hubiera podido vivir ni
trabajar, y lo que yo tenía por delante era muy grande, estaba obligada a enfocar mi atención
en eso. Para cumplir con el objetivo que tenía en mis manos, no podría estar pensando en
lo que los demás opinaran. ¿Cómo iba a detenerme a pensar si los hombres estaban o no
de acuerdo?”.
De rollo a la era digital
Entre los cambios que ha vivido Mercedes en su profesión, está el giro de las fotos en
blanco y negro sobre papel y las cámaras analógicas a la fotografía digital. A su juicio, para
la prensa es una maravilla, porque el proceso de información ha ganado en rapidez. Antes
había que entrar al laboratorio y, si no había luz o agua, eso determinaba el trabajo. Ahora
una foto se envía por correo electrónico desde un salón de prensa y ya, en minutos está
circulando.
Sin embargo, es de las que piensa que “en el trabajo artístico de la fotografía, el arte está
en un laboratorio fotográfico. Puede hacerse arte digital, pero no es lo mismo un negativo
blanco y negro, que quitarle el color a la imagen tomada por una cámara digital. El negativo
tiene el claro-oscuro, con su maravilla de grises, y puedes jugar con eso. Eso es lo que haces
en un laboratorio, difuminando la luz. Vives la emoción de tirar la foto en la cubeta y ver
cómo aparecen las imágenes.”
Aunque estuvo mucho tiempo concentrada en el trabajo para la prensa, Mrecedes también participó de exposiciones colectivas. No pocos de sus negativos se perdieron en el camino, algo que ella lamenta mucho. “Una vez, en Baracoa, en el extremo oriental de Cuba, le
hice una foto a una mujer de 102 años. Ella había tenido un marido español y uno mambí2.
Su rostro estaba repleto de grietas, como la tierra de África, y sus ojos brillaban, parecían lám-
En primera persona
166
paras. Un día, desde un ómnibus, vi aquella foto en una exposición y sabía que era mía, pero
cuando fui a buscar los negativos al archivo, ya no estaban”. Otras muchas tomas, digitales,
han corrido la mala suerte de perderse por virus en las máquinas. Pero Mercedes Ramírez recuerda momentos, historias, personas, lugares y sentimientos, con su proverbial sensibilidad
y la percepción que le dieron más de tres décadas detrás del lente.
Así y todo, algunos sueños fotográficos pendientes la siguen rondando: “capturar la naturaleza, los ríos y un mercado indígena, con esos colores y tanta gente que algunos ojos ven
como algo sin interés, pero que están llenos de magia”.
2
Nombre
española.
con el cual se denomina a quienes lucharon en el siglo
XIX
por la independencia de
Cuba
de la metrópoli
En primera persona
167
Mariana Ramírez Corría:
Mi personaje inolvidable
Yo soy actriz y periodista
Por: Dixie Edith / Foto: Maya Pomares
Descendiente de españoles y criollos orientales, patriotas de pura cepa; de maestras,
artistas y científicos, Mariana Ramírez-Corría Garriga, hija del neurocirujano Carlos Manuel
Ramírez Corría y de Catalina Garriga Iser, nació en pleno corazón del Vedado capitalino, el 8
de octubre de 1936; aunque en su inscripción legal aparece el 27 de octubre, porque, al decir
de ella misma, “fue la fecha en que me inscribieron y así eran las cosas por aquella época”.
Una cuenta rápida de los años que suma hoy esta mujer, contrasta con la multiplicidad
de labores a que se ha dedicado en su vida: colaboradora de un científico, periodista, actriz,
cantante, maestra, combatiente, escritora de radio y televisión, madre de cuatro hijos, por
solo citar algunas, evidencia, desde las primeras palabras, que una entrevista no es espacio
suficiente para contar esa historia.
Pero, además, despierta una interrogante. ¿En qué tiempo ha podido aprender y hacer tanto? ¿Cómo se las ha arreglado? Una parte de la respuesta se explica por su carácter.
Decidida, inquieta y hasta temeraria en ocasiones, Mariana ha organizado sus días —y sus
noches—, y ha hecho un tiempo para todo. Hubo momentos de su vida, incluso, en que
laboraba en cuatro o cinco empleos a la vez. Lo del aprendizaje ha sido un proceso continuo,
casi natural, iniciado prácticamente en la cuna.
Educada en un hogar donde se reunían a conversar o intercambiar muchas de las personalidades de la intelectualidad de su época, conoció desde muy pequeña, entre otros, al
168
En primera persona
pintor René Portocarrero y los Aguirre (Sergio, Mirta y Yolanda)1; a los dominicanos Juan Bosh
y los Henríquez Ureña; a los científicos y diplomáticos de la familia Roa Kourí; a la ceramista
y pintora Amelia Peláez; al escultor Sandú Darié, al caricaturista Juan David y al lingüista e
investigador Salvador Bueno. Les llamaba tíos e iba asimilando conocimientos sin apenas
darse cuenta.
Para mí era lo más normal del mundo. Me empecé a dar cuenta realmente de lo que significaba cuando entré a la Universidad y en las aulas fui alumna de muchas de aquellas personas. Eso,
por un lado, es maravilloso, pero por otro te compromete.
Con Salvador Bueno, por ejemplo, me gustaba hablar de la literatura cubana del siglo XIX, en
un balance, con los pies encaramados. Fernando Ortiz nos visitaba y aquello era lo más normal
de la vida. Escuché hablar de transculturación desde que tenía 11 años y luego me empaté con la
palabra en los libros de la Universidad.
A Albert Sabin, el hombre que descubrió la vacuna de la Polio, lo conocí cuando yo tenía 9 ó
10 años. Él venía a trabajar al laboratorio de papi, que era neurocirujano, y de mi tío Filiberto, que
era microbiólogo. Al cabo de los años, un día llegó a Cuba y pidió ir a mi casa. Lo trajeron aquí, por
supuesto, pero nadie entendió mucho el por qué. Él cuenta que descubrió la vacuna de la Polio
gracias a los Ramírez-Corría. Sabin estaba trabajando con el virus muerto y ellos le sugirieron que
lo hiciera con el virus vivo. Y así nació la vacuna.
Aunque tú no quieras, esas cosas te van metamorfoseando y, de pronto, un día descubres que
ves la vida de otra manera.
Cuando llegaste a la Universidad estudiabas Letras por las mañanas, pero trabajabas por la tarde en un hospital, una formación muy variada, desde muy joven…
Hice la primera enseñanza en un colegio de monjas ursulinas americanas, Merici Academy.
Las clases se daban por la mañana en inglés y por la tarde en francés. Cuando cumplí 15 años no
tuve una gran fiesta. Papi me trajo dos relojes de regalo: uno muy lindo y otro para el diario. Me
dijo: “mañana empiezas a trabajar”. Así, la Universidad y el trabajo empezaron para mí prácticamente a la vez.
Hubo que pedir un permiso especial para mi ingreso en la Universidad de Villanueva, porque
no se podía entrar sin tener 17 años, y yo iba a cumplir 16, pero finalmente entré para hacer un
Bachelor of Arts en inglés, español y francés. Como los estudios eran por créditos, al estilo de las
universidades europeas, tenía muchos espacios libres y matriculé otras asignaturas no obligatorias, pero que ampliaron mi espectro; entre ellas Biología y Estadística. Salía a la una de la tarde,
iba a mi casa, me bañaba, me vestía y me iba para el hospital con mi papá.
Nunca dejé de trabajar con él. Cuando los años fueron pasando, compartía ese trabajo con
papi con las otras labores que iban apareciendo: la televisión, las tareas en Bienestar Social, Museo de Bellas Artes, Fondo de Bienes Culturales, el canto, la actuación, el periodismo. Era su secretaria particular; yo era quien le transcribía todo, inyectaba, preparaba medicamentos. Él me
daba a leer lo que escribía y, si yo no entendía, lo rompía: “si tú no lo entendiste es porque no sirve,
yo lo hice para gente como tú, que no sabe nada de Medicina”, me decía. Era una escuela diaria.
También fui maestra. Cuando me gradué en Villanueva, regresé al colegio donde me eduqué
a impartir clases en Kindergarten y séptimo grado por las mañanas, durante cinco años.
¿Cuándo comenzaste a cantar, a tocar el piano, a actuar?
El piano lo estudié desde los cinco o los seis años, con Nereida Suárez, una profesora adscrita
al conservatorio de César Pérez Sentenat. Después de muchos años, cuando me dediqué a cantar
música cubana de concierto, Pérez Sentenat, compositor cubano de fama internacional, me dedicó una canción con el poema de Martí “Mi pequeñuelo”. En la dedicatoria decía: “…para aliviar
1
Sergio, Mirta y Yolanda Aguirre, intelectuales y escritores cubanos de la primera mitad del siglo XX.
En primera persona
169
los cocotazos de antaño”. El problema es que él me daba cocotazos porque yo tocaba de oído, sin
leer la partitura.
A cantar comencé estando en la Universidad, con un compañero de clases. Un día, en mi
casa, tocando el piano y cantando un dúo de La Travista, llegó mi papá. Cuando terminamos, me
dijo: “si vas a cantar, ¿por qué no lo haces bien?”. Le preguntó a Luis si conocía alguna academia
de canto y así terminé de alumna en la academia italiana Farelli Bovi, donde estuve todo un año
solo vocalizando, para colocarme la voz. Allí aprendí a cantar debidamente y también a hablar
italiano, porque era el único idioma que se escuchaba en la academia.
¿Y fue gracias al canto que conociste a quien luego fue tu esposo, Raúl Díaz Argüelles2?
Eso fue en la embajada de Brasil en Cuba. Tenía una buena amistad con los embajadores
y allí cantaba a diario con mi guitarra. Fue una historia de novela. Ya estaba andando la lucha
insurreccional contra Batista3 y él se había refugiado en la embajada tras una acción clandestina. Un día llegué y Virginia, la embajadora, me dijo: “ven, que te tengo un novio”. Y ahí apareció
Raúl con su bastón y su pierna enyesada. Así empecé a involucrarme no solo con él, sino con la
insurrección. Comencé a participar en acciones del Directorio Revolucionario4 y coincidí con mi
amiga Natalia Bolívar Aróstegui5.
Mi papá también estaba involucrado, por su lado, con un grupo de muchachos del Movimiento 26 de Julio, pero yo no lo sabía. Un día salí de mi casa a las cinco de la mañana, con Natalia, a cumplir una misión del Directorio. Mi mamá se atacó y llamó a papi. Cuando yo regresé, él
estaba en la casa esperándome y pidió hablar a solas conmigo. Me preguntó con quién trabajaba
y luego me dijo: “bueno, si te hace falta algo, me llamas”. A mi mamá le dijo: “ya nos pusimos de
acuerdo”.
Después de casada, ¿cómo fue la relación entre la vida doméstica y el trabajo, el
esposo, los niños…?
El 4 de enero de 1959 me fui con mi papá para la Universidad, a esperar a que llegaran las
tropas del Directorio. Con ellos llegó Raúl. Nos casamos el 14 de febrero de ese año.
Las cosas fueron difíciles. Él se enamoró de mí viéndome cantar, pero no le gustaba que yo
sobresaliera mucho. El machismo en aquella época era muy fuerte. Realmente nunca encajamos
mucho en esa zona de la vida, porque yo era muy independiente, tenía mi carro y salía a trabajar.
También me ocupaba de las niñas, que nacieron en 1959, 1960 y 1962. Las eduqué gracias a la
santa de mi madre, que me ayudó mucho. Yo las llevaba para el colegio por las mañanas y mi
mamá las recogía por la tarde. Siempre procuraba estar a la hora de acostarlas a dormir para
poder conversar con ellas, hablarles, que supieran que yo estaba ahí.
En 1968 me divorcié y me volví a casar poco después con Oscar Luis Morejón6. En 1972 nació mi hijo varón, Carlos Manuel. Seguí trabajando en el Instituto Cubano de Radio y Televisión
(ICRT), dirigiendo, escribiendo, actuando y cantando. Y, por supuesto, las horas de trabajo con
mi papá eran sagradas. Raúl murió en 1975 (ese mismo año me divorcié de Morejón). Mi papá
falleció en 1977, en un accidente automovilístico. Me sentí muy sola”.
2
Combatiente que integró las filas del Directorio Revolucionario y se sumó al Ejercito Rebelde. En 1975 cae combatienAngola, donde dirigía las tropas cubanas durante las luchas de liberación.
3
Fulgencio Batista y Zaldívar (1901-1973). Presidente de Cuba entre 1940-1944. En 1952 volvió al poder por la vía
de un golpe de estado y desató una cruel dictadura, derrocada por Fidel Castro en 1959.
4
Organización estudiantil universitaria nacida del enfrentamiento a la dictadura militar de Fulgencio Batista.
5
Historiadora y etnóloga cubana. Ver entrevista en página 71 de este libro.
6
Productor y escritor de la radio en Cuba.
to en
170
En primera persona
Ser mujer no fue un problema para superarte ni para comenzar a trabajar muy joven, pero sí después de casada...
Antes de casarme nunca sentí discriminación por ser mujer. Me crié en un ambiente donde se
respetaba a las mujeres y las había brillantes. Empecé a chocar con el machismo cuando me casé
con Raúl. A él lo apoyaba su familia y sus compañeros en aquello de que la mujer era para la casa:
a limpiar, fregar, cocinar, a cuidar muchachos; y el hombre para la calle. Yo, rebelándome”.
¿Y en el ambiente profesional?
En el ambiente profesional tuve problemas ya por los años ochenta, pero sobre todo de acoso. Me costó perder programas de televisión que estaba haciendo por no aceptar el acoso, sufrí
mucho en ese sentido. La actriz María de los Ángeles Santana7—mami para mí— me apoyó y me
defendió siempre, pero fue difícil.
Guardo muy buenos recuerdos, sin embargo, de la época en que hacía la Revista de la Mañana8 con Eddy Martín9. Fue una relación increíble. No nos conocíamos cuando empezamos a
hacer el programa, pero funcionó muy bien. El ser periodista me ayudó mucho. Tuve que cruzar
muchos puentes, algunos muy conflictivos, momentos muy espinosos, pero lo que nunca se cuestionó fue mi capacidad profesional. Eddy era autodidacta y un lector incansable.
Con el periodismo sigues hasta hoy, pero ¿cómo llegaste a él?
Siempre me gustó escribir. Ya en la Universidad de Villanueva redactaba y editaba las Memorias y el periódico estudiantil, junto a otro estudiante: así empecé a escribir historias, reportajes,
entrevistas. Años más tarde, en 1966, en uno de los viajes que hice con mi papá, fuimos a un
congreso a Sydney, Australia, y a mi regreso comencé a escribir crónicas de viajes para el periódico El Mundo, que aún existía. También había estado escribiendo en el periódico Combate, del
Directorio Revolucionario.
Cuando entré a la Universidad de La Habana a estudiar Historia del Arte, mi esposo, el papá
de mi hijo Carlos Manuel, matriculó periodismo y yo me sentaba en sus clases; así empecé a estudiar. Luego, la doctora Otilia de la Cueva me inculcó la disciplina de la redacción y la edición.
Desde entonces leo los libros con un lápiz en la mano. ¡Cómo encuentro errores! Me chocan las
comas mal puestas, me molestan.
En 1978, el ICRT se preparaba para la cobertura de la Sexta Cumbre del Movimiento de Países
No Alineados (NOAL), que sería en La Habana, y estaban buscando personas que hablaran diversos idiomas y pudieran hacer las conexiones de TV vía satélite. Yo no sabía nada de satélites, tuve
que pasar un curso de un mes para entrenarme en el Ministerio de Comunicaciones, directamente. De esa experiencia surgió mi trabajo de 28 años con la agencia ABC News.
Mi entrada a la agencia de noticias Servicio Especial de la Mujer (SEM) fue prácticamente
una casualidad. En los años ochenta vino a Cuba una colega costarricense, Rosa Maria Echenique, buscando una periodista mujer para un proyecto de Inter Press Service (IPS) y la Oficina de
Información de la Mujer (OIM). Buscaban una cubana que pudiera escribir in situ de su realidad
social, económica y política. Yo me ofrecí y comencé. Me gustó muchísimo esa posibilidad, desde mi visión de género, aunque entonces no le llamaban así. La primera reunión de lo que fue
SEMLA se realizó en Costa Rica, en 1988, y allí conocí a muchas de las actuales corresponsales de
SEMlac: la mexicana Sara Lovera, la uruguaya Cristina Canoura, la peruana Julia Vicuña, entre
otras que durante años se han mantenido comprometidas con el enfoque de género desde el periodismo en Latinoamérica. Aquello me gustó todavía más. Con los días, SEMLA pasó a ser SEM y
la historia nos trajo hasta la SEMlac de hoy.
7
Actriz y cantante cubana. Ver entrevista en página 189 de este libro.
Revista informativa matutina de la televisión cubana. Se transmitió en la pasada década del ochenta por el canal Tele
Rebelde.
9
Periodista y narrador deportivo cubano, nacido el 14 de junio de 1929 y fallecido el 15 de agosto de 2007.
8
En primera persona
171
Periodista, cantante, actriz, maestra…, entre tantas cosas que has hecho, ¿cómo te
gustaría definirte?
Como católica, martiana, detesto la mentira y el rencor, amo el trabajo social y soy una lectora empedernida. Adoro a mis hijos y mis nietos y, hoy por hoy, son mi razón de levantarme cada
día con una sonrisa.
Las cartas que mi papá me escribía cuando yo salía de viaje son increíbles. Hay una que empieza: “acabo de descubrir que no te extraño nada, porque estás en todo lo que me rodea”. Que
mi padre me dijera eso fue impactante. No recuerdo un solo día sin haber visto a mi padre. En él
siempre encontré al amigo, al compañero, al cómplice. Fue mi personaje inolvidable. Todo lo que
soy se lo debo a él y, como él, quiero seguir trabajando hasta que me tenga que despedir.
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En primera persona
Elena Joa Miró:
Más de medio siglo con el bisturí
Yo soy oftalmóloga cirujana
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Su consulta está llena siempre. Hay niños y niñas, también adultos. Prefiere prescindir de
la bata blanca de médica, pues cree que así sus pequeños pacientes la ven como una amiga,
no se asustan y puede establecer una mejor comunicación con sus familias.
Es la primera en llegar al policlínico Pedro Borrás Astorga, en la capital cubana, pues
sabe que muchos viajan hasta allí desde muy lejos para ir a su consulta. Varias veces a la
semana, cuando termina, también atiende a otros pacientes en el Centro de Retinosis Pigmentaria. Pese a sus 72 años, la doctora Elena Joa Miró sigue operando. No es de extrañar
entonces que antiguos pacientes, que ya tienen hijos y hasta nietos, al escuchar sobre su
consulta, pregunten algo asombrados: “¿y todavía está Joa?”
Nació en Santiago de Cuba un 14 de noviembre de 1936 e hizo estudios primarios en la
escuela episcopal San Lucas. Los dos primeros años del bachillerato los cursó en el colegio
El Salvador y luego terminó el bachillerato en ciencias, en la única institución de su tipo que
existía entonces en su ciudad natal.
Su relato es preciso: “en aquella época, si aspirabas a profesor o a cualquier cargo por
oposición, tenías que estudiar alguna otra especialidad. Estudié agrimensor y perito tasador
de tierras, porque me gustaban mucho las matemáticas”. Asegura que estudió Medicina, tal
vez, por llevarle la contraria a su padre. “Era chino y decía que las mujeres no debían estudiar
y menos Medicina, que en China las mujeres no eran médicas”.
En primera persona
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Como la única escuela de Medicina que existía en Cuba estaba en La Habana, la carrera
era costosa, “porque uno debía trasladarse a la capital, costearse la matrícula en la Universidad, pagar una casa de huéspedes, los libros y hasta los repasadores”, detalla.
“Eran muchos gastos y, por supuesto, mi papá estaba negado a que me hiciera doctora.
Mi mamá, que era maestra, asumió el costo de los estudios. Hasta ahí todo iba bien, pero
hubo otro impedimento”, recuerda. “Como no existía entonces la residencia médica, si una
no era hijo o familia de algún doctor, que podía entrenarte y adentrarte en la práctica, tenía
que buscarse a alguien que le diera la oportunidad de cargarle el maletín, de trabajar sin
ganar nada, a cambio del conocimiento.
“Tuve la oportunidad: un oftalmólogo santiaguero, el más eminente en aquella época,
Edilberto Bravo Angulo, me fue introduciendo en la especialidad”, explica. Por eso le gusta
decir que es oftalmóloga por necesidad, porque era esa y no otra la especialidad del doctor
que le permitió acompañarla en su práctica médica.
En 1956, el 30 de noviembre, debido a la incorporación del movimiento estudiantil al
proceso insurreccional para derrocar al gobierno de turno, cerraron la Universidad y Joa
Miró regresó a Santiago de Cuba, donde siguió practicando la oftalmología ya de manera
más consecuente. “Realicé mi primera operación el 2 de mayo de 1957, siendo aun alumna
de Medicina”, dice con orgullo.
Un giro
Había participado junto a su familia en la lucha contra el entonces gobernante Fulgencio
Batista, quien llegó al poder mediante un golpe de estado, y había estado entre los estudiantes que el 10 de marzo de 1952 fueron a pedir armas al Cuartel Moncada para enfrentarse al
dictador que había usurpado el poder. También había tomado parte en las luchas estudiantiles en La Habana.
“Por diversas causas, cayeron presas mi mamá y mi hermana; yo me salvé porque estaba
en la consulta. Cuando se pudo solucionar este problema, fui enviada a París, donde continué mis estudios de Medicina hasta que regresé a La Habana y me reincorporé a mi carrera,
que concluí en 1964. Entonces los estudios duraban seis años”, detalla.
De aquella estancia en Francia, recuerda las oportunidades que tuvo de poder asistir a
museos, conciertos, exposiciones de los grandes artistas de la plástica
Una vez graduada, fue designada a Santiago de Cuba, a hacer el servicio médico social,
donde participó en el plan Santiago para abrir la docencia y la asistencia de la especialidad. Luego regresó a La Habana, donde nuevamente, por obra y gracia de la causalidad,
se hizo oftalmóloga pediatra. “El profesor checo Milos Clima vino a Cuba a impartir unos
cursos, básicamente de estrabismo, glaucoma y cataratas. Además de su idioma, el profesor
hablaba inglés y francés, por lo que me pidieron que hiciera de intérprete. Así, por casualidad, me adentré en esa especialidad y soy oftalmóloga pediatra, porque hasta ese momento
los oftalmólogos tratábamos todo, lo mismo niños que adultos, una mala costumbre que
mantengo”.
Una mujer distinta
En 1967, Joa Miró comenzó a trabajar en el policlínico Pedro Borrás Astorga, en la barriada del Vedado, en la capital cubana, donde continúa prestando servicios.
“En aquella época había bastantes mujeres médicas, pero eran fundamentalmente pediatras y ginecoobstetras. La de Medicina no era una carrera muy femenina. Hoy no: ahora
hay más mujeres que hombres y ellas generalmente obtienen las mejores calificaciones”, comenta la oftalmóloga.
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En primera persona
“Ser mujer no fue un obstáculo”, asegura. “Aunque soy diferente a muchas otras, siempre
he tomado mis decisiones y para adelante”, sostiene y reconoce que su esposo ha sido su mayor apoyo. “Ser mujer me aporta más comprensión y susceptibilidad para saber lo que siente
una madre cuando un hijo tiene un problema; eso ayuda en la comunicación con la familia. Y
como no uso bata, soy como una amiga que está ahí y puede resolver un problema”, explica.
“Mi esposo y yo estamos juntos desde tercer grado de primaria, estudiamos en el mismo
colegio. Me casé y tuve tres hijos, pero él me ha ayudado mucho. Desde que nació Lucy, la
primera de mis hijos, aprendió a cambiar pañales y a dar pomos de leche; yo me encerraba
a estudiar si tenía un examen y él cuidaba a los muchachos, les cocinaba, sin protestar y sin
complejos”, dice. “Hemos compartido las responsabilidades. Cuando yo tenía que operar al
día siguiente, temprano, no podía hacer fuerza y todo lo que fuera limpieza le tocaba a él.
Hemos tenido esa suerte, yo le respeto su trabajo y él me respeta el mío”, manifiesta.
“Yo tuve guardia durante 10 años, sola, en el hospital. Tengo el teléfono a mi lado, cerca
de la cama; cuando sonaba y me llamaban, yo salía a la una o dos de la madrugada, iba, operaba y regresaba. Él nunca cuestionó por qué yo salía, ni me celaba ni vigilaba la hora de mi
regreso. De lo contrario, no hubiera funcionado”, cree.
¿Y todavía está Joa?
Muchos ojos han pasado por delante de la doctora Joa, quien con igual habilidad mide
la presión ocular con los medios tradicionales que con los equipos modernos. “Estoy trabajando desde 1956, pero solo oficialmente desde 1963 tengo récord de lo que he visto y
atendido: creo haber operado a cerca de 25.000 niños y niñas”, dice mientras intenta alguna
estadística fiel.
“Hace poco fue a verme una muchacha que yo operé en 1968. Ella no se adapta a ningún
espejuelo y, como supo que yo seguía consultando, vino a verme y me dijo: ‘usted me operó
en 1968, pero yo necesito que usted me vea de nuevo’. Mis pacientes de otros tiempos son
hoy bailarines, médicos, cirujanos, personas de todas las profesiones. Me encuentro viejos
pacientes en Puerto Rico, en Chile, España, por donde quiera, con un cariño tremendo”.
Por eso la conmueve una anécdota relacionada con uno de sus hijos, entonces estudiante de preuniversitario que cumplía una etapa de labores agrícolas en San Luis, Pinar del Río, la
más occidental de las provincias cubanas. En el vecindario cercano al campamento estudiantil había varias personas que, en diferentes momentos, habían sido atendidas por la doctora
y supieron de la presencia allí de su hijo. “Un domingo, mientras estábamos de visita, vinieron
a verme decenas de personas, unas en coches, otras a caballo, y me dijeron: ‘todos somos padres de pacientes suyos. Desde ahora no tiene que preocuparse. Mientras su hijo esté aquí,
nada la faltara’. Así sucedió con ese y también con los otros dos”, recuerda.
Una convicción le ha permitido mantener una ética y línea de acción: “estar donde sientas que eres útil. Trabajar con niños y niñas significa velar por una salud visual que en el
futuro les permitirá ser y hacer lo que quieran”, dice.
En 1993 viajó a Zambia para prestar ayuda médica. “Fue una experiencia muy dolorosa
ver morir a personas de enfermedades perfectamente curables, como polio y meningo, o de
hambre; eso casi me enferma. Al igual que ver cómo la vida de un ser humano no vale nada y
que una mujer de 30 y pico de años ya es una anciana, por las condiciones en que ha vivido”,
recuerda.
También ha sido profesora de generaciones y por eso puede afirmar, con entero conocimiento, que antes era grande la resistencia a que las mujeres se hicieran oftalmólogas, con
alegatos y argumentos a los que se recurre todavía, algunas veces: que se ausentan mucho y
se complican por situaciones con los hijos, o llegan tarde con frecuencia, o no pueden estar
En primera persona
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disponibles siempre. “Cuando me defendí de esos absurdos, me dijeron que yo no tenía esos
problemas porque no era una mujer normal”, recuerda, aun sin entender qué le quisieron
decir entonces.
“Como profesora soy muy exigente, porque de ello depende la calidad del futuro médico,
la persona que más adelante me va a tratar a mí y a mis nietos”, asegura.
Con nitidez repasa su vida. Pese a los años transcurridos, están frescos aquellos días de
1967, cuando un niño quedó ciego como consecuencia de una enfermedad reumatológica.
A partir de ese momento, Elena y un grupo de colegas decidieron hacer reconocimientos
periódicos a todos los menores con ese padecimiento para evitar situaciones similares.
Esa es una de las razones por las que se mantiene operando: “le puedo cambiar el futuro
a mis pequeños pacientes. En problemas como estrabismo o párpados caídos, les puedo evitar traumas psicológicos, al resolver defectos aparentemente sólo estéticos, pero con otras
secuelas también”.
Le hubiera gustado saber pintar o interpretar algún instrumento musical, sobre todo el
violín, pero “las musas no me lo concedieron. La única habilidad que me dio la naturaleza es
la aptitud de mis manos para la cirugía y eso me ha permitido realizarme”.
En primera persona
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Carolina Aguilar:
Recuerdos de “la gaucha”
Yo soy maestra y periodista
Por Dixie Edith / Fotos: Randy Rodríguez Pagés
Carolina Aguilar Ayerra nació en la provincia de Entre Ríos1, casi en la frontera entre Argentina y la República Oriental del Uruguay, en una zona donde los límites territoriales no
están muy claros y las tierras son irrigadas por cuatro grandes ríos: el Paraná, el Uruguay, el
Guayquiraró y el Mocoretá. Pero ella llegó a Cuba, hace muchísimos años, por obra y gracia
de una historia de amor. “De amor a dos cosas: primero a un hombre que era cubano y, luego,
de amor a una causa, que fue lo que nos unió”, aclara.
Parte del actual Comité Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC)2, Carolina
recibió la Orden Ana Betancourt por su trabajo al lado de las cubanas, una labor que se imbrica con el nacimiento mismo de la organización a la que ha dedicado la mayor parte de
su vida.
“A Santiago Riera3, mi esposo, lo conocí en 1958. Entonces yo era maestra a orillas del río
Uruguay y el 30 de noviembre, al terminar las clases, me fui de vacaciones a Buenos Aires. Allí
1
Entre Ríos es una de las 23 provincias que componen la República Argentina. Limita al sur con la Provincia de Buenos
Aires, al oeste con la Provincia de Santa Fe, al norte con la Provincia de Corrientes y al este con la República Oriental
del Uruguay. La capital provincial es la ciudad de Paraná.
2
Única organización femenina en Cuba que agrupa a la mayoría de las mayores de 14 años, con una membresía que supera
los cuatro millones de mujeres.
3
Revolucionario cubano, miembro del movimiento 26 de Julio. Perseguido por los soldados de Fulgencio Batista, tuvo
que exiliarse en 1958 en la Argentina.
En primera persona
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vivía mi hermana mayor, enfermera, pero además, peronista y sindicalista. Un día, unos amigos me dicen que había llegado un cubano, revolucionario, en mal estado de salud. Había
sido torturado por los soldados de Batista4 y necesitaba asistencia médica. Me pidieron que
viera con mi hermana si se podía conseguir un hospital, médicos. ¡Imagínate!, para nosotros
conocer a un cubano, en aquel momento, enero de 1958, en medio de la lucha en la Sierra
Maestra, era como ver a un héroe de novela. Veíamos la revolución como una leyenda y cuando nos dicen que íbamos a conocer a un protagonista, de carne y hueso, que lo podíamos
tocar, que nos podía contar... Fue tremendo.
“Así me conecté con Cuba, aunque ya antes había leído “Nuestra América”, de José Martí;
sus trabajos en La Nación, de los periódicos de mayor ascendencia en el país, su correspondencia con Sarmiento, tan reveladora… Tenía el referente histórico. Con Santiago hubo
afinidad, comunicación fluida, simpatías comunes, toda una serie de cosas que, en definitiva,
a lo largo de un año, que fue lo que estuvo en Argentina, nos unió.
“Llegué a Cuba el 9 de marzo de 1959. De acuerdo con los años vividos aquí, soy más
cubana que argentina; por los sentimientos y las ideas, soy tan cubana como argentina; y, de
acuerdo con las ideas políticas, soy más cubana, que no quiere decir que no soy argentina.
Pero soy más cubana que nada en el mundo.”
¿Y cuando llegó, qué hizo?
Yo llegué para casarme aquí, pero Santiago todos los días me decía: “la semana que viene”.
Entonces él estaba trabajando con Fidel, organizando lo que luego se conoció como Operación
Verdad5, y no paraba. Se había consagrado en cuerpo y alma a la revolución, así que en los primeros tiempos yo no le veía ni el pelo.
Finalmente, la boda se fue aplazando. Por aquellos días, esa misma pregunta tuya, más o
menos, me la hizo el Che. Como yo traía la experiencia del movimiento peronista, le dije que iba
a trabajar por el adelanto de las mujeres. Y así tuve la oportunidad excepcional de ver nacer el
movimiento de mujeres en Cuba. Y, sobre todo, de conocer la realidad de primera mano. Para
mí todo fue una escuela: la Federación —de la que fui fundadora—, la revolución, Fidel. Tuve la
suerte excepcional de participar.
¿Qué recuerdos guarda de Vilma6?
Creo que Vilma fue la intérprete más creativa e instantánea de las ideas de Fidel. El otro día,
precisamente, estaba recordando el momento exacto en que la conocí. Fue en el mismo 1959; se
iba a dar una función de ballet con Alicia Alonso, y Aleida March y Lupe Velis me invitaron. Me
dijeron que Vilma se iba a reunir luego con algunas mujeres y que me la presentarían. Todavía
estaba impensada la concepción, el diseño de una organización, pero desde entonces nos estuvimos reuniendo hasta que se produjo en algún momento, en septiembre, el primer encuentro
de ese grupo con Fidel. Fue una reunión reflexiva, cada una expuso más o menos cómo veía el
problema de las mujeres cubanas.
También fueron momentos de acción. Por esos días, la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM) cursó una invitación a un seminario internacional que se iba a celebrar en
Chile, en noviembre de 1959. Logramos que fueran más de 60 mujeres, representativas de todas
las organizaciones, de toda la lucha. Fue la primera vez que la voz de las cubanas revolucionarias
se escuchó en América y fue Vilma, precisamente, quien llevó ese pensamiento.
4
Fulgencio Batista y Zaldívar (Banes, Cuba, 1901-Guadalmina, España, 1973), militar de carrera, encabezó el golpe de
Estado de 1952 que inauguró en Cuba la dictadura militar, derrocada el primero de enero de 1959.
5
Acción divulgativa organizada en La Habana, en 1959, a la que asistieron alrededor de 400 periodistas de todo el
mundo, a quienes se les ofreció información acerca de la dictadura batistiana y los objetivos de la naciente revolución.
6
Vilma Espín Guillois (Santiago de Cuba, 1930 – La Habana, 2007). Graduada de Ingeniería Química en la Universidad
de Oriente, desde muy joven tuvo una destacada participación en las luchas contra la dictadura batistiana. Al triunfo de
la revolución fundó la Federación de Mujeres Cubanas, organización desde la que impulsó importantes leyes a favor de
las mujeres y en la que trabajó hasta su fallecimiento. Fue esposa del actual presidente Raúl Castro.
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En primera persona
Ella tenía una sensibilidad tan especial que, a los cinco minutos de hablar con ella, ya le estabas contando tu vida. No he conocido a otra persona con una personalidad tan armoniosa,
tan auténtica. En lo particular, me ayudó mucho en lo referente a la lejanía de la familia. En los
momentos más dramáticos de mi vida, conté con su aliento y comprensión. Siempre sentí su apoyo. Jamás dejé de hablar hasta los asuntos más íntimos. Y así fue con otras compañeras. La hermandad, en Vilma, era algo consustancial con su sensibilidad. ¡Había que verla cuando tenía que
defender una idea, sobre todo, cuando se trataba de una injusticia cometida contra una mujer,
cualquiera, la más sencilla, en el último rincón de este país!
¿En medio de todo ese trabajo, cuándo se casó usted por fin?
El 15 de mayo de 1959. Luego, mis hijos nacieron en 1960, 1961 y 1964. Pero no dejé de trabajar. Entre 1960 y 1964 estuve en la dirección de la FMC de la provincia de La Habana, como
secretaria de educación y divulgación. Me tocó hacer muchos aprendizajes desde la base; crear la
Federación en localidades de la provincia de La Habana: Bauta, Caimito, Melena del Sur... Aprendí a escuchar los cuentos, a ver las necesidades de las mujeres, sus inquietudes. Fue como si recibiera, en pocos meses, un postgrado de Sociología de cinco años. Ya en 1964 pasé a la dirección
nacional de la FMC.
¿Nunca se sintió rechazada de alguna manera por no ser cubana?
Jamás. Eso es una cosa increíble. Un primero de mayo, hace ya 40 años, me dieron la militancia del Partido Comunista. Fue en 1969. Yo estaba en la dirección nacional de la FMC y, a la hora
de analizar mi militancia, se demoró porque a mí no se me había ocurrido pensar que tenía que
institucionalizarme, acogerme a la ciudadanía cubana. Sólo me acordaba de que no era cubana
porque alguien me había puesto “la gaucha”.
Su trabajo de aquellos años también estuvo vinculado al nacimiento de la revista
Mujeres...
Cuando se nacionalizan las empresas estadounidenses, cayó también la Editorial América
S.A., que hacía la revista Vanidades. Esa revista se había fundado en Cuba, en 1938, y de aquí se
exportaba a cinco países latinoamericanos. En el país había realmente gente muy preparada:
buenas escritoras, periodistas, diseñadoras, mujeres muy ilustradas. No fue casual que pensaran en Cuba para ese proyecto y se hacía realmente un producto de calidad para sus intereses.
Naturalmente, era una revista de arraigo en las capas medias de la población, muy atractiva y
bien concebida desde el punto de vista de la comunicación, pero de lo que estaba pasando con
la revolución cubana, de la realidad del país, Vanidades ni se enteraba. Estaba hecha desde la
concepción del lugar y el papel tradicionales que la cultura le había reservado a la mujer: el mundo doméstico, de la familia, en su función de madre, esposa y cuidadora por excelencia. Es decir,
una mujer pasiva.
Así que la nacionalizamos en 1960 y nos concentramos en estudiar el proyecto de una nueva
revista. Mujeres publicó su primer ejemplar el 15 de noviembre de 1961, con una mujer negra en
portada, y enseñanzas impresionantes, incluso para nosotras mismas.
¿Y cuándo empezó usted a dirigirla?
En 1970, y allí estuve hasta 1987, en que pasé a dirigir el departamento ideológico de la Federación. Luego volví en 1996 para rescatar la revista, reorganizar el colectivo, después de los años
en que estuvo prácticamente cerrada por el período especial7. Lo primero que tuve que hacer
cuando regresé, por orientación de Vilma, fue reagrupar al colectivo, reunir nuevamente a todas
las periodistas que habíamos distribuido, prestadas, entre otros medios de prensa. Entonces nos
dijeron que sólo podíamos sacar un tabloide de 36 páginas. Esa no era Mujeres, así que le cam7
Nombre oficial de la crisis económica iniciada a principios de la década de los noventa.
En primera persona
179
biamos el nombre y nació Mujeres en Campaña, hasta que logramos recuperar la revista, tal
como se publica hoy.
¿Ha sentido obstáculos por ser mujer alguna vez en su vida?
Todos los días de mi vida. Lo que pasa que las mujeres hemos desarrollado muchas artes a
partir de la condición de desigualdad y discriminación. En Cuba, la lucha por la igualdad de la
mujer se ha hecho a contrapelo de muchos prejuicios, construcciones culturales milenarias y los
obstáculos existen, en la misma medida en que todavía persiste esa construcción milenaria de
roles.
¿Se siente una mujer transgresora de su tiempo, de sus circunstancias?
Totalmente. Pero lo de transgredir también se aprende. La primera transgresora fue mi
mamá, aunque de manera inconsciente. En Argentina no había divorcio. Cuando Santiago llegó,
era un “hombre divorciado” —entre comillas— porque, como estaba en la clandestinidad, no
había podido legalizar su separación. O sea, que técnicamente era casado y tenía un hijo. Yo le
conté a mi mamá con claridad y ella me dijo que, aunque no le gustaba tener secretos con mi
papá ni con nadie, ese asunto iba a quedar entre las dos. Cuando le dije, me voy a Cuba y todavía Santiago no tiene el divorcio; ella me respondió: “vete a Cuba sin divorcio, pero te pido que
vuelvas a guardar el secreto; ya después se lo decimos a papá y, sobre todo, a tus hermanos, que
son unos trogloditas”.
Yo hasta como abuela soy transgresora; no me quedo en casa cuidando nietos. Mientras me
funcione la cabeza —las piernas no me interesan, aunque ya trabajan menos—, pero mientras
me funcione la cabeza, voy a seguir trabajando.
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En primera persona
Nerva Cot: A capa y espada
por el protagonismo de la mujer
Yo soy obispa
Por: Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Su salud y energía disimulan muy bien sus 72 años. La conversación es clara, directa. Su
incansable labor dentro de la iglesia y en defensa del papel de la mujer en ella, la llevaron a
convertirse en la primera obispa de la Iglesia Episcopal en Cuba, América Latina y el Caribe, y
la número 18 en la región anglicana.
Nerva Cot nació en Fomento, un pequeño pueblo de Sancti Spíritus, al centro de isla,
en octubre de 1937. Su infancia fue difícil. “Para mi madre, escogedora de tabaco, la única
oportunidad económica que había era la zafra tabacalera. Mi padre, al ser dueño de una
panadería, tenía cierto desenvolvimiento. Esa diferencia social hizo que ese matrimonio fracasara, apenas nacida yo”, relata.
“Mi mamá transitó por muchos puestos de doméstica y cargaba conmigo; me amarraba
en una silla para poder hacer sus labores. Si había niños y me hacían alguna maldad, ella
tenía que consolarme, para no disgustar al dueño”, dice.
Por suerte, su madre encontró un buen hombre, quien la ayudó a criarla y de esa nueva
familia nacieron ocho hijos. Dada la situación económica familiar, Nerva tuvo que transitar
por la educación pública.
“A la edad de 13 años quise matricular en un nivel superior; me costó trabajo porque era
una pueblo pequeño —donde no había centros de enseñanza media superior— y tenía que
hacerme de una beca en otro lugar. Me presenté y la gané, en un instituto tecnológico”.
En primera persona
181
Hacia los 14 años, Nerva se vinculó con la iglesia metodista, “y no sé si decir que la iglesia
supo descubrir en mí inquietudes espirituales y comenzó a ponerme en función de tareas
como enseñar a los más pequeños y ser líder de la juventud”, reflexiona.
Su pastor, el reverendo Manuel Zalabarría, la motivó a estudiar en el seminario teológico
de Matanzas y a prepararse como misionera de la Iglesia Metodista. “Comencé a los 17 años.
Al seminario se vinculaban distintas iglesias —presbiteriana, metodista y episcopal—; jóvenes, hombres y mujeres. Allí conocí al que hasta hoy es mi compañero”, señala.
“Nos casamos. En la Iglesia Episcopal, en aquella época, no podía desempeñar ningún
papel de dirección, pero mi compañero sabía de mis aspiraciones y me daba espacio. Esto
me permitió tener cierto liderazgo con las mujeres y comenzar estudios bíblicos, en los que
retomaba aquellos textos que ponían de relieve el papel femenino en los primeros siglos del
cristianismo”, relata.
“Así me inserté en el ministerio de esa iglesia, cuando esta comienza a tomar conciencia y a reflexionar sobre el papel de la mujer. Yo digo que esto sucedió por el triunfo de la
revolución, en 1959, un proceso social que promovió a la mujer, hizo que esta se superara y
alcanzara liderazgo”.
Nerva recuerda cada suceso sin necesidad de anotaciones. “Las discusiones comenzaron
desde la base hasta los sínodos. En 1982 nació la inquietud de incluir a la mujer dentro del
sacerdocio ordenado. El Consejo Metropolitano, la autoridad bajo la cual está la diócesis de
Cuba, lo aprobó en 1985”, precisa.
“El obispo de entonces, Emilio Hernández, sabía de mis estudios y trabajo y me preguntó
si me interesaba ordenarme. Era decirme `¿quieres lo que tanto has soñado?´; inmediatamente dije que sí, actualicé mis estudios, me sometí a exámenes canónigos y los aprobé. En
1986 estuve entre las tres primeras mujeres que se ordenaron al sacerdocio”.
La profesora Nerva
En la pasada década de los sesenta, la Iglesia Episcopal de Cuba era un distrito misionero
de la iglesia de Estados Unidos. “Cuando se produce la ruptura de las relaciones entre los dos
países, la iglesia estadounidense se percata de que las relaciones iban a ser difíciles, y tuvo la
feliz idea de darnos la autonomía”, realta Nerva.
“Como el mayor apoyo financiero venía de Estados Unidos, cuando se suscitó la crisis,
muchos ministros de la iglesia se quedaron sin salario, entre ellos mi esposo, y comienzo a
pensar en la necesidad de trabajar”, dice mientras recuerda una época que también la ayudó
a crecer.
Vivían entonces en Camagüey, en el oriente de la isla. Cuando quiso solicitar trabajo, le
explicó a la persona encargada que era esposa de un pastor, una cristiana militante, a lo que
le respondieron: “eso no se pregunta en la planilla”.
“Siempre hay personas que se van más allá de los prejuicios y de los límites que establece
una realidad determinada, y quien me entrevistó consideró que yo podía servir dentro de la
educación. Me dijo: `necesitamos gente como tú, que amen la educación y quieran contribuir a la formación con una autenticidad absoluta’”.
Su primer grupo fue de 22 niños “problemáticos”, de ocho años. “Les di horas extra de repaso y obtuve resultados. La directora, en asamblea de profesores, me puso como ejemplo;
lo digo humildemente, de lo que se puede lograr con trabajo y dedicación”, advierte.
“Cuando me plantearon que debía superarme, les expliqué que mis estudios eran de una
institución religiosa, pero me dieron un aval del colectivo en el que aseguraban que tenía el
nivel para matricular, no en primer año sino en tercero”.
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En primera persona
Así se tituló de maestra popular, luego como profesora de inglés y más tarde hizo la
licenciatura en ese idioma. “Independientemente de lo que logré a través de la iglesia, soy
un fruto de esta sociedad: ¡me dieron oportunidad de comenzar de nuevo tantas veces! Me
dieron apoyo y reconocimiento, a pesar de la polarización que había hacia los religiosos”.1
Los caminos se unen y se bifurcan
En 1986 fue ordenada diácona y siguió siendo profesora. Sus compañeros de trabajo
vivieron muy de cerca cuando se fue a ordenar y cuando viajaba a encuentros de la iglesia,
asevera.
En 1989, el obispo le solicita a la pareja trasladarse a Guantánamo, 910 kilómetros al este
de La Habana. A Nerva le encomienda que se haga cargo de dos iglesias en Santiago de
Cuba. “Viviendo en Guantánamo, vi que sería difícil seguir de profesora y, al mismo tiempo,
ocuparme de dos iglesias. Por esa razón dejo el magisterio y me incorporo plenamente a la
iglesia”, precisa.
“Fui ordenada al presbiterado en 1990. En un encuentro teológico, expresé que, pese a
que la iglesia había reconocido el estatus de la mujer en el sacerdocio, prevalecía la exclusión: siempre le daban al hombre la mejor iglesia y no se reconocía a la mujer para desempeñar cargos de autoridad”, cuenta Nerva.
En 1993, el obispo Jorge Perera Hurtado la nombró capellán. Dando un vuelco a las costumbres, dejó en manos de las laicas el dar las gracias en los alimentos y dirigir las oraciones,
para dedicarse a lo que una persona laica no podía hacer.
“Escribí materiales devocionales que pudieran utilizar en sus reuniones; escribí una liturgia desde la perspectiva de la mujer, para que en la consagración, en la confesión, en la
oración, hubiera un llamado a tomar conciencia de cómo ellas han contribuido a repetir los
patrones patriarcales y cómo debían ayudar a sus hermanos, los hombres, a ver esa realidad”,
explica con pasión.
“Hicimos un himnario, con lenguaje inclusivo, y aquellos himnos que tenían la categoría
hombre la cambiamos por pueblo y gente, de manera que también en la alabanza estuviera
presente la inclusión”, dice.
Para la proclamación, recuerda, buscó textos bíblicos en los que se pusiera de relieve el
papel de la mujer, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, borrando la omisión producto de la cultura patriarcal. “Analizamos ciertos paradigmas femeninos, organizamos talleres
de autoestima, liderazgo y género”, explica.
“Eran herramientas que les permitirían crecerse. Hoy tenemos un plan de estudio, los
nuevos ministerios, y el año pasado se graduaron 27 mujeres, de las cuales 14 quieren ser
diáconas perpetuas, que trabajan ordenadas, pero de manera voluntaria, pues siguen ejerciendo su ocupación secular.
Obispa
El obispo interino, que comparte su autoridad episcopal entre dos diócesis, Uruguay y
Cuba, ambas en contextos culturales, políticos, sociales tan diferentes, tan lejos una de otra,
pidió tener en Cuba dos sufraganios–auxiliares: uno en occidente y otro en oriente. La propuesta se sometió a la aprobación de la autoridad Metropolitana, constituida por la Obispa
presidenta de Estados Unidos, el Arzobispo de Canadá y el de las Indias Occidentales, quienes constituyen el Consejo Metropolitano.
1
Al triunfo de la revolución, el Estado se declara ateo y se inicia una etapa de distanciamiento de la
practicantes.
religión y sus
En primera persona
183
De 21 personas del clero cubano, seleccionaron a siete para una entrevista. “Cuando la
presidenta del Consejo Metropolitano me llamó, llegué riendo y le dije: ‘no sé para qué me
llaman, si tengo 69 años’. Me dijo: `queremos escucharte, saber qué piensas de la iglesia, qué
sentido tienes de la misión, qué harías si fueras obispa, cuáles serían tus estrategias´”, relata.
“No tuve que pensarlo mucho. Le planteé cinco aspectos, bien definidos y rápidos: unificar y consolidar la diócesis; tratar de hacer que la iglesia crezca más allá de los límites que
hemos alcanzado; capacitar al laicado y renovar el conocimiento en nuestros líderes; continuar trabajando la capacitación de las mujeres para que la iglesia continúe desarrollando ese
ministerio y, por último, fomentar la mayordomía y el discipulado de manera intensiva”.
En febrero de 2007 fue ordenada obispa sufragania. La presidenta del Consejo Metropolitano le dijo: “tú eres la primera obispa en América Latina y el Caribe y la 18 en la región
anglicana. Yo no te escogí, ha sido tu trayectoria y tu vida las que te han situado ahí. Eso ha
sido lo que nos ha hecho reconocerte”.
“Cuando leyeron el acuerdo y me preguntaron si quería, tuve deseos de decir que no,
pero las mujeres estaban todas con una expectativa, y me dije: `me he pasado la vida luchado y diciendo que las mujeres tienen capacidad, ¿cómo voy a decir que no?’, y respondí que
sí, en aras del bien de la iglesia y para contribuir a su fortalecimiento y unidad”, asegura.
En sus años como obispa, junto a su par del oriente del país, se dieron a la tarea de cultivar la unidad y confraternidad dentro del clero, ocuparse intensamente de la capacitación y
continuar luchando para que se desarrolle el ministerio de la mujer.
“Aunque la sociedad lucha por la mujer, cada tarea que esta asume se adiciona a las que
tiene como ama de casa, como esposa. El hombre, sin embargo, salvo raras excepciones, solo
es monofuncional para las tareas de su trabajo. Igual pasa en la iglesia: las mujeres piensan
que van a fracasar”, reflexiona.
“El nivel de exigencia es superior para ellas, porque los hombres piensan que nosotras
no vamos a hacer las cosas tan bien como ellos. Tengo compañeros a los que no les gusta que
yo sea la obispa; lo aceptaron por disciplina, pero no por convicción”.
A su juicio, “ser mujer ayuda mucho, por la experiencia de ser la mediadora en los conflictos de la familia, con los hijos y la autoridad paterna. Tenemos la ternura y sensibilidad
que no tienen todos los hombres. Solemos ser receptivas, ayudar a la comprensión, a que
las personas se sientan aceptadas, queridas y amadas. No tenemos temor de decir las cosas,
pero siempre le ponemos la gotica de miel a una orden, tratamos de hacerlo de manera suave, pero fuerte”, intenta explicar.
“Si se pone amor en las palabras, se puede lograr más, y eso lo he aplicado en mi episcopado. Cuando voy a dar una sugerencia o a exigir, lo hago con suavidad y amor, para que la
gente entienda que me estoy poniendo en su zapato”, dice.
Según las normas de su iglesia, Nerva Cot debe retirarse a los 72 años y pasar a ser obispa
auxiliar. Desde ese puesto, al que le asigna misiones el obispo, seguirá batallando porque sus
convicciones y su compromiso, dice, no tienen fin.
184
En primera persona
Daima Mayelis Beltrán Guisado:
La vida en el tatami
Yo soy judoca
Por: Maya Pomares Surlí / Foto: Carlos A. Rivero Alpízar
De su natal Media Luna, en la provincia Granma, Daima Mayelis Beltrán Guisado lleva
consigo la alegría y compresión primera del vivir cerca de la tierra. En su inscripción de nacimiento consta una fecha, por error: 10 de septiembre de 1972, cuando en realidad nació
dos días después. Quizás fue este el primer presagio de una vida donde la exigencia estaría
dos pasos adelante.
Como deportista de primer nivel y durante 17 años, los tiempos de la adolescencia y
primera juventud, el entrenamiento de judo y las competencias fueron su prioridad. La trayectoria deportiva, de excelencia: campeona de juegos escolares, de mundiales juveniles y
universitarios; de centroamericanos, panamericanos, mundiales y en dos ocasiones subcampeona olímpica. Su división: más de 78 kilogramos.
“Crecí en una casa donde había armonía y unidad”, así resume Daima los años de infancia
con ambos padres y compartidos con una hermana mayor y un hermano pequeño.
“Tú vas a ser boxeadora”, le decía el padre en broma, al ver a su hija de complexión física
más gruesa y fuerte que las niñas de su edad. Once años tenía Daima cuando el padre murió,
inesperadamente, de un infarto. Un año más tarde, tuvo sus primeras experiencias con el
judo. “Mi familia estaba en contra de que entrenara. Mis tías decían que el judo era de hombres. Tenía clases en la mañana y, en la tarde, después de la escuela y las tareas domésticas,
me fugaba. Guardaba el judogui (uniforme de entrenamiento) en casa de una amiguita que
también entrenaba. Decía que iba a la educación física o a un círculo de interés, y realmente
estaba en el judo. El judo me recordaba a mi papá”.
En primera persona
185
Después de ganar sus primeros juegos escolares, Daima fue seleccionada para cursar la
Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA). Tenía entonces 13 años y, si quería
seguir con su sueño deportivo, debía abandonar su casa y mudarse a la capital del país, a
más de 800 kilómetros de distancia. Convencer a la familia tomó tiempo, pero Daima era
testaruda y consiguió la aprobación de su madre, con la promesa de un rendimiento académico excelente.
¿Y fue allí que entraste en el equipo nacional, donde estuviste 17 años, de 1987
a 2004?
Cuando llegué a la ESPA se estaba reestructurando el equipo nacional y aceptaban en ese
momento a personas jóvenes. Era agosto de 1987. Mi carrera en el deporte de alto rendimiento la
comienzo con 15 años. En la escuela éramos niñas y luego, en el equipo nacional, fuimos las más
jóvenes dentro de un equipo de mayores. La familia venía una o dos veces al año. Todo dependía
de nosotros: las relaciones, el novio, todo. En esas edades el novio tenía que ir a hablar con Veitía1,
él suplía la representación filial.
¿Cómo era un día de entrenamiento habitual?
Era una vida intensa; hacíamos seis horas diarias de entrenamiento y las cargas eran muy
altas. Entrenamiento en la mañana, bañarnos, almorzar en 30 minutos, dormir al mediodía; entrenamiento en la tarde, bañarnos, comer y a la facultad a dar a clases. Fueron tres años así.
Después comenzamos la Universidad, la Licenciatura en Cultura Física. Entrenábamos toda la
semana, miércoles y sábado íbamos a clases de la licenciatura, que duró de 1990 a 1997. Yo perdí
un año por una lesión en el tobillo. Por 17 años fue así, generalmente.
Hoy, en una retrospectiva, pienso que la inocencia de esa etapa no te permite pensar lo que
haces, ni de lo que estás formando parte. Una entrena, cumple con su entrenamiento, te exigen al
máximo y tratas de hacerlo sin ser realmente consciente de lo que estás haciendo. Lo haces porque te gusta el judo, es lo que hay que hacer y cumples. También pensábamos que todo estaba
bien planificado.
¿Cómo eran las relaciones con tu entrenador?
Yo venía de una familia acostumbrada a una forma diferente de vida. Veitía tiene por costumbre gritar. En pleno combate, con 18 años, le dije en una ocasión: “te calmas y no me grites
más, te estoy oyendo y la que está acá arriba soy yo”. Eso le impactó. Después, él no me dirigía y
yo ganaba. Ambos nos educamos.
Ante cada competencia, mi entrenador y yo analizábamos la estrategia, me decía: “tú sabes
lo que tienes que hacer”. Él me daba esa libertad en el combate. Decía que era inteligente, mas
nunca me permitió utilizar esa inteligencia para el entrenamiento. Siempre los entrenadores fueron hombres y eso fue algo difícil. Ante el ciclo menstrual o el asma, Veitía nos decía: “tú no tienes
nada, eso no es nada”, una y otra vez. Y entonces una, molesta, competía por despecho. Él siempre ha sacado el máximo de cada atleta exigiéndole de esa forma, al límite.
¿Qué ventajas tiene entrenar con hombres?
Adquieres más fuerza. Con los hombres yo me relajaba porque me era imposible derribarlos.
Yo tendría 90 o 100 Kg; un hombre de 80 es más fuerte que yo. En un momento, mi entrenador me
dijo: “Daima, cuando tú logres proyectar a uno de estos hombres, no hay mujer que se te resista”.
Cuando me convencí de eso, cada vez que iba a entrenamientos en Europa trabajaba con hombres. Realmente, eso da una fuerza inmensa. No solo yo, todas practicábamos con hombres. En
Atenas (2004) di el máximo; me preparé muy bien en Europa, con hombres; donde el judo tiene
un gran nivel. Aquí el entrenador buscaba hombres de la ESPA provincial, de la academia de judo
de la ciudad Habana, de la EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva Escolar) y topábamos dos o tres
veces al mes. La lesión en el tobillo fue entrenando con un varón.
1
Ronaldo Veitía Valdivia, entrenador del equipo nacional de judo femenino de Cuba, desde 1984 hasta la actualidad.
186
En primera persona
¿Por qué no hay mujeres entrenadoras de judo a nivel nacional?
Eso es algo que se analiza en el INDER (Instituto Nacional de Deporte y Recreación). No solo
en judo, en casi todos los deportes ocurre así. Las mujeres somos más medallistas que los hombres en varios deportes, y en las vicepresidencias del INDER no hay ninguna mujer. ¿Qué pasa con
las mujeres en el INDER? Las hay en gimnasia, nado sincronizado, donde no suele haber entrenadores hombres. En el judo está, por primera vez, el caso de Legna Verdecia2, entrenadora del
equipo nacional de atletas discapacitados.
¿Lesiones, enfermedades?
En 1991, 15 días antes del mundial de Bacelona, tuve una lesión en un tobillo. No pude participar en mi primer mundial de mayores, ni en los Juegos Panamericanos de ese año en Cuba.
Estuve tres meses sin apoyar el pie, con un tornillo pasado. Después hubo otra operación para
sacar el tornillo y empezar a rehabilitar el pie. Recomencé a entrenar en 1992. Luego, en el mundial de París de 1997, obtuve oro y viví la primera crisis de asma fuerte. Llevaba mi récord de
alergia y asma bronquial, pero nunca tuve una crisis tan fuerte. Muchas veces tuve que competir
con asma. Sabía que, si coincidían competencia y asma, tenía que competir así. Lo que hacía era
prepararme.
¿Y cómo eran tus relaciones con las compañeras de equipo?
Con Estela Rodríguez3 aprendí mucho, me desarrollé. La práctica con ella, que pesaba 120 kg,
me dio base para las competencias a nivel mundial; ya no me asustaba cuando veía un “monstruo” de aquellos, porque yo pesaba mucho menos, unos 90 kg. Con Estela simultaneé en el equipo nacional en la misma división, más de 78 kg, y en la libre hasta 2001. En varias ocasiones tuve
que asumir las dos divisiones. El último mundial en el que participamos juntas fue el de Munich
2001, donde yo gano bronce y Estela se queda sin medallas.
¿Cómo ha sido el apoyo de tu mamá?
Ella dice que mi elección por el judo fue en contra de su voluntad; que yo tenía que haber sido
química, o cualquier otra cosa, pero no judoka. No toleraba verme competir; en ese momento,
salía de la sala.
En la gira anterior a la Olimpiada de Atlanta 1996 obtuve mejores resultados que Estela; sin
embargo, el colectivo técnico de entrenadores decide que Estela representaría a Cuba en mi división en esos Juegos Olímpicos. Decido no entrenar más. Fue mi mamá quien me dijo: “no, no es
como tú te piensas. ¿Tú sueño no es ir a una Olimpiada? Hasta que no vayas a una, no te retiras
del judo”. Estuve de vacaciones como tres meses.
¿Cómo lograbas equiparar la diferencia de peso entre tus rivales y tú?
Creo que con inteligencia y velocidad. Pesaba poco en relación con mis rivales y era ágil. Me
gustaba entrenar y tenía la resistencia y capacidad física desarrolladas, mucho más elevadas que
las personas gruesas comunes. Por lo general, a las divisiones pesadas no les gusta entrenar. Yo
corría, hacía pesas, repetía una y otra vez algunas de las técnicas que más me gustaban. Eso me
dio la especialización. Era efectiva con pocas acciones técnicas. Sabía lo que tenía que hacer en
la competencia; estaba segura de que iba a usar muy poco de las muchas técnicas de los entrenamientos.
Después de retirarte del equipo nacional, ¿crees que el judo forma parte de tu vida
pasada?
En 2004, cuando me retiré, pensé que sí. Me dije: más nunca me pongo un judogui. Sufrí mucho. Decirte otra cosa sería mentir. Sé que para tener grandes resultados hay que sacrificarse.
El sacrificio tiene su cuota de sufrimiento, pero yo sufrí bastante. Tuve que imponerme en una
2
3
Campeona olímpica y mundial, compañera de equipo de Daima.
Primera judoka cubana campeona del mundo en 1989 y doble subcampeona olímpica.
En primera persona
187
división donde había una atleta con un nombre reconocido, en la cual confiaban; el hecho de
clasificar en una división y no ir a la Olimpiada, la lesión grave del tobillo y otras lesiones comunes
en el judo, que me han dejado secuelas para toda la vida; el estar lejos de mi familia, yo que soy
tan apegada a ella... Para mí fue mucho sufrimiento.
Me han insistido en que trabaje como entrenadora en el equipo nacional y yo he dicho que
no. Para mí es como cuando se termina un matrimonio. Después de retirarme pasé casi dos años
sin entrar de nuevo al tatami (estera que sirve como ring de combate) de entrenamiento. Le hice
rechazo.
Hoy eres profesora de la Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte;
diriges el proyecto Primavera, de enseñanza de judo a niños, niñas y adolescentes; te
interesa rescatar el espíritu educativo del judo en Cuba. ¿Qué significa todo esto?
En 2005 ó 2006 hice un recorrido por casi todo el país con una exatleta del equipo nacional
de Japón, Miho Ninomiya4. Vino al INDER a establecer relaciones entre Cuba y Japón en algunos
deportes, entre ellos el judo.
En el equipo nacional estás dentro de una burbuja. Cuando salí y empecé a caminar de Guantánamo para acá, me enfrenté a las condiciones precarias en las que se practica el judo en la
base. No solamente hay carencias de tatamis y de judoguis, sino de valores éticos y morales que
son característicos del judo. El judo es de los deportes considerados por la Unesco como formador
de la infancia porque crea hábitos sociales de conducta. Desde que entras al tatami tienes que
saludar al contrario, existen normas. Hay dos principios filosóficos básicos enunciados por Jigoro
Kano, creador del judo: prosperidad mutua y más eficiente uso de la energía física y mental. Esto
sirve tanto para el judo como para la vida. Si el entrenador, el sensei de judo, enseña estos principios y da a saber por qué son tan importantes, tanto sobre el tatami como en la vida, pienso que
esos niños serán mejores personas.
¿Cómo surge el proyecto Primavera?
Siempre he tenido esa obsesión por formar niños en el sentido ético del judo que creó Jigoro
Kano en 1882. Desde hacía 10 años no se hacía judo práctico en la universidad. Becalli5 y yo nos
dimos a la tarea de reabrir el dojo. Se hicieron las captaciones en las escuelas y vinieron muchos
niños. Después llegó un sinfín de padres con niños y no teníamos matrícula para tantos.
Yo quería comenzar con las edades de cinco a siete años, y de siete a nueve. Pero vinieron
niños y niñas con 11 y 12 años y no tenía valor para decirles que no. Por eso es que el proyecto es
sui generis, con tantas edades diferentes. Es más difícil y más trabajoso, porque con tanto desnivel el aprendizaje es diferente. Quisiera tener más tiempo para dedicarle, porque a veces me es
imposible hacer todo lo que quisiera y planificamos en el mes.
¿Hay diferencias de entrenamiento entre niños y niñas?
La edad es lo fundamental, el desarrollo óseo, la fuerza y las capacidades físicas. En la iniciación no hay diferencias ostensibles entre ambos sexos. Es el mismo entrenamiento, teniendo
en cuenta las particularidades de las edades. El programa de enseñanza, las técnicas, son las
mismas.
La mujer cubana es fuerte y se ve desde la niñez. Ellas son más serias, consecuentes. No quiere
decir que a la niña en ocasiones no le cueste trabajo algo, pero en general su actitud hacia la
actividad es de más fuerza, más positiva que la de muchos varones. A otras muchas niñas, que
nunca han hecho ejercicios, les es mucho más difícil aprender; pero son más serias. No tengo
todas las que quisiera, son poquitas. La permanencia depende de que los padres las traigan o no,
generalmente.
4
Subcampeona mundial, más de 78 kg.
Antonio Becalli, 6to dan en judo. Antiguo entrenador del equipo nacional de judo femenino, hoy vicerrector académico de la Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte.
5
188
En primera persona
¿Qué esperas de los niños y niñas que hoy entrenas?
No espero campeones, pero sí mejores seres humanos. Ahora no son conscientes de la actividad que realizan, ni cuánto los podré estar educando; pero ya se ve la diferencia con los niños y
padres de otros dojos.
Quisiera tener más tiempo para dedicar una o dos veces al mes a reunirnos, ir a un teatro, hacer un taller de origamis, sembrar árboles…, pero mis estudios de maestría recién concluidos, ser
delegada de una circunscripción del Poder Popular en el municipio Boyeros, diputada a la Asamblea Nacional (parlamento), miembro del Comité Olímpico Cubano, me toman mucho tiempo.
¿Qué dice tu mamá de tu trabajo actual?
Está encantada. Realmente muy contenta. Después que me retiré, ella vino a reunirse conmigo, en La Habana. Yo estaba un poco descarriada. Mi mamá fue maestra 25 años y me da
muchos consejos para las clases con los niños. Creo que está muy satisfecha, no solo conmigo,
sino con sus tres hijos. Cada dos o tres meses se va para Bayamo. Para ella y para mí, ir a Bayamo,
a Media Luna, es cargar las pilas.... El guajiro es guajiro siempre.
En primera persona
189
María de los Ángeles Santana:
La vedette señora
Yo soy cantante y actriz
Por Mariana Ramírez Corría / Foto: Cortesía revista Bohemia
Nació el 2 de agosto de 1914, cuando la prensa internacional informaba acerca de las
operaciones militares que daban comienzo en Europa a la Primera Guerra Mundial. En Cuba,
justo ese día caliente del verano, 8.000 obreros tabacaleros de La Habana pasaron a la condición de desempleados. Las fábricas cerraban; el producto no podría llegar a Europa.
Pero, a pesar de las coyunturas que signaron su nacimiento, la vida de María de los Ángeles Santana no ha transcurrido vinculada a la política. Esta emblemática mujer ha trascendido para el futuro como una de las mejores actrices y cantantes de su generación, y de
algunas de las que la siguieron.
En el momento de esta conversación, recién había cumplido sus 90 años y recibía homenajes, flores, diplomas y reconocimientos. Entonces confesó que lo que más agradecía era
una sonrisa y un pretexto para recordar su larga vida. Cinco años después, sus anhelos no
han cambiado mucho.
Comienzos difíciles
El camino y las veredas no siempre estuvieron sembrados de rosas para María de los
Ángeles Santana. Alcanzar la profesión soñada era empresa harto difícil en la primera mitad
del siglo XX, para alguien educada en la más estricta moral católica.
190
En primera persona
“Con paciencia fui capaz de demostrarle a papá que la moral habita dentro de uno, no en
el medio a desenvolverse y que, en el mundo del arte, cuyas dificultades y asperezas no dejo
de reconocer, también se puede ser virgen y mártir”.
Sentada en su balance, inquieta, con revistas y libros en una mesita a su lado, sin temblarle la voz y con su acostumbrado buen humor, María respondió muchas preguntas, mientras,
de cuando en cuando, hurgaba entre sus papeles para buscar una fecha que olvidó, o el
nombre de una de las tantas películas que filmó.
En 1938 incursionó por primera vez en el cine. Cinco películas, una tras otra, canción tras
canción, la condujeron a convertirse en una de las cantantes preferidas del laureado compositor y pianista cubano Ernesto Lecuona1. Comienzan así los conciertos y la fama.
¿Cómo recuerdas a Lecuona?
Tenía una estatura imponente. Eran seis pies muy erectos y caminaba con paso muy firme,
seguro de sí mismo. Complexión atlética, la piel muy blanca, el pelo lacio y negro y un perfil recio... sus impresionantes ojos negros te miraban de frente, eran incisivos, pero también dulces y
mansos.
¿Y el amor?
El amor es paz, tranquilidad, confianza. Es lo que te invita a descansar. Sí llegó y se llamó
Julio Vega2.
¿Y el sexo?
¿Ese disfraz? Bueno, cuando no hay amor, el sexo es solo un disfraz, necesario a veces, como
el apareamiento del cual naces. Fiebre, calor...
¿Antes de Julio?
El amor juvenil, el que no razona. No me puedo quejar. Me casé muy jovencita con Fernando
Portela. Le agradezco que me presentara a Oscar Zayas3, quien me ofreció mi primera participación en una película. También, a través de él, tome mis primeras lecciones con Vicente González
Rubiera, el famoso Guyún4, el de los acordes inimaginables que aún hoy vibran en el pentagrama
cubano. De Portela me divorcié un tiempo después.
¿Cómo fue lo de la Harley-Davidson?
Ay, hija mía…Imagínate que, cuando comencé mi romance con Julio, él tenía una Harley.
Siempre me llevaba detrás y yo, feliz. Pero, un buen día, se bajó y me dijo que entonces me tocaba
a mí manejarla. ¡Temblé! Pero cuando una es joven, a todo se atreve.
Comencé a manejar con Julio detrás, hasta que un buen día se bajó, sin que yo me diera cuenta, y me dejó sola. Cuando me di cuenta, ¡no sabía que hacer!, pero seguí.
Así me convertí en la primera mujer que los habaneros vieron pasear por las calles y carreteras en una Harley-Davidson, que son enormes, como tú sabes: ¡es un monstruo andante! Al cabo
de un tiempo se sumaron otras mujeres. Parece que le perdieron el miedo. Ya pasado un tiempo,
Julio me enseñó a manejar un carro. Ya me sentí mucho más independiente.
Tus éxitos te llevaron, en las décadas del cuarenta y cincuenta, a México, Estados
Unidos y España. ¿Qué impresiones te quedaron de aquellas giras?
1
Ernesto Lecuona (La Habana,1895- Santa Cruz de Tenerife, 1963) Pianista, intérprete y compositor de música. Junto
a Gonzalo Roig y Rodrigo Prats, forma la trilogía más importante de compositores del teatro lírico cubano y en especial
de la zarzuela.
Su aporte más importante al género teatral es la fórmula definitiva de la romanza cubana.
Julio Vega, empresario y actor, considerado precursor en la introducción de la televisión en Cuba.
3
Oscar Zayas, productor de cine en Cuba durante la década del cuarenta del siglo XX.
4
Vicente González Rubiera (Guyún): (Santiago de Cuba, 1908- La Habana, 1987). Importante guitarrista, armonicista y
docente, que aprovechó las técnicas de la guitarra clásica para revivir el acompañamiento de la trova.
2
En primera persona
191
México fue inolvidable. Corría el año 1943 y me había invitado el maestro Eliseo Grenet5. Allí,
en medio de todo aquel respeto por la música y el arte, en ese pueblo de gigantes, filmé tres películas.
En 1947 viajé a Estados Unidos y luego llegué a España en 1951 y me pareció estar en otro
mundo. Me costó trabajo demostrar allí que una bella mujer tenía más posibilidades que cantar y
bailar, poseer un atractivo rostro y elegante figura, sobre todo con piernas bien formadas, porque
si las tenías zambas allí mismo terminaba tu carrera. Yo exigí un libreto para una actriz y así nació
“Tentación”, la revista musical con la que recorrí la península Ibérica.
Del viaje a Estados Unidos, María de los Ángeles y su esposo, Julio Vega, trajeron a la isla
una novedad que la vinculó para siempre con el desarrollo de la televisión. “Además de cumplir los compromisos de la gira, vimos la televisión recién inaugurada y Julio emprendió las
gestiones para traerla a Cuba. Finalmente lo consiguió y en “Television Show”, desde las calles
de 23 y P, en el Vedado (centro de la capital cubana), comenzó mi carrera en la televisión”.
¿Y regresas a Cuba…?
En 1954, debido a la gravedad y muerte de mi suegro. Mi matrimonio, aunque sin hijos —que
a pesar de anhelarlos no pude tener—, fue siempre de tierra bien abonada con amor del bueno.
¿Entonces hiciste teatro?
Teatro, televisión, radio, hasta que regresé a España en 1958, con el espectáculo “Tropicana”,
con música de Lecuona.
¿Seguiste estudiando?
Siempre. Eso no se acaba nunca. Mis mejores libros son la vida misma y los que escribieron las
personas que vivieron intensamente. No puedo dejar de leer.
En 1959 María de los Ángeles regresó a Cuba y se dedicó de lleno a hacer televisión. “Estuve 22 años en uno de los programas más populares, “San Nicolás del Peladero”, ese pueblo
imaginario donde ocurrían las cosas más insólitas, pero no tan lejos de la realidad del país
por los años veinte. Al mismo tiempo, hice teatros con adaptaciones de obras de la literatura
universal…¡¡¡Hasta estos 90 años!!!..¡Al fin llegamos! ¿Falta mucho?”
Las otras vidas
A la par de sus éxitos artísticos, esta mujer, hoy casi centenaria, también dedicó tiempo
a la pintura.
Tus cuadros, ¿dónde están?
Deben andar por mi Nuevitas6, ese pueblo que tanto quiero, donde transcurrió mi infancia.
Aquí no tengo ninguno. De mi padre sí, me quedan algunos de los que el no regaló, sus paisajes
del campo cubano, que tanto amo. ¡Esas palmas que tanto quiero! Él estudió pintura en Italia,
a donde lo enviaron mis abuelos para que fuera sacerdote. Pero nada, mi padre aprovechó su
estancia en Roma, pintó, visitó museos y regresó a Cuba a estudiar medicina.
¿Tu color predilecto?
El negro. ¡Imagínate que cuando cumplí los 15 años yo me quería vestir de negro! Mi madre,
Adela, se negó rotundamente. ¡Aquello fue...! Luego llegué a España, y yo vestida de negro, y
resulta que allí, en esa época, solo se vestían de negro las señoras de edad, y cuando llevaban
luto. En el teatro no me permitieron usar el negro para nada. Pero me sigue gustando ese dichoso
colorcito.
5
Eliseo Grenet (La Habana, 1893-1950) Importante compositor, pianista, director de orquesta y cantante, considerado
uno de los clásicos de la música cubana.
6
Pueblo portuario de la provincia de Camagüey, al este de La Habana.
192
En primera persona
¿Tu rebeldía?
Pues quizás la heredé de mi abuela Adela Agüero y Agüero, que era oriunda de Victoria de
Las Tunas y familia del patriota de las guerras independentistas cubanas, Joaquín de Agüero y
Agüero7. Y de mi papá, porque fue rebelde para no dejar que le impusieran una vida para la que
no tenía vocación.
La Vedette Señora, como te llamaban en España, ¿anhela algo?
Seguir deseando que no se termine nunca el entorno lleno de confianza, de buenos propósitos, y que yo pueda llevar a cabo todo lo que me pidan, a no ser que me falte el tiempo. Y dar las
gracias a esas caras que me quieren y que siempre me rodean. No me hace falta nada más.
7
Joaquín de Agüero y Agüero: (Camagüey, 1816–1851) Independentista cubano, protagonista relevante de las luchas
XIX.
contra la metrópoli española durante la segunda mitad del siglo
En primera persona
193
Zeida Chapman:
Abrirse paso en la alta cocina
Yo soy cocinera
Por Raquel Sierra / Foto: Yamil Lage
Ataviada en su atuendo blanco, que simboliza la higiene necesaria en los lugares donde se elaboran alimentos, las manos de Zeida Chapman Menéndez no se detienen: lavan,
cortan los vegetales y los colocan en sus envases; luego, ante cada pedido, ella prepara los
platos. En ocasiones sus clientes quieren ver a la persona detrás del telón, una de las pocas
chef de cocina de Cuba.
Zeida nació en la Isla de la Juventud, la segunda en importancia del archipiélago cubano,
al sur de La Habana; se graduó como médico veterinario en 1987 y ejerció esa profesión durante dos años. Luego viajó a la capital, donde trabajó en una granja de pollos, lejos de casa,
a unos 50 kilómetros, y moverse de un lado a otro, cada día, resultaba un tormento. Por eso,
ante una convocatoria para un curso de segundos jefes de cocina --subchef--, no lo pensó
dos veces y se presentó.
Sus padres, tan orgullosos de tener una doctora en la familia, no daban crédito a la noticia y le preguntaron si estaba bien segura de ese cambio, de veterinaria a cocinera. Pero su
disposición los convenció.
“Me aceptaron y comencé a hacer prácticas en el Hotel Presidente, en 1990; así me fui
interesando un poco más por esa profesión. El tutor que tuve entonces me vio condiciones
para trabajar en la cocina, a la altura que ellos necesitaban”, relata. “Yo no sabía en sí lo que
significaba ser chef de cocina, pero me fue bien. Lo atribuyo a mi formación en la casa, porque mi mamá nunca permitió una mesa puesta por poner, un plato sin presentar. Ella nos
inculcó siempre que había que tener un arte en la mesa”.
194
En primera persona
A medida que se fue adentrando en ese mundo, más le interesaba. “En 1992 pasé el
curso de art de manger, áreas fría y caliente. Fui aprendiendo de todo y en 1994 me trasladé
al Hotel Sevilla. Desde entonces estoy aquí”. El hotel es administrado por la cadena francesa
Accor y Zeida ha recibido formación en el Sofitel Madrid Aeropuerto, en España, y en Islas
Guadalupe, en comida francesa. “Aunque parezca increíble, haber estudiado medicina veterinaria me ha servido muchísimo, porque en esa profesión hay una especialidad que se
llama higiene de los alimentos y aquí se ve a diario, en la preservación y en las características
de las carnes”.
Es chef graduada, pero trabaja como maestra cocinera, aunque le han propuesto otras
veces ocupar puestos más altos. No le gustan los cargos de dirección y sostiene que “si para
la cocina hay que nacer, hay que nacer también para dirigir”. Ese no es su fuerte, dice.
“Lo que yo hago ahora depende de mis manos, y estoy consciente de que quiero hacerlo
bien porque me gusta y trataré de que así sea toda mi vida. El chef depende del trabajo de
los demás y tiene que estar encima de ellos para que se haga todo bien: hay que tener muchísimas herramientas, saber dirigir y cómo llegar a cada persona, cada uno con un carácter
diferente”, dice.
Cuando nació su hija, le hicieron la propuesta, pero no aceptó. “Creo que cada cual sabe
hasta donde puede llegar y yo prefiero hacer bien lo que estoy haciendo y no intentar algo y
que me salga mal. Además, si ahora con este trabajo tengo poco tiempo para los niños, creo
que de otra manera tendré menos y ellos están todavía pequeños”, alega.
Aprovechar la oportunidad
Zeida venció un diplomado de cocina y un curso de especialización de chef, por lo que es
una de las primeras cubanas graduadas de Cuba. “No es que me haya sido fácil, sino que tuve
la oportunidad de terminar el curso antes de tener a mis hijos. Nacieron bastante pegaditos,
con un año de diferencia, y a partir de ahí todo fue un poco más difícil para mí”, reconoce.
“Creo que si no hubiera sido porque me gusta, por el amor que siento por la cocina, no
hubiese podido realizar este trabajo. Son ocho, 10 y hasta 12 horas las que estamos aquí en
la cocina, frente al puesto de trabajo”.
Por si fuera poco, “cuando llego a la casa tengo a los niños, a mi esposo. A los pequeños
hay que atenderlos y servirles también sus alimentos. Independientemente de la ayuda de
mi esposo, el peso de la cocina realmente casi siempre recae sobre mí. Pero te digo, con sinceridad, no me lo siento”, alega Zeida.
“La abuelita de los niños me dice: `a ti sí que te gusta la cocina´. Lo dice porque llego, me
quito la ropa, me pongo a hacer cualquier cosa. Las ideas me van llegando: `con esto puedo
hacer un pudín para la merienda; con esto otro, un juguito. Casi no me doy cuenta, pero me
vuelvo a conectar y sigo cocinando. En realidad, me gusta”, confiesa, como con culpa por
algo de lo que buena parte de las mujeres se queja.
Tener este trabajo “ha sido un poco complicado. Al principio chocaba con el tabú ese
de que los hombres son más representativos en la cocina cubana. Aunque no somos tantas
como ellos, ahora sumamos más mujeres que antes”.
Zeida pertenece al equipo femenino de chef de Cuba, creado por Gilberto Smith, reconocido chef y presidente vitalicio de la Federación de Asociaciones Culinarias de la República
de Cuba.
“Él siempre nos dice: `los primeros seres que tuvieron contacto con la alimentación
fueron las mujeres porque son las que amamantan a los hijos y, desde ese entonces, están
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195
brindando alimentos. ¿Cómo es posible que no haya más chef mujeres, si fueron ellas las
que primero alimentaron a los hombres, antes de que fueran cocineros?’. Si uno se pone a
pensarlo bien, no hay razón para que seamos minoría, porque es algo que se les enseña a las
jovencitas y casi nunca a los muchachos, y ya tenemos ese conocimiento adelantado. Debe
ser que, como las mujeres estaban en las casas, los hombres fueron ocupando esos espacios
y ahora están en los mejores lugares y casi siempre se llevan la gloria”, comenta Zeida.
“Creo que somos menos porque ellos, cuando escogen esa o cualquier otra profesión,
por lo general le dedican todo el tiempo del mundo, mientras que nosotras nos compartirnos entre el trabajo, la casa, la maternidad y el bienestar de la familia, no porque seamos
menos capaces. Por suerte, nuestro papel ha crecido en el sector del turismo”, considera.
“A estas alturas, no puedo decir qué me gusta más: me especialicé en la cocina fría, pero
igual me gusta la caliente y me parece que este, como cualquier otro trabajo, si no se hace
con amor, no sale bien. Es ponerle empeño, sentirse parte. Si hoy hago algo, mañana quisiera
que me quedara mejor, aunque no siempre lo he logrado, porque somos seres humanos. Estoy contenta porque he recibido muchas felicitaciones. La gente me dice `yo sabía que Zeida
estaba hoy´, eso me estimula”.
Zeida mamá
Se levanta cada día a las cinco de la mañana a preparar a los niños, Kevin y Karla, de
nueve y ocho años, para ir a la escuela. La noche anterior se acostó tarde para dejar adelantados algunos quehaceres. Los deja temprano en su colegio y a las siete y media ya está en
el hotel.
“Vengo terminando sobre las cinco o seis de la tarde y voy a casa, algunas veces tengo
que recoger a los niños en la escuela y he optado porque, cuando lleguen, ya tengan lista su
comida, por dos razones: tienen hambre y, además, eso me ayuda a organizarme”, explica.
“Después de comida, reposan o juegan una hora, y luego hacemos las tareas, se bañan,
organizan las libretas y libros del siguiente día y se acuestan. Cuando están acostados, vuelvo
a lo mismo de preparar todo para la mañana siguiente”.
Solo descansa un día de la semana. “Los fines de semana son fatales para mí porque no
coincido con mis hijos. Ellos me han preguntado `¿por qué tienes ese trabajo, por qué no
cambias a otra cosa, por qué si eres médico tienes que estar trabajando ahí?’.
“Cuando les digo que me gusta la cocina, se cuestionan por qué no puedo tener un trabajo `normal´ e irme a la casa con ellos. Les explico que cada trabajo tiene sus características.
Ellos son inteligentes y lo entienden, pero niños al fin, a veces me lo exigen”.
Si tiene que trabajar el fin de semana, deja a sus pequeños con su pareja o su papá. Ven
la televisión o juegan. En las vacaciones escolares, se quedan un tiempo con los abuelos
maternos en la Isla de la Juventud, lo que le da a Zeida cierta tranquilidad y ocasión para
salir a despejar la mente, bailar o asistir a algún lugar donde encuentre su música preferida,
el jazz.
“Creo que les falto un poco, por eso el tiempo que tenemos para estar juntos lo aprovechamos al máximo. Me gusta organizarles sorpresas: una visita a la playa o un picnic. Conversamos mucho, tenemos muy buena comunicación y confianza.
“Con ellos no quiero dejar nada para mañana, por si no aparece luego el tiempo, y trato
de que todo sea fluido, de enseñarles cuanto puedo, transmitirles experiencias.”
Por esas cosas de la vida, esos dos clientes de la casa le dan muchísimo trabajo a la hora
de la mesa. “Mira que trato de hacerles platos agradables y nutritivos, pero —como a casi
todos los niños— les encantan las pastas; si hubiera eso todos los días, ellos serían felices”.
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En primera persona
No quedarse atrás
“Como en todo hotel, lo primero del día es el desayuno, y en función de eso estamos
todos. El huésped puede dormir bien, haber pasado la noche anterior satisfecho y lo primero
que ve, cuando baja, es el desayuno. Si no queda contento, lo más probable es que pase el
día mal”, dice desde su experiencia en el Hotel Sevilla.
“En ocasiones, algunos clientes y hasta embajadores han querido conocer quién estuvo detrás de la sazón. En esos momentos me siento feliz porque veo el reconocimiento al
esfuerzo. El patrón de calidad que tenemos es el fregadero: si el plato vira lleno, es que no
gustó.
“Disfruto la cocina y por nada quisiera estancarme. Tenemos ahora un proyecto muy importante, que es estilizar la cocina cubana. En el mundo gusta, pero para mantenernos en el
mercado necesitamos estilizarla, partiendo de nuestras bases, de manera que estemos a la
par de la competencia. Se trata de refinarla y adecuarla. Nosotros comemos muy abundante
de grasa y no es que dejemos de usarla, pero sí reducirla, sin que esto implique sustituir el
asado por frito, porque el asado es asado y lo frito, frito”, sostiene.
“Somos un país tropical, con un clima muy caliente para la alimentación que tenemos,
traída en buena parte por los españoles. Por eso debemos interiorizar que las sopas, los potajes y los garbanzos son para una época del año, mientras que las comidas más ligeras, para
otra. Es un trabajo para largo, lleva tiempo porque son costumbres muy arraigadas, y quién le
dice a mi mamá que, en pleno agosto, un plato de ensalada de vegetales alimenta igual que
un potaje humeante, con todas las de la ley”, dice, toda locuacidad.
“A esta profesión tienes que ponerle tiempo y esfuerzo. Algún día me gustaría una proposición para un restaurante pequeño; el hotel ha sido como un hogar y mudarme me costaría, pero sería un cambio y todos los cambios tienen algún beneficio. En un trabajo como
ese yo podría crear mucho más”.
En primera persona
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María Dolores Ortiz:
Al conocimiento se llega perseverando
Yo soy profesora
Por Liset García / Foto: Gilberto Rabassa
La cuarta María Dolores del árbol genealógico familiar sabía, casi desde el nacimiento,
que dedicaría su vida a dar clases. Por eso el hecho de participar como panelista en el programa de la televisión cubana “Escriba y Lea”, durante 40 años, la Doctora Ortiz lo ha acogido
como un preciado regalo. “Cada semana el programa ha sido como una prolongación del
aula, aunque falte el contacto personal con un auditorio de alumnos, que se subsana ante el
encuentro cotidiano en la calle con todas las personas agradecidas del conocimiento recibido, y ávidas por saber más”, asegura la profesora Dolores Ortiz.
Desde la primera vez que estuvo frente a un colectivo de alumnos, nada ha disfrutado
más que transmitir conocimientos. Entonces contaba solo con 19 años y muchos proyectos
por cumplir. Tenía muy fresca la impronta que dejaron en ella sus maestros, respetados y
queridos por sus discípulos, en su ciudad natal, Holguín, a 740 kilómetros de la capital cubana. “Aunque de eso hace mucho tiempo, todavía puedo decir cómo se llamaban todos y cada
uno de mis profesores”.
¿Qué le aportó a su vida aquella etapa de estudiante?
Esos docentes, que lo eran en todo el sentido de ese término, dejaron tal huella en mí que sin
dudarlo puedo decir que en esas etapas fue cuando, fundamentalmente, completé mi formación
como ser humano; lo que soy hoy. Al colegio “Los Amigos”, donde estudié desde la enseñanza
primaria hasta el bachillerato, no solo se iba a aprender, sino a llevar una intensa vida cultural
y deportiva. Los niños participábamos en diversas actividades, desde un coro hasta una obra
198
En primera persona
de teatro, y en excursiones a diversos sitios del país. Abundaban los concursos de ortografía, de
redacción, de conocimientos…; era tan activa nuestra vida que no faltaban las motivaciones
para estudiar.
La llegada a la capital del país, en 1953, para su ingreso en la Universidad de La Habana,
le propició el encuentro con nuevos aprendizajes. Son años que recuerda con cariño, pese a
lo tumultuosos que fueron. Conocer a José Antonio Echeverría1, el líder querido de los estudiantes, a otros revolucionarios como Fructuoso Rodríguez2, y vivir de cerca la represión del
gobierno de Batista, cada día más cruel, la involucró en las protestas y el debate. Su verbo y
su acción se foguearon en la misión de hacer entender a unas cuantas estudiantes, hijas de
las clases media y alta de aquella sociedad, la necesidad de ir a la huelga estudiantil y cerrar
las aulas. “Casi no dimos ningún curso completo, y tras el cierre de la Universidad regresé a
Holguín. En 1959 volví a la Universidad de La Habana y logré graduarme. Fue en esa etapa de
cierre de la Universidad cuando me inicié como maestra, en el Candler Collage, un colegio
privado ubicado en Marianao”.
Aunque ha impartido varias materias como Historia, Geografía y Literatura, su asignatura
es el Español. Su pasión por nuestra lengua, tan amplia y de una riqueza inconmensurable, le
hacen preguntarse por qué se ha extraviado la cultura del buen decir. “A veces no se entiende
lo que hablan algunos. No solo por ese lenguaje que llega a ser incomprensible en ocasiones,
sino porque no articulan bien y mascullan las palabras, más que pronunciarlas.”
En su decursar como docente durante 50 años, María Dolores Ortiz Díaz ha merecido la
condición de Heroína del Trabajo y de Doctora Honoris Causa en Ciencias Humanísticas de la
Universidad de Holguín. Recibió los títulos de Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad
de La Habana, en 1959, y más tarde, el de Doctora en Ciencias Filológicas. Ocupan un lugar
especial en su historia de vida los 12 años que dedicó al Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, donde fue la Jefa del Departamento de Español. Allí sentía que sus energías
se multiplicaban en cada uno de los futuros profesores a quienes contribuyó a formar. No por
gusto fue distinguida allí como Profesora de Mérito.
La invitación a impartir clases que desde variadas instituciones y universidades del mundo le han hecho llegar, ella la incluye entre los premios recibidos: profesora invitada del Pedagógico de Moscu, conferencista de la Unesco, en su sede de París; y en varios centros de
altos estudios de Brasil, Egipto, Nueva York, Tel Aviv, en Israel, y otros. Así también ha participado en diversos congresos en países de Europa y América Latina. Por su contribución a la
enseñanza fue declarada ciudadana honorífica de la ciudad brasileña de Belo Horizonte.
Escriba y Lea
No se equivoca quien califica a “Escriba y Lea” como una clase magistral. De los inicios de
ese programa de la televisión cubana, y sus avatares en cuatro décadas de existencia, cuenta
una de sus fundadoras, conocida por todos en Cuba, simplemente, como la Doctora Ortiz.
“El 5 de diciembre de 1969 hicimos el primer programa, con la intención mantenida hasta
hoy de despertar interés por la cultura y, en especial, cultivar el deseo de la lectura. Algunos
pensaron que el programa duraría un corto tiempo, pues parecía dedicado a intelectuales y
no a las grandes mayorías. La vida se ha encargado de desmentir ese criterio superficial, que
en cierto sentido menospreciaba las inquietudes y las ansias de aprender de las personas.
1
Líder estudiantil universitario nacido en Cárdenas, Matanzas, a unos 100 kilómetros de La Habana, que se enfrentó a
la dictadura de Fulgencio Batista y fue asesinado a balazos el 13 de marzo de 1957, tras el intento fallido de derrocar
Cuba.
Fructuoso Rodríguez, destacado revolucionario asesinado el 20 de abril de 1957 junto a los también jóvenes josé Machado Rodríguez, Juan Pedro Carbó Serviá y Joe Westbrook Rosales, todos integrantes del Directorio Revolucionario
y sobrevivientes de las acciones del 13 de marzo, que se ocultaban en el edificio marcado con el número 7 en la calle
Humbodlt, en la capital cubana.
al gobierno en
2
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“Todas las dudas se despejaron el día que recibimos una carta remitida por los ordeñadores de una vaquería. Ellos solicitaron que adelantaran el horario de salida al aire del programa, ya que debían levantarse muy temprano a realizar su labor y no querían irse a dormir
antes de verlo. Fue una carta sorprendente, que nos dio la medida de a cuántos televidentes
podría llegar nuestro mensaje. Nos dio fuerza para seguir adelante con el objetivo que el
equipo se trazó: ampliar los conocimientos a partir de abundar en cada tema, en la medida
en que el reducido tiempo de que disponemos nos lo permite.”
¿Cuál personaje o hecho no descubierto le ha provocado algún disgusto?
No podría decir porque han sido muchos. A veces las preguntas más fáciles suelen ser más
difíciles de responder. Depende también de la forma de preguntar y hasta de los gestos del moderador.
En ocasiones las personas nos dicen que “adivinamos” los hechos de la Edad Media o Antigua
con más facilidad que los de la época actual. Entonces les pregunto el nombre de un soldado
muerto en la batalla de Waterloo. No pueden decir.
Es que para los cubanos, todos los caídos durante nuestra larga lucha son héroes y, por tanto,
tienen un lugar en nuestra historia; son personajes históricos. Por otra parte, sucede que la historia de la revolución no ha sido contada en su totalidad. Se han escrito muchos libros, pero de
determinada personalidad o pasaje, o de un combate o batalla en particular. A veces damos con
el personaje de que se trata porque se menciona en algunos de esos textos, pero hay ocasiones
en que no es posible.
¿Cómo llegó al programa?
En los primeros años de la revolución impartí clases de Español a un grupo de locutores de la
radio y la televisión, entre quienes estaba José Antonio Cepero Brito3. Cuando se ideaba el programa, él me propuso. Me llamaron y aunque era un reto grande, acepté. Él era el moderador.
Se preparaba muy bien para cada emisión. Una vez me confesó que de todos los programas que
hacía, ese era el que más le gustaba. Daba placer trabajar con él, no solo porque era un hombre
culto, sino por su sencillez y delicadeza. Le gustaba decir que había sido mi descubridor.
¡La única mujer en “Escriba y Lea”! ¿Qué opina de ese suceso?
No soy solo la única mujer, sino la única sobreviviente entre los fundadores. Yo creo que de
no ser por Cepero no me habrían escogido. Cuando el programa comenzó, la revolución recién se
estrenaba y nosotras no habíamos ganado el espacio de hoy. Entonces primaba el criterio de que
las mujeres no éramos capaces de hacer muchas cosas, a la par de los hombres. Por suerte, y con
mucho sacrificio, hemos demostrado que es posible.
¿Satisfacciones?
Muchas. ¡Conocer a tantas personas!
Guardo un recuerdo especial de uno de los panelistas: el doctor Humberto Galis Menéndez,
un modelo de esfuerzo y de cultura. Él era veterinario, profesor universitario, trabajaba como juez
en las ferias agropecuarias. Sin embargo, es la demostración tácita de que el saber no tiene fronteras.
¿Cada programa lo toma como una apuesta, un juego o un examen?
Ninguna de esas opciones. Lo asumo como algo muy serio. Nunca hemos establecido competencia entre nosotros, ni nos creemos mejores o peores por dar con el personaje o el hecho.
Trabajamos en equipo, y lo que aporta uno le sirve al otro.
¿Cree que tiene sustituta en “Escriba y Lea”?
Muchas. Sustitutos tenemos para todo en la vida. Lo único que no se puede sustituir son los
padres o los hijos. Cuando los perdemos, no hay con qué ocupar ese vacío.
3
Destacado y versátil locutor de la televisión cubana.
En primera persona
200
Acumular tantos conocimientos, ¿depende solo de talento o se necesita esfuerzo?
Hace falta tener algunas aptitudes. Sin dudas se necesita talento, una buena memoria, determinado grado de agilidad mental, estar en alerta constante. Como sucede en la vida, debemos
estar atentos y alertas en cada búsqueda que emprendemos. Lo que sí no pueden faltar son altas
dosis de constancia y perseverancia para estudiar y leer mucho. Y es una lectura que incluye memorizar, retener lo que se lee, sea cual sea el libro.
Y el tiempo para leer, ¿cómo lo combina con las otras tareas, incluidas las domésticas?
Creo que hace falta aprender a organizar el tiempo. Hay determinadas etapas de la vida, sobre todo en la juventud, en que se debe dar atención preferente a los hijos y otras cosas; entonces
el tiempo está limitado. Es cuando hay que planificarse mejor. Mis dos hijas se acostaban siempre
a las ocho de la noche. A partir de esa hora estaba libre para hacer lo demás, incluida la lectura.
Para las tareas domésticas, que detesto, cuento con la ayuda de mi esposo; más bien las compartimos, como debería suceder siempre. Ahora estamos los dos en la tercera edad y tenemos todo el
tiempo para nosotros, por lo que somos una especie de “retaguardia” para la familia.
¿Qué libros recomienda leer a sus alumnos?
Todos. Ojalá una vida alcanzara para leerlos todos. Algunos dicen que no debe leerse mala
literatura. En realidad la hay. Pero cuando descubrí a Gabriel García Márquez diciendo que la
lectura de la mala poesía conduce indefectiblemente a la buena, fui feliz.
Aunque la literatura es infinita, la lectura depende también del gusto de las personas. Hay
quien prefiere la temática histórica o la ciencia ficción o los policíacos, o leer poesía. Lo importante es adquirir el hábito de leer y convertirlo en un placer. Poco a poco el gusto se va refinando y sin
que la persona se dé cuenta busca los libros verdaderos.
¿Debe existir algún libro o autor que en especial usted aconseje no dejar de leer?
Para un cubano es imprescindible leer a Martí, no solo porque es un deber. Aparte de los valores patrióticos, históricos y la vasta cultura que abarca, nos proporciona un gran placer. Aunque a
veces sea difícil leer sus textos, la riqueza de su prosa, su ensayística, su poesía, invitan a leerlo.
Cuando puede elegir ¿qué literatura prefiere?
La narrativa. En especial la novela; los cuentos se me acaban muy rápido. Una llega a encariñarse con los personajes y no quiere que terminen.
¿Qué personaje le ha simpatizado más?
La Sofía de El siglo de las luces4. Fue una adelantada a su tiempo. Una mujer rebelde, inteligente, audaz, decidida, capaz en muchos sentidos. Si hubiera sido nuestra contemporánea, se
habría ido a la Sierra Maestra a pelear, y quién sabe hasta dónde hubiera llegado.
¿Qué le ha proporcionado ser profesora durante tantos años?
“Sentir que he hecho lo que me gusta hacer. Espero que mis alumnos recuerden mi nombre
como yo recuerdo los de todos mis maestros.
4
Novela del destacado escritor e intelectual cubano Alejo Carpentier.
En primera persona
201
Isabel Moya Richard:
“Creo, sobre todo, en los afectos”
Yo soy periodista
Por Sara Más / Foto: Randy Rodríguez Pagés
Periodista de profesión y convencida feminista, Isabel Moya gusta decir que es, ante todo,
una mujer de las palabras. Pero a esa afirmación habría que agregar que ella es, en esencia,
una mujer de la comunicación.
Directora de la Editorial de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas1 y de su revista
Mujeres, Moya alterna el ejercicio profesional como periodista y la dirección de varias publicaciones con la docencia universitaria y una incurable vocación por el estudio de los medios
y la construcción de sus mensajes.
La también presidenta de la Cátedra de Género “Mirta Aguirre”, del Instituto Internacional
de Periodismo “José Martí”, se reconoce también como “una de las habaneras que nació en La
Habana”, y no sabe aún si por pura coincidencia o gracias “al azar concurrente” del que hablaba Lezama2, vino al mundo en 1961, justo un 25 de noviembre, el día que en todo el mundo
se libra una batalla internacional en contra de la violencia hacia las mujeres.
Estudiosa incansable, excelente conversadora, ávida lectora y cinéfila empedernida, es
de esas personas que suele disfrutar todo lo que encuentra en su camino, desafía miles de
obstáculos, siempre tiene una risa disponible y padece de un optimismo rotundo, aunque
los pronósticos más fatales se atraviesen en su vida.
1
Única organización femenina en Cuba que agrupa a la mayoría de las mayores de 14 años y cuya membresía supera los
cuatro millones de mujeres.
2
Destacado escritor, poeta y ensayista, muy conocido internacionalmente por su novela Paradiso (1966).
202
En primera persona
Ello no la libra, sin embargo, de azares y barreras que vence a golpe de constancias y alegrías. Sometida desde niña a muchísimas privaciones por causa de una enfermedad ósea, no
ha dejado de hacer lo que ha querido; proponerse metas tan elevadas como el Pico Turquino
—el más alto de Cuba—, a donde llegó cuando todos le auguraban un fracaso; y, sobre todo,
vivir intensamente cada minuto de su existencia. Cubana por los cuatro costados, es la hija
mayor de un matrimonio donde se unieron dos mundos muy distantes: la caribeña Jamaica,
tierra de sus antepasados maternos, y la europea España, de donde procede su familia paterna.
“Mi mamá trabajaba de sirvienta en la casa donde mi padre era administrador de propiedades; se casaron cuando triunfó la revolución, en 1959. Yo digo también que ese matrimonio, de alguna forma, fue el resultado de la revolución, porque si no fuera así, con los
prejuicios de esa época, su unión no se hubiera consolidado. Tuvieron la posibilidad porque
se rompieron muchas barreras”, reflexiona.
Háblame un poco de tu infancia y tu familia.
Mi padre le llevaba 30 años a mi madre y, aunque se dice que esas relaciones suelen fracasar,
con ellos no fue así, demostraron todo lo contrario. Mi hermano y yo nos llevamos 11 meses,
tenemos una relación muy buena, a pesar de que somos muy diferentes, y ha sido un apoyo muy
grande en toda mi vida. Tengo una enfermedad que hace a mi organismo eliminar el calcio que
necesita y por eso se me empezaron a deformar los huesos desde que tenía un año de nacida.
Andaba todo el tiempo con aparatos ortopédicos, tuve que caminar y dormir con ellos desde los
tres hasta los 12 años de edad, cuando me operaron por primera vez. Así iba también a la escuela.
Por eso digo que mi familia es muy importante. Pienso que el amor que brindemos a los niños y
las niñas les da seguridad y autoestima. Yo fui tan querida, que nunca me sentí insegura ni menos
que nadie.
¿Pensaste alguna vez que tus dificultades físicas podían ser un límite para llegar a
donde querías?
No. Primero, porque las limitaciones físicas me llevaron, de alguna manera, a estudiar mucho. Me vi obligada a hacer largos reposos y eso me permitió leer mucho de niña. Además, me
llevaban a todas partes: si mis compañeros iban a echarle flores a Camilo, yo iba; cuando pasaba de grado, si mi aula estaba en un segundo piso y no podía subir las escaleras, mi mamá me
cargaba, me subía y me bajaba, para que no me cambiaran de grupo. En mi casa me educaron
mucho en la idea de la inclusión, de no sentirme diferente. O de entender que eres diferente, pero
puedes hacerlo todo.
Además, si nos portábamos mal mi hermano y yo, nos castigaban a los dos; jamás fui tratada con lástima. Cuando llegué a la secundaria, nunca presentamos un certificado para evitar la
escuela al campo; siempre fui y no a limpiar, sino a las labores agrícolas, como todos. A lo mejor
no recogía tanta papa, pero hacía lo mío. Me enseñaron que debo esforzarme, pero que puedo. Y
cuando no se puede, entonces me enseñaron a reconocerlo.
Yo subí el Pico Turquino recién graduada de periodista, y lo hice además por el camino de La
Plata, el más difícil. Hubo gente que no pudo seguir y se quedó por el camino, y yo llegué. No voy
a negar que todo el mundo me dio una mano y bajé echa una bola de fango, porque me caí quinientas veces. Pero no importa: subí y bajé. En ese sentido no he sentido la limitación; hice lo que
me gustaba hacer. Nunca he sentido que no puedo y lo que sí me molesta es que alguien decida
por mí que yo que no puedo. Siempre digo: “tú pregúntame, y yo decido sí o no”.
¿Y ese apoyo lo encontraste también en el ámbito laboral?
Tengo que reconocer que, en la Federación de Mujeres Cubanas, y sobre todo en la persona
de Vilma Espín3, encontré mucho apoyo ya en momentos en que el problema físico se agravó,
3
Vilma Espín Guillois (Santiago de Cuba, 1930 – La Habana, 2007), fundó la Federación de Mujeres Cubanas, orgaFue
esposa del actual presidente Raúl Castro.
nización desde la que impulsó importantes leyes a favor de las mujeres y en la que trabajó hasta su fallecimiento.
En primera persona
203
luego de que tuve a mi hija. Fue un embarazo muy deseado. Llevábamos varios años de casados
mi esposo y yo, pensamos incluso en adoptar, pero aquí es difícil; afortunadamente hay pocos niños abandonados. Pero tampoco fue a lo loco: me asesoré con los médicos, tuve un seguimiento
genético muy serio y atención ginecobstétrica constante.
Cuado salí embarazada, mi carencia de calcio se agudizó, pues el feto toma todo el que necesita. Acabada de parir, no podía ni caminar. Así estuve los seis meses que amamanté a la niña,
que fue otra decisión consciente: era lo mejor para ella y quería que mi hija creciera sana. Al mismo tiempo, no podía medicarme con antinflamatorios ni nada. Pasé dolores terribles. Fue un
momento muy difícil para la familia: todos estábamos contentos por el nacimiento, pero yo me
ponía peor. En ese momento ya era directora de la revista Mujeres y pensé que no iba a poder
continuar en el cargo, con tantas dificultades para moverme. Vilma vino a la casa y me dio mucho ánimo. Ella me dijo: “dos muletas no es problema para hacer algo”.
Meses después de someterme a rehabilitación, me seleccionó para asistir a un evento sobre
género y comunicación en México. Yo no me imaginaba viajando, con muletas, y se lo dije. Ella
me transmitió mucha confianza y así fui. Fue muy importante para recuperar mi seguridad.
¿El periodismo fue para ti una elección consciente?
Me encantaba, no porque tuviera una idea de la responsabilidad social que implicaba, sino
por mis lecturas. Con el reposo tenía una vida muy sedentaria y veía muchísimo un programa
de cine del ayer que pasaba películas de cine negro, donde Humphrey Bogart siempre era un
periodista detective que investigaba crímenes. Todavía le debo una crónica, porque era su gran
admiradora. Leía mucho y mezclado, no eran siquiera lecturas muy organizadas: lo mismo Alejo
Carpentier que Corín Tellado. Eso me fue llevando al periodismo, a querer estudiar, investigar.
Pero, realmente, hasta que llegué a la universidad no tuve una idea de la responsabilidad que
conllevaba. La veía como una profesión que tenía mucho de aventura. Tuve excelentes profesores
y empecé a entender la responsabilidad tan grande que tienen las personas que escriben o trabajan para los medios de comunicación. Me fui enamorando aún más del periodismo y hoy, pese a
problemas e incomprensiones, es la profesión que me gusta. Disfruto mucho también haciendo
la revista, en el sentido de la puesta en escena que significa ver qué temas incluir, el trabajo que
abre y el que cierra, la portada…porque es una mirada más integral.
¿Y ese fue tu primer trabajo, la revista Mujeres?
Sí, y tengo que decir que llegué pensando que iba a estar el tiempo del servicio social y ya. No
valoraba para nada la revista, ni los temas que trataba.
¿Qué te parecía?
Pensaba que todo era muy frívolo, cosas de mujeres, sin demasiada importancia; no me parecía un periodismo serio. Yo quería trabajar en Granma o la revista Bohemia, lo que yo creía era
un periodismo más trascendente. Sin embargo, a los pocos meses de estar allí me enamoré de mi
trabajo porque, en primer lugar, comencé a tener una idea de cómo eran las mujeres de mi país,
que no las conocía. Por Guamá entrevisté a una increíble, que cazaba ranas toros; luego a una
científica como Cochita Campa4. Empecé a descubrir un mundo que ignoraba. También tuve la
tremenda oportunidad de que la dirección de la editorial me estimulara a seguir estudiando, no
solo periodismo, sino a conocer lo que era la teoría de género y el feminismo, de lo cual no sabía
nada. Nunca había pensado realmente en la discriminación, ni en la exclusión. Nunca la había
sufrido y, si en algo me había tocado, no me había dado cuenta.
Así empezó mi historia con un periodismo que me parece esencial y que, tal vez, todavía se
subestima o no se valora en su justa dimensión: el periodismo con perspectiva de género. Yo digo
que esta profesión, de alguna manera, tiene que tener la misión de ayudar a la gente a vivir. Vivir
4
Destacada científica cubana, reconocida por sus méritos e investigaciones científicas dentro y fuera del país. Directora
General del Instituto “Finlay”, Centro de Investigación y Producción de Vacunas y Sueros. Es una de las creadoras de
VA-MENGOC-BC, primera y única vacuna en el mundo con eficacia comprobada contra el meningococo tipo B.
204
En primera persona
es un hecho natural y biológico, pero a vivir también se aprende. Para eso los seres humanos
hemos inventado la filosofía, la literatura, la ciencia, la pedagogía, la psicología… pero también
el periodismo, que ayuda a poner los hechos de la cotidianidad en el contexto general.
Una cosa llevó a la otra: empecé admirando mucho a mis entrevistadas; pero después empecé a estudiar, a escuchar a otras personas, a participar en eventos, y comprendí que no es solo
una práctica, sino que está sustentada por un pensamiento. Era como una “protofeminista”: no
conocía la teoría, pero me empezaba a preocupar e interesar. Me acerco a los estudios de género
entre finales de los ochenta y principios de los noventa. Otra vez tuve que operarme, estuve tres
años con fijadores externos en una pierna y me dediqué a estudiar.
¿Qué te atrae del periodismo con perspectiva de género?
Ese que tratamos de hacer en Mujeres —y que a veces logramos mejor y otras tenemos que
perfeccionar mucho— se distingue por su vocación de servicio, la posibilidad de tocar temas que
en otras publicaciones no se abordan, o se tratan desde otras miradas. Me gusta además entrar
en el debate de los procesos de la subjetividad. Muchos de nuestros trabajos ni siquiera tratan
de dar una receta ni una solución, sino de debatir esos cambios que ya no dependen tanto de la
normativa legal o la voluntad política, sino precisamente de los imaginarios colectivos, de las
apreciaciones que tiene la gente.
¿Y cómo se vincula la teoría de género con la comunicación?
Me parecía —y todavía me parece— que quienes estudian la teoría de género no le han dado
a los medios de comunicación el valor que tienen como elemento socializador. No hay realmente
un análisis que vaya más allá de la descripción y la denuncia sobre determinados temas como,
por ejemplo, la publicidad sexista. Hay investigación de corte positivista, empírico, muy importante para visibilizar determinados acontecimientos; pero, si nos quedamos solo en el diagnóstico, no podremos entender cuáles son los mecanismos a través de los cuales se construyen esas
imágenes, y tampoco podremos proponer los que hay que elaborar, reconstruir o cambiar para
que los medios se acerquen de otra manera a la realidad.
Por eso me interesa articular los ámbitos en que la teoría de la comunicación y la de género
confluyen, para llegar a aspectos vitales como los valores noticias. En el periodismo, para que un
hecho deje de ser cotidiano y pase a ser noticioso, debe tener determinados valores noticias, entre
los cuales no se consideran normalmente el género, la subjetividad, la construcción de lo masculino y lo femenino. Y, en caso de entenderse como tales, se les asocia con la espectacularidad o lo
estereotipado.
Si, por otro lado, los constructores de los mitos contemporáneos —que, en definitiva, son los
medios— siguen presentando como paradigma lo tradicional, pero envuelto en un ropaje de
modernidad; entonces la ley está, pero es letra muerta; o las maneras, incluso, en que las mujeres
participan, siguen reproduciendo la concepción patriarcal. Son espacios en los que la teoría de
género debe profundizar y la de comunicación tiene que entrar seriamente.
Defiendo la importancia de esta confluencia y de que ambos saberes se nutran e intercambien. Los medios tienen una responsabilidad social. No comparto la idea de que son el reflejo de
la realidad; son una construcción que parte de la realidad misma, con la responsabilidad ética de
proponer nuevas formas y paradigmas.
Alternas periodismo, investigación académica y el profesorado, en el aula universitaria. ¿Cuál de estos trabajos disfrutas más?
Disfruto mucho estudiar y, por eso, investigar es muy importante para mí. Ahora mismo mis
vivencias me permiten analizar los fenómenos con una carga de experiencia, y a la par se han ido
sedimentando algunos conocimientos: lo aprendido en la base con las mujeres, los estudios feministas. Me siento en un buen momento para la investigación. Sin embargo, el aula es un desafío:
muchas veces los alumnos preguntan lo que tal vez no te has preguntado; o, con el desenfado de
esas edades, se cuestionan la teoría establecida y la tienes que revisitar. El aula me gusta porque
me mantiene en el diálogo con lo más nuevo, lo que se está gestando en la periferia; no son las
En primera persona
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corrientes de pensamiento que están en el centro, pero van generando polémica y saber. A la vez,
el ejercicio periodístico me gusta mucho, me ancla en la realidad . Por eso sería tan difícil escoger.
De alguna manera los tres se complementan.
¿Qué te gustaría hacer y no has podido, profesionalmente hablando?
Una revista teórica de estudios de género. Podría ser un anuario que recoja la producción que
están haciendo las cubanas. Hay muchas investigaciones dispersas. Me encantaría ser la editora
de esa revista o cuadernos de estudios de género en Cuba, que reúna experiencias, indagaciones,
buenas prácticas; para que pueda compartirse y conocerse lo que en ese campo se hace.
¿Sigue siendo más difícil para las mujeres alcanzar sus metas?
Creo que todavía para ellas es difícil llegar, en muchos aspectos. Más que nunca es imposible
hablar de mujeres cubanas en su totalidad; hay que ver los diferentes estratos, segmentos, porque conviven a la vez quienes, con una mirada transgresora, tienen como objetivo articular en
la vida su realización personal y pelean por eso, junto aquellas más tradicionales, que se siguen
asumiendo como amas de casa, con tranquilidad, sin malestar. Y hay también mujeres en tránsito, que viven con culpas y contradicciones la ruptura y lo tradicional. Eso se aprecia muchas
veces en las relaciones de pareja, en la promoción de mujeres a cargos importantes. Si bien es
cierto que ha quedado atrás la idea de que las mujeres no son capaces —algo que la sociedad
cubana ya ha asumido: que somos capaces de hacer cualquier cosa—, en el imaginario colectivo
tiene mucha fuerza que ellas son las responsables de la educación de los hijos, los ancianos y el
hogar. Estamos muy urgidos de democratizar las relaciones hacia el interior de la familia cubana,
que no significa “tu lavas y yo plancho” —no se trata de simplificarlo a los roles—, sino de asumir
compartidamente las responsabilidades.
Un fenómeno que habría que estudiar es la manera en que estamos educando, a veces con
demasiada sobreprotección, y que también remite a lo más tradicional. A las niñas y los niños los
seguimos formando, desde el hogar, de una manera muy sexista.
¿Alguna vez te has sentido derrotada?
Nunca me he caido, pero me he levantado. Soy muy hedonista; lo disfruto todo. Cuando podía caminar por el malecón, lo disfrutaba mucho; ahora tengo que ir en silla de ruedas, y lo disfruto igual. Me voy a un concierto en la plaza, me deleito con un disco, un libro, incluso conversando.
No tengo paz si pienso en morirme; me digo: “¿cómo es posible?, ¿qué me voy a perder?”, pero
tampoco me obsesiono con eso.
A veces hay un sentido un poco existencialista de las personas con discapacidad, pero no soy
de las que cree que hay que sufrir, o ser de determinado modo, para ser bueno o malo. Las personas con discapacidad somos como todas: con defectos, virtudes, mezquindades y valores.
¿Cuáles son tus límites?
Un límite para mí es la traición: no puedo traicionar a nadie, ni hablar a sus espaldas. Digo lo
que pienso y a veces no gusta, o no es lo correcto, o me equivoco. En ocasiones me ha dado buenos resultados; otras, me ha traído incomprensiones; pero lo prefiero. La traición es lo más bajo.
Quiero a mis amigos con sus defectos y trato de comprenderlos. Cuando se habla a espaldas de
alguien, no la ayudas a ella ni a ti; vas creando un pozo de hiel que te va llenando, y eso lo detesto.
También soy mala perdedora, me gusta ganar.
¿De dónde sacas tanto optimismo?
Soy una mujer feliz; hago un trabajo que me gusta, tengo una familia encantadora, un compañero que es una maravilla, colegas y amigas excelentes; y vivo cautivada por esta isla en revolución, que me ha hecho ser como soy. Creo en la amistad. La experiencia que tengo en mi vida
es haber recibido mucha solidaridad. Una persona con discapacidad tiene que tener voluntad, y
la tengo, pero sin solidaridad no hubiera llegado a nada. Creo, sobre todo, en los afectos, en las
personas, en la solidaridad. A veces algo no me ha salido bien o me he equivocado; es cierto, pero
aprendo también de los errores. Esa es la vida.

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