Biografias de Personajes Cartageneros a traves de la Historia

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Biografias de Personajes Cartageneros a traves de la Historia
© Maria Victoria Garcia Azuero, 2012. Except as provided by the Copyright Act [1976] no
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Biografías de Personajes
Cartageneros…. A través de la Historia
(Árbol Genealógico de las Familias
Cartageneras)
Por: María Victoria García Azuero
Reconocimientos y Agradecimientos
Este libro se debe a una pasión despertada en mi niñez al escuchar los cuentos de “la
Martinera”. La Martinera es la expresión usada para describir una manera de ser de un núcleo
familiar sumamente unido, la familia Martínez. La Martinera se componía de muchos hermanos,
primos hermanos, primos casados con primos, medio-hermanos, etc. y tenían una característica
muy especial, eran seres “puro corazón, supremamente nobles y serviciales, excelente talante y
temperamento, leales. La simpatía Martinera es inigualable”, al decir de Rodrigo Martínez de
Andrés Torres, hijo de Antonio María Martínez Martelo. Dentro de este núcleo existen muchos
personajes de leyenda y muchas historias las cuales eran narradas con exquisita imaginación en
especial por mi abuela Tulita Martínez Martelo de Azuero.
Con el correr del tiempo, me enteré de que existía un Árbol Genealógico con las GENEALOGIAS
de los Martínez, Méndez, Gómez y de Lora recogidas por el Dr. Diego Martínez Camargo,
durante sus intensos recorridos, y corregidas y adicionadas por don Manuel Ramón Méndez
Cabrales, su primo segundo, y ambos, mis tíos abuelos.
Así que después de haber armado el Árbol Genealógico en el computador, y viendo que
emparentábamos con toda Cartagena, comencé a ampliar la información incluyendo a todas las
familias que más pude. De esta forma comenzó mi investigación genealógica teniendo la gran
fortuna de contar con la generosa aportación de muchísimas personas amigas de toda la vida,
quienes me han ofrecido datos familiares muy valiosos. Luego apareció Facebook y hubo una
explosión de amigos nuevos, todos queriendo saber más sobre sus familias; llegaron las fotos de
los antepasados y más amigos y más amigos, con muchísima información.
Entre todos quiero mencionar a: Jacqueline Lemaitre de Basile, quien me aportó copia del
archivo genealógico que hizo Celedonio Piñeres de la Espriella sobre los Piñeres y los de la
Espriella; también aportó datos sobre los Pombo y los Lemaitre. A Roberto Carlos Lemaitre de la
Espriella, su hermano, quien me entregó una extensa genealogía de los de la Espriella. A María
Teresa “Mau” Ripoll de Lemaitre, quien me regaló una copia del libro de Pastor Restrepo,
Genealogías de Cartagena de Indias. A Rodolfo Méndez Méndez, por haberme ofrecido su
propia investigación sobre la familia Méndez.
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A Juan de la Vega, colaborador de las familias Vélez Racero, Irisarri y por supuesto de la Vega.
A Alberto Enrique “Rata Mona” Villarreal Herrera, nos dio muchísima información sobre los
Villarreal, Herrera e Ibarra y muchas familias más. A Gabriel “El Indio” Rodríguez Osorio,
conocedor de tantísimas familias cartageneras y quien aportó la ascendencia de los Rodríguez
Torices.
El Almirante Rafael Grau Araújo, primo cuarto de mi mamá y al doctor Carmelo Martínez Conn,
mi tío político, quienes me abrieron las bibliotecas de sus casas y me permitieron indagar y
consultar cantidad de libros históricos sobre Cartagena, de difícil adquisición ya que no se han
vuelto a editar.
A mi primo querido Roberto Carlos Martínez Méndez quien fue el que con su entusiasmo me
ofreció abiertamente el árbol genealógico que tío Ramón Méndez Cabrales, su abuelo,
pacientemente había hecho a mano. Roberto Carlos convirtió en realidad un sueño que parecía
imposible. Además siempre empujándome y animándome para escribir el libro.
A Enrique Martín Franco, el hombre del computador, que con su alegría y energía, estuvo muy
involucrado para poder sacar adelante esta obra.
Y entre los “amigos nuevos” que quiero mencionar están: Alvaro Lecompte Luna, Rocío Sánchez
del Real, Chola Benedetti Jiménez, Alfonso Ibarra Villarreal, Xaime Ibarra Merlano, Norma
Castelblanco Grau, Reynaldo Borda Martelo, Maty Tono Lemaitre, Miguel Francisco de la
Espriella, Alfredo El Mono Villalba Bustillo, Martha Luna Franco, Marta Zúñiga de Ziegbert,
Manera de identificar a sus familiares:
Para poder darle lectura más fácil al desarrollo generacional, voy a colocar como ejemplo a la
familia Martínez:
Generación No. 1
1
1. PEDRO MARTÍNEZ se casó con MARÍA DE LOS SANTOS MAIJEL. Nacida hacia 1735
en Torrecilla de Camero, Ebro, Castilla La Vieja.
Noten que Pedro, tiene el número 1 al lado de su nombre, eso significa que él es la primera
generación.
Que se sepa tuvieron un hijo:
2
2.
i. JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL, n. hacia 1762, Cartagena de Indias; f.
Octubre 19, 1812, Mompox.
José Casiano, tiene el número 2 al lado de su nombre, él viene siendo la segunda generación.
Generación No. 2
2
1
2. JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL (PEDRO MARTÍNEZ) se casó con MARÍA
MANUELA DE LOS SANTOS FERNÁNDEZ-Y-HERRERA en Julio 02, 1775 en la Iglesia de
Santo Toribio, en Cartagena de India.
Hijos de JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL y MARÍA MANUELA DE LOS SANTOS
FERNÁNDEZ-Y-HERRERA son:
3
i. MANUELA MARCELINA MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ, n. hacia 1776, Cartagena
de Indias. Sin descendencia.
3.
ii. DIEGO MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ, n. hacia 1780, Cartagena de Indias.
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Los hijos con un número al comienzo de la línea, son los que han tenido descendencia.
Solamente estas personas aparecerán en la siguiente generación.
Generación No. 3
3
2
1
3. DIEGO MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ (JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL, PEDRO
MARTÍNEZ) se casó con AGUEDA DEL-CASTILLO. Nacida en Cartagena de Indias.
Hijos:
7.
4
i. MANUEL MEDARDO MARTÍNEZ-DEL-CASTILLO, n. hacia 1800, Cartagena
de Indias.
ii. AMALIA MARTÍNEZ-DEL-CASTILLO, n. hacia 1802, Cartagena de Indias.
Generación No. 4
4
3
7. AMALIA MARTÍNEZ-DEL-CASTILLO (DIEGO MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ, JOSÉ
2
1
CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL, PEDRO MARTÍNEZ) nació hacia 1802 en Cartagena de
Indias. Ella tuvo con DOMINGO ROMERO un hijo nacido en Sincelejo:
8.
5
i. PEDRO MARTÍNEZ-ROMERO.
La secuencia numérica no establece un parentesco sanguíneo de hermanos. Solo indica
generaciones. Así que van a encontrar secuencias numéricas con personas que no están
relacionadas consanguíneamente entre sí.
Introducción
Breve recuento de la historia de Cartagena de Indias.
El nombre de “Biografías de Personajes Cartageneros a través de la Historia” es inspiración que
me produce el hecho de solo pensar en tantas generaciones de hombres, mujeres y niños que
vivieron en esta ciudad. Sobrevivieron una y otra vez tantos ataques, saqueos, sitios, bloqueos,
en donde les destruían los techos de sus casas, les robaban todas sus pertenencias, tenían que
huir al monte a esconderse cada vez que un ataque era inminente, y a pesar de todo esto,
estamos aquí los cartageneros, vivitos y coleando, para echar el cuento.
Un hecho que me ha conmovido mucho, ya que esta clase de historia es difícil de encontrar
debido a la falta de documentación, es el siguiente.
Cartagena como siempre sitiada por el General Francisco Carmona, año de 1842. El personaje,
doña Candelaria Eckart Rubio. Día: Enero 5, 1842. Ella, recién casada con don José María de
Pasos Ugarriza, con su única hija, una niña en brazos, Josefa de Pasos Eckart. Escena: doña
Candelaria, hablando con su vecina de balcón a balcón en la Calle Lozano (hoy Román), sobre
la “bendita” guerra que estaban sufriendo. Doña Candelaria, se despide, entra al salón de su
casa, entrega la niña a su “aya”, y de pronto, una bala de cañón disparada desde el Cerro San
Felipe, rompe la pared de su casa e impacta directamente a doña Candelaria, falleciendo en el
acto. Dato: tomado de Historias, Leyendas y Tradiciones de Cartagena. Dr. Arcos, 1914.
Son estas historias personales que en lo posible, y gracias a nuestra gran tradición oral, se
mencionarán bajo el perfil de cada uno. Gracias a los cartageneros quienes se volcaron tan
generosamente, es que muchas de estas historias han podido salir a la luz.
He aquí un breve recuento sobre la historia de Cartagena, para que situemos a nuestros
familiares dentro de este Corralito de Piedra tan amado por nosotros.
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A diecinueve años de fundada Cartagena en 1552 hubo un incendio, que arrasó con todas las
casas y la Catedral que se habían edificado después de la Conquista. Inicialmente estas casas
fueron hechas con los materiales que se encontraban a mano, bahareque (paredes de caña y
tierra), y para el techo madera y palma para refugiarse del sol canicular y las lluvias torrenciales.
.
De ahí en adelante las leyes nuevas motivaron a construir los edificios y casas de habitación en
cal y canto o mampostería.
Para este fin se importaron de España carpinteros, albañiles y canteros. Entre ellos el muy
conocido Simón González, Maestro Mayor, quien tuvo a cargo la construcción de muchos
edificios como la Catedral y la Casa de la Aduana,
En la foto la casa que se cree fue construida por don Pedro de Heredia. Estuvo localizada en la
esquina de la Plaza de la Gobernación y Plaza de Bolívar de hoy día. Fue absorbida por el
Palacio de la Gobernación durante la Alcaldía de don Daniel Lemaitre Tono en 1948.
Nos cuenta María del Carmen Borrego Plá, en su libro Cartagena en el siglo XVI, que finalizando
ese siglo y después del ataque del pirata Francis Drake en 1587, ya Cartagena tenía alrededor
de unos 300 habitantes. Esto, unido al creciente comercio y enriquecimiento de los vecinos, les
hizo construir casas semejando palacios que estuvieran más acordes a sus ingresos. Eran
grandes, cómodas y frescas diseñadas para soportar el inmenso calor de la ciudad. Las casas
serían de cal y canto o mampostería y tejas de barro. Aparecerían los balcones volados de
madera en las callecitas estrechas.
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Una de las primeras casas de piedra fue edificada alrededor de 1560 y está localizada frente a
la Catedral, (en la foto abajo) se dice que fue esta la casa elegida por el Pirata Francis Drake
para su alojamiento una vez hizo su entrada a Cartagena. Para amedrentarnos, desde esa casa
disparó una culebrina al techo recién terminado de la Catedral derrumbándolo en parte.
Casa frente a la Catedral, Foto de María Victoria García Azuero
El Pirata Drake entró por un pedacito de tierra, que separaba al mar de La Caleta. A este pedazo
de tierra le habíamos hecho pequeña trinchera, (se puede apreciar en el mapa). A la trincherita
se le abrió un foso y hacía que el agua de mar y la Caleta se comunicaran. Pero piratas al fin y al
cabo, esto no les hizo ni pizca de mella!
Como les venía contando la natural construcción de las casas comenzó en el área alrededor de
la Plaza de la Aduana. Nuestras callecitas Aduana, Landrinal, Cochera del Gobernador y
Candilejo se les llamaban Calles Reales, La Amargura tenía otro nombre. Donde está el
Convento de San Pedro Claver, en su momento estuvo localizada la Carnicería de la ciudad.
Y todas estas callecitas, tenían por frente las olas del mar, por el norte, o La Caleta, al oeste.
Detrás de la Carnicería, de ese entonces, se construyó en 1555, el primer muelle de la Ciudad
de Cartagena, llamado “Muelle Viejo”. Debido a que quedaba muy lejos e incómodo para cargue
y descargue, se trasladó justo frente a la Casa de la Aduana y se le llamó el “Muelle Nuevo”; este
comprendía de un pretil de cal y canto y troneras para su defensa. Serviría también para
desembarcar a los pasajeros que llegaban en botes desde las naves fondeadas en el
Resurgidero (o Base Naval de hoy día). Las murallas las comenzamos a levantar a partir de
1608, o sea veinte años después del saqueo del Pirata Drake.
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De las primeras casas, la Casa de la Contaduría. Esta es la misma que llamábamos la Casa de
la Isla. Llamada así porque la sola construcción de la casa consistía de toda la cuadra.
En la foto la Casa de la Isla en 1897. Foto tomada de un escrito sobre don Juan Bautista
Mainero. Óleo de Gilberto Hernández Posada. Colección del Museo del Palacio de la Inquisición,
Cartagena.
La Casa de la Isla fue vivienda de Gobernadores y Virreyes. También ahí, se alojó el Barón de
Pointis cuando asaltó y saqueó a Cartagena en 1697. Esta casa fue demolida en 1920, y en su
lote se construyó el Edificio Andian, hoy Banco de Comercio.
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En este mapa se puede apreciar La Caleta o cuerpo de agua que casi tocaba el mar; el Caño de
San Anastasio dividiendo las dos islas de Getsemaní y Cartagena, y el Puente de San
Francisco. A la derecha, la lengua de tierra por la cual entró el Pirata Drake.
Cuando Cartagena era una Isla.
La isla de Cartagena se comunicaba con la de Getsemaní por el puente de San Francisco,
llamado así por el Convento de San Francisco el cual había sido construido en 1534 (se puede
apreciar en el mapa).
Poco a poco, las murallas fueron rodeando toda la islita de Cartagena; a la Isla de Getsemaní,
las murallas comenzaban desde el Baluarte de Barahona (hoy demolido y donde está localizado
el Centro de Convenciones), le daban toda la vuelta hasta llegar al Baluarte de San Miguel de
Chambacú, o final de la Avenida Luis Carlos López, formando así La Media Luna, de ahí su
nombre.
La única entrada a la ciudad que comunicaba con Tierra Firme era atravesando la Isla de
Getsemaní, por un camino primitivo, que llegaba al Revellín de la Media Luna. Este revellín, era
un terraplén con tres fosos de agua, uno frente a la puerta de entrada con un puente levadizo;
éste se abría en la mañana y se cerraba en la tarde. También se podía cerrar de inmediato a la
vista de un ataque enemigo. El otro foso pasaba al frente de la tronera del revellín que quedaba
en la mitad del terraplén, y que tenía dos cañones. Y al final antes de llegar a tierra firme, estaba
el tercer foso. Encima de los tres fosos había unos puentecitos de madera que se destruían ante
un ataque inminente. A los cartageneros no le gustaban las murallas de Getsemani porque les
dificultaba la entrada del contrabando.
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Puerta de la Media Luna con el Revellín todavía en pie. Se pueden apreciar los tres fosos.
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La puerta de entrada a la Isla de Cartagena se le llamaba La Boca del Puente. Esta también
tenía un Puente Levadizo que se abría en las mañanas y se cerraba en las noches.
Fotos de la Darien Expedition del Comodoro Selfridges, tomadas en 1870. Entrada principal a la
Isla de Cartagena. Se aprecia la Boca del Puente, o entrada principal, y la puerta a su izquierda,
fue abierta en 1803. Al frente de la Boca del Puente existieron unas edificaciones donde estuvo
localizado el Mercado de Cartagena. Estas fueron demolidas por el Pacificador Morillo, porque le
impedían la vista hacia Getsemaní y no quería tener imprevistos.
Luego edificamos iglesias y conventos: el Convento y la Iglesia de San Francisco en 1555, la
Catedral 1584; (El Pirata Drake le destruyó el techo recién terminado), la Iglesia de Santo
Domingo, (el Almirante Vernon le destruyó el campanario de la izquierda en 1741, que nunca se
reconstruyó); la Iglesia de Santo Toribio, (también sufrió con una bala de cañón de Vernon que
entró por una ventana, y se incrustó en la pared del frente); el Convento e Iglesia de San Agustín
(hoy Universidad de Cartagena) en 1603; el Convento de Santa Teresa y Santa Clara; el
Convento de la Popa; y en Getsemaní, las Iglesias de San Roque y la de la Santísima Trinidad.
Cuentan que los fieles cartageneros estaban en misa en la Iglesia de Santo Toribio, rogando a
Dios para terminar con la pesadilla de Vernon, y en ese momento una de las asistentes se
desmayó. Acabando de retirarla de su silla, justo entró una bala de cañón por la ventana, cayó
en ese lugar, y rebotó, incrustándose en la pared de enfrente. Fue una de las últimas balas
disparadas por Vernon para desquitarse de los cartageneros por no haber podido tomarse la
ciudad. Vernon fue otro que destruyó mucho tejado para desquitarse por la vergüenza sufrida.
Debido a su ubicación estratégica, Cartagena se convirtió desde su inicio en una ciudad muy
llamativa para los piratas. Con decirles que en 1543 y a los 10 años de fundada, fue objeto del
primer ataque pirata, durante los preparativos de la boda de una sobrina de Don Pedro de
Heredia.
Los muebles coloniales, las vajillas, las joyas, todo esto se lo llevaban los piratas. Si hasta las
camas se llevaban! Lo que no les cabía en los galeones piratas, lo destrozaban y lo botaban al
mar. Una cosa que si devolvió Luis XIV, el Rey Sol de Francia, fue un ataúd de plata sin sus
campanillas de oro, que se llevó el Barón de Pointis en su saqueo a la ciudad. Éste había sido
donado por la señora doña María de Caraballo, para celebrar el Santo Entierro en Semana
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Santa. Y es gracias a sus gestiones ante el Rey Sol, que éste le fue devuelto al Convento de San
Agustín donde siempre se guardaba. Cien años más tarde este ataúd de plata se convertiría en
monedas de plata, junto con todo el oro y la plata donada por los cartageneros, para
subvencionar la guerra de la Independencia. José P. Urueta en Cartagena y sus Cercanías.
Vida cotidiana y costumbres
La Armada de los Galeones, hacía su primera escala en Cartagena de Indias a su paso para
Portobelo en Panamá teniendo la ventaja de recibir la mercancía que llegaba de España, de
primera mano. Para esa época a la Feria bajaban los comerciantes desde Quito, Popayán y
Santa Fe de Bogotá a comprar artículos como ropa y demás, y regresar lo más rápido posible,
en mula, a sus tierras, antes de que estos mismos artículos, fuesen transportados por arrieros a
mula a través del Istmo de Panamá, y luego en barco hasta Guayaquil, Quito y Lima.
Hacíamos tanto negocio, que las ganancias nos duraban hasta la próxima Armada. Durante la
Feria se arrendaban casas, se armaban tiendas y “chacitas”, corría el dinero a manos llenas,
todo el mundo coronaba. Con esta población flotante de navegantes y comerciantes del interior,
aumentaban todos
los precios de consumo de alimentos, los esclavos trabajaban a jornal, y con eso podían
comprar su libertad.
Acabada la Feria, llegaba el “tiempo muerto”, se acababa el bullicio, las trifulcas, los fandangos,
llegaba el silencio y la tranquilidad.
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La Casa Colonial
La casa colonial era el sitio de vivienda y negocios. En los altos habitaba la numerosa familia,
con parientes cercanos, tías solteronas, tíos viudos, se criaban sobrinos, o hijos huérfanos de
algún pariente cercano, estaban los abuelos. En fin gran cantidad de personas. En los bajos
funcionaba todo lo comercial, vivienda de sirvientes, caballerizas, toda clase de animales
domésticos, no faltaban las gallinas. El aljibe área central desde donde se abastecía de agua a
toda la casa. En la huerta en el traspatio árboles frutales y hortalizas tropicales.
En la entrada el portón gigantesco con su postigo, pequeña puertita para entrar al zaguán. Este
postigo tiene una ventanita pequeñita para ver quien toca el aldabón. Por las mañanas, en ese
silencio se oye cuando se quita el cerrojo de alguna puerta vecina. Subiendo las escaleras
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monumentales estaba la antesala y el tinajero, donde se conservaba el agua para saciar la sed,
luego estaba el salón principal con balcón a la calle, fresco, se podía visitar a la vecina, sin tener
que salir a la calle; un corredor largo con balconada que daban hacia los dormitorios y la señora
de la casa divisaba todo lo que sucedía abajo; al fondo del corredor estaba el comedor, la cocina
a base de carbón y chimenea, y hacia lo alto el minarete o mirador subiendo por una escalera de
madera para coger el fresco de la tarde, mirar el horizonte y explayarse.
Alimentación
Dice don Antonio de Ulloa en su “Noticias de América” cuando nos estuvo visitando en 1735 que
los cartageneros nos alimentábamos básicamente de “bollo” de maíz su contextura era blanca e
insípida. En las casas pudientes se amasaba con leche. Y con cazabe, hecho de las raíces de la
yuca, el ñame y el moniato, que por ser insípidos también se consumían con miel. El trigo no se
cultivaba todavía en 1700 y la harina la traían de España. Por consiguiente era extremadamente
cara. Sólo los europeos consumían el pan y a la “muerte de un obispo”. Los criollos desde la
cuna ya se acostumbraban a los nuevos gustos de los frutos que se encontraban por acá.
Antonio de Ulloa describe el coco como “fruta de poco uso”, del cual se tomaba el agua, sabrosa,
cuando estaban verdes para refrescar la sed. Cuando el coco ya estaba maduro, se le extraía la
leche “al igual que las almendras”, y con eso, se preparaba el arroz. (Figúrese ustedes nosotros
comiendo arroz con coco desde esa época)
El desayuno, se hacía con platos fritos con manteca de puerco, (el aceite sólo se conseguía
cuando llegaba la Flota de la Armada de los Galeones) y con pasteles en hoja, hechos de “masa
de maíz” tomado con chocolate o cacao, como le llamábamos. Hacer las onces, consistía en
tomar aguardiente, antes del almuerzo para preparar el estómago ya que se debilitaba mucho
con el calor.
Con la harina del maíz hacían “otras pastas”, posiblemente la empanada con huevo…“y
aderezan varios manjares muy sabrosos y saludables”. El plátano se consumía también en vez
del pan, y cocinados servían de acompañantes de los “guisados y manjares”. Quizá se refiere al
plátano maduro.
Del sancocho dice lo siguiente: “El agi-aco”… “es rara la mesa donde falta”… y continúa
hablando de “la abundancia de especies que lo componen para hacerlo gustoso”. Son sus
ingredientes “puerco frito, aves, plátanos, pasta de maíz y otras varias cosas”. Parecería estar
hablando de nuestro sancocho!
Las mesas de las casas “de distinción y comodidad” eran servidas con “gran decencia,
ostentación y esplendidez”. Había desayuno, onces, almuerzo, refresco, comida a las 5 de la
tarde y por último a los ocho de la noche, el chocolate con queso, buñuelos, y carne salada. El
cacao era producido en las riberas del río Magdalena y era de fácil acceso a las provincias.
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Vestimenta
Esta figura fue tomada del El Viaggero Universal, 1793, para Guia de Forasteros, de Giorgio
Antei
Las mujeres cartageneras nos cuentan don Antonio de Ulloa, se vestían con telas muy delgadas
por el clima tan caluroso.
Utilizaban una “pollera” de
colores, de tafetán de seda y sin
forro, hasta los tobillos. En la
parte de arriba, una blusa blanca
ajustada al cuerpo, que le decían
“jubón o almilla blanca”, pero sólo
en la época de las brisas o
verano. En invierno o época de
lluvia y calor, no se lo
aguantaban y solo “se fajaban
para abrigar el estómago”. Me
imagino una blusita con tiritas por
el hombro.
La “basquiña” era una sobre falda
de seda, nunca de color negro,
que se colocaban por encima de
la “pollera”. Esta “basquiña” tenía
un tipo de ojalillos para lucir la
“pollera”.
Se cubrían la cabeza con un
“pañito”. Este consistía en una
tela blanca, muy fina, llena de
encajes y almidonada, que le
llamaban la “mitra”, pues se le
formaba una punta tiesa por
encima de la frente; en los
hombros lucían una mantilla
española. Nunca salían de sus
casas sin el “pañito” ni la mantilla.
Este “pañito” se utilizó hasta
finales de 1800, ya no tan
sofisticado ni tan almidonado,
como lo muestran las pinturas de la época.
Por zapatos, se usaba unas “chinelas” con taconcito, donde sólo les cabía la punta del pie.
Dentro de la casa andaban con el “pantuflo”, el cual se lo quitaban con frecuencia, por el calor.
Es costumbre todavía hoy día, andar descalzos dentro de las casas cartageneras, para
refrescarse. Que niño no anda a “pie pela’o” por la calle, correteando y jugando, sin prestarle
atención a las piedrecitas!
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Los hombres usaban saco o “chupas de Bretaña”, un estilo de saco ajustado al cuerpo, con
manga larga y faldita. De tela ligera y fresca, y de todos colores. No utilizaban peluca por el
calor. Sólo el Gobernador, y para actos oficiales muy importantes.
No llevaban corbata, sino camisa de cuello con botones de oro. La camisa, la usaban
“desabrochada” por el calor. El sombrero era blanco, hecho de paja. Los españoles en
Cartagena, llevaban el cabello corto a ras del sombrero, debido al clima, y abanicos de paja,
para “echarse fresco”. En el Interior del país, si se usaba la colita de caballo, la cual José Manuel
Groot describe tan bien en su libro “Historia de Cuadros de Costumbres”. En un capítulo
completo, comenta la costumbre de la colita de caballo y la importancia de cortársela después de
la Independencia.
Los esclavos hombres, usaban un pedazo de tela rodeandoles la cintura y por entre las piernas.
Las esclavas vestían faldas y blusa de lienzo, y salían a vender bollo de mazorca y cazabe. A
sus bebés los llevaban amarrados a las espaldas para tener los brazos libres.
Con la llegada de los extranjeros después de la Independencia, se sorprendieron tanto con la
belleza de esta tierra que comenzaron a retratar y a dibujar todo lo que veían a su alrededor.
Aparecen los campesinos de la costa con camisas manga larga y pantalones a media pierna,
blancos, aparece el sombrero “voltiao”. Las mujeres ribereñas del río Magdalena, con faldas
azules de lienzo de algodón, y camisas blancas, sin mangas. Muchos, a pie descalzo o con
sandalias, parecidas a las abarcas, y alpargatas blancas hechas de algodón con suela de fique.
Costumbres
Nos continúa contando don Antonio de Ulloa, que las mujeres acostumbraban ir a misa, muy
arregladitas, pero de madrugada a las tres de la mañana, para evitar el calor de la mañana con
la salida del sol.
Las visitas, se recibían sentadas en un sofá o en hamacas, y tenían lugar entre cinco de la
tarde y ocho de la noche. Los hombres generalmente no asistían a las visitas. Esto eran cosas
de mujeres!
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Imagen tomada del libro de Acuarelas de Mark del Banco de la República.
Estando en sus casas se la pasaban todo el día sentadas en las hamacas, meciéndose para
“coger fresco”. Las hamacas eran el centro de atención y generalmente habían varias de ellas
colgadas en los salones. En esta acuarela se aprecian tres niñas elegantísimas y
distinguidísimas, sentadas en una hamaca, y otras dos sentadas en sillas de madera con
“vaqueta” o cuero, jugando a las cartas.
El fumar calilla era aceptado en la Colonia en las mujeres de distinción pero solo dentro de sus
casas. Se hacía de una manera muy particular. La parte de la calilla encendida se la metían
dentro de la boca manteniéndola así por largo rato. Esto lo aprendían de sus “ayas” o niñeras.
La calilla se envolvía en las mismas hojas del tabaco, luego se encendía y este mismo lo hacían
circular entre los asistentes. Si alguna persona ajena o extraña a la familia lo rehusaba, era
considerado como una descortesía y un desaire a los anfitriones. Cuando llegaban los europeos
a vivir a Cartagena, enseguida cogían la costumbre de fumar. Yo recuerdo ver a Celestina, quien
trabajó en la casa de mi mamá durante 20 años, fumando de esa manera.
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Esta acuarela está firmada por ‘J. Brown, delin. J.M. Castillo pinx’, sobre posible original de J.M.
Groot. Está en la Royal Geographical Society, en Londres. La acuarela muestra “a una pareja de
damas de la clase alta de la sociedad de Bogotá fumando cigarros y chismoseando de una
manera por lo demás ‘plebeya’”, protestó William Wills, inglés que vivía en Bogotá. Tipos y
Costumbres de Nueva Granada, Malcom Deas, Efraín Sánchez, y Aída Martínez. Joseph Brown
estuvo en la Nueva Granada desde 1825 a 1841.
Los Bailes o Fandangos
El baile o fandango en Cartagena ha sido una usanza muy arraigada celebrando días de fiestas.
Además, los fandangos se intensificaban cuando la Armada de los Galeones, guarda costas y
navíos del correo, anclaban en el puerto, formando sus tripulantes, una algarabía, un
bullanguicio, y un desorden, nunca vistos.
En las casas de la elite, se bailaban las danzas españolas, pero habrían puesto de moda los
bailes locales, los cuales “son de bastante artificio y ligereza” nos cuenta don Antonio de Ulloa, y
acompañados de canciones, duraban hasta la madrugada. Algún parecido con nuestras fiestas?
Cuando se firmó el Acta de Independencia, en 1811, hubo un jolgorio en la casa de José María
García de Toledo, que duró tres días….
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Los Velorios
En las casas de la elite, nos continúa contando don Antonio de Ulloa, se hacían los duelos con
mucha “grandeza y señorío”. En el salón principal se colocaba un féretro suntuoso. Las
plañideras, que eran las mujeres de baja esfera, llegaban vestidas de negro, y tenían la
costumbre de llorar al muerto durante toda la noche. La costumbre era, que entre gritos
arrebatados y sollozos, recitar todas las cosas buenas y malas que había vivido el difunto. Lo
hacían de una manera tan detallada y “sin mudar de tono y desapacibilidad” que más se parecía
a una confesión general. Se plañía por turnos y cuando se cansaba el primer grupo, les tenían
una mesita con una botija de aguardiente y vino. (De ahí no vendrá el famoso: “Aguardiente y
vino para Marcelino…).
Cuando terminaban las plañideras, les tocaba el turno a las esclavas y después a “las familiares
de la casa” hasta que amanecía.
Después del entierro la puerta de la casa permanecía abierta durante nueve días con sus
noches, para recibir el pésame. Los familiares y amigos de la familia debían permanecer todas
las noches, acompañando a los dolientes, hasta la salida del sol.
Las Basuras
Para 1586 se pasan unas ordenanzas, entre las cuales, estaban la de los lugares donde
desechar las basuras. Las personas que vivían desde la Carnicería (San Pedro Claver hoy día)
hasta el Puente de San Francisco (Camellón de los Mártires hoy día) deberían echar las basuras
en el caño de San Anastasio para que la corriente se las llevara mar adentro. Los vecinos que
vivieran desde el Convento de Santo Domingo hasta el Humilladero, o Baluarte de la Merced,
(Cruz que había en los pueblos) tendrían que botar la basura directamente al mar. Los que
habitasen desde el Convento de Santo Domingo hasta el barrio de los Jagueyes (San Diego) lo
harían detrás de la casa del pobre señor “Jiménez Rebollo”, quien vivía en la cienagueta del
Cabrero. (Maria del Carmen Borrego Plá, Cartagena en el siglo XVI).
Los Regatones (Chacitas y Vendedores Ambulantes)
Llamados los “regatones”, su lugar de preferencia era la Plaza del Mar, o Plaza de la Aduana de
hoy. Allí llegaban las mercancías que descargaban los bajeles al Muelle Nuevo, y quedaba muy
cerca del Puente de San Francisco que llegaba a la Boca del Puente, entrada principal de la
ciudad. Esto permitía una gran concentración de gente, lo cual aprovechaban los regatones pare
vender al menudeo sus mercancías. Los regatones armaban sus “chacitas” en las calles vecinas
llamadas Calles Reales, hoy día serían Cabal y Candilejo y Aduana, Landrinal y Cochera del
Gobernador. Esto conllevó, nos cuenta María del Carmen Borrego Plá en su libro Cartagena de
Indias en el Siglo XVI, a que se diera una ordenanza en la cual prohibían, bajo multas, que los
vecinos colocaran “tenderetes con palos y tierra” (nuestras “chacitas” del día de hoy), en estas
calles, “ya que dificultaban el tránsito de las caballerías, dada la estrechez de las calles”. Será
que nuestras “chacitas” son tan viejas como Cartagena?.
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Los Jagueyes y Aljibes
Siendo San Diego la parte más alta de la Isla de Cartagena era el sitio más indicado donde los
indios se abastecían de agua, sacándola de unos pozos que les llamaban “jagueyes”. Debido a
que Cartagena carecía de la cercanía a un río, para abastecerse de agua, los cartageneros
recurrieron en principio a los jagueyes y con el tiempo en todas las casas se construyeron con
los aljibes. En los aljibes se recogían las aguas de lluvia con lo cual las casas se autoabastecían
para el diario vivir. Estos aljibes fueron hechos además de las casas particulares, en las iglesias,
murallas y castillos. Con esto tendrían agua de lluvia suficiente, recogida en los aljibes, en caso
de que la ciudad fuese sitiada.
Los Fantasmas de Leyendas
Cartagena es una ciudad mágica definitivamente y no nos podían faltar los fantasmas. Los
cuentos de fantasmas fueron pasando de generación en generación y nos llegaron intactos hasta
hace poco. Estos fantasmas han sido citados por nuestros grandes escritores quienes les
dedicaron páginas y es por ello que los quiero mencionar yo también. Con decirles que hasta
cuentan con nombre propio!
El fantasma de la calle de Quero. Como les parece que cuenta la leyenda que en esta calle vivía
un señor muy avaro, llamado Miguel Quero. El tenía un baúl de hierro repleto de oro, y era tan
avaro, que se le daba por contar sus piezas con frecuencia. Una día bien entrada la noche don
Miguel Quero oyó un ruido dentro de su casa, “hizo luz con su candil” y se acercó al baúl donde
atesoraba todo su oro; abre la pesada tapa… Pero la pesada tapa de hierro se le viene encima,
dándole un golpe mortal a la cabeza. Pasaron los días y los vecinos comenzaron a sentir un
muy mal olor proveniente de la casa Quero. Ya se imaginarán el resto. A esta casa no había
inquilino que la viviera por el miedo que le producía el Fantasma de Quero; así se mantuvo
deshabitada durante muchísimos años, debido a este tenebroso fantasma que tenía
atemorizados a los vecinos del barrio.
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El fantasma del Husillo. Figúrense ustedes que por el husillo, o canal de desagüe, que pasaba
por debajo del baluarte de Santo Domingo hacia la playa, salía todas las noches un mohán, que
se metía en el aljibe de una casa de la Calle de Gastelbondo. Una vez dentro armaba un
bullanguicio tal, que no dejaba dormir a los vecinos.
Y este otro fantasma, el de la calle de Santo Domingo. Que a las doce en punto de la noche,
salía de una casa en un coche con dos caballos enormes y un cochero, todos prendidos en
llamas; arrancaba a toda velocidad y entraba a otra casa en la calle de la Factoría donde se
desaparecía!
Pero este no se queda atrás. Este no es un fantasma es el mismísimo Lucifer. Como el diablo
no pudo tumbar la torre de la iglesia de Santo Domingo, que estaban construyendo solo la pudo
torcer. Tanta fue la furia que cogió y le echó azufre al agua del pozo que quedaba en la mitad de
la plaza de Santo Domingo, para que los vecinos no lo pudieran utilizar. Este pozo todavía
subsiste, pero tapado con una plancha de concreto, donde hoy día está una jardinera con árbol y
todo. Ahí los artesanos ofrecen su arte a los turistas.
Estos fantasmas y el cuento del diablo, los refiere don Raúl Porto en su libro Plazas y Calles de
Cartagena
Los fantasmas de La Casa de los Calabozos del Palacio de la Inquisición. Cuenta mi abuelita
Tulita Martínez Martelo de Azuero, que cuando niñas, iban del Pie de la Popa a Cartagena, a
pasar las vacaciones de diciembre con su abuela, Misiá María de la O, Jiménez de Martelo o
Mamacita quien vivía en los altos de la Casa de los Calabozos. Uno de los recuerdos de Tuly en
esa casa era el terror de tener que ir al baño por la noche. Resulta que el cuartito del baño
quedaba al final de los dormitorios en los altos de la casa, y cuando una de las hermanas quería
ir, hacían luz con un candil, se agarraban de las manos todas, y aterradas llenas de pánico,
caminaban hasta el fondo de la casa. Cuentan Tuly y tía Teresita Martínez Martelo de de la
Espriella, una de sus hermanas, que por las noches, se oían gritos, lamentaciones y cadenas
que se arrastraban. Cuando entré a esa casa un día hace poco y le eché el cuento al celador,
éste me dijo, que el celador del turno de la noche oía cosas raras también. Se puso nervioso y
no me quiso comentar más.
El fantasma de la Mina. Hasta mediados del siglo XX, para los vecinos de a pie del barrio del
Cabrero que transitaban para el Centro amurallado tenían que hacerlo escalando por una
escalera de piedra hasta La Tenaza, luego subían por el Túnel de La Mina, desembocando en la
parte alta de las Bóvedas, y bajaban por el terraplén siguiendo su camino. Don Álvaro Angulo
Bossa, cabrerano, nos cuenta en su libro Crónicas y Añoranzas de Cartagena, que el Fantasma
de la Mina aparecía en las noches dentro de ese Túnel. Se dice que este fantasma era un
mosquetero que venía en busca de su amada. Don Daniel Lemaitre Tono en uno de sus
Corralitos dice que a la cocinera de su casa, que vivía en el Cabrero, no le gustaba pasar de
noche por el Túnel de la Mina, porque ella no quería ver al penitente que tenía manos de yuca.
La fantasma de las trenzas abundantes y un pajecito que aparecía en la Casa del Marqués de
Valdehoyos. Este pajecito negrito caminaba detrás de ella, y ambos se asomaban a la ventana
del entresuelo donde vivían unos parientes de Don Daniel Lemaitre Tono, el cual refiere este
cuento en uno de sus Corralitos. Yendo de visita a la mencionada casa, doña Juana Bonoli de
Paz, vio a la niña con las trenzas abundantes y al pajecito, asomados a la ventana. Cuando la
sirvienta la abre la puerta, doña Juana Bonoli, le pregunta que quien era esa niña asomada a la
ventana. La sirvienta sonrió, y le contestó, que era el fantasma de las trenzas abundantes y el
pajecito negrito. Doña Juana Bonoli de Paz, cayó al suelo desmayada.
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