No. 4 - Revolución y Cultura
Transcripción
No. 4 - Revolución y Cultura
BICENTENARIO DE GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA Un acercamiento a la mayor escritora de lengua española del siglo XIX reclama múltiples perspectivas críticas. En este número recogemos varias de las excelentes contribuciones a su estudio presentadas en el homenaje que le rindiera en febrero de este año el Coloquio Internacional del Programa de Estudios de la mujer de la Casa de las Américas. CORTÁZAR. CENTENARIO El primero de los artículos recoge los vívidos recuerdos y los avatares durante el proceso de investigación para conformar una Valoración Múltiple de la obra de Cortázar; mientras que el segundo, fruto de una buena dosis de azar, nos presenta al autor argentino comentando sobre su propia obra. 3 4 «¡Dío patata! Ninguno de los dos estábamos locos» Margarita Mateo Palmer 3 8 Para los que queremos tanto a Julio 3 9 Salir del yo Mirta Yañez 4 1 CENTENARIOS Feijóo, Girona, Bermúdez y Milián, grandes artistas cubanos que arriban a su centenario y que homenajeamos por partida múltiple. Portada: Retrato de Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda por Antonio María Esquivel. Cortesía del Museo Nacional de Bellas Artes. Contraportada: Establecimiento en la calle Obispo de la Habana Vieja con una atractiva identificación en la entrada. Reversos de portada y contraportada: Poemas de Gertrudis Gómez de Avellaneda y José Jacinto Milanés. No. 4 octubre-noviembrediciembre| 2014 |Época V| Año 56 de la Revolución| La Habana, Cuba 2 Perspectivas poscoloniales en Gertrudis Gómez de Avellaneda: La intuición poética del mestizaje | Joséphine Marie 7 La mujer en la historia: La capitana Estrella en El Cacique de Turmequé de la Avellaneda | Mary G. Berg 9 «La mujer» de Avellaneda: Plegaria, argumento y performance | Ofelia Schutte 1 3 El sistema binario en Dos mujeres de Gertrudis Gómez de Avellaneda | Rosa Maria Grillo 1 8 Safo, su círculo y su proyección icónica en Gertrudis Gómez de Avellaneda | Elina Miranda Cancela 2 2 Desengaño barroco y sonrisa romántica en dos comedias de Gertrudis Gómez de Avellaneda | Irina Bajini 2 6 Dios en la poesía de Gertrudis Gómez de Avellaneda | Roberto Méndez Martínez 2 9 Doña Gertrudis, la devota | Leonardo Sarría ARQUITECTURA Y URBANISMO 4 6 Las señales gráficas y los contextos históricos Luis Lápidus | La vida en las ciudades requiere hoy de un conjunto de señales, este artículo nos explica cómo insertar dichas señales en los sitios patrimoniales. 5 2 El tropismo publicitario de la Bacardí Sylvie Bouffartigue | De cómo la historia de una familia, un relato nacional-empresarial con una marcada intención ideológica, sirve a los propósitos de conformar, sin abandonar los tópicos del discurso publicitario, un consentimiento, consumista y político, que niegue la legitimidad de la Revolución cubana. 6 8 DESDE LEJOS Joanna Russ De esta escritora y ensayista norteamericana, bien conocida por sus escritos feministas, publicamos «Russalka o la costa de Bohemia», relato fantástico de marcada ironía. 7 3 A TIEMPO Ni solaz, ni esparcimiento | Alain Serrano || Voces alemanas para la literatura de lengua española | Olga Sánchez Guevara || ¿Quién será Míster Penn? | Félix Contreras || Sed en Mayo Teatral || Irene Rodríguez y su compañía de danzas españolas | Reny Martínez || Tiempo de homenaje: La gota de oculta de belleza en la producción de Antonia Eiriz | Estela Ferrer 8 2 VISTAZOS 8 4 ESPACIO ABIERTO Directora Luisa Campuzano Subdirector editorial José León Díaz Consejo asesor Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet y Antón Arrufat Jefa de redacción Conchita Díaz-Páez Encargado de actv. generales Iván Barrera Redacción Israel Castellanos Corrección Surelys Álvarez Diseño CJLCh Edición digital Luis Augusto González Pastrana Redacción y Oficinas Calle 4 # 205, e/ Línea y 11, Vedado, Plaza de la Revolución Telf: 830-3665 E-mail: [email protected] Web site: www.ryc.cult.cu Precio del ejemplar: $ 5.00 atrasado: 5.50 Fotomecánica e Impresión: Ediciones Caribe Permiso 81279/143. Publicación financiada por el FONCE Cada trabajo expresa la opinión de su autor. ENTREVISTAS Sendas entrevistas a dos escritores cubanos de la diáspora: Karla Suárez y José Kozer. Narradora ella; él, poeta. Multipremiados ambos, nos cuentan sobre sus proyectos y sus raíces. 5 8 Pronto me di cuenta de que yo era narradora Virgen Gutiérrez 6 4 No me encasillen Sarah Moldenhauer BICENTENARIO Perspectivas poscoloniales en Gertrudis Gómez de Avellaneda: La intuición poética del mestizaje Joséphine Marie. 2 Revolución y Cultura Universidad de Artois /Universidad de París III-Sorbonne Nouvelle. Este dossier ha sido ilustrado con viñetas tomadas de Muestras de los caracteres de letras de la Imprenta de Marina de la propiedad de Don José Severino Boloña, La Habana, 1836. L os relatos de Gertrudis Gómez de Avellaneda (tradiciones, leyen das o novelas) dan cuenta antes de nada de los tópicos propios y harto conocidos de la estética romántica en su contexto (brevemente: la muy codificada construcción del héroe romántico, las diferentes tipificaciones del otro, el paisaje metafísico de lo sublime, los sitios costumbristas o pintorescos, valorizados e idealizados.1 Los mismos brindan una serie de imágenes estrechamente vinculadas con el marco histórico e ideológico del siglo XIX, con las problemáticas independencias (ya efectivas o por venir) en América, políticas y también culturales, y el problema más especifico de la abolición de la esclavitud en Cuba. En el marco de las reflexiones en torno a las narraciones de la autora ancladas en las Américas hispánicas coloniales, desde sus primeros tiempos hasta el final del período colonial (Sab 1841, Guatimozín 1846, El Cacique de Turmequé o El Aura blanca 1869-1871), se ha debatido mucho la cuestión de las perspectivas ideológicas y de la eficiencia del modelo estético que ella eligió (en particular Sab, que no se ha dejado de comparar con la novela sobre la esclavitud producida en la Isla, de inspiración más realista). En este sentido, se ha subrayado la idealización y el eurocentrismo del modelo romántico. Ahora bien, a pesar de que se pueda afirmar que la escritura de la Avellaneda, producida desde Europa, es ambivalente y difícil de interpretar de un modo unívoco, en las presentes líneas se hará caso omiso del eterno debate sobre su «americanidad» o «cubanía». La meta es así ocuparnos de la tentativa de trasplantar el enfoque para recalcar su actualidad, y con ello dejar de lado algunas de las delimitaciones que parte de la crítica literaria ha establecido. A nuestro juicio, las mismas restringen los alcances de una obra que se mueve entre varios espacios geográficos y culturales e, incluso, entre varias épocas. En efecto, hoy día, las herramientas teóricas y las estéticas poscoloniales, así como las reflexiones acerca del amplio ámbito creativo de la zona translinguística y transcultural que es el Caribe, nos permiten volver a pensar el Romanticismo. Más aún, nos llevan a destacar la singularidad de la escritura visionaria de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Ella trasciende las separaciones geográficas, como las estrictas periodizaciones cronológicas y genéricas de la literatura, muy problemáticas desde un punto de vista epistemológico. Las reflexiones de E. W. Said (2000: 13) en torno al papel fundamental de la narrativa para oponerse al imperialismo europeo, como la definición general que propuso J. M. Moura de lo poscolonial (1999: 3-4), incluyen ciertas creaciones anteriores al periodo histórico «pos-colonial» propiamente dicho (de ahí la distinción entre las dos grafías). Se trata de las que conllevan estrategias de escritura y visiones no conformes con el pensamiento colonial, que lo cuestionan de un modo u otro, hasta en los mismos tiempos de la colonización. En los relatos americanos de nuestra autora, subyace precisamente una propensión a modificar o cuestionar ciertas representaciones tradicionales, en particular en cuanto a lo que concierne el mestizaje (en su acepción genérica).2 La elaboración de figuras peculiares atestigua una gro ni blanco), aunque «sigue tratándose de una identidad concebida a partir de la categorías raciales del proyecto colonial» (Estelmann 2010: XXV-XXVI). A nuestro juicio, quizás, no se conciba seriamente la identidad a partir de categorías raciales, sino que, más bien, se trata de una impostura. «No era un mulato perfecto» podría significar «esas representaciones de la tradición literaria son falsas». Hace falta relacionar el retrato con las modalidades narrativas y con una desagregación progresiva que prefigura el personaje moderno y posmoderno. En la descripción, emerge la conciencia del discurso racial en el intento de aprehensión del individuo. Se ponen de relieve los fallos del lenguaje como lugar de expresión de la representación. El término de mulato, aplicado a Sab sin dicha restricción en el resto de la novela, adquirie de manera ascendente una dimensión más genérica, que no conlleva ninguna precisión en cuanto a los grados y las formas posibles del mestizaje como fenómeno biológico. La tonalidad trágica del leitmotiv «soy mulato y esclavo» permite una subversión, sobre todo debido a que Sab no expresa ningún tipo de rechazo a su color, se siente orgulloso de su herencia y rechaza una condición que considera injusta. El leitmotiv que se repite en la novela puede leerse, más allá de la fatalidad que siempre recuerda, como una verdadera reapropiación de los términos. Debido a que es prisionero de varios espacios y que está emplazado en los intersticios o zonas de no-lugar, Sab se vuelve un portavoz. Gómez de Avellaneda sugiere que la hibridez es sobre todo un «no anclaje», el cual remite a su propia condición, no sólo de mujer, sino también de escritora que vivió en varios espacios culturales.7 En este sentido, la condición de esclavo sin arraigo del mulato Sab –no tiene tierra, ni origen– lo sitúa stricto sensu en un no-lugar, en consonancia con el traslado histórico de la población de las Antillas. Es por eso por lo que su doble condición de mulato y esclavo resulta tan interesante. Entonces Sab, en su descripción, no tiene forma y no existe una palabra justa para circundarlo. Si no existe palabra fija para designarlo, en cierta medida, su forma no tiene existencia. Por lo menos, en el sistema de Revolución y Cultura intuición poética moderna del mestizaje y del personaje o, más bien, del «no personaje». Para la autora, el mestizo constituye un punto fundacional de la desconstrucción del ideario colonial y de la modificación de las funciones del protagonista novelesco ante-moderno. Empezamos con Sab, el más conocido de todos sus personajes. El esclavo es también mulato. «Soy mulato y esclavo» es un leitmotiv en el texto. Por mucho que se haya comentado la primera novela de la autora y su héroe epónimo, no se han estudiado tanto las posibles funciones de esta doble dimensión, en particular las implicaciones de su condición de mulato tal como vienen explotadas en la diégesis. Sin embargo, se trata de un elemento clave. Como ya se ha demostrado varias veces, la elaboración de este personaje no está desprovista de una visión externa y simplificadora sobre el mundo negro. No prescinde tampoco del proceso de idealización y ennoblecimiento, aquí mediante su blanqueamiento (físico y sobre todo cultural), al cual se somete al negro romántico.3 Pero su retrato (Gómez de Avellaneda 2001: 104) estriba en la gran paradoja de un intento de individualización a partir de una ausencia de caracterización. Si parece contenerlo todo,4 al fin y al cabo, este retrato no es nada definitorio. Se entabla más bien un juego con tales tópicos, sólo aparentemente característicos, que se enfrentan con otros elementos contradictorios. Por una parte, la autora desdibuja varios desenlaces con la potencia latente de rebelión de Sab, y le otorga una identidad múltiple con la designación de sus numerosas funciones (esclavo, amigo, guía, etc.) y sus varios nombres y denominaciones. Podemos relacionar las múltiples máscaras y la indistinción física de Sab con la habitual duplicidad romántica y con la visión difundida del mulato como figura indiscernible (y, a menudo, de poca confianza) que destacó C. Maignan Claverie (2005), en la tradición literaria de las Antillas francófonas, pero que vale también en otros ámbitos lingüísticos, por ser comunes numerosos puntos del trasfondo religioso e ideológico del ideario colonial. Al final eso sería coherente con el enigmático retrato. Pero cabe detenerse en las mismas fórmulas de una descripción cuyo interés no es el de sembrar los gérmenes del relato entero. Sab en su «fisonomía particular», «no parecía un criollo blanco, tampoco era negro ni podía creérsele descendiente de los primeros habitadores de las Antillas». Así que se concibe tanto a partir de lo que dicen que es, como a partir de lo que dicen que no es. En el retrato de su rostro se aprecian tanto las oposiciones binarias (nariz aguileña y labios que denotan su procedencia africana, «color de un blanco amarillento con cierto fondo oscuro») como el uso de giros restrictivos. Sus orígenes «se amalgamaban, por decirlo así», y al final la figura calificada de «compuesto singular» no ofrece ninguna síntesis. En su hibridez, Sab no es «un mulato perfecto». Esta negación tajante es totalmente ambivalente y se puede interpretar de varios modos. La existencia de esta supuesta perfección es abstracta y no da lugar a ninguna precisión. En la escritura se transparentan, al mismo tiempo, el intento de tipificación, así como el manejo de una palabra que se busca y que nunca puede acertar totalmente. F. Estelmann hace un repaso crítico y afirma que pensar que la autora había impuesto un «yo blanco» a un «ethnos negro»5 era desentender la intencionalidad de la novela. Para él, Sab responde a la separación étnica por un acto original: rompe la continuidad y la estabilidad discursiva del retrato, y su confusión productiva sirve de puente transcultural,6 porque hace emerger un tercer espacio poscolonial (ni ne- 3 4 Revolución y Cultura representaciones occidentales y el manejo del castellano. Desafiando el topos del retrato, la autora intuye, subrayando los fallos del idioma, que dicha realidad no puede expresarse por medio de sus propias representaciones, criterios y prejuicios. Sin forma, sin lugar, a menudo en la novela, Sab pierde su materialidad física para volverse una forma borrosa («solo se veía un bulto inmóvil junto a la puerta de la habitación», Gómez de Avellaneda 2001: 233), una sombra, un ojo, una voz, en una trenza de historias. Es antes una mirada sobre el mundo, que la visión de un mundo (colonial) que lo mira y describe. El personaje como entidad materializada, en particular a través de su retrato y de su cuerpo sensible, se disuelve, el color de su piel incluso cambia por momentos (Gómez de Avellaneda 2001: 171), para volverse la voz de una ruptura originaria. En resumidas cuentas, la meta de la novela no es calificar o representar al mulato, tampoco decirnos quién es con realismo o verosimilitud. La autora elige la figura de lo imposible. Con esta imprecisión característica, cuestiona la misma noción de personaje unificado, encarnado y nombrado. A nuestro parecer, al partir de estas modalidades de una caracterización, imprescindible en la novela romántica, pero aquí relativa y engañadora, la autora puede, en realidad, centrarse más en la cuestión que le resulta prevalente: el mestizaje, no como totalidad de una América idealizada, sino como paratopía,8 con sus implicaciones culturales e históricas. Poco importan al final el aspecto físico, el fenotipo y la supuesta sicología que acarrea en el Romanticismo. El mestizaje ya no se concibe a partir de ese componente reductor. Su sentido es otro, y su potencia simbólica abre nuevos caminos. La filiación que se establece entre Sab y Martina lo confirma. La «vieja india» de Cubitas, que pretende descender del cacique indio Camagüey, no es para nada un personaje secundario. El retrato borroso de aquella que se presenta como la madre adoptiva de Sab es un eco al retrato del mulato. Al contrario que los otros dos personajes femeninos de la novela, ella no presenta características físicas o morales nítidas. No aparece ninguna ocurrencia de la palabra mestizo para designarla, incluso se cuestionan sus posibles orígenes, según el punto de vista elegido: «Este color, empero, era todo lo que podía alegar a favor de sus pretensiones de india, pues ninguno de los rasgos de su fisonomía parecía corresponder a su pretendido origen» (Gómez de Avellaneda 2001: 176-177). Aquí se observa lo poco que importa el fenotipo en su caracterización. Menos que la realidad de la ascendencia del personaje, lo que cuenta es la desmultiplicación de la indistinción, en su retrato aparentemente poco ventajoso («el semblante superlativamente feo que hemos procurado describir», Gómez de Avellaneda 2001: 177). La verdadera filiación del mestizaje, que ya no es genética, remite a una condición común a los habitantes del Caribe y a la continuidad histórica entre los varios sustratos étnicos y culturales que poblaron sucesivamente las Antillas. Dicha filiación se explicita en el cuento de Martina, relato dentro del relato, que hace de los esclavos los vengadores de los indios aniquilados. La construcción del personaje se imbrica menos en su cuerpo que en su discurso memorial y prospectivo. Con la continuidad simbólica entre estas dos formas de mestizaje, el mestizo se da a ver no sólo como la figura imposible de todos los mitos, sino también como de la figura de la relación. Además, Martina no es nada idealizada como suele serlo a menudo el indio que se asocia con los tiempos remotos. La autora juega con la figura de la bruja monstruosa, otorgándole crédito, o no, según los puntos de vista que aparecen en la novela (el de Sab, el de los cubiteros, el de Don Carlos, el de la inestable voz narrativa, el de los epígrafes, etc.). 9 El personaje disuelto que escapa de las representaciones determinadas por los prejuicios de la sociedad colonial, no vale porque se pueda percibir totalmente, sino porque se convierte en alegoría de la multiplicidad problemática y constitutiva de las Antillas. La figura de Diego de Torres, el personaje epónimo de la tradición, El Cacique de Turmequé, emerge en este sentido. En algunas palabras, diremos que la historia del mestizo legendario tampoco desemboca en ninguna verdad. Este relato corto da un paso más en la deconstrucción del personaje y la desmultiplicación de los puntos de vista, sobre un ser cuyos actos nunca se ponen en escena concretamente. Solo vienen expuestos los varios discursos que surgen a su propósito. Es muy significativo que no sea actor, sino centro temático. En eso radica precisamente el interés de la explotación de su dimensión legendaria. Los personajes mestizos se relacionan y forman un conjunto coherente en la economía general de las creaciones de la Avellaneda. Su construcción abarca elementos comunes que hacen de ellos un punto de cristalización sugestivo y relevante. Se desplaza el arquetipo y se emprende una refundición de su función y cargo simbólico. Si Sab ha interesado mucho, no se ha escrito tanto sobre Diego de Torres y Martina, mientras que no es mera casualidad que dos de las tres ficciones ancladas en las Américas, y con personajes «humanos» epónimos (Sab, Guatimozín, El Cacique de Turmequé),10 se centren en un mestizo. Eso se explica primero porque, en el ideario colonial, el mestizo es, sui generi, un objeto de representación problemático. Encarna la difícil relación entre los dos continentes y es el objeto de todos los fantasmas, explotado de un modo recurrente en las literaturas que se interesaron por el Nuevo Mundo desde sus inicios. Forma parte de las figuras de la representación en el ámbito simbólico y literario de los elementos constitutivos de sociedades organizadas en «etnoclases» (Maignan-Claverie 2005: 66). Pero la autora no se contentó con hacer de él el soporte de sus Bibliografía Dugast-Portes, F. (1988): «Le temps du portrait», in Kupisz K., Perouse G-A. et Debreuille J-Y. Le Portrait littéraire, Lyon: Presses universitaires de Lyon, p. 235-250. Hoffmann, L. F. (1973): Le nègre romantique: personnage littéraire et obsession collective, Payot, Paris. Gómez de Avellaneda, G. (2001): Sab, edición J. Servera, Ediciones Cátedra, Madrid. —————. (2010): Sab, traducción al francés de Elisabeth Pluton y prólogo de Frank Estelmann, L’Harmattan, Paris. —————. (1976): Sab, edición de M. Cruz, Editorial Arte y Literatura, La Habana. —————. (1984): El Cacique de Turmequé, in Tradiciones, Selección y prólogo de Mary Cruz, Editorial Letras Cubanas, La Habana, p. 306-358. Hugo, V. (1970 [1826]): Bug Jargal, Gallimard, Paris. Maignan-Claverie, C. (2005): Le métissage dans la littérature des Antilles françaises, le complexe d’Ariel, Editions Karthala, Paris. Maingueneau, D. (2004): Le discours littéraire: Paratopie et scène d’énonciation, Armand Colin, Paris. Moura, J. M. (1999): Littératures francophones et théorie postcoloniale, PUF, Paris. Said, E. W. (2000): Culture et impérialisme, Fayard Le Monde diplomatique, Paris. Toumson, R. (2002): « Les archétypes du métissage », Ecritures caraïbes, Sous la direction Revolución y Cultura propias proyecciones y prejuicios, sino que lo deconstruyó para mejor subrayar el relativismo de las percepciones. Podemos considerar que aquí se esboza una especie de metadiscurso implícito. Por ello dicha figura, relativamente oculta al lector, cobra relevancia para pasar a ser uno de los pilares de la escritura, base de una poética peculiar. Aquí, las formas de la fragmentación y de la desagregación son un motor del relato que alumbra las paradojas, las contradicciones y las incomprensiones. Sirven para poner de relieve lo inefable y los silencios, en el sinnúmero de discursos e imaginarios. Frente al rechazo de una identidad única, estas entidades privilegiadas de visiones erráticas resultaban innovadoras en su tiempo. Articulan la multiplicidad de los relatos de una Historia polifacética y rompen con la supremacía del discurso oficial. Marcan la reelaboración de su mitología antes de las escrituras que emergieron con el hundimiento político de la colonia. Al considerar las escrituras poscoloniales, Roger Toumson (2002: 121-122) recuerda, en efecto, que el discurso y el motivo del mestizaje, al fomentar una mitología de la complejidad identitaria, es uno de los aspectos privilegiados de expresión de la ideología poscolonial contemporánea, en las Antillas, en América Latina, en Estados Unidos y hasta, hoy, en Europa occidental. El crítico recuerda que, en la mitología del mestizaje –cuyo valor ideológico ha cambiado y modifica las representaciones y los funcionamientos del cuerpo social entero– se cristalizan el discurso contemporáneo de hibridación mundial, así como la crisis de los valores. Aquí hemos mencionado al mestizo a partir de la alusión a un aspecto: su (no) caracterización en los retratos. O sea, a partir de una forma material modelada en un cuerpo indefinido. Pero aquella se vincula estrechamente con otros procedimientos. El relativismo de las representaciones y el cuestionamiento de la supremacía del ideario colonial y del discurso oficial de la Historia no podrían existir, sin la ambivalente polifonía en la escritura de la Avellaneda. La escritura del mestizaje se vuelve mestizaje de las escrituras. No olvidemos que, de un modo u otro, los relatos americanos de la Avellaneda, son siempre re-escritura. La de textos históricos (Guatimozín, El Cacique de Turmequé), o de grandes autoridades literarias (epígrafes y transtextualidad en Sab), o la trascripción de creencias populares (El Aura blanca). Los textos son descuartizados formal y sustancialmente entre epígrafes, narración, diálogos o notas, para convertirse en un relato polimorfo. Abolen la jerarquía de las voces. Son relatos paliativos que presentan una multiplicidad formal, discursiva e ideológica. Al mismo tiempo, las perspectivas poscoloniales y también la continuidad con los escritos de la posmodernidad,11 aparecen en la deconstrucción y reelaboración del paisaje romántico que, del mismo modo, remite a un juego con los códigos y símbolos de la representación tipificada. Ya no se trata de lugares fijos, cuadros pintorescos estáticos, sino de espacios movedizos. A este respecto, la recreación del mundo de Cubitas constituye un caso paradigmático por la relación (poco estudiada) que se establece entre figura, paisaje y modalidades narrativas del relato mítico. Este mundo es el núcleo de las perspectivas poscoloniales de la Avellaneda.12 Resulta difícil saber cuáles eran las intenciones de la autora en sus ambivalentes relaciones, determinadas, tanto por cierto conservadurismo ideológico, propio de la época, como por estrategias de escritura, necesarias en un contexto marcado por la colonización. Y ella no ha propuesto ningún texto teórico acerca de dichos fenómenos poéticos. No obstante, es innegable que anuncia la modernidad literaria, y sus obras tanto revelan un estado de las varias representaciones que coexisten, como invitan a la reflexión. Siembran la duda. 5 6 Revolución y Cultura de Georges Voisset et Marc Gontard, Presses Universitaires de Rennes, p. 121-135. —————. (2002): «Archéologie du métissage. Archétypes et prototypes», in Portulan, «Questions d’identité aux Caraïbes, postcolonialisme, postmodernité, multiculturalisme», Vents d’ailleurs, Châteauneufle-Rouge, p.13-30. Notas 1 En nuestra tesis doctoral, estudiamos dichos aspectos, así como la literatura crítica sobre la autora (Les Amériques caribéennes et hispanoaméricaines dans les narrations de Gertrudis Gómez de Avellaneda: de la vision romantique aux perspectives postcoloniales, Paris III- Sorbonne Nouvelle, Octobre 2013). No los recordaremos aquí. En su conjunto, todas las conclusiones de este artículo sintético estriban en análisis más detallados expuestos en la tesis. 2 En la perspectiva de la visión peculiar de la autora, le otorgamos a propósito un sentido genérico a esta palabra (como se observa el vocablo francés métissage), a pesar de las varias distinciones que puedan existir en castellano (por ejemplo, entre mestizo y mulato). Para significarlo, la palabra siempre aparecerá en cursivas en este artículo. 3 Recordamos, por ejemplo, su herencia africana noble, la evocación inicial del desarraigo y de un África esquemática, su educación y aculturación, su nobleza de alma, y su relación con el amo manso, su dimensión de mártir negro cristiano, etc. El mero hecho de que sea mulato y no exclusivamente negro podría leerse en esta perspectiva. Como cualquier héroe romántico es de «alta estatura y regulares proporciones» y se encarna en «aquellas fisonomías que fijan las miradas a primera vista y que jamás se olvidan cuando se han visto una vez». (Gómez de Avellaneda 2001: 104). Presenta entonces unos rasgos que encontramos en las novelas románticas francesas con héroes de color, tales como los que destacó L. F. Hoffmann. Ocurre lo mismo con el mestizo Diego de Torres, cacique de Turmequé, que encarna una faceta dignificada e idealizada del mestizaje. Además del estatus social de ese «príncipe típico», la leyenda afirma: «aun más que por su origen augusto, era notable por su figura, que ostentaba la singular belleza producida comúnmente por el cruzamiento de razas. Con dificultad se podría encontrar otro hombre en quien se amalgamasen tan armónicamente los más notables rasgos de los hijos de la Europa meridional, con los característicos de las castas superiores americanas, constituyéndole un tipo magnífico, que no vacilamos en calificar como el bello ideal de los mestizos» (Gómez de Avellaneda 1984: 312). 4 El retrato desempeña una función determinante. Su temporalidad remite a una especie de épistémè, corresponde a una construcción coherente a partir de una conclusión establecida de antemano. Es revelador de la certidumbre de aprehender a un personaje por la escritura (Dugast-Portes 1988: 235-243). En particular, en el marco de la diégesis romántica, en el retrato ubicado al inicio del relato, se anuncian todas las características del héroe, cuyos rasgos físicos corren parejas con su nobleza de alma. El desenlace de la novela y las acciones del personaje confirman lo que el retrato ya sugería con los rasgos definitorios esbozados. 5 F. Estelmann alude aquí a los conceptos de Guerra. 6 El crítico se refiere a las fórmulas de D. Sommer e I. Casanova Marengo. 7 La identificación entre el protagonista y la autora no remite, por tanto, sólo a la cuestión genérica, mediante la asimilación entre la condición del esclavo y la condición de la mujer. A este respecto, resulta digna de subrayar la enunciación. El narrador anónimo no es abiertamente presentado como externo al mundo negro como, por ejemplo, en Bug Jargal (HUGO 1970: 36) en el que es el capitán Léopold d’Auverney el que cuenta la historia del héroe negro. Sab no es una narración en primera persona (lo cual no significaría forzosamente una verdadera visión interna y compleja del mundo del negro o del mulato). Pero, con la elección de un narrador extradiegético de identidad borrosa, la voz se ubica en una zona indefinida, y la autora facilita así una posible fusión entre personaje, narrador y autor, imposible en el caso de Bug Jargal. 8 Este concepto de D. Maingueneau (paratopie) se define como la imposibilidad de encontrar un verdadero sitio, la ubicación paradójica que no remite a la ausencia del lugar, sino a la difícil negociación entre el lugar y el «no lugar», la imposibilidad de estabilizarse (2004:52-53 y 86-87). 9 Así, con la coexistencia de esos dos personajes relacionados por un linaje simbólico, la autora rompe con la distinción de tradiciones literarias separadas, la novela del esclavo y la novela indianista o indigenista, o la escritura siboneísta. 10 El protagonista de la cuarta narración, El aura blanca, es un sacerdote que cobra la forma de un ave alegórica. 11 Definimos muy brevemente las nuevas modalidades de la reescritura de la historia de los países que fueron colonizados y los paradigmas literarios de la narrativa posterior al romanticismo, a partir del cuestionamiento del «gran relato». La búsqueda de nuevas poéticas estriba, entre otras cosas, en la deconstrucción de los personajes, la modificación de la relación al tiempo y al espacio (espacios «sin lugar», o sea paratópicos, o, en el marco de los poscolonialismos, la «re-territorialización» por el paisaje que es una memoria, elemento que siempre ha estado muy presente en las literaturas hispanoamericanas y caribeñas, pero que se vuelve algo verdaderamente central), la desaparición del narrador omnisciente o dominante, en una polifonía que desmultiplica las voces e impide cualquier dogmatismo. Se otorga más libertad al lector, fomentando su reflexión y sus incertidumbres. También aparece la reflexión sobre los idiomas, la función relevante de la oralidad, las funciones otorgadas al multiculturalismo. De un modo u otro, todo eso remite a la desestructuración del sujeto unificado y del eje narrativo, y a cierto enfoque anti-universalista. Por supuesto, sólo se trata de una presentación muy general, a pesar de los matices y de la multiplicidad de escrituras. 12 Se elabora en las varias capas espacio-temporales de paisajes palimpsestos, huellas de una memoria rota, y callada, en la creación del polifacético personaje de Martina, las formas de la oralidad que acarrean una ruptura de la linealidad y una lógica de repetición y variación, en particular en la leyenda que enuncia esa figura de gran potencia discursiva. Ya hemos reflexionado sobre la polifonía, el paisaje y la protagonista Martina, no solo en la tesis, sino también en un artículo previo: Marie J., «Para una nueva lectura de Sab: el mito de la mujer caribeña y la emergencia de una identidad antillana entre mitificación y desmitificación», en El mito de la mujer caribeña, editores: Jesús del Valle Vélez y Dagmary Olívar Graterol, Ediciones de la discreta, Madrid, 2011, p. 85-104. La capitana Estrella en El Cacique de Turmequé de la Avellaneda Mary G. Berg Profesora de la Universidad Brandeis, ha publicado numerosos estudios sobre escritoras hispanoamericanas del siglo XIX y traducciones de escritores de España y América. BICENTENARIO La mujer en la historia: E Revolución y Cultura l Cacique de Turmequé se clasifica como leyenda o como novela histórica. Gertrudis Gómez de Avellaneda la escribió en Cuba en 1860, y la publicó en 1871 en la colección Obras literarias de sus obras en prosa. En este texto –llamada por Mary Cruz una «verdadera creación libre» (p. xxiii)– Avellaneda reescribe aspectos importantes de una de las historias de El carnero, obra escrita por el colombiano Juan Rodríguez Freyle, hacia 1638 que (aunque circuló en textos que tenían muchos lectores) no fue publicada hasta 1859, en la edición que habrá leído Avellaneda. Me ha fascinado notar cómo Avellaneda cambia la historia contada por Freyle aunque los dos escritores la situán en 1579 en un pasado colonial que tiene algo de ambiente de cuento de hadas. El personaje central en la historia de Avellaneda, Estrella, ni tiene nombre ni personalidad propia en El carnero, y figura solamente periféricamente en la historia contada por Freyle. En El cacique de Turmequé, la capitana Estrella –«la incomparable Estrella»– , siempre en busca de relaciones estimulantes y románticas (y sexuales) con los hombres, es, sin desear serlo, la causa de una serie de desastres personales y políticos en la capital colombiana y en el pueblo de Turmequé, donde vive el Cacique del título, hijo del conquistador español Juan de Torres y de una princesa indígena, hija y heredera del Cacique de Turmequé. Era asunto de debate feroz en la época –y esto es lo que interesa mucho a Avellaneda– si tenía o no derecho un mestizo a una posición importante. Es interesante que no hay ninguna mención de la Iglesia, ni el rol de la Iglesia para Estrella (ni para los otros). No sabemos nada de su educación ni de su familia –nada sobre sus padres–, y no sabemos por qué Estrella escogió al capitán como marido, ni qué piensa de su matrimonio. Parece que no siente el más mínimo deber de serle físicamente fiel a su marido. La leyenda supone que los lectores sabemos que la mujer no tenía derechos, ni autonomía personal, y que no debía entrar en lo político. Pero Estrella parece no saber esto. En el texto de Avellaneda, Estrella no tiene padres presentes en el texto, no tiene hijos, así que no figura la imagen de la mujer como hija dócil ni madre devota, y no hay descripción de su hogar, de sus responsabilidades domésticas, ni información sobre su marido –llamado solamente el capitán– hasta el final, cuando parece que él la envenena, aunque no lo sabemos muy objetivamente. Estrella no habla. Se supone en el texto de Avellaneda que el marido celoso la mata. Pero en la parte principal de la leyenda, Estrella es la causa del casi derrumbe de toda la nueva colonia colombiana. Al basarse en un capítulo de la conocida historia muy popular de Freyle, Avellaneda parece conferir respetabilidad literaria/histórica a su narración. Estrella refleja la libertad personal que tenía Avellaneda, que también tenía relaciones sexuales –e incluso un hijo– sin casarse. Me parece interesante que Avellaneda, celebrando y explorando su propia lectura del texto de Freyle, no habla aquí de la educación, religiosidad o lecturas de Estrella. Como ya dije, Estrella no habla. Avellaneda la celebra por su capacidad de separarse de lo que la sociedad piensa 7 Revolución y Cultura 8 que ella debe pensar y hacer. Estrella se da la libertad de enamorarse del cacique medio indígena –hombre sumamente admirable y atractivo en todos los sentidos–, sin considerar lo que piensa la sociedad criolla rencorosa que la rodea. Son mezquinos los españoles de esta leyenda, celosos de un hombre tan admirable, tan ideal, como el Cacique. Y al final todo se castiga –el Rey de España acepta la presencia del Cacique pero no le permite volver a Colombia revindicado, sino le conserva como sirviente suyo, mal pagado, sin posibilidades en la sociedad española. Y en Bogotá se muere Estrella, probablemente envenenada por su marido que ni se ha mostrado celoso hasta que la voz pública clamó. Los hombres buenos que intentan servirle lealmente al Rey –Monzón y Roldán– sufren por los celos del amante que Estrella rechaza. Es una historia muy triste de seres humanos muy limitados en su capacidad de pensar, vivir bien, mostrarse generosos, considerar bien las posibilidades mejores para la nueva colonia. Exactamente lo que pensaba Avellaneda a veces de su propia época. Gustave Deville, escritor francés residente en España, escribió en 1844 que las poetisas ya llegaban a tener demasiada influencia. El sostiene que [l]a mujer debe ser mujer, y no traspasar la esfera de los duros e ímprobos destinos reservados al hombre sobre la tierra. Sea enhorabuena poeta, artista; pero nunca sabia. Sea observadora y analice; pero sin tratar por ello de destruir el orden de cosas establecido. …Presentadnos con preferencia el espectáculo de vuestra filial ternura y de vuestros desvelos maternales…, ocupad el puesto en donde nosotros gozaremos tributándoos un culto que no podríamos rehusar nunca a vuestro talento y virtudes. [citado por Kirkpatrick, 93-94] Este discurso patriarcal percibía a la novela como terreno especialmente extraño y peligroso para las mujeres; más cuestionable aún era el territorio de las novelas históricas – o sea esta leyenda– por su mezcla de realidad y descripción selectiva, y por la proximidad de las realidades políticas de las cuales no debían saber nada las mujeres. Todavía en 1930, Emilio Cotarelo y Mori dice acerca de El Cacique de Turmequé que en su juicio contiene «exceso de historia, que no es historia verdadera, y poca novela» y comenta que sus personajes son poco verosímiles, y falta «el color local y el ambiente de época» necesarios en toda reconstrucción histórica. Comenta que Avellaneda «habla por su cuenta o pone sus ideas en labios de los personajes» (128-130) y termina opinando que «más hubiera valido publicar la relación (o sea El carnero) con notas y aclaraciones, pues al menos sería un documento histórico» (354). Y aún más recientemente, José María Castro y Calvo, en 1974, describe las novelas de Avellaneda como «largos y laxos folletones» que se publicaron gracias «a su inquieta actividad intrigante» dentro de «su pequeño mundillo literario» (213). Evelyn Picón Garfield observó que en El Cacique de Turmequé, Avellaneda «destruye la imagen rígidamente estereotipada de la mujer colonial, reflejo de la de su propia época.» («Sexo/ Texto» 109). Avellaneda propone una nueva lectura de la historia desde una perspectiva no misógina que pone en juego los diversos componentes de lo real, subvirtiendo la representación tradicional de «la mujer» como el Otro lejano en quien pueden situarse todo lo incomprensible y el origen del caos. La voz que narra El Cacique reconoce y reflexiona sobre cómo las sociedades tienden a conservar las construcciones genéricas represivas mediante la reproducción en diferentes artefactos y contextos culturales, como ocurre en la crónica de Freyle, y que estas represiones y constricciones son las que determinan la recepción del texto y sus subsiguientes modulaciones e interpretaciones. En esta medida en tanto re-escritura, pensando todavía en lo que comenta Picón Garfield y refiriendo también a comentarios de Alzate en «Las hijas de Eva», la novela se presenta como un texto que quiere interferir dentro de la «jerarquía valorativa canónica» y proponer prácticas alternativas de lectura (Picón-Garfield, «La historia» 75). Avellaneda no quiere escribir, como lo quisieran tal vez sus críticos románticos, uno de esos textos que pretenden presentar relaciones exactas primigenias y que en verdad lo que hacen es reproducir conceptos que a ella le eran adversos. Por el contrario, El Cacique de Turmequé toma a El carnero, un texto popular que se lee además como documento verídico, y lo re-escribe con un propósito muy distinto para enfatizar sus componentes patriarcales represivos y subvertirlos. El enfoque más interesante de la leyenda es la depicción del personaje de la capitana Estrella, la bella capitana que seduce (y sin querer, destruye) a los varios hombres –a su marido, a sus dos amantes– que la quieren. Es fascinante esta perspectiva sobre la historia y sobre la participación de las mujeres en ella. Plegaria, argumento y performance Ofelia Schutte Cubana, profesora emérita de la Universidad de Florida del Sur (USF) en Tampa. Su obra más reciente es A Companion to Latin American Philosophy (2010) en colaboración con Susana Nuccetelli y Otávio Bueno. N o es fácil acercarnos a inter pretar textos escritos fuera de nuestro tiempo. Existe siempre un marco epistemológico dentro del cual se elaboran y desarrollan los discursos. Por mucho que una lectora esté consciente de este fenómeno y haga el esfuerzo en descentrar su mirada contemporánea a un texto del siglo XIX como es la serie de cuatro artículos titulada «La Mujer» de Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicada inicialmente en Cuba en 1860, la huella del tiempo tanto en el texto leído como en su comentario, no se deja borrar. Nos encontramos actualmente en la segunda década del siglo XXI, celebrando el bicentenario del natalicio de la autora. Entre ella y nosotras han transcurrido numerosos ismos literarios, filosóficos y políticos. Confieso que mi perspectiva se situa en un contexto epistémico feminista contemporáneo. Esto crea una tensión inescapable entre el acercamiento interpretativo al texto y la distancia que lo separa de su punto de origen narrativo. Plegaria Quizás el punto más chocante desde una lectura feminista contemporánea es el primer artículo de la serie donde Avellaneda invoca temas religiosos para ennoblecer la imagen de la mujer en relación al hombre. Y es que no solo invoca temas sumamente religiosos, como la abnegación y el sacrificio, sino que emplea un lenguaje retórico que en momentos claves se asemeja a una plegaria. Ella comienza su análisis del valor de la mujer en el punto absolutamente más sufrido de la condición femenina. Yo me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué valorar el sufrimiento femenino y otorgarle una justificación religiosa? Ni siquiera Sor Juana Inés de la Cruz, dos siglos atrás y siendo monja, optó Revolución y Cultura Bibliografía Alzate Cadavid, Carolina. «El Cacique de Turmequé: Las hijas de Eva o el descalabro de un reino». En Mujer, sexo y poder en la literatura femenina iberoamericana del s. XIX, ed. Joanna Couteau. Siglo diecinueve, Monografías 4, Universitas Castellae, Valladolid, España. 1999. 29-37. Castro y Calvo, José María. Estudio preliminar, Obras de Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Tomo I. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid: Atlas, 1974. 9-230. Cotarelo y Mori, Emilio. La Avellaneda y sus obras. Ensayo biográfico y crítico. Madrid: Archivos, 1930. Gómez de Avellaneda, Gertrudis. «El Cacique de Turmequé», en Obras literarias de la Señora Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1871, 227-281. Gómez de Avellaneda, Gertrudis. «El Cacique de Turmequé» en Obra selecta, ed. Mary Cruz, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1990. 41-72. [La obra también se ha publicado en otras ediciones, e.g. Cruz, Mary. Introducción y edición de Gertrudis Gómez de Avellaneda, «El Cacique de Turmequé» en Obra selecta, ed. Mary Cruz, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1990.] Harter, Hugh A. Gertrudis Gómez de Avellaneda. Boston: Twayne Publishers, 1981. Kirkpatrick, Susan. Las románticas. Women Writers and Subjectivity in Spain 1835-1850. Berkeley: Univ. of Calif. Press, 1989. Pastor, Brígida. «Cuba’s Covert Cultural Critic: The Feminist Writings of Gertrudis Gómez de Avellaneda». Romance Quarterly 42, #3, Summer 1995, 178-189. Gold, Janet N. «The Feminine Bond: Victimization and Beyond in the Novels of Gertrudis Gómez de Avellaneda». Letras Femeninas XV, #1-2 (1989), 83-89. Picón Garfield, Evelyn. Poder y sexualidad: El discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Atlanta GA: Rodopi, 1993. ____________. «Sexo/texo: la política de Gertrudis Gómez de Avellaneda». Casa de las Américas 172-73 (1989): 107-114. Rodríguez Freyle, Juan. El carnero, ed. Darío Achury Valenzuela. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979, capítulos XIV-XVI. Publicado 1859 (escrito 1638). Schlau, Stacey. Spanish American Women’s Use of the Word. Tucson: The University of Arizona Press, 2001. BICENTENARIO «La mujer» de Avellaneda: 9 Revolución y Cultura 10 por esa vía de defender el potencial social, moral y cultural de las mujeres. Recordemos que Sor Juana argumentaba que si Dios la había creado con el talento y disposición hacia el estudio de la ciencia, que su vida había demostrado desde la infancia, su deseo de valorar, preservar, y practicar lo que Dios le había otorgado en beneficio de la educación de niñas y muchachas, no solo era parte de una ley natural, sino una causa propiamente justa.1 El argumento perfectamente válido de Sor Juana no llegó a convencer a las autoridades religiosas que controlaban su destino en el convento, y ya sabemos el triste fin que le tocó vivir a esta gran autora. A diferencia de Sor Juana, Avellaneda funda su argumento religioso en el concepto cristiano (y católico) del amor redentor, algo que es innegable desde el concepto cristiano del misterio de la encarnación del Hijo de Dios para redimir a la humanidad del pecado originario cometido por Adán y Eva. Una vez anclado su argumento sobre la fe del amor trascendental redentor, cuya instancia ejemplar es Cristo y cuyas manifestaciones imperfectas puedan observarse en distintos grados en la conducta y motivación humanas, Avellaneda le da una segunda vuelta a este concepto al argumentar que es innegable admitir que entre todos los humanos y humanas son las mujeres quienes sobresalen en el ejercicio del amor redentor. En su argumento, el sacrificio y el amor redentor indican un mismo fenómeno moral y espiritual. A esto se añade otro punto clave de su argumento inicial, es decir, la superioridad afectiva de la mujer en la esfera emocional y psicológica. En resumen, si a la mujer le ha tocado la superioridad en el ejercicio del amor redentor, a este ejercicio le corresponde su superioridad en el ámbito del sentimiento. «Nos basta, lo declaramos sinceramente, nos basta la convicción de que nadie puede, de buena fe, negar a nuestro sexo la supremacía de los afectos, los títulos de su soberanía en la inmensa esfera del sentimiento».2 Este último punto (la correlación entre el amor redentor y la supremacía en la esfera del sentimiento) lo demuestra Avellaneda apelando a la vida sacrificada de las mujeres cuya figura y eje singular es María en su status de mater dolorosa al pie de la cruz. Su primer artículo concluye diciendo: «María llena de gracia, Magdalena llena de amor; … ambas amantes, ambas doloridas, ambas al pie de la cruz, simbolizan igualmente al sexo magnánimo, al que concedió el Eter-no la soberanía en todos los afectos, y –por los merecimientos de todos los sacrificios– las primacias de todos los triunfos» («La Mujer», p. 277-78). En fin, comparando su argumento al de Sor Juana, de acuerdo con Avellaneda lo que le concede el Dios Eterno no es un don individual que la hace quien es ella como persona, en cuanto a sus capacidades, disposiciones y talentos, los cuales no le deben ser prohibidos, sino el privilegio de género colectivo de representar el amor y sacrificio redentor en la esfera de los sentimientos humanos. O sea, su estrategia discursiva no es argumentar en favor de eliminar el dolor y el sacrificio de las mujeres, sino de ennoblecerlos y revalorarlos para convertirlos en la puerta que abrirá el reconocimiento de todas las demás capacidades de la mujer que hasta el momento le han sido descalificadas en su mayor parte, como su capacidad administrativa, científica, artística, y literaria. Esto quiere decir que al defender el estatus socio-cultural de las mujeres, Avellaneda elige la vía del consenso al iniciar su argumento: consenso en el sentido de un punto de referencia en relación al cual todos y todas (es decir, los y las que piensan convencionalmente) estén de acuerdo: la sensibilidad femenina, su afinidad a lo bueno y lo bello, su entrega al amor hasta el dolor y el sacrificio. Solo desde ahí le dará un giro axiológico (como veremos próximamente) al atributo de debilidad, con el cual el convencionalismo masculino-dominante devalúa la condición femenina. En lo que queda de mi trabajo intentaré analizar cómo es que, a pesar de fundar su argumento sobre temas y valores convencionales religiosos, como el amor sacrificado de la mujer y su ubicación en el ámbito de los sentimientos, Avellaneda logra a lo largo de sus cuatro artículos una impresionante defensa de la igualdad femenina que traspasa y subvierte explícitamente el orden convencional masculino de su entorno. Bases del giro axiológico Suele estar regido el orden simbólico de la cultura occidental moderna por el contraste de significados en oposiciones binarias como claridad/oscuridad, razón/emoción, fortaleza/debilidad, cultura/naturaleza, y masculino/femenino. La oposición binaria se rige por una lógica en la cual los pares de términos no se complementan sino que el primero del par excluye y subordina al segundo. Por ejemplo la razón excluye y subordina a la emoción y lo masculino hace lo mismo con lo femenino. Al asociarse la razón con la masculinidad y la emoción con la femineidad, el orden simbólico masculino-dominante excluye y subordina a las mujeres o, mejor dicho, a todo lo que se asocie con lo femenino. Al mismo tiempo, este orden simbólico otorga el más alto valor cultural a la ciencia, la administración de leyes y gobiernos, la religión, y las artes y literatura (esferas convencionalmente asociadas al poder masculino). El objetivo de –[como] ha dicho un poeta– aspiran a descender, no por laxitud, sino por instinto de la verdadera elevación que consiste en el sacrificio. Tal es, precisamente, el carácter de la mujer: ella posee aquella intuición de verdadera grandeza, aquel instinto del supremo heroísmo, que hace que se complazca descendiendo…» (p. 275). Aquí es preciso analizar que su argumento subyacente indica que no es por razones de inferioridad natural o culpabilidad moral que la mujer se encuentra (convencionalmente) por debajo del hombre, sino al contrario, por la naturaleza y voluntad de su grandeza. El giro axiológico en la mirada del lector/espectador se torna de tal manera que en vez de ver con ojos convencionales a la mujer en posiciones inferiores a las del hombre, se convierte la mujer, que es objeto de su mirada, en la grandeza de un alma femenina que se complace en descender para el alivio y beneficio del género humano. Y lo que permite actualizar este giro axiológico no es solo el poder de la palabra de la autora cuya fuerza de persuasión es indiscutible, sino el sentimiento de empatía que evoca en los y las lectores/as a través de sus imágenes y palabras. Estas reflexiones nos llevan al segundo aspecto y punto clave de su giro axiológico (que a la vez constituye un giro psicológico y antropológico): el concepto de la importancia moral e intelectual de la esfera del sentimiento, tema que desarrolla en el segundo de sus cuatro artículos. «Sentimiento» corresponde a una serie de categorías antropológicas subvaloradas por la civilización occidental, entre ellas, la sensibilidad, el sense-perception (en el pensamiento Británico), y el mundo de los afectos. Valorar apropiadamente la esfera del sentimiento significa lograr un balance armonioso entre la mente y el cuerpo, algo que podríamos relacionar con algunas teorías estéticas de la época (por ejemplo, Schiller). Siguiendo esta línea antropológica de la valoración positiva de la esfera del sentimiento, donde Avellaneda desde un principio ha situado el dominio de la mujer, la autora extiende el impacto de su valor al resto del mundo moral e intelectual del ser humano. Propone la teoría de que del sentimiento llegan a nacer grandes cosas (otra vez el tema de la grandeza): específicamente, la fuerza del carácter moral. Esto contradice el prejuicio convencional de que la mujer pertenece al sexo Revolución y Cultura Avellaneda es lograr el giro axiológico que permita reconocer las contribuciones de la mujer con un valor igualitario o superior a las del hombre en cada una de estas esferas. A diferencia de los valores masculino-dominantes de su tiempo, y siguiendo una corriente intelectual romántica y cristiana, Avellaneda coloca en primer lugar a la religión y en segundo lugar al genio artístico, el cual considera (con Dios) co-creador de toda la belleza del mundo. En sus aclaraciones sobre el significado de lo bueno y lo bello –publicadas en su Álbum del mismo título, escribe: «El genio [artístico] … es lo más grande, lo más augusto, lo más incomprensible que, después de la Religión, existe sobre la tierra».3 Su visión del mundo se apoya en el misterio de origen religioso, lo que deja a la razón dentro de una esfera de valor relativamente limitada ya que, por una parte, la razón se ve limitada por la Verdad que proviene de Dios y, por otra, por la belleza artística co-creada con Dios por el genio artístico. Avellaneda piensa que aunque la razón rige las pasiones ella «a su vez es regida por una ley suprema» establecida por Dios la cual revela al ser humano los conceptos «del deber y del derecho». Desde su perspectiva armónica y romántica Avellaneda sostiene que Dios establece su ley en el mundo moral iluminando «a la razón … para que pueda conocer lo bueno».4 La articulación que ofrece Avellaneda entre los conceptos de la razón, lo bueno y lo bello, y otros conceptos propios de su época como la iluminación del intelecto, la armonía estética, y el genio artístico, la permiten fundamentar el complejo giro axiológico de acuerdo con el cual logrará establecer su visión feminista del mundo. Observemos tres aspectos y puntos fundamentales del giro axiológico que ofrece su argumento: 1. La revaluación de la subalteridad femenina 2. La revaluación del valor de la esfera del sentimiento 3. La deconstrucción del concepto de sexo débil en referencia al sexo femenino. Ya desde su primer artículo, dedicado a la religión, encontramos el punto clave inicial del giro axiológico ejecutado por Avellaneda. Este se enfoca en revalorar el aspecto subalterno de la alteridad femenina, apelando al concepto de que la grandeza «se complace descendiendo» (p. 275). ¿Por qué constituye esta idea un giro axiológico? Como hemos visto, en el orden social, cultural, y simbólico masculinodominante lo femenino (y la mujer) se estiman en valor por debajo de lo masculino (y lo varonil). En parte esto sucede, como hemos analizado anteriormente, porque los valores superiores como la razón se asocian a lo masculino y los inferiores como el sentimiento y la emoción se asocian a lo femenino. Cuando alguien como Sor Juana intenta elevar el estatus de la mujer apelando a que ella tanto como el hombre es un ente racional, resulta chocante, conflictivo, y masculinizante que ella traspase su puesto subordinado para tratar de tomar el puesto del varón. Avellaneda recurre a la estrategia opuesta: permanece inicialmente en el sitio subordinado de quien está situado inferiormente (esto es, en la esfera de los sentimientos) y desde ahí ennoblece el punto referido para llegar a darle igual o más valor que el que convencionalmente se le concede. Específicamente alega que: «Las almas grandes 11 12 Revolución y Cultura débil. Siendo así, presenciamos un tercer giro axiológico en deconstruir el prejuicio de la debilidad femenina, remplazándolo con la grandeza de «carácter, del que se derivan el valor y el patriotismo» (p. 278). Añade que «siendo la potencia afectiva fuente y motora de otras, resalta la consecuencia de que la mujer –que privilegiadamente la posee– en vez de hallarse incapacitada de ejercer otro influjo que el exclusivo del amor, debe a ella y tiene en ella una fuerza asombrosa, cuya esfera de acción sería muy aventurado determinar» (p. 278): o sea, todavía queda mucho por probar y observar de su potencial moral y patriótico. Da muchos ejemplos bíblicos e históricos para justificar este argumento, en lo que no voy a entrar porque lo más importante es su giro axiológico inicial y su manera de efectuar la resignificación de valores. Consideraciones finales Hemos analizado como Avellaneda ejecuta una transmutación axiológica donde el descenso de la femineidad y del sexo femenino se invierten a través de una visión poética, elevando a la mujer espiritual e intelectualmente, y atribuyéndole una grandeza originaria. Hemos observado también como la esfera del sentimiento se revaloriza, hasta considerarse una gran fuente de sabiduría y fortaleza moral que capacita a la mujer a ejercer los más altos oficios de la sociedad civil y del Estado. A estas reflexiones añadiremos tres consideraciones finales que profundizan el mérito de su trabajo: 1. La utilización de una terminología inclusiva 2. El rechazo de una lógica exclusivista 3. La unificación del sujeto narrador y del contenido temático de la narración en un mismo proceso –lo que he denominado performance. La terminología utilizada por Avellaneda sitúa reiteradamente a las mujeres de modo inclusivo como parte de la humanidad. Por ejemplo, le llama a la mujer «compañera del hombre» y «co-habitante del cielo» (p. 281), refiriéndose también a «nuestro sexo como parte integrante de la especie racional» (p. 280). Comentando sobre una autora feminista francesa de su época, se refiere a «documentos … de la gran causa de una de las mitades de la especie humana, esto es, todo cuanto prueba algo a favor de la emancipación de la mujer» (p. 284). Esto me recuerda aquel lema atribuído en los años 70 del pasado siglo a las mujeres chinas: las mujeres sostienen la mitad del cielo (women hold up half the sky). No solo utiliza Avellaneda una terminología inclusiva para referirse a la causa de las mujeres, sino que a su vez denuncia la otra cara de la moneda, lo que denomina «el exclusivismo varonil» (p. 283). Por un lado, nos recuerda que la «superioridad afectiva» de la mujer no excluye las capacidades más poderosas del alma como lo son la inteligencia y la fortaleza de carácter (p. 278). Por el otro, se burla del denominado exclusivismo varonil de manera análoga a la que nosotras nos burlamos del falocentrismo, argumentando que como ellos no pueden negarle al mundo el talento que demuestran las mujeres, se las excluye de honores y méritos académicos por el mero hecho de no poseer barbas (p. 283).5 Anticipa esta observación irónica al concepto feminista contemporáneo del exclusivismo falocrático, el cual, sin embargo, queda perfectamente implícito en sus palabras. Concluyendo, el texto de Avellaneda comienza en el tono religioso de una plegaria y se desplaza a lo largo de las cuatro etapas del ensayo en el marco de un argumento complejo, sostenido por un triple giro axiológico a favor de las mujeres y por una lógica en su mayor parte irrefutable. Al concluir la lectura de este magnífico ensayo, nos damos cuenta que el argumento se ha legitimado a sí mismo mediante su propia actualización o performance. Fuera de quienes profesan el exclusivismo varonil expuesto en sus páginas, no hay quien pueda dudar de la agudeza intelectual y del talento literario de la mujer que lo ha escrito. Mediante su performance o actualización de este texto, Avellaneda logra unificar sujeto y objeto (me refiero al sujeto narrativo y al objeto de narración) en un mismo proyecto literario y filosófico, lo cual es estimado por los teóricos idealistas románticos como la cima a la que puede llegar –fuera de la poesía– un creador humano. Su ensayo «La Mujer» ha unificado sujeto y objeto, palabra y evento, en un acto de aprecio inolvidable a la sensibilidad femenina y su inestimable potencial civilizatorio. Bibliografía Cruz, Sor Juana Inés de la. «Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz» [1691], en The Answer / La Respuesta. Edición y traducción de E. Arenal y A. Powell. Nueva York: The Feminist Press of CUNY, 1994. Gómez de Avellaneda, Gertrudis. «Lo Bueno y lo Bello» [1860], en Susana Montero, La Avellaneda bajo sospecha, p. 174-177. La Habana: Letras Cubanas, 2005. Gómez de Avellaneda, Gertrudis. «La Mujer» [1860], en Biblioteca de Autores Españoles: Obras de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, V., ed. J. M. Castro y Calvo. Madrid: Atlas, 1981. Notas 1 Sor Juana se refiere al «amor a la verdad» como «este natural impulso que Dios puso en mí» y más adelante argumenta la importancia de que mujeres «doctas» tengan «a su cargo la educación de las doncellas». Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta, p. 46 y 84. 2 Gómez de Avellaneda, «La Mujer», en Biblioteca…: Obras de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, V, p. 275. Las subsiguientes referencias a este ensayo, publicado inicialmente en el Álbum de lo Bueno y lo Bello, se insertarán parentéticamente en el texto. 3 Gómez de Avellaneda, «Lo Bueno y lo Bello» [tomado del Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, 1960, núm. 1], en Montero, p. 176. 4 Ibidem, p. 174. 5 Argumento basado (entre otros factores) en su propia experiencia, ya que la Real Academia de la Lengua Española le negó el ingreso a Avellaneda por ser mujer. de Gertrudis Gómez de Avellaneda Rosa Maria Grillo Profesora de la Universidad de Salerno y editora de una colección de literatura latinoamericana. Entre sus libros más recientes está Escribir la historia: Descubrimiento y conquista en la novela histórica de los siglos XIX y XX (2012). BICENTENARIO El sistema binario en Dos mujeres L Revolución y Cultura a Modernidad, estudiada desde la perspectiva de la Posmodernidad, se presenta como un sistema jerárquico binario, que pone ‘arriba’ a Europa frente a no-Europa, al hombre frente a la mujer, al alfabetizado frente al analfabeto, a la ciudad frente al campo, etc. Partiendo de esta premisa podemos leer Dos mujeres como un manifiesto protofeminista y protoposmoderno, aunque el Prólogo1 parezca excluir cualquier intento de denuncia o de voluntaria afirmación de una tesis: «La autora no se cree en la precisión de profesar una doctrina, ni reconoce en sí la capacidad necesaria para encargarse de ninguna misión de cualquier género que sea. Escribe por mero pasatiempo, y sería dolorosamente afectada si algunas de sus opiniones, vertidas sin intención, fuesen juzgadas con la severidad que tal vez merece el que tiene la presunción de dictar máximas doctrinales» (Gómez de Avellaneda, Dos mujeres, p. 208). Intentaremos analizar, pues, Dos mujeres partiendo de estas premisas para llegar a leerla como un texto subversivo en cuanto texto desde los márgenes –mujer, periferia, etc.– que pone en discusión el sistema binario. Asimismo, es una novela de formación en que los dos modelos femeninos, en un principio antitéticos –angel-monstruo– van a converger hacia un posible punto de encuentro, hacia un utópico modelo femenino en el que se anule la oposición binaria tan propia de la Modernidad entre la mujermujer / ángel / Penélope y la mujer-varón / diablo / Circe. La posibilidad de esta lectura la encontramos expresada en múltiples textos, como en el poema Romance, donde Avellaneda se retrata a sí misma como negación de cualquier estereotipo: «No soy maga ni sirena / ni querub ni pitonisa» sino, simplemente, «Gertrudis, Tula o amiga» (Rodríguez Núñez, p.146). Igualmente, rehuye de cualquier declaración o polémica a raíz de su doble identidad cubano-española / colonial-metropolitana, que de alguna forma consigue esquivar sin dejarse atrapar en una disyuntiva tan destructiva quizás gracias precisamente a su condición femenina que la ponía en parte ‘fuera de la Historia’: «como sujeto colonial y femenino, parecía no sentir conflicto entre su cubanidad y su lealtad a España. El ser una famosa escritora española no amenazaba la identidad permanentemente cubana que permeaba su producción literaria; no sentía contradicción entre sus vínculos con la corte (los reyes patrocinaron su boda) y su compromiso profundo con el futuro de Cuba» (Pratt, p. 46). Lo que es cierto, la misma posición radical que tuvo en lo que concierne a la condición de la mujer no la tuvo en lo que concierne a la realidad política de Cuba frente a España pero, como veremos más adelante, no faltan críticas muy fuertes a la sociedad y a la política españolas. 13 Revolución y Cultura 14 Dos mujeres, junto a Sab y Guatimozin, no fue incluida por la Avellaneda en los 5 tomos de las Obras Literarias de la señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Colección completa que ella misma preparó entre 1869 y 1871 para la editorial española Rivadeneyra, un monumento en vida que la consagrara en el Olimpus de las letras hispánicas: se han hecho muchas hipótesis sobre las exclusiones de Sab y Guatimozin, la una por antiesclavista, la otra por anticortés y antiespañola; de Dos mujeres, en cambio, se ha hablado muy poco, e intentaremos demostrar que es la más revolucionaria y novedosa –y por eso peligrosa– entre las obras de nuestra autora: novela protofeminista con fuertes tintes autobiográficos y crítica hacia la sociedad y la política españolas. Publicada en España en los años 1842-1843, fue censurada en Cuba «por estar plagada de doctrinas inmorales» cuando, en 1844, en la Real Aduana de Santiago de Cuba fueron retenidos ejemplares de Sab y de Dos mujeres, como enseña el Expediente depositado en el Archivo de Asuntos políticos de La Habana (Legajo 42, documento nº 8), que reproduce José Servera en la edición de Sab diciendo que, las dos novelas «No pueden introducirse por contener, la primera, doctrinas subversivas del sistema de esclavitud de esta Isla y contrarias a la moral y buenas costumbres, y la segunda por estar plagada de doctrinas inmorales». Cuánto este episodio haya podido influir en la decisión de Gertrudis de no incluir estos textos en sus Obras literarias, no lo sabemos, pero es cierto que representan vertientes y modalidades de su rebe-lión hacia la cultura y la sociedad dominantes y otros tantos desafíos a la moral y a la política del tiempo. Dos mujeres –Luisa y Catalina, la primera esposa y la segunda amante de Carlos– es una obra profundamente autobiográfica y podemos considerar lo que Catalina cuenta a Carlos de su vida (pp. 288-311) la ‘novelización’ de aquella Autobiografía2 que, aunque escrita como una carta para un solo destinatario, es un texto ya canónico, un compendio de las posibles escrituras del yo. Para contestar a las dudas de Carlos («¿No ha sido usted amada de su esposo y no le amó usted?», p. 292) Catalina le cuenta los desamores y decepciones de su vida que tiene mucho que ver con la biografía de Avellaneda: la situación inicial de ambas es muy similar, ya que sus filias, sin tener en cuenta su corta edad, conciertan las bodas con un pariente lejano; luego el paso por Francia y la dicotomía Sevilla-Madrid. Enteros párrafos se encuentran casi íntegros en la autobiografía y en la novela: Catalina estaba «en busca de un ídolo a cuyos pies pudiera tributar los tesoros vírgenes que llevaba en mi alma» (Dos mujeres, p.301) y lo mismo escribe Avellaneda a Cepeda confesándole que nunca había encontrado a un hombre «ante el cual pudiere yo postrarme con respeto y decirle con entusiamo: ‘Tú serás mi Dios sobre la tierra, tú el dueño absoluto de esta alma apasionada’» (Autobiografía, p. 24). Son declaraciones de pleno espíritu romántico, solo aparentemente divergentes de otras declaraciones que revelan el espíritu independiente de ambas y su inconformidad con el rol social atribuido a los sexos. Escribe Avellaneda en su autobiografía: «abrumada por el instinto de mi superioridad, sospeché entonces lo que después he conocido muy bien: que no he nacido para ser dichosa, y que mi vida sobre la tierra será corta y borrascosa» (Autobiografía, p.30); convicción que reiterará en más de una ocasión en boca de Catalina: «La experiencia de cada día y de cada hora me mostraba que todo lo bueno, grande y bello que había en mi alma era un obstáculo para mi ventura […] mi misma inteligencia, ese inapreciable don que nos acerca a la divinidad, era para los espíritus medianos una cualidad peligrosa, que tarde o temprano debía perderme» (Dos mujeres, p.303). La inteligencia en una mujer rompe los equilibrios de género, tanto que se ha calificado repetidamente a Gómez de Avellaneda como ‘mujer varonil’: para José Martí «no hay mujer en ella, todo en ella anuncia un ánimo potente y varonil […] Es alma de hombre» y para José Zorrilla «la mirada firme… su escritura…los pensamientos varoniles todo en casa de Doña Leonor era español puro, antiguo y acendrado» (p. 215) y el jardín es solo un espejismo de libertad, un jardín cerrado, circundado por altos muros que defienden el hogar del mundo que queda afuera. En este mundo reina la endogamia: hermana-hermano, primaprimo, esposa-esposo, pero con una grieta, la contraposición entre los dos hermanos que representan a ‘las dos Españas’, perfectamente dibujadas. Consecuentemente, Doña Leonor desea mantener el estatus quo, de la casamundo, mientras que Francisco envía a su hijo a estudiar en un colegio francés y luego quiere que permanezca en Madrid, lugar de poder, donde pueda encontrar «a sujetos apreciables y prudentes, que le sirvan de guía» y hacerse un «bañito de corte» que le será de gran provecho en su carrera futura. Más allá de las divergencias –Francisco, afrancesado e intelectual, bonapartista, doña Leonor «devota, rígida, severa» (p. 213), «española y realista», que considera que «había recibido España el contagio fatal de las malas costumbres» francesas (p. 214)–, está el deseo común que sus hijos, Carlos y Luisa, se casen para mantener íntegro el patrimonio familiar. La salida de Carlos de Sevilla para ir a estudiar en un colegio de París confirma la tradición, así como el regreso que se consagra con las bodas. Salir y volver está inscripto en cualquier manual para hombres (pero, ¿existe un Manual del perfecto casado?). Sin embargo, será la segunda salida, fuera del canon, para resolver asuntos de familia en Madrid, ya casados los dos, que rompe con un esquema ya experimentado, del mismo modo que, más tarde, la salida hacia la capital de Luisa, preocupada por el largo silencio de Carlos, consigna al lector una Luisa emancipada, una Penélope cansada de esperar y que a su vez entra en competición con Catalina-Circe, la mujer de la ciudad. Recorrido inverso lo hace Catalina: educada en el extranjero, viviendo en París con su marido, en un momento de cansancio de la vida mundana había huido a un pueblo de Provenza y, luego, viuda en Madrid, para huir del pecado y de Carlos va a un pueblo de La Mancha para buscar alivio y serenidad. El regreso a Madrid le será fatal. También esta dicotomía ciudad-provincia, por lo tanto, se viene abajo y se presentan matices suavizados tanto del ‘menosprecio de corte y alabanza de aldea’, como de la utopía de la modernidad urbana. Otro tema dicotómico es la educación,5 ya que la que reciben Luisa y Carlos se corresponde al sistema patriarcal- Revolución y Cultura revelaban algo viril y fuerte en el espíritu encerrado dentro de aquella voluptuosa encarnación mujeril». También Catalina gana fama de varonil, por su vida independiente, sus amores y, sobre todo, «se dice que es tan instruida que sostiene con los hombres más sabios cuestiones de moral, de religión y de política. Distinguida por todos los talentos, no lo es menos por su carácter independiente, y [se duda] que exista en España una mujer de opiniones tan libres» (Dos mujeres, p. 259). Lo que dice a Carlos: «En su sexo, Carlos, se teme encontrar en la mujer a quien se ama, una inteligencia superior»3 (p. 293) viene confirmado por los comentarios de un hombre: «yo detesto a esas mujeres hombres que de todo hablan, que de todo entienden, que de nadie necesitan» (p. 259). Carlos mismo, en el sistema binario que hemos comentado antes, en un primer momento se pone antitéticamente con respecto a ella: la evita, le espantan su independencia y fuerza, y se enamora de ella solo cuando la ve como un ‘ángel’ cuidando a su amiga Elvira, eso es, cuando actúa como una mujer-mujer y se establecen los roles tradicionales. A principios de los años 40, por lo tanto, Gertrudis se identificaba totalmente con Catalina y ambas subvierten el primer pilar del sistema de la modernidad, el enfrentamiento hombre-mujer, poniendo en discusión la supremacía del primero. Para resaltar este rol, se necesita en la novela el enfrentamiento con el prototipo opuesto, la mujer-ángel, alias Luisa, enfrentamiento que se evidencia en múltiples ocasiones. Con respeto al matrimonio, por ejemplo. El amor que Catalina siente por Carlos, hombre casado, es consecuente con las convicciones personales del personaje, pues se muestra contraria a la institución matrimonial tradicional, que había aceptado cuando a los 16 años la familia la casó con un hombre rico mucho mayor que ella pero que ahora, viuda e independiente, puede rechazar siendo dueña absoluta de su destino como demostrará hasta el último acto: desarrolla su capacidad seductora para conquistar al hombre que ama, se suicidará cuando comprende que las consecuencias de su desafío a la sociedad recaerán no solo sobre el hombre que ama sino también sobre el hijo que espera. Luisa, en cambio, representa la aceptación total de esa limitación femenina, de esa dependencia absoluta de la voluntad masculina, pero con un lento proceso de maduración que en el final la acercará a Catalina, saliendo del hogar y poniéndose en viaje para ir a reconquistar a su amado. También la narradora extradiegética de Dos Mujeres entra en el discurso narrativo e, identificándose una vez más con Catalina, comenta la institución del matrimonio, «ceremonia que unía a dos personas hasta la muerte. Ceremonia solemne y patética en el culto católico, y que jamás he presenciado sin un enternecimiento profundo mezclado de terror» (p. 236). Hay otra dicotomía muy esclarecedora del mundo de la Modernidad, la que opone ciudad-civilización a campobarbarie. En nuestro caso, además del polo indiscutido de Francia-París,4 nos encontramos con la oposición SevillaMadrid, que compendia en sí todo un mundo y marca, diacrónicamente, la evolución de la trama. Doña Leonor y su hija Luisa, desde la provinciana Sevilla, consideran Madrid una Babilonia que «pervierte y corrompe» (p. 208) mientras que los hombres –Francisco y en menor medida su hijo Carlos– la consideran el lugar del poder, etapa necesaria para la formación del joven. En Sevilla, al principio de la novela, todo parece devenido en el tiempo, la institución de la familia no permite desvíos, todo se vive y se consume dentro del hogar: «El aire que allí se respiraba tenía un olor a antiguo y monacal, los muebles, el interior, 15 Revolución y Cultura 16 familiar más puro: «la educación de Luisa fue más religiosa que brillante […] no tuvo maestros […] de ningún género de habilidad, pero en compensación conocía todos los secretos de la economía doméstica, era sobresaliente en el bastidor y la almohadilla, sabía los primeros rudimentos de la aritmética y la geografía, podía recitar de memoria la historia sagrada y estaba mediatamente instruida a la profana» (p. 213). Pero hay un indicio que deja abierta una ventanilla en el cerrado mundo de Luisa y expresa el rechazo de Avellaneda hacia una neta oposición binaria: lee «a hurtadillas detrás de las cortinas de la cama de su madre, el libro de Pablo y Virginia, que por pertenecer al anatemizado gremio de las novelas era […] una obra perjudicial a la juventud» (p. 212), obra que le había dado el mismo tío Francisco, abierto y progresista, que de tal forma invade el mundo de la educación de ‘género’, vigilada y dirigida por la madre, figura femenina omnipresente. Para Carlos, naturalmente, la educación sigue otros derroteros, frente a la maternidad de Catalina prevalece un sentimiento ‘natural’ de solidaridad femenina, que excluye definitivamente a Carlos y al poder falocéntrico y confiere a las dos mujeres el poder decisional sobre sus propias vidas. Igualmente, y en sentido opuesto, Catalina se presenta inicialmente como monstruo o demonio, independiente y además ‘extranjera’ –nacida en Francia, allí se había educado y había vivido con su marido, un conde español afrancesado que, enfermo, quiso volver a su patria–. Cuenta su vida –el matrimonio, la viudez, el enfrentamiento con una sociedad que la juzga y condena– como un «costoso y triste aprendizaje» (p. 303). Luego, a partir de la confesión que hace a Carlos contándole su vida, al lado de la amiga Elvira, enferma que cuida amorosamente, se va humanizando, hasta intentar huir de la capital –lugar del pecado– hacia la provincia (un pueblo de La Mancha, que lo dice todo) haciendo un viaje inverso al de Luisa, desde el centro hacia la periferia, y, al regreso, el sacrificio final, el suicidio. es exogámica e impone salir no solo del ámbito familiar, sino también de Sevilla y hasta de España. A este mundo ‘masculino’ se adscribe Catalina: educada en Francia, lectora ávida, y no ‘a hurtadillas’, como Luisa, de los románticos europeos, se opone dialécticamente a la incultura de su esposo, que le daba para leer Goethe o Rousseau considerándolos ‘divertidos’. La educación es solo uno de los aspectos de la formación, y también en los demás relevamos infracciones al canon binario: Luisa, mujer-ángel, al casarse todavía no había «conocido ni los placeres, ni los dolores de la vida, y llevaba en su frente el sello de un alma virgen» (p. 216). Por eso el alejamiento de Carlos le permite o mejor la obliga a crecer, a enfrentarse con el dolor de la ausencia: «Yo no soy bonita, esposo mío, porque las lágrimas me han enflaquecido» (p. 331); el viaje a Madrid es su primera salida fuera del hogar, su enfrentarse con el mundo, «un acelerado ‘viaje’ de autodescubrimiento y evolución» (Pastor, p. 127) hasta despertar y tener su propia visión de la vida: todavía «inexperta y tímida, sin armas para defenderse de las perfidias, [….] no la cegaba ya su inocencia, ni la sostenía su confianza» (Dos mujeres, p. 390). Frente a Catalina, empieza asumiendo el punto de vista masculino según «el mito ‘patriarcal’ de Eva, que define a la mujer como la única culpable de los errores del hombre» (Pastor, p. 127), pero La relación dicotómica se establece entre las dos mujeres, ya que Carlos es el gran ausente, incapaz de tomar decisiones y de luchar; se deja llevar por los acontecimientos y es inadecuado, incapaz de responder con el mismo amor tanto a Luisa como a Catalina, subyugado por la presencia alternativa de las dos. El sexo ‘fuerte’ se encarna esta vez en dos hombres indecisos (Francisco, que cede siempre ante las decisiones de su hermana doña Leonor, y Carlos) y sujetos a desmayos, lágrimas y sentimientos propios de las mujeres, mientras que estas (doña Leonor, Catalina y, finalmente, Luisa) abandonan su rol pasivo, para dirigir al hombre, una especie de marioneta, un Ulises degradado que llora delante de Circe y hasta se enferma para dejar que sean las mujeres las que tomen la decisión final: será la mujer-varón, humanizada por el amor y ‘ayudada’ por la llegada de su adversaria, Luisa, el deus ex maquina que desata el nudo del triángulo destructor. Y si la historia de Dos mujeres puede ser un ejemplo de lo difícil que es ser mujer –tanto del uno como del otro estereotipo– en aquella época («la suerte de la mujer es infeliz de todo modo», p. 442), Carlos se confirma como el personaje negativo por antonomasia: si en el delirio afirma «yo he sido el asesino de ambas» (p.433) el cierre final, algunos años después,6 no deja ninguna duda acerca del mensaje que la autora confía a la novela, más allá de la pretendida ingenuidad aludida en el prefacio y, una vez más, confirma cómo la condición de la mujer es solo una tesela de un discurso más amplio sobre la condición de España, así como la muerte de Catalina es una muerte ‘femenina’ (pasiva, por amor) pero es también una muerte ‘social’ (revolucionaria, contra la opresión de la sociedad sobre el destino y las elecciones de hombres y mujeres). El Epílogo –en alguna edición indicado como cap. XXXIV–, como decíamos, es muy importante y adquiere un sentido profundo si lo leemos en continuidad con el Prólogo, ya que desmiente su pretendida ingenuidad: en un denso diálogo encontramos un amargo juicio sobre la condición de la mujer y al mismo tiempo sobre la corrupción en la corte. En lo que concierne a la esfera privada se confirman los roles de género: Carlos, ambicioso diplomático, sigue viajando mientras que Luisa se queda en Madrid. Es una pequeña ‘conquista’, desde la provincia a la capital, pero sin cambiar de rol, ahora es Penélope, tejiendo el sudario de su suegro y defendiéndose de posibles ‘diversiones’ y pretendientes en ausencia del esposo: «–La mujer de Carlos de Silva es una virtud. –Puede ser, pero ella queda en Madrid y su marido se marcha. –Queda en Madrid porque está consagrada al cuidado de su viejo suegro que se halla ciego y enfermo. […] según se dice, [Carlos] no tiene otra pasión que la ambición […] Se dice que ha tenido un gran pesar con la pérdida de una querida, y que se hizo ambicioso por distracción. Por distracción también podrá su esposa hacerse cualquiera otra cosa, porque, en fin, es preciso que la vida tenga algún interés, algún objeto» (p. 441). Aún más amargas son las cosideraciones sobre la vida en la corte: Carlos como diplomático había obtenido «un brillante destino» por su dinero, y «no tiene otra pasión que la de la ambición» (p. 441). Es un escándalo público, pero «los escándalos de este género han perdido el privilegio de ser llamados tales en una época en que son tan comunes y frecuentes» (p. 440). Es este escándalo público, mucho más llamativo que el escándalo privado (la relación extramatrimonial, la muerte de Catalina y los frecuentes viajes de Carlos ‘por distracción’), que pesa indudablemente sobre la decisión de excluir Dos mujeres de las Obras Literarias por parte de una Gertrudis madura que quería ya vivir sus últimos años ‘en paz’ en la España de la Restauración y que con amargura reconoce que nada ha cambiado, a pesar de los ejemplos luminosos del sacrificio de las dos mujeres. Como en un círculo del cual es difícil salir, las últimas palabras de Elvira –mujer espectadora, frívola pero profundamente partícipe de la tragedia de su amiga y su primo– a sus hijas confirman el carácter didascálico y programático de la escritura de la Avellaneda de aquel periodo, negado en el Prólogo, en un acto, quizás, de preocupada previsión de las consecuencias que un reconocimiento de marcada intencionalidad pudiera traer: «Cuando tengáis algunos años más, hijas mías, os contaré una historia muy triste: la historia de dos mujeres, ambas muy generosas, muy bellas y muy desventuradas. Esta historia será para vosotras una historia muy provechosa» (p. 442). Bibliografia Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Autobiografía y cartas de amor, Camagüey, Acana, 2013. ———. Dos mujeres, en Id., Tres novelas, La Habana, Letras cubanas, 2013, pp.203-442. Campuzano Luisa, «Sab: la novela y el prefacio», en Lecturas sin fronteras (Ensayos sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda), 1990-2012, La Habana, Ediciones Unión, 2014, pp. 184-202. Pastor, Brígida. El discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda: identidad femenina y otredad, Alicante, Cuadernos de América sin Nombre, 2002. Pratt, Mary Louise, «La poética de la per-versión: aprendiz rebelde devora a su maestro», en Lecturas sin fronteras (Ensayos sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda), 1990-2012, La Habana, Ediciones Unión, 2014, pp. 43-63. Rodríguez Núñez, Rodrigo, «La in/subordinación nacional en la poesía lírica de Gertrudis Gómez de Avellaneda», en Lecturas sin fronteras (Ensayos sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda), 1990-2012, La Habana, Ediciones Unión, 2014, pp.129-160. Revolución y Cultura Notas 1 Podemos repetir lo que dice Luisa Campuzano a propósito de Sab: «la introducción –y lo mismo puede decirse del prefacio– es precisamente la última ocasión en que un autor habla por su texto, mas al mismo tiempo es la primera vez en que inquietantemente comienza a sentir qué distante se vuelve este texto (Molloy) […]. Avellaneda renuncia, en efecto, a estimular la lectura de un texto que no es más que una ‘novelita’ escrita ‘por distraerse’. Renuncia, particularmente, a explicar sus ideas, objetivos y tramas, porque ‘la publica sin ningún género de pretensiones’. Y es que en este prólogo, dirigido a un lector supuestamente ‘convencional’, se está negociando un contrato de lectura sin el cual una cubana no hubiera podido correr el riesgo de publicar este libro en el Madrid paradójicamente liberal de 1841». (Campuzano, p.186). 2 En 1907 María de Córdoba Govantes, la viuda de Ignacio de Cepeda, publicó las cartas de amor que Gertrudis había dirigido a su marido, de las cuales la primera ha sido publicada también como cuadernillo o autobiografía. 3 Avellaneda escribe a Cepeda: «Me temes, Cepeda, no lo niegues, temes que me posesione de tu corazón, temes los lazos de hierro, que pudieran ser consecuencia de tu amor por mí, y crees evitar algo acogiéndote a la sagrada sombra de la amistad». (Autobiografía, p. 57). Gertrudis es bien conciente de lo que esto significa: «Raro, original es el papel que hago contigo. Yo muger tranquilizándote a ti del miedo de amarme: es cosa peregrina! Pero contigo no soy muger, no, soy toda espíritu, y ninguna regla es aplicable a este cariño esepcional, que me inspiras». (Ivi). 4 Aquí está ausente la oposición primaria entre colonia y metrópolis, que sin duda influye en la relación de la autora con España, ya que se encuentra siempre hablando desde una doble marginalidad, como mujer y como colona. 5 El tema de la educación de las mujeres le interesa mucho a Avellaneda, al que le dedica algunas de sus intervenciones en Álbum cubano de lo bello y lo bueno y páginas de su Autobiografía subrayando el retraso de la educación en España respeto a la impartida en Cuba. 6 Como acaece a menudo en las novelas de Avellaneda, hay un final sorpresivo en el que personajes externos a la trama comentan escuetamente la situación, algunos años después de los eventos narrados. 17 BICENTENARIO Safo, su círculo y su proyección icónica en Gertrudis Gómez de Avellaneda Elina Miranda Cancela. 18 Revolución y Cultura Profesora universitaria y ensayista. Ha publicado, entre otros, Comedia, teoría y público en la antigua Grecia (2010) y Laura Mestre (2010). C uando, con su entonces esposo Domingo Verdugo, Gertrudis Gómez de Avellaneda regresa a Cuba, después de casi tres décadas de ausencia, además de recibir los múltiples honores con los que la congratularon sus coterráneos, se dedica con empeño a la publicación de una revista, la primera y por mucho tiempo la única que dirigiera una mujer en la Isla, el Álbum cubano de lo bueno y lo bello, de la que se editaran doce números en total a lo largo de 1860. Como reconociera Susana Montero, fue este «uno de los esfuerzos más útiles en la renovación del gusto literario nacional efectuado por esos años» (2002: 249), al tiempo que en él se manifestaría el deseo de crear vínculos entre creadoras y lectoras con vista a favorecer la reconsideración de las potencialidades femeninas en el campo cultural y social, como se manifiesta en su «Galería de mujeres célebres», sección fija de la revista, compuesta por breves biografías de quienes alcanzaron renombre en el curso de la historia, entre las cuales no podía faltar aquella con cuyo nombre habían motejado a la directora de la revista en sus intentos de ingresar a la Real Academia Española: doña Safo. La poetisa –para usar el término reivindicado por Gómez de Avellaneda, en cierta medida, para ella misma–,1 de principios del siglo VI a.n.e., cuyo genio fue tal que, a pesar de prejuicios e incomprensiones de los que se hiciera eco la comedia ática del siglo V y cuya imagen se distorsionara tanto que se llegara a pensar en la existencia de dos Safos2 –la creadora y la prostituta–, no solo fue reconocido por Platón (A.P. 9.506),3 al calificarla como la décima musa, e hiciera a Aristóteles (Ret. 1398b) declarar que en Mitilene era honrada como sabia «aunque era mujer»; sino que su obra, ciertamente fragmentada, logró perdurar, frente a la pérdida prácticamente completa de los poemas de otras autoras de Grecia antigua de quienes apenas conocemos los nombres, aunque alguna, como Erina, se haya considerado por siglos discípula de Safo, sin tener en cuenta que sus vidas estuvieron separadas por un lapso de dos siglos. Vínculo quizás sustentado como un eco de que también la lesbia fue el centro de un círculo femenino, cuyo carácter se ha discutido tanto que se acuñó por los filólogos alemanes el término de Sapphofrage, la cuestión sáfica, para referirse a las relaciones de la poetisa con sus amigas, o más bien, compañeras, para emplear el mismo término con que ella las distingue. Para los atenienses el lugar de las mujeres decentes era la casa y el propio Pericles que en su vida privada fue capaz de divorciarse de su aristocrática esposa para unirse con la ilustrada Aspasia, proveniente de Mileto y reputada por Aristófanes como hetera,4 afirmó en un discurso que de las mujeres lo mejor era que ni se las mencionara (Cfr. Tucídides II, 45). Sin embargo, en otras partes del mundo helénico no pesaba una reclusión tan severa, como ejemplifica la mencionada jonia,5 de la cual se dice que se distinguía en las artes retóricas y en su hogar con el estadista ateniense se reunían sofistas y escritores, con su presencia y participación en los temas discutidos; razón por la cual para el ateniense medio y para los comediógrafos solo podía ser una cortesana en el sentido peyorativo del término. En la isla de Lesbos también parece que las mujeres disfrutaban de un modo de vida más libre que el de las atenienses y, al menos, las de noble cuna se reunían en círculos semejantes a las «heterías» masculinas6 y hasta, como testimonia Alceo, contemporáneo de Safo, celebraban entre ellas concursos de belleza (130 L.P.). La prueba mayor de tan particular situación dentro del ámbito griego la proporciona, indudablemente, los propios versos de la poetisa, no solo porque esta menciona por sus nombres a jóvenes de su grupo, así como a rivales, centro de círculos análogos, sino por la afirmación de su personalidad y del mundo de la mujer que en ellos encontramos. En la primera estrofa del fragmento 16 L-P: «Una tropa a caballo, dicen estos; de infantes,/ dicen esos; y aquellos, que una flota de naves/ sobre la negra tierra es lo más bello; pero/ yo digo que es lo que uno ama» (Safo, 2007: 37), Revolución y Cultura en rotundo priamel asegura la lesbia, frente a la definición del valor heroico imperante, que lo bello, con toda la carga ético-estética que el término comporta en la época, es la persona amada, y de ello ofrece como paradigma a Helena, no por su asombrosa belleza, sino por haber sido capaz de abandonar esposo, hija y familia, cruzar el mar, todo ello voluntariamente, para estar con quien amaba. La princesa espartana como emblema femenino ya no es –tal como se acostumbraba presentar por otros poetas– objeto de deseo, sino sujeto activo; no condenada por su acción, en la medida en que esta se iguala, en cuanto a justificación valorativa, con la imperante en aquel mundo patriarcal en que los hombres se complacían en la guerra y circunscribían el concepto de lo bello fundamentalmente al ámbito bélico. Por tanto, los versos de Safo son flagrantemente contestatarios frente a los valores imperantes sustentados por la misma clase social a la que pertenecía. Si bien se muestra Safo muy consciente de algunos tópicos aristocráticos tradicionales, como la importancia de la fama y la consecución de la sobrevida a través de la poesía: «Yacerás muerta y de ti no habrá ninguna memoria,/ ninguna a la postre, porque no tomas parte en las rosas/ de Pieria; recorrerás a oscuras la casa de Hades,/ y revolotearás entre sombríos difuntos» (Ibid.: 253); para ella no solo la belleza deja de ser objetiva para definirse en dependencia de la subjetividad de cada cual, sino quien sea de buena disposición moral se impondrá tarde o temprano como hermoso: «Pues el que es bello, es bello ante la vista; / pero el que es bueno, al punto será bello» (Ibid.: 63). Conjunción entre lo bello y lo bueno que parece evocar el nombre del Álbum cubano, así como todo el razonamiento con que Tula hace su presentación. Después de cuestionarse la cubana si «puede lo bueno carecer de belleza y lo bello de bondad», asegura que: «considerados en su esencia lo bueno y lo bello vienen a convertirse en una sola cosa, bajo dos aspectos distintos, según se la relacione con el entendimiento o con la voluntad» (Montero, 2005: 175). De Alceo conservamos un hermoso verso en que saluda a su coterránea: «Safo, trenzas de violeta, pura, sonrisa de miel» (1969: 91), que junto a líneas de la poetisa en que rechaza las pretensiones de un amigo más joven: «Pero tú, que eres mi amigo, / búscate un lecho más joven, / porque yo no podré ser/ tu esposa, siendo más vieja» (Safo, 2007: 93), parecen dar pábulo a la leyenda de que ya no solo Alceo, sino poetas que no fueron siquiera contemporáneos a ella, la habían amado, tal como recoge en la biografía de la mencionada «Galería» Gómez de Avellaneda (Cf. Montero, 2005: 175). Pero, en cambio, en los fragmentos conservados de Safo no hay ningún rastro de Faón ni del ardiente amor que él le inspiró y cuyo rechazo la llevara al suicidio desde la roca de Leúcade, tal como Ovidio (Heroidas XXI) inmortalizara el pasaje que tanto ha influido en la recepción posterior de su figura y que sin duda debe haber sido una de las fuentes de nuestra Tula; leyenda también inspiradora, unos cuarenta años más tarde, de los veinte sonetos de Mercedes Matamoros en su poemario El último amor de Safo (1902). Al parecer Faón fue otro nombre dado a Adonis o a una especie de deidad semejante vinculada a la fertilidad, y por tanto al culto de Afrodita, al que Safo en sus poemas a esta diosa hubiera mencionado o llamado, puesto el nombre en boca de la deidad; mientras que el salto de la peña blanca, leukás pétra, cantado por el jonio Anacreonte un siglo después,7 otorgaba según las creencias de raigambres rituales, el olvido de los males y la regeneración purificadora. Pero sea de una manera u otra, lo cierto es que fueron los comediógrafos quienes, a partir quizás de estos elementos o de una leyenda que se había ido conformando, le dieron cuerpo a tal ficción, al igual que la proyectaron como una hetera o una prostituta de insaciables deseos.8 En cuanto al círculo de amigas y rivales, tan mencionadas en los versos –en sus amores, desdenes, olvidos, recuerdos–, a las que Ovidio de pasada nombra y la Suda señala como causa de una acusación de que fuera objeto la poetisa por mantener una «amistad indecente» con sus alumnas, no fue objeto de estudio e hipótesis casi hasta el siglo XIX, cuando los fragmentos recogidos posibilitaron y propiciaron la exégesis de la obra poética conservada, pues hasta entonces el silencio en su torno, más que a las suspicacias o resquemores por el tono homoerótico de algunos poemas, debe atribuirse al desconocimiento e insuficiencia, por lo mutilado, de muchos de los versos conservados. Surge entonces 19 20 Revolución y Cultura la idea, recogida y sustentada por Wilamowitz y otros filólogos posteriores –teniendo en mente la función educadora que los antiguos reconocían en la poesía–, de que Safo era la directora de un especie de colegio o pensionado para señoritas, mientras que para otros, la poetisa y sus amigas conformaban una suerte de thíasos o grupo dedicado a actos de culto y para ello se basaban en los epitalamios y en los poemas dedicados a Afrodita. Para algunas escritoras que procuraban en la centuria del XIX abrirse un espacio en el ámbito literario, tan centrado en los hombres, el genio de la griega fue esgrimido como prueba de las posibilidades creadoras de la mujer y la exoneraban de cualquier marca mal vista por la moral de la época, mientras que otros narradores y poetas, como Charles Baudelaire, se sentían atraído por la conducta transgresora encerrada en sus versos y ponían en primer plano las connotaciones consideradas pecaminosas y en particular las condenadas bajo el nombre derivado de su Lesbos natal (Cf. Sanz, 2008: 80-81). Llegar a conclusiones sobre el carácter del círculo sáfico siempre se dificulta por lo fragmentario del corpus y la subjetivación del entorno por el yo lírico, tal como es posible comprobar en el poema en que se solicita la epifanía de Afrodita (21 L.-P.), aquel que comienza: «Ven a mí desde Creta hasta este sacro/ templo; donde, en tu honor, una arboleda/ amable de manzanos; donde altares/ perfumados de incienso… (Safo, 2007: 33); un paraje al parecer descrito objetivamente pero con convergencia imposible de elementos naturales con la finalidad de crear un lugar propicio a la aparición divina, pues tal como muestra Sanz Morales «el poema no intenta reflejar ningún momento del día o del año, así como tampoco un espacio geográfico específico, lo que casa bien con el carácter velado y alusivo del arte de Safo» (2008: 58). Sin embargo, en el repaso de los versos advertimos que en verdad la poetisa hace referencia a la «casa de los que honran a las Musas» (Safo, 2007: 109); en otros, cantará para sus compañeras algo placentero, aconseja sobre tocados o menciona cómo entretejen guirnaldas; a veces se queja de que una de sus amigas haya decidido frecuentar otro círculo, regaña o se burla de una que es rústica y no sabe llevar con elegancia el vestido, al tiempo que encontramos el nombre de Andrómeda y Gorgo como quienes están al frente de otros grupos, aunque este último más parezca un mote peyorativo (por aquello de la Gorgona). Por otra parte, nadie puede asegurar si los epitalamios o cantos de bodas los componía Safo para ser entonados por ella en compañía de sus amigas, o no; ni tenemos constancia de que estas, a su vez, escribieran poemas, aunque al menos alguna vez exhortara a una a tocar la lira, sin olvidar el indisoluble vínculo por entonces existente entre música y poesía: «…Te animo, Góngula… / a que temples las delicadas cuerdas…» (Safo, 2007: 41); mientras que en los últimos versos encontrados y reconstruidos en 2004, al sentirse vieja y debilitada exhorta: «Velad vosotras por los bellos dones de las Musas ceñidas / de violetas, muchachas, y por la dulce lira de los cantos» (Ibid.: 71). Así pues, dados estos testimonios, si bien algunas de las hipótesis antes mencionadas carecen de sustentación, sí es posible hablar de una especie de «hetería» femenina que –sin obviar las relaciones homoeróticas, también presentes en los aristocráticos clubes masculinos–, al menos en el caso del círculo en torno a Safo, se vinculaba con el cultivo poético y que quizá participaba en actos de culto, como las bodas, entonando himeneos. Algunas, como Anactoria, ya casadas, marchaban a Sardes, la capital lidia, centro por entonces, de refinamiento y cultura. Es, por tanto, el de Safo el primer círculo o asociación de mujeres involucrado con el cultivo literario del que tengamos noticias dentro del mundo grecolatino. Solo unos pocos años antes de 1800 d.n.e., Safo, tanto por sus poemas como por su leyenda, comienza a manifestarse en las letras españolas, puesto que, con cierto retraso en relación con los demás países europeos, en esta época finisecular se traducen del griego los versos hasta entonces conservados,9 aparece algún que otro poema inspirado en los sáficos, o se estrena, ya en 1801, una obra como la de María Rosa Gálvez que toma por asunto la leyenda del amor despreciado de la poetisa por Faón y el consiguiente suicidio. Así que es en esa centuria cuando Safo, tanto por su obra como por su leyenda, tan atractiva para los románticos, se abre camino y en el mismo mote dado a Tula de Doña Safo se advierte –burla aparte– la doble valencia que sobre la poetisa griega pesaba, como respetada creadora y como figura transgresora del estereotipo femenino. No es de extrañar, por tanto, la apropiación que de ella hacen las grandes poetisas de este siglo: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Rosalía de Castro; en la segunda explícitamente para animar a otras creadoras a perseverar en sus afanes en tarea hasta entonces considerada como patrimonio masculino (Cf. Sanz 77-78). En las letras cubanas ya desde las páginas del Papel Periódico de la Havana aparece el nombre de Safo como paradigma poético y autoridad ejemplar para rebatir ideas opuestas al acceso femenino a la educación (Cf. no. 101 de 1791; no. 96, de 1802), aunque tampoco se olvida el mítico salto de la Leúcade (Cf. no. 11 de 1798), motivo también inspirador del poema «Safo» del matancero Francisco Iturrondo, publicado en 1834, en el cual asoma por primera vez entre nosotros la obra y no meramente el mito con la reminiscencia encerrada en el verso con que el personaje se precipita al mar del fragmento 31 L.P., traducción de la versión francesa de Boileau: «¡Feliz quien junto á tí por tí suspira!» (Cit. Méndez, 2007: 240-241).10 Pero, en verdad, es con el regreso de Gertrudis Gómez de Avellaneda, cuando el nombre la creación poética y el cultivo del intelecto dejaran de ser considerados un coto cerrado para las mujeres y, de paso, tornar el burlón mote en timbre de gloria. Referencias bibliográficas: Alceo 1969, Fragmentos. Trad. de Manuel Rabanal Álvarez. Aguilar, Madrid. Ferraté, Juan 1991,2 Líricos griegos arcaicos. Sirmio, Barcelona. González, Marta 2003, «Versiones decimonónicas en castellano de la Oda a Afrodita (Frag.1 Voigt) y de la Oda a una mujer amada (Frg. 31 Voigt) de Safo, en Cuadernos de Filología Clásica: Estudios griegos e indoeuropeos, vol. 3, 2003, pp. 273-313. Méndez, Roberto 2007, «Imitando una oda de Safo». Otra mirada a La Peregrina. La Habana, Letras Cubanas, pp. 209-245. Montero, Susana 2002, «La obra literaria de Gertrudis Gómez de Avellaneda». Historia de la literatura cubana. Ed. Letras Cubanas, La Habana, t. I, pp. 247-268. Montero, Susana 2005, La Avellaneda bajo sospecha. Letras Cubanas, La Habana. Safo 2007, Poesías. Trad. de Juan Manuel Macías. DVD Ediciones, Barcelona. Sanz, Manuel 2008, «Safo, poemas y fragmentos». La literatura griega y su tradición. Pilar Hualde y Manuel Sanz Morales (eds.). Ed. Akal, Madrid, pp. 47- 84. Notas «Han dicho que yo no era poetisa, sino poeta: yo creo que no es exactamente verdad; que ningún hombre ve ciertas cosas como yo las veo…» Texto citado por Montero en su libro La Avellaneda bajo sospecha, 2005: 24. 2 Tal como recoge la Suda, el léxico bizantino del siglo X d.n.e que tanta información sobre los autores antiguos ha aportado. 3 Si este epigrama atribuido a Platón, no fuera de su autoría, no hay duda, sin embargo, de que la consideró «bella» (Fedro 235c), por haber alcanzado la cima de lo bello. 4 Cfr. Discurso de Diceópolis en el agón de Acarnienses, por ejemplo. 5 Por cierto también ella presente en la Galería del Álbum cubano de lo bello y lo bueno. 6 El término griego hetaîros se aplica en Homero al compañero de armas. De ahí que se conociera como heterías grupos aristocráticos que se reunían a manera de club social, aunque el sustantivo femenino adquirió en la sociedad ateniense el sentido de «cortesana», puesto que se trataba de mujeres, quienes, a 1 diferencia de las consideradas decentes, confinadas en sus casas y siempre sometidas al padre o al marido, podían tener libertad de movimiento y acompañar a los hombres en festines y otros actos públicos. 7 Fr. 31P.: «Subo la cuesta, y otra vez / desde el cabo de Leucas me zambullo, / embriagado de amor, en la onda blanca». Trad. de Juan Ferraté, 1991: 311. 8 También debe aclararse que si los cómicos utilizaron un verbo al parecer derivado del nombre de Lesbos para referirse a prácticas de amor oral, en la Antigüedad no hay un vínculo explícito entre las nativas de Lesbos y las relaciones homoeróticas, lo que en la actualidad se llama lesbianismo, hasta el siglo II d.n.e. con Luciano (Diálogos de las cortesanas 5,2), si descartamos el fr. 13 P de Anacreonte, como única referencia implícita y tal vez puntual: «Otra vez Eros rubio / me echa el balón, llamándome / a jugar con la niña / de las sandalias; / pero ella, que es de Lesbos, mi greña, ya está blanca, desprecia y, boquiabierta, de otra en pos anda (Ferraté, 1991: 305). 9 Aunque desde 1770 se contaba con traducción al español al menos de las dos odas conservadas en tratados, es en 1797 en que aparece la colección traducida por José y Bernabé Canga Argüelles y también la versión de José Antonio Conde. 10 Recuérdese el inicio del frag. 31 L.-P., también usado por Catulo (Carm. LI): «Me parece igual a los dioses aquel que se sienta frente a ti y te escucha de cerca, mientras hablas dulcemente». En su traducción del tratado De lo sublime (Paris, 1674), Boileau traduce este poema de Safo que inicia: Heureux! que près de toi, pour toi seule soupire (Cit. por González, 2003: 306). Revolución y Cultura de Safo resuena en nuestra prensa para alabar o denostar a la Tula, ya por entonces consagrada. De 1842 data el «Soneto imitando una oda de Safo» de Gómez de Avellaneda en el cual, como bien demuestra Roberto Méndez, no solo retoma el mencionado verso del matancero sino que: «A través de Safo, la principeña se nos ha revelado en toda su dimensión y ha logrado la más auténtica conciliación de lo clásico vivo con la libertad y audacia del genio romántico. A pesar de la befa de sus enemigos, ella también es Safo, ¿quién va a negárselo?» (Ibid.: 245). En el mismo capítulo, el estudioso pasa revista a todas las menciones de la poetisa griega en la obra de La Peregrina, quien con ella se siente identificada como creadora, por las circunstancias de su propia vida amorosa y también por los tropiezos y acusaciones acarreados en un ámbito tradicionalmente negado al genio femenino; asociación que, sin duda, se transparenta en la vida de la griega expuesta en el Álbum cubano de lo bueno y lo bello, casi veinte años después de escribir el soneto; relato que Méndez conceptúa como una suerte de autobiografía en clave espiritual (Cf. Ibid.: 230). Es cierto que los trabajos aparecidos en la «Galería» no iban firmados y que los datos bien pudieron reproducirse a partir de versiones o traducciones de otros textos; pero la mano de la escritora indudablemente se hace sentir tanto en la selección de los aspectos, en la manera de presentarlos y en comentarios que no tienen que llevar la firma para revelar la autoría: «¿En qué consiste», cuestiona, «que las mujeres que se han dedicado a las letras no han encontrado tanta envidia entre las de su sexo como en los hombres que no dejan tampoco de perseguirse entre sí? Será que sean naturalmente de peores inclinaciones, o que las damas sientan la necesidad de protegerse y unirse cuando se trata del interés y la gloria?» (Montero. 2005: 178). Este mismo razonamiento subyace en que, cuando quiere dar idea del genio de la lesbia y el reconocimiento del que era acreedor, la presente en el centro de un grato círculo de muchachas cuyo talento estimulaba o de supuestas discípulas reconocidas también por sus méritos: Muy pronto sus poesías excitaron a las jóvenes a los placeres, animándolas al mismo tiempo a disputar a los hombres el talento. Su fama fue tan brillante y rápida que ni la envidia la pudo alcanzar. Tuvo por discípulas a las mujeres más célebres de la Grecia, y entre ellas a la joven Erina, que lo fue casi tanto como su misma maestra. Muchas mujeres adquirieron fama por haber sido sus amigas, y en cuanto a hombres tuvo infinitos adoradores, entre los que se cuentan a los tres poetas más famosos de su siglo, Archiloco, Hiponax y Alceo. Así corrían los hermosos días de su vida, gozando de los homenajes halagüeños de ambos sexos, y del doble placer de reinar por el amor y la admiración. (Ibid.: 179) La camagüeyana que había regresado a su Isla natal después de ser despojada del sillón anhelado en la Academia y de padecer tantos ataques de sus detractores, al imaginar el reconocimiento del que al menos debería gozar la poetisa por antonomasia, traslucía sin duda sus propios anhelos. Por ello, no es casual la creación de la revista ni la «Galería» ni, mucho menos, su recreación de Safo, en cuanto el Álbum era su intento de conformar una red o círculo de mujeres capaces de hacerse notar en el quehacer cultural y del cual ella, mediante su revista, sería la animadora reconocida por sus iguales. Era esta su manera de –como hiciera explícito Carolina Coronado en poemas y artículos, o demostrara la propia Safo en su época– propiciar que 21 BICENTENARIO Desengaño y sonrisa en dos comedias de Irina Bajini. 22 Revolución y Cultura Profesora de la Universidad de Milán, Su libro más reciente es La Isla de las Mujeres (2013). E l teatro de Avellaneda, como escribe Luis Álvarez Álvarez en su ensayo incluido en la reciente recopilación a cargo de Cira Rome ro,1 sigue siendo uno de los aspectos menos valorados de su obra. Ni siquiera, me parece, se ha comentado suficientemente el aspecto más evidente desde el punto de vista social: su producción dramática fue variada, abundante y tuvo éxito, lo que, tratándose de una autora, es un fenómeno fuera de lo normal para el siglo XIX. En general, como apunta David Gies, la mujer en el siglo XIX estaba excluida del teatro, excepto como actriz. Efectivamente, por lo que se refiere a Hispanoamérica, después de la Independencia creció el número de compañías lideradas por actrices, que iban así a transformarse en estrellas cada vez más respetadas, tal es el caso de las cubanas Evangelina Adams y Luisa Martínez Casado, o de Dolores Alegre de Belaval y de Adela Robreño. Sin embargo, algunas artistas que como dramaturgas lograron publicar sus obras, no pudieron escenificarlas, y mucho menos si dichas obras trataran asuntos «de hombres». La sociedad decimonónica hispánica perdonaría escribir poesía sentimental y de asuntos domésticos, pero era inaceptable para la mujer escribir obras teatrales sobre temas históricos, bíblicos o políticos. De hecho, en la rescritura de la historia del teatro como espectáculo, la participación de la mujer aún sigue siendo desconocida y prisionera de esquemas y prejuicios. Muchas actrices del pasado se recuerdan más por su –supuesto– mal carácter (valga el ejemplo de la Tirana, célebre actriz española del siglo XVIII) o por su amistad con grandes artistas, como en el caso de Margarita Xirgu y García Lorca. Gertrudis Gómez de Avellaneda, pionera también en este ámbito cultural, repetidamente transgrede esos parámetros socioculturales que la encierran en la esfera doméstica, al escribir sus obras dramáticas y de ficción, pero sobre todo de tipo histórico y religioso, adelantando, de esta manera, a otras colegas argentinas –Rosa Guerra, Juana Manso, Eduarda Mansilla, Matilde Cuyás– que pusieron los cimientos para un rescate femenino a partir de los años 60 del siglo XIX. En efecto, la Avellaneda no se limitó a concebir dramas históricos, sino que también escribió varias obras de crítica social que muestran la marginalización de la mujer, por un lado representando el matrimonio como cárcel, donde los personajes son esclavos del decoro y de la tradición del honor sin hallar la forma apropiada de ejercer su libertad para poder elegir a su pareja, y por otro criticando el discurso estético sobre la mujer a través de una caricatura exagerada del ideal femenino. Paul van Tieghem, citado por Álvarez,2 hace muchos años insistía en el hecho de que el teatro romántico tenía dos escollos. Según él, era difícil conjugar la expresión libre, directa, subjetiva, propia de la sensibilidad romántica, con el género teatral que es de por sí objetivo, sin contar que la fantasía romántica chocaría contra la escasez de medios barroco romántica Gertrudis Gómez de Avellaneda resaría contarlo fielmente, ya que transforma por completo la historia real: Valenzuela es diseñado como un don Quijote soñador, un dramaturgo sin suerte pero lleno de dignidad y nobleza, y en lugar de su modesta esposa, la protagonista absoluta de la comedias es la aristocrática Eugenia, dama de honor de la reina Mariana, que mueve todos los hilos que se tejen contra la reina regente. Es ella, pues, el verdadero «Duende», como se afirma al final de la pieza. No hay duda de que existe cierta analogía entre la condición de doña Eugenia de Uceda, que usa su astucia política para poner el sistema a su favor, y la habilidad de la autora, que a pesar de su exclusión de la Academia fue capaz de imponer su discurso autoral en el ámbito del más social y político de los géneros literarios –el teatro– que además representaba no solo una buena fuente de ingresos, sino la garantía de una visibilidad popular, mucho más que novelas y poemas, que solo eran destinados a una élite intelectual. Es evidente, pues, que a la Avellaneda, en esta específica comedia, le interesaba exaltar –en primer lugar y según su sensibilidad ilustrada– la cínica inteligencia de un personaje femenino fuerte y alternativo que parecía haber salido de Les liaisons dangereuses de La Clos. De otro lado, empero, la autora parece rendirle pleitesía al antiguo teatro barroco a través de un personaje rotundamente «romántico» e idealista, que se expresa como un personaje calderoniano, pero que en el fondo es un títere, o un sueño, guiado por las manos sabias de su demiurga: No envidio, no, la grandeza, Que asocian a aliento bajo; Bien estoy con mi trabajo, Y me atengo a mi pobreza; Revolución y Cultura y el general estado de decadencia de las tablas hispanas. La concepción teatral de la Avellaneda, sin embargo, deriva de la tradición moratiniana y se mueve bajo el impulso de una sensibilidad ilustrada. Tula acepta que el teatro sea espejo del mundo y lo concibe como instrumento, puente de ideas sociales, no individuales, como bien expresa Matilde, la protagonista de Tres amores, al referirse a un proceso que hoy en día llamaríamos de «globalización de la cultura»: Los rasgos profundos de nacionalidad van despareciendo: la civilización, al difundirse, semejará los pueblos unos a otros, y la literatura, reflejo exacto de las costumbres y las ideas, presentará forzosamente menos matices. Pero el teatro no muere jamás en ningún pueblo que aún vive. ¡Cuando deje de reflejar las naciones, reflejará la humanidad, el mundo!3 Pretendo fijar mi atención exactamente sobre este último «drama», estrenado en 1858, es decir en el mismo año que Baltasar, drama bíblico con el cual cerraría con llaves de oro su carrera dramatúrgica, y sobre una pieza anterior, de 1855, por ella definida «comedia» –Oráculo de Talía o duendes en el Palacio. Esta última pieza fue estrenada el 15 de marzo de 1855 en el teatro de la Cruz de Madrid y se inspira en la carrera de Valenzuela, un ministro incompetente en la época del rey Carlos II, es decir en el siglo XVII. Tuvo éxito de público, pero fue criticada severamente, por falta de «invención, pensamiento filosófico, fin moral» y hasta por hacer la apoteosis de un trepador social de escasa moralidad como el susodicho Valenzuela, lo que estimuló la ironía de Tula en el prólogo a la primera impresión de la obra: Poco ganaré con probar que algún pensamiento tenía al forjar mi pobre comedia, toda vez que debe ser muy baladí e insignificante, pues pasó desapercibido de críticos perspicaces; por lo cual procuraré en lo sucesivo no concebir idea alguna que desenvolver en producciones teatrales, sin consultar antes a ciertos hombres políticos, que prueban diariamente lo muy alto que rayan en filosofía y en moral.4 Lo que en verdad suena baladí no es el pensiento de la comedia, sino la crítica: Fernando Valenzuela, modesto poeta, llegó a ser valido de la reina regenta Mariana de Austria, después de un ascenso que lo transformaría de humilde buscavidas en marqués. Su esposa era moza de retrete en Palacio y a Valenzuela le decían el «Duende» por sus malas artes para mantenerse en el poder. Sin embargo, es evidente que a la Avellaneda esto en absoluto no le inte- 23 Revolución y Cultura 24 Pues si en ficciones fecundo Comedias suelo forjar, No las sé representar En la ancha escena del mundo.5 Es que en esta pieza (que justamente la Avellaneda define como «comedia» y no como «drama histórico») Calderón de la Barca, es decir su espíritu, está presente desde el título. Sin embargo, hay más: el truco de la alacena, que en La dama duende permite que Ángela desaparezca «mágicamente», suena como una cita y al mismo tiempo un homenaje a la vida como sueño. El recurso de la puerta secreta, pues, libera a la protagonista femenina, doña Eugenia de Uceda, de sus parámetros sociopolíticos, permitiéndole moverse entre dos aguas, entre el ámbito doméstico y político. El «duende en Palacio», finalmente, es un Puck shakespeariano, o mejor dicho una Puck, y no pertenece a la misma turba romántica y lúgubre que Tula evoca en un poema «a imitación de Victor Hugo». Duendes que, en su relectura se chocan se quiebran saltan acá y allá revolviéndose en fragmentos con un ruido sin igual. Duendes, en fin, Que su insomnio parece siempre evocar Para burlarla Aturdirla Volverla loca quizás.6 Finalmente, son muchos los temas extremadamente «serios» (en primer lugar el delicado tema, universalmente actual, de la interrelación entre el arte y el poder, de la manipulación política de la cultura, del espectáculo como forma de propaganda) que esta comedia de estructura fielmente barroca (tres jornadas sin unidad de tiempo, lugar y acción, con mezcla de cómico y patético, el enredo amoroso y la presencia del gracioso) y llena de citas (de come- dias de Lope, Rojas Zorrilla, además del mismo Calderón), ofrece al público y a nuestra lectura. Desengaño barroco y sonrisa romántica también se encuentran en la pieza sucesiva de la Avellaneda, que es la penúltima de su producción dramática y que poco o nada se ha estudiado con la merecida atención, a no ser por la famosa anécdota del «gato encerrado» («Aquí hay gato encerrado», exclama el personaje del Marqués, al referirse a la ocultación de un secreto que al revelarse provocará un gran coup de théâtre) que se dio en su estreno y que causará una tragedia en la vida de la autora. En la escena VII del II acto, es decir casi al final de la pieza, alguien del público soltó un gato en el escenario, que provocó risa y un gran alboroto, a pesar de la presencia de los reyes. Tres semanas después, el segundo esposo de la escritora, Domingo Verdugo, se encontró en la calle con el culpable de la ofensa. Al enfrentarse al él, fue lesionado fatalmente, lo que para Tula significó, no pocos años después, quedarse otra vez viuda. Nada más barroco que esta situación de «teatro en el teatro», de una broma que se vuelve trágica, de la risa que se vuelve llanto, y que de por sí se presenta como una pequeña joya drámatica hija del «juego y del azar», como habría escrito Marivaux. Tres amores es a primera vista un drama doméstico con su claro mensaje moral y donde el amor conyugal, con su secuela de virtudes burguesas, parece triunfar sobre el amor platónico y el amor pasión. Definido como «drama» y afín a la comedia neoclásica de inspiración francesa, a lo largo de las escenas se define como un himno a la perseverancia y a la inteligencia femenina, donde la protagonista Matilde brilla y supera en talento y nobleza de ánimo a sus dos pretendientes, que juegan sus papelazos de bobo (Antonio) y de miserable (Don Víctor de San Adrián). Lo original de esta obra es que la joven heroína experimenta tres tipos de amor: el amor a primera vista y no correspondido, el amor-pasión, y finalmente el amor leal y fiel. Sin embargo, el aspecto más original se encuentra en la transformación de Matilde, de humilde labradora «sin nombre», en cuanto hija natural de una dama que solo al final de la pieza podrá reconocerla, a gran actriz, y de artista a heredera. El ambiente del prólogo es arcádico: Matilde y Antonio viven en un estado natural de armonía con la naturaleza, se quieren con amor casto y sincero y piensan casarse. Sin embargo, la ciudad y los libros, a través del personaje de San Adrián, modesto poeta y dramaturgo, irrumpe en la vida de la joven, perturbándola. Matilde se enamora platónicamente del artista y lee con devoción y fervor sus poemas y tragedias, todos dedicados al personaje ficticio de Celia. La amenaza de una reclusión en un convento, motiva su fuga con Antonio, que le jura casta amistad a pesar del gran amor que siente por ella. En el I acto, descubrimos que Matilde se ha vuelto una artista famosa y apreciada, que actúa en el escenario bajo el nombre de Celia. Su reencuentro con San Adrián, que de hecho es un fracasado y un oportu- Notas 1 Luis Álvarez Álvarez. «La Avellaneda sin fronteras», http://www.trabajadores.cu/20140301/laavellaneda-sin-fronteras/ (cons. 21 de enero de 2014). 2 Ibídem. 3 Gertrudis Gómez de Avellaneda, Tres amores. Comedia en prosa y en tres actos, precedidos de un prólogo, Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1870, http:// www.cervantesvirtual.com/obra/tres-amorescomedia-en-prosa-y-en-tres-actos-precedidos-de-unprologo—0/ (cons. 14 de enero de 2014). 4 Gertrudis Gómez de Avellaneda. Oráculo de Talía o duendes en el palacio. Comedia original en cinco actos y en verso, Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1870, http:// www.cervantesvirtual.com/obra/oraculos-de-talia-olos-duendes-en-palacio-comedia-original-en-cincoactos-y-en-verso—0/ (cons. 12 de enero de 2014). 5 Ibídem. 6 Gertrudis Gómez de Avellaneda, Los duendes, en Obras literarias, dramáticas y poéticas, Madrid, Rivadeneyra, 1869-1871, http:// www.cervantesvirtual.com/obra-visor/antologiapoetica—11/html/ff187710-82b1-11df-acc7002185ce6064_2.html#I_15 (cons. 15 de enero de 2014). 7 Gertrudis Gómez de Avellaneda, Tres amores, cit. 8 Ibídem. 9 Ibídem. Revolución y Cultura nista, su rechazo honrado a los regalos de un marqués, con una frase lapidaria y feminista: «¿Ese mundo insensato mezcla admiración y desprecio? ¿Corona a la artista y mancilla a la mujer?»,7 y la agnición final, la llevarán a tomar una decisión amorosa muy sabia: casarse con Antonio, renunciando al «amor que es como un arcoíris que solo la distancia colora», así como al amor del orgullo y del entusiasmo, por «el amor puro, abnegado y sublime», que no dice nunca: yo me alzaré a mi objeto porque soy fuerte, sino yo estaré siempre a sus pies porque soy humilde. Ese amor lo soporta todo, lleva su peso sin sentirlo, no se busca jamás a sí mismo, solo ve a la persona amada, y no hay cosa que se sacrifique a su ventura, sin hacerse siquiera un mérito de ello. Ese amor, padres míos, es casto, paciente, perseverante, valeroso, firme, tranquilo... porque es el hijo augusto de su alma inmortal. Es como ella variado e infinito.8 En Tres amores, como afirma Álvarez, los prejuicios resultan nuevamente objeto de teatralización, y, por una vez y en atención a su carácter de riente comedia, vence una nueva moral, más flexible y democrática, con respecto a la asfixiante valoración del mundo, típica de la España tradicionalista del siglo XIX. Sin embargo, lo que más emociona y entusiasma, en este drama como en la anterior comedia, es la autonomía de juicio de la protagonista femenina, su fuerza y capacidad de sacar lo mejor de los hombres que la rodean, no solo mejorándolos, sino trasformando su experiencia en un pensamiento moral, una actitud nueva frente a la existencia y a los valores impuestos por la sociedad. Matilde elige la libertad huyendo del convento al lograr que un hombre enamorado la ayude sin pedirle nada a cambio; se apasiona por la literatura por no se «bovariza», sino que encuentra su camino artístico gracias a su talento natural, hasta revelarse mucho más exitosa y realizada que su «muso» inspirador, él sí, en cambio, patético «Monsieur Bovary». Su transformación en Celia, por lo tanto, suena como la conquista de un estatus sentimental, una construcción identitaria a la que renunciará espontáneamente al final, así como al título de marquesa, para volver a su estado natural de Matilde, a su edén primitivo, y cambiando las coronas por las modestas violetas que su fiel amado le supo tejer en sus montañas: «Padre, al tocar la gloria y las grandezas del mundo, vuelvo la vista al modesto asilo de mi infancia, y solo allá me sonríe el amor verdadero y la felicidad durable».9 Matilde y Eugenia, finalmente, no solo representan el rescate de las muchas hijas, prometidas, viudas, esposas de alguien, tan presentes en las tablas de lengua española y no solo española, sino el rescate de la misma Gertrudis, que supo elegir sus amores, sus patrias, su destino, su oficio, y que –a pesar de las amargas tristezas que siempre acompañan a la dicha– también supo representar y compartir públicamente su forma de ser, pensar y estar en el mundo. Y lo hizo, finalmente, como ser humano libre de opinar, sentir y dudar a pesar de las ataduras sociales. 25 BICENTENARIO Dios en la poesía de Gertrudis Gómez de Avellaneda Roberto Méndez Martínez. 26 Revolución y Cultura Poeta, narrador, ensayista. Ha recibido recientemente el Premio Italo Calvino 2014 por su novela Música nocturna para un hereje. E l 1 de agosto de 1847 Gertrudis Gómez de Avellaneda escribía a Cepeda: Tú, como yo, acabarás por remontar tus esperanzas más allá del mundo visible; como yo creerás en Dios, y de Dios solo esperarás esa dicha que perseguimos en vano durante nuestra fiebre juvenil, como el niño que corre tras las caprichosas formas de la bruma, empeñado en abrazarlas. Me voy haciendo devota; no devota vulgar, ya comprenderás que esto no es posible, pero devota a mi modo.1 No sabemos lo que en aquel momento pudiera responder aquel, pero, medio siglo después, el 16 de julio de 1902, en una aclaración suya a Lorenzo Cruz, quien comenzaba a preparar la edición de las cartas de la principeña, comentaba así el pasaje: «Jamás vio en mí una sombra que obscureciese mi constante creencia de católico apostólico romano, en los pocos días que ella (la poetisa) tuvo de exagerada devoción, en que me dijo que se había metido a beata, aunque no vulgar».2 Era evidente que aquel mediocre oficinista no entendía de apasionamientos, ni al modo humano ni al divino. Su Dios, formalmente aceptado por razones sociales, tenía poco que ver con el de la escritora. Eso explica que ciertos pasajes de sus cartas donde ella explica los rasgos y el alcance de su fe religiosa, le parezcan tan escandalosos e inconvenientes como aquellos otros en que la poetisa hacía explícito su apasionado erotismo. En ambos casos intuye una actitud transgresora, una rebelión contra las normas de un mundo masculino, aparentemente liberal, que relega la presencia de Dios al ámbito femenino, como un modo de sujetar a la mujer a ciertas convenciones, de confinarlas bajo amenaza, a la pasividad. Pasajes como este tuvieron que alarmarle sobremanera: Yo temo a Dios, pero solo a Dios. Los hombres pueden inspirarme compasión, si son débiles y sin justicia; afecto, si son rectos y capaces de dignas acciones; pero temor, jamás. Si yo desdeño la opinión del vulgo, es porque conozco a los hombres: conociéndolos, no es posible temerlos ni respetarlos.3 Cuando revisamos el Devocionario que Tula diera a las prensas en 1867, donde reunió casi toda su poesía religiosa en verso, así como meditaciones y paráfrasis en prosa, esto nos permite discernir la construcción de una imagen de Dios muy diferente de la que podía tener una mujer devota en la España de su tiempo. Esto puede apreciarse en primera instancia en el propio enfoque de la liturgia que la escritora ofrece a los lectores, donde la reflexión y la razón están colocadas junto a lo afectivo. Ni se estimula la ignorancia, ni se fomenta el temor a una Divinidad vigilante y pronta al castigo. De ahí derivan: el papel otorgado a la oración como relación directa con Dios, despojada de barroquismos verbales; la reflexión sobre los misterios del Rosario en vez de su monótona repetición; el centrar su énfasis en la resurrección de Cristo en vez de la complacencia usual en los sufrimientos de su pasión y y de la voluntad y ansia de muerte física para alcanzar la plenitud, que llegaron a volverse tópicas en este tipo de poesía, hay una conciliación en los versos de Tula entre carne y espíritu, entre pasión y ascetismo y una afirmación en la vida presente que no rebaja su esperanza en la escatológica. El primero de los ejemplos poéticos que podemos aportar es su paráfrasis del Salmo 50, conocido en la Vulgata como «Miserere». Según la tradición, el texto está atribuido al rey David, que hace penitencia por su pecado de lujuria, tras gozar de Betsabé, la esposa del general Urías, a quien el monarca envía a la muerte para poder satisfacer libremente sus deseos. La autora realiza su versión en 1847 –precisamente el año de las cartas que hemos citado– en un momento agitado en su existencia, en que se culpa por su «recaída» con Cepeda. No es difícil hallar su propia voz, detrás de la del salmista hebreo, sobre todo porque el género de la voz discursante ha sido cambiado del original masculino al femenino: Lávame más y más, que está delante de mis ojos mi culpa, y me acobarda su recuerdo incesante. Pues nunca tu piedad se muestra tarda si a ella recurre un pecho arrepentido, no desoigas mi voz cuando con llanto misericordia pido. Falté, Señor, a tu precepto santo; mas tú tendrás clemencia: porque engendrada en el pecado he sido, y fue el pecado mi primera herencia.5 No puedo sustraerme tampoco de traer a colación otra de sus versiones de la Escritura, menos conocida que la anterior. Se trata de una de las paráfrasis que ella colocó en el Devocionario, esta vez del Salmo 68, que impresiona por su fuerza persuasiva, su sobriedad verbal y su altura literaria, que nos parece un antecedente de esa otra paráfrasis que del mismo texto realizara un siglo después el presbítero Angel Gaztelu en su poema «Oración y meditación de la noche»: Sálvame, oh Dios, porque las aguas de la aflicción han penetrado hasta mi alma. He llegado a alta mar y la tormenta me ha anegado. Mi garganta se ha enronquecido a fuerza de clamar, y mis ojos se han cansado de mirar al cielo, esperando el socorro de mi Dios. Hanse aumentado, más que los cabellos de mi cabeza, los que me aborrecen sin causa. Sin embargo, oh mi Dios, tú sabes si yo soy culpable, porque ningún pecado puede estar oculto a tu vista. Revolución y Cultura muerte y el basar su devoción a la Virgen en los testimonios evangélicos y no en conjeturas ni tradiciones populares. Su concepción de un Dios cercano e íntimo, está muy cercana a ciertos autores místicos, especialmente Santa Teresa de Jesús y viene a sustituir a la Divinidad distante, justiciera y hasta vengativa que muchos predicadores difundían. Este Dios particular no es exactamente el que Avellaneda conoció en su infancia principeña, ni el que halló a su llegada a la Península en los hogares de Galicia o Andalucía. Deriva de diversas experiencias personales: en primer lugar sus vínculos con el cristianismo, nunca rotos, aunque no ocultan su distancia respecto a los círculos conservadores de la iglesia católica española; sus búsquedas espirituales tras la muerte temprana de su hija y su primera viudez, más las lecturas de ciertos autores franceses que reivindican la tradición católica, reinterpretada desde el romanticismo, como Chateaubriand, Lamartine y posiblemente Lammenais. La principeña, que ha frecuentado la corte de Isabel II, sabe que los intelectuales y políticos aceptan exteriormente su condición de católicos y no se cuestionan la alianza del trono y el altar, que fue tan útil cuando la guerra contra el invasor francés, pero en círculos más íntimos presumen de liberales y agnósticos. Por su parte, una buena parte del mundo femenino ve en la religión un refugio, un consuelo, ajeno a la política y al intelecto. Gómez de Avellaneda no puede alinearse con las devociones de las ignorantes que tantas veces cuestionaron su conducta vital y su profesión literaria, pero tampoco acepta la doblez masculina, el liberalismo que excluye a la mujer de tribunas y academias y la relega a la penumbra de los templos so pretexto de ser iletrada. Ella es capaz de elaborar una relación con Dios, que, sin excluir la aceptación de su condición trascendente, busca su inmanencia en la interioridad espiritual. Es un Dios íntimo, despojado de los atributos que el machismo dominante ha querido colocarle.4 Eso explica que prefiera acudir a fuentes bíblicas directamente –lo que tampoco era demasiado bien visto en su tiempo– en vez de a los textos que se ofrecían a la gente simple. Su poesía, cuando se refiere a Dios, cuando dialoga con él, no está llena de una paralizante sumisión, sino que acude a la meditación purificadora y al diálogo íntimo. Aún cuando varios de sus textos asuman un tono penitencial y se haga énfasis en la humildad del sujeto implorante, en modo alguno se rebaja la dignidad del yo poético, así como ni siquiera en los momentos de más abierta entrega se olvidan las posibilidades que le otorga su albedrío. En vez de las muy frecuentes imágenes de esclavitud, negación del cuerpo 27 Revolución y Cultura 28 Óyeme, Señor, porque benigna es tu misericordia: conforme a la multitud de tus piedades, vuelve los ojos a mí.6 En el propio Devocionario hay un soneto titulado «Al dulce nombre de Jesús», que luego, con el título abreviado de «El nombre de Jesús» cierra cumplidamente la edición de su poesía en 1869. El texto está escrito en un tono todavía más familiar. El destinatario del poema ya no es el Dios veterotestamentario sentado sobre las tempestades sino el humilde Jesús del Evangelio, implicado en los objetos y actos de la vida cotidiana. El tono del texto no puede dejar de evocarnos uno de los más hermosos sonetos de Lope de Vega: «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?» con su imagen de Jesús que llama insistentemente a la puerta de los hombres, aun en las noches de invierno. La Avellaneda, que debió repasar muchas veces este poema, no lo imita, sin embargo, sino que compone su propia imagen del Amado a través de aquellas cosas que otorgan felicidad en la vida diaria: Es grata al caminante en noche fría la alegre llama del hogar caliente: grata al que corre bajo sol ardiente la fresca sombra de arboleda umbría:7 De ese modo, viene a descubrir a Jesús en la armonía de la fuente y en el aire que respira el que ha salido de prisión, en la lluvia que el campesino acoge con alegría y todavía más, en la patria recobrada: «y grato el natal suelo al peregrino»8 con lo que nos está hablando de sí misma que ha podido volver a su Isla antes de morir. El terceto final, cierra magistralmente la composición con una audaz y elocuente enumeración, muy calderoniana que muestra al Amado como totalidad y es como una amorosa exclamación en medio del apasionado éxtasis: pero más que aire, sombra, fuente, llama, lluvia, patria, laurel, ¡Jesús divino!, tu nombre es grato al corazón que te ama.9 Podemos rematar estas reflexiones con un último ejemplo: la antológica «Dedicación de la lira a Dios» que según la escritora señala que está «inspirado por una bella invocación de Lamartine», aquella que abre las Armonías de este autor. En el Devocionario se acompaña con el epígrafe: «Dedicándole la autora de este Devocionario su lira, y pidiéndole perdón por haber cantado en ella, alguna vez, pasiones y glorias mundanas».10 El texto de Gertrudis no es exactamente una traducción del original francés, ni siquiera estrictamente una imitación. Las primeras once estrofas, cuartetos endecasílabos, parecen resultar un versión bastante exacta de las equivalentes en el texto del autor galo, aunque el tono de la cubana resulta más grave y solemne cuando habla de la poesía como eco de la divinidad, con lo que vuelve por un tópico que le es caro, la reflexión sobre la propia condición poética: ¿Qué le importa a la lira, que desprende del alma un son, se extienda poco o mucho, si antes que ella lo exhale yo lo escucho; si antes que yo lo escuche Dios lo entiende?11 A partir de allí, ambos poemas divergen radicalmente. La poetisa, parece proceder entonces como los compositores que se apropian de un tema, pero comienzan a introducir en él variaciones, hasta el punto de convertirlo en algo propio. De hecho, coloca en su poema una sección intermedia formada por unas complejas coplas de pie quebrado, donde alternan cuatro octosílabos –agudo siempre el que cierra la estrofacon dos pentasílabos, con el esquema de rima aab: ccb. Este brusco cambio formal corresponde a otro de fondo: mientras Lamartine sigue insistiendo en su «Invocación» en que su lira solo cantará a partir de entonces loas al Eterno, pero sin mudar mucho su acento, ella entona una especie de acto de contrición que es a la vez expresión de amor apasionado: Soy hoja que el viento lleva, pero eleva a ti un susurro de amor... Soy una vida prestada, que en su nada tu infinito ama, Señor!12 Después de esta sección intermedia, vuelve la escritora a los cuartetos endecasílabos y con ocho de ellos, coloca una especie de coda a la composición. Con un arrebato romántico, procura fundirse con la naturaleza como un modo de ser una con la divinidad, más que la melancolía del francés, hay aquí una especie de tempestad orquestal para definir lo que debe ser para ella el canto sacro que interprete las más recónditas fuerzas del universo: ¡Corra en el huracán, zumbe en el trueno, gire en las olas de la mar bravía, llene del universo el ancho seno, pase en su vuelo al luminar del día!13 La autora ha encontrado su camino muy lejos de la lírica crepuscular de su contemporáneo. Su religiosidad arrebatada y universal, como la de su maestro Heredia junto al Niágara, aspira nada menos que al absoluto y es a la vez amor personal y convicción trascendente: ¡Y Tú, que este anhelar del alma entiendes, y en quien su alta ambición reposo alcanza, hoy, que en sublime fe mi pecho enciendes, préstale alas de fuego a mi esperanza!14 No sería hiperbólico afirmar que la poesía religiosa de la Avellaneda es una de las más valiosas expresiones de la espiritualidad católica en Iberoamérica durante el período romántico. Expresión de libertad y no de sojuzgamiento, ofrece en ella una imagen de Dios que poco tenía que ver con los modelos habituales de su tiempo y es en cierto modo precursora de la teología posterior al Concilio Vaticano II y a la teología femenina contemporánea. No era pues Tula una devota vulgar, sino como escribió en su epístola «a su manera» que era la manera de la libertad y la auténtica poesía. Notas 1 Gertrudis Gómez de Avellaneda: Diario de amor, La Habana, Instituto del Libro, 1969, p. 103. 2 Cf. Nota 154 de Lorenzo Cruz al epistolario de La Avellaneda. En: Obras de la Avellaneda. Edición del Centenario, La Habana, Imprenta de Aurelio Miranda, 1914, tomo 6, p. 270. 3 GGA: Diario de amor, p. 115. 4 La académica norteamericana Sandi T. Weighman concibe tal construcción de Dios como una política de liberación sexual. Cf. STW: Gender and spirituality: a feminist reading of Gertrudis Gómez de Avellaneda Devocionarios. Universidad de California, Los Angeles, 2002. AAT 3066461, Pro Quest. 5 GGA: «Miserere» (Paráfrasis). Obras de la Avellaneda, tomo 1, p. 223. 6 GGA: Salmo 68 (paráfrasis). En: Devocionario nuevo y completísimo en prosa y verso. Imprenta y Librería de D. A. Izquierdo, Sevilla, 1867, p. 321. 7 GGA: «El nombre de Jesús». OA, tomo 1, p. 388. 8 Ibidem. 9 Ibidem. 10 GGA: Devocionario, p. 489. 11 GGA: «Dedicación de la lira a Dios». OA, tomo 1, p. 384. 12 Ibid, p. 385. 13 Ibid, p. 386. 14 Ibid, p. 387. Leonardo Sarría. Profesor de la Universidad de La Habana y poeta. Ha publicado la antología de poesía religiosa cubana Golpes de agua (2008, 2 t.), y el poemario Las horas con-vocadas (2003) BICENTENARIO Doña Gertrudis, la devota U Revolución y Cultura n diminuto broche metálico une las tapas del Devocionario nue vo y completísimo en prosa y verso, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, impreso en Sevilla en 1867. La cubierta es de cuero, cuero labrado, y una capa de polvo de oro cubre los bordes de las páginas escritas para recogimiento y ejercicio piadosos. Objeto cuidado e íntimo, como correspondía acaso a un libro de su clase, algo lo distingue sin embargo entre el abundante número de textos y manuales de oración de la época. Su autora es la misma que años atrás suscitara los aplausos, murmuraciones e invectivas de la vida cultural madrileña y no precisamente una religiosa en el sentido estricto del término: entiéndase, no es una monja ni mucho menos una Madre o fundadora espiritual. De sus poemas sacros, que ha reunido y juntado a oraciones diversas, letanías, explicaciones y consideraciones doctrinales, está hecho el volumen, concebido primero para su «uso particular», según confiesa en «Dos palabras sobre la oración y sobre este libro», y dado luego al público con la esperanza de servir a aquellos que «carecen del hábito de hablar a Dios» con «libertad cordial» o requieren de «un formulario para expresar sus propios sentimientos».1 Jorge Diez, revisor eclesiástico del texto, celebra en él «su mérito literario, siendo bellísimas las muchas composiciones poéticas que contiene, lo que hará que aun buscado bajo este solo concepto produzca el gran beneficio de inspirar la piedad a las personas más indiferentes» y no duda en afirmar, en su dictamen, que «excede este precioso libro a cuantos devocionarios circulan hoy en España entre los fieles».2 No era la primera vez que la Avellaneda realizaba una obra de esta índole. A raíz de la muerte de su esposo don Pedro Sabater, ocurrida el 1 de agosto de 1846 en Burdeos, suceso que la conmocionaría profundamente y habría de motivar su hermosa «Elegía II», la escritora pasa unas semanas de retiro en la casa de La Solitude, de donde regresará a Madrid a fines de noviembre de ese año. Entonces [relata su biógrafo Emilio Cotarelo] se verificó un cambio en las ideas religiosas de la Avellaneda que, como hemos visto por algunos rasgos, eran poco claras y seguras. Los meses de retiro que pasó en el Convento de Burdeos y la soledad de espíritu en que se halló al volver a Madrid enderezaron sus pensamientos hacia la devoción entregándose con el afán y la vehemencia con que lo hacía todo a lecturas piadosas de vario género. Pronto su buen gusto literario le dio a conocer lo medianos que eran bajo este aspecto los libros usuales para la lectura y ejercicios y se propuso componer uno que los aventajase de modo notorio. A esto dedicó el resto del año 1846 y el siguiente, […] y fruto de este trabajo fue un extenso Devocionario, en prosa y verso, que entregó para su publicación a la empresa editorial «La Publicidad» que poco después hizo estrepitosa quiebra. La autora no volvió a saber nada de su libro, que supuso haberse extraviado en la ruina de la casa, por lo cual veinte años después se propuso rehacerlo, como lo hizo, y lo dio al público en las prensas sevillanas […].3 29 Revolución y Cultura 30 El texto al que alude Cotarelo es el Manual del cristiano. Nuevo y completo devocionario, en efecto, perdido hasta que la investigadora Carmen Bravo-Villasante encontrara el manuscrito entre los papeles de Manuel Cañete en la Biblioteca de Menéndez Pelayo y lo editara en 1975 bajo el sello de la Fundación Universitaria Española. Dedicado «A S. M la Reina Madre, Da. María Cristina de Borbón», el autógrafo consta de 171 cuartillas y difiere notablemente del tomo publicado por la Imprenta y Librería de D. A. Izquierdo. Se trata en verdad, como permite comprobar a simple vista el cotejo de ambos, de dos libros distintos en contenido y estructura, por más que se repitan ciertos poemas y preces, cosa perfectamente explicable toda vez que son obras nacidas de idéntica pluma y determinada además por ajustarse a las mismas festividades y celebraciones litúrgicas. Amén de la mayor extensión del Devocionario de Sevilla (conformado por 503 páginas), que implica desde luego la presencia de motivos, prácticas y plegarias ausentes del Manual…, como la «Visita al Santísimo Sacramento», la «Devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María», el «Trisagio de la Santísima Trinidad», la «Preparación anual para la muerte» o el «Via-crucis», hay en este no solo un considerable incremento de la «parte poética», esa de la cual ya había dicho la Tula «jamás levanto mi débil acento a la Divinidad sin sentir la necesidad de la rima»,4 sino también un interés didáctico más expedito. Si el Manual… fue compuesto –de acuerdo con sus palabras, y contrariamente al afán competitivo que le supone Cotarelo– en horas de dolor y angustia, como «tributo de gratitud profunda […] consagrado a la Augusta Religión que en medio de mil amarguras había abierto el enexhausto [sic.] manantial de sus divinos consuelos a un alma que largo tiempo árida y atribulada»,5 el Devocionario… aparecía en otras circunstancias. Con cincuenta y tres años, viuda de su segundo esposo Domingo Verdugo –cuya pérdida la sumiera en una crisis que le hizo incluso valorar la idea de renunciar a todo y recluirse en un convento–, signada por una prematura vejez, su vida parecía entrar en trance de cierre y repaso. «La residencia de doña Gertrudis en Sevilla [anota asimismo el autor de La Avellaneda y sus obras] […] fue de gran reposo para su corazón y para su espíritu. Consideró terminado su papel en la tierra y ya solo pensó en la gloria póstuma».6 Por esa fecha se ocupa igualmente de la redacción de otro libro devoto del que no se tiene más información que la que ofrecida por ella a Narciso Campillo en carta del 12 de mayo del 67 –recién salido el Devocionario–, a quien le envía unas páginas en prosa «entresacadas de un librito [le dice] que estoy escribiendo con el título de Nuevo mes de María, el cual, aunque empezado hace ya mucho tiempo, quizá tarde todavía más en concluirse y darse a la luz por efecto de las muchas ocupaciones de prosaicos intereses y domésticos deberes que pesan de continuo sobre mí».7 ¿Cómo conciliar la imagen de esta mujer que semeja cada vez más apartarse de ambiciones y ruidos mundanales, con la que apenas meses después dirigiría a Luis Pichardo una encendida misiva para responder a aquellos que en la Isla habían pretendido negarle su pertenencia al Parnaso cubano?8¿De qué forma entender sus bruscas e ines- […] Si por intemperancia en el comer y el beber, y por vigilias malamente empleadas, o por cualquier otro género de exceso, ha arruinado su salud o comprometídola. […] Si ha vivido en amancebamiento y qué estado tenía su cómplice.13 Justamente uno de los mayores atractivos que puede poseer la lectura del Devocionario… es la aproximación a esta otra arista de la Avellaneda, que amplía y problematiza aún más la contradictoria riqueza de su carácter, en ocasiones juzgado desde uno solo de sus ángulos. Dispersas a través del texto, entre la retórica, formas y disposiciones religiosas que eran las de un siglo –indulgencias, pormenores y observancias del culto–, saltan a ratos las notas singulares de la escritora que, ora entre las súplicas del rosario puede sorprendernos con líneas de un sombrío dramatismo: «Todo fue consumado ¡Reina de los mártires! vuestros ojos vieron enclavar en la cruz al suspirado por los siglos, al esperado por las naciones… vuestros oídos oyeron los golpes del martillo; el crujido de los huesos que se dislocaban… vuestro rostro fue salpicado con la inocente sangre de la víctima!...»,14 ora necesita aclarar –no sin cierta sutil vanidad– al pie de su cántico «La Cruz» que: «Esta composición poética no fue escrita para el Devocionario, pero le damos cabida en él, tanto por complacer a varios amigos que así nos lo piden, cuanto porque habiendo merecido la honra de ser traducida al francés, al inglés y al italiano, deseamos sean conocidas las correcciones que posteriormente hemos hecho en ella procurando perfeccionarla, para que desmereciera menos de aquellas distinciones».15 Puesto bajo el auspicio de la Serma. Infanta, Duquesa de Montpensier, de quien un año antes de la Revolución del 68 se rumoraba –así lo indica Bravo-Villasante– que podía llegar a ocupar el trono, el Devocionario… se organiza en doce secciones: «Oración de la mañana», «Oración de la noche», «Confesión y Comunión», «Visita al Santísimo Sacramento», «Devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María», «Para días de festividades de la Santísima Virgen», «Rosario a la Santísima Virgen», «Noche buena», «Devoción al Dulce Nombre de Jesús», «Preces en verso para diferentes circunstancias», «Preparación anual para la muerte», y «Oficios de la Semana Santa y Pascua de Resurrección», bloque este último que abarca casi la mitad del volumen y donde más visiblemente se evidencian los propósitos formativos, didácticos, de la Avellaneda, en un contexto en que las misas se pronunciaban en latín, de espaldas al pueblo, y en que los feligreses apenas tenían acceso a la Escritura. Claras y prolijas explicaciones de la doctrina o la significación de determinados ritos, misterios, fiestas, apoyadas en los criterios de autoridades y Padres de la Iglesia, así como frecuentes acotaciones de cómo y en qué instante cumplir cada acto, cruzan en general todo el Devocionario…, como si respondiesen a un plan que se ha trazado ahondar madura y reflexivamente en los fundamentos de la fe y evitar a su vez el mecanicismo y las posibles distracciones de la oración. Todo el Oficio público de la Iglesia [explica, por ejemplo, al frente del «Sábado Santo»] parece consagrado este día a la sepultura de Jesucristo y a su descendimiento a los Infiernos; pero en la Misa se celebra ya la Resurrección. Se enciende hoy el nuevo fuego, para significar que la ley antigua ha desaparecido y que la nueva comienza a brillar: también representa este fuego a nuestro Señor Jesucristo, luz del mundo, extinguida y reanimada. Revolución y Cultura peradas variaciones, la compleja naturaleza de la autora de novelas como Sab y Dos mujeres, de poemas como «Soneto imitando una oda de Safo» y «La venganza», capaz de escribir también un devocionario a la manera de una santa o tratadista de oración? Temperamento romántico el suyo, su espíritu se mueve entre coordenadas extremas –su «gran defecto», había reconocido en su autobiografía de 1839, era no poder colocarse en el medio–, y su religiosidad no estará exenta de esa dinámica de opuestos, divergencias y altibajos, oscilante entre orgullo y humillación, opulencia e indignidad, pasión física, carnal y amor místico. En su sentimiento de lo divino se combinan, como observa Roberto Méndez, «la actitud arrebatada del poeta romántico, para quien la religión es asunto personal entre él y Dios, sin mediaciones»9 y «el carácter íntimo y a la vez «popular» y «simple» de la fe adquirida desde su infancia».10 «Me voy haciendo devota; no devota vulgar, ya comprenderás que esto no es posible, pero devota a mi modo»11 le advertiría a su amante Ignacio de Cepeda el 1 de agosto de 1847. De esa devoción personalísima, audaz, con rasgos de vanguardia religiosa que han precisado Florinda Álzaga y el propio Méndez, da fehacientes muestras el Devocionario…, aunque no deje de ser al mismo tiempo expresión del perfil severo, ortodoxo y conservador de su personalidad, acentuado sobre todo después de la muerte de Verdugo, y situado más bien en las antípodas de la Tula liberal y transgresora. Audacia era sin duda que alguien como ella, difuminando las fronteras entre los campos literario y religioso, presentara, mezclados con instrucciones sobre la misa, los sacramentos, los oficios de Semana Santa, etc., poemas y ruegos de su autoría como contribución a la práctica creyente. Pero, al menos en lo que interesaba de cerca a la Iglesia, sin nada «contrario a nuestra santa fe, ni a las buenas costumbres». Los rasgos de avanzada en materia religiosa que enumeran los críticos citados –el privilegio de la oración como relación directa con la Divinidad, «la concepción de un Dios cercano e íntimo, muy propia de los místicos», «el papel otorgado a los textos bíblicos» en el rezo cotidiano de los laicos o «la fuerte voluntad didáctica que pone empeño en explicar al pueblo común detalles que habitualmente eran solo del dominio del clero»–12 lo son dentro de las marcos de la espiritualidad cristiana. Aquel ímpetu, aquel recio temple que le valiera de su amiga Cecilia Böhl (Fernán Caballero) el apodo de Gertrudis la Magna, es aquí la criatura indigna, arrepentida de haber cantado con su lira «alguna vez, pasiones y glorias mundanas» y que, en sus «Indicaciones para el examen», previo al sacramento de Confesión, no olvida que se falta: Si ha prestado oído a discursos impíos o leído libros prohibidos. […] Si ha presumido de las propias fuerzas, no reconociendo que nada bueno puede sin el auxilio de Dios. […] Si en sus trabajos y aflicciones se ha quejado o murmurado de la Providencia o se ha creído abandonado de ella. […] Si, volviendo en ofensa de Dios los dones recibidos de su mano, se ha ensoberbecido de sus buenas prendas, de su ingenio, talento, riquezas, posición o hermosura, concibiendo exagerada estimación de sí mismo, y queriendo que la tengan los demás. […] Si, aunque no haya resultado muerte o daño grave, ha tenido o apadrinado duelos en los que pudo correr sangre, o si ha sido causa de ellos. 31 Revolución y Cultura 32 Puede decirse a sí mismo que el cirio pascual tiene igual significación; y de allí viene sin duda que se le encienda durante el tiempo pascual y se le retire el día de la Ascensión. Las oraciones de bendición del cirio pascual son extremadamente patéticas, y prueban también que la Iglesia mira esta ceremonia como simbólica; de otro modo no invitaría a toda la tierra, a que se regocijase de ser alumbrada por rayos tan luminosos. Los cinco granos de incienso, según dice el Abad Ruperto, representan el embalsamamiento del cuerpo del Salvador. En este día también se bendicen las fuentes, haciendo la señal de la cruz sobre las aguas y rogando a Dios que derrame en ellas la virtud del Espíritu Santo. El celebrante rocía hacia las cuatro partes del mundo, y al cabo –después de haber alentado tres veces sobre dichas aguas, pidiendo a Jesucristo que se digne bendecirlas con su propia boca– toma el cirio pascual y lo mirada atenta, entrenada en los ámbitos escénicos, que no desatiende ninguno de los signos del ceremonial. Claro que de lo que se habla es de solemnidades y devociones instituidas e intrínsecamente performáticas, que la Avellaneda glosa e ilustra con el objeto de servir de guía, facilitando la participación comunitaria, pero filtradas a través de su peculiar intuición teatral, como cuando libre y creadoramente incorpora en la conmemoración de «Viernes Santo» su poema «Las siete palabras y la Madre al pie de la cruz», añadiéndole un coro, en alternancia con «una voz», con el que no contaba al publicarse en Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello en 1860. Coro ¡Reina de los mártires! Rendímoste honor, Humildes rogándote Nos prestes favor. Una voz sumerge por tres veces, mostrando de este modo que es por los merecimientos del Salvador, muerto, sepultado y resucitado –del cual es figura el cirio– que la virtud del Espíritu Santo se comunica a esta agua. Ocupándose la Iglesia este día, como hemos indicado, de la sepultura del Salvador, es preciso aplicar nuestro espíritu a la consideración de los misterios que encierra dicha sepultura. S. Pablo nos enseña que por medio del Bautismo hemos sido sepultados con Jesucristo, como muertos para el pecado. ¿Lo estamos realmente? ¿No vive todavía en nosotros el hombre viejo, resistiéndose a la renovación de la gracia?16 Como comentarista, que no solo esclarece elementos puntuales de la liturgia, sino que abre por igual espacios para la meditación –del mismo modo que lo hace en el «Rosario…», al incluir en este «las consideraciones de los augustos misterios recordados en cada parte de dicho rezo»–,17 activa también sus dotes de dramaturga. En estos trozos y algunos otros pasajes del texto es perceptible una conciencia de representación, un gusto por las transiciones, los coros, las fórmulas antifonales, y un cuidadoso aparato didascálico, detrás de los cuales se descubre la Al cielo ofreciendo del mundo el rescate, Con clavos sujetas las manos divinas, Ciñendo sus sienes corona de espinas, Se ostenta en los brazos del leño Jesús. A diestra y siniestra dos viles ladrones Reciben la pena que al crimen se debe; Mas ¡sólo en el Justo se ensaña la plebe... ¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz! Coro ¡Reina de los mártires! etc.18 Resulta curioso que poemas como este, como «Miserere» (Paráfrasis), «Otro cántico. Imitación de varios salmos», «Devoción al Dulce Nombre de Jesús» (Soneto), «Canto de alabanza. Grandeza de Dios en sí mismo y en sus obras» (Imitación del salmo 103), «A Dios» (Soneto), «La Cruz» o «Dedicación de la lira a Dios», cuyo tono, factura y rigor compositivo los señalan dentro del corpus,19 figuren en el Devocionario…a la par de «A S. José. Cántico», «Al Ángel Custodio» y muchos de los incluidos en «Preces en verso…» –«Plegaria para cuando se teme o sufre alguna desgracia», «Plegaria para las calamidades públicas, o de la Iglesia», «Para cuando se presencia un entierro», entre otros–, súplicas rimadas de sello más inequí- vocamente circunstancial. Cabe suponer que la Avellaneda no haya querido sino ofrecer de conjunto, desprendida de razones y jerarquías estéticas, literarias, el muestrario de sus versos de inspiración religiosa, pero también que semejante gesto obedezca a una tácita estrategia con el fin de que el libro tuviese acogida y circulación tanto entre los devotos como en los predios letrados e intelectuales. Su nombre en la portada del Devocionario…tenía, por supuesto, que llamar la atención de sus lectores y críticos, para quienes, antes que la creyente, ella era la escritora, la poeta, y de tal impronta, de ese intenso pathos lírico estaban traspasados varios de sus textos, himnos, sonetos, paráfrasis, imitaciones bíblicas: «Mortíferos vapores / Ya respirando a vista del infierno; / Mi vida fatigada con dolores/ Por torcedor interno […]»;20 o los fragmentos que traduciría del Salterio, en los nocturnos del «Oficio de Tinieblas», ganada por la recia desnudez del versículo, con una contención y belleza, «concentrada energía», al decir de José María Chacón y Calvo, que colocaban sus traducciones de los salmos a la altura de «las principales hechas en lengua castellana»:21 Sálvame, oh Dios, porque las aguas de la aflicción han penetrado hasta mi alma. He llegado a alta mar y la tormenta me ha anegado. Mi garganta se ha enronquecido a fuerza de clamar, y mis ojos se han cansado de mirar al cielo, esperando el socorro de mi Dios. Hánse aumentado, más que los cabellos de mi cabeza, los que me aborrecen sin causa. Sin embargo, oh mi Dios, tú sabes si yo soy culpable, porque ningún pecado puede estar oculto a tu vista. Óyeme, Señor, porque benigna es tu misericordia: conforme a la multitud de tus piedades vuelve los ojos a mí.22 Espejo de la religiosidad de la época, fiel a las concepciones de la vida como «valle de lágrimas», del ser humano como hijo del pecado –sujeto vil y miserable sin Dios–, la última de sus obras deja, en cambio, aun por encima de valores y aciertos poéticos, la impresión de un largo Mea culpa, el retrato de una existencia declinante que se prepara para la hora en que, acorde con su fe, habría de rendir cuentas. En «Testamento espiritual», perteneciente a los ejercicios de «Preparación anual para la muerte», se declara la «irrevocable voluntad» de «morir por amor de mi divino Redentor, como por amor mío se dignó morir él; y que teniendo presente la infinita bondad con que me constituyó heredero de todos sus merecimientos, su cuerpo y su sangre, le suplico a mi vez sea servido aceptar todo lo que hay en mí –aunque indignísimo de serle ofrecido […]».23 La invitación a transitar ese camino de renuncias, votos, ofrendas, recorriendo a su lado las estaciones de la Pasión, las cuentas del rosario, bien podía purificar antiguos yerros, descargar el alma próxima ya al instante del «tremendo juicio». Superpuesta a la célebre artista, esta doña Gertrudis enlutada y ascética, bien podía su Devocionario… inclinarnos a volverla a leer. Revolución y Cultura Notas 1 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Dos palabras sobre la oración y sobre este libro», Devocionario nuevo y completísimo en prosa y verso, Imprenta y Librería de D. A. Izquierdo, Sevilla, 1867, p. 8. 2 Jorge Diez: «He leído detenidamente el manuscrito titulado...» en Gertrudis Gómez de Avellaneda: Devocionario nuevo y completísimo en prosa y verso, ob. cit., p. 2. 3 Emilio Cotarelo y Mori: La Avellaneda y sus obras, Tipografía de Archivos, Madrid, 1930, pp. 153-154. El retiro de la Avellaneda, según han expuesto oportuna y documentadamente los profesores Jean Lamore y María Elena Orozco, en conferencia presentada en la Casa de las Américas (6 de mayo de 2014), debió de tener lugar en La Solitude y no en el Convento de Nuestra Señora de Loreto, del cual no se ha hallado noticia alguna de su existencia en la Burdeos de 1846. Los propios investigadores creen además que se trató de un retiro de semanas, en vez de «los meses» que afirma Cotarelo. 4 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Prólogo», Manual del cristiano. Nuevo y completo devocionario, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1975, p. 22. 5 Ibídem, p. 23. 6 Emilio Cotarelo y Mori: Ob. cit., pp. 360-361. 7 Citado por Emilio Cotarelo y Mori: Ibídem, pp. 365-366. 8 Cfr. Domingo Figarola-Caneda: Gertrudis Gómez de Avellaneda. Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella, y sus memorias (notas ordenadas y publicadas por doña Emilia Boxhorn, viuda de Figarola-Caneda), Sociedad General Española de Librería, S. A., Madrid, 1929, pp. 234-238. 9 Roberto Méndez: Otra mirada a La Peregrina, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2007, p. 261. 10 Ibídem, p. 262. 11 Gertrudis Gómez de Avellaneda: Autobiografía y cartas de amor (prólogo de Olga García Yero). Editorial Ácana, Camagüey, 2013, p. 101. 12 Cfr. Roberto Méndez: Ob. cit., p. 322; y Florinda Álzaga: La Avellaneda: intensidad y vanguardia, Ediciones Universal, Miami, 1997, pp. 277-279. 13 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Indicaciones para el examen», Devocionario…, ob. cit., pp. 32-42. 14 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Oración», Devocionario…, ob. cit., p. 136. 15 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «La Cruz», Devocionario…, ob. cit., p. 431. 16 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Sábado Santo. Explicación y consideración», Devocionario…, ob. cit., pp. 436-437. 17 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Dos palabras sobre la oración y sobre este libro», Devocionario…, ob. cit., p. 9. 18 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Las siete palabras y la Madre al pie de la Cruz», Devocionario…, ob. cit., p. 410. 19 No es casual que sean precisamente algunos de ellos los más reproducidos en las ediciones y antologías poéticas de la autora. 20 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Otro cántico. imitación de varios salmos», Devocionario…, ob. cit., p. 67. 21 Cfr. José María Chacón y Calvo: Gertrudis Gómez de Avellaneda. Las influencias castellanas: examen negativo (conferencia leída el 19 de abril de 1914, en la Sociedad de Conferencias), Imprenta «El Siglo XX», La Habana, 1914, p. 25. Al comienzo de su texto Chacón y Calvo aclara que fue su «primer propósito que el sumario examen de las influencias castellanas de la Avellaneda sirviera de introducción al estudio más detenido de los caracteres predominantes de su lírica» y que pensó que fuera «el punto fundamental de su conferencia» «la discusión de su misticismo: el análisis del Devocionario poético, de algunos fragmentos de las Carta Amatorias y de las Memorias inéditas» así como «de composiciones dramáticas como Saúl y Baltasar (donde aparecen largas estrofas, utilizadas después en el Devocionario) […]». Es una lástima que el crítico no hubiese podido desarrollar esta idea inicial, aplazada para una futura disertación, que tal vez habría arrojado más luz sobre la obra que aquí se presenta (p. 7). 22 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Salmo 68. Salvum me fac, etc.», Devocionario…, ob. cit., pp. 321-322. 23 Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Testamento espiritual», Devocionario…, ob. cit., pp. 239-240. 33 C O R T Á Z A R «¡Dío patata! Ninguno de los dos estábamos locos» Margarita Mateo Palmer. 34 Revolución y Cultura Profesora de la Universidad de las Artes de La Habana, ensayista, crítica y narradora. Su libro más reciente es El misterio de Eco (2011). L legué a Poitiers muy avanzado ya el otoño de 1988. Un frío impo sible de calcular desde el trópico, a pesar de las muchas piruetas que hiciera mi imaginación mientras guardaba en la maleta abrigos y bufandas, me tenía, más que aterida, anonadada. Arribé tarde en la noche a la pequeña estación del antiguo territorio de los reyes visigodos y, cuando vi marcharse el tren en que venía, hubiera deseado continuar viajando más al sur, hacia esa calidez aquilatada ahora como un bien inapreciable. Estaba en Europa por primera vez. El viejo mundo se me presentaba con toda su magnificencia, su aliento de añejo prestigio e historia, pero también como la iniciación en un aprendizaje que se tornaría más arduo mientras los días se acortaban vertiginosamente y la escasa luz del sol se diluía en un cielo gris encapotado para convertirse en tenue resplandor que caía, como pátina desvaída, sobre los objetos. Sentía la ausencia de mi ritmo natural, de una gestualidad disminuida a retraído ademán inconcluso, sofocado por las capas de abrigos y pieles, movimientos que al replegarse sobre sí mismos enviaban inequívocas señales de desasosiego. La rebeldía del cuerpo ante la pérdida de libertad, como una maldición perlésica, terminaba en lucha inútil. Las manos se debatían constreñidas por los guantes en un intento fallido por recuperar su elocuencia, los dedos de los pies, aprisionados por la lana y el cuero de las botas requerían la desnudez de las sandalias, el cuello rechazaba la rigidez de alabastro a que lo forzaba la bufanda. Mi cuerpo había perdido su lengua nativa, su habla natural y se expresaba a través de un lenguaje torpe, desmañado, muy alejado de la cadencia, la flexibilidad, los gestos a los que estaba acostumbrado. Fue un invierno triste. Todas las mañanas caminaba, en plena penumbra, hasta el departamento donde se encontraba el archivo que Cortázar había donado a la Universidad de Poitiers y salía de allí en una temprana tarde que era ya noche cerrada. Había estado más de cuatro años sin poder leer una sola línea escrita por el autor de «Una flor amarilla» o sobre su obra. La noticia de su muerte me sorprendió sumergida hasta el fondo en su copiosa bibliografía: mi mesa de trabajo repleta de fichas, sus libros regados por el cuarto. La cercanía y familiaridad logradas con un escritor a través de la lectura y el disfrute de toda su obra crea un lazo que hace particularmente dolorosa su pérdida. Sus palabras, las emociones desatadas por ellas, se han integrado a nuestra cotidianeidad, han convivido con nosotros en muy diferentes estados de ánimo, suscitando momentos de verdadero placer y aun de consuelo cuando la tristeza individual ha vibrado en consonancia con lo expresado de manera irrepetible por un espíritu afín. Conocedor de mi pasión por Cortázar, Jesús Díaz se apareció en mi casa, golpeado por la noticia. Necesitaba hablar con alguien, casi como en un ritual de pésame y despedida, y la persona que sintió más cercana al ausente fui yo. Tres meses después recibí una postal de Cortázar, una reproducción de «Toros y toreros» de Picasso, con sus trazos ne- de actualizarla a través de la vasta bibliografía que, como le expliqué en La Habana, está depositada en la Universidad de Poitiers. Después de nuestra conversación, yo le escribí a Mariano para señalarle la conveniencia de que usted pasara una temporada en Poitiers para poner al día la Valoración. No tuve respuesta de él, pero veo que tampoco usted supo nada de mi gestión, y eso me sorprende. Me gustaría que vea enseguida a Mariano y le recuerde mi sugerencia, por las razones siguientes, que creo capitales: 1) Sin consultar y escoger materiales de primera línea entre lo que existe en Poitiers, la Valoración no tendría mayor sentido. Sería absurdo hacer un trabajo tan grande con materiales que ya son de segunda mano a la luz de lo mucho y valioso que se ha escrito sobre mis libros y que ustedes no tienen allá. 2) Personalmente, una Valoración que careciera de esa actualización crítica, me parecería lamentable y no tendría mayor sentido para mí como autor ni para los estudiosos de Cuba y del extranjero. Dígale eso a Mariano, que lo comprenderá perfectamente, y véngase a Poitiers a trabajar con una verdadera bibliografía y no con lo que hay allá y que pertenece a la época ya remota en que Benítez Rojo reunió lo que había al alcance para preparar el libro. Mándeme unas líneas para hacerme saber cómo funciona este asunto. Hasta siempre, y a su disposición, con un saludo muy cordial, Julio Cortázar Del lado de allá, él insistía. Del lado de acá yo recibía respuestas vagas, despachos cerrados. Nunca pude hablar con Mariano. Sin embargo, una delgada funcionaria encontró un sospechoso parecido físico entre Carol Dunlop y yo. En un encuentro casual me lo hizo saber junto a otros comentarios como «está muy solo desde que ella murió...», «quizás él te pueda pagar el pasaje a Francia», a lo que respondí ingenuamente que un autor que se respete no le pagaría nunca un viaje a un investigador de su obra para realizar su trabajo. El diálogo fue breve, alguna referencia sobre los Revolución y Cultura gros, casi luctuosos, echada al correo poco antes de su muerte: 10/1/84 Gracias, Margarita, por sus líneas. Sigo bastante enfermo y no podré ir a Cuba por ahora. Pero cuando escriba a la gente de Casa de las Américas le recordaré lo de Poitiers. Me asombra que demoren tanto algo que no es difícil de resolver. Hasta siempre, un abrazo, Julio Habíamos conversado, por primera y única vez, una soleada mañana habanera, en el Hotel Riviera. Casa de las Américas concertó el encuentro, pues me había encomendado la Recopilación de textos sobre Julio Cortázar. Luis Álvarez, que había heredado la tarea abandonada por Antonio Benítez Rojo, decidió, sin embargo, regresar a sus camagüeyes, cansado de deambular por una ciudad que no acababa de darle arrimo y cobija. Sugirió mi nombre y un día me trajo los materiales que le había facilitado el Centro de Investigaciones Literarias para que comenzara mi trabajo. Sentados frente a un mar que parecía querer traspasar los amplísimos cristales del peculiar vestíbulo del hotel de los años 50, Cortázar respondió a mis preguntas, valoró mi proyecto y comentó la necesidad de revisar la papelería sobre su obra donada por él a la Universidad de Poitiers. Todo mi temor ante un personaje que en el fondo identificaba con Horacio Oliveira –pedantería, apabullante erudición– desapareció frente al hombre de sonrisa franca y abierta, tímido él mismo pero a la vez capaz de establecer desde el principio un diálogo con toda naturalidad. La primera carta que recibí de él, se centra en el tema del viaje a Poitiers, que, en efecto, resultó más complicado de lo que había previsto. París, 14 de junio de 1983 Estimada Margarita: Gracias por su carta y la nueva dirección. Me alegro de que el caos de la mudanza se vaya terminando: sé de sobra lo que es ese tipo de cosas. Me dice que está trabajando nuevamente en la Valoración, pero en cambio no hace referencia a la posibilidad 35 Revolución y Cultura 36 materiales consultados, lo que conversamos cuando lo conocí. Finalizado el encuentro, una alumna dominicana, muy querida y especial, presente durante el intercambio, me dijo que menos mal que le había aclarado que nos habíamos visto en el lobby del hotel y no en la habitación. Fue en ese momento que comprendí, y a partir de entonces cesaron mis –ya de por sí– tímidas gestiones relacionadas con Poitiers. Desde luego que nunca mencioné a Cortázar ese incidente. Volví a escribirle explicando por dónde iban mis lecturas, preguntándole alguna duda sobre su obra. Le envié también una fotocopia de un ejemplar de la biblioteca de Casa donde diferentes lectores, en notas al margen, habían establecido una delirante controversia sobre un pasaje de uno de sus relatos, comentándole cómo en Cuba –y posiblemente solo en Cuba, donde los usuarios burlaban alegremente las reglas disciplinarias de una sala de lecturas– también podían encontrarse algunas joyas bibliográficas sobre el autor de Rayuela. París, 30 de agosto de 1983 Querida Margarita: Como el sobre de su carta anterior no tenía su domicilio habanero, y no encuentro su carta anterior, me veo precisado a enviarle estas líneas C/O Casa de las Américas. Muy brevemente: le agradezco su larga carta, la maravillosa fotocopia de la página de «Las armas secretas» con las críticas y contracríticas de los lectores, y todo lo que me dice sobre su trabajo. Pero hoy no voy a responderle a las cuestiones concretas que me plantea. He preferido escribirle nuevamente a Mariano, insistiendo en la necesidad de que usted trabaje con los materiales de la Universidad de Poitiers. Le señalo muy claramente que si el libro sale solamente con lo que usted ha podido encontrar en La Habana, será un libro anacrónico y que no interesará en absoluto a los lectores que me conocen bien, y sobre todo a los críticos. Pienso que sería una mala cosa para la cultura cubana que el libro apareciera con una información incompleta, y personalmente preferiría que en ese caso no se publicara. No por mí sino por Cuba. Le ruego me escriba tan pronto tenga ecos de este mensaje mío a Mariano, y entonces sí hablaremos de los problemas que la preocupan. Gracias otra vez por todo, y hasta siempre, con un abrazo de su amigo, Julio Cortázar Finalmente, años después, debido a las buenas, irresistibles y eficacísimas gestiones de Luisa Campuzano, y a la generosidad de Alain Sicard, viajé a Poitiers con una beca del gobierno francés. Fernando Moreno me acogió en su hermosa casa, cuyo patio posterior llegaba al río, hasta mi traslado a la residencia universitaria. La memoria, como es sabido, borra y recupera en un trasiego constante, empecinado, silencioso, arbitrario desde el punto de vista de la razón. A la mente, la gran controladora, le resulta imposible comprender sus secretas maniobras, desentrañar sus mecanismos. Más de veinticinco años después surge nítido el affiche que me recibía todas las mañanas en el departamento de la universidad fundada en 1432, vacío a esa hora temprana: Julio con su gato y una mirada que yo sentía cómplice y cuestionadora, a quien daba los buenos días en un ritual que a veces incluía algún que otro comentario. El archivo estaba integrado por 55 voluminosas carpetas con críticas, reseñas, recortes de periódicos, copias mecanografiadas de conferencias, separatas de revistas, y, por otra parte, tesis de doctorado, estudios de maestría: una avalancha de textos que parecía imposible vencer. Sobre Los premios, por ejemplo, había 118 entradas. Rayuela contaba con 71 críticas publicadas en los Estados Unidos, 17 en Italia, para no hablar de las publicadas en otros países y en Latinoamérica. En una disciplinada y minuciosa labor de hormiga, pasaba el día revisando, fichando y tomando notas de los materiales cuidadosamente conservados por Cortázar a través de los años. En ocasiones encontraba en los márgenes de algún trabajo su letra menuda con un brevísimo comentario que establecía una especie de diálogo con el autor y brindaba algunas claves sobre su obra. Así, por ejemplo, aparecía un rotundo NO de su puño y letra cuando un crítico lo identificaba con el protagonista de «Axolotl». En un trabajo sobre «La noche boca arriba», cuando el estudioso afirma sobre el personaje del motociclista que «...al caer dormido por última vez, con la misma seguridad que antes sabía que estaba soñando, cree ahora que el sueño es la realidad, la única realidad...», 1 Cortázar subraya el cree y comenta: «NO: sabe», descartando una lectura que no se corresponde con la impronta fantástica del relato. Un estudio que ofrece una interpretación sobre el final de «Las babas del diablo», merece un comentario parecido: Filer y tú se equivocan. El hombre del sombrero mata a Michel. No niego la interpretación «esquizofrénica», pero tampoco debe olvidarse la mecánica del cuento.2 En las páginas de un ensayo sobre 62/Modelo para armar,3 en el que se elabora toda una teoría a partir del nombre del restaurante donde se inicia la novela y una supuesta relación entre Polidoro y Acteón, por ser ambos descendiente de Cadmo, el escritor argentino escribe: Como tantas veces, una ficción sobre otra ficción. Pero lo bello, siempre, es ver cómo todo encaja en el mosaico, hasta el restaurante Polidor, cuyo nombre no fue inventado ni mucho menos. Cortázar acostumbraba a leer detenidamente la crítica sobre su obra. Su opinión sobre la labor del crítico, como expresó en su larguísima conversación con Evelyn Picón Garfield, fue variando notablemente con el paso de los años: ...esa es la gran maravilla de la diferencia entre la creación de ficción y la crítica de la ficción. Cuando yo era joven respetaba a los críticos pero no tenía una opinión demasiado buena de ellos. Me parecía que eran necesarios, pero yo pensaba que la creación era lo único que interesaba. He cambiado mucho a lo largo del tiempo y he cambiado porque a medida que algunos críticos han estudiado mis libros me han mostrado una enormidad de cosas que yo ignoraba sobre mí mismo como hombre y sobre mi obra. [...]. No hay ninguna valoración, ninguna escala de valores que ponga al creador por encima del crítico. Eso ya no lo creo. Yo creo que un gran crítico y un gran creador están absolutamente en el mismo nivel.4 Un largo ensayo de Juan Carlos Curutchet,5 donde analiza «Todos los fuegos el fuego», despierta su entusiasmo. Después de aclarar que la galería que aparece en la contratapa de la edición comentada por el estudioso no es la misma que la de la cubierta (NO! Son las dos del cuento, che!, escribe pegar, ni la bola de luz que da vueltas como nosotras, ni el encaje de la Torre, ni los Campos Elyseos, ni las mujeres de piedra del Louvre, ni la casa del terror, ni esta chambre pobre de estudiante en París. Con muchísimo de todo, Zaida del Río 10, Janvier, 1989 Mi estancia de casi tres meses en la Universidad de Poitiers fue fundamental en mi formación académica y como investigadora. Impartí durante ese tiempo una conferencia sobre El arpa y la sombra de Alejo Carpentier y dos clases: una sobre «Axolotl», otra sobre «La noche boca arriba». El regreso del viejo mundo en 1989 ya venía marcado por presagios tenebrosos de la miseria instalándose en la isla como una pesadilla que no conocía el alivio del despertar. La crisis editorial comenzaba a anunciarse. En la oscuridad de las noches de apagón comenzaron a dormir un largo sueño las fichas, las fotocopias, los resúmenes, las listas bibliográficas, la larga entrevista armada editando fragmentos de otras muchas. Resguardadas lo mejor posible durante mudanzas, inundaciones, ciclones; viajando de un estante a una gaveta, de un clóset a una cómoda, de un archivo a un pequeño escaparate, en un itinerario dictado por la dinámica espacial hogareña ante la adversidad, sobrevivieron con cierto decoro y alguna que otra magulladura el paso de los años. Cuando evoco ahora, tanto tiempo después, la brevísima y callada historia entre Cortázar y yo, pienso que el azar –esa causalidad oculta y misteriosa– nos jugó una mala pasada en la que se unieron hechos tan anodinos como la mediocridad y la perversa miopía de una especialista, con algo tan trascendente como la muerte precoz del argenImagen cortesía de tino. De cualquier modo, guardo la imla autora borrable y cálida experiencia del contacto prolongado con su obra en aquellos días de invierno tan menguados de luz, cuando París, fue, sobre todo, una gran ausencia. Notas 1 Csép, Atila: «El papel de lo fantástico en las obras de Cortázar» en Acta Litteraria Academiae Scientiarum Hungaricae, Tomus II, Budapest, Hungría, 1969. 2 Ana María Hernández: «Niños muertos y adolescentes violados: estudio de un tema de Cortázar». s/r. 3 Incledon, John: «Una clave de Cortázar sobre 62/Modelo para armar» en Revista Iberoamericana, Universidad de Pittsburgh, USA, Vol. XVI, n. p1, abriljunio de 1975. 4 Picón Garfield, Evelyn: Cortázar por Cortázar. México DF. Universidad Veracruzana, 1978, p. 19. 5 Curutchet, Juan Carlos: «Julio Cortázar, cronista de las eras imaginarias». 6 Scholz, Lázló: «Un octaedro del «Octaedro» de Julio Cortázar» en Acta Litteraria Academiae Scientiarum Hungaricae, Tomus 17 (1-2), pp. 227-238, Budapest, Hungría, 1975. 7 Alazraki, Jaime: «Dos soluciones estilísticas al tema del compadre en Borges y Cortázar». Separata. Revista Exilio. Año 6, n. 1, primavera, 1972. Revolución y Cultura al margen), aparece un Tiens! junto a la sinopsis de las dos tramas del relato donde se develan claramente las semejanzas entre ambas peripecias y se identifican los dobles: Irene y Roland, el procónsul y Sonia, Marcos y Jeanne. Otro Tiens! había aparecido cuando se compararon las líneas telefónicas con la imagen del hormiguero, y el auricular del teléfono con una galería negra. Por último, cuando Curutchet cita un pasaje en el que se mezcla la voz anónima que repite cifras con la de Jeanne –«no ochocientos vengas ochenta y ocho»– Cortázar anota: Coño! 8, representación cabalística del infinito. La lectura del texto le ha revelado una curiosa coincidencia de la que hasta ese momento no se había percatado. Al mismo tiempo, señala los errores o desaciertos que advierte. Así sucede también con un interesantísimo análisis de «Manuscrito hallado en un bolsillo».6 Cuando el crítico afirma que el protagonista y Marie Claude «pueden encontrarse y unirse en un acto de amor», Cortázar añade en una nota: No, si hay que entenderlo literalmente. Hay amor, pero sin «acto». Más adelante, al interpretar el final del cuento de modo abierto, valorando la posibilidad de que «Julio» –pues así denomina el crítico húngaro al protagonista innombrado del texto cortazariano– no llegue a sufrir una segunda derrota, el cuentista anota: No, por desgracia. Yo creo que «Julio» se mató, y por eso encontraron el manuscrito en un bolsillo de sus ropas. Esto no es óbice para que, en la portada de la separata, junto al título del trabajo, Cortázar escriba admirativamente, en una valoración general: Este muchacho me conoce muy bien. Por último, entre otros muchos ejemplos, un artículo de Jaime Alazraki7 sobre el tema el compadre en Borges y Cortázar merece un escueto pero contundente comentario: Análisis –perfecto– de «Hombre de la esquina rosada» y «El móvil», mientras que el trabajo de un estudioso francés sobre Rayuela, cuyo nombre omito, suscita un comentario igualmente breve y contundente, pero de signo contrario: Dío patata, dío patata! O él o yo estamos locos. La revisión minuciosa y fatigante de aquella papelería me deparó, por suerte, algunas sorpresas como estas, y aunque mi labor principal era descartar y seleccionar, disfruté ir adquiriendo un conocimiento cada vez mayor sobre una obra y un escritor tan admirados por mí. Por las noches, en el protegidísimo claustro de mi habitación, aislada del jubiloso trastorno estudiantil, leía, leía, leía obsesivamente, y fijaba en un mapa de París los recorridos de Horacio Oliveira, decidida a que mi regreso a la gran urbe incluyera esos itinerarios, para conocerla de veras a través de la mirada cortazariana, comenzando por el Pont des Arts, evocando a la Maga para que me abriera las puerta de la ciudad luz. Ya casi al regreso apareció la del Río, y juntas exploramos los laberintos parisinos, visitamos el Jardin des Plantes donde yo contemplaba los axolotl y ella se extasiaba con la presencia inesperada de un pavo real. De esos recorridos guardo un precioso dibujo, que mi hijo, entonces pequeño, retocó con un bolígrafo, en una precoz y machista vocación de diseñador. Dice la dedicatoria: Para Maggie, un recuerdo de tantos recuerdos de París... Nunca olvides, Margarita, que lejos del mar vimos juntas la Sainte Chapelle. No olvides los ríos cruzados de Nôtre Dame, ni el viejo de las palomas que nos quería 37 JULIO Para los que queremos tanto a C O R T Á Z A R Revolución y Cultura 38 Recuerdo con nítida precisión la primera vez que oí mencionar el nombre de Julio Cortázar. Siempre asombran esos artilugios de la memoria que imprimen de manera pertinaz una imagen en apariencia anodina, hasta que sus profundas resonancias se descifran tiempo después. Una callejuela en la niñez, el gesto distraído de una persona, cierto acorde musical… Esas «pequeñas cosas» a las que cantaba Serrat. La gente se desafía a veces a preguntarse: ¿dónde estabas cuando el primer paso del hombre en la luna? o ¿cuando se recibió la noticia de que mataron a John Lennon? Si me apuran, me acuerdo de qué estaba haciendo en el momento en que supe de esos hechos relevantes, mas de repente viene a la mente desprevenida una corta secuencia de algo personal. Y en este caso recuerdo, en el ya lejano 1964, a la profesora de literatura Nuria Nuiry en el vestíbulo del Instituto Preuniversitario Especial «Raúl Cepero Bonilla», saliéndome al paso en un receso entre clases. Mucho le debo a mi querida maestra, y también le agradezco lo que hizo ese día: me mostró un libro de color amarillo publicado por la Casa de las Américas y me conminó a leerlo cuanto antes. Ahí empezó mi amistad con los cronopios y a querer tanto a Julio. Una década después, en una de sus visitas a Cuba, Cortázar, ya afamado escritor, asistió a un encuentro con los profesores de Literatura hispanoamericana de la entonces Escuela de Letras, el piquetico formado por Diony, Rogelio, Maggie, Mercedes Pereira y esta servidora. Allí, sentado como un joven más en aquella mesa de reuniones, intercambió con nosotros, desplegando picardía y naturalidad. Yo llevé mi pequeña grabadora y, dada su autorización, registré el encuentro. Gracias a esa previsión, cuando ya Julio no estaba, pude rescatar sus valiosas respuestas –ya que obvié las preguntas y comentarios que sobraban– y publicarlas en Revolución y Cultura en 1984. Después fueron reproducidas en otros libros y revistas. La última vez que lo vi fue en Nicaragua, en ocasión de celebrarse los homenajes a Rubén Darío, en enero de 1983. Ya Julio llegaba enfermo, y más que enfermo, tristón. Apenas dos años atrás había perdido a su amada compañera Carol Dunlop, y nadie sabía cuanta gravedad en su salud se ocultaba detrás de sus mismos gestos de adolescente desmedidamente crecido. Murió unas tres semanas después. Durante su lectura, paseé la mirada sobre los asistentes apiñados en los bancos, y me pareció reconocer un rostro. En ese momento Julio leía un cuento suyo titulado «La tos de una señora alemana» que narraba el descubrimiento en una antigua grabación en vivo de un concierto en Alemania, en 1947, en plena guerra, de una tos sin duda femenina. El cuento especulaba sobre la propiedad de conservar un suceso aparentemente discordante en medio de la música, pero que le imprimía un detalle humanizador e inquietante. Para mí fue más desconcertante aún reconocer el rostro de Leonor –la mamá de Connie– entre el público, una señora alemana… Cuando se acabó la lectura, le pregunté si estuvo en ese concierto. Con aires de pillería me respondió que sí, y que quizás había sido ella la que había tosido. ¡Todos los ingredientes para otro típico cuento cortazariano! En otro giro de las «casualidades», en el verano de 1991, cuando fui a cumplir el ritual de llevarle una flor al poeta César Vallejo en el cementerio de Montparnasse, en París, a quien primero me tropecé fue a Julio en su último hospedaje. Sobre el mármol, los visitantes habían depositado todo tipo de objetos: guijarros, flores plásticas, un puñado de rosas auténticas y ya marchitas, papelitos, corazones de tela. El muestrario acompañaba a la estatua de un cronopio que coronaba la tumba. En una hoja de mi agenda dibujé a mi propio cronopio, que me ha acompañado siempre, y lo dejé allí. Y entonces empezó a caer un aguacero. ¡En París con aguacero!, me recordaba Vallejo. Ahora, ya en 2014, a cien años de su nacimiento, y a treinta de su partida, reflexionando por qué le seguimos diciendo «Julio», con esa confiancita, de cercanía y amor, sin la rimbombancia que bien merece su apellido, se reproduce aquella entrevista, ya tan lejana, de cuando todos nos sentíamos tan cronopios como él, como Julio. SALIR DEL YO Entrevista a Julio Cortázar * Mirta Yañez. Poeta, narradora y ensayista. En 2012 recibió el Premio de la Academia Cubana de la Lengua por su novela Sangra por la herida (2011). Revolución y Cultura * Esta entrevista, en realidad las respuestas dadas a preguntas que no he registrado, fue publicada por primera vez en Revolución y Cultura, La Habana, no. 7, julio de 1984, pp: 42-47. M e parece que la característica más interesante, más positiva de nuestra literatura, de toda América Latina, en los últimos quince años, es la búsqueda de una identidad. Hay imitaciones, claro, pero cuando digo imitación distingo de influencia. Porque las buenas influencias literarias son siempre útiles en la medida que se les asimila. Por ejemplo, la influencia de un escritor evidentemente genial como William Faulkner que ha tenido gran influencia en la literatura rioplatense. Los libros de Juan Carlos Onetti no serían comprensibles sin la presencia de Faulkner, pero ahí se puede hablar de influencia y no de imitación, porque en los libros de Onetti lo que uno siente simplemente es la influencia en una manera de captar la realidad, de mostrar cierto tipo de cosas. Porque Onetti hace una literatura profundamente nacional, profundamente uruguaya. Entonces es esa búsqueda de identidad, esa búsqueda de raíces que tiene su mejor símbolo en uno de los primeros libros de Alejo Carpentier, en Los pasos perdidos, que es la historia de ese hombre que busca un espejismo europeo, ese espejismo que había en aquella época que parecía que los grandes modelos había que encontrarlos en París, en Roma o en Londres, y luego vuelve a su país, entra en la naturaleza, en contacto directo con lo que le rodea y descubre que ahí está su verdadera vida. Es un poco también el símbolo de Doña Bárbara, que en ese sentido es una magnífica precursora porque el personaje de Santos Luzardo, el héroe de Doña Bárbara, es también un hombre que viene de la ciudad, así un poco despectivo viene a trabajar en el campo, pero como un señorito de la ciudad que llega a mandar y se topa con una realidad que él no sospechaba, y a través de muchos sufrimientos y muchas luchas, del enfrentamiento con Doña Bárbara, la cacique que representa las fuerzas negativas y telúricas al mismo tiempo, Santos Luzardo toma conciencia de su propia persona, que él también pertenece a eso. Todo ello lo puede comprobar alguien que, como yo, viva en un país europeo, en un país un poco fatigado culturalmente como es Francia. Que conserva su brillo, su tradición, pero está fatigado en el plano de la creación, notablemente fatigado. En cambio, en la literatura latinoamericana hay, evidentemente, una búsqueda de identidad de cada uno de los pueblos y del conjunto de América Latina. Búsqueda de savia, de raíces, de fuentes a través de los mitos, de la historia, de personajes, de situaciones, y esto le da una fuerza tremenda. Y la prueba de lo que estoy diciendo, de que no es una afirmación gratuita, es que desde hace diez años las traducciones a idiomas europeos de nuestros libros, son recibidas con una aceptación y un interés muy grande por el público europeo que antes no se interesaba en lo absoluto. El lector europeo cuando leía algún libro latinoamericano traducido al francés, al inglés o al alemán, lo leía porque era el libro exótico, porque traía mucho color local, porque tenía palmeritas, tenían gauchos que tomaban té, ese tipo de cosas. En estos momentos no es por esos motivos que los leen. Yo creo que la historia influye mucho también. La Revolución cubana creó una corriente de interés que no existía hasta ese momento, interés 39 Revolución y Cultura 40 por el destino de América Latina como continente. Esa es una de las vías mayores por las que el lector europeo empezó a darse cuenta de que no éramos así, unos indios apenas ilustrados. Eso se acabó, por suerte. Cuando se anuncia una novela, o el último libro de Alejo, hay un público que está esperando y sobre todo hay editores interesados en publicarlo. Yo creo que ese es un signo alentador, porque es una manera de que esa gente esté más sensibilizada hacia nuestros problemas. El rasgo más fecundo y hermoso de la literatura latinoamericana es, pues, la búsqueda de una identidad, y su profunda vitalidad. Yo empecé a escribir Los premios sin una idea preconcebida. Yo no he escrito nada con ideas preconcebidas, la verdad. De golpe siento la necesidad de enfocar una situación, un tema, y me pongo a escribirlo. En los cuentos, por ejemplo, yo no sé cómo voy a terminar un cuento. A veces el cuento termina de manera muy diferente de lo que yo podría haber sospechado. O sea, el cuento hace su propio camino a lo largo de su ejecución. Mucho más en la novela. Es un itinerario más extenso, el final está muy lejos cuando uno escribe el primer capítulo. Entonces empecé a escribir esa novela en la que, me acuerdo muy bien, lo único que yo veía con claridad era el problema central, es decir, un grupo de gente que representan distintos sectores de la sociedad de aquel momento, reunidos por una coincidencia, por haber ganado un premio en una lotería más o menos absurda que yo inventé, y el premio era un viaje en barco. Entonces los meten a todos en un barco y salen. Escribí los primeros tres o cuatro capítulos hasta el momento en que ese barco sale con sus pasajeros. Me interrumpí y no veía con claridad la continuación. Estaba bloqueado. Entonces, en ese momento, sentí la necesidad de mirar lo que ya había escrito desde otro punto de vista, desde otra perspectiva. Y esa perspectiva fue puesta en los ojos y el pensamiento de ese personaje que yo llamo Persio, una figura un poco extravagante, que mira lo que está sucediendo, pero eso sí, desde un ángulo que podemos llamar metafísico, se sitúa por encima de todo lo que está pasando y trata de establecer puntos de vista universales, en la medida de sus posibilidades. Entonces el lenguaje cambió, naturalmente. Se volvió un lenguaje más abstracto, más lleno de metáforas poéticas. Se trataba de trasmitir otro tipo de vivencia. Cuando terminé el primero de los monólogos de Persio, esa sensación de bloqueo que yo había tenido se interrumpió y pude seguir la novela, y así sucedió a lo largo del libro. Ha habido algún crítico que me reprochó los monólogos de Persio diciendo que eran articulaciones artificiales en el libro, pero yo les quiero decir a ustedes que no tienen nada de artificiales. Eran absolutamente espontáneos: cada tanto tiempo yo tenía que suspender el relato de la acción, como lo estaba llevando, y mirarlo con los ojos de Persio. Un poco como si estuviéramos viendo una manifestación a nivel de los manifestantes y luego, desde un helicóptero, la miramos globalmente. Un poco esa era la perspectiva de los monólogos de Persio: reflejan lo que está sucediendo, pero al mismo tiempo es una tentativa de protestarlo en términos de destino nacional, de características argentinas, latinoamericanas. Esa fue una manera insuficiente para mí, ahora que lo veo a lo largo de los años, pero era una primera tentativa. Esos dos libros, La vuelta al día en ochenta mundos y Último round, surgen de que, cuando yo era niño, en la Argentina y me imagino que en Cuba también, existían unos almanaques que salían anualmente. En Argentina se llamaban «Almanaque del Mensajero» y era un libro que contenía de todo. Interesaba sobre todo a los campesinos, porque dentro de ese libro había calendarios, las fiestas, los eclipses, las mareas, los datos científicos de todo el año; luego había pequeños cuentos, poesías, había historietas, recetas de cocina, medicina del hogar, astrología, todo lo que podía colmar la imaginación a lo largo de un año. Yo de niño leí muchos de esos calendarios, porque mi madre compraba ese «Almanaque del Mensajero» y el primero de enero, que era cuando tenía que llegar, estaba ya yo esperando al cartero. A mí me fascinaba. Me fascinaba encontrar los dibujitos, las adivinanzas, los pequeños problemas matemáticos. Entonces, durante años, me rondaba la idea de escribir un libro que fuera como un almanaque, pero, digamos, en un plano de literatura. Y sucedió que se me habían ido juntando así diferentes textos que no había publicado, en general eran cortos, y un día dije: bueno, pero con todo esto yo puedo hacer un almanaque, vamos a intentarlo. Y así nació La vuelta al día en ochenta mundos, junté todo lo que tenía en las gavetas, eliminé lo que no me gustaba, lo ordené dándole más o menos cierta coherencia, y lo publiqué. El humor es un tema que me interesa mucho. En la literatura latinoamericana en su conjunto yo he notado una falta de sentido del humor. Estamos recién empezando a redescubrir el humor en muchos planos. Por ejemplo, la novelística de García Márquez está llena de humor; en la manera con que él enfoca las situaciones, los problemas, el humor existe. Yo creo que es en la literatura inglesa donde el humor ha alcanzado su mayoría de edad. Los ingleses descubrieron que el humor es una cosa muy seria. Que el humor bien aplicado permite resolver situaciones dramáticas sin caer en la cursilería o el patetismo. Yo, personalmente, he apelado y sigo apelando al humor cada vez que es necesario. En Rayuela hay situaciones terriblemente trágicas en las que el humor impide caer en un pozo de angustia total y, al mismo tiempo, la angustia está presente. Claro, hay gentes que confunden humor con trivialidad. Y el humor bien entendido no es trivial. Y en ese sentido soy optimista, porque tengo la impresión de que los jóvenes escritores de América Latina comienzan a escribir de una manera menos tremendista. Porque además el humor es crítico, es una facultad crítica. Lo importante es que el humor no se convierta en un valor negativo. El Libro de Manuel viene después de mi experiencia personal con respecto a la Revolución cubana. Yo vine por primera vez a Cuba en 1961, y volví, y volví cuatro veces. En cada uno de estos viajes fui siguiendo el proceso. El proceso que ustedes seguían cotidianamente, yo lo fui siguiendo desde lejos a través de las noticias y desde aquí, cada vez que venía. Lo he dicho en múltiples entrevistas y me complace siempre repetirlo: que la Revolución cubana me mostró en plena realidad el vacío histórico en que yo había vivido hasta ese momento, totalmente sometido a una visión individualista del mundo y de la literatura. De golpe descubrí el plural y, bueno, por qué no decirlo, descubrí el pueblo, que para mí había sido una entidad un poco abstracta. Es decir, eran las personas que vivían en torno a mí, pero sin que su destino yo lo sintiera partícipe del mío y viceversa. Bruscamente, mi experiencia en Cuba me mostró que había una dimensión que me había faltado hasta ese momento y entonces hubo en mí un proceso de autocrítica, de reflexión, de lecturas, de conversaciones, de contactos, que me acercaron a la historia y por lo tanto a América Latina. Porque era América Latina lo que me interesaba fundamentalmente. Todo el planeta me interesa, pero como latinoamericano era mi continente y entonces lo que empecé a escribir a partir de ese momento tenía naturalmente que ir reflejando poco a poco esa toma de conciencia histórica. (continúa en la página 45) C E N T E N A R I O S CENTENARIOS CENTENARIOS A costumbrada a no pasar por alto los centenarios de relevantes artistas de la plástica cubana, Revolución y Cultura los recuerda esta vez por partida múltiple. En 2014 habrían cumplido cien años Samuel Feijóo, Julio Girona, Cundo Bermúdez y Raúl Milián, quienes a más de la edad y cierto reconocimiento oficial tuvieron en común la figuración antiacadémica Samuel Feijóo. Pavorreal en el monte (1945). Tomado de: Página de un libro de versos (1949). C E N T E N A R I O S CENTENARIOS CC E N T E N A R I O S como una manera de representación artística y la expresión escrita como extensión creadora. Feijóo, nacido en Ranchuelo y fallecido en la capital cubana (2008), fue pintor, dibujante e ilustrador de formación autodidacta. Heterodoxo, se vinculó a la vanguardia histórica cubana. Impulsó un movimiento de artistas populares en su provincia natal (Las Villas), cuyos trabajos difundió en revistas como Signos, fundada por él. En varios números de R y C publicó e ilustró textos referidos al arte popular. Su libro de memorias: El sensible zarapico, recientemente vio la luz. También Girona publicó pasajes de su turbulenta existencia. Seis horas y más los tituló ese manzanillero pintor, dibujante, grabador y escultor que participó como voluntario antifascista en la Segunda Guerra Mundial y murió en La Habana (2002), cuatro años después de haber recibido el Premio Nacional de Artes Plásticas por la obra de la vida. Escribió algunos poemas en las superficies de sus obras, que algunos críticos compararon con el garabato infantil y tenía mucho del automatismo gestual reivindicado por el expresionismo abstracto, con el cual se familiarizó en EE.UU. Allí murió el habanero Secundino (Cundo) en 2008, el último maestro hasta entonces vivo de la segunda promoción vanguardista cubana del siglo XX. Raúl Milián. Rostros, 1955, tinta/cartulina, 37x 28.5 cm, col. Orlando Hernández. (Tomado de Memoria. Artes visuales cubanas del siglo XX, 2003). Debajo: Julio Girona. Sin título, 1993, collage/cartulina, 50 x 70 cm. Como Girona, matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, pero no terminó estudios de arte. Siguió cursos de dibujo en la academia mexicana de San Carlos, aunque se identificó más con la figuración tectónica del muralismo, que hiperboliza el volumen. Dedicó muchas obras a la mujer, a la vida cotidiana, a la música. Logró expresar en pocas líneas la sensibilidad del pulso, al decir de Alejo Carpentier. Y llegó a escribir algunos cuentos. No fueron tales los que su coterráneo Raúl Milián dejó en cuadernos hoy perdidos, en su mayoría. Recogían reflexiones estéticas y filosóficas que ese pintor y dibujante de formación autodidacta apuntó muchas veces con plumón. Como Girona, en algún momento se dejó llevar por el informalismo. Vivió mucho tiempo bajo la sombra de René Portocarrero. Es el menos (re)conocido, pero no menos talentoso, de los artistas que nacieron en 1914 y a quienes se tributa este sencillo recordatorio. (ICL) CENTENARIOS CENTENARIOS CENTENARIOS Cundo Bermúdez. Vigilantes de la tarde, 1997, 83.6 x 114.4 cm, col. Pedro Martínez. (Tomado de Memoria. Artes visuales cubanas del siglo XX, 2003). hablando de ese libro ahora. Es decir, el lector está en Rayuela en una actitud de importancia análoga a la del autor. En un plano dialéctico es exactamente la misma cosa. El libro es un puente entre un autor y su lector. Pues entonces, de la misma manera que yo quería que los personajes del libro pusieran las cosas en duda y buscaran, también tuve la esperanza de que el lector hiciera lo mismo. Por eso hablo mucho del lector cómplice. Morelli dice muchas veces: «Yo lo que necesito es un lector cómplice.» La manera de sacar un poco al lector de sus casillas, de mostrarle que está en presencia de algo que exige una intervención personal, dinámica, fue proponerle dos maneras de leer el libro. Esa era una primera libertad. Tiene dos opciones: o lo lee como cualquier hijo de vecino o se toma el trabajo de seguir un itinerario que yo le propongo. U otros, porque hay personas que lo han leído de una tercera manera, buscando otras combinaciones posibles, y ahí usted, como lector, entra en el juego. Como también el autor entra en el juego al escribir el libro. Necesitaba este largo prólogo para explicar que esa doble lectura no es un capricho de escritor. No es un bizantinismo, no es un juego. Responde al deseo de encontrar en el lector lo mismo que encontré yo mientras escribía el libro: una especie de combate continuo. Dicho esto, Rayuela fue un libro cuyos defectos yo veo ahora muy claramente, casi veinte años después de haberlo escrito. Es un libro excesivamente individualista. Un libro que no tiene en cuenta la historia. Horacio Oliveira es un hombre que no interviene en problemas políticos. En ese momento, el autor, yo mismo, estaba fuera de la historia. Es decir, Rayuela es el final de una etapa en que para mí lo único importante era la literatura. Entonces el libro es muy indi-vidualista y muy metafísico. Es una búsqueda, una indagación del hombre como individuo. Pero Rayuela fue una acumulación de experiencia muy grande que me permitió liberarme después con facilidad y entrar en la historia. Y en ese sentido estoy contento de haberlo escrito, porque si yo no lo hubiera escrito creo que no hubiera dado el paso siguiente que fue entrar de una manera más amplia y abierta en la historia. Ese salir del Yo para entrar en el Tú y en el Nosotros. Salir de la primera persona del singular para entrar en el gran plural de la Humanidad. Revolución y Cultura En realidad yo no tengo ninguna vanidad, pero tampoco ninguna falsa modestia, como ese tipo de escritor que se sonroja y dice: «No, de ninguna manera», cuando él está pensando que es un genio. Una vez me pasó una cosa divertida. Se las cuento como anécdota, porque ahí me dí un gusto. Un señor, con muy mala intención, me dice: «Señor Cortázar, ¿a qué atribuye usted el éxito de sus cuentos?» «Señor –le dije–, yo atribuyo el éxito de mis cuentos a que están muy bien escritos.» El único libro donde en realidad hay una doble lectura es Rayuela. En Rayuela yo trabajé sobre la base de tres niveles de intereses. Lo primero que se nota en Rayuela, cuando uno empieza a leerlo, es que se trata de un libro de cuestionamientos. El personaje central, Horacio Oliveira, es un hombre que no acepta las cosas como le son dadas por la sociedad en que vive. Creo que eso se nota enseguida: es un hombre que está a contrapelo, que vive angustiado porque las cosas que vienen decididas por la tradición de la cultura occidental, él no está dispuesto a aceptarlas, como las acepta en general la gente, sin discutirlas. Oliveira parte del principio, que él ve de manera muy confusa porque no es ningún genio, que la sociedad en el momento en que él está viviendo, digamos por los años sesenta y cinco, es una sociedad que va por mal camino, una sociedad que equivocó su camino. Que la civilización occidental va por mal camino. El se pregunta por qué y eso está de una manera más o menos explícita en muchos momentos del libro. Yo tengo que agregar que en el momento de escribir Rayuela el mundo occidental vivía bajo un estado de psicosis, vivía bajo la amenaza permanente de la guerra atómica. Fueron los años en que los periódicos hablaban continuamente del peligro atómico inminente, es decir, el temor de que en un ataque de locura o de histeria alguien en Washington apretara el gatillo. Y saltara la primera bomba y el caos comenzaría. En ese momento, cuando yo escribía Rayuela, el personaje Oliveira, aunque no hable concretamente de ello, está reflejando ese punto de vista. Todo lo dice explícitamente: ¿qué es esta civilización que nos está haciendo desembocar en la destrucción nuclear? Es eso lo que le hace dudar y cuestionar todo. Plantearse el destino del hombre, qué es realmente el hombre. Busca, tanteando, otras respuestas. Ese es el primer nivel de los tres niveles de Rayuela. Y me voy acercando poco a poco, porque para cuestionar una cultura, nuestro recurso es el pensamiento y, por lo tanto, su vehículo natural, que es el lenguaje. Es decir, cualquier cosa que critiquemos lo hacemos pensando y, por lo tanto, utilizando el lenguaje. Pero el lenguaje es también un instrumento que hemos heredado, que nos viene de la misma civilización que estamos cuestionando. Entonces Oliveira, pero sobre todo Morelli –ese personaje que es un poco el pensador en Rayuela–, se plantea el problema del lenguaje, y dice: «Bueno, si se trata de poner las cosas en duda, si se trata de volver a buscar los orígenes, de encontrar otras posibles respuestas, lo primero que yo tengo que hacer es criticar mi instrumento de trabajo, porque si caigo en la trampa de un lenguaje convencional, heredado y adquirido, no puedo cuestionar nada, porque tengo al enemigo en mi propia casa». Y fue en ese momento, a esa altura de ver el problema, que pensé en el tercer nivel. Y ese tercer nivel, el último, es el lector. Porque el libro, naturalmente, estaba destinado a ser leído, construido para lectores. Yo pensé que Rayuela sería leída. Y ahí se planteaba el problema del puente. Yo tendía un puente entre mí mismo y los que iban a leer ese libro. El libro era parte de la dialéctica del libro. Sin lector no hay libro, sin lector no hay Rayuela. Si ustedes no lo hubieran leído, no estaríamos 45 LAS SEÑALES GRÁFICAS 46 Revolución y Cultura arquitectura y urbanismo y los contextos * históricos Luis Lápidus (1937-1995) Arquitecto y diseñador, fue profesor de la Facultad de Arquitectura del ISPJAE y subdirector del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología. E n estas notas se intenta reflexionar sobre el papel de elementos que, sin poseer carácter protagónico, son esenciales a la arqui tectura y el urbanismo, y cuya relevancia y delicadeza como problemas de diseño crecen con su inserción en contextos que han merecido ser considerados por la sociedad parte de su patrimonio histórico y cultural. Es siempre válido reiterar la importancia del complejo conjunto de señales que requiere el desenvolvimiento humano en la ciudad actual, cuyas funciones básicas son difundir informaciones e ideas, orientar el uso adecuado y eficiente de los demás componentes del todo urbano, y coadyuvar en medida no despreciable a su enriquecimiento y cualificación ambiental. En sectores a restaurar de la ciudad, existe la necesidad de garantizar la continuidad histórica, la fluida interpenetración de épocas cuyo encuentro se ha inducido. Se alude al hecho concreto de la aspiración a que en las áreas del patrimonio la vida no se congela, sino que sus habitantes y usuarios disfrutan un real presente, con la consiguiente satisfacción de requerimientos materiales y culturales afines a la contemporaneidad. Esta premisa, unida al deseo de dotar de una intensa revitalización de la actividad social a dichos contextos priorizados, son factores que refuerzan la pertinencia de la meditación respecto al sistema de señales. Jerarquizada en los planes de recuperación del núcleo histórico de La Habana, es significativo el caso de la Plaza Vieja, puesto que su restauración debe ir acompañada de una revalorización de su rol funcional y social, planteándose incluir una activa y variada red de servicios en las edificaciones que la circundan, según los programas gastronómico, turístico, comercial, cultural y otros. Estas instalaciones demandan para su exitoso funcionamiento, dentro de las posibilidades de inversión, un alto nivel de equipamiento y, sin dudas el concurso de la llamada señalización para facilitar su uso y completar su imagen. Se hace también evidente que un enfoque del sistema de señales, ya bi o tridimensionales, en entornos así categorizados, se ubicará en el difícil y debatido problema de la compatibilización armónica de lo contemporáneo y de lo vinculado al pasado, visto en función del logro de la cultura siempre viviente, que rechace tanto las tendencias escenográficas como la trivialidad de las operaciones de cosmético, adoptando una posición justamente dinámica y dialéctica. Antecedentes Son escasos los ejemplos disponibles sobre los antecedentes de la presencia de signos gráficos en nuestras loca- mansiones eclécticas burguesas de las primeras décadas del siglo XX. Esos vitrales que Alejo Carpentier llamó «inteligente brise soleil inventado por los alarifes coloniales»,1 no constituyen puros elementos gráficos, en tanto sus connotaciones espaciales trascienden lo bidimensional por vía de la luz, la transparencia y el reflejo. Pero la organización interna de sus planos de color transitó de lo decorativo geométrico, en estrecha dependencia de las posibilidades técnicas, hacia grados cada vez mayores de elaboración e iconicidad, en los que llegan a percibirse influencias de los movimientos figurativos renovadores de la Europa del siglo XIX. Esta liberación de la luz y el color influyó posteriormente en un importante sector de arquitectos y artistas plásticos preocupados nesis de los primeros anuncios, que exhortaban al consumo de determinados productos y que, plasmados en las fachadas, llegaron al presente siglo. A riesgo de establecer conexiones entre polos tal vez muy distantes, se pudiera detectar otro antecedente en la profusa utilización del vitral en la arquitectura colonial cubana, ya sea inscrito en el tradicional medio punto, como extendido a la fenestración en general en mamparas y otros elementos, tal como llegó a las por la captura de códigos definidores de la identidad cultural nacional, e incluso en la etapa revolucionaria pueden apreciarse sus huellas en la forma en que en Cuba se asimilaron las corrientes del arte «pop»2 y en una parte de la producción gráfica que se resuelve en áreas brillantes de color plano, a veces compartimentadas por gruesas líneas negras de separación. En otras ocasiones, el minucioso dibujo, la fantasía ornamental, lo vegetal como motivo u En la página de la izquierda: Restaurante-bar Dos Hermanos, Habana vieja, Cuba. Hasta inicios del siglo xx se encontraban muchos anuncios pintados en las fachadas de La Habana y otras ciudades. Abajo: Gráfica temporal en la Caixa Forum de Madrid arquitectura y urbanismo lidades, o de su utilización en la etapa colonial. No se aprecia en la herencia cubana la profusión heráldica común en los centros históricos de las ciudades europeas. Se conoce que desde el siglo XVIII, las paredes exteriores de las edificaciones se vieron ornamentadas espontáneamente por artistas anónimos que pintaban grandes imágenes de intenso color, utilizando diversas figuras como motivos. Esta manifestación del arte fue incomprendida por los intelectuales de la época. Su presencia, sin embargo, se extendió con la fuerza de lo popular por asentamientos urbanos y rurales, contribuyendo a su caracterización ambiental e incluso a su denominación, y sirviendo adicionalmente como referencia orientadora al viajero. A la vez, cabe considerarla como gé- Revolución y Cultura * Publicado en la revista Propaganda, Año 13, No 53, pp 21-27, La Habana, 1984. Las imágenes para este trabajo fueron facilitadas por cortesía de Isabel Rigol. 47 arquitectura y urbanismo Revolución y Cultura 48 Foto 3. El Café El Escorial de la Plaza Vieja se anuncia en sus toldos. otros rasgos evocativos del vitral tardío, se filtran en el trabajo de propaganda gráfica, como en algunos logrados casos de aplicación del arte consagrado a la señal urbana. Con lo anterior se aspira a reafirmar que en la plástica cubana se da una constante de intenso uso del color asociado a la luminosidad, que recorre las distintas escalas de la acción de diseño, y cuya reaparición en los contextos históricos a través de los signos trasmitidos mediante la codificación actual, además de justificarse, pudiera contribuir pertinentemente al valor ambiental y de uso. Un incipiente ejemplo lo hallamos en la ciudad de Camagüey, donde, en una placita anexa a la casa del Mayor Ignacio Agramonte, rescatada y convertida en museo en los años setenta, una gran pared se cubrió de lumínicos señales. Ello aumenta en complejidad al recabar una visión diferenciada que contemple las particularidades específicas de cada área, lo cual se agudiza en el caso de las históricamente caracterizadas. multicolores en función de orientar hacia sitios de interés, con un resultado vital y coherente. No por conocida puede aquí omitirse una referencia al caos que sobre nuestras ciudades impuso la publicidad del pasado que devoraba el entorno con anuncios de pésima calidad, limitados a la promoción electoral o del consumo. También se conoce el vuelco que la Revolución dio a estas cosas cambiando radicalmente los contenidos y abriendo las vías a la renovación formal, la investigación y la creatividad. Sin embargo, aún la gráfica y las escalas arquitectónica y urbana no han hallado cabal integración, y tampoco se ha implementado en grado suficiente el enfoque sistémico de las turales entre este y el hombre. Sus componentes, que actúan tanto en el nivel visual como en el literario, pueden sobriamente limitarse a su función o destacar rasgos notables del entorno físico, e incluso enriquecerlo con un nuevo contenido susceptible de alcanzar fuerte arraigo con la aceptación social y el tiempo. · Elementos que orientan el uso del contexto: gráficos, mapas y señales que son tanto más importantes cuanto menos familiarizado se halle el usuario. En lugares históricos, que han de recibir un flujo sustancial de visitantes y turistas, su necesidad se hace prioritaria. · Elementos de reglamentación, que norman la conducta y el cuidado del medio. Resultan exitosos en la medida en que posean el tono Elementos del sistema Un acercamiento programático al problema requiere de un previo ordenamiento, aunque ineludiblemente se torne esquemático. Se puede aquí tomar como base la clasificación, propuesta en un trabajo anterior,3 que dista de abarcar todas las variantes, pero sirve para ofrecer una visión general. En él se esboza el sistema de señales clasificado funcionalmente: · Elementos de identificación, que permiten el reconocimiento de partes significativas del medio, así como la formación de vínculos cul- justo, desde la escueta indicación de la señal de tránsito, hasta la apelación cortés al respeto a los valores del patrimonio. · Elementos para la difusión de ideas y consignas de orden económico, político y social, actuantes en el nivel formativo de la conciencia. En ámbitos históricos, es preciso la presencia de portadores de señales gráficas renovables, cuya ubicación y diseño respondan a las condiciones específicas. La extendida participación que en nuestro país tienen las masas, a través de sus organizaciones, en la difusión ideológica, se deberá continuar apoyando con un asesoramiento y control que, sin mermar su vital espontaneidad, favorezca la elevación estética en su expresión. · En este empeño, una importante tarea será la concientización de la población de las zo- Señal indicativa del paso de una góndola en un canal veneciano. Revolución y Cultura Consideraciones fundamentales Para concluir, cabe precisar algunos planteamientos: · La restauración y revitalización de lugares históricos es una compleja tarea interdisci- arquitectura y urbanismo nas patrimoniales, incorporándola al esfuerzo emprendido en el rescate y salvaguarda de tan trascendentes valores. · Elementos dirigidos a la promoción comercial, recreacional y turística, relacionada con la ambientación exterior e interior de instalaciones de ese tipo, de acuerdo con la programación en cada caso. · Elementos específicamente dirigidos a la ornamentación, con fines ambientales o de cumplimiento de un objetivo funcional. Con la revitalización de las áreas históricas y el desarrollo en ellas, con nutrido respaldo popular, de actividades culturales y sociales, adquieren renovado interés las señales efímeras, asociadas a la ambientación y acondiciona- miento temporal. Su corta permanencia, empero, no excluye su utilización repetida, a partir de un surtido que permita variaciones combinatorias sin incurrir en la monotonía. Sus portadores, a su vez, deben ser ligeros y flexibles, y con una expresión anónima que reduzca al mínimo sus posibilidades de emular visualmente con la arquitectura circundante. Es un hecho que en muchas calles importantes de ciudades del mundo poseedoras de caracterización histórica, o simplemente de atmósfera evocativa y atractivo visual, las plantas bajas de las edificaciones quedan a menudo totalmente enmascaradas ante el peatón, por la sucesión continua de comercios y publicidad. Se establece un corte neto entre esas plantas y las superiores, y se produce la ruptura del conjunto. La agresividad de los elementos gráficos frecuentemente tiene un peso preponderante en este escamoteo de la vivencia urbana. Las tendencias competitivas y la lucha por apropiarse de la atención del potencial consumidor lleva a la violentación de la escala, que tiende a agigantarse e invadir zonas cada vez mayores de las fachadas. No siempre resulta factible desvincular los signos gráficos y las edificaciones, y ubicarlos en elementos autoportantes independientes. Esto se torna aún más difícil en los reducidos espacios típicos del área histórica. La decisión, válida e ineludible en muchas ocasiones, de situar esas señales sobre inmuebles de valor, exige sensibilidad y plena conciencia de la acción. Paso previo elemental es el reconocimiento y definición de las líneas básicas de la estructura compositiva arquitectónica, asegurando y, de ser posible, estimulando la percepción de sus rasgos esenciales. La escala es otro aspecto de la mayor importancia. El sobredimensionamiento, que en zonas urbanas neutras puede resultar un mal menor, en las históricas deviene en ofensa visual. El soslayamiento de estas premisas, que en el mundo derivan de circunstancias socioeconómicas, puede reaparecer por simples descuidos de diseño o aplicación mecanicista de señales típicas. Por otra parte, el lógico rechazo a estas deficiencias no debe dar lugar a la timidez o reticencia en el empleo de elementos gráficos, de cuya vitalidad y contribución funcional y estética no pueden privarse los sitios patrimoniales. 49 arquitectura y urbanismo Revolución y Cultura 50 Identificación original del histórico Hotel Capri de La Habana restaurado. plinaria, en la que deben participar especialistas de diversas ramas del diseño, trabajando estrechamente en equipo hacia un fin armónico y coherente. · El tratamiento de las señales gráficas en tales contextos debe ser diferenciado, al variar la escala y la concepción arquitectónica y urbana. Por tanto, el uso de portadores típicos, de identificaciones de redes de establecimientos o servicios de carácter repetitivo, o de otros componentes ubicuos, se verificará en virtud de sus posibilidades de adecuación, sin violencia visual con respecto al medio y procediendo a su rediseño, de no cumplir satisfactoriamente tal condición. · El enfoque del conjunto de señales gráficas en un ámbito histórico deberá ser particularmente sistémico, aspirando a la homogeneidad, pero sin excluir la variedad. El ejemplo de la ciudad italiana de Urbino resulta interesante y aleccionador. Su sistema de señales abarca desde un símbolo general que en su incuestionable modernidad evoca la heráldica; la señalización de carreteras, sobrios símbolos esquemáticos para los servicios principales, comprensibles con independencia del idioma; identificaciones de los monumentos históricos, en los que la anodina abstracción se sustituye por directas representaciones icónicas basadas en la fotografía de alto contraste; un amplio subsistema de murales orientadores, que facilitan al turista el uso de la ciudad; hasta el diseño coherente del transporte, de otros componentes del equipamiento urbano y de los impresos que guían al visitante durante su estancia o que este se lleva consigo para que perdure en su memoria. · Junto a los problemas de escala o de vinculación a edificaciones, es necesaria una referencia al diseño de la señal en sí misma, al diseño gráfico. La redundancia, siempre negativa, es la negación de un principio esencial: trasmitir solo lo necesario. El criterio de lo que es necesario puede estar sujeto a interpretaciones, pero la redundancia puede ser indeseable. La señal gráfica está comúnmente compuesta de texto e imagen, mutuamente interactuantes. A veces el texto apoya literariamente a la imagen: en otras, esta es la explicitación icónica del texto. No debe dudarse en prescindir de alguno de estos componentes cuando resulte factible; y es el texto el que más a menudo brinda esa posibilidad. También en el texto, o más específicamente en la tipografía, es más observable la frecuente tendencia al falso historicismo, a la antigüedad supuesta, lo cual debe combatirse decididamente. El diseño gráfico en estos casos, por lo regular debe ser totalmente contemporáneo, así como, por supuesto, los materiales componentes del vehículo portador. Notas 1 Brise-soleil: En francés, literalmente, brisa-sol. Término acuñado por el famoso arquitecto franco-suizo Le Corbusier, para referirse a elementos arquitectónicos que modulan la incidencia del clima en los interiores. La expresión aparece en el trabajo de Carpentier titulado Tientos y diferencias. 2 Arte «pop»: Corriente surgida en Estados Unidos, que lleva a la pintura elementos supuestamente populares, imágenes derivadas del consumo o de las historietas. 3 Ver: Isabel Rigol, Luis Lápidus, Sergio Ferro: «La Propaganda Gráfica a escala urbana». Materiales de Propaganda, No. 26, 1980. 4 K.S. Stanislavsky (1863-1938): Eminente teatrista ruso, autor de un famoso método de actuación. arquitectura y urbanismo Con la voz de hoy y el legado de ayer El método de entrenamiento de actores en el teatro de Stanislavsky,4 los hacía repetir una misma frase decenas de veces, la cual se alternaba y adquiría distintas connotaciones según el volumen de voz, la entonación, el escenario, la vestimenta y aun el sexo y la apariencia física del declamante. A la señal gráfica y en general, a la intervención del diseño en los contextos históricos, pudiese aplicarse un enfoque paralelo, puesto que su efectividad disminuye o su sentido se trastorna con la alteración a veces sutil de cualquiera de las variables que inciden en la compleja tarea creativa. Para nosotros, los objetivos y aspiraciones están establecidos. El marco ambiental nos aguarda impaciente y solo resta hallar el tono adecuado con que añadir, al gran legado de ayer, con la voz de hoy, para los espectadores actuales y futuros, los anhelos y verdades de nuestro tiempo. Atractiva identificación de un establecimiento en la Calle Obispo de La Habana Vieja. Tarjas de la Galería Haydee Santamaría, Colección de Arte Nuestra América en El Vedado, La Habana. Revolución y Cultura 51 EL TROPISMO PUBLICITARIO de la Bacardí Sylvie Bouffartigue. Profesora de la Universidad de Saboya. Ha compilado recientemente el libro Fruits de la terre (2013). 52 Revolución y Cultura En la página siguiente, a la izquierda: El Rey de los rones, el ron de los reyes,1927. A la derecha: Zayas Schenley, Imports Bacardí, 1936. Todas las imágenes fueron facilitadas por la autora. E l caso de la propaganda Bacardí ilustra cómo se modela, a partir de cierta elaboración de la historia de una familia, un relato nacional-empresarial y cómo se difunde mediante la publicidad. De hecho, la intencional formalización ideológica de una de las familias emblemáticas de la burguesía nacional cubana de principio del siglo XX, funciona actualmente como fábrica de consentimiento, consumista y político, como lo formuló Chomsky. Hoy en día, la difusión de este tropismo, gracias a campañas mundiales de comunicación facilitadas por la red, interroga sobre la capacidad de manipular la opinión pública para que niegue la legitimidad de la Revolución cubana. Sin embargo, la propaganda se asienta en los tópicos de un discurso publicitario continuo y evolutivo, cuyos fundamentos remiten casi al mismo momento de la creación de la primera bodega Bacardí, en el siglo XIX. El procedimiento intencional de asimilación de la familia a la empresa, combinado con su impacto objetivo en la historia colectiva, tanto a nivel simbólico como político y económico, permite entender los resortes de una propaganda que entremezcla historia empresarial, historia familiar e historia de Cuba, en la producción y en la recepción de esta mitología. En su novela Los vidrios rotos, de 1923, Francisco López Leiva recordaba al lector, con toque sarcástico, las buenas relaciones entre los Bacardí y los españoles integristas durante la guerra del 95. Algo se repetía, de lo que había ocurrido cuando la Guerra Grande, sugería Lopez Leyva. De ello desgraciadamente se sabe poco ya que desaparecieron los archivos en el incendio de la casa fundacional en 1880. La bodega-destilería inicial, la José Bacardí et Cía, fue creada el 24 de febrero de 1862, por José y Facundo, después de sucesivos negocios –bodega, confección, casas de comercio– emprendidos a partir de los años 30, por los hermanos que fueron emigrando desde Cataluña a partir de 1820.1 El ron es premiado en Filadelfia en 1876 y en Madrid en plena Guerra Grande. En el 1878 José se retira y Facundo funda Bacardí et Cía. El simbolismo del matrimonio de una criolla con el catalán repercute en la sociedad colonial que garantiza el éxito de la compañía. Se habían identificado plenamente los de la primera generación con los intereses de España en Cuba y se habían enlazado por afinidad e interés con los sectores integristas de la sociedad. La publicación de Los vidrios rotos, en 1923, no es nada casual. En un contexto de protesta social y política, a veinte años de la creación de la República enmendada, la Bacardí se vanagloriaba de haber pasado a ser la primera multinacional cubana. Creando un modelo empresarial y de tradición familiar, la dirigía desde el inicio un reducido núcleo de hijos y aliados. Siendo el famoso y respetado patriota Emilio Bacardí Moreau (hijo de Facundo Bacardí y de Amalia) presidente de la compañía, la pilotaban el cuñado Enrique Schueg y el hermano Facundo Bacardí Moreau. Tras haber viajado por Europa, donde inauguró en Barcelona una fábrica de embotellado en 1910, reforzando el negocio establecido por el padre, y publicó la novela Via crucis en Madrid en 1914, Emilio Bacardí bolos patrióticos que remitían al reciente pasado colonial (el murciélago catalán) y a la nueva República (la palma real, el guajiro). A contracorriente de las alabanzas unívocas reaccionaba López Leiva, restableciendo algunas verdades y enfocando el pragmatismo que facilitó el desarrollo de la empresa durante las guerras, la ocupación y la república amenazada. La Bacardí supo aprovechar todas las circunstancias políticas y económicas para asentar el éxito familiar, sin peligrar jamás las relaciones comerciales establecidas desde «siempre» con Estados Unidos y España. Tal sentido de los negocios hacía turbios la ética cívica y el patriotismo clamados y declarados. Sin embargo, tocando la cuerda nacionalista, se comercializó la cerveza Hatuey, en 1927. En cuanto a la utilización mercantil del heroísmo, fue una operación pionera en Cuba. La cerveza que llevaba el nombre del cacique que había pasado a ser una figura histórica clave del imagina- la Patagonia, están familiarizados con el famoso ron, producto nacional tan popular como nuestro azúcar y nuestro tabaco». La prensa asimilaba a Emilio Bacardí, la familia y la empresa, a la nación. Se entusiasmaba: «Loor al nombre de Bacardí, símbolo de patriotismo y progreso». Su capitalismo patriótico, industrial, productivista e inversionista gustaba. Se comentaban los actos inaugurales y sociales presenciados por el carismático Emilio Bacardí, acompañado por sus hijos, como si fuesen logros colectivos. Cada éxito de la empresa pasaba a ser un éxito nacional. La prensa no cuestionaba la nueva imagen nacionalista y filantrópica, en ruptura aparente con los usos mercantiles y las simpatías coloniales de la primera generación, ni siquiera cuando en la propaganda coincidían sím- rio cubano en el XIX, se destinaba al consumo popular. Se trataba de lanzar al mercado una cerveza nacional, hecha y embotellada en Cuba. La publicidad utilizaba para la promoción tanto la figura del cacique como la bandera nacional. Corrían los tiempos de la Wet Diet y el mercado norteamericano legal se agotaba, cerradas en el 28 las oficinas de la sociedad en Nueva York. La Bacardí después de abastecer la red de los bares clandestinos, una vez abrogada la Ley Seca en el 1933 apoyó la creación de un sector turístico del recreo, un modelo nuevo sin regulación que había soñado Meyer Lansky,2 el promotor del proyecto. Alimentando las relaciones de negocios establecidas durante la Ley Seca, la Bacardí intervino para que el gobierno le cediera los derechos del juego a Lansky. Le tocaba a la Revolución y Cultura volvió a Cuba. Como cubano, impuso su visión del papel de la familia y de la empresa en la sociedad y contribuyó a la imagen de una empresa cubana que asumía un papel modernizador y hasta social para el país. Fundó dos fábricas innovadoras en Santiago de Cuba en la década de los veinte: creaba empleos, producía a partir del oro blanco un producto emblemático, lo exportaba a Estados Unidos y Europa, desarrollaba y diversificaba la naciente industria nacional y producía nuevos productos para el consumo local, además de desempeñar un papel cívico mediante lo político y lo cultural. En 1922, El Cubano libre, periódico santiaguero, rendía un homenaje hagiográfico al alcalde de la ciudad y saludaba «el triunfo de la industria cubana». Poco después, la revista Carteles dedicaba dos páginas a la inauguración de la moderna destilería y fábrica de hielo, titulando: «Chez Bacardi. Un orgullo nacional». Decía de la empresa que: «Su prestigio ha salvado todas las fronteras nacionales, y desde el estirado Lord inglés hasta el humilde pampero de 53 54 Revolución y Cultura Bacardí abastecer los bares y clubes de los grandes hoteles y cabarets de la Habana elegante y turística. Estas disposiciones del mercado se acompañaron de una nueva estructuración del discurso publicitario. Por un lado, había una publicidad destinada a los consumidores cubanos que hacía referencia al imaginario criollista, como imagen a la vez decimonónica, limitadora y despolitizada de la idiosincrasia en tiempos de luchas sociales y antimperialistas. Por otro, había la propaganda destinada al consumo festivo, turístico y adinerado, bien ilustrada por el grafista Zayas en la campaña de 1930, en la que los camareros cubanos atendían servilmente a los consumidores, que tomaban daiquirí escuchando a músicos exóticos. Algunos carteles llegaban a presentar en paralelo las dos clases: al consumidor elegante le tocaba el cóctel; a Hatuey le tocaba su cerveza. No obstante, a fín de enfrentar la Wet Diet y la crisis del 29, se adaptó el proceso de producción y embotellado, trasla- dando los centros de producción a México o Puerto Rico, más próximos al mercado importador, Estados Unidos. El supuesto origen artesanal y campesino de la producción de la caña, de la melaza, y del ron era ya un mito en sí, que ilustraba una imagen de la multinacional menos agresiva y cuestionable. Cuanto más difundía la publicidad la imagen guajira del ron Bacardí, menos se correspondía con la realidad de una producción industrial deslocalizada fuera de Cuba.3 El modelo de Emilio Bacardí, que intentó equilibrar interés familiar, empresarial y colectivo, se perdía irremediablemente. De hecho, en la década de los treinta, la sede de la Compañía se trasladaba de Santiago a La Habana, cerquita al Capitolio, emblemática sede del poder político. El nuevo edificio Bacardí era el más alto de Cuba, una muestra de modernidad arquitectónica y técnica, y de lo último en materia de artes decorativas, ya que era todo Art Déco: simbolizaba el éxito de la familia y de la empresa, y la afirmación de sus ambiciones. El edificio era de por sí signo de la glorificación de un modelo capitalista de desarrollo y de la familia que lo encarnaba. La Bacardí se inventaba un «destino manifiesto», y como representante de la triunfante burguesía nacional empresarial se sentía preparada para «invadir el mundo» como se estipulaba y se representaba gráficamente en un cartel publicitario de 1936. En Cuba, se asociaba cada vez más el desarrollo al bienestar consumista, expresado mediante el regocijo popular que supuestamente despertaba. Desde Celia Cruz promocionado la cerveza hasta las carrozas publicitarias de los días de carnaval, la Bacardí cultivaba su imagen pública y el clientelismo, dando empleos o ayudas, derramando su ron, su cerveza y su malta. Cantaba Guillén en Cantos para soldados y sones para turistas: «Todos estos yanquis rojos /son hijos de un camarón, / y los parió una botella, una botella de ron./ ¿Quién los llamó ? / Ustedes viven, / me muero yo, / comen y beben, /pero yo no, / pero yo no, / pero yo no». De hecho, se ajustaba de manera permanente la organización, siempre con el objetivo de acrecentar el margen beneficiario y de reducir la carga fiscal: la Bacardi Import y la Schenley, sociedades anónimas norteamericanas, abonaban aranceles de importación menores; la fábrica moderna de Puerto Rico permitía producir en el estado libre asociado; se implantaban nuevos cañaverales en el Caribe, en Puerto Rico o en las Islas Vírgenes. Con José (Pepín) Bosch4 en la dirección general de la empresa y en el gobierno de Prio Socarrás, la colusión entre asuntos públicos e intereses privados llegaba al colmo del oportunismo. La Bacardí es un ejemplo de la emergencia de una nueva burguesía empresarial cubana a finales del siglo XIX. Si bien la fundación inicial de la destilería por la primera generación, la de Facundo y hermanos, ilustró el éxito comercial de la ola migratoria peninsular, con la siguiente, la «cubana», la de Emilio Bacardi Moreau, se inició una nueva etapa, ya que concibió la empresa no solo como medio de éxito personal y familiar sino también como instrumento para el desarrollo socio-económico del país. Se abandonó este planteamiento al prevalecer los intereses de la familia y de la empresa por encima de los colectivos, sin que se abandonara la postura ni la convicción elitista de asumir un papel dirigente en la historia patria. Es llamativo el hecho de que no se haya desplazado la sede principal de La Habana, a lo largo del siglo XX, a pesar de las numerosas adaptaciones productivas y fiscales, sino solo como respuesta a la nacionalización de la empresa, cuando Bosch la trasladó a Miami.5 Entonces siguieron explotando los sitios implantados por el Caribe, desarrollaron los polos de Brasil, de las Bahamas y de Canadá, antes de crear en el setenta las sucursales en Panamá y en España. Domiciliaron la Ron Bacardí en un paraíso fiscal de las Bermudas. Se trasmitió luego la presidencia de Bacardi & Company Limited en Bahamas (1977-1992), a Manuel Jorge Cutillas, creador y presidente del grupo corporativo que unificó cinco ramas empresariales en Bacardí Limited, en 1992. El tataranieto de Facundo Bacardí Masó fue un feroz enemigo de la Revolución: bajo su presidencia, el Congreso estadounidense aprobó en 1999, la larga batalla judicial sobre la marca Havana Club en EEUU; fundó con Frank Calzón el Centro para una Cuba Libre; instó a la Administración Obama en 2012 a mantener la línea dura contra el régimen cubano. En este periodo empezó el manejo publicitario del famoso cóctel Cuba Libre, cuya creación reivindicó la empresa solo a finales del sesenta, como se ve por las campañas. Hay Carteles publicitarios de la Bacardí correspondientes a las campañas de 1930 y 1945. En la página anterior a 1936. mercial o económico con el factor político es un cóctel rebatido y nauseabundo. La atribución de la producción y comercialización de la Hatuey fue grandilocuentemente explotada en el plano comercial y sobre todo simbólico, como una victoria de los Bacardí contra el régimen revolucionario. La nueva salida al mercado de la Hatuey se celebró en Miami, el 20 de mayo, en la fecha aniversario del inicio de la República enmendada de 1902. La mitología familiar enfatizó el evento y lo utilizó como argumento identitario hacia los consumidores cubano-americanos. Se utiliza como medio de divulgación de un discurso contrarrevolucionario radical, que consiste en negar la legitimidad nacional cubana. La publicidad es reveladora no solo de la asimilación de las tres historias –la familia, la empresa, el país–, sino de la imposición de su visión ideológica de la historia de Cuba. El grupo Bacardí Limited, con sede en Las Bermudas, explota hoy en día veintisiete unidades de producción diseminadas en dieciséis países. A favor de sus campañas jurídicas y del desarrollo de la red, conforme a prácticas actuales, la Bacardí cultiva su propio relato de la historia de la empresa, confundida con la de la familia. Confrontar este discurso con lo que nos enseña la historiografía, evidencia que es una mitología fabricada. La trama se elabora en Revolución y Cultura testimonios anteriores de la existencia de una bebida, a base de aguardiente y de miel, llamada Cuba Libre, en novelas de la guerra de 1895 y en los relatos de O’Kelly (1968) y de Grover Flint (1895). En los pocos anuncios de los años treinta y cuarenta en los que se hace referencia al Cuba libre, se sugería hacerlo con ron Bacardí, por lo que se deduce que se solía preparar con un ron cualquiera: no se pedía entonces un Cuba libre sino un Bacardí con cola. Además, en la propaganda coctelera, promocionaban preferentemente otros cócteles: Mojito, Daiquirí, Piña Colada... Fue solo a partir de 1962, en contubernio6 con la Coca-Cola, que se elaboró la versión del invento de la bebida por un soldado de las tropas interventoras, que mezcló ron Bacardí con Coca Cola. Con aquel cuento se promovió una marcada y creciente simpatía por el periodo de la intervención del 98 y la ocupación norteamericana. En ocasión del aniversario 150 de la empresa, hasta se llegó a situar el invento en 1900, en el mismísimo campamento de Teodoro Roosevelt: mera falsificación de la historia que permite asociar Cuba Libre (a la vez cóctel y concepto político) a la presencia militar estadounidense. Así fue como evolucionó la anécdota en el trascurso de los últimos cincuenta años, a fin de responder a inflexiones de la estrategia comercial en sucesivos contextos: los primeros años del triunfo revolucionario, la propaganda de Bacardí contra la Revolución, las leyes europeas sobre las bebidas alcohólicas en los años noventa, el mercado cubano-americano de hoy. Las campañas más sistemáticas están fechadas en el último decenio y se deben relacionar con los logros y fracasos de la Bacardí en las batallas jurídicas llevadas por su precedente dirección ejecutiva. En el juicio por la cerveza Hatuey, el derecho privado prevaleció sobre el derecho nacional. En cambio, a pesar del montaje con la familia Arechabala que les vendió la marca Havana Club, perdieron el juicio. La marca sigue siendo cubana; la comercializa en Europa la Pernod-Ricard; es excluida del mercado norteamericano en virtud de la ley Helms-Burton, cuya promulgación debe mucho al lobbying de los Bacardí. En ausencia de políticas comerciales verdaderamente reciprocas, la Bacardí, asociada con la Martini, promociona y vende en el mercado europeo su ron y sus latas de Cuba Libre o, desde hace poco, de Bacardí con cola. En estos casos, la mezcla del factor co- 55 56 Revolución y Cultura So That’s how, campaña de 1966. torno a la idea de la solidaridad familiar, de la determinación a vencer cualquier tipo de traba que se presente en su trayectoria, de la creencia en su destino natural y manifiesto. Dividen la historia de Cuba en etapas, verdaderos marcadores del tiempo de la familia y de la empresa: la fundación por Facundo Bacardí (en 1862), el «golpe» («defeat») superado de la Ley Seca, el exilio. Quedan, por cierto, fuera de enfoque de la historia oficial los aspectos económicos, comerciales y políticos. El asentamiento de la Compañía por el Caribe casi no se evocaba, si no fuera por la mención de la sede de Puerto Rico preferentemente a la de Miami, como manera de mantener cierta legitimidad caribeña. Hasta el 2010, enfatizaban el tema del éxito de la pequeña empresa debido a las superiores astucia y tenacidad de sus miembros, ilustrando la mitología liberal. A partir de entonces, la publicidad y la historia de la empresa se hacen más agresivas. Se focalizan más en la propaganda contrarrevolucionaria. Van sistemáticamente a contrapelo de lo que se valora en Cuba. La figura del «fundador» Facundo Bacardí Masó, pasa a ser la figura sobresaliente y se va borrando la de Emilio Bacardí Moreau, el independentista, a quien apenas se alude. Corresponde también con la ofensiva europea de la Bacardí, asentada en el mercado español más receptivo a la evocación del ancestro Español. La simultanea publicidad del Cuba libre, vehículo de la propaganda a favor de la asimilación de Cuba a Estados Unidos, incluso por lo militar, contribuye a borrar la figura familiar más representativa de la independencia y soberanía del país. La actual comunicación de Bacardí está operando un giro estratégico. El presidente, Facundo Bacardí, que sucede a Manuel Jorge Cutillas, se presenta como el continuador del patriarca catalán e invierte en el campo memorial en España, con la inauguración de un museo en Sitges. Se compensa la imagen discutible de la multinacional insis- tiendo en los aspectos artesanales y tradicionales de la fabricación de los productos a la vez que se da un impulso comercial en Europa. Sin embargo se refiere continuamente a la «ilegal expropiación sin compensación» de la empresa por la Revolución «castrista». Por lo tanto, estos aspectos aunque significativos son bastante formales y de esperar. Lo más relevante en la reciente inflexión del discurso es la imposición de un nuevo paradigma histórico, como se ve en un vídeo público del pasado año destinado a los medios en el Mediacenter, sitio web dedicado de la comunicación profesional empresarial. Untameable es un vídeo de Dante Ariola, rodado en el 2013 en Ouro Preto, en una locación bastante parecida a la ciudad de Santiago. El objetivo es «Narrar la historia de más de 150 años de un irreprimible Espíritu».7 Se emplearon a 215 actores, y Jordi Mollá desempeñó el papel del protagonista principal. Dura un minuto y se compone de 26 planos, organizados en cuatro secuencias, que corresponden a tres etapas históricas definidas en función de la mitología de la empresa y la familia, a las que se suma la evocación del porvenir. Untameable presenta la imagen de un personaje, encarnación de la/los Bacardí, que avanza a contracorriente de una historia popular que se representa como un gran carnaval, como un gran teatro colectivo. Se contraponen el desorden y el alboroto de las muchedumbres con la firme trayectoria del personaje, casi indiferente a todo cuanto pudiera afectarle, apenas molestado por el tropezar con un revolucionario vestido de rojo, y por tener fugazmente la cara envuelta en una bandera roja en la tercera secuencia, la de la Revolución. Su progresión es únicamente detenida un segundo cuando avanza hacia él la carroza blanca, rodeado por unas siluetas casi fantasmagóricas, que representa al barco del exilio. Sigue luego su rumbo por una calle desierta, desatando una oscura nube de murciélagos –el logotipo de la sociedad– como si la mandara a perseguir al pueblo. «No se puede amansar la pasión verdadera»8 concluye la voz en off. La Bacardí pasó por tres etapas en un siglo y medio de existencia: la protoindustrialización, con un patriarca negociante encabezando una red familiar; el grado organizacional adaptado a la gran empresa familiar de economía integrada; la estructura de tipo multinacional, pero controlada por la familia.9 A las características de longevidad y desarrollo creciente, se suma la de haber mantenido la empresa bajo el control de la misma familia durante siete generaciones, lo que es un caso raro. Economistas e historiadores de la empresa plantean que semejantes éxitos se deben a la convergencia de características familiares y de una política de productos limitados a un abanico muy reducido de sectores de actividad, en el presente caso las bebidas alcohólicas. La familia interpretó este éxito como su gloria y asentó su supuesto destino de élite económica y política en la asimilación del interés colectivo a Arriba: Untameable (vídeo), 2013. Abajo: Nacido en Cuba, 2014. su interés particular. Elaboró a continuación una concepción de la historia de Cuba ancilar a la mitología de la familia y de la empresa. La utilización sincera y/o cínica del imaginario patriótico, su modificación o su apropiación pasaron con el trascurso del tiempo a ser marca de fábrica publicitaria. Estas estrategias discursivas son utilizadas para servir a la imagen de una familia que en nombre de su éxito empresarial, considera que le toca asumir un papel dirigente «natural» en Cuba, incluso desde el exilio. El actual discurso publicitario reivindica esta ambición política. Es concebido como medio de difusión de una visión de la historia que corresponde a su ideología, combinando valores mercantiles con propaganda política, con la intención de atacar la legitimidad del régimen constitucional y su aparato jurídico. En un contexto de creciente poder de la empresa privada, de evolución de la jurisprudencia comercial internacional que tiende a situar el derecho comercial y privado por encima del derecho público y Revolución y Cultura constitucional, el paradigma Bacardí ilustra los cambios globales que afectan hasta la relación entre poder político y poder empresarial. Las muy recientes declaraciones de Facundo Bacardí son extremadamente llamativas por la ruptura de la tradicional ley del silencio y por el anuncio de una inflexión. El presidente le comentó a Marvin R. Shanken10 que, en su gran familia, había divergencias de opinión sobre la cuestión del bloqueo. Pretende distanciarse de la cuestión política y hasta comercial, al evocar las reformas y el bienestar de los cubanos. «Cada país hace las cosas a su propio ritmo, y Cuba no es diferente».11 Sin embargo, declara que: «Estaremos de regreso en Cuba y vamos a invertir allá más de lo que se necesita para construir la marca».12 Concluye que la familia ve a Cuba como su hogar.13 Seguimos en lo mismo. Media tinta y doble filo. Mientras tanto, en París florecen carteles publicitarios que proclaman: «Nacido en Cuba, criado en el exilio». 57 58 Revolución y Cultura Notas 1 Migran a Cuba entre 1824 y 1832. Magin Bacardí trabaja en la bodega de su tío, Facundo Carbonell (1824) asociado con Juan Bacardí; Facundo Bacardí en la bodega de Juan Colomer (1828). Lázaro Bacardí (1831) y, de nuevo, Magin Bacardí (1832) declaran viajar para asociarse en la casa de comercio con Juan Bacardí y Masó. En 1841, abren su propia bodega. En 1844, Facundo inaugura una pequeña sociedad de confección. Su matrimonio con la criolla Lucía Victoria Moreau le permite rescatar su empresa de la ruina: aprovecha la crisis del azúcar para comprar a bajísimo precio melaza, y abre una destileríabodega de ron. Se asocia con José Bacardí el 24 de febrero de 1862 y crea la Sociedad de licores y vinos José Bacardí y Compañía. 2 Nicolás Torres Hurtado, Orígenes de la Compañía Ron Bacardí, Editorial Oriente, 1982; Leonardo Padura, «La larga vida secreta de una fórmula secreta», en El viaje más largo, Ed. Plaza Mayor, 2002, pp.136-252 (publicado en 1988 en Juventud Rebelde); Hernando Calvo Ospina, Rhum Bacardi: CIA, Cuba et mondialisation, Editions Aden, 2000, así como La guerra oculta, Casa Editora Abril, 2000. 3 Los detalles salen en la tipología de mi artículo «La petite entreprise de Cuba libre», publicado en S. Bouffartigue, Fruits de la Terre. Du produit exotique au symbole patriotique, Paris, Indigo, 2013. 4 Suegro de Enrique Schueg, el cuñado de Emilio Bacardí Moreau. Procedía de una familia adinerada, españoles establecidos en Santiago, que hicieron fortuna en el comercio. 5 Miguel Bonera Miranda, Oro blanco: una historia empresarial del ron cubano, Lugus, 2000; Ursula Voss, Los Bacardí: Una familia entre el ron y la revolución cubana, Plaza & Janés, 2006; Tom Gjelten, Bacardi and the long fight for Cuba, Penguin Group, 2009; Victor Dedaj, «Le rhum trouble de Bacardi», Cuba Solidarity Project 1998-2006, http:// viktor.dedaj.perso.neuf.fr/html/bacardi.html. 6 Las publicidades mencionan que «‘BACARDÍ’ and the bat device are registered trademarks of Bacardi & Company Limited. ‘COCA-COLA’ and ‘COKE’ are registered trademarks of The CocaCola Company». 7 «To tell the story of over 150 years of irrepressible Spirit» 8 «True passion can’t be tamed». 9 Bacardí emplea actualmente a seis mil personas, fabrica sus marcas en veintinueve instalaciones, y vende en más de ciento sesenta países. Bacardí Limited se refiere al grupo de empresas Bacardí, incluida Bacardí International Limited. Los presidentes regionales son miembros del Equipo de Liderazgo Mundial de Bacardí y reportan al Director Ejecutivo que a su vez reporta al Presidente. La Bacardi Ltd, basada en Bermudas, genera cinco billiones de ingresos. La compañía pertenece en su 100% a miembros de la familia. Se sabe muy poco de las relaciones internas. 10 Es periodista, editor y fundador de la revista Cigar Aficionado. La relación de la conversación se publicó en Cubastandard.com. Cuban Business and Economic views el 16 de junio del 2014. «Bacardi chairman: Family split about embargo» http://www.cubastandard.com/2014/06/16/bacardichairman-family-split-about-embargo/ 11 «Every country does things at its own pace, and Cuba is no different. It’s doing things at its own pace». 12 «We will be back in Cuba, and we will invest beyond what it will take just to build the brand». 13 «Vemos a Cuba como nuestro hogar». C uando era profesora en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría fundé y dirigí, en 1985, el Taller Litera rio Wichy Nogueras. A él asistían alumnos de diversas carreras de ingeniería con inclinación hacia las letras. Entre ellos estaba una estudiante de la Facultad de Ingeniería Eléctrica, Karla Suárez, quien pronto se destacó por su amor a la lectura y su interés por escribir. En los encuentros nacionales de talleristas, que entonces solían hacerse en diferentes provincias, Karla siempre era la ganadora de algún lauro. Terminada su carrera, comenzó a trabajar como ingeniera, pero su vocación por la escritura se fue perfilando cada vez más. Hoy es una de las más conocidas narradoras cubanas, con una carrera avalada por libros de cuentos y novelas con reediciones y traducciones a diversas lenguas y con premios relevantes, entre otros, el importante Premio Carbet del Caribe y de Toute-monde, de 2012. Virgen Gutiérrez: Karla, vamos a empezar por tus orígenes: ¿dónde y cuándo naciste? ¿Qué estudiaste? Karla Suárez: Nací en La Habana, el 28 de octubre de 1969. Estudié música en el Conservatorio Alejandro García Caturla, en la secundaria básica. Luego me gradué en la CUJAE en la especialidad de ingeniería de máquinas computadoras. Durante mis años de estudio asistí al Taller Literario que allí se hacía y hoy, tengo que decirlo, me emociona mucho que tú me hagas esta entrevista. VG: Cuando te integras al Taller Literario de la CUJAE ya escribías. ¿A qué edad te percataste de ese gusto por la escritura? KS: Cuando era niña, porque me gustaba contar historias. Primero hacía poemas malísimos y cuentos que siempre eran historias divertidas. Mi madre era profesora de literatura y ha sido ella mi primera lectora y correctora. Escribir me entretenía más que ver una película o cualquier otra cosa. Sin embargo, no me imaginaba estudiando letras. A mí me gustaron siempre las matemáticas y las ciencias, por eso pensaba que mi futuro era ser científica. Cuando entré en el Pre abandoné el Conservatorio, y al terminar pedí todas las carreras universitarias de la Facultad de Ingeniería Eléctrica. Seguía escribiendo cuentos pero por mi cabeza nunca pasó estudiar otra carrera que no fuera de ciencias. Durante los dos primeros años en la CUJAE las asignaturas comunes me parecían muy atractivas, ya al entrar en la especialidad, en tercero, hubo algunas menos atrayentes, y no me gustaban tanto; fue justo en ese momento cuando me incorporé al taller literario. Éramos pocos los estudiantes asistentes a aquellos encuentros; recuerdo a algunos de la Facultad de Mecánica, otros de Ci- ENTREVISTA A KARLA SUÁREZ* Pronto me di cuenta de que yo era narradora Virgen Gutiérrez. Escritora y editora. Su último título es Tras la guitarra, la voz (2013). electrónica a la música que tanto me gustaba. Así que dos de mis aficiones estaban unidas en ese trabajo de graduación: matemática y música. VG: Y hablando de literatura ¿Cuándo te publican el primer libro? KS: Mi primer libro es de cuentos, se llama Espuma y lo publican en La Habana en el 99. Es un libro que terminé en el 96, pero se publicó cuando ya yo había salido del país, pues desde 1998 vivía en Italia, por eso no vi el libro cuando salió. Luego escribí Silencios, mi primera novela, ganadora del premio Lengua de Trapo, en España, en 1999. Ese mismo año, cuando fui a España a recibir el premio, tuve ante mí la novela, era mi primer libro que veía publicado, aunque realmente, como te dije, la primera publicación fue Espuma. Antes de ese año yo solamente había publicado algún cuento en antologías y en alguna revista; y había ganado alguna mención. Publiqué una vez unos poemas en Alma Máter, pero por suerte Revolución y Cultura * Entrevista realizada en Lisboa, Portugal, junio de 2013. vil, alguno de Arquitectura… Era muy agradable aquel contacto porque pude intercambiar con otros jóvenes que tenían las mismas inquietudes que yo. Hasta entonces solamente mi familia y algunos amigos cercanos conocían mi afición. En esos años, además, se hacían encuentros universitarios en otras provincias y los concursos de literatura estaban incluidos en los Festivales de Aficionados. Recuerdo haber participado en los encuentros de Cienfuegos, Camagüey… En ese tiempo tenía yo un poco de «músico, poeta y loco», porque también cantaba y participaba en los festivales universitarios, como solista o en dúo con otro cantante aficionado. Esto era muy divertido para mí, pues todo tenía que ver con mi manera de ser. Luego, cuando terminé la carrera, hice mi tesis en el Laboratorio Nacional de Música Electroacústica. Allí desarrollé un software que me permitió aplicar mis conocimientos de matemática y de 59 Ilustraciones: Pastor Rivera Revolución y Cultura 60 para la poesía me di cuenta de que yo no era poeta, yo soy narradora. VG: Sé que has seguido escribiendo y publicando.Y ahora, ya en la segunda década del siglo XXI, ¿cuántos libros tienes? KS: Tengo tres libros de cuentos, tres novelas y un libro de viajes sobre Cuba. Y el año próximo saldrá un nuevo libro de viajes, esta vez sobre Roma. Estos dos libros de viajes los he hecho en colaboración con el fotógrafo italiano Francesco Gattoni. Yo viví en Roma y él es romano; él viajó por Cuba y yo soy cubana, así pues nuestro proyecto incluye los dos espacios, Francesco hizo las fotos y yo escribí los textos que son completamente autobiográficos. VG: Me hablabas hace un rato de un premio otorgado en Francia. Cuéntame sobre este premio. KS: Sí, la última novela que escribí, Habana año cero, recibió en 2012 dos premios en Francia. El Gran Premio del Libro Insular, que es para libros de autores nacidos en islas o que vivan en islas o cuyo tema esté relacionado con islas. Fue bonito. El premio se anun- cia en un festival que se realiza en la Isla de Ouessant, yo estaba invitada ese año porque el libro acababa de salir en Francia y, aunque sabía que estaba concursando, no sabía que era finalista. De eso me enteré allí y, me otorgaron el premio personalmente. Esa fue mi sorpresa de agosto. En diciembre, a la misma novela le dieron el Premio Carbet del Caribe y de Toutmonde, que fue creado por Édouard Glissant para autores del Caribe y que lo entrega el Instituto Tout-monde de París. Este premio se lo han dado a autores de gran prestigio que yo admiro muchísimo. De Cuba lo ganó Leonardo Padura en 2011. Así que con la historia que tiene el premio y con la sorpresa, porque en este caso yo no sabía que mi novela estaba concursando, como comprenderás, me puse muy contenta con la noticia. VG: Entonces, de qué va la novela que te ha dado estas alegrías KS: La novela se llama Habana año cero, como te dije antes. Y ese año es el 1993, el peor del período especial que vivimos en Cuba; a ti no te lo tengo que explicar porque lo viviste junto con todos los que estábamos en la isla. En la novela hay cinco personajes que viven o están en La Habana. Julia, la narradora, es una licenciada en matemáticas frustrada porque, en lugar de dedicarse a la investigación científica, tiene que trabajar como profesora en un preuniversitario. Euclides es un ex profesor de matemáticas, jubilado anticipadamente por depresión tras la salida del país de sus hijos. Ángel es un desempleado que se dedica a la venta de cualquier cosa en el mercado negro y a alquilar, ilegalmente, su apartamento del Vedado. Leonardo es un escritor que trabaja como oficinista; hace tiempo que no publica a causa de la crisis, pero está haciendo una novela en la que tiene muchas esperanzas. Finalmente está Bárbara, una periodista italiana que va de turista a Cuba y que, supuestamente, está interesada en la nueva literatura cubana. Todos estos personajes están viviendo en un país en crisis y esta situación los ha llevado a crisis personales. Es por eso que poco a poco se van embarcando en la búsqueda de un documento histórico con la falsa idea de que tenerlo les cambiará la vida de algún modo. Se trata de un documento histórico original sobre la invención del teléfono. Es parte de la realidad ignorada que el teléfono fue inventado en Cuba por un italiano llamado Antonio Meucci. En el año 1849, mientras Meucci trabajaba en el teatro Tacón de La Habana, hizo el primer experimento exitoso de transmisión de la voz a través de la electricidad pero, a pesar de haber perfeccionado su invento en los años sucesivos, no pudo adquirir la patente. En 1876, el estadounidense de origen escocés Graham Bell logró hacerse con esta y así quedó convertido en el in- vida. Visto desde afuera es bastante absurdo que alguien piense que demostrar quién descubrió el teléfono pueda cambiarle la vida; el problema es que si ese alguien está en una situación desesperada entonces cualquier cosa puede convertirse en su objetivo, en el «becerro de oro» al que agarrarse para sobrevivir. Lo que me interesaba era explorar cómo las personas que están al límite, por circunstancias determinadas, pueden agarrarse a cualquier cosa para no morirse de tristeza o desesperación. VG: ¿La novela se mueve alrededor de una búsqueda, es como una investigación? KS: Sí, es una investigación. Todos los personajes, en su búsqueda del documento, van aliándose y cambiando de bando. Los cinco personajes arman un lío tremendo de mentiras, de pactos rotos entre ellos… De hecho, el título inicial de la novela era Ellos mienten, porque todo es una gran mentira. Eso fue divertido porque durante la escri- Revolución y Cultura ventor oficial del teléfono, como es conocido por casi todo el mundo. Más de un siglo después, en 2002 y luego de la exhaustiva investigación del profesor italiano Basilio Catania, el Congreso de Estados Unidos reconoció oficialmente a Antonio Meucci como el auténtico inventor del teléfono. Esta es la parte de historia real que hay en mi novela, pero no es una novela sobre Meucci. Su tragedia es simplemente la justificación para hablar de la Cuba de 1993. Porque hay, además, algo en común entre mis personajes y Meucci: la falta de dinero. Si Antonio Meucci no pudo comprar la patente del teléfono fue porque no tenía los diez dólares que costaba en su momento. Y en La Habana del período especial, diez dólares también significaban mucho. En la novela, por diversos caminos, los personajes se enteran de la existencia de un documento escrito por Meucci e imaginan que llegar a tenerlo puede cambiarles la tura yo no sabía quién tenía el documento, los personajes me tenían loca, y me decía a mí misma: «¿adónde me van a llevar estos cinco?». Por fortuna, al final vi la solución. Es como una novela policíaca porque toda la investigación se mantiene como un suspenso. VG: ¿Y el personaje principal, la matemática, tiene que ver con tu formación? KS: Algo, seguramente. Julia es licenciada en matemáticas y razona como tal. Es la primera vez que tengo un personaje así y la verdad, me divertí bastante. Hasta leí libros de matemáticas para meterme bien en su manera de pensar, aunque gracias a mi formación esto no fue muy difícil, lo más complicado fue llevar a palabras simples esa manera de razonar, porque se trata de una novela, no de un tratado científico ni mucho menos. Así que me divertí uniendo mi lado científico y mi lado literario. El mundo de referencias de Julia es científico, por tanto suele citar a Newton, por ejemplo, o al matemático Poincaré. Pero, además, ella necesita siempre una teoría para explicar lo que sucede a su alrededor. Por ejemplo, para tratar de entender lo que estaba sucediendo en Cuba en aquel año 1993 usa la Teoría del caos. Esta teoría ya ha sido aplicada en sociología, psicología, incluso en el arte, así que para mí fue muy curioso descubrir, gracias a mi personaje, lo bien que viene la Teoría del caos para intentar explicar aquello que vivimos y sus consecuencias. En la novela Julia lo explica mejor que yo y con palabras muy simples. VG: ¿Esta novela solo ha sido publicada en Francia? KS: Está publicada en Francia y en Portugal VG: Y ¿en España? KS: No, todavía no. 61 Revolución y Cultura 62 VG: ¿Puedes leerme un pedacito de esa novela? KS: Puedo adelantarte algo, no mucho, porque espero que pueda publicarse allá también: Todo ocurrió en 1993, año cero en Cuba. El año de los apagones interminables, cuando La Habana se llenó de bicicletas y las despensas se quedaron vacías. No había de nada. Cero transporte. Cero carne. Cero esperanza. Yo tenía treinta años y miles de problemas, por eso me fui enredando, aunque al principio ni siquiera sospechaba que para los otros las cosas habían comenzado mucho antes, en abril de 1989, cuando el periódico Granma publicó un artículo titulado «El teléfono se inventó en Cuba» que hablaba del italiano Antonio Meucci. La mayoría de la gente habrá olvidado poco a poco aquella historia, sin embargo ellos recortaron el artículo y lo guardaron. Yo no lo leí, por eso en 1993 aún no sabía nada del asunto hasta que, casi sin darme cuenta, me convertí en una de ellos. Era inevitable. Soy licenciada en matemáticas y a mi profesión le debo el método y el razonamiento lógico. Sé que hay fenómenos que sólo pueden ocurrir cuando determinados factores se reúnen y ese año estábamos tan jodidos que fuimos a converger hacia un único punto. Éramos variables de la misma ecuación. Una ecuación que no iba a ser resuelta sino muchos años después, ya sin nosotros, claro. Para mí todo empezó en casa de un amigo que digamos se llama… Euclides. Sí. Prefiero ocultar los verdaderos nombres de los implicados para no herir sensibilidades. ¿De acuerdo? Euclides es entonces la primera variable de esta maldita ecuación. VG: ¿Puedes decirme por qué estás viviendo en Portugal? KS: Yo siempre quise viajar y conocer otros países. Viví los años más duros del período especial en La Habana y me fui en 1998. Primero viajé a Roma, me enamoré y allí me quedé viviendo cinco años. Roma va a ser siempre mi segunda ciudad, un sitio que amo, pero llegó el momento en que ya quise irme. Entonces me fui a París, que había sido mi viejo sueño, casi todo el mundo quiere ir a París y yo también. Pues allí viví seis años, y también llegó un momento en que quería irme. Adoro París, pero tiene los pro y los contras de la gran ciudad, la vida allí puede ser bien complicada y yo ya necesitaba algo más pequeño, un poco más «a medida humana». Había estado varias veces en Lisboa, y me había encantado. Lisboa me recuerda a La Habana, no sé, es algo raro, pero se me parece. Tal vez porque el mar está ahí cerca. Tiene una luz maravillosa, y un río tan grande que da la sensación de que se respira mejor. Es una ciudad muy cálida, en invierno hay frío pero no tanto como en París. Llevo casi cuatro años aquí y sigo encantada. VG: ¿Y ahora estás escribiendo algo? KS: Ahora estoy metida en una novela sobre la guerra de Angola. Cuando terminé Habana, año cero, empecé a trabajar en este proyecto, pero en principio me ocupaba solamente de búsqueda de documentación y lectura. Yo necesito tiempo entre novela y novela para despedirme de los personajes que me han acompañado y empezar a conocer a los nuevos. Además, a pesar de ser algo que en Cuba todo el mundo conoce, no hay mucha información sobre las guerras de África en las que nosotros participamos. Por suerte, en los últimos años han salido algunos libros en Cuba y otros también aquí en Portugal. Estos últimos apenas hablan de la historia cubana pero sí dan una visión de las otras partes del conflicto y eso para mí es muy interesante. Por eso he pasado un buen tiempo BIBLIOGRAFÍA DE KARLA SUÁREZ leyendo cosas de aquí y de allá. Mientras tanto, escribí el libro de viajes sobre Roma del que te hablé antes, algunos cuentos y un texto infantil. Pero ya estoy metida en la escritura de la nueva novela, ya tengo personajes que hablan, se mueven y hacen preguntas, sobre todo hacen muchísimas preguntas. Y dentro de esta historia paso ahora casi todo el día. Novelas: La Havane, année zéro. París, Edition Métailié, 2012. Lisboa, Editorial Quetzal, 2011. La viajera. Barcelona, Rocaeditorial, 2005. Milán, Editorial Ugo Guanda, 2007. Lisboa, Editorial Asa, 2006. París, Edition Métailié, 2005. Silencios. España, Lengua de Trapo, 1999/RBA, 2002 (kiosco)/ Punto de lectura, 2008 (bolsillo)/La Habana, Letras Cubanas, 2008. Novo Mesto, Eslovenia, Zalozba Goga, 2006. Milán, Editorial Ugo Guanda, 2005 (bolsillo) Editorial Besa, 2000. París, Edition Métailié, 2002 Édition Métailié, suites, 2005 y 2012 (bolsillo) Lisboa, Editorial Asa, 2002. Berlín, Editorial Rowohlt, 2001. Cuentos: Grietas en las paredes. Fotografías: Yvon Lambert. Bélgica, Editorial Husson, 2007. Edición bilingüe Carroza para actores. Bogotá, Editorial Norma, 2001 La Habana, Ediciones UNION, 2011. Espuma. La Habana, Letras Cubanas, 1999 Bogotá, Editorial Norma, 2002. Libros de viajes: Cuba, los caminos del azar. Fotografías: Francesco Gattoni. Marsella, Le bec en l’air éditions, 2007. PREMIOS LITERARIOS Revolución y Cultura 2012 Premio Carbet del Caribe y de Tout-monde, Francia, 2012 (novela: La Havane, année zéro). Gran Premio del Libro Insular Francia, 2012 (novela: La Havane, année zéro). 2007 Seleccionada por el Hay Festival y Bogotá, capital mundial del libro, entre los 39 escritores jóvenes más representa tivos de América Latina. 2004 Finalista del Premio de América insular y Guyana «Amedée Huyghues Despointes». Guadalupe por Silencios. 2003 Premio de cuento en el 3er Concurso Internacional «I colori delle Donne». Ascoli Piceno, Italia. 1999 Premio Editorial Lengua de Trapo, España, por la novela Silencios. 1998 Premio «Razón de Ser». Fundación Alejo Carpentier, La Habana. 63 ENTREVISTA A JOSÉ KOZER No me encasillen «Soy más jubu, o sea jewish budist, en esta etapa de mi vida, que otras cosas: entre otras cosas» Sarah Moldenhauer. Doctoranda de la Universidad de Leipzig. En La Habana ha preparado su tesis bajo la orientación de la Prof. Margarita Mateo, y participado en distintos proyectos culturales. 64 Revolución y Cultura Pág. 65: José Kozer leyendo el poema a su abuelo en Festival de Poesía de Rosario 2010. J osé Kozer es uno de los poetas más destacados cubano-judío-americanos. Publicó más de cincuenta libros, ganó varios premios, entre otros el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2013. Sus obras están traducidas a diversas lenguas. Tuve recientemente la oportunidad única de hablar con José sobre sus raíces cubanas, su identidad judía y su vida. S.M.: José, es realmente un honor para mí poder conocerte personalmente. Hace tres días vine de Cuba. Allá se habla mucho de ti, no solo en estos momentos… J.K.: Yo soy una persona mal vista en el exilio, y bien vista en Cuba. Pero en Cuba no puedo vivir. Y aquí tampoco puedo vivir. Entonces he hecho una vida totalmente solitaria. Primero en Nueva York, yo no vine a Miami. Vine a Miami por mis padres, que en paz descansen, para acompañarles en sus últimos años. Y también por razones de dinero, de clima, nuestras hijas. Esto era para nosotros lo ideal. Tuvimos la suerte de que compramos este apartamento a muy buen precio. Y aquí me voy a morir. Pero qué ocurre: que es una vida muy solitaria. Y claro, siempre uno está nutriéndose de sus propias entrañas. Hay un punto en que tengo que nutrirme del otro, de otros seres humanos. Eso es parte de la vida. Entonces lo que me ha faltado es eso. Pero dentro de esta complejidad, desde hace mínimo diez años, de Cuba están llegando jóvenes sensacionales, pero sensacionales, cultos, bien intencionados, con otra mentalidad, respetuosos, llenos de vida, dispuestos a luchar en este capitalismo brutal. Y estos jóvenes son ahora, acá, mis nuevos amigos, y un sostén de vejez que me trae mucha alegría. S.M.: ¿Por qué y cuándo te fuiste de Cuba? J.K.: Salí de Cuba en el año 60, en agosto, creo que el 19 de agosto del año 60. Más bien por razones parcialmente políticas, parcialmente, pero no mayormente, porque era un joven de veinte años inquieto, con necesidades intelectuales, descontento con las limitaciones que me imponía mi país, y deseando ver el mundo, deseando irme. Entonces la revolución, el cambio político, fue un acicate para tomar la decisión de irme. Creo que fui el primer cubano judío, de origen judío, de padres judíos, que salió de Cuba. Me fui de Cuba con veinte años y tuve, creo que, la sensatez de en vez de ir a Miami como todo el mundo, irme a Nueva York. Yo había vivido un año en Nueva York como estudiante en New York University, la ciudad me fascinaba, imagínate, el año 60, en medio de todo aquel torbellino de todas esas cosas que iban ocurriendo y tuve, pues, una vida muy bohemia, muy complicada, me casé muy pronto y muy mal con una mujer loca, o sea, loca de verdad, ella estaba loca de manicomio, con una hija que tuve que criar en situaciones económicas muy difíciles, sin dinero. Pero al mismo tiempo era una situación muy nutritiva para quien viene de un en el mismo bote, en la misma situación. Y todo esto es muy difícil, pero muy rico, muy rico. [...] Ese es el mundo en que todos nosotros estamos viviendo. Es la verdadera diáspora. La diáspora es Babel, es el lenguaje en su infinita multiplicidad donde la verdadera lucha, si eres un creador, es con la expresión, con el lenguaje. No hay otra lucha. Y entonces a mí me ocurre también que, por ejemplo, cuando alguien me conoce, de inmediato me dice, tú no hablas como cubano. Y entonces yo pregunto, qué es hablar como cubano, qué sabes tú de lo que es hablar como cubano. Los cubanos hablamos de una manera, pero esa manera va cambiando a través de los tiempos. Me dicen, pareces argentino. Y yo siempre digo, bueno, no me insultes [se ríe], ¿por qué parezco argentino? No, lo que pasa es que uno se vuelve en el exilio, con la diáspora, una persona muy mimética. Entonces estoy con mexicanos, a los diez minutos tengo acento mexicano; estoy con argentinos, tengo acento argentino; estoy con peruanos, tengo acento peruano. Pero todo eso que te cuento, en los años 60 y 70 era una cosa extrañísima y la gente me miraba y hablaba conmigo como si yo fuera un bicho raro, que probablemente lo era. Pero hoy en día es la norma. Hoy estamos todos en el mismo bote. Aquí viene gente cubana a casa y es muy interesante ver cómo, según la edad, el sitio del que viene, dónde vive, su situación personal, como su propio lenguaje, es un lenguaje que ya no es el lenguaje típico cubano en blanco y negro que yo conocí de muchacho. S.M.: Entonces, ¿nunca te considerarías parte del exilio sino más bien de la diáspora? J.K.: ¿Qué diferencias hay para ti entre exilio y diáspora? S.M.: Bueno, esa es la pregunta. Te la devuelvo. J.K.: Para mí el exilio es una situación política. Fuera del exilio está la inmigración que ya no es una situación política sino la económica del que emigra, y yo emigré también por razones económicas, nosotros perdimos todo lo que teníamos, o buena parte. Entonces como me dijo mi padre: aquí no queda nada. Desde este punto de vista para mí el exilio es una cosa muy restrictiva. Es ser un cubano que no vive en su país, que incluso le es muy difícil volver a su país y que vivió toda una vida, cincuenta y tres años en mi caso, exiliado. Exiliado quiere decir, como palabra, etimológicamente, estar fuera del tiempo. El significado de la palabra exiliado incluso no está claro. Revolución y Cultura mundo muy limitado, pues, como joven de veinte, veintiún años estoy leyendo a T. S. Eliot, estoy descubriendo a Pound, en inglés, un inglés que ni conocía. Pero voy leyendo a como puedo y malamente, leo, por ejemplo Poeta en Nueva York de Lorca primero en inglés. Son fenómenos que me empiezan a suceder, muy nutritivos. Creo que tiene que ver algo con el hecho de ser judío y de ser una persona diaspórica. Somos el pueblo del Libro, pero aparte de ser el pueblo del Libro, participo de la voracidad rabínica, dialéctica del judío, que es memorable. Creo que esa inquietud está en mí desde muchacho y me hizo irme de mi país. Como que también mi llamada identidad es una identidad nada clara. Y me alegro de que no sea clara porque la modernidad es el torbellino, la modernidad es un huracán y no esta cosa de que tú eres alemana y ahí termina todo. No, no, eres alemana y eres mil cosas más. Eres una joven, eres una mujer, eres una persona hablando un idioma que no es tu idioma materno, eres una vida, una vida existencial, una vida compleja como toda la vida de cualquier persona hoy en día, una vida que implica cómo me gano la vida, tengo que gastar dinero pero tengo poco dinero, etc. Estamos todos 65 Ilustraciones: Pastor Rivera. Revolución y Cultura 66 Y el concepto del exilio varía con las épocas. Por ejemplo, en la antigüedad china y coreana el exiliado era mal visto. Ser exiliado era lo peor que le podía pasar a un ser humano. En la modernidad y a partir del Romanticismo el exiliado está muy bien visto, es muy elegante, y si es un exiliado político, se ve bien, te invitan, te buscan, y todo eso es falso, todo eso es una mierda desde mi punto de vista. Entonces, el propio concepto del exilio ha variado entre Oriente y Occidente y a través de las épocas. En este momento ya el tema del exilio no se lo chupa nadie, está totalmente desprestigiado. Todo eso es un negocio, sobre todo aquí en Estados Unidos y estamos ya podridos de ver cómo lo explotan. Ahora, el tema de la diáspora para mí es muy distinto. La diáspora es la base de la existencia. Porque yo estoy, dado que me tengo que morir, en una perpetua diáspora ante la Nada, ante el desconocimiento más profundo. La idea de nacer, la idea de morir, en el budismo hay un kôan que dice, cómo era tu rostro antes de nacer. Para mí, ese kôan, tratar de entenderlo, es muy importante porque, en realidad, ese rostro antes de nacer es el rostro después de morir, y ese desconocimiento, esa intuición de algo que implica que todos tenemos una forma muy tácita y muy misteriosa de ser, anterior al nacimiento, participa de la verdad de la diáspora. Toda incomunicación es una forma de la diáspora, no del exilio. Toda esa desavenencia política, económica, social, humana, racial, sexual, genérica, etc. que vivimos a diario, que está día y noche en las noticias, es una forma de la diáspora. Entonces, esta soledad a la que en última instancia estamos todos condenados, ya que todos nacimos solos y nos morimos solos, es la diáspora. Para mí es la auténtica diáspora. S.M.: ¿Cada uno tiene su propia diáspora? J.K.: Sin duda. Sí. S.M.: Entonces la diferencia sería si la gente lo tiene en cuenta conscientemente o no. J.K.: Bueno, la diferencia está en enfrentarse con esta realidad. En el exilio no te queda más remedio que enfrentarlo porque es una cosa que te sucede. Yo me voy de Cuba; entonces, por definición, me consideran exiliado; y digo sí, soy un exiliado; bueno, ya lo asumo. ¿Qué tengo que enfrentar? No creo tener que enfrentar a este respecto gran cosa. Que tengo una situación difícil; mira, todo el mundo tiene situaciones difíciles. El problema del exiliado, y en el caso concreto del exiliado cubano, es que si eres escritor nunca has tenido el apoyo de un país, de una política, has sido mal visto siempre, a través de los años. ¿Tú no te puedes imaginar, Sarah, lo que era ser un exiliado cubano, fuera de Cuba, en los años 60? ¿En los años 70? S.M.: Era muy polémico, ¿no? J.K.: No, no era polémico, eras visto como la mierda. Toda la política izquierdosa, la americana –y yo soy un hombre de izquierdas, yo no soy un hombre de derechas, quiero aclarar eso, la persona que más odio se llama Bush, las personas que más odio y que más daño han hecho a la humanidad son Reagan, Cheeney, Kissinger– o sea yo soy del partido demócrata que para los exiliados cubanos es ser comunista. Fíjate qué locura. Yo soy un liberal de centro izquierda. Eso es todo. Y más, no me meto en política, no me interesa, no es mi mundo. Esta situación, en los años 60, ser un cubano fuera, yo te podría contar anécdotas por millares que se te pondrían los pelos de punta, de gente que ha sido amiga, que ha dormido en nuestra casa y que después no te publicaba, no te tocaba, simplemente porque eras un cubano fuera de Cuba. S.M.: ¿Porque todo el mundo estaba sospechando que...? J.K.: Claro, que todos nosotros éramos contrarrevolucionarios. Lo primero díos que son parte de mi inconsciente, parte de mis arquetipos junguianos. Pero no implica una religiosidad. Por eso digo que es más una etnia. Es decir, si yo estuviera en una situación en que tú con un rifle me dices si eres judío te mato, y si no me dices que eres judío, te puedes ir, yo digo, mátame. No lo pensaría dos veces. Porque esa identidad está viva en ese sentido. No quiero que me encasillen. Soy más jubu, o sea jewish budist, en esta etapa de mi vida pero lo soy entre otras cosas. Lo que más me gustaría es haber nacido pagano. La gran tristeza de mi vida es no haber hecho vida monástica. A mí la poesía me interfirió con mi vida espiritual. Yo no quiero ser poeta. Yo no quiero escribir poesía. Yo quiero ser un monje –y en esta etapa de mi vida un monje budista zen inquieto– y levantarme por la mañana a decir el Sutra del Corazón, que es el texto más importante de mi vida. Yo lo traduje al español, del inglés. El texto que más mueve y conmueve mi existencia hasta el día de hoy y el que me digo tres veces al día todos los días. Religiosamente es el Sutra del Corazón, es el sûtra más breve del budismo zen. Y me lo digo, cierro los ojos, me lo digo: no hay sufrimiento, no hay fuente, no hay alivio, no hay camino. La conmoción que yo siento es de una gran profundidad, afecta toda mi vida, toda mi existencia, toda mi poesía. Pero esto que te digo, que es de este momento (y este momento quiere ya decir quince años) fue así también con el judaísmo en otra época. S.M: ¡Muchísimas gracias! Hallandale, Broward County, 13 de marzo de 2014 Revolución y Cultura que hay que aclarar es quiénes son los revolucionarios. A estas alturas del juego, ¿cómo se define en este momento ser revolucionario? ¿Esa congresista imbécil que lleva aquí 30 años cortando el bacalao, como se dice, es una revolucionaria? ¿Es una mujer que merece ser congresista? Debería estar en la cárcel. Es una ignorante, es una bruta, ni sabe hablar el español y da vergüenza escucharla. No sabe bien hablar ni español ni inglés. Entonces, a mí no me hagas cuentos, a mí que me dejen tranquilo. En todo caso, conmigo no han podido. S.M.: ¿Cuánto influye el hecho de ser judío en tu biografía y hasta hoy? ¿Eres creyente? J.K.: No, yo soy, casi me inclino a decir, agnóstico. Soy incrédulo. Tengo dificultades religiosas. En toda mi poesía me meto constantemente con Dios. Si hay un Dios me va a regañar, pero terriblemente, cuando me muera. Va a ser algo terrible, porque lo merezco. Me enfrento con él, le grito, le chillo, lo contradigo. Y con el tiempo he ido variando de haber sido un muchacho que crece en el judaísmo, pero un judaísmo casi laico, porque mi padre era ateo hasta el día que murió, mis abuelos eran judíos ortodoxos por ambas partes, los que murieron en Polonia y los que estaban en Cuba. Pero toda mi familia se compone de judíos asimilados. Y si me aprietas un poco, no creyentes. Un día, ya al final de su vida yo estaba hablando con mi mamá y nunca voy a olvidar ese día. Le digo un poco así, para ayudarla, le digo, bueno, mamá, fíjate, a todos nos viene la muerte, pero vas a ver de nuevo a los abuelos, qué bonito, y un día yo llegaré también y estaremos juntos a una mesa, conversando, nos entenderemos ya perfectamente. Y me mira y me dice, pero ¿tú eres tonto? Y yo, bueno, mamá, yo sé que esto es una fantasía pero también es posible. Y dice, por favor, ¿de qué estás hablando? Yo pensaba que eras inteligente, mi hijo. Y esa es mi madre que iba al shul, a la sinagoga, pero desde una especie de judaísmo diluido y muy... es más la etnia que la religión. Por ejemplo, mi padre era muy judío. Pero era ateo. S.M.: Entonces, ¿qué quiere decir ser judío para ti? ¿Tú te consideras judío? J.K.: Sí, pero no con exclusividad. Yo me considero cubano, pero no con exclusividad. S.M.: ¿Qué implica entonces tu identidad parcial de ser judío? J.K.: Implica hacer nacido judío y haber crecido en una casa judía, tener referencias, memorias, recuerdos ju- 67 Joanna Russ (1937-2011), escritora y ensayista norteamericana, que impartió docencia en varias universidades de EEUU, entre ellas las de Cornell y Washington. En el mundo académico, es principalmente conocida por sus escritos feministas de crítica literaria; y en la literatura, por varias colecciones de relatos cortos, un libro de literatura infantil y especialmente por sus novelas fantásticas y de ciencia ficción (varias de las cuales están traducidas al español, como la que es probablemente su obra más famosa, El hombre hembra, en la que combina utopía y sátira). 68 Revolución y Cultura Marta Mateo. Profesora Titular de la Universidad de Oviedo, en España, donde imparte Fonética inglesa, Teoría de la Traducción y Traducción Literaria. Ha centrado su investigación en la traducción del humor, del teatro, de la ópera y de otros textos musicales, así como en la traducción audiovisual. Tiene también experiencia como traductora del inglés al español, tanto de obras académicas como de ficción. Su más reciente traducción, La expedición de Humphry Clinker, del escritor escocés del siglo XVIII Tobias Smollett, le valió el Premio de Traducción 2013 de la Asociación Española de Estudios Anglonorteamericanos. Russalka Russalka oo La La costa costa de de Bohemia* Bohemia* desde lejos Joanna Russ R ussalka podría estar viva hoy (se decía en el libro) si hubiera vivido en las profundidades del océano. Pero la Bahía de Bohemia es un remanso de agua estancada, en la que habita tan solo una pequeña comunidad de gente de mar y la vida resulta tranquila y agradable; ahí es donde nació Russalka. Era una chica de mar, o sirena, como se suelen llamar. Los seres marinos no tienen cola de pez, como nos cuentan algunas historias, sino que se parecen mucho a los humanos, aunque con sangre fría y membranas entre sus dedos, pies planos y palmeados, branquias y piel de color verde pálido, la nariz chata, y ojos glaucos con un párpado de más debajo del habitual, que se extiende como una película cubriéndoles el ojo cuando ellos quieren. «Glauco» quiere decir irisado, como el nácar. Este era el aspecto que tenía Russalka. Ella era una heredera entre su gente, lo cual la convertía en una estirada terrible. Nunca dejaba regalos para los jóvenes sirenos a los que agradaba, porque ninguno le agradaba, y torcía su morro chato ante la sabiduría de las viejas madres marinas, siendo además grosera con los ancianos de mar cuando le contaban que recordaban a su apuesto padre (que había muerto hacía ya unos años; como su madre, de hecho). Se limitaba a decir: «¡Tonterías!» Pero entonces comenzó a leer libros, lo que tuvo consecuencias funestas. En el océano profundo esto no habría producido daño alguno, pues allí tienen sus propios libros, junto con escuelas de mar, laboratorios de mar y universidades de mar, así que ella podría haber llegado a ser lo que quisiera. Pero la gente marina que habita la Bahía de Bohemia es agradable y aburrida y no escribe libros, de modo que Russalka comenzó a leer los de tierra firme y a soñar despierta sobre ese mundo. Nadie sabía cómo habían llegado allí los libros – se habrían caído de un barco o habían venido con una familia humana ahogada– pero en cuanto Russalka empezó a leerlos se puso más imposible que nunca. Despreciaba a toda la gente de mar y todo lo marino. Cuando los jóvenes sirenos y sirenas venían por las mañanas a preguntarle si quería acompañarlos a coger uvas marinas, o a cuidar del ganado de mar, recha- Ilustraciones: Hanna G. Chomenko luna, y por eso decimos que «están en la luna», pero la gente de mar lo llama «estar en el sol». Russalka también pasaba horas mirando los esqueletos de humanos ahogados que la gente marina había colocado en un cementerio rodeado de bellas plantaciones de algas y de anémonas de mar (que parecen flores pero son en realidad animales). Si caemos en su elemento, los seres marinos sienten lástima de nosotros y nos llevan a tierra (cuando pueden) o nos empujan fuera del agua para que podamos respirar, pero una vez que nos hemos ahogado no hay nada que puedan hacer. A Russalka los esqueletos, incluso sin su carne, le parecieron más hermosos que su propia gente. Una y otra vez leía los libros que tenía, para Revolución y Cultura zaba la invitación, y cuando contaban chistes o historias ella siempre estaba en otro sitio. En alta mar habrían sabido enseguida qué era lo que le ocurría y la habrían enviado a firmar tratados con las grandes ballenas o a trazar las corrientes frías de las profundidades abisales donde apenas se puede respirar –ni siquiera los seres marinos, a los que el frío vuelve lentos– y donde reina el peligro y la oscuridad. Pero la Bahía de Bohemia era cálida y poco profunda, y la vida en ella aburrida, así que Russalka se volvió una romántica. Se pasaba el día contemplando el sol a través del agua, bajo la cual el astro parece una flor temblorosa por encima de las olas. A quienes se comportan así nos los imaginamos mirando continuamente a la memorizarlos antes de que se pudrieran. (Uno era una colección de cuentos de hadas y otro era la Guía del Capitán Capek para la navegación costera, del que no comprendió nada). Soñaba despierta sobre el amor, pero no sobre jóvenes de su propia nación, pues ahora albergaba prejuicios hacia las pieles verdes, las narices chatas y las manos y pies palmeados. Ella soñaba despierta con los hombres de tierra. En resumen, lo único que le valía a Russalka en el amor era un joven humano, de piel blanca y pelo rubio. Pues bien, un día apareció el Príncipe de Bohemia cabalgando por la orilla de la playa, seguido de su séquito, y Russalka lo vio. Ese fue su final. Hubo quien dijo que habían sido los estandartes y los espléndidos adornos de los caballos, y que Russalka era ambiciosa, pero no os lo creáis. Fue mucho peor. Había contraído la enfermedad humana –que consiste en querer lo que no puedes tener– y en el fondo despreciaba a los de su propia especie. Era una chica osada y testaruda. Dedicó un día entero a pensar en el Príncipe, luego enterró los libros en el cieno del fondo del mar, vendió su ganado marino y las tierras de su familia, y con las ganancias en ambas manos (la gente de mar emplea conchas como dinero) fue a negociar con la gran bruja marina. –Conviérteme en una chica humana– le pidió. La bruja de mar se negó. Era una anciana encorvada, que no tenía pelos en la lengua y le dijo a Russalka que se estaba comportando como una idiota. Se ofreció a enviarla a la costa finlandesa para que aprendiese 69 Revolución y Cultura 70 magia, a la corriente de Labrador para convertirse en exploradora, o a la universidad al borde de la gran Fosa del Pacífico, donde estudian de todo y se pueden conocer sirenos y sirenas de todas las naciones. –¡Me tiraré a la arena y moriré a sus pies!– exclamó Russalka, pues la gente de mar se ahoga en el aire igual que nosotros lo hacemos en el agua. –¡Santo fondo, niña!– respondió la anciana bruja (jurando por el fondo del mar igual que nosotros juramos por el cielo cuando exclamamos «¡Santo cielo!»)–. ¡Todo esto por un ejemplar monstruoso que has visto una sola vez y cuyo cuerpo ni siquiera has podido tocar! Pero Russalka estaba decidida. Como decía la vieja bruja de mar, ardía de amor y Así que Russalka lo hizo. La mayoría de las cosas que tuvo que hacer eran tediosas y tuvo que apuntarlas en papel de mar para acordarse. Le llevó una semana entera conseguir los ingredientes, y casi todo un día juntarlos. Lo hizo en las aguas poco profundas con el fin de no ahogarse (de ninguna de los dos formas posibles) y, cuando terminó, estaba de pie en la arena de la playa, en medio del horrible y luminoso vacío del aire, sintiéndose cansada y terriblemente pesada al estar fuera del agua, y débil por el hambre que tenía. La bruja le había dado pies humanos para caminar y pulmones para respirar el aire, haciendo desaparecer sus agallas y membranas, y cambiándole también algo la forma. Pero la piel de Russalka aún era pálida, su sangre aún era algo peor. Pues el fuego del cuerpo se puede sofocar con alguien agradable y el del corazón con un amigo querido, pero el fuego de la imaginación es el mismo diablo. Y al final la vieja bruja marina terminó por acceder, diciéndole a Russalka qué hacer y cuándo. También le explicó lo que tenía que hacer si en algún momento quería dar marcha atrás, pero que debía hacerlo cerca del mar y saltar al agua inmediatamente; de lo contrario, se ahogaría en el aire. Todo era cuestión de valoración, destilación, radiación, hidratación y oxidación, pues la persona que vosotros y yo llamamos vieja hechicera era en realidad una científica distinguida. Pero se negó a aceptar las conchas, y le dijo a Russalka que las metiera en el banco o se las prestara a alguien, ya que las necesitaría cuando se cansara de «aquel tontaina descolorido» (como la bruja marina se refirió al Príncipe) y regresase al mar. fría y su larga cabellera aún era de color verde claro. Las facultades de la bruja no eran ilimitadas. Además, aún tenía sus párpados de más, la nariz chata y los ojos rasgados, y olía a agua salada. Pero según los cánones de tierra en Bohemia, era una mujer hermosa. Se dirigió caminando hacia el castillo del Príncipe, que se elevaba en un promontorio con vistas al mar. No estaba lejos, pero Russalka sentía debilidad a causa del hambre, y ya se notaba el frío de la noche, que siempre vuelve torpe y lenta a la gente de mar. Intentó cazar ratones para comer, pero sus dedos eran demasiado lentos y le pesaba el cuerpo al estar fuera del agua. A ratos caminaba y a ratos intentaba correr. Al final del trayecto se tiró al suelo de rodillas y fue avanzando a rastras ayudándose de las manos y las rodillas. Era ya pasada la medianoche cuando una extraña y bella mujer desnuda, vestida tan solo con su larga y verde melena, entró caminando en el patio del castillo, para caer desmayada sobre las piedras. Por supuesto el Príncipe enseguida quedó prendado de ella. Era hermosa y había aparecido en medio de la noche de un modo romántico y misterioso. Quizá él sufriera levemente de la misma enfermedad que Russalka, sintiéndose atraído por cualquier cosa que fuera exótica y diferente. Y diferente siguió siendo ella, pues su voz –hecha para el denso mar– le dolía tanto en aquel aire enrarecido y vacío que se vio obligada a permanecer en silencio. (Intentó repetidamente escribir en trozos de papel «soy una doncella de mar que hizo esto por amor a ti», pero nadie del castillo sabía leer.) Que te duelan los pies al caminar no es nada comparado a perder la voz. O a escribir notas que nadie puede leer y que a nadie importan. Pero todo mereció la pena cuando oyó al Príncipe decir que se había enamorado de una extraña Princesa (la suponía de sangre real, como él mismo) y que tenía intención de casarse con ella. En menos de una semana estaban casados. Russalka llevaba un vestido de novia de tierra, ribeteado de piel blanca por el cuello y con perlas cosidas por toda la falda de raso blanco, y el Príncipe hizo que le hicieran un vestuario entero para ella, compuesto de vestidos de color blanco o verde claro para que siempre pareciese una sirena o un ángel de nieve. Es costumbre, al contar este tipo de historias, describir el primer beso del Príncipe y la Princesa en su noche de bodas (si no la noche de amor entera), de modo que os contaré que, en cuanto los amantes se quedaron solos en su magnífica cámara nupcial, se besaron, sí, y esperaban que fuera algo bello y grandioso. No lo fue. A él ella le resultó fría y viscosa; a ella él caliente y áspero. Los dos le olían mal al otro. Él casi la suelta cuando vio cómo se le desplegaba el tercer párpado. Intentó seguir haciendo el amor, pues era un hombre amable y de buen corazón y ella era, después de todo, su esposa, elegida por él; pero no pudo. Se sentía perplejo y desdichado. Russalka garabateaba infinitas notas que él no podía leer y que la sirvienta barrió al día siguiente. Las cosas empeoraron. Al Príncipe seguía resultándole desconcertante que los ojos de ella se convirtieran en perlas inexpresivas, lo cual ocurría siempre que estaba cansada o aburrida, o pensando. Su cos- Estaba hechizada. El Príncipe tenía razón, por supuesto, pero lo había interpretado al revés: la palidez de Russalka, su lentitud cuando hacía frío, su piel viscosa, su extraño olor y sus raros hábitos de comer no eran obra del encantamiento (como creía el Príncipe) sino las únicas cosas naturales que quedaban de ella. El hechizo era en la otra dirección. Pero el Príncipe pensó que podía transformarla en una encantadora esposa humana y, en su alegría por este descubrimiento, mandó traer a toda prisa al mago de la corte. El hechicero le tomó el pulso a Russalka, le dio golpecitos en las rodillas, le miró la garganta, le examinó los ojos y le contó los dientes. Luego pronunció un poderoso ensalmo sobre ella. que la bruja de mar había realizado sobre Russalka con tanta facilidad no les resultó tan sencillo de eliminar a los magos de tierra, ni siquiera a los más grandes; pero al final el Príncipe envió a buscar hasta Transilvania (que quiere decir «a través de los bosques») al más insigne de todos los magos terrestres. Era un hombre muy muy anciano, con una barba blanca inmensamente larga, un temperamento que daba pavor, capa larga y azul y sombrero cónico. Era exactamente como imaginamos a los magos. Supo al instante que se enfrentaba a un hechizo de una potencia fantástica, pero también sabía cómo hacerlo desaparecer. Mandó que trajeran a Russalka desnuda ante él y toda la corte, y le dijo (ella ya no estaba en la No ocurrió nada. Entonces el mago lo intentó con la necromancia, la quiromancia, la geomancia, la maullidomancia y la megalopolismancia.1 Nada funcionó. Russalka no hacía más que escribir en trozos de papel: «No soy una princesa de tierra encantada, soy una criatura de mar encantada, ¡por favor, dejadme en paz!». Pero nadie le hacía caso. El mago sabía leer, pero solo un poco, y no le encontraba sentido alguno a su escritura. Así que al final le quitaron todo su material de escribir con el pretexto de que su «grafomanía compulsiva» (garabatear todo el rato) era parte del hechizo. Se mandó a buscar a otros magos. El Príncipe hizo que rastrearan a lo largo y ancho del país. Russalka intentó escapar por la ventana de su habitación pero la atraparon. Entonces intentó atrincherarse en su cuarto, pero la vigilaban constantemente. Hay que hacer notar que el hechizo fase de luchar y morder a la gente; ahora se encontraba muy cansada): –Te convertiremos en una mujer de verdad. Russalka se retorció las manos. –Sí, sí –continuó el viejo mago– ya sé que no te gusta cómo eres. Sé que te sientes rara, triste y fría. Ella se hincó de rodillas. Lo que quería decir era «dejadme volver al mar», pero por supuesto nadie la comprendió. –Sí, sí, sabemos que quieres que eliminemos el hechizo –dijo el viejo mago. Russalka abrió la boca para gritarle, pero no le salió sonido alguno. -Ya, ya –prosiguió el brujo en tono tranquilizador –. Lo solucionaremos todo. De su saco extrajo un polvo blanco que había estado preparando durante todo el día con su instrumental de magia: sus frascos y tubos, sus mechas, sus cuchillos y varas, sus trozos de animales muertos, su pólvora y hongos. Le lanzó el polvo a Russalka y Revolución y Cultura tumbre de cenar pescado frío –pues todo lo cocinado o caliente le producía náuseas– a él le molestaba. El modo en que se volvía más lenta hasta quedarse casi inmóvil al caer el sol lo aterrorizaba. Y en cuanto a la propia Russalka, sus elegantes vestidos le picaban de una forma insoportable, las faldas le pesaban en exceso, y quedarse dentro de casa, en el mismo sitio y bordando, la aburría soberanamente. Se pasaba el día esperando al Príncipe acompañada de sus doncellas, cuya piel áspera e intenso olor le repelían y cuyo parloteo le era odioso, y cuando él llegaba, el amor ardiente que ella había albergado en su corazón el día entero se apagaba. Trataba de recordar lo que había sentido cuando lo había entrevisto desde debajo del agua, pero no le servía de nada. Luego, cuando él se ausentaba, aquel sentimiento volvía a embargarla y lo amaba apasionadamente. Se cuentan historias de que en este punto el Príncipe volcó su afecto en una mujer de su propio pueblo, pero eso no es verdad. Seguía intentando amar a su esposa porque sentía que era su deber y, además, era un hombre bondadoso. Por su parte, Russalka no tenía más amigo que él en el castillo (las damas de la corte le tenían demasiado terror como para entablar amistad con ella) y le espantaba reconocer que se había equivocado. Así que los dos lo siguieron intentando. Además, ahora que se conocían un poco mejor habían comenzado a sentir algo distinto el uno por el otro: una especie de gentileza distante, de prudente cortesía, de lástima perpleja y desesperada, como la que sentiríais por alguien en apuros. Entonces, un día el Príncipe vio a su bella y pálida esposa sentada en un patio del castillo cerca de un estanque decorativo lleno de peces de colores. (Le gustaba sentarse allí pues el estanque le recordaba el mar, pero nadie lo sabía). Parecía triste y alicaída y él se acordó de cómo había surgido en la oscuridad de la noche tan solo hacía unas semanas. El corazón del Príncipe se conmovió. En ese momento, la encantadora y triste joven, que vestía un traje de raso brillante de color verde claro, sumergió en el estanque su manga ribeteada de armiño, cogió un pez con una mano sin guante, y se lo comió crudo. Podéis imaginar lo que sintió el Príncipe. Deseó con todas sus fuerzas deshacerse de Russalka y perderla de vista para siempre. Pero era un hombre de honor y se había comprometido con ella en matrimonio. Entonces se le ocurrió una solución, una idea hermosa y sencilla que, aunque era equivocada (como casi todas las ideas hermosas y sencillas), le proporcionó un consuelo maravilloso. 71 su pérdida –sí lo hicieron, durante un tiempo, recordándola como «Russalka, ya sabes, la chiflada»– y nunca dejaría que su recuerdo se apagase. Hizo un esfuerzo por mirarla. Las branquias de Russalka se abrían y cerraban frenéticamente. Se tambaleaba por el suelo de mármol de la sala del trono, dando sacudidas similares a los coletazos de los peces cuando se les saca del agua. Él intentó decirle algo: que lo sentía de veras, que podían empezar de nuevo, que ella podía retornar a su forma anterior si así lo quería, que por fin la veía tal como era y que sabía que era hermosa entre su propia gente. La agarró del brazo. El párpado de más en los ojos de ella se desplegó, dejándole la mirada sin expresión. Russalka intentó hablar, en aquel aire enrarecido y luminoso, pero todo lo que le salió fue una especie de silbido tenue; entonces, a pesar del dolor (pues se estaba ahogando en el aire), logró pronunciar una palabra, la única que consiguió decirle jamás al Príncipe. Iba dirigida a ellos dos. –¡Idiota! Y a los pies de él se inclinó, cayó, y quedó tendida; a sus pies se inclinó, cayó, y quedó muerta. Jeff Noon 72 Revolución y Cultura Traducción: Marta Mateo enseguida esta quedó envuelta en una nube pálida, similar a la niebla que se forma en el mar por la noche. A través de ella el Príncipe pudo ver que algo brillaba y cambiaba. Esperó ansioso a que la nube desapareciera para dejarle ver a su bella esposa humana, pero cuando la nube por fin se desvaneció –y él consiguió ver a Russalka–, esta no le pareció ni bella ni humana en absoluto. Parecía una rana gigante. El Príncipe quedó horrorizado. Pensó que Russalka era una mujer demonio que se había hechizado a sí misma para destruirlo. Su piel verde le resultaba horrible y las membranas que unían los dedos de sus pies y de sus manos le daban asco. Creía que sus agallas eran un cuello de encaje, hasta que empezaron a abrirse y cerrarse y entonces él se percató de que formaban parte de su cuerpo y tuvo que apartar la vista. Era incapaz de mirarla. Más tarde se daría cuenta de lo que había hecho y sentiría una profunda lástima por Russalka. Era un hombre bueno, y la idea de que una doncella de mar muriese de amor por él no le producía ningún placer. Solo cuando fuera anciano y hubiese perdido ya un poco la cabeza, se congratularía en secreto al pensar: «soy el único Príncipe en el mundo entero que ha visto a una doncella de mar morir de amor por él». Se casaría, por supuesto, no sólo porque es el deber de un Príncipe sino porque lo desearía; pero haría construir un monumento alrededor del estanque de peces de colores, hecho de columnas, un techo y un muro bajo, el cual mandaría decorar con pinturas de todas las criaturas marinas. Haría que se compusieran canciones e historias sobre ella, y se preguntaría si sus amigos de mar lloraban Notas * Esta publicación ha sido posible gracias al permiso del editor del volumen en que fue publicado el cuento original: Jack Zipes (ed.) 1986. Don’t bet on the Prince: Contemporary Feminist Fairy Tales in North America and England, Nueva York/Londres: Routledge. 1 La «necromancia» consiste en hacer magia utilizando muertos; la «quiromancia» consiste en hacer magia utilizando pájaros; la «geomancia» es magia con la tierra; la «maullidomancia» es magia que implica a los gatos (no sé si se usan gatos o son los propios gatos los que hacen la magia); la «megalopolismancia» es magia con ciudades muy grandes. Ni solaz, ni esparcimiento Alain Serrano L La puesta a prueba de su teoría entrañaba asesinar el ser nocivo y parásito. Blanco: Aliona; no Lizaveta. De lograrlo justamente así y no sentir arrepentimiento hubiera quedado probada la teoría en todas sus partes y, por el contrario, de lograrlo justamente así pero con un consiguiente arrepentimiento, hubiera caído la teoría por su base, límpidamente. «No matarás». ¿Por qué, pues, Dostoievski enturbia y enmaraña las cosas deliberadamente? He aquí un verdadero problema, pero un asombroso acierto, pues de poder hacerse el experimento como en una campana neumática, en condiciones de laboratorio, no hubiera sido ya «la vida» (555-556). Este es el centro de la sabiduría de Dostoievski, creemos, la vida, y tanto la pregunta –y sobre todo la pregunta– como la respuesta son esclarecedoras y definitivas. La autora volverá sobre Dostoievski – uno de sus temas– en otro de sus ensayos de «El pequeño drama de la lectura»: «Dostoievki seráfico». La explicación del epílogo de Los hermanos Karamazov, las palabras de Aliosha a un puñado de niños reunidos, que dicen, retengan este buen recuerdo, el de la infancia, el de estar reunidos aquí. «La vocación moral del novelista es tan indeclinable que nos ha llevado a través de 1369 páginas que relatan la historia de un padre infernal, para inculcar la noción de que la etapa de la infancia es sagrada» (401). Dice Maggi y he aquí el detalle seráfico del título: los niños, en el ejercicio difícil de la madurez de la vida –siempre la diana de Dostoievski–, podrán ponerla a salvo por el buen recuerdo, por el recuerdo de un querubín –ellos mismos– en el ayer. El antiguo estudiante suspira reencontrado con los Dei Maiores del pasado. Reconoce la altura que alcanzó la docencia universitaria habanera en los temas de Literatura Universal, reconoce que no se tuvo necesidad de recurrir exclusivamente a la herme- néutica europea, que teníamos nuestras propias palabras para hablar de Dante, Dostoievski, Stendhal…Reconoce que estos ensayos tienen algo así como un barniz clásico; que el desconocimiento en este caso nos pudo hacer culpables. Sí, digámoslo, la visión de lo clásico se apodera de nosotros, el cómo un cubano puede hacer un análisis paradigmático, señero, como debe ser. Esta es la sensación que se tiene tras la lectura de los ensayos de Beatriz Maggi –llenos de descubrimientos–, quien no tiene embozo de decir «Esto es literatura». Nosotros, lectores asustados por cuanta teoría que buscaba la literaturidad, por cuanto profesor que nos decía «maticen», nos aterrorizamos cuando alguien con el dedo definitivo nos apunta esto es literatura. Y sucede. Sucede que Beatriz Maggi lo dice. En «El quiasma stendhaliano» –otro de los ensayos de «El pequeño drama de la lectura»–: Todo lo que hace Stendhal es producir un silencio que pugna por ser escuchado por el lector, en el cual el brazo avanza hacia el torso y los ojos de Julián le persiguen. Esto es literatura: a golpe de palabra, y sin imagen visual, se obtiene la escena pero el efecto es el contrario, de pantomima: se ve la escena y no se escucha el narrador (364). La autora se refiere a aquel primer encuentro entre Julián Sorel y Mme. de Renal y en esencia a la reacción de esta primera escena juntos: «Al cabo de algunos instantes se reprendió a sí misma: le parecía que no se había indignado con bastante prontitud». Revolución y Cultura a palabra conducente, conjunto de ensayos de Beatriz Maggi, es demasiado grande para ser un libro. Desde las aulas de Letras se recomendaba –lo recomendaba Mayerín Bello– la lectura de «Ugolino el caníbal». Lecturas apresuradas de Dante eran las que teníamos en las manos, malas traducciones, ajustes de cuentas con la interpretación subjetiva del Romanticismo, el sistema judeo-cristiano de Erich Auerbach y sus complejas derivaciones; pero nunca leímos «Ugolino el caníbal». Pereza, eurocentrismo. Y ahora el encuentro, el empezar por aquella pestaña y darnos cuenta. Nostalgia. Maggi estaba a la altura, por encima; nuestra ceguera, nuestra creencia –la de todo estudiante entusiasta y creído– era que nosotros estábamos por encima. Y leemos «Ugolino, ciego ya, se anduvo moviendo entre sus amados cadáveres, llamándolos uno a uno y palpándolos por espacio de dos días después de muertos. No ya macabra o siniestra, sino burda y antiliteraria resulta la imagen» (263)*. Cierto. ¿Quién habría podido creerle a Borges la imagen del canibalismo de Ugolino? Nosotros lo hicimos, alucinados, epígonos, sonrientes y cómplices. Y esto es solo un ensayo dentro de un libro de ensayos El pequeño drama de la lectura (1988), que ahora es un ensayo («El pequeño drama de la lectura») dentro de otro libro de ensayos La palabra conducente (2013). Paciencia, lector, pero más bien, «¡Ni ‘solaz’, ni ‘esparcimiento’, lector! Plato fuerte. Y arréglatelas como mejor puedas» (559), como dice la propia Maggi en el Prólogo (1982) a Crimen y Castigo, de Dostoievski. Porque en cada uno de estos ensayos nos veremos enfrentados a nuestras carencias y al método riguroso del conocimiento erudito. Porque, nosotros, los lectores, seremos asombrados cuando se nos diga que Lizaveta Ivánovna existió primero en La reina de espadas, cuento de Pushkin de 1834, y que las acciones originales de Raskólnikov las encarnó Herman, el protagonista de Pushkin. E ir más allá, al meollo de la novela: 73 Revolución y Cultura 74 Esta pequeña oración, este flequillo hace fulguraciones en la imaginación de un lector avezado, que ve, que constata y que lanza el grito de susto y victoria, como ante el avistamiento de un unicornio, la literatura, la poesía (Ah, que tú no escapes, se parafrasearía…). Y esto nos regala, de lector a lector, Beatriz Maggi, el momento de la visión y del apresamiento; la mano en alto. ¿Qué más decir sobre «El pequeño drama de la lectura»? Diríamos mucho más, pero seríamos injustos e incompletos. Hablemos de lo que nos queda en la otra orilla, a nosotros los lectores, La voz de la escritura (1997). «La voz de la escritura» guarda las aficiones infaltables de nuestra ensayista. Descendiendo por el lenguaje de las entrañas, como por una arteria llena de conocimiento cordial, nos encontramos «Emily Dickinson, la infalible». Aquí habla la voz de la admiración más rendida, la lectora más candorosa, la que cita in extenso porque es la mejor forma de explicar. Cuando se lee este pequeño ensayo, se siente el sabor de las palabras aún en la boca, ahora dichas o semidichas. ¡Se ha esperado tanto…! ¿Y qué encontramos? Puras revelaciones: Emily Dickinson penetra, sin lastimarlos, los recintos más secretos de su espíritu, las celdas de su mente […] Halla espacios y los nombra y los instituye con pasmosa vertiginosidad. […] Para forcejear con Dios y abatirlo, sus grandes zancadas por el cosmos tienen que traducirse estilísticamente en descomunales elipsis, so pena de que la palabra quede a la zaga del pensamiento. (463) Entonces se entiende la preferencia por los versos de Dickinson en el «Envío» por sobre los de Wordsworth. Precisamente lo primero que leemos de La palabra conducente es: «Mi docencia y mis ensayos (toda mi vida profesional) han estado inspirados en el Dictum de Dickinson –más abajo recogidos–» ([7]): A word is dead When it is said Some say. I say it just Begins to live That day. William Wordsworth había dicho al final de «The solitary reaper» (1803): «The music in my heart I bore, / long after it was heard no more». ¿Es esta preferencia entonces una filiación genérica o tiene un sentido más profundo y concluyente? Creemos que es el que se define por la diferencia que hay entre music y word. Beatriz Maggi ha echado su suerte por la palabra, en primer lugar, ha echado su suerte por la literatura. Por donde quiera que la sierpe plateada de la palabra se escabulle, va en su búsqueda. No solo por entre los cauces clásicos del teatro, la novela o por entre la prosa o el verso, sino además por las encrucijadas, la prosa poética, por ejemplo, de las Iluminaciones, de Rimbaud. Y aquí nuevamente, el pensamiento ahonda y descubre aciertos: «El poema se constituye por una reunión de hitos fulminantes» (493), dice en una parte; y añade en otra que «no viene confinado por la estructura de la composición» (495). Eureka, «la simultaneidad de la contemplación» (495) y «nuestro ojo salta paroxísticamente» (494). ¿Qué más decirte, lector? Lee la clase de objetividad que es «Ezequial Vieta: siendo», a la par de crítica amorosa; no te olvides de buscar la revista Revolución y Cultura, el número 2 del 96, que de seguro tienes guardado, y mira en la página 60 lo que acontece. De seguro te encontrarás con que «No importa quién mató a Iván Ivanovich». No te diré nada, solo que este texto también puedes encontrarlo en «La voz de la escritura», como los ensayos de «Panfleto y Literatura», donde se habla de Mark Twain y de Jonathan Swift. Y no te olvides de los «Otros ensayos»: allí, delan- te de nuestros ojos pasan las imágenes de Suite Habana, o las del rescate de Héctor. No queda nada más que decir… o acaso sí. Lo más importante: Shakespeare. Aquí no cabe más que el terror, lector. Si existe un sistema de conocimientos organizado en el universo intelectual de Beatriz Maggi, el más portentoso visible es el que se asienta alrededor de William Shakespeare, sol incandescente. Shakespeare por todas partes; y sobre todo en «El cambio histórico en William Shakespeare». Aparecido como sombra en el entrevisto, acaso engaño de los ojos, pero allí estaba, una pequeña cita, una referencia, una compañía de ballet, el análisis más profundo de tan solo dos palabras, la sociedad, la realeza, los dichos y refranes rescatados como se decían y debieron entenderse. Lo encontrarás todo de Shakespeare, lector. Sí, no tengas miedo de decir todo, no matices, porque no podrás, porque de verdad, está todo. Por eso es que La palabra conducente es demasiado grande para ser un libro, porque se necesitará la misma altura, porque tendrás que esperar el momento vital en que no seas presa del vértigo y te acostumbres a la letra. Pero… después del terror, el reconocimiento de las palabras paulatinas que abren el entendimiento, de Virgilio y otros cicerones que nos conducen a nuevos mundos abisales de sabiduría los cuales, a no ser por esa luz, en verdad serían indiferentes, sepultados para el resto de nuestras vidas. Así que agradece y a la vez, recuerda «¡Ni ‘solaz’, ni ‘esparcimiento’, lector! Plato fuerte. Y arréglatelas como mejor puedas». Nota * Todas las citas son de Maggi, Beatriz: La palabra conducente, La Habana: Letras Cubanas, 2013. Voces alemanas para la literatura de lengua española Olga Sánchez Guevara extendida en todas partes está la costumbre de silenciar la incomparable y fundamental tarea de los traductores en general. Su caso, sin embargo, fue excepcional, y rara era la ocasión en que los críticos alemanes, austriacos o suizos no destacaban su labor, al reseñar alguna obra vertida por Elke al alemán».3 I Ahora, el frescor del mar. La gran sombra de los velámenes. La brisa norteña que, después de correr sobre las tierras, cobraba nuevo impulso en la vastedad, trayendo aquellos olores vegetales que los vigías sabían husmear desde lo alto de las cofas, reconociendo lo que olía a Trinidad, a Sierra Maestra o a Cabo Cruz. Con una vara a la que habían fijado una pequeña red, Sofía sacaba maravillas del agua: un racimo de sargazos, cuyos frutos hacía estallar entre el pulgar y el índice; un gajo de mangle, aún vestido de ostras tiernas…1 didos y La consagración de la primavera, entre otros títulos– Botond recibió en 1984 el premio Johann Heinrich Voss de la Deutsche Akademie für Sprache und Dichtung (Academia Alemana de Lengua y Creación Literaria) de Darmstadt. Pero su labor alcanzó también a otro grande de la literatura cubana, José Lezama Lima, cuyo Paradiso tradujo junto a Curt Meyer-Clason; e igualmente a otros escritores latinoamericanos como Isabel Allende, Pablo Neruda, Juan Carlos Onetti y Mario Vargas Llosa, y a los franceses Voltaire, Michel Foucault y Marguerite Yourcenar. Elke Wehr (1946-2008) estudió lenguas romances en las universidades de París y Heidelberg, y tradujo del francés, el italiano y el español, idioma al que se dedicó más asiduamente. Desde 1970 comenzó a traducir a autores españoles y latinoamericanos, entre ellos Alejo Carpentier (El recurso del método), Javier Marías, Mario Vargas Llosa, José María Arguedas, Julio Cortázar, Octavio Paz, Ricardo Piglia, Augusto Roa Bastos y Jorge Semprún; su obra de traductora mereció en 2006 el premio Paul Celan del Deutscher Literaturfonds (Fondo para la Literatura Alemana). A la muerte de Wehr, en 2008, escribió el español Javier Marías: «Como correspondía a su oficio de traductora al alemán, su nombre no dirá nada a los lectores de nuestro país. Lo normal sería que tampoco dijera mucho a los del suyo, tan Contaba Gabriel García Márquez que, antes de decidirse a escribir Crónica de una muerte anunciada estuvo narrando la historia durante treinta años a cuantos amigos y conocidos quisieran oírla. El suceso, ocurrido durante la infancia del autor en su pueblo natal, se convertía así en materia para una portentosa novela breve, donde cada palabra parece estar –y está– en su justo sitio, y donde nombres, adjetivos, verbos, diálogos y silencios tienen connotaciones de importancia capital para la acción. El propio García Márquez ha dicho que traducir es la manera más profunda de leer,5 aludiendo a la necesidad de una lectura detenida y analítica del texto base antes de emprender una traducción; tal vez una profunda lectura previa haya sido el motivo de que la versión alemana de la Crónica la realizaran «a cuatro manos» dos experimentados traductores, Curt Meyer-Clason y Dagmar Ploetz. Para poder reescribir en otro idioma un texto que tardó treinta años en llegar al papel, mejor dos cabezas pensantes que una. Curt Meyer-Clason (1910-2012) hizo en su juventud estudios de ciencias comerciales, y desde 1936 fue viajante de comercio en Francia, Argentina y Brasil, donde por ser Revolución y Cultura Cualquiera que haya leído al menos una novela de Alejo Carpentier, y que alguna vez haya intentado traducir «en serio», puede imaginar la tarea que enfrentaron quienes han llevado la obra del premio Cervantes de 1977 a otros idiomas. Ellos merecen reconocimiento, y lo mismo vale para todos los traductores de literatura, quienes, con su labor hacen posible a los lectores acercarse a obras literarias escritas en lenguas ajenas. Como afirman Bettina Schnell y Nadia Rodríguez en su estudio «Análisis contrastivo de traducciones como aproximación a la enseñanza de la traducción literaria»,2 «la figura del traductor como mediador entre culturas [...] cobra especial importancia, puesto que en la cultura meta el texto origen pasa a un plano secundario, y la traducción adquiere todo el protagonismo. Esta última se convierte en un texto autónomo que el lector tiende a leer como si del original se tratara...» Dediquemos una breve mirada al trabajo de algunos colegas que han trasladado o trasladan nuestras literaturas a la lengua alemana. Anneliese Botond (1922-2006) cursó estudios en la Universidad de París, y trabajó como editora y traductora para las editoriales Insel y Suhrkamp; desde 1960 comenzó a traducir obras de autores franceses y latinoamericanos. Por sus versiones de Carpentier –de quien tradujo Concierto barroco, El derecho de asilo, El arpa y la sombra, El acoso, Guerra del tiempo, Los pasos per- II Ella se demoró apenas el tiempo necesario para decir el nombre. Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre. –Santiago Nasar –dijo.4 75 76 Revolución y Cultura En la página anterior: Anneliese Botond. A la derecha de estas líneas, de arriba hacia abajo: Curt Meyer Clason, Ploetz Dagmar y Susanne Lange. ciudadano alemán (Brasil estaba en guerra con Alemania) fue enviado en 1942 a un campo de internamiento, en el que permaneció hasta 1944. Por ese insólito camino descubrió la literatura, y al regresar a Alemania en 1955 comenzó a trabajar como redactor editorial. Desde 1960 tradujo a autores portugueses, españoles, latinoamericanos y otros. También narrador y ensayista, Meyer-Clason mereció varios premios como traductor, y realizó un significativo aporte a la recepción de la literatura latinoamericana contemporánea en el ámbito de la lengua alemana. Murió a los 101 años en Munich. De Gabriel García Márquez tradujo en solitario Ojos de perro azul, La mala hora, El otoño del patriarca, Cien años de soledad, La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y otras obras. Su impresionante curriculum de traductor desde varias lenguas incluye a autores como Rafael Alberti, Jorge Luis Borges, Rubén Darío, César Vallejo, Miguel Delibes, José Lezama Lima, Jorge Amado, Carlos Drummond de Andrade, Mário de Andrade, Camilo Castelo Branco, Clarice Lispector, Joaquim Maria Machado de Assis, Eça de Queirós, João Guimarães Rosa y Junichiro Tanizaki. Dagmar Ploetz nació en Alemania en 1946; de 1948 a 1965 vivió en Argentina. En la Universidad de Munich estudió germanística y lenguas romances, mientras se desempeñaba como periodista y redactora editorial. Desde 1984 trabaja como traductora independiente. De Gabriel García Márquez tradujo en solitario Memoria de mis putas tristes, El general en su laberinto, El amor en los tiempos del cólera, Noticias de un secuestro, Del amor y otros demonios y la autobiografía Vivir para contarla. Otros escritores a quienes ha traducido son Isabel Allende, Gioconda Belli, Juan Marsé, Marco Antonio de la Parra, Manuel Puig, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa. III En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. (…) Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos en que estaba ocioso –que eran los más del año– se daba a leer libros de caballerías (…) Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido…6 La primera traducción (parcial) del Quijote al alemán abarcaba veintidós capítulos de la novela, y data de 1621; el traductor fue Pahsch Basteln von der Sohle. Durante el período romántico apareció la traducción completa, hoy clásica, de Ludwig Tieck (1799-1801); la de Ludwig Braunfels (1883) fue considerada la más fiel al original y la más erudita. Mediante las traducciones del Quijote se acercaron a él Herder, Schiller y Goethe, quienes lo valoraron altamente; lo mismo ocurrió con Lessing y Heine, y ya en el siglo XX con Kafka, quien escribió un apólogo titulado La verdad sobre Sancho Panza. En su viaje a Estados Unidos en mayo de 1934, Thomas Mann llevaba un ejemplar de la traducción del Quijote por Tieck, y reflejó esa experiencia en su ensayo A bordo con Don Quijote, una defensa de los valores de la cultura europea amenazada por el fascismo en ascenso. En 2008 se publicó una nueva versión,7 realizada por Susanne Lange, muy elogiada por la crítica. Filóloga y traductora literaria, Susanne Lange (1964) estudió germanística y teatrología, y ha impartido clases de literatura y traducción en la Universidad de Tübingen y en la Universidad de los Andes, Bogotá. Desde 1992 se desempeña como traductora independiente y asesora editorial. Entre otros reconocimientos, recibió en 2005 el premio de traducción de la Embajada de España en Alemania por su versión de La realidad y el deseo, de Luis Cernuda; el jurado elogió la maestría demostrada al traducir un texto lírico de gran dificultad. En 2009 le fue otorgado el premio de traducción de la Deutsche Akademie für Sprache und Dichtung (Academia Alemana de Lengua y Creación Literaria), por sus traducciones desde el español, y en particular por la nueva versión del Quijote. Además de Cervantes y Cernuda, Lange ha traducido a Lydia Cabrera, Abilio Estévez, Federico García Lorca (Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa, Yerma), José Kozer, Fernando del Paso, Octavio Paz, Juan Rulfo y Juan Villoro, entre otros. Sobre la traducción alemana del Quijote por Susanne Lange se ha dicho que «mantiene el ritmo y la exactitud, el humor y la opulencia de Cervantes» (Heinz Schlaffer, Süddeutsche Zeitung, 14.10.08), y que «conserva toda la riqueza de ese libro maravilloso» (Martin Ebel, Tages-Anzeiger, 16.12.2008). En otros ámbitos lingüísticos, el ingenioso hidalgo de La Mancha emprende una vez más sus viajes y aventuras, como otros tantos personajes literarios, por la indispen- ¿Quién será Míster Penn? Félix Contreras Notas 1 Alejo Carpentier, El siglo de las luces. La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1974, p. 83. 2 En aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/ index.php/ 3 En www.elpais.com 4 Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada, La Habana: Casa de las Américas, p. 65. 5 Gabriel García Márquez, «Los pobres traductores buenos», en La soledad de América Latina, La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1990, p. 65. 6 Miguel de Cervantes y Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en Obras completas, Madrid: Ediciones Aguilar, 1946, p. 1120. 7 Miguel de Cervantes Saavedra: Don Quijote von der Mancha. Munich: Hanser-Verlag, 2008 (2 tomos), traducción de Susanne Lange. P Relata Renato Ortiz que «este misterioso americano, que había venido de Cuba para administrar la publicidad de Colgate y Palmolive», frecuentaba, con sus empleados, el famoso café Mappin de Río de Janeiro, donde hacía reír a sus contertulios bailando los sambas de moda y tomaba apuntes de personajes, chistes, acontecimientos, lenguaje popular que luego recomendaba colocar en novelas y programas humorísticos. El Míster Penn era de anjá... Notas: 1 Hemos consultado, infructuosa-mente, innúmeras fuentes en busca de información sobre este personaje, obviamente, incluyendo el men-cionado libro de Oscar Luis López. 2 Como señala Oscar Luis López en su imprescindible libro La radio en Cuba (Letras Cubanas, 1985) «La técnica de anunciar empieza a consolidarse durante la década del 40, y se introducen en Cuba los principios teóricos y las normas prácticas desarrolladas en los Estados Unidos de Norteamérica en la nueva disciplina conocida como la publicidad». Revolución y Cultura rimero fueron amigos de São Paulo y, luego, un valiosísimo libro: La moderna tradición brasileña, del minero Renato Ortiz, los que me preguntaban con repetida insistencia: «Contreras, ¿quién es Míster Penn?»1 El enigmático personaje es uno de los muchos eslabones de esa larga cadena que compone la fascinante historia de la radio y la televisión cubanos pues, como señala el propio Ortiz, «hasta la década de 1950 este país [Cuba], tenía una posición privilegiada en América Latina respecto a su sistema de radiodifusión y, lo mismo en el resto del mundo» […] Pues, Míster Penn fue uno de los técnicos norteamericanos (y cubanos) asentados en La Habana y enviados a otros países de Nuestra América para dar asesoramiento a emisoras de radio primero, y luego la televisión. Y en La Habana, trabajaba igualmente como asesor de publicidad2 al servicio de empresas de aseo personal como Colgate y Palmolive. Desde esa posición decidía, sugería, ponía y quitaba del aire novelas y programas humorísticos de acuerdo con el rating o nivel de audición y preferencia. Las técnicas de publicidad habían alcanzado altos índices de consumo y desarrollo en la industria radiofónica, sobre todo a partir de su modernización con la apertura en 1948 de Radio Centro por Goar Mestre, en la que sería en la década siguiente La Rampa habanera de El Vedado. Siboney, Obelleiro-Carvajal, Guastela, entre otras, eran subsidiarias en La Habana de importantes empresas publicitarias de Estados Unidos que mandaban a la capital cubana técnicos, especialistas (como el Míster Penn de marras) que, desde ella se desplazaban a otros países latinoamericanos como Brasil que llegaría a contar con grandes centros como TV Rio, Radio Bandeirantes, Tupy, Radio Excelsior, Red Globo y otras que también compraban a La Habana libretos y grabaciones de programas ya trasmitidos en la isla. Ilustración: Félix Contreras sable mediación intercultural del traductor, que agradecen autores, libros y lectores. 77 SED, en Mayo Teatral 78 Revolución y Cultura Reny Martínez L a Compañía Nacional de Danza Contemporánea con sede en la ciudad caribeña de Santo Domingo, que cuenta desde hace poco más de dos años con la dirección artística y general de la coreógrafa y bailarina cubana Marianela Boán, ofreció en el inmenso escenario del Teatro Mella de Habana su más reciente estreno, Sed, único espectáculo dancístico inscrito en la intensa programación del festival latinoamericano y caribeño Mayo Teatral, que anualmente organiza la Casa de las Américas. La propia Boán define Sed como un espectáculo de danza contemporánea en el que se mezclan la danza, el teatro, el canto, el video, el trabajo con el objeto y la música sobre la escena, la pieza de poco más de sesenta minutos evoluciona en el desarrollo pautado y aleatorio que desarrollan con apasionada entrega las tres parejas de ambos sexos, alrededor de un objeto presente en la vida cotidiana de esta isla caribeña: el botellón de agua de plástico transparente. Es, en Sed, el objeto que traza el camino hacia «la exploración poética de las identidades dominicanas, desde la perspectiva de la raza, el género, el poder y la cultura». La isla es el hervidero metafórico de un «patio lleno de botellones vacíos», de personajes refugiados en «la contemplación», militares seniles, sirvientes, recetas de los platillos más populares, como el mangú, el sancocho, en vivo, inclusive fragmentos de discursos del cruento dictador Rafael Leónidas Trujillo y del octogenario expresidente su sucesor a lo largo de varios períodos hasta 1996, Joaquín A. Balaguer, quien falleciera plácidamente en su cama en 2002. Con una inteligente y efectista música original de Jorge Read, quien la ’manipula’ desde su computadora portátil en directo o discursos alambicados, así como ritmos tales como el merengue, el hip hop, el salve. E igualmente observamos referencias a los instrumentos de tortura, que esta vez será «para volverse blancos». Y siempre estará presente el humor en sus momentos de histrionismo. La obra, por las excesivas reiteraciones posmodernas, decae en su segmento central. En cambio, se recupera en los veinte minutos finales, con los movimientos en allegro presto de los bailarines y el logrado elemento sorpresa del cierre, al descorrerse las cortinas del ciclorama negro y aparecer una piscina circular con seis botellones de agua colgantes como duchas. Todos se desvisten, y se aprestan a darse un placentero duchazo colectivo antes del blackout conclusivo, el consuetudinario apagón quisqueyano. La iluminación fue elemento decisivo para el impacto climático que consiguió aplauso cerrado, aprobatorio de la numerosa audiencia. Mayo de 2014. Espectáculo Sed, de Marianela Boán, con la Compañía Nacional de Danza de República Dominicana. Este espectáculo fue presentado en el teatro Mella de La Habana, como parte de la programación del evento Mayo Teatral 2014, organizado por la Casa de las Américas. Fotos: Buby. Irene Rodríguez y su compañía de danzas españolas Reny Martínez L lables relevantes de Irene en las obras de Manuel de Falla, la Danza Ritual del Fuego y escenas de la Suite de El sombrero de tres picos, donde demostró su pasión y técnica brillante. Y en general, contaron con figurines de buena factura y diseños de muy buen gusto. La segunda parte estuvo más enfocada hacia los palos del flamenco donde, tanto los solistas como el cuerpo de baile, tuvieron un desbordamiento emotivo que cautivó al público: una juvenil y espigada Irene, con su presencia carismática se impone ante cualquier posible reproche, ya sea por sus port de bras, o por la colocación de unas lamparitas de cristal colgantes algo innecesarias, en mi opinión particular, o las cargadas ‘balléticas’ algo complicadas y riesgosas, que lindan en el efectismo, a veces injustificado. La mayor parte de los títulos de esta segunda parte flamenca constituyó el plato fuerte del siguiente fin de semana ofrecido por Irene Rodríguez y su compañía, siempre a teatro lleno, en el más íntimo Irene Rodríguez y su compañía de danzas españolas en Sinfonía española de lo clásico al Flamenco. escenario del Teatro Martí –joya decimónica de la capital cubana que cumple sus 130 años – espléndidamente recuperado por los especialistas de patrimonio de la Oficina del Historiador de la Ciudad, tras dos décadas de ingentes esfuerzos humanos y de la búsqueda de recursos. Revolución y Cultura a bailarina y coreógrafa cubana Irene Rodríguez se arriesga a producir y dirigir artísticamente un original proyecto teatral donde conjuga armoniosamente las danzas ibéricas, incluyendo los palos más conocidos del flamenco, con dos instituciones musicales: la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, bajo la experta dirección del maestro Enrique Pérez Mesa, y el conjunto aflamencado que acompaña regularmente a su cuerpo de baile, con un meritorio cantaor (Samir Osorio) y excelentes guitarristas, todo sobre el vasto escenario del habanero Teatro Mella (tres funciones con llenos hasta el tope). Esta complicidad artística desembocó en el espectáculo «Sinfonía española de lo clásico al flamenco», con casi todas las coreografía concebidas y bailadas por Irene Rodríguez, arropada casi siempre por su cuerpo de baile, en los que recorre con gran carga emotiva las obras de conocidos compositores como Manuel de Falla, Sarasate, Albéniz, el francés Emmanuel Chabrier y Amadeo Vives, entre otros. Ella los ‘traduce’ inteligentemente en danza genuina, sin temer a la introducción de elementos estilísticos de otros géneros danzarios, en la que admiramos virtuosas entregas de zapateados, bulerías, farrucas, soleás por bulerías, zambras. La puesta en escena se limita a lo esencial. Las plataformas donde se acomodan en distintos niveles los instrumentistas se ven engalanadas por una única cortina negra drapeada, con el interés de provocar una atmósfera de tablao monumental. Aquí, este conjunto de solo dos años y medio de andadura profesional se nos muestra coherente, disciplinado, afiatado con plante y fuste en las filas masculinas y femeninas de los siete bailaores, donde sobresale su primer bailarín Víctor Basilio Pérez, en sus intensos zapateados, taconeos, vueltas o piruetas de impecable remate que reciben las ovaciones del auditorio. Igual resultado, casi hasta el arrebato, tuvieron los bai- 79 Tiempo de homenaje: la gota oculta de belleza en la producción de Antonia Eiriz Estela Ferrer 80 Revolución y Cultura N o es aconsejable en el arte hacer absolutizaciones, sin embargo creo que en este caso me permitiré cruzar esa línea. Antonia Eiriz arriba a su cumpleaños ochenta y cinco, y aunque ha pasado tanto tiempo su obra continúa siendo electrizante y movilizadora; una suma de sentimiento, rabia y pasión. En esta ocasión se realizó como parte de las acciones destinadas a homenajearla, una muestra retrospectiva que incluyó piezas de su casa-museo en el barrio de Juanelo, en San Miguel del Padrón. La muestra contó con una museografía bien cuidada e hizo convivir los ensamblajes con obras en tinta y carboncillo. Sin embargo, por razones que escapan del todo a mi comprensión, continúo amando más la quietud del museo, el silencio imperturbable de las salas que he transitado una y otra vez. Por algún motivo este escenario me ayuda a acercarme más a su turbación y a su obra. Por ello, atravesé de nuevo las salas del edificio de Arte Cubano del Museo Nacional hasta llegar a su encuentro. Este es un texto desde la nostalgia. Tal como es de inclemente el tiempo la vuelta al pasado se hace obligatoria. «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada»,1 fueron palabras que quedaron grabadas para siempre en la memoria de nuestros intelectuales. Corría el año 1961 y la libertad de creación generó una polémica intensa en el ámbito cultural. Tres años más tarde una extraordinaria artista afianzaba su lenguaje dentro de la nueva figuración para terminar convirtiéndose en el signo de toda una época. Como dijo Graziela Pogolotti: «Los sesenta no fueron light», es cierto. Y es igualmente cierto que la poética de Antonia Eiriz captó y plasmó en su producción la respiración entrecortada y el confuso clima de estos años a través de la rebeldía contenida, las máscaras desgarradas, y sus ensamblajes, que fungen como verdaderas instalaciones colmadas de emoción. En este caldeado escenario Antonia retoma las posibilidades de la morfología abstracta y subjetiva del informalismo y va colocando las figuras en un espacio indeterminado. Personajes grotescos emergen de sus cuadros con una fuerza avasalladora, detienen, subyugan e incitan a la reflexión ¿Cuánto hay de autobiográfico en la Eiriz? ¿Son sus lienzos confesiones de la angustia y el drama del contexto? Considero que existen dos elementos que deben tenerse en cuenta. La propia pertenencia a la generación de los 50 y su proximidad al Grupo de los 11 marcarían su quehacer, incluso la influencia de Guido LLinás en su pieza La anunciación fue confesada posteriormente por la artista. Por otra parte, el triunfo revolucionario marcó su sensibilidad. No hay espacio para el hedonismo complaciente y el edulcoramiento, el instante es de recrudecimiento y confrontación y Antonia tiene plena conciencia de ello. Asomarnos hoy a sus pinturas es recorrer un pasado que fue de alguna manera reciclado por la siguiente generación, es recobrar esa memoria histórica que tanto se ha querido borrar. La conmoción de la historia cubana de esos inicios quedó en dibujos tan admirados como Víctimas de la tiranía y el tríptico Moncada 26. En pintura realiza su obra emblemática, el tríptico Ni muertos. En la pieza sobrecogen la violencia de las líneas, el abrazo en que se funden las figuras. La cotidianidad que es caótica, es el entorno que nutre su obra. Por esa razón lo grotesco expresivo resuelve muy bien su necesidad de expresar las problemáticas del momento. El expresionismo grotesco no solo caracterizará su pintura y el período, sino que le permitirá manifestar con más acierto su realidad. Creo que la artista buscaba una corriente que fungiera como termómetro de los acontecimientos, que le permitiera declararse en sus lienzos, y la pincelada suelta, las figuras deformadas y contrahe- chas fueron la clave para transmitir su mensaje. Los sesenta fueron años en los que las opiniones se fragmentaron, era frecuente el acoso a actitudes ‘conflictivas’; y esta corriente artística viene de cierta forma a mostrar esa oscuridad, esa crítica acallada a lo que acontece. Ya para este período Antonia Eiriz es una artista que se encuentra en la vanguardia de la plástica nacional. Para el segundo lapso de los sesenta se produce el gran salto de su carrera, con un estilo firme y consolidado da el paso de lo vernáculo a lo universal. De esta etapa es Una tribuna para una paz democrática. En una ocasión, refiriéndose a La Anunciación expresó: […] Me sirvió Giotto para el color, las texturas y los angelitos llorando. Quise hacer una anunciación moderna. La figura de la mujer no es clásica, es una figura popular».2 Estos préstamos no solo afirman el diálogo de la artista con una tradición plástica previa, sino que, a la vez, evidencian la puesta en práctica de una política destinada a mostrar la convergencia entre continuidad y ruptura. Estos elementos constituyen deudas legítimas y felices, agregaría en este caso, porque es un acuerdo general que esta Anunciación, al ser tan transgresora, es esencial en el repertorio de la pintura cubana contemporánea. Se ha visto en ella una «dura metáfora de una época contradictoria y apasionada cuyas expectativas oscilaron entre el amor y la esperanza, por una parte, y la Adiós al otro Alejo El pasado 24 de julio, el mismo día que el Museo Nacional de Bellas Artes inauguró una exposición de grabados de Salvador Dalí, falleció Antonio Alejo (Cienfuegos, 1917La Habana, 2014). Egresado de la Escuela Profesional de Pintura y Escultura de San Alejandro, donde fue compañero de Servando Cabrera y Roberto Diago, Alejo sublimó sus inquietudes artísticas a través de Historia del Arte: asignatura que impartió durante muchos años en ese y otros centros de estudios. Por su entrega sostenida al magisterio, recibió el Premio Nacional de Enseñanza Artística. Pero su principal reconocimiento consistió en la admiración y simpatía que le tributaron varias promociones de alumnos. Muchos de ellos devinieron en connoviolencia y el odio por otra».3 La pieza también muestra el nacimiento de un relato emergente cargado de imágenes inscritas en lo cotidiano y el sujeto popular. Había mencionado el poder expresivo de las creaciones plásticas de Antonia, sin embargo, esta destreza donde mejor se aprecia es en su trabajo escultórico. En la sala de Arte contemporáneo del edificio de Arte cubano del Museo de Bellas Artes la curaduría constituye ya una estructura en sí. Pensada por supuesto a priori, no tiene en cuenta solamente la línea temporal de la evolución, sino que fue concebida para guiar al receptor hacia el gradual descubrimiento de la poesía más extrema de la artista. Poesía que vive en sus ensamblajes de factura orgánica, si retomamos los presupuestos teóricos. La obra no necesita ser explicada, en sí misma constituye una estructura autónoma. Antonia Eiriz. El vendedor de periódicos, 1964. Notas 1 Castro Ruz, Fidel: «Palabras a los intelectuales», en: Cultura Cubana siglo XX. T. II. Editorial Félix Varela. La Habana, 2004, p. 10. 2 Giulio V. Blanc. «Antonia Eiriz. Una apreciación». Art Nexus, Bogotá, jul-sept, 1994, p. 46. 3 «Arte Contemporáneo», en: Guía de Arte Cubano. Diputación de Córdoba. Delegación de Cultura del Museo Nacional de Bellas Artes, p. 153. tados artistas visuales y algunos fueron colegas suyos en la propia San Alejandro. Revolución y Cultura lamenta la desaparición física de este Alejo a quien solían relacionar con el autor de El reino de este mundo. Solo por el nombre, porque era reacio a escribir. Con tantas vivencias por narrar como tenía. Afortunadamente, era un gran comunicador oral y accedió a contarme algunos pasajes de su vida relacionados con el arte cubano. Vieron la luz en una entrevista que publicó nuestra revista (no.4-5/2007). La ilustramos con un magistral retrato suyo firmado por su amigo Diago. Formaba parte de su entorno hogareño, y tenía gran valor no solo en virtud del autor y la factura sino del propio retratado: excelente persona y pedagogo. Por su valía y conocimiento de notorios artistas visuales cubanos, lo invitamos a inaugurar una exposición de Domingo Ravenet en nuestra galería Espacio Abierto. Emocionado, no pudo terminar la presentación. Luego nos vimos ocasionalmente, y siempre me preguntaba por la revista, que le gustaba leer desde mucho tiempo atrás. Cuando pude, le llevé ejemplares de nuevos números a su casa, porque no había suscripción. Coincidimos en contadas inauguraciones, a las cuales él asistía sobre todo Revolución y Cultura El vendedor de periódicos, presentado en su exposición de 1964 en la Galería Habana –una de las exhibiciones más importantes del período por la calidad y fuerza del conjunto presentado– evidencia cómo la artista ha refuncionalizado los materiales y la obra se ha apoderado del espacio galerístico. Al rebasar la simple unión de materiales de desecho y hacer emerger el ensamblaje como un objeto estético se asiste a una ganancia muy positiva para la carrera de Antonia: el hecho de transformar el material en un objeto artístico con función estética que comunica una mezcla turbadora entre el espíritu de compasión que rige la obra de la artista y el humor negro. Estos ensamblajes le propiciarían una segunda oportunidad para el intercambio con el público en la sala transitoria del Museo Nacional. Este hecho habla a favor del prestigio que la Eiriz había conquistado, ya que la jerarquía del espacio expositivo en esos instantes se equiparaba a dicho sitio. Hoy estos ensamblajes se encuentran entre las obras tridimensionales más estimables del arte cubano de los 60, precisamente por ser piezas personalísimas, que se bastan para expresarse y que se definieron en su relación con el contexto cultural. De esta forma estos ensamblajes que salieron, la primera vez, tímidamente a la luz pública carentes de título, en su segunda entrega se apoderaron del espacio expositivo y del propio espectador. Así, abandono la sala de Arte contemporáneo de nuestro museo. El vendedor dice adiós y queda ahí como testigo fiel del trabajo de una mujer a la que se le confirió en 1989 la Orden Félix Varela, que se conectó con el universo popular y se valió de lo grotesco expresivo para inmortalizar a jueces y académicos, pero que además tuvo la osadía y el acierto de buscar en lo mezquino y lo feo de la sociedad para extraer de sus entrañas esa gota olvidada y oculta de belleza. 81 por compromisos con los expositores u organizadores. Estaba muy mayor y operado de los ojos. Así, no me extrañó que no estuviera presente en la de Dalí. Claro, tampoco sabía que ya le era (triste y completamente) imposible. (ICL) 82 Revolución y Cultura Pacheco No queda más remedio que recurrir a la frase hecha, pero lo cierto es que Pablo Pacheco, de notable huella en varias instituciones –vale citar el Instituto Cubano del Libro, el Centro Juan Marinello y por último el ICAIC–, ha dejado con su partida un vacío en la cultura cubana. Desaparecido el pasado julio, Pacheco jugó un rol crucial en la revitalización de las mencionadas instituciones. Llegó a ellas siempre en momentos difíciles y supo rescatar cuanto era válido y posible, al tiempo que desarrollaba sus propias ideas, y fruto de ese quehacer son los sellos editoriales del centro Marinello y del ICAIC, que incluye la revista Cine Cubano y otros textos especializados. Por su obra ganó el Premio Nacional de Edición en 2005, cuando se incorporó como vicepresidente al ICAIC, donde lideró además el proyecto Videoteca Contracorriente, unas 265 entrevistas a intelectuales. Roberto Smith, presidente del ICAIC, valoró el nivel intelectual de Pacheco, dueño de una «sensibilidad extraordinaria para entender los procesos de la creación artística y a los creadores», dijo. El directivo del ente rector del cine cubano resaltó también las energías que dedicó Pacheco a la salvaguarda del patrimonio fílmico del ICAIC, afectado por factores como la crisis de los años noventa. Al respecto, la participación de Pacheco fue fundamental en los convenios con el Instituto Nacional del Audiovisual de Fran- cia y la Junta de Andalucía, España, para restaurar y recuperar los Noticieros ICAIC Latinoamericanos. (PL) Coyula También en julio falleció uno de nuestros más asiduos colaboradores, el Premio Nacional de Arquitectura Mario Coyula. Es intención de nuestra publicación dedicarle próximamente un merecido homenaje, pero no queremos dejar pasar esta ocasión para recordar algunos de sus méritos. Nacido en La Habana el 16 de junio de 1935, dirigió la Escuela de Arquitectura en la CUJAE y fue director de Arquitectura y Urbanismo de La Habana, del Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital y primer presidente de la Comisión de Monumentos de La Habana. Fue miembro del Directorio Revolucionario y subteniente en el Cuerpo de Ingenieros del Ejército Rebelde al triunfo de la Revolución. Coautor de dos proyectos de monumentos conmemorativos ganadores en concursos y considerados relevantes en ese campo, entre ellos el Parque Monumento de los Mártires Universitarios, en Infanta y San Lázaro, primer monumento importante después del Triunfo de la Revolución; y el Mausoleo de los Héroes del 13 de Marzo, en el cementerio de Colón. Estuvo también al frente de la redacción de la revista Arquitectura-Cuba, y asimismo fue miembro de los Consejos de Redacción de las revistas Arquitectura y Urbanismo, Temas y Revista Bimestre Cubana en el momento de su muerte. Contó en su haber la publicación de más de doscientos artículos, prólogos, ensayos y reseñas en varias revistas cubanas y extranjeras. Impartió conferencias, talleres y críticas en más de cuarenta universidades y centros culturales de veinte países. Desde el punto de vista académico, destaca el haber sido en 2002 el primer cubano profesor visitante durante el semestre de primavera en la Escuela de Diseño de Posgrado en la Universidad de Harvard. Más tarde, en octubre-noviembre 2006 fue Profesor Invitado en el posgrado Estrategias Urbanas de la Angewandte de Viena. Presidió, además, el tribunal de Categorías Docentes y fue miembro del Consejo Científico, ambos en la Facultad de Arquitectura; y fungió como vicepresidente del tribunal nacional permanente de Grados Científicos para la Arquitectura del Ministerio de Educación Superior. Entre sus múltiples reconocimientos destacan, además del Premio Nacional de Arquitectura, el Premio de la Crítica Joaquín Weiss; Premio Ensayo del capítulo cubano de la Asociación Internacional de Críticos de Arte; Premio Choice para Libros Académicos Relevantes en los Estados Unidos; y el Premio Nacional de Patrimonio Cultural (2013). Ramonet, Miembro de Honor de la UNEAC El periodista y politólogo francoespañol Ignacio Ramonet recibió la condición de Miembro de Honor de la UNEAC. Durante la ceremonia, Miguel Barnet, presidente de la organización, expresó que este reconocimiento lleva «toda la carga emotiva de un tributo sincero a un amigo que siempre ha apostado por las causas nobles y justas. Estamos muy orgullosos de iniciar en nuestra UNEAC a un hombre sencillo y amable, que no percibe el periodismo si no es con la gran literatura». Ramonet por su parte aclaró que para nada se esperaba este homenaje, al que calificó de entrañable por venir de un pueblo al que admira profundamente. «Le tengo un cariño especial a Cuba, la Revolución y a Fidel», aseguró el escritor, que presentó este lunes 28 la edición cubana de Mi primera vida, una voluminosa biografía del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez. «Ser miembro de honor de la UNEAC, insistió el también autor de Cien horas con Fidel, es la consagración a toda una vida de trabajo, a partir de ahora trataré de ser digno de ustedes. (ACN) Julia Calzadilla recibió importante premio internacional La escritora Julia Calzadilla recibió el Premio Astrid Lindgren de literatura infantil y juvenil, en ocasión del XX Congreso Mundial de la Federación Internacional de Traductores, Intérpretes y Terminólogos. Elogiada por su labor literaria, que contempla tanto la ficción como la traducción, en sus palabras de agradecimiento la autora cubana prometió continuar su labor para los niños y jóvenes, «guiada por el respeto y el amor que ellos merecen». El Premio Astrid Lindgren es uno de los más prestigiosos de Suecia y se otorga anualmente en honor a la creadora del libro infantil Pippa Mediaslargas, publicado en 1945. Premio Pablo Neruda a Reina María Rodríguez Durante la entrega de este lauro, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, señaló que «Reina María Rodríguez recibe el Premio Pablo Neruda diez años después de su creación y es la poeta más joven entre todos quienes han pasado por esta casa de los presidentes y presidentas de Chile para aceptar este galardón». Además, aseguró que «su trayectoria es la de una mujer que publicó desde muy temprano, que ha obtenido reconocimientos tanto en su patria como fuera de ella y que se ha destacado en la prosa y en la poesía». Bachelet reconoció el talento «articulador de voces» de la artista, indicando que se le debe mucho a personas como Reina María Rodríguez, «que entendieron que la poesía es un bien colectivo, un misterio común que se da mejor cuando los poetas se leen entre sí, cuando se escuchan, cuando pueden contrastar sus visiones y sus abordajes del fenómeno poético». La cubana, por su parte, dijo que su poesía fue condecorada por desplegar en cada verso «el milagro de lo vivo». Además, según agregó, el premio demuestra «que la literatura cubana es una literatura fundamentalmente de poetas y que la literatura no es territorial, puede estar en cualquier parte». El jurado, que decidió por unanimidad otorgarle este premio, estuvo encabezado en esta ocasión por la ministra chilena de Cultura, Claudia Barattini, e integrado por José Kozer (Cuba), ganador del mismo premio en 2013, Graciela Aráoz (Argentina), Pablo Brodsky (Chile), Julio Ortega (Perú) y Malú Urriola (Chile). El premio Iberoamericano Pablo Neruda, ha reconocido entre otras la trayectoria literaria del mexicano José Emilio Pacheco (2004), el argentino Juan Gelman (2005), la cubana Fina GarcíaMarruz (2007) y el antipoeta chileno Nicanor Parra (2012). Mafalda en La Habana, por sus 50 años Mafalda en La Habana es el nombre de la exposición inaugurada en la Vitrina de Valonia, sita en La Habana Vieja. Aunque Mafalda, protagonista de una tira humorística del argentino Joaquín Salvador Lavado (Quino), jamás envejece, lo cierto es que la muestra es un homenaje a su cumpleaños 50. La pequeña es un espejo de la clase media latinoamericana y de la juventud progresista, que se muestra preocupada por la humanidad y la paz mundial, y se rebela contra el mundo legado por sus mayores. A pesar del medio siglo de creado este personaje, llama a la reflexión constantemente. La exposición es una selección de varias de las historietas que se han hecho este año para el 50 aniversario del personaje. Y ha sido acompañada por varias conferencias, entre ellas la del especialista en el tema de la historieta, Manolo Pérez, sobre este género en América Latina, haciendo énfasis en el personaje de Mafalda. Además, se logró vincular a los niños y adolescentes de las escuelas cercanas a la Vitrina de Valonia, para que conocieran el personaje de Mafalda, a través de talleres de lectura, y la exhibición de películas de la pequeña. Primera parada de Dalí en La Habana Hasta el próximo mes de octubre estará en el Edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), la primera exposición en Cuba del reconocido artista plástico español Salvador Dalí (1904-1989), símbolo del surrealismo a nivel mundial y creador conocido tanto por su singular personalidad como por su obra. Memorias del surrealismo contiene 95 litografías del artista, traídas a la Isla por el experto neoyorquino y presidente del Centro de Investigaciones que lleva el nombre de Dalí, Alex Rosenberg, quien aseguró estar muy orgulloso de haber contribuido a traer estos dibujos a la centenaria institución. Una oportunidad única para que los cubanos se relacionen con esta parte de la creación de Dalí, menos conocida que su pintura, advirtió Rosenberg, amigo e impresor del genio español, a quien conociera durante la década de 1960 en Estados Unidos. Las piezas pertenecen a las colecciones de Walter Maibaum y Carol Conn, Peter Lucas, Max Arnold, Mike Tinsley, Rob Piepsny, Joseph Nuzzolo, Alex Rosenberg y su esposa Carole; y corresponden a las series «Viaje fantástico» (1965), «Dalí interpreta a Currier y a Ives» (1971), «Las doce tribus de Israel» (1973), «La Divina Comedia» (1960), «Los Cantos de Maldoror» (1934), y «Memorias del Surrealismo» (1971). Este es un acontecimiento trascendental en la historia del Museo y en el ámbito cultural de la nación, apuntó la directora del MNBA, Ana Cristina Perera, quien insistió en el honor que significa para este centro tener a Dalí por primera vez en sus salones. Es algo que entendemos como un privilegio, concluyó. (CUBARTE) Habanarte 2014 Con la participación de más de un millar de artistas de todas la manifestaciones y con el involucramiento de todas las instituciones y empresas del Ministerio de Cultura, Habanarte en su primera edición vino a corroborar que se puede organizar con amplitud y calidad múltiples presentaciones artísticas y literarias concebidas para todos los públicos. Al respecto, en sus palabras de clausura, el viceministro Fernando Rojas expresó: «Esta convicción se fundamenta en que los objetivos propuestos se han cumplido, a pesar de que la novedad de la experiencia, la propuesta tan abarcadora que Habanarte ha significado y el ejercicio integrador de esfuerzos y recursos realizado, exigieron una gran dedicación de los organizadores. Pero lo alcanzado no nos acomoda ni el esfuerzo nos cohíbe: en ediciones futuras Habanarte tendrá que imponerse nuevas metas, para ser vitrina impecable de la cultura que representa. […] Fue atinada la idea de incluir en la programación del evento actividades ya previstas para este año, que imprimieron su sello a Habanarte, especialmente en las artes plásticas y en las artes escénicas. En estos casos –y en aquellos en que las presentaciones se realizaron en los escenarios y días habituales–, no se produjeron gastos adicionales. […] Nuevas iniciativas, como la programación especial de cine cubano, conciertos de figuras relevantes de nuestra música, presentaciones de libros, actuaciones de las principales compañías de la danza y el teatro, y la exitosa prolongación de la Feria Arte en la Rampa, completaron el programa de Habanarte. Del gran conjunto de actividades programadas, se efectuó la absoluta mayoría. […] A pesar de lo polémico que pudiera resultar la programación de actividades para los primeros días de la semana –en un mes en el que habitualmente las personas se reincorporan a la vida laboral y escolar– se reportan cifras preliminares de 100 mil espectadores.» Revolución y Cultura Premios Nacionales de la Radio En Villa Clara, provincia sede del acto central por el aniversario 92 de la radio cubana, fueron entregados los Premios Nacionales de Radio 2014, los cuales recayeron en el periodista, locutor y director de programas, Luis Orlando Pantoja Veitía, de la emisora CMHW, y el profesor Enrique Domínguez Sosa, asesor y director de programas de Radio Progreso. Ambos lo recibieron de manos del presidente del ICRT, Danilo Sirio. La ceremonia tuvo lugar en la Sala Caturla de la Biblioteca José Martí, de la ciudad de Santa Clara. Allí tam- bién se reconoció la labor del grupo dramático de la emisora CMHW, por sus 45 años. 83 pO c ni Na a M L a 84 Revolución y Cultura N uestra galería Espacio Abierto entre los meses de junio y julio acogió dos exposiciones muy diversas entre sí, no solo por los estilos y recursos expresivos empleados en sus respectivas elaboraciones, sino también por las propias inquietudes que ambas reflejaron. La primera, protagonizada por dos estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA): Evelyn Aguilar Sánchez y Adrián Curbelo Díaz, se titulaba Calma. Esta discursaba sobre la inmovilidad, los recuerdos y en sentido general, sobre ese «tiempo en que no pasa nada».1 Para la confección de las tres piezas exhibidas, sus creadores se apoyaron fundamentalmente en el video, aunque la instalación estuvo también presente. Tranque, Composición y una tercera obra no titulada, se dispusieron sobriamente, sin muchos artilugios; pues el espacio galerístico se adecuaba de forma certera a las intenciones de la muestra, que pretendía acomodarse al ambiente hogareño, de recogimiento e intimidad que aun guarda estructuralmente esta edificación vedadense. Por otro lado, la exposición de Rigoberto Rodríguez Camacho aunó un conjunto de rostros realizados unos en acrílico sobre lienzo, y otros en técnica mixta sobre cartulina.2 Una veintena de piezas de pequeño, mediano y gran formato, reunidas bajo el pretexto de una Ponina,3 acopiaban (leyendo los heterogéneos títulos de las piezas) personajes, objetos, estados de ánimo, certezas, etc., que tributaban a una deconstrucción del ser humano. Colores a veces contrastantes, y otras, apagados; cabezas amorfas, alargadas, geométricas; ojos desorbitados y texturas sugestivas, son algunas de las características de estas imágenes de Rigo, las cuales fueron ejecutadas entre 2009 y 2014. Calma y Ponina constituyeron dos muestras transitorias que responden a una política cultural que busca promocionar la labor de artistas de diferentes edades, formaciones y provincias, cuyos proyectos sean incisivos y cautivantes. Yanelys Núñez Leyva Notas 1 Fragmento de las palabras al catálogo de la exposición: Calma. (sin crédito de autor) 2 También se pudo apreciar un grabado: Sol-dados. (2011). Colagrafía iluminada, 25x19 cm. 3 Título de la exposición de Rigoberto Rodríguez, julio de 2014. Arriba: Rigoberto Rodríguez. Capricho, monotipia iluminada, 70x65 cm; abajo: Tanteando, mixta/ cartulina, 52x36 cm.