SANTA INQUISICION ESPAÑOLA
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SANTA INQUISICION ESPAÑOLA
AÑO X I I I . 15 DE A B R IL DE 1892. ALGUNAS NÚM. 295. ARTES DE L A S A N T A INQUISICION E S P A Ñ O L A DESCUBIERTAS, Y AL PÚBLICO MANIFIESTAS. (C ontinuación.) CAPITULO PRIMERO. Modo peculiar que suelen tener los inquisidores de citar y prender á los delatados . Los inquisidores, recibida de alguno la que llaman denunciación, ó mas bien delación, en las cosas por lo común más leves (aunque para este tribunal nada casi es tan leve, que no acarree una muy grave pérdida á los acusados reos,) suelen usar de la siguiente estratagema. Envian secretamente á alguno de los muchos que para este oficio tienen enseñados (familiares los llaman,) el cual, haciéndose el encontradizo, hable al denunciado con semejantes estudiadas pala bras: «Ayer, por casualidad, estuve con los señores Inquisidores, que pregun tando por tí, dijeron tenían algún negocio que quisieran comunicarte, y encar garon de su parte lo hiciera saber para que mañana á tal hora te presentes á ellos.» No le vale al llamado rehuir ó dilatar el presentarse, á no ser que quiera hacerlo con grandísimo daño suyo. El denunciado, pues, acude al dia siguiente, y dice al portero que avise á los señores padres de su venida. En cuanto lo saben, se juntan todos tres si están, si no dos (pues por lo común, es un triunvirato en el cónclave en que suelen ventilarse estas causas, tal como el fuerte de Triana en Sevilla, y en semejantes lugares en otras ciudades,) y mandándole despues entrar, le preguntan á él mismo qué se le ofrece. El llamado responde haber recibido de su parte el dia anterior orden de presentarse á ellos. Pregúntanle entonces cómo se llama, y oido su nombre, le preguntan otra vez qué se le ofrece: «Porque en cuanto á nosotros,» dicen, «ignoramos si eres el que mandamos venir. Mira si tienes que manifestar algo á este Santo Oficio, en descargo de tu con ciencia, bien sea de tí mismo, ó bien de otro cualquiera, etc.» A esto el llamado ó responde que nada se le ocurre (y el responder así y mantenerse firme en esta respuesta hasta lo último ante aquellos, que no buscan sino la ruina del que á sí propio se denuncia, fue siempre el mas saludable y humano consejo,) ó ignorando los lazos en que se enreda, canta inconsideradamente alguna cosa de sí ó de otro. 98 R e v is t a C r ist ia n a . Entonces los señores inquisidores, alegres por su hallazgo, para am edrentar con más facilidad y confundir al imprudente que de grado se le dio por presa, se miran uno á otro, gestean, como si algo hubiesen descubierto, fijan los ojos en la cara del declarante, se susurran algo al oido, ó en realidad nada, y al cabo resuelven ó que el llamado se quede en la cárcel, si aquello de que se acusó parece grave; ó si nada declaró, le mandan que se vaya, pretestando ignorar, hasta estar mejor informados, si es él el mismo á quien mandaron citar. M ientras se tiene este examen, ya cuidaron ellos de que esté tras de algún tapiz, secretamente escon dido, el que delató al interrogado, para que sin ser visto, pueda reconocerle en la cara, si es que 110 le conocieren los Inquisidores. A l denunciado (pues así llam an á aquel cuyo nombre fue delatado en este consejo de Inquisidores) del modo que y a dijimos le mandan que se vaya, cierto ya de que es él quien ha de prestar asunto á la fu tu ra tragedia, y sucede á veces que no le vuelven á llam ar sino despues de pasados algunos meses, pricipalmente si es indígena, porque al advenedizo no le conceden tantas treguas. A sí, cuando les acomoda, exhortan de nuevo al citadí>,á que si algo sabe, ó algo oyó, que á aquel santo tribunal pertenezca, lo declare: pues ellos tienen noticia de haber él tratado con algunos sospechosos en la fe, cosas pertenecientes á esta; las cuales, si de suyo confiesa, ten ga por cierto no le resultará perjuicio alguno: así que mire bien por sus intereses, que ellos creen que cual cumple á un buen cristiano reparará en su memoria cuanto acerca de eso le haya acontecido, por ser posible olvidarse (según lo frágil que es la memoria de los hombres) y que declarará cuanto supiere, si acaso se le recuerda. Con esto y otros halagos semejantes reducen á muchos imprudentes; cuando 110, los sueltan, pero de manera que 110 se crean enteram ente absueltos, antes al contrario, estén en continua zozobra y miedo de poder ser otra vez citados. Sucede tam bién el disimular con alguno por muchos dias, y á veces aun por años antes de mandarle prender, pero envian siempre uno ú otro de sus allegados, que con astucia y reserva sea perpetuo é inseparable compañero del imprudente, que ningunas asechanzas sospecha, y que con sagacidad se insi núe en la amistad y fam iliaridad del mismo, para poder con más franqueza visi tarle todos los dias, observar con quiénes trata, á dónde va, qué hace y aun lo que en su mente revuelve; de manera que sin un especial auxilio y providencia de Dios 110 es posible que nadie logre escaparse de sem ejantes lazos. Si alguna vez acaece el que uno délos Inquisidores encuentra en alguna parte á aquel á quien d e jaron ir, le saluda con agrado, le abre su pecho, le m uestra muy benigno semblante y se le ofrece por amigo, y todos estos oficios de benevolencia tienden á hacer más confiado al hombre, hasta oprimirle de repente con su propia ruina. No se puede prever qué utilidad saquen de esta sutileza, para todos los hombres sinceros y rectos detestable, fuera de aquel deleite que saca el cazador de ju g a r y diver tirse con su misma presa viva, ó el pescador con el pez que ya clavó en el anzuelo, y á quien alarga más sedal para que se divierta debajo del agua, con un deleite vano y que luego ha de acabar; ó bien el gato con un ratón, al que para que no se escape, quebrantó los lomos, con el cual agradablem ente se regala, dejándole á veces libre, y apretándole luego con los dientes con mayor crueldad que antes. Mas puede ser, que aun sin saberlo nosotros, tam bién aquí se oculte un arte no de todo inútil al Santo Oficio. No con todos, á la verdad, guardan la costumbre de jugar, como decimos, con la presa; tienen en cuanto á esto muy buena elec ción de personas y de cosas, de cuya elección puede ser una prueba el que ni con los forasteros tienen este método, ni con los naturales que creen pueden escapar se, si se les da tan ta libertad: ni aun tampoco con los que fueron delatados de co sas más graves, que á su juicio requieren un pronto remedio, y sobre todo cuando por su confesion esperan tener de otros noticia. .R e v i s t a C r ist ia n a . 99 Cuando ya tien en resuelto prender al delatado, citan al vicegerente del obispo de la diócesis, esto es, del supremo pastor (llámanle provisor, vicario, ó bien ordinario) y m ostrándole la inform ación (así llaman á la deposición de los testigos), que tienen contra el delatado, deliberado con él el asunto, suscriben todos el auto de prisión. L a razón parece sobre todo especiosa: no quieren que parezca haber ellos puesto las manos en una ovejuela ajen a, sin aprobación y consentim iento de su pastor, quien tan ign oran te de su oficio pastoral (como por lo común son todos sus sem ejantes en el papado) con facilid ad se aviene á aque lla sentencia, y condesciende á que una ovejuela puesta á su cuidado, arran cán dole prim ero el vellón, sea despues bárbaram ente despedazada. H a sta el preseute ningunos pleitos se vieron entre los Inquisidores y el Provisor, por pedir los unos á cualquiera para el suplicio y defender piadosam ente el otro al que le fue encomendado, y sí se vieron y se ven todos los dias no pocos á quienes, como á in ju stam en te prendidos y tratados, dan los mismos Inquisidores un testim onio de su inocencia, despues de la continua maceracion de un largo encierro, despues de descoyuntados todos sus miembros y huesos en aquellas atroces y más que inhum anas torturas, y aun h ay algunos que espiraron en los mismos torm entos entre las manos de los verdugos, según diremos en su lugar. P o r aquí se ve claro que el citar al Provisor á deliberar sobre prender á una oveja suya, fue siempre más bien una frívo la ceremonia por ambas partes, que no una cosa form alm ente y por equidad practicada: y si dijérem os que lo convidan á un banquete prepara do con la sangre de su ovejuela, como á lobo que de acuerdo con otros lobos, ha de aceptar su parte, no diremos más que lo que pasa. ¡V enga y a el príncipe de los pastores y recompense á cada uno según sus obras! Sucede tam bién m uchas veces que esta cerem onia de citar al Provisor á la deliberación, no se hace h asta des pues de prendido el denunciado. P u es como se tien e por cierto que nada ha de decir en contra, les parece bastante el enseñar al pastor el proceso de la causa, cuando ya el denunciado está en la cárcel, para que liberalm ente apruebe de pla no lo hecho y lo que está por hacer. Si acaso sucede que algún denunciado estorbe por medio de la fu g a la p ri sión, ó que se escape de las mismas cárceles, emplean entonces adm irables astu cias, ó más bien engaños, para hallarle ó reducirle. P ues no les b asta el dar la palabra á los que envian en su busca las señas comunes, tales como el tra je , la figura, los perfiles de su cara, la edad, etc., por las que se pueda reconocer al fu g itiv o , sino que además procuran hacer pintar en varios pañizuelos la efigie del ausente, sacada al vivo y con la exactitu d posible, distribuyen estas efigies entre los ind agadores, para que h allánd ole, conozcan por ellas fá c il m ente á quien tal vez n u nca vieron. Ilu stra rá sem ejante astu cia el ejem plo siguiente: Prendieron en Sevilla no hace mucho tiem po á un italian o que en R om a h ab ia herido á cierto m inistro de la Inquisición (vulgarm ente llam ado alguacil in q uisitorio). Los fam iliares enviados en su busca, aunque según costum bre ten ian consigo el retrato, sin em bargo, habiendo dado con él en Sevilla, 110 muy ciertos de que fuese, principalm ente por haber él mudado con estudio de tra je y de nombre, perseguían hacia tiempo al mismo que sospechaban ser por el retrato. A c o m é te n le , pues, con nueva y digna astucia de espíritus fam iliares en el tem plo p rin cip al de Sevilla, á tiempo que se paseaba y hablaba con otros. A cércanse á él dos ó tres, y al volverles la espalda p ara repetir el paseo, uno de ellos le g rita detrás llam ándole por su antiguo nombre. El, entregado todo á la conversación que traia, y no sospechando cosa sem ejante, vuelve de repente la cara y responde á su antiguo nombre: al punto le prendieron los mismos acechadores á quienes no dejó y a lu gar alguno de duda. Pasó en las cárceles inquisitorias muchos dias, 100 R e v ist a C r ist ia n a y al fin, despues de largas prisiones, publicam ente azotado y condenado á galeras en perpetua servidumbre, pagó la pena no tanto de haber herido al aguacil in quisitorio, cuanto de su imprudencia y descuido. Aunque estas estratagem as sean m uy ingeniosas y nin gu na prudencia humana baste al parecer a precaverlas, no será fuera del caso m anifestar con otro ejemplo raro de qué manera los ofusca Dios muchas veces, proveyendo de cuando en cuando á los suyos de cierta astucia santa para eludirlos. H ace un año se escapó de la cárcel inquisitoria de Valladolid un belga, que cogido por causa de la profesion del evangelio, liabia pasado muchos dias en aquellas cárce les. Salieron en su busca, según costumbre, aquellos fam iliares cazadores. A lcán zanle á pocas leguas de allí y le cogen en medio del camino. E l belga afirma constantemente no ser el que ellos buscan; no por eso desisten los fam iliares, antes, por el contrario, á la fuerza, y atándole, trataron de llevarle afirmando ser él; y no indecisos, sino con toda seguridad, «¿no eres tú,» le dicen, «el que hace ocho dias se escapó de la cárcel de la Inquisición vallisoletana?» E l, con sem blante sereno, «miradlo mejor,» dice; «porque ese no soy yo, antes vengo ahora mismo de León, en donde me dediqué por varios dias á mi oficio, y para que de cierto sepáis ser así, leed este testimonio que acerca de ello traigo conmigo.» Y sacando al punto un escrito, se lo da á leer, el cual leido, dánle fe al mo m ento y le dejan libre, no sin vergüenza de haber errado puerilm ente en prender á uno por otro, según creian. Pero acerca del testimonio con que tan oportuna mente se libró, lo que hay es esto: Despues de su salida de la cárcel, poniéndose no sin prisa en camino, encontró en él por casualidad á un paisano suyo, de antes conocido, que venia de León, ciudad de Es¡ 3aña. Este, por exigirlo así sus nego cios, se liabia procurado aquel testimonio. E l cual, ignorándolo entrambos, dis puso Dios por un decreto impenetrable de su providencia, para que aquel se librase de tan gran peligro; pues habiéndose ido el uno dos dias antes dejando al otro ese testimonio para que se lo guardase, con él engañó este ta n 'o p o rtu n a como chistosamente á aquellas sicofantas y se salvó por fin. Suelen estos espíritus fam iliares usar de diversa diligencia para descubrir á los fugitivos. Pues algunos de ellos seguirán ó bien las huellas que* ya hallaron del ausente, ó bien el camino que según sus sagacísimos juicios les parece llevar. Otros (pues áun para una sola mosca que se escape de la Inquisición suelen despacharse varios en su busca) velan en los mismos caminos acechando de noche, como que tienen por averiguado que el que huye ha de caminar de noche más bien que de dia. Contra esta diligencia preparará Dios al que quiera librar. Esto en cuanto á la prisión; vamos ahora á lo que acostum bra á hacerse despues de la prisión y encarcelamiento. C A P ÍT U L O SEGU NDO. De la secuestración de bienes, dicha comunmente secuestro. Prendido por el alguacil ó por los fam iliares el delatado, al instante le piden y quitan todas las llaves de sus arcas y papeleras, si las tiene, y envian un nota rio con algunos fam iliares y el mismo alguacil para que reduzca á inventario cuantos bienes ten ga en su casa, sean cuales fueren; lo cual diligentem ente e je cutado, depositan para que lo guarde todo lo que hallaron en manos de algún vecino rico, quien promete dar de buena fe cuenta de todo ello, cuando se la pidan. E n este que llam an secuestro, conviene, sobre todo, que los interesados no aparten los ojos de las manos de los que en él intervienen y por quienes se hace; y más, cuando hayan de reducirse á dicho inventario, dinero, cadenas de oro ó R e v is t a C r ist ia n a . 101 p lata, ó cosas, en fin, de algún valor, que fácilm ente pueden ocultarse; porque se les p ega muchas veces algo de esto, cuando fa lta tan diligente observación. Pues consta por lo regular este gremio de fam iliares, de rufianes, ladrones y de toda especie de hombres rapaces y malvados, qué acostumbrados á vivir del robo, 110 pueden ni quieren contener sus manos. A ñádese á esto, que no ju zgan ellos van á poner las manos en unos bienes enteram ente ajenos y á los que no ten gan dere cho alguno. R éstanos ahora el m anifestar brevem ente, con qué fin se hace este secuestro de bienes. E l fin es que si aconteciere por casualidad ser condenado el preso á la pérdida de sus bienes ó á la confiscación de alguna parte de ellos, nada, ni aun una sola escudilla, pierda el Santo Oficio. Pues es claro que en todo negocio lo que ellos buscan es la presa y despojos de los infelices. D e otra suerte ¿qué tien en que ver los 'padres de la fe , los celadores de la sola piedad, con los bienes de los que proclaman querer reducir al camino? ¿O quién será tan necio que crea poderse corregir el error en la f e con la confiscación de bienes? Tampoco, sin em bargo, es ajeno de hombres cristianos el ser por la confesion de Cristo despojados por los enemigos de todos sus bienes, y aun de sus vestidos; puesto que eso mismo se hizo con el Señor, cuyos miembros son y cuya verdad profesan, decretando, despues de quitarle cruelm ente la vida, echar suerte sobre sus vestidos, no de gran precio y aun acaso raidos por el uso. E ste sacrilegio está y a tan santificado por el voto común de los teólogos, es decir, de frailes y clérigos, que despojándose de toda vergüenza, predican y ense ñan, que el que no consienta con la doctrina del P ap a de todos modos, ó desis tiere de ella algu na vez, queda por lo tanto obligado en conciencia (según dicen) á en tregar al fisco todos sus bienes, á quien se los debe todos, como si antes se los hubiese quitado. L a razón, dicen, es, que en el mero hecho de haberse apartado de la doctrina de la Ig lesia romana, se constituyó poseedor ilegítim o de todos sus bienes y poseedor legítim o de ellos el rey, á quien el P apa los adjudicó. P or lo tan to está obligado á restituírselos íntegros, aunque la Inquisición nada hubiere sabido nunca acerca de su negocio. D e esta suerte y con ese solo lazo de sagací simos cazadores, se hacen ante todo m uy aceptos á los reyes y enredan al mismo tiempo las conciencias y las bolsas del miserable y estúpido pueblo que los tien e por lum brera. P ero volviendo á nuestro propósito, así que en tra el cautivo en la primera puerta de la cárcel, el alcaide con el notario le pregunta si tiene consigo algún cu chillo ó dinero, anillo ó alguna alh aja preciosa. Y si es m ujer y tiene colgada de la cintura alguna cajilla de punzones, anillos, collares, aretes ó algunos de tales ador nos m ujeriles, la despojan de todos ellos, y por lo común ceden como presa á los despojadores. E sto se hace para que nada te n g a el cautivo en su cautiverio con que se pueda ayudar. Escudriñan además si acaso meten consigo ocultam ente algún escrito, ó librillo, ó cosa semejante. Pero luego que entró en la cárcel, le encierran en alguna de las muchas celdillas, no desem ejante al sepulcro en lo muy angosta, en el olor y tinieblas; á algunos se les encarcela solos por ocho ó quince dias, á otros por algunos meses, y á otros para siempre; á algunos desde el prim er dia de su cautiverio se les dan compañeros, según por sus artes les parece á los señores Inquisidores más conveniente. (Se continuará.) .R e v i s t a 102 E P IST O L A D E SAN PABLO Á LOS CORINTIOS. 15. Notifícoos, hermanos, el E vangelio que ya os anuncié, el cual tam bién re cibisteis, en el cual también estáis fir mes, y por el cual sois salvos, si lo reteneis según las palabras en que ya os lo anuncié, si no habéis creído en vano. Porque en el principio os di lo que tam bién recibí: que Cristo murió por nues tros pecados según las Escrituras, y que fue sepultado, y que fue resucitado al tercer dia según las E scritu ras; que apareció á Céfas, despues á los doce; despues apareció á más de quinientos hermanos á la vez, de los cuales la m a yor parte viven hasta ahora, pero alg u nos han dormido. Despues apareció á Jacobo, despues á todos los apóstoles; y despues de todos, como á uno nacido fu era de tiemjDO, me apareció tam bién á mí. Porque soy el menor de los após toles, que no merezco ser llamado após tol, porque perseguí la Ig lesia de Dios. Em pero por la gracia de Dios soy lo que soy: y su gracia en mí no ha sido en vano, antes he trabajado más abun dantem ente que todos ellos, mas no yo, sino la gracia de Dios, la cual está con migo. D e m anera que, tanto yo como ellos, así predicamos y así vosotros creisteis. P ero si Cristo es predicado que fue resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros: «No hay resurrección de muertos?» Y si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo fue resucitado. Y si Cristo no ha sido resucitado, vana es nuestra predicación y tam bién es vana vuestra fe. Y ade más somos hallados falsos testigos acer ca de Dios, porque testificamos que D ios resucitó á Cristo, al cual no resu citó, si es así que los muertos no son re sucitados. Porque si los muertos no son resucitados, tampoco Cristo ha sido re sucitado; y si Cristo no ha sido resuci tado, vana es vuestra fe, aun estáis en C r is t ia n a . vuestros pecados. Entonces aun los que durmieron en Cristo, han perecido. Si solamente en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de to dos los hombres. M as ahora Cristo fue resucitado de los muertos, primicias de los que dur mieron. Porque puesto que por un hom bre vino la muerte, por un hombre la resurrección de los muertos; porque como en A dán murieron todos, así tam bién en Cristo serán todos vivificados. P ero cada uno en su propio orden: las prim icias, Cristo; despues los que son de Cristo, en su venida; despues el fin, cuando entregue el reino á Dios, el P a d r e : cuando hubiere destruido todo imperio y todo principado y poder. Porque es necesario que E l reine, hasta que h aya puesto todos los ene migos debajo de sus pies. E l último ene migo que será destruido, es la muerte. Porque sujetó todas las cosas debajo de sus piés. Y cuando dice: «todas las cosas han sido sujetadas,» claro está que se exceptúa el mismo que sujetó á él todas las cosas. Y cuando todas las cosas le fueren sujetas, entonces el mismo H ijo tam bién será sujetado al que le sujetó á él todas las cosas, para que sea Dios todo en todos. De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos? Si de manera aleruna los muertos no son resucitaO dos, ¿por qué son bautizados por los muertos? ¿Por qué tam bién nosotros corremos peligro á todas horas? Protesto por mi gloriacion en vosotros, que yo ten go en nuestro Señor Jesucristo, que cada dia muero. Si hablando según los hombres, combatí con bestias en Efeso, ¿qué me aprovecha? Si no son resucita dos los muertos, comamos y bebamos, que m añana moriremos. N o seáis en ga ñados. L as malas conversaciones co rrompen las buenas costumbres. E stad alerta debidamente, y no pequeis; porque algunos no tienen conoci miento de Dios; para avergonzaros lo digo. Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? R e v ist a Necio, lo que tú siembras, no recibe vida si primero 110 muere; y lo que tú siembras, no siembras el cuerpo que lia de nacer, mas el grano desnudo, sea de trigo, sea de otra simiente. Pero Dios le da un cuerpo como le plugo; y á cada simiente su propio cuerpo. No toda carne es la misma carne, sino una es la carne de los hombres, o trala de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Y hay cuerpos celestes, y cuerpos terrestres: pero una es la gloria de los celestes, y otra la de los terrestres. U na es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra es la gloria de las estrellas. Y aun una es trella es diferente de otra en gloria. A s í tam bién la resurrección de los muertos. Siémbrase corruptible, será re sucitado incorruptible. Siémbrase en des honra, será resucitado en gloria. Siém brase en flaqueza, será resucitado en poder. Siémbrase cuerpo natural, será resucitado cuerpo espiritual. Si hay cuerpo natural, le hay tam bién espiritual; según está escrito: fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el últim o Adán, espíritu vivificante. Pero 110 fue primero lo espiritual sino lo natural, y despues lo espiritual. E l primer hombre de la tierra, terre no: el segundo hombre, del cielo. Cual el terreno, tales tam bién los terrenos; cual el celestial, tales también los ce lestiales. Y así como hemos llevado la im agen del terreno, llevaremos también la im agen del celestial. E sto empero, digo, hermanos, que carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni lo corruptible heredará incorruptibilidad. H é aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados, en un momento, y en un abrir y cerrar de ojo, á la últim a trompeta; porque sonará la trom peta y los muertos serán resucita dos incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que esto corruptible sea revestido de incor ruptibilidad, y que esto mortal sea re vestido de inmortalidad. Pero cuando esto corruptible fuere revestido de in corruptibilidad, y esto mortal fuere re C r ist ia n a . 103 vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «Sorbida está la muerte en victoria: ¿Dónde, está, 0I1 muerte, tu victoria? ¿Dónde, está, oh muerte, tu aguijón? Empero el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Pero á Dios gracias que nos da la vic toria por nuestro Señor Jesucristo. P or tanto, hermanos uiios amados, sed cons tantes, inmovibles, abundando en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo no es vano en el Señor. E L V A L O R DE L A B IB L IA . E11 una reunión en favo r de la Socie dad B íblica B ritánica y E x tran jera, te- • nida en el Mansión House, ó sea la casa de A yuntam iento de Londres, en A bril del año pasado, el doctor W rig lit, uno de los secretarios de la Sociedad, pro nunció un notable discurso de tanto in terés seguramente para nuestros lecto res, que queremos reproducir la parte principal en nuestra R e v i s t a ; porque está lleno de hechos y noticias que, por desgracia, ignoran la mayoría de los hombres, tal vez los cristianos mismos. Se dirigió al alcalde primero de L o n dres, diciendo: «Señor, la ciudad que Vd. tan d ign a mente representa, es sin duda el gran centro del comercio del mundo. Por medio de una energía innata y la fu er za de carácter británico, la ciudad más grande que el mundo ha visto se ha de sarrollado en las orillas húmedas de nuestro rio. Vuestra ciudad es la crea ción de siglos. E n influencia ha creci do con las edades. Vuestros barcos sur can todos los rios, vuestros buques cru zan todos los mares. Vuestros agentes llevan los productos de la tierra á todos los mercados. Vuestras necesidades,' ov aun los artículos de lujo, son traídos desde todas las regiones de la tierra. Vosotros construís los puentes del mun do, vosotros edificáis las vias férreas del universo. Vosotros adelantais fondos á 104 R e v ist a los gobiernos del orbe, y cuando una calamidad cae sobre alguna nación, vosotros acudís en ayuda de los que su fren. Vuestra lieredad es espléndida; un deber sagrado os está confiado para el pequeño mundo aquí y para el gran mundo de fuera. A vuestro lado y en medio de vosotros la Sociedad Bíblica se ha desarrollado para ser el centro de la actividad reli giosa del mundo. E n ergía, fuerza de ca rácter, valor y perseverancia como las que fundaron vuestra grandeza, se han consagrado á la formacion de una orga nización con fundamentos más estables y con una influencia que llega más allá aún que la vuestra. Cada esfuerzo hecho por vuestra energía ha abierto nuevos caminos para las operaciones de nuestra Sociedad. E n cualquier puerto donde entran vuestros barcos, allí están los agentes de la Sociedad. Vosotros edifi cáis los puentes para que nuestros men sajeros puedan pasar por ellos. Vosotros hacéis los túneles para que nuestros mensajeros puedan penetrar por ellos. Pero nuestros mensajeros estaban allí antes que los vuestros. Ellos cruzaron el rio antes que vosotros edificaseis el puente. Ellos pasaron por encima de la montaña antes que vosotros hiciéseis el túnel. Ellos civilizaron á los habitantes de la isla, antes que vosotros la conquis taseis. Ellos dieron luz al continente oscuro (es decir, al Africa) antes que fuese dividido entre las naciones. Las manos que cogieron el te y el algodon, tenian nuestras Biblias antes que vues tros comerciantes llegaran para llevar los fardos y cajones. Las manos que co gieron las hojas de los morales y los dátiles, hojearon nuestras Biblias m ien tras que el gusano de seda hilaba; y la palabra viva quedó allí cuando el co m erciante que venia de vez en cuando, ya*se habia llevado la cosecha. Vuestra metrópoli es el gran modelo del buen éxito mercantil; y el buen éxito, como la caridad, cubre una multititud de pecados. Vuestro buen éxito es el resultado legítim o de la energía é iniciativa. Los ídolos de la adoracion de C r ist ia n a . la ciudad no son G og y M agog, sino energía é iniciativa. L a Sociedad que obsequiáis hoy, ha logrado un éxito tan brillante como el vuestro, en una esfera muy alta, por medio de una en ergía tan indómita, de una iniciativa tan deter minada y de una influencia tan vasta como las vuestras. V u estra energía está en gran parte concentrada aquí y vues tra fuerza es centrípeta respecto á otros centros y satélites de empresas comer ciales. L a Sociedad B íblica es Británica y Extranjera. Llam ada á la existencia por un grito amargo desde Gales, acudió á las necesidades de este principado, de los Gales en Escocia, de los Irlandeses y de todos los habitantes del globo, que h a blan el inglés. Trein ta mil soldados franceses y esj)añoles eran entonces prisioneros de guerra de los ingleses, y la Sociedad pronto justificó su título de extranjera, procurando para ellos en su propia lengua un gran número de ejem plares de la P alab ra de Dios. Pero la Sociedad tenia un objeto más lejano en el extranjero. E l vasto imperio chino con sus centenares de millones de almas inmortales estaba enteramente sin B i blia. L a China ocupaba la solicitud de la Sociedad desde sus primeras reunio nes, y versiones de las sagradas escritu ras se han publicado en el gran idioma literario, en la lengua de los mandarines (que se habla en todas partes por la gente educada), y ademas en diez de los dialectos locales. L a China está todavía al cuidado del comité; y á su petición, llevada por el humilde individuo que ahora os dirige la palabra, á la confe rencia de misioneros en Shanghai, aque llos prometieron unánimes escoger sus sabios más aptos para preparar unas versiones modelo en los idiomas princi pales de la China. E n A sia, la cuna de nuestra raza, la patria de Jesús, no habia más que dos versiones de las Escrituras traducidas antes del tiempo de la R eform a en len guas vivas. Aquellas eran el árabe y el idioma Persa. A ú n ellas estaban an ti cuadas, destinadas á morir pronto; ade R e v ist a C r is t ia n a . mas existieron solamente en manuscri tos raros que pocas veces se leian. L a iglesia viva liabia salido en siglos pasa dos con la palabra viva en la mano á aquella tierra; pero la Iglesia liabia per dido su primer celo, y dormia con unas versiones muertas en su mano inerte. E l siriaco, el arm enio, y el idioma georgiano, quedan como monumentos espléndidos, pero sin vida, de la primera fe y en ergía vital de la Iglesia primitiva. Despues de oclienta y siete años de tr a bajo sin cesar, h ay ahora ciento trece versiones vivas, en vez de dos en los idiomas y dialectos de Asia. No liabia versión viva de las E scritu ras en ninguna lengua del A frica. El idioma de los coptos y de los etiopes liabia muerto sin dar vida á ningún sucesor. L a tierra de Cliam estaba su mida en densas tinieblas; ya nadie se cui daba de ella sino el cazador de esclavos para quien era un campo de caza deli cioso. Los habitantes eran como ovejas sin pastor, y nadie se cuidaba de sus almas. Ha}r ahora sesenta versiones de las E s crituras en las lenguas del A frica , y la luz del cielo está disipando las tinieblas egipcias. L as tribus de A m érica estaban sin B i blia. E l ultim o de los mohicanos, los que leian la traducción de E lio t, liabia muerto, y la B iblia indiana de E lio t no era más que una cosa curiosísima; pero nadie entendía su lenguaje. A h o ra hay cuarenta versiones de las Escrituras en los idiomas indígenas de Am érica. ¿Qué liabia en la OceaníaP D iez y ocho siglos de la era Cristiana liabian ¡lasado y el evangelio no se liabia d eja do oir en ningún idioma de las islas. Entre los varios habitantes de aquellas islas dispersas y pobladas, 110 liabia ni un fragm ento de la P alab ra de Dios. «Las islas me esperarán,» cantó el an ti guo profeta; y los habitantes de las is las tienen ahora cuarenta versiones que les dicen: Dios es amor. (Se concluirá.) 105 Salve caput cruentatum , Totum spinis coronatimi, Conquassatimi, vulneratum , Arnndine sic verberatum, F acie sputis illita. Salve, cuius dulcis vultus, Im m utatus et incultus, Im m utavit suurn florem Tot us versus in pallorem Quem cceli trem it curia. Omnis vigor atque viror H inc recessit, non admiror, Mors apparet in inspectu, Totus pendens in defectu, A ttritu s segra macie. Sic affectus, sic despectus, P rop ter me sic in te ri e et us, Peccatori tam indigno Cum amoris in te signo A p p are clara facie. In hac tua passione M e agnosce pastor bone, Cuius sumsi mel ex ore, H austum lactis ex dulcore Prse 011111 ni bus deliciis. Non me reum asperneris N ec indignim i dedigneris, Morte tib i iam vicina Tuum caput liic inclina, In meis pausa brachiis. Tute sanctffi passioni Me gauderem interponi, In hac cruce tecum mori, P r e s t a crucis amatori, Sub cruce tua moriar; M orti tuie iam amarffi Grates ago, Jesu care, Qui es clemens, pie Deus, F ac, quod p etit tuns reus, U t absque te non fìniar. Dum, me mori, est necesse, N oli mihi tunc deesse: In trem enda mortis li ora V en i, Jesu, absque mora Tuere me et libera. Cum me iubes em igrare Jesu care tunc appare, 0 amator am plectende, 106 R e v ist a Tem et ipsurn tune ostende In cruce salutífera. ------- c, P 9 o -------- UN V IA JE Á T IE R R A SAN TA . (CONTINUACION.) A las cuatro menos cuarto de la ta r de vino Juanillo á buscarme al hotel, é inm ediatam ente nos dirigimos al Santo Sepulcro, pues mi cicerone, antes de acompañarme á la excursión por el bar rio judío, ten ia que asistir á una proce sión que diariam ente celebran los la ti nos en aquel templo á las cuatro de la tarde. Llegam os á la iglesia; tomé asiento en un banco cerca del tem plete, y Ju a nillo se unió al cortejo que form aba aquella procesion, compuesta de m ulti tud de frailes y algunos fieles, los cuales fueron recorriendo los sitios principales, cantando antífonas y versos latinos alu sivos á los hechos que se suponen acae cidos en cada uno de los puntos en los cuales se detenían. M edia hora duró la procesion; con cluida la cual, se me acercó Juanillo y me dijo que ya podíamos m archar al barrio de los judíos. Atravesando una porcion de calles tortuosas, estrechas y no m uy limpias, dimos por iiltimo en el barrio israelita. A llí vi infinidad de tenduchos sucios, míseros y mal olientes. Y o hacia caso omiso de estos detalles, y hasta me en contraba á mis anchas, porque con to das aquellas gentes podia hablar en cas tellano. Compré allí algunas cosillas que n e cesitaba, y nos encaminamos á la pla zuela donde se halla el muro á cuyo pié van á llorar los judíos. No merece tan reducido espacio el nombre de plazuela; pero como aquel trozo de calle es un poco más ancho que la generalidad de ellas, en comjDaracion relativa bien se la puede titu lar plazuela. Cuando llegamos, y á pesar de que C r is t ia n a . no era viernes, se hallaban al pié del muro diez ó doce judíos de todas eda des; unos leyendo, otros como rezando, y otros con la frente apoyada en los si llares. Es aquel un espectáculo realm ente digno de verse y meditarse, por ser único en el mundo. A q u í nos encontramos con un pueblo que há siglos perdió su patria, su rey, su templo y su sacerdocio. Y sin em bar go, este pueblo, diseminado por las cin co partes del globo, no desaparece, no m uere, no sé extingue como tantos otros; antes bien se aum enta y se pro p aga á pesar de las persecuciones, de los contratiempos y de toda clase de difi cultades; un pueblo que á través de diez y ocho siglos conserva la indeleble me moria, el profundo recuerdo de sus sa cerdotes, de su magnífico templo, de sus reyes, de su adorada patria. Y no sólo los recuerda, sino que uno y otro dia llora su pérdida; y ya que no le es dado hacer otra cosa, va al pié de aque llos sillares, sagrados para él, á bañarlos con sus lágrim as, entonando lam enta ciones tan sentidas como las de Jeremías, ya que no tan elocuentes. Quisiera yo ver á los incrédulos pre senciando en un viernes aquel desahogo de los israelitas al pié del muro del so lar de su querido templo. Y quisiera tam bién saber lo que pensaban sobre aquel espectáculo que tínicamente se ve allí, los razonamientos que hacian, y si aquella extraordinaria escena no les ha blaba al alma, ó la consideraban como una de tantas que se ven todos los dias y en todos lugares. A aquellos que negasen ó al menos pusiesen en duda la verdad de la reli gión en sus dos dispensaciones, antigu a y nueva, ¿no les diria nada ver á unos infelices perseguidos y mal mirados en todas partes, ir uno y otro dia, una y otra semana, mes tras mes, año tras año, siglos enteros sin interrupción, á conmoverse, gem ir y llorar ante aque llos frios bloques de piedra, mudos tes tigos del antiguo poderío y grandeza que disfrutaron sus padres? ¿Y las pro fecías? R e v ist a E n las dos veces que lie estado en Jerusalem no lie logrado la fo rtu n a de hallarm e en viernes, que es el dia seña lado oficialmente, digámoslo así, por los judíos para acudir al pié del muro. H u biera tenido un gusto especial en ver la m ultitud de israelitas apiñados en aquel reducido espacio, orando y ento nando salmos. M as esto se puede tam bién ver en los restantes dias de la se mana, si bien no son en tan gran núm e ro los que acuden, y se lim itan á leer y orar en voz baja. D ícese que pagan al sultán de T u r quía un tributo por el permiso de ir los viernes á llorar al pié del muro desde la u n a de la tarde liasta la puesta del sol. Y esto es lo único que se les consiente; pues si cualquier israelita se atreviese á poner la planta en aquella gran expla nada que compone el solar donde se h a llaba el templo, seguram ente que p aga ría caro su atrevim iento; quizá y sin quizá le costase la vida. E n el acto que tiene lu g a r los vier nes, unas veces se lim itan á gem ir y llorar, otras gim en y recitan , y otras lloran y cantan llorando. L o que cantan ó recitan á coro entre el rabino y el pueblo, es lo siguiente: ja b in o .— P or el palacio, que fu e de vastado Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— P or el templo que fue des truido Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— P or los muros que están demolidos Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— 'Por nuestra m ajestad, que y a pasó Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— Por nuestros grandes hom bres, que han perecido Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— P or las piedras preciosas que han sido quemadas C r is t ia n a . 107 Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— P o r nuestros sacerdotes, cuya im portancia ha caido Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— Por nuestros reyes, que han sido despreciados Pueblo.— Nosotros hemos quedado so litarios, y nosotros lloramos. Rabino.— Jehovah, os suplicamos ten gáis piedad de Sion; Pueblo.— Juntad los hijos de Jeru sa lem. R abino. — Apresuraos , ap resu raos, Salvador de Sion. Pueblo.— H ab lad á favor de Jeru sa lem. Rabino.— Que la belleza y la m a jes tad rodeen á Sion. Pueblo.— Volveos con clem encia h a cia Jerusalem. Rabino.— Que pronto la dominación real se restablezca sobre Sion. Pueblo.— Consolad á los que lloran sobre Jerusalem. Rabino.— Que la paz y la felicid ad entren en Sion; Pueblo.— Que la vara del poder se ele ve en Jerusalem. Indudablem ente debe ser conmove dor en extrem o ver aquella m ultitu d de desheredados entonando ó recitando la lam entación y p legaria que quedan co piadas. Seguram ente que no d ejará de impresionarse el ánimo del más des preocupado y sumirse en profunda m e ditación, aun cuando esté dotado de ca rácter ligero y superficial. E l muro á cuyo pié van á llorar los israelitas, no perteneció precisam ente al mismo templo, sino que es uno de los que lim itan la explanada donde aquel estuvo fundado. A fin de d ejar bastante espacio para edificar aquella m aravilla llam ada tem plo de Salomon, así como los pórticos, galerías, etc., el sabio rey se vió obli gado á descabezar el monte en el que se habían de levan tar las proyectadas cons trucciones, terraplenar las laderas, y li- 108 R e v is t a m itar con fuertes muros de sillería aquella montaña artificial, con objeto de que la acción de las aguas en el tras curso de los t i e n t o s no produjese el desviamiento de tierras, se socavasen los cimientos y viniese á tierra lo edi ficado. L a magnificencia y solidez de aque llos muros queda demostrada con sólo saber que estando compuestos de enor mes sillares labrados, penetran en tie r ra liasta una increíble profundidad. H a habido recientem ente quien ha tenido curiosidad por saber si los cimientos más bajos y profundos correspondían á la esplendidez de lo que está á la vista. A l efecto, y á poca distancia de uno de los muros, mandó abrir un pozo de ochenta y un pies de profundidad, y ha cer despues una galería que fuese á en contrar el cimiento del muro. Pues bien, abierta la galería á la ya citada profun didad de ochenta y un pies, se hailó que todavía penetraba más el cimiento del muro, y estaba compuesto de sillares iguales á los que se ven fuera de tierra. P or este solo dato se comprenderá que Salomon no escaseó ni gastos, ni es fuerzos de todo género en la edificación del templo y construcciones adyacentes. (Se continuará.j I N M E M O R IA M . JOSÉ ALHAMA. N uestro queridísimo amigo D. José A lham a, Pastor de la iglesia evangélica de Granada, ha abandonado este mun do para ir á gozar de la bienaventuran za eterna, el dia 5 del corriente á las cinco de la tarde, despues de larga y penosa enfermedad. Precisam ente en estos dias hará vein titrés años que por primera vez tuvimos el placer de ver en Granada á este hé roe de la fe y m ártir de Jesucristo, y mientras nos acompañaba en nuestra subida á la A lham bra, nos contó la his toria de su vida. H acia pocos meses que C r ist ia n a . habia vuelto de su destierro en G ibralta r , á donde habia ido condenado á nueve años de expatriación, despues de haber sufrido casi tres años en la p ri sión lóbrega de Granada, por la causa del Evangelio. E l subir la colina le era difícil, porque su pecho sentía aún las consecuencias de aquella estancia pro longada en la cárcel, y «el recuerdo de estos sufrimientos,» decia, «no se perderá sino con mi muerte.)) E n el bosque solitario, debajo de aquella m aravilla de arquitectura de los árabes, nos sen tamos para descansar, y no olvidare mos cómo contó de qué manera habia encontrado la verdad y la fe en el E van gelio. Sin religión habia vivido en este mundo, y trab ajab a diligentem ente en su oficio de sombrerero, que á él y á su hermano menor daba bastante trabajo y tam bién regular producto. Entonces Dios le hizo caer en las manos algunos trataditos que daban testimonio del Evangelio; esto le interesaba y le im pulsaba á procurarse un Nuevo T e sta mento, y poco á poco, en aquella lucha interior y misteriosa del espíritu contra el viejo hombre, se hizo discípulo de Cristo. Pero habiéndolo aceptado una vez por maestro, no podia callar; era preciso dar testimonio de él, prim era mente á su hermano y su fam ilia, luego hablaba en círculos íntimos ante am i gos, del tesoro que habia hallado; algu nos otros venían poco á poco, y por ú lti mo, «yo mismo 110 sé cómo se hizo,)) dijo con amable modestia, «que me encontré hablando públicam ente en la plaza acer ca del E vangelio de Cristo,» sin que h u biera por eso olvidado á atender á su ofi cio. Esto causó una gran excitación en la ciudad. «¿Cómo sabe este las Escrituras si no las ha estudiado?» Los sacerdotes no podían quedarse quietos, la casa de A lham a fue investigada, sus libros con fiscados, él mismo echado en la cárcel. A llí le atorm entaron con tentativas para convertirlo; pero la palabra de Dios des truyó todo el arte de los sacerdotes. Más de dos años permaneció en este calabozo oscuro y mal sano hasta que el tribunal dictó la sentencia; era de 109 E e v ist a C r is t ia n a . nueve años de prisión. Pero la reina, temiendo que convirtiera á los presos, según la influencia que ya habia ejer cido en la cárcel de Granada, junto con M atam oros, conmutó esta pena en nueve años de destierro, impulsada además por una carta de la reina Isa bel de Prusia, que antes liabia sido católica romana ella m ism a, y ahora intercedia por sus hermanos en la fe. Cinco años en G ibraltar vivió del tra bajo de sus manos, hasta que la revolu ción de Setiem bre de 1868 le permitió la vuelta á su patria. E l primer amigo que allí le saludó, fue su vieja Biblia, que un conocido habia salvado de las pesquisas de la policía y habia preserva do para él. Anunciar la verdad de esta B iblia á sus compatriotas, ha sido des de entonces el traba jo de toda su vida. R eciba su apreciable fam ilia, sobre todo su anciana esposa, la expresión más sincera de nuestra sim patía en es tos momentos tan llenos de dolor, por los cuales el Señor permite que pasen; al mismo tiempo que elevamos nuestras preces al Altísim o, para que les dé el consuelo que E l solo puede dar. U na carta de su querido hermano Antonio, de Granada, que ha tenido la bondad de informarnos sobre la enfermedad, nos cuenta que el acto de dar sepultura al cadáver del Sr. A lh ama, fue una m anifestación imponente, y pocas veces vista en Granada. Más de quinientas personas acompañaron el cadáver hasta donde es costumbre ha cerlo, estando el cementerio tan lejos de la ciudad, y unas cien personas lle garon hasta el cementerio, donde el pastor D. Juan M urray dió lectura á algunos versículos del Evangelio é hizo O D oracion, que oyeron todos con recogi miento é interés. L a vida de D. José A lh a m a fu é una manifestación enérgica y constante del Evangelio; su entierro lo ha sido también. E l fiel siervo ha recibido la corona de la vida que el Señor le ha prometido; su fa lta se hará sentir mucho entre nos otros. Pero la iglesia triunfante en el cielo ha de crecer también por los sier vos que el Señor llama á su descanso, mientras nuestros ruegos se eleven á su trono, para que multiplique entre nos otros el número de los obreros, que ta n ta fa lta nos hacen, y que les de su g ra cia para que sean fieles hasta la muerte, como lo ha sido nuestro amigo, que aho ra goza de la gloria de nuestro Señor resucitado. -------- o G *Q o --------- ISTCXEIYLI ó LOS ÚLTIMOS DIAS 1)E JERUSALEM. (CONTINUACION.) A l dia siguiente dió María de Bethezob una fiesta en sus brillantes habita ciones, á la que estaban convidadas las fam ilias de Zadoc y Am acías. Es de comprender que en aquel tiempo Zadoc estaba menos dispuesto que nunca á celebrar tales fiestas; pero siendo M aría su parienta, no quería rehusar su invi tación y deseaba que también Salomé y Noemi le acompañasen. ¡Cuán difícil era esto, especialmente para la última! Pero como no era algo ilícito lo que se exi gía de ella, la obediente Lija no quiso oponerse á su padre, y con el corazon oprimido se atavió para la fiesta. A m acías y Judit liabian rehusado la in vi tación, pero Zadoc exigía que Claudia acompañara á su hija, y esta lo hizo de buena voluntad, esperando encontrar una ocasion favorable para hablar con su am iga más librem ente de lo que le habia sido concedido en el último tiempo. A las seis de la tarde se fueron á la casa de la rica dueña de Betliezob, y tam bién Y a v a n vino con ellas. N unca se habia mostrado tan amable como hoy. ¿Estaban quizás sus planes de venganza cercanos á un fin satisfactorio para él? No se separó del lado de su hermana y 110 R e v ist a C r is t ia n a . de Claudia, y ya temían las dos que no ahora y donde estaría tanto más segura, llegaran á hallarse solas; pero fe liz cuanto que allí nadie la buscaría, sien mente fue llamado despues de la cena do él aún judío. A llí la podrías visitar por uno de sus cómplices más activos, y sin peligro alguno.» así se vieron libres del temido espía. «Temo,» respondió Noemi, «que sus A toda prisa atravesaron ambas los fuerzas ya no permitan la mudanza. emparrados provistos de matas y flores Pero pasado mañana sé de cierto, Y a olorosas en vasijas preciosas, y adorna van estará en un consejo, entonces po dos con cortinas de púrpura y oro, en las dré ver á M aría en su casa; ¿quieres que se refractaban los ardientes rayos pedir á Judit que me acompañe? Y del sol; iban de prisa sobre el p a aunque Y a v a n me descubriera, ¿qué im vimento de metal y piedras preciosas porta? E l secreto y a pesa mucho tiem por entre la muchedumbre de convida po bastante sobre mi corazon. Sólo es dos con el fin de encontrar en el lindo y por mi querida madre, si no, tampoco la frondoso jardín un lugar apartado. muerte me seria terrible si la padeciera Claudia comunicó, ante todo, m inucio por mi Salvador. ¡La vida sólo tiene samente á su querida am iga los sucesos poco que ofrecerme, y el sacrificio no del dia anterior, y tam bién expuso á seria tan grande!» ésta los planes sombríos que Y a v a n abri «¡No hables así, queridísima Noemi! gaba contra la fam ilia de Am acías, E n verdad, muy aflictiva ha sido tu especialmente contra Teófilo. Iíízo la suerte en los últimos tiempos, y me prometer que conmovería á su padre causa pena en el corazon verte tan des para en tres días lo más tarde aban amparada cuando nos hayamos m archa donar con ellos la ciudad, esperando do, y tu querida M aría quizás tam bién que tam bién A m acías se resolvería á se verá separada de tí. ¡Oh, si vinieras partir entonces. No ocultó á Noemi con nosotros! Pero como esto 110 puede que la situación de M aría podría im pe ser, reconociéndolo tú como la voluntad dir sus planes. Y entonces esta am iga, de Dios el quedarte al lado de tus p a tan ardientemente am ada por ambas, dres, tam bién tengo la confianza de que vino á ser el objeto exclusivo de su con él será tu sosten.» versación. «Sí, Claudia, lo sé; el fuerte Dios no «¡Todavía una vez, querida Claudia, me d ejará sucumbir. Me avergüenzo de debo verla!» exclamó Noemi. «Por gran mi cobardía, pero el pensamiento de de que sea el peligro que me amenaza, quedar sola, de que ninguna palabra de 110 puede ser cíe otra manera; debo ir á fe llegará á mis oidos, que n in gu n a ella aún una vez más para recibir su úl mano fratern al me sostendrá, este pen tim a bendición. Hace dos dias que en samiento me asusta. Me atrevía á espe contré á Hanna, saliendo cou Débora de rar algún tiempo, que mi querida madre nuestro jardín. Decía que el fin de M a se inclinaría á la verdad, que sólo nece ría no podía estar lejos. Desde entonces sitaba hablarla, y confio aun que su he meditado cómo podría venir á ella amante y fiel corazon se abrirá al fin á otra vez; quería poner en vuestras ma la voz del Salvador. nos sin que fu era notado, unas cuantas P ero parece tem er mis palabras. A sí, líneas para comunicaros cómo deseaba pues, 110 cesaré dia y noche de orar que acompañaros cuando la visitáseis.» el Señor mismo la ilumine y fortalezca «Aun esta noche,» replicó Claudia, mi fe. ¡Ojalá, que yo pudiese ser el b en «quieren ir Am acías, Judit y Teófilo, dito instrum ento en su mano para mos porque se creen seguros de Yavan, trar á mi madre el camino de la eterna mientras esté aquí. Piensan llevar á felicidad! Entonces conseguiría mi m a M aría entonces á la casa de Am acías, dre lo que no conseguiré yo, el ganar á cerca de Betania, donde el buen Benja mi querido padre para A quel, que ta m mín, un amigo seguro de A m acías, vive bién derramó su sangre por él.» R e v ist a «¡Olí, Señor, Dios mió,» añadió con las manos alzadas y con los ojos resplande cientes «¡escúchame! ¡Déjame ver á mis padres á los piés de la cruz; déjame oirLos invocar el nombre de tu H ijo! ¡Oh cómo le d a ñ a gracias, con qué gusto sufriría con ellos la muerte más penosa!» «Dios te guarde, Noemi,» dijo C lau dia apaciguándola; «el Señor escuchará la voz de tu súplica, y vendrán todavía dias felices para tí.» Entonces snpo dirigir la simpática joven las miradas de su am iga hacia más alegres esperanzas; le habló de la partida cercana; de cómo gozarían senta dos en una misma litera de la más dulce conversación; hablóle de la vista del amado padre, y despues de algo más, de Marcelo, porque sabia con qué gusto Noem i oia este nombre. Más aún; se atrevió á preguntar di rectam ente á su querida am iga si podia esperar tener en ella una querida h erm a na, toda vez que su hermano profesara la misma fe que ellas. U n rubor intenso coloreó las pálidas m ejillas de Noemi; pero serenándose pronto, dijo lo más tranquilam ente que pudo: «No quiero ocultarte á tí, queridísima am iga, que si estuviera en mi mano es coger mi suerte, preferiría el ser m ujer de M arcelo á compartir el trono de un emperador. Como niña ya le amé, y creciendo seguí amándole, aunque vi el abismo que nos separaba, siendo yo j u día y él romano y pagano. A hora cree en el verdadero Dios, y estoy segura que tam bién vendrá el día en que crea en el H ijo del Dios viviente. Si eso aconte ciera y su amor fu era todavía como el mió, ¡cuán feliz seria en llamarme tu hermana! ¡Pero todo eso sólo es un sue ño! ¡Debo esforzarme en alejar tales pen samientos de mi corazon!» «Ya veremos, Noem i mía, espero co sas mejores,» dijo Claudia alegrem en te. «Mi corazon revive, tú serás tan fe liz como yo. ¡Oh, hermoso encuentro! «Los tres dias pasarán de prisa y Y a van no tendrá tiempo para estorbar nuestra felicidad. Mas ahora volvamos C r is t ia n a . 111 á la casa: nuestra larg a ausencia podría infundir sospecha.» Cuando se levantaron del banco de mármol, creían haber oído un ruido e n tre las hojas de las espesas matas. Noemi puso de prisa su mano sobre el brazo de Claudia y el dedo en la boca para que callara. A m bas dirigieron su mirada h a cia donde procedía el ruido y claram ente reconocieron una figura hum ana que se alejaba. «¡Yavan!» murmuró Claudia excitada sobremanera. «¡Dios no lo permita!» respondió Noemi suspirando profundamente. «Si ha oído nuestra conversación, estamos perdidas. Pero Y a v a n abandonó la sala con su amigo, el terrible Isaac, el se nador, cuando nos marchamos. Apenas nos puede haber visto. Pero si otro ha oido nuestra conversación, nos sería tam bién m uy dañoso. Quizás el que allí estaba escondido sólo ha oido nues tras últim as palabras y no sabe quiénes somos. Volvamos de prisa al lado de nuestros padres.» E n este momento se levantó un gran clamor. E l son de címbalos y harpas había enmudecido; las luces se movían en todas direcciones por las habitacio nes de la casa, y pronto un número de mujeres en completo desorden se ech a ron al jardín, entre ellas M aría de Bethezob con sus criadas, cargada de alha jas, que sin duda procuraba salvar. «¿Hay fuego?» preguntó Noem i todo asustada. «¡Algo peor! U na banda de zelotas ha penetrado en mi casa. Roban, saquean y m atan al que los resiste.» «¿Dónde están mi padre y madre?» preguntó Noemi como desesperada. «¿Dónde está el pequeño David?» «¡Ay, mi niño!» gritó la infeliz madre. «¡Cómo pude olvidarlo! E staba ju g a n do en el pasillo cuando los ladrones en traron. ¡Oh, busca á mi niño, Noemi, búscale por Dios! ¡Si oye tu voz, vendrá! ¡Los zelotas 110 le habrán hecho daño!» A tó n ita miró Noemi un momento á la madre que pedia á otros que salvaran á su hijo, mientras ella sólo pensaba en 112 R e v is t a su propia seguridad. Entonces subió cor riendo á la azotea; también Claudia la siguió, teniendo en vista á su am iga. A m bas llamaban en alta voz á D avid y á Salomé. E l ruido de las armas sonaba dentro de la sala grande, pero la gale ría y los pasillos estaban vacíos. Iban penetrando siempre adelante, siempre llamando con voz más alta, liasta que por fin obtuvieron una respuesta. Con indecible gozo vieron como el pequeño salió de entre los pliegues de una cor tina; Salomé se dirigió á él exclamando: «¡Bendito sea el Dios de Israel! (Se continuará.) SECCION DE NOTICIAS. E S T A D O S U N ID O S . Washington 7. — Se han exagerado mucho los rumores de dificultades entre España y los Estados Unidos con m oti vo del nombramiento de Raud, como cónsul americano en Ponapé. España presentó algunas objeciones oficiosas al establecim iento de cónsules extranjeros en las islas Carolinas, y el Sr. B laine aceptó, juzgándolas atendi bles, las objeciones del Gobierno es pañol. Nueva York 8 .— E l periódico E l He raldo de Ntieva York declara, en su edi ción de hoy, que el Gobierno americano, reconociendo la ju sticia de las observa ciones hechas por España, ha renuncia do á nombrar cónsul en Las Carolinas. * * * ESPAÑA. Leem os en L a Justicia del 21 de este mes: L A B IB L IA . ( NU E V A VERSION.) Hemos tenido el gusto de recibir una preciosa edición de la Biblia, que la Sociedad Bíblica, B ritánica y E x tra n jera acaba de publicar en el hermoso C r ist ia n a idioma de Cervantes. L a versión á que nos referimos está caracterizada, no sólo por el esmero con que ha sido corregida de los primeros textos, sino tam bién p o l la especial y nueva disposición que se ha dado á los versículos, agrupándolos sin alterar para nada la numeración que existe en las anteriores. E l Sr. Jameson, activo é inteligen te representante de la Sociedad, y á quien se debe la revisión del citado libro, ha conseguido una im portante obra de propaganda, compitiendo la baratura, realm ente exagerada, con los demás ele mentos propios de esta clase de em pre sas editoriales. L as traducciones bíblicas datan desde muy antiguo, si bien en España tienen su origen hacia el año de 1260, en que A lfon so el Sabio mandó hacer la versión del libro, que aún se conserva, según creemos, en la biblioteca de E l E sco rial. A lfonso Y de A ragón, D. Juan II, de Cassilla y Bonifacio Eerrer, hermano de San V icen te , hicieron así mismo otras nuevas versiones, destacándose en tre ellas las del español Casiodoro R e i na, revisada en 1602 por el no menos célebre Cipriano V alera. En el libro que hemos tenido el gusto de ver, se ha conservado el texto de R eina-V alera, si bien teniendo presen tes los originales griego y hebreo. L a Sociedad B íblica, que tan prolijos trabajos lleva realizados desde 1804 en que se fundó, ha publicado cerca de ciento veintiocho m illones de ejem plares de las Sagradas Escrituras, que lia repartido por todo el mundo. Los idiomas y dialectos en que han sido pu blicadas, pasan de trescientos, habiendo algunos completamente desconocidos para nosotros, de tribus enclavadas en las estepas de la Siberia, ó bien que andan errantes por los desiertos del centro de A frica. L a Sociedad B íblica tiene su centro de M adrid en la calle de Leganitos, n ú mero 4 . M A D E ID 1892. IMPRENTA 9. DE JOSÉ Divino Pastor CRUZADO. i).