Parte Veintitrés: Mayo, 1977

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Parte Veintitrés: Mayo, 1977
Parte Veintitrés: Mayo, 1977
“¿Qué onda, hermano?” dice Sirius, descansando sobre una pila de libros en el escritorio.
Remus levanta la vista sin mucha esperanza. “Intento leer,” explica. “O sea, en esto estaba
hasta que te sentaste en mi material de lectura.”
“Claro,” dice Sirius, claramente no interesado. “Entonces, ¿vas a venir a nuestra fiesta preexamen esta tarde? ¿Vas a retozar con nosotros en la bella noche de Mayo bajo la cálida y
suave luna?”
“Eso no tiene sentido.” Remus deja salir un suspiro e intenta sacar uno de sus libros de
debajo del trasero de Sirius. “Y no. Creo que voy a ir a la biblioteca, la verdad, porque me
dará pánico si no reviso esto regularmente, como sabías perfectamente bien cuando me
hiciste esa pregunta.”
Sirius lo mira con tristeza. “Cariño, eso no es buena onda.”
“En el nombre de todo lo que es sagrado, ¿de qué estás hablando?” pregunta Remus.
“Moony,” dice Sirius algo severamente, “Me está dando la impresión que no captas mi
cháchara. ¿Captas o no mi cháchara?”
“Algo anda mal en tu cerebro,” dice Remus.
“Yo no soy el que va a la biblioteca a celebrar mis últimas horas antes de quedar atrapado
en los muslos de hierro del infierno de los NEWT,” aclara Sirius. “¿Entiendes, papi-to?”
“No soy el que va a quedar atrapado entre esos muslos,” responde Remus. “Vas a tener
que quedar atrapado entre esos muslos sin mí.” No levanta la vista desde un libro
polvoriento, pero añade, lentamente, al dar vuelta una de las viejas páginas, “Gato Jazz”
“No,” dice Sirius. “Sólo es gracioso cuando yo lo hago.”
“Quizás no es gracioso cuando cualquiera de los dos lo hace,” ofrece Remus.
“Bueno entonces.” Sirius se baja del escritorio y se saca el polvo de encima. “Al menos
seremos poco graciosos juntos. Pero sólo por un breve momento brillante, antes que te
deje con tu locura para irme con mi más atractiva locura.” Desordena el cabello de Remus.
“¿No estás preocupado de verdad, cierto? Te irá bien. Sólo recitarás cosas frente a los
profesores hasta que se vean forzados a darte la mejor nota porque sólo quieren ir a
almorzar.”
“Claro,” dice Remus. “Bueno, no todos podemos ser genios naturales como Sirius Back y
James Potter. Algunos tenemos que trabajar.”
“Cuidado con todo este polvo,” sugiere Sirius. “Gracias. Gato Jazz. No sé de dónde sacas
estas cosas.”
Remus le da una mirada feroz a sus hombros cuando se va. Es irritante, la verdad, cómo él
y James pueden pasar los siguientes tres días ocupados con las actividades más ridículas
y luego, con una semana, podrán sacar las mejores notas en sus exámenes. Es irritante. Ha
sido irritante por siete años. Remus de pronto se da cuenta que no será irritante nunca
más. Eso es bueno, seguramente.
Suspira y cierra el libro. En unos diez minutos, su apacible sala común se llenará de
alumnos de séptimo año de todas las casas, conversando y bebiendo y hablando de
tonterías y haciendo otras cosas para las cuales Remus no tiene tiempo. Es agradable,
supone, que se hayan organizado como para hacer una fiesta así. Sólo porque no quiere
ser parte de ella no quiere decir que no la aprecie.
Es mayormente por James. Desde el funeral, ha estado diferente. No parece suficiente
decir que ha estado más maduro, pero así es exactamente como ha estado. Cuida a la
gente. Está algo más delgado. Las observaciones son igualmente estúpidas, pero lo que ha
cambiado a James es demasiado silencioso para ponerlo en palabras. Y contra su
fragilidad, el frío en él, Sirius se ha puesto cariñoso como para compensar. Anda más
afectuoso que nunca, más risa, más fuerte, sus ojos preocupados más brillantes, su brazo
alrededor de los hombros de James un poco más rato. Remus ha intentado ser un alivio
para él, un amigo con el cual es fácil conversar, alguien que no requiere de esfuerzo.
Es más difícil que nada. Remus no sabe cómo presionarse en un espacio vacío e hincharse
para alumbrarlo. No tiene los brazos fáciles de Sirius así que la carga cae en los hombros
de Sirius. Quizás Sirius no lo demuestra todo el tiempo, una tensión que se queda ahora
en las esquinas de su boca, pero que de vez en cuando Remus puede ver por accidente.
Sólo la ve cuando no está intentando verla. Esa es el tipo de expresión que es.
¿Cómo suponen tomar el examen final de su adolescencia, Remus se pregunta, cuando
tanto de su adolescencia ya se ha tostado? La repentina madurez no lo hace sentir más
competente, sólo sobrio. Hay más en la vida para preocuparse que los NEWTs y,
sabiendo eso, Remus no se siente consolado. Si estudia todo este tiempo, es menos
tiempo que pasar en lo que viene después. Menos tiempo deseando haber aprendido
cuando era más joven cómo abrazar a alguien correctamente. Menos tiempo viendo el
nuevo tic en la boca de Sirius por el rabillo del ojo.
Lily se preocupa de James, Remus piensa. Nadie más se preocupa de Sirius.
Alguien tiene que hacerlo. Es un trabajo de tiempo completo.
Hay una capa gruesa de polvo en uno de sus libros. Remus lo saca sin pensar, moviendo
todos sus dedos para sacar el polvo, pero el sentimiento pegajoso continúa. La simple y
pura verdad es que no está pensando en sus estudios. Ese es el problema con estudiar.
Hacer tiempo, buscar un lugar, sacar los libros, pero no significa necesariamente que
vayas a estudiar; sólo que quieres estudiar.
Remus suspira. La biblioteca, piensa. En la biblioteca no podrá pensar en Sirius y James
porque no hay un lugar menos Sirius y James que la biblioteca. Será la solución. Tiene que
serlo. Junta sus libros y los arregla entre sus brazos con cuidado y luego se va.
***
La biblioteca, que debería estar llena de gente—al menos por algunos de quinto año con
pánico, piensa Remus—está completamente vacía. Excepto por el cómodo sonido de las
páginas cuando el aire se mueve entre los volúmenes, no hay más sonido. Madam Pince lo
mira con una de sus Miradas cuando entra, pero no se objeta. Remus se mueve sin
dirección por los estantes hacia su lugar favorito, el escritorio al final entre lingüística e
historia clásica. Le gusta que esté algo torcido, como si su deformidad lo hubiese aislado
de los otros escritorios del frente.
Remus también está conciente de que son pensamientos como estos los que hacen poco
probable que tenga una relación de verdad con alguien.
Dejando sus libros suavemente sobre el escritorio, toca la lámpara verde y comienza a
acomodarse, y luego el sonido de voces llega desde atrás, desde la sección restringida.
Suenan extrañamente familiar.
No me incumbe, se dice firmemente. No me incumbe y lo que es más no me importa.
“Es igual que cuando era estudiante,” dice una de las voces familiares. Remus descubre
que no puede no escuchar. Podría meterse pañuelos o pedazos de su manga en sus orejas
y poner ambas manos sobre ellas y de todas formas sus dedos se moverían y los pañuelos
o los pedazos de manga no servirían y las voces pasarían igual. Aprieta la mandíbula. Si
sólo se inclina hacia atrás en su asiento puede ver por la esquina hacia el sesgo oblicuo
que dejan dos sombras distorsionadas—y entonces puede verlos, pero ellos no lo ven.
“Venía aquí escondido todo el tiempo.”
“¿Con quién te escondías?” dice la otra voz familiar.
“A veces con Gid,” dice Fabian Prewett. “A veces, sin él.”
“Estaban pegados,” contesta Caradoc Dearborn. “Estaban pegados a la cadera. Eran como
los Gemelos Siameses. ¿Por qué estabas aquí sin él?”
Silencio. Remus siente algo extraño en su garganta, como cuando Sirius le hizo comer un
calcetín, o intentó. No se va cuando traga. No debería estar haciendo esto, pero ahora
teme moverse, teme que lo descubran.
“Como dije,” dice Fabian, la voz algo extraña y oscura. “Esto es igual que cuando era
estudiante.”
“Maldición,” contesta Caradoc. Se mueve y su sombra se mueve, creando ángulos largos y
extraños. Por un momento desaparece detrás de un estante y luego vuelve a la vista. Su
cara está mal alumbrada por la lámpara. Remus no puede verlo. “Escucha,” continúa
Caradoc. “No es que quiera seguir hablando, ya sabes, de viejas historias. Pero...”
“Soy lo más cuidadoso que puedo,” interrumpe Fabian. “No es como que no hago
tonterías por ti todo el tiempo.”
“Intento decir algo,” dice Caradoc. “Sólo déjame—o sea—no es fácil.”
“Tú no,” intenta Fabian.
“Cállate, cállate, Fabian Prewett,” insiste Caradoc. “De verdad como que te amo.”
“¿Le dices eso a todos los que te tienen contra...” Fabian estira el brazo con dificultad
hacia atrás, toma un libro y lo examina- “contra Un Breve Tratado Sobre la Historia y la
Práctica del Encanto de Lupa?”
“Eso no es justo,” dice Caradoc. “En Marzo, pensé...”
“Para,” dice Fabian fuerte. “Ya no es Marzo. No hay ningún lugar más seguro que donde
estamos y no sé si lo has notado pero todos están bien. Además...” su voz baja un poco—
“creo que te gusta la cicatriz.”
“No,” dice Caradoc, ronco.
Fabian murmura, “Bueno, no deberías tratarla tan bien entonces.”
“Escucha,” dice Caradoc. “Cállate por un segundo. No puedo andar pensando cosas
como… lo que pensé en Marzo... cuando no estoy seguro que, ya sabes. Sobre la parte
donde como que estoy enamorado de ti.”
Fabian está en silencio por un momento. El único sonido que Remus puede escuchar es
su propio aliento torturado alrededor suyo. Luego Fabian dice, apenas, “no creo que te
sorprenda que, ya sabes, te amo a un punto que es de verdad estúpido.”
“No,” susurra Caradoc. Remus tiene que estirarse para escuchar. No lo hace, porque no
está intentando escuchar, sólo sucede que está aquí cuando ellos también están aquí y no
es culpa suya. Deberían tener más cuidado. Deberían poner encantos o guardias; deberían
mirar alrededor de vez en cuando. Sólo que ahora no deberían porque entonces lo
encontrarían y ha estado mirando por accidente y se va a ver como si lo estuviera
haciendo a propósito. En el centro de su estómago algo no tocado por mucho tiempo es
cálido y desesperado y destruido. ¿Cómo puede ser derretido y destruido al mismo
tiempo? Remus no sabe. Quizás es destruido y luego derretido. Quizás su mente esté
divagando. El silencio es terrible-- ¿cómo lo hacen?- ¿no es incomodo? “No seas tan
marica,” dice Caradoc finalmente. Fabian se ríe y el sonido es áspero. Luego hay más
silencio pero es un silencio de otro tipo, y cuando Remus se estira de nuevo para ver,
Caradoc tiene tomada la cara de Fabian entre sus manos con una gentileza extraña, y
contra la lámpara sus cuerpos hacen una sola sombra. El mayor detalle que Remus puede
ver es que los ojos de Fabian están cerrados y que el cabello de Caradoc se ha puesto de
un brillo especial.
Fabian toca su hombro, su cuello, su nuca, su mano moviéndose en caricias graciosas,
inútiles. Remus piensa, Nunca podré tocar a nadie así. Remus piensa, Quiero hacerlo. Viene de
la nada, un hambre desatada, algo que es como estar bajo la luna llena pero
completamente, horriblemente, maravillosamente humano. Es querer aullar desde las
profundidades de su muchachez, su adolescencia, su incipiente hombría. Tiene todo que
ver con los trabajos del cuerpo humano. Este aullido es otro tipo de locura.
“Pensé,” dice Caradoc. “Pensé que iba a tener que matar a tu hermano. Eso es lo que
pensé. Porque cómo pudo, cómo pudo dejarte—sólo—no fue su culpa, claro, pero es...”
“Es el riesgo que tomamos,” sisea Fabian. “Es el riesgo que queremos tomar. No podemos
vivir con nosotros sin eso. Caradoc.”
Caradoc lo besa, se inclina hacia él, casi vaciándose en él y Fabian se queja y Remus
puede verlo tambalearse hacia delante. El estante se tambalea. Los libros pueden caerse.
Remus puede escuchar el latido de su corazón como una ametralladora. Sus nudillos
están blancos.
“Somos estúpidos,” respira Caradoc, “esto es, somos tan, tan estúpidos.” Su mano y la de
Fabian están juntas. Algo en el corazón de Remus grita. Siempre ha pensado que eso sólo
era una expresión, una metáfora, no tu corazón de verdad, pero algo en ello debe ser
verdad porque su pecho de verdad le duele.
“Bueno, por eso es divertido,” dice Fabian, tan suavemente que Remus casi no lo escucha,
y se inclina otra vez. Remus se estira para mirar—y siente, demasiado tarde, la pata mala
de la silla moviéndose demasiado hacia atrás.
“Maldición,” susurra Remus y luego se cae al piso.
“¡Mierda!” grita Caradoc y luego Remus es tomado por el cuello y una varita está
presionada contra su mejilla y se da cuenta Dios Mío, me van a matar, deben creer que soy-“¡No, no, no!” grita Remus. Esta es, sin duda, la cosa más vergonzosa que le ha pasado. Y
ha peleado con oponentes de verdad intensos. “Estudiando—estudiante—Remus
Lupin—cómo—por favor por favor, no me maten, no...”
“Te conozco,” dice Fabian fríamente. “Dios, deja eso, Caradoc, no podrías matar a un
muchacho ni—oh, maldición.” Si una voz pudiera perder todo su color, la de Fabian la
pierde. Remus no puede ver su cara—está tomado a un ángulo poco cómodo por uno de
los poderosos brazos de Caradoc—pero puede imaginar que la cara de Fabian ha perdido
todo su color. “¿Cómo te va, Cara de Chocolate?”
“Lo lamento tanto,” susurra Remus, “sólo, lo lamento. No quise—O sea, no estaba, oh,
Dios.”
“Está bien,” dice Fabian cansado. Pone una mano en el hombro de Caradoc. “Déjalo.”
“¿Déjalo?” repite Caradoc, sus ojos quemando los de Remus. Remus quiere acurrucarse y
morir mil veces. Piensa sobre acurrucarse y morir porque entonces no tendría que pensar
en sus caras y en la suya. “Dices, como un perro enfermo o...”
“Déjalo,” murmura Fabian, “en el piso, por favor.”
Remus es bajado lentamente, lo que, debe admitir, necesita más fuerza que si fuera bajado
rápidamente. No hay cómo salir a salvo de esta situación. Nada que decir. Quiere abrir su
boca y explicar que verlos fue la única vez que se ha sentido completamente como una
persona, como si su cuerpo fuese su hogar verdadero y no como si fuese un sobre. Abre su
boca. Deja salir unos sonidos patéticos parecidos a un pájaro y se aleja rápidamente de la
furia de Caradoc. “No quise—quise estar—estaba estudiando y entonces—bueno, si me
iba podían—me verían y yo--- no quise—pero oh, esto es mucho más vergonzoso. Lo
lamento. Lo lamento mucho. Por favor,” termina y mira a otro lado. “No fue mi intención.
Sólo intentaba aprender Pociones. Soy terrible en Pociones. Pueden preguntarle a
cualquiera.”
“Sí,” dice Fabian. “Los NEWTs ya vienen, no.” Sus mejillas de pronto brillan. Caradoc aún
se ve peligroso. “Aleja la varita, Caradoc. Es—es solo un idiota, creo. No estoy seguro.”
“Sí,” concuerda Remus. “Un completo idiota. Pueden preguntarle a cualquier también.
Esto es tan horrible. Yo soy horrible. Sólo—o sea, de verdad acababa de traer mis libros. Y
escuché voces así que—así que me incliné para ver quien era. Eso es todo. No quise—
interrumpir.”
“Por el amor de dios,” dice Fabian, cansado. “Está bien. No me importa.”
“Me pueden Obliviar,” ofrece Remus. “O sea. Si quieren.”
Caradoc lo mira con desaprobación. Desaprueba particularmente bien, como una estatua
alegórica. “Un debilucho como tú no vale la pena el esfuerzo.”
“Además,” añade Fabian, viéndolo con ojos duros, “no es como si viste algo que no quiera
que los demás sepan.”
“No lo haría,” dice Remus, “si no quieren, nunca—”
“Basta,” dice Fabian. “Lo viste, no lo viste, le vas a contar a tus amigos, te lo llevarás a la
tumba—no me importa. Estoy enamorado de este hombre por muy buenas razones y nos
estábamos demostrando eso en la sección restringida. La próxima vez, no sé, revisaremos
primero, pero sólo porque fue encantador y después como que literalmente te caíste sobre
ello. ¿Está bien? Que tengas buenas noches. Buena suerte con pociones. Continúa.” Y se va.
“Él es,” dice Caradoc, “el hombre es—es malditamente genial.” Y corre tras él.
Remus prefiere concordar con ese juicio.
Se desliza sin huesos por el estante y se sienta ahí por un segundo, sintiéndose perdido.
El modo en que Fabian dijo que era encantador, como si, era encantador pero siempre es
encantador y Remus piensa ¿por qué no sé yo eso?
Dice en voz alta, “Remus Lupin, necesitas que te crezca un par.”
Es el tipo de cosa que Sirius diría (y si Sirius estuviera aquí probablemente diría algo
como “de senos para que combinen con tu hermosa flor femenina,”) pero sólo porque es el
tipo de cosa que Sirius diría no significa que esté equivocado. Sirius puede ser
inesperadamente correcto a veces.
Remus se levanta. Su corazón golpea salvajemente su pecho. Hay una cosita llamada
iniciativa, piensa, y la voy a tomar. La voy a tomar ahora. Voy a recogerla y sacarla de la tienda, porque
me acaba de crecer un par y no estoy hablando de pechugas tampoco.
Por un momento, piensa con anhelo en los libros.
Son polvorientos y algunas de las páginas de los libros más viejos se quebrajan—
delicadas— parecido a huesos viejos. Sugieren al toque que se van a despedazar. A veces
estudia sólo por estar con los libros: como si presionar sus dedos contra la página, algún
poder persuasivo evasivo de las palabras editadas pudieran transmitirse por osmosis a
través de sus huellas digitales. Pero estos libros en particular no tienen pelotas y quizás
por eso Remus pasa tanto tiempo con ellos. Miseria y sin pelotas. Remus deja salir un
suspiro agonizante. Hay un murmullo agonizante en su panza. Está demasiado en medio,
como un libro Delgado que nunca nadie nota, sin marcas en el empaste y dejándose
abrazar por todo el maldito polvo.
“Claro,” dice.
Se voltea para irse.
“No, espera,” añade. Vuelve corriendo y cierra todos sus libros y los devuelve a su lugar en
orden alfabético por si alguien más viene a buscarlos.
“Ahora bueno,” dice.
***
El pasillo tras las puertas de la biblioteca está vacío. No hay señal de Fabian, Caradoc o
de la iniciativa que se pronto lo ha poseído. “Maldición,” dice Remus y luego,
sorprendido, “¡Sí!”
Corre de vuelta a la torre de Gryffindor. Desesperadamente espera que de algún modo
pueda evitar ver a sus amigos—o, más importante, evitar ser visto por cualquiera de ellos.
Eso terminará con la Iniciativa, la que ahora da vueltas nerviosamente alrededor de su
hígado.
Pasar junto a ellos, sin embargo, es sorprendentemente no-difícil una vez que llega a la
sala común. Está terriblemente llena, sudada y oscura, y quedándose junto a las murallas
y subiendo las escaleras de a dos, logra evitar hacer contacto visual con nadie. Arriba,
golpea la puerta—últimamente es mejor hacerlo—pero, gracias al cielo, no hay respuesta
y entra.
Remus se arrodilla junto a la cama de James, afortunadamente deshecha como siempre.
Busca cuidadosamente entre las sábanas, revisando si hay manchas misteriosas, oh Dios,
pero ninguna es visible.
Sabe que eso no significa que no existan.
Con cuidado, haciendo una mueca, Remus saca la sábana y busca hasta que sus dedos
tocan el pergamino.
El Mapa.
Busca su varita y casi se le cae pero logra hacer que sus dedos obedezcan. Con la punta de
su varita toca el mapa y sisea, “Juro solemnemente que no haré el bien.”
El Mapa.
James había dicho al principio que quería que se desplegara y lo hace, abriéndose como
una flor confundida, puros ángulos y esquinas y escaleras complicadas de pergamino. No
está terminado aún—hay varios problemas considerables en cómo funciona y, si se siente
algo molesto, deja salir los pedos más horrendos, sin duda algo que Sirius hizo cuando
nadie más lo veía—pero funciona bien. Eso es, si puedes vivir con la confusión de los
nombres. El Mapa reconoce bien a los cuatro de ellos; es con todos los demás que tiene
un problema escribiendo.
“Fabian,” le sisea, revisando los paseos de tinta y las puertas manchadas. “Fabian, Fabian,
Fabian.”
Fabaloc Dearfellow? Dice el Mapa de pronto. Pequeñas pisadas de tinta aparecen y
desaparecen y aparecen otra vez, alejándose de la oficina de Dumbledore y bajando por
un pasillo. Fabblian Prewiweather? Fabiola Moomilett?
“Qué diablos,” dice Remus, “por el amor,” pero mete el mapa en una manga, seguido de su
varita, y se levanta mientras su adrenalina aún le permite actuar como un completo
idiota.
Baja las escaleras otra vez, por la semi-alumbrada sala común, con su cabeza gacha como
un incompetente espía, y sale por el retrato, revisando el Mapa por señales de cualquiera
que pueda interceptarlo. James y Lily, sin sorpresa, están lejos del área inmediata: Peter
está en el sofá, aparentemente solo al otro lado de la habitación y Sirius está en la mesa
con dos personas llamadas “Frankly Klinglebolt” y “Shackalack Largebottom.”
De vuelta en el pasillo, vuelve a correr. Las pisadas de Fabaloo Priores dan una vuelta
brusca hacia el calabozo de Pociones pero Remus, gracias a Sirius y al confundido pero
bien intencionado papel que tiene en la mano, conoce un atajo. Se mete por un pasillo,
entra a una sala de clases y por la puerta del conserje, bajo una hilera y por un túnel que
huele desagradablemente a órganos, sale directamente frente a la sala de Slughorn justo
cuando Fabian entra a un pedazo de luz frente a él.
“Dios santo,” dice Fabian. “¿No nos hemos visto lo suficiente?”
“Necesito hablar contigo,” dice Remus, sin aliento y rápido. “He decidido que me crezca
un par. No senos. No de senos. Necesito hablar contigo,” repite. Ya entiende que esto no
va tan bien como debe o como puede o como es. Presiona una mano contra su pecho—no
está acostumbrado a hacer este tipo de cosa solo, y aunque es una locura maravillosa y
algo eufórica, una vocecita en su cerebro grita FILCH TE ENCONTRARÁ. PELIGRO,
¡PELIGRO, REMUS ROBINSON! No tiene tiempo para preguntarse por qué la vocecita ha
confundido su nombre. Se inclina contra una estatua y mira a Fabbleboot Wettlebrow y
dice, “por favor, de verdad necesito—hablar.”
“Bueno, entonces quizás debas respirar primero. ¿Te acuestas a esperar a la gente así o es
sólo una forma curiosa de expresar preferencia y afecto?” Fabylon Prewtanks cruza sus
brazos sobre su pecho. En esta luz, Remus puede ver que ha perdido peso. Entendible,
cuando se recupera de un agujero gigante en la panza.
Remus pausa para recuperar el aliento. “Normalmente no soy así,” intenta explicar.
“Usualmente soy, ya sabes, el que a todos le gusta porque no—salto—de lugares.
Emboscada. No es—tengo amigos terribles.”
“¿Estás buscando amigos nuevos?” pregunta Fabian. “¿De eso se trata esto? Te advierto,
mi tarifa es alta.”
“No,” dice Remus, pasando una mano frenéticamente por su cabello, “no, lo lamento. La
verdad- usualmente soy el elocuente, así que esto es muy extraño para mí.”
“Tenemos algo en común,” concuerda Fabian, serio.
“Es sólo,” hace un gesto inútil, incierto de lo que supone comunicar, “quería—necesitaba
preguntarte--¿cómo supiste? O sea. Sobre el—cuando descubriste eso,” traga, “que
estabas, ya sabes, enamorado, o sea, ¿cómo supiste? ¿Cómo supo él? ¿Cómo ocurrió?”
“Déjame aclarar la pregunta,” dice Fabian secamente, pero registra por un momento una
expresión curiosa. “¿Me estás preguntando ‘cómo supe que estaba enamorado’ o ‘cómo
supe que era un marica enorme’? Las dos no se excluyen mutuamente, pero claro no
querría responder la pregunta equivocada y prolongar esta agonía.”
“No, no, no—quiero decir—ambas. Creo. Creo que eso es lo que quiero decir.” Remus ha
estado como un sobre demasiado lleno, se da cuenta, por casi un año. Sólo le ha querido
contar a alguien y no le ha contado a nadie. “Creo que puedo ser un marica enorme,” dice
de pronto y sin advertencia. Todo sale de él. Como el vómito. Como una de esas cosas
explosivas en el baile de Yule que tenías que tirarle la punta y—bueno, no importa.
“Digo—lo que digo es—el verano pasado un muy buen y muy masculino amigo me besó
en los labios en un modo que difícilmente podría ser malinterpretado como, como
amistoso, y después se fue y se encontró una hermosa chica francesa y yo, nosotros, él,
bueno- nunca hablamos de ello otra vez.” Y después tuvimos una enorme pelea y lo pude
transformar en un hombre lobo y estuvimos desnudos juntos pero igual no se resolvió. “Así que sólo—
no estoy seguro—de qué hacer.”
“Bueno,” dice Fabian, después de un silencio largo. “Creo, creo que este amigo tuyo—creo
que él puede ser un marica enorme. ¿Has considerado eso?”
“Bueno, no, la verdad,” dice Remus con algo de sorpresa. “La verdad no. O sea, he pensado
en—pero él sólo es—quien es.”
“A veces,” dice Fabian, “quien alguien es es un marica enorme. Mira, no es algo que tú—
maldición. No es como tener una espinilla, sabes, donde te miras en el espejo y dices, ‘ah,
claro, ahí está’.” Le da a Remus una mirada entrecerrada. “Espero que no tenga que
decirte que en algún momento de tu adolescencia empiezas a tener Necesidades.”
“Sí, no, lo sé,” dice Remus, moviendo sus manos. “¡Necesidades! Lo sé. No es de lo que
hablo. O sea, sí, es un... pero ya sabía eso. Quise decir, o sea, entonces no supiste supiste,
no fue un... flash de... revelación o algo así. Es sólo que-- ¿lo descubriste por accidente?”
“No quiero ser una de esas personas que te dice ‘sólo lo supe’ porque esas personas son
idiotas,” dice Fabian. “Pero me temo que es un balance entre que te encuentras
cuestionándote y te encuentras sin poder cuestionar.”
“Eso no tuvo ningún sentido,” dice Remus.
“La vida y ser besado por maricas enormes raramente tiene sentido,” responde Fabian.
“No puedo facilitarte esto o decir algo elocuente y correcto y brillante. Estoy sólo, ya
sabes. Aquí, aparentemente, y—lo lamento.” Sonríe cansado. “O quizás parte de mí está
amargado por no tener con quien conversar y te estoy torturando al ser completamente
inútil. Puedes creer eso, si quieres, pero como no te conozco y no sé a tu enorme marica,
no hay mucho que pueda hacer.”
Remus se siente más desesperado que nunca. “No tuve tiempo para saber si se sentía bien
o si se sentía mal,” dice. “Él sólo—de pronto—sólo se detuvo. Lo odié tanto, tanto, sólo
que no, sólo que— ¡una chica francesa! ¡Una chica francesa! ¿Tienes alguna idea...?”
“Tengo alguna idea,” le asegura Fabian. “Esto puede sonar como un concepto nuevo, pero
¿has intentado, ya sabes, hablar con él sobre esto?”
“Hablar con... ¿qué?” Remus se aleja, aterrado. “Oh Dios. Oh no. No podría. O sea, él ya—
hay una broma, versa, sobre cómo tengo un diario y partes de niña y—senos y—cosas,
pero—si intento hablar con él sobre sentimientos, me metería manzanas en la camisa y me
llamaría Mary-Ann.”
Fabian pestañea. “¿Y lo dejarías?” pregunta.
“Probablemente,” admite Remus.
“Probablemente eres increíblemente torcido,” dice Fabian, decidido. “Al menos estás
torcido por esta persona extremadamente masculina tuya. ¿Ayuda eso?”
Remus deja salir un poco de aliento y pestañea varias veces. “Sí, yo—la verdad, sí.”
“Bueno, eso es bueno,” dice Fabian, dándole palmaditas en el hombro. “Nunca pensé en
mí como mentor de la juventud aproblemada. Para decirte la verdad, prefiero la
corrupción y dirigir hacia caminos oscuros.”
“Nunca te lo pediré de nuevo,” promete Remus. “Aunque, sabes, este es como un camino
oscuro, en cierto modo.”
Fabian levanta las cejas, pensando. “Puede que tengas razón.”
“También creo que debes saber,” añade Remus, “que tu, uhm—bueno, el Sr.--- ehh—
Caradoc Dearborn, eso es, él—bueno ya te habías ido, lamento mucho eso, pero añadió
para tu más brillante—cree que eres brillante,” logra escupir Remus. Ha decidido que se
debe saber, ya que parece ser verdad. “Claro,” concluye. “Gracias. Muchas.”
“Estás loco, probablemente, sabes,” le dice Fabian. Luego añade, “¡Buena suerte, mi amigo
lunático! Envíame una lechuza o algo. No que me importe, sólo estoy sorprendido.”
“Esto probablemente terminará en tragedia,” admite Remus.
“O manzanas,” dice Fabian. “En la camisa y todo. Mary-Ann. ¿De verdad? Hm. Bueno, no
eres ninguna Ginger, eso es seguro.”
“Esto ha sido muy,” dice Remus, “bueno, gracias por todo. Aclaró un par—un par de
cosas.”
“Mi consejo,” Fabian se acerca para susurrar, “mi consejo de verdad es que no lo dejes
pasar. Si nunca sabes, es peor. Quizás sólo marginalmente, pero el menor de dos males es
hacer el ridículo y el consuelo es saber que tuviste las pelotas para hacerlo.”
“Quiero abrazarte,” dice Remus. “Pero creo que sería incómodo, así que mejor me voy.”
“Buen muchacho,” dice Fabian, desordenando el cabello de Remus. “Buenos instintos.
Bueno, adiosito,” y, sacudiendo la cabeza, se va.
Remus endereza su camisa. Se suelta la corbata. Intenta tragar, pero su garganta está
extremadamente seca y esta maniobra supuestamente fácil se convierte en algo difícil.
Revisa el mapa otra vez. Ahí está el nombre, en su cartel flotante, dirigiéndose como si
fuese guiado por un ángel de la conveniencia, solo por una larga escalera. Remus sabe que
hay un pedazo de tierra bajo la alfombra detrás del armario donde puedes dejar un
cigarro sin encender el piso en llamas.
“Oh maldición, oh maldición, soy una mujer,” dice Remus, y se apura hacia él.
Es como correr en un sueño. Si se detiene, la ilusión será destrozada y toda esa fuerza
desatenta de su convicción caerá desde abajo como esa vez en la Casa cuando el piso se
rompió bajo una pata poderosa de Prongs y los envió a todos hacia el suelo con dolor.
Remus está sin aliento otra vez, y sudando un poco, pero la velocidad es algo importante.
Alcanzando a Sirius Black, Padfoot y sus pasos que se disuelven, antes que el reloj interno
de las pelotas de Remus se acabe y vuelva a convertirse en una calabaza.
Sale al aire helado de la noche y casi se tropieza con sus cordones. Al otro lado del pasto,
detrás de unos árboles, yendo en zigzag como una carrera de obstáculos—en lo que
nunca ha sido bueno; por lo cual no ha elegido una carrera fantástica sobre una escoba—
y luego: el armario, bajo un haz de luz de luna.
Una lechuza canta.
Remus avanza hacia al armario como un ejército conquistador y da vuelta en una de sus
esquinas hacia atrás del armario, que es donde Sirius está, vivo y carne y completo y algo
que Remus apenas ha cuestionado porque tenía demasiado miedo hasta ahora para
descubrir que nunca tuvo que cuestionarlo.
“Moony,” dice Sirius, sorprendido.
“Cállate, Sirius,” dice Remus, y lo toma del cuello y lo besa violentamente en la boca.
Se siente como largo rato. El único movimiento que Remus siente es el escalofrío
repentino en la tensión del largo cuerpo de Sirius y el desigual hinchamiento de sus
propios pulmones.
Luego contra su boca Sirius sisea, “¡Mierda! Ow,” y su brazo salta. Remus salta con él. El
cigarro cae y rueda contra sus pies. Sirius flexiona los dedos quemados pero sus ojos
están sobre Remus.
Abre la boca para decir algo. Remus dice, “No, sólo, escucha, ya.” Mete ambas manos
desesperadamente en su propio cabello. Quizás, piensa, quizás si me saco todo el pelo, todos
podemos estar lo suficientemente distraídos por el dolor y el líquido y no tendré que decir nada más, pero
tiene que, porque este es el menor de dos males. Dice, “¿Ya, ok? Eso es. Acabo de hacer todo lo que
puedo, Sirius Black, ¿estamos claros?”
“Pero yo,” dice Sirius.
“Eso es todo lo que tengo que decir sobre el asunto,” Remus lo interrumpe, aunque no lo
es. “Sólo--- no hay nada más que pueda—bueno, yo no voy a ir a buscarme una chica
francesa. ¿Está bien? Eso es, eso es, eso es lo que es.” Mueve una mano entre ellos. “Eso.
Pero ahora todo depende de ti. ¡Tú! No puedo, ya no puedo. Eso fue un beso. Eso. Es—es
lo que es. De mi parte.”
“Ese fue un beso,” concuerda Sirius. Sus labios se mueven sin sonido. “Tú, uh. Eso fue.”
“Un beso,” dice Remus.
“No, yo,” dice Sirius.
“No me importa. No soy una chica. Puede que tenga un diario. Puede que guarde todas las
notas que hemos intercambiado. Puede que quiera hablar sobre cómo me siento cuando
me besas en la plataforma y después te vas y te encuentras una de las más hermosas
mujeres que puedes encontrar. A veces quiero pegarte en la cabeza contra la muralla y a
veces, a veces, bien, quiero besarte. Y ahora lo hice. Tienes suerte que no—que no haya
elegido la primera.”
“¿Pegarme?”
“Sí,” dice Remus. “Eso.”
“Tienes brazos fuertes,” susurra Sirius. “Eso dolería.” Se toca la boca. Mira a Remus con
ojos que Remus nunca ha visto antes, ojos pálidos y sorprendidos y con las pestañas
largas y luciendo, de pronto, mucho más jóvenes que lo que Remus puede recordar. “Tú,”
dice Sirius, “eso.”
“Sí,” dice Remus de nuevo. “Eso. Eso es, ya sabes, el quaffle está en tu lado de la cancha,
haz lo que quieras con él, yo voy a—Dios eso se siente—tengo que—oh, maldición--¿ves?
Nos estamos demorando mucho en esta parte, estoy empezando a.” Sus rodillas se
tambalean peligrosamente.
Mira a Sirius hacia arriba, junta toda la dignidad que puede y dice, “tengo que ir a vomitar
ahora, disculpa,” y se va.
No llega al baño de los Prefectos. De hecho, sólo logra llegar al baño del pasillo de
Encantos en el segundo piso antes que sus intestinos se tuerzan desagradablemente a la
izquierda y su garganta se llene de un aire pesado y luego, sí, de hecho vomita dos veces
en el baño, dejándolo casi sin aliento y sudando sin razón. Se siente bien descansar su
frente contra la porcelana fría y eso es lo que hace.
Un baño tira la cadena. Un Hufflepuff de séptimo año cuyo nombre Remus de verdad
debería saber, sale de uno de los baños cercanos, lo mira borrosamente y dice, “tú
también, hombre, huh?” y luego sale tambaleándose sin esperar una respuesta.
“Peor,” murmura Remus, “tanto peor,” y descansa su mejilla en el baño otra vez.
Después de un minuto escucha la puerta abrirse. Rápidos pasos hacen eco contra el
piso—una pausa—y luego la puerta del baño se abre también. Un paño suena cerca de
Remus mientras alguien se arrodilla junto a él, aliento rasgado, el olor a la tierra y el
humo y mugre y perro: dedos largos y fríos en su frente, quitándole el cabello de la cara.
“Esto es asqueroso,” susurra Sirius, la voz pasando por la risa histérica. “Seriamente, no
puedo creer que sea tan mal besador que te haga vomitar.”
“Este no es el momento ni el lugar,” dice Remus, “para que te diga exactamente lo que
significa que haya vomitado—Sirius, odio vomitar, nunca vomito—”
“Y nunca te callas tampoco,” dice Sirius. “Excepto por esa vez, cuando me besaste ahora,
¿recuerdas eso? Eso fue agradable,” añade, y luego su voz se quiebra y dice, “te voy a besar,
boca de vómito.”
Y lo hace.
“Tengo vómito en la boca,” intenta decir Remus en el beso, la unión algo mojada y
resbalosa de sus bocas. “Lo soy, soy un boca de vómito, esto no es representativo o justo o
correcto.” Sale como una serie de mmmphs y Sirius accidentalmente se muerde la lengua y
se resbalan y Sirius se golpea el codo en el baño.
“Jesús maldita mierda, Moony,” dice Sirius. “Pensé que eras. Pensé que eras rocas.”
“A veces,” jadea Remus, “a veces las rocas tienen necesidades, también.”
“¿Con quién te has estado besando?” demanda Sirius. “Quiero saber. De verdad eres—
muy—más que decente, pero hubiese pensado que serías todo labios contoneándose y—
quizás es sólo porque eres—bueno, tú—”
“Acabas de decir ‘con quién’,” balbucea Remus. “Eso es muy, de verdad—especialmente
porque ‘besar’ es un verbo transitivo así que ni siquiera necesita preposición, pudiste sólo
decir, a quién, como sea, no lo he hecho, así que es—”
“Remus,” dice Sirius, sin aliento. “Remus, sabes a vómito, pero la cosa es, te quiero besar
igual. Tengo que, ya sabes, detenerme, porque es agradable pero sí sabes como ácido
estomacal y no puedo, no puedo, ya sabes, de verdad, no importa cuán bueno sea, es
completamente vil, ya sabes.” Sus manos están en el cabello de Remus y luego en sus
hombros y en su garganta, como si se asegurara de la tangibilidad de Remus. Luego sus
dedos envuelven la muñeca de Remus, justo bajo la manga de su camisa. “Por qué—por la
mierda, Moony, ni siquiera he, en un año, he intentado ser, ya sabes—podrías cepillarte
los malditos dientes, por favor, es insoportable.” Toma aliento. “Sólo, de verdad quiero
besarte de nuevo, como se debe, cuando todos los presentes estén tomando atención y no
pueda sentir el pastel de cordero que te comiste hace dos horas, así que, por favor, yo—
tengo que ir a tomar agua, tengo que subir las escaleras y dejarte, ya sabes, seriamente,
¡Moony, cepíllate los malditos, malditos dientes!” y besa a Remus una vez, con furia, al
lado de la boca, nos dedos fuertes contra su pómulo. Luego deja a Remus con un
movimiento raro y fuerte, como sacando un vendaje, y se va.
“Pero dónde estamos,” comienza Remus. Sirius ya se ha ido. Y de todas formas, Remus se
da cuenta, la pregunta es innecesaria. Ya conoce a Sirius, lo conoce de verdad, y a veces
puede encontrarlo sólo con olerlo, y a veces ni siquiera tiene que oler. Remus lucha para
levantarse.
Un Ravenclaw—Séptimo año, piensa Remus, muy alto—entra. “¿Tú también?” pregunta,
lo que hace que Remus quiera vomitar otra vez.
“Así es,” dice Remus, “no, la verdad que no, pero buena suerte con la regurgitación.” Se
levanta. Su boca sabe muy terrible. El hecho de que Sirius estaba dispuesto y quiso
besarla hace que algo explote—fuegos artificiales, un coro, hechizos mal hechos, cada
una de sus propias pociones—dentro de su pecho. Sirius quería besarlo incluso cuando su
boca sabe a los pies de alguien muerto hace siete días. Eso tiene que significar algo. “Bueno,” dice, y
sale de la habitación corriendo.
***
Sirius dice, “Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.”
Se las ha arreglado para hacerle un nudo a su corbata. Su mano izquierda está atrapada en
él. Su corbata está chueca, está caminando en círculos y, en general, parece una persona
loca. Pero entonces, razona, siempre se ha visto como una persona loca y Remus por
alguna razón aparente ha decidido que quiere besarlo de todas formas.
E igual, se da cuenta, con un tirón en sus intestinos. ¡E igual! Todo ha sido tan repentino y
oscuro y extraño que de verdad puede cambiar en cualquier momento. Tiene que hacer
algo, lo que sea, para asegurarse que la idea de besarlo no deje de parecer atractiva.
Entonces tiene una idea brillante.
***
Remus se ha cepillado los dientes con tanta fuerza que le sangran las encías. Eso no sirve.
Tiene enjuague bucal y lo usa pero su garganta igual sabe a vómito. Se pregunta si tragar
enjuague bucal es perjudicial para su salud y luego decide que no besar a Sirius es más
perjudicial para su salud—considerando que probablemente lo hará vomitar otra vez—y
cierra bien los ojos y se toma un trago.
Hay calor en su esófago como mil soles fieros. Remus grita y se toma la garganta, tosiendo
azul sobre el lavamanos.
“Oh, Jesús,” se atora. “Nunca, nunca, voy a hacer esto otra vez. ¡Oh, asqueroso maldito
infierno!” Sí hace que su garganta sepa mejor, en todo caso.
Se estira el labio superior y se revisa las encías, que todavía pican pero, afortunadamente,
han dejado de sangrar. Deja salir algo de aliento en la palma de su mano. Huele. Tendrá
que servir. Luego se mira en el espejo.
Su cara tiene el color del caramelo bien hecho.
“Por el amor de Merlín y un balde de billywigs,” dice, abre una de las llaves y mete la
cabeza bajo ella.
***
“Tengo un montón de ricos cocos,” tararea Sirius sin afinación, a través de la barra de
chocolate en su boca. “Ahí están en fila, míralos…” Busca en su baúl, pausando por un
momento a oler una camisa y luego la tira al piso, maldiciéndose por su poca habilidad
para lavar la ropa y su inhabilidad para mantener un armario que no huela como perro.
Maldice en voz alta, traga la mitad del chocolate, toma una calada de su cigarrillo.
“Grandes, chicos...” añade y corre hacia el armario de James a buscar tierras más limpias.
***
Ahora la cabeza de Remus está mojada, pero se ha refrescado bastante. “El menor de dos
males,” se dice a sí mismo. “El menor de dos—maldición, apesto.” Se pregunta si debería
ducharse. Es una posibilidad. Ahora que su boca ya no huele como si un ñu hubiese
explotado dentro—el que parece es como un pastel de cerdo rechazado—debe oler
menos como ñu explotado también.
Pero eso, claro, tomará demasiado tiempo.
Remus se voltea hacia la puerta. Pausa. Se estira a tomar el jabón. Pausa. ¿Puerta o jabón?
Su mente duele.
“Necesito que alguien me diga que hacer,” susurra. “¡Maldición!”
***
“Grandes, chicos, unos grandes como tu cabeza,” murmura Sirius, tomando otra enorme
mascada de chocolate y manchándose por todas partes. Se examina en el espejo de la
puerta del armario. Se arregla el cabello artísticamente en sus ojos y se vuelve hacia un
lado y el otro.
Dice, en voz alta, “A la mierda, no estoy en una cita,” y se pasa las manos entusiastamente
contra su cabeza.
Se mira en el espejo otra vez. “Eso,” dice, más complacido con su desorden descuidado, y
mientras se está dando La Mirada Sexy en el espejo, la puerta se abre y James y Lily
entran.
“¡Cristo!” dice Sirius, esparciendo más chocolate.
***
En salir del baño hacia la sala común con su cepillo de dientes en una mano y el jabón en
la otra, Remus había calculado más otra vez. Su trayectoria no dejaba espacio para el
terrible factor de la vida humana normal: otra gente. Estaría bien, excepto que tendría
que ir contra ello y sería de lo más imperdonable.
“Ouch,” dice Remus desde el piso. Mira hacia arriba, borrosamente. “Oh. Es
Shackalack—Franksley—eh. Kingsley. Hola. Lo lamento. Tu pecho de verdad es como
una muralla.”
“Remus Lupin,” dice Kingsley Shacklebolt. “Te ves angustiado.”
“Lo siento, no hay tiempo, mátame después,” dice Remus, levantándose y saliendo.
***
“¡Cristo!” repite James y entonces, “¡creí que estabas fumando atrás! Vete.”
“Oh Dios,” dice Lily, luciendo rosada.
“Por la misma, acabo de ver tu sostén, Evans,” dice Sirius, algo histérico. “Y, ya sabes,
usualmente sería un momento maravilloso para mí, pero ahora, es de verdad, algo, ¿no
pueden ir a otra parte? Es muy,” añade, sintiendo que se necesita más, “bonito color, azul,
te viene...”
“No,” gruñe James. “¿Estás comiendo solo en la oscuridad? ¿Es normal eso?”
“¡Bien!” grita Sirius, tirando sus manos al aire y sacando su chocolate del estante. “¡Bien!
¡No me importa!”
Le da a su cabello una última peinada y sale de la habitación, bajando las escaleras.
***
Remus corre por las escaleras hacia la habitación. Todas las luces están apagadas.
Alguien está haciendo sonidos indecentes en la cama de James y Remus puede adivinar
quién y Remus no le importa un maldito rábano.
“Chomba, chomba, chom-maldita-ba. ¿Chaleco? ¡Chomba!” Remus busca entre sus cosas
una camisa nueva, dejando a un lado lo que no necesita. Chomba. Chomba. Chaleco.
Chomba. La totalidad de su vida hasta ahora puede resumirse por el contenido de su
baúl, lo que es bastante deprimente, ya que todo huele a naftalina y pica cuando hace más
calor.
“Una maldita camisa blanca,” pide, a nadie en especial. “Mi reino por una maldita camisa
blanca.”
“¿Qué pasa?” dice una voz y luego Meter saca su cabeza desde una columna de su cama.
“Remus. ¿Estás bien? Tu cabello está, como…” Hace un gesto vago y algo enroscado con
una mano. “—por todos lados.”
“Eh,” dice Remus. Piensa, no es exactamente quien necesito que me diga qué hacer. “Yo—me caí.
En el—baño.”
“Ah,” dice Peter. “Sé cómo es eso.”
“¿Tienes, la verdad, tienes,” pregunta Remus, “sólo, ya sabes, una camisa?”
“¡Cristo!” grita James desde su cama. “¿Ahora todos están en esta maldita habitación? ¿Es
eso lo que pasa?”
“¡Ya no!” dice Remus con alivio, tomando la prenda ofrecida por Peter, y se va.
***
Sirius entra a la sala común sintiéndose más loco que nunca.
Alguien está en la mesa, una silueta por la lámpara para leer, rodeado por botellas vacías y
papel arrugado pero aparentemente metido en un libro.
“¿Moony?” sisea Sirius, molesto por esta muestra de tranquilidad, pero su estómago da
una vuela placentera al escuchar el nombre.
El alguien se desenreda. No es Remus. Es Kingsley Shacklebolt. O de otra forma,
reconsidera Sirius, podría ser un roble con brazos y piernas y una cabeza brillante llena
de sesos.
“No,” dice Kingsley. “No soy. Supongo que fuiste a buscar esos cinco Sickles que me
debes.”
“Kingsley, amigo, viejo compadre, viejo colega,” tartamudea Sirius, “mira, este no es de
verdad, ya sabes, sólo perdí porque James me distrajo, ya te traeré tu dinero.”
“Qué bueno porque te buscaré si no lo haces,” le informa Kingsley. “Haré que mi vida se
base en descubrir dónde estás y obtendré mi dinero de tu parte.”
“¿Por qué no confías en mí, hermano?” pregunta Sirius, herido. “¿Por qué asumes que no te
lo voy a dar?”
“Porque, hermano, olvidas las cosas,” dice Kingsley, y Sirius tiene que admitir que tiene
razón.
“Escucha,” dice desesperadamente, “has, o sea, ¿has visto a Remus?”
“Me topé con él,” dice Kingsley. “Subió.”
“¡No puede subir!” sisea Sirius, tirándose el pelo. “Estoy—oh, mierda, esto es—
Shacklebolt, amigo, si lo ves, si lo ves dile que fui, eh, dile, dile que estoy afuera. ¿Ok? Ok.”
Por sexta vez esa noche, se va.
***
El retrato se está cerrando cuando Remus baja los últimos escalones y vuelve a chocar
con algo.
“Ouch,” dice el algo. “Otra vez. Por Dios, Lupin.”
Remus va a morir. Está perdido en la enorme sombra inquebrantable de la muerte. Puede
sentir su aliento en él. Su nombre es Kingsley Shacklebolt y de pronto Remus piensa en el
mapa, Kibibble Shackingup, y comienza a reír histéricamente mientras pide por su vida. No
suena muy sincera. “Por favor, por favor, por favor,” dice apenas. Cierra los ojos. Si va a
morir entonces no va a ser valiente. “Por favor no me mates, Kingsley. Te—te pagaré.
Secuestraré niños, puliré tu escoba, te compraré una escoba nueva, te tallaré una escoba
nueva, haré—lo que sea, venderé mi alma, te venderé las almas de—de verdad, de verdad
tengo—que ir a una parte.” Se encoge y se prepara.
“Tú y Sirius están actuando muy raro,” dice Kingsley lentamente. “No te voy a matar. No
ahora, de todas formas. Error. Estabas apurado. Claramente algo pasa y quién soy yo para
interferir, ¿eh?” Su voz es como una montaña desplomándose, piensa Remus.
“No,” dice Remus. “Eh. ¡Sí! Gracias.”
“Sirius me dijo que te dijera, si te veía, que está afuera. Si van a matar a Snape esta noche,
dile que Kingsley mandó saludos.”
“No sé por qué le mandarías saludos,” balbucea Remus. “Yo diría, yo me despediría.”
“Por favor, vete,” sugiere Kingsley.
“Oh, sí,” concuerda Remus. “Voy. ¡Fantástico! Claro.”
Sale por el retrato al mismo tiempo que Sirius, quien ha estado paseándose y
murmurando para sí mismo, comienza a entrar.
Se detienen.
Se miran por un momento.
Remus dice, “Tienes, sabes, chocolate en tu...”
Sirius dice, “te voy a besar ahora.”
Remus dice, algo más alto, “Está bien.”
Y Sirius lo besa.
Es imposible describir por qué esto es tan bueno, por qué es tan adictivo, el deslizar de
sus bocas y la dureza y la suavidad y el sentir el aliento de Sirius. Para Remus, quien
siempre mantiene unos metros crónicos de distancia consigo mismo, esta incoherencia
repentina es extremadamente desconcertante.
Luego piensa, muy serenamente, cállate ahora.
Sus brazos caen sobre los hombros de Sirius. Sirius pasa su palma sobre la mano de
Remus y su brazo para tomar su muñeca. Se tambalean contra la muralla y la señora
gorda dice “¡Oh dios!” lo que les recuerda, de pronto, que hay otras personas en el
universo. Remus intenta muy fuerte que eso importe, y falla. Sirius lo tiene de las caderas;
Sirius lo tiene de la boca. Sirius lo toca con mucha gentileza en la panza porque su
camisa, que es la camisa de Peter, está casi desabotonada y es demasiado pequeña. Le tira
fuerte en los codos.
“Es,” dice Sirius, “¿es la camisa de Pete?”
“Tenías,” dice Remus, “tenías chocolate en tu, ¿comiste chocolate?”
“Tomé el tuyo,” contesta Sirius. “Supuse que no importaba, considerando.”
“Claro,” concuerda Remus. “Sí, es la camisa de Peter.”
Se besan de nuevo. La Señora Gorda ha desaparecido, a otro retrato. Remus lo agradece,
pero si no lo hubiese hecho, no le importaría. Ha perdido la razón. Algo se ha disparado o
explotado o simplemente cerrado. Algo ha estado conectado que antes no lo estaba, la
parte áspera y dura y furiosa de él y la conceptualización concisa del cartógrafo, las dos
mitades de sí mismo que ha mantenido separadas todo el tiempo como la parte oscura de
la luna y la clara, una clase normal de gravedad, siempre lo pensó así. Siempre lo pensó
mal. Toma a Sirius del cabello y lo besa y lo besa y no tiene idea de lo que hace y lo besa
de todas formas.
De pronto Sirius se aleja. Mira a Remus con ojos extraños y serios, las pupilas oscuras y
dilatadas bordean la luz pálida. Sus pulgares pasan sobre los nudillos de Remus, los que
están llenos de costras, y Remus tiembla.
“Estoy,” dice Sirius, “esto es, ¿está bien?”
“Bueno,” dice Remus, lo más honesto posible, “no, es bastante genial, ¿no crees?”
Sirius sonríe como el atardecer y susurra, “sí.” Cuando desenrolla sus dedos entre la
unión del cuello y la mandíbula de Remus y besa a Remus de nuevo, riendo en su boca,
curvándose contra su cuerpo, Remus finalmente, finalmente está listo para dejar de
pensar en ello.
***
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Traducción al español por
ladyjaida y
mellafe:
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