Héroes por casualidad - Blog de Bruño

Transcripción

Héroes por casualidad - Blog de Bruño
A LA V
ENTA
EL 2 8
DE
ENERO
Fantasía
Gallego García, 2016
© Laura
Editorial Bruño, S. L., 2016
© Grupo
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
www.brunolibros.es
EDICIÓN NO VENAL
(EXTRACTO)
La autora donará el importe correspondiente a sus derechos de autor
sobre esta novela al Fondo de Naciones Unidas para la Infancia
(UNICEF), con el deseo de colaborar en la labor que realiza esta
organización en defensa de los derechos de los niños a la salud,
la educación y la protección en todo el mundo.
Héroes por casualidad
Laura Gallego
Ilustración
José Luis Navarro
Para todos los lectores que disfrutaron
con el viaje de Ratón, Lila
y los demás en Mago por casualidad.
Gracias por acompañarlos
en esta nueva y loca aventura.
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Toda princesa debe casarse
H
abía una vez un reino de fantasía
gobernado por un rey y una reina que
vivían en un castillo y tenían una hija; solamente una, y además era una chica, lo cual suponía una grave preocupación para la reina.
—Querido –le dijo un día al rey–, tenemos que
hablar de Griselda.
—¿Por qué? ¿Ha salido a cazar dragones otra
vez?
La reina arrugó la nariz. Opinaba que aquellas
extravagantes aficiones de su hija no eran en
absoluto apropiadas para una princesa.
—Ya sabes lo que pienso sobre eso y no voy a
repetirlo –respondió, levantando la barbilla con
altivez.
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—Entonces, ¿de qué se trata? –preguntó el
rey.
—Pues de que todavía no le hemos encontrado marido, ¡de eso se trata! Es nuestra única
hija y no puede heredar el reino si no se casa.
El rey suspiró profundamente. La reina llevaba
varios días queriendo hablar sobre aquel espinoso asunto, y él siempre se las había arreglado para hacerse el despistado. Intentó escabullirse también en esta ocasión, pero la reina
había bloqueado con su cuerpo el paso hacia
la puerta. Y era un cuerpo voluminoso, difícil
de esquivar.
—¿Y bien? –insistió ella.
—Es muy joven para casarse…
—¡Pero no para prometerse! Tiene que elegir
un pretendiente adecuado, preferiblemente un
príncipe heredero, aunque me conformaría
con un príncipe a secas. Y ya se casará cuando
sea mayor. Las cosas hay que hacerlas con
tiempo, querido. Es lo que yo siempre digo.
—Lo sé –trató de calmarla el rey–, y por eso
organizamos el baile de pretendientes…
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—¿Te refieres a aquella recepción desastrosa
en la que tu mago transformó a uno de los
invitados en helado de piña?
—¿Qué quieres decir con «tu mago»? ¡Era el
mago real! ¡Y era un buen mago!
—Claro, por eso ahora está encerrado en el
calabozo –ironizó la reina.
El rey reflexionó. Era cierto que Maldeokus, el
antiguo mago real, les había causado más de
un dolor de cabeza, no solo debido a su molesta afición a convertir a la gente en helado de
piña, sino también porque, unos meses atrás,
había tratado de robar un amuleto mágico para
convertirse en el hombre más poderoso del
mundo.
—He dicho que era un buen mago, no un
mago bueno –puntualizó–. al menos era más
competente que el que tenemos ahora, ¡y no
iba por ahí destrozando armaduras!
En esta ocasión fue la reina quien suspiró. El
nuevo mago real, un chico llamado Ratón, no
pasaba de ser un simple aprendiz, en realidad.
El problema era que su antiguo maestro, el
siniestro hechicero Calderaus, había termina11
do en la panza de un dragón y, con Maldeokus
en la cárcel, no tenía a nadie que le enseñara
a ser un mago profesional.
—No estábamos hablando de magos –protestó la reina–, sino del futuro esposo de tu hija.
—Ya, ya. ¿Y qué quieres que haga? ¿Casarla
con el primero que llame a la puerta?
En aquel mismo instante llamaron a la puerta.
—adelante –dijo el rey.
La puerta se abrió y apareció Truco, el bufón
de la corte, un individuo pequeñito, vestido de
colores chillones, que iba siempre por ahí dando saltos y volteretas y contando chistes
malos.
—¿Qué es lo que quieres, Truco? –preguntó el
rey, un poco nervioso.
El bufón se inclinó ante ellos y las campanillas
de su gorro tintinearon con alegría.
—Majestades, les informo de que el mago
está a punto de armar la gorda. Y no me refiero a la reina, ¡jo, jo, jo!
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—¿Qué gorda? ¿De qué estás hablando? –preguntó el rey, que era un poco lento para entender los chistes de Truco.
—Pues que está haciendo uno de sus experimentos… mezclando cosas raras en un caldero que huele como los pies del carcelero y del
que sale un humo azul, ¡ju, ju, ju!
—Puaj –dijo la reina–. ¿Y qué está haciendo el
mago que huele tan mal?
—Es que la princesa le ha pedido una espada
mágica, ¡ja, ja, ja!, que pueda atravesar la
dura piel escamosa de los dragones y, a ser
posible, que hable élfico y luzca muy bien,
¡je, je, je!
—¿Élfico? –repitió el rey, muy perdido–. ¿Para
qué quiere una espada que hable élfico?
—¡Esto es intolerable! –estalló la reina–. ¡Llévanos hasta él, Truco!
El bufón, dando volteretas, los guio a través de
los pasillos del castillo hasta la habitación de la
torre donde se había instalado Ratón, el nuevo
mago real. Mientras subían por la escalera de
caracol, un olor apestoso los envolvió cual
garra de espectro de los pantanos.
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—¡Puaaaajjj! –exclamaron a dúo sus majestades mientras se cubrían las reales narices.
Truco, sin hacer caso al olor, brincó hasta la
puerta y la abrió de par en par.
Un tufo azul los abofeteó en plena cara. El rostro de la reina se puso de color verde.
—¿Qué… es… eso? –jadeó.
—La nueva travesura de vuestra hija, majestad –respondió el bufón con una reverencia.
antes de entrar en la habitación, la reina se
protegió la nariz con un pañuelo de lunares y
dirigió a su marido una mirada que quería
decir: «¿Ves como hay que casarla?».
En el interior de la estancia estaba Ratón, el
joven mago real, bañando la hoja de una espada en un líquido de un sospechoso color azul,
muy pringoso y apestoso, que burbujeaba en
un caldero. Junto a él se encontraba la princesa Griselda, que se frotaba las manos con
impaciencia. Sentada en el alféizar de la ventana, había una niña vestida como un niño, de
aspecto algo desaliñado, que balanceaba los
pies con aire de profundo aburrimiento. Se tra14
taba de Lila, una amiga de Ratón a la que los
reyes no tenían mucho cariño por su desagradable costumbre de quedarse con cosas que
no le pertenecían. aunque, en realidad, no era
culpa suya: Lila se había criado en el Gremio
de Ladrones y había aprendido de ellos unas
cuantas cosas interesantes…
La reina volvió a mirar al rey con cara de «¿Lo
ves? ¿Lo ves?».
El rey se puso rojo, luego azul y después verde, y bramó:
—¿QUÉ SIGNIFICa ESTO?
Ratón se asustó tanto que soltó el mango de
la espada. Lila dio un respingo y estuvo a punto de caerse por la ventana. Griselda se volvió
hacia ellos con una sonrisa:
—¡Mamá! ¡Papá! Ratón está preparando un
conjuro para crear una espada mágica.
—¿Con los calcetines del carcelero? –preguntó la reina, frunciendo el ceño.
—En realidad ha sido cosa del gato –se justificó Ratón, muy colorado.
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—¿El gato usa calcetines?
—No, el gato estaba jugando con una de las
pantuflas del carcelero y la ha dejado caer en
el caldero –explicó Lila.
—Me da igual quién haya sido –gruñó el rey–.
Tirad esa porquería inmediatamente antes de
que atufe todo el castillo.
—¡Pero papá…! –protestó Griselda.
—¡In-me-dia-ta-men-te! –bramó el rey.
Y salió de la habitación dando un portazo, con
la reina y el bufón pisándole los talones.
Cuando Griselda, Lila y Ratón se quedaron
solos, el mago suspiró y dijo:
—bueno, al menos lo hemos intentado.
—¡Pero no podemos rendirnos ahora! –exclamó la princesa–. ¡Estabas a punto de conseguirlo, tú mismo lo has dicho!
—ah, ¿sí? –murmuró Ratón, un poco nervioso–. ¿Eso he dicho?
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—Yo podría conseguirte una espada mágica
–se ofreció Lila–. Conozco a un tipo que conoce a un tipo…
—¡Ni hablar! –exclamó Griselda–. ¡No quiero
una espada robada!
—bueno, tú sabrás lo que haces –replicó la
pequeña ladrona, un poco ofendida–. Pero luego no te quejes si tu espada mágica huele a
pies.
Mientras tanto, el rey, la reina y el bufón habían
bajado las escaleras a todo correr huyendo de
la peste del caldero. Salieron al jardín, respiraron hondo y el rey dijo:
—Definitivamente, debemos encontrar un
marido para Griselda.
—¡Eso es lo que yo siempre he dicho! –declaró la reina–. Pero ¿cómo lo hacemos? Cuando
organizamos aquel baile, ella dijo que todos
los pretendientes le parecían muy aburridos.
—Es que lo eran, querida. Nobles y príncipes
que nunca han salido de la corte y ni siquiera
saben atarse los zapatos sin ayuda. Tal vez
Griselda prefiera un pretendiente más… dinámico.
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—¿Como un caballero andante, quieres decir?
—O como un héroe…, ya sabes…, de esos
que realizan grandes hazañas, conquistan reinos y derrotan monstruos por todas partes.
—Hum… –meditó la reina–. Podría funcionar.
Pero ¿dónde vamos a encontrar un héroe?
—¡Es fácil! –el rey estaba cada vez más entusiasmado con su idea–. Vamos a convocar un
concurso solo apto para los héroes más valientes. Y vendrán todos, porque los héroes no
pueden resistirse a este tipo de cosas.
—¿En qué tipo de prueba estás pensando?
¿Derrotar a un dragón?
—¿Un dragón? ¡No, ni hablar! Si enviamos a
los héroes a derrotar a un dragón, Griselda
querrá irse con ellos. No, tiene que ser algo
mucho más difícil y peligroso, algo que ni
siquiera ella se atrevería a intentar.
—¿Y el ganador de la prueba…?
—¡El ganador de la prueba se casará con la
princesa! –proclamó el rey, más contento que
unas castañuelas.
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