Demac_Boletin52_BajaRes-1

Transcripción

Demac_Boletin52_BajaRes-1
Para mujeres que se atreven a contar su historia
Año 16, No. 52
Invierno 2014
DIRECTORIO
ÍNDICE
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Secretos, Leyendas y Susurros:
Amparo Espinosa Rugarcía
Directora
Graciela Enríquez Enríquez
Coordinadora editorial
Amaranta Medina Méndez
Araceli Morales Flores
María Suárez de Fenollosa
Ángeles Suárez del Solar
Colaboradoras
Blanca Delgado Ocampo
Secretaria
Zurdo Diseño
Diseño Editorial: Rodolfo Taboada
Ilustraciones: Mariana Zúñiga
Impreso en Nea Diseño
Dr. Durán No. 4 Desp. 118, Doctores
Cuauhtémoc 06720 México, D.F.
Taller Virtual demac
Talladoras de palabras.
Amparo Espinosa Rugarcía y Ethel Kolteniuk Krauze
Propuesta de manual para Talladoras de Palabras-Internet
dc
PRIMER SECRETO:
04 La aventura del robo
SEGUNDO SECRETO:
07 Los Guijarros Parlantes
Tercer secreto:
demac Para mujeres que se
atreven a contar su historia,
es el órgano de expresión y difusión de
Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.
Publicación trimestral. Año 16, Núm. 52
Fecha de impresión: diciembre de 2014
Con un tiraje de 2,000 ejemplares.
Certificados de licitud de título y contenido:
números 12493 y 10064 otorgados por la
Secretaría de Gobernación.
Certificado de reserva:
número 04-2012-121817111500-102
11 La Maldición Desesperada
Recibimos la correspondencia en:
José de Teresa No. 253, Tlacopac, San Ángel
Álvaro Obregón 01040 México, D.F.
Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208
Correo electrónico: [email protected]
Internet: www.demac.org.mx
Sexto secreto:
Derechos reservados. Se prohíbe la
reproducción total o parcial por cualquier
sistema o método, incluyendo electrónico
o magnético, sin previa autorización
del editor.
CUARTO secreto:
15 El Espejo de Agua
Quinto secreto:
18 Las Cavernas
22 La Montaña
E ditoria l
T
alladoras de palabras es un proyecto surgido en 2008, por iniciativa de Amparo Espinosa Rugarcía, directora de DEMAC. El objetivo es poner al alcance
de las mujeres de habla hispana, usuarias activas de internet alrededor del
mundo, las mínimas herramientas para apropiarse de la escritura y empezar a contar
su historia. Diana Pérez y Mónica Díaz, apoyadas en el manual Secretos, leyendas y
susurros. Rituales para mujeres que se atreven a apropiarse de la escritura, de la
propia Amparo y de Ethel Krauze, diseñaron una metodología para redactar los ejercicios a los que llamaron “secretos” y que realizarían las interesadas. Una muestra de
la enorme participación recibida se recoge en este Boletín.
Mónica Díaz de Rivera Álvarez.
Conductora del Taller Virtual demac
Talladoras de palabras.
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Año 16. Número 52
PRIMER SECRETO:
La aventura del robo
¿
Alguna vez has robado algo sintiendo, en el fondo
de ti misma, que te pertenecía? ¿Le has robado
al reloj, por ejemplo, una hora más de sueño?
¿Le has robado a la dieta de modelo de revista, una
suculenta rebanada de pastel de chocolate? ¿Le has
robado al trabajo atrasado, una escapada al cine? ¿Le
has robado al inclemente espejo, una sonrisa para ti?
Seguramente has advertido que si no le robas al
incesante tiempo un minuto para que respires, y al
espacio infinito un lugar donde pararte, nadie te los
regalará. Es probable que te hayas sentido perdida en
medio de tu casa, abrumada por tareas a las que no
les ves fin y, sin embargo, no puedes soltar. Te lo has
preguntado muchas veces: ¿por qué me pasa esto?
Las mujeres nos hemos acostumbrado, por tradición,
a dar a los demás todo lo que tenemos, no sólo cosas
materiales, sino también y sobre todo, aquello que por
invaluable resulta más valioso: amor, cuidado, atención,
dedicación, abnegación, comprensión, apoyo, tiempo…
hemos dado tanto que muchas veces nos quedamos
sin aliento, esperando que sean los otros quienes nos
retribuyan el esfuerzo o, por lo menos, reconozcan lo
que hemos puesto.
Pero esto no ocurre siempre. Lo más común es que
nos quedemos esperando, mientras los demás se
dedican a vivir sus propias vidas. Entonces, nos damos
cuenta de que nosotras también tenemos una vida
propia, y de que debemos empezar a «robárnosla» pues,
en realidad, siempre nos ha pertenecido.
Cuenta la leyenda que cuando la Princesa Ameyhale
le robó al Dios del Viento La Escritura, descubrió que
en La Escritura se encontraba encerrada su propia vida.
Conforme fue escribiendo, su vida se le hizo transparente
como el agua, y comenzó a fluir como manantial en las
veredas y a tallar una historia en la Montaña. El mundo
empezó a transmutarse: las cosas, poco a poco, fueron
cambiando, los colores, los sonidos, las texturas, los
aromas, el sabor de los instantes… todo se volvió más
nítido, más significativo. Entonces, la Princesa Ameyhale
quiso compartir este atrevimiento, este hallazgo, esta
nueva creación y fundó la Hermandad para que todas
las mujeres tuviéramos el derecho de apropiarnos de
La Escritura y construir juntas el Manuscrito de los
Manuscritos.
Ha llegado el momento para ti. Prepárate para
encarnar a la Princesa Ameyhale. Todas las talladoras
somos Ameyhale, todas hemos tenido que atrevernos a
robar para nosotras La Escritura. Las Serenas estamos
aquí para alumbrarte el camino y hemos preparado
estos rituales de iniciación.
h
g
Rituales:
Tu espacio-tu tiempo-tu nombre
Lo primero que debes hacer es robarle al Dios del
Viento un espacio y un tiempo para ti. El Dios del Viento
es implacable, todo se lo lleva a su paso: él siempre
quiere manejar el tiempo a su antojo, ocupar todos los
espacios; es mezquino, es celoso.
Si no estás alerta, el día se te acaba sin hacer lo que
te proponías, y en tu casa no encuentras ni un rincón
donde sentarte sin que te interrumpan. Debes ser cauta
y seguir el ritual de iniciación al pie de la letra, si no,
corres el riesgo de quedarte con las manos vacías. Las
indicaciones son las siguientes:
Recorre los lugares en los que diariamente te mueves:
las piezas y los rincones de tu casa; los ambientes de
tu lugar de trabajo; los paisajes de tus calles… elige,
entre los tres espacios, aquel que te haya resultado más
atractivo o acogedor para crear allí ese rincón íntimo
donde anidará tu escritura.
Prepara tus materiales: el lugar en el que te sentarás,
la iluminación, este manuscrito, plumas, lápices, hojas
de papel extra.
Describe tu espacio: ¿cómo es, cuáles son los objetos
F
de los que te rodeaste, qué emociones te despierta?,
¿tiene alguna característica especial: una ventana, una
planta o algo más?
Una chilena en libertad
Me robo dos espacios, mi lugar de trabajo y mi dormitorio.
Mi lugar de trabajo es una biblioteca y tengo mi rincón rodeado de libros. Acá hay una
computadora y una silla cómoda. Es como una cueva, pues tiene una pared de vidrio
que la separa del resto del espacio total. Frente a mí tengo otra pared; afuera, un árbol
hiberna descarnado, sin hojas, sin ropa, como esperando la llegada de la primavera, y al
fondo, la cordillera nevada. Nuestra cordillera de los Andes es majestuosa, alta, llena de
riscos, y va cambiando de acuerdo con la localidad en que me encuentre: en mi trabajo,
árida, oscura, casi morada en invierno; en mi casa, absolutamente cubierta de árboles
autóctonos, y no es por la altura, sino por la cantidad de agua de lluvia que recibe y por el
cuidado que hemos tenido para que mantenga su vegetación. En este espacio me siento
segura, es mi lugar, soy su dueña.
Mi dormitorio: lo elegí especialmente porque representa mi liberación, la liberación de
la opresión, de ser una mujer oprimida por marido, hijos, familia, a ser una mujer liberada, con mi propio hogar, mi propia vida.
Mi dormitorio es de un porte normal. Amo mi espacio, pues me rodea todo lo que me
gusta, es decir, libros, muebles antiguos, objetos, cuadros pintados por mí, fotos. Tengo
una ventana y, a través del verdor, veo las montañas nevadas.
Ahora haz una travesía mental por el horario de actividades de tus días a lo largo de
la semana. Divide tu día en mañana y tarde. Siéntate en tu espacio dos veces al día;
una, en algún momento de la mañana, y la otra, durante el transcurso de la tarde. No
hagas otra cosa más que estar en tu espacio, respira, siente, observa.
Describe tu tiempo: ¿en qué horario te gustaría más escribir?, ¿cómo descubriste
que preferías este horario? ¿Por qué te gusta?
F
La hora en que más me gusta escribir, sin duda, es en la noche, pues es la hora que robo
para mí, cuando ya he cumplido con todas las responsabilidades que tenía que hacer en
mi casa.
Además, me gusta porque la noche es mi amiga, mi compañera de sueños y desvaríos,
la que me ha acompañado durante estos últimos años, ya que me desvelo con mucha facilidad. Por eso la ocupo para escribir mis poemas o mis pensamientos.
Disponte ahora a apropiarte de tu nombre. Usa tu tiempo y tu espacio. Prepara tus
materiales. Sigue las instrucciones.
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las raíces de tu nombre y su significado en algún diccionario de nombres
F Busca
y cópialo en seguida.
CHANTAL: CANTAL: PIEDRA. Es originalmente un apellido. De origen francés.
F Investiga, en tu familia, si puedes, por qué te pusieron ese nombre, y escríbelo.
Me lo pusieron porque fui la última. Mi padre era italiano descendiente de franceses, mi
madre chilena descendiente de franceses. A todos mis hermanos les pusieron nombres
italianos, pero mi madre decidió que la última debía tener un nombre francés. La verdad
es que, de entre todos mis hermanos, soy la única que tiene más apariencia francesa.
¿Será por mi nombre?
gusta tu nombre? ¿Te disgusta? ¿Tienes algún apodo o sobrenombre? Escribe
F ¿Te
cómo te sientes con tu nombre, qué ves cuando escuchas tu nombre, a qué huele tu
nombre, de qué color es, cómo suena, a qué se parece, qué textura tiene.
Me gusta muchísimo mi nombre porque es original, no hay muchas personas que lo tengan. Me gusta ser original, siempre he dado la nota discordante con respecto a todo lo
que se refiera a originalidad. A pesar de ser una persona estereotipada, que tiene que
mantener una imagen en el pequeño mundo en que vive, me revelo en mi arte.
¿Qué veo cuando escucho mi nombre? Siento fuerza, imposición, personalidad. De mí
nadie se olvida, no sólo por mi nombre, sino por lo que soy, porque he logrado eso.
Me suena duro, además no está bien pronunciado, así es que es más duro.
Tengo varios apodos que me han puesto mis hermanos o mis amigos: Chatita, Gringa,
Rucia, Chanty, pero el que usan generalmente es Chatita.
Sin duda, siento que tiene olor a fresas, es azul con dorado, y cómo me encanta la
textura: está bien golpeado, como martillado. Según me han dicho, mi nombre revela mi
personalidad, una personalidad fuerte, que no se amedrenta ante las dificultades, como
una roca. Pero también puedo decir que soy una persona tierna y muy sensitiva, suelo
fijarme en las personas y en lo que me rodea y lo vuelco en mi arte, el de pintar, y también
en ayudar en lo que más pueda en mi entorno. Mi nombre me sirve para identificarme
más que todo, para ser reconocida dentro del grupo, ya que no es muy común.
Soy una persona contradictoria, pues, por un lado, soy convencional, y por el otro,
quiero romper todas las barreras que me atan a este mundo. Y mi nombre, para mí, es
eso, convencional y rompedor.
Mi aspecto físico también va asociado a mi nombre. Tengo una apariencia extranjera
aun siendo chilena. Llamo la atención por mi tono de cabello, rubio platinado, mi tez
blanca y mi aspecto francés.
SEGUNDO SECRETO:
Los Guijarros Parlantes
L
as mujeres hemos acumulado nuestros propios conocimientos a lo largo del tiempo. Son conocimientos emanados de las experiencias que hemos vivido y han sido construidos día tras día, usando tanto la
intuición como la observación, el análisis y la reflexión.
Pero no han quedado registrados en La Escritura, no
forman parte de la historia de las ideas, ni del legado
cultural de los pueblos.
Nuestra manera de ver el mundo, de opinar y de proponer soluciones no ha sido lo suficientemente valorada:
nosotras mismas hemos desconfiado de nuestros propios
conocimientos, aunque no hemos dejado de recibirlos de
nuestras madres y abuelas, a través de las generaciones
y, sobre todo, de nuestra propia experiencia.
De boca en boca, en una íntima complicidad, las mujeres nos hemos transmitido esa especie de sabiduría
femenina en los momentos más inesperados y de una
forma casual, casi imperceptible.
Seguramente muchas guardamos en la memoria alguna frase de la abuela, la tía o la vecina que nos sacudió
como terremoto y que fue susurrada de paso, mientras
horneaba panquecitos o regaba las macetas. Esa frase se
convirtió en una semilla de ideas y de emociones cuyo significado fue creciendo dentro de nosotras, revelándonos lo
que necesitábamos saber, justo cuando lo necesitábamos.
Frases de mujeres comunes y corrientes que de pronto nos alumbran un rincón ensombrecido de nuestro espíritu. Frases con las que nos identificamos para bien
o para mal, y que nos tienden puentes cuando nuestro
camino se torna intransitable.
Muchas veces, las experiencias que nos han producido impacto no se han convertido todavía en palabras,
no las hemos nombrado y permanecen en nuestra memoria emocional sin que podamos entenderlas enteramente ni compartirlas con las otras mujeres. También
es importante traducir a frases estas vivencias.
Es hora de rescatar todas aquellas frases, emociones
y sensaciones que nos han marcado y de ponerlas en el
papel. La Princesa Ameyhale nos ha dado La Escritura
para que la convirtamos en Guijarros Parlantes, que son
las frases que encierran la sabiduría de las mujeres. Los
Guijarros Parlantes son signos que hablan sobre el papel; su peso es real, tangible, como el de las piedrecillas
que forman un camino dejando su huella permanente.
Cuenta la leyenda que el camino hacia la Montaña
está sembrado de los Guijarros Parlantes que la Princesa Ameyhale talló con sus propias manos a manera de
señal para nosotras, las Serenas. Ha llegado el momento en que debemos compartir contigo los rituales de los
Guijarros Parlantes.
ILUSTRACIÓN GORDI
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Rituales: g
hLa resurrección
¿Recuerdas alguna de esas frases que te dejaron pensando largo tiempo, que tocaron tu corazón, que te consolaron, que te confrontaron, que te sacudieron, que te
hicieron aprender algo nuevo? Resucita estos hallazgos.
Es importante que descubras la sabiduría que llevas dentro. Haz una
travesía por tu memoria; repasa los rostros, las manos, las palabras
de las mujeres que te han rodeado y recolecta tres de aquellos
Guijarros Parlantes o frases que te marcaron, escríbelos e incluye quién los puso en tus manos, cómo era ella, cuándo se
dio ese mágico momento, qué sentiste, por qué te marcó:
Guijarro uno:
Tres vidas en una… y una vida de las tres…
Mi abuela. Ella era una mujer muy fuerte, con una personalidad
avasalladora, inteligente y además simpática. Siempre estaba rodeada
de amistades, a pesar de que en esa época estaba en silla de ruedas. Vivíamos,
con mi familia, a las afueras de Santiago, en El Arrayán, que vendría a ser el cajón del río
Mapocho. No teníamos auto; éramos seis hermanos, tres hombres y tres mujeres, las
menores. Soy la menor de todos. Mi hermana mayor, Isabelina, tenía el síndrome celíaco,
que no era muy conocido en Chile ni en el mundo, y es por eso que se la pasaba enferma,
cualquier virus se le pegaba.
Mi abuela adoraba a Isabelina porque era la primera mujer de sus nietos, y además
tenía esa extraña enfermedad. Todos los días, a las seis de la mañana, la familia salía a
tomar el autobús, pues mi madre trabajaba en un consultorio médico como enfermera,
y mi padre en pleno centro de Santiago. Era genial ver a esta familia tomar el autobús,
todos los niños tomados de la mano.
Yo, como era la más pequeña, entraba al colegio en la tarde, así es que me iba a la casa
de mi abuela, me metía en su cama y volvía a dormirme para despertar tipo once de la
mañana, con un rico yogurt, para hacer mis tareas. Un recuerdo de ella que me dejó
marcada fue cuando me torcí un tobillo en el colegio. Llegué a casa de mi abuela, y ella,
en silla de ruedas, se acercó a mí y me dijo: “Tú siempre me masajeas las piernas, ahora
yo te voy a cuidar”. Creo que me impresionó, pues a pesar de tenerla tan cerca, la sentía
muy lejana, muy poderosa, y que ella me hubiera cuidado a mí fue lo más emocionante
de mi existencia.
Guijarro dos:
Mi madre. Mi madre es, como su madre, una
persona fuerte, sólida, cultísima, sabia, inteligente, muy humana. Me encantaría ser como
ella a su edad, ochenta y siete años.
Mi madre. Su palabra clave fe. Fue criada en una
familia tradicional, aristocrática y rica, en Chile. Mimada, pero nunca dejaron de inculcarle la responsabilidad
social. Cuando salió del colegio, quiso estudiar medicina, pero su padre se lo impidió; dijo que ésa era una profesión de hombres. En esos años (1940),
era muy difícil para una mujer, acá en Chile, acceder a una carrera, una profesión.
Por lo tanto, mi madre estudió enfermería.
Al graduarse, no ejerció su profesión, y fue hasta después de que yo naciera cuando la retomó y trabajó quince años ejerciéndola. Antes de eso, comenzó a prestar
sus servicios en una repartición pública, en el departamento de Bienestar.
Pasaron los años, y mi madre conoció a mi padre en Chuquicamata, una ciudad al
norte, donde está la mina de cobre a tajo abierto más grande del mundo. Mi padre
trabajaba en las oficinas de la mina. Se enamoraron y mi madre volvió a Santiago
estando de novia con mi padre. Mantuvieron correspondencia por un año y medio
hasta que se casaron.
Como matrimonio, puedo decir que tuvieron una vida feliz. Pero mi padre era
un soñador. Fue un desheredado por la guerra, y siempre quiso volver a tener el
estándar de vida de cuando era joven, antes de venirse a Chile, ya que mi padre era
italiano, hijo de madre chilena. Provenía de una antigua familia noble de la Toscana,
específicamente de Florencia.
Como era un soñador empedernido, se metía en gran cantidad de negocios que
nunca resultaban. Eso significaba que mi madre tenía siempre que ponerle el hombro y vender todo lo que podía para salir de la debacle; así fue como se deshizo de
todas sus joyas y bienes. Pero ella nunca se quejó, jamás se deprimió, siempre salió
adelante con nosotros, con todos, a pesar de haber perdido a mi hermana Isabelina
cuando la nena tenía once años. Ella tiene tanta fe, que no se le acaba, a pesar de
todos los cataclismos.
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Guijarro tres:
ILUSTRACIÓNCHAMEI
Mi amiga Jackie. Ella, con solo una palabra, me cambió la vida en 180 grados. Esa palabra
fue amor. Me dio amor, apoyo, amistad y me hizo ver la vida de otro modo. Ese modo fue
que no podía ser tan estructurada, que tenía que abrirme a las experiencias y a la vida de
diferente manera. A ser más humilde, a no juzgar, a mirar a las personas como son, no
como una quiere que sean. Fue por eso, por la manera que tuvo de guiarme, como pude
cambiar mi forma de ser, logré atreverme a dar pasos importantísimos en mi vida adulta,
a ser valiente y soltar la vida rutinaria y cómoda para crear una nueva existencia, luchando con bríos en un capítulo de mi vida, que es el que estoy viviendo hoy.
Estas tres mujeres han marcado fuertemente mi vida por ser poderosas y valientes, cada
una en su espacio dentro de mi historia. Creo tener un carácter fuerte, pero ellas me hicieron más fácil el camino. A pesar de la edad que tengo, casi cuarenta y nueve años, tengo
la fuerza para luchar, para construir una nueva vida, para crear, soñar, y para amar a una
persona que vive en tierras lejanas; aunque nos cueste años estar juntas, vamos a lograrlo.
Mi vida es la de una luchadora de tiempo completo. No puedo darme el lujo de quedarme atrás, soy una guerrera y me gusta, me hace sentir más viva, más joven, hace renacer
en mí todo lo que había quedado dormido por veintitantos años de matrimonio. Ahora
renace la guerrera del sol, la que estaba esperando la oportunidad para salir a la luz.
Siempre me he preguntado el porqué de los cambios en las personas. Y creo que es
porque tienen que ser, aunque sean cambios tan drásticos que la propia vida cambie realmente en 180 grados. Eso es lo que me ha pasado a mí, y va a llegar el momento en que
revele a mi propio mundo mi verdad.
Tercer secreto:
La Maldición Desesperada
N
o hay parto sin dolor. Dar a luz a un nuevo ser no
sólo transforma nuestro cuerpo y nuestro espíritu, sino que también transforma al mundo: desde ese momento alguien, que antes no existía, adquiere
vida propia. Las mujeres nos hemos acostumbrado al
dolor de parir considerándolo el ritual de esa transformación. Sabemos que el ser que llevamos dentro está
listo para emerger y no puede esperar más.
Escribir es otra forma de parir. Las palabras que se
han gestado en nuestro interior fueron concebidas por
nuestras experiencias tristes y alegres, sublimes y aterradoras, comunes y corrientes, inverosímiles e inexplicables… Estas palabras también necesitan ser dadas a
luz y adquirir vida propia en el papel. Pero la Maldición
Desesperada que pesa sobre nosotras nos ha paralizado: nos da miedo desatar nuestra propia fuerza creadora. Y para alimentar ese miedo, nos han colgado en
nuestra frente letreros imborrables:
No tengo nada interesante que contar.
¿A quién puede importarle lo que he vivido?
Soy una mujer común y corriente.
Mi vida es de lo más aburrido.
Tengo mala ortografía.
Nunca he tomado clases de escritura.
No se me ocurre nada creativo.
Se necesita un talento especial para escribir.
Las mujeres que escriben son raras, descocadas, suicidas o locas.
¿Qué van a pensar de mí si de verdad escribo lo que siento?
Mi esposo me repudiará.
¿Qué ejemplo les doy a mis hijos si llegan a leer lo que
realmente pienso?
¿Qué murmuraciones despertaré entre mis conocidos, mis colegas, mis vecinos, mis parientes, si saben
que escribo?
Cada una de nosotras tiene sus propios letreros y, entre
todos, forman la condena que recibió la Princesa Ameyhale
por haberle robado la escritura al Dios del Viento:
¡Escribirás con dolor!
Ésta es la condena de las mujeres que se atreven a
apropiarse de La Escritura para transmutar el mundo.
Por eso, las que se han atrevido, lloran cuando escriben.
Las que todavía no se atreven, tienen miedo de no ser
capaces; sienten que no es importante lo que quieren
expresar; les preocupa qué pensarán de ellas, se avergüenzan de lo que sienten o de lo que han llegado a hacer, se asustan imaginando que algo malo les ocurrirá.
No se dan cuenta de que sí son capaces, de que es
muy importante lo que tienen que expresar porque el
mundo no puede completarse sin su voz, sin su pensamiento, sin sus testimonios; no saben que ser auténticas, lejos de provocar vergüenza, es motivo de orgullo,
de ejemplo y de gran plenitud; no han sentido la satisfacción de comprobar que lo que ocurrirá cuando escriban no será algo malo, sino que será un paso adelante
en la construcción de un mundo mejor.
Ahora es el momento de atreverte: nosotras, las Serenas, nos hemos preparado para compartir contigo el
secreto que la Princesa Ameyhale encontró en la Montaña para convertir ese dolor en una revelación. Cuando
el dolor de la Maldición Desesperada cayó sobre ella,
se dedicó a tallar las palabras recién adquiridas, una y
otra vez, hasta que sus lágrimas crearon un manantial;
entonces, algo muy importante ocurrió en el mundo.
Ocurrió que las mujeres empezamos a parir no sólo
seres de carne y hueso, sino también Seres Almados,
que están hechos de palabras y que están cambiando los sentimientos y los pensamientos de quienes
se acercan a ellos. Los Seres Almados habitan en
nuestros manuscritos. Es necesario continuar, entre
todas nosotras, el Manuscrito de los Manuscritos, ese
caudal siempre vivo e interminable.
Nosotras, las Serenas, hemos recogido el secreto de
la Princesa Ameyhale a través de la escritura que las
mariposas pañuelo tejen durante su vuelo cada atardecer, mientras visitan el manantial para beber de sus
aguas vivas y reposar, antes de continuar su eternidad
viajera buscando nuevas Serenas a quienes instruir.
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Año 16. Número 52
Aquí te ofrecemos las hojas del ritual con el que podrás conjurar la Maldición Desesperada, para que el dolor se te convierta en la fuente creadora de tu propio mundo.
Tú también puedes borrar esos letreros que llevas colgados en la frente y que te
impiden parir a los Seres Almados que se han gestado dentro de ti. Sigue al pie de la
letra las instrucciones y tus temores se esfumarán. Al terminar, habrás encontrado las
respuestas que buscabas.
Ritual
h
g
La hoja de los tres círculos
F Elige una hoja y escribe el título en el encabezado:
Reproduce, hasta donde te sea posible, algo que te cause dolor. Puede tratarse de
alguna situación o emoción actual, pero también de algún suceso del pasado cuya
herida todavía no se cierra. Hazlo sin pensarlo mucho, con la primera imagen que se
te aparezca en el corazón, en la memoria. Usa el número de páginas que necesites.
A escondidas
Dolor, dolor en sí… saber que soy una mujer tan distinta a lo que las personas de mi alrededor perciben. Represento a la mujer perfecta, buena mamá, buena esposa, hasta soy
buena exesposa, buena hija, buena amiga…
Todo eso lo soy, pero soy más que eso. Me separé de mi marido hace un año. Primero,
porque ya no había amor; él tenía una amante de años y, lo más importante, porque no
resistí más ser lo que no era. En mi edad madura descubrí que soy lesbiana. Me duele,
me duele esa palabra por lo que conlleva, por el rechazo, por las pérdidas, pero es mi verdad y tengo que asumirme como soy, verme al espejo y, al mirarme con honestidad, no
sentir vergüenza de mí misma por no aceptarme, aguantar seis años manteniendo una
realidad escondida, una realidad en la cual está mi vida futura.
Sigo escondida, amo a escondidas, pero por lo menos me puedo mirar a los ojos en el
espejo y decir: Chantal, poco a poco vas a salir de esta situación.
Miro a las personas que me aman, a los amigos, a la familia, y me pregunto: ¿qué pasaría si supieran qué soy?, ¿qué pasaría con mi familia, con mis amigos, con la gente con la
que trabajo? Uf... Creo que ya llegará el día, llegará el momento apropiado para divulgarlo. En el presente, me limito a amar a escondidas, a gozar y a sufrir a escondidas…
División, entre el querer ser y estar.
Sin embargo, vale la pena todo lo que estoy pasando, todo lo que sufro, lo que siento, lo
que miento, lo que escondo a los demás pues, por lo menos, aunque resulte una contradicción, me siento honesta conmigo misma.
El dolor es tener que mantener esta imagen de buenita, de perfecta.
Pero, me pregunto yo: ¿por qué no?
Si tampoco soy mala, sólo podría serlo para esta sociedad machista que me rodea, una
sociedad llena de preceptos absurdos, conceptos tan obsoletos.
Solo es cuestión de tiempo…
Al terminar, lee tu texto una vez.
Encierra en un círculo la palabra que consideres más significativa, para bien o para
mal, de tu experiencia ahí contada.
DOLOR.
Lee por segunda vez tu texto.
Encierra en un círculo la segunda palabra significativa.
DIVISIÓN.
Lee por tercera vez el texto.
Encierra en un círculo la tercera palabra significativa.
LESBIANA.
F Busca en el diccionario los significados de las tres palabras y escríbelos.
- DOLOR: pena, tristeza, sufrimiento, pesar, afección.
- DIVISIÓN: partición, fracción, reparto, desacuerdo, desavenencia, discrepancia.
- LESBIANA: se dice de la mujer que se siente atraída sexualmente por otras mujeres.
cada una de las tres palabras: escribe lo que para ti significan, lo que a ti
F Talla
te rememoran, lo que tú has vivido con ellas.
- DOLOR: angustia, impotencia, rabia hacia mí misma y hacia los demás, victimizarme
cuando debería sentirme una cobarde por no atreverme a más.
- DIVISIÓN: entre el amor de una mujer, el amor a mi familia, la responsabilidad que
conlleva a asumir el rol de madre e hija y dejar de lado a la mujer que amo, sabiendo cómo
sufre, sabiendo que no puedo hacer nada por el momento.
- LESBIANA: amor de mujer, ternura, comprensión, unión.
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Año 16. Número 52
escribe un texto con el que tú te
F Finalmente,
identifiques, uniendo las tres palabras talladas.
Cuánto dolor hay en mi alma,
cuánto penar en mi existencia.
Cuánto vacío sin remedio,
cuánta angustia y resistencia.
Cuando contemplo mi vida,
llena de pequeñas cosas,
es como si estuviera
luchando contra una marea.
Una marea de sentimientos,
sensaciones que no alcanzan
a llenar este vacío, y pienso,
¿ser lesbiana es mi remanso?
La división en esta mi vida,
es el ser y hacer, ¿qué hago?
¿Ser lo que quiero ser
o quedarme en este constante letargo?
Cuarto secreto:
El Espejo de Agua
E
l espejo… ese objeto tan perturbador para nosotras, ese fiel acompañante que puede traicionarnos en cualquier momento, ese rival de nuestras
ilusiones, ese cómplice de nuestros secretos, es el arma
de dos filos al que nos enfrentamos prácticamente todos los días de nuestra vida. El espejo no sólo refleja
nuestra imagen externa, sino también aquella que llevamos dentro y que se nos aparece convertida en logros y
fracasos, placeres y angustias, recuerdos y emociones
que forman la historia de nuestra vida.
¿Qué ocurre cuando nos miramos al espejo? Muchas
de nosotras usamos el espejo para ver fragmentos de
nuestro ser: el vellito de la ceja que falta depilar, la comisura izquierda de la boca que se ha marcado más que
la de la derecha, el mechón de cabellos que se alborotó
demasiado; pero pocas veces miramos realmente nuestro rostro: el alma de una mujer que se mira a sí misma.
Un alma que se representa a través de nuestros rasgos
de carácter, de las crisis que hemos enfrentado y también del momento en que estamos viviendo.
Algunas, se relacionan con los espejos como si éstos
fueran cuadros o adornos, porque pasan delante lo más
veloz que pueden: no les gusta mirarse de cuerpo entero, y cuando lo hacen, sólo ven el pliegue del vestido, si
los colores del vestido hacen juego con el collar, o si ya
engordaron o es defecto del espejo.
Otras, por el contrario, buscan la oportunidad de solazarse ante el espejo para comprobar que cumplen con
los dictados de las revistas de moda, que la dieta sigue
funcionando, que las amigas las envidiarán. Ven una
imagen que cumple con las expectativas de la “imagen”
que quieren ofrecer de sí mismas. Pero difícilmente, aun
las mujeres que pasan mucho tiempo delante del espejo, están mirando lo que de verdad refleja: el paso
de los años que ha dibujado las experiencias gozadas
y sufridas en cada línea, en cada curva, en cada gesto
que conforma nuestro cuerpo.
En general, a las mujeres nos cuesta trabajo enfrentarnos a nuestra propia imagen, porque hay severas
diferencias entre la “imagen” ideal que nos impone la
sociedad, la que desearíamos dar a los demás, y la que
en realidad nos muestra el espejo. La idea de que el
espejo es sinónimo de vanidad en la mujer no parece
muy atinada.
Es probable que acudamos al espejo más que los hombres, pero no lo hacemos por autoadoración, sino porque
necesitamos saber quiénes somos, cómo somos; necesitamos encontrarnos en medio de la confusión.
El espejo devuelve algo más que los colores y las formas de nuestro físico. El espejo es más que un objeto
inanimado. Es nuestro interlocutor, con el que dialogamos de cuerpo a alma, de alma a cuerpo. Esto fue lo que
descubrió la Princesa Ameyhale durante sus solitarios
paseos por el río Atongo. Ella acostumbraba a asomarse
al espejo de sus aguas tratando de escuchar su mensaje, pero no lograba descifrarlo, porque el río corría con
velocidad y las palabras se le desvanecían entre las manos, sin poder atraparlas.
Fue entonces cuando descubrió que algo le faltaba, pues
de poco le servía su reino si no tenía cómo dejar testimonio
de su propia existencia. Así fue que decidió apropiarse de
La Escritura, a pesar de la prohibición de los dioses. Conforme la princesa fue tallando su historia en las Cavernas
de la Montaña, la imagen que le devolvía el Espejo de Agua
iba haciéndose nítida, inteligible, coherente.
Finalmente, la princesa se vio a sí misma como una mujer valiente, capaz de utilizar sus herramientas y transgredir las convenciones para crear su propio pensamiento.
Desde entonces, apropiarse de La Escritura es conocer el
idioma de nuestra alma y traducirlo a palabras.
Las Serenas somos depositarias de los reflejos del Espejo de Agua de Ameyhale y los ponemos en tus manos
para que descubras tú también a la mujer que habita en
ti cuando te miras.
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Año 16. Número 52
Ritual:
h¿Qué
g
veo?
Mírate al espejo desnuda, de cuerpo entero, sin maquillaje y sin atuendos… Observa
lo que ves, qué estás pensando mientras te ves, qué estás sintiendo mientras te ves.
Habla en voz alta con la imagen. Dile a tu yo que está al otro lado del espejo lo que
tengas que decirle. Escucha lo que responde. Describe:
• Vi…
• Pensé…
• Sentí…
• Transcribe el diálogo con tu otro yo del lado del espejo lo más fielmente que puedas:…
F
F
Mi espejo y yo, diálogo entre dos almas
Me desnudo, me miro de cuerpo entero, veo los estragos de la edad… A pesar de todo, me
observo y me digo:
—No estás tan mal, Chantal.
—Hola, Chatita —responde mi espejo.
—¿Quién me habló?
—Yo, tu espejo.
—¿Por qué me dices Chatita?
—Porque para los demás eres Chatita.
—Sí, pero yo me digo Chantal…
—Claro, mientras tú te miras por dentro, yo te miro por fuera.
—¿Y qué ves en Chatita?
—Veo a una mujer llegando a la cincuentena, con sus arrugas naturales, con un cuerpo que,
quizá por el hecho de haber sido atleta en las juventudes, se conserva bien, no se ve mal…
—Pero yo veo otra cosa...
—¿Y qué ves? —pregunta mi espejo.
—Bueno —respondo—, veo un cuerpo cansado; si se ve profundamente, en el fondo
del alma, una mirada con cierta tristeza.
—Pero cómo, si tu mirada es positiva, alegre, tu forma de pararte es de una mujer
luchadora…
—Sí —respondo—, pero en el fondo siento que hay muchas situaciones, cosas no
resueltas en mi vida…
—Pero, ¿para qué te preocupas de eso?… La gente que te rodea te ve como una mujer
fuerte, la Chatita que lo puede todo, la trabajadora, la responsable, en fin. En general, te
veo como una vencedora.
—¡Es que no soy así! ¿Por qué todos insisten en colgarme imágenes que no son? Sí,
verdad que soy todo eso, pero también soy una mujer débil, sensible, me vencen tantos
inconvenientes en la vida…
—¡Pero, cómo! Si tú luchas continuamente y todos vemos cómo vas saliendo adelante…
—Sí, pero en lo más importante no he logrado vencer… en ser lo que quiero ser y soy
en el fondo de mi alma…
—¿Y qué es lo que deseas?
—Deseo ser feliz, deseo ser amada, deseo, deseo…
—¡Pero tú deseas demasiado! ¡No exijas tanto de la vida, tienes que vivir todo lo que
viene a tu vida y ser feliz!
—Es que no es tan simple. La vida no es tan fácil cuando quieres quebrar esquemas y
botar la imagen que todo el mundo tiene de ti...
—¿Y por qué eres tan cobarde?, ¿por qué no te atreves?
—Porque no me atrevo, no me atrevo a cortar lazos familiares, más que todo a cortar
vínculos laborales, lo que, sin duda, va a suceder. Vivimos en un país tan poco desarrollado,
tan machista, que se nos obliga a tener una imagen errada de nosotras mismas.
—Bueno, pero ten paciencia —me dice mi espejo—. ¿Sabes? La única vez que te he visto
mal, así, realmente mal, fue cuando cambiaste tu vida. De una vida cómoda, protegida,
a una vida azarosa como la que tienes hoy. Te observaba y veía en tu mirada, en tu cara,
angustia, tristeza, agotamiento y, hasta en un momento dado, desesperanza. Y antes de
eso no me acuerdo de haberte visto perder la sonrisa. Pero ahora, te veo y veo en ti todo,
menos alegría, esperanza, fuerza.
Ahora pienso, después de este desvarío, de este soñar, que lo que realmente va a hacerme
sentir orgullosa es salir de este círculo vicioso, descubrirme como persona, como mujer.
Por eso estudio, estudio el movimiento feminista para aprender un poco más, para
conocerme más. Hay personas que creen que soy dura e inflexible. En el fondo soy una
sobreviviente, como la mayoría de las mujeres en este nuestro continente americano.
Sobrevivo al día a día, a la humillación de pedir cuando se me debería dar, al miedo a
perder el trabajo y resistir a malos jefes que se aprovechan, a sabiendas de que una lo
necesita; a la inseguridad del hoy, a la soledad del tener que luchar sola; al desamor, en
fin, sólo al mirarme al espejo me doy cuenta de todo lo que me queda por construir. Y
ese construir es paso a paso, escalón por escalón, a veces a tientas. Sin duda alguna, si
las mujeres no conocemos nuestra historia, ¿qué podemos dejar de herencia a nuestras
hijas, las mujeres del futuro?
Si no estamos preparadas y seguimos asumiendo funciones que nos han inculcado toda
la vida, además de trabajadoras, dueñas de casa, madres, etcétera, vamos a seguir en el
mismo pie de no lograr que esta sociedad actual se feminice, que se dé cuenta de que
el mundo actual vive y se mueve por una marea de mujeres que está saliendo de sus
casas, que está renaciendo, que está construyendo este mundo que preparamos para las
generaciones siguientes.
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Quinto secreto:
Las Cavernas
N
uestra vida es como una montaña por la que vamos subiendo, con tropiezos y dificultades, pero
también con la plenitud de saber que llegaremos
a la cima. Durante el camino, es natural que elijamos los
tramos que nos parecen más accesibles, aquellos que
se encuentran iluminados y libres de maleza, aunque a
veces no nos queda más remedio que cruzar un río revuelto y pasar por un pantano peligroso. Sin embargo, es
necesario darnos cuenta de que la montaña no sólo se
compone de su corteza exterior. En el interior de nuestra
montaña existen cavernas que nos falta explorar.
Las Cavernas son las zonas que todavía permanecen
en la oscuridad, son las experiencias a las que todavía no
nombramos, o las emociones a las que aún no les hemos
dado el cauce adecuado. La Princesa Ameyhale se internó en las Cavernas de la Montaña para tallar su historia,
mostrándonos el camino para atrevernos a entrar.
Nosotras, las Serenas, hemos aprendido que las zonas oscuras no acaban nunca de explorarse del todo:
conforme vamos creciendo en edad y en experiencia,
podemos encontrar un escondrijo nuevo y, cada vez que
volvemos a internarnos en nuestra montaña, percibimos las Cavernas de manera diferente.
Explora las cavernas de tu montaña mediante el siguiente ritual:
Ritual: g
h
Tu vórtice y tu naturaleza
El vórtice es el centro, el núcleo, el pulso, el nervio de la
energía primigenia que habita en tu cuerpo. Las Serenas hemos elegido esta palabra, que es la más auténtica, para hablar de nuestra sexualidad.
La sexualidad es ese vórtice con el que nacemos.
En cada una de nosotras se manifiesta y desarrolla de
manera peculiar. De alguna manera, todas advertimos
que no sólo tiene que ver con la relación marital, la procreación y el placer propio. Intuimos que tiene que ver,
también, con algo más… ¿Qué es ese “algo más”? Para
cada una de nosotras, ese “algo más” tiene un signi-
ficado diferente. Descubrirlo es atreverse a entrar en
la caverna de nuestro vórtice, nombrarlo es ser conscientes de nosotras mismas, atraparlo en La Escritura
es atrevernos a transmutar nuestro mundo y seguir el
camino de la Princesa Ameyhale.
Ahora que conoces este secreto, haz lo siguiente:
Describe cómo has vivido tu sexualidad a lo largo
de tu vida y qué sientes que te falta por descubrir.
F
La transformación
La sexualidad ha sido siempre para mí un gran problema.
Fui educada en una familia muy tradicional; sin embargo,
nos dieron a conocer la sexualidad desde muy pequeños.
Estudié siempre en colegios de monjas, sólo femeninos, y tanto la familia como el colegio nos enseñaron que
una mujer casta era la mejor mujer. Ni hablar de relaciones antes del matrimonio. Recuerdo que los últimos años
del colegio nos visitaba todas las semanas un sacerdote
que después, acá en Chile, fue cardenal. Tenía unas ideas
totalmente atrasadas sobre las mujeres; típico misógino,
para él las mujeres eran objeto del pecado. Me acuerdo de
que las primeras sesiones nosotras lo oíamos atentamente, pero al pasar las semanas, y como la asistencia era voluntaria, nos fuimos retirando poco a poco del aula. El
pobre sacerdote se habrá quedado con una o dos compañeras. ¡Era tan ridículo!, para él todo era pecado, éramos
la tentación del diablo para los hombres.
A medida que pasaron los años, mantuve mi castidad.
Esto me produjo problemas, ya que a pesar de tener bastantes novios en mi juventud y además de ser muy apasionada, no pasó nada con ellos, pues me frenaba saber
que tenía que llegar virgen al matrimonio
Mi hermana mayor era bastante alocada. Ella hizo lo que
quiso, se fue de la casa a los dieciocho años a vivir con un
hombre del pueblo. Estuvo dos meses desaparecida y mis
padres creyeron morir de desesperación. Yo asumí un papel
de hija modelo y toda la familia abrigaba esperanzas de que
no cometiera las mismas locuras que ella.
Cuando cumplí veinte años, mi padre murió de un ataque
al corazón en mi casa. Fue para mí un impacto brutal, ya que,
aun sabiendo que estaba muerto, tuve que darle respiración
de boca a boca, pues mi madre estaba desesperada. Mi padre
murió a los cincuenta y siete años. Lo que más lamento es
no haber podido gozar más de él; era una muy bella persona,
muy tierna y amorosa. De él rescato que, sin haber sido un
hombre fuerte y poderoso, nos dio todo su amor y toda su
vida. Nos legó su ternura a cada uno de nosotros.
Cuando tenía veinticinco años, tuve una enfermedad: colon irritable, y fui al médico, que era joven, muy bien parecido y a la vez muy moderno. Me revisó y me dijo: “¿Estudiaste en colegio de monjas?” Le conteste que sí. “¿Y eres hija de
una familia tradicional?” Volví a responder afirmativamente. También agregó: “¿Qué te apuesto que a los veinticinco
años aún sigues siendo virgen?” Ahí me quedé de una pieza,
¡qué médico pregunta esas cosas! Respondí nuevamente
que sí.
El médico me dio una receta mediante la cual tenía que
comprarme medicina para el colon, pero también un libro
de aprendizaje asertivo. Me aconsejó que siguiera al pie de la
letra todos los ejercicios y que me soltara, que no tenía por
qué cumplir con los mandamientos de la familia si, al fin y al
cabo, era mayor de edad.
Compré el libro, seguí sus consejos, y al cabo de un tiempo
me tocó ir a una fiesta. Ahí me di cuenta de lo bien que me
había hecho el libro, pues me vi en medio de un ambiente
ajeno a mí y, sin embargo, divisé a un hombre al otro lado
del salón. Me dediqué a observarlo y, en unos minutos, estaba al lado mío. En resumen, él me llevo a casa, salimos
un tiempo y al final fuimos novios. A pesar de todo, seguí
siendo casta.
Por otra parte, la naturaleza nos ha creado diferentes
a los hombres y a las mujeres. Esto parecería obvio si
no fuera necesario replantearnos qué significa ser una
mujer. Para los hombres resulta suficientemente claro
qué es ser un hombre, ellos han ejercido su masculinidad sin demasiadas dificultades a lo largo de la historia. Pero para nosotras las cosas no han sido tan claras,
pues el significado de ser mujer ha variado según la cultura y la época.
Las mujeres hemos sido consideradas casi siempre
como “la otra mitad” de la humanidad, no como “esta
mitad”. Algunos de los grandes pensadores nos han definido como varones castrados, como menores de edad
emocional, como objetos de deseo, como madres abnegadas o como Evas seductoras y peligrosas.
Ahora somos nosotras, las mujeres, quienes queremos construir nuestra propia definición. Pero las confusiones y las contradicciones que entrañan estos cambios han convertido nuestra naturaleza en una caverna
con zonas oscuras que debemos explorar.
Lo que distingue, de manera inmediata, a un hombre
de una mujer, es la capacidad biológica del embarazo.
La maternidad y la paternidad no son equivalentes, ni siquiera ante la ley. Aun cuando esta capacidad no señala
que el embarazo es la función única y primordial de las
mujeres, con frecuencia a las mujeres que no pueden o
no quieren tener hijos se les ha relegado, si no es que
condenado socialmente. A las madres que trabajan fuera de casa, se les censura por no atender debidamente
a los hijos, lo que no impide que se desvalorice la labor
de las madres de tiempo completo.
El aborto es todavía un tema tabú en muchas sociedades y no existe una adecuada cultura de la adopción.
Las instituciones religiosas y públicas son parte de la
polémica y entre toda esta vorágine de actitudes encontradas a propósito de la maternidad, las mujeres nos
debatimos entre el deber, la culpa y el amor a los hijos.
Las Serenas hemos escuchado los susurros de las
mujeres que flotan en las zonas oscuras de su propia
naturaleza sin saber qué hacer.
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Para explorar esta caverna, haz lo siguiente:
Reflexiona sobre los mecanismos sociales que introyectan en las mujeres el significado del rol de la maternidad y la crianza.
¿Qué expectativas tenías sobre la maternidad antes de ejercerla? ¿Se han cumplido a lo largo de tu vida? ¿Qué has dejado de lado por ello en tu realización como
persona? Si no la has ejercido, ¿cuáles son tus expectativas?
Describe cómo has vivido tu maternidad, qué problemas has tenido para enfrentarla y, a distancia, qué cambiarías. Si no eres madre por decisión o circunstancias
particulares, ¿cómo vives esa experiencia?
A los veintisiete años conocí al que fue mi marido, el único hombre que he tenido y al
que, no sé por qué, me entregué fácilmente. Estuvimos de novios durante siete meses y
quedé embarazada de mi primer hijo. Creo que no lo amaba, pero mi deber de madre fue
más importante que el de mi felicidad de mujer, y así fue como me casé con él y formamos
una familia. Me fui a vivir lejos, en el mismo Santiago, pero como a 30 kilómetros del
centro de la ciudad.
Los padres de él estaban felices, iba a nacer su primer nieto. Nos ofrecieron una cabaña de
piedra que estaba en la propiedad, pero que había que adecuar como casa. Ése fue mi primer
gran error, no me di cuenta de que me vería envuelta en una familia absorbente y complicada. Soy una persona con la que no es difícil convivir, me amoldo a las demás personas. Mi
exmarido era y sigue siendo un hombre inmaduro, incapaz de volar con sus propias alas.
Nunca salimos de esa casa. A medida que la familia fue creciendo, fuimos adecuando la casa
para que cupiéramos todos. Tuve tres hijos; creo haber sido una buena madre.
Sin embargo, cuando nació mi primer hijo no pude seguir trabajando. Vivíamos en
una localidad en la que no había teléfono, y solamente pensar que le podía pasar algo a
mi hijo y no podría llegar, me hizo abandonar mi trabajo. En verdad lo sentí mucho, ya
que desarrollaba mi aspecto intelectual. Me gustaba trabajar y tener mi propio dinero. Al
casarme, también perdí a mis amigos porque a mi marido no le gustaban, así que me tuve
que asimilar a su grupo de amistades, aunque jamás me gustaron, quizá porque me los
impuso, pero me molestaba sobremanera compartir con ellos.
Para defenderme, quizás, hice de mi mundo una pequeña burbuja, sin grandes ambiciones, sólo conformándome con vivir. Cuando era soltera, era una muy buena lectora, muy
inquieta, siempre estaba estudiando. Bueno, igual me metí en cuanto curso me gustaba,
a pesar de estar tan lejos de todo. Durante mi matrimonio tuvimos un pasar económico
bastante inestable debido a la falta de empuje y ambición de mi marido. Para apoyarlo,
hice de todo para generar dinero: pasteles, comidas preparadas, tortas; eso en cocina,
pero, como también soy bastante artista, decoraba muebles y objetos que me mandaban
a hacer. Entre otras cosas, hasta tejí gorros de lana para diferentes centros de esquí. En
fin, como toda mujer, apoyé al hombre en época de vacas flacas.
En 1994 recibí mi primera herencia. Mi abuela paterna descendía de una gran familia
chilena muy rica, que perdió su fortuna en dotes y en vivir en Europa. Pero la poca fortuna que quedaba estaba en acciones, y como aquí hay personas que investigan estas
herencias antiguas que no están contabilizadas, afortunadamente a nosotros nos llegó
este legado. No era mucho, pero para mí era bastante, ya que no estábamos en muy buena situación económica, por lo que aproveché para tapar hoyos de deudas y arreglar la
situación financiera de mi exmarido.
La segunda herencia fue mucho más grande, y en ese momento ya estábamos un poco
mejor, pero también tuve que tapar hoyos; de hecho, del banco en el que me dieron el
dinero tuve que ir a otro para tapar el sobregiro de la chequera de mi exmarido.
Cuando estaba por recibir esta última herencia, ayudaba a una amiga en su campaña
electoral para alcalde de mi comuna. Ella es abogada y me aconsejó que guardara el dinero, que no me lo comiera la familia, pero, como es de esperar, no lo hice. Guardé muy poco
en una cuenta mía, pero después de un tiempo lo tuve que retirar.
Como me había hecho una verdadera burbuja en torno a mi familia y mis hijos, nunca
vi más allá y fue ése mi gran error.
¿Por qué?, se preguntarán. Pues bien, mientras yo me dejaba estar, mirando a través de
mi familia, mi marido me engañaba tan descaradamente que me traía a su amante a mi
casa, y yo, estúpida, la recibía como una buena amistad.
Pasaron tres años antes de darme cuenta, todo el mundo lo sabía menos yo. Siempre
pasa, ¿no?
A pesar de saberlo, no me separé de él, ya que no tenía trabajo, mis hijos eran muy chicos y mi autoestima estaba bajísima.
Hasta que un buen día, después de seis años de sufrimiento, de haber perdido la felicidad, me miré al espejo y me dije: no puedes seguir así, tienes cuarenta y siete años, eres
joven aún y quieres otra cosa de tu vida; ¡suelta todo!
Y eso hice. Solté, me fui de la casa. Mis hijos mayores prefirieron quedarse con él por
comodidad.
Una amiga me dijo que era hora de enfrentar esta ambigua vida que llevo: casarse,
tener hijos y hacer una familia pensando que todo está bien y que la vida te sonríe, para
que luego un movimiento emocional baste para cambiar tu sexualidad, tu modo de ver
la vida. En algunos momentos he pensado que me equivoqué, que nunca debí haberme
casado, pero por otro lado veo que lo mejor de esta relación son mis hijos, sin duda, y que
fue a través de ella como los tuve. Eso es lo único que rescato, pues nunca fui feliz completamente. No teníamos nada en común y seguimos sin tenerlo, sólo los hijos. Y de repente
aparece mi sexualidad, nunca bien desarrollada, pues no logré jamás sentirme satisfecha
con él. Eso sólo lo logró una mujer, y es por eso que opté por seguir caminos diferentes.
Ahora, el grave problema es cómo enfrentar esto, cómo logro hacer entender a los que me
rodean que eso es lo que quiero, que eso es lo que me hace feliz.
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Sexto secreto:
La Montaña
L
y
Tus cumbres
y
os deseos que hemos llevado dentro forman parte
de nuestra montaña. Representan las cumbres a
las que aspiramos llegar. En ellos nos refugiamos,
a ellos acudimos cuando necesitamos reforzar nuestras
esperanzas, trazarnos metas y seguir adelante.
Acaso no todos los deseos puedan cumplirse. No sabemos cuántos se realizarán, cuándo ni cómo. Pero es
cierto que los deseos son los alicientes de nuestros actos, y gracias a que los tenemos, logramos más de lo
que lograríamos sin ellos.
Conforme subimos la montaña, los deseos se van
volviendo más complejos, más realistas y algunos casi
inalcanzables. Cada Talladora ha ido forjando su caudal de deseos, sustituyendo unos por otros, pero nunca
abandonándolos del todo.
- Aparte de los deseos universales de tener salud, solFvencia
económica y armonía familiar, ¿cuáles han sido
tus deseos más íntimos y personales? Detecta dentro
de ti esas cumbres que son al mismo tiempo acicate,
cobijo y fortaleza en tu diaria jornada, describe cómo
surgieron y por qué tienen para ti ese significado.
llegado al corazón de tu montaña, ¿qué ves desFde- Has
ahí?, ¿cómo te ves a ti misma?.
Las cumbres de mi vida
Nosotras, las mujeres, ¿cuántos deseos tenemos en nuestras vidas? ¿Cuáles son los inalcanzables, los alcanzables?
Esa pregunta me la hago en este momento. Siempre pensé que, después de cierta edad, se pierden la inocencia, los
ideales, la ilusión de cambiar el mundo, de luchar contra
molinos de viento. Una se dice: ya es tiempo de madurar,
de dejar atrás todos esos sueños, es hora de poner los pies
en la tierra y luchar por el bienestar de los hijos, el marido,
la familia. Deja de soñar, conviértete en una máquina perfecta de trabajo, de educadora, mantenedora emocional y
física de tu familia.
Pero, hay algo en mí que, después de muchísimos años,
ha revivido. Y ese algo es justamente volver a soñar, volver a idealizar y luchar contra los molinos de viento que te
presenta la vida.
A los cuarenta y siete años, me lancé a luchar contra
molinos de viento, a soñar y a pelear por mis deseos más
profundos: mi libertad, libertad para trabajar, para vivir,
para amar.
Los sueños, las emociones, los deseos van conformando
día a día mis más sublimes anhelos. Por eso he vuelto, en
la madurez, a sentir esa rebeldía de negarme a dejarlos de
lado. No necesito grandes cosas materiales, me alimento
del espíritu, de la cultura, del amor. Del espíritu proviene,
en el fondo, la fe sin preguntas que tengo en Dios, en la
paz que me da. La cultura, el arte, para mí son un día a
día; crear, ya sea a través de la pintura, o sólo un escrito o
una poesía, todo eso me conmueve, me llena. El amor… el
amor es esquivo, me siento seca en ese sentido, encontrar
la pareja deseada y no poder alcanzarla.
Los deseos más profundos de mi alma son, sin duda, lograr un equilibrio entre esos tres temas, alcanzar un equilibrio que me lleve a la felicidad, no plena pero sí que me
haga sentir satisfecha.
En estos momentos de mi vida he tenido que parar la máquina por una lesión en mi brazo derecho. Me ha pasado por
autoexigirme mucho sin darme cuenta de que no estoy en
edad de hacer cosas que requieren de más calma. Mi espíritu
es inquieto, mi cuerpo lo sigue. Por eso, este momento en que
estoy viviendo me ha obligado a parar. Me ha servido para
replantearme varias cosas, entre ellas lograr dedicarme al estudio full time, ya que no tengo nada que me desvíe de eso.
Por otro lado, me pregunto sobre la importancia del
amarse a sí misma, de respetarse, de valorarse. Creo que
en ese sentido me falta mucho. En mi vida de casada, que
fueron veintiún años, perdí el amor propio, la dignidad,
la autoestima. En gran medida la culpa fue mía, seguí los
planteamientos de la sociedad sin hacer caso a mis propios deseos. Al quedar embarazada, me puse por meta ser
la mejor mamá, la más responsable, así tendría una imagen ante el mundo, ante mi familia y amigos. Eso significó
anularme como persona y acostumbrarme a ser sólo un
ente familiar.
Pero llegó el momento en que cambié. Y, ¿cuándo fue?
Quizá cuando me di cuenta de que mi cuerpo necesitaba
amor, atención, cariño. Mi corazón estaba seco, ya no había más que dar, sólo daba automáticamente. Conocí a una
mujer que modificó mi modo de ver la vida, mis esquemas,
pero a pesar de todo, insistí en vivir una vida que no era la
que me hacía feliz. Hasta que llegó el día en que mi corazón se rebeló y me pidió cambios.
E hice cambios drásticos: cambio de vida, cambio de
casa, separación de mis hijos mayores. Todo esto con dolor, aunque era necesario. Y, a pesar de todo, seguía sin
quererme. ¡Es tan difícil volver a quererse, a mimarse, a
sentir que una tiene derechos y deberes consigo misma!
En estos momentos estoy en eso, buscando la cumbre de
mi montaña; la vislumbro a través de la niebla de la confusión, de la duda y el dolor. Pero tengo claro que quiero ser
feliz, quiero renacer entre las cenizas como un ave fénix.
No volveré a autoexigirme tanto, me dejaré llevar poco a
poco por las emociones, por el vaivén de la vida, sin oponer demasiada resistencia, y fijaré mi mirada en un porvenir que llene completamente mis más profundos anhelos.
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u
DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIOS DE
MUJERES A.C.

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