Descargar - Noemí Trujillo

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JUDITH Y LA CLASE DE LAS ARAÑAS
A Judith no le gustaba levantarse temprano para ir al colegio. Y no le
gustaba porque tenía que madrugar más de la cuenta y entrar una hora antes
que los demás niños porque su madre se marchaba muy pronto a trabajar.
Judith ya era una niña mayor, tenía cinco años e iba a la clase de las
arañas. En esa hora en la que entraba antes al colegio y se quedaba con
Blanca, una de las monitorias del comedor, solía jugar con Laura y Pablo, que
eran algo mayores que ella.
Aquel día, Judith traía algo para enseñarles. Era una araña. Su
profesora, Begoña, les había dicho que el fin de semana tenían que estudiar
los hábitos de las arañas y hacer una noticia sobre ellas. Y a la mamá de Judith
no se le ocurrió mejor manera que cazar una araña para que Judith la llevase a
clase y pudiesen estudiarla.
Pablo miró con curiosidad la araña que estaba dentro del frasco de
cristal y que Judith exhibía con orgullo.
–¿Cómo se llama? –preguntó.
–Cleo –contestó Judith.
–¿Cleo? –ahora era Laura la que preguntaba.
–¿Y qué come? –siguió preguntando Pablo, que la miraba fascinado.
–Insectos, tonto –contestó Laura– las arañas comen insectos y otros
pequeños animales …
–¡Ah! –exclamaron a la vez Pablo y Judith.
–Tiene cuatro pares de ojos –Pablo siempre había sido un gran
observador. Además le encantaban los animales.
–Sí, aunque su vista suele ser muy pobre –apuntó Laura.
De pronto a Judith comenzó a salirle sangre de los oídos. Blanca sabía
que Judith estaba operada de los dos oídos porque había tenido un grave
problema de audición cuando era pequeña y tenía orden de avisar a su madre
cuando pasara algo así.
Laura y Pablo olvidaron a Cloe para cuidar de Judith.
–¿Te duele? –le preguntó Laura preocupada.
–Un poco –contestó Judith .
–¿Oyes bien? –Laura seguía muy preocupada.
Judith no dijo nada y recordó que no había escuchado nada hasta que
cumplió tres años. No oía bien cuando era pequeña, no hablaba. Cuando la
operaron escuchó con tres años, por primera vez, la voz de su madre. Y le
pareció la voz más dulce del mundo. Después de eso tuvo que ir a una
logopeda mucho tiempo. Se llamaba Marta.
–¿Qué es un logopeda? –Pablo seguía preguntando.
–Es el médico de las palabras –contestó Laura.
–¿Las palabras tienen médico? –Pablo no se había quedado convencido
de eso. Sabía que los animales tienen un médico que es el veterinario; que los
niños tienen un médico que es el pediatra; que los oídos tienen un médico y
que a Judith la llevarían al otorrinolaringólogo en cuanto llegase su madre; que
los ojos tienen un médico que es el oftalmólogo; pero no sabía que las
palabras, algo que no podía tocarse, tuviesen un médico…
Judith, que llevaba ya dos años con logopedas y psicólogos, se lo
explicó a Pablo:
– Mamá dice que los logopedas tratan los trastornos que existen en el
habla y el lenguaje. Tratan con niños sordos, con niños a los que les cuesta
pronunciar un sonido, con niños que tienen dificultades para leer y con niños
autistas que son niños que no quieren tener amigos y juegan solos y no les
interesan las personas que están alrededor de ellos. A mí, Marta me enseñó a
hablar y ahora me enseña a concentrarme porque dice que me distraigo
mucho. Eso también lo dice mi madre pero a ella no suelo hacerle mucho
caso… Ella siempre dice que tengo los oídos feos y los ojos color del mar. Y
que ojalá mis ojos fuesen más feos, como los de ella, y mis oídos más
bonitos…
Judith seguía sangrando y le había subido fiebre.
Cleo se había dormido en su casa de cristal mientras la madre de Judith
llegó al colegio y se la llevó al hospital.
Pablo salió corriendo tras ella y le gritó:
–Judith, tú no tienes las orejas feas…
©
Noemí Trujillo Giacomelli

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