Mi historia
Transcripción
Mi historia
Mi historia Un día caminando al ocaso de la tarde, pude ver a la sombra prolongada de un castaño a medio desnudar. Me quedé obnubilado, no era extraña ni tenía nada de particular, pero algo de ella me atraía. El pararme a observarla, en aquella solitaria avenida del atardecer, desató un mar de sorprendentes hechos. No sé cómo ni por qué, pero de un bocado esa sombra me tragó. Noté que caía hacia arriba por un largo y oscuro corredor, algo mágico, ¿no creen? Me topé con un suelo, y de él caí a un techo, ¿o fue al revés? La verdad es que nunca lo supe, y me imagino que nunca lo sabré. Nada era claro en esa habitación, ya que suelo, techo y paredes estaban pintados a cuadros blancos y negros y todos ellos parecían iguales. Tras reponerme del impacto físico y mental, que no me llevó mucho tiempo, no tardé en observar que una única puerta negra salía de la pared que estaba frente a mí. Una puerta tumbada era, que se encontraba casi a ras del suelo. La abrí hacia dentro tirando del blanquecino mango que poseía, pero casi sola se cerró, pues una gran corriente de aire salió de la habitación en la que me encontraba a la oscuridad inmensa que encerraba ésta. Apoyé mi respaldo contra la puerta ya cerrada, por miedo a que pudiera volverse a abrir y me llevara entero dejándome sólo en la fría penumbra. Mirando al otro extremo de la estancia, todavía estremecido por el extraño suceso, me percaté de que una segunda puerta había aparecido en la pared opuesta a la que me encontraba. Esta era blanca y también se encontraba tumbada, pero, al contrario que la otra, se hallaba casi a ras del techo y parecía abrirse hacia afuera. Junto a ella se encontraba un sillón alto y majestuoso de madera blanca y cuero negro. Cuyos reposabrazos estaban tallados con dos serpientes que se enroscaban con viveza en la clara madera. Estos acababan retorciéndose en dos espirales que parecían no tener terminación irritando a cualquiera que intentase descubrir dónde finalizaban. El temor de que la puerta desapareciese de la misma forma que apareció y me quedara sólo en aquel extraño habitáculo me obligó a abrir la segunda puerta. Con una extraña sensación en mi interior apoyé el pie derecho en el cuero negro del sillón, después el izquierdo. Agarré un mango negro que surgía de la puerta y me atreví a empujar y abrirla. Una luz cegadora me impactó en la cara. Con la mano izquierda protegiendo mis ojos me adentré en la puerta. Aparecí tumbado en una sala sin fin cuyo suelo era mármol de color gris. No se veían techos ni paredes, tampoco pude encontrar la puerta de dónde vine. Después de caminar unos minutos, con cierta incertidumbre, me topé con una larga traviesa de color oscuro que emergía de la losa de mármol gris. En ella se encontraban pequeños e infinitos maderos que parecían tener algo grabado. Los de más abajo parecían más viejos y eran menos legibles que los que se encontraba en la parte superior, que parecían más nuevos. Entre los que eran más entendibles que el resto algunos me llamaron la atención, entre ellos los que decían "Habitación de los mares” o “Escondite de los vientos”. Seguí leyendo una a una cada vez más arriba hasta que finalizaron esas pequeñas anotaciones, aunque el listón seguía ascendente, las indicaciones acababan en una que indicaba “Dormitorio de las sombras”. Esta última parecía estar recién colocada, era de madera blanca y con las letras negras en relieve. Estaba decorada con negras líneas curvas acabadas en espirales que me recordaban a las serpientes de los reposabrazos de aquel sillón por el que pude entrar a dónde me encontraba. Toda ella me atraía y decidí mirar a dónde indicaba. Señalaba al origen de la luz que había dejado ciegos por momentos anteriormente a mis ojos ya acostumbrados al exceso de albor. Decidí caminar, ya con rumbo, hacia dónde me indicaba el cartel. Si hubiese recordado en aquel momento cual era la causa por la que me encontraba allí, tal vez no hubiese hecho caso de esa indicación, tal vez ahora estaría escribiendo mi historia desde el dulce hogar que seguro me espera con impaciencia. Siguiendo mi ruta hacia el origen de la intensa luz que parecía alejarse por momentos, noté un pequeño temblor en el suelo de mármol. Seguí caminando sin preocupación excesiva, pero al cabo de unos pocos segundos ese temblor ya estaba sacudiendo el jaspe de un modo más serio y preocupante. Me quedé quieto y estremecido en medio de la nada por un temor a lo desconocido. Un temor a no saber qué iba ha pasar. Mientras, el movimiento de tierra se parecía cada vez más a un seísmo. El albor que en momentos anteriores me había resultado molesto cada vez parecía más lejano y apagado. Me agaché y cerré los ojos. En ese momento la tierra se movía mucho más que en cualquier otra ocasión. Estoy seguro de que si hubiese edificios o árboles en aquel lugar inhóspito habrían acabado derrumbándose hace ya rato. Algo raspó mis brazos que rodeaban mis piernas en cuclillas y me hizo caer sobre mi respaldo. Si no hubiese abierto los ojos en aquel momento probablemente no seguiría con vida. Un ser borroso que en esos momentos me parecía monumental estuvo a punto de arrollarme si no fuese porque me levanté velozmente y con agilidad. Una inmensa manada de cebras blancas y negras estaba cruzando el lugar. En ese momento comprendí el por qué tenían esos pijamas a rayas, si un león hubiese querido atacarlas no habría podido distinguir unas de otras, y si hubiese cogido alguna sería pura suerte. Entre las infinitas cebras del lugar me pareció ver a una detenida, mirándome fijamente. No podía saber si se trataba de un espejismo o no, ya que no se podía distinguir nada entre las manchas negras y blancas que se movían despavoridamente. Cuando los cuadrúpedos dejaron de obstaculizar mi vista vi qué estaba en lo cierto. Una de ellas había parado, y se encontraba inmóvil observándome. En ese momento me di cuenta de que si había seres vivos en aquella zona también habría, por consecuente, bebida y comida. Pensé intentar acercarme a ella y ganarme su confianza, después montarla y esperar a que su naturaleza le obligara a llevarme a un sitio, tal vez otra estancia, dónde hubiese agua o alimento. Sólo tenía una oportunidad, si daba un paso en falso o iba demasiado rápido la perdería para siempre, y con ella la oportunidad de sobrevivir allí. Pero nada más apoyar el primer pie en el suelo gris la cebra huyó despavorida a un velocidad casi inimaginable en un ser cómo era ese. Ni siquiera me sentí frustrado, ya que ni el mejor domador habría podido con ella. Cuándo ya desaparecía en el negro horizonte, que fueron cuestión de segundos, me pareció ver un destelló de luz en la inmensa oscuridad. Pensé que habrían sido imaginaciones mías o un efecto óptico producido por los tonos blancos de la cebra de la que ya no se sabía de su existencia. Pero enseguida vi otro centelleo, y después otro, y otro, que invalidaban con rotundidad mis hipótesis. Cada vez eran más los resplandores que se podían ver. Forcé un poco más la vista y, como si de los destellos de luz hubiese nacido, una escalera cristalina apareció en el horizonte. Sin darme un segundo a pensar dejé la ruta qué seguía para correr hacía el mágico suceso que se había dado ante mí. Cuando ya estaba ante ella pude observar de qué se trataba. Era una inmensa escalera de caracol hecha de cristal que ascendía infinitamente. Miré hacia su final y pude ver un cielo azul, era lo más parecido a mi hogar que había podido encontrar aquel día. Me apresuré en subir los escalones lo más rápido posible con la esperanza de que aquella pudiese ser la salida. Cada vez parecía estar más cerca de volver a casa, hasta que después de no mucho tiempo sólo estaba a metros de conseguirlo. En ningún momento pensé en rendirme, pero ya llevaba rato subiendo y cada vez que miraba hacia arriba parecía estar siempre a punto de salir de aquel lugar. Miré por el reposabrazos pare ver a qué distancia me encontraba del suelo. Me imaginaba que estaría bastante alto y, que tal vez pudiese ver mejor el territorio donde me encontraba. Pero lo que pude ver, en vez de esperanzarme me hundió profundamente. Me encontraba casi dónde empecé, era como si sólo hubiese subido diez o quince escalones nada más. Dejé caer mis brazos sobre el pasamano cubriendo mi cabeza que, aunque casi no le quedaban fuerzas ni para eso, lloraba desconsoladamente. Después de todo el esfuerzo seguía ahí, en un lugar inexistente alejado de los que mas quería. Tan cerca, pero tan lejos de salir del lugar en el que mi imaginación siempre soñaba estar. Entre brazo y cristal una gota de rocío había conseguido escapar. Cómo si del cristalino líquido en las hierbas de la mañana se tratase, esta lágrima se resbalaba hasta llegar al final del pasamano. Y cuando cayó al suelo de jaspe, un sonido parecido al de la última gota de agua de una fuente ya seca cayendo a reunirse con sus compañeras encandeció por todas partes. La escalera se movió como si las cebras volviesen a aparecer, pero en vez de eso los escalones de cristal dejaron su forma para desencajarse en una enderezada pendiente por donde me abatí. Caí por la rampa que parecía haberse prolongado infinitamente hasta quedarme sentado en una nueva estancia distinta a las demás. Está sumergida en una infinita oscuridad, entre la cual se puede apreciar pequeñas estrellas y una gran luna llena que baña mi faz de un blanco resplandeciente haciéndome sentir mejor. No estoy seguro de que sea una estancia exactamente, ya que se nota una fina brisa agradable en el ambiente. No tengo la seguridad de si estoy sobre un suelo o simplemente estoy flotando en el espacio. Me siento especialmente bien aquí, y me estoy empezando a adormecer. Pero antes de ello he sacado libreta y pluma de mi chaqueta, ya que por suerte siempre las llevo encima. He querido escribir mi historia por miedo a que nunca despierte, se está tan bien aquí. No sé con seguridad si algún día amanecerá, si este es mi mundo o el de la imaginación, pero si lográis encontrarme quiero que se sepa que yo soy... MIGUEL AGRAMONTE Mayo de 2010