El primer amor

Transcripción

El primer amor
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PALEOSEXO
EL PRIMER AMOR
¿Cómo practicaban sexo EL HOMBRE Y LA MUJER DE
ATAPUERCA? ¿Tenían orgasmos los Australopithecus? ¿Se
enamoraban los neandertales? De la mano de Juan Luis Arsuaga
recreamos, en exclusiva, la sexualidad de los primeros humanos
l penetrar a Oxun, Saboaba aún
tenía las manos y la boca manchados de sangre. Antes de la puesta de sol, los hombres llegaron
desde la Gran Dolina con el corazón bombeando como un tambor excitado.
Durante varias horas, en un festival caníbal,
habían desgarrado con ayuda de afiladas piedras y sus propios dientes la carne de seis
miembros de otra tribu. Entre ellos había dos
niños. Saboaba guardó un pedazo de carne
fresca para entregárselo a Oxun, que le esperaba. Ella le dio a cambio algunos frutos recién
recolectados. Saboaba era más corpulento que
A
Oxun y, en su desnudez, ella buscaba el calor
de aquel macho vigoroso de casi 1,80 m de
estatura. Saboaba y Oxun copulaban tres y
cuatro veces cada día, durante todo el año, y
siempre lo hacían mirándose a los ojos. Aquella noche, el placer del orgasmo elevó a las
estrellas el grito de Oxun, y Saboaba se estremeció apretando con sus manos las deleitosas
caderas de su hembra. Un olivo silvestre, en la
ladera del río, fue el escenario de su amor
durante cuatro años, el tiempo en que nació y
creció su hijo. Después, Saboaba se marchó.
En aquellos días, hace 800.000 años, el ambiente era húmedo y cálido en Atapuerca…
JUAN LUIS
ARSUAGA
Antropólogo, coordinador del proyecto Atapuerca y
asesor científico
de Quo.
ARTURO ASENSIO
Especialista en
dibujos de naturaleza, autor de las
ilustraciones de
este reportaje.
LORENA SÁNCHEZ
Redactora jefa
de Quo y autora
del artículo.
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A LA LUZ DE LA LUNA.
Los Homo antecessor
vivían en praderas abiertas de la sierra burgalesa de Atapuerca. Formaban grupos de 8 a 12
individuos y establecían
parejas estables.
Después de un banquete caníbal
a ilustración recrea el
L
encuentro sexual
entre los dos protagonistas de este artículo, los
Homo antecessor Oxun y
Saboaba. Saboaba tiene
las manos y la boca
manchadas de sangre
porque regresa de un
acto caníbal. En el nivel
T6 de la Gran Dolina se
han encontrado huesos
de dos niños, dos adoles-
centes (uno de ellos bautizado como El niño de la
Gran Dolina, cuyo cráneo
se muestra en la foto de
la dcha.) y dos adultos.
Sus restos aparecieron
troceados, con marcas
de descarnado y golpes
producidos con utensilios de piedra. La conclusión del estudio de estos
fósiles humanos es que
en aquel campamento
se practicó un canibalismo que carecía de intención ritual. Es muy probable que un grupo de
homínidos cazara y diera
muerte a otro grupo, que
luego devoraron en un
acto de puro canibalismo gastronómico; y uno
de ellos pudo ser Saboaba. Aquellos hombres no
conocían el fuego, por lo
que debían comer la
carne cruda; ni vivían en
cuevas, aunque las utilizasen para guarecerse y
fabricar utensilios. Físicamente se parecían
mucho a nosotros. Los
hombres eran robustos y
medían entre 1,70 y 1,80
m. Por entonces, según
Juan Luis Arsuaga, las
prácticas sexuales ya
propiciaban el amor
entre las parejas.
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PALEOSEXO
La cópula cara a cara ya la
SIN DOLOR.
En tiempos de los Australopithecus, los
cráneos de los
recién nacidos
eran más pequeños, por lo que
cabe suponer
que el parto no
era doloroso.
Pudo ocurrir allí o en cualquier otro lugar
del pequeño mundo habitado por homínidos,
pero lo cierto es que una cópula como la
narrada fue el origen de un linaje que ha llegado hasta nuestros días. Así era el sexo entre
aquellos primeros humanos.
Para descubrirlo nos reunimos con el antropólogo y coodirector del proyecto Atapuerca
Juan Luis Arsuaga, con algunas preguntas
“indecorosas” en el bloc de notas: ¿Tenían orgasmos los Australopithecus?
¿Copulaban salvajemente? ¿Se besaban? ¿el Homo antecessor era fiel?
¿Cada cuánto tiempo hacían el
amor? ¿Parían sin ayuda?
ELLA SIEMPRE TIENE GANAS
El parto de Lucy
ecesitaban ayuda
N
para parir o lo hacían a solas nuestras
Encontraron a esta
Australopithecus en
Etiopía.
antepasadas? Nuestra
forma bípeda de caminar estrecha las caderas y hace más difícil el
parto.
Entre los simios, la
madre puede ayudar a
nacer a su hijo, guiándole en el parto con las
manos, limpiándole la
nariz y la boca para
que pueda respirar
mejor y liberándolo del
cordón umbilical si se
enreda alrededor del
cuello. En los primates
es un hecho solitario,
sin ayuda. Sin embargo, en nuestra especie
la madre no puede ver
la cara del neonato,
porque este mira en
dirección contraria, y
cualquier intento de
tirar de él podría, dada
la posición de extrema
flexión dorsal de la
cabeza, ocasionarle
daños en la médula
espinal. Esto hace que
en todas las culturas
las mujeres busquen
asistencia en el
momento del parto.
Pero ¿qué pasaba con
Lucy? El hallazgo del
esqueleto de esta Australopithecus afarensis, que vivió hace alrededor de 3,25 millones
de años, resuelve algunas dudas. Juan Luis
Arsuaga explica en su
libro La especie elegida
(Temas de Hoy) que:
“La morfología del
isquion y del pubis de
Lucy me lleva a pensar
que la vagina se abría
en las hembras de los
australopitecos hacia
adelante, y no hacia
atrás, con lo que el
parto tendría en ellos
las características que
tiene entre los humanos modernos, con
rotación incluida del
bebé y trayectoria
curva”.
Por tanto, Lucy necesitaba gente tanto para
ayudar al niño a nacer
como para cortar el
cordón umbilical.
Arsuaga explica, para empezar y para
nuestra sorpresa, que aquellos homínidos que
poblaban la sierra burgalesa de Atapuerca se
enamoraban. La pista para llegar a esta romántica conclusión está en la propia biología
humana. “Las hembras de nuestra especie”,
explica Arsuaga, “son las únicas que no manifiestan señales específicas cuando están ovulando (ocultación del estro). Las chimpancés son
sexualmente receptivas (y tremendamente promiscuas) solo cuando son fértiles, algo que
no ocurre en los humanos. Las hembras de los
primeros homínidos tenían, como ahora, una
disposición permanente al sexo. Si no fuera así,
y nuestra sexualidad imitara la de los chimpancés, la hembra estaría receptiva solo un mes
cada cuatro años, y el resto del tiempo lo dedicaría al embarazo y la lactancia hasta el destete (período durante el cual, cuando hay escasez de recursos y, por tanto, de aporte de energía, las mujeres no ovulan). ¿Qué pasaría si
esto fuera así? Pues que no habría vida sexual
durante cuatro años, algo que, desde luego, no
favorecería la estabilidad de la pareja”.
Y bien, ¿qué tiene que ver todo esto con el
amor? Con su disposición permanente al sexo,
la hembra homínida “conseguía” que su pareja se quedara a su lado y no tuviera que andar
a la gresca con otros machos para obtener un
desahogo y, de paso, que colaborara en la protección y el cuidado de las crías que tenían en
común. Algo imprescindible a medida que el
período de desarrollo de un niño se prolongaba. “Hay una colección única para estudiar
todo esto, que es la Sima de los Huesos, en Atapuerca”, apunta Arsuaga. “Aquí ya vemos que
el tiempo de infancia era más largo que el de
los chimpancés. Con lo cual, yo diría que las
poblaciones de Homo heidelbergensis, de hace
medio millón de años, tenían una biología
p
a
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practicó Lucy, una Australopithecus afarensis, hace cuatro millones de años
social en dos niveles. Por un lado, un grupo formado por muchos machos y muchas hembras –se juntan y se separan, según estaciones
y recursos–, y por otro lado, parejas estables,
familias constituidas por una mujer, un hombre y los hijos pequeños o dependientes, descendientes del hombre que está con la mujer”.
Así pues, venimos de antepasados fieles, al
menos hasta que las crías tenían edad de valerse por sí mismas. Pero desatemos a ese voyeur
que llevamos dentro y descubramos un detalle algo más íntimo. ¿Cómo copulaban?
EL MISIONERO ANCESTRAL
La imagen que a todos nos vendría a la cabeza en una escena “porno pleistocénica” probablemente situaría a la hembra dándole la espalda al macho y mostrándole sus nalgas. Sin
¿Monogamia o harén?
ntre las cenizas fósiE
les del volcán de
Laetoli, en Tanzania, se
encontraron huellas de
Australopithecus afarensis. Uno de los individuos grandes seguía al
otro colocando los pies
exactamente en las huellas del precedente
(¿jugaban?). El tercero
era más pequeño y
caminaba siguiendo la
marcha sinuosa, lo que
indica que era llevado
de la mano.
Algunos científicos
mantienen que las huellas son de una pareja
heterosexual caminando junta: (esposa y
esposo) con su hijo detrás y que, por tanto, en
aquellos tiempos ya habría que hablar de monogamia. Otras hipótesis apuestan porque en
nuestros orígenes la estructura era tipo harén
(un macho con varias
hembras). Se basan en
que, por entonces, entre
machos y hembras
había mucha diferencia
de tamaño (poco a poco
se fue reduciendo), algo
típico de especies en las
que el padre no ayuda
al cuidado de las crías
y que, por tanto,
no son propensas a
establecer parejas.
embargo, en la narración que inicia este reportaje Oxun y Saboaba copulan mirándose a los
ojos. No es que la postura desde atrás estuviera descartada en aquellos viejos tiempos, pero
la que es propia de los nuestros es la hoy vilipendiada “postura del misionero”. Así, en nuestro relato, Saboaba se tumbó sobre Oxun para
penetrarla de frente, y esto, por aquel entonces, debía interpretarse como “sexo raro, raro”.
La cópula cara a cara ya la practicó Lucy hace
4 millones de años. Esta popular hembra de
Australopithecus afarensis caminaba erguida.
Y si alguien se pregunta qué tiene que ver
nuestro andar bípedo con “El Misionero”, pues
la respuesta está en la disposición de la pelvis
JUEGOS EN FAMILIA.
La lava del volcán protegió las huellas de
Laetoli durante millones de años. Pertenecen a dos individuos adultos y
un niño.
Posiblemente iban
jugando.
Las pisadas
encontradas en
Laetoli son huellas de homínidos de hace 3,5
millones de
años. Ya eran
bípedos.
y, por lo tanto, de la vagina, que ya en Lucy y
sus contemporáneas se abría hacia adelante y
permitía la penetración frontal. Este modo de
copular tiene de nuevo sus ventajas (mirarse
a la cara refuerza vínculos, dicen los expertos);
sin embargo, podría plantear un problema
reproductivo que la evolución resolvió con
verdadera sapiencia: el orgasmo.
EL PLACER SIRVE PARA ALGO
José Enrique Campillo, médico y catedrático
de Fisiología, recoge en su último libro, La
cadera de Eva (Ares y Mares), apuntes antropológicos sobre las razones para amarse así.
“En las hembras de los Australopithecus”,
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ELLA ES NEANDERTAL.
A pesar de que novelas como
El clan del oso cavernario recreen
encuetros y amores como este,
entre cromañones y neandertales, la ciencia y los fósiles dicen
que no se produjeron.
Las eyaculaciones nocturnas involuntarias son recuerdo de una prehistoria
afirma Campillo, “al incorporarse inmediatamente tras la cópula y comenzar a caminar, su vagina adoptaría una posición casi vertical. Por el simple efecto de la fuerza de la gravedad y el movimiento deambulatorio, el fluido seminal podría descender y se perdería en
gran parte, lo que reduciría la probabilidad de
fecundación. Así, el orgasmo de la hembra y la
laxitud posterior, con una leve sensación de
fatiga y cierta somnolencia, forzarían un breve
reposo postcoital; solo de unos minutos, el
tiempo necesario para permitir la progresión
de los espermatozoides a lo largo de esa trama
de no retorno que es el moco del cuello uterino”. Por lo tanto, Lucy, si es que en algún
momento de su vida llegó a tener un encuentro sexual, gimió como la que más.
La hipótesis de que hace cuatro millones de
años hubo orgasmos plenos la apoyan otras
evidencias biológicas. Para Arsuaga, por ejemplo, tiene mucho que ver con la anatomía del
macho. “Los chimpancés tienen testículos muy
grandes en comparación con los nuestros porque compiten a nivel espermático. Son
muchos los machos que copulan con la misma
hembra y necesitan un esperma abundante
para garantizar que es el suyo el que fecunda
el óvulo. En nuestra especie (y es algo más que
confirma nuestra estructura de pareja) no hay
necesidad de competición espermática, y de
ahí los testículos razonablemente pequeños.
Sin embargo, el pene humano es más grande
que el de los chimpancés. ¿Por qué? Pues muy
posiblemente para dar placer a la hembra”.
Hay tres detalles más en nuestra descripción
del encuentro sexual de los dos Homo antecessor que tienen su fundamento científico. Uno,
el intercambio de comida; el segundo, la cantidad de cópulas diarias; y por último, las opulentas caderas de Oxun.
Ella le debe esta “condena biológica” (sus
amplias caderas) al zoólogo británico de moda,
Desmond Morris (La mujer desnuda, Planeta).
Morris señala que las caderas anchas son un
indicador del éxito en el parto y, por tanto, este
rasgo (favorecido por la selección sexual de la
que ya habló el viejo Darwin) hace más apetecibles a las mujeres de todos los tiempos.
ENTRE TRES Y CUATRO VECES DIARIAS
Otro investigador, el antropólogo americano
Marvin Harris, describía la sexualidad de los
homínidos como una “táctica de fuego graneado”, es decir, abundante y sin planifica-
ción. Harris apuntaba que, al igual que nuestros parientes chimpancés, los primeros homínidos debían copular entre tres y cuatro veces
diarias, y destacaba que las eyaculaciones nocturnas involuntarias son reminiscencias de
un pasado con mucha más intensidad sexual.
Harris también explicaba que el cortejo entre
los primeros homínidos, es decir, el “ligoteo”
antes de amancebarse con el Homo antecessor
(por ejemplo), incluiría intercambio de comida, probablemente insectos y alimentos vegetales recolectados por las hembras a cambio de
trozos de carne fruto de la actividad cinegética o carroñera de los machos (la carne y los
frutos que se entregan Oxun y Saboaba).
Hay una pista más que llama la atención
cuando un hombre y una mujer se desnudan.
“Nos diferenciamos absolutamente en todo,
desde los pies hasta la cabeza”, indica Juan
Luis Arsuaga. “Puedes distinguir si estás con
un macho o una hembra humanos incluso por
el tono de la voz.” ¿Y para qué tanta diferencia? ¿Por qué para distinguir si una cebra es
macho o hembra hace falta ser zoólogo (o
cebra), mientras que en nuestra especie los
rasgos diferenciadores recorren cada palmo
de nuestro cuerpo? La hipótesis de Arsuaga
s
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E N T R EV I STA
JAVIER ANGULO CUESTA
Doctor en Medicina y urólogo del Hospital de Getafe (Madrid). Izquierda
En Lapedo (Portugal) encontraron lo que creyeron un híbrido
de cromañón y neandertal. Aquella fue una hipótesis falsa.
El encuentro imposible
n la Edad de Hielo,
E
hace unos 35.000
años, nuestros antepasados (cromañones)
entraron en Europa,
hasta entonces
poblada por
otro tipo de
hombres, los
neandertales,
que desaparecieron con
nuestra llegada. Sobre este
encuentro hay dos
grandes incógnitas:
una, qué causó la extinción de los segundos;
dos, ¿hubo sexo entre
cromañones y neandertales? Arsuaga explica:
“Tenemos una programación genética que nos
permite identificar los
rasgos de especie, reconocer a aquellos con los
que debemos copular.
Igual que una cebra
macho sabe que tiene
que reproducirse con
una cebra hembra y no
con una yegua, nosotros
también reconocemos a
los nuestros”. Así, sencillamente no hubo sexo
entre ellos porque no se
gustaban. Físicamente
podrían reproducirse,
igual que son viables, por
ejemplo, embriones de
coyotes y lobos (especies próximas). Pero el
hijo tendría menos posibilidades de encontrar
pareja y genéticamente
sería menos fértil.
MARCOS GARCÍA DÍEZ
Doctor en Prehistoria por la Universidad del País Vasco. Derecha
“A los hombres y mujeres del Paleolítico
les gustaba amar en varias posturas”
P ¿Qué es lo que llamáis hominización sexual?
R Llamamos así a la evolución de la sexualidad desde
los primeros homínidos al Homo sapiens.
P Habéis estudiado el erotismo en el arte
rupestre. ¿Qué habéis encontrado?
R Hemos utilizado documentos artísticos del Paleolítico superior (hace entre 38.000 y 11.000 años) desde
el extremo occidental de la Península Ibérica hasta
Siberia. Las representaciones de seres humanos son
escasas en comparación con las figuras de animales
(bisontes, cabras, etc.) y aún más escasas son las
representaciones sexuales, pero las
hay. Francia, y en menor medida Portugal, son los países cuyos yacimientos arqueológicos conservan escenas
de carácter sexual; ciertamente no
muchas, pero explícitas. En España
también hay algunas destacables.
tiene que ver, una vez más, con nuestro proceder monógamo. “Necesitamos el reconocimiento interindividual”, explica el antropólogo. “Tiene que ver con que identifiques a la
pareja, a tu pareja, y que no te valga ni cualquier hembra ni cualquier macho”.
Para Arsuaga, esta extraordinaria sexualidad humana es la que al fin y al cabo ha
hecho posible algo que de nuevo es único:
¡Oh, la, la! El amor. “El sexo no solo está al servicio de la reproducción: el sexo sirve para
establecer vínculos entre personas. Estos vínculos permiten que tengamos una infancia
prolongada (con madre y padre cooperando
en el cuidado de las crías), y que nuestro cerebro se tome su tiempo para desarrollarse. Así
ha sido posible la evolución de nuestra especie hacia la encefalización. Así ha sido como
el sexo nos ha hecho inteligentes”.
■
Lorena Sánchez
SI TE INTERESA
왘Al otro lado de la niebla. Editorial Suma de
Letras. Se trata de la última publicación
(novela) de Juan Luis Arsuaga.
P ¿Podemos hablar de la existencia de un
Kamasutra paleolítico?
R No podemos decir que exista un registro organizado que recoja las artes amatorias del Paleolítico superior.Ahora bien, sí que sabemos que existen representaciones, ejecutadas en distintos lugares
y en diversos momentos, que hacen
patente que a los hombres y mujeres
paleolíticos les gustaba amar en diferentes posturas.
“No es
descabellado
pensar que
hace 38.000
años bubiera
escuelas
de sexo, lo
que explicaría
algunos
yacimientos”
P ¿Sentían placer o era pura
han cautivado especialmente?
R Una de las más curiosas es una
composición presente en la cueva
francesa de Chauvet. Los caracteres
femeninos de una hembra (cadera,
cintura, triángulo púbico, introito vulvar y piernas) pintados en negro se
encuentran en íntima asociación con
la imagen de un bisonte erguido que
muestra gran fortaleza y unos atributos de bipedismo que lo hacen parecer humano.
reproducción?
R Con absoluta seguridad, los ejecutores de esas obras sentían placer. Hay
una bellísima representación, la vulva en
arcilla de Bédhillac (Ariège, Francia), que
lleva una estalactita clavada en el lugar
donde estaría el clítoris. Se aprecia que
sufrió una fricción similar a la que producirían caricias masturbatorias. De
forma similar, la figura de Ribera do Piscos representa a un hombre eyaculando,
con la boca abierta, y de su cabeza salen
rayos que parecen simbolizar el éxtasis del orgasmo.
P ¿Por qué representaban falos tan grandes?
P En vuestro libro, Sexo en piedra, proponéis que
P ¿Cuáles de estas imágenes os
sexual más intensa
mismo modo que la vulva y el triángulo pubiano simbolizan la mujer desde la simplificación de lo genital.
Realmente no se trata de hombres o mujeres con
genitales grandes. Más bien creemos que es una
forma de representar la parte por el todo. Es una simplificación, no una cuestión de tamaño.
R Muchas veces, los genitales masculinos, y con
mayor frecuencia los femeninos, se representan en
tamaño grande, pero no siempre.A veces se trata de
pequeñas figuras grabadas en hueso y tienen pequeño tamaño. Muchas veces se trata de representaciones genitales aisladas, es decir, no el hombre con el
falo, sino el falo (que representa al hombre erecto). Del
en el Paleolítico hubo escuelas de sexo…
R No resultaría aventurado pensar que ya entonces
hubiera escuelas o lugares para la educación sexual.
Esto podría explicar, al menos en parte, las concentraciones de objetos y representaciones de índole sexual
de yacimientos como Laugerie-Haute, La Marche,
Enléne, Gargas y Los Casares.
FALOS, VULVAS Y COITOS
Falos, vulvas y coitos son representaciones eróticas de los primeros
Homo sapiens recogidas en el libro Sexo en piedra. Cuesta 36 euros y
puedes socilitarlo por email en www.sexoenpiedra.com
Detalle de vulva
grabada en
roca en Le
Blanchard
(Francia).
Calco de escena
de coito en la
Cueva de Los
Casares (La Riba
de Saelices,
Guadalajara).
Representación
fálica en piedra del
yacimiento francés
del Abri Castanet
(Sergeac).

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