efectos de la carcel

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efectos de la carcel
EFECTOS DE LA
CARCEL
2015eko martxoa
1.- CONSECUENCIAS SOMATICAS.
La cárcel es profundamente limitadora, no sólo para la mente y la vida
social del preso sino también para su propio cuerpo. El ser humano, tanto
a nivel mental como social y biológico, no está hecho para vivir en
cautividad. Por eso, para estudiar los efectos del internamiento
penitenciario, hemos de empezar por las consecuencias somáticas.
a) Problemas sensoriales
La visión:
El preso a los pocos meses de
ingresar
en
prisión
experimenta lo que se
denomina
"ceguera
de
prisión", provocada por la
permanente
ruptura
del
espacio, la existencia de
continuos impedimentos a la
evasión, que no sólo impiden
la fuga, sino también la visión
a distancia. Se encuentra continuamente con obstáculos a la propia visión
que, en el mejor de los casos, no le permiten ver más allá de unos pocos
centenares de metros. Esa configuración espacial produce frecuentes
dolores de cabeza, así como incluso una deformación de la percepción
visual, que hace que se pierdan formas e incluso colores. No se trata de
alucinaciones sino de perturbaciones espaciales de la visión.
Además, la configuración arquitectónica provoca también grandes
contrastes de iluminación. Los espacios interiores son sumamente
oscuros, por lo que es necesaria permanentemente iluminación artificial.
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Otra característica de la prisión es el escaso contraste de colores. En las
cárceles predominan fundamentalmente el gris y el marrón oscuro; la vista
se acostumbra a ese color. Al salir, es frecuente que por esas alteraciones
cueste acostumbrarse a los colores, a la distancia visual, la luz... Por ese
motivo al salir de la cárcel se buscan espacios abiertos, luminosos, donde
la visión pueda recuperar la percepción del espacio. Sin embargo, la falta
de costumbre y el "alucinante" contraste de colores al que no está
acostumbrado provocan que a menudo se padezcan mareos.
La audición:
Otro sentido que se encuentra afectado por la vida en la prisión es la
audición. Cuando se prolonga el encarcelamiento, el preso suele acabar
padeciendo problemas de oído. El hacinamiento y la vida en un espacio
permanentemente cerrado hacen que el nivel de ruido en las cárceles sea
muy alto, aunque tampoco hay un contraste de ruidos, sino un rumor
sordo y constante, que se ve incrementado porque la arquitectura
penitenciaria hace que el sonido retumbe permanentemente y que, por
tanto, afecte al oído del preso. Por eso a veces en la calle, no se soportan
los ruidos extremos, lugares donde se chille mucho, y se busquen
espacios tranquilos, tonos suaves en las conversaciones sin grandes
variaciones y el silencio.
El olfato:
En lo referente al olfato, la cárcel huele, y huelen todas igual. Tiene un olor
característico, del que se impregna el preso y todo el que pasa en ella un
tiempo suficiente.
Además, en función de su condición de instituciones cerradas y, por tanto,
de la restricción del contexto con el exterior puede provocar "pobreza
olfativa", por la limitación de los olores que se perciben. Por eso, cuando
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el preso sale de la prisión también suele extrañarse ante la gran cantidad
de olores nuevos que percibe.
b) Alteraciones de la imagen personal
Al igual que sucede con las alteraciones sensoriales, puede suceder lo
mismo con la imagen personal; sentir que no se es consciente de los
límites del propio cuerpo, es un efecto de esta alteración.
En segundo lugar, frecuentemente el preso mide mal las distancias, tal vez
a causa de una confusión entre los límites del propio cuerpo y los del
entorno. Esto suele pasar sobre todo si ha estado en aislamiento. Calcular
mal las distancias del espacio, tanto cerrado como abierto, no saber
calcular cuánto tiempo tardará en llegar a un punto concreto, o salir de
casa mucho antes para llegar a tiempo, es una consecuencia normal de
la alteración del espacio en la que sus sentidos y conciencia se han
acostumbrado. Con el tiempo se va diluyendo esa sensación, se logran
hacer mediciones más reales y se controlan mejor las distancias.
c) Agarrotamiento muscular
Otro aspecto de las consecuencias somáticas de la prisión es la tensión
muscular. Casi invariablemente, el preso tiene los músculos de su cuerpo
fuertemente "agarrotados". Esa tensión muscular, procedente de la
tensión de la vida diaria en la prisión, en la que se mezcla desde la
ansiedad con que se vive la cárcel hasta la sensación permanente de
peligro y el miedo al futuro, a lo que se añade la escasez de movilidad y de
práctica deportiva, se manifiesta en el padecimiento de frecuentes dolores
en ciertas partes de su musculatura, sobre todo en la espalda y en el
cuello.
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En este sentido, cuanto más ejercicio se haya realizado en la cárcel, menos
agarrotamiento muscular se siente.
Paralelamente a la actividad deportiva, es aconsejable realizar
relajamientos musculares y/o estiramientos y cualquier tipo de actividad
deportiva, sobre todo Aeróbica, para ir destensando la musculatura poco
a poco.
2.- CONSECUENCIAS PSICOSOCIALES
Adaptación al entorno de la prisión
A lo largo de la estancia en prisión, el
preso ha tenido que adaptarse a
numerosas formas de hacer las cosas,
a situaciones “normalizadas” dentro
de la cárcel, pero “desadaptadas”
fuera de ella. Al salir, en un primer
momento, suele permanecer esa
“adaptación” que se prolonga por un
tiempo. Puede ser un proceso más o
menos largo, dependiendo de la
persona, pero en general al comienzo
es normal sentirse más dentro que
fuera (en la forma de relacionarse,
hablar, actuar...). Poco a poco, la
persona va creando un “puente” hasta pasar a sentirse más fuera que
dentro. Este proceso se da por lo general en los dos primeros años de
estar en la calle. Este “pasar el puente” crea una sensación de pérdida
importante; puede sentirse perdido porque las formas que tenía de actuar
y vivir hasta ahora ya no sirven en su nuevo contexto.
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A veces, se exageran situaciones, porque dentro tienen una dimensión
diferente de la que tienen fuera, donde resultan más insignificantes. Esto
puede provocar confusión tanto a la propia persona como a quienes le
rodean ya que no entienden el porqué de sus respuestas. Puede oscilar un
tiempo, entre una autoafirmación muy fuerte o agresiva, o por el
contrario, una sumisión ante todo. En las relaciones puede ocurrirle algo
similar: puede oscilar entre el dominio de ellas por mantener el control o
la sumisión, dejándose llevar por los demás. Este tipo de respuesta son
muy frecuentes el primer año de estar fuera.
A lo largo del proceso, la persona va eligiendo, decidiendo y aclarando,
quién es, qué quiere y cómo quiere vivir. Es lógico que cuanto más
temprana sea la adaptación al medio, antes desaparezcan dichas
sensaciones. Hay que pasar de haber sido preso, a ser ex-preso para
finalmente ser lo que quiera. Puede que lleve tiempo llegar a este último
escalón porque al principio se sigue actuando tal y como se ha actuado
hasta ahora, pero poco a poco van cambiando las formas hacia otras más
propias, más personales.
Alteración de la sexualidad
El ámbito de la sexualidad merece una
consideración especial dentro de las
relaciones interpersonales y de poder que
se establecen en el interior de la cárcel.
Si bien la realización de comunicaciones
íntimas (vis a vis) atenúa el problema no
es, ni mucho menos, suficiente para
satisfacer las pulsiones sexuales, aumentadas además por la situación de
stress que provoca la prisión.
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En general, la relación sexual en la cárcel no se produce como resultado de
un proceso natural de acercamiento afectivo entre dos personas, con un
tiempo adecuado, con calma y ternura, por lo que al salir la persona se
encuentra frecuentemente con la incapacidad de relacionarse, de intimar,
de mantener relaciones sexuales (porque están tensos o no saben cómo
actuar) etc...
En los hombres puede que algunos tengan algún “gatillazo” las primeras
veces, o apenas logren mantener una erección, dificultades para acariciar,
mimar... no obstante, a no ser que estas alteraciones se prolonguen en el
tiempo, son habituales y transitorias. Se recomienda relajarse, sentir
confianza con la persona que esté relacionándose e ir descubriendo
formas de vivir una sexualidad más libre, sin horarios ni condicionantes.
Ausencia de control sobre la
propia vida
Tras una larga estancia en
prisión la persona puede llegar
a perder el control sobre la
propia vida; la capacidad de
elección queda reducida a la
mínima expresión. Ni puede
planificar su tiempo ni el lugar
donde desea estar en cada
momento. Todo esto puede provocar que al salir se haya
desacostumbrado a tomar decisiones, a tener iniciativa, a realizar planes...
pasa de un estado de donde nada depende de ella a un estado totalmente
opuesto. Al principio es normal que se sienta perdido, que crea que no
controla nada, que no entiende nada, que le faltan herramientas... pero
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esa sensación va disminuyendo conforme va entendiendo la manera de
funcionar en la calle; cuando va asumiendo que ahora puede elegir que
hacer, dónde estar y cómo (cuanta más información tenga sobre cómo
funciona su entorno, la sensación de control aumentará). Se propone que
no dude en preguntar todo lo que necesite, aunque le parezca una
tontería, no avergonzarse de no saber cómo funcionan las cosas; entender
y asumir que en la calle ha habido un proceso evolutivo (no sé sabe si para
a delante o para atrás) que estando en prisión no ha podido vivir y las
visitas son muy cortas para perderlas en detalles.
A lo mejor necesitará que le enseñen a hacer las cosas, a pedir ayuda, a ir
a lugares donde no se sienta seguro... por ello es necesario preguntar
cualquier duda que surja, -contar con los compañeros que ya han salido
por ejemplo, es de gran ayuda-. Intentar no estresarse y sobre todo
tomarse el tiempo necesario (a lo mejor no logrará hacerlo todo en los
primeros meses, pero irá recuperando su sitio, su papel en la familia, su
rol como padre/ madre, pareja, trabajador,...
Ausencia de expectativas de
futuro
Si al principio, puede pensar
que no controla el presente, lo
que está viviendo, tan rápido,
con tanta gente, con un ritmo
tan acelerado y sin control
propio, se hace muy difícil tener alguna expectativa de futuro, de lo que
realmente se quiere hacer. Esto también es transitorio, viene en el “pack”
del proceso de adaptación. Puede que se deje llevar o sienta frustración
por no saber hacerlo; o puede pasar lo contrario: que esté tan harto de no
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hacer nada que al salir tenga mil planes y cosas nuevas que quiera hacer o
probar. Sea cual sea la reacción, intentar tener los pies en la tierra; no
hacer demasiadas cosas al poco de salir, pero tampoco dejar de hacer.
Buscar un equilibrio, ya no hay restricciones temporales. Lo importante es
que cada quien decida qué hacer y en el caso que no se sepa, darse
tiempo y con calma, hasta tenerlo claro.
Intentar no tener demasiadas expectativas e intentar centrarse en
comprender cómo se vive fuera de prisión para luego, poder hacer una
expectativa de futuro razonable y real, adaptada al entorno. Si por el
contrario la persona no puede hacerse expectativas de futuro, no
precipitarse; calma; ya vendrán. Cada quien tiene su ritmo tanto para
adaptarse como para darse cuenta de lo que quiere; cada quien que
respete el suyo.
Ausencia de responsabilidad
En la prisión todo está preestablecido, y la vida sigue su curso al margen
del preso, que apenas tiene ninguna influencia sobre las decisiones que se
toman sobre él y los que le rodean. Esto puede provocar que al salir se
actúe de la misma manera, hasta darse cuenta que verdaderamente toda
persona tiene voz propia y capacidad de decidir por fin sobre su vida.
Un efecto de esto, es que se tienda a quitar importancia a los problemas
que le van surgiendo; que se mire a otro lado sin tomar parte en ellos, no
pensar (evitación) en preocupaciones, incluso no querer sentir emociones
que pueda llegar a afectar. Esta cuestión no suele encajar bien en el
entorno cercano (familia, amigos...) porque en el fondo no entienden bien
por qué y pueden llegar a pensar que la persona, una vez fuera de prisión,
pasa de todo o que incluso tenga una actitud egoísta.
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Esto se puede explicar de la siguiente manera: por lo general se crea una
barrera psicológica, es decir, unos mecanismos de defensa, que ayudan a
sentirse más fuerte y seguro dentro de prisión. ¡Pero estas “barreras” solo
sirven cuando se tiene que defender realmente de algo!
Explicarle y hacer entender todo esto a las personas allegadas es muy
clarificador; no obstante, el trabajo prioritario es de uno consigo mismo:
darse cuenta de que aunque existan problemas y situaciones que afecten,
eso no significa ser débil, y reconocer que toda persona es vulnerable
frente a algo o alguien.
Pérdida de vínculos
La entrada en prisión implica por lo general el aislamiento tajante e
inmediato respecto de todo lo que se dejó fuera. A partir de ese momento
todo contacto con el exterior se va a producir en prisión y va a ser filtrado
por la institución penitenciaria, con unos criterios sumamente restrictivos.
En consecuencia, el preso va a ver
restringidas sus relaciones
interpersonales, que a veces pueden llevarle a una pérdida gradual de las
vinculaciones que tenía establecidas.
Las personas del exterior, especialmente las de su entorno inmediato, con
las que tenía establecidas unas vinculaciones emocionales más intensas, si
bien al principio del encarcelamiento se volcarán en él, después tendrán
que ir reajustando sus vidas, sobre todo si la situación se prolonga,
estableciendo nuevas vinculaciones, en las que el preso ya no estará
presente.
Puede que a la salida, la persona intente retomar las relaciones
interpersonales donde fueron interrumpidas por la entrada en prisión.
Pero para los demás el tiempo sí habrá pasado, y con frecuencia ha
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provocado importantes modificaciones en sus vidas. Por eso, cuando el
preso vuelve a su ambiente de fuera, y si no tiene un ambiente familiar
estable y maduro, a menudo se encuentra al margen, percibe que ya no
encaja, y eso va a ser fuente de nuevas frustraciones que se añadirán a su
situación de ex-preso -con todo lo que implica- y a la distorsión que va a
suponer en su nueva vida la adopción de pautas de comportamiento
desarrolladas en la prisión, válidas allí, pero no en la situación de libertad.
Todas estas sensaciones (sentimiento de pérdida, sensación de no
encontrar su lugar o que no encaja...) son normales y transitorias; poco a
poco la persona va encontrando su lugar.
Por otra parte, en cuanto a la vida en la prisión, las vinculaciones que se
continúan manteniendo con las personas del exterior suelen verse
distorsionadas al tener que ser establecidas a través de la cárcel y con un
considerable y anormalizador control. Esto provoca que al salir y ver que
no todo es tan “bonito” ni tan “fácil” pueda llegar a sentir una gran
decepción. Esta decepción tiene que ver en algunos casos en el gran
cambio que se ha dado en la sociedad (ya que, aunque se mantenga
mucho contacto con personas del exterior no se suelen describir
minuciosamente dichos cambios). La persona se encuentra con una
sociedad mucho más individualista, muy consumista y acomodada, que ha
influido en todos y todas, guste o no, sea cual sea la visión que pueda
llegar a tener la persona sobre sus propios vínculos o de la sociedad
misma. Es importante que sepa y sienta que siempre encontrará personas
afines a ella, y aunque sea distinto, sigue habiendo muchas cosas, muchas
personas que merecen la pena; se trata de encontrarlas; que cada quien
busque a “su gente”, sus gustos y su modo de vida, porque
afortunadamente siguen existiendo.
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Alteraciones en la afectividad
Ligada a lo anterior, (a la "inseguridad
situacional") la persona puede llegar a
sentir
"desapego",
huir
de
las
vinculaciones afectivas como estrategia
para evitar las frustraciones. Ese
desapego si se prolonga en el tiempo,
puede provocar indiferencia afectiva que
lleva
a
despreocuparse
de
las
consecuencias que tiene su conducta
incluso para los más cercanos. Al principio
puede sentir desconfianza o resistencia a
la afectividad, labilidad emocional (pasar
de una emoción a otra muy diferente en
poco tiempo) o dificultad para expresar
sentimientos o emociones. Todo esto depende de la personalidad de cada
uno/una y de cómo vaya adaptándose a su nuevo entorno. Todas estas
conductas y pensamientos son muy frecuentes al principio, que poco a
poco van desapareciendo, o no, si la persona no quiere que desaparezcan.
Estos mecanismos son “sanos” o tienen sentido mientras la persona está
presa porque son verdaderas armas de resistencia. Pero al salir, todo
cambia y a veces esos mecanismos no sirven y tiene que encontrar otros
adaptados a la situación en la que se encuentre; “medio nuevo armas
nuevas”.
La forma con la que se relaciona la persona muchas veces supone un
obstáculo o es inapropiada para la convivencia en la calle. Otras veces
resulta todo lo contrario, que se tiene una sobredemanda afectiva, una
gran necesidad de afecto; de besar y de abrazar, de querer y dejarse
querer. Estas reacciones suelen ser normales, y mucho más sanas que las
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anteriores pero puede provocar dificultades a la hora de relacionarse
tanto afectivamente así como sexualmente e incluso acarrear
consecuencias en la convivencia.
Choques en el campo de las relaciones
A menudo ocurre que una vez que haya salido de la cárcel, tenga choques
en su relación con familiares o con amigos. Uno de los problemas más
recurrentes es que no sea capaz de aceptar con naturalidad las críticas que
se le hacen desde su entorno próximo. A veces nos resulta difícil aceptar
las críticas que nos hacen los amigos, padres y madres, mujeres o maridos.
Nos resulta extraño que personas que nos trataron de una forma tan
dulce, amable y positiva cuando estábamos en la cárcel actúen ahora de
forma tan "atacante". Por ejemplo, en relación a las responsabilidades
domésticas (el cuidado de los hijos, la repartición de las tareas domésticas,
los horarios...), en relación a las relaciones personales (falta de
sensibilidad para con los demás, alejamiento en las relaciones...), etc.
Una reacción clásica es relacionar la crítica con la situación vivida en la
prisión: "ya me han gritado lo suficiente en prisión", "ya he tenido que
soportar suficientes órdenes mientras estaba dentro", "ya he tenido que
sufrir suficientes gritos y broncas por parte de los carceleros...". Es una
queja recurrente: que ya nos han gritado suficiente, que hemos tenido
que obedecer suficiente... en prisión, para tener que repetir la situación
ahora en casa.
No nos damos cuenta que ambas situaciones son totalmente diferentes y
que no pueden relacionarse de ninguna forma. Más aún, para nuestro
entorno resulta muy duro tener que soportar ese tipo de comparaciones:
marido/ mujer/ padre/madre/ amigo = carceleros.
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Tenemos que cambiar el chip: estamos en la calle y las cuestiones de la
cárcel se quedaron allí, en el pasado. Los mecanismos que utilizamos para
hacerle frente servían para aquella situación, pero no para la situación
actual, en casa. Pues estamos en casa, rodeados de familiares y personas
que nos quieren. Nuestros seres próximos no son carceleros (y no es de
extrañar que se sientan insultados cuando hacemos comparaciones de ese
tipo). Actúan por nuestro bien, porque nos quieren de verdad. Además,
debemos saber que ese tipo de discusiones o de broncas son habituales en
las parejas o en cualquier relación entre personas.
Muchas veces, ese tipo de reacciones esconden una falta de voluntad para
asumir nuestras responsabilidades: se vive mucho mejor sin asumirlas, sin
recuperar la costumbre de asumirlas. En la prisión el mismo sistema se
ocupaba de quitarnos cualquier tipo de responsabilidad; en la calle es
imprescindible asumir nuestra propia responsabilidad, hacia nosotros y
también hacia nuestro entorno. Solo así conseguiremos ser personas
autónomas y equilibradas.
Es importante por ello compartir todo esto con otras personas que
escuchen y entiendan cómo se siente, y tomárselo con calma, porque
TODO LLEGA.
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Lora dezagun elkartasuna tximeletaren hegaldia indartsuarekin…
…izan zaitez bazkide!
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Harrera
Elkartea
www. harreraelkartea.wordpress.com

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