Escultores Escuela de París. I
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Escultores Escuela de París. I
Los escultores de la Escuela de París y sus museos en España y Portugal El legado de Eleuterio Blasco en Molinos (Teruel) JESÚS PEDRO LORENTE SOFÍA SÁNCHEZ (eds.) Teruel, 2008 © Jesús Pedro Lorente y Sofía Sánchez, 2008 © Instituto de Estudios Turolenses, Teruel, 2008 Edita: Instituto de Estudios Turolenses Diseño gráfico: José Prieto Martín Maquetación e impresión: Publicomp Imágen cubierta: El ultimo suspiro del Quijote, Eleutero Blasco. Plancha de hierro, 1950 ISBN: Depósito legal: INDICE Introducción Los escultores de la Escuela de París y sus museos en España y Portugal 9 La evolución en la reivindicación histórico-artística y museística de la Escuela de París en Francia y a este lado de los Pirineos. Jesús Pedro Lorente. 11 Diogo de Macedo e a importancia da experiencia parisiense na sua actividade de artista, critico e museólogo. Lúcia Almeida Matos 37 El triunfo parisino del escultor Mateo Hernández y su legado en el museo de Béjar. Moisés Bazán de Huerta 51 El escultor Manolo y su legado en Caldes de Montbui. Montserrat Blanch 71 Dos grandes escultores españoles en París y la ejemplar recuperación de su legado: Pablo Gargallo en Zaragoza y Julio González en Valencia. Manuel García Guatas 87 Más allá de la pintura. Joan Miró escultor y promotor de museos. María Luisa Lax 103 El regreso museístico de un exiliado: Baltasar Lobo, entre París y Zamora. María Bolaños Atienza 121 Apel.les Fenosa y su museo en El Vendrell. Josep Miquel García 135 Eleuterio Blasco en París y la musealización de su obra en Molinos. Sofía Sánchez 145 El legado de Eleuterio Blasco en Molinos (Teruel) 160 Catálogo de la nueva selección de obras en exposición permanente inaugurada el 29 de septiembre de 2007 162 Miscelánea antológica de la documentación epistolar, impresa y fotográfica incluida en el legado de Eleuterio Blasco 185 INTRODUCCIÓN El propósito de este libro es recoger por escrito un testimonio perenne de los actos conmemorativos que en 2007 tuvieron lugar con motivo del centenario del nacimiento del escultor Eleuterio Blasco, miembro de la Escuela de París, donde gracias al apoyo de Picasso y otros compañeros sobrevivió a un largo exilio, al cabo del cual pudo regresar a España, donde murió poco después de realizar un generoso legado de algunas esculturas y pinturas, numerosos dibujos y gran cantidad de documentación fotográfica o epistolar al Ayuntamiento de Molinos (Teruel). En este hermoso pueblo del Maestrazgo, donde una céntrica calle lleva su nombre, los turistas visitan admirados las famosas Grutas de Cristal, o la interesante Sala de los Ecosistemas instalada en el antiguo lavadero, pero no es menor el atractivo de la exposición permanente de una selección de obras de Eleuterio Blasco instalada en unas salas de la casa consistorial. En el verano del 2007 toda la instalación museográfica fue renovada, y desde entonces se expone allí una nueva selección permanente de las obras de este fecundo creador, que se han escogido por su interés artístico y humano: son las que aparecen descritas y reproducidas en la segunda parte de este libro, que esperamos sirva como material complementario a la visita para quienes vengan a Molinos y quieran comprarse un recuerdo de lo que allí han visto, pero también para divulgar a través de las librerías y bibliotecas de todas partes la existencia de este pequeño museo no demasiado conocido en el mundillo artístico. Afortunadamente, en este segundo objetivo contamos con valiosos cómplices, pues no son pocos los museos dedicados a escultores de la Escuela de París, tanto en la capital francesa como en otras poblaciones, con ejemplos muy señalados a este lado de los Pirineos, con los que sería 5 J���� P���� L������ / S���� S������ nuestro anhelo colaborar estrechamente en el futuro para darnos a conocer conjuntamente, organizar exposiciones en común, avanzar mano a mano en la investigación y divulgación de nuestros respectivos legados artísticos, etc. Un primer paso en este camino fue la celebración el 28 y 29 de septiembre de 2007 de un seminario internacional titulado El retorno (museístico) de los emigrados: Escultores de la Escuela de París, organizado por el Ayuntamiento de Molinos, la Comarca del Maestrazgo, la Asociación para el Desarrollo de Gúdar-Javalambre y Maestrazgo y el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza. Nos hicieron el honor de acudir como invitados algunos ilustres profesores de diferentes universidades, que luego han puesto por escrito sus ponencias; pero a ellos se han unido para este libro tres profesionales directamente implicados en sendos museos monográficos dedicados a tres de los más importantes escultores catalanes de la Escuela de París, cuya colaboración no pudimos plantearnos en el seminario porque era necesario que casi todos los intervinientes fueran profesores universitarios para cumplir los requisitos de la Comisión de Docencia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza que regulan la concesión de créditos de libre elección. Gracias a que nos atuvimos a esa limitación, tuvimos numerosos asistentes, muchos de ellos venidos en un autobús fletado desde el Campus zaragozano, que se mezclaron en el salón de conferencias de ADEMA con el resto de público interesado, incluidos vecinos del pueblo y de la comarca que compartieron con los más jóvenes sus recuerdos personales de la vinculación de Eleuterio con Molinos. Pero la fiesta no acabó con la brasada de carnes en la hoguera de la Plaza Mayor que se ofreció como despedida, sino que continúa ahora con la publicación de este libro y con la organización, el 4 y 5 de julio de 2008, de otro seminario de ámbito geográficamente más amplio pero políticamente más específico, Los artistas del exilio y sus legados museísticos, encuadrado dentro de los cursos de la Universidad de Verano de Teruel. También éste redundará en la publicación de otro libro, pues hemos preferido publicar los dos separadamente porque son temas y perspectivas distintos. Entre tanto, estamos preparando también una exposición itinerante de dibujos de Eleuterio Blasco que confiamos pronto pueda verse en distintas salas de exposiciones de las provincias aragonesas y, si la complicidad con estos otros museos aquí mencionados empieza a dar sus frutos, también podrá intercambiarse con muestras producidas por ellos. Pero ningún museo, ni siquiera los monográficamente dedicados a un artista, puede plantear sus actividades únicamente en torno a la conservación, estudio y divulgación de la colección heredada de una persona y un tiempo concretos, sino que ha de procurar irradiar sus servicios a toda la sociedad y proyectarlos hacia las generaciones del futuro. Molinos es un pueblo muy pintoresco, donde han escogido instalarse para el veraneo o incluso de forma permanente artistas, artesanos e intelectuales, y de hecho ya hay algunas obras de estos creadores expuestas en una sala con hermo- 6 I����������� sas vistas del casco histórico contigua a la que recoge la selección permanente del legado de Eleuterio Blasco. Salvando las comparaciones, sería estupendo emular el buen ejemplo de otra localidad hermana situada al otro lado de los montes del Maestrazgo, pues desde que en 1970 se fundó el Museo Popular de Arte Contemporáneo de Villafamés (Castellón), la Diputación castellonense ha apostado fuerte por fomentar ese exitoso ejemplo de revitalización artística de un núcleo rural alejado del turismo masivo de sol y playa. Ojalá que entre todos sepamos también poner en valor los muchos atractivos de Molinos, que también es un hito señalado en la historia de los museos y la museología en España, pues aquí se fundó uno de los primeros ecomuseos de nuestro país, y se han celebrado ya en el pueblo dos muy cosmopolitas reuniones del Movimiento Internacional para una Nueva Museología (MINOM). Evidentemente, aunque parezca un tópico repetirlo, el capital humano es el principal y más fértil recurso de riqueza cara el futuro; por eso, además de hacer constar nuestro agradecimiento a todas las arriba citadas instituciones que organizaron el seminario internacional a partir del cual surgió este libro, y al Instituto de Estudios Turolenses por encargarse de su publicación, queremos muy especialmente dar las gracias a todas las personas que con tanto entusiasmo han colaborado en esta iniciativa, animándoles a que sigan implicándose en potenciar la obra de Eleuterio Blasco y el futuro de Molinos. Empezando por los responsables de los museos aquí estudiados, cuya colaboración entusiasta nos ha servido de espaldarazo y también, por supuesto, los doctos esfuerzos de todos los autores de los textos aquí recogidos, así como el eficaz trabajo del escultor José Prieto, profesor en la licenciatura de Bellas Artes del campus de Teruel, que asistió al seminario y se ha ocupado desinteresadamente del diseño de esta publicación; pero también hemos de hacer constar nuestro agradecimiento a todo el público que con su presencia hizo que aquel evento fuera un éxito y confiamos sigan apoyando futuras iniciativas; por último, queremos mencionar expresamente a Jorge Abril, de ADEMA, que colaboró en mil tareas siempre con gran capacidad, y sobre todo al alcalde Mateo Andrés, sin cuyo activismo entusiasta no hubiéramos podido plantearnos nada de esto. Jesús Pedro Lorente Sofía Sánchez 7 Los escultores de la Escuela de París y sus museos en España y Portugal 9 LA EVOLUCIÓN EN LA REIVINDICACIÓN HISTÓRICO-ARTÍSTICA Y MUSEÍSTICA DE LA ESCUELA DE PARÍS EN FRANCIA Y A ESTE LADO DE LOS PIRINEOS J���� P���� L������ Prof. Titular de Historia del Arte, Universidad de Zaragoza 1.- École de Paris, un término surgido para el arte nuevo en el epicentro de la Belle Époque. Al contrario de lo que sucede en el campo de la filosofía, donde no hay equívocos al hablar de la “Escuela de París”, pues con esa expresión se designa al círculo de profesores y discípulos de la Sorbona en el siglo XIV seguidores del nominalismo propugnado por Jean Buridan, como término artístico esta expresión es harto imprecisa, aunque haya hecho fortuna y sea profusamente usada. Desde luego, no se refiere a aulas de educación formal, ni a un “ismo” artístico concreto, ni a un periodo histórico bien determinado. Parece que la expresión École de Paris la inventó—o al menos consiguió divulgarla y consagrarla por primera vez— el prolífico escritor, periodista y crítico de arte André Warnod, autor del libro Les Berceaux de la jeune peinture: Montmartre, Montparnasse y otros muchos textos que han hecho de él uno de los más célebres cronistas del ambiente artístico 11 J���� P���� L������ parisino de la Belle Époque1. Según la suposición más generalizada hasta ahora, este influyente polígrafo empleó dicha expresión por primera vez en una serie de artículos publicados en 1925 en la revista Comoedia meses antes de la Exposición Internacional de Artes Decorativas y, al calibrar sus expectativas de impulso que para la escena artística parisina iba a suponer aquel evento, su ensayo del 27 de enero de 1925 titulado “L’État et l’art vivant” proclamaba la existencia de una École de Paris2, expresión que retomó en octubre del mismo año en la introducción y en la cubierta de su citado libro sobre las dos “cunas de la joven pintura” que, tal como especifica el título secundario que aparece en la portada, constituían para él Montmartre y Montparnasse. Es decir, no coinciden la portada —que es donde se debe tomar siempre la reseña bibliográfica de un libro— y la cubierta, que es donde el autor o el Cubierta del libro de André Warnod: editor pusieron esta novedosa ape- Les berceaux de la jeune peinture, París, lación aquí debatida, sin duda con Albin Michel, éditeur, 1925. André Warnod (Giromagny, 1885-París,1960) crítico de arte en Le Figaro y otros medios, periodista, novelista, memorialista —vivió intensamente una época llena de acontecimientos, y lo contó a sus lectores, incluso sus experiencias de prisionero de guerra en Alemania— , es autor de ése y otros numerosos libros, entre los que interesa destacar por su interés con el tema aquí tratado, los siguientes títulos: Le Vieux Montmartre (1911) Les Peintres de Montmartre, Gavarni, Toulouse-Lautrec, Utrillo (1928), Visages de Paris (1930), La Vraie Bohème de Henri Murger (1947), Ceux de la Bu�e (1947), Pascin (1954), Fils de Montmartre (1955), Grau-Sala (1958), Drôle d’Époque (1960). 1 No he conseguido acceder directamente al artículo en cuestión, pero el extracto donde afirma “La Escuela de París existe. Más tarde, los historiadores del arte podrán definir mejor su carácter y estudiar los elementos que la conforman; pero debemos ciertamente afirmar su existencia y la atracción que hace venir aquí a artistas de todo el mundo” viene recogido por G. FABRE, «Qu’est-ce que l’École de Paris?» en L’Ecole de Paris 1904-1929. La part de l’Autre, Musee d’art moderne de la Ville de Paris-Musées de Paris, 2000, pp. 35-36. Coincide literalmente con el primer párrafo de la introducción de su libro Les berceaux de la jeune peinture: Montmartre, Montparnasse, París, Albin Michel, 1925, que reza: L’École de Paris existe. Plus tard, les historiens d’art pourront, mieux que nous, en definir le caractère et étudier les éléments qui la compossent; mais nous pouvons toujours affirmer son existence et sa force a�ractive qui fait venir chez nous les artistes du monde entier. Bien des raisons, qui n’ont rien à voir avec les beaux-arts, font que Montparnasse est peuplé d’hommes et de femmes de toutes les nationalités sans compter ceux qui ne sont pas bien fixés sur ce point; mais il n’empêche que l’amour de l’art, plus que tout autre chose, a poussé tous ces gens à venir à Paris. 2 12 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� más gancho: Les berceaux de la jeune peinture. L’École de Paris. A tenor de los contenidos de ese libro, la designación tenía para su autor tres connotaciones sociológicas que luego ha perdido o han quedado diluidas al usarla otros escritores. André Warnod era compañero de tertulias y vida bohemia de los artistas que, lejos de seguir las enseñanzas académicas de la École des Beaux-Arts o de exponer en el Salon d’Automne u otros certámenes copados por los ya consagrados, llevaban sus obras a muestras colectivas menos selectas o a alguno de las más de 130 marchantes de arte que surgieron en París entre 1900 y la II Guerra Mundial, una escena artística cada vez más plural y abierta que tenía sus antecedentes en época de los impresionistas, pero que hizo de la capital francesa un nuevo tipo de metrópoli artística bien distinto al que había representado en el siglo XIX. Los artistas ya no venían de todas partes a las orillas del Sena para ampliar su formación como discípulos de pomposos maestros y copiando las obras de los museos, sino que seguían una educación autodidacta aprendiendo a través de la convivencia con otros compañeros en los talleres, los cafés, las calles de París: la ciudad era la verdadera “escuela”3. Pero no todos sus distritos, pues un segundo punto importante a tener en cuenta es que Warnod no frecuentó las casas céntricas o las mansiones campestres de los ya consagrados, sino que su interés como cronista de la vida artística se centró en las colinas de Montmartre y Montparnasse, los dos “barrios artísticos” más señalados antes y después de la I Guerra Mundial respectivamente. Allí se entremezclaban creadores franceses, alemanes, británicos, escandinavos, eslavos, rusos, austríacos, suizos, italianos, españoles, portugueses, americanos… muchos de los cuales escribieron artículos o libros de memorias que evocarían en todo el mundo una imagen nostálgica y pintoresca de aquella bohemia cosmopolita: desde el pintor y crítico francés Michel Georges-Michel (Les Montparnos, escrito en 1923 pero publicado en 1929; Autres Montparnos, 1935; Peintres et sculpteurs que j’ai connus, 1900-1942, publicado en 1942 con múltiples reediciones y a partir de 1954 con un nuevo título: De Renoir à Picasso) al escultor y erudito portugués Diogo de Macedo (14 Cité Falguière, 1930). Cada uno centraba su relato en los personajes de ese entorno con los que coincidió, y no menos parcial sería la visión de famosos escritores que tuvieron un papel destacado en ese mundo, como el poeta suizo Blaise Cendrars, el escritor ruso Ilya Grigorievitch Ehrenbourg, el periodista francés Francis El mejor estudio sociológico sobre el tema sigue siendo H. C. WHITE & C. A. WHITE: Canvases and Careers: Institutional Change in the French Painting World, Chicago, Chicago University Press, 1965 (reed. en 1992); pero hay que complementarlo con la importante contribución de un excelente historiador social del arte: P. VAISSE, La Troisième République et les peintres, Paris, Flammarion, 1995. Para ampliar información sobre el “negocio” de las academias y maestros que se aprovecharon de artistas extranjeros y aragoneses en particular que acudieron a París remito a la bibliografía y comentarios en J.P. LORENTE, «La influencia del París de la Belle Epoque en los artistas aragoneses» en, La seducción de París: artistas aragoneses del siglo XX, Zaragoza, Museo Camón Aznar Ibercaja, 2005, pp. 19-28. Sobre la idea de que, en cambio, la ciudad era la verdadera “escuela”de los artistas de la Escuela de París véase también el texto de María Bolaños incluido en este libro. 3 13 J���� P���� L������ Carco (La Bohème et mon cœur, 1912; De Montmartre au quartier Latin, 1927 ) o, sobre todo, el poeta y crítico de arte André Salmon (La Jeune peinture française, 1912, La Jeune sculpture française, 1914-19; L’Art Vivant, 1920; Propos d’atelier, 1922-30, más diversas monografías sobre Cézanne, Modigliani, etc). Hasta en el título, el libro de André Warnod aquí analizado surgió como una prolongación suya, y también aparece muy centrado en las personalidades que el autor había tratado más, principalmente Marc Chagall, Kees van Dongen, Juan Gris, Jacques Lipchi�, Amedeo Modigliani, Chaim Soutine, y Ossip Zadkine u otros extranjeros, siendo esta peculiaridad de lo que él describió como Escuela de París la tercera caracterización más discutida en la posteridad, pues luego otros autores de mayor espíritu nacionalista han reivindicado un papel central para los artistas franceses. No es que Warnod fuera ajeno al ardor patriótico tan ubicuo en la Francia de entreguerras, de hecho, su propuesta terminológica surgió cuando estaba bien cercana y aún operativa la llamada École de Nancy, un grupo fundado en 1901 entre patrióticas apelaciones por Émile Gallé y otros artistas franceses del movimiento art nouveau instalados en la capital de la Lorena. En aquella época, por toda Europa muchos críticos se interrogaban sobre las señas de identidad en el arte contemporáneo, y lamentaban la pérdida de rasgos propios de las tradiciones nacionales o regionales. Sin embargo, mientras algunos reclamaban a los artistas un renacimiento de la escuela francesa, italiana, portuguesa, española (o andaluza, aragonesa, catalana, vasca, etc) u otras con rasgos estilísticos y temáticos diferenciados, a Warnod le parecía el mayor timbre de gloria para Francia que su capital fuera la cuna de la joven pintura internacional —la escultura, como siempre, era la hermana pobre, pero también estaba incluida en su campo de interés—. Por eso no le preocupó la abundancia de extranjeros y la falta de unas características formales definitorias de los artistas que incluyó en esa etiqueta por él acuñada, pues según él la Escuela de París se caracterizaba precisamente por su heterogeneidad, y por su cosmopolitismo. Pero paradójicamente el éxito de la denominación por él propuesta radicó precisamente en su asertividad localista/nacionalista, aunque quizá pocos llegaran a pensar que a fuerza de darle un nombre parisino, este variopinto colectivo de artistas se convirtiera en un exponente de las esencias francesas. En buena medida, el equilibrado posicionamiento de Warnod entre chovinismo y cosmopolitismo coincidía con la política de la III República y con la actitud de la mayor parte de la población francesa4, donde encontrarían con facilidad buenos amigos y parejas tantos de estos artistas extranjeros, muchos de los cuales se nacionalizaron, y algunos como Picasso pronto fueron considerados como prototípicos exponentes del arte francés —al menos ya desde 1925 en que fue incluido en la retrospectiva oficial “Cinquante ans de peinture française, 1875 – 1925” en el Musée des Arts Décoratifs—. Con todo, también había Sobre la apertura de Francia a los extranjeros, hay elocuentes comentarios en C. GREEN, Arte en Francia, 1900-1940, Madrid, Cátedra, 2001, pp. 121-127 y 354-355. 4 14 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� críticos exaltadamente nacionalistas como Camille Mauclair, Fri� Vanderpyl, Adolphe Basler o Waldemar George que reaccionaron contra el escaso carácter “francés” de la Escuela de París tal como la había definido Warnod, y se empeñaron en estirar la etiqueta para incluir en ella artistas patrios coetáneos o de una generación posterior. Si se me permite una comparación, que en seguida se verá que no viene demasiado traída por los pelos, yo creo que se podría esgrimir como caso análogo la evolución del término École de Fontainebleau, que entre los historiadores de la pintura se empezó a generalizar a finales del siglo XIX para designar la decoración de ese palacio manierista, donde habían intervenido mayoritariamente artistas italianos invitados por Francisco I; pero en la primera mitad del siglo XX el historiador del arte Louis Dimier reivindicó la existencia de una “Segunda Escuela de Fontainebleau” en época posterior, que incluía a grandes artistas franceses como Antoine Caron o Jean Goujon —cuyas potentes figuras miguelangelescas fueron un reconocido precedente para el rétour à l’ordre de Braque en los años veinte—. Otro tanto ocurrió con la Escuela de París, cuando muchos críticos reivindicaron cada vez más un papel central para Henri Matisse —a pesar de que le gustaba más vivir en Niza que en la capital—, y no serían pocos los historiadores del arte dispuestos a hablar de una “Segunda Escuela de París” después de la guerra; una designación terminológica que recuerda lo que ocurrió en España con la Escuela de Vallecas fundada en 1927 por Alberto Sánchez, Benjamín Palencia y Álvaro Delgado, que estos dos últimos trataron de resucitar después de nuestra Guerra Civil, dando lugar a lo que se ha llamado “Segunda Escuela de Vallecas” y a su vez al heterogéneo grupo de lo que en nuestra postguerra se denominó Escuela de Madrid, seguramente por influencia francesa: de hecho, tanto el fauvismo de sus paisajes en un caso, como la factura pictórica en los otros derivaba del “clasicismo moderno” francés. No evoco este paralelismo transpirenáico como una digresión, sino para aludir a los gustos estéticos parecidos que florecieron en la Francia de Vichy y en la España franquista —así como también en el Estado Novo instituido en Portugal por António de Oliveria Salazar en 1933—. La ocupación nazi a partir de julio de 1940 no supuso graves quebrantos en la vida artística parisina, pero el antisemitismo y el integrismo nacionalista del régimen del mariscal Pétain convirtieron en proscritos a artistas judíos como Chagall, Lipchi�, Modigliani, Soutine, o Zadkine con los que en principio Warnod había identificado especialmente la Escuela de París, así que esta denominación, a pesar de sus concomitancias chovinistas, también quedó en entredicho. Frente a ella los ideólogos del régimen de Vichy quisieron promover la expresión Ecole Française. Como ahora consideraban decadente y degenerado el misceláneo “esperanto” estilístico cosmopolita de la bohemia de Montmartre y Montparnasse, se empeñaron en concretar más definidamente un estilo propio para esta otra designación, que nunca quedó del todo claro en qué se diferenciaba de la anterior; pero uno de sus principales promotores, el crítico Louis 15 J���� P���� L������ Vauxcelles —inventor de los términos “fauvismo”, “cubismo” y “tubismo”— trazó toda una genealogía de la modernidad francesa digna de tal nombre, que debía haber sido educada en la admiración por el clasicismo de Poussin y Corot, en el gentil encanto de Renoir, de Matisse y su fauvismo tan clasicista: en 1942 Louis Hautecoeur, responsable de Bellas Artes del gobierno de Vichy presentó la exposición “Les Fauves 1903-1908” en la Galerie de France; cuando se inauguró el Museo Nacional de Arte Moderno en agosto de 1942, se colocó en lugar privilegiado los cuadros fauvistas, que también ocuparon un puesto estelar en la exposición itinerante que se envió a continuación por Suiza, España y Portugal; al año siguiente, precisamente en Comoedia, publicaron una serie de entrevistas con artistas Fauves, a los que dedicó también en 1943 un libro monográfico la editorial du Chène5. Matisse, que no desaprovechaba ocasión para declararse apolítico y totalmente al margen de los acontecimientos bélicos, se dejaba querer, viéndose por fin ensalzado por encima de Picasso, que en cambio se convirtió en todo un referente político tanto para los republicanos españoles como para la Resistencia Francesa. Lo más irónico del caso ese que tanto el recambio terminológico propugnado por los críticos franceses más chovinistas, como el alargamiento cronológico-patriótico del apelativo École de Paris al que se acomodaron los demás, llegó a hacer titubear a los norteamericanos y, como en la guerra mundial, fueron éstos quienes decidieron la balanza a favor de la opción triunfante. Ejemplo bien elocuente sería el primer director del MoMA de Nueva York, Alfred Barr Jr., quien utilizó repetidamente la expresión School of Paris en los diagramas en forma de torpedo que, en torno a términos clave escritos a máquina, dibujó para explicar el avance ideal de la colección permanente de su museo, siempre tomando impulso en los artistas decimonónicos más innovadores hasta llegar a lo más puntero del arte internacional del momento6. Curiosamente, el “Report on the Permanent Collection” que redactó en noviembre de 1933 colocaba a la cabeza a los franceses y la Escuela de París —en el primero de los torpedos que lo ilustran escribía ambos términos separados en dos líneas sucesivas, para recalcar que eran cosas distintas, mientras que en el segundo y tercero usaba ya la conjunción copulativa, que es otra forma de diferenciarlos, pero uniéndolos a la vez—; ahora bien, en los dos torpedos que dibujó en el “Advisory Commi�ee Report on Museum Collections” de 1941 para sintetizar gráficamente los cambios acaecidos desde aquel informe anterior, habría ya dos alteraciones que importa aquí destacar: En el diagrama superior correspondiente a cómo veía la situación ocho años antes, figura M.C. CONE, Artists under Vichy, Princeton University Press, 1992. IDEM, French Modernisms: Perspectives on Art before, during and after Vichy, Cambridge University Press, 2001. 5 Estos cinco diagramas dibujados por Barr en forma de torpedo han sido publicados en K. VARNEDOE: «The evolving torpedo: Changing ideas of the collection of painting and sculpture of the Museum of Modern Art» en The Museum of Modern Art at Mid-Century. Continuity and Change, Nueva York, The Museum of Modern Art, 1995, p. 12 y p. 20. 6 16 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� Versión (traducida al español) a partir de los diagramas en forma de torpedo representados por Alfred Barr en 1941 Alfred Barr Jr. (Dibujo de Francisco Javier Hernández Cuadal). en vanguardia el arte de este lado del Atlántico identificado en primer lugar como French en una línea y debajo School of al que añadió a mano Paris en otra tercera línea… como si hubiera estado a punto de decir “Escuela francesa” y hubiese optado al final por seguir diferenciando “franceses/Escuela de París”; pero ya en el diagrama inferior, donde describe la situación previsible en 1945 y el avance artístico hasta más allá de 1950, lo que aparece en cabeza del torpedo es el arte norteamericano, y queda relegado más atrás el arte europeo, que divide entre School of Paris y Rest of Europe, siendo quizá el primero de ellos una sinécdoque para designar a toda Francia, lo que no deja de ser un lapsus muy revelador. Uno estaría tentado de explicar esto en función de otra interinfluencia terminológica, pues gracias a los emigrantes y refugiados venidos de Europa y a los procedentes del resto del país, se estaba concentrando en la mayor metrópoli norteamericana una gran colonia artística donde algunos poetas como John Ashbery, Barbara Guest, Kenneth Koch, Frank 17 J���� P���� L������ O’Hara, o James Schuyler, y pintores como Franz Kline, Willem de Kooning, Robert Motherwell, Jackson Pollock o Mark Rothko constituyeron lo que acabaría llamándose la Escuela de Nueva York, por emulación al modelo francés. También en este caso se trataba de una fórmula imprecisa, de significado más sociológico que propiamente estético, para aludir a un heterogéneo conglomerado de individuos, y aunque por motivos didácticos los historiadores del arte distinguimos un grupo de estilo gestualista identificado como action painting, frente a otro más interesado por el espacialismo colorista, denominado colour field painting, lo cierto es que muchos artistas a los que se incluye en esta “Escuela” no se inscribieron en ninguna de estas dos líneas. El reconocimiento oficial del término se alcanzó en 1965 gracias a la exposición “New York School-The First Generation Painting of the 1940s and 1950s”, organizada por el County Museum de Los Ángeles (participaron William Baziotes, Willian de Kooning, Arshile Gorky, Adolph Go�lieb, Philip Guston, Hans Hofmann, Jackson Pollock, Richard Pouse�e-Dart, Ad Reinhardt, Mark Rothko, Clyffod Still y Bradley Walker Tomein); pero el término ya estaba en uso mucho antes. De nuevo en este caso lo enarbolarían con indisimulada vanidad patriótica, para subrayar la preeminencia de la ciudad como capital mundial de la vanguardia; pero también en la era de McCarthy el triunfo de estos artistas levantaría ampollas entre los más integristas, que más bien apostaban por una continuación del realismo en la línea de la pintura de exaltación de la América profunda que habían practicado los “regionalistas” del Medio Oeste, como Thomas Hart Benton o Grant Wood. Pero los paralelismos entre las “escuelas” de ambas metrópolis no acabaron allí. 2.- La pervivencia del apelativo para conjurar la decadencia de la capital francesa como metrópoli artística internacional. En agosto de 1944 llegó la Liberación de París y con ella la apoteosis triunfal de Picasso —a quien pocos meses después se le dedicó una sala monográfica en el Salon d’Automne— así como la consagración definitiva del apelativo École de Paris, que al genio español le cuadraba especialmente bien —desde luego mejor que el de École française—, De hecho, fue en el círculo de Picasso, donde más decididamente se enarboló de nuevo la expresión Escuela de París, como lo hizo Paul Éluard con el título de la exposición “Quelques peintres et sculpteurs espagnols de l’École de Paris” organizada en 1945. Luego hubo algún intento de recuperar el término pero con una mayor amplitud cronológica, por ejemplo el editor Albert Skira llegó a incluir desde Manet a los artistas de postguerra en su Anthologie du livre ilustré par les peintres et sculpteurs de l’École de Paris, publicada en 1946 con prólogo de Claude Roger-Marx y un epílogo de Henri Matisse. Ese año la revalidación y extensión definitiva del término llegó nada menos que de la mano de Pierre Francastel, con un libro titulado Nouveau dessin, nouvelle peinture, “l’École de Paris”, publicado también en 1946; aun18 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� que en realidad lo había escrito bajo la Ocupación, y dejándose influir por la exaltación patriótica de la tradición francesa que entonces imperaba, como bien ha señalado Laurence Bertrand Dorléac7, según la cual no deja de ser llamativo que en esa nueva Escuela de París el profesor Francastel no mencionase nombres de artistas extranjeros. Estaba pues planteando una construcción imaginaria totalmente alejada de la realidad, ya que en torno a la figura tutelar de Picasso se había concentrado en París una multitud de artistas ibéricos en el exilio8, que ese mismo año 1946 recibieron un homenaje de solidaridad internacional a través de la exposición en Praga “L’Art dans l’Espagne républicaine - les artistes espagnols de l’École de Paris”9, prologada por el hispanista y descendiente de hispanos Jean Cassou, nuevo conservador en jefe del Museo Nacional de Arte Moderno, donde promovió numerosas adquisiciones de obras de Picasso, Gris y Miró, hizo venir el monumento de Apel.les Fenosa a la memoria de los mártires de Oradour-sur-Glane, realizó las primeras retrospectivas de Julio González, Torres García y Miró, etc10. Esos exiliados portugueses y españoles fertilizaron con su creatividad la escena artística en la capital francesa, donde bebieron de las fuentes de las vanguardias históricas y desarrollaron estilos muy heterogéneos, pero casi todos ellos se mantuvieron como Picasso, por mor de su compromiso político y humano, en una línea figurativa o al menos en una no figuración todavía muy apegada a la realidad —como María Elena Vieira da Silva, cuyos rayados ortogonales derivaban de abstracciones inspiradas en los azulejos portugueses, lo mismo que las arquitecturas tradicionales solían ser el punto de partida de los campos de color pintados por Manuel Ángeles Ortiz o la cultura popular del cómic, los cuentos y la publicidad fueron la inspiración de los cuadros más informalistas de Antoni Clavé—. Por eso, se equivocaron de lleno Pierre Francastel y Charles Estienne, padrinos de L. B. DORLÉAC, L’Art de la défaite, 1940-1944, París, Seuil, 1993. En efecto, en las muchas exposiciones y otras publicaciones relacionadas con la Escuela de París que proliferaron por entonces sí se dio un papel relevante a los artistas extranjeros: sobre los españoles véase las referencias recogidas en la nota 8 del texto de María Bolaños en este mismo libro. 7 Sobre los exiliados portugueses en Francia remito a la bibliografía recogida en C. CLÍMACO, «L’émigration politique portugaise en France (1927-1940). Sources et bibliographie», Exils et Migrations iberiques au XXe siècle, nº 3-4, pp. También en ése y otros números de esta misma revista especializada, publicada en la Universidad Paris-VII, hay muchos artículos sobre exiliados españoles al otro lado de los Pirineos, pero en este caso contamos también con no poca bibliografía específica sobre el exilio de intelectuales y artistas, como demuestra el artículo de M. AZNAR SOLER, «Literatura y cultura del exilio republicano español de 1939 en Francia: el estado de la cuestión», en Alicia ALTED VIGIL y M. AZNAR SOLER (coords.), Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, Madrid, Gexel 1998, pp. 15-36. Sobre la diáspora de exiliados españoles por todo el mundo, ofrezco más adelante una bibliografía general, recogida más abajo en la nota 23. 8 Sobre aquella exposición se realizó en España una muestra conmemorativa, con ocasión de la cual se publicó un estudio: J. TUSSEL, A. MARTÍNEZ NOVILLO y O. UHROVÁ (comisarios): Artistas españoles de París: Praga 1946, Madrid, Sala Casa del Monte –Caja Madrid, diciembre 1993-enero 1994. 9 10 Tomo estos datos de M. SARRE, «Algunos apuntes sobre las ideas estéticas de Jean Cassou 19 J���� P���� L������ esta “Segunda Escuela de París”, al apostar sobre todo por un arte abstracto y netamente francés, proponiendo como máximos exponentes a Jean Bazaine, Maurice Estève, Charles Lapicque, Alfred Manessier o Edouard Pignon para intentar enarbolar en la postguerra la continuidad de la capitalidad francesa, también en la moda internacional del arte no figurativo, donde los norteamericanos impondrían pronto su liderazgo. Este contexto francés e internacional lo ha estudiado muy bien Serge Guilbaut, autor del famoso libro De cómo Nueva York robó la idea del arte moderno, cuyo título me atrevo a parafrasear aquí apostillando que también la Escuela de Nueva York cambió la noción de la Escuela de París, pues en tiempos de Warnod esta denominación era algo opuesto al arte oficial tarCubierta del catálogo de la exposición “Arte en la doacadémico, mientras España republicana. Artistas españoles de la Escuela que en la IV República de París”, Praga, 1946. francesa la nueva contraposición que la definiría por oposición sería precisamente la Escuela de Nueva York. Es algo que el propio Guilbaut ha dejado apuntado en otro y sus relaciones con el arte español de entre 1920 y 1940» en Jean Cassou y sus amigos, Madrid, Centro Cultural Conde-Duque, 2001, pp. 63-67. Cassou también prologó la exposición “Cinco escultores españoles” en la galería Beyeler de Basilea en 1949, la titulada “Artistas españoles de París”, celebrada en la galería Theo de Madrid en 1969, o la muestra “50 años de arte español”, en la Galerie Municipal des Beaux-Arts de Burdeos en 1984. También es interesante añadir que fue Cassou, tan acostumbrado a dar su respaldo a la Escuela de París, quien sugirió al profesor Federico Torralba la denominación “Escuela de Zaragoza” que adoptaron a principios de los años sesenta algunos pintores del Grupo Pórtico y otros afines: cf. F. TORRALBA, «Precisiones sobre el Grupo Pórtico y la Escuela de Zaragoza», en Actas del VI Coloquio de Arte Aragonés, Zaragoza, DGA, 1991, pp. 431-438. Un texto de Jean Cassou abría el catálogo publicado con el título Artistas españoles de la Escuela de París, Zaragoza, Sala Luzán, 1984, que también incluía otro de Fernando Chueca Gotilla. (Sobre la variada nómina de artistas franceses y extranjeros que incluía Cassou en su definición de la Escuela de París, véase su libro: Panorama des arts plastiques contemporains, Gallimard, Paris, 1960, p. 161-164). 20 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� libro, cuando tras afirmar que en el París de la postguerra Matisse se había convertido “en una especie de elegante reliquia” cuya carnal beatitud voyeurista metamorfoseaban Dubuffet y Fautrier en expresionismos de carne a medio camino entre el burdel y el matadero, ironiza sobre los intentos de críticos como Dorival o Francastel por reanimar la exánime escena artística parisina apostando por pintores como Estève, Gischia, Lapicque o Manissier, y sus “malabarismos con colores fauvistas agradablemente armonizados desde una óptica cubista, para ofrecer un sentido de estabilidad, certeza y esperanza en el porvenir, como si se tratara de poner colorete en las mejillas del cadáver exangüe parisiense”, y a ellos Guilbaut contrapone el caso del pintor picassiano Bram Van Velde con las siguientes palabras: De hecho, ya en 1948, Samuel Becke�, al presentar la primera exposición de Van Velde en las galerías Maeght y Koo�, pensaba poder redefinir los parámetros de la Escuela de París según la orientación de su amigo. Decía: “pienso que la pintura de Bram y de Geer Van Velde nos ofrece la certidumbre de que lo que se presenta bajo el nombre de Escuela de París está en sus inicios y tiene ante sí un futuro prometedor”11. De esta manera, la renovada o Segunda Escuela de París no sólo partía de la asimilación sincrética del fauvismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo u otros ismos de las vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX, sin identificarse tampoco ahora con ninguno, sino que además se añadía ahora un manierismo picassiano existencialista, frente a la complacencia escapista del expresionismo abstracto que encabezaba Pollock al otro lado del Atlántico. Y desde este punto de vista, más que contrarrestarlo con una apuesta francesa postcubista12 era importante no sólo poner énfasis en la aportación de los artistas extranjeros activos en la cosmopolita ciudad del Sena, sino también promocionar internacionalmente la pervivencia de París como capital artística mundial frente a la pujanza de Nueva York, a través de exposiciones como la titulada “L’Ecole de Paris”, organizada por Jacques Helft en Buenos Aires en Septiembre de 1951, o la muestra que en ese mismo año promovió en Londres la Royal Academy 11 S. GUILBAUT, «Poder de la decrepitud y ruptura de compromisos en el París de la Segunda Postguerra mundial» en Sobre la desaparición de ciertas obras de arte, México, Curare/ Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995 (artículo originalmente editado en francés en 1989). Véase también V. BOZAL, El tiempo del estupor. La pintura europea tras la Segunda Guerra Mundial, Madrid, Siruela, 2004. 12 Charles Estienne sólo escogió artistas abstractos en la exposición “Peintres de la Nouvelle École de Paris” que en enero de 1952 presentó en la galería Babylone. La genealogía parisina de las tendencias abstractas constructivistas podía retrotraerse a la fundación de grupos como Cercle et Carré (1929), Art Concret (1930) o Abstraction-Création (1931-1936), y lo mismo que en aquellos grupos de antes de la Ocupación, la aportación de los extranjeros fue muy importante en los que surgieron durante la postguerra. Por ejemplo el Equipo 57, fundado con un manifiesto y una exposición en París en mayo de 1957 por el escultor Jorge Oteiza junto a los pintores Ángel Duarte, José Duarte, Juan Serrano y Agustín Ibarrola en el café Le Rond Point, donde fueron captados por la galerista Denise René, quien publicó aquel manifiesto y llevó la muestra a su galería, especializada en abstracción geométrica y arte cinético. 21 J���� P���� L������ of Arts con el título “L’École de Paris 1900-1950”. Tampoco se descuidó la promoción comercial de esa “etiqueta de marca”, por la que apostó fuerte uno de los principales marchantes franceses de la postguerra, Jean Charpentier, en cuya galería situada en el nº 75 del Faubourg Saint Honoré —actual sede parisina de Sotheby’s— se celebraba una exposición anual consagrada a la l’École de Paris —pasaron a ser bianuales a partir de 1959, con el pomposo título de “Biennale de Paris”—, a menudo prologadas por el historiador del arte Raymond Nacenta, que se convirtió en el autor del nuevo libro de referencia al respecto: L’École de Paris. Son historie, son époque, publicado en 1960 por éditions Seghers y simultáneamente divulgado en el resto del mundo en múltiples idiomas13. Aquella operación no tuvo más trascendencia a la larga que asentar el nombre de “Escuela de Nueva York” para designar a la producción artística de la metrópoli rival al otro lado del Atlántico. El apelativo École de Paris siguió usándose en francés u otros idiomas14; pero Nacenta lo había desprovisto definitivamente de cualquier significado concreto, al alargar su aplicación a cualquier artista del siglo XX que hubiera pasado por París o mostrase alguna vaga influencia de aquel epicentro artístico. Quien sí triunfó en el intento de mantener una rivalidad artística con los norteamericanos fue su compatriota Michel Tapié, a través de lo que él primeramente llamó arte informal y luego propuso denominar art autre; pero no se trataba de una oposición antagónica, pues él era amigo y admirador de los expresionistas abstractos estadounidenses y en todo caso supo desmarcarse de cualquier veleidad nacionalista o localista. Lejos de encasillarse en el microcosmos parisino fue un hombre verdaderamente cosmopolita15. Entre tanto, Raymond Nacenta pasó de cabalgar en la cresta de la ola a quedar sumido en un progresivo olvido, y no sólo debido a que Tapié le eclipsara, sino también por la vuelta al primitivo concepto sociológico y cronológico de la Escuela de París, expresión que poco a poco se iba 13 He podido documentar versiones de este libro de Raymond Nacenta en inglés: School of Paris: The Painters and the Artistic Climate of Paris Since 1910, Greenwich, Conn.: New York Graphic Society, 1960; en alemán: Ecole de Paris. Die Maler und die künstlerische Atmosphäre in Paris seit 1910, Recklinghausen, 1960; o en español: La escuela de Paris : los pintores y el ambiente artístico de Paris desde 1910, Barcelona, Rauter, 1960. También hay una edición en francés publicada en Suiza ese mismo año, donde por cierto Editions Pierre Callier lanzó al poco la colección de monografías de artistas “La Nouvelle Ecole de Paris”. 14 Por ejemplo en español, pues aún antes de la muerte de Franco empezaron a aparecer libros especializados sobre nuestros artistas de la Escuela de París entendida en sentido lato y, por supuesto, sin incluir alusiones políticas ni al exilio. Cf. por ejemplo M. GUILLÉN: Artistas españoles de la Escuela de París, Madrid, Taurus, 1960; o G. XURRIGUERA, Pintores españoles de la Escuela de París, Madrid, Ibérico Europea de Ediciones S.A., 1974 (texto traducido del francés). 15 En 1956 Tapié se instaló en Turín, desde 1957 formó parte del comité de la Rome –New York Art Foundation, en 1958 y 1960 se puso en contacto con el movimiento Gutai en el festival de Osaka en Japón, y en 1960 creó en Turín el International Center of Aesthetic Research. Cf. J. P. LORENTE, Historia de la crítica del arte. Textos escogidos y comentados, Prensas Universitarias de Zaratoza, 2005, pp. 429-435 22 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� cubriendo de nostalgia pasatista. Hubo un retorno del interés general de autores y público por la vida artística parisina de la Belle Époque, cuando la capital francesa sí era aún la cuna del arte de vanguardia internacional. Uno de sus más destacados cronistas, Jean-Paul Crespelle (autor de libros clásicos sobre el tema como Montparnasse vivant, 1962; Montmartre vivant, 1964; Les Maîtres de la Belle Époque, 1966), se declararía partidario empedernido de circunscribir la Escuela de París al periodo histórico al que se refirió el inventor de esa designación —aunque juzgase exagerado el hincapié que había hecho Warnod en determinados barrios de París, e insistiese en quitar protagonismo a los inmigrantes extranjeros— frente a quienes luego habían alargado el concepto para incluir artistas activos en dicha ciudad después de la II Guerra Mundial. En uno de sus últimos libros al respecto escribió, sin mencionar ni a Francastel ni a Nacenta —ni citar ningún escrito suyo en la abundante bibliografía final—, pero apuntándoles acusadoramente: Au sujet de celle-ci, une mise au point s’impose. On a incorporé récemment à l’École de Paris des artistes français et des étrangers arrivés parfois après la dernière guerre mondiale et dont les motivations, les expériences et les réalisations étaient bien différentes de celles de Soutine, Chagall ou Modigliani, authentiques fondateurs de l’École de Paris. On ne peut même pas leur adjoindre des peintres et des sculpteurs, arrivés en même temps qu’eux, qui s’incorporèrent aux fauves, aux cubistes ou aux abstraits16. Sería exagerado afirmar que esta postura fuera unánime, pues la pervivencia de la Escuela de París después de la II Guerra Mundial parece un hecho incuestionable para la mayoría, aunque ya no hay consenso en los estudios publicados a finales del siglo XX y principios del XXI sobre qué fecha marcaría su punto final en los años cincuenta o sesenta o más tarde17. Lo que está claro es que ya no cabe seguir estirando su pervivencia mucho más adelante en el tiempo, y a este lado de los Pirineos lo lógico es suponer que el retorno de los exiliados al final del franquismo o del Estado Novo bien podría considerarse como el punto final de la Escuela de París J.-P. CRESPELLE, La vie quotidienne à Montparnasse à la grande èpoque, 1905-1930, París, Hache�e, 1976, p. 63. Ver también, del mismo autor: La vie quotidienne à Montmartre aux temps de Picasso, 1900-1910, Paris, Hache�e, 1978. 16 17 Compárese las fechas límite indicadas en los títulos de las siguientes publicaciones de referencia: L. DE BUZON-VALLET, «L’École de Paris: élements d’une enquête», en ParisParis. 1937-1957. París, Centro Georges Pompidou, 1992, pp. 375-383; L. HARAMBOURG, L’École de Paris 1945-1965, Dictionnaire des peintres, Neuchâtel, Ides et Calendes, 1993 (este libro, que valió a su autora ese año el Prix de Joest de l’Académie des Beaux-Arts, se centra en la Segunda Escuela de París, por lo que no hay que tomar en consideración la fecha inicial de 1945 sino el punto final en 1965). Otros diccionarios más recientes son geográficamente más específicos, pero a pesar de centrarse en una de las “cunas” de la Escuela de París ya no se refieren a ella en el título, de manera que su cronología es mucho más amplia; me refiero a los trabajos del galerista André ROUSSARD, Dictionnaire des peintres à Montmartre: Peintres, Sculpteurs, Graveurs, Dessinateurs, Illustrateurs, Plasticiens au XIXe et XXe siècle, Paris, Éditions André Roussard, 1999; IDEM, Dictionnaire des Lieux à Montmartre, Paris, Éditions André. Roussard, 2001. 23 J���� P���� L������ en lo que a nosotros nos concierne. La capital francesa sigue siendo un imán atractivo para nuestros creadores, un foco artístico no menos cosmopolita de lo que lo fue hace un siglo, pero si queremos que el apelativo Escuela de París tenga algún contenido semántico, no podemos seguir aplicándolo al arte realizado allí hoy en día. 3.- Memoria museística de la Escuela de París y sus artistas en la capital francesa y el resto del país. Eso sí, tampoco conviene darlo al olvido, sino que ha de ser recordado apropiadamente por la importancia histórica que tuvo, y en esto es crucial la labor de los profesionales e instituciones dedicados a la memoria. Entre los historiadores hay que reconocer que la producción bibliográfica reciente sobre el tema ha sido inmensa, tanto por parte de autores franceses que han seguido las huellas de André Warnod, desde su hija Jeanine Warnod, sucesora suya en muchos sentidos, especialmente desde que en 1978 publicó su libro La Ruche-l’Ecole de Paris à Montparnasse 1910-1930, seguido luego por muchos más hasta llegar al más reciente que, por ahora, es el de 2004 titulado L’École de Paris. Dans l’intimité…18, a otros compatriotas especializados en el París de la Belle Époque como Sylvie Buisson, Christian Parisot o Valérie Bougault19; como no pocos extranjeros que, tras los pasos de Roger Sha�uck, también han publicado libros sobre la historia cultural de los barrios artísticos y la vida bohemia en la época de mayor auge de París como capital artística mundial20. Pero no es menos importante la labor que al respecto están llevando a cabo los museos, empezando por los más directamente concernidos en la propia ciudad. Así, en el Musée d’Art 18 Jeanine Warnod, nacida en Montmartre en 1921, también periodista durante muchos años en Le Figaro, es autora de numerosos libros sobre la Escuela de París y los dos centros neurálgicos de la vida artística: los talleres de La Ruche en Montparnasse (La Ruche et Montparnasse, París, Weber, 1978; Les Artistes de Montparnasse. La Ruche. París, éditions Mayer-Van Wilder, 1988; La Grande aventure de Montparnasse: 1910-1930, Osaka, Le Yomiuri Shimbun-Asociación de los Museos Japoneses, 1988) y los del Bateau-Lavoir en Montmartre (Le Bâteau-Lavoir, Nueva York, Viking Press, 1973; Le Bâteau-Lavoir, Tokio, Unac, 1974; Le Bâteau-Lavoir: 1892-1914, París, Les Presses de la Connaissance, 1975; Picasso au Bâteau-Lavoir, Paris: Meyer, 1978; Le Bâteau-Lavoir, Paris: Ed. Meyer, 1986), siendo su última aportación el libro L’École de Paris. Dans l’intimité de Chagall, Foujita, Pascin, Cendrars, Carco, Mac Orlan, à Montmartre et à Montparnasse. París, Arcadia Éditions, 2004. 19 S. BUISSON, Ch. PARISOT, Paris Montmartre. Les artistes et les lieux, 1860-1920, París, Éditions Pierre Terrail, 1997 (también editado en inglés y alemán); V. BOUGAULT, Paris Montparnasse à l’heure de l’art moderne, 1910-1940, Paris, Éditions Pierre Terrail, 1997 (también editado en inglés); S. BUISSON, Ch. PARISOT, V. BOUGAULT, Art moderne à Paris. 18601940, Paris, Éditions Pierre Terrail, 1997 (editado en varios idiomas); F. DAN, The Bohemians: The Birth of Modern Art, Paris, 1900–1930, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 2001. 20 En la bibliografía en inglés suele predominar un punto de vista interdisciplinar (combinando arte, literatura, música y cultura popular), siguiendo el antecedente del libro clásico de R. SHATTUCK, La época de los banquetes: orígenes de la vanguardia en Francia, de 1885 a la Primera Guerra Mundial, Madrid, Visor, 1991 (ed. orig. inglés, 1961). Entre los libros de los últimos 24 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� Moderne de la Ville de Paris, bajo la dirección de Suzanne Page, los conservadores Jean-Louis Andral y Sophie Krebs organizaron entre noviembre de 2000 y marzo de 2001 una gran exposición titulada “L’École de Paris, 1904-1929. La part de l’Autre”, dedicada exclusivamente a los artistas extranjeros que residieron en París entre 1904 y 1929 —estuvieron representados los españoles Blanchard, Gargallo, González, Gris, y Picasso, así como el portugués Amadeo de Souza Cardoso—. Otra exposición de tema parecido, titulada “Montparnasse Deporté: Artistes d’Europe” fue montada en 2005 por Sylvie Buisson y Jean Digne en el Musée de Montparnasse, donde ya en 2002 la propia Sylvie Buisson había comisariado otra muestra sobre “La Ruche. Cité d’artistes au regard tendre, 1902-2002”. Por su parte, el Musée du Vieux Montmartre presentó durante la primavera de 2004 una muestra comisariada por Jeanine Warnod21 titulada “Voyages au cœur de l’École de Paris, le chemin des Warnod”. Además, estos dos museos dedicados a la historia de sendos barrios que fueron famosos por su colonia artística, ofrecen en sus salas permanentes no pocos recuerdos de la vida bohemia respectiva en sus tiempos de máximo esplendor. Por cierto, el Bateau Lavoir en Montmartre ha sido declarado monumento histórico y se puede visitar como un “museo de sitio” y los 110 talleres de La Ruche siguen en uso. Por lo demás, hay algunos museos monográficos dedicados a artistas donde también se evoca aquella Babel cosmopolita que fue la Escuela de París. Sorprendentemente, no hay muchos en la propia colina de Montmartre, donde está excavado el Espace Montmartre-Salvador Dalí, cuya colección tiene algunos grabados, esculturas, y pinturas del surrealista catalán. En cambio, en Montparnasse cabe citar el museo municipal dedicado al escultor Antoine Bourdelle, en el que fuera el taller de este discípulo de Rodin hasta su muerte en 1929, y sobre todo el también municipal consagrado a Ossip Zadkine, uno de los miembros más destacados de la Escuela de París según André Warnod: las obras que poseía se conservan decenios cabe citar: C. REARICK, Pleasures of the Belle Epoque: Entertainment and Festivity in Turn-of-the-Century France, Yale Univ. Press, 1985; K. E. SILVER & R. GOLAN, The Circle of Montparnasse: Jewish Artists in Paris, 1905-1945, Nueva York, Universe Books, 1985; J. SEIGEL, Bohemian Paris. Culture, Politics, and the Boundaries of Bourgeois Life, 1830-1930, BaltimoreLondres, The John Hopkins University Press, 1986; E. WEBER, France: Fin de Siècle, Harvard Univ Press, 1986; P.D. CATE & M. SHAW, M., The Spirit of Montmartre. Cabarets, Humor and the Avant-Garde 1875-1905, New Brunswick, Rutgers University, 1996; F. DAN, The Bohemians: The Birth of Modern Art, Paris, 1900–1930, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 2001; S. WILSON et al. Paris: Capital of the Arts, 1900–1968, Londres, Royal Academy of Arts, 2002; M. GLUCK, Popular Bohemia. Modernism and Urban Culture in Nineteenth-Century Paris, Cambridge (Massachussets), Londres, Harvard University Press, 2005. En español, el libro quizá más en esa línea de crónica histórico-cultural sería el de J.M. de AREILZA Y MARTÍNEZ DE RODAS, París de la Belle Époque, Barcelona, Editorial Planeta, 1989 (reeditado en 1998, y en 1990). 21 Anteriormente, Jeanine Warnod ya había organizado muchas otras exposiciones sobre Montmartre o Montparnasse, sobre todo en museos japoneses, aunque también por ejemplo en el Musée Jacquemart-André había montado en 1975 la titulada “Le Bâteau-Lavoir berceau de l’art moderne”, y en 1978 otra sobre “La Ruche et Montparnasse (1902-1930)”. 25 J���� P���� L������ en su casa taller gracias al legado realizado en 1978 por su esposa, Valentine Prax, que se hizo efectivo a su muerte en 1981 —el museo fue abierto al público el 19 de abril de 1982 y tras una necesaria rehabilitación en 1995 se combina la atracción de una “casa museo” donde se conservan en su ambiente original muchas de sus piezas escultóricas en el taller y por el jardín, más nuevos espacios para otras actividades de exposición y experimentación artística. También hay importantes museos monográficos en el centro histórico de París, donde aparte del Musée Rodin, que poco tiene que ver con el tema de estas páginas, hay que destacar el caso del museo nacional dedicado a Picasso en el Hotel Salé, un palacete del Marais sin ninguna relación con el artista malagueño pero que, tras una cuidada restauración, está abierto al público desde 1985 para presentar las obras entregadas al Estado por los herederos del artista en dación como pago de los impuestos de sucesión. Otro céntrico ejemplo, menos conocido, es el Musée Maillol, instalado en el hotel Bouchardon en la zona de Saint-Germain des Près por la Fundación Dina Vierny: allí se reúne la colección artística amasada por la que fue modelo favorita del escultor Aristide Maillol —que no suele ser considerado miembro de la Escuela de París, aunque viviera en la capital sus mejores años creativos, hasta su muerte en 1944—, pero también de Henri Matisse o Pierre Bonnard, de quienes posee no pocas obras, así como de muchos artistas contemporáneos con los que trabajó cuando Mme. Vierny montó una galería de arte. Merece párrafo aparte, por más que no sea en sí mismo un museo, el Atelier Brancusi, una reconstrucción del taller del escultor rumano que se encontraba originalmente en el distrito XV, que fue legado por el artista al Estado francés con la condición de que sus esculturas se expusieran permanentemente como él las tenía instaladas cuando murió en París en 1957. Esto se ha respetado, y se hizo una primera reconstrucción parcial El Atelier Brancusi en la Plaza Beaubourg, delante del en 1962 dentro del Musée Na- Centro Pompidou, París. 26 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� tional d’Art Moderne en el Palais de Tokio; si bien cuando se trasladó el MNAM al Centro Pompidou en 1977 se realizó una réplica exacta en el Plateau Beaubourg. Pero nada puede verse desde la plaza, y sólo quienes han comprado la entrada al MNAM pueden acceder dentro, e incluso ha estado cerrado al público durante muchos años, hasta que en 1997 Renzo Piano construyó una nueva estructura exterior y un sistema de cerramiento acristalado para poder conjugar la intimidad de un espacio saturado de objetos con la presencia de un alto número de visitantes. La museografía interior, donde se muestran acumuladas las esculturas en los pedestales tal cual Brancusi las tenía, es uno de los atractivos mayores de la instalación, aunque por muy fidedigna que sea la reconstrucción es de lamentar que en su día se tomara la decisión de derruir el taller y reconstruirlo fuera de su emplazamiento original en el Impasse Ronsin, una callejuela estrecha de una zona situada al este de Montparnasse donde también había muchas casas-taller de artistas; de hecho Constantin Brancusi ocupó primero un taller y luego lo amplió cuando compró los dos vecinos, y aún adquirió otros dos más al lado para guardar sus obras y sus herramientas. Más al sureste de Montparnasse, ya en el término de Boulogne-Billancourt, también hubo hace casi un siglo muchas residencias y talleres de artistas, de lo cual queda como recuerdo el Musée des Années 30 –Espace Paul Landowski, que no sólo está dedicado a las obras de este escultor, cuya obra más famosa es el monumental Cristo de Corcovado que preside el skyline de Rio de Janeiro, pues se trata de una institución consagrada al art déco y en general el arte figurativo de los años treinta, incluyendo interesantes materiales de escultores de la Escuela de París como Jacques Lipchi�, Oscar Mietschaninoff o Paul Landowski, cuyas casas-taller se presentan en maqueta. Muchos más museos en el resto de Francia también honran la memoria de algunos artistas de la Escuela de París, sobre todo en el Midi, pues a poco que pudieran, Esculturas de Ossip Zadkine en Les Arques, como el resto donde veraneaba el autor, cuya casa se ha abierto en 1988 como museo y residencia de artistas. de los parisinos, aquellos pintores y escultores residentes en la capital gustaban de veranear cerca del Mediterráneo. Las colecciones y actividades del Musée Cantini en Marsella y el Musée d’Art Moderne de Céret son especialmente dignas 27 J���� P���� L������ de mención en este sentido; así como algunos museos monográficos dedicados a determinado artista, y aunque no faltan ejemplos en otras partes del país, como el Musée Estève en Bourges, la Fondation Jean Arp en Clamart-Meudon, el Musée Despiau-Wlérick en Mont de Marsan, o el Musée Matisse de Le Cateau-Cambresis, también en esta categoría son mayoría los instalados en regiones del sur, empezando por el Musée Matisse, el Musée Dufy o el Musée Marc Chagall de Niza, pasando por el de Fernand Léger en Biot, el Musée Toulouse-Lautrec de Albi, o el Musée Zadkine de Les Arques, hasta culminar en los museos consagrados a Picasso en Antibes y Vallauris —además se anuncia que en el verano de 2009 se abrirá al público el castillo de Vauvenargues, donde está enterrado el genial malagueño. Musée Matisse Niza 4.- El retorno y memoria de los emigrados españoles y portugueses: museos dedicados a artistas “parisinos” a este lado de los Pirineos. Como en Francia, también en España y Portugal el principal repositorio de obras y foco de exposiciones u otras actividades en lo referente a la Escuela de París son los grandes museos de arte moderno o contemporáneo, como el MNCARS de Madrid, el IVAM de Valencia, el Museu Nacional de Arte Contemporânea do Chiado, o el CAMAJAP da Fundação Calouste Gulbenkian de Lisboa; pero igualmente es de destacar la existencia de una red de museos monográficos dedicados a artistas vinculados con aquella adscripción, así como también una tipología museística a medio camino, que son las instituciones donde el artista epónimo no es el único representado, sino que la colección y fin principal del museo abarca también otros aspectos del arte moderno/contemporáneo. Ya hemos visto algunos casos franceses, pues en el país vecino es muy frecuente dar a un museo el nombre de una personalidad, sin que se trate de un museo monográfico; pero no faltan casos entre nosotros, incluyendo algunos cuyo “santo tutelar” es alguno de nuestros grandes maestros “parisinos”. Es el caso del ya citado Instituto Valenciano de Arte Moderno, cuya sede principal —y única, desde que cerró la sucursal que tenía en el convento del Carmen— es el llamado “Centre Julio González”, o la sección del Museo Provincial de Albacete dedicada a las Bellas Artes, que lleva el nombre de Benjamín Palencia; pero por orden cronológico hay que destacar como precedente el Museu Municipal Amadeo de Souza-Cardoso, en Amarante. El malogrado pintor Amadeo Ferreira de Souza Cardoso fue el mayor exponente de la vanguardia artística portuguesa de principios del siglo XX, así que no es de extrañar que en su pueblo natal decidieran darle su nombre al museo-biblioteca que fundaron en 1947 y abrió al público en 1952 ocupando parte del antiguo convento de dominicos de S. Gonçalo de Amarante. Poco a poco, el museo ha ido ocupando todo el edificio, a medida que se expandía su colección artística, que abarca un gran elenco de la historia patrimonial portuguesa, con especial énfasis en los siglos XIX 28 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� y XX, También ha aumentado mucho la representación de obras del ilustre paisano, que originalmente se concentraba en una sala, y que tras la reforma de los años ochenta constituye la principal referencia del museo, aunque sin renunciar a apostar también por quienes siguieron sus huellas en plena modernidad y en nuestra época. Salvando las distancias, su equivalente español en el papel de modelo de artista trasgresor fue Picasso, y él es precisamente la referencia principal con la que necesariamente hay que empezar la revisión de nuestros museos monográficos consagrados a artistas de la Escuela de París. Porque, aunque tras la Guerra Civil nunca regresó en persona a su país para manifestar su distanciamiento respecto al régimen de Franco, sí alentó la iniciativa de fundar en Barcelona un museo dedicado a su obra, de manera que ya en 1963 el Ayuntamiento de la Ciudad Condal abrió el Museu Picasso, creado en unas casas góticas de la calle Montcada con obras donadas por el artista y por su amigo Jaume Sabartés, su secretario personal. Con el tiempo, este museo municipal ha ido extendiéndose a otras casas vecinas y ampliando su colección, que está sobre todo especializada en el periodo juvenil del pintor, y en sus relaciones con el mundo artístico barcelonés. Por lo visto, también fue un deseo de Picasso que hubiera un museo semejante en su ciudad natal, y para hacerlo realidad la Junta de Andalucía ha inaugurado en 2003 el Museo Picasso de Málaga, gracias a la donación de la viuda de su primogéPatio del palacio Berenguer de nito, Mme. Christine Ruiz-Picasso y Aguilar, abierto desde 1963 como sede de su hijo Bernard: también en este del Museu Picasso de Barcelona caso sus contenidos son sobre todo pinturas, grabados y dibujos, aunque hay además nueve esculturas. Del mismo modo, las pinturas, grabados, dibujos y, sobre todo, las cerámicas de Picasso, constituyen el grueso de la obra del artista expuesta en el Museo-Casa Natal creado ya en 1988 por el Ayuntamiento de Málaga en el edificio decimonónico donde nació el artista, en el cual también hay obras de otros pintores contemporáneos, sobre todo malagueños. No es de extrañar que hayan florecido tantos museos a la memoria de Picasso, quien tanto aprendió en ellos y aceptó con orgullo el cargo de director del Prado, al cual cedió el Guernica y todo el legado que le acompaña, ahora depositado el MNCA “Reina Sofía”, donde puede verse el mejor elenco de sus esculturas existente en España, 29 J���� P���� L������ incluyendo su famosa Dama oferente, que también realizó para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937. También Diogo de Macedo fue director del Museu Nacional de Arte Contemporânea do Chiado y sus esculturas más conocidas se encuentran en aquel museo lisboeta; pero a él va dedicado el primer capítulo consagrado específicamente a un escultor en este libro sobre los escultores españoles o portugueses de la Escuela de París, para analizar la musealización de su legado en Vila Nova de Gaia. Como responsable de este espacio, la profesora Lúcia Matos, quien ha dedicado años de investigación a este importante artista, que también fue insigne museólogo, crítico e historiador del arte, nos cuenta en su artículo cómo quedó marcado en su juventud por su estancia en París, y cómo en su vejez anhelaba que su colección de obras propias u otros artistas no se desperdigase, sino que se ofreciese como material de estudio para futuras generaciones en un museo, cosa que su viuda se encargó de cumplir, de manera que en 1975 se abrió al público un edificio adyacente a la casa-museo del también escultor Teixeira Lopes. El siguiente capítulo está dedicado a Joan Miró, cosa que quizá sorprenda a algunos. Incuestionablemente, fue uno de los más grandes maestros españoles de la Escuela de París; pero su importante labor como escultor, y su no menos interesante papel como promotor de museos son dos facetas poco estudiadas, aunque quedan aquí bien analizadas en el artículo de María Luisa Lax, que lleva muchos años investigando sus legados museísticos. Si Miró había marchado tras las huellas de Picasso cuando se estableció en París en 1921, en el estudio que había ocupado su amigo malagueño, también quiso emularle allí en su gusto por experimentar con otros materiales, sobre todo en la década de los años treinta; aunque su mayor dedicación a la escultura a gran escala se desarrolló especialmente a partir de 1966. Quizá Miró no imaginaba hasta qué punto volvía a seguir entonces los pasos de Picasso, especialmente cuando en 1975 creó, también en Barcelona, la Fundació Joan Miró-Centre d´Estudis d’Art Contemporani, que gracias a las donaciones del artista abrió al público tres años más tarde en un edificio de Josep Lluís Sert con una importante colección, sobre todo —al revés que el Museu Picasso—, de sus obras más tardías. Este periodo final de su trayectoria también se aseguría el propio artista de que se diera a conocer al público en su residencia-taller de Palma de Mallorca, donde su esposa y él constituyeron en 1981 con el Ayuntamiento de la ciudad la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca, donde Rafael Moneo construyó un nuevo edificio como museo, inaugurado en 1992. Otro paralelismo tentador es el caso de Salvador Dalí, quien como Miró también desarrolló tardíamente su dedicación a la escultura, e igualmente fue exitoso en cuanto al legado de fundaciones y museos a él dedicados. Con todo, su caso resulta más tangencial al interés temático de este libro, pues su actividad escultórica nada tiene que ver con los años de su estancia parisina juvenil, ya que sólo se hizo escultor a partir de los años setenta. Eso sí, es cierto que esos años finales de su trayectoria son precisamente 30 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� los mejor representados en los tres museos que gestiona la Fundación Gala-Salvador Dalí, creada en 1983: particularmente rico en esculturas es el Teatro-Museo de Figueras, inaugurado en 1974, aunque hay tamTeatro-Museo Dalí en Figueras, inaugurado en 1974. bién algunas piezas tridimensionales en la Casa-Museo del Castillo de Púbol que se abrió al público en 1996 y en la Casa-Museo de Portlligat, visitable desde 1997. Quien sí fue indiscutiblemente un gran escultor de la Escuela de París fue Mateo Hernández, y también él soñó con un museo donde se reunieran las obras de las que él no se había querido separar a lo largo de su vida: las tenía en su casa de Meudon, localidad a las afueras de París donde también vivió y murió Rodin, el cual precisamente está allí enterrado, en el jardín de lo que hoy es una casa-museo muy frecuentada por turistas de todo el mundo. En cambio, tal como nos cuenta el profesor Moisés Bazán de Huerta en el siguiente artículo de este libro, cuando murió Mateo Hernández en 1949 legó en testamento su casa y obras al Estado español, que ni mostró demasiado aprecio por ellas, ni pudo actuar con la diligencia debida debido a complicaciones de todo tipo, hasta que en 1972 murió su pareja, así que al final el proyectado museo se hizo realidad gracias al Ayuntamiento de su pueblo natal, Béjar, que en 1977 decidió erigir un edificio para albergar su legado en el solar donde antes estuvo la iglesia del hospital de San Gil, siendo por fin inaugurado en 1981. Por esas fechas en que se construía ese museo en Béjar estaba también gestándose la ya mentada sección de Bellas Artes del Museo Provincial de Albacete denominada “Benjamín Palencia” en honor del famoso pintor natural de Barráx (Albacete), quien cuando en 1978 se inauguró su nuevo edificio en el Parque de Abelardo Sánchez, hizo donación de una amplia muestra antológica de 120 obras. El museo provincial tenía casi exclusivamente colecciones arqueológicas, pero a partir de entonces y de la muerte del pintor en 1980 se convirtió en una colección de referencia para los interesados en su trayectoria, aunque gracias a otras donaciones y adquisiciones están también representados otros muchos pintores y escultores del siglo XX, fundamentalmente de la provincia de Albacete. Tras estos precedentes, y en el contexto de los grandes cambios que vivificaron la escena artística y museística española en la década de los ochenta, que en este libro explica muy bien el profesor Manuel García Guatas en su artículo, surgieron el Museo Pablo Gargallo en Zaragoza y el Centre Julio González del IVAM en Valencia. El primero, fundado en 31 J���� P���� L������ 1982 por el Ayuntamiento de Zaragoza siguiendo el modelo del Museu Picasso de Barcelona, es decir un museo municipal dedicado monográficamente a un gran artista de la Escuela de París, que sería inaugurado en el palacio de los condes de Argillo en 1985, para albergar las donaciones efectuadas por la hija del escultor, Pierre�e Gargallo de Anguera, tanto en su propio nombre como en representación de sus hijos Paul, Jean y Cécile. En cambio, aunque el IVAM ha reunido unas 400 obras de Julio González, entre esculturas y otras piezas procedentes de diversas daciones, donaciones y adquisiciones —principalmente de Carmen Martínez y Vivianne Grimminger, heredera y secretaria personal respectivamente, de Roberta González, la hija del escultor, fallecida en 1976— la Generalitat Valenciana nunca pretendió gestionarlo como un museo monográfico, sino organizar en torno a este núcleo de obras y bajo la advocación tutelar del vanguardista catalán exiliado en París, un museo de arte moderno fundado en 1984 e inaugurado en 1989, donde se mantiene en permanencia una exposición antológica muy representativa de la evolución artística del gran escultor amigo de Picasso. Quizá esa solución sirvió de modelo al legado de otro gran escultor catalán de vanguardia, que tampoco constituyó un museo monográfico. En 1972 había muerto la viuda de Manolo Hugué y en 1975 su ahijada, quienes habían mantenido con devota atención la colección y la casa-taller del artista en Caldes de Montbui, denominada “Mas Manolo”, y aunque hubiera sido fácil convertirla simplemente en una casa-museo quizá los problemas de seguridad o de acumulación museográfica inherentes a este espacio doméstico en las afueras del pueblo determinaron que el acuerdo al que por fin llegaron los herederos con la Diputación Provincial de Barcelona y el Ayuntamiento de Caldes de Montbui fuese reunir aquellas obras de Manolo y las de amigos suyos como Picasso en el museo local, situado en el centro urbano. Hoy se conoce con el nombre de “Museo Thermalia”, pero como nos cuenta en su artículo Montserrat Blanch, la memoria del legado de este escultor al pueblo de su familia materna ocupa allí lugar protagonista, y además se mantiene impecable el “Mas Manolo” para visitas de estudio, e incluso se llegará a abrir al público en general de acuerdo con determinadas condiciones de conservación y exposición de sus contenidos. No tuvieron tanta suerte los herederos del escultor Honorio García Condoy, que no encontraron por entonces en Aragón ninguna institución que comprase y musealizase las obras por ellos conservadas de este artista, quizá porque en Zaragoza estaban iniciando sus primeros pasos al mismo tiempo el ya citado Museo Pablo Gargallo y el Museo Pablo Serrano. Pero mientras el legado de Condoy se quedó por tanto en la capital francesa, donde la compró un galerista, otro escultor aragonés de la Escuela de París, Eleuterio Blasco, regalaba algunas de sus obras al Ayuntamiento de Molinos, que en 1985 le nombró hijo adoptivo. Este pueblecito del Maestrazgo turolense, con el que mantenía muchos vínculos familiares porque su madre era natural de allí, estaba entonces constituyendo uno de los 32 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� primeros ecomuseos de España, y como parte del mismo se propusieron dedicarle un museo, que efectivamente abrió sus puertas en el antiguo lavadero municipal en 1986, año del retorno definitivo de Blasco a España, donde sus años de vejez fueron duros, y apenas llegó a disfrutar de una pensión que le otorgó el municipio en agradecimiento a todo el legado que fue donando desinteresadamente. Luego éste cambiaría de ubicación y gestión, tal como aquí nos cuenta en su artículo Sofía Sánchez, técnico cultural de la Comarca, que ha sido la responsable de la última renovación museográfica, Por entonces, también estaba recomponiendo sus lazos afectivos con su tierra natal otro escultor exiliado en París, Baltasar Lobo, que en 1984 expuso por vez primera en su pueblo natal, Cerecinos de Campos (Zamora) y en la propia capital provincial; pero el artista falleció en 1993 sin que esos contactos hubieran llevado aparejado el regreso y musealización de su obra. Entonces los trámites fronterizos, siempre difíciles, todavía se complicaron más al entrar en juego impuestos de sucesión, pero afortunadamente el Ayuntamiento de Zamora se ofreció a pagar al Estado francés los derechos de transmisión de la herencia en nombre de las hermanas del escultor, como nos relata en su artículo la profesora María Bolaños, quien precisamente estuvo encargada de realizar esa gestión en París. El proceso fue enrevesado y sólo en 1998 pudo inaugurarse el Museo Baltasar Lobo en la iglesia desconsagrada de San Esteban, cedida por el obispado de Zamora; aunque ya está en vías de realización un nuevo emplazamiento en el castillo, encargado al arquitecto Rafael Moneo, y sobre todo la mayor novedad es que se ha creado en 2005 una Fundación Lobo donde redobladamente aúnan esfuerzos por honrar su memoria sus familiares y los poderes públicos. Ese es el sistema administrativo que, visto su éxito en el caso de las ya mencionadas Fundaciones dedicadas a Miró y Dalí, más se está imponiendo en todas partes para este tipo de iniciativas. También en Portugal, donde ya el 10 de mayo de 1990 se constituyó en Lisboa la Fundação Arpad Szenes-Vieira da Silva con el objetivo de promover la obra de este matrimonio de pintores de la Escuela de París mediante un centro de investigación y documentación monográfico, en segundo lugar a través de la presentación de una colección permanente de obras de la pintora Maria Helena Vieira da Silva recibidas en función de un acuerdo entre Francia y Portugal o por depósitos de diversos coleccionistas, además de la organización de exposiciones temporales, coloquios u otras actividades sobre arte contemporáneo. En 1993 dicha Fundación empezó sus actividades en una casa muy cercana a la que fue el hogar lisboeta del matrimonio epónimo, en un edificio cedido por el Ayuntamiento construido en el siglo XVIII como casa-taller para los trabajadores de la Real Fábrica de Tejidos de Seda. Otro ejemplo similar es la Fundação Júlio Resende-“Lugar do Desenho” inaugurada en 1997 en Gondomar, una localidad del área metropolitana de Oporto, que cuenta con una donación de más de dos mil dibujos 33 J���� P���� L������ ofrecidos por este pintor portuense de la Escuela de París. Una parte se expone en permanencia de forma rotativa, y el resto del edificio se dedica a actividades pedagógicas sobre el dibujo, exposiciones temporales, conciertos, cursos, etc. Muy parecido es también el esquema de funcionamiento de la Fundación Apel.les Fenosa, constituida en 1998 con la finalidad de promover y difundir la obra del escultor barcelonés fallecido diez años antes en París, mediante la catalogación de sus obras completas, la presentación de un elenco de obras suyas, y la organización de exposiciones u otras actividades culturales, tal como nos informa en este libro su director Josep Miquel García, quien nos especifica algunas de las mayores singularidades de dicha Fundación desde el punto de vista administrativo, pues opera a ambos lados de los Pirineos y tutelan su gestión una gran variedad de patronos individuales e institucionales como el Ayuntamiento de El Vendrell, la Generalitat de Catalunya, la Diputación de Tarragona, y el Ayuntamiento de Barcelona. Su centro de operaciones es la casa denominada el “Portal del Pardo” en El Vendrell (Tarragona), donde desde finales de los años cincuenta veraneaba todos los años Fenosa con su esposa Nicole, que sigue utilizando los pisos superiores cada verano, de manera que lo que se ha abierto al público, desde julio de 2002, es la planta baja y el jardín. En cambio, el Museo Joaquín Peinado de Ronda (Málaga) no depende de una Fundación mixta creada al efecto con el nombre del artista, sino de la Fundación Unicaja, y su ubicación no tiene relación directa con la vida del artista rondeño expatriado en París, pues el importante elenco de óleos, acuarelas, encáusticas, obras gráficas y dibujos procedente de la propia colección del artista que ha reunido esta entidad financiera se expone desde 2001 en el magnífico Palacio de los Moctezuma, uno de los más pintorescos del hermoso casco histórico de la ciudad de Ronda. Otro modelo diferente es el de la Fundación Vázquez Díaz constituida en 1999, no tanto por quienes la rigen, que son el Ayuntamiento de Nerva y la Diputación de Huelva, sino porque no está monográficamente dedicada al artista epónimo. El Museo Vázquez Díaz inaugurado en 1999 está primordialmente destinado a conservar una importante colección de obras del pintor Daniel Vázquez Díaz en su pueblo natal, y a operar como centro de documentación e investigación sobre su trayectoria y la de su esposa, la es- Fachada del Museo Vázquez Díaz en Nerva (Huelva). 34 L� ��������� �� ���������������� ���������-��������� � ���������� �� �� E������ �� P���� �� F������ � � ���� ���� �� ��� P������� cultora danesa Eva Aggerholm, muy marcados ambos por su vinculación a la Escuela de París. Pero el crecimiento de las colecciones y actividades del museo ha llevado a trasformarle en un ya oficialmente denominado Centro de Arte Moderno y Contemporáneo, en cuyas salas también se reúne el legado del pintor José María Labrador y un elenco de obras de artistas sevillanos de los años ochenta, además de que en sus propósitos está previsto apoyar y promocionar una gran pluralidad de artistas u expresiones —infografía, instalaciones, etc— mediante un amplio espectro de actividades culturales. En este sentido, es también digno de mención el proyecto museístico del Instituto Óscar Domínguez de Arte y Cultura Contemporánea (IODACC), dependiente del Cabildo de Tenerife, que encargó en 2003 a los arquitectos suizos Herzog & De Meuron y al español Virgilio Gutiérrez Herreros las obras de su sede en el mismo centro de Santa Cruz de Tenerife, entre la iglesia de la Concepción y el mercado de Nuestra Señora de África (la Recova). Pero las obras se retrasan, y entre tanto parece que se han planteado que la institución no lleve el nombre del famoso pintor surrealista canario, por ser muy escasa la muestra de cuadros que poseen del pintor Óscar Domínguez. En definitiva, tras esta sumaria revisión, en la que probablemente se habrá pasado inadvertido más de algún caso, puede concluirse que la fortuna museística de nuestros artistas de la Escuela de París, tanto pintores como escultores, ha sido casi siempre tardía y muy desigual. Abundan sobre todo los museos monográficos, sin que falten tampoco instituciones dedicadas a ellos pero cuya colección y actividades son más generalistas; lo que ya es más infrecuente —a diferencia de lo que sucede en París o en el resto de Francia—, es encontrarnos con casas-museo o talleres musealizados, salvo excepciones como los de Joan Miró en Palma de Mallorca o el “Mas Manolo” en Caldes. Esta tipología museística tiene no pocos atractivos añadidos y por eso ha tenido mucha fortuna en todo el mundo; pero sobre todo para evocar el habitat doméstico de artistas u otros personajes de siglos pasados, cuya intimidad se abre al visitante para que se vea nostálgicamente inmerso en la atmósfera personal, el salón, el gabinete de trabajo, y hasta el dormitorio de una señera personalidad de una época remota, que así parece menos distante22. Quizá porque en cambio estos casos aquí estudiados han sido todavía gentes muy próximas en el tiempo, y sobre todo muy entregados a su trabajo, no se ha sentido tanto la necesidad de exponer su cama, su gabán u otros enseres personales… salvo en el caso estrafalario —y algo decimonónico en muchos sentidos— de Salvador Dalí, cuya principal obra fue sin duda su propio personaje, de manera que tiene un morbo especial asomarse a sus reclusivos refugios de Figueras, Púbol y Portlligat. 22 J.P.LORENTE, “¿Qué es una casa-museo? ¿Por qué hay tantas casas-museo decimonónicas?”, Revista de Museología, nº 14 (junio) 1998, p. 30-32 (véanse también las páginas siguientes, que son un dossier monográfico sobre casas-museo de la Generación del 98). 35 J���� P���� L������ Claro que, en definitiva, mal puede musealizarse una casa o taller donde no se tiene y muchísimos de los artistas españoles y portugueses instalados en París se mantuvieron a distancia de sus respectivos países por razones políticas o de otro tipo, de forma que no regresaron nunca, o sólo al final y como viajeros de visita para participar en exposiciones u otros actos. A ellos y a los artistas exiliados en el resto de Francia y del mundo debemos todos un especial homenaje, especialmente los historiadores y los responsables de nuestra política cultural, para recuperar la memoria de esos compatriotas ilustres que fueron nuestros embajadores culturales en el extranjero23. Pero seguramente el mejor homenaje no es momificar sus relicarios personales, sino que su creatividad potenciada un día por los contactos artísticos que disfrutaron en otras latitudes, vivifique ahora nuestra escena artística. Esta consideración última explica que incluso quienes como Fenosa o Vieira da Silva sí llegaron a disfrutar de un domicilio propio para estancias relativamente largas a este lado de los Pirineos, sean recordados a través del legado de sus obras en una museografía que nada tiene que ver con una casa-museo. En definitiva, ni siquiera en el caso de artistas como Diego de Macedo y Vázquez Díaz, que vivieron y medraron en su país respectivo —intentando abrir el conservador gusto dominante a los aires de renovación que ellos habían respirado en París— ha importado tanto reconstruir su ambiente vital, como hacer una vindicación de sus aportaciones artísticas a la modernidad que encarnaron. Independientemente de sus opciones políticas, nuestros artistas de la Escuela de París representaron en su momento la vanguardia moderna, así que es lógico que sus museos no se articulen en función de concepciones nostálgicas y museografías conservadoras. 23 Sobre los exiliados de la II República en diversos países hay abundantes estudios de historiadores, entre los que no faltan cumplidas referencias a los artistas; por ejemplo P. CARVAJAL URQUIJO, El exilio español (1936-1978), Editorial Planeta, 2002; A D. PLA BRUGAT, “El exilio republicano español”, Aula historia social, nº 13, 2004, pp. 14-34; y sobre todo el reciente libro de M.F. MANCEBO, La España de los exilios. Un mensaje para el siglo XXI, Universidad de Valencia, 2008 (con una completísima bibliografía). Tampoco son pocos los historiadores del arte españoles que se han ocupado de esos artistas desperdigados por el mundo: cf. J.M.BALLESTER, “El exilio de los artistas plásticos”, en J.L. ABELLÁN (coord.) El exilio español de 1939, Madrid, Taurus Ediciones, 1977, vol. 5, pp. 11-58; Mª F. MANCEBO, C. ALONSO, M. BALDÓ, (eds.), L’exili cultural de 1939. Seixanta anys després. Actas del I Congreso Internacional, Valencia, Universitat de Valencia, 2001, 2 vols; G. GUATAS “Muerte o exilio de los artistas” en F. GIL ENCABO y J.C. ARA TORRALBA (eds.); La España exiliada de 1939. Actas del congreso “Sesenta años después”, Zaragoza, IFC, 2001, p. 71-93; M. CABAÑAS BRAVO “El exilio en el arte español del siglo XX” en El arte español del siglo XX- Su perspectiva al final del milenio, Madrid, CSIC, 2001, pp. 287-315; V. IZQUIERDO, “Artistas españoles exiliados en Toulouse”, en El exilio artístico español en Toulouse, Toulouse, Centro Cultural de Blagnac, 2002, pp 37-114; J. DÍAZ SÁNCHEZ “Entre la teoría y la historia: pensamiento artístico en el exilio español de 1939” Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, nº 92, 2003, pags. 67-87. En cambio, los estudios museológicos respecto a las instituciones dedicadas a estos artistas del exilio son todavía escasos, pero este tema tan acorde a las actuales tendencias de la “museología crítica” ha sido precisamente el objeto de debate escogido para el seminario programado en Molinos bajo el título “Los artistas del exilio y sus legados museísticos”, dentro de los cursos de la Universidad de Verano de Teruel en julio de 2008. 36