Mama Lince #2
Transcripción
Mama Lince #2
1px. Psicologías Fuertes. Entrevista con Philip Larratt-Smith por Claudio Iglesias 2px. Arthur Bispo do Rosário. La voluntad del arte y el material existente en la tierra de los hombres (1ra parte). Paulo Herkenhoff 3px. Lobo??. Un ensayo sobre Liliana Maresca. Florencia Qualina 4px. No era ese el sitio, no. Opacidades en la obra de Marcelo Pombo. Santiago Villanueva 5px. Algunas ideas sobre arte y educación. Harrell Fletcher. 6px. Antrópolis en Tecnópolis. Escenarios apocalípticos del Bicentenario. Victoria Márquez. 7px. Garrotes y Cachiporras. Eugenia Calvo en el Fondo Nacional de las Artes. Lara Marmor. 8px. (Bitter) Sweet Home. Malena Higashi. DISEÑO andres bruck 156 953 0203 ;) Psicologías fuertes Entrevista con Philip Larratt-Smith, por Claudio Iglesias El nombre de Philip Larratt-Smith (Toronto, 1979) comenzó a circular en Buenos Aires a partir de dos exhibiciones de alto perfil: Mr. America, la retrospectiva de Andy Warhol que pasó por el Malba en 2009, y El retorno de lo reprimido, la muestra de Louise Bourgeois que Fundación Proa presentó en 2011. Mientras sigue viviendo entre Nueva York y Londres, actualmente Philip está a cargo del programa internacional del Malba, que va a inaugurar en 2012 con Bye-Bye American Pie, una antología sobre arte crítico de los Estados Unidos. Con él hablamos sobre su interés en las subjetividades artísticas más peculiares y la mercantilización del sistema del arte actual. La mayoría de los artistas con los que has trabajado, como Clark, Bourgeois o Warhol, desarrollaron obras con una impronta individual muy definida. Eso es lo que me motiva cuando pienso en trabajar como curador. Por supuesto, hay diferentes tipos de curadores. A mí me interesa explorar en profundidad a los artistas con los que trabajo, la manera en que lo visual puede transmitir la intensidad psicológica peculiar de un artista. Es verdad que hoy en día el arte está inserto en el mismo sistema de distribución y consumo que muchos otros bienes; los artistas trabajan en este espa- cio profesionalmente y el margen para la intensidad vital se reduce. A la vez creo que el verdadero artista siempre encuentra la forma de abrirse el camino para hacer la obra que tiene que hacer. ¿Podés imaginarte a artistas como Bourgeois o Warhol trabajando hoy en día? Louise trabajó hasta su muerte en mayo del año pasado, así que de algún modo fue una artista contemporánea, aunque hubiera nacido en 1911. Sin embargo, nunca pensó su vida como una carrera. Warhol es más difícil, obviamente; era un raro y sus relaciones con la esfera social, con la economía, con la celebridad, son difíciles de determinar. Su sensibilidad estaba pautada por la rareza de su psicología. Pero más allá del sistema de circulación en el que sus obras puedan estar insertas, creo que lo que los caracteriza como artistas es el haber podido expresar algo particular. ¿Este foco curatorial en la dimensión psicológica te sitúa en un lugar de biógrafo? No necesariamente. El interés en la psicología no significa biografismo, y puede ocurrir lo opuesto. Lo biográfico es sólo un elemento entre otros. Artistas como Warhol o Bourgeois trascienden lo autobiográfico aunque hablen de sí mismos. Pienso en cambio en el film Marie Antoinette de Sofia Coppola: por supuesto que se trata de ser joven y rica en Los Angeles en los noventa, es decir, se trata de la juventud de la propia Sofia Coppola. El film refleja su vida y confirma su identidad, pero sin trascenderla. Lo que hacen los curadores muchas veces es parecido: cortes transversales de setenta artistas de aquí y de allá, que reflejan lo que pasa, pero no lo trascienden. De eso se trata la mayor parte de las bienales: de reproducir de forma incansable lo que está pasando, en general. Propuestas fascinantes y bien fundamentadas como la bienal sobre antropofagia de Paulo Herkenhoff en São Paulo en 1998 son las menos, pero son las que finalmente quedan en la memoria. Leyendo el catálogo de la muestra de Warhol, llegué a preguntarme si no jugás un papel vos mismo en la muestra: una especie de psiquiatra, distante pero involucrado emocionalmente con sus “pacientes”. Mientras estaba aquí presentando la muestra de Warhol, una periodista me preguntó si curar a Warhol no era algo warholiano en sí mismo, pues una parte de su polvo de estrellas inevitablemente debía caer sobre mí. La misma periodista dijo que psicoanalizar a Warhol era “una violación de reglas críticas tácitas”. No sé en qué medida esto es así, pero supongo que, en parte, estaba usando lo que Freud llama patografía, en la cual un artista es tratado como paciente y sus obras son analizadas con las herramientas del psicoanálisis; esta era una manera de abrir a Warhol con el bisturí y despejar el enorme tejido de comentarios críticos sobre su trabajo, en buena medida equívocos. En todo caso, lo que me interesaba fun- damentalmente era la intersección de psicología y política en Warhol, y ver en qué medida él puede ser leído como el artista que encarna más que ningún otro la ideología estadounidense en toda su heterogeneidad. Me interesa el arte que me involucra visual y emocionalmente. Pero la dimensión visual es fundamental. El nivel de afectividad que experimento frente a una obra de arte es intenso: ahí radica el interés, que se sostiene a lo largo del tiempo. Esta intensidad (la belleza frágil de las sillas eléctricas de Warhol o el peso imposible de cargar del dolor en algunas de las torsades psicológicas de Bourgeois) es lo que tratan de comunicar las dos exhibiciones que realicé en Buenos Aires. La gran obra de arte es un misterio incognoscible, como una especie de gran atracción hacia alguien. ¿Cómo te sentís al trabajar con la psicopatología en el campo del arte contemporáneo, que desde mi punto de vista está dominado por otros discursos académicos menos enfocados en el individuo? Durante los ocho años de la presidencia de Bush en los cuales viví en Manhattan, estuve involucrado con la posibilidad de una política radical. El psicoanálisis y el cine, por su parte, son las dos áreas que actualmente más me interesan. Nada de esto tiene mucho que ver con escribir sobre arte, pero espero que eso sea bueno. En cuanto a la psicología del individuo, y a pesar de todo el adoctrinamiento recibido, tiendo a pensarla como una de las áreas que aun no fue totalmente mercantilizada, en la cual todavía es posible una cierta medida de autonomía o resistencia. Creo que el psicoanálisis todavía es una de las herramientas más agudas para abordar la psiquis del individuo. Además, no tengo interés en el arte entendido como comentario social o agitación política, ni en las posibilidades de cambio social que el arte supuestamente ofrece. Sobre todo, porque la mayor parte del arte que toma a su cargo estas consignas acaba por parecer desoladoramente simplista al lado de un texto de Perry Anderson o David Harvey y, por otro lado, tiende a no resistir el paso del tiempo. El diario de ayer ya es algo viejo, interesante solamente para los historiadores, pero obras como Stalker o Arco de la Histeria siempre son nuevas. Y la lógica que subyace a esa visión supuestamente democrática del arte lleva finalmente al reino del mercado. Es como si la utopía del sueño pluralista de los sesenta y sesenta no fuera nada más que una astucia de la historia hegeliana. Soy conciente de que esta aversión frente al conceptualismo pop me deja en minoría. Si el conceptualismo pop es el lenguaje artístico predominante en nuestros días, es porque genera posibilidades para las hordas de estudiantes que salen de las escuelas, y les permite a los escritores y curadores hablar de temas sociales de largo plazo, con los cuales se sienten más a gusto que con lo visual. Los artistas que producen este tipo de arte regurgitan formas que el público ya reconoce; de ahí su popularidad y su total falta de misterio. Me gustaría que profundizaras en esta idea de conceptualismo pop... ¿Te referís a esa suerte de arte crítico de baja intensidad típico de bienal? Hay diferencias entre la generación original de conceptuales, que fueron genuinamente críticos, y los conceptualistas pop de hoy en día. Existen razones para que artistas como Murakami, Hirst, Koons, Urs Fischer o Cattelan tengan simultáneamente un gran éxito de público y un apoyo crítico sustancial: todos ellos tienen un pie en la exploración de la cultura popular inaugurada por Warhol y compañía y otro en las prácticas conceptuales de fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Nadie duda de que fue el mercado el que los consagró. No estoy diciendo que todos ellos sean charlatanes, y de hecho algunos aspectos de sus trabajos me interesan mucho, pero típicamente lo que me ocurre es que no respondo a este tipo de obras con la misma intensidad emocional. El sistema artístico hoy es una especie de distopía... nadie está contento. El mundo del arte es lo que es. La maquinaria es tan enorme que nadie sabe bien lo que ocurre dentro. La metástasis asombrosa de bienales, ferias, conferencias de curadores, etc., así como el dinero que se mueve, hace que nadie pueda realmente saber lo que ocurre en el mundo del arte en su totalidad; en este sentido se parece bastante al funcionamiento de los mercados financieros, que requieren un nivel de conocimiento demasiado alto para poder descifrarlos. Al mismo tiempo, no sé si los artistas que hoy consideramos importantes, y que levantan grandes apuestas en el mercado, van a seguir siendo importantes en cinco años. La contracara de este proceso es un nivel de comodidad y afluencia que para artistas como Louise hubiera resultado imposible. El mercado es tan fuerte hoy en día que artistas marginales como ella tal vez no lograrían tener el mismo éxito. ¿Alguna vez trabajaste con artistas jóvenes? No...como curador, no trabajo con artistas jóvenes. Hay muchos que son buenos y que respeto. Veo talleres y todo. A veces me gusta escribir sobre su obra, pero hacer exposiciones no. Hoy en día, los artistas están trabajando en condiciones inéditas. Es verdad que ahora pueden participar de la renta del sistema artístico, una situación que trae algunos beneficios y muchos problemas, y que explica la explosión en el número de artistas emergentes y también el mayor nivel de competencia para sobrevivir. Todo esto puede traer buenos resultados, pero también puede generar aversión al riesgo y un conformismo desesperante: si te tomás mucho tiempo para desarrollar tu trabajo o para mostrarlo, alguien va a comerse tu almuerzo. Los artistas jóvenes, al estar menos establecidos, son particularmente vulnerables a estas presiones. Prefiero esperar hasta que aclare y ver qué sacar en limpio con el paso del tiempo. ¿Este cambio de escala en mundo del arte fue drástico? el El mundo del arte solía ser pequeño. El mundo del arte en Nueva York hace unos años era como es ahora aquí en Buenos Aires: diez o veinte galerías, un puñado de coleccionistas... al haber esta expansión, todo cambió. Esta diversificación fue acompañada por la hegemonía del pluralismo, pero también por el curso que tomó la globalización económica... el arte contemporáneo es en varios aspectos una industria de la especulación. Hay coleccionistas y dealers que abiertamente hablan del arte como un nuevo tipo de instrumento financiero, una oportunidad de inversión con el mérito agregado de la liquidez comparativa, además del frenesí de inauguraciones, fiestas y buena compañía social. El rol del mercado en el arte no es nuevo; pero la escala de su hegemonía se amplió casi hasta lo absurdo a lo largo de los últimos treinta años, y de una forma que sigue la lógica del boom y la burbuja propia de los mercados financieros. El pluralismo abrió la puerta, supuestamente, a la disparidad de voces, la crítica, etc. Pero lo que permitió en el fondo, es la homogeneización de todas las voces por la mano del mercado. Algo de ese proceso obviamente despunta en Warhol: la seriación, la intercambiabilidad, que sea igual este que aquel objeto... En la muestra de Warhol tanto como en Bye-Bye American Pie, hay un énfasis en la forma en que el arte puede ser leído como un síntoma de procesos sociales de mayor alcance, incluso de procesos que ocurren en el futuro cercano. Me gustaría que explicaras el tema tomando en cuenta tu mirada sobre el vínculo entre arte y política Para parafrasear a Marx, los artistas hacen su propio trabajo, pero lo hacen en circunstancias que ellos mismos no eligen. Los artistas que participan de ByeBye American Pie (Jean-Michel Basquiat, Larry Clark, Nan Goldin, Jenny Holzer, Barbara Kruger, Paul McCarthy y Cady Noland) reflejan y critican, todos, la cultura y las subculturas estadounidenses. Las relaciones entre su trabajo y el contexto en el que lo generaron fueron fluidas y dialécticamente abiertas. Algunos, como Holzer y Kruger, confrontan directamente con lo político y lo social. Otros, como Clark y Goldin, producen obras a partir de sus propias autobiografías, pero de forma tal que simultáneamente abordan problemas de género, sexualidad, marginalidad, etc., con ramificaciones políticas profundas. Esta muestra no va a estar enfocada en un movimiento específico, ni va a ser per se una muestra política. Los artistas que participan aparecieron al mismo tiempo, generaron cuerpos de obra radicalmente diferentes entre sí, y sin embargo, indirectamente, a través de esta conjunción de subjetividades distintas, se percibe la disección y la crítica de la cultura estadounidense. En mi opinión, como en las muestras de Warhol y Bourgeois, lo que es intensamente personal y subjetivo se amplía e incluye temas sociales de mayor alcance, lo que no significa producir fraseología política. Al yuxtaponer la producción visual de estos siete artistas, lo que trato de poner de manifiesto es que ellos, inconcientemente, señalaron y, en algunos casos, anticiparon cambios radicales en la sociedad estadounidense. El vínculo entre estas obras tan distintas debe ser intuitivo y poético, más que ilustrativo y didáctico. Va a ser interesante ver cómo en la exhibición se muestra la idea de decadencia de la cultura estadounidense mediante artistas que a su vez son centrales en el canon del arte contemporáneo global. Creo que algunos son más centrales para el canon que otros. Cady Noland, por ejemplo, es bastante under, y es una especie de artista de culto, mientras que McCarthy y Holzer tienen apoyo institucional mayúsculo, pero artistas del tipo de Koons, Prince, Murakami, Hirst, etc., igualmente los eclipsan en términos de visibilidad y posición en el mercado. Pero en definitiva, son parte del canon justamente en la medida en que las ideas de crítica y deconstrucción se movieron al centro del arte contemporáneo en los últimos treinta años. Por eso Bye-Bye American Pie es una especie de muestra histórica. Supongo que será la tarea del catálogo y de la instalación articular la idea con mayor profundidad. Para mí, una exhibición es como una hipótesis. Y va a ser una sorpresa para mí también, porque la única forma de saber si una exhibición funciona es haciéndola. Arthur Bispo do Rosário, la voluntad del arte y el material existente en la tierra de los hombres (Primera parte) Paulo Herkenhoff Introducción Arthur Bispo do Rosário puede estar de acuerdo con Clarice Lispector casi totalmente respecto del dolor de la existencia, inclusive con su ambivalente aserción: “quien entiende, desorganiza”1. ¿Por qué un hombre con la misión autoimpuesta de organizar el mundo desorganizaría además lo que se entiende respecto del arte? Bispo do Rosário estuvo siempre al margen de toda mirada artística profesional. Antes que nada, se encargó de confinar a la sociedad fuera de su obra. Bispo do Rosário parece no haber sido tocado por la intencionalidad de la obra de arte. Nunca tuvo un profesor u orientador, y fracasaron los modelos estéticos que le fueron eventualmente presentados. Sin embargo, en el corpus de su obra, muestra una gran consistencia formal y un universo personalísimo. Aun así, prescindía del concepto de arte en lo que hacía, y tenía algo de aquello que interesaba a Claes Oldenburg en el sentido de “un arte que no crece mientras se considera a sí mismo arte”2. A partir de 1964, Bispo do Rosário comenzó a concentrarse más decididamente en su obra. Su producción fue en paralelo con la de otros artistas y teóricos con los cuales habrá de parangonarse, entre ellos Hélio Oiticica, Lygia Clark, Roland Barthes, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze, Michel Foucault, el citado Oldenburg y el conjunto del arte povera3. Al morir en 1989, Bispo do Rosário dejó un corpus de más de ochocientos objetos, que salvo pocas excepciones, se mantuvieron juntos4. Su situación emerge en la historia del arte brasileño como una especie de fantasma de la modernidad. 1 “Mineirinho” (1962), en: Legião estrangeira. Rio de Janeiro: Ed. de autor, 1964, pp. 252-257. 2 S/T, 1961, en: Claes Oldenburg: An Anthology. Germano Celant (curador). Nueva York: The Guggenheim Musem, 1995, p. 120. em el original: “an art that grows up not knowing it is art at all”. 3 A comienzos de los sesenta, Arthur Bispo do Rosário empieza a trabajar como “faz tudo” en la Clínica Pediátrica Amiu en Rio de Janeiro, donde vive aislado en el sótano y desarrolla buena parte de su producción. 4 Hélio Oiticica también evitó dispersar su obra, manteniéndola siempre consigo. Raras fueron sus obras vendidas en vida. Oiticica parece haber realizado sólo una exposición em una galería comercial en su vida. Es notable que hasta hace muy poco tiempo, la historia del arte no daba cuenta de algunos artistas. Bispo do Rosário es antes que nada un problema historiográfico y crítico. Es inútil buscar clasificaciones como si fuesen necesarias para justificar su singularidad. Igualmente, los intentos de compararlo formalmente con artistas insertos en la historia del arte occidental, con el objetivo de legitimarlo crítica e históricamente, merecen ser tomados con cautela. Su obra nos permite prescindir de estos gestos. Una posición ejemplar y significativa en este sentido es la de Lisette Lagnado, que problematizó la comparación de Bispo do Rosário con Marcel Duchamp. Para Lagnado, la pregunta es “cómo reducir la distancia que separa el momento más conceptual de la historia del arte de una expresión notoriamente delirante”. Al cerrar su argumentación, la crítica concluye que “Bispo goza de la condición duchampiana, porque vivió su máquina deseante a lo grande”5. El interés radica en el hecho de que la producción de Bispo do Rosário propicie yuxtaposiciones de fuerte base conceptual. La confrontación con determinadas obras o formulaciones teóricas de terceros apenas logra elucidar su obra y permitir reconocerla a partir de su lógica, que sustenta su singularidad y su diferencia. Autoría Pocos datos personales pueden descifrarse en la obra de Bispo do Rosário. “Yo vine”, tal es su revelación más importante. ¿Quién es este yo que se escribía hilo a hilo en todas partes? No se ven firmas narcisistas en sus objetos. Se encuentran, en cambio, nombres de personajes, lugares o líneas de ómnibus más o menos inciertos: indicaciones poco relevantes para la comprensión de su obra. Tal vez, todo aquello debiera estar indicado como territorio suyo, pero no es así. Tampoco existe una caligrafía que, en la enervación de la escritura, nos permita identificar el trazo de Bispo do Rosário con precisión dactiloscópica. Cuando Hugo Denizart llevó a Walter Firmo para presentarle a Bispo, éste dirigió la sesión fotográfica, indicando cómo deseaba ser fotografiado. Bispo do Rosário insistió para que fotografiaran su sombra. El autor debe, frente a sus objetos, ser una sombra. Entre otras imágenes que pidió a Firmo están las escenas de uso de los objetos personales. En una fotografía, Bispo viste su capa y en otra simula tener sueño en el lecho preparado para dormir con Rosangela María, su amor platónico. La identificación visual de la obra de Bispo do Rosario viene de una idea de costura y construcción del mundo. Es la consistencia conceptual y la forma del proyecto lo que permite la identificación formal de las cosas hechas por él. Puede ser posible o necesario suprimir su historia (como ocurre a veces con la de cualquier artista) para propiciar la emergencia cristalina del lenguaje visual. Esas serían, también, las 5 “Arthur Bispo do Rosário e a instituição”, en: Por que Duchamp?. São Paulo: Paço das Artes Itaú Cultural, 1999, pp. 102 y 109 respectivamente. condiciones más propicias para el ejercicio fenomenológico de mirar el arte de Bispo do Rosário. A propósito de esta ausencia de actitud autoral en la obra se puede recordar a Roland Barthes, quien observó en su lapidario artículo “La mort de l’auteur” (1968)6, que la idea de “autor” es una invención moderna que aparece al final de la Edad Media. A contramano de él, Joseph Beuys busca neutralizar el exceso autoral de la modernidad al proclamar que “jedermann ist ein Künstler” (todo el mundo es artista). En la cultura contemporánea, de nuevo según Barthes, el autor y su historia resultan tiránicamente centrales. Barthes ejemplifica con los casos de Vincent Van Gogh y su locura, Piotr Iliich Tchaikowsky y sus vicios, etc. La obra es buscada a partir de quien la produce, del autor que emite su confidencia, dice Barthes. Esto ha prevalecido también en la historia del arte brasileño y, en particular, en las discusiones críticas sobre el significado de la obra de Bispo do Rosário. Están los que negaron conceptualmente la validez artística de su obra. Barthes evoca el argumento de Stéphane Mallarmé, que encontraba necesario sustituir al autor por la propia lengua. Así, la lengua sustituye a su propietario. Toda la poética de Mallarmé, según Barthes, “consiste en suprimir al autor en beneficio de la escritura”. Esta es una postura tal vez necesaria para conocer el proyecto de Arthur Bispo do Rosário y entender su significado. Es preciso observar la escena de la obra de Bispo, un escenario análogo a la “escena del texto” de la que habla Barthes7, pues para él no existía una cuestión tal como la muerte del autor, sino el permanente proceso de una violenta anulación del ser. Taxonomías “Decoré la sala con reproducciones de estatuas florentinas. Fue una extraordinaria fuente de revigorización para mí. Estoy pensando en hacerme rico para poder repetir estos viajes”, escribió Sigmund Freud a Wilhelm Fliess el 6 de diciembre de 1896. Algunos artistas desarrollaron sistemas taxonómicos complejos basados en la acumulación de objetos. Esta modalidad de trabajo, frecuentemente seductora o crítica, incluye listas de objetos, colecciones y museos de todo tipo. Algunos teóricos buscan evidenciar una falencia del iluminismo inherente a las taxonomías excesivas como estrategia de control del mundo a través del ordenamiento de la información. El iluminismo compartiría una matriz común con el positivismo del siglo XIX, del cual Freud de cierto modo sería parte, según ciertos historiadores. Arthur Bispo do Rosário llenó su sala con centenares de objetos realizados a lo largo de cuatro décadas. 6 En: Le bruissement de la langue. Paris: Éditions du Seuil, 1984, pp. 63-69. 7 Le plaisir du texte. Paris: Éditions du Seuil, 1973, p. 25. Fue una extraordinaria fuente de revigorización para él, como las reproducciones florentinas habían sido para Freud. Bispo do Rosário era un incesante creador de obra nueva. En el mundo sensorial sabía algo que Freud no había experimentado: el acto de hacer arte. Ese temprano Freud coleccionista parecía contentarse con lo inauténtico, con la copia. En el lenguaje del coleccionismo crítico, la obra From the Freud Museum (1991-1996) de Susan Hiller se refiere a la vitrina-instalación creada para el Freud Museum de Londres a través de cajas que contienen objetos, textos, imágenes y videos, debidamente identificados y catalogados: se trata de los materiales y objetos personales silenciados por la institución museística. Para Hiller, los museos antropológicos son espacios de represión cultural e histórica, de “perturbaciones psíquicas, étnicas, sexuales y políticas8. Esa es su taxonomía ética: el caos de la acumulación es expuesto por esta clasificación de modos perversos de reprimir. Semejantes taxonomías conforman sistemas de totalización que siguen exclusivamente una lógica poética acumulatoria. Louise Bourgeois preparaba listas: recordar es estar viva, decía. Claes Oldenburg intentaba algo así como reconstruir el mundo de las cosas en bolsas de plástico, material eminentemente industrial. Bispo do Rosário dejó aparentemente incompleto su museo personal del mundo como territorio del proceso de individuación. A lo largo de las décadas, Jorge Luis Borges organizó levantamentos infinitos. Escribió La Biblioteca de Babel y sintetizó el todo en el Aleph. El Libro de lo seres imaginarios agrupa a los ángeles de Swedenborg con animales soñados por Poe y por Kafka, animales metafísicos y animales de los espejos, además del devorador de sombras, los seres térmicos y el pájaro que provoca lluvias. En su delirio, Bispo do Rosario parecía no admitir seres o cosas imaginarias que compitiesen con su propia imagen de su lugar en el mundo. Si la biblioteca es ilimitada, Borges desarrolló una taxonomía cuya organización parecía infinita: El Libro del cielo y del infierno, el Museo y un Atlas. El Aleph es un punto en el espacio que contiene todos los puntos. En su Museo, gracias al rigor de la ciencia, el mapa tenía las dimensiones inútiles y exactas del territorio propio. Un vigoroso punto de cruce de la obra de Bispo do Rosário con el arte pop fueron los concursos de Miss Universo y las legendarias tres Misses brasileñas: Marta Rocha, Terezinha Morango y Adalgisa Colombo. Durante la Guerra Fría, los concursos de Miss Universo se convirtieron en un espacio de influencia de los Estados Unidos, como las grandes exposiciones internacionales, los Juegos Panamericanos y algunos museos y bienales. Los concursos fueron incorporados luego a la pintura melancólica de las masas de un Rubem Gerchman. Las 8 En: Museum as muse. Nueva York: Museum of Modern Art, 1999. En el original: “On one level, my vitrine installation is a collection of things evoking cultural and historical points of slippage – psychic, ethnic, sexual, and political disturbances”. cintas de Miss Universo de Bispo do Rosário deben ser, como mínimo, paralelas a las pinturas de Gerchman, ya que a fines de los sesenta los concursos cayeron en una vertiginosa decadencia. El conjunto de 61 cintas completas, más unas 16 en estudio, conforman en sí mismas un atlas. Cada “cinta de miss” contiene información geopolítica, como nombres de ríos, ciudades, calles y barrios. La idea de lo universal en Bispo do Rosário es una geografía pop, que pasa por un proceso de contextualización de lo local. En el extremo opuesto a la erudición de Borges, Claes Oldenburg creó una taxonomía pop deliberadamente prosaica en su valorización de lo banal. Su Museo del Ratón (Mouse Museum, 1965-1977) es un acervo de 385 objetos pertenecientes a la cultura popular cotidiana que fueron reunidos por él. Oldenburg trabajó sobre algunos objetos encontrados y creó otros tantos. Su museo fue instalado en un contenedor con la forma de Mickey Mouse. Allí aparecía reunido el gusto del hombre ordinario. No existe en el discurso de Oldenburg una búsqueda de comprensión del estatuto ontológico del objeto ni de su lugar en la historia del arte occidental a la manera de Ferreira Gullar en la Teoría del no-objeto (1960). Oldenburg montó su tienda-exposición (The Store, en el 107 de la 2nd Street) donde todo estaba a la venta: dulces, sobres zapatillas, prendas, todo en yeso pintado. Estos objetos, según Oldenburg, se constituirían en “un diario de todas las cosas que me interesaron durante un cierto período de tiempo en el Lower East Side”9. Los objetos construidos por Bispo do Rosário también son el registro de una jornada: “es material existente en la tierra de los hombres”10, es decir, el registro de su paso por la tierra, así como los de Oldenburg resultaron de sus paseos por aquel barrio de Nueva York. El stock de tienda de Oldenburg es casi como una lista de compras, en el cual la memoria es convocada a ejercer una tarea práctica. Algunos artistas trabajan con la idea del museo como acumulación, como lugar de lo numeroso. El Archivo de Boltanski contiene 402 retratos anónimos. En Brasil, una instalación de Emil Forman se presentó como “el museo de la persona” (1975, MAM/RJ)11. En este espejo de Narciso se exhibieron 2500 fotografías de Antonieta Clélia Rangel Forman: 9 S/T, 1961, en: Claes Oldenburg: An Anthology. Nueva York: The Guggenheim Musem, 1995, p. 3. Oldenburg citados em este ensayo tiene título. “diary of all the things that have interested me Lower East Side”. Germano Celant (curador). Ninguno de los textos de Em el original en inglés, in a period of time on the 10 “Los ángeles van abriendo la hermosa fina pluma espuma esponja por donde sale el verbo estrondo”, em conversación con Hugo Denizart, según Luciana Hidalgo, en: Arthur Bispo do Rosário: o senhor do labirinto. Rio de Janeiro: Rocco, 1996, p. 139. 11 Ver Paulo Herkenhoff. Emil Forman. Rio de Janeiro: INAP/FUNARTE y Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro, 1984. exactamente todos los retratos que le hicieron a lo largo de su vida. El Mouse Museum de Oldenburg ya albergaba 385 objetos: demasiado para un ratón. From de Freud Museum de Hiller consta de vitrinas que contienen 50 cajas, que a su vez guardan numerosos objetos cada una. El programa conceptual de Hiller converge con el problema del canibalismo museológico del que trata Donald Preziosi en The Art of Art History (1998): la institución, según su punto de vista, devoraría los objetos aniquilando su función simbólica. En el plano de la crítica institucional, el museo de Susan Hiller es el espacio del represión social y el archivo de Boltanski es un territorio de luto negado. Bispo do Rosário dejó cerca de 850 obras guardadas en su cuarto. Defendió su monumento al mantenerse políticamente al margen de cualquier tipo de apropiación museográfica del género de las “perturbaciones” perversas denunciadas por Hiller. El corpus de Arthur Bispo do Rosário, como la Catedral de la Miseria Erótica de Kurt Schwitters en la acepción de Elizabeth Gamard, se compone de los specula de su vida diaria y constituye la Summa Theologica de su vivencia del arte. Paulo Herkenhoff (Cachoeiro do Itapemirim, Espírito Santo, 1949) ha sido curador de las 23ra y 24ta Bienales de São Paulo, curador adjunto del Departamento de Pintura y Escultura del MoMA y director del Museo de Bellas Artes de Rio de Janeiro, ciudad en la que vive actualmente. “A vontade da arte e o material existente na terra dos homens” fue publicado originalmente en Arhur Bispo do Rosário: século XX. Cosac & Naify (Rio de Janeiro, 2006). Traducción: Claudio Iglesias Lobo suelto cordero atado un ensayo sobre maresca por Florencia Qualina «Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro llamará al otro; también allí reposará Lilit y en él encontrará descanso” Libro de Isaías Liliana Maresca encierra en su mito cierto poder atávico, símbolo arquetípico de potencia femenina desobediente y libertina. En su mismo nombre resuena el de Lilit, primera mujer sobre la tierra creada del mismo barro que Adán. De acuerdo a la leyenda hebrea, la sediciosa Lilit abandona el edén y a su esposo, ya que por principios no puede inclinarse ante él, ni debe servirlo (para estos fines vendrá Eva, el segundo episodio fallido de la docilidad femenina) ella -autoexiliadavivirá junto a los demonios en el Mar Rojo y su nombre quedará asociado a la sexualidad libidinosa (recoge el semen eyaculado fuera de la vagina) y a la maléfica nocturnidad. *** “Mi vida sexual es bastante en 5º plano. Digamos que me han chupado mucho la concha y he encontrado mucho placer en eso. Pero ahora ha perdido el encanto. Por ahí porque viví todas las posibilidades de sexualidad. Polimorfa y perversa como es ella. Probé de todo. Menos matar, que en una época andaba con una pistola para ver si se me presentaba la oportunidad. Contame... Estaba que quería probar todo y lo último que me faltaba era matar. Entonces por seguridad conseguí un revolver. Salía a caminar por la villa tipo tres de la mañana. Yo pensaba: ahí me encuentro con alguien que me quiere violar y LO MATO. Dormía con todas las ventanas abiertas, la puerta abierta. Nada. NO PUDE MATAR A NADIE. Apenas atropellé a una persona con el coche. ¿Fue a propósito? No, fue sin querer. El señor venía mirando para el otro lado, y yo venía de ver pajaritos y de fumarme un porro. Pero ni siquiera me denunció.” *** Si existiera un linaje en la historia del arte argentino, la obra de Maresca se enhebraría simpáticamente con Oscar Bony, Victor Grippo, Antonio Berni, existe también un lazo tan poderoso como invisible que la une a Alberto Greco. El halo legendario de sus nombres coincide con unas existencias intensas y breves, la entrega incondicional a los postulados vanguardistas de fusión arte-vida y una irrupción vandálica en el relato organizado de la historia del arte argentino. El catolicismo atraviesa como la lanza del ángel a Santa Teresa, la obra de ambos. Maresca en La Conquista y Greco en la fotoperformance Albertus Grecus XXIII se ataviaron de monjas. Ella, después de estudiar en un colegio religioso, ingresa como novicia y si bien deserta de la vida monacal, la sangre, indisoluble de la filosofía cristiana es uno de los ejes conceptuales de su trabajo, del mismo modo los ciclos espirituales de vida, muerte y transmutación. Greco bautiza Las Monjas su exposición de 1961, realiza la escandalosa obra de teatro, Cristo 63, una parodia de la vida de Jesús en Roma y fallece en un hospital de monjas de Barcelona. En la obra de Maresca y Greco opera una incesante búsqueda en torno a la cualidad existencial de la materia misma de la obra. Greco, iniciado en el Informalismo, dirá: “Hablar de la pintura actual significa conectar a las mayores probabilidades de la pintura como medio de compenetración con la materia y la capacidad de sentir por dentro a través de la materia pictórica. La materia de las cosas que nos rodean en general, vibración de la existencia.” En 1960 expone en el VI Salón Arte Nuevo en el Museo Sívori un tronco de árbol quemado y dos trapos de piso sobre bastidores. Posteriormente mutará hacia búsquedas vinculadas al arte conceptual, desligándose gradualmente de la pintura para lanzarse a las experiencias, los vivo ditos, ciertas performances y la escritura de Besos brujos. La última muestra de Maresca, Frenesí alumbra piezas escultóricas hechas de ramas y raíces retorcidas, objetos encontrados en las orillas de ríos que traducen formalmente tanto la analogía con la tortuosidad de su muerte inminente, como la belleza (in)visible de los restos en apariencia insignificantes. Ambos capturan objetos inertes, y es su gesto (o el soplo) el que imprime sentido. Al mismo tiempo el cuerpo (en gran parte) es el lugar donde se establece la obra de ambos: El cuerpo de Greco establece el límite entre arte/no arte, el adentro y el afuera de la experiencia estética, su mano señala los vivo ditos, su orina corroe las pinturas informalistas. El cuerpo de Maresca reposa desnudo en Imagen pública- Altas esferas, debajo aparecen Massera, Gerardo Sofovich , el retrato semidesnudo de Maria Julia Alsogaray que decoró la tapa de la revista Noticias en julio de 1991 y una mano extendida con billetes de dólares en plena era de la convertibilidad. La potencia de la imagen radica en la tensión entre la sensualidad de Maresca y el anti-erotismo de los personajes. María Julia ES literalmente el exhibicionismo vulgar menemista, la tapa de Noticias es la encarnación de un manifiesto estético/político de aquellos años. Maresca es Venus. Maresca agnus dei. El cuerpo es alpha & omega llevado hasta el paroxismo en la última performance de Greco: “encontré la puerta abierta y en una mesa había muchos platos con restos de comida y botellas, y en el dormitorio estaba Greco, vestido con unas bombachas turcas de color rojo y el torso descubierto, respirando apenas, con los brazos en cruz y en la palma de cada una de sus manos escrita la palabra fin con tinta” Greco muere el 12 de octubre de 1965. Ese día (antes o después) comienza La Conquista. *** La Kermesse 2011. El legado de Liliana Maresca lejos de caer en el olvido pervive activamente. Existe el plan de llamar con su nombre a la Escuela nº 49 de Villa Fiorito. Allí Fernanda Laguna, Leandro Tartaglia, Mariela Scafati, Lorena Bossi, Ariel Cusnir y Florencia Cabeza comenzaron a trabajar en un proyecto artístico-pedagógico que en noviembre de este año reactivará la Kermesse de 1986. Le pregunto a Ariel sobre la experiencia y me dice que se plantea como “juegos que son sobre todo una excusa de interacción, con los contenidos de las materias y con el grupo humano, una forma de apropiación de los materiales y procedimientos del arte a través de juegos y una forma de superar las dificultades que supone la transformación de una escuela pública en una escuela de arte.” Y entonces habla de una casita del terror, de una pirámide sobre la historia de Egipto y de una urraca tarotista, que es un títere con forma de urraca que te adivina la suerte. No era ese el sitio, no. Opacidades en la obra de Marcelo Pombo por Santiago Villanueva A veces pareciera que ciertos discursos de la historiografía redireccionan los pensamientos, las declaraciones o las acciones que produce un artista. Tampoco es extraño que una obra permanezca en el olvido o simplemente desaparezca a causa de su desconexión con determinadas propuestas vigentes. Es el caso de algunas obras, ideas y acciones de Marcelo Pombo. Hacia finales de 1991, a pocos días de la muerte de Batato Barea, inauguraba en el Centro Cultural Recoleta la exposición La Conquista, organizada por Liliana Maresca. Con la participación de más de cien artistas de varias disciplinas, incluida la comparsa Mari Mari, la muestra conmemoraba los 500 años de la llegada de los europeos a América que iban a cumplirse en 1992. Habían pasado ya seis años desde la experiencia de La kermesse, también realizada en el Recoleta, que rescataba el pluralismo disciplinario de las kermesses barriales. Sin embargo la exposición del ‘91 desde su iniciativa era una propuesta que apelaba más a una mirada conceptual sobre la conquista. No es casual que participaran obras de Juan Pablo Renzi o Ricardo Carreira. Me gustaría detenerme en la instalación que presentó Marcelo Pombo: un stand de publicidad de Arroz Barbara. Pombo propuso a los fabricantes llenar la sala del Recoleta con góndolas de supermercado con los diferentes tipos de arroz, colocar posters de publicidad de los productos en conjunto con plantas de plástico y emitir en un televisor la propaganda del arroz (lo que parece que, finalmente, no sucedió). Pombo cobró su parte por hacer este trabajo que él mismo ubica “entre la modernidad del descubrimiento de América y la modernidad artística”1. Un estadio intermedio entre un ready-made duchampiano y el componente comercial de Warhol. No es casual que en la misma exposición Maresca haya presentado su instalación El Dorado: una pirámide trunca sobre la que se apoyan una esfera y un cubo dorado que llevan, a través de una alfombra roja, a un gran trono ubicado de frente al espectador. Simultáneamente una computadora imprimía datos estadísticos sobre la cantidad de oro que fue llevada a España en relación a la sangre india derramada. ¿Qué tan lejos se encuentra este trabajo de Mensaje en el Di Tella de Roberto Jacoby, presentado en Experiencias 68 en el Instituto Di Tella? Formalmente parece haber pocas diferencias, si dejamos aparte la urgencia política de las vanguardias de los sesenta. Si pensamos en aspectos que relacionen ambas décadas la herencia conceptualista puede ser uno de ellos. Desde este punto, el elemento light puede verse como un componente más de lo discursivo, un disfraz para un programa mucho más complejo, un lugar común. Una categoría simple que permitía una fácil lectura unificando las producciones en términos de un aspecto secundario. La obra como propuesta, como quería Gumier 1 Katzenstein, Inés. “Los secretos de Pombo”. En: Inés Katzenstein (ed.), Pombo. Adriana Hidalgo Editora (Buenos Aires, 2006), p. 23. Maier2, y no una propuesta para las obras. Pombo se piensa a sí mismo como artista: como niño obsesivo o como profesora de manualidades, entre Duchamp y Warhol. ¿El modelo de artista conceptual es una imposibilidad geográfica? “¿Cuántas cosas se pueden hacer aquí?”, se pregunta Pombo. Mejor definirse dentro de un conceptualismo trucho, cuya existencia es posible a causa de la frustración que genera un medio como el argentino. Con respecto al eje Duchamp-Warhol del que habla Katzenstein en su entrevista, Pombo responde: “Sí. Ese era el tipo de artista que me hubiera gustado ser, como a todos. Pero en la suma de mis limites, tanto propios como externos, terminé recorriendo el camino de hacer artesanías, arte terapéutico, vendible”3. El Pombo “decorador” encierra así una operación plenamente intelectual: está mucho más próximo a la tradición del paisaje y cada vez más alejado de las propuestas vanguardistas. No hay utopía ni futuro, sólo la intención de finalizar un proyecto presente inmerso en un contexto concreto. Sería más claro ver al Pombo antivanguardista si partimos del Pombo vanguardista. Hay un pasaje desde el Skip Ultra como ready-made, al formato rectangular de los esmaltes y que finaliza en la exhibición de obras de artistas del Grupo Litoral en Rosario. El famoso metro cuadrado ocupa entonces varios de cientos de kiló2 Gumier Maier, Jorge. “Avatares del arte”, La hoja del Rojas, nº11, junio de 1989. 3 Katzenstein, Ines. op. cit., p. 24. metros. Pombo determina un campo de trabajo, un campo de referencias. El metro es una referencia de proximidad, no de egoísmo: de Pollock y Mondrian a Del Prete, los artistas del Litoral y el grupo Arte Concreto Invención. Tal como la galería del Rojas se desplazó de la marginalidad a cierta centralidad en el canon, Pombo desplaza sus referencias de artistas extranjeros al más cercano localismo y encuentra en la frustración y el patetismo de las producciones locales un refugio del olvido. Algunas ideas sobre arte y educación Harrell Fletcher Reunirse Me encontraba dictando un taller de una semana en una facultad de arte en Odensen, Dinamarca, ciudad que, según los alumnos, no era interesante en lo más mínimo. Les pedí entonces que salieran a la calle y encontraran, cada uno, a alguien de la ciudad que quisiera hablar diez minutos con ellos, sobre algún tema de su interés. Luego, todas estas personas fueron a la facultad y se presentaron uno tras otro, lo que duró en total cerca de cuatro horas. La tarea de los alumnos consistía en recibir y presentar a las personas que habían encontrado. Los temas tratados por los invitados incluyeron: cuidados para una vida saludable, trayectos de ómnibus, skate, buceo, técnicas para lustrar muebles, redes sociales invisibles, música en la calle, etc. A todos nos impresionó la variedad de temáticas que estaban circulando en la pequeña ciudad, y mayor parte de las presentaciones fueron en efecto muy interesantes. Desde entonces he usado la misma estrategia en situaciones similares en Londres, Nueva York, Austin, entre otros lugares, y también he presentado una secuencia de muestras como parte de la exhibición itinerante La Guerra Americana, que está focalizada especialmente en personas que hablan sobre sus experiencias relacionadas con la guerra. Aprendizaje colectivo Doy clases en la Universidad del Estado de Portland, en Oregon, y comencé uno de los cursos que estoy dictando actualmente pidiéndole a cada alumno que les hablara a los demás sobre su historia de vida. . Tardamos tres clases en escuchar todas las historias, pero revelaron cosas muy interesantes que no surgieron en otras presentaciones más superficiales. A partir de las conexiones que los alumnos hicieron, organizamos una serie de viajes de campo a diferentes lugares: un hospital de veteranos de guerra, un jardín de infantes alternativo, una vivienda de estudiantes universitarios, una clase de geometría de segundo grado, un centro comunitario de indígenas americanos, una radio, entre otros lugares. A partir de estas experiencias los alumnos se dividieron en grupos para desarrollar proyectos, entre los cuales hubo un programa de radio sobre abuelos y una serie de conferencias que tuvieron lugar en la vivienda universitaria. No todos los viajes de campo se convirtieron en proyectos, pero sin dudas fueron experiencias valiosas. Veo este método como una forma de relativizar mi papel de autoridad en la clase. De esta forma compartimos la autoridad y pasamos a aprender colectivamente. Investigación de proyecto Mi trabajo funciona así: generalmente me invitan a desarrollar un proyecto en lugares como centros de arte, galerías universitarias o espacios similares. En su mayoría, se trata de lugares a los que jamás hubiera ido de no mediar una invitación semejante. Los ejemplos incluyen el Este de Kentucky, Croacia, Vietnam, Hartford, Connecticut, Houston, entre otros. Uso estas oportunidades de viaje para aprender sobre los lugares que visito y mi aprendizaje puede ocurrir de diversas maneras: puedo leer algunos libros o ver documentales sobre el lugar y tratar de imaginar un proyecto a partir de esas fuentes de información; o puedo simplemente llegar al lugar, dar un par de vueltas y conversar con gente que encuentre en el camino. A veces termino trabajando con algunas de esas personas que voy conociendo a medida que desarrollo el proyecto, y empiezo a profundizar en sus historias de vida. Creo que eso constituye una vivencia inicial, un aprendizaje de primera mano, y la investigación en libros o películas se vuelve un aprendizaje secundario. Me gustan las dos formas, pero lo más interesante para mí es saber que si estuviera solo jamás aprendería las cosas que aprendo con los demás. Al comienzo dejo que la dirección de la investigación esté fuera de mi propio alcance. Aun así, hago una descripción detallada de todo lo que me siento con ganas de hacer y de las cosas en las que debería invertir más tiempo, eligiendo solamente las cosas que me parecen interesantes. Algunas veces, al terminar el boceto de la investigación, hago que algunos de sus aspectos se transformen en proyectos para que el público los conozca. Quiero compartir lo que me resulta interesante. Es más o menos como recomendarle a alguien un restaurant o una película que te haya gustado, sólo que en mi caso puede terminar siendo un video hecho en una estación de servicio basado en el Ulises de Joyce o una exposición sobre la Guerra de Vietnam a partir de un museo de guerra del país. Fotografía y no fotografía A mi padre siempre le gustó mostrar cosas: por ejemplo, nos señalaba con el dedo un árbol, un edificio, una nube, y decía lo que sabía sobre ellos. Cuando yo tenía más o menos diez años mis padres me compraron una cámara 35mm usada y empecé a sacar fotos. Descubrí que era una manera de mostrar las cosas que me parecían interesantes: capturarlas para más tarde hablar sobre ellas, como hacía mi padre. Cuando estaba con la cámara en mis manos, el mundo se transformaba en un lugar visualmente más interesante. Creo, incluso, que no era el mundo el que cambiaba sino que yo me volvía más sensible en relación con lo que me interesaba. Continué fotografiando y viendo el mundo en términos de posibles fotografías durante las siguientes décadas. En un momento, decidí que ya no necesitaba una cámara y que podía simplemente ir por ahí viendo cosas interesantes sin necesidad de equipamiento fotográfico. Algunas de esas cosas que veo, de una manera u otra, acaban transformándose en proyectos. De una forma general veo a mi trabajo artístico básicamente como un acto de señalar cosas que me parecen interesantes para que otras personas las puedan percibir y apreciar. Educación experimental Cuando estudiaba en la Universidad del estado de Humboldt, situada en una pequeña ciudad hippie en el norte de California, asistí a un curso con el profesor Bill Duvall, que había coescrito un importante libro sobre ambientalismo, Deep Ecology. El curso se llamaba “Educación Experimental”. El primer día de clase Duvall le pidió a cada alumno que escogiera una actividad física al aire libre para realizar durante los períodos de clase a lo largo del semestre. Algunos eligieron surfear; otros, andar en bicicleta; otros prefirieron el kayak. Yo elegí caminar sobre las vías del tren. Con la práctica me volví muy bueno haciéndolo; al final ya recorría distancias largas sin caerme, podía correr, saltar de una vía a otra, girar y caminar sobre las vías con los ojos cerrados. El grupo no se volvió a encontrar hasta la última semana del semestre, cuando nos juntamos en un campamento para conversar sobre las experiencias de cada uno en sus actividades. Me acuerdo muy seguido de aquel curso, mientras que todos los otros, con sus pruebas, trabajos y discusiones en clase, los olvidé hace ya mucho tiempo. Aprendizaje en la granja Dos años después de concluir mi MFA volví a la facultad para asistir a una clase de agricultura orgánica en la UC Santa Cruz. Éramos unos cuarenta alumnos viviendo juntos en carpas, en un campo de ocho hectáreas perteneciente a la universidad. Durante la mayor parte del tiempo hacíamos trabajo pesado pero de todos modos esa experiencia fue mucho mejor que cualquier programa educativo del cual ya hubiera participado. Hoy día, la mayor parte de lo que hago como profesor de arte no está basado en mi formación artística, sino en mi educación como granjero. Abordajes de código abierto El mundo de las artes pone mucho énfasis en la originalidad. Los artistas compran esa idea y, aunque estén influenciados por otras personas, fingen que no lo están. Las galerías promueven lo original y estimulan los estilos propios, la creación de rarezas y el estrellato. Puedo entender el motivo por el cual las galerías prefieren este estilo de hacer negocios: porque les permite aumentar los precios y generar demanda. Pero para los artistas no existe ningún beneficio real en esto. El énfasis en la originalidad acaba por suprimir la forma natural de trabajo que se da a través de la adaptación y la hibridación, creando un ambiente en el cual los artistas sienten que deben proteger y mantener en secreto sus procesos creativos en vez de compartirlos libremente y sentirse bien al respecto, lo que creo que sería mucho más sano tanto para los individuos como para el sistema. Práctica social versus práctica de taller Con su permiso, voy a definir el arte como algo a lo que todos, artistas y espectadores, llaman “arte”. Llamar a algo “arte” no lo vuelve arte para siempre sino sólo mientras sea apreciado como tal. Asimismo, no estoy de acuerdo con Beuys cuando dice que todo el mundo es artista. Sí creo que todos lo son en potencia. Si una persona quiere ser artista, hasta donde yo sé, puede ser artista, y esto ocurre independientemente de cualquier reconocimiento oficial. Definitivamente nadie precisa un título académico para convertirse en artista. De hecho la mayoría de mis artistas favoritos no tienen títulos académicos. Creo que un artista es aquel que logra vivir haciendo lo que quiere (dentro de sus propios límites: financieros, legales, éticos, psicológicos, etc.). Otras profesiones o actividades no tienen el mismo grado de libertad. Los dentistas necesitan trabajar con los dientes, los entrenadores de perros deben entrenar perros, y así siguiendo. Estas profesiones pueden ser divertidas o no; sin embargo, en ellas está determinado lo que las personas deben hacer hasta que decidan hacer algo diferente. Los artistas pueden hacer proyectos sobre odontología, perros o lo que quieran en cualquier momento. Pueden también hacer otra cosa después o al mismo tiempo, sin dejar de ser artistas. La práctica social en relación con el arte puede ser vista como todo lo que no sea práctica de taller. Por práctica de taller me refiero a la forma dominante de hacer arte: aquella en la que el taller es utilizado para desarrollar intereses personales bajo la forma de pinturas, objetos, fotos, películas o cualquier otra forma fácilmente mercantilizable. La intención de la práctica de taller, y este es un tema poco comentado, es llevar la obra a una galería comercial prestigiosa, reproducirla en revistas de arte y, eventualmente, volverla parte de colecciones de museos, lo que hace del artista una especie de celebridad y paga todas las cuentas. Esa es la zanahoria que sostiene al carro en movimiento, incluso si poquísimos artistas de taller llegan alguna vez a ver su trabajo expuesto. Muchos desisten y buscan otra forma de pagar sus préstamos estudiantiles. Hace poco empecé un programa de práctica social en el MFA de la Universidad de Portland. Actualmente tenemos ocho alumnos matriculados. No tienen taller como los demás alumnos del master, simplemente comparten el espacio de la clase. Hoy estamos tratando de diseñar una versión de esos espacios que sea lo más pública posible, en la forma de un edificio autosustentable, portátil y a base de energías alternativas, que pueda emplazarse en lugares diferentes en la ciudad, como áreas desocupadas y escuelas primarias. Los alumnos tienen clases con otros compañeros del master y también trabajan en varios proyectos de colaboración en la ciudad de Portland, muchos de ellos sin fines de lucro, presentando proyectos de arte en otros lugares y también desarrollando sus prácticas sociales individualmente. Estoy tratando de demostrar que los artistas pueden realmente sostener sus carreras en un marco público, algo imposible mientras las galerías comerciales sigan teniendo la prioridad y sigan siendo consideradas el sistema principal al que los artistas intentan incorporarse. Hasta ahora el programa está yendo muy bien. Espacios de aprendizaje Me gusta leer publicaciones sobre educación alternativa para niños de las décadas de 1960 y 1970. Uno de mis escritores predilectos es John Holt, que escribió un libro excelente llamado How Children Learn. Veinte años después Holt revisó el libro y agregó algunos comentarios al margen. Pensó que buena parte de lo que había escrito tantos años atrás ya no tenía sentido. Pero una de las ideas que siguió sosteniendo es el hecho de que las aulas de clase tradicionales no fueron pensadas como ambientes de aprendizaje. En ellas, los niños son divididos en grupos por edad y obligados a permanecer sentados sin moverse y sin hablar, a menos que levanten la mano y sean autorizados por el maestro a repetir lo que él ha dicho. Holt dice que un ambiente de aprendizaje verdadero debería mezclar las edades y vivencias en un solo lugar, para que las personas sean capaces de aprender unas de otras a través de la actividad compartida y la conversación. Según Holt, estos aspectos no pueden dejarse de lado. En libros posteriores, describe las escuelas tradicionales como prisiones y no como espacios de aprendizaje, con lo cual estoy bastante de acuerdo. Crear obras accesibles tanto para el público del arte como para el público lego Cuando era más joven me gustaba producir un tipo de arte oscuro, tan oscuro que ni yo mismo tenía idea de qué se trataba. Si alguien me preguntaba sobre su significado, decía que mi intención era justamente ver la interpretación que el observador hiciera del trabajo. Pero ahora creo que esa era una manera de no saber qué estaba produciendo ni por qué. Entonces, me di cuenta de que sería bueno no sólo comprender mi propio trabajo, sino además hacerlo comprensible para el público lego. Aunque nunca me hayan enseñado a pensar así, la idea no me pareció muy difícil de aplicar. Uno de mis enfoques preferidos es trabajar con una o más personas que conozca en el lugar donde voy a realizar una muestra. Así, las personas se sienten parte del proyecto e invitan a familiares y amigos para que vean la muestra. Trabajar con personas que no forman parte del mundo del arte evita que se produzcan cosas oscuras, de hecho, fue algo que me permitió encontrar maneras diferentes de realizar proyectos bastante comprometidos y objetivos. El trabajo es interesante y complejo no por la manera como se realiza, sino porque las personas con las que trabajo son interesante y complejas, como todos nosotros, y todo lo que hago es colocar las cosas en el contexto del arte, lo que hace que sean consideradas de formas diferentes. Múltiples maneras de interpretar la misma experiencia Me gusta el arte que puede ser apreciado de maneras distintas. Es como pasear en soledad por un bosque y disfrutar de una forma emocional y directa, pero también abstracta, y después volver a pasear por el mismo bosque con un amigo botánico capaz de dar explicaciones sobre las plantas, sus nombres, orígenes, etc. Me gustan mucho las dos experiencias. Ninguna es mejor que la otra, simplemente son distintas. Eso es lo que vuelve al arte tan especial. Walter Entre la facultad y el posgrado pasé dos años viajando. Durante todo un año viajé por Estados Unidos, incluso llegando hasta México en mi camioneta, parando a lo largo del camino en la casa de amigos y familiares que me prestaban el sofá. Al año siguiente viví en Los Gatos, California, y trabajé en un curso extracurricular en una pequeña escuela primaria ubicada en las montañas de Santa Cruz. Allí realicé proyectos de arte con alumnos desde jardín de infantes hasta quinto grado. No tardé en notar que los chicos del jardín eran todos artistas interdisciplinarios, no tenían miedos y tenían mucho empuje. También constaté que tenía lugar una lenta regresión a medida que iban creciendo. Cuando llegaban a quinto grado, generalmente sólo un alumno por cada grupo era considerado un “artista” por sus compañeros, porque podía dibujar en una especie de estilo realista. Los otros niños se autoconvencían de que no tenían ninguna habilidad artística. Uno de los chicos del jardín se llamaba Walter. Era el más chico de toda la escuela y también era, se notaba,el más inteligente. De alguna forma aprendió muy rápido a multiplicar y dividir, y a los alumnos mayores les encantaba darle ecuaciones complejas esperando que volviera con las soluciones correctas, lo que casi siempre ocurría. Cuando estaba en la escuela, mis experiencias con la matemática fueron pésimas, y al salir perdí toda noción más allá de la matemática elemental del mismo modo en que los alumnos del quinto año perdieron todo su sentido artístico. Pero Walter quería más y más desafíos matemáticos, que sus clases de jardín no le suministraban. Entonces le pedí a Cleveland, a un amigo matemático, que me explicara un poco de álgebra básica. Cleveland es un profesor dedicado y paciente, y pronto tomé impulso con la matemática y con mi interés principal, que era ser capaz de pasarle a Walter lo que iba descubriendo. Cuando llegaron los proyectos de arte para los chicos, traté de que fueran lo más sencillos posible. Me gustaba hacer libros y entonces decidí mostrarles a mis alumnos cómo es que se hacen los libros. Walter se entusiasmó especialmente con la actividad. Cada día producía nuevas series de dibujos con temas específicos, como ser insectos, dinosaurios, fantasmas, monstruos, animales típicos de África, entre otros temas. Luego me dictaba el texto y el título, engrampaba todo junto y salía por el pequeño campus a mostrarles a todos su libro. Los chicos paraban los partidos de basket y se reunían para hojear la última creación de Walter. Después de habérselo mostrado a todo el mundo, descartaba el libro con total desinterés (yo rescataba de la basura todos los que podía) y comenzaba a especular sobre el tema del próximo libro. Noté que Walter había armado un pequeño sistema total de elementos cruciales para el proceso artístico. Él elegía un tema de su interés, como pueden ser los insectos, y expresaba sus sentimientos al respecto a través de dibujos y textos que, por último, compartía con el público. No había otros factores, ni otras motivaciones. No tenía interés en utilizar su trabajo para entrar en la universidad ni para conseguir una muestra en una galería. Tampoco buscaba hacer algo para que lo mencionaran en Art Forum. Percibí que yo había comenzado de la misma manera al empezar a interesarme por el arte, pero en algún momento a lo largo del camino, aquel sistema se había enajenado. Entonces decidí dejar de hacer arte por un tiempo hasta que lentamente volvieron a surgir nuevos proyectos en mi cabeza. Trataba de compararlos con el proceso de Walter, como para determinar si debía seguir adelante o no. Ha sido difícil mantener el grado de simplicidad e integridad de Walter, pero sigue siendo uno de mis objetivos. Aprender a amarte más En 2002 inicié un proyecto colaborativo en internet llamado Learning to love you more con la directora de cine Miranda July. Miranda y yo creamos lo que llamamos “tareas” del tipo: “escribí tu historia de vida en menos de un día”, “sacale una foto a lo que hay debajo de tu cama”, “describí tu gobierno ideal”, etc. Personas del mundo entero respondieron haciendo lo que llamamos “informes”, que resultaban de responder a estas consignas. Esos informes están archivados en el website para que las personas puedan ver y comparar sus contribuciones. En este momento tenemos más de sesenta consignas, y van en aumento, y más de 5000 personas ya presentaron sus informes. La idea es que a veces es bueno no tener que preocuparse por tener una idea y de ese modo es posible concentrarse en la experiencia. Para nosotros, las consignas funcionan como recetas que los usuarios pueden querer seguir al comienzo, para empezar a cocinar de su propia manera cuando se sientan más seguros. O para que puedan realizar otras tareas quienes no desean expresar sus propias ideas. Es como una clase de yoga en la cual los asistentes siguen a un profesor que enseña una variedad de diferentes posturas, y cuando están haciendo la downward dog, por ejemplo, en realidad cada cual hace su propia versión de esa postura. Personalmente me gusta mucho hacer clases de yoga aunque por algún motivo no consigo hacer las prácticas solo; el hecho de que existan ejercicios prescritos siempre me ha hecho sentir bien con la vida. La tía Grace En mi primer año en la facultad hice un libro fotocopiado con una larga transcripción de una entrevista que le había hecho a mi querida tía Grace cuando fui a visitarla a un asilo en una pequeña ciudad de Oklahoma, un poco antes de que se muriera, a los noventa y ocho años. Una de las personas a quienes les regalé una copia del libro de la tía Grace me dijo que se lo llevó a su casa durante las vacaciones de invierno y se lo mostró a su madre. Me contó que su madre leyó el libro y que le encantó. Eso me trajo dudas: ¿yo quería que a las madres les gustara mi trabajo? Por un segundo, me resultó un poco incómodo. Sin embargo, después de pensar un poco, me di cuenta de que efectivamente quería que a las madres les gustara mi trabajo. Quería que mi trabajo les encantara y les hiciera sentir diferentes emociones a personas de todo tipo. El dilema y la solución de la Historia del Arte Contemporáneo Durante los últimos dos años vengo intentando hacer que la universidad de Portland ofrezca un curso de Historia del Arte Contemporáneo, con el énfasis puesto en trabajos realizados en el siglo XXI. No sé por qué les parece tan difícil a los profesores de Historia del Arte. El año pasado la profesora encargada era una excelente persona, pero incapaz siquiera de llegar a la década de 1990 durante sus clases. Este año buscamos una nueva profesora. La encontré y le expliqué que no quería que mencionara lo ocurrido entre 1970 y 2000 a no ser por alguna relación con algo producido en la primera década del siglo XXI. También le pedí que no utilizara textos teóricos y que intentara no categorizar el arte por tópicos. En cambio, le pedí que mostrara una gran variedad de artistas y trabajos producidos a partir de 2000 y que después desarrollara una discusión con el grupo. Esto resultó ser bastante difícil: empezó con los años setenta, les pidió a los alumnos que consiguieran textos teóricos publicados antes de 2000 y dividió la materia en distintas temáticas. Unos diez alumnos abandonaron la clase con mi consentimiento y prepararon sus propias clases. Crearon un blog con links a websites de arte contemporáneo, comenzaron a intercambiar lecturas y escritos y también a organizar sus debates sobre la materia. Frecuentemente debo supervisar sus actividades y, hasta ahora, siento que les está yendo muy bien. Tres clases El año pasado di una materia en la cual pedí que cada uno de los alumnos buscara un departamento en la universidad que no fuera el de Artes y que allí encontrara a alguien, un profesor, un estudiante, un empleado, y le pidiera permiso para convertirse en artista residente del departamento. Entonces los alumnos se volvieron artistas residentes en los departamentos de Estudios Africanos, Ciencias, Música, Psicología, Análisis de Sistemas, etc. Pasaban las clases aprendiendo cosas y preparando proyectos para ese departamento. Con frecuencia hacían excursiones grupales por todos los departamentos y veían lo que estaba realizando cada uno de ellos. Tuve otra materia en la que el grupo se reunía una vez por semana para realizar una caminata siempre por el mismo recorrido. Caminábamos durante una hora y después dábamos la vuelta y volvíamos a la universidad. Les pedí esta vez que hicieran proyectos con personas y sobre cosas que encontraban durante el paseo y que armaran el trabajo a lo largo del mismo trayecto. Al final del curso, todos desarrollamos una mirada muy diferente de la visión inicial que teníamos de los barrios por los cuales habíamos estado paseando. Otra materia que dicté transcurrió completamente en el formato de viajes de campo. Los alumnos eran los responsables de organizar y conducir cada uno de los viajes y eran evaluados por la calidad de los viajes que organizaban. No me agrada poner notas, prefiero evaluar la organización y la ejecución de un viaje de campo antes que evaluar un objeto de arte. Visitamos represas, mansiones, parques, maizales, áreas suburbanas en desarrollo y centros de reciclaje, lo que ha sido muy divertido, educativo e interesante también. Proyecto crow de biodiesel Mi esposa, Wendy Red Star, es mestiza, de la etnia crow, y creció en una reserva crow en el centro-sur de Montana. Cuando me llevó allí para presentarme a su familia, percibí que se producía un fenómeno muy interesante en la reserva: por un lado, comían mucha comida frita en aceite y, por otro, usaban camionetas diesel. Wendy y yo tuvimos la idea de hacer un proyecto que combinara los dos aspectos de la vida de la reserva. El plan es crear una estación de biodiesel en la reserva que recoja y procese el aceite de cocina para transformarlo en biodiesel, de modo que las camionetas del lugar usen un combustible más limpio. Nuestra esperanza es que un combustible gratuito o más barato sea una atracción para que la gente vaya hasta la estación y que ésta sirva como un centro comunitario de fomento de experiencias educativas y culturales, dirigidas especialmente a tratar cuestiones y preocupaciones de la reserva. Tal vez pueda funcionar también como guardería. El vehículo usado para recolectar el aceite de cocina también funcionaría como un centro móvil de aprendizaje, atravesando la comunidad y ofreciendo servicios como la enseñanza de las costumbres y la lengua nacional de los crow, junto con información actualizada sobre salud y medio ambiente. En este preciso momento estamos en la fase de investigación y desarrollo. Tener una vida interesante Una vez un profesor del MFA me contó que el mundo del arte era su vicio y que nunca se sentía satisfecho. Cuando iba a un vernissage, inmediatamente deseaba estar en otro que le resultaba más importante. También leía Art Forum todos los meses para confirmar que su nombre fuera mencionado en alguna parte y si no lo encontraba se sentía deprimido. Creo que me lo contó como una advertencia. En general, lo que estoy tratando de hacer como artista es tener una vida interesante. Por lo menos es lo que vivo diciéndome a mí mismo. Muchas veces puede ser difícil, pero es básicamente lo que hago. Harrell Fletcher, profesor asociado de Arte y Práctica Social en la Universidad del Estado de Portland, ha creado proyectos colaborativos y participativos a lo largo de los últimos veinte años. Vive y trabaja en Portland, Oregon. “Algunas ideas sobre arte y educación” [“Some thoughts on Art and Education”] fue publicado originalmente en Luis Camnitzer (ed.), Educação para a arte. Arte para a educação. Fundação Bienal do Mercosul (Porto Alegre, 2009), pp. 310-317 para la versión en inglés. Traducción: Claudio Iglesias Antrópolis en Tecnopolis. Souvenirs apocalípticos del Bicentenario Victoria Márquez 21 de agosto de 2011. Domingo al mediodía. Me tomo el tren que va desde Retiro a José León Suárez, para bajar en la estación Migueletes. ¿Adónde voy? Al Parque Tecnópolis del Bicentenario, en Villa Martelli. Acompañada por una amiga extranjera, llamábamos un poco la atención hablando en inglés en el tren. Habrá sido por eso que una señora dio por hecho que nos dirigíamos a la nueva atracción martelliana y sin que le hubiéramos preguntado nada nos dijo: “Tienen que bajarse en la próxima, ojo que hay que caminar mucho hasta el micro”. Bajamos y, bueno, sí, unas dos cuadras, algunas piedritas, nada muy complicado, pero a veces las señoras exageran. Igualmente nos esperarían otra caminata y otras piedritas, esta vez un poco más grandes. Cruzamos una calle y caminamos por un senderito al costado de la General Paz, donde un colectivo 28 con su tradicional chofer malhumorado estaba aguardándonos. Después de un viaje de unos diez minutos ya estábamos en las puertas del predio. Fuimos recibidas por dos simpáticas chicas vestidas con el uniforme negro, que al preguntarles por la ubicación de Antrópolis, la obra de Julián d’Angiolillo, nos respondieron: “¿Realmente quie- ren ir ahí? Miren que no hay nada, eh”. Teníamos que pasar la pared de fuego, dijeron. Me sentía dentro de un videojuego. Aunque después de entrar, todo se pareció más bien a una feria como Expoagro o algo por el estilo, por la enorme e impresionante maquinaria agrícola que encabezaba la fila de stands, con sus banderas y puestos de comida al paso. No vi ninguna pared de fuego (lamentablemente, porque me dijeron que está buena) y de inmediato reconocí la megainstalación (¿obra? ¿ambiente?) en la que D’Angiolillo y un numeroso equipo trabajaron durante varios meses. Antrópolis es difícil de describir. Bastante difícil. Es un predio grande, que abarca una superficie de aproximadamente una manzana: un modelo de ciudad a escala, con pequeñas calles de tierra, donde podemos encontrar algunos postes de luz, mucha chatarra y piedras, el esqueleto de un Renault 12 quemado, hierros, alambres y escombros. Nada muy diferente de un terreno baldío cualquiera, o incluso de muchos sectores de Buenos Aires cercanos al río (seguramente el Riachuelo esté bordeado también por chatarra de este estilo). El contenido tradicional de un volquete, desparramado en voluminosas montañas. Eso fue lo primero que vi de Antrópolis. Apenas nos acercamos al lugar podemos divisar un pasacalle que nos indica que hemos llegado a destino: Antropolis – Nunca nunca hay cover. Esto resulta una suerte una frase en código para el público de la obra, que cree, en su mayoría, que Antrópolis no forma parte de Tecnópolis, es más, ni siquiera sabe que está parado sobre un pedazo de tierra conocido por ese nombre. Intrigada, le pregunté entonces a Julián por el origen de este cartel. La frase refiere a una búsqueda casual en internet de la palabra que da título a la obra: “la googleé para ver qué aparecía y encontré una discotheque muy famosa en Monterrey, México, que se llamaba así... uno de los slogans del boliche es nunca nunca hay cover... y me gustó... hay algo en eso de “nada sucede dos veces” o “no hay posible planificación” que me parecía genuino con el proyecto... cover puede ser también cobertura, refugio además, y algo de la precariedad se transmite en eso”. La improvisación y la espontaneidad parecen haber sido claves en la elaboración del proyecto. Hay sectores que incluso fueron dejados tal como estaban, como un conjunto de plantas “silvestres” pertenecientes al baldío original (Tecnópolis está montada sobre lo que fue el Batallón 601 del Ejército, y en este preciso lugar solía haber un cañaveral). La principal sensación que percibo a medida que me adentro en el lugar es de confusión, extrañamiento. Los límites de este espacio son difusos y el terreno muy accidentado. La obra está delimitada por vallas que la separan del resto de la exposición, pero hay también un vallado dentro de la obra-ambiente misma: en esta especie de ciudad miniatura las únicas construcciones que vemos son paneles de madera dispuestos a modo de cortina, como los que se usan para tapiar los edificios demolidos. Algunos tienen incluso pintadas políticas y viejos afiches de papel. Son las únicas estructuras que le dan forma a esta “ciudad”. Otra montaña, llena de escombros también, posee unas grandes lámparas redondas, embutidas dentro de la masa de tierra y chatarra. Restos de alumbrado urbano se mezclan con cubiertas de goma, hacia las cuales unos chicos apuntan intentando embocar unas piedritas. Recorro un poco más el lugar, que tiene varios sectores ocultos: no olvidemos que la palabra clave aquí es “relieve”. Incluso el mismo creador de la obra ha llegado a referirse a ella como land art, denominación con la que coincido plenamente. Es una obra que se conoce con los pies. Doy unas vueltas más y me siento un poco mareada, en un momento casi resbalo hacia un zanjón entre dos montañitas sobre el que había una una cinta con la leyenda “Peligro”, la cual ignoré pensando que se trataba de una ironía más de las que d’Angiolillo planta en el paisaje. Después me contará que los organizadores de la exposición la colocaron allí ya que algunos sectores de la instalación no estaban autorizados para el acceso al público. La seguridad primero. Hay una constante tensión entre Antrópolis y Tecnópolis, ya que, a pesar de formar parte una de la otra, la primera no es reconocida como existente ni por la mayoría de los asistentes (“¿Sabés que es esto?” me preguntaron dos curiosos al pasar) y aún menos por la policía que de a ratos la custodia. Parece entonces, más que una obra de land art, un ex- traño experimento social. Algunos niños corretean subiendo la pendiente hacia la montaña/mirador, otros se sacan fotos sentados sobre los caños, se divierten como si jugaran en la calle. Otros cruzan la instalación a paso firme, ansiosos por ir a conocer alguna otra maravilla tecnológica. Futurología no se puede hacer, dice uno de los varios pasacalles que cuelgan entre postes de alumbrado, surcando las improvisadas calles de tierra. Y, verdaderamente, no se puede. Por más que la estadística y sus ciencias amigas nos hagan creer que sí, que el futuro será tal como lo planeamos, como lo soñamos, no debemos olvidar que todo... puede fallar. ¿Será esta ciudad fantasma, este barrio baldío, lo que quedará después de que la Feria de Homenaje a la Generación del Bicentenario haya caído en el olvido? ¿Serán estos escombros lo que sobreviva a la ciudad de Buenos Aires que – tan eterna como el agua y el aire – podría algún día convertirse en ruinas? Sigo caminando por el terreno escarpado, subiendo a una parte alta de estas montañas de tierra y escombros, y me surgen cada vez más preguntas. Mientras me sumo en la contemplación del atardecer, mensajes superpuestos suenan a todo volumen a través de grandes parlantes (son parte de una interesantísima instalación sonora a cargo de Pablo Chimenti) y reconozco el discurso de inauguración del aeropuerto Ministro Pistarini, conocido hoy simplemente como “Ezeiza”. El aeropuerto del futuro. Casi me siento divisar la pista sentada sobre una viga de hormigón en este mirador vallado. Cuando llego a un punto alto veo toda Tecnópolis desde lejos, con sus stands y sus carteles, y al fondo la avenida, con sus edificios altísimos, con sus autos veloces, con sus casas suntuosas del otro lado de la General Paz. Antrópolis se parece demasiado al conurbano. Mientras las luminarias entran en funcionamiento (incluso aquellas que aparentemente estaban rotas e inmersas en las montañas de escombros) la luz se vuelve fría, y admito que empiezo a sentir una ligera angustia, parecida a la que se siente cuando se está solo caminando por la noche, en una plaza vacía. Me siento un poco lejos de casa, como buena porteña que soy, mientras el sol se pone sobre la ciudad fantasma donde el viento hace levantar tierra y mover los hilos de unos pasacalles que están a punto de volarse. ¿Será en realidad Antrópolis, más que una especulación sobre el futuro, un recuerdo del presente? ¿De su precariedad, de su endeblez, de la decadencia de las utopías que algún día parecieron realizables pero que se vieron reducidas después a un terreno baldío? ¿Habrá lugar, en esta Gran Feria del Progreso, para no encandilarse con las luces de neón, para pensar en las cuentas pendientes y pararse en el mirador para ver cómo están las cosas algunos metros más abajo? Garrotes y Cachiporras. Sobre La última región de Eugenia Calvo Por Lara Marmor El 25 de julio la agencia de fletes El rosario recibió una llamada para hacer una encomienda a Buenos Aires. La clienta no se tomó cinco minutos, sino diez para explicar el contenido de las cajas. También detalló con entusiasmo la cantidad y el tamaño de las placas y vigas que se sumaban al traslado. Mirta, la telefonista de la empresa acordó el valor del viaje y la fecha de entrega. La clienta le dio la dirección, Alsina 673, Capital Federal. La joven viajó a Buenos Aires. Antes de comenzar su tarea compró una lata de pintura color verde cítrico. Con vincha y ropa de fajina pintó una pared y las placas de plástico dispuestas en el piso. De este modo, delimitó un rectángulo dentro de la sala. Luego de tres días de montaje el resultado estaba a la vista. Contra la pared y el piso pintado había apoyado decenas de patas de todo tipo: patas de mesas, sillas y camas, palos y vigas. Todas ellas relacionados a la familia del garrote. Eugenia Calvo (Rosario, 1976) desplegó metódica y rítmicamente las piezas. Como una decomisación de armas la composición se llamó La última región. Eugenia Calvo fue invitada por el Fondo Nacional de las Artes para realizar una exposición en la sala de su subsuelo, que desde 2009 se encuentra destinada a producciones site-specific, es decir, propuestas realizadas para el lugar. Para ello, la institución otorga a cada artista o colectivo invitado entre $1000 y $1500. Muestrario de garrotes o cachiporras Al bajar las escaleras el visitante se encuentra con un muestrario de palos, cachiporras, trancas y garrotes. Lo mira y acosado por el silencio y la oscuridad de la sala, observa paranoico hacia arriba y a los costados. Luego aparece la incertidumbre sobre el origen y al destino de los objetos. Desde obras anteriores como El método tradicional (2007), donde el primerísimo plano de la toma fotográfica transformaba al puré de papas en tormenta sobre el paisaje de una vajilla inglesa, hasta su más reciente propuesta, La última región, Eugenia Calvo juega con el desvío de la funcionalidad original del objeto: el plato servido en un almuerzo familiar se transforma en cuadro o una pata de cama en arma. La dislocación es tan sugestiva que no puede ser indiferente porque siempre destila una sensación amenazante. Mientras que la serie fotográfica Entusiasmo y generosidad de 2007 retrata interiores domésticos con escombros de tierra o piedras, las fotos de Weekend de 2008 registran casas de veraneo, que por la perspectiva de la toma, aparentan estar tapadas hasta el techo por arena o arbustos como si una eternidad hubiese pasado desde la última vez que fueron habitadas. Desde adentro o por fuera, la artista construye la perspectiva de un sobreviviente. Sus proyectos, resultado de meses de elaboración, siempre hacen aumentar las pulsaciones, insisten una y otra vez en situar al público frente a escenas que exudan tensión. El derrotero de acciones con obje- tos atormentados o que atormentan tiene larga vida. Como en stand-by, en los trabajos de la artista se percibe la presencia de un tiempo suspendido. La serie fotográfica “Alarmas” de 2010 presenta diversos ambientes domésticos que advierten un desenlace violento. Como el tiempo no puede detenerse, la obra plantea la inevitabilidad del desastre: una alta e inestable pila de tazas se alza tras una puerta entreabierta; las astas de un ventilador apagado sostienen en la habitación desierta copas con vino blanco y una fuente de fideos reposa expectante apoyada sobre servilletas anudadas y atadas al picaporte de una puerta. La última región invita al espectador a tomarse un tiempo, es imposible ignorar que la morfología de cada uno de los objetos puede atraerlo para sublimar su ira en un acto de violencia, aunque también puede convocarlo, si su espíritu es más optimista, a emprender una tarea constructiva que promete ser casi imposible por la ausencia de otros elementos. Formada en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario, la artista trabaja a partir de diversos medios: la foto, el video, las instalaciones y las performances. Ella es parte de la comunidad artística de una ciudad que hoy se mantiene vital, en parte, por el funcionamiento del Museo de Arte Contemporáneo (MACRo) y gracias a proyectos autogestionados por artistas y teóricos del arte, dedicados al desarrollo de producción de obra, la investigación y la difusión del arte contemporáneo, como el espacio Roberto Vanguardia fundado en 2004 por Calvo junto a Lila Siegrist, Mauro Guzman, Sebastián Pincirolli y Nancy Rojas o la residencia de artistas el Levante, que funcionó entre 2003 y 2008. “La última región” testifica que Rosario sigue funcionando como usina en el campo de las artes visuales junto a obras como “El asesino de tu herencia” de Adrián Villar Rojas en la última Bienal de Venecia y el primer premio Petrobrás “Autorretrato sobre mi muerte”, de Carlos Herrera. En este contexto, la joven artista trabaja en su taller, más parecido a un desarmadero que al clásico “atelier” del artiste bohème. Al trabajo material: la elección de las piezas, su traslado y los juegos de asociación, se suma el inmaterial: imaginar antes de dormir, pensar mientras se toma la sopa o escribir durante el viaje en micro. En una coyuntura donde el trabajo del artista no es reconocido como tal, deja de ser un dato anecdótico, -aunque magro- el reconocimiento monetario por parte del Fondo Nacional de las Artes. Inventariando Quien visita “La última región”, no puede ignorar que el sótano se transformó en un lugar inquietante. Allí los objetos de madera resaltan sobre el piso y la pared vestida de verde vibrante. El color aísla el conjunto de la arquitectura y enuncia la premisa que determina que se trata de una ficción. El diálogo entre el verde-contenedor y el marrón-madera encuentra de este modo, profundos lazos de contacto con la acumulación de muebles y objetos teñidos de verde y azul que la artista presentó en 2009 bajo el título “Las fuerzas predominantes”. La relación del color con el ambiente y sus efectos sobre la percepción abarca un generoso espectro dentro del arte moderno y contemporáneo, desde el cuadro L´ Atelier (1911), donde Matisse reprodujo según su percepción la imagen de su taller, pasando por los trabajos del vanguardista constructivo Raúl Lozza, los ensayos sensoriales de Hélio Oiticica, hasta llegar a las experimentaciones actuales de artistas tan diversos como Liam Gillick o Karina Peisajovich. En contraste con la oscuridad de la sala, la iluminación focalizada en la acumulación de piezas presenta a la composición como espacio escenográfico. Algunos quieren tomar un garrote pero no pueden. Se trata de una provocación, el garrote como arma, como herramienta de una acción de sabotaje o vandalismo nos recuerda aunque distanciado por una diferencia cuantitativa al palo que la artista Luciana Lamothe apoyó junto al vidrio de entrada de la galería Ruth Benzacar en su última muestra Función. Custodiada por los hombres de seguridad del edificio, la instalación del subsuelo como estrato de una excavación arqueológica, se ocupa de revelar la historia de un contexto. Esta obra como las anteriores, trabaja con objetos y cosas que circulan en el mundo para darles un nuevo significado. La pasión por acumular y transformar el destino de los elementos ha sido objeto de cuentos y novelas; inquietó a filósofos y teóricos del arte. Músicos como Pierre Schaeffer y bailarines como los Stomp hacen vibrar con palos de escoba o vasitos descartables hasta al oído más exquisito. El juego de dislocación de la función original arrancó a inicios del siglo pasado con los ready-made duchampianos y las obras, hoy tan recurrentes, pensadas como acumulación, inventario, colección o archivo tampoco son novedad. Ya en los años 20´ en Manhattan, el por aquel entonces ignoto Joseph Cornell buscaba pajaritos chinos, botellas y canicas de colores, con ellos años después haría sus maravillosas cajas de arte. En las siguientes décadas, artistas de todas las latitudes juntaron cualquier tipo de cosas para torcer su destino. En los 90´ se intensificó la operatoria del inventario -caótico o reglado- y artistas como Portia Munson llegaron a reunir para sus instalaciones cientos y cientos de objetos. Pero hubo que esperar la llegada del nuevo milenio para que estas prácticas se multiplicaran por el mundo. En 1999 la exposición Deep Storage, curada por Ingrid Schaffner, agruparía por primera vez este tipo de prácticas conceptuales y del neo-conceptualismo. Didi-Huberman hacia fines del año pasado en el Museo Reina Sofía bajo la curaduría de ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? le daría una vuelta de tuerca al asunto. Todos los caminos conducen a Roma Hoy, los artistas que trabajan instalaciones con objetos son innumerables en el contexto local. Revelan el mundo que habitan con objetos personales, materiales de trabajo, basura o ropa. Sus propuestas discurren por diferentes caminos, haciéndose preguntas respecto al modo en que se construye el azar, sobre la retórica del consumo o bien cuestionan mecanismos taxonómicos. Abren los canales con el fin de intervenir en los archivos de la cultura desde perspectivas y motores de búsque- das heterogéneos. Es por eso que la originalidad no es la medida para evaluar estas prácticas, cuya presencia aún sigue siendo pulsante. Algunas obras de la artista rosarina son como un truco de magia, otras revelan la escena del crimen, nos acercan fragmentos de un sistema que se cae a pedazos, son una trampa, una fosa arqueológica o simplemente la escenificación del antes o después de la escena del pecado. Mientras los garrotes de La última región trinan sigilosos, como lo hacen las cosas durante las noches hogareñas, esperan inquietos ser capturados antes de volver a casa por la ruta 9. Sueñan con unirse a una barricada o una rebelión como lo hicieron con espadas y garrotes para defender el antiguo Imperio Romano los hombres de la novena legión de Bretaña, mejor conocida como la “última legión”. (Bitter) Sweet Home Malena Higashi Desde el 2000 Liliana Porter problematiza la idea de volver a casa en una serie titulada Regresar / To go back. Sigue trabajando durante varios años, la última de las obras es del 2009. La historia es siempre la misma: un hombre o una mujer en miniatura sigue un camino trazado en una mesa sobre la que está apoyado un jarrón chino y por el cual se continúa el camino que lleva a una casita perdida en un paisaje entre las montañas. A lo largo de la serie cambian los jarrones y cambian los paisajes. Pero los caminos siempre conducen a casa. Por fuera de la serie pero dentro del mismo período de producción, Man with Suitcases going home (2007) sugiere que a veces el regreso no es tan simple; parado en el centro de una superficie blanca, el hombre en miniatura que carga sus maletas tiene por delante al menos siete caminos -sutilmente trazados en grafito- que se entrecruzan, van en círculo, se difuminan. Porter vive en Nueva York desde hace 47 años. A mediados de septiembre, en una charla pública que dio en Buenos Aires y hablando sobre el concepto de regresar, definió lo que para ella significa la casa. “Es el lugar a donde estamos a salvo, donde está la solución”, dijo. *** La última novela de Alejandro Zambra se titula Formas de volver a casa. Siendo un escritor nacido en el 75´ que creció bajo la dictadura de Pinochet, podríamos sospechar que el volver tiene que ver con el exilio. Pero no. Volver a casa significa regresar a la casa de la infancia, la casa de los padres que está en Maipú, en un rincón perdido al oeste de Santiago. Una casa en la periferia de la capital y en la periferia de la dictadura. Una vez me perdí. A los seis o siete años. Venía distraído y de repente ya no vi más a mis padres. Me asusté, pero enseguida retomé el camino y llegué a casa antes que ellos -seguían buscándome, desesperados, pero esa tarde pensé que se habían perdido. Que yo sabía regresar a casa y ellos no. El niño invierte: son los padres los que no saben volver. Cada parte de la novela está marcada por un regreso donde es él quien tiene la necesidad de volver a la casa familiar. Está la certeza de que una vez que se aprende, el camino a casa no se olvida nunca más. Como en Porter, en la novela de Zambra, la casa de la infancia es un lugar donde se está a salvo. ¿Pero a salvo de qué? *** En El mensaje, un cuento de Clarice Lispector, una pareja de estudiantes que atraviesa un momento de la relación que ninguno de los dos se atreve a nombrar, va caminando por la calle en un tiempo que parece suspendido y sin perspectiva, sobre todo por el hecho de que están por empezar las vacaciones y se termina una rutina. Ambos están con la expectativa de que aparezca algo que simbolizara la plenitud de la angustia, que refuerce la decisión de separarse. Casi sin darse cuenta “tropiezan” con una vieja casa, una casa angustiada que parece tener la respuesta. Esta casa se parece a las de La serie de las casas de los amantes celosos (2004), una serie de 57 dibujos de Adrián Villar Rojas. En la serie no hay amantes ni cuerpos visibles. Hay casas teñidas de sangre, o de prints estilo militar. Hay casas que están en guerra y otras en tregua, ensombrecidas por los estados de ánimo de quienes conviven en ellas. En los dos relatos la tensión está puesta en las casas. Si la casa es el espacio de la intimidad, esta vez está ahí para hacerla pública: la “casa símbolo” de Lispector intenta dar un mensaje, y en la serie de Villar Rojas lo que piensan los amantes se refleja en las fachadas de las casas. “No te amo”; “Hell alive inside”, son las frases que aparecen escritas cubriendo la totalidad de las paredes, es decir, abarcando todo el espacio posible y contrastando -por el tamaño y la expresividadcon las palabras que susurran los amantes y que aparecen en globos de cómic o en globos de colores que flamean como banderas pidiendo auxilio. Por su parte la “casa esfinge” de Lispector parece estar a punto de revelar algo, pero la casa termina confesando que no tienen ningún secreto. “La casa era angustia y calma. Como ninguna palabra lo había sido”. En esta frase está el corazón del cuento: la casa representa algo que no puede expresarse con palabras. Ni la pareja del cuento ni los amantes de la serie tienen la capacidad de comunicarse. El narrador del cuento nota que hay algo impregnado en las paredes de la casa, un aire de estrangulamiento y un silencio de ahorcado tranquilo. Los dibujos de Villar Rojas dan esa misma impresión, quizás por la contradicción entre la perfección arquitectónica de cada casa y la oscuridad que parece haberlas tomado por completo, como una enfermedad. Estas casas se vuelven hostiles, como si fueran un espacio al que no se quiere volver.