Las narices de Gógol

Transcripción

Las narices de Gógol
Ganador del Reconocimiento al Mérito Estatal de Investigación 2014 en la Subcategoría de Divulgación y Vinculación
Las narices de Gógol
Rainer Matos Franco
S
i se observa un retrato de Nikolái Vasílievich Gógol (1809
1852), difícilmente habrá algo que llame la atención antes
que su cabello. Aunque sea tan oscuro como su capote
—así lo muestran las pinturas de Theodor Von Möller, quien retrató al escritor ruso al menos dos veces—, se trata de un corte
bastante inusual para la época por su longitud y sus peculiares
ondulaciones. La rareza del peinado obliga al observador a fijar
en él su mirada desde el inicio. Podría incluso decirse que Gógol
no solamente innovó en la literatura, sino que se adelantó unos
ochenta años a los famosos peinados page boy, tendencia de la
moda femenina capilar en la década de 1920.
Quizás lo segundo que se advierta en el rostro de Gógol será
eso que atrae irremediablemente en cualquier retrato: los ojos,
pequeños pero penetrantes, con una expresión que anuncia una
Retrato de Nikolái Vasílievich Gógol. Theodor Von Möller. 1841.
risa sardónica. O podría ser el bigote, no muy prominente pero
con suficiente visibilidad como para saber que era bien procurado por su dueño. Acaso la nariz, tan pálida como el resto del
óvalo facial, será lo último en lo que uno se fije, pues no hay un
contraste de colores más allá de la pequeña sombra proyectada
entre la punta nasal y el inicio del bozo en cualquier retrato del
literato ruso, lo cual impide trazar una frontera concreta entre
ambas zonas del rostro.
Sin embargo, la nariz de Gógol era gigantesca, como sugieren
sus retratos y el que parece ser el único daguerrotipo que hay de
él, capturado por Serguéi Levitski en 1845. Tan pronunciado era
su cartílago nasal que podría suponerse la ausencia de narinas,
pues ni los retratos de Von Möller ni el daguerrotipo de Levitski
permiten definirlas plenamente. No obstante, casi cualquier persona que haya leído a Gógol puede suponer sin problema que
tenía, como todo ser humano, fosas nasales. De manera entreverada en sus líneas, Gógol hace una y otra vez referencias constantes a olores —y narices— en la mayoría de su vasta obra, algo
que en ocasiones ha pasado desapercibido entre sus lectores,
biógrafos y analistas.
El primer cuento que leí de Gógol fue La nariz (1836), famoso
porque relata cómo una nariz se desprende de su dueño y camina por la calle vestida de consejero de Estado. Por supuesto, no
es extraño que en La nariz el autor mencione decenas de veces
la palabra “nariz”. Sin embargo, al leer enseguida La avenida Nevski (1835), una oda a la arteria principal de San Petersburgo que
cuenta un par de historias paralelas, me percaté de algo. En el
cuento, el forjador Schiller (de “bastante gruesa nariz”), al discutir con el zapatero Hoffman, afirma categórico “¡no la quiero, no
necesito la nariz!”, pues le cuesta muy caro el rapé. Al terminar la
discusión, bastante ebrio, Schiller hace una peculiar invitación a
Hoffman: “¡No quiero la nariz! ¡Córtame la nariz! ¡Aquí tienes mi
nariz!”. Se nos dice que, de no haber aparecido Pirogov, uno de
los protagonistas del relato, “Schiller se hubiera cortado la nariz”.
No pude evitar acordarme de La nariz al leer este pasaje, e incluso palpar la mía para sentir que allí seguía
La tercera historia que leí del ruso oriundo de Ucrania fue Roma
(1842), novela inconclusa, descripción abigarrada de la ciudad
eterna, donde Gógol pasó varios años. Acaso lo menos notorio
cuando uno deambula por Roma sean narices —Jep Gambardella
rara vez se topó con algo así—; no obstante, Gógol las advierte
cinco veces hacia el final, como si se hubiese olvidado de mencionar, tras contemplar embelesado la Caput Mundi, lo que ya
parecía un obligado leitmotiv nasal en sus textos. En Roma hay
narices que cuelgan “como un hacha”; el Diablo mismo arrastra a
Peppe de su nariz por los tejados de la ciudad; aparecen narices
que representan números de la suerte. Comencé a oler algo raro
en todo esto.
Más tarde tuve oportunidad de leer El abrigo (1842), donde, dejando de lado la maravillosa historia del desdichado Akaki Akákievich, aparecen más narices: unas inhalan rapé, otras son “algo
encorvadas sin dejar de ser bellas”. En un pasaje de El abrigo se
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menciona incluso que el mayor enemigo de las narices de los
petersburgueses que ganan menos de 400 rublos al año es una
helada punzante, que ataca “de tal forma las narices sin elección
de ninguna especie, que los pobres empleados no saben cómo
resguardarse”.
Empecé a meter las narices en otras obras de Gógol. Confieso
que leí Diario de un loco (1835), en realidad, para buscar cuántas
veces se repetía la palabra “nariz”. El resultado fue sorprendente.
El protagonista, un hombre cuya escritura avanza paralela a su
demencia, registra en su diario que un 4 de octubre, al recoger
un pañuelo, por poco resbala y embarra la nariz en el parqué.
El 12 de noviembre, prosigue, a punto estuvo una perrita de
“morderme la nariz” al intentar acariciarla (¿por qué no estuvo a
punto de morderle la mano entonces?). El 3 de diciembre anota
que ser un Kammerjunker no confiere “una nariz de oro”, pues
cualquier Kammerjunker la tiene “igual que yo y que todos los
mortales”. El 30 de febrero, en Madrid —el protagonista ya ha
perdido la razón en este punto del texto—, el loco escribe que en
la Luna viven únicamente narices, “y por eso mismo nosotros no
podemos ver nuestras narices, porque todas se encuentran en la
Luna”, para terminar confesando su temor al saber que la Tierra
iba a sentarse sobre la Luna, “imaginando el tormento que sufrirían nuestras narices”. La frase final de Diario de un loco es, por
si no había quedado claro, “¿Y sabe usted que el dey de Argel
tiene un cono (shishka) debajo de la nariz?”.
En El retrato (1835), cuento corto, encontré tres narices más. En
las cuatro historias que componen Mírgorod (1835) circulé “nariz” y sus derivados (“nasal”, “narina”) 37 veces, de las cuales tan
solo 27 se hallan en el cuento Por qué discutieron Iván Ivánovich
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e Iván Nikíforovich, de apenas 63 páginas —o sea que cada 2.3
páginas uno se topa con la palabra “nariz”—. En El casamiento
(1842), Tecla tiene que garantizar a Ágata Tíjonovna que la nariz
de Baltasar Baltasárovich Zhevakin es “buena” y que está “en su
lugar” (¿y por qué habría de estar en otro lado?). En El lugar encantado (1832), un anciano atisba lo que parece un rostro en la
montaña, el cual tiene una nariz “como odre de fragua”, es decir
con unas fosas nasales tan enormes que “¡al menos puede verterse una cubeta de agua en cada una!”.
En Almas muertas (1842) gasté más grafito circulando la palabra
“nariz”, y el número de página en que se encontraba, que haciendo anotaciones y subrayando oraciones enteras. En la novela,
acaso su máxima obra, Gógol escribe 55 veces “nariz, “nasal” o
“narina”. Se trata del escrito con mayor mención de narices —sin
tomar en cuenta La nariz, con 107— en toda la bibliografía gogoliana, e incluso uno donde gozan de un protagonismo bastante
singular, desde la forma en que el protagonista, Pável Chíchikov,
se suena la nariz (“como una trompeta”), hasta personajes cuya
descripción gira en torno a ella. Un ejemplo muy interesante se
observa en el capítulo III, donde aparece Nozdriov, un gran propietario adicto al alcohol y al juego. Como es tradición en la época dorada de la literatura rusa, ningún personaje tiene un nombre
por casualidad. La palabra (nozdriá) significa, literalmente, “fosa
nasal”, y Gógol advierte que este hombre “quizá desempeñe un
papel bastante importante en nuestro poema”, acaso ofreciendo
una pista sobre el peso de las narices en toda su obra. Más adelante, el autor explota el nombre del susodicho cuando escribe
—cito la excelsa edición de la Universidad Veracruzana, la cual
asumo que tradujo Sergio Pitol aunque por desgracia en el libro
no se aclare— lo siguiente:
Nozdrev [Nozdriov] no podía permanecer en su casa más
de un día. Su fino olfato notaba a una distancia de diez
verstas dónde había una feria, con reuniones y bailes; en
un abrir y cerrar de ojos se iba allí, disputaba y alborotaba
ante el tapete verde, pues tenía pasión, como todos estos
individuos, por las cartas. Como ya hemos visto en el capítulo primero, no jugaba muy honradamente, sabiendo
muchos trucos y otras astucias, por lo cual a menudo el
juego terminaba con otro juego: o le daban una tanda de
puntapiés, o bien le trasquilaban sus pobladas y vistosas
patillas, de modo que a veces volvía a su casa con una
sola patilla y aun ésta bastante rala. Pero su salud y sus
rollizas mejillas poseían tanta vitalidad, que las patillas no
tardaban en crecerle, y hasta mejor que antes. Y lo más
extraño, cosa que sólo puede suceder en Rusia, después
de algún tiempo volvía a reunirse con aquellos amigos
que lo habían apaleado, y lo hacía como si tal cosa, y tanto él como sus amigos seguían tan campantes.1
Demasiada aventura para un buen olfato. Es de notar que toda la
descripción de Nozdriov (o sea, del Sr. Fosanasal o Sr. Narina) se
desprende de cómo percibe un olor. Si se sustituye la frase que
resalté en itálicas al principio del párrafo, “su fino olfato notaba”, por la original en ruso, el cambio es notorio. Gógol escribió
originalmente (“chutkii nos ego slyshal”), cuya traducción literal
es “su sensible nariz oía…”. O sea que el fino olfato no notaba,
sino que la sensible nariz oía; la sensible nariz del Sr. Narina,
Nozdriov. No solamente se desprende de la mención de la nariz
del Sr. Fosanasal (por desgracia omitida en esta traducción) toda
la síntesis de su cotidianeidad, su vida de jugador —lo que ya le
otorga al trozo de cartílago una importancia considerable en el
párrafo—, sino que, además, su nariz o-í-a. La nariz de Nozdriov
es el sujeto de la oración, del párrafo y de toda la descripción de
su persona, haciendo honor a su nombre. Esta sinestesia acentúa
deliberadamente un carácter humano en ese pedazo de cuerpo que excede sus posibilidades nasales. Es una lástima que la
Retrato de N. V. Gógol. Theodor Von Möller. 1840.
1 Nikolái V. Gógol, Las almas muertas, Xalapa, Universidad Veracruzana,
Biblioteca del Universitario, 2007, pp. 115-116.
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alegoría se pierda en la traducción citada pues es allí, en esas
expresiones de lo ridículo, en las frases cargadas de oxímoros y
aparentes disparates, donde reside el genio de Gógol.
En este punto del ensayo es preciso y posible decirlo: Gógol tenía un problema con las narices. ¿De dónde surge esa fijación?
¿Se trata de un trauma ante la largura de su propia nariz? Otro escritor ruso, Vladímir Nabókov (1899-1977), ha sido uno de pocos
entre quienes se percataron de este misterio nasal en su biografía
y magistral estudio sobre el que consideraba el máximo escritor ruso (Nikolai Gogol; 1944). El libro de Nabókov comienza,
de hecho, con la escena de la muerte de Gógol el 4 de marzo
de 1852: inanición —inducida por un sacerdote charlatán—, depresión —acababa de quemar desesperado la segunda parte de
Almas muertas, acto que Iliá Repin capturó en una espléndida
pintura—, una tos terrible y un doctor que le introdujo sanguijuelas (¿por dónde más?) por la nariz en su lecho de muerte. Esta última anécdota sirve al autor de Invitado a una decapitación para
examinar las narices en la bibliografía de Gógol. Gracias a aquél
sabemos, primero, que Nikolái Vasílievich podía tocarse la punta
de su larga nariz con el labio inferior en su juventud; segundo,
que escribía a menudo sobre ella y su largura en su correspondencia2. Nabókov quiere pensar que, lejos de un problema explicado freudianamente donde la nariz era un símbolo fálico —seguramente algo tendrá de verdad, pero habrá que preguntar a un
psicoanalista—, este leitmotiv nasal es más una forma de satirizar
y mostrarse “particularmente ruso” al mundo pues, recalca, no
era novedad en la época la fijación de la literatura rusa con las
narices. Para demostrarlo, Nabókov enlista un sinnúmero de refranes rusos que tienen como principal sujeto la nariz.
Puede que Nabókov tenga algo de razón. En la década de 1830,
la de mayor productividad en la obra gogoliana, era común el
2 Vladimir V. Nabokov, Nikolai Gogol, Nueva York, Penguin Books, edición
corregida, 13ª reimpresión, 1971, pp. 1-5.
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tropo literario en Rusia de narices que aparecían y desaparecían,
tendencia con nombre propio: nosologiya, que puede traducirse como “nasalogía”. En 2010 apareció una antología de Gógol
bajo el sello de la editorial rusa Direct Media con comentarios
muy esclarecedores al respecto3. Allí se dice, por ejemplo, que
cuando el suplemento literario de la gaceta Russkii Invalid se
convirtió en la principal publicación literaria de San Petersburgo
tras la interrupción de la Literatúrnaya Gazeta en 1831, apareció
en su número 72 (9 de septiembre de 1831) la traducción de un
chiste francés titulado “La nariz”, la “confesión tragicómica” de
un hombre “cuya colosal nariz desviaba la atención de cada detalle de su rostro”. Este número apareció un año antes de que Gógol comenzara a escribir La nariz —publicada hasta 1836— pero
cuando ya mencionaba varias narices en sus primeros escritos.
De hecho, se afirma allí mismo que Gógol repite la frase del chiste francés de manera casi exacta en “Moría un farol…”, cuento
incompleto de 1832, donde describe cómo la nariz de uno de los
personajes era “la continuación de sí mismo”. El propio Nikolái
Chernyshevski (1828-1889), escritor radical, llegó a decir en la
década de 1850 que La nariz de Gógol no era más que una nueva
versión “de un conocido chiste”.
La literatura extranjera coetánea de Gógol también se menciona
en ese volumen entre las posibles influencias “nasalógicas”. El
autor alemán Heinrich Zschokke escribió una historia llamada
“Elogio a la nariz” (Pojvala nosu, en ruso) que se llegó a traducir
en Moldá (Rumor), suplemento de la gacetilla petersburguesa Teleskop (Telescopio), en 1831. Allí se mencionaba la importancia
del cartílago nasal para todo hombre y el efecto tragicómico de su
pérdida. En 1832, también en Russkii Invalid, apareció el cuento
“Panegírico a la nariz”, de un tal Nekii Karlhof, quien describe
cómo “con la pérdida de la nariz se pierde la dignidad humana”4,
que es la moraleja de La nariz de Gógol. Como influencias tempranas sobre estas obras se cita The life and opinions of Tristram
Shandy, Gentleman, de Laurence Sterne (1759-1767) —publicado de manera seriada en Rusia hasta 1804-1807—, y al menos
las primeras tres historias de Hajji Baba (1824; 1828; 1832) de
James J. Morier, donde ya se encuentran muchas sátiras nasales.
Resulta demasiada coincidencia que estos textos aparecieran en
gacetas rusas al tiempo que Gógol comenzaba a mencionar narices por doquier y un año antes de redactar la primera frase de
La nariz.
En la tabla a continuación se muestra el conteo que realicé de
las menciones de “nariz”, “nasal” o “narina” en todas las obras de
Gógol, sin contar “olor”, “olfato” o verbos como “oler” y sus variantes. Recurrí a la Biblioteca Electrónica Fundamental en línea
(feb-web.ru) —que cuenta con ediciones originales comentadas,
bibliografía completa y la historia de la escritura y publicación
obra por obra de todos los escritores rusos— para revisar los originales en ruso, pues las traducciones pueden aumentar o disminuir el número de “narices” para dar sentido a la redacción. Si no
se toma en cuenta La nariz, donde hay 107 menciones, resta un
total de 189 menciones de narices en 25 obras por espacio de 11
años (1831-1842), con un promedio de 7.5 menciones por obra.
Resulta sorprendente que casi todos los trabajos publicados de
Gógol —no figuran en la tabla aquellos en los que no aparece
“nariz”, en realidad una minoría—, así sean de 15 o 500 páginas,
tienen más de una mención.
Menciones de “nariz”/”nasal” por obra de N. V. Gógol cronológicamente
Obra
Año de publicación
Menciones de “nariz”/”nasal”
La carta perdida18312
La feria de Soróchyntsi
1831
4
Noche de mayo, o la ahogada 1831
3
La noche de San Juan
1831
3
El terrible jabalí18313
Único daguerrotipo conocido de Gógol. Serguéi Levitski. 1845.
3 N. V. Gógol, Nevskii Prospekt. Nos. Rim, Moscú, Direct Media, 2010.
4 Iliá Reiderman, “Gogol kak postmodernist” (“Gógol como posmodernista”), en Doksa. Zbirnyk naukovyj prats z filosofii ta filologii, vol. 10, Odesa,
Universidad Nacional de Odesa, 2006, p. 138.
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Obra
Año de publicación
Menciones de “nariz”/”nasal”
El hetman18321
Iván Fiódorovich Shponka y su tía 1832
1
El lugar encantado18328
Nochebuena18327
Orden de Vladímir, tercera clase 1832
4
La terrible venganza18323
“Moría un farol…”18334
La avenida Nevski183512
Diario de un loco18359
Por qué discutieron Iván
Ivánovich e Iván Nikíforovich 1835
27
El retrato18353
Tarás Bulba18353
Terratenientes de antaño
18351
Vii18356
El carruaje18363
El inspector18364
La nariz
1836
(-)107
El abrigo18429
Almas muertas184255
El casamiento18429
Roma18425
Total (sin La nariz)189
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uno de sus propios personajes: de una forma por demás ridícula
y triste a la vez. Resulta muy revelador que esas sanguijuelas que
devoraron su nariz en sus últimas horas terminaran por matarlo:
como si no pudiese vivir sin ella.
Distraído —y no es para menos— en la magnífica prosa gogoliana, en la sátira implacable y en la exposición de la existencia tan
mediocre e irrisoria de sus personajes, el lector de Gógol quizás
no alcanza a advertir la constante nasal en la obra de Nikolái
Vasílievich. Y no deja de ser curioso que casi nadie se haya percatado de ello, porque quien lea a Gógol tiene esta evidencia,
literalmente, ante sus narices.
La enorme fijación de Gógol con las narices es un misterio que
quizás no tenga respuesta. Quizás se deba a que, como afirma
Simón Karlinski, era un homosexual a escondidas5 y, por ende,
cada nariz funge como analogía de algo más, o a que vivía acomplejado con la longitud de su nariz y encontró una forma de disolver el trauma en la nasalogía del decenio de 1830, adaptándola
a su propia obra. La respuesta puede variar (asociaciones fálicas,
acomplejamiento por su físico o uso de una tendencia literaria),
pero el genio de Gógol permanece igual. Si La nariz no fuese
una obra de arte de lo más original, algo sin precedentes en la
literatura del Imperio ruso, Alexánder Pushkin (1799-1837) —el
mayor poeta de Rusia y creador del lenguaje romántico nacional
en su máxima expresión— no la hubiese loado como lo hizo, ni
Dmitri Shostakóvich (1906-1975) le hubiera hecho justicia con
su primera ópera, La nariz (1928). Por si fuera poco, Andréi Bieli
(1880-1934), en su obra maestra, Petersburgo (1913), hace una
clarísima referencia a las narices de Gógol cuando describe así
las avenidas de la entonces capital imperial, frase que repite con
ligeras modificaciones dos veces más en la misma novela:
Pasaban rápidamente los rostros ensimismados; murmuraban las aceras y hacían resonar las pisadas; arrastraban
sus chanclos los transeúntes; navegaba solemne una nariz mezquina. Desfilaban narices en gran cantidad: narices
aquilinas, de pato, de gallo, verdosas, blancas; desfilaba
por aquí incluso la ausencia de toda nariz.6
Gógol, al igual que su admirado amigo Pushkin, murió como
5 Simon Karlinsky, The sexual labyrinth of Nikolai Gogol, Cambridge,
Harvard University Press, 1976. Cf. la reseña de John Fennell en Russian
Review, vol. 36, no. 4 (1977), pp. 526-528.
6 Andréi Biely, Petersburgo, trad. de Rafael Cañete Fuillerat, Madrid, Akal,
2009, p. 26.
Monumento al cuento La nariz de Gógol en el número 36 de la avenida Voznesenski, San Petersburgo, Rusia. El texto dice “Nariz del mayor Kovaliov”. (Reproducida con permiso de Creative Commons. Autor: Misha.at.darmouth)
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