Escribiendo fotografias TAPA.cdr

Transcripción

Escribiendo fotografias TAPA.cdr
LINO MARCOS BUDIÑO
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Mar del Plata, P. Buenos Aires, ARGENTINA, 2015
Colección Estudios e Investigaciones
ESCRIBIENDO FOTOGRAFÍAS DE AMIGOS
INDICE
(Por orden alfabético de los capítulos)
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
Introducción
Alberto y Mecha
Ángel
El Bocha Chaya
Eneas
Enrique
Frank
García Moreno
Grosso
Haydée
Perla y Chana
Quique Lugand
Ron y Aldo
Referencias de colaboradores: Como siempre, los amigos
que permiten que este librito salga bien, son Ana María Ewert en
la parte técnica, el equipo de la Librería Alemana de Mar del Plata,
representados por el artista local Nicolás Medina, y esta vez una
multitud más, que son los que prestaron su historia en los doce
capítulos.
En la foto: el Bocha Chaya, cruzando en catamarán el dique
Cabra Corral, en Salta, Argentina.
Mar del Plata, Argentina, noviembre de 2015.
ESCRIBIENDO FOTOGRAFIAS DE AMIGOS
INTRODUCCIÓN
Cuando éramos chicos el 80 era un número alto. Con ochenta
guitas te comprabas varios chocolatines o un helado grande en verano. Ver
pasar un coche rapidísimo y decir “iba como a ochenta” era normal. “Te voy a
dar ochenta patadas” si te portás mal, era un término habitual. Ver caminando a
un hombre de ochenta años, eso sí no era normal.
Hoy día, no digo que ochenta años es la mitad de la vida, pero cada
vez hay más viejas vestidas de pebetas transitando por las calles de Mar del
Plata y parecida cantidad de varones con el infaltable equipo deportivo de los
entrenadores de futbol.
Mar del Plata, hoy día, navega para convertirse en el Geriátrico al
Aire Libre del Atlántico Sur, y no faltará mucho para que los diarios se aburran
de publicar que Fulanita/o festeja sus primeros cien años en un conocido
restorán del centro.
Nelly Omar cantó – y muy bien – más allá de los 102, Marianito
Mores araña el centenario y en estos días el Maestro Salgán festeja a puro tango
la tracalada de 1.200 meses.
Pero estos tipos son conocidos, gracias a la música ciudadana.
Y ¿qué hacemos con los humanos del montón? que viven en el
barrio, o que viven lejos pero son nuestros amigos o que merecen ser famosos
en el corazón afectivo de la sociedad.
También están aquellos que han sido injustamente valorados, por
esa envidia, resentimiento o estupidez que es propio de la condición humana,
pero que es injusto ignorar.
Y aquellos con quienes la pasamos bien, porque son alegres,
divertidos, compinches y profundos, porque sin inteligencia hay cosas que están
vedadas y suelen ser las más simples
Entonces decidí, escribir una fotografía.
Una suerte de fogonazo, instantáneo, iluminado en valores. Un
shock que perpetúa el relato, y que en el fondo de tu ser te permite darle
movimiento a una imagen congelada.
Una foto escrita que va directamente a la mente, y que se amplía
en función de tu personalidad, con la ayuda del contorno que te fija los límites.
Eso que vemos todos y que nos permite reconocerlo a través de
los sentidos: de los cinco y de otros más que juegan en el potrero dimensional
de los seres vivos, y que por ahora, la ciencia lo reduce al mundo animal. Y
humano, naturalmente.
Es una foto escrita. Es la foto que yo tomo con la cámara de mi
cerebro, pero que los demás le ponen color, paisaje, sonido y otros elementos
adicionales que se aglutinan en sus mentes.
En el potrero físico, que es la cotidianeidad, las relaciones
interpersonales muchas veces sucumben frente a las tareas diarias de corte
comercial, legal, laboral, etc. Un traslado nos ubica en nuevas tierras y nuevas
amistades de diferente rango, estima y condición. Un deceso opera igual, pero
siempre queda aquello que nos hizo bien, ahora, a la larga o a la corta, y aunque
no aflora a cada rato, es como una fotografía expuesta sobre el estante de la
chimenea.
¿Por qué elegí los ochenta años?
Un pariente mío, español de muy alto rango en el Ejército del Aire,
con sus sesenta años (con la inflación del progreso evolutivo de la humanidad
que hoy da ochenta) solía repetir que esa era la flor de la vida: experiencia,
respeto público, deseos olvidados, prestigio vital y sano orgullo personal por el
deber cumplido.
“Tú puedes, chaval, mirar para atrás muy rápido, pero muy lento
hacia adelante, porque el tiempo juega favor tuyo. La gente sabe quién eres y
si no lo saben, respetan tus canas, tus arrugas y los galones del uniforme. Los
que te recordarán bien serán aquellos que te agradecen algo: un consejo, un reto
a tiempo, una advertencia y siempre una conducta justa y afectuosa. A estas
edades, Dios te ha dado el grado académico de Maestro de la Vida”
Quiero escribir algunas líneas para un puñado de amigos con los
que he aprendido algo importante. Algunos se fueron antes porque seguramente
terminaron su misión en este plano, y otros han venido programados para seguir
enseñando.
A diferencia de los músicos citados, cambiaron el piano por el
ejemplo, aunque no es una diferencia tampoco, es otra forma de componer y de
deleitar con otro instrumento.
En este primer tomo se cuentan un puñado de historias de amigos
que vale la pena conocer. Algunos andamos por los sesenta y setenta años,
otros superaron los ochenta y hay también relatos de gente que cambió de
dimensión, pero que sus obras (físicas, espirituales y siempre afectivas) aún
perduran, y la intención es que lo sigan haciendo ganándole al tiempo.
Muchas Gracias
Lino Marcos Budiño
Alberto y Mecha
Recién casados, sin hijos aún y a pocos meses de habernos
graduado en la universidad, ganamos un concurso de antecedentes y oposición
en el recientemente inaugurado Hospital Regional de Comodoro Rivadavia.
Veníamos de una interesante experiencia en La Plata, mi esposa
en el Ministerio de Bienestar Social y yo en los Hospitales de Melchor Romero
y del Instituto Neuro psiquátrico del Servicio Penitenciario.
El cargo venía con departamento incluido, totalmente amoblado y
gastos de mantenimiento pagos. Los otros compañeros: los jefes de servicios,
el titular de las residencias médicas, las monjas enfermeras canadienses y
obviamente el director del complejo completaban el piso tercero.
El ingeniero de mantenimiento, un experto en biotecnología e
inventor de aparatos de electromedicina, era Alberto Cohen, casado con
Mercedes Serruya y dos hijos veinteañeros. Uno en la colimba. Ellos vivían en
la planta baja, en una casa grande con patio, ventanales frente al mar y mucho
aire puro y fresco. Demasiado fresco.
Todo nuevo y a estrenar, como rezan los martilleros.
Corrían los tiempos de la Administración Onganía, y los
responsables de la Salud Pública Federal, eran dos especialistas que venían
del sanitarismo frondicista: Holmberg y Mundet: brillantes. Ellos nos dieron todo
su apoyo para iniciar un modelo de gestión que resultó exitosa, tomando a la
región patagónica como punto de partida.
El asistir a la medicina clásica con tecnología, sociología y
economía, nos juntó en nutritivas reuniones de planeamiento estratégico,
mañana y tarde.
Como nada es casualidad sino causalidad, nos hicimos íntimos
amigos y dejamos de tratarnos físicamente cuando Dios los llamó para tenerlos
a su lado, con el agradecimiento del deber cumplido. En este plano pasaron
más de 90 años sirviendo a sus semejantes. Medio siglo lo compartimos, pero
todo pasó volando.
Ellos fueron esos padres substitutos que teníamos a mano, pero
los tratábamos como hermanos mayores, para no ofender a Mechita que
además de coqueta se esmeraba por mantenerse joven y a la moda. El flaco
Alberto, una especie de David Niven de aquellos años, era divertido, irónico por
su ascendencia inglesa e ingenioso. La esposa era pura sangre latina, madraza
y confidente.
Las pocas cosas que sabemos de la vida y además – esa manía
que tiene la ciencia para insistir con el racionalismo – nos impide comprender el
parentesco más allá de la sangre y la genética. Lo que sabemos es que somos
familia. Solo Dios sabe estas cuestiones. Nosotros intuimos que hay algo más
que une fuertemente: ¡debe haber una genética del espacio!
La política – y no es una novedad sino una naturalidad – nos
desplazó de los cargos jurídicamente obtenidos, porque vinieron otras
personas a dar nuevas órdenes. Eso era común en las administraciones
militares porque la Justicia estaba condicionada, pero el mal ejemplo no tardó
en apropiarse de las conducciones democráticas. ¡Ya todo es igual!
Hasta que compramos nuestra casa, vivimos en lo de Cohen. Ya
instalados, fueron ellos los que vivieron con nosotros, hasta que tuvieron el
techo propio.
Alberto había inventado una máquina para eliminar los cálculos
renales, y diariamente cargaba damajuanas del agua milagrosa para los
vecinos afectados sin cobrar un peso.
Naturalmente trabajaba en forma privada para los hospitales,
clínicas y consultorios de la región y le iba bastante bien. En sus ratos libres,
desde un chasis de rezago se fabricó una casa rodante, y los fines de semana
partían hacia diferentes lugares de playas, montañas, bosques o mesetas.
Con los hijos grandes e independientes, esta pareja de
enamorados - propia de películas románticas que suelen contar fantasías de
celuloide - emprendió nuevos rumbos tratando de amalgamar un talento fuera
de serie con un gran emprendimiento.
Y así se instalaron en el Uruguay, mientras que nosotros
retornamos a La Plata, corridos por esa política decadente que ahumó la vida
de los que siempre tienen mucho que dar, bastante creatividad para crecer e
idealismo no considerado.
Cuando terminó la tarea profesional en el nuevo complejo oriental,
los empresarios huyeron con el dinero de inversionistas, trabajadores y
proveedores. Nuevamente, en Pampa y la Vía.
Por razones de distancia – sus hijos estaban lejos e iniciando una
nueva vida – Mecha y Alberto tuvieron sus comodidades y afectos familiares en
nuestra casa grande de Villa Elisa, con cinco “sobrinos” y una decena de
perritos. Su propia casa ya estaba ocupada por nietitos pequeños.
La inauguración de la Universidad Maimónides, con flamantes
carreras de ciencias de la salud consolidadas en programas modernísimos y de
probada experiencia en USA, Israel y Alemania, fue la oportunidad para que
Alberto fuera contratado por la Fundación presidida por el Dr. Ernesto
Goberman (otro visionario) con buen sueldo, alojamiento y beneficios.
Mecha y él trabajaron desde el comienzo en lo que hoy es una de
las mejores universidades del continente. Como Rector Fundador de la misma,
puedo decir que Alberto Cohen fue la pieza que completó el sistema médico
transdisciplinario, y que si aún no se han logrado mejores resultados, es porque
el tiempo y el espacio son determinantes en esta dimensión política.
Por la variedad y número de talentos que posee nuestro paíscomo afirma Andrés Oppenheimer, - llevamos un atraso de medio siglo, más o
menos el tiempo en que la improvisación y las tropelías de las clases
dirigentes vienen actuando en esta comedia de enredos que es la Argentina.
Con muy largos ochenta años de vida, retornaron a sus pagos
cordobeses para disfrutar del sol, el clima y la intimidad.
Hace poco – con escasa diferencia – los Cohen retornaron a la
Casa del Padre. Físicamente dejaron obras, afectivamente buenos recuerdos y
espiritualmente las mejores vibraciones que nos rodean, día a día, minuto a
minuto, segundo a segundo.
Afortunadamente nos quedó de amuleto la tacita de café de la Tía
Sarita.
Angel
La vida siempre tiene un antes y un después, pero hay momentos
que son más trascendentes que otros, y que valen solo para uno, porque
cambian cosas, modifican las maneras de apreciar la realidad, de inmiscuirse
en la parte oculta, de dar vuelta la hoja o de dar un salto hacia adelante, no
importando si allí está el abismo, la escalera al cielo, una pared infranqueable o
una llanura cubierta de flores, con animales pastando que nunca serán
sacrificados y límpidos cursos de agua, invulnerables a la contaminación.
Esos momentos pueden ser alegres o tristes, largos o cortos, fríos
o cálidos, pero siempre enseñan, aunque uno tarde en entender el verdadero
significado.
Quizás un acontecimiento lejano pasó desapercibido, y de repente
cobra importancia al recordarlo mientras se liga con otro hecho.
Ángel Cristo Akoglanis era un médico excepcional, famoso en
Buenos Aires por sus tratamientos no convencionales y sus curaciones
mágicas, en lo que ahora se denomina Medicina Integrativa practicada y
enseñada en las principales universidades del planeta.
40 años atrás era cosa de brujos. Sin embargo, presidentes como
Sanguinetti del Uruguay, Stroessner de Paraguay y Banzer de Bolivia hacían
cola en su consultorio de Avenida las Heras y Callao. El célebre Escardó
dormía en su casa de Villa Allende (Córdoba) y personajes importantes de
Europa, USA y la ex URSS venían para ser curados de diferentes dolencias
con pronósticos negativos.
Le he llevado pacientes terminales de cáncer, enfermos en sillas
de ruedas y gente descartada, que terminó liquidando la enfermedad,
caminando nuevamente y venciendo la desesperanza.
Un día me dijo que se intercambiaban pacientes con el Padre
Mario Pantaleo, que solía consultar al amigo común Alex Piler, y que tenía
muchos maestros en la otra parte de la Tierra. Todo eso era cierto, y sin duda,
para mí, fue un antes y un después.
Su medicina se desarrollaba con un complejo sistema de
interconexiones, que sonaban aterradoras para la ciencia oficial y el
conservadurismo institucional, pero que ligaban con metodologías simples los
dones de los reinos de la Naturaleza (Madre Tierra, Pacha Mama o el Creador)
con otros elementos del ambiente cósmico, tan desconocido – en ese entonces
– por las academias occidentales, como las profundidades de nuestro
inexplorado mar que supera en cantidad a la tierra de superficie, así como el
interior del globo que pisamos o el complejo cuerpo de varias dimensiones,
como el que vestimos cuando estamos vivos.
El Doctor Akoglanis, era al mismo tiempo un Lama europeizado,
un filósofo de la vida común y un interlocutor válido de las entidades siderales
que siempre nos han acompañado en este breve tránsito terrenal. Podía hablar
libremente con Benjamín Solari Parravicini, un famoso vidente europeo, unos
reconocidos y actualizados investigadores de la NASA o un chamán diplomado
de médico, enviado por las autoridades rusas.
Un día fuimos a buscar a Ezeiza, a la más famosa docente yoga
del mundo que terminó sus días en Buenos Aires, porque ése era su programa
vital. La contactación no fue a través del servicio diplomático a la que estaba
ligada por historia familiar. La hizo Ángel.
El Doctor Akoglanis nos enseñó a ver y comprender varias de las
facetas de la existencia humana, no todas. Nada más que las necesarias para
pasar de grado en esta Escuela Hogar Cósmica. Algunos aprobaron el
examen, otros siguieron cursando, hubo quienes se detuvieron y hasta
personas que abandonaron.
Lo que hoy se denominan “milagros” existieron. Yo puedo contar
más de veinte, pero hay profesionales que lo acompañaron “full time” que
registran más de 500.
Todo lo que nos pasa en la vida tiene un significado. No interesa
si tiene el porte de una piedrita o el volumen del Aconcagua. Nada ni nadie
esta ajeno a esta realidad.
Así como el humano puede “hablar” con los animales y con las
plantas, también puede comunicarse con las piedras y con los cuerpos inermes
que siguen vibrando en otro lado. La misión del sanador, en estos casos, es
conectar el interior de cada uno con la mente, que coordina en trabajo de los
cerebros. Sí, es correcto, de los distintos “cerebros” que poseemos.
Reconocer al Doctor en esta instancia fue un antes y un después
de muchas cosas. La vida nos ofrece estas posibilidades de dar vuelta la
página del Libro, cuando nos graduamos, nos casamos, tenemos hijos,
hacemos algo que merece felicitaciones o por el contrario cometemos errores o
causamos daño.
Akoglanis me permitió ligar hechos y acontecimientos de la
primera niñez y de otros momentos de mi vida considerados aislados. Me abrió
la visión para observar la existencia desde distintos ventanales, y corroboró
acontecimientos ocurridos con mi madre, después con mi suegro y otras
personas, cuyas experiencias podrían ser mágicas o más cotidianamente,
increíbles, rayando con la mentira más absurda.
Algunas semanas antes de su muerte a un grupo de íntimos nos
confió que lo estaban llamando desde arriba porque su misión en este plano
había llegado a su fin. Y así ocurrió.
Con el tiempo volvió varias veces, no de manera física
obviamente, sino en presencia espiritual. Bueno, esto no es novedad porque
los difuntos – más a menudo de lo que se dice- acostumbran a presentarse a
sus seres queridos.
La convicción que está con nosotros, en este momento conmigo,
me ayuda con este escrito, así como nos viene estimulando diariamente para
no decaer en estos momentos tan difíciles para la evolución de la humanidad.
¡Buena jornada, doctor, y hasta luego Maestro!
EL Bocha Chaya
La Argentina actual se desacostumbró a los acentos foráneos, a las
costumbres gringas, a los modos particulares de ver y decir las cosas.
Antes, salías a la vereda a jugar a la pelota y los padres de tus
compañeritos al llamarlos para que vayan a hacer algún mandado, les hablaban
en checo, polaco, alemán, árabe o cocoliche, ese italiano mixturado con dialectos
peninsulares, que fueron la Argentina Grande.
Gallegos de toda España y portugueses de Algarve, hacían sonar
esas palabras con otro ritmo, que nosotros entendíamos, porque eran
castellanos mal hablados, o quizás, muy bien hablados.
En el norte, los turcos habían descendido de los barcos con
apellidos de difícil pronunciación, que los agentes aduaneros bautizaron con
palabras criollas, una porque no les entendían y otra, para joder nomás.
Así, sirio- libaneses, que es como decir chileno-argentino o
paraguayo-uruguayo o brasileño-peruano, perdieron su nacionalidad y no fueron
ni sirios ni libaneses, dos culturas, dos pueblos, dos banderas y dos
idiosincrasias diferentes. Fueron turcos.
Turcos para la etnia judía sefaradí, turcos para la cristiandad o
turcos musulmanes porque salían de su patria con el pasaporte de Turquía.
Al NOA – los turcos - llegaron mucho más que al centro o al sur del
país, y los pibes, que en el interior de la casa hablaban la lengua de sus padres,
en la calle se socializaban con las cadencias y pronunciaciones del medio
circundante y se hicieron salteños, tucumanos, riojanos, argentinos de pura cepa
al fin y al cabo, que dieron como resultado lo mejor de nuestra nacionalidad:
Cafrune, Falú y tantos otros.
La integración, a esta especie de inmigrantes extraños los agarró
de movida: bombachas de campo, cría de ganado, almacenes, pulperías y mate
amargo fueron su escarapela nacional.
Algunos se casaron con paisanas de su origen y la mayoría con
señoritas del lugar, de los, pueblos originarios, de razas combinadas, de ítaloespañoles que era la mayoría…. y formaron sus familias con la zamba (1) que
escuchaban por la radio y con las comidas disponibles en los territorios medio
secos del noroeste argentino.
Y promediando el siglo pasado, nació el “Bocha Chaya” y se hizo
viajante cuando tuvo la oportunidad de levantar vuelo.
Con el tiempo fue pasando de la defensa de su trabajo, a la de los
compañeros y más tarde a la politización de lo colectivo, que recibe el nombre
de sindicalismo, tan denostado o elogiado según el opinante.
Sin embargo, con los fundamentos de una filosofía de vida que
remite tanto a los agnósticos como a las encíclicas papales, el sindicalismo
representa la última frontera en contra de la globalización planetaria, que se
maneja desde los estrados del Poder asociado con el Dinero, que nunca es una
buena mezcla.
Ese sindicalismo es el que defendía el Bocha Chaya, y por
circunstancias de la historia y la cultura argentina, desde la visión peronista
clásica, básica y doctrinaria, que poco tiene que ver con las versiones
decepcionantes y vulgares de los últimos tiempos, concretamente desde la
muerte de Perón, que se llevó consigo la dignidad, la justicia social y el
compromiso humanitario.
El “Bocha” era uno de esos tipos. Y se lo extraña, ¡Caramba!
Yo lo conocí durante mi largo paso por la Federación Única de
Viajantes de la Argentina (FUVA) – gremio conducido por Manuel Díz Rey y
Horacio Sacierain - dos amigos entrañables que supieron mantener el gremio a
flote durante las intervenciones, presiones y manipulaciones de algunos
gobiernos que supimos conseguir.
El Bocha era un entusiasta organizador de acciones políticas de
naturaleza sindical, en el más claro y puro estilo doctrinal: los opositores no eran
enemigos sino amigos que pensaban distinto, los adversarios se reunían en las
mesas del gremio para comer, beber, charlar y hacer chistes, y tenía la habilidad
de convocar a los “cuentistas”(2) para aterciopelar los acuerdos preconvencionales, en donde los beneficios eran para todos, “en su medida y
armoniosamente” , citando la frase del General.
El turco era un tipo agudo y simpático, callado, observador y
reflexivo. Los silencios no eran solo para aceptar, tal vez, para perfeccionar su
discurso inmediato. ¡Bien salteño!
¡Familiero al mango! dice el porteño con esa soberbia simple y sin
querer, heredada de la patria italiana inmigrante que coloreó para siempre la
cultura nacional, y especialmente la rioplatense.
El “Bocha” llamaba la atención tanto por su adhesión a los
principios del compañerismo, como a su laburo de padre-hermano-tío- abuelonieto, en esa mixtura extraña en donde los afectos ordenan la vida humana, y
no los intereses mundanos.
Le solía cocinar el locro (3) a los nietos, pero también agasajar a
sus amigos en la entidad sindical mantenida con fondos propios y de los
compadres de la Comisión Directiva.
Quizás, para los que hablan sin saber y naturalizan al sindicalismo
con las malas prácticas de los dirigentes vergonzantes que inundan las
instituciones, no solo gremiales, sino políticas, del futbol, de las corporaciones y
del gobierno, la actividad es un juntadero de plata.
Tras 25 años en Viajantes, puedo asegurar que - en el interior
profundo del NOA, la Patagonia, Litoral y las demás regiones – son los
compañeros dirigentes los que mantienen la sede, los gastos y el mantenimiento.
O sea, Todo.
Juan Carlos Fita, otro entrañable amigo que se nos fue en un
accidente de tránsito, representaba el otro extremo de nuestro largo país, y tenía
jurisdicción sobre toda la región patagónica. Extraño también las charlas, las
cenas en mi departamento de Congreso y las sobremesas que terminaban con
el sol apareciendo por los ventanales. El motivo eran las reuniones de la
Comisión Directiva que convocaban a los Secretarios Generales Regionales, y
las temáticas abundaban en proyectos de capacitación, como la Universidad
Sindical que nunca se concretó por las ambiciones desmedidas de dirigentes
nacionales de gremios poderosos y ricos.
Nosotros no podíamos competir en dinero, pero si en ideas que
poco importan cuando los afiliados se cuentan por miles, y los del interior no
pesan.
Fita y Chaya, grandes amigos. Son ejemplos.
El Bocha Chaya siempre fue un ejemplo vital, para arriba, abajo,
los costados y el centro. Fue una espiral envolvente: un amigo sincero y leal.
La última vez que pasamos unos días juntos, fueron como una
despedida familiar. Viajamos en el catamarán de un amigo empresario para
cruzar el Dique Cabra Corral y ver cómo se estaban robando las pinturas
rupestres.
Al descender de la montaña se quebró una laja y me fracturé el pie,
pero los calmantes me permitieron asistir a una cena familiar completa, con la
asistencia médica, afectiva y solidaria de los miembros de su familia.
Any – mi esposa - conserva todas las fotografías, y es un recuerdo
que se revive, incluso cuando su hija Daniela redacta algunos párrafos y cuenta
cosas domésticas y profesionales.
Con el Bocha compartimos, además, las verdades del otro lado
oculto de la naturaleza humana que ya empieza a disolverse.
Salta tiene la enorme ventaja de formar parte de un campo
cósmico, en donde las dimensiones se juntan para alumbrar los nuevos caminos
del Creador, que no son físicos, sino espirituales porque es – simple y claramente
– el núcleo central de lo que somos como personas.
Por allí pasa la vida en el pedazo de tierra que nos toca pisar, pero
el motor simbólico está en el corazón sagrado que rodea y contiene al
mecanismo cardíaco, y que se manifiesta – nada más y nada menos – que en
los afectos.
Mientras escribo estas notas, percibo que está siguiendo los
párrafos desde muy cerca, que también asiste a los hijos y a los nietos, y que
mira de costado al Sindicato al que dedicó parte de su estancia terrenal, con esa
chispa traviesa, esa sonrisa cómplice y ese talento para convencer y persuadir,
antes que ordenar e imponer.
Seguí trabajando, Bocha, con Any como en tantas jornadas
compartidas te mandamos un fuerte y cálido abrazo de esos que tienen el sello
de la divinidad.
Referencias
(1) Música folclórica argentina, originaria de la provincia de Salta
(2) Cuentistas. Destreza genética de los viajantes de comercio.
(3) Comida argentina tradicional, con base de maíz.
Eneas
Tenía la cara redonda y una sonrisa permanente. El pelo rubio
con un mechón travieso que le caía por la frente. Siempre elegante y con
atuendo formal. Era un argentino europeo, de esos que abundaban en el siglo
pasado de Córdoba hacia el sur, con una mayor concentración en la pampa
húmeda.
Pero Eneas Antonio Riú era porteño. No esos mixtos jauleros con
pretensión de zorzal, como solía definirlos, sino un bicho raro de la calle
Corrientes.
Se había recibido joven de médico clínico al igual que su padre,
famoso en los años 30 por haber compartido creaciones tangueras con Enrique
Delfino y otros de los tantos talentos musicales que afloraban como hongos
después de la lluvia.
Entonces, Eneas, heredó le genética en el arte de curar, y
también en el arte mayor de la música ciudadana.
Como si fuera parte de un karma planetario que por esos años
juntó al Japón de Ranko Fujisawa con los genios del tango nacional y popular
argentino, Eneas siempre venía acompañado de una nipona nacida en
Florencio Varela: la maestra Ana Yamashiro, su esposa.
Las coincidencias suelen generar sorpresas, porque Rankita (el
seudónimo de la cantante del sol naciente, que vocalizaba con la Orquesta
Típica Tokio) de cantante lírica pasó al tango, cuando escuchó por primera vez
“La Cumparsita” de Matos Rodríguez, Pascual Contursi y Enrique Pedro Maroni
éste último abuelo de Haydée Maroni, que supo trabajar con nosotros en temas
elevados de educación.
Ana era por esos años – y no ha cambiado nada – una niña
delgada, aplicada, nacionalista en valores y principios, así como apegada
compañera.
Nosotros formábamos parte de un grupo de profesionales que
intentábamos hacer florecer una Argentina Grande, Justa, Libre y Soberana
con la doctrina del General Perón, en los finales de la década del 60.
No confundir, especialmente las generaciones nacidas hace
medio siglo después del derrocamiento del gobierno democrático justicialista en
1955, con las distintas y frankestianas versiones peronistas de izquierda,
derecha, arriba, abajo, al centro y ¡¡¡adentro!!!, parafraseando al típico brindis
español.
Éramos peronistas románticos, ese término despectivo de hoy
día, en donde la política se ha convertido en un negocio, los beneficios de los
funcionarios de los tres poderes, poco republicanos y éticamente inexistentes,
en privilegios asquerosos frente a la pobreza creciente y el ninguneo jubilatorio,
y la institucionalización de la corrupción, aliviada con el sinónimo de “viveza
criolla” que encima se exhibe impúdicamente para refregarte por la cara que
llegaste y que vos sos un gil de goma, en la expresión del genial Alberto
Olmedo.
No le fue muy bien a Eneas con las administraciones autocráticas
que perseguían a los militantes. Alguien mencionó su nombre y fue apresado.
Afortunadamente dio con un grupo de tareas que comprobó que iba de su casa
al consultorio y del consultorio a su casa.
“Doctor – le dijo el encapuchado – siga con la medicina” y lo
liberaron.
Se metió de lleno en la homeopatía, luego en la bioética y por
último publicó algunos libros en donde ya se anunciaban las transdisciplinas y
lo que hoy se conoce como “medicinas integrativas”
Pero Eneas tenía tres condiciones sobresalientes: su porteñidad
tanguera, su pasión Independiente de Avellaneda , y el compañerismo- no el
peronista – el humano.
Y en ese aspecto era el médico del cuerpo y el médico del alma, y
su Ángel de la Guarda la AMISTAD.
Dios controlaba su vida, a través de los afectos al prójimo, la
entrega a los necesitados y una sublimación de la amistad.
He conocido tipos como él, pero muy pocos.
No es fácil encontrar a alguien inteligente, propedéuticamente
formado para las visiones del futuro, y además un amigo a secas. AMIGO.
Ahora es el abuelo de mi nieto Inti, y yo soy el abuelo de su nieto
Inti.
“Dios escribe derecho en líneas torcidas”
Enrique
Enrique Hoferek, farmacéutico de los de antes, natural del
Chaco y graduado en Tucumán, y como su apellido lo indica es un
criollo de la etnia checa, primera generación de argentinos.
Debo aclarar: el criollo no es el mestizo, sino el hijo de
europeos nacido en América.
Después de ayudar a los quilitipeños y/o quilitipenses a sanar
sus heridas, reponerse de las comilonas y recuperar la salud
gracias a los menjunjes que en esa época aún preparaba el
boticario con diploma, un día decidió venirse a vivir a Mar del Plata,
con su esposa – también chaqueña, pero más mixturada de razas
europeas- a probar suerte.
No hablo de suerte y fortuna porque este último término nunca
apareció por los alrededores. Pero como dice el tango: “nunca me
sobró y jamás me faltó”.
¡Eso es lo lindo amigo!
Cuando me mudé más al centro del barrio San José, concurrí
a su farmacia de la calle Independencia y allí nos hicimos amigos,
ya adultos mayores, por no decir gente de la Tercera Edad ni viejos
de mierda para las costumbres tilingas de esta generación de
jóvenes que creen haber nacido – ellos solos – después del Big
Bang.
La amistad, como encuentro afectivo de naturaleza social,
surge y se consolida rápidamente, cuando los protagonistas se han
socializado en la cultura de la integración de la mano de familias
inmigrantes que salían de la seguridad de lo conocido a la
esperanza de un nuevo mundo.
El paisaje, el clima y el devenir cultural comunitario iban a
formar parte de su nuevo ambiente, pero la energía de las
relaciones, la necesaria solidaridad y la valoración del prójimo
desconocido sumaban valores a la hora de enfrentar las cotidianas
vicisitudes de las regiones apartadas de los grandes centros
urbanos.
Los inmigrantes venían de vivir en ciudades milenarias
europeas y se instalaban en parajes desérticos e inhóspitos como
mi Patagonia o más calurosos y verdes como su Chaco.
La amistad- en estas condiciones - no se mide, ni se
especula ni se calcula. La amistad surge como un designio de la
Naturaleza, máxime cuando los idiomas no acompañan, las
religiones son distintas y los recuerdos familiares, ahora tan lejanos,
suelen hacer mal si uno no consigue trampear al pensamiento.
De manera tal que, los que somos grandes pero seguimos
pensando como chicos, nos hacemos amigos de movida.
Siempre hay un hilo conductor que facilita los contactos, y en
este caso fueron los antiguos checoslovacos, que junto con otros
eslavos poblaron el norte y el sur del país.
Chaco, Misiones y Patagonia fueron los tres puntos de mayor
concentración inmigratoria de la Europa Central, de allí que
entender algo de checo, polaco, ucraniano y más abajo en el mapa
los ex yugoeslavos, formaron parte de nuestra subcultura atendida
por lenguas, costumbres y comidas que los chicos internalizábamos
de manera natural antes y después de la Escuela.
Sin embargo Enrique, añadió una fuerte porción de
personalidad dicharachera, a los valores de buena gente que
cultivaron sus antepasados.
No tanto como su coterráneo Landriscina – de Villa Angela –
porque este sujeto se salvó de pertenecer al Rotary y logró zafar de
esa solemnidad semanal de 21 a 23 horas que ejercitan los
miembros del club.
Bueno, el flaco Hoferek pasará a la historia como un tipo
cálido, sencillo, poseedor de una biblioteca cerebral de cuentos
cortos divertidos, y un aura celestial que registran los aparatos de
bioingeniería, pero que en la interacción cotidiana, se transforman
en suaves caricias, masajes para el corazón y buena vibra, como se
usa ahora.
Si alguna vez lo ven con cara larga, gestos groseros y
actitudes inconvenientes, no piensen que le pasa algo o que tiene
un problema o que se volvió loco. Sencillamente debe ser un tipo
parecido a él, pero seguramente, no es Enrique Hoferek.
Frank
No se trata de un amigo yanqui o británico. Es tico.
Suena raro, para un argentino que una persona se llame, como mi
amigo y compañero, Frank Ulloa Royo, pero es que en Costa Rica se combinan
nombres anglosajones con apellidos españoles.
A ellos también le suena raro que se combinen voces italianas y
españolas – que para nosotros es normal – como por ejemplo Manuel
Spadafora, Jesús Roviratti, o al revés, Renzo González o Remo Pérez.
Frank, colega académico, es sociólogo y abogado laboralista.
Tiene su domicilio cósmico en Puntarenas, ciudad cabecera de la provincia del
mismo nombre situada en el golfo de Nicoya, sobre el Océano Pacífico, y su
domicilio familiar en Alajuela, otro sitio visitado frecuentemente por entidades
del espacio sideral.
El Aeropuerto Internacional Santamaría de la capital nacional San
José, en la provincia del mismo nombre, está ubicado en Alajuela, algo
parecido a nuestro Ezeiza, que es el aeropuerto de la ciudad autónoma de
Buenos Aires, pero ubicado en otro Estado, que también se llama Buenos
Aires.
Esto quiere decir que ticos y argentinos no hemos sido muy
creativos.
No pasa lo mismo con Frank, que es un tipo singular de
personalidades yuxtapuestas para aquellos que suponen – de no mediar
alcohol, pasiones o menjunjes de por medio - que la expresión social de la
conducta es pareja, en fin: única.
Como muchos de nosotros pensamos que acomodar los
cuadraditos dentro del rompecabezas, significa entender el dibujo, aquel que
colorea con matices diversos su paso por la vida es una “rara avis”.
Frank Uno, es el de las reuniones sociales, peñas musicales,
comidas de camaradería, paseos por los bosques, las playas o las poblaciones,
en donde las palabras, las carcajadas, las bromas, el estar tirado en la arena
de Quepos por horas, dormitarse en el parque Carrara viendo volar las aves,
tirarse al agua en Jacó con una gorra de categoría recién regalada, o cambiar
asesoramiento y trabajo jurídico a un Capitán Mercante, para fungir como
polizonte de lujo en la trayectoria de un buque, es algo bastante habitual.
Este Frank es dicharachero, divertido, ameno, adolescente,
místico, vegetariano, vegano, carnívoro, bebedor, cafetero, aguatero,
ocurrente, simpático, distraído, incomprensible, animador de fiestas,
bailarín…..
Frank Dos, tiene la misma cara, pero cuando desarrolla un tema
en los ámbitos académicos, recupera los gestos adustos, quizás para ir
ordenando las ideas que brotan de su cabeza como el tsunami. Allí es profundo
y explica con la precisión de un cirujano acreditado por donde va el bisturí, por
dónde pasa, qué hará cuando llegue al hueso, y cómo será su lenta y sanadora
retirada.
Como sociólogo, los temas inherentes a la mayor calamidad de la
condición humana que es la injusticia social, lo preocupan al extremo. Su
característica distintiva es la precisión, especialmente en la historia, cala
hondo en la naturaleza de los oprimidos - las víctimas de los sistemas
capitalistas de izquierda y de derecha que nos gobiernan - y en el momento de
los aportes se convierte en ese Ciudadano Planetario que abre la puerta al
entendimiento profesional, académico y doméstico para que tomemos
conciencia de que no se puede justificar la pobreza en un mundo de
abundancia , menos a la miseria frente a Poderosos que gozan de todos los
privilegios, como así tampoco a esa falta de respeto a Dios o quizás al
Sentido Común o a la Ética Humanista, que también es un verdadero atropello
a la Razón.
En sus alocuciones, libros o reportajes, aflora la sabiduría, la
solidaridad colectiva y la integración que debe empezar a resolver las
desigualdades que se producen porque triunfa el egoísmo en una involución y
degradación “cosista” que nos obligará a volver al principio de los tiempos.
Frank Ulloa Royo, es un gran tipo. Por supuesto: una rara avis.
Es un amigo, de esos que la distancia, siempre acerca.
García Moreno
No se trata de Charly García, aunque coincidan los apellidos.
Tampoco es músico, ni usa bigote bicolor ni se arroja a la piscina desde un
edificio de varios pisos; pero las cosas que hace no son muy distintas: trabajó
de militar, de empresario y se internó en las turbias aguas de la política
argentina, en momentos sumamente difíciles.
La POLITICA, esa herramienta mágica acompañada de música
celestial que puede sacar de las lámparas de Aladino los mejores recursos
para alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, por la turbiedad
contemporánea no solo impide bucear, sino también nadar con seguro riesgo
de contaminación.
El ejercicio de la política honesta, solidaria, creativa, trascendente
y humanista como la que corre pura y limpia al desprenderse de los hielos,
hace años que no existe en la Argentina. La que se ve, se toca y se acumula,
es la que se identifica con el dinero, los intereses egocéntricos, la violencia, la
injusticia y el desprecio por el prójimo. Es la política que miente a los demás y
se miente a sí misma, y los que la ejercen: gente de civil o de uniforme son
exactamente iguales a la hora de apropiarse de lo ajeno, de trampear al amigo
y de estafar al asociado.
Algo de esto le sucedió a Miguel Ángel García Moreno, un
brillante oficial de artilleros que por expresar sus ideas, le cortaron las piernas,
según la popular expresión futbolera.
Tenía todas las condiciones para completar su carrera soñada
con el grado de General, pero la mala política le robó su tesoro. La vida lo
premió con el cargo de empresario, ministro, diputado, pero eso no estaba en
sus ideales.
Para el facilismo creciente de los que pasan por la vida sin honor
ni dignidad, antes ser civil era sinónimo de subversión y corrupción, así como
hoy ser militar significa represión y homicidio. El trabajo de político, en poco
tiempo, acarreará nuevas calificaciones: estafadores y narcos.
Miguel Ángel extendió su vocación de soldado como un abanico,
sin necesidad del atuendo ni las condecoraciones, ayudando desde su puesto
de combatiente, porque ésa es la misión del que decide ofrendar la vida por el
prójimo, nada más ni nada menos que eso.
¿Puede haber algo más digno que prepararse para morir, para
defender al semejante y para preservar la tierra de todos, que es la Patria?
Ayudar al necesitado, vivir para servir y estar siempre preparado
para resolver situaciones angustiantes, es entrar en combate, a veces entre
expedientes, palmadas, salvatajes económicos, provisión de empleo y regalos:
vale decir, asistencia social sin retornos.
El soldado que nos muestra la cultura histórica aprobada y
legítima es San Martín, Cabral, Brown, Newbery, más acá Mosconi, recién los
Cascos de la ONU, hace un ratito los uniformados de las inundaciones, los
terremotos, las catástrofes, y siempre los que nos protegen.
El argentino medio pelo, el poco informado y el mal educado, ve al
otro militar sinvergüenza, que fue el que ensució la bandera y manchó a la
argentinidad como modelo de todos, y eso no es cierto.
Cuando la degradación del hombre repta por los pastizales a la
espera de su presa, eso quiere decir que estamos en los bordes del precipicio,
porque la envidia, la mentira, la traición, el poder descontrolado, el
egocentrismo narcisista, la impunidad y la miseria espiritual han ganado en
esta lucha entre la honradez y el delito.
Obviamente La Política tiene la última palabra; los Hombres de
Bien tienen la última palabra.
En los años Sesenta, civiles y militares de edades cortas,
copiosas literaturas y experiencias nulas, salimos a las calles para unirnos en
la esperanza de conquistar un futuro mejor, aún con la memoria fresca del
trabajo europeo descargado de los barcos, la inteligencia fundacional de la
Generación del 80 y las luces encendidas de ese Faro de la Cultura Americana
que se fue apagando, entre otras cosas, por la haraganería subyacente de la
que hablaba Alberdi, José Ingenieros, Bernaldo de Quirós y el Gran Discepolín.
Trabajamos juntos, nos echaron juntos, la pasamos bien y mal
juntos, renacimos juntos y seguimos juntos. No somos unos cuantos sino
muchos los que tenemos ese sentimiento de pertenencia, de endogrupo, de
sentimientos afectivos profundos .Algunos calzan botas, otros mocasines,
tacones altos, faldas y mamelucos.
Miguel Ángel García Moreno, es un amigo de esos que no
abundan. Inteligente, sensato, creativo y prospectivo. Un hermano de sus
pares, un padre para los desamparados, un médico que intenta curar los
dolores del alma, un maestro que te enseña a pensar, un cura que te abre las
puertas del cielo y un preceptor que te marca los errores y que te da un chirlo
cargado de afecto.
Es un General de la Vida, con esposa ejemplar, hijos y nietos
impregnados de esa genética envidiable y muchos amigos de todos los colores,
pensamientos, religiones y convicciones.
Grosso
Los políticos de alto vuelo, talentosos y astutos para manejarse en
un mundillo tanguero de taitas, matones, idealistas y suicidas, mantenerse a
flote y navegar sin tropiezos hacia sus puertos de desembarco, deben ser muy
cuidadosos.
Carlos Alfredo Grosso, antes de ser Intendente – hoy denominado
Jefe de Gobierno del Distrito Federal – ya había demostrado sus excepcionales
condiciones para administrar cosas privadas de categoría y públicas de
responsabilidad. También para integrar grupos de estudio y militancia dentro del
peronismo doctrinario de los años Sesenta.
Grosso fue uno de los inventores de la renovación peronista de los
años ochenta, en tiempos del radicalismo gobernante, y con un justicialismo
cargado de dirigentes listos para hacerse del poder, independientemente de su
ideología y doctrina.
La sociedad argentina empezaba a transitar por esos caminos
sinuosos, que lejos de abandonarlos y reemplazarlos por autopistas confiables,
ahondaban una picada apta para los más astutos, para los que no tienen nada
que perder, para aquellos que todo vale con tal de “tener alguna manija”, para
los peronistas que nunca leyeron a Perón, y para los marxistas disfrazados que
pretendían explicarle al General, el contenido de sus propios libros, de sus
escritos, de sus discursos y de su planificaciones.
Aun hoy, esos imberbes, consideran a Perón un enemigo y a Evita
una compañera del Che Guevara, como imaginó la famosa ópera rock extranjera
desde su perspectiva artística, pero muy lejana de la realidad histórica nacional.
Grosso, a los treinta y pocos, ya convocaba a jóvenes de su edad
para sumarlos a un proyecto político, inspirado en la actualización doctrinaria
que había iniciado Julián Licastro, y que luego seguiría él mismo con un
numeroso grupo federal de entusiastas y capaces personas.
Las elecciones de finales de los Ochenta las ganó Carlos Saúl
Menem, con la camiseta peronista y el corazón de la UCD, inaugurando una
metodología de travestismo que se ha ido perfeccionando hasta tal punto que el
viejo lema de Perón “ni yanquis ni marxistas: Justicialistas” ha perdido total
vigencia, y que hoy podría ser: “con yanquis según convenga y con marxistas si
se cuadra, pero jamás peronistas” En fin, la doctrina solo como espejismo
partidario,
El modelo político argentino de tanto tienes tanto vales, en materia
de apoyos, votos y militancia, colocó a dos personajes de lujo como Ítalo
Argentino Luder y Carlos Grosso en puestos de altísimo compromiso y de difícil
gestión. Al primero en el Ministerio de Defensa, aún con los militares alistados
para derrocar al que se hiciera el loco, y al segundo, al frente de la Municipalidad
de Buenos Aires, distrito dificilísimo por ser la cabeza de la oposición y
totalmente dependiente de los humores del gobierno nacional.
Obviamente no fue por casualidad o imprudencia. Menem
necesitaba sacarse de encima a compañeros lúcidos que pudieran malograr su
intención malsana – pero naturalizada dentro de la baja cultura política
ciudadana – de perpetuarse en el Poder.
Ese fue el clima tormentoso y resbaladizo que le tocó a la gestión
de Grosso, un ciudadano que pasó a la historia como ladrón y que sin embargo
no tiene un solo peso. Obviamente al revés de Boudou: incapaz, raterito,
descuidista, chorro de alto vuelo, bartolero e irresponsable que se hizo millonario
en los riachos nauseabundos de la delincuencia protegida.
¿Por qué comento esto?
Porque una sola acción suya le permitió a la inteligencia argentina,
a la innovación académica, y por acto reflejo a la comunidad hebrea, erigir una
universidad que hoy se llama Maimónides y luce como una de las mejores de la
región.
En efecto: luego de 17 años ( en 1990) de congelamiento de la
habilitación de universidades privadas, de los cientos de proyectos presentados
antes y durante ese período comentado, el Ministro de Educación eligió 4
después de una exhaustiva evaluación, que serían los únicos considerados
dentro del actual mandato constitucional. La primera fue la Universidad
Maimónides.
Ella empezaría a funcionar con dos esquemas académicos
revolucionarios en las carreras de medicina y de odontología, cursando desde
las primeras horas de la mañana hasta terminada la tarde en hospitales, desde
el primer día de clases. El plantel docente y de investigación fue reclutado entre
los mejores, la última tecnología adquirida en los grandes centros de Europa y
USA, y los salarios muy altos, acordes con la responsabilidad asumida.
Como en casi todas partes del mundo, las escuelas debían ser los
complejos hospitales públicos.
Los gremios de la salud – especialmente los profesionales – y los
partidos opositores del distrito no permitían que una actividad educativa privada
“invadiera” los hospitales populares, preferentemente – por su compleja área
programática- se habían elegido tres: el Argerich de la Boca, el Durand de
Parque Centenario y el Santojanni de Lugano.
Enterados de nuestro pedido, concejales, algunos diputados y los
sindicalistas nos citaron (yo era el Rector de esa Universidad) para informarnos
que jamás permitirían que “empresarios liberales de la salud” utilizaran los
nosocomios que mantenían los contribuyentes.
El Ministro Salonia nos informó que sin hospitales comprometidos
era imposible aprobar nuestro proyecto, a pesar de haber superado las
instancias legales. Es importante remarcar que – por la estructura de ese
entonces – las entidades privadas de salud no daban el perfil requerido.
Cualquier persona sensata hubiera cancelado el proyecto, antes de
solicitarle al Intendente que, por una actividad académica, se enfrentara a la
oposición, los gremios y a la militancia política de izquierda muy activa.
Grosso nos escuchó atentamente, evaluó los costos políticos
desde donde saldría perdedor y comprendió que aprobar tal pedido significaba
arrojarse al vacío sin paracaídas. El doctor Aldo Melillo, el Dr. Cormillot y el
Coronel García Moreno – secretarios municipales y asesores personales – se
reunieron en privado para debatir, con mi única presencia por el lado de la
Universidad, la solicitud.
“Seríamos injustos si – por comodidad o conveniencia
circunstancial – priváramos a la ciencia argentina de contar con una medicina de
excelencia, máxime que ustedes construirán salas, consultorios e instalaciones
que luego serán patrimonio de cada hospital. Acá nos jugamos la vida, pero vale
la pena. Ahora le paso el informe oficial a Salonia, y pueden empezar cuanto
antes”
Más o menos esas fueron las palabras de Carlos Grosso. A partir
de allí la lucha fue muy dura, pero con el apoyo de los directores, en seis meses
ya habíamos podido demostrar que cuando hay un objetivo solidario, lo público
y lo privado conviven y se apoyan mutuamente.
Lo de Carlos Grosso no fue una excepción, sino una acción más de
su conducta, que es necesario recordar. La Comunidad Judía de la Argentina –
al poco tiempo tan golpeada por la necedad y la delincuencia internacional – de
la mano del fundador Ernesto Goberman, instaló un modelo sanitario que fue
adoptado por otros países.
Eso lo hizo Carlos Grosso, diría el slogan.
Muchos años antes, desde los pisos más altos de una torre en el
bajo, en donde tenía su oficina de gerente de la principal empresa nacional de
servicios múltiples, mirando los viejos galpones de mampostería del puerto en
donde yo iba a trotar todas las mañanas, un día se apoyó en la ventana y me
dijo:
“Algún día voy a convertir ese aguantadero de ratones, en una
ciudad paralela ejemplar de la Argentina. Si lo hicimos en Nueva York, por qué
no aquí”
Eso se llama Puerto Madero. Lo hizo Grosso, un adelantado en
ideas y un ciudadano ejemplar. Naturalmente, un amigo de los que hay pocos.
Haydée
En una sociedad chata gobiernan los chatos, en principio porque
los que se destacan – por ejemplo en política – tienen pocas posibilidades de
perdurar frente a un cúmulo de compañeros carentes de dones y que pasan a
ser sus competidores. Para equilibrar hay iguales que dejan de serlo.
En una sociedad chata, dirigida por talentosos que sucumben
frente a la mediocridad superabundante, los dirigentes terminan equilibrándose
con los flojitos.
En una sociedad chata, en una universidad chata y en una empresa
chata, fuera de los servicios de medicina, abogacía e ingeniería, en donde está
presente la enfermedad, la pérdida del juicio o el derrumbe del edificio que son
los peligros que afectan en lo individual, temas como la educación cultural, el
aprendizaje, las conductas humanas, el respeto por las leyes de tránsito, la poda
de árboles, la caca de los perritos, los ruidos molestos, los escapes de las motos
y otras barbaridades por el estilo, anarquizan la convivencia, porque lo colectivo,
directamente no interesa.
Todas las sociedades tienen defectos y virtudes, pero a medida que
la evolución afianzada por la solidaridad y el sentido común va comprometiendo
a más gente, los talentosos viven mejor, se sienten mejor y sirven mejor a sus
vecinos, porque éstos los valoran y los respetan.
En las sociedades degradadas se da el fenómeno contrario. No es
el oro el que brilla sino los alimentos. Si desconozco que al metal puedo venderlo
y aumentar significativamente la compra de alimentos, lo dejo cerca como
adorno, pero no me sirve.
Haydée Maroni – debo decir que es la nieta del autor, junto con
Matos Rodriguez y Contursi del tango La Cumparsita – le tocó nacer, crecer y
comenzar a envejecer en una sociedad decadente como la Argentina de los
últimos cincuenta años. Tiene un talento formidable pero a la gente no le
interesa.
Lo peor de todo es que tampoco le interesa a la ciencia, y menos a
la política lo que ella es capaz de hacer para beneficio de sus compatriotas, de
la región, y de la humanidad.
Haydée tiene el raro talento de comprender el mensaje de las
manos que operan como un test de aptitudes por un lado y como una lectura del
futuro por el otro.
No hay muchas personas con este don, casi mágico, que
acostumbra a aparecer en videntes reconocidos como Edgar Cayce , en los
centenarios conocimientos de los espíritas y en futurólogos convincentes como
nuestro Benjamín Solari Parravicini, pero encerrados en las esferas del
esoterismo, la metafísica y la parapsicología.
Las destrezas anticipatorias de Haydée, gracias a los avances de
las transdisciplinas y los adelantos de la bioingeniería electrónica, pueden ser
mirados con los ojos del misticismo, pero corroborados por la ciencia físico
matemática, lo que supone un paso adelante en la comunión actual entre la Fe
y la Razón.
Los conocimientos de Haydée abren un nuevo paradigma en la
educación, especialmente en los niños recién nacidos y cuando son bebés, para
diseñar su futuro programa de enseñanza – aprendizaje.
En adultos, por ejemplo en USA y Europa, estos saberes se utilizan
para la selección de personal en instituciones claves como la Justicia Penal, la
Fuerza Aérea, el Liderazgo Empresarial, y últimamente los médicos de
emergencias, entre otras. Esto es porque, la conformación de las manos,
anuncian conductas con sobrada precisión.
No estamos hablando de las líneas de las manos, la quiromancia,
sino de algo mucho más complejo, que incluye estructuras, tamaños, formas,
cambios de aspecto, movimientos, gestos, etc.
En los niños, las ventajas para alcanzar altos niveles de
preparación – si los titulares de las políticas educativas entendieran algo de esto,
y no de la educación a granel medida por días de clase como ya es
patológicamente corriente – serían enormes. Nuestro Mariano Sigman en su
último libro sobre neurociencias nos habla de las facultades cognitivas y sus
modalidades de desarrollo.
Haydée ya sabía lo que la tecnología científica está descubriendo
ahora.
Su teoría recibe el nombre de “Psicopedagogía del Lenguaje
Gestual” y tenemos varias obras editadas sobre este tema.
Como este es un modesto libro sobre amigos, no me extenderé
sobre procedimientos académicos. Redactaré párrafos sobre ella, en su aspecto
humano, que integra el título de Ciudadana Planetaria.
Haydée, como los Grandes, es la humildad revelada. Difícilmente
levante la voz para retar, solo para ser escuchada en una clase Es didáctica y
con solo pegarle un vistazo a la conformación de las manos, ya sabe la
estrategia emplear para facilitar el aprendizaje del alumno.
No es reservada en sus saberes ni egoísta a la hora de aplicarlos.
Por el contrario, se brinda generosamente para enseñar a los que lo merecen, a
los que se esfuerzan, y a los que sus manos le dicen que “el
servicio
al
prójimo es la prioridad” Esto es tanto o más valioso porque Haydée vive
modestamente de su jubilación.
En otros países más adelantados sería doblemente rica: en dinero
y en reconocimientos por parte de académicos e investigadores
En esta cultura del facilismo, de lo compro hecho y de la auto ayuda
cambalachera no se pueden entregar destrezas a los especuladores, a los
irresponsables del mercadeo y a los que – por ignorancia o mala fe – se van a
aprovechar de los conocimientos íntimos.
Es por eso que, quizás
Haydée posiblemente nació en el tiempo y en el espacio
incorrecto. Ella está más adelante que otros, no solo en conocimientos sino
también en bondad.
Haydée siempre extiende su mano para alumbrar el camino. ¿Qué
extraña metáfora, no?
Perla y Chana
La Patagonia de principios del siglo XX no era un territorio
agradable y mucho menos en la zona atlántica .Los fríos eran mucho más
intensos que ahora. La población era escasa, el comercio dependía de los
buques y prácticamente no había elementos humanos ni materiales dedicados a
la salud.
Colonia Sarmiento, la semilla política que sembró el gobierno para
poblar el desierto, se fue apagando lentamente con el descubrimiento del
petróleo en Comodoro Rivadavia, y a los fines de la primera década cambia la
historia.
Comienzan a llegar colonos, inmigrantes europeos escapados de
la guerra, la hambruna y el racismo, funcionarios y aventureros, familias en busca
de progreso, idealistas, refugiados, chicas engañadas, varones esperanzados y
vivillos de pura cepa.
Doscientos kilómetros significaban varios días de viaje, encontrar
agua potable en la costa un milagro, recibir el correo una alegría
inconmensurable, detener el dolor de muelas una bendición.
Varones al por mayor y mujeres a cuentagotas. Algunos grados de
instrucción y muchos idiomas entremezclados. Demasiado viento fuerte, arena
que picaba y no dejaba abrir los ojos y ese sonido enloquecedor aumentado por
las ráfagas y el silencio que propone la soledad sin distancia apreciable.
Perla y Chana eran dos chicas jóvenes de la Europa Oriental que
se casaron pronto, por la belleza, su cultura y la falta de competencia. Pudieron
elegir y no le erraron. Muchos de sus paisanos habían ingresado en la actividad
petrolera, muy dura en la boca del pozo a jornada completa, pero ellas pudieron
formar una familia con residentes acreditados: argentinos de la Capital Federal
que montaban negocios.
Mi familia también había venido de Europa. Algunos con dinero
propio y otros con el trabajo que se convertía en dinero. La palabra era el pagaré
de la transacción y la caja fuerte de mi abuelo: comerciante, periodista,
corresponsal, procurador y notario, el banco paralelo en formación.
Pero un día voló toda la propiedad, por un escape de gas sin olor
en la red clandestina de esos años, y murieron todos. Se salvaron mi abuela y
mi joven madre porque estaban visitando a Doña Rosa.
Cuando yo nací, tuve primos, tíos propios y añadidos. Los de
sangre que eran los primos hermanos de mi madre, los tíos de “dendeveras”,
pero también los del corazón, como Perla y Chana, entre otros.
Perla tuvo un chico de mi edad y nos criamos juntos. Chana no tuvo
esa suerte, pero yo sí porque recibía regalos a cada rato.
El traje de la Primera Comunión, con el brazalete, rosario, librito de
cuero, zapatos brillantes y la bolsita para juntar la guita en el reparto de
estampitas, lo trajo la tía Chana para apurar la ceremonia. Ser católico
significaba – además de la fe, formar parte de la gente decente, intocable, no
perseguida, de vivir tranquilo.
El sobretodo de tela importada y confeccionado a medida lo aportó
la tía Perla.
Cumpleaños, Navidad, Fiestas Patrias se festejaban hasta con
bailes. El segundo marido de Perla – porque había enviudado – se encargaba
del asado. Basilio hablaba polaco, dialecto alemán y medio castellano, pero la
parrilla superaba a los personajes del Martín Fierro.
Cuando la reunión tocaba en mi casa, mi viejo le daba al
bandoneón y mi mamá al piano. Siempre las mismas piezas, unas diez a todo
trapo, y con las pifiadas lógicas del que no practica.
Perla y Chana eran unas viejas como de 40 años, lo mismo Eva y
Tita, a veces la tía Esther que venía de Sarmiento, las chicas de Cura del centro
y algunos primos adolescentes que manoteaban la torta, un poco de Tío Paco y
seguían disfrutando del domingo.
Perla y Chana se reían tanto que rejuvenecían veinte años. Para
ellas la familia, el licorcito dulce y algún ruso que tocaba polcas con la verdulera,
bastaban para arrasar con las cajas de masitas Tentaciones y antes de irse, te
con limón bien cargado.
En una oportunidad, Don Boris, un eslavo que alquilaba un pequeño
departamento en la propiedad de Perla, ganó mucho dinero en la Lotería y alquiló
los salones del Instituto Dom Polsky(*) para hacer una gran fiesta con su familia
adoptiva. La propia había fallecido en la Primera Guerra Mundial.
Se había jubilado en YPF, con excelente sueldo y no tenía
herederos conocidos, de manera tal que nos compró regalos a todos los
asistentes, ofreció un almuerzo dominguero con orquesta y alquiló dos
colectivos para llevar y traer a la gente de los campamentos.
Las Maestras de Ceremonias fueron Perla y Chana, Doña Berta,
una rubia muy elegante que vivía sola en Astra y Carlos Campos, un famoso
recitador criollo y locutor de la Radio LU4.
La sorpresa fue el Regalo Final, con Escribano presente: su
testamento para la Casa del Niño, una institución dirigida en aquel entonces por
la Liga de Padres y Madres de Familia, que administrarían las dos tutoras: Perla
y Chana.
(*) Entidad civil de la colectividad polaca de Comodoro Rivadavia.
Quique Lugand
En realidad se llama Enrique Alberto Lugand, pero su apodo
es Quique.
Y aunque usted no lo crea es Coronel del Ejército Argentino
en situación de retiro efectivo, y trabajó de Secretario Personal del
Presidente Perón desde que inició la tercera gestión constitucional y
hasta su muerte el 1 de julio de 1974.
Como todas las personas de ilustrísima honestidad, no tiene
más ingresos que su jubilación, lo que lo convierte en un bicho raro
y hasta en un sujeto peligroso si pretende ingresar en la política
berreta de la Nación Argentina contemporánea.
Yo lo conocí de potrillo, creo que Teniente Primero, del arma
de Infantería, lo que indica claramente que lee y escribe de corrido.
En el Liceo Militar Roca, en donde estaba destinado, le
añadieron el cargo docente de una materia llamada Educación
Cívico Militar, que no era otra cosa que Historia Argentina vinculada
a las campañas libertadoras de San Martín, Belgrano, Guemes,
Brown y todos los próceres que nos dieron la identidad nacional.
Los cadetes – pibitos de 12 a 17 años de edad que cursaban
el bachillerato militarizado (militarizado es un decir, nomás) – vivían
la clase como una película y se la aprendían sin ningún esfuerzo.
Cuando comprobé que se trataba de un docente con
mayúsculas (yo era el rector de ese establecimiento militar) un día
le pregunté porque no se dedicaba al ejercicio del profesorado, que
lo podía hacer paralelamente a la carrera militar.
Muy serio me respondió: ¡De ninguna manera, yo estudié
algunos años de arquitectura, y cuando me di cuenta que no me
gustaba trabajar, ingresé al Colegio Militar!
Quique Lugand es uno de mis mejores amigos, de esos que
uno ve de vez en cuando, pero que siempre están presentes en el
corazón y en la mente. Siempre nos han separado largos kilómetros
de distancia, a veces más de 3 o 4 mil, pero de alguna forma nos
reunimos.
En Gaspar Campos un día nos recibió el General Perón a
pocos días de ser electo Mandatario Constitucional por tercera vez
y platicamos de temas generales por espacio de cuatro horas. Nos
sacamos fotos y tomamos mate cocido con leche, porque su
asistente personal era el Suboficial Mayor Juan Esquer en
ausencia del imbécil de López Rega.
He conocido pocas personas con la rapidez mental de
Quique, las ocurrencias cómicas (de categoría) y su sentido común
para encarar los problemas propios de la actividad castrense y las
difíciles alternativas del trabajo político desde la Casa Rosada.
Pero su mayor virtud siempre fue la afectividad a flor de piel,
su sentido de integración y la ausencia de odio, que en los tiempos
difíciles de la guerrilla sonaban extraños.
En una cena en casa, un legislador alfonsinista amigo –
conocedor de sus antecedentes – le preguntó cómo hacía para
mantener el equilibrio en el conflictivo ambiente del partidismo en la
Argentina.
Quique respondió con gesto adusto: “¡Vea amigo, debe ser un
problema genético, ya que soy descendiente de Sarmiento,
Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas y otros más con ese
perfil, de manera tal que no me quedaba otra opción que hacerme
peronista, y como el General: león hervíboro!”
Podría contar mil anécdotas. ¡Siempre es Quique Lugand!
Ron y Aldo
“La vida es un compilado de emociones” dice Del Missier, un
acreditado locutor de Radio Mitre y tiene razón.
La vida te da indicios de que siempre hay un ángel – o varios que
trabajan en conjunto – agazapados a la espera de alguna presa a la que hay
que ayudar, salvar, enderezar, encauzar u orientar.
Por tratarse de ángeles no es una presa para el consumo, sino
para la trascendencia, para la vida que tiene al final una existencia mayor y
eterna dentro del programa que viniste a desarrollar.
Los curas le llaman el plan de Dios, los orientales les dicen karma,
los esotéricos destino….. en fin: las culturas buscan palabras enraizadas en su
historia para significar la misma cosa.
Lo más importante de esta odisea millonaria en años que se
pierde en el torbellino de la vida humana, individual, poco conocida, imaginada
pero jamás materializada en hechos y acciones racionales, es que ayudadores
y ayudados nunca se dan cuenta del papel cósmico que cumplen.
El estar encerrados en una caja de cartón que se abre con la
muerte, salvo contadas excepciones que pueden vibrar en distintas
dimensiones, nadie tiene conciencia real y efectiva de su importante y vigorosa
asistencia al prójimo, al hermano, al compañero de ruta en este camino escolar
del aprendizaje planetario.
Así como los animalitos domésticos que rescatamos de la calle y
pasan a ser distinguidos protegidos nuestros, no solo con alimentos, medicinas,
veterinarios, bañadores y confort sino con ese afecto que sale de algún lado,
una mano bien extendida, una intención concretada y un empujón hacia
adelante basta para que una persona encuentre su camino, lo que no es poco.
En realidad de verdad, ES MUCHO.
Ron y Aldo no es una bebida caribeña, ni una mezcla de caña con
soda, tampoco un guaro como el que se paladea en Centroamérica o un
aguardiente sudaca, son dos amigos que suenan parecido.
Ron es Suárez y Aldo es Traverso.
Estos empezaron a ser amigos inseparables en sus años de
facultad. Suárez, en lo sucesivo “El Negro” como ponen en las escribanías, y el
compañero simplemente Aldo.
El primero nació en Mendoza y muy joven se radicó en Capital
Federal; el segundo nació en la Isla Maciel y terminó viviendo en Lomas.
Juntos se dedicaron a la actividad aseguradora, y Aldo es reconocido como
uno de los expertos más importantes del país, en tanto el Negro siempre ofició
de embajador itinerante en todas las provincias.
El Negro abrazó al sindicalismo desde su ideología peronista
clásica, destacándose por su apoyo, asistencia y cooperación al compañero
gremialista perseguido, exonerado o simplemente desamparado.
Aldo, gerente de primera categoría y fino cultor de la identidad
socialista de principios y valores, siempre ayudó a su socio en la solidaridad
con los trabajadores desplazados por las administraciones cívico-militares.
A comienzo de los años Setenta, muy difíciles por la violencia, el
desequilibrio y la insensatez que dividió a las clases dirigentes y/o a sus
jóvenes aspirantes inexpertos – en ambos casos con las improvisaciones y el
atolondramiento patológico de los irresponsables – nos conocimos intentando
encontrar alguna luz dentro de la espesa niebla que iba oscureciendo el clima
nacional.
Después de haber ocupado Secretarías, Ministerios y el rectorado
de alguna universidad importante, la mediocridad característica de los que
gozan de un Poder que les queda demasiado grande, me aplicaron la ley
antisubversiva. Era uno de los instrumentos que eligieron – el más duro, antes
del siguiente en donde uno no contaba el cuento – para sacarme del medio.
El dato curioso es que nunca fui un tipo de izquierda ni tampoco
militante en las sombras, crítico por igual de las Formaciones Especiales como
de los Grupos de Tareas, cuestionador tanto de los políticos que frecuentaban
los cuarteles, como de los que recibían financiamiento del Norte, tanto
capitalista como comunista.
Estos tíos Aldo y el Negro, que ganaban bien en una actividad
privada que no colisionaba con nadie, que tenían emprendimientos paralelos
como un coqueto restorán, y que aceitaban el cerebro con largas tertulias
sobre filosofía, política y arte, se daban el lujo de ayudar a los que andaban
mal, y a los que andaban bien, pero encepados profesionalmente.
Lo que trajo ese período nefasto de la vida argentina, fue la
muerte física para los dos lados y también la Muerte Civil, que fue mi caso.
En los Setenta la porteñidad – inclusive con esa guerra estúpida
que suele aparecer cuando la mediocridad de Ingenieros domina los pocos
pensamientos de las mentes yermas - podía disfrutar de buenos espectáculos,
transitar seguro todo el día, andar con efectivo en los bolsillos porque no había
tarjetas, tampoco celulares y menos botones de pánico. La costumbre de
elegir buenos platos en los abundantes comedores de categoría que fueron
reconocidos en todo el mundo, estos señores lo planificaban bien temprano
para llegar al mediodía con el apetito a flote y el paladar atento a los mejores
vinos de aquel entonces.
Semanalmente compartía la mesa con ellos, pese a que las
invitaciones eran diarias, pero yo no comía ni bebía por razones de
metabolismo, pero el placer de compartir, indefectiblemente discutir por cosas
trascendentes, pelearnos un rato y terminar con un café negro, daba fuerzas y
energías para pasar la tarde trabajando, a la espera de una suerte mejor.
Ellos tenían dinero, empresarial y propio, y ese era el argumento
para invitar a comer, a ir al teatro y a regalar – en mi caso – libros y libros. Creo
que además de participaciones en negocios, poseían una editorial.
Si alguien venía con el drama de un amigo desocupado, en pocos
días ya tenía dignidad laboral. Si le faltaban garantías para algún
emprendimiento, de alguna manera se resolvía, y si existía alguna víctima de
robo automotor, yo mismo, contra mi voluntad aparecía un auto asegurado a
mi nombre, para salir del paso.
Estaban asociados con un empresario muy fuerte, emprendedor y
polifacético, al que se le había ocurrido montar una obra descomunal para esa
época, que pretendía cambiar la forma de hacer las cosas en Argentina.
En un almuerzo habitual, sin yo saberlo, completó la mesa este
empresario que me propuso planificar su idea y dirigir luego el proyecto, nada
más que por las recomendaciones de Ron y Aldo.
Afortunadamente nos fue bien a todos, pero nos podía haber ido
muy mal, porque ni la legislación, ni los momentos políticos ni tampoco otros
profesionales se arriesgarían a caminar sobre la soga sin red de protección.
Yo comento esta minúscula historia de ángeles encarnados,
porque quizás los otros bendecidos por estos caballeros, no tengan la
posibilidad de hacerlo, ni puedan quedar grabadas sus acciones o simplemente
ya se hayan ido, porque cuando uno alcanza la Tercera Edad, tiene más
pasado que futuro.
Aldo Rosario Traverso y Ronaldo Suárez, sin embargo, tienen un
defecto: no saben que son ángeles. Creen que son, nada más, que buena
gente.

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