Descargar libro - Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
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Descargar libro - Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Ediciones La Memoria Director: Víctor Casaus Coordinadora: María Santucho Editora Jefa: Vivian Núñez Edición y composición: Yoel Manuel L. Vázquez Diseño de cubierta: Katia Hernández Ilustración de cubierta e interiores: Ariel Díaz Fotos: Ariel Díaz Impresión: Editorial Linotipia Bolívar y Cía. S. en C. Bogotá, D. C.-Colombia © Sobre la presente edición: Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2009 ISBN: 978-959-7135-73-9 Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Calle de la Muralla No. 63, La Habana Vieja, La Habana, Cuba [email protected] www.centropablo.cult.cu ¡Que empiece la controversia! Hay creadores que desde su debut enseñan una fuerza tal que, al margen del necesario proceso de maduración por el que todos debemos transitar, uno se da cuenta que se está ante la presencia de un verdadero artista. Justamente, esa fue la impresión que tuve más o menos allá por 1996, cuando concurrí a la primera presentación pública de Ariel Díaz y en la que demostró ser artífice de una cancionística sensible e inteligente. Tratábase de un recital en la Casa de las Américas, dentro de un ciclo denominado «Paso a la nueva generación», para el que el cantautor solo disponía de apenas nueve composiciones. Sin embargo, él supo enfrentar la dura prueba y asumir el concierto como si estuviera acostumbrado a ello. Aunque hasta dicho momento artísticamente también se había proyectado como ilustrador, si alguna duda le quedaba de cuál sería su profesión de ahí en lo adelante, estoy convencido que en aquella noche decidió su futuro y con ello, la música cubana ganó para bien suyo a un genuino trovador, dueño de una voz propia en su decir. Recuerdo que entre las obras iniciales de Ariel que me impresionaron estaban «Alicia», un tema que en una etapa él interpretó con mucha frecuencia, y «Como un temporal», una pieza que se inscribe dentro de los parámetros del bolero asumido al estilo de la Canción Cubana Contemporánea y que le ha traído nuevos aires a un género que durante unos cuantos años estuvo anquilosado. En líneas generales puede afirmarse que, desde el comienzo, el quehacer composicional de Díaz ha estado signado por la influencia de la buena literatura en sus textos, los cuales poseen una multiplicidad de valores poéticos y evidencian el dominio de las distintas estructuras del verso. En ese sentido, coincido con el criterio de Víctor Casaus cuando afirma: «Ariel escribe textos para armar las canciones que nos regala, pero esos textos podrían existir — existen— como poesía y resisten airosos el reto de la lectura solitaria y convocan al disfrute desde la aparente indefensión de la página impresa». Algún tiempo después de mi acercamiento a Ariel como trovador, él sintió la motivación de expresarse no solo ya a través de ilustraciones y canciones, sino además como hacedor de textos que hablasen acerca de la obra de sus colegas del mundo trovadoresco. En aquellos primeros trabajos, aparecidos en la revista Esquife, se encuentra la génesis del libro que hoy Ariel pone a nuestra disposición. Confieso que en el instante en que me propusieron escribiese el prólogo para la presente obra, me sentí más que feliz, pues ello me permitiría recuperar un grupo de escritos que leí con sumo interés en su momento primigenio de circulación a través del ciberespacio pero que, por causa de mi propensión al desorden informático, había perdido en algún punto del disco duro de mi computadora. Esta nueva lectura de artículos en forma de semblanzas, notas para catálogos de conciertos y textos de corte reflexivo, me permiten corroborar que los escritos de Ariel Díaz aquí compilados poseen el mérito de no ser palabras perecederas o únicamente fruto de la fugaz actualidad. Así, nos encontramos con ideas que, pese a haber sido expuestas en algunos casos hace ya cierto tiempo, mantienen total vigencia y no han agonizado o pasado a convertirse en ceniza irremediable. Como libro, La primera piedra refleja buena parte de las preocupaciones ideoestéticas de su autor, quien —hasta hace relativamente poco tiempo— en su condición de trovador se había caracterizado por una proyección en extremo lírica, con mucha ternura en su decir y una muy fuerte presencia de un lenguaje vinculado a lo mejor de la poesía hispanoamericana. De manera significativa, en tiempos recientes, él ha experimentado una transformación en su discurso, que sin renunciar a la riqueza del buen decir, ahora asume un matiz crítico, incluso a veces con cierto sabor acre en las palabras, como corroboran composiciones al corte de la demoledora andanada en contra de los exterminadores de sueños denominada «Hacheros», «Clasificados», «La orilla de las ganas» o «Quiero decir», toda una declaración de principios: Quiero decir tantas cosas que se me atragantan y desesperan. Quiero decir tanto que me caigo sentado sobre la acera. Líquido que baja por la pared anuncia mejor vida para después y yo en este cuarto cerrado y sin ventanas. Subiendo mi cuerpo en el carrusel viajando al mismo sitio que abandoné cuánto movimiento perdido cada mañana. Quiero decir lo que pueda y hasta donde permita la casa. Quiero decir por encima de este silencio que nos atrasa. Colgando en un hilo de la verdad a la hora que tijera suele cortar en medio de los que no duermen ni están en vela. Quiero decir aunque me duela.1 1 El resto de la canción expresa así: Decir en la cama y en las afueras / encima del fin, sobre la escalera / Donde haya razón o quede sin ella / donde se haga largo el mar. / Quiero decir / aunque no me escuche la oreja / que santifica. / Quiero decir / aunque la mordaza de seda / se justifica / Palabras de primera necesidad / cuentos de camino por revisar / consigna de no pasarán / por esta frontera. / Seguimos hablando contra la puerta / cerrada por decreto y uso de fuerza / dejando rendija pequeña / para escuchar. / Quiero decir / aunque nos duela. / Decir en la cama y en las afueras / encima del fin, sobre la escalera / Donde haya razón o quede sin ella / donde se haga largo el mar. / Quiero decir… / Quiero decir / que toda la razón no está / de mi lado / Quiero decir / que la imaginación / no nos ha faltado. / Quiero decir… Ese grito de «quiero decir», expresión de un reclamo personal transmutado a lo social, será la línea rectora de La primera piedra, conjunto de textos que nos ofrece la posibilidad de repensar –desde la aguda mirada del autor– acerca del modo en que en el presente decursan las relaciones de los trovadores con las instituciones, otras instancias de poder y el público, todo ello en una estrecha relación con el concepto de espacio. Al margen de que se pueda estar o no de acuerdo con algunas de las opiniones aquí expresadas por Ariel, lo importante es que él compulsa al lector a meditar sobre estos asuntos del acontecer trovadoresco cubano de nuestro tiempo, ya sea para aprobar sus ideas o para discrepar con ellas. A fin de cuenta, nadie debería pasar por alto que no estar de acuerdo no significa estar en contra. Como libro, desde el compromiso con «una calle mejor» (en palabras del propio Ariel Díaz), La primera piedra es reflejo del modo de pensamiento recogido en su canción titulada «Habla», de la que reproduzco un fragmento para concluir el presente prólogo: Habla, si vas a hablar es ahora, el verso se te demora y la ocasión se te pasa. Habla, rompe de un tiro la inercia, que empiece la controversia, mejor adentro y en casa. El silencio es una plaga que se come la palabra, no queda resto de nada sin que una boca se abra, hable, pa’ que la semilla germine por la mañana, hable, que el ojo le brilla, no se quede con las ganas. JOAQUÍN BORGES-TRIANA A mi padre, porque es mi fan número uno y un día escribirá su libro. A María Santucho, Víctor Casaus y Lilliana Héctor, por sus manos. A Noel Nicola, por estar en todas partes. Al Plátano, porque hubiera hecho todo por meternos este libro por los ojos. A mis amigos trovadores, por sus canciones. A los que me quieren. A los que no me quieren. Primeras palabras El título La primera piedra tiene un doble simbolismo: la referencia bíblica de sentirme libre del pecado de no hablar a tiempo lo que pienso y el de colocar, en efecto, la primera piedra en un edificio por hacer que debemos levantar entre todos. La inexplicable escasez de crítica y documentos que retraten el fenómeno trovadoresco de los últimos años me llevó, desde mi condición de protagonista, a expresarme a través de las letras. Primeramente, de manera espontánea y luego, inspirado y alentado por amigos cercanos a quienes quizás llenaba un vacío sin proponérmelo. La idea inicial era tener una sección fija del mismo nombre en la revista digital Esquife, a petición del poeta Andrés Mir. Escribir algunos perfiles y críticas sobre mis compañeros de lucha y tantas noches guitarreras. Una especie de corresponsal desde el frente de batalla. Aunque solo escribí unos cuantos, debido a mi inconstancia personal y a mis compromisos como trovador en giras y conciertos, otros se acercaron a querer publicar en sus respectivas ediciones estos escritos: desde el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau hasta El Caimán Barbudo. Sobre todo a partir de una polémica intervención escrita que realicé en un pleno de la Asociación Hermanos Saíz acerca del fenómeno discográfico. Luego seguí escribiendo, lo que hizo me ganara el aprecio de trovadores y periodistas cercanos como Joaquín Borges Triana que, a su juicio, encontraba una importante compañía en medio de su soledad periodística, o nuestro Ministro de Cultura Abel Prieto, que a ratos cita mis letras como si realmente fuera yo un periodista o un crítico de arte, profesiones que respeto y a las que no alcanzo a sumarme. Desde luego que también he recibido el rechazo de un sector no siempre conforme y detractor de todo lo que huela a crítica. Mi pequeña e insignificante opinión respecto a determinadas problemáticas ha sido objeto de no pocos insultos, amenazas materializadas en cartas por debajo de la puerta de mi casa, acusaciones de uno y de otro bando, si es que podemos dividirnos en tal simplicidad a estas alturas. Confieso que me es sumamente difícil este papel de abogado del diablo y diablo a la vez. Pero no puedo evitarlo, y no siempre sale una buena canción de cada cosa que me incomoda o preocupa. En esta compilación usted podrá leer estos trabajos. Artículos, notas para catálogos de conciertos, reflexiones y verdaderos ataques a la pseudo cultura que nos anda rondando y arrebata, muchas veces solapada, nuestros espacios de expresión. Unas francamente condicionadas por la pasión del momento, otras más objetivas; pero, todas desde una posición regeneradora. Como la Revolución, aunque lleva nombre propio y se escribe en mayúsculas, no es más que cada uno de nosotros y sus ideas; como la guerra que se supone estamos librando es, justamente, de ideas, espero que sirvan estas letras para alentar a otros, para dejar una pequeña huella de lo que ha sido la Trova cubana más contemporánea en estos tiempos de tontería universal, de poderes económicos y vacío espiritual. Son letras profundamente revolucionarias porque son el espejo de mis alrededores, donde se trabaja, se crea y se lucha por un mundo mejor o, bajándonos de esta acostumbrada grandilocuencia endémica, por una calle mejor. No tengo mayores aspiraciones. Este es solo el tintinear de los cascabeles de mi látigo, el único que tengo, el que mi realidad me dio y no pienso soltar. ARIEL DÍAZ SEMBLANZAS Este primer capítulo retrata a algunos de mis compañeros de canción. Es la estructura que originalmente tendría La primera piedra, cuando fue concebida para la revista digital Esquife. Al tratar de despojarme de la cercanía cotidiana (y no siempre lográndolo) es un intento de servir de puente entre el desconocedor y el artista, que en su mayoría no posee muchas críticas o descripciones de su trabajo y sus características principales. Algunos de estos escritos han servido para su promoción en diversos medios y, sobre todo, en las páginas de internet que difunden la canción trovadoresca desde otros países. Incluso, en el caso específico del trovador Axel Milanés, radicado en Argentina, se produce un reencuentro con quienes lo conocimos y un descubrimiento para quienes no. No espero que alguien perdone mi falta de imparcialidad; pretendo que estos magníficos artistas tengan otra oportunidad de existir más allá de sus canciones y sus versos. Samuel Águila: Cuando madrugar es postura cotidiana Sube al escenario en una extraña mezcla de prisa y cautela. Escuetas palabras antes de comenzar y sus dedos poco a poco se confunden con las cuerdas entre la delgadez y el movimiento. Quien pasara de lejos y escuchara sabría, sin el más mínimo esfuerzo, que quien se aventura a desnudarse con tan singular destreza no es otro que Samuel Águila. Trovador habanero, de la más antigua procedencia entre los de su grupo generacional. No sabemos desde cuándo guitarrea (cuentan que desde muy niño); tocador inagotable de las canciones de Silvio Rodríguez más desconocidas y con la obra más extensa que yo le conozca a un juglar de su edad. Los conciertos de Samuel son verdaderos focos de emoción donde se unen las ideas como eslabones que resultan en una gruesa cadena. Su proyección escénica, que no pocas veces le ha ganado críticas desfavorables, es un instrumento más de comunicación de su interior con los demás, que no siempre tiene por qué tener la forma y los colores que esos demás esperan. Toda la energía que otros reprimen con falsa sobriedad se nos lanza en su movimiento, sus gestos y sus esquirlas cortantes y peligrosas que, sin embargo, justo antes de tocar los cuerpos se hacen pétalos. Más allá de algunos matices de aparente agresividad que algunos le achacamos, Samuel es un trovador desde la ternura. Los que sabemos de su bregar desde hace tiempo, lo hemos descubierto cantando una poesía tremendamente lírica, aunque lejana de las formas más aceptadas de la belleza. Sus canciones son duras como el mundo real, tangibles como la vida, estrepitosas como la calle y el barrio. A través de su voz se escuchan los alaridos inconformes de esta generación, la crisis de los pensamientos más sabios y el terremoto de los cambios globales que nos han hecho cambiar. Tal vez todo sea una errata y donde dice trovador deba decir guerrero. Enfrentando su canto a la adversidad desde una violencia distinta, es posible que Samuel haya encontrado una manera de sobrevivir al tedio de la cotidianidad, revelarse contra la frivolidad y la inmovilidad que propone el nuevo siglo como forma de dominación y control sobre los seres humanos, y es por eso que su pelea ha trascendido al canto creciendo en otras formas como su afán de promover a otros trovadores desde el proyecto Puntal Alto, que ahora cuenta además con un programa radial en la emisora Habana Radio y que, luego de varios años, ha dejado una fila interminable de conciertos, experiencias y grabaciones para reforzar el antídoto contra el alzheimer mundial. No podemos pasar por Samuel Águila sin pasar por su guitarra. Los pocos críticos que ha tenido la más joven trova cubana acostumbran a resaltar el bajo nivel guitarrístico de los bardos con algo de razón. El empirismo, la despreocupación y la falta de estudio diario nos han afectado durante años. Águila es verdaderamente uno de los que destroza el señalamiento con sus propias manos en su destreza al tocar y componer. Conocedor a fondo de las posibilidades armónicas del instrumento, ha sido capaz de mantener un alto nivel de interpretación que se caracteriza por la velocidad y la variedad. Ha sabido establecer un verdadero diálogo entre su canto y la guitarra; (Si escuchamos detenidamente encontraremos todas las anteriores características de su performance en las cuerdas de su guitarra: el tempo vertiginoso seguido de la suavidad más contrastante, luego las formas percutidas, los armónicos, todo sin escapar a la unidad y la lógica). Si queremos un par de minutos que nos demuestren lo anterior, escuchemos solamente el tema «Madrugando», una verdadera joya de la guitarra trovadoresca contemporánea. Aunque parte de esto se lo deba a alguna formación académica, hay que decir que el resultado es producto de un marcado interés por el autoestudio: el empleo de varias horas al día en explorar las interioridades de la guitarra más allá del misterioso proceso creativo. Siempre se ha manifestado públicamente a favor del estudio como única posibilidad de plasmar una obra de calidad y trascendencia. La explotación al máximo de las cualidades y destrezas que uno mismo tiene y que no siempre desarrolla. Esta es una forma característica de Samuel, la independencia para ejecutar los proyectos, sin medir a veces las limitaciones o el alcance real de la empresa. Como si una vez más, como en aquella historia conocida, el tamaño de los molinos no importara para la carga definitiva. Pero debe el cantor andar con paso cauteloso y mirada certera porque el enemigo suele ponernos falsos molinos para que en nuestro lance nos estrellemos también definitivamente. Es conocido que las grabaciones han sido prácticamente prohibitivas para nuestra estirpe más nueva. El evidente desinterés de las disqueras y del aparato comercial nacional no ha conseguido, sin embargo, imposibilitar el movimiento de nuestra obra en soportes digitales y asequibles. Samuel ha sido tal vez uno de los iniciadores de eso que algunos reconocen ya como la discografía alternativa, acumulando una buena cantidad de grabaciones, no solo para beneficio personal, sino también grabando en su propia casa a otros que no han contado con los mínimos medios. Puede ser de manera muy precaria que atenta contra la calidad final de los fonogramas pero del cuarto de Samuel han salido varios discos dignos de reconocer, entre otras cosas, por el trabajo físico y mental que supone una utopía como esta y por la importancia testimonial que deja para un futuro realmente incierto. Tres discos compilatorios de tres aniversarios del espacio Puntal Alto; dos de Ihosvany Bernal, dos de su propia obra y no sabemos cuántas canciones; programas de radio, entrevistas y conciertos en vivo masterizados han salido de la pequeña fábrica de 26 en Nuevo Vedado, cuya ventana suele estar iluminada hasta altas horas de la silenciosa madrugada habanera. Para suerte de todos nosotros, Samuel es un madrugador. Aunque él mismo sienta que va arando el fin, yo creo que en realidad va labrando el siguiente comienzo. Trabajar es su premisa, a veces excesivamente, lo que él mismo sabrá equilibrar para que no afecte los resultados. Canciones ha dejado muchas, tatuadas en la pequeña historia que hemos construido. Lo recuerdo cantando junto a Fernando Bécquer y David Sirgado «Será que el canto» en las interminables noches del piso 8 de la beca de F y 3ra; en su recorrido por la Isla, en bicicleta, en los años más duros de nuestras jóvenes vidas como «El primer día», preguntándose «¿Cómo andará la Habana?», desde las alturas Mayas del Quiché guatemalteco, o pretendiendo ir «Del otro lado del sol», «Como una mariposa» en el patio del Centro Pablo, con una de las guitarras más limpias de aquel año. Si últimamente lo hemos sentido apartado de las calles, o por lo menos, de los sitios comunes que habitamos, no es de preocuparse. Sabemos que no está detenido como esos viejos relojes que abundan por ahí y que pretenden pararnos en el segundo en que ellos lo hicieron. De alguna manera estará volcando su increíble energía, la violencia dulce que le impuso el mundo. En algún momento inesperado volverá para convencernos, con su prisa cautelosa, de que cuando se madruga cotidianamente, el amanecer podrá llegar más tarde, pero mucho más luminoso y duradero. (Texto escrito en el 2004) Silvio Alejandro: Partir y quedarse en La Habana Era lo más parecido a un trovador según mis ideales de entonces: el pelo largo, una barba que se unía al bigote en frondoso candado, sandalias, pulsos de hilo tejido con cuero y la inconfundible presencia de una guitarra marcada por las cicatrices del canto y la vida. Aquella noche de 1993, cuando me presentaron a Silvio Alejandro en el apartamento de un amigo común, estreché su mano con la convicción de que tenía delante a un experimentado artista, mucho más viejo que yo en cuerpo y canciones. Por aquellos días apenas yo comenzaba a tocar la guitarra. Reunidos en un espontáneo grupo creativo que incluía, entre otros, a Erick Sánchez, Samuel Águila y Fernando Bécquer, además de poetas, artistas de la plástica y humoristas, atravesamos los años más duros del Período Especial cubano1 entre canciones, cortes de electricidad y otras libertades propias de la juventud asumida desde tan compleja condición de artistas en embrión. Un día Silvio y yo nos hicimos amigos; cuando se afeitó descubrí que teníamos la misma edad y él ya había recorrido un buen tramo del camino. Quedé además muy conforme el día que escuchó mis primeras tres canciones y con grandísima humildad dijo: «oye, tú sabes hacer esto». Si una palabra sobresale en la obra de este auténtico juglar es Poesía. Ser poeta es algo que trasciende la canción común y él es, sin duda, uno de ellos. Las letras de Silvio son construcciones hermosas de un mundo posible. La casa, la familia compleja y necesaria, los amigos, la política y el amor, aunque no hay definiciones exactas para cada cosa sino mezclas, pociones enriquecidas con la vida y las suposiciones que luego nos hace beber entre el asombro y la duda. 1 Eufemismo con el que se nombra a la mayor crisis económica vivida en la Isla, luego de la desaparición de la Unión Soviética. Estamos ante un trovador que ha podido sortear los avatares de las circunstancias que sabemos todos contrarias a esta empresa de hacer canciones inteligentes o, mejor dicho, interactivas con el pensar. En esta aventura, Silvio se ha refugiado detrás de la guitarra como corresponde, pero no desde el miedo sino desde la resistencia. Ha sabido lidiar incluso con el fatalismo de llamarse Silvio y Rodríguez de apellido a lo que responde con gracia llevando su segundo nombre de Alejandro. Los amigos, por si acaso, le llamamos «Silvio, el nuestro» y al otro…«el otro». Desde su canto ha disparado hacia todas partes con la esperanza de que una de sus balas de esperanza toque a alguien y lo haga volverse a mirar, le tumbe la venda de los ojos y encienda la luz. Es capaz de dolerse por «el apagón de los de abajo», jurarle a un Dios en el que no cree que va a volverse a equivocar, aconsejar a los que parten de La Habana por si les sucede lo que siempre sucede, la nostalgia. Para su obra es suficiente una anciana o un pequeño niño sin nacer, un domingo por la tarde o una pareja cercana. No hay en él otra necesidad que cantar a los demás a través de sí mismo. Silvio fue otro de los perjudicados en el, no sé por quién bautizado, proyecto Cantores de la rosa y de la espina y en aquel concierto funesto del cuartel Moncada de Santiago de Cuba que tantas pasiones despertó en la crítica. Aquellos mismos cantores que hace rato han sembrado de nuevo la Rosa derribada. Revivo algunos conciertos de Silvio Alejandro. Uno en el Memorial José Martí con toda su carga de ternura al que asistimos pocos, por esos pecados que la promoción sigue cometiendo, curiosamente siempre en nuestro caso. El otro, verdaderamente memorable, fue el que realizara en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes con el sugerente título de Quedado en La Habana, un concierto a plena capacidad creativa y de resultados significativos en materia de producción, arreglos y organización de la escena, donde además muchos descubrieron a un Silvio carismático y coherente, locuaz e inteligente. Cualidades que pocas veces aparecen juntas en un solo artista. Más reciente nos regaló «Multitudes en la silla», continuando su racha de buenos títulos en el espacio A guitarra limpia del querido Centro Pablo. Un verdadero desfile de lindas canciones y energías. Unas nuevas y otras, como «A Graciela», retomadas luego de un largo sueño y hermosamente interpretada junto a Amanda Cepero y la guitarrista Elvira Skourtis. Estuvo acompañado además por Silvia Pérez en el clarinete, Yoriell Carmona en el tres y el grupo vocal Spuela d’ Gallo, con el que desafortunadamente no se logró un verdadero empaste y no estuvo a la altura del resto. De todas maneras nada logró empañar el limpio cristal de la tarde, ni siquiera la lluvia que llegó casi al final terminando todos juntos, de una manera mucho más tangible, el concierto del trovador. De la discografía, hablar es toda una aventura, como lo es de muchos de nosotros, abiertamente apartados del universo disquero «oficial». Apariciones en casetes de fabricación casera primero y luego los conciertos Cuatro maneras de mirar y La impúdica es la guitarra del Centro Pablo, además de Multitudes…, ahora en el formato de CD y Generación X, su producción independiente del anterior Quedado en La Habana. También la nada feliz Antología de la Nueva Trova Vol IV de la EGREM y la menos todavía Acabo de soñar que como un sueño se nos esfumó de las manos, con poemas de Martí dentro, también de la EGREM. No sería justo dejar de mencionar la labor de promoción que asumiera durante un tiempo al frente de la Asociación Hermanos Saíz en Ciudad de La Habana, abandonando prácticamente su espacio de creación entre la amalgama de ocupaciones que impone una responsabilidad como esta. El júbilo con que recibimos la noticia de su estratégica elección se fue convirtiendo poco a poco en la preocupación de no escucharlo en conciertos ni grabaciones y en el temor de ganar un eficiente cuadro perdiendo a un buen (y no menos necesario) trovador. Ninguna alegría fue comparable con la de verlo regresar a su guitarra como a un país que se extraña desde lejos. Silvio Alejandro no se asume a sí mismo como un gran intérprete. En varias ocasiones le he visto despreocupado por tal realidad y sin ansias de superar las pequeñísimas «impurezas» que le achacan algunos. Yo debo confesar que no me molesta en lo absoluto su voz de lija, que la siento como la voz del adentro, erosionada por la vida y los amores, aunque respeto el criterio de los perfeccionistas y no aplaudo como algo positivo su despreocupación. Será que en todo este tiempo de aprendizaje he sabido mirar dentro de su canción, metiéndome hasta la cabeza y no asomándome. Pasados los años sigo viendo lo más parecido a un trovador. Rememoro sus instantes de pequeña gloria como los del evento Music Bridge que unió a músicos cubanos y estadounidenses, su gira por Honduras cantando para las brigadas médicas cubanas o sus viajes a los países más increíbles como Turquía y Japón. Sigue y seguirá siendo un trovador desde su óptica singular y heterogénea. Artista sincero que reúne todas las posibles razones para quedarse en esta ciudad de poetas y marginales. Mezclador del jazz, el bolero y el son, sin saberlo. Cercano y a distancia de las ideologías pasajeras y las modas del momento. Entre la oficialidad y el underground creo que Silvio no ha sido justamente situado en un lugar a su altura. El camino que hoy se torna ya largo ha sido labrado con sus manos con más o menos sabiduría y buen tino, pero propio. Esta condición permite las libertades de la creación y, más allá de toda crítica subjetiva, la posibilidad de contar con una obra sólida, segura e inobjetablemente auténtica. En estos tiempos de maquillaje y fanfarria global se agradece la sola existencia física de un trovador semejante, que aunque no siempre conecta su cable a tierra, nos mantiene vivos de alma y en cada nueva canción abre una puerta, santifica un sueño o, simplemente, nos muestra un espejo con nuestras caras deformes y reales. Ahora mismo, Silvio Alejandro, el nuestro, desanda desde hace varios meses las tierras de Latinoamérica mitigando su larga sed de viajero poco complacido. Desde el Perú, Chile, Bolivia o Ecuador revisa seguramente su foto mental del puerto, el prado leonino va en sus ojos y desde su canción pregona «El manicero» como en las viejas estampas de los abuelos ausentes. Sigo pensando que es más viejo que yo en estos avatares de juglar y me gusta imaginarlo hasta su regreso cantando al frescor de cinco cervezas dobles. Hombre que sabe partir quedándose eternamente en esta Habana. (Texto escrito en el 2004) Dúo Karma: La increíble victoria de la belleza Cuando por encima del caos que presume de invencible, la belleza se impone como el espejismo de los cuentos con final feliz, esa es una victoria de todos los que sostenemos no sumarnos al carnaval que nos desvía de seguir andando el camino del pensamiento. Esta vez la belleza vino a dos voces, una guitarra y pequeños milagros percutidos, soplados y sacudidos para predicar su evangelio de poesía y buen gusto. El 4 de diciembre de 1999 el dúo Karma, integrado por Xóchitl Galán y Rodolfo Hernández, viene al mundo, tras largo embarazo, con un pequeño concierto en el Museo del Cerro de nuestra capital. Desde entonces estos músicos, en ese momento de formación autodidacta, se proponen a través de su obra hacer una fusión de géneros y ofrecernos la aventura de un paseo desde América hasta el Oriente Medio, pasando por la inevitable África y la culta Europa. Tamaña osadía, desde la inexperiencia inicial hasta el día de hoy, ha dado frutos inimaginables para ellos mismos. Apenas cinco años han pasado en esta carrera invisible hasta el infinito y Karma, con la perseverancia y el estudio por encima de las lentejuelas, ha logrado situarse entre los que empiezan ya a ser vistos como la vanguardia indiscutible de la más joven canción trovadoresca cubana. Por eso, y mucho más, merecen que nos detengamos un instante en las interioridades de su pequeña maquinaria que, como un reloj, nos va marcando la vida alrededor para que nada nos pase inadvertido. Desde mi condición de trovador me será peligrosamente difícil ser imparcial en esta historia con la que simpatizo desde hace tiempo, pero desde el trovador ha de partir también la sinceridad y el culto por la realidad. Mi afán no es el de convertirme en crítico, sino tirarle la primera pedrada al vidrio de ciertos silencios. Si escuchamos la música de Karma encontraremos, en primer lugar, un respeto profundo por las formas originales de los géneros a fusionar, partiendo de esta premisa; las canciones son construidas en armonía con un sentido de la medida bastante difícil de encontrar en lo que últimamente pretende ser post o pseudomoderno; canciones precisas («redondas», como decimos entre trovadores) y comprensibles en medio de su diversidad armónica y melódica. El acompañamiento es ejecutado con limpieza y con una sencillez que permite el protagonismo de las ideas que propone la voz, nada se nos pierde o nos pierde, ni siquiera la percusión que más bien permanece todo el tiempo como un ente que sostiene con la suavidad de una almohada toda la trama de la propuesta. El trabajo de las voces se complementa, a pesar de la potente voz de Xóchitl en aparente contradicción con el suave timbre de Fito que, con la maña de los viejos trovadores, lanza contracantos y melodías que alternan maravillosamente en perfecto matrimonio. Es de señalar que las condiciones vocales de Xóchitl se extienden además hasta los complicados vericuetos sonoros de los melismas propios del flamenco y la música oriental. Los arreglos, que han mejorado notablemente con el tiempo, son capaces de llenar el vacío que podría sugerir la aparente pobreza del formato que, a su vez, no ha dejado de ser protagónico cuando ha sido acompañado por otros músicos en algunos conciertos; de manera que nunca se pierde el dúo en la madeja de sonidos y presencias escénicas ajenas, pecado bastante común a la hora de reunir músicos virtuosos con proyectos trovadorescos. En el frondoso árbol de las influencias podría señalarse la música brasileña como determinante de muchas canciones y giros armónicos, música de la que ambos son bastante estudiosos al punto de aprender los bailes y hasta cierto conocimiento de la lengua portuguesa, lo que les ha permitido incorporar algunos temas al repertorio en su idioma original. Si buscamos en los orígenes de Fito y Xóchitl hallamos el flamenco como primer acercamiento a la música ya que, primero él con la guitarra y luego ella con el canto, integraron antes un proyecto de música flamenca donde absorbieron mucho de lo que hoy es su arsenal de posibilidades. Todas estas características musicales y sonoras vienen a reforzarse con la poesía que inunda los textos de Karma. Dotada de metáforas claras y convincentes, las historias contadas y las reflexiones del mundo llevan un sabor ingenuo que seduce sin demasiada carga, lo que no niega profundidad. Alérgicos al facilismo y la superficialidad, nos entregan la canción sin las trampas propias de los impostores, con una sinceridad que conmueve y mueve. Las temáticas son, en este caso, un abanico refrescante en medio de la agresividad de lo que vemos generalmente o del panfleto convencional; su compromiso es ante todo con la belleza y esto, a mi juicio, constituye un sello que los distingue ya a pesar de su corta carrera. Entre el costumbrismo del tema «Inocente» y el dilema filosófico de «Aguacero nocturno», cabe un mundo de imaginación y formas que nos transporta a lugares distantes entre sí, que de pronto parecen convivir en unos pocos metros de tierra fértil. Me gustaría celebrar en estos dos artistas, la capacidad de superarse a ellos mismos, desde la autocrítica constante. Siempre preocupados por el resultado de cada nueva empresa, indagan y concentran esfuerzos en los puntos débiles de su actuación, tomando el estudio por remedio único, algo que los ha hecho superar en corto tiempo muchas dificultades e incluso graduarse de nivel elemental de guitarra en curso nocturno del Conservatorio Caturla. Tal vez todavía les quede por trabajar en la proyección escénica, donde algunos esperamos a un dúo Karma más seguro y más coherente en movimientos y diálogos, pues la comunicación no puede confiársele solo al poder de la canción y su naturaleza. Sabemos que pueden lograrlo, más si tomamos como ejemplo su propia capacidad organizativa generando y acometiendo proyectos como la peña En Sepia que mantuvieron durante un año en un lugar conocido como El Hueco del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, por donde pasamos incontables troveros y adictos en memorables tardes de sábado y, recientemente, el exitoso espacio Sol sostenido en el club Barbaram que junto a Inti Santana y Marihue Fong defendieron en difíciles circunstancias, las que terminaron con el cierre de tan necesario lugar. Hemos alucinado también con las habilidades manuales de Xóchitl y Fito, las hermosas cubiertas de sus discos, únicas en cada ejemplar, dibujadas y pintadas con asombrosa laboriosidad, los diminutos barquitos de papel que anunciaban su peña de mano en mano o las «famosas» cajitas de papel que fabricaban junto a sus colegas de Barbaram y que algunos cometían la torpeza de confundir con ceniceros. Todo este universo conduce inevitablemente a hablar de la sólida obra infantil que vienen desempeñando con notable acierto como dúo y como compositores de una especial sensibilidad para esta difícil vertiente. Canciones como «Chuchuhipo», «Mochito» o «Panchito el elefante», plenas de la ternura suficiente y bien alejada de la tontería y la subestimación de la inteligencia del niño, vienen a dar nuevos aires a tan maltratado género. Participativas, sin didactismo aburrido, son cantos a las más altas premisas humanistas de la vida. Esta faceta es desempeñada por Karma con el mismo nivel de complejidad y calidad que en su versión adulta, y con ella han obtenido no pocas gratificaciones del público más exigente. Es, incluso, con la música para los pequeños donde mayor reconocimiento en los medios han recibido. Podríamos mencionar, entre otros, el desaparecido Arcoiris musical, durante años el único programa para la canción infantil de la televisión cubana, y el trabajo con la trovadora Rita del Prado, de inigualable encanto, alrededor de la obra de José Martí, varias veces transmitido en el programa Como un concierto tuyo. Además estuvieron sus presentaciones en el teatro Amadeo Roldán con el mismo trabajo, en la peña Jardín de cuentos de la UNEAC o junto a la compañía infantil La Colmenita en la sala Avellaneda del Teatro Nacional. Por suerte tenemos estas canciones grabadas en su sencillo disco, donde se elevan a la categoría de verdaderas obras de arte para niños los temas «En el medio de la calle» y «La fiesta de las cosas», de una belleza y construcción pocas veces vistas. De esta linda manera Xóchitl y Fito no se conforman con mantener el árbol ya crecido y van sembrando las semillitas entre los que han de crecer en un país que a nosotros nos toca hacer mejor. Recientemente una noticia nos alegró a todos. En la televisión supimos que el dúo Karma había obtenido siete nominaciones a los populares Premios Lucas con su video-clip Para no sentir la sed.1 Dirigido por el joven realizador Alfredo Ureta, el clip sorprendió por una excelente factura, fotografía y, sobre todo, por ser de una canción diferente a las que tradicionalmente se difunden como modelo de éxito. No creo que esta clase de premios defina niveles de calidad en sí, puede incluso ser todo lo contrario, pero de hecho es una especie de lección a los que subestiman al arte que no cumple «ciertos parámetros» comerciales para su difusión. Parafraseando a Inti Santana, «fue un agujero por donde pasó luz y el aguacero». Creo que el momento cumbre de este viaje ha sido sin dudas, hasta hoy, el concierto Voz de las aguas, en el espacio A guitarra limpia del Centro Pablo, reto del que ambos salieron airosos y a la altura de las circunstancias. 1 Este video-clip se alzó con el premio en las categorías de Mejor Dirección de Arte (Alfredo Ureta), Mejor Efectos Visuales (Rudel Reyes y Abel Milanés) y Mejor Figura Novel. En una presentación muy bien calculada en tiempo y variedad, Xóchitl y Fito nos regalaron su mirada al mundo que poco a poco se convirtió en la mirada común, lejos de la banalidad o del paisajito folclórico y libre de imprecisiones. Un ejemplo de madurez para quien aún tenía dudas acerca de esta suerte de aquelarre sonoro. Todo un camino por andar comienza para el joven dúo Karma, con sus curvas. Bien cultivado hasta ahora empieza a dar sus frutos en medio de la aridez cultural que amenaza con avanzar. Es realmente increíble y alentador que la belleza se imponga cuando más la necesitamos, que se nos aparezca de esta forma tan rica, diversa y fresca, sin máscaras ni químicos artificiales. Larga vida entonces para los que, como Karma, ayudan a ejercitar el pensamiento con la sensibilidad de un arte comprometido con la vida y sus adentros. Antes decía que esta es una victoria de todos, porque la bandera que levantan es arma duradera para una cultura de resistencia. (Texto escrito en el 2004) Fernando Bécquer: cubano aunque se ponga bravo el son Hablar de Fernando es como contar la vida desde que nos conocimos en alguna trovada en el año 1994, hasta el día que está siempre por llegar, porque él ha estado durante todo este tiempo del lado de la realidad, esa especie de matraca que, con su ruido aparente de fiesta, nos recuerda todo el tiempo quiénes y de dónde somos, para que en nuestra elevación a las ideas más puras no nos olvidemos de la impureza que nos hace, en una palabra, cubanos. Cuentan que los primeros trovadores europeos, poetas auténticos del pueblo, iban de comarca en comarca narrando historias y sainetes de cuanto acontecía en el reino; excéntricos y escandalosos no reparaban en arremeter contra noble o bandido, la política o el amor. También de nuestros primeros y auténticos trovadores nos llegan historias con una explosiva mezcla de mujeres de mala vida, amores leales y puros, patria, hambre e independencia. Por la época en que conocí a Fernando nos desenvolvíamos entre conceptos muy similares. Mientras yo contaba apenas con cuatro canciones en mi carcaj, que me aburría tremendamente de lanzar, me tropecé con aquel negro largo, que tenía cara de experimentado y arrancaba mi asombro con una metralleta de canciones ácidas y valientes que muchos se sorprenderían hoy de escuchar. Para colmo de mi envidia más sana, el auditorio, en especial las muchachas, coreaban sus letras como aprendices aplicados en una lección de idiomas. Pero creo que poca gente conoce el antes de Fernando, que me recuerda mucho el de grandes trovadores del pasado. Podríamos hacer una retrospectiva y decir que conoció de niño a José Antonio Méndez y a César Portillo de la Luz porque eran amigos de su abuelo. Que fue utilero por tres días de la orquesta NG la Banda recién fundada, ayudante de laboratorio y fotógrafo en la revista Opina. Hablar de su vocación de actor en la televisión y el teatro donde tuvo un papel en el serial Permiso para hablar y en la obra El sudor del inolvidable Tito Junco, o su trabajo en la prestigiosa Radio Arte con el actor Cholito o como extra «accidental» en el largometraje Bajo presión de Víctor Casaus. Que más tarde trabajó en el departamento fílmico del Ministerio del Interior como asistente de cámara primero y grabador de video tape después. Él mismo sostiene que su encuentro con la trova de cerca fue por razones de trabajo, cuando tuvo que cubrir un concierto en el estadio Eduardo Saborit, nada más y nada menos que de Gerardo Alfonso y Carlos Varela. Los escuchó cantar juntos «Tropicollage» y desde entonces no paró hasta aprender a tocar la guitarra, motivada además por la ventaja que esto proporcionaba a la hora de conquistar muchachas. Los primeros acordes se los enseñó un amigo que ahora conduce un taxi de turismo. La primera vez que apareció en público fue por el año 1989, en un espacio en la Unión de Periodistas de Cuba llevado por el trovador Juan Carlos Pérez. Luego la recién estrenada Madriguera y seguir y seguir cantando. Empezaban los noventa con el fantasma de la crisis económica por llegar. Recuerdo que en la algarabía de las peñas de aquellos días o en la oscuridad del apagón siempre había un silencio y una vela para el momento esperado en que cantara el Fernan, como le decimos los amigos, reverenciándolo sin saberlo, como él mismo a sus orishas. Así anduvimos por el piso 8 de la beca de F y Tercera, la galería del cine Yara, la sala Talía, el parque de H y 21, la discoteca de la beca de 12 y Malecón pasando por el parque frente al cine Acapulco y la inolvidable peña en la casa de Reinaldo (Macho) Escobar. En todos estos lugares vi crecer sus canciones llenas del sabor, que inexplicablemente rechazábamos al mismo tiempo en la música salsa, por ejemplo. Comprendí que Fernando era el puente entre nuestras carencias y nuestras aspiraciones estéticas. Desde entonces hemos tenido a un juglar que se despoja de los formalismos en el escenario, con canciones de una picaresca casi desaparecida de la canción nacional. Extraña combinación de Virulo, Bola de Nieve y el Guayabero, no parece importarle demasiado su poca destreza vocal y guitarrística; su proyección hiperquinética y libre le permiten una comunicación con su público muy difícil de lograr para otros artistas. Vestido de saco azul o camisa blanca, con su tabaco intermitente, usa palabras diáfanas, narra historias de la vida, de la gente de a pie sin melodrama ni sentimentalismos baratos. Conocedor del escenario ordena sus canciones meticulosamente como un castillo de naipes que hará caer luego, de un manotazo, en las narices del auditorio que se sorprende, se molesta o se muere de la risa. Sentido del humor y carisma son, a mi entender, las dos armas fundamentales de su arsenal. Si escuchamos temas como «La canción de Lulú» o «Aquí el artista soy yo», vamos a tener una imagen muy epidérmica quizá de la obra de Bécquer: son canciones que parecen no pasar de la intención burlesca, de la risa pasajera y en esta trampa han caído muchos que no se han detenido a mirar más adentro, algo de lo que en parte él mismo es responsable. Dice el poeta Antonio López Sánchez, conocedor indiscutible del mundo trovadoresco, que Fernando es un artista sin medias tintas, o se le quiere o se le odia definitivamente. Yo agregaría que los que le odian no han ido más allá de su dudosa afinación al cantar, sus gestos y ademanes desmedidos, sus palabras impúdicas y sus canciones y actuaciones menos felices, como aquella colectiva del 28 de enero de 1998, en el cuartel Moncada de Santiago de Cuba donde todos fuimos mal dirigidos y mal encausados pero, eso sí, bien televisados. Los que le queremos hemos disfrutado de sus memorables conciertos como su A guitarra limpia, en el Centro Pablo o su noche del teatro de Bellas Artes acompañado además de excelentes músicos, de sus canciones más hermosas como «Necesito», de las más comprometidas como «Hoy debemos sentirnos felices», de los poemas musicalizados de José Martí y el joven Sergio Gómez, o de sus versiones como la exquisita «Ya están las semillas» de Noel Nicola. Fernando es un trovador inteligente y sensible, conocedor enciclopédico de cuanto chisme y evento hizo historia en el universo del arte, dinámico y dicharachero, cultivador de las tradiciones familiares, amigo de sus amigos y de sus enemigos, devoto de sus orishas desde mucho antes de su despenalización oficial, escuchador incansable de la música toda. Admirador confeso de Roberto Carlos, los Fórmula Quinta, los grandes del Brasil y la trova cubana entera. En la misma medida en que criticamos su despreocupación al tocar o decir, vamos a pedirle consejos de cómo actuar a la hora del concierto. Es como si respetáramos su sabiduría por encima de sus desaciertos. Fernando es nuestro cable a tierra, la pita de nuestro papalote en la tormenta insular. He visto como su canto se mueve entre la sala de una casa y la solemnidad de un teatro, pasando por la tribuna política y lo más intrincado de las selvas y montañas de Guatemala, y es el mismo canto, cubanísimo por donde se quiera, áspero, grotesco y lírico. Libre de la perfección y las formas preconcebidas. Sin otra pretensión que repasar la vida por si acaso y, desde luego, conquistar el corazón de alguna mujer, como bajo aquella ventana de Bayamo nuestros ancestros sembraron la semilla incómoda de la trova cubana. No sé los que le odian, pero los que le queremos le vamos a perdonar toda la vida que se distraiga en su guaracha necesaria, aunque se ponga bravo el son y el bolero ponga esa tremenda cara de susto. (Texto escrito en el 2004) Axel Milanés: Vivir de inventarse Lo conocí por aquel convulso 1996 cuando Alberto Faya, entonces director de música de Casa de las Américas, lanzó la temporada de conciertos Casa, paso a la más joven canción. Típico trovador del ambiente universitario, Axel Milanés se aventuró en su concierto A golpe de guitarra, título sugerente y audaz. Yo tenía apenas unas nueve canciones y me sorprendía descubrir a una horda de trovadores de mi edad con algún camino ya transitado. Por aquellos días, Axel me parecía un auténtico cantor de provincia despojado de pretensiones citadinas y amante confeso de la canción romántica y las rancheras mexicanas. Dotado de una excelente voz nos entregaba canciones de frescura singular, pobladas de conflictos, amores y desventuras. Casi un año después tuvimos que compartir aquel memorable concierto Nuevas voces de la rosa y de la espina, proyecto hermoso que tantos comentarios desafortunados desencadenó luego. Lo conocí más de cerca. Bromista empedernido y mordaz, supo sobreponerse con buen tino, al estigma del campesino que se sube al tren cosmopolita. Desde aquel momento fue uno más de los que labrábamos el camino hacia lo que hemos sabido y podido ser hoy. Según una magnífica anécdota relatada por el periodista Félix López en el prólogo del cancionero Canciones de la rosa y de la espina, en un encuentro en Casa de las Américas, Axel dejó caer al suelo una taza de porcelana y, rápidamente, recogió los pedazos y le ofreció uno diciendo: «Toma, es un recuerdo de un trovador que será famoso». Diez años después, y para suerte nuestra, ninguno de los que estuvimos allí es famoso; pero seguimos siendo, pese a todo, trovadores. Nos quedaron algunas huellas de su trabajo, entre conciertos y grabaciones como Cuatro maneras de mirar, uno de los primeros recitales de A guitarra limpia que abría la maravilla del resurgir de los espacios trovadorescos en la capital. Sus ecos quedaron en la Universidad de La Habana, en El Gato Tuerto, el Pabellón Cuba, La Madriguera, el cuartel Moncada de Santiago de Cuba, la Casa de las Américas, en parques, portales, avenidas y en algún sitio visible de nuestra memoria colectiva. Un día me dijo que se iba a Argentina, enamorado, como buen juglar. En una de sus últimas visitas a mi entonces morada transitoria, hablamos muchísimo de los pro y los contra de la partida, de estar lejos y de quedarnos. De seguir cantando bajo cualquier circunstancia. Si tuviera que poner un ejemplo exacto de alguien que ha mantenido su palabra, y mucho más, su palabra cantada, bajo cualquier circunstancia, mencionaría sin pensarlo a Axel. Es uno de los más activos trovadores cubanos en el extranjero. Nunca dejaron de llegar noticias de su obra. Marejadas de correos electrónicos anunciando sus presentaciones nos daban un panorama de actividad sin descanso. Le conozco más conciertos que a ninguno de los de mi generación, incluyéndome. Así, desde la distancia, supe de sus múltiples recorridos por tierra argentina, teatros, festivales y cafés. De su participación en el proyecto Cantautores junto a los trovadores argentinos José Mauro, Paula Ferré, Humberto del Monte Mar, Pedro Zambrelli, Demián Naón y muchos otros. Del taller Música para camaleones, de su canto compartido con cuanto juglar, músico y poeta podamos contabilizar. Del dúo Sonsacados con el músico cubano César Gaviria. Sus discos: Sonsacados en Vivo, Fe de Nacimiento, Viviendo de inventarme y Buscando Luz que nos hubiera gustado escuchar más; aunque con los tiempos que corren no se escuchan ni los nuestros que están más cercanos. Pero siguen lloviendo noticias, no se detienen. Un trovador cubano que defiende su canto y a su vez el canto de todos los que perseveramos. Hombre que ha decidido sostener una pesada bandera que algunos no han sabido mantener en su propia tierra. Vivimos en una isla maravillosa, mágica. Cargamos, con mayor o menor responsabilidad, su historia a cuestas. Aquí estuvieron los que se van y los que se quedan. Pero hay los que se quedan sin estar, peligrosos, solapados y letales, y están los que, como Axel Milanés, se fueron y aprendieron a quedarse siempre. Más escasos, más luminosos y más necesarios. Los que vivieron de inventarse para no olvidar quiénes son. (Texto escrito en el 2007) La séptima cuerda: Tiempo de encontrar caminos Cada día se hace más difícil definir las generaciones de trovadores en la escena nacional. Como mucho juntamos, en determinadas circunstancias, algunos nombres pretendiendo sin éxito una unidad grupal que nos permita clasificar, seguir o simplificar a los cantores que van surgiendo de la nada, que no es más que el todo cotidiano. Este es el caso de La séptima cuerda, proyecto iniciado en una peña sui géneris por el público y los artistas tan jóvenes que acudían y acuden a estas canciones en busca de los lenguajes propios de su tiempo. Intereses que otros trovadores, más experimentados, tal vez no han logrado conciliar en su discurso. Desde la primera vez que asistí a La séptima cuerda, en la galería de la biblioteca Rubén Martínez Villena, descubrí todo un mundo de singular encanto. En un lugar privilegiado, frente a la Plaza de Armas y vulnerable al flujo de transeúntes de todo tipo, se dejaban escuchar canciones que, si bien eran evidentemente inexpertas en este ingrato menester de decir cantando, tenían el componente esencial de las ideas frescas. Una y otra vez volvía en busca de nuevas y de las mismas repetidas, pulidas en aquel taller de nombres y sueños de las nuevas generaciones con sus puertas. Apenas tres años después, compartiendo la escena con estos trovadores en el Centro Hispanoamericano de Cultura, he reafirmado que la canción de autor en Cuba es absolutamente regenerativa. Mauricio Figueiral, Pedro Beritán, Juan Carlos Suárez, Adrián Berasaín y la recién llegada Lilliana Héctor fueron, los protagonistas de un concierto diferente y necesario. Enmarcado en el nuevo proyecto Verdadero complot, hasta ahora una propuesta seria y consistente para la promoción de lo más representativo del género trovadoresco, con un dispositivo eficiente de publicidad y producción, este encuentro con los más nuevos es todo un descubrimiento. De todas las presentaciones de estos jóvenes, esta es la más espectacular, el puntillazo para acallar de una vez y por todas la voz de los incrédulos. En primer lugar se advierte un progreso notable a nivel de composición y de interpretación. Con sus individualidades se deja ver cierta madurez, altas y bajas como en todo. Incluso los consagrados han permanecido a veces bastante tiempo en las bajas. El acompañamiento de excelentes músicos de escuela que repiten escena esta vez del lado de los noveles sin otro compromiso que el de tocar por amor al arte, alzó los temas a niveles que muchos no esperábamos. Quince canciones fueron más que suficientes para un recorrido por disímiles corrientes: rock, vallenato, son, conga, baladas, reggae y country. Si de individualidades se trata, menciono la canción de apertura, «Si te hago canción», de Adrián Berasaín, interpretada entre todos a manera de presentación, un tema de lograda belleza sin excesos poéticos ininteligibles; Pedro Beritán con un estreno que arrancó ovaciones, «Canción para arrullarte», dotada de todos los atributos de una verdadera canción; la temprana evolución de Lilliana con su «Queja de la luna llena» a dueto con Amanda Cepero en un empaste formidable de voces, trovadora que no por gusto ganó con sus letras el concurso Una canción para Frida y Diego; «Días de abril», que define muy bien la lírica de Juan Carlos Suárez, visiblemente mejorado en proyección escénica, y la ingeniosa letra de «Pa’ quererte» de Mauricio Figueiral, una especie de vallenato, hermosamente caribeño, a mi juicio desvirtuado por las intenciones y la fuerza de la batería. Críticas hay algunas, aunque no empañan para nada el resultado final. Tal vez cierta carencia de organicidad en el espectáculo, bastante bien armado para la corta experiencia en estos menesteres que siempre son un misterio hasta el último momento. Con algunos baches a la hora de cambiar de músicos nos faltó algo de comunicación con el público, unas pocas palabras se hubieran agradecido. Situación a ratos salvada por Mauricio y Berasaín con sus acostumbradas dotes histriónicas. Solo los más observadores notamos algo de improvisación, montajes de última hora y algún que otro pecado resuelto en el camino, lo que habla muy bien de las mañas que van adquiriendo ya estos cantores. Me parecen innecesarios momentos como los del texto dicho en escena a modo de diálogo poético algo kitsch, que no logró convencer a cierta parte del público de su pretendida ironía, o el divertimento de usar las gafas y el casco de motorista de Adrián sin haberlo estudiado de antemano y de este modo haber logrado un mejor efecto. Pero, por encima de todo, este fue un encuentro con un canto de novedosos bríos; la sorpresa, para algunos, de que no siempre la canción trovadoresca es aburrida, en extremo intimista o hermética y elevada. Estas eran canciones más cercanas a la vida. A través de sus notas escuchábamos las nuevas influencias de una juventud heredera del nuevo mundo, con su Internet (o más bien sin él), su visión postindustrial de la realidad y fuera de las ideologías tradicionales. Estos elementos, que todavía tienen mucho que ofrecer en sus obras, hacen de estos temas algo auténtico y revelador. ¿Y qué decir del público? Más que numeroso, como nunca llenó esta sala con pocas caras conocidas. Gente fuera de ese círculo vicioso que a veces nos sigue y que no se regenera. Poder de convocatoria contundente para los escépticos. Una sala atestada de jóvenes bajo el calor de nuestro verano y en tiempo de carnavales, es una victoria contra el aburrimiento nacional. Sentí, como diría mi amiga Rita del Prado, «una envidia azul» por estos apóstoles sin aspavientos ni bisuterías. Sinceros, con sus canciones así, sin adulterar, de tómalas o déjalas. Apoyados por su público que rejuvenecía el rostro en la penumbra del asombro y del agradecimiento. Tuve la suerte de participar además en el proceso de gestación de este concierto y compartir nacimiento y muerte de ideas en ensayos y preparativos. La preocupación más importante de estos trovadores es que los identifiquen como un grupo indisoluble y monolítico, de manera que los sentencien a andar unidos todo el tiempo. Yo, que conozco bien de rosas y de espinas, estoy plenamente de acuerdo con que ha llegado el momento de que cada cual descubra y asuma su camino en solitario. Sostengo que el trovador es un fenómeno individual por excelencia, aunque el taller común sea cultivo fértil de la creación. A nivel social es muy importante que quien escucha identifique sus necesidades en determinado creador, que pueda escoger sus propios paradigmas. Tenemos esta costumbre populista y fatal de agruparlo todo para legitimarlo. De esta forma nos perdemos la verdadera capacidad de cada uno de ellos de entregarnos su trabajo. Es importante que La séptima cuerda no se convierta en un sello grupal, como si fuera una organización partidista o un equipo deportivo. Ese es el nombre de la peña que les dio la oportunidad de darse a conocer entre un grupo selecto de consumidores. Identificarlo como una generación es excluyente y facilista porque, de alguna manera, es menos complicado llamarlos a todos para hacer conciertos, discos y actividades que asumir coherentemente a cada uno de ellos como lo que son, artistas que han demostrado estar en plenas condiciones de sumar sus nombres al catálogo de la música cubana, la nueva música cubana que anda germinando por las calles y que pone en peligro esa visión folklorista y superficial de nuestra cultura que tanto daño nos ha hecho. Luego de esta presentación en una ciudad hambrienta de arte nuevo, no podemos hacer otra cosa que seguir los próximos pasos de esta cuerda agregada a la guitarra común, la que se pasaron de mano en mano todos los trovadores nacidos en la isla maravillosa que habitamos. Alentarlos a todos, impulsar sus velas. Domesticar las ganas de compararlos, de agruparlos. Quitarles las acotaciones, los límites y las falsas siluetas. Escuchemos este grito de lo que vendrá. Este relevo de la antorcha de la inteligencia y la razón. Siempre estaremos inconformes, pero no es la inconformidad de los detractores, de los que asisten a estos milagros con la única intención de desvirtuarlos; es la inconformidad de exigir siempre más de la belleza que nos conmueve, la de pedirle peras al olmo en plena sequía. Ellos se han ganado el espacio juntos. Los que no pudieron cargar con el reto quedaron un poco más atrás, detenidos en el filtro de la perseverancia. Unidos han salido a flote. Ahora les toca reinventarse solos, descubrirse cantando frente al mar de preguntas que les haremos. Es hora de otros viajes entre la maleza y bajo el temporal. Es tiempo de encontrar caminos. (Texto escrito en el 2007) EPICENTRO Epicentro es el nombre que originalmente puse a una sección del programa de televisión A guitarra limpia, que estuvo al aire poco más de un año a través del canal Cubavisión Internacional en coproducción con el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. De este proyecto fui guionista y, ocasionalmente, hice de presentador. La sección estaba dedicada al trabajo del Centro en sus otras vertientes, incluyendo entrevistas y reportajes desde sus instalaciones y sus actividades. Epicentro es un juego de palabras que para mí rinde honores a un verdadero sismo cultural. Al trabajo incansable de un pequeño grupo de personas que, dificultades y carencias económicas por medio, encarnan el cómo se debe trabajar por una mejor sociedad, una mejor vida. Este segundo capítulo recoge los principales escritos que he hecho para y por el Centro Pablo. He incluido el primer texto que escribí al respecto, a pesar de ser una desprovista y primeriza incursión en estos temas, cuando apenas A guitarra limpia tenía dos años de fundado. Este es mi grano de arena, mi apoyo incondicional a estos valores y sus motivos. Estas son palabras que me fueron saliendo a la espera de una canción a la altura de este terremoto de amor. Centro Pablo: Los recursos y el método La primera vez Septiembre de 1998. Alguien habló de A guitarra limpia, un espacio que con la impetuosa pretensión de dar conciertos de trovadores y la única condición de acompañarse exclusivamente de una guitarra se abriría en el Centro Histórico de la Habana vieja, en el patio de un enigmático centro cultural que llevaba el nombre del periodista muerto en la Guerra Civil Española Pablo de la Torriente Brau. Confieso que en mí no hubo sorpresa. Ese mismo año el panorama de esta clase de proyectos había sido marcado por la escasa promoción, la diferencia tremenda de calidad en las propuestas artísticas, el desorden y lo efímero de los espacios. El trovador seguía siendo una especie de mendigo trashumante con el halo inconfundible de la bohemia a cuestas. Por regla general el irrespeto por su música se evidenciaba en la ignorancia institucional hacia los jóvenes valores del género y el uso casi exclusivo de las figuras consagradas como plato fuerte de los momentos de reafirmación patriótica o las fechas notables de la historia. Así fue que esta novedad mantuvo escépticos a algunos creadores, no obstante lo atractivo de su propuesta. No asistí a los primeros conciertos llevado por la inercia que a veces impone la apatía, pero pronto llegaron noticias. El éxito de los recitales, la magnificencia de un patio interior acogiendo a un público perplejo y disciplinado, la resonancia de una tarde de jóvenes trovadores y la prueba tangible de un casete que la perpetuaba en la memoria con el sugerente título de Cuatro maneras de mirar. Los ecos auguraban que algunos de nosotros estábamos equivocados. El tiempo, con su perseverancia, se encargaría de demostrarlo. La segunda Concierto A guitarra limpia de Gerardo Alfonso. Ante mí un patio atestado de gente alucinada, inmóvil. Reina una frescura desconocida pero añorada. En la entrada una pequeña mesa donde a manera de pequeñas maravillas se vendían en moneda auténtica y factible libros insólitos, posters, postales de Frida Kalho y los comentados casetes con los conciertos anteriores. Un programa fue puesto en mis manos sin costo alguno a pesar de su calidad de impresión, información y diseño. No tuve opciones para la crítica, solo dejarme llevar en aquel barco con buen rumbo y el viento a favor. Tarde memorable de buen sonido, buenas energías, buena suerte, buen trabajo. A partir de aquel momento una vez cada mes aluciné entre las maravillas del Centro Pablo, como la voz popular comenzaba a nombrarlo de boca en boca por las calles de la ciudad. La vencida Mayo de 1999. Mi teléfono suena. Una tierna y respetuosa voz de acento lejano me informa que he sido invitado a ofrecer un concierto en el espacio A guitarra limpia. Me da una fecha para reunirnos y un agradecimiento que me deja sin palabras. Así nace Cuerda joven, uno de los recitales más interesantes de aquel año. Aquella tarde un Panataxi me recogió en la puerta de mi casa. La prueba de sonido estuvo enriquecida por la eficiencia (y la paciencia) de los sonidistas. Allí estaba la cámara de fotos y la de video que filmaría para la memoria, los programas con nuestra información y breves comentarios individuales, bebidas para todos. Allí había brazos y oídos abiertos. En una palabra que pudiera nombrar las cosas: respeto. Ya en la noche, luego de aquella velada surrealista, otro Panataxi me devolvió atónito a la misma puerta de donde partí escéptico. Este pequeño trabajo no pretende teorizar. No es un ensayo sazonado por la grandilocuencia de la retórica o el aparato, a veces más convincente, de las estadísticas. Es apenas un llamado a la mirada de todos, un jalón de orejas a la deficiente promoción institucional de los jóvenes trovadores cubanos abandonados a su suerte y al acecho del promotor foráneo, en una encrucijada histórica difícil de desentrañar para un artista sin experiencia formal. Partimos de que el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau se ha convertido en la alternativa más notable del entorno capitalino en materia de trovadores. Invoco unas palabras de María Santucho, coordinadora del Centro: «El Centro Pablo está apostando por los jóvenes y está ganando». Creo que aquí radica la premisa fundamental de este engendro y, por lo tanto, la clave de su éxito. Asumir el riesgo conciliando el respeto y la confianza sin ceder a la anarquía. Una prueba inobjetable de ello es el proyecto Puntal Alto, propuesto por los jóvenes al Centro y acogido en su seno con el apoyo imprescindible para tal empresa. Concebido por Claudia Expósito y los trovadores Ihosvany Bernal y Samuel Águila, Puntal… abre un espacio alternativo para los más jóvenes y desconocidos trovadores en la galería Majadahonda del Centro, presentando en el transcurso de su primer año de vida a treinta de ellos en concierto con características singulares como la variedad estética de las propuestas y el trabajo musical en conjunto, con una identidad fresca y propia que tuvo su clímax en el concierto del primer aniversario colmado de público y calidad. Esta especie de «hijo que le ha nacido al Centro», como lo ha llamado su director Víctor Casaus, intelectual cubano tan parte de la Canción, coloca una piedra sólida en los cimientos de esta gran obra por construir. El Centro Pablo conmueve por su esfuerzo y su vocación de libertad, porque no reduce su proyección cultural ante las coyunturas sociales o políticas —mucho menos comerciales—. Recordemos que no es el lucro precisamente su pecado y que algunos de sus proyectos no son nada rentables. Más allá del hecho cultural inmediato que suponen sus recitales, se han desarrollado allí otros valores importantes y dignos de señalar: La formación de un público interesante e interesado con un acercamiento serio y activo a la música de los trovadores. Esta relación se ve enriquecida por las posibilidades de información que el público tiene, por la identificación que establece con el lugar y sus espacios, la expectativa que les crea la propia dinámica del Centro a través de los catálogos con distintivo diseño, la venta de casetes con el testimonio de sus propios aplausos, las publicaciones periódicas, libros, los carteles promocionales con una imagen que sobresale en el paisaje citadino y hasta la información que navega en Internet y la salida feliz de la multimedia A guitarra limpia. La continuidad. La permanencia inconmovible de sus espacios con excelente planificación y un trabajo en equipo de seriedad y constancia. La no suspensión de conciertos ni los cambios de fecha arbitrarios tan comunes y molestos para el público. El hecho de asumir la memoria como algo indispensable en la cultura de todo un pueblo. Esa preocupación porque cada pequeña cosa quede recogida en fotografía, videos y grabaciones. De esta manera es posible contar con un archivo de imágenes y sonido útil con gran importancia documental para nuevas generaciones. Es la trascendencia viva del arte que allí habita. El importante salto en la promoción que presupone la grabación en vivo de los conciertos para su flujo posterior hacia el público en moneda nacional. Muchas de estas grabaciones son las primeras (y las únicas) de los trovadores más jóvenes que por allí han pasado. La relevancia incalculable de este hecho ha dado un vuelco a la suerte de esta generación. Pero el punto al que todo este montón de palabras conduce quiere ser el siguiente: Pudiéramos decir que la cúspide de mi asombro, está en la mayor virtud que este Centro Cultural ha desbordado sobre los más desconocidos trovadores de esta ciudad: el hecho sin precedentes de que estos «guitarreros de parque», estos «empíricos rompedores de oídos sin currículum» cuyas canciones «no se entienden», «más espinas que rosas», que no han querido hacer para vender sino vender lo que hacen, que han regresado de todos sus viajes porque la carencia de su realidad les hace imposible la sinceridad de su arte; estos que no estudiaron otra música que la de la gente, otra armonía ni otro canto que los cotidianos sonidos de la sobrevida, se han sentido por primera vez respetados como artistas de una nación. En igualdad de condiciones y de medios, reconociendo su calidad humana y profesional sin cuestionamientos estéticos o formales. Para nosotros es un antes y después, un no mirar atrás, un refugio de amor y libertad de creación, pero es al mismo tiempo un reto, un estímulo para trabajar más y mejor. Tal vez se trataba de algo que nos hacía mucha falta, entre otras cosas para ayudarnos a entender el verdadero alcance de nuestras posibilidades como creadores, dejando a un lado las justificaciones por las cosas que nosotros mismos no hacemos bien. Hemos sucumbido al vicio, a la adicción deliciosa e incurable del Centro Pablo, todos, público, artistas y transeúntes. En estos dos años y un poco de vida nos hemos reencontrado los amigos, nos hemos enamorado, hemos visto nacer y crecer a niños. Se juntaron los injuntables, se reconocieron los perdidos y lo más importante: se escucharon buenas canciones, viejas y nuevas. Todo en ese patio tal y como fue su impetuoso objetivo, con una guitarra limpia. Merece la atención este fenómeno, merece toda la atención a lo que se pudo llegar cuando el método de acometer las cosas multiplicó los recursos, que no fueron más que las ganas de hacer de un puñado de grandes soñadores. Para suerte de los jóvenes trovadores de mi generación, y parafraseando al trovador, «el Centro está a favor de los pequeños». (Texto escrito en el 2001) Nota para CD A guitarra limpia Ireno García Bajo la fidelidad de las yagrumas del patio de A guitarra limpia se abre este concierto que es un verdadero regalo para el espíritu más necesitado de alimento. Ireno García es un trovador de sobradas razones para encarnar este protagónico, armado de su guitarra y secundado por un ejército de amigos y seguidores, listos para interactuar y completar la sencillez de este espectáculo. Un concierto único e irrepetible palpita ahora en sus manos, inquieto por liberar su contenido que atesora no pocas sorpresas y recuerdos. Desde este canto se invoca a lo cotidiano, se nos exige que reparemos en las pequeñas cosas que día a día acontecen en nuestras narices sin ser detectadas. Oportunidad irrepetible de descubrir los pequeños milagros de la vida común: el de la calle ruidosa, el de la ciudad sumergida. Los asiduos rostros de quienes caminan a nuestro lado sin ser vistos. Los que conocemos a Ireno en su tiempo y su cadencia lírica y mordaz estaremos a gusto, y los que lo descubran tendrán el reto de atrapar en su obra la frescura y la ausencia de máscaras, pero todos juntos vendremos a esta fiesta perpetuada en la memoria colectiva de quienes asistimos al concierto y, seguramente ahora, de quienes lleven consigo este incunable de la canción trovadoresca cubana. En medio del circo de la tontería universal estalla este artefacto de amor y silencia por un instante el pregón de los mercaderes del arte. Vamos a caminar con el juglar por los sitios más hermosos del ser humano. Encima de sus canciones como sobre barcos que zarpan hacia todas partes, avistando nuevas tierras donde plantar generaciones. (Texto escrito en el 2006) Nota para CD A guitarra limpia Antología 5 Esta es la nueva antología de A guitarra limpia. Aquí se funden, una vez más, público y trovadores para reproducir y perpetuar las tardes del patio de Muralla 63. Tenemos en nuestras manos las canciones que se hubiera llevado el viento de la indiferencia comercial, que se vuelve contra nuestros cantores. Imágenes de lo mejor de nuestra plástica escoltan al canto. Tradición que ha venido a reunir dos universos afines y complementarios. Un disco desbordado de juventud y de nuevos lenguajes. Seguimos abriendo la grieta en el muro. Blandiendo nuestro verso que se hace cada vez más peligroso para quienes no quieren ver dentro del ser humano. Un viaje por aquel quinto año que culminara con el memorable concierto Generación X. Recuento y punto de partida de un grupo de trovadores que arribamos a la tan cuestionada madurez. Una suerte de fiesta. Un cóctel de canciones vivas y andantes. Para beber sin miedo a la embriaguez de los sentidos, más bien con la certeza de amanecer más lúcidos, más humanos. Gracias a todos los que siguen viniendo. Con lluvia, bajo el calor insular. Venciendo el cansancio de las caminatas. Ustedes son el sustento principal de esta obra sencilla pero valiente: la de no abandonar la belleza. Estamos recolectando ya algunos frutos de nuestra paciente siembra. Por el momento veamos esta antología como quien mira el horizonte. Es un perfecto pretexto para seguir. (Texto escrito en el 2003) Nota para Puntal Alto Mauricio Figueiral Alguna gente no es capaz de ver el auténtico nacimiento de una obra de arte y cuando de trovadores se trata, en Cuba existe un automático rechazo a la continuidad que parece estar marcada profundamente por unas pocas figuras que, sin dudas, hicieron historia, pero definitivamente «otra» historia. «El tiempo dirá la última palabra» es una frase aún más repetida que las formas con los que se acusa a los más nuevos para acometer su canción. Porque en carne propia sigo esperando que esa última palabra sea dicha por el tiempo mientras hago un montón de canciones, me parece justo decir que Mauricio Figueiral integra otra vanguardia inmediata, a la que ni siquiera nadie se ha molestado en nombrar, para suerte suya y de los que le escuchamos sin otra necesidad que descifrar el lenguaje que su realidad apremiante dispara sobre las paredes y en las narices de esta ciudad. Canto de sensibilidad suficiente para conmover pero sin ingenuidades que lo despeguen de la tierra, las canciones nacientes y desnudas de este trovador, de principios del siglo más árido para el pensamiento que nadie recuerde, refuerzan las cargas de resistencia que algunos todavía sostenemos a todo riesgo. Mauricio llega a esta guerra bien armado: una guitarra tocada en su justa medida a la que poco a poco ha sabido arrancarle los sonidos más diversos; una voz discreta pero melodiosa que sabe entrar por las rendijas menos vulnerables de quien escucha; letras de interesantísimo decir, certeras, sin artificios, y una búsqueda constante de armonías que lo alejen de la repetición y las fórmulas. Un cantor capaz de aventurarse en ritmos y formas musicales que no domina plenamente y hacerlo con una dignidad no siempre presente en los que empiezan, más preocupados a veces por impresionar que por incursionar. Tal vez desde su ojo de cine nos proponga también un universo abarcador, lleno de imágenes fotográficas de nuestra propia existencia terrible y deliciosa. Mauricio es hombre culto y por lo tanto dueño de una libertad que nos regalará muchas canciones. Escuchemos a este trovador rebelado y revelador, sin prejuicios ni barreras, porque él no nos adultera su discurso, lo regala limpio y sin trampas. Vayamos con él por ese camino a la vida, más accidentado, es cierto, pero más gratificante para el alma que hoy anda tan sola. Yo me apunto a este nuevo nacimiento como quien apuesta por el caballo que siempre pierde, por el número que nunca sale o juega con las cartas que no están marcadas. Confío en esta voz porque me empuja hacia lo desconocido y le digo desde mi más sincera canción que cantar hace rato que cuesta la vida, que si va a llover que llueva porque al final, aunque no quieran, va a amanecer el sol. Entonces el tiempo se quedará sin palabras. (Texto escrito en el 2006) Nota para Concierto Por la izquierda Primera muestra del disco alternativo Los discos alternativos que tenemos hoy en nuestras manos, junto a muchos otros invisibles, calan a golpe de canción el testimonio de un canto ausente de la luz pública, como pictografías indelebles en esta moderna cueva de Altamira que es el Centro Pablo. No hay mejor lugar para reunirlos porque este patio es nido desde el que muchos de nosotros ensayamos nuestro primer vuelo hacia lo increíble. Cuando las nuevas tecnologías hicieron el milagro de la metamorfosis de lo analógico a lo digital, se estaba creando, por primera vez, un doble camino: el de la algarabía publicitaria y hueca, y el del silencio del marginado, que utilizaría, a partir de entonces, las mismas vías de expresión creada por sus marginadores. Entonces, hasta esta brevísima Isla llegaron los ecos de la nueva revolución, y en nuestras manos cayeron las armas contra la indiferencia del mercado. Nos hicimos diseñadores, sonidistas y vendedores, todo en los incompletos cursos de la marcha. En nuestras tertulias comenzaron a aparecer extraños nombres como Cool Edit y Acid; junto a guitarras y cuerdas procurábamos de pronto tarjetas de sonido y memoria RAM. Terminamos hablando de Windows XP con la misma vehemencia que de Sindo Garay. Sabemos que ha sido vital para la supervivencia recurrir a nuestra propia iniciativa discográfica, que no hubo otra forma posible de continuar cuando se cerraron en nuestras narices las puertas de una fiesta a la que no estábamos invitados. De mano en mano van pasando nuestros conciertos en vivo, nuestra voz grabada dentro de los roperos a las tres de la mañana y la percusión apagada por los vecinos, todo con la frescura del pan recién horneado. Lo que hoy estamos viendo es solo una diminuta parte del camino. Vivimos en un mundo donde las grandes disqueras han invertido ya en líneas aéreas y refrescos, porque cada vez son menos los «elegidos» para la venta desmedida y artificial. Por entre las grietas que el propio sistema neoliberal y neoapresador abre en su decadencia cultural, brota el verde de la alternativa. Para eso estamos aquí esta tarde, para un S.O.S. emitido, no desde el naufragio sino desde la dignidad que es, a su vez, una trompetilla colectiva al «no se puede» y al «ya veremos». Miremos alrededor cuántas canciones, cuántas ideas y cuántas soluciones en tan pequeño espacio. Digamos en voz alta que no se juega con el pensamiento, que no hay economía sin cultura, pero digámoslo con nuestro trabajo y con el ejemplo, no con la queja vacía, para que el grito sea efectivo como dulce látigo de abeja en la conciencia. (Texto escrito en el 2004) Nota para el cuaderno Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Memoria no es una palabra cualquiera. Es una necesidad de quien existe, un arsenal para el futuro de la vida toda. En los tiempos que habitamos, «memoria», es casi un grito de guerra. Por tanto es un acierto tremendo haber nombrado así a este cuaderno que de mano en mano va construyendo, como los cuadros de una película, la historia de toda una época. Tiempo de canciones y personajes que hubieran sido incomprensiblemente anónimos de no ser por estas tintas reveladoras. El recuento de un nuevo año llega, para revivir momentos a quienes se descubren en estas páginas aclamando a los trovadores y para animar a los que no asistieron a alguna tarde de las que aquí se dejan ver. Nos abre las puertas, de puño y letra, el trovador Augusto Blanca, dirigiendo la procesión de maravillas que, para no variar, deslumbra por la presencia de los cantores jóvenes. Semilla germinada en estos mismos canteros de Muralla 63. Más que merecido para él el Premio Pablo. Luego, érase que se era un disco. Lleno de historias de ayer, vueltas a contar desde un Silvio Rodríguez diestro en guitarreos y palabras. El nuevo regalo que nos hace el trovador se desnuda, en fotos, reflexiones y amigos, delante de nuestros ojos, sin otro pudor que el de descubrirse escudriñado por primera vez. Así un viaje por el séptimo año de A guitarra limpia. Año multicultural, de «otras» voces que enriquecen la historia de este, ya no tan joven, sueño colectivo. Regresó Gerardo Alfonso, 25 años rejuvenecido en su canción, para celebrar su emocionante bregar, como buen trovador. Rodeado de quienes no dejamos de apostar por su verbo sincopado. Los cantores llamados «de provincia», nomenclatura de cierto sabor excluyente que ha sido vencida por el de «trovadores cubanos», fueron protagonistas indudables del patio de las yagrumas. El dúo de Yanet y Quincoso desde el trovadoresco pueblo de Caibarién de Villa Clara, poniendo música sobre los versos del alma de Martí. Desde Cienfuegos los peculiares Ariel Barreiros y Yunior Navarrete y el debut del avileño Pável Poveda en familia, tenaz y limpia. Tuvimos un redescubrimiento del popular dúo Buena Fe sin sus acompañamientos habituales, dejando al desnudo canciones más cercanas al origen trovadoresco de Joel e Israel, desde su natal Guantánamo. Abriendo fuego contra la pobreza de espíritu estuvieron Lien y Rey de Matanzas y Bayamo respectivamente, en uno de los dúos más explosivos de la guitarreada nacional. También nuestro patio fue viajero. Sus fronteras fueron extendidas hasta el sur de Latinoamérica con la presencia de la familia Parra desde Chile: Isabel, Tita y el joven Antar. Para cúmulo de bienes, acompañados por el poeta brasileño Thiago de Melo. La visita de Raly Barrionuevo de Argentina, o como más le gusta… de Santiago del Estero, nos trajo la vivencia de un canto diferente, de profunda raíz en la tierra y frutos en el hombre. Una puerta abierta a la canción latinoamericana renovada y resistente. Como tantas veces ha quedado, además, una buena colección de discos cercanos, asequibles, atravesando las rendijas del muro comercial hasta nuestras manos agradecidas. Hemos estado aquí todo este tiempo, acumulando tesoros que otros se dieron el lujo de confundir con desechos. Todos los que hemos sido cómplices de este atrevimiento fuimos premiados con una visión más larga y un sentir más duradero. Aquí seguimos. Memoria no es cualquier palabra. (Texto escrito en el 2006) Nota para A guitarra limpia Diego Cano Las señales que Diego Cano ha dejado para que encontremos siempre su camino, son claras y visibles. Dotado de una voz potente y melódica al mismo tiempo, este trovador habanero, del barrio de Cayo Hueso, sabe llevar en su canto la raíz vital que lo rodea por todas partes. Estamos en presencia de un fenómeno interesante de fusión, filosófica y musical, entre el rock y el pop con las formas más cubanas, típicas del entorno capitalino en que se desenvuelve, pasando por los aires sudamericanos en una envidiable armonía. Diego es autor de hermosas canciones, celoso con los textos y las formas musicales de cada género. Buen intérprete de la guitarra que varía entre la clásica, la eléctrica y la folk, con idénticos resultados. También toca la armónica y alguna vez lo vimos sentado en un drum. Todas estas características lo hacen un artista versátil que puede darnos energía y ternura de un momento a otro sin percibir el cambio. No vacila en compartir canciones con sus colegas, hacer versiones de otros autores o acompañar con su guitarra. Sencillamente es alguien que disfruta la música ante todo, cualidad inagotable que le agranda el espectro en todas direcciones. Lo recuerdo en Ciudad de Guatemala frente a unas 5 000 personas y junto a sus amigos imponer energía a la multitud desde su canción más rockcanrolera y luego, la misma noche, desprender sus boleros en un pequeño café-concert al estilo de los más experimentados noctámbulos habaneros. Muchas veces hemos imaginado (y deseado) a Diego al frente de una banda de músicos, desatando toda su capacidad vocal y escénica en un gran espectáculo visual y sonoro pero hoy vendrá a guitarra limpia, como es menester en este patio de tantos buenos encuentros y no por eso será menos espectacular. Será su canto esta vez quien llene los vacíos o desborde el mar de los oyentes sin otra ambición que la de hacer arte, duradero o al menos conmovedor. Para venir a este concierto, seguros del hallazgo, bastaría con recordar un par de presentaciones anteriores del trovador: aquella de Nuevas voces de la rosa y de la espina en Casa de las Américas y otra, allí mismo, en la sala Che Guevara, un tiempo después con ciertos aires de magnífico bolero. Nos queda por seguirlo mucho más, lo merece. Su carrera ha sido sostenida y convincente. Bajo las yagrumas de este escenario, por entre los acordes y la melodía inconfundible de Diego Cano, estaremos esta única tarde acudiendo a su señal. Escuchen bien, es el sonido de las calles. (Texto escrito en 1999) Nota para A guitarra limpia Fernando Bécquer Como un auténtico juglar viene Fernando Bécquer a derrochar cubanía a este escenario de A guitarra limpia. Dotado de un sentido del humor y una picaresca que rememora los días del Trío Matamoros y de Los Compadres nos dará, como de costumbre, una lección de dominio de la escena, del arte subyacente de hacer su voluntad cual director de esa orquesta diversa que suele ser el público. Cuestionado por los puristas del decir, querido por sus amigos, quienes sostenemos que da buena suerte estar a su lado, lo cierto es que la obra de este trovador ya viene desde hace rato cavando en la oreja popular de esta ciudad y de buena parte del país. Canciones de aparente ligereza que le permiten la inmediata comunicación y una sostenida conexión con el receptor, sencillas, transparentes y costumbristas, harán de este encuentro con Fernando un viaje por no pocas de nuestras frustraciones y alegrías. Viene de las calles, en las que tantas veces lo encontramos gastando sus zapatos y observando la vida como un pintor que luego la reproduce en el lienzo con sus sonidos y sus miserias humanas. Avanza entre solares de la Habana Vieja y barrios élites de Miramar recordándonos que Cuba es una sola y dentro nos sentamos a la misma mesa los poetas y los albañiles. Es heredero del feeling, el son y la trova toda. Según él, también de Michael Jackson y Alfredito Rodríguez. Un ajiaco bien condimentado de sabiduría popular y poesía de barrio. Escuchemos este canto que pudo haber soltado cualquiera de nosotros. Guitarra tocada, como reconoce, con poca destreza, pero con unas ganas de enamorar el corazón de la muchacha que pasa, al estilo de los primeros trovadores bajo las ventanas de Bayamo o de Santiago de Cuba. Quienes solo lo han visto algunas veces interpretando canciones como «La canción de Lulú» o «Juana» difícilmente creerían que el Fernan es el autor de temas como «Necesito» y «Hoy debemos sentirnos felices». Y es que su espectáculo es precisamente una sorpresa, desde su incomprensible repertorio de movimientos corporales hasta su contradictoria condición de abstemio impenitente, siempre pasando por su tabaco que se me antoja más espiritual que vicioso. Con sus orishas y su filosofía tropical escuchemos al Bardo, con sus sentencias «de amor y de combate». Así es él, tal y como lo verán. No hay montaje, aunque sí mañas de buen hablador. No tiene nada que guardar porque todo lo da. Compartir es la meta de su cantar guarachoso y reflexivo. Disfrutemos de esta tarde, que tanta falta nos hace, esclarecedora de nuestro cotidiano despertar, y hagámoslo de la mejor manera posible: guiados por esta canción, cubana, por donde quiera que se le ataque o se le aplauda. (Texto escrito en el 2005) Nota para A guitarra limpia Trío Enserie Esta tarde nos haremos por fin el regalo de escuchar al trío Enserie entre las paredes de A guitarra limpia. Durante dos años de conciertos en buena compañía, algunos hemos temido esta ausencia tomando en cuenta que, en sus contadas presentaciones en la capital, Enserie ha calado una huella memorable en el público devoto de la buena trova. A través de su prisma versátil este trío sui géneris nos transporta, en sus actuaciones, a un mundo fantástico donde las historias abren los sentidos y hacen brotar retoños de la mente. Se agradece el protagónico de una guitarra que va pasando de mano en mano descubriendo ante nosotros el milagro del trovador de tres cuerpos, acto de magia que solo consigue el prodigio del trabajo en equipo. Enserie es una fábrica armónica y eficiente, una propuesta original y despierta, que redimensiona los sonidos de la naturaleza delante de nuestras asombradas narices. Trova despiadada con los esquemas, canto sencillo, comprometido con el entorno, sus alegrías y sus penas. Tres hacedores de una misma canción. ¿Y qué mejor lugar para el regreso de Enserie? ¿Dónde si no en esta fiesta bajo las yagrumas del Centro Pablo, grano de arena crecido en playa que nos salva del naufragio? Una vez más abiertas las puertas, sueltas las amarras hacia y desde todos los rincones. La nación habla por sus ciudades, las ciudades hablan por sus cantores. Esta es la voz Santa y Clara de los Enserie; ellos son la prueba de que lo universal siempre trascenderá a la aldea. (Texto escrito en el 2001) Nota para A guitarra limpia Samuel Águila Siguiendo las huellas de una guitarra duramente limpia, se abre el patio del Centro Pablo de la Torriente Brau al impetuoso oficio del trovador Samuel Águila. Otras veces en el camino por aquí ha pasado dejando a estas paredes el eco de su armonía irrepetible, el vertiginoso realismo de su discurso. A este cantor ya le hemos agradecido su trabajo con el poeta Sergio Gómez, el dueto memorable con Glenda Fernández, sus recitales más recientes: Dense Prisa y Habitando y, por supuesto, la encomiable labor junto a Claudia Expósito como gestor del espacio Puntal Alto en este mismo Centro, donde nos hemos encontrado tantas veces. Pero Samuel es un hacedor de canciones cuya divisa más notable es ser el filtro constante de sí mismo. Artista que no dudará en reinterpretar temas de sus colegas de generación o incorporar a su canción el más alejado de sus sonidos, sin dejar de imponerse el rigor imprescindible. Tronará su voz, no podremos seguir sus dedos sobre la guitarra; trovador de pie sincero y futurista, inventándose la música que nadie inventó para él. De lo tradicional a lo por hacer, pasando en su largo viaje por el son, el blues y la rumba, la virtud de su instrumento versátil y su audaz literatura someten a la atención. Esta tarde hagamos un pacto entre las canciones poco interpretadas en su carrera, los estrenos y sus pequeños himnos, con la seguridad de que estamos asistiendo a la celebración del espíritu y a la derrota de la pereza. Que este concierto sea látigo implacable sobre la necesidad de promover este grito de la música cubana actual y que contribuya a la limpieza necesaria de la guitarra y su Hombre. (Texto escrito en el 2001) Nota para A guitarra limpia Fernando Delgadillo Para muchos de los habituales seguidores de la canción de autor en Cuba, los trovadores mexicanos son un enigma. Solo eventualmente hemos visto pasar a algunos protagonistas con su hacer diferente y necesario. Fernando Delgadillo es uno de esos fantasmas que nos ha visitado con la única defensa de su guitarra y el desenfado de su canto. Con una notable sensibilidad para el texto de su música, Delgadillo es un cuidadoso hacedor de canciones cuya sencillez no lo aparta de la complejidad de su tiempo y su realidad. No hay muchas noticias de él. Los que lo conocimos en el año 97, recordamos su gran estatura y su filoso humor en el cantar; luego, alguna otra vez, entre sus cortas visitas y las grabaciones escasas de mano en mano, a pesar de su prodigiosa discografía. Poco o nada sabemos, pero bastaría con escuchar «Hoy ten miedo de mí» para abrirle las puertas de los sentidos con la certeza de disfrutar su propuesta. A propósito de esta feria Cubadisco 2002 que acontece dedicada a México como país, como música y como cultura, ha llegado el trovador a La Habana para acercar nuestros cantos y nuestras reflexiones abriendo un camino para futuros encuentros desde la canción informal, como ha nombrado en algunos de sus discos para suerte de nosotros, los informales. Hoy romperemos una buena parte del enigma, a través de este embajador de voz inteligente, que nos traerá otras historias y otros amores, que entonces ya no serán tan lejanos. Delgadillo merecía nuestro patio de A guitarra limpia y, recuperando el tiempo, nuestro patio lo merece a él esta tarde de mayo. Bienvenido este primer aguacero. (Texto escrito en el 2002) Nota para A guitarra limpia Silvio Alejandro Un hombre que canta como piensa es la paráfrasis que nombra a Silvio Alejandro, trovador incansable que ha trocado sus virtudes y defectos en canciones habitadas por un encanto familiar y único. Hoy viene por fin defendiéndose A guitarra limpia, apoyado tal vez por su pequeño ejército de invenciones sonoras, sus tantos mundos que saben conmover y enseñar. Silvio trae la marca de nacimiento. Una poesía que va de la profundidad del ser humano a la superficie del realismo cotidiano y su música nos entrega esta poesía dulcificándola sin violencia, pero conservando la fuerza que impone la vida en estos tiempos. Cantos de amor propio y ajeno, consejos a los vencidos por el tedio que un día se van de esta ciudad que nos perdona. Todo cabe en su universo compartido. Amante viejo de la guitarra que sabe tocar escapándose de formas convencionales, encuentra rítmicas originales y recursos inteligentes para su melodía. Es también un ávido lector y por lo tanto dueño de la palabra. El espíritu de búsqueda lo ha llevado a cancionar a Martí, a Lorca y hoy al poeta boricua Corretjer aportándole singulares notas a los textos que defiende con acierto. Debo decir por simple admiración que Silvio, además, supo sacrificar una buena dosis de su espacio creativo para poner sus fuerzas en la promoción de la cultura al frente de la Asociación Hermanos Saíz en la capital, actitud valiente y necesaria para los creadores de varias manifestaciones del arte joven, doliéndole, como a pocos, el apagón de los de abajo. Seguramente esta tarde nos sorprenderá incluso con sus canciones de siempre que suelen sonar a nuevas. Sus más antiguos temas retomarán su forma original que a muchos nos devuelve las luces de una época, la cual hoy ha dado sus frutos. Recibámoslo en este patio de tantas veces sin él, inexplicable ausencia que hoy saciaremos con placer indecible, y abramos bien los ojos porque un hombre que canta como piensa no puede menos que ser escuchado. (Texto escrito en el 2003) Nota para A guitarra limpia Eric Méndez Descubrir a Eric Méndez entre la algarabía de esta ciudad fue una verdadera suerte. Sentarme a escuchar entre descarga y descarga sus canciones de extraña peculiaridad, me hizo ir desentrañando una madeja de ideas de indiscutible valor espiritual. Eric es un trovador que lleva a cuestas su vida con auténtica sinceridad, despojado de esas posturas pseudointelectuales y elitistas que suelen acompañar a algunos como un sello que, al final, ha sido rechazado masivamente por el público del que luego nos quejamos que no escucha la Trova. Con una influencia formidable del funky más acústico, el jazz, el gospel y el rithm n’ blues, este compositor nos trae una negritud diferente al mestizaje nacional, más cercano a lo afrocubano y el solar. Eric no teme emprender el reto de lo universal; para eso cuenta con una guitarra tocada como pocos, certera, rítmica, y una voz que empastaría hasta con el rechinar de una puerta. No se necesita demasiada atención para reparar en la profunda carga de religiosidad de sus textos; su relación singular con un dios terrenal y cotidiano; tema que no siempre ha sido llevado a la canción de manera tan diáfana y poética al mismo tiempo. De la mano de esta fe humanista nos devuelve un entorno preocupante, complejo pero esperanzador. Este enfoque le ha traído no pocas críticas y cierto rechazo superficial. La pregunta que hago es: ¿por qué cantar desde esta óptica cristiana para algunos resulta banal y, sin embargo, cuando ponemos algún canto afrocubano en una canción es aceptado inmediatamente? Desde una visión esnobista esto último tiene más «swing». En todo caso su postura es auténtica y universal. No recuerdo trovador de imagen más sencilla, mezcla de juglar y transeúnte común. Actitud chaplinesca y una solidaridad que lo ha llevado a invitar siempre a algún perfecto desconocido a sus presentaciones: instrumentistas, trovadores, poetas y pintores en una suerte de corte de los milagros que le agradecemos. Una especie de grito de «¡Miren, hay otros también!». Con un impresionante rastro de más de veinte conciertos (no recuerdo haber hecho yo ni la mitad de eso), la mayoría de las veces acompañado de músicos que le han dado a su obra no poca fuerza y complejidad, se nos presenta esta tarde más cercano, en armonía con la guitarra y el patio que lo reclama hace no sé qué tiempo ya. Hecho que denota la importancia que para él tiene estar aquí. Hoy compartiré con él sus canciones, un reto bastante grande para mi cuestionable destreza guitarrística. Acepté porque el mundo de Eric Méndez es una alternativa al mío, una ventana nueva donde asomarme a encontrar otros caminos que necesito. Si usted anda a oscuras o levemente en las sombras, hoy descubrirá el milagro de la luz emanada de la tierra. Luz que, sin máscaras, por él ha sido sembrada. (Texto escrito en el 2007) Nota para A guitarra limpia Mauricio Figueiral Hace poco más de dos años escribí las palabras para el catálogo del concierto Puntal Alto de Mauricio Figueiral. En aquel entonces me refería al tópico típico de «el tiempo dirá la última palabra», tan utilizado por la crítica para no arriesgarse con los fenómenos nuevos. Poco tiempo ha pasado, y Mauricio nos ha dado algunas lecciones de perseverancia y de oficio en esta difícil carrera de cantar para todos los sentidos de quien escucha y de quien no. Una andanada de conciertos protagonizó estos dos años, de variada estructura musical y en disímiles espacios, demostrando que es un artista dispuesto a entregarse constantemente a la música, incluso, en medio de sus obligaciones y deberes como estudiante de Dirección de Cine. Al final del año pasado fue uno de los que se sumó al homenaje a Frida Kahlo y Diego Rivera con su canción «Ni Diego», seleccionada para el concierto final y el consecutivo CD. También nos sorprendió con un interesantísimo proyecto en el marco de la Beca de Creación Noel Nicola, donde incorporaba, además, elementos del audiovisual. Llegar hasta este concierto y de esta manera es, a mi entender, uno de sus mayores logros. La isla en peso es el título de este trabajo presentado por Mauricio al concurso para la Beca de Creación Del verso a la canción. Una verdadera osadía que rindió finalmente resultados más que claros. Si revisamos las últimas hornadas de trovadores no son muchos quienes se han aventurado en la musicalización de poesía. Desde mi propia experiencia digo que es algo difícil y con muchos riesgos. La poesía existe por sí misma, ya ha caminado su trecho en solitario. Ponerle música puede llevar a desvirtuarla, a cambiar su cauce, descontextualizarla. Entonces puede quedar esa especie de híbrido que muchas veces escuchamos donde la música va por un lado y el poema por otro, sin encontrarse nunca en una verdadera canción, orgánica y equilibrada. En este caso el trovador sorprende por su agudo sentido de la medida incorporando, además, parte del texto como estribillos perfectamente congruentes. Han resultado canciones de muy buen gusto, variadas en ritmo y armonía, logrando una relectura de los poemas a muchos años de sus respectivos nacimientos. Por si fuera poco, la unidad temática resulta esperanzadora. Poemas de amor por esta Isla tan necesitada de nosotros, imprescindible a su vez para nuestro sosiego. Una selección de belleza diversa. Añoranzas que viajan desde el romanticismo interior de Dulce María Loynaz hasta el exilio indescifrable de Gastón Baquero. Es algo absolutamente conmovedor que un trovador joven, casi naciente, nos entregue estas canciones de extrema urgencia. Nuestro panorama nacional necesita de este arte que sacude, que concilia sin discursos ni especulaciones. Es momento de escuchar a Mauricio Figueiral. Se ha despojado de su ego poético para hacernos un regalo inusual. Tuvo el buen tino y la suerte de compartir su música con los grandes de la palabra. Recibamos al trovador en este patio que premia el empeño y el talento por encima de la baratija mental y las poses de moda. Él es, al mismo tiempo, nuestro premio. El descubrimiento esta tarde de que no todo está perdido, que siempre hay quien habita entre el verso y la canción más puros. (Texto escrito en el 2008) AUNQUE NO ESTÉ DE MODA Para este tercer y último capítulo he reunido algunos artículos que, de manera general, abordan diferentes caras del acontecer cultural, mayormente dirigidos hacia la trova más contemporánea. Espero que alcancen a ilustrar una parte desconocida o poco desentrañada por la prensa que ha mantenido, salvo honrosas excepciones, cierto silencio sobre estos temas. Incluye de manera singular lo que escribí acerca del fenómeno Sol sostenido, una encomiable iniciativa emprendida por jóvenes trovadores en el céntrico club Barbaram, de la capital, y que llegó a su fin en una polémica contienda mercadería vs cultura, con la consecutiva derrota de esta última. También están intervenciones que realicé en algunos plenarios de la Asociación Hermanos Saíz acerca del fenómeno discográfico, o la crítica a cierto programa de televisión que despertó no pocas pasiones encontradas. He incluido un homenaje a Luis Hernández, nuestro querido Plátano, que escribí al recibir la noticia de su misteriosa y terrible muerte y leído junto a otros compañeros aquella extraña y calurosa mañana en el cementerio de Colón, frente a la fosa común donde fue sepultado de la forma más anónima. Me apropio de la frase aunque no esté de moda, tomada de una canción de Silvio Rodríguez, para acentuar que todas estas palabras, y a quienes están dedicadas, son un grito de resistencia. Mirada tardía a la joven trova cubana Resulta demasiado difícil abarcar todo el quehacer trovadoresco actual sin cometer olvidos e imprecisiones. También se hace dudoso el criterio de quien ha estado dentro y es parte del asunto en cuestión. Pero si buscamos una mirada mínima, salvo algunas excepciones, los trovadores más jóvenes no hemos tenido críticos; nadie nos ha nombrado en la real dimensión, polémica y singular, en que nuestra obra ha florecido ya, en las calles de muchas ciudades de Cuba. O sea, un poco más allá de nuestras narices. Es que se ha hecho un poco tarde. Si menciono los nombres de Joaquín Borges Triana y Humberto Manduley, creo que represento ya a los que, de una manera u otra y no siempre de acuerdo con nuestras aventuras estéticas, han intentado alzar la voz por encima de sabemos qué ruidos (algunos musicalizados por los nuevos Mesías de la tontería universal), para que alguien nos mire. Otros, menos audaces, se han limitado a encarnar a Judas; «El tiempo dirá la última palabra»: su frase favorita. Resulta que el tiempo pasó. Que junto a las canas, los hijos y las barrigas, nos han crecido canciones, hermosas y necesarias. Muchas de ellas perdidas en nuestro propio olvido o en la ignorancia de las disqueras que nunca las grabaron, que hicieron que los programas de radio y televisión nunca las pusieran y provocaron que tantas orejas jamás las escucharan. Me limitaré entonces a ubicar en el espacio intangible de la escena nacional a tantos como recuerde, aunque resalte a los que junto conmigo han edificado esta torrecita de arena que de vez en cuando la marea viene a derretir y luego la volvemos a levantar con nuestro próximo concierto, en medio del más absoluto silencio. Lo siento, no clasifico para la imparcialidad. Yo estoy en un solo bando. Corría el año 1996. En una tarde habanera común de la época, tal vez en medio de uno de los alumbrones no programados, nos reunimos en la puerta de Casa de las Américas un pequeño grupo de trovadores, la mayoría sin conocerse entre sí. Alguno, como este que escribe, con apenas nueve canciones en su breve caminata artística. Fuimos convocados por una joven estudiante que pretendía hacer una tesis de Periodismo con la temática de los trovadores nuevos y desconocidos. Si mal no recuerdo ese fue el comienzo de mi bregar por el mundillo trovadoresco, al que llegué sin haber conocido la Casa del Joven Creador o la recordada Peña de 13 y 8. El primer paso fue dado por Alberto Faya, por entonces director de música de Casa de las Américas que abrió las puertas al proyecto Casa: paso a la más joven Trova Cubana. Todo culminó en una excelente temporada de conciertos, donde desfiló lo más representativo que se pudo localizar en el momento, incluso los que teníamos solo nueve canciones hicimos el primer concierto. Aquel proyecto estaba firmado por el compromiso de veinte trovadores: Ihosvany Palma, Carlos Lage, Karel García, Fernando Bécquer, Ariel Díaz, José Luis Medina, Silvio Alejandro, Lisandro Pérez, Diego Cano, Nelson Felipe, Andy Villalón, Kelvis Ochoa y su grupo, Ramsay, Boris Larramendi y su grupo, Samuel Águila, Luis de la Cruz y su grupo, Alejandro Martínez, Pepe del Valle y su grupo, Manuel Argudín y Alejandro Bernabeu. Otro paso importante fue dado por Silvio Rodríguez al ofrecer los estudios Ojalá para que un grupo de nosotros grabara cada uno cinco canciones a guitarra, que nos servirían para entrar en la llamada red de distribución nacional de la radio y que de vez en cuando nos pasaran alguna canción, sobre todo en provincia. Con estos «elegidos», más adelante surgiría un proyecto discográfico al que me referiré en su debido momento. El despegue no estaba nada mal y… no pasó nada. Silencio en los medios, silencio en las instituciones y un par de hombres misteriosos indagando por cierto «grupo» que firmaba manifiestos. Por supuesto que faltaban muchísimos. Desde aquella época fui descubriendo, según recuerdo, a Erick Sánchez, el tremendo dúo Superávit integrado por Raúl Ciro y Alejandro Frómeta, Frank González, Heidi Igualada, Rita del Prado y Lázara Rivadavia, Michel Carrasco, Yuri Redonet, Janny, Michel Peraza, Athanai, el desaparecido David Sirgado, Andrés Cárdenas, Boris Garcés, Darío, el dúo Alánimo, Norge Batista y Freddy Lafita de las Tunas, Fernando Aramís y Axel Milanés de Bayamo. Las penurias del Período Especial acababan con los espacios y los proyectos. La nación estaba ocupada en asuntos más importantes que la cultura. Sólo un boom comercial salvaba a la salsa, al proporcionar esta jugosas ganancias incuestionablemente necesarias. Por aquellos meses me fui a vivir a la Universidad Central de Las Villas detrás de amores y emociones. Allí tuve la dicha de conocer a, los hoy trovadores, Alain Garrido, entonces instructor de música de la Universidad; a Diego Gutiérrez, estudiante de lengua inglesa; a Leonardo García, que tenía un par de canciones; a Raúl Marchena y Michel Portela que todavía no tenían ninguna y, significativamente, al maravilloso trío Enserie integrado por Roly, Levis y Raúl. Se estaba gestando en esta ciudad del centro del país un verdadero grupo que hoy se destaca como de los más importantes desde el punto de vista creativo. Desde la emisora de radio territorial de Santa Clara se podían escuchar algunas de las canciones que se estaban haciendo, incluso las mías. En La Habana se celebraba, en el verano de 1997, el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, oportunidad inmejorable de confrontar nuestra canción con públicos de todas partes, aprender, trasnochar y, de paso, vender algunos casetes mal grabados a los jóvenes izquierdistas latinoamericanos. Esto coincidió además con el aniversario 25 de la fundación del Movimiento de la Nueva Trova y una vez más la Casa de las Américas, hasta aquel entonces lugar histórico indiscutible de los trovadores, abrió las puertas con el evento Canciones de la Rosa y de la Espina, una temporada de conciertos de varias generaciones que culminaba con el titulado Nuevas Voces de la Rosa y de la Espina, en el que un grupo de los más nuevos poníamos en la sala Che Guevara nuestras cartas sobre la mesa ante un público severo y, francamente, impresionado. Estábamos: el dúo de Karel y Carlos fogueado ya en arenas internacionales y con una obra sólida, Silvio Alejandro, Fernando Bécquer, Ihosvany Palma, Diego Cano, el recién llegado Axel Milanés y un servidor. El concierto fue filmado para la televisión pero nunca fue exhibido. Milagrosamente aparecieron artículos e invitaciones a tocar en cuanto guateque, acto y presentación de revista hubiera. Nos hicieron hasta un cancionero y prematuramente fuimos identificados como generación, de una manera excluyente e irresponsable. El precio de la ola mediática lo pagamos todos en el acto central por el natalicio de José Martí, en el Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, este sí transmitido en vivo por los dos únicos canales de televisión donde, entre la mala dirección y los papelazos propios de nuestra inexperiencia, nos hundimos frente a la audiencia nacional, tanto que todavía arrastro fango en los zapatos. La reacción de los críticos (ahora sí) no se hizo esperar y un torrente de criterios negativos y de oscura complacencia nos cerró las puertas hasta de la propia Casa que las había abierto unos meses antes. Un mensaje claro terminó por marcarnos: «Los de la Rosa y la Espina, excluyeron a los demás y se autodenominaron generación». Era enero de 1998 y nada había cambiado. Aún así la Casa aceptó a un par de desconocidos guatemaltecos extender la temporada de Canciones de la rosa y la espina hasta Ciudad de Guatemala, pero esta vez el grupo fue «depurado» a solo un par de meses de lo ocurrido en Santiago de Cuba. Casi nada se ha hablado de aquella experiencia internacional de los jóvenes trovadores, donde llegamos a reunir más de cinco mil personas en una plaza o a llevar el rating de un popular programa de radio a cifra record, entrevistas en televisión y grandes titulares en los diarios. Además, de paso, los desconocidos se desaparecieron y lavaron dinero con nosotros. Deben ser nombrados los espacios que lucharon en vano contra el desgaste y la carencia material o no supieron impedir ser devorados por sus propios hijos. Así recuerdo la peña de José Antonio en la Casa de la Amistad de Paseo, la peña de la Biblioteca Nacional creada por Vicente Feliú, el espacio de Ireno García en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, El Fandango del Candil de Jorge García en el Patio de María, la peña de 12 y Malecón que llevaban El Ruso y Julio Hernández, la Peña del piso 8 de la beca de F y Tercera que hacía el grupo Humoris Causa, la del cine Mara, la de casa de Macho Rico, la de Juan Carlos Pérez en la discoteca del Pabellón Cuba, la de la Madriguera, el célebre Trevolico del Colegio de Arquitectos, el teatrico de la Sinagoga de 17, la sala Talía, la galería Juan David del Yara, la peña de Andrés Cárdenas en la Casa de la FEU, Juego de Malabares, en la Fragua Martiana, la etílica Trova sin Trabas de la UNEAC en pie hasta hoy, en Santa Clara El Mejunje y La Trovuntivitis, además de la glorieta del parquecito de H, los bancos del parque del cine Acapulco, los del parque del Quijote pasando por el muro del Malecón. Mención especial para el Festival Longina de Santa Clara, las Romerías de Mayo de Holguín, activos hervideros de música y cultura, y el Café Cantante del Teatro Nacional. Claro que la mayoría de estos intentos fueron de corta vida y no convivieron al mismo tiempo para cubrir la demanda de público y artistas. En poco tiempo el panorama trovero estaba huérfano de espacios adecuados para su difusión y desenvolvimiento. Creo que muchos de nosotros nos fuimos metiendo en agujeros individuales a esperar, tal vez, mejores vientos. Los medios seguían haciendo silencio, mientras repetían a bombo y platillo los éxitos internacionales del Médico de la salsa, Los Sauces y los cientos de grupitos con nombres rimbombantes y apodos comerciales que llegaron hasta El Zunzún de la salsa. Por suerte, también los de NG la Banda y los Van Van. Un aparte merece la labor de Radio Ciudad de la Habana y muchos de sus realizadores por aquellos días grises. Con la única excepción de Antología de la Nueva Trova Vol. IV, un disco desordenado e infeliz que compiló a algunos de aquellos «elegidos» de Ojalá bajo el sello EGREM, cuya existencia fue advertida con sorpresa por sus integrantes cuando lo vieron en las tiendas sin haber firmado contrato ni licencia alguna, no se había grabado nada, por lo menos en La Habana, tal vez, en la onda del rock, algo de Superávit, Habana Oculta y Vendiéndolo todo de Vanito y Lucha Almada. En 1998 ocurrió un hecho que cambiaría la suerte de muchos trovadores y la salvación de muchas canciones en grabaciones, primero en casetes bastante artesanales y luego en formato de CD: la apertura en la calle Muralla de la Habana Vieja del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y su espacio A guitarra limpia, sobre el que no vamos a volver a profundizar porque es ya ampolla en las lenguas de la ineficacia institucional cubana. Tal vez solo decir que el Centro vino a reunir a nuevas y no tan nuevas hordas de trovadores de todo el país y todas las tendencias, y a despertar los bríos. De repente fue reanimado todo el hormiguero bajo tierra y se empezó a consolidar el paisaje trovero. Los ecos fueron haciendo que otros pequeños espacios se lanzaran a lo imposible con relativo éxito, como el espacio Puntal Alto, En Sepia del Dúo Karma, la Séptima Cuerda, Las noches de la Casa de la Poesía, el Patio de las Hormigas de Matanzas, El de los Cangrejos en Cárdenas, El Trovazo de Yamira Díaz en Pinar del Río, las renovadas ediciones del Longina y las Romerías, la intermitente Madriguera, y la apertura de salas de conciertos ideales para el género como la Caturla del Amadeo Roldán y la del Museo Nacional de Bellas Artes. Más recientemente el Club Barbarán y su trágico final dejó claro que la pelea es en serio y en desventaja. A esto vienen a darle un impulso inimaginable los acontecimientos políticos a raíz del secuestro en Miami del niño Elián González y la aparición de las Tribunas Abiertas que, si bien han encasillado nuestra obra reduciéndola a un compromiso político predeterminado y dañándola en su esencia, hay que decir con justeza que contribuyó a que las multitudes conocieran los rostros que habían permanecido en circuitos muy específicos y minoritarios de la escena cultural, no solo de la capital sino del más intrincado pueblito del interior. Los medios se abren algo, cautelosos, a regañadientes. Entonces aparecen programas como los de Manduley en Metropolitana, En el Centro y Puntal Alto en Habana Radio, algo en Progreso, de vez en cuando algo en Taíno. La televisión no va mucho más allá de los actos políticos, alguno que otro chance, así, como de favor, para que un trovador aparezca desprotegido en un programa que nada tiene que ver con la canción; por suerte aparece Cuerda Viva que, aunque no es un programa específicamente trovadoresco, sí lo es para la música alternativa en general. En el 2001 el Primer Congreso de la Asociación Hermanos Saíz abre fuego desde sus más auténticos representantes ante la presencia del Presidente Fidel Castro y altos representantes del gobierno; en encarnados debates se logran algunas victorias como la compra de mejores equipos de sonido, guitarras y otros medios. Las paredes y los muros de la ciudad empiezan a llenarse de montones de carteles anunciando conciertos casi todos los fines de semana midiendo la temperatura de la escena. Así vimos muchas caras. Unas que retornaban, otras nuevas: Inti Santana, Samuel Águila, el dúo Karma, el dúo Enigma, Diego Cano, Ihosvany Bernal, el Kinde, Raúl Verdecia, Fernando Bécquer, el Yolo y otros muchos que sabrán perdonar mi olvido. Algún tiempo después alguna mano de esas invisibles prohibió los carteles en la ciudad, bajo pena de astronómicas multas a la institución y al artista. Otros factores importantes son el éxito de la música tradicional cubana en el mundo, más cercana en esencia a los trovadores; el desarrollo de Internet como forma de promoción y el de las nuevas tecnologías que han permitido la aparición de una discografía alternativa a las disqueras nada despreciable, y que ha suplido el desinterés de estas en la trova como mercancía comercial, además de provocar el desinterés de nosotros hacia ellas. El nuevo siglo trajo nueva correlación de fuerzas y de intereses. Tuvimos la fructífera e interesante metamorfosis del dúo Buena Fe, el mal promocionado disco Trov@nónima.cu, el contradictorio Acabo de Soñar con poemas de José Martí, las nominaciones de los CDs de A guitarra limpia en el evento Cubadisco, el despegue de William Vivanco, proyectos como Interactivo y Aceituna sin hueso, el video clip del dúo Karma compitiendo y ganando en terreno ajeno, Yusa en el Ronied Scott, el regreso estrepitoso de Habana Abierta, algunos de nosotros en festivales europeos, el regreso de Karel y Carlos por separado, la ayuda de la Tropa Cósmica y Trovacub, trovadores jóvenes en las selvas de Guatemala, Haití y Belice con los médicos cooperantes, la vitalidad de nuestros padres más cercanos Frank rodeado de jóvenes, Santiago con sinfónica y sin Julieta, Varela en Hollywood y los 25 años de la canción de Gerardo. Los que soñamos por la oreja, en Juventud Rebelde, la revista digital Esquife, el proyecto discográfico Colibrí, el Caimán Barbudo más verde que nunca, eso sin hablar de George Martin, Lenine, Gismonti, Gilberto Gil, Rick Wakeman, AudioSlave, Air Suply y Simply Red en la Habana con estatua de Lennon incluída. Aires muy diferentes soplan, con los que muchos llegamos a la primera madurez compartiendo con Yamira Díaz, Ariel Barreiros, Yunior Navarrete, Víctor Quiñones, Ernesto Pita, Toni Ávila, Lien y Rey, Eduardo Sosa, Pável Poveda, Delvis Sarduy, acompañados por las voces de Rochy Ameneiro, Aurora de los Andes, Glenda Fernández, Damaris Figueroa, Vionaika, Haydee Milanés y Amanda Cepero. Viendo llegar con alegría, y no voy a esperar por el tiempo para mencionarlos, a Adrián Berasaín, Pedro Beritán, Mauricio Figueiral, Jeiro Montagne, Juan Carlos Suárez, Joyce Concepción, Yordi Martínez, Erick Méndez, Yaíma Orozco y Lilliana Héctor, hasta las semillas que plantan los del grupo que se hace llamar T.A.L., que casi no pasan de los veinte. Y a todos los que ahora mismo hacen una canción en una capital de provincia, en un batey, en la litera de una beca, incluso en una fría buhardilla de Barcelona o desde una calle de Medellín o Buenos Aires. Todos ellos van incluidos en mi antología, sin lineamientos ni planillas, sin requisitos. Las apreciaciones estéticas y conceptuales se las dejo a los críticos, si es que pueden reunir suficientes elementos antes de que pasemos por la música cubana en las narices de todos y quedemos al menos en la memoria de quienes nos fueron a escuchar un día, sin otro interés que el de encontrarse en nuestra canción. Aquí estamos… y parece que no ha sido suficiente. (Texto escrito en el 2006) Acabo de soñar… con un disco Acabo de soñar porque es mi empeño. (Poema de José Martí musicalizado por el dúo Karma) La más joven generación de trovadores cubanos, forjada, mayormente, en los comienzos de la década de los noventa, no ha sido favorecida por la industria cubana del disco; incluso me atrevo a decir que los tímidos intentos discográficos han terminado perjudicándola. Si bien los años en que los inexpertos principiantes comenzaban a guitarrear sus primeras canciones coincidieron con la crisis económica del sistema cubano haciendo más duro el aprendizaje y el insustituible contacto con el público, los años en que muchos llegan a la madurez conviven con una recuperación de esa economía, un protagonismo de la cultura a nivel político y social y un boom de la música cubana en la escena internacional que ha disparado la maquinaria disquera del patio. En medio de este panorama, el nuevo trovador continúa haciendo la canción cubana contemporánea en interminable desventaja, relegado por el criterio mayoritario y mal encausado de que no es «comercial». La marginación de lo «vendible» sobre lo verdaderamente profundo (no comercializable), viene convirtiéndose peligrosamente en una característica generalizada que contradice todos los esfuerzos de esta nación por un pueblo más culto y más libre. De repente una manifestación como la trova, pilar de la conciencia crítica, continuadora de una de las primeras señas de nacionalidad y parte incuestionable de la vanguardia intelectual cubana, se convierte en «música alternativa», en movimiento underground si no juega con las formas que impone el aparato comercial o adopta el color de las circunstancias mercantiles. Las trompetas de la gloria que promete el sistema mundial a costa de las culturas auténticas y el pensamiento plural, tienen un sonido fuerte que hasta aquí ha llegado con su Reality Show, su silicona y su diversión a donde corren nuestros miles de Pinochos ansiosos, en cuyas cabezas ya van asomando poco a poco las orejas de burro. Salvo contadas excepciones, ni un solo trovador ha dejado de hacer canciones inteligentes y hermosas, pero muchísima gente no ha podido escucharlas tal vez porque no «»se vende». Lo curioso del asunto es que el pueblo cubano no compra discos, en su mayoría carece incluso de aparatos para reproducir CDs. El precio de un disco en las tiendas es, aproximadamente, equivalente a un salario obrero. ¿Como llega entonces lo «comercial» a las mayorías? La respuesta está flotando en el viento. La radio y la televisión son gratis y los conciertos muy baratos. A la gente le gusta desmedidamente lo que los medios difunden desmedidamente, y estos medios no responden a las ventas sino al gusto individual de los realizadores de programas y (lo sabemos bien) a los sobornos que ejecutan los más adinerados para imponer su éxito artificial y poco duradero. Entonces, ¿cuáles son las razones reales por las que no se graba un disco a un trovador joven? Probablemente nunca sabremos la respuesta. La madeja de justificaciones nos ha enredado ya mucho buscando soluciones y alguna de ellas ha sido el concepto de Antología o Compilación. Esta consiste en utilizar un mínimo de recursos (digamos insuficiente) para grabar un disco con la mayor cantidad posible de trovadores y mantener un estado de conformidad colectiva. Hay que decir que la mayoría de las veces estos proyectos son subvencionados y concebidos por personas o instituciones a las que sí les interesa promover este tipo de música, pero desgraciadamente carentes de la cantidad necesaria de dinero. Así podríamos mencionar significativamente la Antología de la Nueva Trova Vol IV (EGREM, 1998), carente de la calidad mínima en la selección de sus temas y la cantidad de creadores cuya salida al «mercado» se acercó bastante al fraude cuando sus integrantes nunca fueron llamados a firmar contrato alguno, y se enteraron de la existencia del fonograma cuando lo vieron en las tiendas un año después sin haber recibido un centavo. Un poco más reciente el CD Trovanónima.c,u (BIS MUSIC, 2001), proyecto dado a luz por iniciativa (e insistencia) de la Asociación Hermanos Saíz propuesto (o impuesto) a la renombrada disquera cubana que, si bien supera en calidad de sonido, selección y diseño al anterior, es hoy todavía un disco fantasma que pocos han visto en alguna remota tienda de provincia a precio de liquidación. El último y no menos polémico es el proyecto Acabo de soñar, poemas de José Martí musicalizados por jóvenes trovadores cubanos (EGREM, 2003). Con este disco hubo esperanzas. Muchos años hacía que no se escuchaban poemas de Martí con nuevos bríos. Excelentes pero antiguas canciones quedaron enquistadas en los actos y jornadas conmemorativas, dando esa terrible sensación de inmovilidad de las buenas ideas. Mucho tiempo pasó (dos años) desde que se habló por primera vez de grabar estos poemas, algunos que ya existían y otros que fueron naciendo con la idea. Trovadores de casi todas las regiones del país se encontraron con el hombre que debe ser escuchado todos los días. Una vez más la A.H.S. apostó por la posible grabación de un disco compilatorio con el interesante material. Los problemas empezaron pronto. La EGREM no quería pagar adelantos de royaltie, premisa jurídica indispensable en un proyecto discográfico; más tarde la cifra inicial de presupuesto, siempre en moneda nacional, fue reducida casi a la mitad. A pesar de contar con la experiencia de músicos de la talla de Emilio Vega, Pancho Amat o Frank Bejerano, por citar una pequeña parte de los que le podrían ofrecer calidad al proyecto, muy poco fue concedido: el estudio más anticuado, pocas horas para grabación y mezcla, irrisorio pago para trovadores y músicos, deficiente producción, cero publicidad. En medio de protestas comprensibles triunfó la significación que podría tener este testimonio: el disco se grabó entre la incertidumbre y la conformidad que impone el peor enemigo del arte, la resignación. El resultado final es parecido al de siempre, la calidad mermada por la premura y la escasez, el silencio publicitario, la ausencia en los medios y, por supuesto, un centímetro más de hundimiento para el artista que comienza, que no tiene la más mínima oportunidad para equivocarse. Muy poco tiempo después un improvisado concierto de presentación con público dirigido y unas pocas copias provisionales y defectuosas del CD, dejaron el amargo sabor del fracaso. Se reafirmaba el absoluto desprecio que por la cultura tiene el entramado comercial naciente. Diariamente estamos viendo y escuchando malos cantantes, malos bailarines, artesanía en lugar de arte, telenovelas luctuosas y películas rebosantes de sangre y espectáculo. Nuestra televisión da un salto educativo sin precedentes, por un lado, y se acerca hasta la clonación a la televisión centroamericano-miamense por el otro. Me pregunto: ¿qué lugar tienen el pensamiento y la sensibilidad?; ¿si habremos confundido, con el apuro, combatir con competir?; si realmente le han preguntado a la gente, ¿qué quiere hacer además de bailar y de comer? Alguna vez escuché a alguien decir que el disco cubano moría cuando se acababa de grabar. Ahora pienso que incluso hay quien no lo deja nacer. También escuché en una pataletuda asamblea de esas que enfrentan sin resultados a jóvenes creadores con instituciones a un alto funcionario de la propia EGREM decir textualmente: «primero quieren que se les haga el casete, después el CD y luego el póster, el pulóver y la gira. ¿Qué se piensan?». En realidad lo que queremos lo estamos haciendo: las canciones que queremos, cuando queremos y como queremos. También estamos grabando como podemos, pero no estamos detenidos ni rendidos. Estamos comprendiendo y haciendo, en silencio, como esas cosas que han de andar ocultas, quedando y trascendiendo. (Texto escrito en el 2004) Nota para Concierto por el Día de la Cultura Nacional* Cuando en 1851 Céspedes, Fornaris y Moreno cantaron a la joven Luz Vásquez su inolvidable «Bayamesa», estaban muy lejos de imaginar que una epidemia de trovadores sería endémica de esta Isla. La canción trovadoresca cubana asistió al nacimiento de una cultura auténtica, mezcla de lo mejor que tocó puertos y de sus tradiciones locales. Es, incluso, nuestro Himno Nacional una hermosa pieza, puente entre los avatares de la guerra y la poesía romántica. Pienso, además, en el Himno Invasor de Loynaz del Castillo, en los trovadores que fueron mambises. Pienso en los épicos momentos de nuestra historia en que una canción ha sido voz de todo un pueblo en su reír o en su llanto. Hoy vamos a continuar esta travesía. Trovadores de una nueva cosecha nos reunimos para recordar que nuestra cultura se crece en tiempos hostiles. Que las canciones siempre están ahí, para sonar en las puertas de lo imposible, para abrir la ventana de la utopía más solitaria y derribar a golpes el muro que levantan los nuevos arquitectos de la tontería universal. No aceptar las cosas tal cual son parece ser la premisa del trovador cubano. Releer la belleza, desacralizar el amor, arrancar las máscaras a la vida. Diego Cano, Ihosvany Bernal, Silvio Alejandro, Samuel Águila, Fernando Bécquer y quien escribe, haremos un pequeño recuento de nuestras historias cantadas. Unos acompañados de excelentes músicos; otros más al desnudo; pero todos, con la misma idea: defender una canción que se escurra entre las profundidades de quien escucha y lo devuelva más despierto, más alerta con el mundo que lo rodea. Hemos estado juntos algunos años ya. Mientras admirábamos y aprendíamos de nuestros antecesores vimos nacer a los próximos juglares, en las mismas calles en que nos hicimos. Somos una minúscula partícula de este ejército. Toda la ciudad, toda la Isla guarda un caudal de guitarreros desconocidos que esta noche canta también a través de nuestro verso. Todos los días deben ser para y por la cultura. Es la única garantía de nuestra permanencia. En esta lucha martiana de ser cultos y libres no podemos darnos el lujo de prescindir de los trovadores. Es un riesgo, un suicidio ideológico. Estamos aquí esta noche, sin artificios ni adornos. Venimos a decir para construir. Parte de una sola trova. Insurrecta, libre y cubanísima. La guitarra es el hermoso símil de nuestra bandera. La caballería nunca la dejó caer al suelo. (Texto escrito en el 2006) * Este concierto fue realizado en los Jardines del Instituto Cubano de la Música. El caso Barbaram Existió un hermoso proyecto emprendido por los trovadores Inti Santana, Xóchitl Galán, Rodolfo Hernández y la productora María Hue Fong a propuesta del Centro Nacional de Música Popular. Consistía en un espacio de café concierto en un centro recreativo de La Habana. El conocido Sol sostenido durante poco más de seis meses abrió sus puertas todos los domingos en el club Barbaram, situado en la avenida 26, frente al Zoológico Nacional. Un pequeño salón abarrotado de público empezó a ser sitio de referencia obligada en la cartelera cultural de la ciudad. Importantes figuras de la música, la poesía y hasta las artes plásticas se presentaron en aquella especie de oasis. Rápidamente comenzaron los problemas entre la parte artística y organizativa y la parte de la gastronomía del lugar que, finalmente, dieron al traste con uno de los más interesantes proyectos del momento. Escribí dos artículos acerca de este tema. El primero con cierto escepticismo y el segundo cuando la disolución definitiva. Dicho sea de paso, me gané hasta una carta por debajo de la puerta de mi casa, que es toda una joya, de lo que algunos llamamos «la ultraderecha nacional». Una sarta de amenazas personales a lo gánster y peligrosos conceptos mercantilistas y neocapitalistas. Estaba presuntamente firmada por los trabajadores del establecimiento. Carta que fue publicada junto a mi artículo en la revista El Caimán Barbudo de esos días, como muestra de lo que no debe florecer en nuestro patio. Los acontecimientos del Barbaram pusieron al descubierto la irracionalidad del creciente aparato gastronómico-comercial respecto a las opciones culturales; de la vulnerabilidad de nuestra verdadera cultura ante una preocupante tendencia al dinero como única solución para todos los problemas de nuestra sociedad, en una copia bastante mala del neoliberalismo mundial. A continuación los dos artículos que circularon con bastante notoriedad por la red de correos electrónicos de amigos y enemigos. I Sosteniendo el sol Más allá de los festivales de música cubana, los eventos de solidaridad y los congresos de izquierda, los trovadores cubanos, en su bregar internacional, han tenido, sin lugar a dudas, un santuario en el Café Concert. Como pequeños templos de la cultura bohemia y el deleite más intimista, estos lugares, generalmente pequeños y acogedores, han recibido a los artistas sin otra exigencia que la comunicación directa con el público y el desenfado que no permite la sala de teatro o el auditorio de conciertos. Así llegan a nuestros oídos los más increíbles nombres y lugares, La Bodeguita del Centro y el TrovaJazz en Guatemala, el centro cultural Tierra Incógnita de Ginebra o La Cubanísima de Berlín, el Harlem y el Luz de gas de Barcelona o los renombrados Libertad 8 y Suristán de Madrid, por mencionar unos pocos. Aunque la memoria de nuestros padres nos habla de unos años sesenta con La Habana también abierta de noche con lugares como El cóctel de 23, el Gato Tuerto o el Pico Blanco, increíblemente no existe en Cuba un lugar bajo este concepto para el trovador, artista afín por excelencia con estas características. Aunque existen Café Concert para el feeling, el jazz o la salsa donde conviven felizmente arte y gastronomía, con la nueva coyuntura económica la trova pasa a ser considerada como un género menor y erróneamente poco rentable, a pesar de la importante demanda de un público cada vez más heterogéneo. Hay que tener en cuenta que esta canción precisa de una constante interacción que no posee, por ejemplo, en los medios de difusión, una expresión sistemática que no puede proporcionarle la esporádica aparición en conciertos o la irreverencia tradicional de las peñas. Esta es la importancia real de la apertura, el pasado 11 de abril del espacio Sol sostenido. Concebido para el club Barbaram, este espacio, exclusivamente para la canción trovadoresca, es un proyecto del Centro Nacional de Música Popular y la empresa Recreatur realizado por el trovador Inti Santana y el dúo Karma (Xóchitl Galán y Rodolfo Hernández) apoyados por un ejército de habituales protagonistas y seguidores del acontecer trovero. Aunque existieron intentos anteriores de ideas similares, todos fueron detenidos casi desde el propio inicio por las diferencias irreconciliables antes mencionadas con la parte gastronómico-comercial, diferencias que esta vez tienen la oportunidad de eliminarse si juzgamos al menos por su primer día de vida. Un intento acertadísimo de personalizar el espacio con una identidad original de diseño le dio a este primer encuentro entre artistas de diferentes manifestaciones y tiempos un sabor esperado por mucha gente: un Café Concert por donde desfile, domingo tras domingo, lo mejor de la canción contemporánea; un sitio donde pasar unas horas escuchando, además, la música grabada que nadie pone o los videos musicales ausentes de la televisión. La asistencia de público reafirmó el criterio de la necesidad, y la calidad del elenco más joven arrancó complacencias hasta a los que cotidianamente no prefieren este tipo de música. La presencia de personalidades de la cultura como Víctor Casaus, Jaime Sarusky, Fernando Rojas, Eduardo del Llano, Marta Campos, Gerardo Alfonso, Frank Delgado o Alpidio Alonso, dio un singular apoyo a esta especie de refugio para el buen gusto, donde se perdieron las fronteras entre público y artista. Para la otra parte, la comercial, quedó la sorpresa de una tarde de ganancias y la satisfacción de un espacio cultural que puede ser rentable si se piensa y se mantiene con seriedad y constancia, aunque considero que esto no puede convertirse en el criterio fundamental puesto que la ganancia más importante es la de la cultura. Lo que aconteció en el Barbaram trasciende el hecho inmediato de la rentabilidad: no puede seguir siendo el dinero quien condicione al arte. En medio del desierto de la banalidad y la tontería es necesario un oasis como Sol sostenido, excelente nombre que simboliza el empeño de muchos de ser cultos y por lo tanto más libres. Por el momento está puesta la primera piedra. Aunque no se ha llegado a lo ideal, que consistiría en un lugar exclusivo y personalizado, este paso es convincente e importante. Podemos pasar los domingos de 4:00 pm a 8:00 pm, por un razonable cover en moneda del pueblo, y conectarnos al canto que mantiene despierto al espíritu. Es preciso recordar que para que el sol no pueda ser tapado con un dedo debe ser sostenido por muchas manos. II Barbaram: Puesta del Sol insostenible A Inti y Marihue, Fito y Xochi «…es el fin de la utopía que viva la gastronomía.» JOAQUÍN SABINA «It’s been a hard day’s night and I’ve been working like a dog.» LENNON-MCCARTNEY «Para que el sol no pueda ser tapado con un dedo debe ser sostenido por muchas manos», escribía yo mismo emocionado meses atrás con la apertura del espacio Sol sostenido en el club Barbaram de nuestra capital. Las expectativas de un grupo social nada despreciable, amante de las canciones inteligentes y de la ejercitación sistemática de las neuronas, rápidamente estallaron en ebullición y un torrente de buenas energías arrastró al público 24 veces en un largo día de seis meses y dos semanas, hasta esta especie de oasis en el inmenso desierto que para la trova reserva la nocturnidad habanera. Apenas desde las primeras horas de este amanecer comenzó a nublarse el cielo con aires de tormenta. Muchas veces hemos hablado ya del imposible matrimonio cubano entre la gastronomía y el arte donde, aunque este último acepte compartir el lecho, la primera lo desprecia y le es descaradamente infiel con el dinero, su media naranja por excelencia. Aunque la mayoría no lo sepa, todo este tiempo de Sol sostenido ha sido un campo de batalla, un match de lucha incansable: de un lado el ejército del dinero, la esquina rosa de la frivolidad y el vacío, el poder de la tecnocracia naciente, bien equipada y bien respaldada; del otro lado, solo cuatro quijotes paliduchos, la esquina roja del movimiento, mosqueteros entumecidos de tanto sostener, a veces con el mínimo alivio de algunos amigos y palabras. El trabajo realizado por Inti Santana, Xóchitl Galán, Rodolfo Hernández y Marihue Fong, indiscutibles artesanos de este proyecto, ya que la empresa artística estatal encargada de la gestión mediadora permaneció la mayoría del tiempo en estado de embriaguez burocrática, no será comentado en ninguna asamblea del sector trabajador, ni será galardonado en acto público, ni archivado en la gaveta polvorienta de las glorias culturales y, para los incrédulos, ni siquiera será remunerado porque, el dinero, ese sí le es incondicional a su amante. Creo justo decir que algunas personas responsables del apoyo empresarial, imprescindible en estos casos a nivel jurídico y formal, realizaron bien su trabajo, quedando en las buenas intenciones ante la infranqueable pared de las limitaciones. Bastaría citar pocos ejemplos como la frase tristemente célebre del gerente del lugar «aquí no pueden entrar homosexuales», que nos deja perdidos en el tiempo y en la duda; la prohibición de colocar incienso en el local porque podía confundirse con olores «raros»; o el día dedicado a los niños en que no dejarían entrar a Teresita Fernández porque ya estaba llena la capacidad (algunas capacidades son fáciles de llenar), pasando por incontables discusiones con la gerencia comercial por las multas en los precios de la bebida, la deficiencia de los dotes matemáticos del portero a la hora de contar las entradas pagadas, la intermitencia del equipo de sonido, tres intentos «oficiales» de cierre del espacio —todo esto bajo intolerables gritos—, amenazas, humillaciones y groserías que no vale la pena enumerar y que nunca partieron de los anfitriones, ni de los artistas, ni del tan acusado público. El tiro de gracia fue dado el pasado domingo cuando en medio de una lamentable situación creada en la puerta por la inflexibilidad de la propia administración referente al cupo de personas dentro del lugar, el trovador Carlos Varela fue convidado por el gerente a cantar o irse, al protestar este y otros por el escándalo reinante. Falta injustificable del respeto al artista a la que el trovador respondió, acertadamente, con su retiro y por lo tanto con la suspensión de la actuación programada desde días antes. Para nadie resulta difícil comprender la presión con que trabajaron todo este tiempo los artífices de Sol sostenido, espacio para la trova de todas las generaciones y estilos, experiencia válida y demoledora ante el criterio comercial de que no es una manifestación musical rentable. Con las manos hicieron y pintaron esas pequeñas cajitas de papel que usted podía llevarse de souvenir a casa; con las manos tocaron puertas (no siempre abiertas), levantaron teléfonos, repartieron volantes, dieron de sus pequeñísimos bolsillos lo que a sus bolsillos nadie dio ni dará; con las manos hicieron realidad por un tiempo nuestros más sencillos sueños; con sus manos y otras pocas sostuvieron un sol para que al menos un día tuviéramos el espejismo real de haber saciado la sed del espíritu. Pero no fue suficiente, pocas manos solas se cansan, se cubren de llagas; los huesos se quiebran del peso; las piernas, de tanta zancadilla, terminan por doblarse. Sol sostenido ya no existe más. Volveremos a la monotonía del domingo. Me pregunto si carecía de importancia un espacio donde importantes intelectuales de la talla de Pablo Armando Fernández, Víctor Casaus, Eduardo del Llano o trovadores como Gerardo Alfonso, Frank Delgado, Ángel Quintero, Sara González y Teresita Fernández compartieron momentos inolvidables con los más nuevos trovadores y el público en un ambiente cercano y cálido que solo puede propiciar un entorno como ese, tal y como narran padres y abuelos, lugares como el Gato Tuerto, El Cóctel y el Pico Blanco de épocas pasadas. ¿Por qué la batalla sin sentido? ¿Por qué el rechazo? La pelea ha terminado sin ganador definido, pero no ha sido una derrota; en los ojos de todos nosotros quedan los momentos como fotografías impresas: los olores, los amigos, el humo insoportable de los cigarros y lo más importante: las canciones, esculpidas a guitarrazos en la dura piel de la desmemoria. Duele, mas no importa. Ninguna noche es eterna, ni siquiera la larga noche de los inuits bajo la que siguen haciendo su vida porque, al final, su día también es muy largo. La experiencia de un lugar como este queda para los futuros numerólogos de la cultura, los armadores del rompecabezas nacional. De parte de nosotros, el público y los artistas, el agradecimiento a estos cuatro trova nautas y a todas las personas que creyeron en ellos, que los apoyaron y dieron aliento. Se ha puesto el sol en el Barbaram, pero en las calles de La Habana hay un guitarreo incansable prediciendo el nuevo amanecer. (Textos escritos en el 2004) Intervención en Pleno de la Asociación Hermanos Saíz: Alternativos sin alternativas Organizar las ideas cuando hay tanto que decir es una verdadera aventura. Me niego a pensar que la carencia de soluciones sea falta de ideas. Ideas hay en cada uno de nosotros, en cada individuo que reflexiona a solas con la noble intención de construir algo mejor. Entonces quiero referirme a un concepto que encierra, tal vez, muchas de las interrogantes respecto al desarrollo del arte y su relación cada vez más polémica con los medios y soportes de difusión, específicamente con la música. Aunque el tema concierne a toda la cultura, sin exclusiones. Estoy hablando concretamente del término música alternativa. No comprendo muy bien en qué momento ciertas vertientes de la música cubana se convirtieron en alternativas. Hablaré de la trova, por supuesto, para hablar con propiedad. Es muy probable que una de las primeras señas de cultura auténticamente cubana haya sido la canción trovadoresca. El mismo hombre que iniciara las guerras de independencia contra el poder colonial español, no solo es recordado como El Padre de la Patria sino, es uno de los padres de la primera canción cubana de que se tenga noticia; «La Bayamesa», compuesta en 1851. Desde entonces Cuba fue cantada por sus trovadores, en todas las épocas y en todas las regiones. Evidentemente me perdí parte de la película nacional, no sé si me quedé dormido pero, esta misma trova es hoy, ahora, cuando la necesitamos como nunca, música alternativa. ¿Alternativa a qué? Yo no soy alternativo, no me gusta el nombrete, me margina, me ofende. Yo, y todos los que estamos aquí, somos parte indisoluble de la cultura cubana. Habría que preguntarse por qué hemos quedado como una alternativa. ¿Quién impuso un modelo que nos marginó de la escena? ¿Quién nos tiró en las narices la puerta de la fiesta? Es cierto que otras manifestaciones como el hip hop, con todo lo que lleva dentro, son relativamente nuevas, y digo «relativamente» porque aquí el hip hop es más viejo de lo que la gente piensa. El rock, ni decir. Llegó a la Habana en 1956. Pero no deben ser marginadas por tener determinado lenguaje y mucho menos por representar a cierto sector del pueblo; no siempre bien retratado por nuestras corrientes musicales «insignes» y de primera línea. Recuerden que la rumba y lo afrocubano dejaron de ser marginados cuando produjeron dólares y dispararon los bríos del jineteo étnicofolclórico. La calidad de la cultura no puede estar ligada a la cantidad de ingresos económicos que produce. Siempre he sostenido que debemos vender lo que hacemos y no hacer para vender. El tema es que nos llaman alternativos y es una pena, porque a muchos de nosotros, trovadores, raperos, rockeros, jazzistas, nos reciben en el mundo con un hermoso nombre, musical, cadencioso. Nos llaman, simplemente, cubanos. Músicos cubanos. Por otra parte, el planeta en que vivimos sí necesita una alternativa, la de todo un país, la de las ideas y el pensamiento, la del humanismo. Parece mentira que nos pongamos a jugar con la cultura, como si fuera una pelota. La cultura no es un adorno. Puede, y precisa ser, lúdica pero profunda, auténtica, subversiva, revolucionaria. Parece que no hay remedio y digo aquí, ahora, sin otra intención que la alerta: soy alternativo porque no tengo otra alternativa. (Texto escrito en el 2006) Intervención en Pleno de la Asociación Hermanos Saíz: El extraño caso de Alfredito Es la primera vez que escribo en vivo y en directo. Me explico: tecleo estas líneas a la par que miro el nuevo programa La diferencia, conducido por el increíble Alfredo Rodríguez. Aprovecho la novedosa modalidad de mi inexperto periodismo espontáneo para no perder de vista este fenómeno inexplicable de los medios cubanos de difusión. Recordemos aquel antecedente televisivo, En familia con Alfredo, inolvidable desfile de fenómenos, desafinaciones vocales, historias de Corín Tellado y autobombo. Espacio polémico que revivió la tan vieja y, a mi juicio, pequeño burguesa idea de que los medios difunden lo que al «pueblo» le gusta y solicita. Aquella vez me asusté pensando «¡Uy! me dejaron fuera del pueblo». Para esta ocasión he sido más ecuánime. Acepto y defiendo que la variedad es la esencia de una sociedad verdaderamente democrática (pobre palabra) y que sus medios de difusión de cultura, información y educación deben representar la mayor cantidad de propuestas estéticas que encierre una realidad. Nos vanagloriamos, con cierta razón, de tener una televisión diferente al resto del universo (respetando a los extraterrestres). Es justamente por eso que no entiendo una telenovela que intenta educar al televidente sobre los peligros de la promiscuidad sexual poniendo a los homosexuales a destruir familias estables, felices y con hijos, contagiándolos con el SIDA y, en cambio, no hay un solo programa, reportaje o mención al mundo de los travestis en Santa Clara o sobre las lesbianas en el ejército. Tenemos un concepto de variedad también bastante diferente al resto del universo. El asunto es que regresa Alfredito, como lo aclama «el pueblo» integrado, fundamentalmente, por las amas de casas subyugadas por una cultura machista y nuestras abuelas tejedoras de un pasado que se descose por las puntas. Parece ser que en el pueblo no hay solo muchos Camilos sino, además, muchos pueblos. Para empezar tropezamos con una escenografía digna de La hora de las brujas (¿se acuerdan?) solo que en aquel delicioso programa esta servía al propósito. Muchas velas sobre troncos cortados, lo que le daba a nuestra poetiza Carilda Oliver cierto aspecto macabro. Si a esto agregamos las sillas que usaban los reyes de Shiralad y la mesa con el entrevistador en penumbras al otro extremo, tenemos una auténtica sesión de ouija. ¡Ah! y parece que los girasoles han desplazado, definitivamente, a la mariposa como flor nacional. Del contenido, más de lo mismo. En cualquier momento tendremos un pase de cámaras y micrófonos a los sepultureros del Cementerio de Zapata o al hogar de terneros sin amparo filial de Buey Arriba. Podemos esperar cualquier cosa de tal desvarío. ¿Las preguntas? ¡Impresionantes! La modesta: «Carilda, ¿qué estás pensando de mí ahora?». La ambigua: «¿Qué piensas de las personas que les gusta la fresa y piden chocolate?». La engorrosa: «Jorge Perugorría, ¿te gustan los payasos?». La música algo mejor, esta vez por lo menos, siempre con su orquestica a lo Ringling Brothers y el dúo «ocasional» (ocasionado) con el anfitrión, micrófono en mano, desde su trono. El desatino de difundir propuestas como esta llega a la cima gracias al discurso final que Alfredito, mirando a cámara, dispara en nuestras narices. Diatriba de comentarios desafortunados sobre los críticos que, según él, no saben hacer su trabajo; apología despiadada de lo que gente como él representa, sermón sin precedentes acerca de las bondades de la televisión y el respeto a la pluralidad de criterios. Nuestro sacerdote de la iglesia del corazón parece no tener límites en mostrarse Mesías del mal gusto y anuncia la resurrección del culebrón nacional. Frases: «La televisión es sincera» (¿?), «He regresado» (¡!). Me pregunto si alguien va a dar una explicación al «otro» pueblo. Al pueblo que cuestiona, al que piensa. Que alguien exponga una sola razón para este extraño caso que se eleva por sobre los esfuerzos de esta nación por ser cultos y profundos, flotando en la superficie más visible de nuestra cotidianidad. Si hoy sembramos pinochos tontos mañana tendremos, en vez de pueblo, una horda de burros dóciles. ¿Quién otorga estos espacios infinitos? ¿Quién niega otros espacios necesarios? Queremos más respuestas y menos demagogia. Suena absolutamente cínico el nombre de La diferencia. Esta no es diferencia, es lo común, es lo repetido, es la norma imperial universal. Gritada a voces y, lamentablemente, seguida a coro en el mismo corazón de nuestra utopía de ser mejores. Parece un mensaje salido de lo más hondo de la maquinaria anticultural: Señoras y señores, quítense el cerebro, va a comenzar la fiesta. No conforme con la procesión de infortunios que supone el nuevo engendro, que no se diferencia del anterior, Alfredo termina en la verdadera cúspide, sobre la nube más alta de su propio parnaso. Cita, con sabor a revista Vanidades, a Antonio Maceo en tono de moraleja: «La palma está expuesta al rayo, pero se mantiene erguida». ¡Dan ganas de cargar al machete! (Texto escrito en el 2006) Asociación Hermanos Saíz Compromiso en libertad «No he estado enumerando las manchas en el sol pues sé que en una sola mancha cabe el mundo.» SILVIO RODRÍGUEZ Mi encuentro con la Asociación Hermanos Saíz fue casi desde mis inicios como trovador, si se le podía llamar así a lo que era yo entonces. Recuerdo, con total frescura, mi debut en el festival Los días de la música del año 1996, en el teatro de la Casa de la Cultura de Plaza. Impresionado por la calidad y la organización del evento, me lancé con solo cinco canciones en mi repertorio y el rostro bastante endurecido a la aventura de aquel concurso. El jurado era de lujo. Desde un Gerardo Alfonso idolatrado por nuestra juventud hasta un Adalberto Álvarez que sonaba a rigor. Asustado recibí el premio y la llamada condición de Proyecto Nacional, en medio de los aplausos de mis amigos y del público que asistía a la premiación como quien asiste hoy a la más rimbombante de las galas de la farándula habanera. Eran tiempos difíciles. Los estragos del Período Especial devoraban, cual monstruo bíblico, a los proyectos que emprendían los más osados. Las siglas AHS. sonaban a partido, al menos para mí. Desconfiábamos de todo lo que pretendiera homogeneizar institucionalmente a los artistas, en especial a los más jóvenes. Pero no tenía la menor idea de qué era la asociación a la que comenzaba a pertenecer. Para ese entonces yo nunca había estado involucrado en algo que tuviera una historia que se dejaba escuchar entre los más experimentados, con sus altas y bajas. No llegué a tiempo a la Casa del Joven Creador, apenas a una maltrecha Madriguera donde sonaban los ecos de voces pasadas. A principios del año 1997 hice mi primer viaje al extranjero. Cuál no fue mi sorpresa cuando al solicitar escéptico realizar trámites de viaje a través de la única organización en la que militaba, mi solicitud fue aceptada inmediatamente por Fernando Rojas, entonces su presidente, y el papeleo fue tan eficiente que nadie me lo creía. Además estaba contento de tener mi primer pasaporte, artículo de lujo en nuestra realidad insular. A partir de entonces se afianzó mi voto a la A.H.S. y no fui decepcionado. Más adelante aparecieron fenómenos como Los cantores de la rosa y de la espina que, más allá de los criterios a favor o en contra y de los harakiris históricos que nada resuelven, depositó plena confianza en un grupo de trovadores que empezaban su bregar y que, al final, el tiempo demostró que nadie se equivocó al confiar en ellos. Me atrevería a decir que es precisamente el caso de la música el más beneficiado con la existencia de una organización con tales características. La mayoría de los proyectos acometidos incluyen a esta manifestación casi incondicionalmente. Las reuniones de música son, sin dudas, las más reconfortantes y calientes. Todo encuentro donde se pretenda dilucidar otro tema, es intervenido sin resistencia por el trueno de la música. Hay que señalar que fue la A.H.S. la que introdujo a mayor escala el tema del rock en la sociedad cubana; sus festivales fueron organizados contra viento y marea (y no cualquier viento y cualquier marea) por encima de prejuicios que aún hoy perduran en la población. El debate sobre la cultura hip hop tiene su base en el apoyo de la asociación a este género polémico y abarcador aunque, como buenos cubanos, se nos vaya la mano hablando demasiado del asunto. (Una vez escuché el disparate de que el rap era la trova de estos tiempos). Haber creado el festival de rap es un hecho sin precedentes en la historia cultural de este país, musical por excelencia, pero también sectario y excluyente en sus géneros. Muy pocos tenemos la idea del trabajo que cuesta realizar un festival a la altura del Longina, ante la escasez de recursos materiales y monetarios. Mucho menos un evento como las Romerías de Mayo, que se ha convertido en referencia internacional y que reúne a miles de artistas y pueblo en una sola idea liberadora y original. Los esfuerzos por grabar casetes y discos no han sido menores, aunque se hayan quedado en intenciones más que en resultados. En el caso de los trovadores se deben señalar los casetes La estrella de Cuba y Desde el umbral, así como los Discos Trovanónima.cu y el señalado Acabo de soñar cuyo nombre no pudo ser mejor, una idea promartiana que no logró conmover a los directivos de una pretenciosa «industria disquera nacional», que no vende discos. En todos estos años la organización ha aglutinado realmente a lo mejor de nuestros jóvenes intelectuales. Los espacios de debate, aunque pierden sistematicidad, han abierto fuego contra lo peor del pensamiento retrógrado y conservador de nuestra realidad; han conciliado criterios divergentes en pos de una unión más efectiva para la acción. Sus miembros hemos reivindicado las más importantes batallas de nuestra revolución en la misma medida que hemos criticado, desde un criterio constructivo y alentador, sus errores. Recuerdo los días del secuestro del niño Elián González y la presencia activa en tan definitoria campaña, el apoyo a las declaraciones contra el terrorismo y la reforma de nuestra constitución. También la indignación manifiesta por la restauración de la estatua de José Miguel Gómez en el monumento de la calle G o por el cierre del Patio de María. Las críticas pueden ser muchas, según la experiencia de cada cual. Desde crear revistas que a partir de su segundo número no pueden costearse hasta el abandono de instalaciones o la intermitencia de su personal. Pero las críticas son para otros foros; los paños deben lavarse dentro de casa, con franqueza y responsabilidad. Si somos sinceros, nosotros no hemos sido buenos militantes de este sueño. No nos hemos involucrado lo suficiente como para impulsar proyectos comunes. Olvidamos que la tan vociferada libertad es siempre mayor si se construye en colectivo porque, si es un hecho individual, entonces se parece al egoísmo. Preguntemos hasta qué punto pedimos de la A.H.S. más de lo que hacemos por ella. Las aspiraciones de un puñado de jóvenes que un día hicieron una brigada para sembrar lo más nuevo y auténtico de nuestro arte por toda la Isla, merecen nuestro respeto y no hay mejor muestra de respeto que nuestros actos. Las figuras de Luis y Sergio, juventudes mutiladas por el mismo odio que por estos días se erige con inusitada prepotencia sobre el mundo, están multiplicadas. En otros frentes nos ha tocado resistir la ofensiva de las hordas de la tontería y sus armas de exterminio espiritual. Con perdón de Gardel y su tango, veinte años han sido mucho. Sobre todo si fueron sorteados los obstáculos, vencidas las tormentas ideológicas y derrotados algunos enemigos de la cultura pensante y democrática. Sigo mirándome en el espejo de aquel jovencito Proyecto Nacional en Los días de la música del año 96 y, si algo he ganado, ha sido compartido en silencio con La Asociación, como le llama la voz popular. Bienaventurados los que apostaron por la cultura porque de ellos será el martiano reino de la libertad más plena. (Texto escrito en el 2006) Insuficiente adiós al Plátano Pocas palabras llegan con la sorpresa. Un silencio largo hace que las imágenes pasen como en un cine, mientras trato de acomodarlas en la mente ante la noticia: «Se murió el Plátano». Con sus tantas historias a cuestas, sus poemas lúgubres y cercanos, sus dibujos y pinturas, sus fotos (las ciertas y las imaginadas), el Plátano nos ha dejado con el misterio de su ausencia repentina e inexplicable. A todos nos parece mentira. De voz en voz pasa el asombro como una epidemia que cala en el pecho y nos hace mirarlo nuevamente. Tal vez nunca supo que él también quedó plasmado en las fotografías que hacemos de nuestras propias vidas. Interpuesto entre la mirada y el escenario, trató de hacer nuestro mejor retrato y tal vez lo logró. El olvido es la peste de nuestros tiempos. Y es que hemos perdido nuestro espejo en esta ciudad que cada vez se mira más en las vidrieras ajenas y menos en sus propios charcos. Cuántas veces habremos seguido de largo ante la viejita que cuida el baño, el señor que revende el periódico o el triste amolador de tijeras. Este hombrecito, aparentemente breve, es el más auténtico símbolo del ciudadano común, del transeúnte real, sin barnices de riqueza ni perfumes de gloria. Se entregó como un devoto a pegar nuestros afiches en cada superficie posible, bajo amenaza de multas; a repartir como un niño en plena fiesta los volantes de conciertos y exposiciones. Murmuraba noticias y anunciaba el más mínimo rincón de arte como quien grita un evangelio en medio de la sordera nacional. Mal pagado centinela de nuestras aspiraciones, público fiel y alentador de los más nuevos. Su muerte nos conmueve y su historia nos compromete a recordarlo con justicia. Plátano nuestro de cada día, nos aburríamos de oírte y ahora mismo te pedimos un discurso más, un par de palabras que anuncien, por lo menos, cuánto vas a tardar en regresar. En esta era digital, petrolífera y desmemoriada no podemos hacer menos que estar orgullosos de haber estado alguna vez cerca de ti. Te decimos adiós desde cada guitarra, desde todos los escenarios donde se siga subiendo este canto valiente y masacrado. Desde nuestras soledades camufladas y nuestras miserias inconfesas. Desde nuestra cordura convenida y nuestra limpieza aparente. Ningún adiós es completo. Con tu partida nuestro ejército ha sido diezmado, pero tu recuerdo nos acompañará en la última carga. (Miércoles 18 de junio de 2008,1:05 am) Trovadores cubanos; el último tren John Lennon fue el hombre que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (Crónica por la muerte de John Lennon) Herederos de una historia accidentada donde siempre estuvieron al margen de la cultura de masas y del gran mercado del arte, los trovadores han sobrevivido al siglo pasado a golpe de canción y resistencia. Se han mantenido, salvo algunas excepciones, a la retaguardia del hombre. Encargados de salvaguardar valores que cada día son más escasos y reservados. La mayoría de los criterios a favor de esta corriente musical y poética plantean un atrincheramiento en determinadas características que aíslan al fenómeno, generalmente echando la culpa al mercado, la banalidad impuesta por el sistema económico-político dominante o el bajo nivel cultural, y el desinterés de nuevas generaciones víctimas de los mesías de la pseudocultura. Sin dudas vivimos en un mundo diferente al del siglo pasado, aunque con premisas históricas y dialécticas constantes. Es absolutamente cierto que el mercado ha llegado a status insospechados como instrumento de dominación, aunque también a una crisis. Si a esto sumamos el desenfrenado desarrollo cien-tífico y técnico, la informatización de la sociedad, los medios de difusión y la paulatina transformación de los soportes musicales, así como la madurez del fenómeno Internet, estamos frente a un verdadero antes y después de Cristo cultural que no todos hemos concientizado y, lógicamente, hemos establecido cierta resistencia al cambio en muchas direcciones. Si analizamos al trovador extraño y variable término, en medio de esta realidad, encontramos a un amplio sector, sobre todo latinoamericano, aferrado al criterio de un cantor puro, primitivo y auténtico, representativo de los intereses del «pueblo», bajo la postura utópica de un renacer latinoamericano de ingenuo corte sesentista y nostálgico. Por otra parte, toda una prole de músicos más vinculados a las corrientes musicales de la llamada World Music, etiqueta de mercado, efectiva y seductora para ciertas multitudes saturadas de las fórmulas tradicionales, dígase rock, pop, salsa, etc. Las dos posturas tienen su explicación y sus causas. Muchas expresiones culturales han sido durante siglos relegadas a segundos, terceros y últimos planos. Cuando hay un acercamiento es exclusivamente circunstancial y casi con un interés antropológico. La realidad latinoamericana, africana, asiática o árabe, está plagada de miradas colonialistas, convenientemente ajustadas al prisma de primer mundo con toda la envergadura política y económica correspondiente. Investigando solo un poco podremos descubrir que el samba de Brasil no tiene ninguno de los movimientos de danza de Carmen Miranda; que todos los árabes no son musulmanes; que en Cuba no todos bailamos salsa y andamos con maracas por la calle, o que el cajón no es un instrumento histórico del flamenco español sino un instrumento tradicional de Perú. De falsedades está hecho el camino de la cultura que nos imponen como cierta. Pero debemos analizar otros fenómenos con la misma pasión. En Cuba, por ejemplo, tierra que exporta la imagen del son, la trova, el jazz y la salsa de calidad, multitudes de jóvenes bailan, escuchan y reproducen sin descanso el reggaetón, fenómeno totalmente ajeno a las tradiciones de la Isla. Importado desde los medios de comunicación foráneos y repetido irresponsablemente por los medios estatales. Incluso, muchísimos jóvenes cubanos se acercaron al bolero, de indiscutible origen nacional, solo cuando el cantante mexicano Luis Miguel lanzó sus versiones al mercado. Es muy sencillo y cómodo echarles la culpa a los jóvenes, catalogarlos de frívolos y superficiales. Yo mismo he cometido este pecado. Pocos hacemos la reflexión más obvia: ¿qué características traen estas propuestas que logran enganchar con amplios sectores de público? Más allá de las inmensas sumas de recursos financieros y mediáticos que estos productos traen detrás, ¿y qué códigos no quiere o no ha aprendido a manejar el trovador de nuestros días que le acerquen a nuevas generaciones? Si, por el contrario, hacemos un arte de mayor calidad, más profundo, más cercano a las tradiciones, de reflexión sobre la vida cotidiana, ¿por qué no conectamos de la misma manera? En primer lugar, no podemos pasar por alto un déficit educativo de la sociedad. Si en Cuba los medios, estaciones de radio y canales de televisión son del estado, un estado socialista de profunda trayectoria popular ¿por qué no se ha orientado una política de difusión musical acorde con estos valores? ¿Cómo es posible que estos medios se hagan eco de un fenómeno como el reggaetón? De por sí el reggaetón (no nos engañemos más) es un engendro de mercado, como suele suceder, tomado a partir de ciertas formas populares, que «casualmente» sale a la palestra en una época de reivindicación latina en el hemisferio, de gobiernos de izquierda, de transformaciones políticas y económicas, de integración. Sobresale en sus letras y estética más difundida lo peor del latino como individuo: el machismo, la violencia, la marginalidad, la mujer como objeto sexual, el mal uso del lenguaje, la holgazanería, el afán por el dinero y toda esa imagen tan conveniente para el sistema imperialista. Pero todo no es culpa de quien escucha y del evidente deterioro ético y cultural de las mayorías. Creo que nosotros, los creadores, hemos tenido gran parte de responsabilidad en esto. Nuestra trinchera está decidida a resistir, es fuerte, auténtica, pero tenemos que cavarla unos metros adelante. No podemos seguir empantanados en nuestra estética naife y simplificada de cómo debe ser o no un trovador. El rescate de las tradiciones y el folclore de los pueblos no debe verse como un quiste, una postal congelada del daguerrotipo de los abuelos. Son tiempos en que quien escucha posee mejores equipos de reproducción de sonido. Personalmente (y no critico a quien pueda gustarle) no soporto escuchar un disco de vinilo, el crash de la aguja del tocadiscos me molesta sobremanera. Cuando las grabaciones de The Beatles fueron digitalizadas y remasterizadas cuarenta años después, descubrimos sonidos, efectos y voces que habían sido grabados y por la tecnología de la época no se escuchaban. Las nuevas técnicas de scanner echaron por tierra teorías sobre el significado de algunas pinturas que habían sido sostenidas por historiadores y expertos durante siglos. Por otra parte, lo audiovisual predomina en la percepción de la realidad. Antes teníamos que ir a un cine a ver la película de moda, ahora la tenemos a mano, en cientos de formatos y opciones diferentes. Nuestra existencia es audiovisual y pronto será tridimensional, a otras velocidades mucho más ágiles. El individuo moderno no dispone del mismo tiempo de acción y, por lo tanto, dedica menos tiempo al aprendizaje tradicional, al texto, a la imagen estática. No recuerdo qué tiempo hace que no escribo una carta a mano, mi caligrafía ha desmejorado notablemente. Prácticamente el formato de CD comienza a perder su valor en el mercado del disco superado por las compras en Internet, más baratas, más inmediatas. Hay televisión para teléfonos móviles, libros virtuales y enciclopedias en red. Todas estas cosas generalmente son vistas desde un punto de vista negativo, de pérdida de humanidad y no son más que un proceso lógico, dialéctico de la historia. Es la nueva humanidad. Respecto a la durabilidad física no hay comparación, un formato digital puede durar mil veces más que el papel o la cinta magnetofónica y multiplicarse en menos tiempo en cantidades inestimables. No conozco a nadie que me diga que el surgimiento de la imprenta fue un desastre para la literatura universal porque los libros escritos a mano por monjes y sacerdotes eran «más humanos». Las señales del nuevo mundo que habitamos deben ser escuchadas con inteligencia. Cuentan que cuando los hermanos Lumière presentaron su cinematógrafo en la primera sesión, algunos espectadores huyeron en la secuencia en que el tren arribaba al andén temiendo ser atropellados. Es el impacto de lo nuevo, de lo desconocido. Ese impacto es bien manejado por los mercaderes modernos. Si de trovadores se trata, tenemos un criterio extendido de que hay que lograr ser muy popular con tu obra para que los medios te reconozcan. Se utiliza el ejemplo clásico de la música de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, aunque eso encarna a otros muchos compañeros de aquella época. Hay quien dice que en esos tiempos nadie los ponía en la radio, mucho menos en televisión. Que, de mano en mano, se pasaron grabaciones caseras que hicieron el trabajo de difusión y de repente eran multitudinarios los conciertos donde se agotaban las entradas. Esta es una afirmación cierta, pero enteramente fuera de contexto. Para empezar recordemos la época referida, que no voy a describir demasiado por conocida y machacada. Contradictoriamente, Silvio, Pablo y otros muchos fueron censurados por un sector de ese mismo sistema revolucionario del cual fueron luego voceros y símbolo para la idea izquierdista latinoamericana. Pero lo fueron de manera oficial luego de que esa Latinoamérica los aceptó, reconoció y apoyó debido a las circunstancias tan específicas de fiebre revolucionaria y buen gusto por la música que tuvo transformaciones y desarrollo a nivel mundial. De alguna manera esta nueva canción tuvo que demostrar (por suerte calidad mediante) su no premeditada utilidad política para ser difundida de manera masiva, aunque miles de jóvenes ya la seguían identificados con su decir. Para entonces, en Cuba estaba prácticamente prohibida la música foránea angloparlante, The Beatles incluidos. Por lo que hubo un predominio de la música nacional, sobre todo la bailable. El rock era prácticamente un sacrilegio a las ideas de independencia y soberanía, cuando en el resto del mundo era todo lo contrario, y esta es una de las razones por las cuales pienso que en los países de América la trova cubana fue comprendida y aceptada por mayorías por el caudal cultural e intelectual que los sesenta habían dejado en la juventud. En aquellos tiempos la radio y las presentaciones en vivo eran fundamentales para la existencia de la música toda. Los conciertos de los trovadores se hacían con muy pocos recursos técnicos. Cada vez que escucho grabaciones de esa época me parecen horribles con respecto al sonido. Más del 50 % de las ideas musicales se pierden en una madeja de armónicos y ruidos. Pero para el espectador de aquellos tiempos eso no importaba, pesaban otras cosas, otros simbolismos de emancipación, libertad y reivindicación social. Siendo sinceros, respecto a la trova de aquellos días, nos queda solo la resaca, el hecho indiscutible de que aquellas figuras talentosas escribieron una historia que fue transmitida de padres a hijos, pero esa transmisión comenzó a fallar en la medida en que los padres fueron cambiando de intereses y los tiempos impusieron otra realidad para la vida. La verdad es que a Silvio y Pablo hoy día tampoco los ponen tanto en la radio y la televisión como se cree. Salvo en alguna fecha de significación política que reafirma aquellos ideales sembrados cincuenta años atrás y que hoy no se manifiestan de la misma manera. Los jóvenes que hoy tienen entre 16 y 25 años jamás escucharon la primera versión de «Mariposas» o una canción de Pablo Milanés hablando de Santiago de Chile. Pero, en realidad, tampoco tienen por qué escucharlas e identificarse con ellas. Para empezar, porque entre Pablo Milanés y el trovador más joven existe una larga fila de trovadores que cantaron a su tiempo y entorno. Estos son apenas conocidos en América Latina donde se sigue escuchando a Silvio por esa carga histórica de frustración revolucionaria que llevan a cuestas sociedades, las cuales vieron tronchadas sus aspiraciones de un mundo mejor. En estos pueblos la llamada Nueva Trova sigue siendo exitosa, entre otras razones porque estas canciones plantean problemas y pensamientos que para ellos aún no han sido resueltos. Para la juventud cubana de hoy, Víctor Jara no significa nada, excepto la nostalgia de sus padres que está a años luz de sus ambiciones cada vez más simples. Un trovador de estos días no puede esperar que las circunstancias se comporten de la misma manera que cuando el surgimiento del Movimiento de la Nueva Trova. No es posible el viaje hasta el público sin discos, video clips, guitarras electroacústicas, afiches, volantes, trípticos, buen sonido, prensa de todo tipo y una larga lista de condiciones que ya se tornan elementales, por muy magníficos que sean los textos y la música. La canción necesita combustible para moverse. Solo un par de ejemplos bastarían para ilustrar hasta qué niveles de éxito y calidad a la vez puede llevar aceptar el reto de la modernidad desde posturas consecuentes con el arte profundo y las tradiciones más autóctonas. El fenómeno Raly Barrionuevo, en Argentina, es una muestra convincente de quien no se quedó estancado en el folclorismo a ultranza. Apoyado por una extraordinaria banda, con una marcada influencia del rock anglosajón, el producto reinterpreta las tradiciones musicales del sur para entregar a los más jóvenes una canción de verdadero impacto masivo sin perder, para nada, la dosis de compromiso social y político de esa realidad. En Cuba pudiéramos mencionar a William Vivanco, trovador en la esencia de su proceder. William ha traído a la escena nacional una canción heredera de lo caribeño con aires universales, interpretada con derroche de calidad. Desde lo social a lo bailable podemos encontrar en este extraordinario músico un arte comprometido con nuestro tiempo, los intereses de las generaciones más actuales, razón por la cual ha prendido, incluso, en grupos sociales que jamás hubieran aceptado a un trovador «formal». La inserción de las músicas más cercanas al hombre y sus preocupaciones en los grandes mercados ha tenido sus aciertos. Recordemos a una Tracy Chapman en la entrega de aquellos Grammy de principios de los noventa, dando lecciones de buen gusto y originalidad acompañada de su guitarra, o a una Byörk fusionando lo electrónico con sonidos cotidianos, en una de las expresiones musicales más comprometidas que yo recuerde. Lo comprometido y lo social, además, no es exclusivo de los trovadores. El rock sigue siendo una expresión comprometida en muchos artistas y qué decir del hip hop estadounidense con su grafiti y su spoken word, pasando además por Rubén Blades, Juan Luis Guerra y Carlos Vives. El grito urbano de la música postindustrial de Alemania o la Europa del Este. Ahora bien, un hecho innegable es que la canción de los trovadores lleva, en la mayoría de los casos, una profunda carga lírica de larga tradición. Es capaz de incorporar las formas autóctonas de sus diferentes orígenes y abarcar grandes áreas del pensamiento. Sin renunciar a estas premisas pienso que puede (y debe) abrirse camino ante las nuevas realidades económicas, políticas y sociales, o sea, humanas. Si pudiéramos establecer varias direcciones esenciales sin las cuales no se puede sobrevivir a nivel artístico en el mundo actual, debemos comenzar por las comunicaciones, principalmente Internet. No se concibe un desarrollo del arte y la cultura sin el acceso a las redes informáticas. Es una de las grietas más grandes y democráticas en el sistema mundial. Cientos de sitios gratuitos y los llamados blogs resaltan el tema de la canción trovadoresca, incluso, bajo grandes imperios como Myspace. La entera libertad con que se exponen trabajos o se crean gigantescas comunidades que interactúan, promueven e intercambian criterios, música y videos, es un hecho que no tiene precedentes en la historia de la difusión artística y musical. Portales más específicos como Trovacub, Trovamex, Puntal Alto, A guitarra limpia, Trovadores, entre otros, han venido a establecer un diálogo virtual acerca de las problemáticas y retos del trovador de hoy, además de que constituyen verdaderos centros de información sobre conciertos, entrevistas o sucesos discográficos que por las vías tradicionales pasarían inadvertidos. La venta de música en Internet va camino de desplazar cada vez más al CD original como soporte musical. Hoy día para muchos en el mundo comprar su música favorita en I-Tunes o EMusic, acompañada de información, videos o imágenes, es algo cotidiano. Es más cómodo, más rápido y más barato. Según la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI) este mercado supuso el 15% del mercado musical global en el 2007, generando unos 2 mil millones de euros. Niéguese el acceso a las redes informáticas y estará negándose lo que a los habitantes de la Edad Media les negaba la Iglesia prohibiendo los libros. Por otra parte tenemos el mundo audiovisual y sus dos puntas de lanza: el video clip y el DVD. El primero es el medio indiscutible de promoción musical para el masivo y multicultural universo de la televisión. Como toda manifestación humana, el clip puede ser portador de bisutería y mal gusto o puede devenir en obra de arte. Este pequeño producto de unos tres minutos de duración promedio es el portador más corto de ideas después del tradicional spot comercial. Síntesis del cine, la fotografía, la plástica, el diseño y la música, cumple eficientemente su cometido de vender un producto, pero incluso de hacerlo a quien nunca lo compraría y esta es, a mi juicio, la cualidad más interesante de la que no nos hemos sabido aprovechar lo suficiente. En nuestro país el clip ha tenido un desarrollo tremendo en los últimos años, ganando en calidad y realización, pero gracias a las caóticas relaciones económicas nacionales abarca un sector de la música privilegiado, repleto de clichés, mimetismos (que a veces rozan el plagio) y, salvo excepciones y orientaciones forzosas, sin representar a zonas de nuestra música menos agraciadas por un presunto «mercado nacional» en el que personalmente no creo. Pienso en los trovadores, el rock y el hip hop, pero también en la música lírica, clásica o folclórica, campesina, experimental, house o electroacústica. Luego tenemos el DVD, formato en que recién nuestro país incursiona de manera industrial. Mucho más caro de producir pero más abarcador, con una amplia gama de aplicaciones y opciones para el consumidor: el concierto en vivo, entrevistas, juegos, información, fotos, música, sesiones de grabación y cuanto se nos antoje. Como siempre lo caro de producir resulta relativo; en realidad el proceso de fabricación es prácticamente el mismo, con un envoltorio más grande. Por experiencia sé que los costos de fabricación no varían tanto entre un CD convencional y un DVD. Muchas pequeñas empresas brindan este servicio con entrega a domicilio y a precios de feria. La pregunta de ¿por qué a las disqueras cubanas les cuesta tan caro? se la dejo a los entendidos que tendrán seguramente, y como hemos visto tantas veces, varios tomos de razones, bloqueo genocida incluido. Por último, aunque pudieran ser muchos más, el tema del diseño y la imagen en general. Diseño de espectáculo, de identidad gráfica personalizada, afiches, tarjetas y hasta de vestuario y escenografía. Estamos acostumbrados a separar al trovador de estos «vicios», a verlo más ligado a lo auténtico, al banco del parque, a la imagen romántica de la guitarra al hombro, las sandalias, el alcohol, el sonido malo, la guitarra vieja y no sé cuántas imágenes que, a la larga, se han convertido también en otros «vicios». La contraparte estética triunfante no escatima adornos para ocultar a veces su mediocridad musical y he aquí un dato interesante. Si ponemos un mínimo de atención a las fórmulas de éxito nos parecerá que la afinación ha sido desterrada del canto para siempre, que la danza ha involucionado hasta las cavernas y el vestuario hasta el reinado de Luis XV, pero notaremos que todo es una maniobra bien diseñada que hace alucinar al receptor. En medio de esta realidad es poco probable que un trovador en sandalias sobre un banco del parque pueda resultar interesante no porque esté mal, sino porque vivimos en un mundo que no tiene espacio para la espontaneidad. Soy de los que opina que la espontaneidad debe ser diseñada y preconcebida si pretende ser eficiente en su hermoso y necesario mensaje. Todavía encontramos esas portadas de discos con la foto del trovador aferrado a su guitarra en primer plano, su nombre en tipografía cursiva y títulos como La guitarra y la luna o La voz de mi canto. Estamos en el siglo XXI, aquel que Asímov y Blade Runner nos prometían con naves espaciales por las calles. No podemos actuar como si el pasado fuera una norma y no una referencia para vivir mejor. El trovador cubano es un sello en sí mismo; lo sabemos bien quienes hemos tenido el privilegio de viajar por el mundo. Un sello que no hemos sabido vender como cultura auténtica y profunda. Luego la realidad nos ha dado la calidad, sinceramente, a la mayoría de nosotros. Teniendo que grabar en vivo nuestros discos no nos hemos podido permitir los errores: tenemos que estudiar, superarnos, tener algo nuevo que mostrar en cada concierto. Algunos hacemos nuestros CDs en casa, con micrófonos inapropiados, hacemos la promoción por teléfono, de mano en mano, pegando afiches como delincuentes a la sombra de esta ciudad. Imaginemos, por un instante, que aprovecháramos de manera consciente y sostenida las verdaderas posibilidades de la modernidad, pero la verdad es que tampoco puede aprovecharse sin radio, sin televisión, sin discos y sin Internet. Nuestra obra necesita un apoyo que va más allá de su contenido. Aquello de que una obra, si es buena, perdurará, es cada vez un concepto más dudoso. Sobre todo si apenas logra llegar al presente inmediato. Pienso ahora mismo en todas las canciones que se perdieron. Excelentes temas que la juventud de este país nunca escuchó, ni siquiera para decidir si les gustaban o no. El trovador cubano sigue perdido entre actos políticos, aniversarios y condecoraciones. A veces nos siguen pidiendo de antemano las letras de las canciones o si cantamos algo de Silvio Rodríguez. Como si la política también fuera cosa del pasado cuando la necesitamos más que nunca renovada y bien hecha. Pocos conocen las canciones revolucionarias que hemos compuesto desde nuestra realidad, nuestro prisma: cuántos hemos musicalizado a Martí, Vallejo, Villena y tantos otros desconocidos. En medio del desastre natural hemos echado mano a la cultura para mejorar a nuestra gente; casi nadie ha reparado en que esas brigadas artísticas no tenían que esperar a un ciclón para existir todo el año y en todas partes. Desde la autocrítica tampoco hemos sido, por momentos, emprendedores. A veces el trago ha trabado a la trova; el inmovilismo personal y el acomodo nos ha silenciado; la improvisación y la «descarga» han mellado el filo de la canción. Hemos estado a la espera de no sé qué milagro que no va a ocurrir, confiados en que nuestro arte es sospechosamente «superior» sin ver que en el mundo que habitamos esto ni es cierto, ni tiene la menor importancia. No se trata de jugar al marketing (que por cierto tiene su palabra en español, mercadotecnia). No hablo de banalizar nuestro arte para complacer a multitudes, de preconcebir nuestra canción para venderla, ni de contabilizar al público como señal de calidad; hablo de hacerlo eficiente, interesante, experimentador y realista. Hablo de ser espejo de quien mira, pero un espejo que saque a la luz sus necesidades, defectos, añoranzas y sueños, no su cara maquillada y su ropa de marca falsificada. El trovador de hoy tiene un reto alto pero puede afianzarse mejor en los escalones a subir. Comprender que debe moverse hacia adelante y mirar atrás solo para seguir ejemplos, no para copiarlos. Un trovador es un músico y un poeta, pero es también un pintor de la vida y un cineasta del barrio, un erudito de academia y un rumbero de solar. Asumir esta carga es lo que nos define. Pero hay que hacerlo bien, exacto, sin patinar. Afinando, tocando la guitarra limpia. Con un concierto bien pensado, bien promocionado, ser celosos con el sonido, con las luces, con la ropa y los zapatos. Entregar algo bien acabado, sobrio o lúdico, pero llevando las riendas del espectáculo. Saber que todos los lugares no son para todas las canciones, ni para todos los artistas, ni para todos los públicos, ni para todas las palabras, pero que todas estas cosas forman nuestra realidad. Casi en el final de la primera década de este siglo incierto, el último tren de la cultura está a punto de partir. Hay espacio para todos. Podemos subirnos a él con nuestro equipaje o quedarnos en el andén sentados sobre la maleta. (Texto escrito en el 2008) Anexo A guitarra limpia: Proyecto de conciertos de la trova cubana llevado a cabo por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau con sede en la calle Muralla 63 de la Habana Vieja. Fundado en 1997, es uno de los más importantes espacios para este género de la música cubana donde se ha intentado mantener la esencia del trovador y su guitarra. Asociación Hermanos Saíz: Organización que agrupa a los jóvenes intelectuales y artistas cubanos de todas las manifestaciones. Desarrolla un intenso trabajo de promoción y desarrollo de proyectos culturales. Lleva el nombre de Luis y Sergio Saíz, dos hermanos poetas asesinados en plena ado-lescencia por la dictadura de Fulgencio Batista durante la gesta revolucionaria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau: Prestigioso centro cultural dirigido por el poeta y cineasta Víctor Casaus que lleva a cabo diversos proyectos que incluyen la literatura, la investigación, la música, las artes plásticas y el medio audiovisual. Lleva el nombre del inolvidable periodista cubano-puertorriqueño caído en la Guerra Civil Española. Cubadisco: Principal evento de la industria discográfica cubana. Otorga premios en diferentes categorías. Tiene una frecuencia anual. EGREM: Por sus siglas: Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales. Principal empresa disquera cubana. El Caimán Barbudo: Publicación de corte cultural fundada en 1966 por un grupo de intelectuales revolucionarios. Durante más de 40 años ha sido tribuna de lo más avanzado del pen-samiento y el arte cubanos. Puntal Alto: Espacio de conciertos creado inicialmente por los trovadores Samuel Águila, Ihosvany Bernal y la productora Claudia Expósito. Con sede en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau tiene entre sus objetivos promover a las figuras más jóvenes de la trova cubana. TESTIMONIO FOTOGRÁFICO Samuel Águila Xóchitl Galán y Rodolfo Hernández. Dúo Karma Inti Santana Fernando Bécquer Jeiro Montagne, Adrián Berazaín, Pedro Beritán, Mauricio Figueiral y Juan Carlos Suárez. La séptima cuerda Lilliana Héctor en el Festival Longina, de Santa Clara Mauricio Figueiral en el Centro Pablo Las tardes del Centro Pablo Eric Méndez El club Barbaram Luis Hernández, el Plátano, lee sus poemas Público en El Mejunje; Festival Longina, de Santa Clara El café del Pabellón Cuba, de la mano de Mauricio Figueiral Índice ¡Que empiece la controversia! / 7 Primeras palabras / 15 SEMBLANZAS / 17 Samuel Águila: Cuando madrugar es postura cotodiana / 21 Silvio Alejandro: Partir y quedarse en La Habana / 25 Dúo Karma: La increíble victoria de la belleza / 31 Inti Santana: La forma de las canciones que vendrán / 37 Fernando Bécquer: cubano aunque se ponga bravo el son / 43 Axel Milanés: Vivir de inventarse / 47 La séptima cuerda: Tiempo de encontrar caminos / 51 EPICENTRO / 57 Centro Pablo: Los recursos y el método / 61 Nota para CD A guitarra limpia Ireno García / 67 Nota para CD A guitarra limpia Antología 5 / 69 Nota para Puntal Alto Mauricio Figueiral / 71 Nota para Concierto Por la izquierda Primera muestra del disco alternativo / 73 Nota para el cuaderno Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau / 75 Nota para A guitarra limpia Diego Cano / 77 Nota para A guitarra limpia Fernando Bécquer / 79 Nota para A guitarra limpia Trío Enserie / 81 Nota para A guitarra limpia Samuel Águila / 83 Nota para A guitarra limpia Fernando Delgadillo / 85 Nota para A guitarra limpia Silvio Alejandro / 87 Nota para A guitarra limpia Eric Méndez / 89 Nota para A guitarra limpia Mauricio Figueiral / 91 AUNQUE NO ESTÉ DE MODA / 93 Mirada tardía a la joven trova cubana / 97 Acabo de soñar... con un disco / 107 Nota para Concierto por el Día de la Cultura Nacional / 111 El caso Barbaram / 113 Intervención en Pleno de la Asociación Hermanos Saíz: Alternativos sin alternativas / 121 Intervención en Pleno de la Asociación Hermanos Saíz: El extraño caso de Alfredito / 123 Asociación Hermanos Saíz Compromiso en libertad / 127 Insuficiente adiós al Plátano / 131 Trovadores cubanos; el último tren / 133 Anexo / 145 TESTIMONIO FOTOGRÁFICO / 147